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Esta es la razón por la cual tan delicada función no puede ser ejercida por
cualquier profesional del Derecho, sino solamente por aquellas personas que
tengan solvencia moral, por cuanto de nada sirve ser una luminaria jurídica,
cuando los conocimientos se utilizan para satisfacer intereses personales en
cuyo caso el Magistrado se transforma con un funcionario peligroso, no solo
para los justiciables, sino para la estabilidad social y para la democracia, por
eso es que con mucha razón decía Eduardo J. Couture “De la dignidad del
Juez depende la dignidad del derecho. El derecho valdrá en un país en un
momento histórico determinando lo que valgan los jueces como hombres. El
día que los jueces tengan miedo, ningún ciudadano podrá dormir tranquilo”.
1
Virtudes y Principios del Magistrado. Academia de la Magistratura. Primera Edición. Lima-Perú.
2003. Pág. 16.
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imparte la Universidad (presencial, semipresencial y virtual) juntamente con la
guía didáctica y las sesiones de aprendizaje que también hemos elaborado, los
mismos que servirán para que el estudiante de Derecho adquiera los
conocimientos básicos que debe tener quien pretenda ser Magistrado.
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trágico ante toda a ciudadanía.
Asimismo, la búsqueda de razones en los actos públicos explica lo que
debe ser la actitud del juez frente a la ley en una democracia: respetar las
razones que se han impuesto en el debate democrático. Los ciudadanos de
una democracia exigen que los jueces estén sometidos a la ley de una
forma igualmente alejada tanto del formalismo como del finalismo (en la
interpretación de la ley), que desvirtúan ese sometimiento. Pero el que la ley
haya sido adoptada sustentándose en razones, como consecuencia del
debate democrático, no enerva la obligación del juez de preferir a
Constitución a la ley en caso determine que ésta es incompatible con
aquélla, después de interpretarla y asumir que no era conforme a la
Constitución.
Carlos Thorme Boas1, en su obra la Interpretación de la Ley al referirse al
Juez como sustento de la democracia y como interpretador de la Ley
manifiesta: No tratará el Juez de buscar en sus fallos una comunión
con el pueblo, pensamiento que ha originado peligrosas teorías jurídicas
carentes de verdadero rigor científico y filosófico sino de percibir hacia qué
valores o fines se inclina la norma y finalmente el Derecho Positivo de su
propia época. No hay duda que el sentimiento colectivo, al vivir este
orden jurídico o sistema de legalidad, aspirará a que predomine el gran
principio de la finalidad del Derecho sobre estas antinomias. Porque el
Derecho Positivo y las normas jurídicas que lo integran constituyen una
estructura coordinada de . fines y no una estructura que contradiga la
idea del Derecho, al establecer un desequilibrio entre sus fines. La
valorización intersubjetiva del Derecho le permitirá al Juez intérprete
percibir estas desigualdades existentes entre los principios racionales
esenciales del Sistema Jurídico. Es por ello que conciente de este
desequilibrio tendrá también que elegir entre los deberes o posibilidades
contenidas en la norma los que se ajustan más a la idea de restablecer el
equilibrio perdido, de normalizar la situación de los fines dentro del Derecho,
que deben coexistir en tensión sí, pero en un mismo pie de la igualdad. Tal
tarea supone la correcta visión estimativa de la Justicia como valor
supraordenador y en tal virtud al aplicar la norma al caso subjudice su
preferencia, la del intérprete o Juez, por la prescripción o deber ser más
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THORNE BOAS, Carlos. La Interpretación de la Ley. Cultural Cuzco. Lima-Perú. 1989. pág. 29.
justo o equitativo haciendo prevalecer la idea de Justicia sobre los otros
fines, imponiendo la relación jerárquica presidida por el "aequm et
bonun" como supremo motor del deber ser. Así preservará la
posibilidad del Derecho, su vigencia real en la vida de la comunidad,
dotándole i de este mínimum de consenso que requiere para existir como
la estructura cultural que ordena la vida en social, consenso que lo hace
plenamente real, fácticamente real, por ese esfuerzo suyo; en ser en cuanto
vida humana viviente dirigida hacia lo justo, "como lo define Stammler. Este
es, sin duda, el sentido objetivo más cabal que se encuentra en toda norma
jurídica. Pues como afirma Lask "El Derecho, en lo que concierne a su
posición empírica pertenece indudablemente al recinto de las instituciones
sociales". "Únicamente si existe un tipo de valor específicamente Social
junto al ético individual, la indiscutida significación empírico social del
Derecho puede obtener, también, un contacto en la esfera del valor.
