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Estanislao Zuleta(*)
Presentación general
(*)
Se reproduce aquí una conferencia pronunciada por Estanislao Zuleta entre los días 21 y 28 de agosto de
1976, como parte de un curso de filosofía ofrecido en la Universidad del Valle, en Cali, entre el 6 de febrero y el
2 de octubre de 1976. El objetivo del curso, según el propio Zuleta, era hacer una presentación de la lógica no
como el estudio “ocioso” de operaciones abstractas, sino como un indispensable instrumento de crítica en
tiempos de crisis.
El lector notará inmediatamente que se trata más de una lección oral que de un texto escrito para la publicación.
De hecho, así fue, pues lo que aquí se reproduce es la reconstrucción de la conferencia hecha por los editores de
la Fundación Estanislao Zuleta a partir de apuntes tomados por algunos de los asistentes. Los propios editores,
al comienzo del texto, ponen la siguiente nota: “Sólo fue posible conseguir las charlas de los días 21 y 28 de
agosto y 2 de octubre de 1976. Es probable que durante el mes de septiembre de ese año el curso haya
continuado. Esperamos que un lector que haya conservado el curso completo lo remita a la Fundación Estanislao
Zuleta para publicarlo completo en una próxima edición”.
Dicha conferencia está publicada como la “Lección diez y ocho” en el libro de Estanislao Zuleta Lógica y crítica
(Medellín, Hombre Nuevo Editores y Fundación Estanislao Zuleta, 2003, pp. 223-239). Aunque Zuleta usaba la
edición de las obras de Aristóteles de Aguilar, la única disponible en su momento, en la presente transcripción
se ha utilizado la edición de las Refutaciones sofísticas de Aristóteles de Editorial Gredos, por considerarla una
versión mucho más confiable.
La transcripción del texto es de Diego Antonio Pineda R., Profesor Asociado de la Facultad de Filosofía de la
Pontificia Universidad Javeriana, y es exclusivamente para el uso de sus alumnos de la cátedra de Aristóteles.
Para facilitar la citación, se indican (en negrilla y entre corchetes) las páginas de la versión antes mencionada.
Este material está protegido por las leyes de derechos de autor. Dicha ley permite hacer uso de él para
fines exclusivamente académicos y de carácter personal. No se debe reproducir por ningún medio
electrónico o mecánico, para ser distribuido con fines comerciales. Es un material de estudio personal. Si
quiere, puede imprimirlo para su uso exclusivo, pero en ningún caso hacerle modificaciones. Si usted desea
citarlo, debe confrontar el texto original de donde fue tomado. Toda reproducción de él con fines de más
amplia difusión (libros, revistas, manuales universitarios, etc.) debe hacerse con autorización, por escrito,
de los titulares de los derechos correspondientes.
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demasiado simples como para que uno se preocupe por su contenido. Lo que pretende
mostrar en realidad es el modelo de un error que se puede encontrar en muchísimos otros
discursos, igualmente simples o, a veces, en apariencia, muy sabios.
Como el título mismo lo dice, toma sus ejemplos de los sofistas, personajes que tanto
preocuparon a su maestro Platón y que sostenían que todo podía ser demostrado o refutado.
Sabemos por los Diálogos de Platón -especialmente Teeteto, el Sofista, Protágoras o
Gorgias, en los que se dirige a ellos directamente- que los sofistas llevaron hasta sus
últimas consecuencias la teoría [224] de que toda verdad es relativa, hasta el punto -puesto
que, al fin y al cabo, eran bastante consecuentes a su modo- de negar el concepto mismo de
verdad -como en Protágoras- y de reemplazarlo por el concepto de verosimilitud: no hay
nada verdadero, sólo hay casos verosímiles.
