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Abraham, nuestro padre en la fe

Básicamente, el Génesis puede compararse a un díptico… porque cada una de las dos grandes tablas, de desigual
extensión, que se despliegan ante nuestros ojos tiene su propio protagonista. En la primera (caps. 1-11),…se sitúa en
el centro Adán, es decir, el hombre de todos los tiempos: en hebreo el término lleva artículo (ha- 'adam) y equivale al
Hombre en absoluto, presente en toda criatura humana. Los restantes personajes de estos capítulos no hacen sino
prolongar la secuencia de la humanidad en su libertad, en su pecado y en la gracia divina. En la segunda tabla (caps.
12-50), los protagonistas son los patriarcas, que tienen en Abraham su raíz y su figura más emblemática 1.

El llamado de Dios (Gen 11, 26-32; 12, 1-3)


A los setenta años, Téraj fue padre de Abram, Najor y Harán... Harán fue padre de Lot, y murió
en Ur de los caldeos, su país natal, mientras Téraj, su padre, aún vivía. Abram y Najor se
casaron. La esposa de Abram se llamaba Sarai, y la de Najor, Milcá. Esta era hija de Harán, el
padre de Milcá y de Iscá. Sarai era estéril y no tenía hijos. Téraj reunió a su hijo Abram, a su
nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Sarai, la esposa de su hijo Abram, y salieron todos
juntos de Ur de los caldeos para dirigirse a Canaán. Pero cuando llegaron a Jarán, se
establecieron allí. Téraj vivió doscientos años, y murió en Jarán.
El Señor dijo a Abrám: "Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te
mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una
bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se
bendecirán todos los pueblos de la tierra".

Las narraciones sobre Abraham2 y los patriarcas que nos recoge la Biblia fueron puestas por escrito varios siglos
después de los sucesos. Mientras tanto fueron transmitidas oralmente (hay que notar que nos encontramos en una
época de cultura oral en que se ejercitaba notablemente la memoria). No podemos pedir a estos textos la exactitud de
una crónica (con el paso del tiempo quizá se han añadido detalles pintorescos o imaginativos, se han idealizado
personajes...); sin embargo, podemos asegurar que la sustancia que nos transmiten está sólidamente garantizada y
que las tradiciones patriarcales están firmemente enraizadas en la historia.
De hecho, se sabe que los nombres usados en la Biblia eran normales en ese período, que las costumbres que nos
refieren coinciden con las que conocemos por otros documentos extrabíblicos (y la Biblia los conserva aunque ya no
sean los de la época en que se ponen por escrito…), que el itinerario recorrido por los patriarcas según la Biblia era el
normal en aquel periodo y que sus modos de vida corresponden al de otros muchos clanes de ese tiempo. Abraham se
inserta en las corrientes migratorias de los primeros siglos del 2º milenio a.C. Aunque es difícil precisar mucho, se lo
suele situar hacia el año 1850 a.C. Abraham es un seminómada que sale de Ur, en Caldea, y se instala en Canaán;

1
GIANFRANCO RAVASI, Guía espiritual del Antiguo Testamento, El libro del Génesis (12-50), Herder-Ciudad nueva, 1994
2
La etimología más segura del nombre Abram o Abiram es ab 'padre', y ram 'alto, elevado, excelso, de noble linaje. Por otro lado,
Abram puede derivar del acadio, lengua semítica hablada por asirios y babilonios durante el II milenio a. C.. Su origen sería A-ba-ra-
ma, de Abu, padre y ra-ma o ra-am, de la forma verbal ramn (amar), es decir: el que ama a su padre. Esta palabra se ha encontrado
como nombre personal en la literatura acádica de la III dinastía de Ur. El relato del Génesis (17, 5-6) refiere el cambio, de Abram en
Abraham, (de Ab-ram y ab-hamom, equivalente a padre de una multitud), como signo de su elección, por parte de Yahveh.
pastor de ganado menor, es uno más entre los innumerables jefes de las tribus que emigran buscando pastos para sus
ganados3. La familia de Abraham abandonó Ur probablemente durante las revueltas ocurridas a la caída de la III
dinastía, y se trasladó a Jarán, hacia el Norte. Allí, muerto su padre, Terab, recibe la revelación de Dios 4.
El Antiguo Oriente Próximo es el término utilizado para denominar las zonas de Asia occidental
y noreste de África donde florecieron las civilizaciones anteriores a la clásica grecorromana, y
que actualmente se denomina Oriente Próximo u Oriente Medio. Se distinguen dos zonas
distintas: una, asiática; la otra, africana 5. La primera engloba el territorio comprendido entre
Irán y el Mediterráneo, de Este a Oeste, y entre el Cáucaso y el Golfo Pérsico, de Norte a Sur.
La segunda, más pequeña, corresponde a África nororiental, desde Libia y Egipto por el Norte
hasta Sudán y Etiopía por el Sur. Abarca regiones naturales con características geográficas e
históricas similares: Mesopotamia, Golfo Pérsico, Arabia, Siria-Palestina, Anatolia, Asia Menor,
por un lado; Libia, Egipto, Mar Rojo, Sinaí, desiertos libio, arábigo y sahariano, Nubia. A su vez
cada una de estas regiones incluye «espacios» históricos diferenciados por desigual nivel de

desarrollo y por su protagonismo en distintos momentos de su común historia. Esta evolución


es particularmente clara en Mesopotamia y Egipto, donde los ámbitos regionales desempeñaron
un papel importante a lo largo de su historia: Mesopotamia baja o región histórica de Babilonia;
Mesopotamia media o región de Asiria, y Mesopotamia alta o sirio-anatólica; por su parte,
Egipto se configuró como Estado en un contexto de rivalidad entre las poblaciones del «Delta»,
también llamado «Bajo Egipto», y las del «Valle» o «Alto Egipto», rivalidad que reemergió
periódicamente en su larga evolución.
Mesopotamia y Egipto, con sus similitudes y diferencias, constituyen la clave del proceso
histórico del oriente medio desde su inicio, aunque posteriormente otros pueblos y estados
ajenos a ella adquirieron también un cierto protagonismo. Pero el consenso de los estudiosos
es total respecto del «origen de la civilización» en estas dos áreas, en fechas similares (a
finales del IV milenio o comienzos del III). Allí se inventó la escritura, simultáneamente, hacia
el 3.500 A.C. y tiene origen lo que denominamos civilización. Son el escenario histórico y
geográfico del Antiguo Testamento, por eso la importancia para nuestra tradición religiosa y
también para la historia universal.

3
JULIO ALONSO AMPUERO, Historia de la salvación (2ª ed.) http://www.gratisdate.org/texto.php?idl=5
4
https://mercaba.org/Rialp/A/abraham.htm
5
Cfr. GONZALO BRAVO, Historia del mundo antiguo, una introducción crítica, Alianza Edírorial, S.A., Madrid, 2000
2
Podríamos decir de forma esquemática 6 que la fe de los patriarcas es la de un itinerario y un descubrimiento. "Sal de tu
tierra... y vete al país que yo te indicaré", dice Dios a Abrahán (Gén 12,1; cf 22,12). La aventura de Abrahán es la de
una marcha hacia lo desconocido con la única garantía de una promesa de Dios. Ulises, en la Odisea, vuelve a su
hogar. Los argonautas regresan con el vellocino de oro. El ideal de Grecia es volver, volver a la verdad escondida de
cada uno ("Conócete a ti mismo", dice el oráculo de Delfos a Sócrates) o volver a la unidad perdida (reunión de Ulises
con Penélope, retorno del alma al mundo de las ideas de Platón, p.ej.). Este ideal cíclico se encuentra en la mayor
parte de las religiones naturales. Abrahán, por su parte, marcha hacia el descubrimiento de algo absolutamente nuevo.
Conoce el punto de partida, pero no el punto de llegada, que sigue siendo el secreto de Dios. Así pues, el relato bíblico
presenta dos niveles: por un lado, un Dios omnisciente; por otro, un hombre que intenta orientarse a partir de las
indicaciones que le vienen de arriba. Este aspecto hace a Abrahán muy moderno, en el sentido de que tiene que
encontrar su camino a tientas, alternando los ensayos y los errores, mientras que Dios se muestra muchas veces
silencioso. Por otra parte, Dios puede intervenir de improviso para darle a su vida una dirección totalmente
insospechada.

Respuesta de Abraham (Gen 12, 4-9)


Abrám partió, como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con
él. Cuando salió de Jarán, Abrám tenía setenta y cinco años. Tomó a
su esposa Sarai, a su sobrino Lot, con todos los bienes que habían
adquirido y todas las personas que habían reunido en Jarán, y se
encaminaron hacia la tierra de Canaán. Al llegar a Canaán, Abrám
recorrió el país hasta el lugar santo de Siquém, hasta la encina de
Moré. En ese tiempo, los cananeos ocupaban el país. Entonces el
Señor se apareció a Abrám y le dijo: "Yo daré esta tierra a tu
descendencia". Allí Abrám erigió un altar al Señor, que se la había
aparecido. Después se trasladó hasta la región montañosa que está al
este de Betel, y estableció su campamento, entre Betel, que quedaba
al oeste, y
Ai, al
este.
También allí erigió un altar al Señor
e invocó su Nombre. Luego siguió
avanzando por etapas hasta el
Négueb. (Desierto situado al sur de
Israel, después del mar Muerto).
Vocación y promesa7
… hay un momento en la historia, elegido y
determinado por Dios, en que él pone en
marcha su plan de salvar a la humanidad en
Cristo.
La iniciativa es exclusivamente suya: “Yo
tomé a vuestro padre Abrahán del lado allá
del río” (Jos 24, 3). La narración del Génesis
no nos dice nada de los méritos previos de
Abrahán. Sabemos positivamente que
Abrahán, antes de oír esa llamada y seguirla,
era idólatra. Así lo confesaba Israel en su
“credo”: “vuestros padres... habitaron al
principio al otro lado del río y servían a otros
dioses” (Jos 24, 2). La iniciativa de Dios es
para el hombre Abrahán una llamada que se
concreta en una orden de partida: Dijo
Yahvé a Abrahán:
"Deja tu tierra natal y la casa de tu padre…
(Gén 12, 1).
Esa llamada es al propio tiempo un orden de
renuncia. Abraham tiene que abandonar
todo aquello que constituye su seguridad en
la vida: la tierra, la familia. A cambio de
estas seguridades se le ofrece una incógnita:
“y ve al país que yo te mostraré”. No sabe a
dónde va. Deja lo que tiene sin saber lo que
se le va a dar a cambio (Cfr. Heb 11,8). Su
patria empieza a ser la palabra y la voluntad
de Dios, la mejor garantía de una patria y
una seguridad definitiva.

6
https://www.mercaba.org/DicTF/TF_patriarcas.htm
7
LUIS RUBIO MORÁN, El misterio de Cristo en la Historia de la Salvación, Ediciones Sígueme, Salamanca 1991
3
El sacrificio que esa renuncia supone no será inútil: “Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu
nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán
todos los pueblos de la tierra”. (Gen 12, 2-3)
Abrahán está destinado en los planes de Dios a ser el origen de una bendición que no se limitará a él personal-mente,
sino que se extenderá a un pueblo que surgirá de él y por éste, a todos los habitantes de la tierra. Con la promesa, la
mirada de Abrahán estará ya para siempre pendiente del futuro. Esta promesa genérica se va a ir concretando en
nuevas manifestaciones del Dios que lo llama. Al llegar, siguiendo la indicación de Dios, a Canaán, se le indica ya la
tierra: “A tu descendencia daré yo esta tierra” (Gen 12, 7; cf. 13, 14-17). La tensión no desaparece: la donación será
para la “descendencia”. Abrahán va tener que caminar como peregrino eterno en la tierra para la que Dios lo sacó (cf.
Heb ll, 9). Sólo su descendencia poseerá la tierra. Tierra, parentela y familia son los bienes máximos imaginables para
un hombre de cultura seminómade como Abrahán. Ellos aseguran la tranquilidad de la vida la defensa de los
innumerables enemigos con que se tropieza en los desplazamientos, la pervivencia del clan.

La migración de Abraham no sólo se inserta en un proceso de la historia profana, que


conocemos por otras fuentes, sino que es sobre todo un acontecimiento religioso. Los lugares
de permanencia del grupo patriarcal están delimitados con bastante precisión; partiendo de
Aram Naharaim (o Paddán-Aram), conducen por la estepa siria, donde hacen vida nómada los
pastores de ganado menor, hasta la región montañosa de Palestina central y del Négeb,
limitado al este por el mar Muerto y el oeste por el mar Mediterráneo.
La vida de Abraham8 discurría serena e indiferente en Jarán (Harán), la ciudad caravanera a la que había arribado con
su sobrino Lot tras haber dejado a sus espaldas la espléndida Ur de las célebres necrópolis reales. Tal vez se consagró
al culto de la divinidad lunar Sin, patrona de la ciudad; tal vez se dedicaba al pequeño comercio sobre el que se basaba
la prosperidad de aquel centro situado en el cruce de la red de pistas que llevaban a Siria, Anatolia y Babilonia. Pero
súbitamente su vida se vio como dividida por una espada. Fue
aquella orden: «Vete», parecida a la que oyó Pablo en el
camino de Damasco. Voz inesperada y sorprendente, pero que
transforma tu vida. Bayezid Bastami, místico musulmán del
siglo IX, confesaba: «Estuve buscando a Dios durante treinta
años y cuando, al cabo de este tiempo, abrí los ojos, descubrí
que era él quien me buscaba a mí.» Pero cuando este Dios que
nos sigue pacientemente deja oír su voz, se torna exigente,
inexorable, radical. Es interesante observar cómo la orden dada
por Dios implica una triple ruptura respecto del pasado. Ante
todo, el patriarca debe abandonar su «tierra», es decir, su
horizonte material, sus propiedades, sus bienes, las pequeñas y
grandes cosas a que estaba acostumbrado, los paisajes y los
objetos, los amaneceres y los atardeceres dentro de un marco conocido, ese cálido rincón que es la vida cotidiana.
Debe, además, abandonar su «patria» que en hebreo evoca sobre todo el «lugar natal», es decir, el horizonte humano
y cultural, los usos y costumbres, la religión nacional, el estilo social de vida, la propia identidad general, modelada por
el entorno humano y sus valores. Es un desgarramiento más doloroso aún que el anterior; de ello dan testimonio vivo
todos los emigrantes y desterrados, obligados a despojarse de su lengua, de su cultura, de su visión del mundo, para
asumir otra, a menudo antitética o deformada. Y no es todo. Dios va más allá y exige de Abraham también el
abandono de «la casa de tu padre». Con esta expresión social se quiere indicar la familia, el clan, con toda su red de
relaciones humanas, afectivas, hereditarias, morales, económicas, tradicionales. Es aquí donde la vida continúa y
donde el «nombre» se conserva, asegurando la inmortalidad en la memoria de sus miembros, que se suceden de
generación en generación a través de la cadena de las genealogías, de las que el Génesis nos ofrece una amplia
documentación.
Este último nivel de renuncia es, absolutamente hablando, el más áspero, genera miedo y soledad, es un auténtico
desgarro, porque es como salir de un seno cálido y protegido para afrontar la oscuridad y la incertidumbre del mundo
exterior. No es casual que en la historia de Abraham parezca ya vislumbrarse en filigrana la aventura del éxodo,
cuando el alejamiento del ya acostumbrado Egipto y de la existencia cotidiana allí vivida se produce de un modo
traumático, como atestiguan las numerosas rebeliones y protestas del desierto. Para Abraham, en cambio, la elección
es neta y sin lamentaciones, aunque el corazón esté herido o henchido de tristeza. Dios ha llamado, yo debo obedecer:
el hebreo con un mismo verbo (shm’) indica a la vez «escuchar» y «obedecer» 9. Abraham escucha y obedece,
convirtiéndose en emblema de la fe fiducial que acepta el riesgo en nombre de Dios. Un autor medieval, Ruperto de
Deutz (siglo XII), comenta: «Dios le dice solamente: "Ven a la tierra que te mostraré", pero sin mostrarle aquella
tierra. Le ordenó, pues, salir, pero sin saber adónde. Y de modo admirable le ordenó caminar esperando y esperar
caminando hacia donde le sería dado el reposo. ¡Ésta es la verdadera peregrinación!».
Aram es una región situada en el centro de Siria, incluyendo la actual ciudad de Alepo (o
Halab). Aram se extendía desde las montañas del Líbano hacia el este a través del Éufrates,
incluyendo el valle del río Jabur en el noroeste de Mesopotamia, en la frontera de Asiria. Se
piensa que su significado original podría ser el de "tierras altas", en contraste con Canaan o
"tierras bajas".
Siquem, era una de las ciudades cananeas más antiguas, en la actualidad se llama Nablus o
Naplusa, se halla en Cisjordania, a 50 Km al norte de Jerusalén, y a 9 al sureste de Samaria.

8
GIANFRANCO RAVASI, Guía espiritual del Antiguo Testamento, El libro del Génesis (12-50), Herder-Ciudad nueva, 1994
9
Shemá Israel YHVH Adonai Elohéinu YHVH Adonai Ejád: Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. En hebreo
escuchar tiene el sentido de oír correctamente y actuar en consecuencia. También la etimología de nuestro obedecer está vinculada
con el escuchar. Proviene del latín oboedescĕre, y ésta de oboedire compuesto de ob y audire, que significa ‘prestar oído, -como
prestar atención-, escuchar bien y seguir lo escuchado, aunque en el uso cotidiano signifique solamente cumplir una orden.
4
Vespasiano10 acampó una noche en Siquem, mientras conducía su ejército de Emaús a Jericó.
Reconstruida en el año 72 después de la guerra contra los judíos, Siquem recibió el nombre de
Flavia Neápolis, en honor de Flavio Vespasiano, entonces emperador y de allí derivo a la forma
de Naplusa. Betel, en hebreo significa "casa de Dios" (como Bethelem o Belén, casa del pan),
es el nombre de una ciudad cananea de la antigua región de Samaria, situada en el centro de
la tierra de Canaán, al noroeste de Ai por el camino para Siquem, a 30 kilómetros al sur de Silo
y a unos 16 kilómetros al norte de Jerusalén. [Fuente Wikipedia]
En Mesopotamia11 la rivalidad entre los diversos «reinos combatientes» a comienzos del II milenio
dio paso a un periodo más estable caracterizado por la construcción de nuevos imperios
territoriales. En Egipto el nuevo milenio se abre con una reunificación política después de varios
siglos de escisión que dará lugar al «imperio medio». El «renacimiento sumerio» protagonizado
por Ur y otras ciudades sureñas no había conseguido restaurar el «imperio» de Sargón 12, pero la
simbiosis sumerio-acadia fue provechosa para los mesopotámicos quienes, aparte de consolidar
su poder frente a pueblos vecinos (Subartu, Amurru, Elam), dieron pasos importantes en el
ámbito del desarrollo social al hilo de las transformaciones socioeconómicas. Pero la
desintegración del imperio de Ur fue debida tanto a la presión exterior como a tensiones sociales
promovidas por el clero, que crearon un clima de inestabilidad política propicio a las
reivindicaciones autonomistas…
Babilonios, asirios, hititas y egipcios se repartirán el poder político y económico del Próximo
Oriente durante casi todo el periodo. Pero a la sombra de estos grandes imperios surgirán nuevos
pueblos y nuevas áreas de civilización: amorreos, hurritas, hicsos, arameos, Pueblos del Mar
(filisteos), etc., que provocarán cambios geopolíticos importantes al cierre del milenio. Una gran
fragmentación en pequeños reinos enfrentados entre sí por la herencia del imperio de Ur III. 13
Pero naturalmente en estas luchas sólo las principales ciudades podían aspirar a controlar
eventualmente la situación del completo ámbito mesopotámico. De forma casi alternativa Isin,
Larsa, Assur, Eshnunna, Mari y Uruk asumieron durante más de dos siglos esta función. (…)
El Imperio de Hammurabi. Frente al notorio poder de Elam y Assur en las áreas meridional y central, respectivamente,
desde 1894 en Babilonia se había instalado una pequeña dinastía amorrea que, sin embargo, habría de durar tres
siglos. Sumuabum, su fundador, reconstruyó las murallas destruidas por Shulgi de Ur y entabló relaciones con los
reyes de Isin, Larsa y Assur. En poco más de 100 años Babilonia pasaría de ser un pequeño Estado gobernado por un
extranjero a convertirse en la potencia hegemónica del área bajo-mesopotámica. El sexto rey de esta dinastía,
Hammurabi (1792-1750), que pasaría a la historia por su célebre Código 14, desarrolló también una intensa actividad
política, favorecida por un largo reinado de más de 40 años.