1. EL MAGISTRADO, PIEDRA ANGULAR DE LA JUSTICIA
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piedra, la piedra final que, por lo general, es la que sostiene y simboliza
toda la construcción, goza de mayor belleza, y desde arriba une y completa
el edificio. Este concepto se aplica analógicamente al magistrado, quien por
su importancia se asemeja a la piedra angular que corona toda la
construcción, de manera tal que sin magistrados dotados de fuerza moral y
conocimientos, la administración de justicia sería una frágil construcción,
incapaz de resistir cualquier presión.
Domingo García Rada 1 al referirse al Magistrado dice: “Tengamos presente
que todo lo que hagamos por la Magistratura, lo hacemos no por la persona
del Juez, sino por la función judicial. Las personas varían constantemente,
la Institución permanece. Tener buenos jueces es indispensable para que
exista justicia y paz en la sociedad y seguidamente agrega el extinto
Magistrado: ”La carrera judicial exige vocación especial. El sentimiento de
justicia debe ser la matriz de todas las virtudes del magistrado. El juez no
que lo posea, será juez a medias. Podrá ser inteligente, honesto, trabajador,
pero lo íntimo, lo fundamental, lo que hace al Juez es tener este sentimiento
por la justicia, que es lo que da calor, dinamismo, vida a la función judicial.
Sentir la justicia como cosa propia, vibrar con ella, sufrir con la injusticia.
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GARCIA RADA, Domingo. Memorias de un Juez. Editora Andina. Primera Edición. Lima-Perú.
Pág. 406.
1. EL MAGISTRADO RESTAURADOR DE LA PAZ SOCIAL
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menos— sustraerse en último resultado a esta pregunta: ¿para qué todo
esto, en rigor? Quien, en su profesión, se pare a pensar acerca de los
fundamentos discursivos en que descansa, tropezará en su respuesta,
forzosamente, con el sentido de la vida en general.
Si hay alguna profesión que pueda servir de modelo a toda la sociedad, en
este sentido, es precisamente la profesión del Juez. Y esto, no sólo en
cuanto a la necesidad de remontarse a las cumbres de una concepción
universal que lo domine todo, sino también en cuanto a la aplicación
amorosa y exquisita de esa concepción universal a las cuestiones
particulares de la vida diaria.
Es característico cómo ya en el más nimio Litigio jurídico, se advierte en los
interesados —no pocas veces, sin pararse a pensar para nada en las
consecuencias— la tendencia a medir el caso particular por un criterio de
medida absoluto y superior. Ante un fallo basado en normas limitadas, casi
siempre existen dudas. Los escrúpulos no quedan acallados. Se mide el
resultado por un factor x que constituye la instancia decisiva.
1. CARRERA JUDICIAL Y CARRERA FISCAL EN EL PERÚ
Por ello, una carrera judicial y fiscal que parta de este principio será un
factor determinante para garantizar la independencia del magistrado que
debe estar enmarcada dentro de un sistema con reglas claras, competitivo y
transparente para la selección, designación, promoción y permanencia en el
cargo de los miembros de la magistratura.
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Evidentemente, la carrera judicial y la carrera fiscal implican no solamente
ingresar a dos corporaciones jerárquicas en sus estructuras y en donde a
medida que se asciende las obligaciones y las responsabilidades crecen,
sino también significa ser consciente de que se trata de carreras paralelas y
que persiguen un mismo fin que es el de lograr un servicio de justicia
razonable y asequible a todos. Esto debe significar entonces que tanto
jueces como fiscales deben trabajar en conjunto y sin rivalidades para que
el sistema opere correctamente.
