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Reflexión acerca de “Nise: el corazón de la locura” de Roberto Berliner

Alejandro Ávila Huerta

Los estudios de la Dra. Da Silveira prueban que el hecho de que una persona no cuente
con -o haya perdido- la capacidad de expresarse verbalmente no implica que carezca de
capacidad de simbolización e incluso de manifestación de ésta mediante otro tipo de
lenguajes, lo que hace a las personas con enfermedades mentales –más allá de seres vivos,
lo cual ya es suficiente para que sean tratados con respeto- seres con la misma complejidad
humana que cualquier otro.
He tenido la fortuna de conocer de cerca una experiencia similar: mi novio da clases
de fotografía a gente con síndrome de down (que, aunque no tienen una enfermedad
mental como los personajes de la película, sí tienen un trastorno que en ciertos casos dificulta
en diferentes grados su comunicación con otras personas), y en un par de exposiciones que
ha organizado he podido constatar esa (re)construcción que para mí es propia del arte. No
se limitan a retratar las cosas tal cual son, ofrecen una visión personal de ellas.
A partir del arte que realizan, me parece que es posible ver una relación, distante pero
clara, entre las personas con enfermedades mentales y los humanos primitivos en el sentido
que Gombrich da a esta palabra: habitantes de una dimensión más cercana al estado
originario, no sólo de la historia de la humanidad, sino del propio ser humano en tanto
buscador de explicaciones a fenómenos complicados de entender en un mundo
desconocido.
Lamentablemente, creo que para reconocer los resultados de un trabajo de este tipo
es necesario saber apreciar antes al arte como proceso representativo e interactivo, algo que
–como sucedió en la misma película- hay gente que no está dispuesta a hacer.
Hace unos quince años, como parte de mi entonces trabajo periodístico, acudí al
hospital psiquiátrico Villa Ocaranza, y aunque efectivamente pude ver que –al menos
entonces- trabajaban con un modelo de puertas abiertas (los clientes ingresaban sólo el
tiempo necesario), las actividades artísticas se limitaban a un mero entretenimiento sin ningún
seguimiento ni objetivo especializado.
Por último, creo que en la película hay una ‘rehabilitación’ tan destacable como la de
los clientes del hospital, aunque menos notoria: la de Lima, un hombre agresivo que, sin haber
trabajado directamente el arte, aprendió a reconocer los sentimientos de otros y a elaborar
las propias después de su contacto con él.

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