Abraham en Egipto (Gen 12, 10-20)


Entonces hubo hambre en aquella región, y Abram bajó a Egipto para establecerse allí por un
tiempo, porque el hambre acosaba al país. Cuando estaba por llegar a Egipto, dijo a Sarai, su
mujer: «Yo sé que eres una mujer hermosa. Por eso los egipcios, apenas te vean, dirán: «Es
su mujer», y me matarán, mientras que a ti te dejarán con vida. Por favor, di que eres mi
hermana. Así yo seré bien tratado en atención a ti, y gracias a ti, salvaré mi vida».
Cuando Abram llegó a Egipto, los egipcios vieron que su mujer era muy hermosa, y los oficiales
de la corte, que también la vieron, la elogiaron ante el Faraón. Entonces fue llevada al palacio

10
Tito Flavio Vespasiano (17 de noviembre de 9-23 de junio de 79), conocido como Vespasiano, fue emperador del Imperio romano
desde el año 69 hasta su muerte En el año 66, Vespasiano fue designado para conducir la guerra contra los rebeldes judíos de Judea,
que amenazaba el bienestar de las provincias romanas del este. Esta rebelión había conducido al asesinato del anterior gobernador
y había hecho huir a Cayo Licinio Muciano, gobernador de Siria, cuando éste trató de restaurar el orden en la zona. Dos legiones,
con ocho alas de caballería y 10 cohortes auxiliares, fueron enviadas a la provincia bajo el mando de Vespasiano, además de las
tropas que formaban la guarnición. Su hijo mayor, Tito Flavio Sabino Vespasiano, sirvió como su ayudante personal. Durante la
guerra Vespasiano se hizo protector de Flavio Josefo, un líder de la resistencia judía, que en su trabajo La guerra de los judíos ofrece
una visión cercana del futuro emperador y de su heredero Tito durante la guerra. La rebelión de Judea fue finalmente sofocada por
el general Tito (hijo) en 70, tras la captura de Jerusalén, con el saqueo y destrucción incendiaron del Templo. Los romanos
demolieron las principales fortalezas, como Masada, en el año 73, y esclavizaron o masacraron a gran parte de la población judía.
11
GONZALO BRAVO, Historia del mundo antiguo, una introducción crítica, Alianza Edírorial, S.A., Madrid, 2000
12
Sargón de Acadia o Sargón de Acad, también conocido como Sargón el Grande (en acadio Sharrum-kin, "rey legítimo", "rey
verdadero") (c. 2270 a.C. – 2215 a.C.) fue la primera persona de la historia registrada en crear un verdadero Imperio: el Imperio
acadio. Sargón era de origen semita, grupo étnico que desde 3000 AC había ido asentándose entre los sumerios por toda
Mesopotamia, arraigándose profundamente en la región de Kish. Si bien los sumerios, arribados en tiempos neolíticos desde algún
punto nororiental, fueron perdiendo su mayoría en la región, no hay muestras de que estas migraciones se produjesen de forma
traumática, sino que los hechos hablan más bien de una sociedad mixta. Kish se convertiría de esta forma en una zona de
convivencia de amas culturas, que con el paso del tiempo terminaría por semitizarse. Su descendencia gobernó Mesopotamia
durante el siguiente siglo y medio. Su Imperio se extendía desde Elam hasta el mar Mediterráneo incluyendo la región de los ríos
Tigris y Éufrates, partes de las modernas Irán, Siria y posiblemente partes de la actual Turquía. Su capital fue Acadia (conocida
también como Agadé). https://es.wikipedia.org/wiki/Sarg%C3%B3n_I_de_Acad
13
El Renacimiento sumerio es un período de la historia de Mesopotamia que comprende los años entre la caída del Imperio acadio y
el período de las dinastías amorritas de Isin y Larsa —ambos con gobiernos de origen semita—, entre los siglos XXII a. C. y XXI a. C.
Dentro de esta etapa se destacan los años de la llamada Tercera Dinastía de Ur o Ur III, por darse en estos una nueva hegemonía
que abarcaría toda Mesopotamia, esta vez con la ciudad de Ur a la cabeza. https://es.wikipedia.org/wiki/Renacimiento_sumerio
14
El Código de Hammurabi es uno de los conjuntos de leyes (282) más antiguos que se han encontrado y uno de los ejemplares
mejor conservados de este tipo de documentos creados en la antigua Mesopotamia. Se basa en la aplicación de la ley del Talión,2 y
es también uno de los más tempranos ejemplos del principio de presunción de inocencia, pues sugiere que el acusado o el acusador
tienen la oportunidad de aportar pruebas. Fue escrito en 1750 a. C. por el rey de Babilonia Hammurabi, donde unifica los códigos
existentes en las ciudades del imperio babilónico. Actualmente está conservado en el Museo del Louvre de París.
5
del Faraón. En atención a ella, Abram fue tratado deferentemente y llegó a tener ovejas,
vacas, asnos, esclavos, sirvientas, asnas y camellos. Pero el Señor infligió grandes males al
Faraón y su gente, por causa de Sarai, la esposa de Abram. El Faraón llamó a Abram y le dijo:
«¿Qué me has hecho? ¿Por qué no me advertiste que era tu mujer? ¿Por qué dijiste que era tu
hermana, dando lugar a que yo la tomara por esposa? Ahí tienes a tu mujer: tómala y vete».
Después el Faraón dio órdenes a sus hombres acerca de Abram, y ellos lo hicieron salir junto
con su mujer y todos sus bienes.
Egipto es una tierra aislada geográficamente, con fronteras muy definidas. Grandes desiertos
se extienden de Este a Oeste. Al Norte se encuentra el mar Mediterráneo. Al Sur había una
impresionante barrera de roca ígnea. No obstante, dentro de estos límites definidos el país
estaba dividido: el Alto Egipto, que se extendía desde Asuán hasta un punto situado justo al sur
de El Cairo actual, y el delta o Bajo Egipto, que se extendía desde el punto en que el Nilo se
abría en un triángulo de tierra fértil, a unos doscientos kilómetros del Mediterráneo.
A través del Alto y el Bajo Egipto discurría la arteria vital el Nilo. En el sur, la primera zona de
roca ígnea impide remontarlo navegando. [Algunos
guías y libros la llaman erróneamente "la primera
catarata", porque las barreras de roca ígnea actúan
como obstáculos frente a la corriente de las aguas del
Nilo, produciéndose un paisaje un poco parecido al de
las cataratas].
Las barreras desérticas proporcionan seguridad y
actúan como protección natural frente a la entrada de
otros pueblos. De hecho, todas las invasiones de
pueblos extranjeros se adentraron desde la península
del Sinaí, la zona de unión con Asia Occidental y única
frontera desprotegida. Este aislamiento geográfico con
barreras impenetrables dio como fruto a los egipcios
un territorio seguro para meditar e inventar, creando
una civilización original y grandiosa, por estar aislada
de los influjos culturales exteriores.
La historia de Egipto, como Estado unificado, comien-
za alrededor del 3050 a. C. aunque sus orígenes se
remontan hasta el neolítico, unos 6000 años A. C.
Menes, que unificó el Alto y el Bajo Egipto, fue su
primer rey. La cultura y costumbres egipcias fueron
notablemente estables y apenas variaron durante casi
3000 años, incluyendo religión, expresión artística,
arquitectura y estructura social.
Cuando Abraham incursionó en la tierra de los faraones las primeras pirámides 15 ya tenían 900
años (el primer arquitecto del que se tiene conocimiento fue Imhotep, responsable del diseño
de la primera pirámide escalonada y la más antigua, localizada en Sakkara, por encargo del
faraón Djoser, aproximadamente en el año 2750 a.C.). El período histórico del relato bíblico
corresponde al llamado Reino medio (ca. 2050-1750 a. C.).
Se considera que se inicia con la reunificación de Egipto bajo Mentuhotep II. Es un período de gran prosperidad
económica y expansión exterior, con faraones pragmáticos y emprendedores. Este periodo lo conforma el final de la
dinastía XI y la XII. Se realizaron ambiciosos proyectos de irrigación en El Fayum, para regular las grandes
inundaciones del Nilo (Provocadas por las grandes masas de agua del mar Mediterráneo evaporadas en los desiertos
cercanos al imperio), desviándolo hacia el lago Moeris (El Fayum). También se potenciaron las relaciones comerciales
con las regiones circundantes: africanas, asiáticas y mediterráneas. Las representaciones artísticas se humanizaron, y
se impuso el culto al dios Amón. A mediados de 1800 a. C., los dirigentes hicsos vencieron a los faraones egipcios; lo
que comenzó como una migración paulatina de libios y cananeos hacia el delta del Nilo, se transformó con el tiempo en
conquista militar de casi todo el territorio egipcio, originando la caída del Imperio Medio 16.

15
La pirámide de Keops en el valle de Guiza se construyó bajo la supervisión de Himinu, el arquitecto del rey. Herodoto, en sus
escritos, estimó que 100,000 hombres habrian sido requeridos para la construcción de la pirámide, y que esta habría durado 27 años
en completarse. La fecha estimada de terminación de la construcción de la Gran Pirámide es alrededor de 2570 a. C.
Su altura original fue de 146 metros, pero ahora es de solo 137 metros debido al deterioro de la parte superior. Cada uno de sus
lados, orientados a los cuatro puntos cardinales, media originalmente 230 metros, pero debido a la pérdida de algunas piedras,
ahora es de solo 227 metros. El ángulo de inclinación de cada lado es de 51°. Se sabe ahora que se usaron más de 2.300.000 piedras
para construir la pirámide, cuyo peso medio es de dos toneladas y media por bloque, aunque algunos de ellos llegan a pesar hasta
sesenta toneladas. Originalmente estaba recubierta por unos 27.000 bloques de piedra caliza blanca, pulidos, y de varias toneladas
cada uno. Mantuvo este aspecto hasta principios del siglo XIV, cuando un terremoto desprendió parte del revestimiento calizo.
16
https://es.wikipedia.org/wiki/Antiguo_Egipto#Reino_Medio_(c._2050-1750_a._C.)
6
Análisis del episodio en Egipto: la fragilidad de Abraham17
El miedo de Abrahán por lo que lo rodea: Abrahán, tanto en Egipto como en Guerar (Gen 20,1-18), oculta la verdadera
identidad de su esposa y la presenta en Egipto como hermana suya… Hay que
señalar que en Gén 26 es Isaac quien hace lo mismo. ¿A qué se debe, la
insistencia en esta anécdota, que se nos cuenta tres veces? Cuando la Biblia
cuenta una cosa tres veces es que hay un motivo para hacerlo. Tres veces se
nos cuenta la vocación de Pablo, tres veces predice Jesús su pasión y su muerte.
Por tanto, debe haber algún motivo; no puede tratarse en el fondo de un hecho
sin importancia, como afirma algún comentarista, por ejemplo, en la Biblia de
Jerusalén, que dice que se trata solamente de un episodio para hacernos ver
como una gloria de la raza el hecho de que las mujeres de los hebreos eran muy
hermosas, hasta el punto de que incluso en su ancianidad eran deseadas por los
extranjeros; o bien que los beduinos eran demasiado astutos y que, a pesar de
no tener mucho poder, sabían salir adelante con un acto de astucia. Puede ser
que esto estuviera en la base del relato primordial, tal como solía narrarse en
las tiendas, riendo y bromeando a costa suya pero, en realidad, inserto de este modo en el ciclo de Abrahán, referido
además en tres ocasiones, parece ser que tiene un significado moral, aunque quizá, como veremos, no es el que nos
esperaríamos inmediatamente. Me parece que en el contexto de Gén 12 significa realmente que Abrahán no sabe
aprovecharse plenamente de ese mayor conocimiento de Dios que se le había dado, sino que se deja caer muy pronto
en el antiguo miedo, en los viejos temores, en el antiguo modo de salvarse por sí solo dando la vuelta a las
situaciones…
¿Qué es lo que teme Abrahán? El contexto es muy significativo, ya que sigue inmediatamente a la promesa maravillosa
de Gén 12,3; una promesa magnífica que, entre otras cosas, dice: “Yo bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a
los que te maldigan”. Por consiguiente, Abrahán puede estar tranquilo, ya que Dios pensará en defenderlo. Abrahán
obedece, parte hacia un nuevo mundo, tiene una nueva visión del futuro; en los versículos siguientes se dice que
invoca a Dios, que le construye un altar; todo es magnífico. Pero luego he aquí que en el versículo 10 Abrahán se
encuentra en Egipto consigo mismo, con sus propias dificultades, con sus propios problemas, e intenta reaccionar como
puede. Este es el contexto...
Primer elemento, la ocasión de esta situación: la carestía. Abrahán baja a Egipto “porque en la región el hambre se
había agravado”; un fenómeno que, como sabemos, se repetirá también en tiempos de José. Es una de las constantes
de este flujo de Palestina a Egipto.
Segundo elemento del texto, versículos 11-13: el miedo. Abrahán le dice a Sara: “Apenas te vean los egipcios se dirán:
Es su mujer. Y a mí me matarán”. Abrahán tiene miedo de morir; a eso se debe su estratagema. “Di, pues, te ruego,
que eres mi hermana, para que me vaya bien gracias a ti y, por amor tuyo, salve yo la vida”. Más aún, espera incluso
ciertas ventajas, o sea que de esta competición por su vida salga lleno de premios, que no sólo no lo eliminen, sino que
pueda crecer y aumentar. Este miedo, esta estratagema, son más o menos los mismos en el capítulo 20,1-18, donde
se expresan con un poco más de retórica, como se ve en el versículo 11. Abrahán dice: “Yo dije para mí: Seguramente
no hay temor de Dios en esta tierra y me matarán a causa de mi mujer”. Aquí el motivo es religioso: no temen a Dios y
entonces es preciso que yo piense en mí mismo: tengo que defenderme. Por otro lado, Abrahán está preocupado de
salvar las apariencias cuando dice: “Además es verdad que ella también es mi hermana, hija de mi padre, pero no de
mi madre, y ahora es mi mujer”. Esta tradición elohísta procura situar a
Abrahán bajo una luz mejor: es realmente hermana suya, Abrahán tenía un
buen motivo para hablar de este modo. El relato yahvista del capítulo 12 no
nos da más detalles, por lo que se han hecho varias hipótesis, ninguna
verdaderamente definitiva. Algunos se refieren a una costumbre mesopo-
támica. Según otros habría una justificación en cuanto que era posible
declarar a la mujer hermana y elevarla al rango de tal, que era un rango
especial probablemente para dar una dignidad mayor sobre las demás
esposas, como persona no adquirida desde fuera, sino más bien formando
parte de una familia noble. Es una de las hipótesis que se hacen para salvar a
Abrahán, como intenta hacerlo de algún modo el capítulo 20. De todas
formas, se trata ciertamente de una estratagema que utiliza Abrahán. Una
estratagema ambigua.
Tercer elemento: ¿cuáles son las consecuencias de esta estratagema? Sara es llevada a casa del faraón; Abrahán es
bien recibido, recibe ganado, rebaños, esclavos y esclavas, asnos y camellos. Es el faraón el que paga los gastos,
castigado con grandes plagas, a pesar de su inocencia, por causa de haber tomado a Sara, la esposa de Abrahán. Se
trata de consecuencias que encierran cierto humorismo. En el trasfondo del relato nos parece ver la idea de que los
beduinos son astutos y de que son los grandes terratenientes los que pierden el juego y tienen que pagar. El final es la
conversación decisiva de los dos últimos versículos, de donde brota el sentido moral del relato: “El faraón mandó
entonces llamar a Abrahán y le dijo: ¿Qué es lo que me has hecho? ¿Por qué no has dicho que era tu mujer? ¿Cómo es
que me has dicho: Es mi hermana, dando lugar a que yo la tomase por mujer?” El faraón da aquí la impresión de ser
una persona honrada: ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has tenido miedo? ¿Por qué temiste y cediste a tus
preocupaciones interiores? Y, finalmente, el faraón lo compensa con abundantes regalos. Esta conversación resolutiva
se expresa de forma todavía más moralmente decisiva en el versículo 9 del capítulo 20. Aquí se trata de Abimelec, rey
de Guerar, que se levanta de madrugada después de su coloquio con Dios durante la noche, en donde se le reveló
cómo estaban las cosas. Le dice a Abrahán: “¿Qué nos has hecho? ¿En qué te he ofendido para que hayas acarreado
sobre mí y sobre mi reino desgracia tan grande? Tú has hecho conmigo lo que no se debe hacer”. Aquí aparece con
toda claridad un juicio negativo sobre la ambigüedad que llevó a Abrahán a una situación equívoca, a cosas que no se
deben hacer. Esta es, por consiguiente, la estructura del texto.
…“¿Qué es lo que teme Abrahán? ¿Qué es lo que hace?” Como se indica claramente en el texto, Abrahán tiene miedo
de que le hagan daño, porque es pequeño, porque no tiene un reino, sino que es solamente el jefe de un pequeño
grupo de pastores, fuera de toda protección de amigos, alejado de su tierra, indefenso ante un mundo hostil; su
17
CARLO MARÍA MARTINI, Abrahán, nuestro padre en la fe. San Pablo, Madrid 1984
7
ansiedad es perfectamente comprensible. ¿Cómo no estar de parte de Abrahán, que tiene que defenderse de todo y
contra todos, ya que nadie piensa en él? Si yo no pienso en mí mismo, ¿quién pensará en mí? No tengo parientes, no
tengo amigos, no tengo un clan que pueda vengarme.
Abrahán siente realmente miedo de que toda su vida, a la que se le ha
confiado una gran promesa y un gran porvenir, pueda venirse abajo, y
necesita, por tanto, defenderse. Se trata del instinto de defensa inmediata
de sí mismo. ¿Y qué es lo que hace con este miedo? Se defiende como
puede, escoge la estratagema que en aquellos momentos le parece más
adecuada. La verdad es que a nosotros nos impresiona el hecho de que
haya podido darle a otro su propia mujer… Hemos de pensar un poco que
Abrahán no encontró otra solución. ¡Eso es todo! Entró en un camino
ambiguo. No es que lo hiciera de buena gana. Lo cierto es que estaba
dentro de un círculo del que no podía salir: si mantenía a su mujer, se
metía a sí mismo en el peligro; si la daba, caía en la ambigüedad. Estaba
acorralado, cercado, y encontró el camino más cómodo; y como había
cierta justificación jurídica, intentó jugar con el derecho, con ciertas
posibilidades jurídicas, cerrando los ojos a los aspectos morales, ya que no
podía obrar de manera distinta. Yahvé tiene misericordia del pobre Abrahán
¿Qué hace Yahvé? Yahvé no hace nada, Yahvé lo entiende; Abrahán es más
importante, y la emprende contra el faraón. No la emprende contra Abrahán porque (aunque no lo diga el texto, está
claro) Abrahán se encuentra en una situación difícil, su fragilidad es manifiesta y él no puede nada contra su propia
fragilidad, está ahogado, lleno de miedo. Y entonces Yahvé no se lo reprocha, no interviene en contra suya, sino que
denuncia a los demás, castigando incluso a los poderosos para dejarle sitio a Abrahán, para darle ánimos. Por una
parte, la acción ambigua de Abrahán; por otra, la tolerancia de Yahvé, que tendrá otros medios: una nueva infusión de
kerigma para aclararle las cosas, para que siga adelante. En esta ambigüedad suya no se le acusa a Abrahán de
sinvergüenza, de falta de confianza en la promesa, de aberración moral, sino que se le recupera con paciencia y con
paz. Es decir, Dios lo saca a flote respetando, casi podríamos decir que sobrevolando, como dirá la misma Escritura,
cerrando un poco los ojos, sobre la fragilidad y la ambigüedad de Abrahán. Dios tiene otros remedios para sanar esta
fragilidad distintos de la corrección violenta. ¿Qué es lo que nos revela este hecho de la realidad de Abrahán y la
realidad de Yahvé? Son las dos últimas preguntas sobre la realidad del hombre-Abrahán. ¿Qué es lo que teme el
hombre? ¿Qué es lo que le amenaza? El hombre teme todo lo que pueda disminuirlo, todo lo que pueda mortificar su
vida, sus posesiones, su prestigio, su seguridad, todo lo que podría ponerlo en situaciones embarazosas,
desagradables, de crítica; cosas de las que huimos de mil maneras, unas lícitas y honestas, otras ambiguas, sobre todo
cuando nos encontramos en situaciones difíciles, en situaciones donde son muchas las fuerzas hostiles. Si uno está
tranquilo en su habitación, puede hacer muchos planes; pero cuando se multiplican las situaciones de tensión, de
ambigüedad, de oposición, entonces salta instintivamente el instinto de defensa y se intenta salir a flote de cualquier
modo, entrando a veces en la ambigüedad. No mato, soy honrado, no hago daño a nadie; pero procuro escaparme
como puedo…

La separación de Abrám y de Lot (Gen 13, 1-18)


Desde Egipto, Abram subió al Négueb, llevando consigo a su esposa y todos sus bienes.
También Lot iba con él. Abram tenía muchas riquezas en ganado, plata y oro. Después siguió
avanzando por etapas desde el Négueb hasta Betel, hasta el lugar donde había acampado al
comienzo, entre Betel y Ai, donde estaba el altar que había erigido la primera vez. Allí Abram
invocó el nombre del Señor. Lot, que acompañaba a Abram, también tenía ovejas, vacas y
carpas. Y como los dos tenían demasiadas riquezas, no había espacio suficiente para que
pudieran habitar juntos. Por eso, se produjo un altercado entre los pastores de Abram y los de
Lot. En ese tiempo, los cananeos y los perizitas ocupaban el país. Abram dijo a Lot: «No quiero
que haya altercados entre nosotros dos, ni tampoco entre sus pastores y los míos, porque
somos hermanos. ¿No tienes todo el país por delante? Sepárate de mí: si tú vas hacia la
izquierda, yo iré hacia la derecha, y si tú vas hacia la derecha, yo iré hacia la izquierda».
Lot dirigió una mirada a su alrededor, y vio que toda la región baja del Jordán, hasta llegar a
Soar, estaba tan bien regada como el Jardín del Señor o como la tierra de Egipto. Esto era
antes que el Señor destruyera a Sodoma y Gomorra. Entonces Lot eligió para sí toda la región
baja del Jordán y se dirigió hacia el este. Así se separaron el uno del otro: Abram permaneció
en Canaán, mientras que Lot se estableció entre las ciudades de la región baja, poniendo su
campamento cerca de Sodoma. Pero los habitantes de Sodoma eran perversos y pecaban
gravemente contra el Señor.
La renovación de la promesa
El Señor dijo a Abram, después que Lot se separó de él: «Levanta los ojos, y desde el lugar
donde éstas, mira hacia el norte y el sur, hacia el este y el oeste, porque toda la tierra que
alcances a ver, te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Yo haré que tu descendencia
sea numerosa como el polvo de la tierra. Si alguien puede contar los granos de polvo, también
podrá contar tu descendencia. Ahora recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque yo te lo
daré». Entonces Abram trasladó su campamento y fue a establecerse junto al encinar de
Mamré, que está en Hebrón. Allí erigió un altar al Señor.

8
¿Qué es lo que nos dice el primer episodio 18 de Gén 13,1-18? En los seis primeros
versículos se describe la situación: Abrahán y Lot son ricos, muy ricos, demasiado
ricos; demasiado, porque en un determinado momento sus rebaños, tan
abundantes, no pueden ya seguir juntos. Cada uno iba apacentando su propio
rebaño, pidiendo para ello permiso a los habitantes del lugar después de la
cosecha. Esto es posible hasta cierto límite, más allá del cual hay que separarse,
pues de lo contrario empiezan a plantearse problemas. Abrahán y Lot se han
enriquecido enormemente, y con la riqueza, como siempre sucede, surgen los
problemas. Mientras eran pobres o tenían menos asuntos entre manos se ayudaban
y marchaban de acuerdo; pero ahora empiezan los motivos de disensión.
Esta es la primera parte del episodio. Sería interesante entrar en detalles para
destacar ciertos matices del texto. Pero deteniéndonos en lo especial, vemos que
surge una disputa no ya entre Abrahán y Lot -el texto lo dice muy delicadamente-, sino entre los pastores de Abrahán
y los pastores de Lot. Como suele suceder, las grandes personalidades dejan que luchen los demás, no intervienen y
procuran mantener su dignidad por encima de las rencillas de abajo. Pero está claro que en un momento determinado
los dos tenían que llegar a una clarificación de los problemas. La disputa surge -nos dice el versículo 7 de este texto-
mientras “los cananeos y fereceos (o perizitas) habitaban entonces en aquella región”; por tanto, era una situación
difícil, todavía eran huéspedes, extranjeros, en peligro; y una discusión entre ellos resulta ciertamente peligrosa,
nefasta; podría destruir todas sus riquezas.
Un ofrecimiento generoso
Segunda parte: la propuesta de Abrahán… es…generosísima, realmente excepcional. Y, finalmente, la elección de Lot,
descrita con mucha amplitud. (…) “Lot entonces levantó sus ojos y vio toda la llanura del Jordán enteramente regada”.
Ya la había visto anteriormente, pero aquí se subraya este hecho para indicar cómo se va decidiendo Lot, cuáles son los
motivos de su decisión. Mirando desde Betel hacia abajo, por la parte de oriente, “-antes de que Yahvé destruyera a
Sodoma y a Gomorra- aquella llanura hasta Segor era como el jardín de Yahvé, como la tierra de Egipto. Lot escogió
para sí todo el valle del Jordán y se marchó dirigiéndose hacia oriente” (vv. 10-11).
…Lot cree que ha escogido lo mejor, y no sabe en dónde se ha metido y hasta dónde habrá de llevarlo su codicia. Así
pues, tenemos, por una parte, la elección de Lot y, por otra, la aceptación tranquila de Abrahán. La última parte del
episodio…es la segunda promesa. “Yahvé dijo a Abram, después que Lot se hubo separado de él: Alza tus ojos —
Abrahán probablemente se había quedado algo desilusionado: ahora el otro ha escogido el lugar más fértil; ¿qué voy a
hacer yo?— y desde el lugar donde te encuentras mira al norte y al mediodía, a oriente y a occidente. Toda la tierra
que tú ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Multiplicaré tu posteridad como el polvo de la tierra...” Es
la conclusión del episodio…
Abrahán podía pretender muchas cosas de Lot. Lot era el pequeño huérfano
que Abrahán había adoptado, que había sacado adelante con su amor, que
había cuidado, hecho crecer, a quien había enseñado el arte del pastoreo;
por tanto, si se había enriquecido, probablemente se lo debía a la protección,
al interés, a la enseñanza de Abrahán. Abrahán podía esperar de Lot
sumisión, humildad, aceptación, obediencia. Pero Abrahán no sólo lo trata
como igual suyo, lo cual llama ya la atención, sino que lo trata incluso como
hermano, no como un sobrino del que se había ocupado gratuitamente y que
debería haberle cedido sus derechos, ya que se lo debía todo, sin molestar a
sus pastores, como habría sido justo si Abrahán hubiera querido insistir en su
derecho. Pero no, lo trata como hermano con el que no hay que discutir, sino
ponerse de acuerdo; más aún, lo trata como si fuera el primogénito. Abrahán
habría podido decirle: vamos a dividirnos la tierra como hermanos, de forma
justa y equitativa, teniendo en cuenta que ya has recibido mucho de mí y
que me debes todo lo que tienes; ahora conténtate con esto. Es lo que habría
sido justo entre hermanos. Sin embargo, Abrahán le da los derechos de primogénito, casi los de cabeza de familia: “Ve
adonde quieras; tienes ante ti todo este país”; yo escogeré lo que tú no quieras.
Realmente, tratándose de un hebreo, codicioso o, por lo menos, satisfecho de tener cierta posesión que ha adquirido
con sus propias manos, nos encontramos ante un ejemplo de generosidad. Nos resulta verdaderamente asombrosa
esta liberalidad excepcional, esta humildad y desprendimiento de Abrahán. Pero lo más sorprendente es que Abrahán
acepta la decisión de Lot y se establece en el país de Canaán. Cuando nosotros hacemos estas propuestas generosas,
lo hacemos siempre para poner al otro en dificultades; es decir, creemos que el otro comprenderá que tiene que
escoger lo que le corresponde y nada más; y nos irritamos seriamente cuando el otro, sin comprender la situación, nos
quita lo nuestro; realmente, cuando ponemos la decisión en manos ajenas es precisamente para que el otro acepte
reducirse a sus propios límites. Pero Abrahán no hace trampas, acepta libremente lo que el otro rechaza, y lo toma con
una enorme tranquilidad. Esto nos sorprende mucho; lo que había hecho no era una ficción, no era ese arte tan
habilidoso de conseguir lo mejor haciéndose generoso; era expresión sincera de la sencillez de su corazón, algo que es
muy raro entre los seres humanos. (…) Abrahán tiene dentro algo más, tiene un tesoro en el corazón; Lot no tiene la
promesa; es justo que ponga sus manos en la parte más rica; Abrahán tiene la promesa. Esta promesa es para él más
preciosa que cualquier otra riqueza y lo hace un ser libre, tranquilo, disponible, dispuesto a ceder al otro lo mejor.
…Si comparamos las palabras de Abrahán a Lot: “¿No tienes toda la tierra ante ti?” (13,9), con las palabras de Dios a
Abrahán: “Alza tus ojos...; toda la tierra que tú ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (13,14s),
observamos una singular correspondencia; es decir, si Abrahán supo decirle a Lot: “Aquí tienes toda esta tierra,
escoge”, es porque Dios le había dicho a Abrahán: “Mira, yo te doy no una porción de tierra, sino todo el país, de
oriente a occidente, desde el norte hasta el mediodía, y haré que tu descendencia sea tan numerosa como el polvo de
la tierra”…hay aquí una correspondencia entre la generosidad de Abrahán y la promesa de Dios, cuya presencia es
continua en su vida. Es decir, Abrahán tiene una riqueza enorme, y esta enorme riqueza lo hace libre, tranquilo,
disponible, pacífico, generoso, servicial.