Hay que resaltar siempre este rol corporativo del Poder Judicial y el
Ministerio Público pues cada uno de los integrantes de estos cuerpos
encargados de administrar la justicia y defender a los ciudadanos deben ser
conscientes que también tienen obligaciones al interior de la corporación, es
decir, que la responsabilidad de sus integrantes no solamente abarcará a
los justiciables sino a sus propios colegas del Poder judicial y del Ministerio
Público. La confianza entonces al interior de estos cuerpos de justicia debe
ser plena y absoluta pues la ausencia de la misma afectaría el desarrollo y
logro de sus funciones y el fracaso de cualquier acción colectiva. Debemos
recordar también que cuanto más prestigioso sea el órgano o el grupo,
menos incentivos existirán para la deserción de sus integrantes y el
prestigio de la corporación nacerá justamente del alto grado de confianza
que se dé entre todos los integrantes. Por último, el prestigio del Poder
Judicial dependerá del prestigio del Ministerio Público y viceversa, lo cual
refuerza la obligación de la cooperación y colaboración entre todos.
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esto que no puede ser privado de la ejecución de su función, en cuanto al
tiempo, lugar o forma, sino con arreglo a la ley. La inamovilidad no implica
que el juez no pueda ser trasladado o destituido. Subjetivamente, el juez,
por razones personales, puede renunciar, pedir la jubilación voluntaria, la
licencia, la excedencia o el traslado. Las motivaciones de estas acciones
pueden no tener nada que ver con implicaciones deontológicas, pero no
cabe duda de que algunos conflictos de conciencia pueden ser
solucionados por medio de algunas de esas acciones.
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Montesquieu contesta que la potestad judicial no puede ser confiada ni a
una concreta fuerza social, ni a una profesión determinada; debe ser
confiada a todos, al pueblo. La respuesta viene condicionada: 1º) Por la
aspiración de limitar el poder para defender la libertad, y 2º) Por los
prejuicios frente a los parlements de la época (tribunales, a pesar del
nombre). Estos órganos judiciales estaban integrados por ¡a nobleza baja
La potestad judicial, en la concepción teórica de Montesquieu, se atribuía a
todos, a personas elegidas por el pueblo para algunos periodos del año. Los
tribunales no debían ser permanentes, debiendo actuar sólo el tiempo
preciso para solucionar los asuntos pendientes. Esto es, tribunales
populares y ocasionales.
Ahora bien, «silos tribunales no deben ser fijos, tos juicios deben serlo hasta
el extremo de no ser más que el texto preciso de la ley”. El juicio, la
sentencia, no puede representar el punto de vista particular del juez; éste no
es una fuerza social o política; el juez ha de limitarse a aplicar la ley creada
por las verdaderas fuerzas sociales; su actividad es puramente intelectual,
no creadora de nuevo derecho. Aquí se inserta la tan conocida frase de que
el juez no es más que la boca que pronuncia las palabras de la ley.
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pronunciar aquella decisión que, a través del uso adecuado de las técnicas
de argumentación, ha sido escogida porque ha acrecentado la adhesión del
usuario, convenciéndolo de su bondad.
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está en apoyarse mutuamente y caminar juntos.
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ORTECHO VILLENA, Víctor Julio. Criterios para la Interpretación de las Leyes. Editorial Libertad.
Trujillo-Perú. 1991. pág. 20.
1. IMPARCIALIDAD Y DILIGENCIA DE LOS MAGISTRADOS
Así como se ha establecido que la independencia institucional de a
magistratura se basa en la no interferencia de autoridades o intereses
ajenos al Ministerio.
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magistrado es imparcial, si actúa con neutralidad, su decisión será
definitiva, incuestionada, admitida por las partes, respetada y, en
consecuencia, reconocida como válida por la sociedad.
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PARODI REMON, Carlos. El Derecho Procesal del Futuro. 1ª. Edición. 1996. Editorial San Marcos,
pág. 72-73.
no puede serlo, el último garante de los derechos y libertades que nos
reconoce el ordenamiento jurídico. La función jurisdiccional, tal y como la
hemos descrito, necesita jueces, independientes, y la independencia
precisa algo más que su mera declaración; precisa una serie de
garantías que son las que constituyen el status específico de jueces y
magistrados. Sin esas garantías, sin independencia, no hay verdadero
ejercicio de jurisdicción.
