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Mari-elle, la moto y la cuarentena

I
Es bien complicado el poliamor… - pensó- tanto o más que la monogamia, que trae aparejada una serie
de vicios y dependencias nada despreciables.
Pero con ella todo le parecía más fácil -y aunque parezca paradójico- la pandemia les ayudó.
Él estaba seguro que había visto esos ojos, de un tono celeste como el que usan para representar la
Nebulosa de Hélice - ("la nebulosa de dios", nombre teológico que ya no sorprende... hasta al Bosson
de Higgs le dicen la partícula de dios)- en alguno de sus extraños y recurrentes sueños.
Le bastó una mirada suya para estar dispuesto a lo que fuera por saber más de ella. Ahora le decía elle
cuando la recordaba.
Va a sonar cliché, aunque no tanto como reconocer que escribo esto lo escribo luego de leer "Canciones
punk para señoritas autodestructivas", pero es como eso que dicen que dijo Cortázar de que el amor es
como "un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”...
Bueno, así la conoció a ella, en un patio, y bastó que sus ojos se cruzaran un instante para sentir como
si le hubieran quebrado una rodilla.
La fiesta transcurrió relativamente normal - si la normalidad es un adjetivo deseable en una fiesta -
excepto porque ella parecía particularmente interesada en él. Ella no era de esta región, ni él tampoco.
Tal vez eso les facilitó cierta complicidad tácita.
Sin esforzarse demasiado, pronto estuvo en su moto recorriendo una agujereada carretera que
atravesaba interminables playas del pacífico tropical atrapadas en medio de un árido bosque seco.
II
Mari-elle: Siento como una derrota cada vez que en mi trabajo me disculpan mis errores y me aprueban
nuevo presupuesto solo porque soy linda... porque mis jefes me desean.
Felipe: Me convierto en mercancía para disfrutar de los objetos de consumo que sacian mi vacío. Hago
de mi piel un lienzo del precio por el que estoy dispuesto a venderme.
Mari-elle: Si yo fuera hombre, pondría orden en medio de todo este caos... mi voz se haría escuchar.
Felipe: Si yo fuera mujer, me burlaría de todos los hombres que me desean pero no merecen siquiera
una mirada mía, les cobraría por cada sonrisa, por cualquier gesto de aprobación.
Mari-elle: Eres muy tonto Felipe, si fueras mujer, tendrías miedo, mucho miedo...
Felipe: Si fueras hombre, serías demasiado bajito, sentirías que tu pene es pequeño, serías pobre o tu
piel sería de color... y nadie te escucharía.
Mari-elle: Si fueras mujer tendrías las caderas demasiado anchas o estrechas, los pechos muy pequeños
o de tamaños disonantes... tendrías estrías en las nalgas... tu piel de un color demasiado oscuro.
Felipe: Lo siento... a veces me escudo en la contradicción y a veces en la coherencia.

