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Carta a un Ángel: In memoriam a Ángela María Arbeláez.

Ante la muerte solo existe la palabra y, sin embargo, cuando se presenta uno nunca sabe
muy bien qué decir. Se piensan muchas vainas, emergen como epifanías los recuerdos.
Todos empezamos a hablar y tu querida presencia fluye a través de nuestro dialogo. Es así,
Angela, como nos permites, una vez más, compartir un salón de clases presidido por tu
sonrisa. Es así, Angelita, como guías otra vez nuestros pensamientos, nuestros sentimientos.
Ingresar a la universidad puede no ser fácil para muchas personas, para nosotros no fue el
caso. Si la universidad era un segundo hogar, tú eras una segunda madre. Sabías cuándo
algo andaba mal con alguno de nosotros, veías en nuestros ojos cuando las congojas
comenzaban a amargarnos. «No te preocupes por esas bobadas», decías con ternura, con
esa ternura que sabe compadecer. Sabías que no eran bobadas, pero no ibas a permitir que
tus hijos, tus estudiantes, sucumbieran a la tristeza. Ante el dolor esgrimías tu frase, una de
esas verdades que sirven como consuelo: ojalá los mayores problemas de la vida fueran por
plata.
Eras una académica sagaz. Sabías el nombre y año de los presidentes de Colombia: desde
las provincias unidas de la nueva granada, las confederaciones y finalmente la república.
Decías, casi con inocencia (como quien tiene un chisme en la lengua y debe sacarlo) el
apodo de Tomás Cipriano de Mosquera: “El mascachochas”. Sabías los ríos, las montañas,
incluso aquellos nombres de civilizaciones perdidas que solo pocos valientes se atreven a
recordar. Nos enseñaste que Colombia no es un país desgraciado, sino un país joven, como
nosotros y, también, que a veces esas dos cosas pueden significar lo mismo. Amabas los
esquemas y los mapas, cambiabas los marcadores cada dos por tres porque cada uno tenía
su función específica en el tablero. No evaluabas bajo la lógica de la competencia, te
esmerabas por conocer cada estudiante y lo calificabas dependiendo de su esfuerzo, pero
siempre teniendo en cuenta, como Estanislao, que el estudiante por existir ya tiene 3.5.
Dabas clases, como el actor lúcido que sabe servir de espejo a su público. Y mientras nos
contabas las tragedias y comedias de nuestra Colombia y del mundo, al mismo tiempo nos
enseñaba a actuar con generosidad en este otro teatro que es la vida. Nos enseñaste que
maestra y amiga no solo pueden, sino que deben ser sinónimos.
Cuando a Fontanarrosa le preguntaron que quería para su hijo, respondió: “deseo que las
personas se pongan felices cuando lo vean venir”. No es casual si decimos que, al ver a
Angelita en días de fatal hartura, su presencia transformaba prontamente cualquier
sentimiento en alegría. Por eso, Angie, no estábamos de acuerdo contigo cuando nos decías:
no me canten esa canción, esa canción es muy triste. No, querida Angie, la sola mención de
tu nombre basta para reverdecer todas las tristezas. Reverdecer, esa palabra eres tú y todos
tus estudiantes somos tu silvestre.
Gracias Angelita. Eras la única que nos perdonaba que en vez de ensayos le escribiéramos
cuentos. Cuando no tuvimos dinero para ir a Bogotá, nos hospedaste en tu casa, nos diste
cien mil a cambio de un poema. Corriste con nosotros cuando, por una desatención, íbamos
a perder el vuelo de regreso, y después nos invitaste a desayunar, sin regañarnos siquiera.
Por ti conocimos a Ignacio, uno de los escritores más auténticos de nuestra literatura, de
quien recibimos el mensaje: se puede ser geólogo y escribir literatura, se debe ser escritor y
punto. No olvidaremos ese consejo que se convirtió en destino: ustedes dos tienen una vena
artística que algún día tienen que seguir. Gracias por ver valor donde un profesor normal
solo vería reprobados. Descansa en paz querida Angelita.
Boris Tamayo.

No sabe uno que hacer ni que decir. La metáfora del tiempo de San Agustín, que se aplica
igualmente al amor, renace aquí con Angelita.

Les creemos a todos, le creemos a todo.

Tras bastidores pocos saben el esfuerzo y la pasión que le dedicaba a cada una de ellas.
Pocos saben de sus sufrimientos, de sus tristezas. Asumimos que esa fue su sabia elección
hace un par de años, que no vale la pena sufrir tanto, que la felicidad es un asunto que debe
cultivarse, como la amistad y la empatía.

Un día, Dios imaginó un ser alado que trascendería la vida mortal, que aterrizaría las
bondades del cielo y sus mensajes. Así nacieron los ángeles. Pero a ese ser le faltaba
empatía, temple, compasión, inteligencia, entonces Dios lo hizo mujer. Así nacieron las
Angelas. Y para completar su obra, para darles integridad eterna, Dios bendijo a sus
mensajeras con el don de la ternura. Así nació Angelita.

Fuiste la única profesora a la que le decíamos por su nombre.

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