18
CARLO MARÍA MARTINI, Abrahán, nuestro padre en la fe. San Pablo, Madrid 1984
9
La campaña de los cuatro reyes (Gen 14, 1-16)
En tiempos de Amrafel, rey de Senaar, de Arioc, rey de Elasar, de Quedorlaomer, rey de Elam,
y de Tidal, rey de Goím, estos hicieron la guerra contra Berá, rey de Sodoma, Birsá, rey de
Gomorra, Sinab, rey de Admá, Zeméber, rey de Seboím, y contra el rey de Belá, es decir, de
Soar. Todos ellos se concentraron en el valle de Sidím, que ahora es el mar de la Sal. Durante
doce años, habían estado sometidos a Quedorlaomer, pero al decimotercer año se rebelaron. Y
en el decimocuarto año, Quedorlaomer y los reyes que los acompañaban llegaron y derrotaron
a los refaítas en Asterot Carnaim, a los zuzíes en Ham, a los emíes en la llanura de Quiriataim,
y a los hurritas en las montañas de Seír, cerca de El Parán, en el límite con el desierto. Luego
dieron vuelta hasta En Mispat –actualmente Cades– y sometieron todo el territorio de los
amalecitas, y también a los amorreos que habitaban en Hasasón Tamar. Entonces el rey de
Sodoma, el rey de Gomorra, el rey de Admá, el rey de Seboím, y el rey de Belá –o Soar–
avanzaron y presentaron batalla en el valle de Sidím a Quedorlaomer, rey de Elam, a Tidal, rey
de Goím, a Amrafel, rey de Senaar, y a Arioc, rey de Elasar. Eran cuatro reyes contra cinco. El
valle de Sidím estaba lleno de pozos de asfalto. Al huir, los reyes de Sodoma y Gomorra
cayeron en ellos, mientras ya los demás escaparon a las montañas. Los invasores se
apoderaron de todos los bienes de Sodoma y Gomorra, y también de sus víveres. Y cuando
partieron, se llevaron a Lot, el sobrino de Abram con toda su hacienda, porque él vivía
entonces en Sodoma.
Un fugitivo llevó la noticia a Abram, el hebreo, que estaba acampado en el encinar de Mamré,
el amorreo, hermano de Escol y de Aner; estos, a su vez, eran aliados de Abram. Al enterarse
de que su pariente Lot había sido llevado cautivo, Abram reclutó a la gente que estaba a su
servicio –trescientos dieciocho hombres nacidos en su casa– y persiguió a los invasores hasta
Dan. Él y sus servidores los atacaron de noche, y después de derrotarlos, los persiguieron
hasta Jobá, al norte de Damasco. Así Abram recuperó todos los bienes, lo mismo que a su
pariente Lot con su hacienda, las mujeres y la gente.
Este episodio es totalmente diferente a las narraciones anteriores sobre el patriarca, ya que nos presenta a Abraham
como un guerrero que vence a una coalición de reyes extranjeros, o al menos que cae sobre su retaguardia, y les
arrebata el botín y a su hermano Lot.
El estilo es el de una crónica antigua, que es remozada con explicaciones para sus lectores. Así, al mencionar ciertas
ciudades, se dice el nombre antiguo y el actual1. Hay expresiones arcaicas, y los nombres geográficos corresponden
bien a los de la ruta caravanera que bordea el mar Muerto y sube por Transjordania hacia Damasco. Y, por otra parte,
la enumeración de reyes diversos coincide con el tipo onomástico de cada grupo étnico.
El relato bíblico nos presenta a cuatro reyes orientales (un elamita, dos mesopotámicos y un hitita) coligados, haciendo
una incursión contra la Pentápolis de la orilla oriental del mar Muerto. La expedición no es inverosímil teniendo en
cuenta que se trataba de asegurar la ruta comercial con Arabia, la cual pasaba por esa zona de Transjordania. El jefe
de la coalición es Codorlaomer, rey de Elam. [Los elamitas
(ca. 2700–519 a. C.) eran un pueblo localizado al sudoeste
de la actual Irán. Su lengua no era semítica, ni indoeuro-
pea, y fueron, geográficamente precursores del Imperio
persa, que apareció más tarde]. El nombre entra perfecta-
mente dentro de la onomástica elamita; parece ser una
pronunciación dialectal de Kudur-Lagamal (siervo de Laga-
mal). La primera parte del nombre aparece en la onomás-
tica elamita, y Lagamal era una diosa elamita. Aunque no
se ha encontrado el nombre de este rey en las listas reales
elamitas, debemos tener en cuenta que son incompletas,
precisamente en esta época que precede a la afirmación de
la hegemonía de la primera dinastía babilónica.
Amrafel, rey de Senaar: se le ha identificado con el
Hammurabi de Babilonia (s.XVIII a.C.). Senaar es la designación genérica de Mesopotamia, y en concreto de Babilonia.
Los lexicólogos consideran posible la identificación de Amrafel y Hammurabi, teniendo en cuenta la plurivalencia de los
signos silábicos babilonios. Así, dándole al último signo bi el valor de bil o pil, tenemos Hammurabil o Hammurapil, que
en una pronunciación dialectal defectuosa puede convertirse fácilmente en Amrafel4. No obstante, hoy día se desconfía
de esta posible identificación lexicográfica, y se supone que el Amrafel es un rey del norte de Mesopotamia, de una
localidad llamada Singar.
Arioc, rey de Elasar: también, acudiendo a la plurivalencia de los valores silábicos cuneiformes, se le ha pretendido
identificar con Rim-Sin de Larsa. Pero encontramos el nombre de A-ri-wu-uk, hijo de Zimri-Lim de Mari. Es nombre de
tipo jurrita. Elasar puede ser Ilanzura de los textos hititas y de Mari, situada entre Carquemis y Mari. Tadal, rey de los
Goyim: se le ha relacionado con los nombres hititas llamados Tudjalias, y el primero de ellos es contemporáneo de
Hammurabi (s.XVIII a.C.). Goyim significa "naciones gentiles" en general, y puede ser una denominación genérica
(equivalente a bárbaro o umman manda de los textos cuneiformes) para designar a los extranjeros, escogida por el
hagiógrafo para llenar el vacío del nombre de un país que aparecía ininteligible en el original. Como Elam ejercía cierta
hegemonía en Mesopotamia antes de surgir el imperio de Hammurabi, haciendo incursiones militares hasta el Asia
Menor, bien podemos poner esta expedición a fines del siglo XIX o principios del XVIII a.C.
Por otra parte, sabemos que Transjordania fue arrasada en esta época, quedando su cultura ahogada hasta el siglo XIII
a.C. Así podemos situar la vida de Abraham entre los siglos XIX-XVIII a.C. Luego no podemos poner más tarde esta
10
incursión contra las ciudades del sur del mar Muerto. Los reyes de estas ciudades, después de doce años de sumisión,
se insurreccionaron, comprometiendo así la ruta comercial hacia Arabia. Por ello, los reyes orientales, heridos en sus
intereses comerciales, mandaron unos destacamentos para someter a los rebeldes. La Biblia no dice que los reyes
dirigieran en persona la campaña. Los anales de los antiguos reyes orientales suelen atribuir directamente a los reyes
las expediciones militares victoriosas de sus generales, representantes suyos. Es el género literario militar áulico. Antes
de atacar a las ciudades de las orillas del mar Muerto, sometieron a otras poblaciones situadas en la "ruta real" a
través de Edom y Moab, que iba de Siria hacia el mar Rojo, la que quisieron tomar los israelitas al entrar en Edom.
Primeramente vencieron a los refaim en Astarot-Qarnayim, el Tell Astara al este del lago de Genesaret.
Los refaim eran una raza de gigantes, cuyos descendientes fueron el espanto de los exploradores israelitas al entrar en
Canaán. Ellos, con los enaquim, zumzumim, emim y zuzim son los restos de la edad de piedra, anteriores a la oleada
semítica. A ellos se atribuían los monumentos megalíticos, tan abundantes en Transjordania, y la imaginación popular
los mitologizó, considerándolos como raza ciclópea. Los zuzim parecen ser idénticos a los zumzumim, habitantes en
esta zona del norte de Transjordania. Ham: es el actual Ham, al sur de Irbid, en el Adjlum. Emim: habitan el territorio
de Moab. Eran de la raza ciclópea de los enaquim. Quiriatayim es el actual Jirbet Quiryatein o Jirbet-Qureyat. Jorritas:
son los jurritas del norte de Siria, que descendieron hacia Palestina en el siglo XIX a.C. Por ellos, los egipcios
designaron a Palestina con el nombre de Ham. Los montes de Seir (v.6) es la cadena de montañas desde el sur del mar
Muerto hasta el golfo de Elán. Es el futuro territorio de los edomitas. El-Parán: está al oeste del W. el Aris. Fuente de
Mispat o del "juicio," identificada con Qades, la actual Ain Qedeis, al sur del Negueb. Allí los reyes vencieron a los
amalecitas. Jasasón-Tamar: cerca de Kurnub, entre Qades y el mar Muerto. Una vez vencidos estos enemigos, los
reyes coligados se concentraron sobre la Pentápolis del mar Muerto. Los cinco reyes de ésta salieron a dar la batalla,
pero fueron derrotados en el valle de Sidim (v.8), donde había pozos de betún. Todos los bordes del mar Muerto y su
fondo son bituminosos, y sobre todo con ocasión de los terremotos hay emanaciones de asfalto. Por eso, el mar Muerto
es llamado lago Asfaltites por los griegos. Los nabateos explotaban este asfalto, vendiéndolo a los egipcios para
embalsamar a los muertos. El valle de Sidim debe de ser la parte que rodea el mar Muerto por el sur, inundada con
ocasión del terremoto que anegó a las cinco ciudades del litoral.

Los vencedores saquearon Sodoma y Gomorra y se llevaron prisionero al sobrino de Abraham, Lot (v.12). Un fugitivo
llevó a Abraham la noticia de la captura de Lot. Es curioso que a Abraham se le dé el nombre de el hebreo, como si
fuera desconocido, designación arcaica despectiva que las poblaciones no israelitas daban al pueblo hebreo. Es otro
indicio del arcaísmo del documento utilizado por el redactor. El patriarca tenía sus aliados de raza amorrea, sin duda
para defenderse mutuamente en un ambiente hostil y mantener sus derechos de pastos. Abraham tomó sus siervos y
los de sus aliados, reuniendo 318 hombres, con los que se apresuró a rescatar a su sobrino (v.14). Al acercarse a la
retaguardia del ejército invasor, dividió sus mercenarios y cayó de noche inesperadamente sobre la sección que
guardaba el botín y los prisioneros.
Es una obra maestra de razzia beduina. Así fue persiguiendo -en plan de guerrillas- al invasor hasta Jobá, la actual
Ube, no lejos de Damasco. Dan es la antigua Lais. "La victoria de Abraham se reduce a una razzia contra la columna de
prisioneros y del botín, que era la retaguardia de la columna victoriosa." No se trata, pues, de una victoria abierta
contra el invasor, lo que es inverosímil, sino de una escaramuza particular, que le valió a Abraham el rescate de su
sobrino y no poco botín. Sin duda que esta victoria de Abraham formó parte de la épica popular, y así el relato habla
ampulosamente de una victoria sobre los cuatro reyes de Oriente. Es el género literario épico ampuloso e hiperbólico,
tan utilizado en las historias de los pueblos pequeños 19.

19
ALBERTO COLUNGA, MAXIMILIANO GARCÍA CORDERO, Biblia Comentada I. Pentateuco. BAC, Madrid, 1967
11
El encuentro de Abrám con Melquisedec y el rey de Sodoma (Gen 14, 16-24)
Cuando Abram volvía de derrotar a Quedorlaomer y a los reyes que lo acompañaban, el rey de
Sodoma salió a saludarlo en el valle de Savé, o sea el valle del Rey. Y Melquisedec, rey de
Salem, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abram,
diciendo: «¡Bendito sea Abram de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra!
¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!». Y Abram le dio el
diezmo de todo. Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: «Entrégame a las personas y
quédate con los bienes». Pero Abram le respondió: «Yo he jurado al Señor Dios, el Altísimo,
creador del cielo y de la tierra, que no tomaré nada de lo que te pertenece; ni siquiera el hilo o
la correa de una sandalia. Así no podrás decir: «Yo enriquecí a Abram». No quiero nada para
mí, fuera de lo que mis servidores han comido. Solamente los hombres que me han
acompañado, Aner, Escol y Mamré, recibirán su parte».
Melquisedec es un personaje bíblico 20 que fue Rey-Sacerdote de Salem 21 (o Jerusalén) en la época patriarcal. La Biblia
le menciona solamente tres veces: Gen 14,18; Ps 110,4 y Heb 5-7. Su nombre (Malki-sedek) significa «Rey de
justicia», según la etimología corriente…
Gen 14,17-19 relata el regreso de Abraham después de haber batido a los reyes que habían derrotado al de Sodoma
(v.) y a sus aliados y hecho prisionero a su sobrino Lot. A su encuentro salió el rey de Sodoma y «Melquisedec, rey de
Salem, presentando pan y vino; era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo
diciendo: Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador (Señor) de cielos y tierra; y
bendito sea el Dios Altísimo que puso a tus enemigos en tus manos». Hoy día parece
segura la identificación de Salém con Jerusalén (Ps 76,3). Melquisedec aparece así
como un rey cananeo de la época patriarcal y su nombre es semejante al de otro
monarca de Jerusalén, Adonisedec, mencionado en los 10,1…
Pero lo interesante de este extraño personaje es su sentido religioso. El Génesis lo
presenta como sacerdote del Dios Altísimo ('El elyón) de acuerdo con la teología
cananeo donde ‘El es el dios supremo, creador de los seres y padre de los hombres,
como le llaman los textos de Ugarit. Abraham identifica esa divinidad con Yahveh, el
Dios de Israel, haciendo de Melquisedec un monoteísta. Esta actitud concuerda bien
con el proceder general de los patriarcas, que, siendo adoradores del Dios único, se
mueven con libertad en el ámbito cananeo, utilizando sus lugares sacros y
conviviendo religiosamente con sus moradores. En el momento de encontrarse, M. trae pan y vino, no está claro si
como refrigerio para la tropa en signo de amistad y congratulación, o bien como sacrificio de acción de gracias o de
comunión; ambas cosas son posibles, pero el texto no lo expresa con claridad. La mención del sacerdocio parece
relacionarse más bien con la bendición que imparte a Abraham. Éste reconoce dicho sacerdocio entregándole el diezmo
del botín.
Todo el cap. 14 del Génesis, que no corresponde a ninguna de las fuentes literarias del Pentateuco, representa una
tradición antigua, conservada en orden a exaltar la figura de Abraham y poner de relieve sus relaciones con Jerusalén,
ciudad santa, que posee un santuario donde el rey ejerce el sacerdocio por derecho propio. Se trataría así de una
tradición aprovechada en favor de la dinastía de David, que tomó a Jerusalén por su capital y estableció en ella el
centro del culto yahvítico. Sobre este culto y santuario el rey de Judá no tenía un derecho ministerial, que la Ley
reservaba a los Levitas, sino que su derecho dimanaba del carácter regio, sancionado en esa tradición.
Es ésta precisamente la mentalidad que se refleja en el Salmo 110,4, que exalta la elección divina del rey y su triunfo
sobre sus enemigos, asegurado por la protección de Yahveh. Dicho de David o de un descendiente suyo, este salmo
traduce la ideología del mesianismo dinástico de que aquél es portador según la profecía de Natán (2 Sam 7,11-16); y
así es también mesiánico en sentido definitivo en cuanto Cristo culmina aquella esperanza. El salmo descubre el
carácter sacerdotal de este mesianismo regio precisamente en relación con la figura de Melquisedec: «Yahveh lo ha
jurado y no se volverá atrás: tú eres sacerdote para siempre al modo de (o por causa de) Melquisedec». El rey de
Jerusalén, el Mesías, disfruta por disposición divina, juramento y profecía, de rango sacerdotal, no en cuanto
funcionario cúltico, sino como dispensador de la bendición salvífica al pueblo; la Escritura lo confirma al presentarnos al
rey de Jerusalén, Melquisedec, del que el Mesías es heredero, bendiciendo a Abraham, padre del pueblo.
De este modo se conjuga la corriente típicamente israelítica del mesianismo con la realidad político-religiosa de
Jerusalén, centro unificado del culto israelítico y santuario regio. El rey mesiánico adquiere así una dimensión sacra que
trasciende el sacerdocio ministerial, para apropiarse un sacerdocio de mediación y salud al que el otro sirve de medio;
Yahveh traerá la salvación a través del Mesías, del Rey-Sacerdote del que Melquisedec es el prototipo. Este sentido
mesiánico tiene una realización eminente en el Rey-Mesías definitivo, Cristo, cuyo sacerdocio eterno aporta la
bendición, la salud, a su pueblo, liberado por su mediación redentora de todos sus enemigos. Será precisamente el
aspecto sacerdotal del mesianismo, que el A. T. sólo considera esporádicamente, aquel en que se detendrá la Epístola a
los Hebreos, glosando esta figura de Melquisedec.

https://www.mercaba.org/Biblia/Comentada/Genesis_01-20.htm
20
Cfr. https://mercaba.org/Rialp/M/melquisedec.htm
21
El origen preciso del nombre hebreo de Jerusalén es incierto y los académicos ofrecen distintas interpretaciones. Algunos afirman
que procede de las palabras hebreas yeru (casa) y shalem o shalom (paz), por lo que Jerusalén significaría literalmente «casa de la
paz». Otra interpretación dice que podría hacer referencia a Salem, un antiguo nombre de la ciudad, que aparece en el Génesis. El
nombre Salem (heb. Shâlêm) en hebreo se emplea para personas del género femenino, Y cuyo significado se aproxima al español
como: "Paz, Perfecta, Completa". Su origen se remonta a la época anterior a los patriarcas, donde la ciudad de Jerusalén (traducida
tradicionalmente como "ciudad de la paz") era también conocida popularmente como Salem. Las pruebas cerámicas indican la
ocupación de Ophel, dentro de lo que es actualmente Jerusalén, en una fecha tan temprana como es la Edad del Cobre, cerca del IV
milenio a. C., con evidencias de un asentamiento permanente en los primeros siglos de la Edad del Bronce temprana (c. 3000-2800
a. C.). Jerusalén ya era una ciudad grande y amurallada entre 1800. Fuente wikipedia
12
La figura de un Abraham guerrero aparece intercalada entre los relatos de las promesas
divinas. Abraham interviene en un conflicto ajeno para salvar a su sobrino y al volver victorioso
los reyes que ha reivindicado le salen al encuentro.
…en primer lugar el rey de Sodoma, que había escapado a la muerte 22. El lugar del encuentro es el "valle de Save," que
es localizado en el "valle del rey" (v.17). Se ha relacionado con los "jardines del rey" y así se propone como escenario
del encuentro el torrente Cedrón, que debía atravesar Abraham al volver de Transjordania.
Entre los que sin haber perdido nada salen a felicitar a los vencedores está Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del
Altísimo, El-Elyon. El relato (v. 17-20) parece intercalado posteriormente, ya que interrumpe la ligazón entre el v.17 y
el v.21, que es continuación lógica de aquél, pues es el rey de Sodoma con el que tiene conversación Abraham.
Además, en el v.20 se dice que Abraham ofreció a Melquisedec el diezmo de todo el botín que traía, mientras que en el
v.24 Abraham no quiere tocar nada del botín que pudiera haber pertenecido al rey de Sodoma.
La tradición judía ha identificado a Salem con Jerusalén. Así, Sal. 76:3 considera a Salem y Sión como sinónimos. En
Sal. 110 se compara a Melquisedec con el rey que debe reinar en Sión, la antigua colina llamada Jerusalén. En las
cartas del Tell Amarna23 aparece el nombre de Urusalim aplicado a Jerusalén, el Yerusalem del hebreo. Salem sería,
pues, un nombre diminutivo que conserva sólo la última parte del nombre. Por otra parte, para los judíos tenía un valor
simbólico teológico, pues el nombre coincidía con el sacrificio llamado selem -pacífico. Melkisedeq es nombre cananeo,
como el de Adonisedeq, rey de Jerusalén en tiempos de Josué. Los dos nombres son teóforos (contienen el nombre de
una divinidad): Melkisedeq -mi rey es justo, Adonisedeq -mi dueño es justo. Por otra parte, conocemos un dios llamado
Sedeq, adorado por fenicios y sabeos. En este supuesto, el significado de Melkisedeq es Sedeq es mi rey. Además,
Salem es el nombre de otro dios fenicio33, al que Urusalim pudiera estar consagrado34. Pero, según la Biblia,
Melquisedec es sacerdote de El-Elyon. El es primitivamente un apelativo de la divinidad, que es común a todas las
lenguas semíticas. Parece que primariamente significa "poder, primacía." El nombre de Elohim es un derivado de la raíz
El, quedando El como abreviación en los nombres teóforos (Israel, Ismael, Samuel, Daniel, Ezequiel, Isabel) 24.
Elyon -traducido por los LXX Altísimo- era primitivamente una divinidad fenicia, el padre de El. En un texto fenicio del
siglo VIII a.C. aparecen distinguidos: "ante El y Elyon." Los hebreos lo adoptaron también para designar al Dios de
ellos, y en la época helenística, la traducción de Yfistos (el Altísimo, el Existente) fue muy empleada, pues se
consideraba más comprensible a los paganos que el tetragrama Yahvé. En el caso de la entrevista de Abraham y
Melquisedec, el patriarca hebreo lo considera como su Dios, pues dijo: Alzo mi mano (juro) a Yahvé, Dios Altísimo, el
dueño de cielos y tierra... (v.22). Vemos que el redactor pone en labios de Abraham el nombre de Yahvé -evitado en
boca de Melquisedec, v. 19-20, identificándolo con el Dios de Melquisedec. Los LXX no traen el equivalente de Yahvé en
el v.22 como idéntico a El-Elyon…
Melquisedec es "rey y sacerdote," como era corriente en los reyezuelos cananeos. Abraham le ofrece, en calidad de
sacerdote, parte del botín, que la costumbre reservaba a la divinidad. Melquisedec, en cambio, lo bendice como
sacerdote y obsequia al séquito de Abraham con un refrigerio de pan y vino. Clemente de Alejandría ve en este pan y
vino un símbolo de la Eucaristía. San Cipriano considera este ofrecimiento de pan y vino como un sacrificio hecho a
Dios, figura del sacrificio eucarístico. En el canon de la misa se menciona el sacrificio de Melquisedec en este sentido.
Pero hemos de tener en cuenta que el autor de la Epístola a los Hebreos no menciona para nada el sentido eucarístico
de la ofrenda de Melquisedec, a pesar del amplio uso que hace de la persona de éste como tipo del Sumo Sacerdote,
Jesús. Tertuliano afirma que la ofrenda de Melquisedec no tiene por finalidad sino dar un refrigerio a los cansados
guerreros de Abraham. El salmista atribuye al Mesías un sacerdocio al modo de Melquisedec, el cual juntaba la dignidad
real y sacerdotal. El autor de la Epístola a los Hebreos ve en
Melquisedec una figura de Cristo, por cuanto el rey de Salem,
contra el uso corriente en la Escritura, se nos presenta en la
historia "sin padre, sin madre ni genealogía."
Melquisedec es rey y sacerdote, lo que era corriente en la
antigüedad; los reyes sumerios son llamados patesi o vicarios de
su dios. Los reyes asirios se llamaban a sí mismos sangu (sacer-
dote) y saknu (lugarteniente) de Enlil. En el texto bíblico aparece
por primera vez el nombre de kohen -sacerdote, que parece
relacionarse con el acadio kânu –inclinarse, humillarse. Melquise-
dec, con la misma fórmula, bendice a Abraham y da gracias a
Dios por la victoria, al que se le da el título de "señor de cielos y
tierra." En correspondencia, Abraham le ofrece los diezmos,
reconociéndolo como "sacerdote." Los templos de Babilonia se
sostenían con los "diezmos" -esrû- de sus devotos. Este recono-
cimiento del sacerdocio de Melquisedec por Abraham es una
prueba más de la antigüedad de la tradición sobre el encuentro
entre ellos, pues no se concibe que un judío celoso posterior haya fingido a su gran patriarca humillándose ante un
sacerdote cananeo, reconociéndole como sacerdote y ofreciéndole los diezmos.
"La escena reviste cierta grandeza: el antepasado de Israel es recibido con honor y bendecido por un rey. Generoso y
piadoso, da con generosidad el diezmo del botín. El hebreo que llevaba su diezmo al templo podía recordar que el
padre de su pueblo, muy cerca de la Ciudad Santa, había pagado un impuesto semejante. Pocos personajes del A.T.

