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2020 el año en que todo cambió. ¿Qué futuro urbano, un futuro social, un futuro?

Universidad de Guadalajara, 2 de diciembre de 2020


Fernando Gaja i Díaz 1

Después del Corona virus

Hablar en plena explosión del Covid-19 de futuro es, ya no ironía o sarcasmo, sino toda
una provocación. Si ya era aventurado hacerlo antes de la pandemia, allá en aquel lejano
2019, hoy más que arriesgado es temerario. Y sin embargo es más necesario que nunca.
Pero hay que hacerlo, porque algún día el Corona virus se acabará… ¿y después qué?,
¿qué futuro nos espera?

Cuando acabe la crisis, ¿qué? Una posición fácil, aunque no confesable, es la de pensar
(o desear) que cuando se acabe la crisis sanitaria, y se supere el pinchazo económico, con
esfuerzo y sacrificio (que ya sabemos en quien recaerá) volveremos a la situación previa,
a lo que se ha dado en llamar la antigua normalidad. Una alternativa algo más realista,
considera que tras el final de las dos crisis (la sanitaria y la económica) se replantearán
algunas cosas y accederemos a una nueva normalidad. Esta es la posición del Presidente
del Gobierno en el Estado español. Una nueva normalidad que a juzgar por las
indicaciones que se han hecho no es tan distinta de la vieja. Aquí paz y después gloria.

Sobre las crisis, ¿crisis, qué crisis?

Hay palabras desgastadas por el uso, el abuso o una deliberada tergiversación:


sostenibilidad, libertad, democracia… o crisis. Es bien sabido que crisis significa
originalmente, en griego, cambio, pero también decisión o elección, contienda, ruptura,
juicio, e incluso punto culminante de una enfermedad. Su uso ha incorporado otro
significado, el de situación problemática.

Un escenario 30 / 30 / 30. En silvicultura se habla de una situación 30-30-30 cuando 3


condicionantes meteorológicos favorecen la aparición de incendios forestales: más de 30
grados de temperatura, vientos superiores a 30 kilómetros por hora y humedad inferior al
30 %. Nos enfrentamos en la actualidad a nivel mundial a una situación 30-30-30 en la
que a la crisis sanitaria se suma la económica, junto a una tercera de la que se habla
menos, la ecológica. Podríamos añadir otros factores críticos: políticos, laborales, pero el
carácter originario y determinante de las 3 primeras, las pone en un primer plano. Las
crisis sectoriales (la económica, macroeconómica, la social y la ecológica) ya existían
antes de 2020, pero de una forma larvada, o consideradas como dificultades cíclicas y
pasajeras. En estos momentos el foco se pone, lógicamente, en la crisis sanitaria, un
problema que está eclipsando las otras, especialmente la de mayor calado y más largo

                                                            
1
Departament d’Urbanisme, Universitat Politècnica de València, fgaja@urb.upv.es

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recorrido que está siendo relegada a un segundo plano: la crisis ecológica. En mi opinión
la crisis ecológica debería estar en el centro de las reflexiones, porque, superada la crisis
sanitaria, va a ser el factor determinante. Aunque luego volveremos sobre esta cuestión,
acotemos inicialmente el concepto: la crisis ecológica es la derivada de la insostenibilidad
del sistema productivo hegemónico (llámese capitalismo neoliberal, pero también el
socialdemócrata o reformista). Asimismo, podríamos describir la situación actual de
como de multicrisis, una cadena de crisis entrelazadas e interdependientes, o como un
caso de sinergia negativa (entendida como aquella en que la acción de dos o más causas
produce un efecto es superior a la suma de los efectos individuales). Otros autores la han
descrito como un escenario de crisis sistémica u holística [Santiago, 2015].

Crisis sanitaria

Comencemos por la sanitaria, la de mayor presencia en los medios, la más grave a corto
plazo. La crisis sanitaria se puede abordar desde dos puntos de vista distintos, aunque
relacionados: desde el punto de vista de la salud pública o desde sus implicaciones
sociales.