Aristóteles no respondió a los sofistas a la manera platónica, como está
especialmente expuesto en Teeteto, sino que dio una respuesta en cierto modo mucho más
sistemática y más pormenorizada que la de Platón. Mostró que todos los casos de la
argumentación sofística provienen de vicios específicos del razonamiento, que pueden
estudiarse, tematizarse y clasificarse. Por ello Argumentos Sofísticos (y en esto consiste
precisamente su importancia) no es un libro particular de la historia de la filosofía, cuyo
objeto sea el fenómeno de los sofistas en la antigua Grecia. Es un libro que nos incumbe a
todos, incluido Aristóteles, en la medida en que razonamos imperfectamente.
Aristóteles fue el primer pensador en la historia de la humanidad que desarrolló
claramente los procesos racionales básicos que guían el desarrollo de las matemáticas y en
general de todas las ciencias. La ciencia hasta ese momento existía como geometría o como
matemática en general, fundamentalmente, pero no estaba claramente tematizada. Lo que
Aristóteles se propuso fue saber qué se hace cuando se afirma una proposición verdadera y
desarrollar todas las fórmulas que, en el sentido lógico, podríamos considerar necesarias
para ello. En este sentido la posición de Aristóteles es única en la historia de la filosofía y
probablemente no es superable.
Aristóteles fue tan lejos en la lógica que sus dieciséis proposiciones se pueden
mejorar en cuanto a la formulación para llegar a desarrollos simbólicos más abstractos que
los suyos, como hace la lógica o la matemática moderna, o la teoría de los conjuntos; pero ni
la matemática moderna ni la teoría de conjuntos, como dice Bertrand Russell, han agregado
una proposición nueva a las dieciséis de Aristóteles. Kant decía que en la lógica no se había
podido dar un paso más allá de Aristóteles. Y lo que se podía decir en el siglo XVIII se
puede repetir en el XX. Esto no quiere decir que no se haya avanzado en la lógica, sino que
los avances no constituyen más que nuevas tematizaciones, no nuevas formulaciones
paradigmáticas.
El avance en la lógica no erradica la posición aristotélica como falsa sino que la
delimita en su alcance y la precisa en su conceptualización. No podemos pensar, como
algunos se imaginan, que [225] con la física moderna o con la moderna teoría matemática,
quedaría refutada la geometría de Euclides y cosas por el estilo. La geometría de Euclides
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La anfibología
1
El término fue posteriormente retomado y desarrollado por Kant y entre los modernos, por algunos marxistas
como Rancière y Althusser (Nota sobre la base de una observación del autor).
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conjunto de lo que cada uno es. En esta segunda definición evidentemente el concepto es
otro, aunque el término sigue siendo el mismo.
El término “libertad” podría definirse como aquello que las posibilidades objetivas no
impiden que se realice. Esta definición no tiene nada que ver con una teoría del libre
albedrío, ni hace referencia a la causalidad porque, evidentemente, todos los posibles están
determinados. Uno puede oscilar, ampliar y manipular el término y producir anfibologías en
serie, llegando a una formulación similar a la que figura en el pensamiento liberal: libre es lo
que no está prohibido por la ley o por la policía; todos los ciudadanos son libres de elegir y
ser elegidos, porque la [228] ley no se los prohíbe. En este empleo el término llega a su
restricción máxima, pero muchas veces no se lo define ni se precisa que se trata de una
relación exclusiva con una coacción específica.
Otro término que todos defienden, y con el que también se construyen anfibologías,
es el de justicia. Puede emplearse en un sentido muy restringido, cuando se alude a un
tratamiento igualitario. En este enfoque se dice que la ley es la misma para todos o que -no
sin acierto, por desgracia- “la justicia es ciega”, y en la alegoría aparece, efectivamente,
como una diosa vendada. Al respecto Marx recordaba que el derecho consiste en otorgar un
tratamiento igual a individuos desiguales; así mismo es muy conocida la expresión de Anatole
France para referirse a que la justicia y la ley son las mismas para todos: “queda prohibido a
ricos y a pobres dormir bajo los puentes”.