22
ALBERTO COLUNGA, MAXIMILIANO GARCÍA CORDERO, Biblia Comentada I. Pentateuco. BAC, Madrid, 1967
23
Las Cartas de Amarna, llamadas también Correspondencia de Amarna, son un archivo de correspondencia, en su mayor parte
diplomática, grabada en tablillas de arcilla, entre la administración egipcia y no solo sus semejantes en Canaán, Amurru, Mittani y
Babilonia, sino también con estados vasallos en Siria. Estas cartas fueron encontradas en Amarna, ciudad del Alto Egipto, el nombre
moderno de la capital del Imperio Nuevo del Antiguo Egipto, Ajetatón, fundada durante el reinado del faraón Amenhotep IV,
también llamado Ajenatón (ca. 1350 - 1330 a. C.) https://es.wikipedia.org/wiki/Cartas_de_Amarna
24
Daniel (‘Dios es mi juez’ o ‘Justicia de Dios’). Emmanuel (‘Dios está con nosotros’). Ezequiel (‘Dios es mi fortaleza’). Gabriel (‘la
fuerza de Dios’). Isabel (‘mi Dios es un juramento’ o ‘mi Dios es abundancia’). Miguel (‘¿Quién es como Dios?’). Rafael (‘Dios ha
sanado’). Samuel (‘Aquel que escucha a Dios’). Ismael (al que Dios ha oído). Israel (el que luchó con Dios)
13
han tenido en la tradición la fortuna de Melquisedec. Este rey-sacerdote, que no hace sino atravesar el horizonte de
Abraham, ha excitado la curiosidad. El misterio que lo rodea le ha permitido vastos desarrollos a la exégesis alegórica,
que ha sabido sacar, ya en la Escritura, magníficas enseñanzas bajo la luz del Espíritu. La Epístola a los Hebreos es el
monumento capital". Filón veía en él un símbolo del Logos, por la idea de justicia que su nombre implica y por la
embriaguez que procura a las almas con el vino que les da…
Hemos considerado ya la figura del Rey-Sacerdote Melquisedec. El texto, épico en su forma
literaria, e independiente de las tradiciones anteriores que se refieren al patriarca (Yahvista,
Elohista, Sacerdotal), sugiere además otras reflexiones:
(En primer lugar)… Abrahán no parece razonar muy bien 25; se enfrenta con un peligro desproporcionado: 318 hombres
contra los cuatro soberanos más poderosos del norte. Realmente, la falta de proporción es tan grande, que nos hace
pensar en un significado teológico profundo, sin el cual no se ve qué significado darle históricamente. Los cuatro
grandes soberanos habían derrotado a tribus mucho más poderosas: los amalecitas, los amorreos; habían devastado
todo el centro de Palestina; de todo ello se podría deducir… que Abrahán aquí carece de juicio y de razón; si hubiera
tenido un poco de sensatez no se habría enfrentado con 318 hombres a una muchedumbre tan poderosa.
Pero aquí el relato pone de relieve un segundo aspecto de la actitud extraña de Abrahán. ¿En favor de quién emprende
su aventurada expedición Abrahán, con una audacia casi loca, con el peligro de morir él y todos los suyos? Lo hace por
aquel que le había sustraído la tierra mejor, por aquel que le había hecho una mala jugada, que debería haber obrado
con una mayor honradez y haber dicho a Abrahán: tú eres el mayor, agradezco tu ofrecimiento, escoge tú y yo me
contentaré con lo que me des. Esta sería la actitud cortés que cabría esperar normalmente en estas circunstancias.
Pero Lot se había aprovechado de aquel momento de generosidad y se había quedado con el terreno mejor.
Y ahora Abrahán se complica la vida por aquel muchacho, que en el fondo había abusado un poco de su bondad. Y se la
complica de manera que logra rescatarlo con todos sus bienes y, como se deduce del texto, sin exigir nada de él. No le
dijo: ahora ven a servirme de nuevo y a no hacer lo que hiciste, no te separes, formemos un solo grupo en donde sea
yo el que mande; ya ves que no eres capaz de solucionar tú solo los problemas. Se lo devuelve todo, lo deja en plena
libertad, lo mismo que antes.
Si leemos todo el capítulo, nos enteramos además por los versículos siguientes que Abrahán liberó no sólo a Lot, sino
también al rey de Sodoma, en cuyos dominios vivía Lot; y también con el rey de Sodoma se porta Abrahán con una
generosidad increíble… El rey de Sodoma le dice a Abrahán: “Devuélveme las personas y quédate con los bienes”. O
sea, tú has hecho muchísimo por mí; así pues, dividámonos el botín como es justo. Pero Abrahán le dijo al rey de
Sodoma: “Alzo la mano a Yahvé, que creó el cielo y la tierra. Yo no tomaré nada de lo que es tuyo, ni siquiera un hilo
ni una correa de tu zapato. Así no podrás decir: Yo enriquecí a Abrahán” (14,23)…
Vemos aquí todo el ánimo de Abrahán, su increíble libertad de espíritu, su generosidad, su deseo de ser sólo el deudor
del Señor. Y nos preguntamos: ¿qué es lo que le permitió a Abrahán este coraje, esta
superación de sus temores y de la sensatez que le aconsejaba: es absurdo perseguir a un
enemigo tan poderoso? ¿Qué es lo que le permitió a Abrahán superar ese resentimiento
natural para con Lot? Habría podido decir: ¡Él se lo ha querido! ¡Fue él quien eligió, que
pague ahora las consecuencias! ¿Qué es lo que le permitió mostrarse tan desprendido
ante el botín tan espléndido que había obtenido? Podía haberse quedado con él; ¿por qué
lo despreció?
El texto no lo dice, pero nos lo hace comprender el contexto, sobre todo en los versículos
22-23, donde Abrahán exclama: “«Yo he jurado al Señor Dios, el Altísimo, creador del
cielo y de la tierra, que no tomaré nada de lo que te pertenece; ni siquiera el hilo o la
correa de una sandalia. Así no podrás decir: «Yo enriquecí a Abram». Para Abrahán su
riqueza es Yahvé, es la promesa, el kerigma (el anuncio, la proclamación), tiene una
riqueza tan abundante de tierra, de porvenir, de presencia amigable de Yahvé -Abrahán
es llamado en toda la tradición islámica el amigo, el khalii, el amigo por excelencia;
también la ciudad de Hebrón, donde está sepultado Abrahán, es llamada “la ciudad del
amigo”-, que frente a esta amistad todo lo demás es muy poco…(que) prefiere esta
riqueza a todas las ataduras más o menos ambiguas que podrían haberlo ligado a
Sodoma. El texto probablemente quiere hacer observar que Abrahán no tiene nada que hacer con lo que le ocurrirá
luego a Sodoma y que esta independencia suya le será luego muy útil, puesto que hará que no pierda nada en la
destrucción de Sodoma; tuvo las manos libres, cuando quizá todos le decían: “Quédate al menos con una parte, con
algo que puedas dar luego a tus aliados”.
Pero Abrahán es un hombre con los pies en tierra, ya que inmediatamente después dice: “No quiero nada para mí,
fuera de lo que mis servidores han comido. Solamente los hombres que me han acompañado, Aner, Escol y Mamré,
recibirán su parte» (14,24). La suya es una verdadera renuncia, pero con algunas justas consideraciones para con los
demás. Abrahán no es un desagradecido, piensa en los demás, en los derechos tan justos de los otros; para él sólo
piensa en la amistad con Dios.
La promesa de Dios a Abrám (Gen 15, 1-6)
Después de estos acontecimientos, la palabra del Señor llegó a Abram en una visión, en estos
términos: «No temas, Abram. Yo soy para ti un escudo. Tu recompensa será muy grande».
«Señor, respondió Abram, ¿para qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de
mi casa será Eliezer de Damasco?». Después añadió: «Tú no me has dado un descendiente, y
un servidor de mi casa será mi heredero». Entonces el Señor le dirigió esta palabra: «No, ese
no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti. Luego lo llevó afuera y
continuó diciéndole: «Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas». Y añadió: «Así será
tu descendencia». Abram creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su
justificación.
25
Cfr. CARLO MARÍA MARTINI, Abrahán, nuestro padre en la fe. San Pablo, Madrid 1984
14
Literariamente, el relato es complejo y heterogéneo 26, pues no es difícil sorprender diversas fuentes entrelazadas más o
menos hábilmente. Generalmente, los comentaristas distinguen aquí dos documentos. Se señalan algunas
discordancias: en el v.5 se dice que las estrellas brillan en el cielo (lo que supone ya entrada la noche), mientras que
en el v.12 se dice que el sol va a ponerse. En el v.6 se alaba la fe de Abraham, que le es imputada en justicia, mientras
que en el v.8 pide Abraham un signo para creer; en el v.2 Abraham llama a Dios Yahvé con toda naturalidad, mientras
que en el v.7 Dios le dice: "Yo soy Yahvé..." Por estas razones se ha creído necesario admitir duplicidad de
documentos.
En el momento de llamar a Abraham, había hecho Dios una promesa al patriarca. Después de los sucesos pasados, el
Señor se la quiso ratificar con un rito solemne. El texto no indica las circunstancias de tiempo y lugar. La ligazón con lo
anterior se hace por la fórmula genérica "después de estos acontecimientos". El hagiógrafo presenta a Abraham como
un profeta que recibe una comunicación divina directa. La aparición "en visión" es característica de los escritos
proféticos. A las ansias e incertidumbres íntimas del patriarca, Dios le dice en una "visión": No temas, yo soy tu
escudo; tu recompensa grande (v.1). Quizá las palabras aludan a los peligros superados por Abraham. La recompensa
será la posesión de la tierra prometida. Pero el patriarca expresa con tristeza el poco provecho que saca de la simple
"promesa": Yo me iré sin hijos... (v.2). Ante esta triste realidad, nada de lo que puede prometerle tiene valor, ya que
su heredero será su siervo Eliezer. ¿De qué le servirá que Dios lo haga rico y poseedor de la tierra de Canaán, si no
tiene hijos? Al morir le sucederá como heredero su siervo, que se convertirá en hijo "adoptivo."
En las legislaciones de Asiria y de Nuzu (o Nuzi), se
prevé este caso de adoptar como heredero a un
siervo. En caso de que el adoptante tuviera hijos, el
siervo perdía derecho a la herencia. Según esta
costumbre que imperaba en las relaciones jurídico-
sociales de la Alta Siria, de donde provenía
Abraham, no serían los parientes próximos de éste
(como su sobrino Lot) los herederos, sino su siervo,
"hijo de su casa" o nacido en ella. Ahora Dios le
asegura que le heredará uno salido de sus entrañas
(v.4); la promesa no especifica quién ha de ser la
madre. Sara propondrá que sea Agar la que dé
hijos a Abraham, ya que ella no tiene esperanzas.
Para confirmarlo en su promesa, Dios sacó al
campo a Abraham para que contemplara el cielo
estrellado, y le invitó a contar las innumerables
estrellas, que son un símbolo de la innumerable
descendencia que le está reservada (v.5). La
promesa está llena de poesía oriental y también de
hipérbole27. Abraham creyó ciegamente en las
palabras de Dios, y le fue reputado por justicia, es
decir, su acto extraordinario de fe dio la medida de
la justicia o "santidad" del patriarca. En ello Dios
reconoció que era "justo" y recto. San Pablo
comenta las palabras divinas: "Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas
naciones, como se le había anunciado: Así será tu descendencia. Su fe no flaqueó, al considerar que su cuerpo estaba
como muerto -era casi centenario- y que también lo estaba el seno de Sara. El no dudó de la promesa de Dios, por
falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder
para cumplir lo que promete. Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación. Pero cuando dice la Escritura:
"Dios tuvo en cuenta su fe", no se refiere únicamente a Abraham, sino también a nosotros que tenemos fe en aquel
que resucitó a nuestro Señor Jesús, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación."
Es el mejor y más autorizado comentario. Este acto de fe era más meritorio que el de la obediencia hecha al salir por
orden de Dios de su parentela para entrar en Canaán.
La fusión de dos tradiciones (Yahvista y Elohista), aporta también matices complementarios a
la figura del patriarca. Abraham duda y pide señales. Aun así, se resalta su perfil de profeta,
portador de la promesa.
Es convicción de muchos estudiosos que con estos versículos se inicia la tradición elohísta 28, nacida tal vez en torno al
siglo IX-VIII a.C, en el reino septentrional de Israel. Esta página sería, en cierto sentido, paralela a la narración
«yahvista» de Gen 12, 1-4 y describiría la vocación de Abraham según el Elohísta. Una vocación modulada según
cánones e imágenes de tipo profético; no debe olvidarse que en aquella época se alzaba en el reino de Israel la voz
ardiente de Elias, y que poco después iniciarían su ministerio Amos y Oseas. Intentaremos, por nuestra parte,
especificar, paso a paso, este perfil profético que el Elohísta atribuye al semblante de Abraham. Es más, en un texto
posterior, perteneciente a esta misma tradición, hay una declaración tan explícita que suena casi como una definición:
«Abraham es un profeta y orará por ti y vivirás» (20, 7). Procuraremos, pues, contemplar el rostro de Abraham como
profeta, esto es, como revelador de la palabra de Dios y testigo de su promesa en la fe.
Son múltiples los rasgos que marcan este rostro. Ante todo, tenemos la típica introducción a los oráculos proféticos,
dos veces repetida: «Yahveh dirigió la palabra a Abram...» (v. 1.4). En todo el Pentateuco, sólo en estos dos versículos
se lee esta fórmula, nacida con la monarquía (1 Re 12, 22) y luego repetida en todos los escritos proféticos. Abraham
se convierte en el hombre de la palabra de Dios, eficaz y salvadora a pesar de la oscuridad en que el patriarca se
debate. De hecho, surge rápidamente otro elemento que establece una conexión entre la experiencia de Abraham y la
26
ALBERTO COLUNGA, MAXIMILIANO GARCÍA CORDERO, Biblia Comentada I. Pentateuco. BAC, Madrid, 1967
27
La hipérbole es un recurso literario que consiste en exagerar las cualidades, características, costumbres, etc., de las personas,
lugares, animales y objetos. Es utilizado con frecuencia, además de en el ámbito literario, en el lenguaje coloquial, en la propaganda
y también en textos humorísticos. Ejemplo: «No hay extensión más grande que mi herida». https://es.wikipedia.org/wiki/Hipérbole
28
GIANFRANCO RAVASI, Guía espiritual del Antiguo Testamento, El libro del Génesis (12-50), Herder-Ciudad nueva, 1994
15
profecía. No responde a la llamada del Señor con inmediata prontitud, tal como había hecho en Gen 12, 1-4. El Señor
acababa de enviarle un mensaje de seguridad, del que cabía esperar una respuesta directa y exenta de vacilaciones:
«No temas...» es la exhortación predilecta de algunos profetas cuando tienen que transmitir confianza a Israel (Is 41,
10.14; 43, 1.5). Y más aún, se había añadido una imagen de fortaleza y de defensa: «Yo soy tu escudo.»
Justamente como ocurrirá con Jeremías el día de su vocación: «Hoy te convierto en plaza fuerte, en muralla de
bronce» (1, 18). Pero he aquí, en cambio, la sorpresa. El Abraham «elohísta» no es aquel soldado obediente y seguro
de la tradición yahvista. Conoce, como Jeremías y Moisés, la duda, es frágil, siente amargura y presenta una objeción
en la que acumula todas sus ansias y perplejidades: «¿Qué me podrás dar, cuando estoy para irme sin hijo y el
heredero de mi casa es ese damasceno Eliézer?» Nos hallamos ante una fórmula conocida en el Oriente Próximo
antiguo como el «lamento del hombre sin hijos», que advierte el drama de su situación y lo confía a Dios: sin
herederos, la tradición y los bienes de la familia se dispersarán y, sobre todo, se verá privado de la inmortalidad en la
memoria de los descendientes, aquella única real (y pálida) inmortalidad de que entonces se tenía certeza respecto al
futuro del hombre. Era una existencia amarga aquella de Abraham, obligado a apoyarse en un extraño, en un
forastero, en su «mayordomo» Eliézer, para esperar en una sepultura y en un frío recuerdo.
El autor alude a una antigua praxis legal en caso de falta de herederos directos. Todo, en la vida del patriarca, milita
contra la esperanza que Dios quiere hacer surgir en su horizonte con la llamada profética. En este punto tiene que
intervenir de nuevo el Señor para rechazar la objeción. Y es así justamente como aflora otro de los rasgos proféticos de
la vocación de Abraham. Ya en la primera línea del relato se hablaba de «visión ». A los profetas de la primera época,
como Elias y Eliseo, se les llamaba «videntes», no porque la visión y la clarividencia fueran cualidades paranormales
como estamos acostumbrados a oír decir en nuestros días, sino porque la visión y el sueño, con sus lógicas
alternativas, con su trascendencia respecto a lo cotidiano y con su misterio, constituían un símbolo luminoso para
describir una experiencia sobrenatural como la de la fe y la vocación profética. Los profetas conocen la palabra divina a
través de un canal de conocimiento diferente del inmediato, racional y sensitivo. Ahora bien, para responder a la
objeción de Abraham, Dios recurre a una visión simbólica, al igual que en el caso de Jeremías: «La palabra de Yahveh
me fue dirigida en estos términos: "¿Qué ves, Jeremías?" Respondí: "Estoy viendo una rama de almendro." Yahveh me
dijo: "Bien has visto; porque yo estoy velando por mi palabra para cumplirla" » (1, 11-12). En hebreo, la palabra
«almendro» (saqed) evoca, por asonancia, la de «centinela, vigía» (óqed). También para el patriarca, en su noche de
angustia y de dudas, prepara Dios una visión simbólica de profundas sugerencias.
En un cielo tachonado de estrellas ve Abraham el signo de la promesa divina: innumerable como las estrellas del cielo
será su descendencia. La imagen que se usa de ordinario en otras
páginas para representar la descendencia abrahámica es la del polvo de
la tierra o de los infinitos granos de arena de las playas marinas; aquí,
en cambio, la mirada se dirige al cielo y la comparación es «luminosa»,
capaz de alumbrar también la noche del espíritu. Las dos imágenes, la
terrestre y la celeste, se entretejen en otro texto «elohísta», al final de la
narración de la terrible prueba del monte Moriá: «Multiplicaré tu
posteridad como las estrellas de los cielos y como la arena de las orillas
del mar» (22, 17). Mirar a lo alto y esperar será también la invitación
que el Deuteroisaías dirigirá a los judíos desterrados en Babilonia,
incitándolos a ponerse en marcha para retornar a la tierra de los padres
bajo la guía del Creador y Señor de la historia: «Levantad a lo alto
vuestros ojos y mirad: ¿Quién creó aquello? El que hace salir por su
orden al ejército celeste y a cada estrella por su nombre llama» (40, 26)
Se llega aquí al último -y absolutamente el más importante- rasgo profético, que marca con su sello todo el relato. Se
encuentra en el v. 6, núcleo del mensaje sobre la fe que el Elohísta quiere desarrollar en el marco de su relectura de
los acontecimientos patriarcales…Dos son las consideraciones que nos sugiere el texto bíblico. El patriarca representa
toda la dialéctica de la fe. Es seguridad, certidumbre, confianza, y así nos lo recordaba el Abraham «yahvista» con la
prontitud de su obediencia. Pero la fe es también oscuridad, espera, misterio. Contrariamente al verso de Soljenitsin,
para el que «es fácil creer en ti, Señor» 29, la Biblia considera la fe como una aventura exaltante pero áspera, más
parecida a una lucha que a una serena quietud. …Abraham está muy cerca de nosotros, con su duda, con su protesta
tan desarmada: «¿Qué me podrás dar, Señor mío, Yahveh?» ¿No será, tal vez, puro sueño todo lo que estoy
experimentando? ¿Un sueño que, al despertar, se disolverá dejando tan sólo entre las manos un poco de polvo dorado,
como cuando se escapa de entre los dedos una maravillosa mariposa? Abraham es nuestro hermano en el momento de
la oscuridad, un momento que consideramos a veces como una maldición, cuando en realidad forma parte de la
dinámica misma de la fe y debe ser, por tanto, vivido con humildad y a la espera.
La alianza de Dios con Abrám. (Gen 15, 7-21)

