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El río sin vos

Una palabra pronunciada sin


apuro; la poesía elástica
de Mairal sobre mi mesa de luz
apagada en silencios difíciles;

el vaso de agua después de la birra;


las horas muertas de la espera
en ríos sin vos; las flores tumbadas
en la playa gris; la rama olvidada
en el árbol, en el hueco de
la infancia. La mañana encallada;
tu presencia sin pausa en madrugadas
desabrigadas, desiertas y blancas.

1
Paisaje de verano

Una penita honda cayendo,


abriéndose camino entre el
calor de la siesta achicharrada.
El hombre que pesca con la vista
hacia nada en particular.
El aire sin objetos. La liebre
que cruza por el medio del campo
y la mariposa enredada
en la piragüita cue.

2
El beso que se hace agua

¿Qué es lo que está entre las


palabras? El recuerdo del mar;
la bruma sobre la catedral;
lagunas de hielo; patos quebrados;
el gris desparramado en el campo;
la crin y el vientre del caballo;
la antigua sed encriptada
en la pared y el frío mármol;
el rocío que agita la flor;
las páginas que no escribiste;

tu pena cayendo en torbellinos


por los bosques de sal; lo ferroso
del vivir; la humedad escondida
en el fucsia de la flor y en los
huecos de los renglones; las manos
de ella sobre tus hombros, el peso
que se aliviana en el beso
que se hace agua y soporta
la catedral, el vacío y
todo lo que existe y no es cielo.

3
Tu sombra en la sombra

Tu sombra, la sombra de la palmera


es espera sobre el suelo tibio.
Tu sombra, la sombra afilada de
los pescados que vienen y van. Vuela
la chicharra y cuando se hace de
noche su sombra cubre toda la
casa en la playa extensa y el ruido
de la selva es concierto pleno de
espantos y de glorias con sabor
a ciruela pasada. Agua blanda
que, a fuerza de insistir, aglutina.

4
En el charco de tu jardín

Tu pensamiento flota en el río


del verano que se va, sube sobre
el sauce y atrapa la luz en nidos.
Tu pensamiento se desgrana sobre
el pájaro blanco embarrado en
el charco de tu jardín; pensamiento
entintado de nombres y de espejos,
impregnado de voces bajo techos
de estrellas; maracuyá latiendo
en lo dulce, en el juego, en la tarde
colmada de fuegos de la infancia.

5
Nadie

Nadie te dijo que yo cuidaría


tu jardín, treparía hasta tu
pelo teñido y mezclado con
el viento de enero. Nadie te dijo
que cerraríamos las grandes heridas
quemantes ni que envolveríamos
el sol en un pañuelo fresco con
gusto a menta. Nadie nos habló
con palabras calientes de oscuros
patos salvajes. Me dijo, gritó
fuerte Nadie que me quisiste un poco.

6
El paso del caracol

La pregunta de sus ojos se me mueve


de lugar; sus manos repasan hojas perdidas
en pastizales refregados entre el frío barro
y el paso suave del verde caracol.
Astucia que se levanta y se esparce
en bocanadas de aire juguetón.
Secreto descubierto
otra vez, cada vez que su boca
dice algo y baja la vista y el mar
empieza a ponerse
picado. Entonces
el muelle es un asiento agradable
para su cuerpo que se cuela en mí y funda
la mañana.

7
El fuego de tu boca (14 versos libres pares)

El fuego derritiéndose en el agua


dulce de tu boca pájaro.
Tu boca multiplicándose
en el crepitar
en el ulular
de la llama
que sube hasta mí en la claridad
de lo silvestre moviéndose,
una arañita, la luciérnaga
que también se apaga
y canta. Es el fuego de tu boca
el que levanta las cosas
y el rayo
que entonces nos golpea.

8
Suspensión

Miedo y alegría al verla llegar


atardecer, al verla subir el volumen de la radio
y pasarme su mano de lectora voraz, la otra mano
pensando suspendida y
atenta; los
pies volando. El sol dio mil giros
apoyado en su frente, pero cómo tocarla.
Acariciarle la espalda atardecida. Los dedos
tocando su propia música. Labios
con perfiles al trasluz en
los bordes de piedra. La profundidad en
la belleza de su
mirada que se posa
juguetona, pregunta y después duerme
y apaga su amor hasta el calor
del día
siguiente.