III

Llegamos a su casa. Estaba bastante emocionado, no quería arruinar algún detalle, así que intenté
guardar silencio.
Me invitó un trago de un amargo licor de caña típico de ese país. Lo sentí bien culero, pero sonreí. Le
pasé la botella de etiqueta roja, sorbió un soberbio trago y me la devolvió. La encontraba tan hermosa
que no quería defraudarla, no quería que pensara que era un cobarde, un debilucho... ahora me digo que
en realidad ella quería que lo reconociera, que aceptara ante su implacable mirada que me hubiera
vencido casi en cualquier reto físico al que jugáramos.
-¿Puedo poner algo de música?- pregunté para desviar la atención de la bebida. Sonrió, y ese gesto tan
hermoso me hizo sentir que la realidad solo era una excusa para que alguien escribiera algún cuento…
así que me puse a parlotear.
-Me han pasado muchas malas experiencias por el alcohol... y pues no quisiera arruinar este momento...
-¿Cuál momento?- dijo elle mirándome como con maldad.
-Pues conocerte y que estemos aquí en tu casa... de verdad que cuando tomo mucho me pasan cosas
muy vergonzosas.
-No solo a tí, tampoco te creas tan importante...
- Bueno, pero es que yo tomo más de la cuenta con demasiada facilidad - dije para salvar mi ego-.
Cuéntame una historia original, gritó el parlante, como invitándome a hablar de más, como dándole voz
a un deseo inconfeso...
-Hace tiempo salía con una chica. No me gustaba demasiado, pero era muy complaciente conmigo, así
que era muy fácil para mí. Pagaba cuando yo no tenía dinero y por lo general siempre nos arreglábamos
con sexo.
-Eres un zángano- dijo entre risas.
-No, no- me defendí- tampoco ella era una reina... el caso es que una vez me escribió para vernos, pero
yo estaba bebiendo... me agradaba estar con ella, pero no quería follar ese día y presentí que eso era lo
que ella quería... y aún así le dije que llegara al bar donde me encontraba.
Llegó, comenzó a invitarme a más cervezas y a coquetearme, pero yo no me encendía... solo quería
tomar, había traspasado ese umbral etílico en el que seguir tomando se vuelve un imperativo
categórico.
Tomé hasta que cerraron el bar y no me acuerdo de pagar la cuenta… Solo recuerdo ir caminando
abrazado de ella, con una cerveza abierta en una mano y otra cerrada en la bolsa del pantalón.
Lo siguiente que recuerdo es despertar desnudo en una cama mojada de un motel. Había una cerveza y
una bebida preparada con vodka, ambas a medio terminar, sobre una mesita de noche. Al lado estaba
mi teléfono y mi billetera. Mi ropa estaba desperdigada por el suelo. Tomé el teléfono y le escribí,
-Oye, ¿qué pasó anoche? ¿Estás bien?-.
Me respondió cuando solo me faltaba ponerme la camisa.
-Estabas demasiado borracho. Te quitaste a ropa para orinar la cama, y luego te acostaste encima a
dormir. No me dejaste campo y pues tampoco quería dormir así. Por eso me fui... no pude despertarte.
-Qué mierda, lo siento- le dije- ¡Pero al menos pudiste cerrar la puerta!
-Tuve miedo que te pudieras ahogar en vómito, lo siento... también estaba un poco borracha.
Mari-elle me miraba mordisqueándose las uñas.
-Entonces entiendes lo que se siente - me dijo de pronto, poniendo su mano sobre mi rostro, aún con el
dedo meñique algo humedecido de saliva.
Recordé la angustia de esa mañana nuevamente, caminando hacia mi casa tratando de recordar qué
había pasado... embargado por un sentimiento de culpa por haber cometido algún delito que no podía
recordar, ¿la habría violentado borracho? ¿Era yo un monstruo?
-¡Jamás!- me dije ese día-... mi propio machismo me impide agredir a las mujeres.... pero eso no se lo
dije a Mari-elle, sino que besé su mano para apartar mi mirada.
Ella leyó mi gesto y apartó su mano.
IV
El día que conocí lo que se ocultaba tras los gestos formales y las palabras eruditas de Felipe, vino a
tomar café y no cogimos.
No fue tan incómodo como me pareció en ese momento pero entendí que estaba dispuesto a herirme de
maneras muy sutiles solo para saber cómo reaccionaría.