29
“¡Qué fácil es para mí el vivir contigo Señor! ¡Qué fácil es creer en Ti! Cuando mis pensamientos retroceden con desconcierto o se
debilitan, cuando las personas más brillantes no ven más allá de esta noche, y no saben qué hacer mañana, Tú envías a mí la
confianza clara de que Tú eres, y de que te asegurarás de que no se cierren todos los caminos del bien.” ( ALEXANDER SOLZHENITSYN ,
como se cita en Burg y Feifer 1972, p. 189).
16
Entonces el Señor le dijo: «Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos 30 para darte
en posesión esta tierra». «Señor, respondió Abram, ¿cómo sabré que la voy a poseer?». El
Señor le respondió: «Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y
también una tórtola y un pichón de paloma». El trajo todos estos animales, los cortó por la
mitad y puso cada mitad una frente a otra, pero no dividió los pájaros. Las aves de rapiña se
abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abram los espantó.
Al ponerse el sol, Abram cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor, una densa
oscuridad. El Señor le dijo: «Tienes que saber que tus descendientes emigrarán a una tierra
extranjera. Allí serán esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años. Pero yo juzgaré a
la nación que los esclavizará, y después saldrán cargados de riquezas. Tú, en cambio, irás en
paz a reunirte con tus padres, y serás sepultado después de una vejez feliz. Sólo a la cuarta
generación tus descendientes volverán aquí, porque hasta ahora no se ha colmado la iniquidad
de los amorreos». Cuando se puso el sol y estuvo completamente oscuro, un horno humeante
y una antorcha encendida pasaron en medio de los animales descuartizados. Aquel día, el
Señor hizo una alianza con Abram diciendo: «Yo he dado esta tierra a tu descendencia desde el
Torrente de Egipto hasta el Gran Río, el río Éufrates: los quenitas, los quenizitas, los
cadmonitas, los hititas, los perizitas, los refaím, los amorreos, los cananeos, los guirgasitas y
los jebuseos».
Aquí se describe el modo como se sellaba un pacto o alianza 31: varios animales cortados en dos
y dispuestas las mitades una frente a la otra. Las dos partes pactantes pasaban por el medio
después de haber fijado las cláusulas y compromisos, exclamando bajo juramento que les
sucediera lo mismo que a estos animales divididos si llega-
ban a quebrantar alguno de los compromisos contraídos.
Los animales partidos eran, entonces, el símbolo de la suer-
te que correrían los contratantes en caso de romper la
alianza (cfr. Jr 34,18s).
Lo novedoso de esta alianza del Señor con Abram, que
subraya la gratuidad absoluta, es el hecho de que Dios sea
uno de los pactantes o copartícipes, y es el único que ‘pasa’
entre las ofrendas. En la práctica normal, la divinidad o las
divinidades eran puestas como testigos del pacto; aquí,
Dios es testigo y pactante, lo cual le da aún mayor garantía de cumplimiento.
En sentido estricto, más que de una alianza, habría que hablar de la reiteración solemne de la
promesa que Dios hace a Abram. De todos modos, el narrador quiere transmitir la profunda e
íntima unión de Dios con el pueblo, cuyos lazos se estrechan de modo definitivo por medio de
esta alianza o promesa que tiene como efecto inmediato establecer la paternidad por parte del
contratante principal –en este caso, el mismo Dios–, la filiación del contrayente secundario, en
este caso Abram, y la fraternidad de todos entre sí. Este tipo de vínculos generados por las
alianzas llegó a tener mucha más fuerza que los mismos vínculos de sangre.
La narración «elohísta», de los v. 1-6, dominada por la figura del «profeta» Abraham 32, es sustituida, en el cap. 15, por
un segundo cuadro…de tintas oscuras y corte más bien arcaico, que los estudiosos atribuyen a una tradición yahvista
basada en recuerdos muy antiguos, anclados en la memoria folclórica del Israel de los orígenes…
El diálogo que se inicia [a partir del v 7]… parece introducir una contradicción con… la sección anterior [v 1-6]. En
aquélla se presentaba, en efecto, en la persona de Abraham, el ejemplo de una fe pura, sin fisuras, totalmente
confiada a la promesa divina 33. Aquí, en cambio, Abraham reacciona a la promesa -que ahora tiene como objeto la
tierra de Canaán- con una pregunta: «¿En qué conoceré que he de heredarla?» Entre aquel «creer» absoluto del v. 6
30
Ur Kaśdim (Ur de los caldeos), en tiempos de Abraham Ur era en realidad una importante ciudad sumeria y no caldea, grande y
próspera, centro comercial y puerto de mar sobre el golfo Pérsico. Las excavaciones han documentado el elevado grado de
cultura en aquella civilización, con una estructura socio-religiosa muy compleja, una escritura desarrollada, y una
matemática avanzada; se hallaron, además de tablas de multiplicar y dividir, ejercicios de raíces cuadradas y cúbicas y
de geometría práctica. Sumer será llamado más tarde Babilonia, que finalmente será dominado por los caldeos. Los caldeos
fueron una tribu semítica que se asentó en Mesopotamia meridional, bastante después de Abraham en la primera del I milenio a. C.
(seguramente, cuando fueron escritos los relatos). [Fuente Wikipedia]
De origen árabe, los caldeos ocuparon tierras de Mesopotamia. Junto al pueblo de los medos derrotaron a los asirios que vivían allí,
formando así un gran imperio: el Segundo Imperio Babilónico o Imperio Neobabilónico. Por esta razón, los caldeos también son
llamados de ‘nueva babilonios’. El primer ataque de los caldeos tuvo lugar en el año 612 a.C. con la toma de la capital Asiria, Nínive.
Después de la muerte de su padre Nabopolasar, Nabucodonosor (604-562 a.C.) en el año 586 a.C., continuó la conquista de la tierra
y reconstrucción de las ciudades que fueron destruidas por las guerras. Esos son los dos reyes más importantes del imperio caldeo y
el gobierno de Nabucodonosor fue uno de los periodos más áureos de Mesopotamia. La capital del imperio era Babilonia, una bella
ciudad construida con muros, palacios, templos y santuarios. Después de la muerte de Nabucodonosor, que reinó unos 40 años,
hubo un debilitamiento del Imperio y, a partir del 539 a.C., ellos fueron dominados por los persas bajo el comando del rey Ciro.
http://www.escuelapedia.com/los-caldeos/
31
Cfr. LUIS ALONSO SCHÖKEL, Biblia del Peregrino, Antiguo Testamento, comentario a Gen 15
32
GIANFRANCO RAVASI, Guía espiritual del Antiguo Testamento, El libro del Génesis (12-50), Herder-Ciudad nueva, 1994
17
[“Abram creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación”] y la aparente «incredulidad» de esta
réplica parece darse una fractura: Abraham ahora exige una prueba, una confirmación. Con todo, el elemento más
paradójico radica en el hecho de que Dios mismo considera plenamente legítima esta pregunta y se apresura a
comprometerse solemnemente según un ritual que analizaremos a continuación. De hecho, la Biblia recuerda en más
de una ocasión que pedir un signo sobre el que apoyar la personal adhesión de fe (no que la genere necesariamente),
no es ya de por sí indicio de incredulidad.
El hombre debe adherirse a Dios con todo su ser, en el que se incluye también la racionalidad. Por supuesto, la decisión
final no brotará ni estará plenamente justificada sólo en virtud de un razonamiento calculado y seguro; exigirá siempre
la aceptación de un riesgo que compromete a todas las facultades humanas y las supera. Con todo, Dios está dispuesto
a proporcionar una justificación suficiente a sus demandas. Estaba en lo cierto Hans Küng cuando en su obra ¿Existe
Dios? escribía que la racionalidad de la fe no es exterior, es decir, no es una racionalidad que «garantiza una seguridad
absoluta: no se parte de una demostración o de una explicación de la existencia de Dios en términos racionalmente
convincentes para llegar, en un segundo momento, a la fe. El reconocimiento confiado de Dios no está precedido de un
conocimiento racional. La realidad oculta de Dios no se impone con prepotencia a la razón. Se trata más bien de una
racionalidad interior, que puede legitimar una fundamental certeza: al entregarse a la confianza valerosa en Dios, el
hombre experimenta, aunque siempre expuesto a las tentaciones de la duda, la racionalidad de su confianza, radicada
en la identidad última, en la plenitud definitiva de sentido y de valor de la realidad, en su fundamento, su sentido y su
valor originarios».
La racionalidad no es ni anterior ni posterior sino interior al acto mismo de fe. Por eso es Dios mismo quien pone a
prueba durante el itinerario de fe. A Gedeón 34, por ejemplo, le da la prueba y la contraprueba en el
interior de su vocación. «Dijo entonces Gedeón a Dios: "Si realmente vas a salvar a Israel por mi
mano, como has dicho, yo voy a colocar un vellón de lana en la era: si el rocío cubre solamente el
vellón, y todo el suelo queda seco, conoceré que por mi mano vas a salvar a Israel, como dijiste." Y
así fue... Dijo luego Gedeón a Dios: "No se encienda tu cólera contra mí... Quiero hacer una nueva
prueba con el vellón: que sólo el vellón permanezca seco, mientras el rocío cubra todo el suelo." Así
lo hizo Dios aquella noche…» (Jue 6, 36-40).
De parecida manera, el rey Ezequías, justo y lleno de esperanza, pide a Dios en su enfermedad, y
se le concede, como signo de la curación prometida, que la sombra retroceda diez grados 35 (2 Re
20, 8-11). Más aún, en el caso de su padre, el impío Ajaz, se aduce
como prueba de su incredulidad, según el profeta Isaías, el hecho
mismo de que se niega a pedir una señal al Señor (Is 7). Si la hubiera

33
En el capítulo 13 Abraham escucha confiado y en silencio, la promesa de descendencia: “El Señor dijo a Abram, después que Lot se
separó de él: «Levanta los ojos, y desde el lugar donde éstas, mira hacia el norte y el sur, hacia el este y el oeste, porque toda la
tierra que alcances a ver, te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Yo haré que tu descendencia sea numerosa como el polvo
de la tierra. Si alguien puede contar los granos de polvo, también podrá contar tu descendencia. Ahora recorre el país a lo largo y a
lo ancho, porque yo te lo daré». Entonces Abram trasladó su campamento y fue a establecerse junto al encinar de Mamré, que está
en Hebrón. Allí erigió un altar al Señor. (Gen 13, 14-18)
34
En hebreo Gidson, el que abate. Quinto. juez de Israel (1100-1070 a. C.) y el más importante después de Samuel. Su historia se
narra en Jueces 6,11-8,35… Hijo de Yoás, de la familia de Abiézer, de la tribu de Manasés, G. habitaba en `Ofrith (Jue 6,11). Por
aquellos días los israelitas sufrieron el castigo de Dios a causa de haber aceptado los cultos idolátricos cananeos. Durante siete años
los madianitas, los amalecitas y los hijos de Oriente realizaban incursiones en la época de la recolección (6,1-6). Cierto día, cuando
se hallaba Gedeón desgranando el trigo en el lagar para ocultarlo a los madianitas, se le apareció el ángel de Yahveh anunciándole
que había sido escogido para liberar a su pueblo (11-23). Gedeón destruyó el altar de Baal que había en el lugar y erigió uno a
Yahveh. Sus convecinos, irritados al ver destruido el altar de Baal quisieron darle muerte. Yoás, su padre, lo salvó al decir que si Baal
era dios se defendería contra Gedeón. Por ello le dieron el nombre de Yérubbá'al, pues se dijo: «Luche Baal contra él» (6,25-32).
Cuando los madianitas y sus aliados cruzaron el Jordán, Gedeón convocó a los hombres de Manasés, de Aser, Zabulón y Naftalí.
Fortalecido por el milagro del vellón de lana (6,36-40) acampó frente a los de Madián. A fin de que la gloria de la victoria no fuese
atribuida al hombre sino a Dios, redujo el número de sus hombres de 32.000 a 300 por medio de diversas pruebas que le indicó
Yahveh, de las que la más famosa es la del agua del Harod (7,1-6) [por la que eligió solo a los que bebieron el agua con las manos].
Con esos 300 atacó de noche, por diferentes lugares y al son de trompetas, a los madianitas, quienes creyéndose acometidos por un
ejército numeroso huyeron en el mayor desconcierto. G. los persiguió hasta los confines del desierto y dio muerte a los dos jefes
madianitas `Oréb y Zé'éb (7,725).
Tras apaciguar a los celosos efraimitas (1-3), Gedeón derrotó a un nuevo ejército madianita mandado por Zebah y Salmunna`,
asesinos de sus hermanos, a los que dio muerte (8,10-12 y 18-21). Después castigó a las ciudades de Sukkót y Pénit'el que no habían
querido prestarle ayuda para esta empresa (8,4-9 y 13-17). Los israelitas quisieron entonces nombrarle rey, a lo que él se negó. Sin
embargo, confeccionó un 'éfód con parte del botín, lo cual fue «una trampa para Gedeón y su casa» (8,27), pues se convirtió en
objeto de culto idolátrico (8,22-27). Mientras vivió Gedeón, el país gozó de 40 años de paz. Tuvo 70 hijos, de los que destaca
'Abimélek, que luego se proclamaría rey (Idc 9).
De la historia de Gedeón se deduce que en ese tiempo los israelitas habían adoptado ya la vida sedentaria y la agricultura. La falta
de unidad política entre las tribus y el carácter defensivo de las campañas contra las razzias de los pueblos nómadas, indican que
aún no habían adquirido la' necesaria estabilidad territorial y política. Se percibe, además, que la influencia de los pueblos vecinos
empuja a los hebreos a los cultos de Baal y Astarté, cuyo carácter agrario era una tentación para el campesino israelita.
https://mercaba.org/Rialp/G/gedeon.htm
35
En aquellos días, Ezequías cayó gravemente enfermo. El profeta Isaías, hijo de Amós, fue a verlo y le dijo: «Así habla el Señor:
Ordena todos los asuntos de tu casa, porque vas a morir. Ya no vivirás más». Ezequías volvió su rostro hacia la pared y oró al Señor,
diciendo: «¡Ah, Señor! Recuerda que yo he caminado delante de ti con fidelidad e integridad de corazón, y que hice lo que es bueno
a tus ojos». Y Ezequías se deshizo en llanto. Isaías no había salido aún del patio central, cuando le llegó la palabra del Señor: Vuelve y
dile a Ezequías, el jefe de mi pueblo: Así habla el Señor, el Dios de tu padre David: He oído tu súplica, he visto tus lágrimas. Yo te voy
a curar: dentro de tres días subirás a la Casa del Señor. Añadiré otros quince años a tu vida; te libraré, a ti y a esta ciudad, de manos
del rey de Asiria, y defenderé a esta ciudad por mi honor y el de mi servidor David». Luego dijo Isaías: «Traigan un emplasto de
higos». Lo trajeron, lo aplicaron sobre la úlcera, y el rey se curó. Entonces Ezequías dijo a Isaías: «¿Cuál es la señal de que el Señor
me sanará y que dentro de tres días podré subir a la Casa del Señor?». Isaías respondió: «Esta es la señal que te da el Señor para
confirmar la palabra que ha pronunciado: ¿La sombra debe avanzar diez grados o retroceder diez grados? Ezequías respondió: «Es
fácil para la sombra adelantarse diez grados, pero no que los retroceda». El profeta invocó al Señor, y él hizo que la sombra
18
pedido, el soberano habría quedado vinculado al empeño de la fe. Por consiguiente, prefiere mostrarse evasivo y no
invocar una señal que lo obligaría a escuchar la propuesta divina.
Así, pues, comprender y creer son actitudes que se deben acoplar, no rechazarse o excluirse, aunque no se identifican,
si no quieren morir. En su Introducción al cristianismo, el cardenal Josef Ratzinger observa agudamente: «En la
fórmula paulina "La fe viene de la predicación escuchada" (Rom 10, 17) se pone claramente bajo el punto de mira la
distinción fundamental entre la fe y la simple filosofía: distinción que, por lo demás, no impide que la fe instaure en su
seno la búsqueda filosófica de la verdad. Se podría también decir, de una manera más incisiva, que la fe procede de
"oír" y no de "reflexionar", como ocurre en la filosofía. Su esencia no consiste en ser una elucubración de lo pensable,
que, una vez extraída la conclusión, se pone a mi disposición como resultado de mi pensamiento; más bien, una de sus
características es que procede de haber oído, de ser la recepción de algo que, por mi propia iniciativa, no he pensado,
de suerte que, en esencia, en la fe, el pensamiento es siempre un repensamiento de cuanto se ha oído y recibido con
anterioridad.» En la fe, nos precede la palabra que resuena y que tiene en sí una lógica sorprendente que debo
conquistar hasta donde me sea posible; en la filosofía es mi pensamiento, mi lógica, la que precede a la palabra, que
es su cristalización posterior.
Esta reflexión nos fuerza a profundizar nuestra fe mediante una correcta formación teológica. Como nos amonestaba
Pedro, debemos estar «siempre dispuestos a responder a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3,
15). La teología no es una ciencia arcana reservada a privilegiados o a eclesiásticos, sino un camino abierto a todos,
que debe recorrerse con calma y al paso adecuado a las fuerzas de cada uno. Como decía, utilizando un juego de
palabras en alemán, el filósofo Heidegger, denken ist danken, pensar es agradecer. De la reflexión auténtica y seria
sobre la palabra de Dios surge la alabanza. La teología tiene la finalidad de estimular, enriquecer, exaltar la fe. El más
grande de los teólogos protestantes del siglo XX, K. Barth, ha dejado este bello testimonio: «De entre las ciencias, la
teología es la más hermosa, la única que toca y enriquece la mente y el corazón, la que más se aproxima a la realidad
humana y lanza una mirada luminosa sobre la verdad… Pero es también la más difícil y la más expuesta a peligros: en
ella es más fácil caer en la desesperación o, peor aún, en la arrogancia; puede convertirse, más que ninguna otra
ciencia, en caricatura de sí misma.»
El nacimiento de Ismael (Gen 16, 1-16)
Sarai, la esposa de Abram, no le había dado ningún hijo. Pero ella tenía una esclava egipcia
llamada Agar. Sarai dijo a Abram: «Ya que el Señor me impide ser madre, únete a mi esclava.
Tal vez por medio de ella podré tener hijos». Y Abram accedió al deseo de Sarai. Ya hacía diez
años que Abram vivía en Canaán, cuando Sarai, su esposa, le dio como mujer a Agar, la
esclava egipcia. Él se unió con Agar, y ella concibió un hijo. Al ver que estaba embarazada,
comenzó a mirar con desprecio a su dueña. Entonces Sarai dijo a Abram: «Que mi afrenta
recaiga sobre ti. Yo misma te entregué a mi esclava, y ahora, al ver que estaba embarazada,
ella me mira con desprecio. El Señor sea nuestro juez, el tuyo y el mío». Abram respondió a
Sarai: «Puedes disponer de tu esclava. Trátala como mejor te parezca». Entonces Sarai la
humilló de tal manera, que ella huyó de su presencia.
El Ángel del Señor la encontró en el desierto, junto a un manantial –la fuente que está en el
camino a Sur– y le preguntó: «Agar, esclava de Sarai, ¿de dónde vienes y adónde vas?».
«Estoy huyendo de Sarai, mi dueña», le respondió ella. Pero el Ángel del Señor le dijo: «Vuelve
con tu dueña y permanece sometida a ella». Luego añadió: «Yo multiplicaré de tal manera el
número de tus descendientes, que nadie podrá contarlos». Y el Ángel del Señor le siguió
diciendo: «Tú has concebido y darás a luz un hijo, al que llamarás Ismael, porque el Señor ha
escuchado tu aflicción. Más que un hombre, será un asno salvaje: alzará su mano contra todos
y todos la alzarán contra él; y vivirá enfrentado a todos sus hermanos». Agar llamó al Señor,
que le había hablado, con este nombre: «Tú eres El Roí, que significa «Dios se hace visible»,
porque ella dijo: «¿No he visto yo también a aquel que me ve?». Por eso aquel pozo, que se
encuentra entre Cades y Bered, se llamó Pozo de Lajai Roí, que significa «Pozo del Viviente que
me ve». Después Agar dio a Abram un hijo, y Abram lo llamó Ismael. Cuando Agar lo hizo
padre de Ismael, Abram tenía ochenta y seis años.
Eliezer, (del hebreo Elí-ezer, Dios es mi ayuda), citado al comienzo del
Capítulo 15, era «el servidor más antiguo de su casa, el que le
administraba todos los bienes» (Gen 24,2). Era oriundo de Damasco, en
Siria, pero pertenecía por adopción a la casa de Abraham. Este hecho le
permitía ser el heredero legítimo, como estaba reconocido, excepcio-
nalmente, en el derecho mosaico (Gn 16; 30; 48) y, normalmente, en el
código de Hammurabi36. También se cita en las tablillas del s. XV a. C.
encontradas en Nuzi, al nordeste del Iraq, en 1920. Si nacía un hijo
natural, éste se convertía en heredero y el acuerdo quedaba sin efecto,
como lo explica el mismo Eliezer en Gen 24, 35-36: El Señor colmó de
bendiciones a mi patrón y lo hizo prosperar, dándole ovejas y vacas,
plata y oro, esclavos y esclavas, camellos y asnos. Y su esposa Sara, siendo ya anciana, le dio
un hijo, a quien mi patrón legó todos sus bienes.
retrocediera los diez grados que había descendido, en el reloj de sol de Ajaz. (2Re 20, 1-11)
36
Cfr. https://mercaba.org/Rialp/E/eliecer.htm
19
El capítulo 16 viene a continuación de la promesa reiterada por Dios al patriarca y rubricada
con el pacto solemne. Curiosamente, en el capítulo anterior se asegura que Abram escuchó y
creyó en el Señor y ahora escucha y cree a Sarai.
Abrahán escuchó la voz de Sarai37. He aquí la fragilidad, el miedo de nuestro gran padre en la fe, que había recibido no
sólo las promesas del capítulo 12, que se referían claramente al hijo: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré”; no
solamente la promesa del capítulo 13: “Te daré esta tierra”, sino incluso la gran alianza del capítulo 15. ¡Y ahora lo
tenemos de nuevo conquistado por el temor! Este es el contexto del relato, el episodio de Abrahán tal como nos lo
presenta la Escritura y que podemos subdividir en tres partes. La primera se refiere al miedo de Sara: “Ya que el Señor
me impide ser madre, únete a mi esclava. Tal vez por medio de ella podré tener hijos”. La segunda es el miedo de Sara
que se transmite a Abrahán: "Y escuchó Abram la voz de Sarai" [traducción de la Biblia de Jerusalén o Abram accedió
al deseo de Sarai , en la versión del Libro del Pueblo de Dios]”. La tercera es Abrahán, que, debido a las protestas de
Sara por el comportamiento altivo de Agar, le restituye casi con desprecio la esclava: “Trátala como mejor te parezca”.
Abrahán, el hombre de la promesa, queda bloqueado, su conocimiento de Dios se ve minado, disminuido, no consigue
verdaderamente vivir su realidad, su vida con el Dios de la promesa.
El desconcierto de Abram nos muestra esta verdad: la fe madura es no sólo el asentimiento de
la razón, sino la entrega entera de la persona. Dios se hace criterio, luz del entendimiento para
discernir “lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom, 12, 2) 38 y fuerza de la voluntad
para hacer lo que la fe propone. No se trata de creer ‘en algo’ sino de creer en Alguien, de
creer en Dios y de creerle a Dios. Pero Sarai y Abram tienen todavía apego a su propio criterio,
el que les viene del sentido común y de su cultura, como en Egipto (Gen, 12).
Dios había prometido a Abraham 39 que lo haría padre de una descendencia numerosa. Uno de los pueblos que se
preciaban de ser hijos del patriarca era el de los ismaelitas, al que se ligaban muchas tribus árabes, por lo que éstos
han recibido el nombre de agarenos (de Agar, esclava de Abraham). Es, pues, una denominación que tiene su origen
en este relato bíblico. En efecto, Abraham seguía sin descendencia a pesar de la reiterada promesa recibida de parte de
Dios. Sara, sin esperanza de concebir, le propone relaciones con su esclava egipcia Agar. Dios le había prometido a
Abraham un hijo de sus entrañas, sin concretar que naciera de su esposa Sara. Como ésta seguía estéril, un medio de
conseguir la promesa era tener hijos de la esclava, los cuales serían considerados como herederos del patriarca. En
este relato vemos una clara influencia de la legislación babilonia en materia matrimonial (es un indicio del origen caldeo
de Abraham).
En efecto, en el Código de Hammurabi se tiende a ennoblecer la condición de la mujer en el matrimonio y mantener
para ello la monogamia. Sin embargo, mirando al natural deseo del marido de tener descendencia, concede a éste el
derecho de repudiar a la esposa estéril o el de tomar una concubina que le dé la deseada prole. Pero la esposa puede
evitar esta situación dando al marido una esclava que, sin dejar de serlo, le dé hijos. Oigamos al viejo legislador: “Si
un hombre toma una mujer y ésta le entrega una esclava que le da hijos; si este hombre quiere tomar una concubina,
no le será permitido.” Aquí se mira a velar por la dignidad de la esposa. Igual el artículo que sigue: “Si un hombre
toma una mujer que no le da hijos, y él tratara de tomar concubina, podrá tomar la concubina e introducirla en su
casa, pero no hará esa concubina igual a su esposa.” Según estos artículos, la
esposa debe ocupar en la casa el primer puesto. Si tuviera la desgracia de ser
estéril, tendrá que soportar una concubina, o mujer de segundo orden, para dar
al marido la natural satisfacción de tener descendencia. Pero si la esposa
atendiera a este deseo, dando al marido una esclava suya, y ésta le da hijos,
entonces no podrá el marido introducir en la casa una concubina. Es el caso de
Sara: pretende tener hijos de su esclava por un acto de especial adopción o
considerarse con pleno derecho sobre los hijos de la esclava. Pero la misma ley
prevé el caso de que la sierva, al sentirse madre, comience a despreciar a la
señora estéril, y concede a ésta el derecho de imponerle su autoridad, pero
excluyendo el de venderla. “Si un hombre toma una mujer y ésta da a su marido
una esclava que le engendra hijos, pero luego se levanta por rival de su señora,
ésta no podrá venderla, pero sí marcarla y contarla como una de sus esclavas.” Es también el caso de Sara y Agar,
pues ésta fue arrojada al desierto por su insolencia y altanería. Abraham respeta en todo los derechos de su esposa,
sin propasarse a defender a la esclava que iba a hacerlo padre. Como en casos análogos, la Sagrada Escritura nos hace
sentir los inconvenientes de la poligamia.
Agar siente la mano dura de Sara, su señora, y huye al desierto, camino de su tierra,
Egipto, yendo a parar a un pozo cerca de Sur (v.7), el Htem o muro de los egipcios,
construido para defenderse contra las incursiones de los asiáticos. En ese lugar se le
aparece el ángel de Yahvé (v.7). En el v.13 se dice que Agar habla directamente a
Yahvé, llamándolo “Dios viviente,” lo que hace suponer que es Yahvé quien se
apareció a Agar, y la palabra ángel ha sido añadida después para salvar la
trascendencia divina. El texto no nos dice en qué forma se apareció Yahvé a Agar. Le
pregunta de dónde viene y adónde va, a lo que contesta ella llanamente. Yahvé la
exhorta a volver a su ama, y le promete una numerosa posteridad: Yo multiplicaré tu
descendencia (v.10). Por estas palabras se deduce que es el propio Yahvé el que
habla. Le promete lo que más ha de desear, si bien esta promesa es sobre todo para
Abraham. Y le dice que el hijo que va a tener se ha de llamar Ismael, porque Yahvé
ha escuchado tu aflicción (v.11). Después se hace la descripción de su vástago, el
cual, lejos de ser esclavo como ella, gozará de la más amplia libertad por la estepa: será un asno salvaje (v.12),
amante de la libertad y, por tanto, que prefiere la vida esteparia a la vida sedentaria de la bestia doméstica… Es la