Es posible también otro concepto de justicia, en el sentido inverso al de tratamiento
igualitario, cuando se refiere a un tratamiento discriminado: cada persona debe ser juzgada
de acuerdo a su situación y a sus necesidades particulares. Desde otra perspectiva del
concepto, no falta el penalista que llama justicia a una especie de venganza colectiva cuando
trata de defender la represión social institucionalizada del delito.
Entre los marxistas también se pueden encontrar casos muy notables de
anfibologías. Rancière2 muestra, por ejemplo, cómo el mismo Marx cometió anfibologías en
algunas obras de su juventud. El concepto de “obrero” es utilizado en algunos textos en un
sentido nítidamente económico para referirse a quien carece de medios de producción y
vende su fuerza de trabajo por un salario. Pero, en el mismo contexto, la palabra “obrero”
hace alusión al creador, al productor y al hombre en general. Posteriormente -sobre todo en
sus obras de madurez-, Marx resultó ser uno de los más finos detectores de anfibologías.
En la moderna crítica marxista, así como en la crítica que hace Kant de las pruebas de la
existencia de Dios, se emplea con mucha frecuencia el criterio de la búsqueda de
2
Ver Rancière, Jacques: “El concepto de crítica y la crítica de la economía política desde los ‘Manuscritos’ de
1844 a ‘El Capital’”, en particular el acápite 3, “La anfibología y su fundamento”, en el cual el autor estudia las
anfibologías que aparecen en Marx: obrero/ hombre, del valor, del cambio. En Rancière, Macherey y Establet:
Lectura de “El Cap¡tal”, Editorial La Oveja Negra y Editorial Zeta Limitada, Medellín, 1971, pp. 27-36.
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3
Remitimos al lector a “La anfibología de los conceptos de reflexión”, Apéndice a la Analítica Transcendental, en
Kant: Crítica de la razón pura, Alfaguara, México, 1994, pp. 276-296.
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Otro problema lógico que Aristóteles desarrolla con bastante detenimiento es el del
accidente4. Puede describirse el problema apelando a una de las formulaciones esenciales de
la lógica, que plantea que dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí. Sin embargo,
es necesario precisar en qué sentido son iguales: si en el accidente o en lo que constituye su
esencia; porque, como observa Aristóteles en sus múltiples ejemplos sobre este tema, dos
cosas pueden ser iguales entre sí sólo en el accidente, pero no necesariamente en su
esencia. Por ejemplo, si el cisne es blanco [232] y la nieve es blanca, no se deduce ni mucho
menos que el cisne sea equiparable a la nieve. La blancura es un accidente. Por lo tanto, hay
que demostrar que aquello que es igual no es un accidente, sino que hace parte de la
esencia5.
Este tipo de error podría considerarse como una argumentación burda, y
ejemplificarse de muy variadas maneras. En un discurso político un dirigente conservador
de Marinilla decía: “Azul es el cielo y el cielo es bueno; azul es el manto inmaculado de María
Virgen y María Virgen es buena; y azul es la bandera del Partido Conservador y el Partido
Conservador es bueno”. El político era un perito en la demostración por el accidente. El
ejemplo –tan bueno como el de los sofistas griegos- es muy interesante, porque, refinándolo
un poco, puede ilustrar el verdadero problema lógico de este tipo de argumentación:
presentar la analogía como identidad. En este caso la analogía es muy lejana, pero podría ser
un poco más cercana y más difícil de distinguir. Probablemente, si el dirigente conservador
se hubiera llamado Pedro Rojo y su argumentación hubiese sido positivamente entendida,
entonces nadie habría votado por él, porque, siguiendo con la analogía, el rojo sería malo6.
Este argumento sofístico conduce a una forma muy corriente de argumentar, como
es la discusión casuística. A una proposición conceptual se responde con casos que parecen
refutarla, pero sin haber demostrado si lo que el caso describe se refiere a algo esencial o
accidental. Cuando los hombres de ciencia presentan una proposición de validez general se
les argumenta muchas veces con casuística. Es necesario mostrar si aquello [233] escogido
para rebatir al otro hace parte de la discusión, o si, por el contrario, hace parte, pero en el
sentido opuesto al que se estaba definiendo.