Fueron Luna y Sol, como haciendo un espejo, quienes me revelaron la crueldad felina que se escondía
tras su aparente sumisión canina.
Llegó puntual, como siempre. Traía una bolsa de café conillón, mi favorito, como regalo.
Ya le había presentado semanas antes a Luna y Sol, mis gatas bastardas… zaguate como dicen aquí.
Sol es una angora muy elegante, con un robusto pelaje suave y de un amarillo trucado como el oro. Su
cola, ancha y poblada siempre me recuerda los plumones que usan las nanas para limpiar el polvo.
La adopté siento ya una adulta mayor, con cataratas en los ojos, y una minúscula cría que parecía que
pronto moriría de hambre... la llamé Luna.
Cuando ví ese frágil cuerpecito gris, que parecía que se desgarraba por dentro con cada maullido, no
pude contener el deseo de salvarle la vida y comencé a dejarle sorbos de leche en un platito de
porcelana blanco, de esos en los que sirven la salsa de soya, que me robé una vez salí a comer sushi...
y estaba masoso.
Sol siempre fue muy arisca. No se dejó alzar hasta varios meses después, cuando Luna vivía
prácticamente conmigo, y decidí llevarlas a castrar. Tuve que sedarla, y me sentí culpable por semanas
de haber traicionado su confianza. La veterinaria me dijo que cuando despertó se puso muy agresiva, y
por eso me la devolvió somnolienta y mareada. Acaricié su cabecita durante horas, como para sanarle
un poquito su alma rota.
Desconfiada y hermosa, lidiar con Sol siempre fue algo difícil, pero yo la entiendo, ¿cuántas veces la
patearon o le mataron las crías antes de conocernos? ¿Cuántas veces le ofrecieron comida envenenada?
En cambio Luna se convirtió en una gata consentida desde muy pequeña, se sabía una heredera al trono
y no pocas veces reñía con Sol para ocupar los puestos de privilegio, sentarse en mi silla, comer
primero, o más recientemente, para aparecer en las videollamadas con las que me comunicaba con mi
familia durante los peores días de la cuarentena.
Esa mañana, Luna estaba echada sobre la lavadora, acurrucada sobre el trapo que uso para cubrirla,
creo que es su lugar favorito porque sabe que lavo a lo sumo una vez a la semana, entonces puede pasar
todo el día ahí, sin que nadie la moleste, gozando de una intimidad y una tranquilidad que admiro... que
quisiera para mí.
Felipe entró, y luego de saludarme con un abrazo fue hacia ella y extendió su mano como para tocarla.
Luna respondió con un gesto felino de rabia y pánico, mostrando sus colmillos con el rostro
completamente fruncido, como si fuera a morder de un momento a otro.
Nunca antes la había visto reaccionar así.
Felipe apartó la mano y observó lo evidente. En ese momento no supe si su expresión era sonriente o
conciliadora.
Tampoco le presté demasiada atención a lo que dijo durante la mañana, creo que hubiera disfrutado
mucho más de compartir el silencio.
Así que tomé café fingiendo que escuchaba, y al terminar, Felipe se puso a lavar los platos, entonces
Sol entró a la casa y pasó muy cerca de sus pies, como si no lo hubiera visto.
Él la miró de reojo, Sol sintió su mirada y se alejó un poco como dando un salto, marcando distancia,
como era habitual en ella, pero entonces Felipe la miró como yo nunca lo había visto mirar y extendió
su mano con violencia hasta tomarla entre el lomo y su pata izquierda.
Sol inmediatamente le dio un aguerrido arañazo y se alejó en una carrera.
Felipe sonreía mientras en su mano derecha las marcas en su piel se comenzaron a teñir de rojo.
En los años que tenía Sol conmigo nunca la había visto arañar, pensaba que tenía sus garras atrofiadas o
algo así.
Lárgate, le dije, no quiero verte más.
Quiso disculparse y quedarse para terminar de lavar los trastes. Me limité a repetirle mi diplomática
petición de que se marchara de una vez por todas, mientras contenía el deseo de lanzarle en la cara la
pipa de porcelana que estaba recargando justo en ese mismo momento, e írmele encima para arañarle la
cara hasta dejarlo irreconocible.