Al principio de la pandemia los medios coreaban un mensaje: el virus nos afecta a todos
por igual. Tan falso era, que pronto dejaron de repetirlo. Porque no es verdad que afecte
a todos por igual; quienes disponen de medios para ser tratados sin reparar en costes, o
quienes se pueden aislar en viviendas adecuadas, incluso con jardín, tienen menos riesgo
a contraer la enfermedad. De igual manera, las condiciones en que se encuentre el Sistema
Público de Salud en cada Estado, incluso su propia existencia o no, van a tener un impacto
de primer orden en las consecuencias sociales de la crisis sanitaria.

La pandemia ha estallado en un momento en que los Sistemas Públicos de Salud estaban


muy debilitados, tras décadas de hegemonía neoliberal, traducida en privatizaciones,
recortes, potenciación de la sanidad privada, reducción de plantillas de profesionales
sanitarios. Otro factor más a añadir al escenario 30-30-30, que contribuye a agravar la
situación. Las políticas austericidas, los recortes sociales, que responden a años de
aplicación del modelo neoliberal está teniendo graves consecuencias sociales. P.e. la
mortalidad dramática en residencias de ancianos es, en parte, consecuencias de la
privatización de este servicio a compañías que han intentado maximizar el beneficio a
costa de reducir las condiciones de vida y seguridad de quienes allí viven.

La privatización de todo servicio público susceptible de ser rentable, no se ha limitado a


la sanidad, afectando además a otros como la educación, los servicios sociales, las
infraestructuras y servicios básicos (agua, energía…). Una forma, casi mayoritaria, de
privatizar estos servicios ha sido mediante la concesión. En ella la Administración Pública
construye, invierte y paga la infraestructura para que después un concesionario la pueda
explotar a cambio del pago de un canon. Un modelo sumamente ventajoso que explica la

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aparición de un sector privado, que parasita al público, asumiendo pocos riesgos y con
beneficios casi asegurados.

Crisis económica

Lo que estamos viviendo desde la crisis financiera de 2007 no es simplemente una


depresión o una recesión. Lo que estamos presenciando bien podría ser el comienzo
del fin de la civilización occidental como hasta ahora la hemos conocido, con toda
su maquinaria política-económica y de relaciones e intervenciones internacionales.
Su inicio puede situarse hacia fines de los años sesenta del siglo pasado, cuando se
da el agotamiento del keynesianismo. La era neoliberal es una respuesta a esa crisis,
pero que no logró solucionarla. [Piqueras & Dierckxsens, 2011]

En esta segunda crisis, al menos en protagonismo en los medios, la económica, podemos


distinguir dos aspectos diferenciados: el productivo y el financiero.

La crisis productiva

Las medidas de contención de la expansión del Corona virus (confinamientos, toque de


queda, limitación de la movilidad, perímetros aislados…) han acarreado una disminución
de la actividad económica, especialmente grave en algunos sectores, como el turismo
(hoteles, navegación aérea, hostelería y restauración…), o las actividades culturales
(música, teatro, artes escénicas…). Una caída de la actividad que ha golpeado con más
fuerza en aquellos Estados donde el peso del turismo en la estructura económica era más
alto. El caso del Estado español, el segundo destino mundial tras el francés, con casi 84
millones de visitantes en 2019 [Molina, 2020 01 20], la inmensa mayoría procedentes de
la UE, el peso en el PIB (2019) superaba el 15 %, siendo el primer sector por delante de
la construcción (14 %), el comercio o la salud (ambos con el 12%) [Molina, 2019 08 29].

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Ilustración 1.
https://d500.epimg.net/cincodias/imagenes/2020/01/20/economia/1579518415_556581_1579554453_n
oticia_normal_recorte1.jpg

Los problemas en estos sectores se ven agravados, al margen de la caída de la actividad,


por las precarias condiciones laborales, por su escaso valor añadido, por una dependencia
que casi llega a una situación de monocultivo para algunas zonas… Si estamos ante una
crisis coyuntural, de bajada momentánea de la demanda, y si ésta podrá recuperarse, o no,
tras el levantamiento de las restricciones es un asunto controvertido en el que no podemos
ahora entrar.

