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Aristóteles (384-322 a. C.

)
Retórica y Poética
José Antonio Hernández Guerrero
María del Carmen García Tejera

OBRAS

Aunque sin olvidar los precedentes ya indicados, se considera a Aristóteles como el fundador de la
Retórica, tal y como ha llegado hasta nuestros días. Igual ocurre en el ámbito de la Poética: Aristóteles
es el primer autor occidental que concede autonomía a la Poesía (Literatura), al definirla como
manifestación artística que se diferencia de otras -música, pintura...- por el instrumento peculiar que
emplea en sus creaciones: la lengua.

Aristóteles y la Retórica

Algunos autores clásicos -por ejemplo, Filodemo o Cicerón- afirman que Aristóteles inició sus estudios
retóricos como reacción a las enseñanzas de Isócrates (Kennedy, 1963: 190). Nosotros opinamos que,
aunque es cierto que en su juventud participó en la polémica de la Academia frente a la Retórica de
Isócrates se puede observar, ya desde el comienzo de su actividad docente, una actitud propia algo
diferente de la de su maestro Platón.

El diálogo Grilo subtitulado Sobre la Retórica, del que sólo se conservan algunos fragmentos, adopta
una posición análoga a la del Gorgias platónico donde, como hemos dicho anteriormente, se defiende
que la Retórica no es un arte, sino una habilidad práctica, empeiría. Aristóteles no está de acuerdo, sin
embargo, con la mayoría de las afirmaciones formuladas en este diálogo de Platón como, por ejemplo,
que el objeto exclusivo de la Retórica sea la opinión y no la verdad, y que su objetivo sea proporcionar
una téchne que sólo busca agradar a los oyentes mediante el abuso de los recursos sentimentales del
éthos del páthos.

Si inicialmente Aristóteles, frente a las teorías de los sofistas, se identificó con algunas de las enseñanzas
de Platón, pronto defendió ideas contrarias a las de su maestro, y proclamó que la Retórica era una
verdadera ciencia y una epistéme. Uno de los propósitos de Aristóteles al componer su Retórica, que
parte del Gorgias y del Fedro platónicos, fue contrarrestar la baja estimación a la que, tras los juicios de
su profesor, había llegado. Aristóteles abrió una escuela de Retórica en competencia con la de Isócrates,
cuando aún era alumno de la Academia de Platón, y es probable que el texto aristotélico sea una
colección de apuntes de clase recogidos y publicados por los alumnos, después de su muerte.

En sus obras Tópicos y Refutaciones Sofísticas, ya ofrece razones en favor de las «opiniones» sobre
aquellos hechos que, por su carácter cualitativo, no admiten valoraciones de cálculo, de medida o de
peso. Aristóteles supera así los antagonismos de la filosofía griega anterior a él, y elabora una síntesis
entre las nociones de logos, éthos y páthos. Recordemos que, según Platón, el filósofo debe evitar
argumentar apoyándose en la «opinión». Aristóteles, por el contrario, defiende que la «opinión», objeto
de la Retórica, no es una mera sombra deformante de la verdad, sino una verdadera manifestación de la
realidad.

Aristóteles, siguiendo a Platón, distingue entre los razonamientos «apodícticos» y los «dialécticos». Los
primeros pertenecen al ámbito de la «verdad», y de ellos se ocupan los filósofos; los segundos están
dentro del terreno de las opiniones sobre las que discuten los retóricos. En los Tópicos distingue la
«demostración», que parte de premisas ciertas, y el «razonamiento dialéctico», que se apoya en
opiniones comúnmente admitidas.

Los tres libros de la «Retórica»

La Retórica aristotélica -conjunto de nociones estéticas, literarias, lógicas, psicológicas y éticas- consta
de tres libros: el primero, tras la introducción, trata de los conocimientos y de las técnicas del orador; el
segundo describe las pasiones y los sentimientos del oyente; el tercero se ocupa de la elaboración y de
las propiedades del discurso. Este es también el objeto de su libro perdido titulado Theodectea y,
naturalmente, a él dedica diversos capítulos en su Poética.

La sistematización aristotélica de la Retórica abarca una «teoría de la argumentación», el eje principal


que la articula con la lógica demostrativa y con la filosofía [...], una «teoría de la elocución» y una
«teoría de la composición del discurso» (Ricoeur, 1977: 15).