Te invito otro trago más, pero no orines mi cama- dijo ella, como recuperando la compostura.
Lo aceptó. Se sentía como un tonto, expuesto, vulnerable, “¿para qué le conté eso? se preguntaba
mientras apuraba la botella con un ímpetu que antes no estaba ahí.
-Eres bien pendejo - le dijo- tienes una cara bonita... por ratos inocente, por ratos perversa... pero a mi
no me engañas, sos alguien que ha hecho llorar a muchas mujeres, Felipe.... y conmigo las vas a pagar
todas - Soltó una risotada de esas que espantan palomas- siempre herimos, hasta cuando intentamos no
hacerlo.
“Hubiera bastado con fingir tomarme un trago y no tomar...” -pensé Felipe.
-Hablas demasiado para ser alguien que presume de tanta inteligencia- me dijo al oído- No creo en el
poder: vivo entre piratas.

VI
Quiero ser tuyo para darte todo el placer que puedas soportar.
Tu presencia es como un hechizo. Como si fueras una persona diferente cada día, pero en el mismo
cuerpo, o uno tan parecido, que es imposible dudar que seas la misma persona.
Eres bastante esquiva y a veces me fastidia un poco tus inexplicables cambios de humor, pero apenas te
miro todo eso queda en una especie de limbo irrelevante e inocuo.
Y quiero que seas mía.
Quiero poder besarte y abrazarte a mi antojo, sentir tu calor de tu espalda... y la humedad de tu sexo en
mi vientre por las noches... por las mañanas...
Me imagino siendo un pintor como Da Vinci, inmortalizándote en un cuadro famoso... siendo un
escritor, con el don de una palabra implacable e incuestionable, que te dedica inmortales odas, siendo
un fotógrafo sensible que inmortaliza tu expresión en un instante maravilloso, un músico con oído
absoluto para tu genialidad... un tatuador talentoso marcándote la piel para que todos sepan que eres
mía, que te poseo en la intimidad y en la distancia…

VII

Te voy a dar el zorra tour- me dijo-.


Subí a su motocicleta y salimos en dirección oeste, como buscando el Océano Pacífico. Anochecía.
Ella conducía con una parsimonia deliciosa. Mis manos entrecruzaban su pequeña cintura, su abdomen
plano y duro. Su aroma se me hizo indescifrable.
Traía un octavo de jamaiquina y una boleta. Quería fumar con ella porque la primera vez que nos vimos
andaba nada y me sentí como un tonto. Sentí que esta era mi oportunidad de mostrarle que no era un
torpe y cobarde parlanchín que nunca había probado las drogas, que nunca había amanecido oliendo
perico, o alucinado durante horas con un cuadro de ácido, o bailado durante dos días bajo el influjo de
unas tachas disueltas en agua, o haber perdido la consciencia esnifando fentanilo en el baño de algún
antro...
Llegamos a una playa con árboles de avellana al borde de la costa, dejamos la motocicleta y los zapatos
tras los árboles y nos sentamos a mirar el atardecer.
Me gusta ese rojo del que se tiñe el cielo- dije mientras sacaba la mota.
Es anaranjado, Felipe, vos siempre tan iluso -respondió elle.
Le pedí que enrolara, un poco invadido por una paralizante ansiedad, un poco pensativo en que ella se
sintiera segura de que no la quería drogar.
Fumamos.
Anocheció.
Nos besamos.
Toqué sus pechos.
-Levántate- me dijo de pronto.
-¿Qué?- le respondí frunciendo el ceño.
-¡Que te levantes weón!- dijo implacable.
Me levanté algo confundido. Mis pies se hundieron levemente en la arena.
-Quiero ser tu víctima sexual - me dijo- sacó una revolver semiautomático y me apunto a la frente.
Sentí un miedo profundo que jamás había experimentado en mi vida. Primero fue un vacío vertiginoso
en mis entrañas y luego un estremecimiento que recorrió toda mi piel hasta dejarme fríos los pies y las
manos.
Atrás sentí el bosque seco completamente oculto tras la oscuridad de la noche y al frente vi su silueta,
ahora devenida en la de una sucubo, rodeada por la aureola brillante de una luna que la había
convertido de pronto en una mujer lobo... en el fondo se oía el constante golpeteo de las olas contra la
arena, azotándola, castigándola como una salina inquisidora.
Se aproximó hacia mí sin bajar el arma. Yo estaba congelado... ¿podía ser una broma?.
Sentí el frío metálico del cañón en mi frente, bajar por mi nariz y detenerse en mi boca, penetrando mis
labios hasta chocar con mis dientes, luego la movió por mi mejilla izquierda, untándome de mi propia
saliva, hasta llegar a mi oreja izquierda... y de pronto... una explosión ensordecedora que me hizo caer
al suelo de rodillas, acercar la cabeza hacia ellas lo máximo que me permitió el cuerpo, y llevarme las
manos a la cabeza con los codos en la cintura, como en una posición cuasi-fetal.
No vi nada por un instante, todo era oscuridad y confusión... no sé si tenía los ojos abiertos o
cerrados... solo sentía un dolor sórdido en mi cabeza, interno, como poseído por un ruido atronador y
desequilibrante... como si mi cabeza fuera una campana y el badajo me hubiera resquebrajado en uno
de sus violentos choques.
Me llevé la mano izquierda a los ojos y no ví sangre... ya veía, sí, estaba vivo, y no estaba sangrando.
Levanté la mirada. La vi riéndose... una aguda vibración seguía dentro de mi cabeza. Me miró y me
tendió una mano... sentí nuevamente un estremecimiento pero acepté el gesto y me levanté con su
ayuda.
Me miró con una sonrisa indescifrable. Ya no tenía el arma en ninguna de sus manos. Quise decir algo
pero sentí los dedos de una de sus manos recorriendo mi pecho y otra acariciando mi entrepierna, se
acercó un poco más y sentí el calor de su cuerpo, primero por el suave contacto de sus pechos contra
mis costillas, y luego de su mejilla contra la mía, mientras recorría mi espalda con la otra de sus manos.
Percibí su olor, era como de una fragancia violeta que me hizo entrecerrar los ojos y sentir de nuevo el
chillido atronador en mi cabeza.
Levanté los brazos como en una reacción de pánico ante un insecto que de pronto se nos sube al
cuerpo, quise apartarla tomando su cabeza con mis manos, pero no pude... empecé a acariciar su
cabeza, sus cabellos cortos... Quise reaccionar, pero ya no estaba frente a mí,
Estaba de rodillas, haciéndome una felación... y ni siquiera me había dado cuenta.