9
Secreta

La iguana saca su lengua larga;


agresiva, filosa, de caza;
quiere atrapar un insecto y
volverse acaso más poderosa;
avanzar a tientas; ser oculta
como rápidos besos furtivos
en la última noche de verano.

10
Me gusta cuando te detenés, mujer

Y me mirás directa, flecha asertiva


entre muchos cuerpos muertos, y me abrís
un mundo y una playa con sus cocos.
Me abrazás, el pelo me trepás, y
las ideas me enhebrás y me hacés
vivir de nuevo en cada sorbo, en
cada caricia, en la luz tibia, en
la saliva interviniendo y en
el cambio que producís en todos los
paisajes; digo, en el cielo tendido
después de la enfermedad. Venís y
me agrandás y hay algo que empieza a
moverse, el calor hace efecto y
desborda. Nadamos en la inundación;
nadamos, explotando como destellos
en un mar inagotable, expandido
en besos largos que nacen en tu centro
y que traspasan mi vulva, ¡ah, el gusto
del amor entre dos mujeres que se
caminan (lo inefable), que se prueban
y comen! Cucuruchos de chocolate.

11
Rutas de oros y de platas

Entrar en la puerta de tu ombligo,


enredarme en el agua de tu
vientre espeso; caminar a tientas
por tu espalda tibia y esconderme
en las olas de tus piernas, en rutas
de oros y de platas; cubrirme de
azúcar o de nácar desde los
bordes de tus pies hasta el lugar
tranquilo de tus manos; hacer pie
en tus hombros; cambiar los nervios por
el río de tu pelo, camalotes
y un pañuelo celeste tapándote
el cuello: pero míos tus escotes
son, y el furor de los amplios espejos.

12
Ciudad neón

Las nubes quieren entrar al agua


de tus ojos; buscan
el museo pop
de tu cuerpo fragmentado.
Las nubes intentan abarcar
el cuadro de tu ombligo,
subir hasta tus piernas abiertas,
convertirse en una ciudad neón
entre glicinas y mezclar arte
y naturaleza.
Amor y deseo
sobre el musgo
en la piedra
angular
de tu cuerpo;
vibración en la voz incompleta
de la espalda
de tu seducción
plegándose entera sobre mi solitario
vientre
ajado y sombreado
en láminas de cartón.

13
Mendiga

Mi lápiz, mis papeles,


mis libros
y acumulaciones
de polvo.
Tus manos, tu anillo,
tu boca.
Tu espalda sobre la luz del domingo,
mis pies cansados
frente al fuego.
La lluvia
en el pasto amarillo.
Tus manos avivando
el fuego.
Viajes en autos
anónimos
y la llegada inconclusa a la casa
de nadie.

14
El manto de la luna

Contame qué te dice la luna,


si canta sobre tu techo, si
se arrastra despacito como un chamamé.
Grillo saltarín en la ventana,
de luces y sombras vanas.
El ritmo lento en el manto
protector.
Esquinada es la pose natural y
seductora de la luna en una fiesta
de sapos y de
ranas; letanías disfrazadas
de alegrías. Agüita blanca;
contame si duerme
sobre el aire de terciopelo
azul, arrumaco
de abuela largo y
armonioso; contame si se vuelve
algodón de repente y cara lavada.
Respiración tranquila y hasta
mañana, buenas noches, adiós.

15
El rostro de mi abuela, sus sustos repentinos

La mueca nerviosa de sus labios. Su alboroto


al caminar. Su enojo cuando ya no la dejaron
ocuparse de asuntos de su casa. Su
silencio rumiante. Sus cejas entrecanas.
El sostén riguroso de sus muros. Miradas
aquí y allá; pero quién, pero dónde; quién
va a cuidar lo difícil, quién va a hacer crecer
la huella justa. Su nieta preguntando cómo,
por qué, a quién contarle la vida a partir de
ahora. Abuela, atención bondadosa para
mí, desde su posterior quietud. Inquietudes
trepando hacia la pregunta de calor, de frío
perro con ganas de salir a pasear. La
cabeza que empieza a pesar. Qué dije ayer.
El quejido en el pecho; un desarmarse lento;
el viaje hacia la pregunta origen de lo
que ya no es ni será: sus brazos sosteniendo
el ala de un sombrero antes de que sea
tumbado por la nada en el viento. Pero hay
otro viento apaciguador que me contesta
y me envuelve y me vuelve a decir algo nítido
con la blanca remembranza de lo que sí fue.