A nuestro juicio, el siguiente esquema de Murphy es uno de los que mejor resumen el contenido de la
Retórica aristotélica: Introducción (I, 1-3), Premisas materiales (I, 4-11,19), Formas de los argumentos
(II, 20-25), Lenguaje para la presentación de las pruebas (Estilo) (III, 1-12) y Ordenación de las pruebas
(III, 13-19) (Murphy, ed., 1983). Siguiendo a González Bedoya (1990, I), podemos decir que la Retórica
aristotélica es, en el libro I, una teoría lógica de los argumentos objetivos; en el libro II, una psicagogía,
es decir, una teoría de los argumentos subjetivos y morales; y en el libro III, una teoría literaria de la
elocución. Alfonso Reyes (1961) reduce el objeto de la Retórica a dos temas fundamentales: el
semántico o de asunto, que constituye un método mental de la persuasión, y el formal o agencia oratoria,
que consiste en un método del bien decir.

Aristóteles no admite la acusación de que los retóricos están más interesados por las palabras que por
sus contenidos referenciales y, en consecuencia, dedica parte de los dos primeros libros a explicar los
procedimientos mediante los cuales se pueden hallar argumentos. Abstrae los principios y las normas de
la práctica oratoria e intenta mostrar que la Retórica no es, como Platón afirmaba, un mero «truco», sino
un verdadero «arte», una disciplina sistemática que puede guiar a los hombres en el hallazgo de medios
y de instrumentos adecuados para la consecución de fines nobles y de decisiones justas.

En el capítulo segundo ofrece la siguiente definición de Retórica:

La Retórica es la facultad de considerar en cada caso lo que sirve para persuadir, este objeto no lo
comparte con ningún otro «arte», ya que cada una de las demás disciplinas abarca sólo la enseñanza y la
persuasión sobre un objeto específico, como la medicina que trata sobre la salud y sobre la enfermedad,
y la geometría sobre las propiedades de las magnitudes, y la aritmética sobre el número, y, de modo
semejante, las restantes artes y ciencias; la Retórica se ocupa, por el contrario, de cualquier cosa dada,
por así decirlo, parece que es capaz de considerar los medios persuasivos en general, por eso decimos
que no limita su estudio a ningún género específico (Retórica, 1355, b, 23-35).
Como advierte J. Berrio (1983: 23), Aristóteles fue el primero que «la caracterizó [a la Retórica], definió
y completó definitivamente [...]; el sistema aristotélico posiblemente es, aún hoy, el mejor tratado de
retórica de que disponemos. Aristóteles ve la Retórica como una disciplina paralela a la Dialéctica,
estando las dos estrechamente relacionadas, a diferencia de lo que ocurría con Platón».

Según Aristóteles, la Retórica es una téchne, un «arte», un conjunto de pautas que orienta la actividad
creativa. Explica este concepto en la Ética a Nicómaco:

La técnica siempre se refiere a la producción. Elaborar una técnica es buscar especulativamente los
medios de producir una de las cosas que pueden indiferentemente ser o no ser, y cuyo origen esté en el
agente creador, no en el objeto creado. Efectivamente, no hay técnica en o para las cosas que existen o
son producidas necesariamente, como tampoco para las que se producen naturalmente (VI, a: 1140, 6 y
ss.).

Aunque Aristóteles establece ciertas limitaciones, el objeto de su Retórica es todo asunto humano.

Como ha indicado Díaz Tejera (López Férez [ed.], 1988: 727), la función de la Retórica aristotélica,
cuya unidad de contenido es bastante clara, su meta, no es persuadir, sino facilitar los medios de
persuasión adecuados a cualquier argumento. La Retórica orienta en la búsqueda y hallazgo de medios
de persuasión sobre cada asunto. Estos medios dependen de cada uno de los tres factores de la
comunicación: el éthos del orador, el páthos del oyente, y el discurso.

La probabilidad

Una de las peculiaridades de la Retórica aristotélica, y el fundamento de la mayoría de sus


contribuciones al «arte» oratoria, es su valoración positiva de la «probabilidad». Aristóteles es
consciente de que, de hecho, el conocimiento humano se basa más veces en las opiniones fundadas que
en las verdades demostrables, objeto de la Lógica: los hombres «creen» más que «saben». Aristóteles
tuvo conciencia de que la «fe» es, de ordinario, el más alto grado de certeza posible en los asuntos
cotidianos del hombre.

Las verdades universales, afirma, raramente son aplicables a los asuntos contingentes humanos, y no
siempre son verificables empíricamente. En este ámbito de conocimientos se incluyen la Dialéctica y la
Retórica. Las dos disciplinas se basan en verdades probables o verosímiles, y ambas tienen un objeto
general.