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Si, pues, no hay razonamiento del accidente, no se produce refutación. En efecto, si, existiendo tales cosas, es
necesario que exista ésta, y ésta es blanca, no será necesariamente blanca por el razonamiento” (168a 37-40).
5
Aristóteles también propone esta formulación: “Y, si el triángulo tiene sus ángulos equivalentes a dos rectos, y
se da accidentalmente en él ser una figura, o una cosa primordial, o un principio, no será aquello por ser figura,
cosa primordial o principio, pues la demostración no es en cuanto figura ni en cuanto cosa primordial, sino en
cuanto triángulo” (168b 1-4).
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Aristóteles indica que también a los hombres de ciencia se les rebate continuamente aplicándoles el argumento
del accidente: “De modo que, si la refutación es un razonamiento, la refutación por accidente no lo será. Pero, en
función de esto, también los expertos en una técnica y, en general, los entendidos son refutados por los no
entendidos, pues construyen accidentalmente razonamientos contra los que saben; mientras que estos últimos, si
no pueden hacer una distinción, o bien conceden al ser preguntados, o bien, sin conceder, creen que han
concedido” (168b 4-10).
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7
Dice Aristóteles al comienzo del capítulo 7: “El error se origina, en unos casos, en función de la homonimia y el
enunciado, al no ser uno capaz de distinguir lo que se dice de muchas maneras (en efecto, en algunas cosas no es
fácil dividirlas, v.g.: lo uno, lo que es y lo idéntico)” (169a 22-25).
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La refutación y la demostración
A partir de su teoría de las causas, que es el punto que menos desarrolla en este
texto –porque lo hace en la Física, y luego en la Metafísica-, Aristóteles encuentra otras
implicaciones de la perversión del razonamiento. En la Física había expuesto seis tipos de
causas; luego, con mucha pertinencia, los redujo a cuatro: la causa material, la causa
eficiente, la causa formal y la causa final. La filosofía, a partir de Aristóteles y durante un
largo período, ha tratado de desarrollar el tema. Schopenhauer escribió Sobre la cuádruple
raíz del principio de razón suficiente, que es una nueva meditación sobre las cuatro causas
de Aristóteles; y Heidegger, en un notabilísimo texto que se llama “De la esencia del
fundamento”, realiza otra meditación sobre el mismo tema.
La suposición de Aristóteles es que todo objeto, en principio, puede tener cuatro
causas que den cuenta o razón de su existencia. De manera rápida y sencilla podríamos
decirlo con un ejemplo. Si tomamos un vaso, podemos considerar que la causa material es el
vidrio, es decir, aquello de que está hecho; la causa eficiente es el trabajo o las
transformaciones que experimenta la materia prima; la causa final es el propósito de hacer
un vaso, o sea la intencionalidad de todos los que colaboran en ese proceso; y la causa
formal es la idea de vaso que, según Aristóteles, precede la acción y la guía, puesto que
todos los procedimientos están orientados a que se adecúe una materia prima a [238] una
idea, en este caso a la forma vaso que, en la mente del que lo elabora, precede a su
existencia.
Como se puede ver claramente, las cuatro causas en su conjunto sólo son aplicables a
productos del trabajo, porque, si se aplican a los procesos de la naturaleza, se pasa a la
postulación de que una idea en la mente de un Dios creador precede a la existencia del
Universo, es decir, a la afirmación de una intención creadora. Si no se quiere caer en la
teología, entonces, hay que reducir la causalidad sólo a las formas eficientes y materiales,
que son las que se presentan efectivamente en la naturaleza. Sin embargo, el problema de la
teoría de las causas no radica en que éstas puedan ser abolidas o dislocadas, sino en que,
desde diversas perspectivas modernas, se pueda estudiar su sobredeterminación.