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debe ser declarado y diferenciado de lo anterior. Nadie puede prohibir ni
limitar a un magistrado por mantener e incrementar su patrimonio, eso es
parte de la diligencia en sus asuntos personales. Lo que se le exige es
que ello se muestre transparentemente como medida de previsión de
corrupción o de detección de actos de este mismo origen.
Por los mismos motivos, el juez conocer y aprobar, con su sentencia una
ley En ese mismo momento sería cómplice de los autores de la ley.
Hay que añadir, sin’ embargo, que no toda sentencia en materia de ley
injusta equivale a una implícita o explícita aprobación de esa ley. El juez
puede limitarse, éticamente, a dejar que esa ley siga su curso, sobre
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todo cuando, actuando de este modo, evita un mal mayor. Encontramos
aquí una nueva aplicación de los principios que rigen el voluntario
indirecto. Salvada la recta intención del juez, el cumplimiento de sus
deberes deontológicos —la aplicación de la ley— puede considerarse
algo positivamente bueno, pero el juez no puede olvidar que su
actuación recibe también calificación moral atendiendo al fin y a las
circunstancias.
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GÓMEZ PÉREZ, Rafael. Deontología Jurídica. Ediciones Universidad de Navarra Pamplona –
España. 1982. pág. 116.
ocasión de juzgar y de condenar; pero esa probabilidad puramente
experiencial no es suficiente.
1. REFLEXIONES SOBRE LA JUSTICIA
Cuenta el Prof. Alfredo Colmo, ilustre civilista argentino, que a fines del
siglo pasado fue a Alemania y quiso visitar al Principe Otto von
Bismarck, Canciller del Imperio recién fundado. Le fue concedida la
entrevista y la primera pregunta que le hizo el célebre político fue “
¿Cómo anda la justicia en vuestro país?”. Era lo único que le interesaba
saber sobre Argentina, pues enterado de la marcha de la administración
de justicia, conocida todo lo demás.
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vida de tanta importancia para el ser humano que ni el mismo Jefe del
Estado las posee. Podrán los políticos manejar los grandes intereses del
país, los legisladores dar las leyes que enrumben a la nación, pero
queda a los jueces procurar la felicidad del pueblo.
Los jueces honestos sabios asegurar la paz social y los i pueden estar
tranquilos sabiendo que en caso de conflicto con particulares o de abuso
del poder público, tienen quién defienda y ampare sus derechos.
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ante la ley injusta.
1
CUADROS VILLENA, Carlos Ferdinand. Ética de la Abogacía y Deontología Forense.
Editorial FECAT. Lima-Perú. 289.
1. LA SENTENCIA Y SU CERTEZA
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cual toda posible duda sobre la verdad del hecho y la inexistencia del
hecho contra rio está totalmente excluida. Esta certeza absoluta no es
necesaria, sin embargo, para dictar sentencia. (...) En oposición a este
supremo grado de certeza, el lenguaje ordinario llama, no raras veces,
cierto a un conocimiento que, estrictamente hablando, no merece tal
calificativo, sino que debe considerarse corno una mayor o menor
probabilidad, porque no excluye toda duda razonable y deja en pie un
fundado temor de errar. Esta probabilidad o cuasi certeza no ofrece una
base suficiente para una sentencia judicial acerca de la objetiva verdad
del hecho. (...) Entre la certeza absoluta y la cuasi-certeza o probabilidad
está, como entre dos extremos, aquella certeza moral de la que de
ordinario se trata en las cuestiones sometidas a vuestro fuero Esta
certeza moral está caracterizada, en su lado positivo, por la exclusión de
toda duda fundada o razonable y, así considerada, se distingue
esencialmente de la mencionada cuasi—certeza; por otra parte, del lado
negativo, deja abierta la posibilidad absoluta de lo contrario y con esto se
diferencia de la certeza absoluta. La certeza de que ahora hablamos es
necesaria y suficiente para pronunciar una sentencia, aunque en el caso
particular fuese posible obtener por vía directa o indirecta una certeza
absoluta. Sólo así se puede conseguir que la paz social tan anhelada por
todos los ciudadanos.