La Dialéctica se dirige directamente a la razón considerada de forma aislada, estudia los argumentos en
sí mismos, y la Retórica se orienta a la razón en cuanto es influenciable por las pasiones: trata de los
argumentos en relación con el éthos del orador y con el páthos del auditorio.

Las pruebas

La persuasión se obtiene por unos medios «suasorios» a los que da el nombre de «pruebas». Pueden ser
técnicos o extratécnicos. Los primeros son los testimonios y las confesiones. Los segundos -leyes,
contratos, testigos, torturas y juramentos- se refieren siempre al pasado, a sucesos ya acontecidos y
conocidos, cuyas circunstancias se deben establecer. Los medios técnicos son los verdaderamente
retóricos: el orador los extrae de su razón y los expone mediante su palabra. Pueden ser objetivos y
subjetivos.

Los medios de persuasión objetiva

Se llaman demostraciones y presentan dos formas: la de los «entimemas» -figuras de la deducción


retórica- y la de «paradigmas» o «ejemplos» -figuras de inducción retórica-. La primacía que Aristóteles
concede al «entimema» trastorna el cuadro tradicional de la Retórica. Frente a las proposiciones del
silogismo lógico fundado en la necesidad, las del «entimema» -que también pueden ser necesarias, y
entonces las estudia la Dialéctica- la mayoría de las veces, sólo son probables, verosímiles, frecuentes,
deseables, y constituyen, entonces, el objeto exclusivo de la Retórica.

En oposición a los silogismos lógicos y dialécticos -rígidos por su forma y necesarios en sus
conclusiones- los «entimemas» son razonamientos formalmente flexibles y de extensión variable: los
tres miembros del silogismo, a veces, se amplían y, casi siempre, se reducen. Se suelen distinguir por su
carácter conciso y sintético y, en general, por la elipsis del razonamiento discursivo. Por el sentido, hay
«entimemas» que afirman o declaran, y «entimemas» que niegan o refutan.

Los tópicos

Los «tópicos» o «lugares» -catálogos de «entimemas» demostrativos y de «entimemas» ficticios o


aparentes (sofismas)- se estudian en los Tópicos y las Refutaciones Sofísticas. Los «tópicos» funcionan,
por lo tanto, como archivos de temas fundamentales o útiles, al servicio de la inventio del orador.
Aristóteles concibe la «invención» como una elección consciente a partir de un número fijo de
posibilidades alternativas.

Se distinguen los «lugares comunes», caudal de conocimientos humanos generales, y los «lugares
específicos», conjunto de conocimientos de una determinada ciencia o doctrina. La tópica común, más
accesible y recomendable, se reduce a unas cuantas evidencias: lo posible y lo imposible, lo existente y
lo inexistente, lo más y lo menos, lo grande y lo pequeño, etc. Reciben el apelativo de «comunes» por
una doble razón: porque pertenecen al conocimiento común o general de todos los hombres, aunque no
sean doctos en ciencia alguna, y porque son, efectivamente, comunes a los tres géneros retóricos. El
adecuado conocimiento de los «lugares específicos» y su uso correcto constituyen la tarea de los
especialistas de las diferentes disciplinas particulares.

Los Géneros Retóricos

Aunque mejor sistematizada, Aristóteles repite la misma clasificación tripartita que habían establecido
los sofistas y, más concretamente, Anaxímenes de Lámpsaco en el mismo siglo IV a. C. El ámbito y el
estilo de cada uno de los tres géneros retóricos -deliberativo, judicial y epidíctico- están determinados
por cuatro criterios: los contenidos de la tópica específica, el tiempo al que se refiere, el lugar en el que
se realiza y, sobre todo, el tipo de auditorio al que se dirige el discurso.

Los oyentes pueden ser los miembros de una asamblea política que determina el futuro de la
colectividad, o los jueces que intervienen en un proceso en el que se discute si un hecho se realizó o no
en el pasado, o, finalmente, los espectadores de una «oración» en la que el orador alaba o vitupera un
hecho o a una persona. Las dos primeras clases de auditorios tienen una característica común: su juicio
puede alterar una situación. La última clase está formada por los espectadores que sólo se pronuncian
sobre el talento del orador (Mortara Garavelli, 1991: 28).