37
CARLO MARÍA MARTINI, Abrahán, nuestro padre en la fe. San Pablo, Madrid 1984
38
"No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que
puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto." Romanos, 12,2.
39
ALBERTO COLUNGA, MAXIMILIANO GARCÍA CORDERO, Biblia Comentada I. Pentateuco. BAC, Madrid, 1967
20
mejor descripción del beduino, que es enemigo de toda sujeción y está dispuesto siempre a luchar contra todos sus
hermanos que llevan vida sedentaria: Su mano contra todos, y las manos de todos contra él, y habitará frente a todos
sus hermanos, es decir, al oriente, en el desierto arábigo; por eso sus descendientes serán llamados “hijos del
Oriente.” Será un peligro constante para las poblaciones sedentarias, pues vivirá de la rapiña y de la razzia. El autor
sagrado refleja aquí la opinión que los habitantes de las ciudades tenían del beduino, que vive de sus incursiones
contra los ganados y bienes de las poblaciones sedentarias. Agar saca de esta visión y promesa una consecuencia
razonable: que Yahvé, que se le apareció, es verdaderamente el Dios que la ve (El-Roi), o “Dios de la visión” o
“vidente” (v.13), pues provee a sus necesidades. Después el hagiógrafo pone en boca de Agar esta reflexión: ¿No he
visto también aquí al que me ve? …Agar reconoce en su interlocutor a Dios, que antes la ha visto a ella, consolándola.
Por eso llamó al pozo “pozo del viviente que me ve” (Ber-Lajai-Roi). Aquí viviente sustituye a Dios (El) del nombre
anterior, como en otros casos. El pozo está localizado entre Cades y Bared, quizá el actual Biyar Mayin, cerca de Ain
Qedéis. A continuación, el autor sagrado, sin contarnos el retorno de Agar, nos dice que tuvo un hijo, al que Abraham
le impuso el nombre de Ismael, conforme a lo expresado en la visión. Quedaba como hijo heredero de su casa. Tenía
Abraham ochenta y seis años cuando tuvo este hijo. Ya hemos indicado…cómo las precisiones cronológicas no suelen
ser muy seguras, y los números suelen estar sistemáticamente exagerados.
La circuncisión, signo de la alianza (Gen 17, 1-27)
Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció y le dijo:
«Yo soy el Dios Todopoderoso 40. Camina en mi presencia y sé irreprochable.
Yo haré una alianza contigo, y te daré una descendencia muy numerosa».
Abram cayó con el rostro en tierra, mientras Dios le seguía diciendo: «Esta
será mi alianza contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones. Y ya
no te llamarás más Abram: en adelante tu nombre será Abraham, para
indicar que yo te he constituido padre de una multitud de naciones. Te haré
extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones, y de ti nacerán reyes.
Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las
generaciones. Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tu Dios y el de
tus descendientes. Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tus descendientes, toda la tierra
de Canaán, esa tierra donde ahora resides como extranjero, y yo seré su Dios».
Después, Dios dijo a Abraham: «Tú, por tu parte, serás fiel a mi alianza; tú, y también tus
descendientes, a lo largo de las generaciones. Y esta es mi alianza con ustedes, a la que
permanecerán fieles tú y tus descendientes; todos los varones deberán ser circuncidados.
Circuncidarán la carne de su prepucio, y ese será el signo de mi alianza con ustedes. Al cumplir
ocho días, serán circuncidados todos los varones de cada generación, tanto los nacidos en la
casa como los que hayan sido comprados a un extranjero, a alguien que no es de tu sangre. Sí,
tanto los nacidos en tu casa como los que hayan sido comprados, serán circuncidados. Así
ustedes llevarán grabada en su carne la señal de mi alianza eterna. Y el incircunciso, aquel a
quien no se haya cortado la carne de su prepucio, será excluido de su familia, porque ha
quebrantado mi alianza».
También dijo Dios a Abraham: «A Sarai, tu esposa, no la llamarás más Sarai, sino que su
nombre será Sara. Yo la bendeciré y te daré un hijo nacido de ella, al que también bendeciré.
De ella suscitaré naciones, y de ella nacerán reyes de pueblos». Abraham cayó con el rostro en
tierra, y se sonrió, pensando: «¿Se puede tener un hijo a los cien años? Y Sara, a los noventa,
¿podrá dar a luz?». Entonces Abraham dijo a Dios: «Basta con que Ismael viva feliz bajo tu
protección». Pero Dios le respondió: «No, tu esposa Sara te dará un hijo, a quien pondrás el
nombre de Isaac. Yo estableceré mi alianza con él y con su descendencia como una alianza
eterna. Sin embargo, también te escucharé en lo que respecta a Ismael: lo bendeciré, lo haré
fecundo y le daré una descendencia muy numerosa; será padre de doce príncipes y haré de él
una gran nación. Pero mi alianza la estableceré con Isaac, el hijo que Sara te dará el año
próximo, para esta misma época». Y cuando terminó de hablar, Dios se alejó de Abraham.
Entonces Abraham tomó a su hijo Ismael y a todos los demás varones que estaban a su
servicio –tanto los que habían nacido en su casa como los que había comprado– y aquel mismo
día les circuncidó la carne del prepucio, conforme a la orden que Dios le había dado. Cuando
fueron circuncidados, Abraham tenía noventa y nueve años, y su hijo Ismael, trece. Abraham
e Ismael fueron circuncidados el mismo día; y todos los varones de su servidumbre, los nacidos
en su casa y los comprados a extranjeros, fueron circuncidados junto con él.

40
"Cuando Abram tenía 99 años, se le apareció Yahveh y le dijo: «Yo soy El Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto." Versión de
la Biblia de Jerusalén. Aquí Dios se presenta a Abraham bajo el nombre de El Saday, que los LXX traducen por Todopoderoso y la
Vulgata por Omnipotente. Saday es un epíteto [adjetivo que subraya una cualidad característica] como Elyon (Altísimo). Este epíteto
está relacionado con el nombre acadio sadu (montaña), y llama a Dios como el “Dios de las montañas”. Sería el nombre traído por
los patriarcas de la región montañosa de Jarán, lo que justificaría la asociación de Yahvé con el monte Sinaí. Obedecería, entonces, a
la creencia popular de que habitaba en zonas montañosas, como el Olimpo de los griegos o el monte Nisir de los mesopotámicos.
21
Después del anuncio solemne en el que se declara la divinidad 41, se intima a Abraham a ser perfecto y a caminar en
presencia de Él. No se determina ninguna prescripción positiva, sino la intimación de ser recto e íntegro en sus
costumbres, exento de todo pecado. Y se anuncia el establecimiento de una alianza solemne y una promesa de
multiplicar la descendencia sobremanera. No se alude aquí al símil de las estrellas del cielo ni al polvo de la tierra,
como en los casos anteriores, sino que se anuncia simplemente una muchedumbre de pueblos (v.4). Tampoco se
menciona el sacrificio de las víctimas descuartizadas. En la mente del autor no hay legítimo sacrificio antes de la
institución mosaica. Dios le cambia el nombre de Abram en Abraham, diciendo: “porque yo te haré padre de una
muchedumbre de pueblos” (v.5). El autor sagrado juega con una etimología popular de Abram: Ab (padre) y hamon
(multitud)… En las promesas anteriores se decía que sería padre de un pueblo innumerable; ahora, en cambio, la
perspectiva se alarga, y se dice que será padre de “multitud de pueblos,” y que de él saldrán “reyes” (v.8). Ya no se
trata de prometerle tribus nómadas más o menos numerosas, sino que serán reinos los que constituirán la
descendencia de Abraham. En efecto, de él habrían de salir los israelitas y los edomitas, con sus reyes y estados
florecientes. Por eso, Abraham desde ahora es como una nueva persona ante Dios, y así se le cambia el nombre para
simbolizar la paternidad sobre “multitud de pueblos.” Se establece un pacto eterno entre Dios y el patriarca y su
descendencia. San Pablo ve el cumplimiento de esta profecía en el “Israel de Dios” que por la fe se incorporaba a las
promesas de Abraham.
La señal de este pacto será la circuncisión, o recorte en el prepucio del
varón. Aquí se ordena sólo para los varones, pero en algunos pueblos
antiguos existía la circuncisión en las mujeress (ablatio clitoridis), y aún se
practica entre las tribus de Moab. …el no circuncidarse era romper el pacto
con Dios, ya que la circuncisión era su señal y el recuerdo de la misma…
Los profetas darán un sentido más espiritualista al rito, y así dirán que es
más importante la circuncisión del corazón que la exterior en la carne. En
la tradición judía quedó como el signo externo de incorporación a la
comunidad religiosa y cívica de Israel. En la primitiva Iglesia hubo dudas
sobre su adopción, sobre todo entre los judaizantes.
(…) la circuncisión es un rito, sin duda, tomado del ambiente, al que se le da un nuevo sentido, el de la vinculación a la
comunidad bendecida de Abraham. Y la razón de la elección de ese extraño rito se ha de buscar, sin duda, en la
promesa de bendición a la descendencia, y por eso se santifica y consagra el órgano de la transmisión de la vida. Así,
queda consagrada la descendencia y reconocida como suya por Dios. Por eso, el incircunciso era considerado como
extraño a la comunidad israelita…
Al precepto de la circuncisión añade Dios la promesa de un nuevo hijo habido de su esposa Sara. Como había cambiado
el nombre de Abraham porque iba a ser “padre de multitud” de pueblos, así también va a cambiar el nombre de su
esposa. Sara significa princesa, femenino de sar. Es el equivalente del sarratu babilónico, reina. Aquí se la llama Sara
porque iba a ser madre de “reyes” (v.16), los reyes de Israel y de Edom. Sarai es una pronunciación dialectal aramea
-quizá es la terminación del sufijo mío; así se traduciría “mi princesa”. El autor juega con la doble grafía del nombre de
Abraham y de Sara, dándoles en el cambio un sentido profético. Se trata, pues, de etimologías populares. Dios
bendecirá a Sara -lo que no se dice de Agar- y la hará madre de muchos pueblos. Este anuncio excitó la risa incrédula
de Abraham, quien no veía la posibilidad de ser padre a los cien años con Sara nonagenaria. Se contenta con que su
hijo de la esclava, Ismael, viva y tenga descendencia de él (v.18). Dios, lejos de enojarse con este gesto incrédulo,
promete solemnemente el nacimiento de un hijo, al que pondrá por nombre Isaac, con el que establecerá su pacto y
con su descendencia. El documento alude a esta risa escéptica como explicación del nombre de Isaac -Yisjaq: “él se
ríe,” de sajaq, reírse). Es etimología popular. Los lexicólogos creen que Isaac es la forma apocopada del nombre
teóforo Yisjaq-el (Dios se ríe, es benévolo).
Abraham ya se contentaba con que su heredero fuera el hijo de la esclava, que para los efectos jurídicos podía ser
considerado como hijo de Sara. Dios indica que tampoco se olvidará de Ismael, al que hará jefe de un gran pueblo:
Doce jefes engendrará. Parece ser una glosa tomada de la genealogía de Ismael de Gén. 25:12-16. Esta precisión
numérica es desacostumbrada en los vaticinios. Aquí las promesas hechas a Ismael se amplían mucho y se parecen a
las hechas a la descendencia de Sara. Después se repite la promesa del pacto con Isaac, cuyo nacimiento se anuncia
para fecha próxima (v.21), precisión cronológica muy característica del documento. Abraham cumplió el mandato de la
circuncisión de todos los varones de su casa, empezando por él mismo. La edad de trece años de Ismael coincide con la
edad en que son circuncidados los varones en las tribus árabes.
En las naciones civilizadas, la ley señala la mayoría de edad, a partir de la cual el individuo goza ya de los derechos
ciudadanos, que hasta entonces no poseía. En los pueblos primitivos, esta ley tiene mayor importancia, y el hombre
alcanza su mayoría de edad por un rito especial de iniciación religiosa. Este rito dura muchos días, a veces meses, de
ayunos, de maceraciones, sufrimientos físicos, que ponen a prueba la fortaleza de los iniciados. En esta ocasión se
revelan a éstos las ceremonias religiosas, los preceptos morales, hasta entonces tenidos en secreto. Mediante estos
ritos, los iniciados entran a formar parte de la sociedad humana y religiosa en que habían nacido y hasta entonces se
habían criado, pero sin formar parte de ella.
Del conjunto de estos ritos, a veces bárbaros y sangrientos, es parte en muchos pueblos la circuncisión, que no es
propia de sólo Israel. Tribus salvajes de América, África y Oceanía la practican todavía, y no hay fundamento alguno
para pensar que la hayan recibido de los hebreos. Los egipcios la practicaron en una buena parte de su larga historia.
También los fenicios la observaban, aunque al emigrar a otras tierras la abandonasen. Los pueblos de Moab, Ammón y
Edom asimismo la guardaban, y en la tierra de Canaán, sólo los filisteos reciben en la Biblia el nombre infamante de
incircuncisión. Hoy todavía la practican los musulmanes, y parece que fue la Arabia la región de donde la circuncisión
se extendió a los otros pueblos semitas. Es ésta una práctica propia de las sociedades reducidas, y así se explica que
no se la encuentre en los grandes imperios de Asiria y Caldea.
En Egipto se puede considerar como una supervivencia propia de un estado de civilización primitiva. La edad en que se
practica varía mucho de unos pueblos a otros. Entre los primitivos suele marcar el fin de la pubertad, pues entre ellos
conserva el rito de la iniciación todo su sentido original. En otros se adelanta la práctica de la circuncisión. Entre los

41
ALBERTO COLUNGA, MAXIMILIANO GARCÍA CORDERO, Biblia Comentada I. Pentateuco. BAC, Madrid, 1967

22
nómadas de la región de Moab, como en Palestina, es a los seis u ocho años cuando se practica. En otras tribus
beduinas se adelanta aún más, hasta los dos años. Pero en todas partes la circuncisión va acompañada de fiestas y
regocijos, muestra grande de la importancia que se le da. Es, sin embargo, muy probable que los que así proceden no
se dan hoy cuenta del sentido que tal rito tiene. Pero no hay duda que no es por razones higiénicas, sino por motivos
religiosos por los que este rito se introdujo entre los primitivos y se conserva hasta hoy aun en pueblos más o menos
civilizados. Por la circuncisión, el iniciado se cree más internamente unido a su pueblo y a su dios, pudiendo desde
entonces tomar parte en todos los actos del culto.
Esta pequeña operación quirúrgica practicada en el varón con el corte de una porción del
prepucio, práctica muy difundida desde la más remota antigüedad, ha tenido siempre para
Israel un profundo sentido religioso y de iniciación. Con Abrahán, la circuncisión se convirtió en
el rito de alianza con el Señor, que marca irrevocablemente a los miembros de su pueblo (Gn
17, 9-14; 23-27). En el Deuteronomio (10,16; 30,6) y en Jeremías (4, 4), se insiste en la
importancia de la "circuncisión del corazón", es decir, una consagración a Dios interior más que
exterior, que debe acompañar al rito. También San Pablo 42 -aunque por otras razones-
antepone la fe al mero ritual, innecesario, por otra parte, en la Nueva Alianza.
Con el cap. 17 del Génesis 43 aparece ante nuestra mirada el retrato de
Abraham tal como lo ha diseñado la tradición sacerdotal, la más tardía
(¿siglo VI a.C?) y la más puntual desde el punto de vista teológico...
Tenemos aquí, en cierto sentido, la tercera vocación de Abraham, un
cuadro teológico expresado bajo forma narrativa, distribuido sobre una
refinada estructura concéntrica en cuyo centro domina cabalmente el
tema de la alianza y de su señal solemne, la circuncisión... entendida
como la respuesta humana, ritual y simbólica al don de la alianza.
Como Abraham, como Ismael, cuya circuncisión a los trece años (v.
25) evoca la costumbre árabe, como Isaac, que en cambio será
circuncidado al octavo día según las normas judías (21, 4), como
todos los miembros del clan de Abraham y como todos los hebreos,
también Jesús «cuando se cumplieron ocho días y hubo que
circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús» (Lc 2, 21). Como todos los hebreos, también Cristo lleva en su
carne, en la sede misma de la vida, la señal gloriosa de la alianza que une a su pueblo carnal con el Dios de las
promesas y de la elección. La literatura de los primeros siglos cristianos y la arqueología han arrojado también luz
sobre la presencia de una «Iglesia de la circuncisión», es decir, de una comunidad judeocristiana tenazmente aferrada
a sus raíces hebreas y a la circuncisión, que deseaba conservar, como señal distintiva, también en la neonata religión
cristiana. El concilio de Jerusalén descrito en Hech 15, que tuvo que enfrentarse precisamente con este problema,
registró las posiciones contrapuestas de Pedro, Santiago y Pablo y concluyó con un acuerdo en virtud del cual
quedaban excluidos de la circuncisión los paganos convertidos al cristianismo.
La circuncisión, rito de origen más bien oscuro… está documentada en el antiguo Egipto, donde, contrariamente a las
noticias que nos transmite Heródoto, tal vez estaba reservada en exclusiva a los sacerdotes. Un bajorrelieve de la
tumba de Ankhmahu, en Saqqarah (III Dinastía, hacia el 2700 a.C), representa a un sacerdote
que con un cuchillo de pedernal corta el prepucio a un joven. Todavía en nuestros días, casi una
sexta parte del género humano practica la circuncisión, aunque muchas veces (como ocurre en
algunas clínicas pediátricas norteamericanas y en la familia real inglesa) se hace por razones
higiénico-sanitarias y no rituales.
De todas formas, un velo de misterio envuelve esta costumbre, que era tal vez un acto de
iniciación mágico-religiosa destinada a señalar el paso de la infancia a la virilidad y acaso
también un rito prematrimonial para facilitar las relaciones sexuales nupciales. En Ex 4, 24-26
tenemos un enigmático y arcaico relato de la circuncisión del hijo de Moisés, en el que es su
mujer, Séfora, la que actúa como sacerdotisa. Por lo demás, en árabe persiste todavía hoy día
la conexión lingüística entre «esposo» (hatan) y «circuncisión» (hataná).
Durante la época helenista algunos hebreos, sobre todo de las clases altas, avergonzándose de ser reconocidos como
tales, a causa de la señal de la circuncisión, en los «gimnasios» griegos (donde se practicaban los deportes con el
cuerpo enteramente desnudo), se sometían a una operación de cirugía plástica (el epipasmos) para recomponer el
prepucio. Se manifestaba aquí claramente el peligro de exterioridad con que se vivía la imposición legal bíblica de la
circuncisión: había perdido su significación espiritual para convertirse en mero distintivo étnico y nacional. Era un
riesgo que ya había suscitado recelos en la misma tradición bíblica, siempre atenta a impedir que el rito se convirtiera
en un elemento autosuficiente y autárquico, alejado del compromiso ético y existencial. Ya en el Deuteronomio (10,
16) y en Jeremías (4, 4)… se encuentran fervientes llamadas a favor de una «circuncisión del corazón» que diera
sentido a la señal de la «circuncisión del prepucio».
Aunque la afirmación paulina es radical y se refiere… al abandono de la costumbre ritual de la circuncisión en el
cristianismo, lo que el Apóstol escribe en 1 Cor 7, 19 puede muy bien conectarse con el espíritu del Antiguo
Testamento; «La circuncisión nada es, y la no circuncisión tampoco es nada; lo que vale es el cumplimiento de los
mandamientos de Dios.» También Oseas declaraba que lo que Dios quiere es la obediencia, no los sacrificios, aunque
sin negar por ello la importancia del rito. Pero se reduce a mero gesto social -Pablo es aún más provocativo al recurrir
a veces al término katatome, «mutilación», en lugar deperitome, «circuncisión» (Flp 3, 2)- cuando falta la adhesión

