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Este documento discute cómo el diablo intenta cegarnos espiritualmente para que no podamos cumplir con nuestro deber divino. Explica que Dios tiene personas que oran y abogan por nosotros para perdonar nuestros pecados y restaurarnos, y debemos estar agradecidos por eso. También advierte que cuando estamos cegados espiritualmente propagamos esa ceguera a otros y dejamos de ayudar en el Reino de Dios.
Este documento discute cómo el diablo intenta cegarnos espiritualmente para que no podamos cumplir con nuestro deber divino. Explica que Dios tiene personas que oran y abogan por nosotros para perdonar nuestros pecados y restaurarnos, y debemos estar agradecidos por eso. También advierte que cuando estamos cegados espiritualmente propagamos esa ceguera a otros y dejamos de ayudar en el Reino de Dios.
Este documento discute cómo el diablo intenta cegarnos espiritualmente para que no podamos cumplir con nuestro deber divino. Explica que Dios tiene personas que oran y abogan por nosotros para perdonar nuestros pecados y restaurarnos, y debemos estar agradecidos por eso. También advierte que cuando estamos cegados espiritualmente propagamos esa ceguera a otros y dejamos de ayudar en el Reino de Dios.
Hay un cierto número de almas atado al llamado de todos. El
diablo no solo desea atormentar a los hijos de Dios en un esfuerzo de vengarse de Él, sino que también quiere robarnos nuestra identidad y atarnos. Si miramos las cosas con los ojos del dolor y la falta de perdón no podemos ver el deber del cielo para nuestras vidas. ¡Almas, almas, almas! Yo estoy muy contento que alguien completó su deber en mí. ¿Qué deber? Me alegra que me lo pregunte. Creo que todos somos llamados a orar, testificar e interceder por las personas. Alguien fue asignado a orar, ayunar y testificarme del amor de Dios, su palabra y poder en mí. Así como otros, mis ojos estaban cegados. Dios tenía gente especial que me amaba lo suficiente como para pararse en la brecha e interceder por mí, remitir mis pecados y luego pedirle a Dios que me perdonara porque verdaderamente yo no sabía lo que hacía. Agradezco a Dios por esas personas. Doy gracias a Dios por el perdón. Si estamos distraídos, dolidos o abatidos no somos de gran ayuda en el Reino. Una vez que fuimos lastimados hay mayor probabilidad de que lastimemos a otros en vez de ayudarles. Las Escrituras nos dicen: “Un poco de levadura leuda toda la masa” (Gálatas 5:9). Una vez que nuestra actitud es la errónea y somos cegados de nuestra identidad, propósito y llamado, propagaremos la ceguera. El diablo, ese ser invisible, nos hace creer de manera muy astuta que son las personas las que nos causan todos los problemas. Jesús tenía comprensión espiritual, discernimiento y dijo, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Entretanto, nosotros estamos sentados en nuestra autolástima llorando por qué es que alguien que dice amarme puede hacerme algo así. Lástima, pena y dolor por causa del rechazo nos debilitan y hacen que nos encerremos en la cueva de la carne. Evitan muy eficazmente que caminemos en el Espíritu de Dios. Si llevamos adelante la vida separados del Espíritu, entonces siempre estaremos cegados. “Cegado por la luz” fue el grito de Pablo camino a Damasco. Fue cegado por hacer las cosas mal. Él se volvió a Cristo. Nosotros, sin embargo, nos “cegamos por la lucha”. Los dardos encendidos que se supone debemos estar apagando con el escudo de la fe son los que eficazmente nos ciegan y hacen entrar en la lucha de carne contra carne. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Efesios 6:12). El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos (1 Juan 2:9-11). ¿Cuántas veces se nos debe recordar que no luchamos contra carne ni sangre? Nosotros, según la Biblia, luchamos contra espíritus demoníacos. La trampa en la que caemos cuando somos cegados por el odio y la falta de perdón es que todos tienen influencia sobre alguien. Muchas veces están aquellos que tienen un gran ámbito de influencia. Terminamos con el ciego guiando al ciego. Cuando la oscuridad nos ciega, meditamos y nos convertimos en lo que vemos. Recuerde, el ojo es el espejo de nuestras almas. Si somos ciegos de espíritu y alma, entonces la oscuridad llenará nuestros corazones. Cuando lo que vemos y sentimos es lo que pensamos, a la larga nos convertimos en lo que decimos. Somos llamados a ser sacerdotes de Dios. Sí, todos nosotros somos llamados a orar, declarar bendiciones y compartir el Evangelio del perdón. Cuando la oscuridad nos ciega, nuestras palabras se vuelven demoníacas y en vez de bendecir maldecimos. “La muerte y la vida están en poder de la lengua, Y el que la ama comerá de sus frutos” (Proverbios 18:21). La Escritura nuevamente confirma que nuestras palabras son semillas, y que crecerán y nos darán una cosecha. Los frutos llegarán, positivos o negativos. Lo que cosechamos vuelve. El diablo comprende cómo funciona el ámbito espiritual y el natural. Por eso hace lo que hace. Quiere que siembre en lo carnal. Quiere que usted peque. Esto es lo que sucede cuando usted peca: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). El enemigo quiere que usted hable palabras negativas, de odio y rencor y que sus acciones sigan esas palabras para que coseche eso mismo.