Como ha mostrado Alfonso Reyes, la Retórica aristotélica se caracteriza por su índole pragmática, es
una disciplina práctica que aspira a influir persuasivamente en la audiencia. La acción retórica propone
una nivelación axiológica dirigida a la inteligencia y, también, al sentimiento. Por eso se usan tanto los
procedimientos lógicos como los estímulos psicológicos. En todos los casos, se trata de convencer de
que algo es bueno y de que algo es malo: el bien y el mal políticos, la deliberativa; el bien y el mal
jurídicos, la judicial; el bien y el mal éticos, la epidíctica. «En todos los casos se trata del bienestar, para
el individuo y para el Estado, los conflictos de la virtud y el vicio, los encantos y sinsabores de la
existencia» (1961: 383-384).

El Género Deliberativo

El género deliberativo, propio del parlamento, trata ante la asamblea del bien y de la felicidad,
considerados como fines de la conducta individual y social. Pretende imponer una determinada
estimación de una actuación pública. Aristóteles señala las causas que lo originan y los medios
adecuados para conseguirlos, describe los diferentes aspectos y grados de las acciones utilitarias y, por
último, esboza las distintas formas de gobierno. Su «lugar» o «tópico» es lo posible, ya que no se
delibera sobre lo necesario ni sobre lo imposible ni tampoco sobre lo posible natural o casual, sino sólo
sobre aquello que depende de nuestra voluntad. El «género deliberativo» es el más necesario y tiende a
los más altos fines.

Los temas apropiados del «género deliberativo» son la guerra y la paz, la protección del territorio, la
importación y la exportación, la legislación. Aristóteles ofrece varias definiciones de felicidad -el bien
vivir acompañado de la virtud, la suficiencia de los medios de existencia, la estabilidad de una vida
agradable- y enumera sus partes constitutivas: nobleza de sangre, hijos buenos y numerosos, riqueza,
reputación, honores, belleza, habilidades corporales, amigos, buena suerte...

Describe los «lugares comunes» para argumentar en favor de la utilidad, de la adquisición de bienes y de
la evitación de males. Ofrece diversos criterios para la elección adecuada de los bienes: rareza, utilidad,
preferencia, exceso, proximidad.

El Género Epidíctico

El objetivo del «género epidíctico» es agradar mediante la presentación de unos valores y de unos
modelos, con los que el auditorio pueda identificarse con mayor o con menor fervor. Pretende, por lo
tanto, imponer una estimación sobre un valor moral cuya vigencia se juzga permanente.

El «género epidíctico» no «demuestra», sino «muestra» (Florescu, 1982: 47) el significado humano de la
virtud, relacionada con la belleza y considerada, utilitariamente, como el medio de conseguir y de
conservar los bienes superiores y como la facultad de hacer servicios al prójimo. En la Ética, Aristóteles
definía la virtud como la elección reflexiva del justo medio entre el exceso y el defecto.

En la enumeración de las virtudes olvida momentáneamente el valor abstracto, e insiste en la utilidad


retórica. Esboza tres tipos de oratoria epidíctica: el «elogio», que se refiere a una virtud y a sus grados;
el «panegírico», a una acción virtuosa y a sus circunstancias determinantes y concomitantes, y la
«felicitación», que engloba los dos tipos anteriores. El objeto del «género epidíctico» es alcanzar la
identificación del auditorio con una tesis para que actúe o para que esté dispuesto a actuar. Según
Perelman, Aristóteles no llegó a comprender que el objetivo del género epidíctico era establecer una
comunión en torno a una cultura, entendida como arsenal de valores, ideas, creencias... de una sociedad
(Perelman y Olbrechts Tyteca, 1958, 2: 145).

Los tópicos específicos del «género epidíctico» son la virtud y el vicio, la belleza y la fealdad. Por
medio de estos «lugares comunes» el orador puede componer un discurso que se adapte al carácter
moral y a la situación social de cada auditorio.

El Género Judicial

El género judicial tiene por objeto la justicia o la injusticia de los hechos, y su fin es reparar la injusticia.
Pretende favorecer una determinada valoración sobre un derecho que ha sido afectado. Estudia la
situación en la que se encuentran el agente y la víctima, y valora las circunstancias que determinan o
explican, aumentan o aminoran la gravedad de los comportamientos.