Hay otro aspecto de la crisis productiva que no podemos dejar de señalar. El


desplazamiento de la producción industrial a lo que se ha dado en llamar la fábrica del
mundo, el sudeste asiático y en especial China, la deslocalización productiva.

La crisis financiera: el modelo neoliberal

Comprender la crisis económica financiera es más complicado que hacerlo con la


sanitaria. En las 4 últimas décadas el sector financiero ha devenido hegemónico,
imponiéndose a los capitales productivos (agricultura, industria…). Un ascenso en el que
la hegemonía de las posiciones neoliberales ha sido clave. La crisis financiera no está
directamente relacionada con la pandemia del covid-19, es más parece que las actuales
dificultades económica productivas la haya ubicado en segundo plano. Pero es un
problema que ya presentaba preocupantes evidencias antes de la irrupción de la pandemia,
una situación latente.

La asunción del poder político por Thatcher en el Reino Unido entre 1979-1990 y por
Reagan en los EE.UU. entre 1981-1989, así como la disolución de la URSS en 1991, son
mojones que han marcado el ascenso y triunfo del neoliberalismo. Es ésta una

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denominación apenas utilizada en los medios europeos [Aalbers, 2013]2, que se ha
consolidado como paradigma hegemónico, como alternativa al modelo previo, el
reformista, keynesiano o socialdemócrata, dominante desde el final de la segunda guerra
mundial, 1945 hasta finales de los 70. Su hegemonía ha devenido planetaria en pocos
años, constituyéndose en lo que acertadamente se etiquetó como el pensamiento único.
Margaret Thatcher en una de sus célebres sentencias, lo expreso con toda crudeza: there
is no alternative, un mantra para cuya difusión incluso elaboraron un acrónimo TINA
[BBC News, 2002 03 22].

Su ascenso e imposición tuvo por finalidad, como ha señalado Harvey [2007], el


mantenimiento del sistema capitalista ante el agotamiento de los mecanismos de
apropiación y acumulación de plusvalías de la era keynesiana. Una de las piezas claves
de la solución neoliberal es lo que se ha designado como apropiación por desposesión,
ejercida básicamente sobre el sector público. La acumulación por desposesión (…) tiene
por objetivo mantener el sistema actual, repercutiendo en los sectores empobrecidos la
crisis de sobreacumulación del capital, mercantilizando ámbitos hasta entonces cerrados
al mercado [Akal, 2017].

La financiarización de la economía

Uno de los aspectos más relevantes de la fase neoliberal es la financiarización de la


economía [La Rocha Vázquez & Ruiz Devesa, 2012 03 21], el crecimiento metastático
del sector financiero, que está llevando a todo el sistema a una estado de expansión fuera
de control, y que puede acabar por implosionar, en un escenario de desplome, del cual
tuvimos un anticipo en la crisis financiera de 2007-08. La crisis financiera es ante todo
una crisis de sobreacumulación, causada por el crecimiento exponencial de los capitales
financieros globalizados, que no acaban de encontrar suficientes ámbitos rentables de
posible inversión. Tal explosión en las últimas décadas ha sido es brutal. Tan solo en los
años transcurridos del siglo XXI ha experimentado un crecimiento 2,6 veces mayor que
el PIB mundial Colectivo [Ioé, 2014 04 12] . Unos capitales cada vez más deslocalizados,
globalizados, especulativos, volátiles y virtuales (no respaldados por bienes o servicios
reales), acertadamente calificados por Romero como economía de casino [Romero, 2005
12 25].

Una consecuencia de este (des)equilibrio ha sido la subordinación de la economía


productiva a la financiera. Más que nunca antes, el capital financiero manda, impone su
dictado por encima incluso de las fracciones productivo, de carácter más local.

                                                            
2
Afirma Aalbers [2013]
neoliberalism does not mind pretending it is something else. In fact, it is ‘us’ who label ‘them’ as
neoliberals —most neoliberals, in particular policymakers, would not label themselves so,
notwithstanding important exceptions like Milton Friedman.