16
Cuando las nubes descienden

Las nubes se sumergen en tus


sábanas flotantes porque quieren
conocer tu secreto, se mueren
de ganas de saber el misterio
detrás de los párpados ocultos
en cavernas y en escaleras
hechas de fuego y agua, incluidas
en palabras que se escapan entre
granitos infinitos de arena
mustia. Las nubes descienden a
tu habitación, tu cuerpo se
desintegra y se hace de noche.

17
Infancia visitada

La laja porosa de una infancia


visitada: una niña calentándose
la panza boca abajo, ruido calmo
de agua fina cayendo sobre chapas
de colores blandos. Se esfuma lo
nítido y llega mi amigo en
bicicleta, se me arrima como
una ola que viene buscando el
revés de la tristeza. La espera
de sol, paragüitas de chocolate,
figuritas en bolsillos secretos.

18
El baño azul

En el baño azul hay una mosca, un grillo


y una rana que se llama René; no la vi
pero sé que se esconde en la rejilla. Puede
saltarme en cualquier momento o hacerme pis.
Oigo las voces de mis primos.
Se tiran bomba y palito al agua; vuelven a
salir, corren, gritan mucho. Hacen pis en el
agua. Claro que estar encerrada no me gusta;
veo todo resbaloso, como si alguien se
hubiera bañado y hubiese quedado el
vapor. Todo se aleja cada vez de mí,
patinando mi cuerpo, cayendo en picada
de los lugares como si pisar firme no
pudiera; a diferencia de la rana que me
aterroriza. Lloro sin gritar, porque no
sé cómo dar órdenes. La noche viene y
tengo miedo. ¿Qué se puede hacer en un baño?
Lavarme los dientes, pero no es mi baño. El
espejo tiene manchas negras que no sé; la
panza se cierra. ¿Cuándo va a venir papá
y sacarme de este calabozo azul?

19
Infancia trepada

La plaza está desierta, nadie juega


en ella; hamacas desteñidas en
maderas muertas; el tobogán, muy
tapado de gusanos y oscuras
hierbas; ¿dónde se han ido las trenzas?;
las rayuelas de tiza fueron comidas
por trajes apurados, encerrados
en oficinas ciegas; ¿en qué sitios
repetir la infancia en bicicleta?
Los asientos de la plaza actual
viven manchados y casi deshechos
en llantos y sustancias muertas ¿Pero
los patines, la risa encaramada
hacia patios de árboles y trenzas?

20
Rosita rosada, rugosa

Hecha de rocío moteado


en luces, en sombras, en luces.
Rosita ínfima, una luz
sola entre el asfalto sin
doblez. Punto casi diluido;
casi, casi, casi ciego. Un
cero a la izquierda. Sin embargo,
¡rosita tan poblada! Surco
de plata; planta dulce y agria;
germen de alas finas de pétalos
en la copa morruda de
árbol. Insectos. Ruidos de
roces entrechocados en
capas. Abejas cargadoras
de esencias en los pulmones
invisibles del aire, ¡todo
el temblor de la tarde en
el beso amontonado que
lleva, y trae, y lleva el
río! El carmesí se desprende
del cielo al centro y otra vez el
tornasol abre la ventana
y el pájaro, magullado
y todo, canta: piar de rosa
atenta y fresca, antes que
pinte oscuridad y noche.

21
Todo ese espacio

Nostalgia de la infancia con mi papá. Ríos


como amorosos suspiros amarillos; mallas
esponjadas, pliegues de bolados; mares y
expresivas cejas estrella; atardeceres
en rulos de luz y barcos de papel pintados
por el sol que duraba como una promesa
larga o como un helado de tres pisos. Nostalgia
de las horas sin tiempo. Nostalgia de mirar
trenes de hormigas contrastando con la arena blanca.
“¿Y este bichito, qué es?”; “¿Y este otro?” Nostalgia
de la ciudad que armábamos con palitos y
montañas de hojas como puertas directas a
la felicidad. Caracoles ventanas. Lo
simple de jugar. El ruido del agua y del
viento viniendo y yéndose. La montaña rusa.
Los pies zambullidos en una pileta inmensa.
Y su voz: “¡Cuidado con el sol!” Nostalgia de
sus manos extendiéndome mi gorra rosada.

