Está en la página 1de 7

SUBLINGUAL

Pienso en tu dolor adentrándose en la cal de tus huesos,

decidido a permanecer,

imagino las cenizas que se deshacen en tus dedos,

tú, dispuesta a vaciarte en una alcantarilla.

Un tulipán rojo sobre la acera es arrastrado por el agua.

Siento la tristeza que te traspasa,

la muerte pintada de rojo,

la gangrena que te atraviesa,

nos atraviesa.

Te pienso

desangrándote en una silla de oficina,

rodeada de torsos vacíos,

tu voz como hilo que se descose,

atravesando todo para llegar a un silencio profundo;

no puedo nombrar aquello

que resuena en tu cabeza y aloja la rabia,

despiertas en una hamaca blanca y escondes las cenizas.

Un tulipán rojo sobre el asiento,

flor perfecta y oxidada,

se desprende bajo la lluvia.


CIUDAD DE CAL

Canta una ciudad de cal incendiada entre flores blancas,

rosas y margaritas desnudas,

un rumor de aire enrarecido

se cuela entre nuestros pulmones.

Esta ciudad desconoce el color,

no es roja,

colibrí muerto a mitad de la acera,

no es azul,

espora que flota entre la neblina.

Canta el luto blanco por las voces

ultrajadas,

voces como péndulos en puentes y

ciudades que ya no son ciudades,

perdidas en el blanco grisáceo del aire;

esta ciudad necesita cal para la peste de

tantos muertos,

por eso se ha vuelto blanca,

vacía de todo esplendor,

mísera blancura que flota en el viento,

rumor de aire enrarecido que llena

nuestros pulmones.
ESQUIRLAS

Una grieta crece desde mi tobillo izquierdo hasta la sien,

creí que no me rompería más,

que el dolor disminuiría, madre;

voy coleccionando cicatrices que no quiero soltar.

Caminamos juntas,

los baches hieren nuestros pies,

descubrimos afiladas esquirlas

que llevamos cosidas a los huesos.

Formas veredas con las piedras

que te han endurecido la piel, madre,

cortas espinas a los tallos de las flores;

allanas mi camino con tu jardín de lavandas y orquídeas:

manto suave y mullido.

Nuestros pequeños infiernos se incendian,

cosecha boreal de cuchillas bordean nuestros labios;

en la maraña que crece en mis pulmones

quizá encontremos los hilos que nos unen.

En la maraña que crece entre mis pulmones

las palabras se tropiezan y hieren,

trastabillan, se ocultan punzantes,

parvada de cardenales que revolotean.

Guarda las lágrimas, dices,

cualquier sitio es bueno,

esconde la tristeza del otro lado del sol

para tejerla con los dedos.

En las mañanas más brillantes bebemos café,

oscuro como nuestros ojos,

las puntas de las madejas se enredan


en nuestros cabellos quebradizos,

urdimbre de lana y ceniza;

vamos desenredando nuestros ovillos a la par.

Y vamos tejiendo nuestro camino,

cargamos nuestros hilos,

los cortamos y desenredamos,

los enterramos en la humedad de la tierra

para destejernos poco a poco en el mundo.


MOHO

Siento un mar salado detrás de los párpados,

yo, que me rindo con facilidad

ante las pequeñas tormentas que estallan,

busco respuestas en el silencio de las 2 am.

La resequedad crece bajo mis ojos,

la tristeza no es un estado de ánimo,

no es observar el cielo cada noche,

es regresar a casa

y mirar las grietas que se abren en las paredes,

contar los países que se forman en el moho,

imaginar figuras en el amarillo claro del cielorraso.

Te nombré en la claridad de la tarde,

no hallé eco alguno;

la belleza no es un estado de ánimo,

no es pulverizar la rosa hasta desangrarla;

es rascar cada grieta

hasta que la sal me invada el cuerpo,

como esa que se va adueñando de mi casa,

las paredes,

mis pulmones.
INCENDIO

Quemar un cuerpo tres veces:

sobre la sombra,

junto a un puente,

bajo el sol de mediodía,

como quien toma un paseo para fotografiar el

paisaje.

Violar un cuerpo tres veces:

dejar una estela infecta,

un profundo olor a hierro

que se deshace bajo el vuelo de los insectos.

Seguir el camino,

volver al trabajo en traje gris y sonrisa,

pancarta de las buenas familias;

continuar con la caminata cotidiana,

bajo días azules y esplendorosos.

Dejar que la lluvia se lleve todo;

borradura que permea la memoria.

Un cuerpo, objeto y trazo inconcluso,

atraviesa nubes altas y transparentes,

un charco sucio de agua,

la flor salvaje en la carretera.

Un cuerpo,

este cuerpo inerte camina a casa.


Claudia Magdalena Sánchez Cadena (Cuernavaca, Morelos, México) Poeta y tejedora. Estudió
Letras Hispánicas en la UAEM. Algunos de sus poemas han sido publicados en las revistas
electrónicas Monolito, Liebre de Fuego, La rabia del Axolotl y La raza cómica, también ha
colaborado en el suplemento cultural La Jornada Semanal, ¡en la revista cartonera PUF! y en
Cracken Fanzine. Sus últimos poemarios son Árbol de jilgueros (plaquette de la colección
Galaxias, FEDEM, 2018) y Agapantos (Mantra Ediciones, 2019).

También podría gustarte