El acto injusto depende del perjuicio que causa, de la intención con que se realiza y de la ley que viola.
Un acto puede ser ilegal porque se opone a una ley particular, generalmente escrita, o porque está en
contra de una ley universal, que no está escrita. En cuanto a la voluntariedad del acto injusto, consistente
en saber lo que se hace y en hacerlo libremente, Aristóteles resume lo ya expuesto en la Etica
Nicomaquea. Las causas generales del acto injusto son el vicio, o el comportamiento opuesto a la virtud,
y la intemperancia, o la incapacidad de dominar las pasiones. Los móviles particulares del acto injusto
pueden ser exteriores -el azar, la naturaleza, la fuerza- e interiores -el hábito, la reflexión, la cólera y el
deseo-.

El estudio de la felicidad como fin ético de la Retórica conduce a la definición de «placer» y al análisis
de sus diferentes tipos. Todo lo que es conforme a la naturaleza es placentero y todo lo que es contrario
a ella es doloroso. Distingue entre los placeres corporales o instintivos, y los placeres intelectuales,
imaginativos y morales. Aristóteles señala que el deseo de placer, estimulado por la imaginación
-memoria e ilusión- constituye uno de los impulsos básicos vitales desencadenantes de las conductas
delictivas.

Ofrece también una clasificación esquemática de los tipos de hombres propensos a la delincuencia.
Describe la fisonomía moral de los delincuentes y el carácter psicológico de sus víctimas, y señala los
«lugares comunes» que definen respectivamente a ambos tipos humanos.

Establece diversos criterios para medir la gravedad del delito y trata de las pruebas extratécnicas, las que
son anteriores a la elaboración del discurso: las leyes escritas, los testigos, los contratos, las confesiones
mediante torturas y los juramentos. Aristóteles esboza, además, un compendio de jurisprudencia en el
que distingue entre el derecho natural y el positivo, y en el que describe los procedimientos oratorios
propios de cada uno.

Las pruebas psicagógicas

En el segundo libro de la Retórica, Aristóteles desarrolla el programa de psicagogía que Platón había
esbozado en el Fedro. Aquí se encuentran los conceptos fundamentales -didácticos y prácticos- que se
han mantenido vigentes en esta disciplina en los siglos posteriores: éthos -el carácter del orador- y
páthos -el conjunto de pasiones del público-.

En esta parte traza un análisis esquemático de las cualidades que confieren credibilidad -y, por tanto,
poder persuasivo- al orador (la prudencia, la virtud, y la benevolencia) y una breve descripción de las
reacciones emotivas que se han de provocar en los oyentes (la ira y la mansedumbre; el amor y el odio;
la valentía y el temor; la vergüenza y la impudicia; el favor y la gratitud; la piedad y la indignación; la
envidia y la emulación).

Se trata, por lo tanto, de un estudio de los medios de la persuasión subjetiva, apoyado en la


consideración global y totalizadora de la naturaleza humana -el hombre es razón y pasión- y en una
comprensión correcta de la «persuasión» -persuadir es transmitir, más que ideas, estimaciones
valorativas-. Estas pruebas subjetivas, basadas en los caracteres psicológicos y en las pasiones emotivas,
poseen una importancia desigual en cada uno de los tres géneros del discurso. El carácter importa más
en los géneros deliberativo y epidíctico, mientras que las pasiones o la disposición del auditorio juegan
un papel mayor en el judicial. La credibilidad del orador en el género deliberativo depende de tres
cualidades: de su prudencia, de su virtud y de su benevolencia. El orador, además, ha de conocer cada
una de las pasiones para adaptarse mejor al auditorio y persuadirle con mayor facilidad.

Advirtamos finalmente que, aunque la Retórica aristotélica está preocupada sobre todo por la validez de
los medios de persuasión y es un instrumento moralmente neutro, persigue un objetivo final de carácter
ético. Es cierto que en sus primeros trabajos Aristóteles insiste en que el orador, libre de cualquier
implicación moral, debe «teorizar» y «examinar» todas las posibilidades reales de conducta, pero
advierte que, en el momento de la elección, debe tener presente también las premisas éticas y los valores
políticos.

La Elocución

En el libro tercero trata sobre la léxis -elocutio- y describe diferentes formas y artificios de la expresión
lingüística: explica las cualidades que debe poseer el estilo: la claridad, la propiedad, la naturalidad y,
como condición previa a todas ellas, la corrección. A propósito de esta última diseña un resumen
gramatical para hacer posible que lo que se escriba resulte «fácil de leer y de pronunciar» (Ret. III, 5:
1407b).