22
La puerta de casa

El árbol roto y rasgado el cielo


en la estación abandonada,
y el perro, muerto.
Rasgado el cielo,
y el foco apagado y yermo,
mi capa como un oscuro miedo.
La puerta de casa
orienta hacia corredores decrépitos;
no es la apertura de un día
ni la mano sobre el pan,
tampoco bailes y juegos,
ni saludos de campanas
punteando el cielo.
El polvo brilla sobre la silla ya sin fuerzas;
es el retrato del hombre sin, el hombre
escindido en colores y en texturas;
y, la mujer, buscando su porción; su lugar
en el árbol fragmentado,
su oración de color y amanecer.
Pero la ventana se golpea
cansada y deja pasar un
viento gélido; tiembla un poco
la silla, la capa se desliza
y cae fría sobre el suelo.

23
En el sueño de tu boca

Me sumerjo en el sueño
y entro al mar por una ventana que
no tiene bordes.
Un cuerpo de mujer, que es el tuyo
pero que no tiene tu nombre
ni tu cara ni tu pelo, me besa.
Se acerca despacio y me besa
como comiéndome.
Me escondo dentro
de tu boca y me expando
como una piñata poderosa. Me apoyo
en tu lengua roja, descanso
laxa en un saxo que sube de nivel
y pinto tus dientes escalonados
en encuentros sucesivos, en tramos
de mordiscos y caricias que retroceden
y después se aceleran y chocamos. La
ola conjunta de nuestras piernas nos descifra y nos
sostiene.

24
Barrios inanimados

Intuyo tus pasos como quien añora


una sombra que fue día y ahora
permanece quieta y oculta bajo
el miedo arrabalero en la casa
callada. Cacerolas cubiertas de
polvo, la mancha en la pared que crece
en el invierno de nieve y café
sin abrigo de vos. Humedad sin frutos.

Mis piernas ceden ante el espejo solo,


falto de tu imagen en el almuerzo
diario, gramo de tierra esparcida
en el llanto baldío de julio en
un Buenos Aires adivinado en
sombras. Tintas de ayer derramadas en
soles apretados cayéndose sobre
barrios inanimados, hechos de yeso.

25
Soy también, y otra cosa

Soy una piedra con alma


de pájaro que a veces
vuela. Me gusta leerlo
a Mairal. Soy asimismo
un pájaro, que, estático,
gira la cabeza como
buscando la compañía.
Recién llegada a los
lugares; tal vez igual
que yéndome hasta la
próxima rama en invierno.
Flor de nieve blanca. Un
punto soy; ¿o una coma?
Soy la ruta curva que
cruzaste ayer. Soy la
mañana antes de que
despiertes. Lo fresco del
compás sobre el ruido
de tu casa y la energía
de tu lengua móvil; alas
que se sacuden y limpian;
las flores en tu ventana
abierta o entre nubes.
Pozos y montañas en
barrios callados. La noche
iluminada en el
salto cuando me mirás.
26
Rendida tarde agotada

Tarde abisal, que llega de los abismos


precipitados y huecos. Tarde que
confluye en caminos secos, en
flores aprisionadas, adheridas
a pétreos estanques sin luz. Tarde
de un sábado muchas veces muerto.
Orilla de juncos doblados y
marchitos, en la tarde ocre de
entumecidos pájaros, rindiéndose
casi, como la humedad sonsa y
holgazana que vemos sobre el pasto.

27
Antigua sirena azul

El mar y sus cúspides te saludan


desde el muelle afligido en el blanco
Uruguay; las suaves piedras golpean
tus orillas ondulantes y tocan
tus pies recién salidos de la arcilla
modélica; cuerpo eclipse antes
sumergido en aguas fundadoras;
ríos encauzados en templos de
luz salvaje. Antigua sirena azul
con alas de cristal, yo te saludo
también y me abismo en tus pasillos.

28
La sirena

Una sirena se baña, cuando todos duermen,


en la fuente nueva y dorada de la plaza.
Sé que tiene un secreto que decir no quiere.
Canta silencios estremecidos de antaño;
y yo, deslumbrado y temblando, la espío.
Quisiera que me invite a su mundo; que
me regale su voz y que me enseñe a
valorar lo puro y lo antiguo. Y quisiera
su cola verde jade besar y padre ser
con ella. Ni una de mi clase tiene la
cola así, tan hermosa, eléctrica y
sensual. ¿Le gustará mi piel? Sueño que me toca.