VIII
Han sido los mejores meses que he pasado siendo monógama... pero ya no existe cuarentena, el covid
se volvió más un eslogan que un virus. Sí, muere gente todos los días, pero ya no hay restricciones, las
fronteras están abiertas, igual que los bares, restaurantes y los comercios.
Podría morir yo cualquier día de estos... en el fondo soy como una mosca, solo vivo 24 horas... quien
despierta en mi cama no es la misma persona que se acuesta en ella, y tienes que entenderlo, he vivido
así desde mucho antes de conocerte.. y me gustas, incluso creo que te quiero... pero no me pidas que
esté solo contigo, el mundo es muy grande y la vida muy corta.
Cada momento contigo ha sido maravilloso y te agradezco todas tus atenciones... casi ni pareces
hombre…
IX
Llegó en la motocicleta hasta su casa, se quitó el casco negro y fue hacia él.
Soñé contigo - le dijo Felipe recibiéndola de forma desesperada- estoy muy feliz de verte.
Mari-elle lucía un vestido negro con círculos morados y zapatos deportivos. En la silueta de sus
hombros se marcaba la pálida tira del sostén por el influjo del sol y en su muslo derecho pudo ver un
escorpión tatuado en tinta azul.
Fue como una puñalada.
Sintió un arrebato estremecedor como la primera vez que ella lo llevó en su motocicleta a la playa. Se
había tatuado sin siquiera mencionarle sus planes... le había entregado a alguien más el privilegio de
escribir en su cuerpo para el resto de la vida.
-¿Nunca sientes celos?- dijo él con frialdad absoluta.
-Sí, respondió ella, cuando pienso en que vos tenés 5 semanas de vacaciones y yo solo una... solo por
ser latinoamericana.
-Quiero que seamos novios- dijo él.
-¿Y eso qué significa?- le respondió ella.
-No sé... que no folles con nadie más que yo conozca- dijo él con la garganta congestionada.
-Lo siento- respondió Mari-elle- pero la cuarentena ya terminó – y, como aprovechando los argumentos
que ya había ensayado, concluyó- y si tu amor me impone esos límites, entonces no es amor.

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