En cuanto al estilo, Aristóteles destaca la importancia de la metáfora, del ritmo y de la composición


periódica, en la que la antítesis juega un papel primordial. Las imágenes, afirma, confieren al discurso,
no sólo elegancia, sino también expresividad ya que establecen semejanzas entre objetos realmente
distantes. Según Aristóteles, la habilidad para elaborar metáforas y para dotar de ritmo al discurso es
facultad común al rétor y al poeta: es la encrucijada en la que convergen la Poética y la Retórica. Trata
también de la «declamación» (hypokritiké), de los valores fónicos y gestuales del juego escénico, y del
histrionismo. Todas estas cuestiones también las estudia en la sección de la Poética dedicada a la
recitación teatral (hipócrisis).

La última parte de la Retórica de Aristóteles se refiere a la organización del discurso, la oikonomía o


«disposición» de las partes. Según él, las partes imprescindibles del discurso son la simple exposición y
la prueba o demostración. Prescribe que, como máximo, se establezcan cuatro partes: exordio,
exposición, prueba y epílogo. Esta cuestión está estrechamente relacionada con la héuresis o búsqueda
de los argumentos. En los tratados posteriores a Aristóteles se añadió el estudio de la memoria, una
operación retórica importante para el éxito del discurso público.

Como han puesto de relieve la totalidad de los tratadistas, las teorías aristotélicas han constituido una
parte importante del caudal de la tradición retórica. Su doctrina sobre los tópicos o sobre las cuatro
partes del discurso, y su división de las clases de discursos, constituyen su aportación más original y
decisiva. Algunas de sus afirmaciones sobre las virtudes y sobre los vicios del estilo han tenido una
vigencia sorprendente. Con sus análisis y reflexiones, Aristóteles abrió un cauce por el que discurrió
todo el arte retórico posterior. La Retórica aristotélica es importante también para entender la idea que el
Estagirita tiene de lo «verosímil» un concepto teórico-literario desarrollado en su Poética (F. Javier
Rodríguez Pequeño, en VV. AA., 1993: 126).

Aristóteles y la Poética

Hacia 343 a. C. se encomendó a Aristóteles la educación de Alejandro Magno, en la que desempeñaba


un papel fundamental el conocimiento de Homero y de los trágicos. Algunas hipótesis mantienen que,
con ese motivo, Aristóteles revisó el texto de la Ilíada y estudió algunas tragedias. Se conservan,
incluso, algunas líneas de su discurso «Sobre los poetas».

Con todo, no parece que fuera éste el origen de su teoría literaria, de carácter más filosófico que erudito.
Se puede afirmar, por lo tanto, que sus ideas sobre Literatura -contenidas y desarrolladas en su Poética-
provienen de sus reflexiones como filósofo más que de sus estudios sobre Homero y los trágicos.

Aunque no se descarta que el germen de la Poética aristotélica se halla en las investigaciones que realizó
con ocasión de su preceptorado sobre Alejandro Magno, la tesis más extendida en la actualidad apunta a
que esta obra fue compuesta durante la segunda estancia de Aristóteles en Atenas (entre 335 y 323 a.
C.).

Estructura de la «Poética»

Aparentemente, el plan de composición de la Poética es sencillo y sigue una estructura lineal. Pero una
lectura más detenida nos muestra ciertos detalles, a veces desconcertantes, que contradicen esa supuesta
simplicidad.

En líneas generales, puede afirmarse que la Poética es un curso que impartió Aristóteles sobre el «arte
de la palabra» (lo que entonces se llamaba poesía y hoy denominamos literatura). El hecho de que la
obra esté plagada de digresiones, repeticiones, paréntesis, etc., produce la impresión de que se trata de
una exposición oral, y no de una obra elaborada para ser publicada. Incluso se ha sugerido la posibilidad
de que el texto de la Poética provenga de una recopilación llevada a cabo por algunos de los oyentes
destinatarios de las enseñanzas aristotélicas. Sin embargo, la mayoría de los estudiosos piensa que la
redacción es del mismo Aristóteles.

Con frecuencia, encontramos en la Poética una serie de capítulos o partes que dan la impresión de haber
sido añadidos o estar interpolados. Por ejemplo, en el capítulo XII se interrumpe el estudio de la trama o
argumento para enumerar las partes de la tragedia. El capítulo XVI (que trata de las «clases de
reconocimiento») parece una reelaboración del capítulo XI, y en el capítulo XXV la comparación entre
tragedia y epopeya está interrumpida por una exposición de los principios que deben aplicarse a la
crítica de los poetas.