29
Caballo lunar y solar

Galopás y avanzás, lomo de fuego;


lomo y rayo de fuego, daga hechicera,
fragmento de luna fugaz y eterno.
No pueden cazarte, lomo de fuego;
plateado tramo incandescente.
Saeta dorada, hacia el infinito
viajás. Indestructibles pasos te
coronan. Padrillo robusto y hábil,
dueño y señor de encantadoras sagas.
Los caminos se abren al verte llegar,
sos el símbolo de la libertad.

30
La punta de la luz

Te fumaste más de diez cigarrillos


al hilo, me dice. Es que quisiera
apretujarte a vos, respirarte
a vos. Y, como no puedo, me lleno
de nicotina. El humo ayuda
un poco, Natalia linda, actriz
lorquiana, visitadora de ríos;
descubridora del azul en el
agua que pasa y que parece toda
sucia, enferma. Pero vos marcás
lo fantástico cuando diferís
la punta sibilante de la luz.

31
El muro

Estás recostada sobre el borde de la pileta;


con el cigarrillo en la mano izquierda y tu copa
de vino al alcance. El humo circula y escala
por encima de tu frente; jugar con tu pelo le
gustaría; meterse de golpe en tu boca, apartarse
en seguida y tu perfume respirar. Un lugarcito
haceme al lado de tu ombligo. Brilla el aro y
en torno a él se montan rayos de luz variados. El
sol no se atreve a irse; parece adherido
al cielo. Pero tu espalda le hace sombra y alguien
un farol enciende en el jardín vecino; pasé
la tarde viéndote fumar. Empieza a salir la
primera estrella; el vino se acabó y vos ni
me viste, un muro pesado entre los dos.

32
Sin ancla

Soy un marinero incapaz, no tengo fuerzas para


detener las furias y los duros golpes del mar.
Desatadas y ásperas copas de los árboles;
desajustadas nubes, tan alejadas de mí.
El ancho cielo no es beldad sino ausencia de vos.

No reconozco los pétalos de rosa; tus ojos


oscos me esquivan como si paria fuera.
Sin casa estoy; no hay refugio posible que
alcance a calmar mi desesperación, pues
libre estoy de vos. Huérfano apartado
del amor esencial. Y a la noche lloro:
creo que volví a ser un desvalido bebé.
Separado, descompuesto, desencajado.
Tullido está mi corazón, suelto de vos.
Marinero sin puerto ni ley, ballena indomable.

33
El aire del beso en la flor

La voz de la mujer se mete bajo la hoja


y clama por ser escuchada, se trenza en
la bravura del viento y toma impulso para
trepar hacia el aire del beso en la flor.

Es blanco el beso de la mujer en la flor,


es alto el beso, no es casto ni manso pero
dulce puede ser. Es de río y tiene brazos
que cubren la ruta gris y levantan la raíz
del sueño hecho carne en el grito, en el llanto,
en la canción, en el cuidado de las palabras
y de la rosa blanca esparcida en la playa
como una promesa de amor horizontal.

34
El mar

Se espían,
se quieren a tientas.
Se rozan, se dejan caer en la ondulación
del agua. Conversan
con cautela,
antes de que el día se ponga atareado.
Sueltan las hojas de sus días; las retenciones
inútiles; echan la molienda.
Se buscan, se bucean tratando de
prolongar suavemente el encuentro.
No se quieren
precipitar pelándose los
labios. Desmenuzan
la piel de las palabras. Se acoplan
en el sonido del mar
y se tantean los espacios vacíos.
Rastillan el pulso, la invasión
de las tristezas. Remueven
el polvo, alisan
la piedra mientras persisten
mientras se tientan mientras van viendo.
Caricias atropelladas, despegadas del
fondo que se juntan
en un centro de luz vegetal
y húmedo. En el rayo del
sol antes de la hondura.
35
Antes del esfuerzo.
Antes del temblor.
Hurgan
en los huecos de fibras
encallados
que dejaron los engaños.
Arrecifes sus ojos que se dilatan
en la corriente mayor.

36
El aire de julio

La corriente arrastra mis pasos


y me sumerjo en una turba alborotada
que levanta carteles como si fueran
trofeos de guerra; es pesado el aire

de julio. Zapatos modernos que no


dejan huellas. Lo visible se
va tachando y mis botas relucientes
tienen algo de disfraz.