42
por eso la fe en Cristo la hace inútil (Rom 2,25-29. Gál 5,2-6; 1 Cor 7 19). Es solamente en Cristo donde tenemos la verdadera
circuncisión (Flp 3,3: "La verdadera circuncisión somos nosotros, los que tributamos un culto nacido del Espíritu de Dios y hemos
puesto nuestro orgullo en Jesucristo, en lugar de confiar en nosotros mismos»; Col 2,1 1 : "Por vuestra unión con él estáis también
circuncidados, no físicamente ni por mano de hombre, sino con la circuncisión de Cristo, que os libera de vuestra condición
pecadora»)
43
GIANFRANCO RAVASI, Guía espiritual del Antiguo Testamento, El libro del Génesis (12-50), Herder-Ciudad nueva, 1994
23
personal y vital. Si no hay un «corazón circunciso», el gesto abrahámico no pasa de ser mera operación quirúrgica en
una membrana, simple acto social, folclórico incluso, que no tiene nada que ver con lo que podríamos llamar, por
analogía, el «sacramento » de la salvación paleotestamentaria. Como escribe G. von Rad, en el cap. 17 del Génesis «se
entiende la circuncisión como un acto mediante el cual se profesa una fe y se produce una apertura personal a la
revelación de la voluntad divina»44. Pablo observa con razón que Abraham «recibió la señal de la circuncisión como
sello de la justicia por la fe que tenía antes de circuncidarse» (Rom 4, 11).
La visita del Señor a Abraham en Mamré (Gen 18, 1-15)
El Señor se apareció a Abraham junto al encinar de Mamré,
mientras él estaba sentado a la entrada de su carpa, a la
hora de más calor. Alzando los ojos, divisó a tres hombres
que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a
su encuentro desde la entrada de la carpa y se inclinó
hasta el suelo diciendo: «Señor mío, si quieres hacerme un
favor, te ruego que no pases de largo delante de tu
servidor. Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense
los pies y descansen a la sombra del árbol. Mientras tanto,
iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen sus
fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado
junto a su servidor!». Ellos respondieron: «Está bien.
Puedes hacer lo que dijiste».
Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba Sara y le dijo: «¡Pronto! Toma tres medidas
de la mejor harina, amásalas y prepara unas tortas». Después fue corriendo hasta el corral,
eligió un ternero tierno y bien cebado, y lo entregó a su sirviente, que de inmediato se puso a
prepararlo. Luego tomó cuajada, leche y el ternero ya preparado, y se los sirvió. Mientras
comían, él se quedó de pie al lado de ellos, debajo del árbol. Ellos le preguntaron: «¿Dónde
está Sara, tu mujer?». «Ahí en la carpa», les respondió. Entonces uno de ellos le dijo: «Volveré
a verte sin falta en el año entrante, y para ese entonces Sara habrá tenido un hijo». Mientras
tanto, Sara había estado escuchando a la entrada de la carpa, que estaba justo detrás de él.
Abraham y Sara eran ancianos de edad avanzada, y los períodos de Sara ya habían cesado. Por
eso, ella rió en su interior, pensando: «Con lo vieja que soy, ¿volveré a experimentar el placer?
Además, ¡mi marido es tan viejo!». Pero el Señor dijo a Abraham: «¿Por qué se ha reído Sara,
pensando que no podrá dar a luz, siendo tan vieja? ¿Acaso hay algo imposible para el Señor?
Cuando yo vuelva a verte para esta época, en el año entrante, Sara habrá tenido un hijo». Ella
tuvo miedo, y trató de engañarlo, diciendo: «No, no me he reído». Pero él le respondió: «Sí, te
has reído».
La tradición cristiana45 ha visto, en efecto, en los «tres hombres » del relato bíblico no sólo a tres ángeles o mensajeros
divinos, sino a la misma Trinidad, que se presenta al patriarca. Procopio [de Gaza] (460-526), el primer recopilador de
«cadenas» de citas patrísticas, resume así las diversas interpretaciones: «Estos tres
hombres algunos dicen que eran tres ángeles; los judaizantes dicen que uno de
ellos era Dios y los otros dos ángeles; otros dicen que se tiene aquí una imagen de
la santa y consustancial Trinidad, a la que después se dirige en singular llamándole
"Señor".» Ambrosio no tiene dudas en su De Abraham: «Es el misterio de la fe.
Dios se aparece a Abraham, que vio tres personas. Resplandece Dios y él ve la

44
GERHARD VON RAD, El libro del Génesis, segunda edición, pág. 247, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1982:
Dios "erige" la alianza (v 7), el hombre "la guarda" (v 10). Se exige pues una forma de postura por parte de Abraham respecto a lo
que Dios ha instituido, la cual ha de realizar él mediante la circuncisión de todos los varones de su casa. También en las alianzas
entre hombres se implantaba un signo exterior por el que las partes contratantes se obligaban a guardar el pacto (cfr Gen 31,44ss).
Así, según el sentido de este versículo, la circuncisión no es más que el signo de apropiación, de profesión en la revelación salvífica
de Dios, y la señal de que se la acepta. Esta alianza se distingue pues de la concluida con Noé, en que vale para un círculo concreto
de hombres cuya obediencia exige. Pero dicha obediencia no consiste en determinadas prestaciones legales, sino tan sólo en el
reconocimiento y la aceptación del ofrecimiento divino. Abraham y sus descendientes no son respecto a la alianza miembros libres,
por cuanto que quien rehúse su signo deberá "ser excluido de su familia"…Esta insistencia sobre la toma de postura consciente por
parte del individuo respecto a la alianza, que exige de cada israelita una decisión y una responsabilidad personales, aparece en una
fase tardía de la historia del culto veterotestamentario dado que todos los ritos más tempranos eran siempre colectivo-comunitarios
y el individuo sólo participa en ellos como miembro de un todo. El cambio debió de estar ligado a la situación de Israel durante el
exilio en Babilonia. Al quedar suprimidas las grandes ordenanzas cultuales, las fiestas, sacrificios, etc., que movilizaban a todo el
pueblo, tuvo como efecto la súbita llamada al individuo y a la familia para que tomasen una decisión. La familia con todos sus
miembros resultó entonces ligada personalmente al ofrecimiento de Yahvé, y como los babilonios (y todos los semitas orientales) no
practicaban la circuncisión resultó que la observancia de dicho uso se convirtió en un status confessionis para los deportados a
Babilonia; es decir, se convirtió en una cuestión perteneciente a su profesión de fe en Yahvé y en la divina dirección de la historia. El
significado que adquirió así la circuncisión era ajeno todavía al antiguo Israel. Era un rito practicado sin duda desde tiempos
remotísimos, pero que nunca hasta entonces había sido ligado de esa manera con el núcleo mismo de la fe… También la idea de un
acto de purificación y consagración corporal debió de desempeñar un papel durante cierta época, pues si no nunca se habría podido
ligar a él la exigencia espiritualizante de la "circuncisión del corazón" (Lev 26,41; Dt 10,16; Jer 4,4; 9,25; Ez 44,7). Pero este modo de
entender las cosas está todavía muy lejos de nuestro texto. En él la circuncisión tiene un carácter totalmente formal; es decir, la
concibe como signo de la alianza, como acto de confesión de la fe y de aceptación de la voluntad divina revelada...
45
GIANFRANCO RAVASI, Guía espiritual del Antiguo Testamento, El libro del Génesis (12-50), Herder-Ciudad nueva, 1994
24
Trinidad: no acoge al Padre sin el Hijo, ni confiesa al Hijo sin el Espíritu Santo» (I, 33). La escena, llamada en griego
filoxenia, es decir, «hospitalidad» de Abraham, figuraba ya en la antigua basílica de San Pedro (siglos V-IX), en la que
se representaba a Abraham arrodillándose ante los ángeles (la imagen sólo nos ha llegado en copias posteriores).
Había ya un esbozo de saludo de Abraham a los ángeles en las catacumbas de Via Latina en Roma (siglo IV). Lorenzo
Ghibert [escultor, orfebre, arquitecto y escritor de arte italiano], en 1401, la introducirá en las puertas de bronce del
baptisterio de Florencia, añadiendo el lavatorio de los pies a los ángeles huéspedes; en la iglesia rupestre capadocia de
Tokali (siglo X) la escena reproducía ya la tipología trinitaria. Rembrandt y [Giovanni Battista] Tiepolo, en los siglos
XVII y XVIII, volverán sobre este tema, hasta desembocar en nuestros días en los numerosos óleos, telas, aguadas y
aguafuertes que le ha dedicado [Marc] Chagall. Pero volvamos ya al texto bíblico, al que alude la carta a los Hebreos
tomándolo como base para su exhortación a la hospitalidad: «Por practicarla, algunos hospedaron ángeles sin saberlo»
(Heb 13, 2).
Aunque los exegetas atribuyen este relato a la tradición yahvista, tiene sin lugar a dudas una matriz arcaica y refleja
un modelo narrativo no raro en las antiguas literaturas, a saber, el de la visita de la divinidad, bajo figura humana, a
un fiel: recuérdese el célebre episodio de Filemón y Bauci en las Metamorfosis de Ovidio 46.
El antiguo relato describía la visita de la divinidad a la familia de Abraham: la hospitalidad se veía recompensada con el
don de un hijo, inesperado en la ancianidad. El texto actual está claramente dividido en dos cuadros. El primero abarca
los ocho primeros versículos. La descripción de la suntuosa hospitalidad frente a los tres misteriosos personajes
-emblema antropomórfico de Dios mismo- está marcada por la cordial y gozosa acogida dispensada por Abraham,
hombre del Oriente para quien el huésped es sagrado. Abraham corre (v. 2.7), se da prisa (v. 6). También Sara se
apresura (v. 6), y lo mismo el siervo (v. 7). Cuando los huéspedes se sientan a la mesa, Abraham no está sentado,
como al inicio del relato, sino de pie (v. 8), en actitud de atento servicio. Resulta insuperable esta manera tan intensa y
«visual» de describir la importancia que reviste la hospitalidad en la vida de los nómadas. (…)
La segunda parte del relato (v. 9-15) marca un cambio. Ahora son los huéspedes quienes toman la iniciativa y el
diálogo se carga de tensión psicológica, al girar en torno a la promesa del hijo y de la risa de Sara, símbolo de su
incredulidad. Es significativo observar que los «tres hombres» dejan el puesto al Señor: como el ángel, tenían sólo la
función de salvaguardar la trascendencia divina. Dios actúa en los sucesos de los hombres de manera eficaz, pero
manteniendo siempre su diversidad, sin dejarse reducir a mero engranaje de la historia humana. La promesa procede
de aquel para quien nada es imposible. Al fin, en el cap. 21 (v. 1-7) resonará, en
contraposición a la risa de Sara, la «risa» de Dios, concretada en el nombre de Isaac,
el hijo esperado, cuya significación, según la etimología popular, es «YHWH ha
reído». En Gen 17, 17 es Abraham quien siente la tentación de incredulidad, y
también él ríe. Los padres de la Iglesia se han esforzado por evitar hasta la menor
mancha en la fe de Abraham, pero la verdad es que…la fe incluye también oscuridad
y fatiga. He aquí, por citar un ejemplo, cómo Ishodad de Merv [obispo de Hedatta,
en las riberas del Tigris, Mesopotamia, teólogo y escritor en lengua siríaca del siglo
IX] resumía en su «cadena» de citas patrísticas la distinción entre las dos «risas»:
«¿Por qué fue regañada Sara por haber reído, mientras que no lo fue Abraham, que
había reído lo mismo que ella? Porque Sara dudó de la palabra, mientras que
Abraham reía no dudando, sino postrándose, adorando, glorificando y dando gracias
a Dios con gozo de que le aconteciera tal cosa a un hombre de cien años. De este modo se rió, es decir, se alegró.»
Se introduce, pues, una distinción dentro del gran símbolo de la risa humana, como ocurre también a veces en la
propia Biblia, aunque no en el caso de Abraham y Sara. Hay una risa negativa, amarga, perversa; y hay una risa
positiva, feliz y bendita. La de Sara, en nuestra narración, es la risa de la incredulidad: también Lot, cuando invita a
sus yernos a abandonar inmediatamente Sodoma, obtiene como respuesta una sonrisa incrédula (19, 14). Como ya se
ha dicho, a esta risa incrédula se contrapone la risa eficaz y creadora de Dios, encarnada en el nombre de «Isaac».
Sara volverá a reír, pero ahora con una risa festiva: «Cosa de risa me ha hecho Dios; todo el que se entere se reirá a
cuenta mía» (21, 6). Pero continuando con nuestra reflexión sobre la risa negativa y vacía, nos topamos pronto con el
reír estúpido, torpe e insensato, del hombre de todos los tiempos «cuya diversión es hacer el mal» (Prov 10, 23). Está
siempre dispuesto a engañar y a herir al prójimo, para decir a continuación, con inconsciencia: «Sólo era una broma»
(Prov 26, 18-19). Aquel «canturrear al son del arpa, aquella alegría de timbales y de cítaras» ya denunciados por los
profetas (Am 6, 5-6; Is 24, 8), es retomado ásperamente por el Sirácida (Eclesiástico) en más de un pasaje: «El
vestido del varón y la risa de su boca y el caminar del hombre denuncian lo que es...; el necio en su risa levanta la voz,
pero el hombre hábil apenas sonríe...; discurso de insensatos es irritación; su risa estalla en deleites de pecado...; no
te rías con él, para que no tengas que sufrir con él, y al final rechines los dientes» (19, 30; 21, 20; 27, 13; 30, 10).
Pero el retrato más brillante del reír estúpido lo ha trazado el Qohélet (Eclesiastés) en un versículo que en hebreo es
onomatopéyico, enteramente rimado sobre letras silbantes, de modo que recuerda, en virtud de un ingenioso juego
sonoro de palabras, la auténtica realidad de la risa estúpida, es decir, humo, malezas que se queman, cenizas: «Como
el crepitar de los espinos bajo el caldero, así es la risa del necio» (Ecl 7, 6). Existe, además, la risa cruel, cargada de

46
Las Metamorfosis (transformación), del poeta romano OVIDIO, es un poema en quince libros que narra la historia del mundo desde
su creación hasta la deificación de Julio César, combinando con libertad mitología e historia. Fue terminado en el año 8 d. C. En el
libro VIII se cuenta el episodio de Júpiter (Zeus) y Mercurio (Hermes), que tras un viaje transformados en mendigos, llegaron a la
ciudad de Frigia en medio de la tormenta, y allí pidieron a sus habitantes un lugar para pasar la noche. Nadie les dio alojamiento,
solo un matrimonio de ancianos, Filemón y Baucis, les permitieron entrar en su humilde cabaña. Los atendieron con gran
hospitalidad, ofreciendo a sus invitados comida y vino. Luego de servirlos, Baucis notó que a pesar de llenar varias veces los vasos de
los visitantes, la jarra de vino nunca se vaciaba, de lo que dedujo que aquellos foráneos eran en realidad deidades. Pensando que la
humilde comida servida no era digna de tales invitados, Filemón decidió ofrecerles el ganso que guardaban en casa y que era lo
único que poseían. Pero cuando el campesino intentó atraparlo, el animal corrió hacia el regazo de Zeus, quien aseguró que no era
necesario tal sacrificio. El dios avisó al matrimonio que iba a destruir la ciudad y a todos aquellos que les habían negado la entrada.
Les dijo que deberían subir a lo alto de la montaña con él, y no darse la vuelta hasta llegar a la cima. Ya allí, la pareja vio su ciudad
destruida por una inundación que el mismo Zeus provocó.
Sin embargo, su cabaña había sido preservada, y posteriormente fue convertida en templo. Cuando Zeus les ofreció un deseo, el
matrimonio pidió ser guardianes del nuevo templo, vivir todavía la mayor cantidad de años que fuera posible, juntos y morir al
mismo tiempo. Tras su muerte, Zeus los convirtió en árboles que se inclinaban uno hacia el otro mientras ellos decían sus últimas
palabras. A Filemón lo convirtió en roble; y a Baucis, en tilo.
25
mofa, de sarcasmo, de desprecio, de opresión. Es la risa de los enemigos que «miran y se ríen de la ruina [de
Jerusalén]» (Lam 1,7). «Nuestros enemigos se ríen de nosotros», declara el suplicante del Sal 80, 7 y le hace eco
Ester: «Que no se rían nuestros perseguidores de nuestra caída» (4, 17). «Los jefes de Israel caerán a espada y en
Egipto se reirán de ellos» (Os 7, 16). En el siglo II a.C, durante la época macabea, el general siro-griego Nicanor «los
ridiculizó y se burló de ellos [de los sacerdotes y ancianos]» (1 Mac 7, 34). A veces es Dios mismo quien, para humillar
a su pueblo pecador, lo abandona a la mofa y la risa (Ez 23, 32). Esta «risa» golpea a menudo también al justo, como
en el caso de Tobías, cuyos vecinos «se reían de él» porque tenía piedad de las víctimas de la violencia (2, 8). En la
miseria a que se había visto reducido, Job confesaba que «ahora se ríen de mí los que tienen menos años que yo» (30,
1); en el día del juicio, los impíos tendrán que confesar que «tuvieron por objeto de risa» al justo (Sab 5, 4). Por eso,
el Sirácida advierte: «No te burles del hombre que tiene amargura en su alma» (Eclo 7, 11).
Frente a esta risa cruel, incrédula, estólida (insensata), se alza la risa de Dios. …es que, en efecto, todo el Antiguo
Testamento está recorrido por un estremecimiento de risa. El silencio tenebroso y amenazador del mal queda
quebrantado por la risa triunfal y destructora de YHWH. «El que mora en los cielos se sonríe, el Señor se burla de ellos
[de los rebeldes]», canta el Sal 2, 4. Pero la carga rompiente de la risa de Dios no es sólo una señal de su
«personalidad», es decir, de su ser como persona viva, actuante y real, sino que es también indicio de su justicia. En la
Carta XI de sus Provinciales, Pascal afirmaba que «la risa es a veces lo más adecuado para que los hombres renuncien
a sus errores y es también, con frecuencia, una acción de la justicia». También en el Corán aparece una contraposición
entre la risa satánica y la divina: «¡Será Alá quien se ría de ellos!» (II, 14-15). A la boca famélica de los impíos que
«rechinan los dientes » se opone la boca del Señor que ríe, en un planteamiento osado y plástico: «El Señor se ríe...
viendo llegar su día [el del juicio sobre el mal y sobre el malvado].»
Merece la pena observar que san Jerónimo, un poco impresionado por el versículo, lo ha modificado en este sentido:
«Los impíos merecen que se rían de ellos en el castigo que sufrirán», para evitar el plástico antropomorfismo del
original. El Sal 59, 9 insiste: «Pero tú, oh Señor, te burlas de ellos, tú te mofas de todos los soberbios.» Contra éstos
tales, Dios se entrega a su risa terrible, que siembra terror y juicio y es indicio de su presencia en la historia. «Es una
risa que desarma, en el sentido más auténtico de la palabra, que priva de toda su fuerza al aparentemente
poderosísimo predominio de la arrogancia», comenta el teólogo [Gerhard] Ebeling.
También el mundo grecorromano consideraba la risa divina como señal de epifanías
salvíficas. Entre otros testimonios, Plinio [Gayo Plinio Segundo, el viejo, (23-79),
científico, filósofo, escritor, historiador, naturalista y militar romano], en su Historia
naturalis, observa que Zoroastro, fundador de la religión persa, vino a la luz riendo
porque estaba henchido del espíritu divino (VII, 15, 72). La sabiduría creadora divina
está representada en la personificación de una artista o de una joven danzante y
llena de alegría: «Allí estuve a su lado como arquitecto (o como una joven, dada la
oscuridad del término hebreo), haciendo sus delicias cada día, recreándome siempre
en su presencia; recreándome en el orbe de la tierra y teniendo mis delicias con los
hombres» (Prov 8, 30-31).
Lutero describía en los siguientes términos la Jerusalén celeste: «Entonces, el
hombre jugará con el cielo, con la tierra, con el sol y con las criaturas. Y todas las
criaturas experimentarán un placer, un amor, una alegría lírica y reirán contigo y tú,
Señor, a tu vez, reirás con ellos.» El monje Notker de Sankt Gallen [uno de los poetas litúrgicos más importantes de la
Edad Media] pintaba a la Iglesia como sumergida en una especie de juego eterno y paradisíaco: «He aquí, oh Cristo,
que bajo una vid fecunda toda la Iglesia juega en paz, segura en tu jardín.»
Hay, pues, necesidad de una risa liberadora, junto a la otra, grosera y vulgar, de los estúpidos y de los prepotentes.
Una risa «santa», como la de Dios, indicio de serenidad, de fiesta, de participación en la armonía cósmica, «voces de
gozo y de alegría» del esposo y de la esposa (Jer 7, 34; 16, 9; 25, 10). «Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen
de Israel; volverás a adornarte con tus tambores y saldrás al corro de gentes jubilosas» (Jer 31,4). Zacarías pinta el
siguiente delicioso cuadrito de la Jerusalén resurgida de las ruinas: «Ancianos y ancianas se sentarán aún en las plazas
de Jerusalén, cada cual con su bastón en la mano por causa de sus muchos años. Las plazas de la ciudad estarán llenas
de niños y de niñas, que jugarán en ellas» (8, 4-5). Es la risa santa de la liturgia, la alegría del espíritu: «Ordenad
fiesta con palmas hasta los cuernos del altar» (Sal 118, 27). David salta y danza con todas sus fuerzas ante el arca
llevada en procesión a Jerusalén (2 Sam 6, 5.16.21).
La risa del justo nace de la fe en la justicia divina: «Cuando el justo lo vea temerá, y hará burla de él [del impío]» (Sal
52, 8). Es una risa que no sólo expresa ironía frente a quienes se atreven a desafiar a Dios proclamándose árbitros
absolutos de la historia y de la vida, sino que es también participación en la risa divina que derriba a los pecadores.
Ante la liberación ofrecida por Dios, «nuestra boca será entonces alegría, nuestros labios canciones... [porque] el Señor
hace con nosotros grandes cosas» (Sal 126, 2-3). Concluyamos. Frente a la risa incrédula y cínica del mundo, el
creyente es invitado a la sonrisa de Dios. Contra la risa televisiva estúpida y vulgar debe reaccionarse con la alegría
que nace de la inteligencia y del espíritu. Como la palabra, también la risa es un signo ambiguo: puede ser arrogante o
juiciosa, acre o serena. Por encima de la risa incrédula de Abraham y Sara ha resonado la risa liberadora de Dios en el
hijo de la promesa, Isaac. Por encima de la risa grosera y fúnebre de las diversiones ciegas y frenéticas, de los placeres
egoístas y de las prepotencias, se alza la doble amonestación de Jesús y de Santiago: «¡Ay de los que ahora reís,
porque habéis de gemir y de llorar...! Lamentaos y llorad. Que vuestra risa se convertirá en lamento y vuestra alegría
en tristeza » (Lc 6, 25; Sant 4, 9).
La intercesión de Abraham en favor de Sodoma (Gen 18, 16-33)
Después, los hombres salieron de allí y se dirigieron hacia Sodoma, y Abraham los acompañó
para despedirlos. Mientras tanto, el Señor pensaba: «¿Dejaré que Abraham ignore lo que ahora
voy a realizar, siendo así que él llegará a convertirse en una nación grande y poderosa, y que
por él se bendecirán todas las naciones de la tierra?
Porque yo lo he elegido para que enseñe a sus hijos, y a su familia después de él, que se
mantengan en el camino del Señor, practicando lo que es justo y recto. Así el Señor hará por
Abraham lo que ha predicho acerca de él». Luego el Señor añadió: «El clamor contra Sodoma y
26
Gomorra es tan grande, y su pecado tan grave, que debo bajar a ver si sus acciones son
realmente como el clamor que ha llegado hasta mí. Si no es así, lo sabré».
Dos de esos hombres partieron de allí y se fueron hacia Sodoma, pero el Señor se quedó de pie
frente a Abraham. Entonces Abraham se le acercó y le dijo: «¿Así que vas a exterminar al justo
junto con el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar ese lugar,
en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él? ¡Lejos de ti hacer
semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable, haciendo que los dos corran la
misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?». El Señor
respondió: «Si encuentro cincuenta justos en la ciudad de Sodoma, perdonaré a todo ese lugar
en atención a ellos». Entonces Abraham dijo: «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el
atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Quizá falten cinco para que los justos lleguen a
cincuenta. Por esos cinco ¿vas a destruir toda la ciudad?». «No la destruiré si encuentro allí
cuarenta y cinco», respondió el Señor. Pero Abraham volvió a insistir: «Quizá no sean más de
cuarenta». Y el Señor respondió: «No lo haré por amor a esos cuarenta». «Por favor, dijo
entonces Abraham, que mi Señor no lo tome a mal si continúo insistiendo. Quizá sean
solamente treinta». Y el Señor respondió: «No lo haré si encuentro allí a esos treinta».
Abraham insistió: «Una vez más, me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Tal vez no
sean más que veinte». «No la destruiré en atención a esos veinte», declaró el Señor. «Por
favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no se enoje si hablo por última vez. Quizá sean
solamente diez». «En atención a esos diez, respondió, no la destruiré». Apenas terminó de
hablar con él, el Señor se fue, y Abraham regresó a su casa.
Terminada la comida, se disponen los huéspedes a seguir su camino hacia Sodoma, al oriente. Parece que tienen prisa,
pues no quieren pernoctar, como es lo normal en estas recepciones. En pie y dispuestos a partir, el patriarca, siempre
cumplido, los acompaña un poco. La tradición ha situado la escena de la conversación de Dios con el patriarca en la
actual Bene Naím, dominando el desierto, el mar Muerto y las ciudades de Sodoma y Gomorra. Desde allí, el patriarca
asistiría al terremoto que anegó la Pentápolis maldita. El diálogo que sigue es encantador por la forma y, sobre todo,
maravilloso por el contenido teológico. Abraham es el amigo fiel de Yahvé, y, por tanto, Yahvé no puede menos de
corresponder a esta amistad. Y entre amigos no hay secretos. Por otra parte, Abraham va a ser padre de un gran
pueblo, en el que serían bendecidas todas las naciones (v.18). Por tanto, le corresponde de algún modo conocer los
planes destructivos de Dios sobre las ciudades pecadoras, Sodoma y Gomorra.
El autor sagrado finge un monólogo en Yahvé como introducción al diálogo que va a mantener con el patriarca. La
justicia que va a ejercer sobre Sodoma servirá para que la descendencia de Abraham se enderece por buenos caminos
(V.19), de forma que Yahvé pueda colmarla de bendiciones. Aquí, pues, se suponen unas condiciones morales
impuestas a Abraham en el pacto que no han sido explicitadas en el relato bíblico. No se alude a disposiciones
positivas, sino simplemente a relaciones morales de los descendientes de Abraham con Dios, su protector y
bienhechor. Los pecados de Sodoma claman al cielo por la justicia divina (v.20). Para informarse del estado de las
cosas, Yahvé desciende del cielo, de forma que tenga una opinión exacta sobre la situación. Es una concepción
antropomórfica, muy en armonía con el estilo antiguo. Los dos acompañantes dejaron solos a Yahvé y al patriarca
(v.22) y continuaron viaje hacia Sodoma. Ahora, en la mayor intimidad, Abraham, compadecido de la suerte de las
ciudades pecadoras, donde está su sobrino Lot, se acerca a Yahvé para pedir clemencia, teniendo en cuenta que allí
moran justos también (v.23). El patriarca, llevado de un sentimiento elemental de justicia, no comprende cómo Dios va
a hacer perecer a justos y pecadores. No tiene luces sobre la remuneración en ultratumba, y cree que los justos deben
ser premiados en esta vida, y los pecadores castigados. El diálogo es una de las más bellas páginas del Antiguo
Testamento, pues destaca el poder intercesor del justo por los pecadores 47.
La cuestión del mal es un gran misterio 48, sin duda el mayor misterio después del misterio de
Dios: desde el mal físico al mal espiritual, pasando por el mal biológico, psíquico y social.
Frente al mal moral del egoísmo humano o el mal físico en las enfermedades y catástrofes, el
mal en toda su crueldad, el justo se rebela como Job casi en el umbral de la blasfemia.
Ante las grandes tragedias y calamidades 49 que convulsionan a las ciudades y las naciones, a los pequeños y a los
grandes, el hombre se detiene como atónito y sus palabras sólo saben formular una pregunta: «¿Por qué?» La idea de
un castigo total e indiscriminado, nacida en Israel al amparo de la teoría de la retribución colectiva según la cual «el
Señor castiga las culpas de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación» (Ez 20, 5), plantea dudas
angustiosas al creyente, sobre todo frente a catástrofes que golpean a justos y pecadores indistintamente. Job llevará
adelante una requisitoria contra sus amigos, y en última instancia contra Dios, para conseguir penetrar en este misterio
insondable que él vive lacerantemente en su propia carne. En un capítulo entero de su libro de profecías (cap. 18)
Ezequiel intentará construir un tratado teológico sistemático que reconduzca la retribución divina al juicio personal
sobre las obras de cada individuo, aunque deja todavía sin respuesta el problema del dolor de los inocentes.
¿Qué queréis decir cuando decís este proverbio acerca del país de Israel: Los padres
comen agraces, y los dientes de los hijos sufren dentera? Por mi vida -oráculo del Señor
Yahveh- que no habéis de repetir más ese proverbio en Israel. Mirad que todas las vidas
son mías; tanto la vida del padre como la vida del hijo son mías; la persona que peque,
ésa es la que morirá (18, 2-4).