A grandes rasgos, podríamos dividir la Poética en tres partes:

 Introducción general en la que se formula el plan de la obra: estudiar todas y cada una de las
clases de obras poéticas.
 Estudio sobre la tragedia.
 Estudio sobre la epopeya.

Pero tal como nos ha llegado, la Poética resulta una obra incompleta: no llena el programa fijado en la
introducción ni tiene una parte dedicada a la comedia, como promete en el capítulo VI y en dos pasajes
de la Retórica. Además, al final de uno de los códices de la Poética (el Riccardianus) se anuncia un
estudio del yambo y de la comedia que no aparecen en parte alguna. La obra termina con una fórmula
estereotipada: «baste con lo dicho», típica de Aristóteles cuando quiere resumir lo que acaba de tratar
para dar paso a otra cuestión.

Así pues, suele admitirse que la Poética estuvo compuesta inicialmente por dos libros, de los que sólo se
ha conservado el primero: se supone que el segundo -que debió desaparecer muy pronto- trataba de la
comedia o «cosas de reír».

Al parecer, la Poética fue poco conocida en la Antigüedad: apenas se cita y se comenta. Como en el
caso de otros documentos procedentes del ámbito grecolatino, el Renacimiento propició un auge de la
Poética aristotélica, que fue traducida por Lorenzo Valla en 1498 y publicada por él mismo en 1508. A
esta edición sucedieron otras a cargo de Robortello, Pacio o Madio, entre otros. Pero estos humanistas
actuaron más como comentaristas que como editores: en consecuencia, el sentido del texto aristotélico
quedó, en gran medida, desvirtuado.

Desarrollo de la «Poética»

La obra consta de veintiséis partes o capítulos. Los asuntos más importantes que se tratan en ellos son
los siguientes:

 I: Qué es la Poética.- Poesía e imitación (mimesis): todas las artes son miméticas.- Especies de
imitación mediante la palabra.- Distinción verso / prosa.- Clasificación de las obras en géneros y
criterios empleados; objeto de la mimesis poética: las acciones humanas; modos de la mimesis
poética: narrativo y teatral.
 VI: Orígenes de la Poesía: causas que explican la mimesis.- La tragedia: orígenes y desarrollo.-
La comedia: definición y orígenes.- Comparación entre tragedia y epopeya.- La tragedia: sus
partes.
 IX: Comparación entre Poesía e Historia: teoría de la verosimilitud.- Otros aspectos de la
tragedia.
 XIX: La Elocución y sus partes: las letras y sus clases, sílabas, nombres, tipos de nombres.- Las
metáforas: sus clases.
 XXII: Cualidades de la elocución literaria: claridad y elegancia.

Concepto de Poesía (Literatura)


Las ideas aristotélicas más importantes sobre Literatura pueden resumirse en los puntos siguientes:

 La Poesía, como todo arte, es «imitación» (mimesis).


 Usa la lengua de una manera peculiar.
 Tiene unas pautas específicas de composición.

Conceptos de «mimesis» y «verosimilitud»

La mímesis -que Aristóteles considera el origen de toda actividad artística- tiene, a su juicio, dos causas:
a) la tendencia, connatural a todo ser humano, a imitar, y b) el gusto que se experimenta al reconocer lo
imitado.

Para Aristóteles, la imitación de la realidad que lleva a cabo la creación artística no es en modo alguno
un calco total, sino una aproximación, una recreación «verosímil». Para ilustrar este concepto de
verosimilitud señala la diferencia que hay entre el historiador y el poeta. Mientras el primero -afirma-
está obligado a reproducir los hechos tal como han ocurrido, el poeta expone en sus obras lo que podría
ocurrir o lo que podría haber ocurrido, es decir, lo verosímil o «creíble», no lo «verdadero».

Frente a Platón que, desde un supuesto ético, condenaba la poesía porque no se ajustaba a la verdad,
Aristóteles resuelve el conflicto adoptando un planteamiento estético al distinguir entre «lo verdadero» y
«lo verosímil»: esta última es la categoría artística por excelencia.

Concepto de «catarsis»

Aunque en la Poética aristotélica la catarsis se circunscribe al ámbito de la tragedia (se refiere a los
efectos que causa la tragedia sobre el espectador), debemos detenernos en este concepto por el sentido
que alcanza en la obra del Estagirita y, sobre todo, por las diversas acepciones que se le han venido
asignando a lo largo de la historia.