Mañana se vota; boinas húmedas


cubren ojos llorosos y hace cada vez
más ruido el negocio del mundo. Trunco
quedo entre separaciones de vidrio.

37
Bajo lo espeso

Las palabras se esconden taciturnas,


vierten su rabia a cuentagotas
bajo la espesa
tierra húmeda
y después, con suerte, crecen en
el árbol hasta que un niño
las pronuncia;
y entonces es cuando ya no
sienten vergüenza de salir al
mundo.

38
Mareadas

Cuando nos separe el día mareado y vuelvas


a tus hijos, a la cuna de mimbre, al sol temprano
en la ventana y a tu marido en sombras;
cuando la calle diga: Dirección ninguna;
cuando por fin cruces sin mirar y,
sin embargo, abarques
mi mirada en un solo paso,
seguiremos juntas en el instante
brillante de la vida.

39
Mi mariposa muerta

Te busco entre piernas como mariposas


muertas. Caen los llantos entre músculos
dormidos, saturan nervios que ya
no se impulsan ni hablan ni callan ni tiemblan.
Te busco entre espacios yermos de
un silencio que no traspasará
ni una letra.

40
El agua

El agua chorrea sobre la pelada pared carcomida por


catástrofes, termitas y larvas de especies múltiples; llueve afuera
y adentro y sobre los bordes poco claros, mejor es decir bien
oscuros, de la personalidad. Llueve en lo frío y en lo
caliente. Llueve en el vidrio y en la madera y en el sillón
de terciopelo verde de Lord Bernardo. Llueve en la taza de
Juliana, la psicoanalista que no sabe qué hacer con el
silencio y prende la pava eléctrica para escuchar cómo suena
el agua, cómo vive el agua. Lo que cae sobre el sexo. Mientras
llueve, y sigue lloviendo, porque el caer es intrincado y
largo y siempre llueve persistente. Pero la pregunta es ¿Vas
a tirarte al piso a llorar o a dormir para siempre jamás,
lágrima, lástima, disco entrecortado; lámina fina de vida
cortalarguísima? Y, sin embargo, el agua chorrea sobre la
pared plena de sombras; la bombilla quedó desolada en la
pileta ruidosa de la cocina celeste de tu cucharón
vacío de sopa y las goteras se hacen cada vez más grandes.
¡El agua es algo que yo no sé!
El cucharón se quiebra y chilla.

41
La noche avanza

Sombra de vos en la ventana desnuda,


sobra la tierra sobre el agua clara.
La noche avanza y sacude la casa,
la sal se desparrama y lo viejo se
desarma. La luna se agranda y baila;
mientras, dibuja recuerdos en el agua.
El perro ladra, el sauce se recuesta
sobre troncos perdidos. Las hojas caen
y la sombra crece sobre el río y
sobre mí; hurtada, seca soledad.

42
Hasta el faro

Las nutrias, ahogadas en la laguna.


Flores y pasto guardados en museos
de cristal. Pestes avanzando en ciudades
que fueron pensadas como inmortales.

Las nutrias, ahogadas en la laguna.


El colérico barro infectado de
los días adherido a colchones en
vacíos muelles. Puertos sin sus vapores.

Intemperie en todas partes. Las nutrias.


Barcos deshechos. Una mujer hablando
con palabras desarticuladas que
intentan trepar en conjunción final

hasta el faro
del poema.

43
Callada en la noche

La casa está muy quieta y sola,


callada en la noche sobre el
río que parece duro y sin
memoria. La remota casa oscura,
vacía de cuerpos y nombres. El
blanco movido de la luna frena
sus contornos, congela puertas en
sopores entorpecidos de fuerzas
que no sé. Renuncia. Detenimiento
de pasos junto al tren que parte; flor
suspendida en perfumes correntosos.
Días derramados, inflados sobre
el vientre agudo del caballo enfermo;
caída en remolinos de humo;
resuello del final sobre la tierra
imaginada en pulidos rayos;
infértil, añoranza de maíz.

44
Fotos de lo íntimo

Toda esa gente


que mira sin ver, opina
sobre todo
y habla en forzadas poses,
fotos de lo íntimo.
Repeticiones en series
heladas y eslabones
tiesos; masa
que se esconde
en disfraces caros.
Esa gente descartable,
envuelta en frases de espuma,
principios y despedidas
y sombras; y perdida entre
vasos de plástico sucios
casi rotos que soy yo.