Una concepción marxista le aportaría a la teoría de las cuatro causas la idea de una
determinación estructural de carácter social. Puede sostenerse que la causa material de un
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vaso es el vidrio, pero esto sólo es explicable dentro de un determinado grado de desarrollo
de la técnica; no es universalmente válido que un vaso tenga que ser de vidrio, ni la decisión
de que así sea hace parte de la esencia de la economía en una determinada fase; podría ser,
por ejemplo, de un cristal muy fino, aunque la oferta quedaría restringida a un pequeño
sector. El tipo de trabajo que produce el vaso, su causa eficiente, está determinado por
unas condiciones sociales de producción que pueden variar de un contexto a otro: podría ser
un trabajo artesanal, industrial, o relativamente automatizado, etc.
El propósito, la causa final, depende de las razones por las cuales se desea hacer un
vaso; puede ser porque se requiere una oferta para la acumulación del capital, o porque se
desea como un simple medio de consumo, como sería el caso en una tribu primitiva, etc. Y la
idea misma de vaso, su causa formal, también depende de la organización técnica de la
sociedad. De esta manera vemos cómo, de acuerdo con la concepción marxista, las cuatro
causas siguen operando, pero teniendo en cuenta su sobredeterminación social. Desde una
visión psicoanalítica, por ejemplo, no bastaría con entender la causa final como un motivo
irreductible, sino que habría que entenderla como algo que debe a su vez ser explicado,
preguntándose cuáles son las causas de esa intención.
Aunque la teoría de las causas puede ser relativizada por enfoques modernos, lo
interesante en la formulación de Aristóteles [239] es la búsqueda de la causalidad o de la
razón suficiente para la explicación de cualquier objeto. El problema consiste en la
necesidad de prevenirse contra la causalidad deficiente, es decir, contra la explicación de
un fenómeno a partir de lo que simplemente hace parte de sus condiciones de existencia. Si
decimos que un individuo se mató tirándose del décimo piso de un edificio, no podemos
afirmar que murió a causa de la ley de la gravedad, porque, aunque naturalmente es una de
las condiciones de existencia de lo que ocurrió, no es una razón suficiente para explicar el
suicidio.
El otro principio de Aristóteles consiste en buscar la causalidad suficiente sin caer
en una tautología, caso en el que se hace pasar por explicación lo que sólo es una definición
de aquello que se pretende explicar. En economía podemos encontrar toda clase de
ejemplos. Ante la pregunta sobre las causas de la inflación en un país, alguien podría
responder que se debe al aumento de la circulación de la moneda frente al número de
mercancías, razón por la cual éstas se ponen más caras; y, si luego se le pregunta qué es la
inflación, responde exactamente lo mismo; de lo que se concluye, entonces, que la inflación
fue producida por la inflación. Incluso en El Capital se encuentran muchos ejemplos en que
Marx utiliza la explicación insuficiente, que no es más que una tautología.
Otro caso muy frecuente ocurre cuando, desde la formulación de una pregunta, se
pretende imponer un juicio sobre el tema en cuestión, de manera que, de antemano, ya se
tiene una respuesta. Quien ingrese en una discusión con la pregunta “¿quién hizo el mundo?”,
sin criticar primero la forma como ha sido formulada, ya está aceptando de antemano el
supuesto de que el mundo fue hecho por alguien. La pregunta, pues, ya incluye la respuesta.
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La ideología alemana, uno de los textos más interesantes del joven Marx, comienza
precisamente criticando a los ideólogos alemanes porque no sólo se equivocan en las
respuestas dadas a las preguntas que ellos mismos se formulan, sino que, además, elaboran
de manera errada las preguntas. Marx, en El Capital, consideraba a Aristóteles como el
pensador más importante de la antigüedad; así mismo, en la Crítica del programa de Gotha,
es evidente la influencia de Aristóteles en la operación crítica propia de Marx, quien, por lo
demás, estaba muy contento de reconocerla.