La referencia a la catarsis es, en realidad, muy breve, y se sitúa dentro de la definición de la tragedia en
el capítulo o parte VI: «la tragedia es mimesis de una acción noble y eminente, [...] cuyos personajes
actúan y no sólo se nos cuenta, y que por medio de piedad y temor realizan la purificación de tales
pasiones» (ed. de A. González, 1987: 55). Más adelante -capítulos XIII y XIV- se reiteran estos mismos
efectos.

El término catarsis procede del léxico de la Medicina (el padre de Aristóteles era médico) pero también
se relaciona con algunos ritos religiosos. En el primer caso, haría referencia a una cura o «purificación»
corporal; en el segundo, a la expiación -mediante el «perdón»- de una culpa. «Entre esos dos polos,
religioso (ascética, moralista) y médico (terapéutica, mitridática, psicoanalista), oscilan la mayor parte
de las interpretaciones que se han propuesto para la catarsis, si bien habría que añadir la estética y la
epistemológica», afirma C. Bobes (1995, I: 128-129). Se trataría, pues, de un efecto psicosomático (que
aúna la «compasión» y el «temor») que, en el ámbito literario, cumple una importante función: «El
espectador, o el lector, queda integrado, en esta concepción de la catarsis, en el conjunto de la
comunicación literaria y forma parte activa del proceso de comunicación de la tragedia» (ibidem).

Los géneros literarios


La clasificación que plantea Aristóteles en su Poética obedece a la conjunción de criterios diversos. Así,
distingue unos géneros de otros:

 a) según el «medio»: todas las obras literarias utilizan la lengua, aunque emplean ciertos
procedimientos (melodía, ritmo, metro...) de manera diferente en cada caso.
 b) según el «objeto»: todas las obras «imitan» acciones humanas, pero en unos casos (en la
epopeya y en la tragedia) se imitan acciones nobles de los hombres mejores, mientras que en
otros (la comedia) se representan acciones risibles que protagoniza gente de baja condición.
 c) según el «modo»: atendiendo a la forma de imitación, Aristóteles distingue entre «modo
narrativo» (cuando se cuentan las acciones de los hombres, como en la epopeya) y «modo
dramático» (cuando las acciones son representadas y asumidas por otros hombres, tal como
ocurre en la tragedia y en la comedia).

Aristóteles se refiere con toda claridad a dos géneros literarios: la epopeya y el drama o teatro
(subdividido en tragedia y comedia). No es seguro, sin embargo, que considere explícitamente como
género manifestaciones como el ditirambo, la aulética o la citarística (que, siglos después, se incluirían
en el denominado género lírico). En el Libro I de la Poética afirma: «La epopeya y la poesía trágica, así
como la comedia y el ditirambo y, en gran medida, la aulética o la citarística, son, en general,
mimesis...».

Como puede observarse en esta enumeración, el mismo Aristóteles manifiesta ciertas dudas en torno a la
inclusión de este tipo de composiciones en el ámbito de la poética, quizás por el carácter más musical
que verbal de las mismas. Esta cuestión ha dado origen a un debate sobre la clasificación de los géneros
en Aristóteles: mientras unos estudiosos consideran que el Estagirita propugna la tripartición clásica,
otros opinan que dicha clasificación sólo incluye explícitamente la epopeya y el drama o teatro.

La lengua literaria

En esta cuestión, podemos encontrar una confluencia entre la Retórica y la Poética aristotélicas: sus
ideas fundamentales sobre el uso de la lengua en la creación literaria se desarrollan tanto en el capítulo
XXII de la Poética como en el Libro III de la Retórica, donde trata explícitamente de los recursos
lingüísticos del discurso oratorio.

Para Aristóteles, la lengua literaria supone una especie de «desvío» de una norma lingüística. En este
sentido, Aristóteles considera que la lengua literaria no es sino un «uso especial» de una lengua, y lleva
a cabo un proceso de «selección» entre las posibilidades que ofrece. Igual que en otros momentos de sus
propuestas filosóficas, Aristóteles aplica en esta cuestión la teoría del equilibrio entre dos extremos: así,
opina que la lengua literaria debe tener dos cualidades esenciales: la claridad (sin que esto signifique
caer en un uso bajo o coloquial) y la elegancia (que excluye la expresión oscura e incomprensible).

En el capítulo XXII de la Poética, Aristóteles realiza diversas clasificaciones de los «nombres»: palabras
simples, usuales, extrañas, nombres inventados (neologismos), abreviados... Entre las clases de nombres,
trata de la metáfora, en la que distingue también entre diferentes tipos.

http://www.cervantesvirtual.com/portales/retorica_y_poetica/

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