45
Emergió en la penumbra

Cuando parecía morir la luciérnaga,


emergió tu canoa en la penumbra
mortecina de la angustiada tarde,
y llevabas dos flores breves y blancas
adornándote el alma, y un mirar intenso.
Roja tu canoa, jubilosa entre
el fragor insulso del miedo; paisano
solitario, necesito la promesa
prolongada de tu cuerpo recostado
sobre el sauce. ¡Quieto sauce, que no
muera de frío! Quiero palpar tu espalda
bañada, cascadas amarillas, lluvias
de oro amaneciéndote y, entusiasmado,
recorrerte los espacios en silencio
calmo; encontrarme con tus besos tiernos,
certeros días por venir, tu espalda
sacudiendo mi rabia, ¡que acabe al fin
mi rabia gangrena, enterrada bajo
la luna porfiada de tus caderas,
mariposas esplendentes sobre el muelle!

46
Cubierto estaba su balcón

Demasiado temprano la llamaste


porque para ella era de noche
todavía. Cubierto estaba su
balcón de ajadas enredaderas
sin flor; los pájaros aún dormían,
era un silencio espeso la fuente
del jardín, y la tinta, exhausta, se
iba destiñendo y yacía pálida
sobre ocres manteles sin sustancia,
muebles fantasma y encajonadas
sábanas muertas. Demasiado pronto
para el café estacionado bajo
pilas de decepción y para el verde
demorado en el otoño del árbol.

47
Por la correspondencia de dos pechos

Caminabas por la ciudad, como sin mirar,


(tan solos mis pensamientos y yo). Fluías tus pasos
sin apurarte; altiva, preciada y amada.
Deslizabas el viento perfumado de tu
seducción frente a mi pobre y frágil cuerpo.
Avanzabas mágica, a tu propio ritmo, acaso
percibiéndote princesa. Espié tus pechos
debajo de tu ondeante blusa amarilla,
imaginé cuánto los chupaba, largamente.
Y con esa imagen de pronto murió mi
soledad; mi boca bien dispuesta a tentar.
Duros tus grandiosos pechos, y plenos.

48
Páginas de agua

Reunida suspensión
sobre la ciudad que existe
entre penumbras.
Los pasos rápidos se van
lentificando.
Tiempo detenido en un carrusel
oxidado, que funciona poco y te
das cuenta tarde, bruma y fríos en julios
repetidos. El caballo blanco, gris de
polvo. ¿Pero no fue? No más.
Atolondrada escribís
sobre páginas de agua a la que
no va a responderte.
Te gusta escuchar el silencio, la calma conocida
después de la agitación
y otra vez el camino de tierra naranja.
Una vez más el retorno de lo
mismo: la ligustrina divisoria;
agarrarle las riendas al caballo arisco
(que se está yendo todo el tiempo),
y volver a intentar la unión de lo imposible
en lo suspendido del día
que se acaba.

49
El gato (18 versos alejandrinos o tetradecasílabos)

Enigma infinito y azul, nacido en pupilas


que fueron encendidas desde antaño. Las patas
saben andar en el fuego; se enredan, se libran
y agitan entre telarañas y pendientes.
El pelaje cobrizo se reinventa según
el suelo y teje vidas en deslices nuevos:
existencias suspendidas en muros; humores
agazapados en ronroneos y letargos;
la orientación prendida en bigotes y en
colinas remotas que fueron cubiertas por
nieve; el desentrañamiento difícil de cuevas
sumergidas en la nada; un caminar entre
la oscuridad vislumbrando el pasado en madejas
de cristal. Se echa en la alfombra hundiendo tesoros
y maullando amores dispersos en cofres de
barcos náufragos; entre sirenas y su canto,
entre ermitaños perdiendo la vista en
el secreto opaco y nunca abierto del mar.

50
Todavía la muerte no

La vida, esa
tensión, ese ruido de pájaros
desorientado.
Un hablar tan callado,
los ojos mudos
en el asombro cotidiano.
Los pies descalzos preguntándole
al suelo rígido.
Pasto cambiante, animales
iguales.
Años acomodados, falsamente,
en bolsas de
basura intoxicadas.
Pero, ¿y el placer de seguir
buscando? Barro y agua para jugar
a que es chocolatada. Es domingo,
todavía papá no murió, los
ojos azules y a veces llorosos
como un mar. Pero estamos bien,
no pensamos en eso
y no hay apuro
para nada: dos de
azúcar por favor.