47
ALBERTO COLUNGA, MAXIMILIANO GARCÍA CORDERO, Biblia Comentada I. Pentateuco. BAC, Madrid, 1967
48
Cfr. Andre Leonard, Razones para creer, 1990 Herder, Barcelona, España
49
GIANFRANCO RAVASI, Guía espiritual del Antiguo Testamento, El libro del Génesis (12-50), Herder-Ciudad nueva, 1994

27
El problema, con toda su desgarradora oscuridad, se enrosca como una serpiente también en la cultura
contemporánea, creyente o no, como atestigua el escritor francés A. Camus, que en su novela La peste declaraba:
«Cuando la inocencia es maltratada, el cristiano debe perder la fe o admitir que él mismo es maltratado.» El creyente
Abraham, en cambio, intenta jugar otra carta, la de la discusión con Dios. De todas formas, la pregunta se plantea aquí
en una perspectiva distinta de la que sugiere Ezequiel: ¿qué pesa más ante Dios, la maldad de la mayoría o la bondad
de unos pocos? La pregunta: «¿De verdad vas a exterminar al justo con el pecador?» adquiere un matiz peculiar: lo
que está sobre el tapete no es ya sólo la justicia de Dios, sino la capacidad de redención del bien. Lo expone de una
manera muy sugestiva Procopio que, en su recopilación de citas de los comentarios al Génesis de los padres que le
precedieron, observa a propósito de nuestro pasaje: «Abraham pensaba: "¿No basta acaso un poco de sal para
conservar una gran cantidad de carne y algunas hileras para sostener grandes edificios? Si hay, pues, tal fuerza en
leños o en ladrillos, o en la sal para la carne, ¿no habrá fuerza en los justos para salvar a los injustos?"»
El principio que rige este relato, que es prácticamente una controversia teológica en forma narrativa y dialogada, no es
el de la salvación de los justos, dejando de lado la regla de la responsabilidad comunitaria y colectiva antes
mencionada, ni es tampoco el de hacer salir a los inocentes de la ciudad de Sodoma, sino más bien el de sustraer al
juicio de Dios a todo el pueblo en virtud de la capacidad salvífica, colectiva y comunitaria, de los justos. Abraham está
henchido de confianza y de optimismo en la fuerza del bien y de la justicia y, por tanto, en la generosidad divina. Pero
la tradición yahvista, que ha elaborado en el cap. 18 este regateo entre el Señor y Abraham que sirve de conexión
entre la visita de los tres mensajeros y el juicio sobre Sodoma, tiene una visión más bien pesimista del hombre, en
cuya historia aparecen con frecuencia las pesadas señales del mal y del pecado. Abraham se muestra solidario con el
drama humano y se siente vinculado a su pueblo, a su clan y a la humanidad, respecto de la cual intenta desempeñar
un papel de intercesión ante Dios. ¿No se le había prometido, a fin de cuentas, que «en él serían bendecidos todos los
linajes de la tierra» (Gen 18,18)?
El resultado con que finaliza su intervención mediadora es desconcertante: la humanidad es radical y totalmente
pecadora. ¡No hay ni un solo justo! Si ampliamos nuestro campo de visión hasta abarcar la totalidad de la historia de la
salvación advertiremos que, para aceptar la propuesta de Abraham, será Dios mismo quien tenga que enviar un
auténtico justo, «Jesucristo, el justo» (1 Jn 2, 1), «que nos libra de la ira venidera» (1 Tes 1, 10). Pero volvamos a
nuestra narración teológica. Se organiza, psicológica y estilísticamente, en torno a un diálogo en el que se asiste, de un
lado, a la disminución progresiva del número de justos propuesto como escudo para detener el juicio divino y la
consiguiente catástrofe y, del otro, a la progresión de la audacia de Abraham que, en seis etapas sucesivas, se atreve a
negociar con Dios la salvación de Sodoma y Gomorra. (…)
Fracasada la mediación de Abraham porque no hay justos en Sodoma y Gomorra (a Lot y a su familia se los considera
forasteros), el juicio divino irrumpirá como un cataclismo de dimensiones planetarias. En realidad, será… un juicio
sobre las aberraciones religiosas de la idolatría, con su cortejo de cultos sexuales orgiástico, típico de los cananeos
indígenas, que ejercían una fuerte fascinación sobre Israel. Sólo la familia de Abraham será sustraída a la «copa repleta
de la ira de Dios» (Is 51, 17). Lot, «hijo del hermano» del patriarca bíblico (Gen 12, 5), queda vinculado a la salvación
que cubre como un manto y de forma permanente al justo Abraham. Nuestra reflexión incluye, ante todo, un tema que
surge espontáneamente de todo el relato, el de la intercesión del justo. Abraham desempeña la función del mediador
que intercede para obtener el perdón. Es muy significativo, a este propósito, el soliloquio divino descrito en los v. 17-
18: «¿Puedo, acaso, encubrir a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de
convertirse él en una nación grande y fuerte y habiendo de ser bendecidas
en él todas las naciones de la tierra?» Ha sido el mismo Dios quien ha
constituido a Abraham en mediador de la bendición: él será el trámite, el
nudo de comunicaciones entre el Señor y la humanidad. Totalmente fiel a
Dios y a su proyecto, es también plenamente solidario con el hombre, a
quien pertenece por estirpe y a quien es enviado por misión.
También a Moisés se le describe varias veces como intercesor, no sólo
cuando, con las manos levantadas, suplica en el monte durante el combate
de Israel contra Amaleq (Ex 17, 8-16), sino también cuando implora piedad
para el pueblo rebelde, adorador del becerro de oro. Su misión es
«apaciguar la faz de Yahveh», y lo hace con una intensa súplica: «¿Por qué,
oh Yahveh, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo...? Desiste del furor de
tu ira y renuncia a ese castigo con que amenazas a tu pueblo. Acuérdate de
Abraham, de Isaac y de Israel... Yahveh renunció entonces al castigo con
que había amenazado a su pueblo» (Éx 32, 11-14; cf. Dt 9, 25-29).
El mal «cósmico»50
Se ha escrito mucho y también he leído mucho sobre el debate filosófico que provocan las diversas tragedias naturales,
como los tsunamis, los terremotos, las catástrofes naturales. Se vuelve a desempolvar, a menudo, a Leibniz, con su
«mejor de los mundos posibles»; a Voltaire, con ocasión del terremoto de Lisboa en 1755, o a Kant. Se reconsidera
incluso la cuestión del diluvio. En estos sucesos también se ve implicada la teología, que balbuce alguna respuesta,
pero que registra, probablemente, más de un fracaso.
El mal, un reto a la filosofía y a la teología: este era el emblemático título de una obra del famoso filósofo Paul Ricoeur
destinada a afrontar un tema que agota, desde siglos, al pensamiento filosófico y religioso. La propia teología nació,
prácticamente, en la cuna de la teodicea, a saber, de la «justificación» de Dios, puesto en cuestión por la presencia
«escandalosa» del mal físico, metafísico, cósmico y moral. También el diluvio …parece ser una especie de tipología
universal mítico-histórica dedicada a descifrar una causa o, al menos, a buscar una motivación que explicara los
cataclismos naturales.
Todas las civilizaciones, cegadas frente al ímpetu del mal, han inventado respuestas, obviamente complejas y a
menudo parciales. Manteniéndonos en el ejemplo citado, el diluvio se interpretaba en Mesopotamia, entre otras
explicaciones, en clave politeísta y dualista, como resultado de una conflictividad entre los dioses que contrapone una
divinidad creadora frente a otra destructiva. En cambio, la Biblia se orienta, …hacia una lectura histórico-ética: «El
Señor vio que la maldad de los hombres era grande sobre la tierra y que todo proyecto concebido por su corazón era

50
GIANFRANCO RAVASI, Cuestiones de fe, Editorial Verbo Divino, 2012, Pamplona España
28
malo» (Gn 6,5). El diluvio es, por consiguiente, en esta interpretación, un instrumento de juicio según la clásica teoría
de la retribución, según la cual a cada delito le corresponde inmediatamente un castigo. El…tema de la lucha contra el
caos y la nada, presente en la creación, es retomado en sentido inverso en la des-creación producida por el diluvio,
pero con una finalidad histórico-moral. En pocas líneas no es posible dar cuenta de este incansable interrogar y
responder de la filosofía y de la teología.
Ciertamente, en el caso del mal cósmico se puede, al menos, reconocer como punto de partida que forma parte casi
estructural de lo creado, que constituye la condición «natural». En efecto, la creación es, por su naturaleza, limitada;
por consiguiente, imperfecta, finita, confiada a mecanismos que pueden encasquillarse: su ser «buena/bella», como se
repite en el Génesis (cap. 1), es solamente el signo de la aprobación de su realidad, de sus dinamismos, de su vida,
pero esto no excluye su cualidad de criatura, es decir, de que no es «divina». El Creador, por tanto, para ser coherente
consigo mismo, respeta, por un lado, la libertad del hombre (así creado por él), con la consecuencia del mal moral, y,
por otro, respeta la finitud y los límites insertos en la naturaleza, signo de su condición de criatura y raíz del mal
cósmico.
Sin embargo, dicho esto, no puede reducirse a Dios a un mero notario de la realidad, y es aquí donde las religiones
introducen diferentes perspectivas para equilibrar la verdad y el amor en Dios, su respeto a las cualidades específicas
de las criaturas y su presencia activa. Manteniéndonos solamente en el ámbito bíblico, señalamos, por ejemplo, la
propuesta del libro de Job, que se confía a una ‘esah, a saber, a un «proyecto» metarracional (no irracional)
trascendente, en el que incluso el mal encuentra su ubicación. Como escribía Kant en su obra Sobre el fracaso de todos
los intentos filosóficos de teodicea (1791), comentando precisamente el libro de Job, la repercusión del mal logra
«demostrar que podemos alcanzar una sabiduría negativa, es decir, la comprensión de la necesaria limitación de
nuestras pretensiones con respecto a lo que para nosotros es demasiado elevado».
El cristianismo va más allá y supera el «retirarse» de Dios, realizado en el acto creador, para dejar un espacio
autónomo a lo creado, proponiendo, en cambio, el sucesivo ingreso de Dios en lo creado y en la historia con una
participación directa, la de Cristo, el Hijo de Dios. Así, Dios experimenta en sí mismo el límite, la muerte, el mal, pero
deposita en estas realidades la energía detonante de lo divino, preparando en la trama del tiempo y del espacio, de la
historia y de lo humano, una recomposición del ser creado para que no exista más «la muerte, ni el luto, ni la
lamentación, ni la fatiga, porque las cosas anteriores han pasado» (Ap 21,4). Por esto, san Pablo habla en la Carta a
los Romanos de la «creación que espera con impaciencia… ser liberada de la esclavitud de la corrupción» (8,20-21),
para alcanzar, así, una plenitud que Teilhard de Chardin…concebía como un «punto Omega» cristológico, meta de la
evolución (con cierto riesgo metodológico en su visión excesivamente «indistinta» entre ciencia y fe). Es cierto que, en
la lectura teológica, cuando el ser creado (humanidad y naturaleza) se una a aquella cumbre última, «Dios será todo en
todos» (1 Cor 15,28), pero no mediante un panteísmo metafísico, sino en un abrazo redentor de liberación y salvación
(como dicen los teólogos, un «en-teísmo» soteriológico, es decir, un «ser en Dios» como comunión salvífica).
La destrucción de Sodoma (Gen 19, 1-38)
Los dos ángeles llegaron a Sodoma al atardecer, mientras Lot estaba sentado a la puerta de la
ciudad. Al verlos, se levantó para saludarlos, e inclinándose hasta el suelo, les dijo: «Les
ruego, señores, que vengan a pasar la noche en casa de este servidor. Lávense los pies, y
mañana bien temprano podrán seguir viaje». «No, le respondieron ellos, pasaremos la noche
en la plaza». Pero él les insistió tanto, que al fin se fueron con él y se hospedaron en su casa.
Lot les preparó una comida, hizo cocinar galletas sin levadura, y ellos comieron. Aún no se
habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los hombres de Sodoma, se agolparon
alrededor de la casa. Estaba la población en pleno, sin excepción alguna, desde el más joven
hasta el más viejo. Entonces llamaron a Lot y le dijeron: «¿Dónde están esos hombres que
vinieron a tu casa esta noche? Tráelos afuera para que tengamos relaciones con ellos». Lot se
presentó ante ellos a la entrada de la casa, y cerrando la puerta detrás de sí, dijo: «Amigos, les
suplico que no cometan esa ruindad. Yo tengo dos hijas que todavía son vírgenes. Se las
traeré, y ustedes podrán hacer con ellas lo que mejor les parezca. Pero no hagan nada a esos
hombres, ya que se han hospedado bajo mi techo». Ellos
le respondieron: «Apártate de ahí». Y añadieron: «Este
individuo no es más que un inmigrante, y ahora se pone
a juzgar. A ti te trataremos peor que a ellos». Luego se
abalanzaron violentamente contra Lot, y se acercaron
para derribar la puerta. Pero los dos hombres, sacando
los brazos, llevaron a Lot adentro y cerraron la puerta. Y
a todos los que estaban a la entrada de la casa, pequeños
y grandes, los hirieron con una luz enceguecedora, de
manera que no pudieron abrirse paso.
Después los hombres preguntaron a Lot: «¿Tienes aquí
algún otro pariente? Saca de este lugar a tus hijos e hijas
y a cualquier otro de los tuyos que esté en la ciudad
porque estamos a punto de destruir este lugar: ha llegado hasta la presencia del Señor un
clamor tan grande contra esta gente, que él nos ha enviado a destruirlo». Entonces Lot salió
para comunicar la noticia a sus yernos, los que iban a casarse con sus hijas. «¡Pronto!, les dijo,
abandonen este lugar, porque el Señor va a destruir la ciudad». Pero sus yernos pensaron que
estaba bromeando. Al despuntar el alba, los ángeles instaron a Lot, diciéndole: «¡Vamos! Saca
a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, para que no seas aniquilado cuando la ciudad
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reciba su castigo». Como él no salía de su asombro, los hombres lo tomaron de la mano, lo
mismo que a su esposa y a sus dos hijas, y lo sacaron de la ciudad para ponerlo fuera de
peligro, porque el Señor tuvo compasión de él.
Después que lo sacaron, uno de ellos dijo: «Huye, si quieres salvar la vida. No mires hacia
atrás, ni te detengan en ningún lugar de la
región baja. Escapa a las montañas, para no
ser aniquilado». Lot respondió: «No, por
favor, Señor mío. Tú has sido bondadoso
con tu servidor y me has demostrado tu
gran misericordia, salvándome la vida. Pero
yo no podré huir a las montañas, sin que
antes caigan sobre mí la destrucción y la
muerte. Aquí cerca hay una ciudad –es una
población insignificante– donde podré
refugiarme. Deja que me quede en ella, ya
que es tan pequeña, y así estaré a salvo».
Entonces él le respondió: «Voy a
complacerte una vez más: no destruiré la
ciudad de la que hablas. Pero apúrate; refúgiate en ella, porque no podré hacer nada hasta que
llegues allí». Por eso la ciudad recibió el nombre de Soar, que significa «pequeño poblado».
Cuando el sol comenzó a brillar sobre la tierra, Lot entró en Soar. Entonces el Señor hizo llover
sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego que descendían del cielo. Así destruyó esas ciudades
y toda la extensión de la región baja, junto con los habitantes de las ciudades y la vegetación
del suelo. Y como la mujer de Lot miró hacia atrás, quedó convertida en una columna de sal. A
la madrugada del día siguiente, Abraham regresó al lugar donde había estado en la presencia
del Señor. Cuando dirigió su mirada hacia Sodoma, Gomorra y toda la extensión de la región
baja, vio un humo que subía de la tierra, como el humo de un horno. Así, cuando Dios destruyó
las ciudades de la región baja, se acordó de Abraham, librando a Lot de la catástrofe con que
arrasó las ciudades donde él había vivido.

El nacimiento de Isaac (Gen 21, 1-8)


1 El Señor visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa.
2 En el momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era
anciano.
3 Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de Isaac.
4 Abraham circuncidó a su hijo Isaac a los ocho días, como Dios se lo había ordenado.
5 Abraham tenía entonces cien años de edad.
6 Sara dijo: «Dios me ha dado motivo para reír, y todos los que se enteren reirán conmigo».
7 Y añadió: «¡Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos! Porque yo le di
un hijo en su vejez».
8 El niño creció y fue destetado, y el día en que lo destetaron, Abraham ofreció un gran
banquete.
La expulsión de Agar y de Ismael (Gen 21, 9-21)
9 Sara vio que el hijo de Agar, la egipcia, jugaba con su hijo Isaac.
10 Entonces dijo a Abraham: «Echa a esa esclava y a su hijo,
porque el hijo de esa esclava no va a compartir la herencia
con mi hijo Isaac».
11 Esto afligió profundamente a Abraham, ya que el otro
también era hijo suyo.
12 Pero Dios le dijo: «No te aflijas por el niño y por tu esclava.
Concédele a Sara lo que ella te pide, porque de Isaac nacerá la
descendencia que llevará tu nombre.
13 Y en cuanto al hijo de la esclava, yo hará de él una gran
nación, porque también es descendiente tuyo».

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14 A la madrugada del día siguiente, Abraham tomó un poco de pan y un odre con agua y se
los dio a Agar; se los puso sobre las espaldas, y la despidió junto con el niño. Ella partió y
anduvo errante por el desierto de Berseba.
15 Cuando se acabó el agua que llevaba en el odre, puso al niño debajo de unos arbustos,
16 y fue a sentarse aparte, a la distancia de un tiro de flecha, pensando: «Al menos no veré
morir al niño». Y cuando estuvo sentada aparte, prorrumpió en sollozos.
17 Dios escuchó la voz del niño, y el Angel de Dios llamó a Agar desde el cielo: «¿Qué te pasa,
Agar?», le dijo. «No temas, porque Dios ha oído la voz del niño que está ahí.
18 Levántate, alza al niño y estréchalo bien en tus brazos, porque yo haré de él una gran
nación».
19 En seguida Dios le abrió los ojos, y ella divisó un pozo de agua. Fue entonces a llenar el
odre con agua y dio de beber al niño.
20 Dios acompañaba al niño y este fue creciendo. Su morada era el desierto, y se convirtió en
un arquero experimentado.
21 Vivió en el desierto de Parán, y su madre lo casó con una mujer egipcia.
Capítulo 22
El sacrificio de Isaac (Gen 22, 1-19)

1 Después de estos acontecimientos, Dios puso a prueba a Abraham: «¡Abraham!», le dijo. El


respondió: «Aquí estoy».
2 Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la
región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré».
3 A la madrugada del día siguiente, Abraham ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus
servidores y a su hijo Isaac, y después de cortar la leña para el holocausto, se dirigió hacia el
lugar que Dios le había indicado.
4 Al tercer día, alzando los ojos, divisó el lugar desde lejos,
5 y dijo a sus servidores: «Quédense aquí con el asno, mientras yo y el muchacho seguimos
adelante. Daremos culto a Dios, y después volveremos a reunirnos con ustedes».
6 Abraham recogió la leña para el holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac; él, por su parte,
tomó en sus manos el fuego y el cuchillo, y siguieron caminando los dos juntos.
7 Isaac rompió el silencio y dijo a su padre Abraham: «¡Padre!». El respondió: «Sí, hijo mío».
«Tenemos el fuego y la leña, continuó Isaac, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?».
8 «Dios proveerá el cordero para el holocausto», respondió Abraham. Y siguieron caminando
los dos juntos.
9 Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña,
ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña.
10 Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.
11 Pero el Angel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!». «Aquí estoy»,
respondió él.
12 Y el Angel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora
sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único».
13 Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza.
Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
14 Abraham llamó a ese lugar: «El Señor proveerá», y de allí se origina el siguiente dicho: «En
la montaña del Señor se proveerá».
15 Luego el Angel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo,
16 y le dijo: «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: porque has obrado de esa manera y no
me has negado a tu hijo único,
17 yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y
como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus
enemigos,

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18 y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido
mi voz».
19 Abraham regresó a donde estaban sus servidores. Todos juntos se fueron a Berseba, y
Abraham residió allí.
16 Abraham aceptó la propuesta de Efrón, y teniendo por testigos a los descendientes de Het,

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