51
Las marcas negras

La esfera del tiempo inquietante,


el roce de bocinas paralizantes, taimado
tiempo congelado en un lago de cartón
giratorio que soporta lo corrosivo de
la unión, lo repelido, lo que
fue abolido muchas veces.
El aglutinamiento de los peces
dorados, las marcas negras en los
plateados lomos de los
surubíes hambrientos,
asesinos, hambrientos del amor.

52
Recuerdo escondido

Todo es muy blanco


en el muelle de Uruguay,
todo se resbala en la rambla tan callada,
tu voz también es blanca y lejana;
los barcos y los pájaros están muy quietos;
tu respiración de pez me habla desde otros
puertos, escondidas escamas bajo el
agua dorada. El cielo de Uruguay
es a veces una planicie vaga con
algunas piedras
que escarban en el alma.

53
Sobre el gris auto impávido

Debo aprender a
quedarme
sin imagen de vos;
soltarte de mi espejo viejo,
empañarte un poco
en el paisaje.
Así, gotita opaca,
fantasma flaco,
de nada sombra,
lágrima que se va corriendo
(apresurada, alma helada)
por el vidrio casi quebrado
del gris auto impávido.

54
Inmersión

Los cuerpos sumergidos en el mar del invierno


tienen algo de tizne violeta, de contraste con la
vida y con el ruido absurdo y
riguroso del mundo
terrícola.

55
Sumergirme

Quiero probar
tu damasco azucarado,
esa densidad suave;
trepar por tu espalda;
rasgarte el vestido,
esa densidad rica.
Nadar en las
miles de gotas semidulces;
respirar un
poco fuera de vos;
sólo un poco. Y así,
esa densidad toda.
Un fuego de burbujas
pleno dentro de mí,
esa gran densidad; volver
a pegarme a vos, a tu
hueco de sol,
valle de sol florido.
A toda tu viscosidad
plena de río
y, a veces, de mar.

56
Olas y hojas

Olas batientes de mi litoral


mecen brotes y hojas en veranos
torrentosos. Fuma tranquilo un
pescador y toma mate en su canoa.

La orilla se tiñe de colores


inmortales. Viviente arenal,
tibio y bohemio. Carpinchos enfáticos,
matizadores de paisajes en
apariencia llanos. Las costas se
entrelazan con bosques densos y,
en la laguna calma, flotan dos
margaritas unidas en el beso
enamorado de ella y él;
en la playa, hojas de sauces los ciñen.

57
Transparentes libros añejos

Estoy existiendo entre libros polvorientos.


Los fantasmas del tiempo son de hablares atentos
y, los humanos presentes, se asumen ausentes.
Los libros viejos poseen experiencias ciertas,

incluyen afectos acuñados en pasados


y engaños entre hermanos sólo de palabra.
¿Qué somos hoy, para qué nuestros días y cuerpos?
En los libros pretéritos están los espejos:

múltiples e inmediatos, abarcan lo que


somos. Y, aun sin conocerlos, aun negándolos,
sobrevienen encuentros a través de sus hojas.
No están hechos de sueños sino de permanencias.

58
Maniático y suprema

Los delirios del arte y el amor tienen caminos


sinuosos, van existiendo en ilusiones vagas;
encendiendo agitaciones maniáticas van
y apagando, acaso, presencias ausentes.

Me empaparé en versos atardecidos, en


azules palabras brillantes, en rimas como
bastiones de esperanza. Así veré amaneceres
nuevos, todo el sol en el centro de la flor.

Los delirios del taimado arte habitaron


mi habitación. El amor, zancadillas punzantes,
me tumbó. La poesía es lo único que,
laboriosa y comprometida, le hace frente.

Maniático yo, celoso y loco, ella me abraza


como lo ha hecho nunca mujer; y, en las madrugadas
de luna llena, extasiados, somos dos que se
mueren de amor. La poesía alta, yo muriendo.

59
Y sin embargo

El musgo en la piedra, pero tus ojos


verdes en el verde lento de nuestra
plaza. Un par de pájaros, pero vos
y yo en imágenes superpuestas.

El horizonte detrás de la casa


compartida, pero tus ojos el
cielo mirando; interviniendo en
los espacios. Las nubes instalándose
en tu alma, en el agua de tus ojos;
en el museo, en el cuadro, en el árbol
de tu cuerpo, de las glicinas mías.

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