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Ilustración 2. http://barometrosocial.es/wp-content/uploads/2014/04/KFinanciero_1.jpg

Finalmente, podríamos incluir, al mencionar las dificultades económicas, también la


crisis fiscal y la laboral, pero las comentaremos al estudiar la crisis política, en el primer
caso, o como parte de la social, en el segundo.

Crisis social

Un objetivo central de la ideología neoliberal es la liquidación de la resistencia de clase,


de la clase trabajadora. Con un cinismo aterrador el multimillonario Warren Buffett lo
expresó contundentemente: «Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de
los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando» [Leal, 2014 06 10] . Es
paradójico que sea Buffet quien nos lo tenga que recordar. El neoliberalismo es una
respuesta de clase, una reacción ante los avances de la etapa keynesiana, y más aún ante
las dificultades para perpetuar los procesos de acumulación que son su razón de ser.

Crisis laboral, del proletariado al “precariado”

El debilitamiento de los movimientos sociales de clase (sindicatos, partidos,


organizaciones de base…) fue un propósito fundacional del neoliberalismo, como
Thatcher y Reagan pusieron en evidencia. Tras su derrota a finales del siglo XX, el
empeoramiento de las condiciones laborales (precarización del trabajo, desempleo
sistémico, crecimiento de la desigualdad, reparto desigual de la renta en favor del capital
frente al trabajo …) [Gonzalez, 2013] .

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Otro factor de empeoramiento de las condiciones laborales proviene de la llamada
revolución informacional, de la digitalización tanto de los procesos productivos como de
la propia sociedad. Rifkin [2010] formuló la hipótesis de la desocupación tecnológica y
la extinción del trabajo, según la cual, la necesidad de trabajo humano sería cada vez
menor, al ser sustituido éste por maquinas “pensantes”. Pero la reducción de la cantidad
global de trabajo, por el aumento de la productividad derivada de la digitalización de los
procesos, no se ha traducido en un paralelo descenso de las horas trabajadas por persona
empleada. ¿Cuál ha sido la realidad?, ¿qué nivel de desempleo permanente, estructural,
puede asumir el sistema, o la sociedad? Susan George fue más lejos al formular la
hipótesis de la población sobrante, entendiendo por tal aquella que no produce, ni
consume; su eliminación, dentro de la lógica del sistema, seria perfectamente funcional y
oportuna [George, 2008] .

La pandemia del Corona virus ha traído al primer plano un fenómeno que, de forma
incipiente, ya se estaba produciendo: el teletrabajo. La desaparición del lugar de trabajo
en el sector cuaternario, tras el eclipse de la gran fábrica industrial en los Estados
centrales, por el fenómeno de la deslocalización planetaria, va a tener impacto directo en
las condiciones laborales y sociales de los tele-trabajadores.

Crisis política

En el orden político, en los albores del siglo XXI se está dando un resurgimiento de los
planteamientos autoritarios, por no hablar directamente de una reacción (política, militar,
policial y judicial) totalitaria. El retorno de grupos declaradamente fascistas, con una gran
presencia mediática, no debe impedirnos ser conscientes que la ideología dominante no
apuesta todavía por este tipo de “soluciones”, que el modelo neoliberal, mientras la
contestación social no aumente, es perfectamente útil y funcional para sus intereses. La
reacción populista es una especie de cartucho de recambios, que todavía no es necesario
utilizar [Serrano 2020].

Hay otra faceta de la crisis política que es conveniente no pasar por alto: la crisis fiscal
de las Administraciones Públicas, el desequilibrio entre recaudación y gastos, fruto en
gran medida de la contrarreforma fiscal neoliberal, que ha supuesto la reducción de la
presión impositiva a las rentas más altas, y como consecuencia ha provocado recortes en
los servicios públicos más característicos del Estado Social (sanidad, educación,
asistencia…). Esta estrategia ha venido acompañada de una intensa propaganda que
insistía en el mantra de la “ineficacia” de todo lo público, algo que la crisis de 2008
evidenció como falso.

Crisis urbana

A nivel urbano el modelo neoliberal se ha impuesto en todo el planeta sobre la base de


unas hipótesis comunes, aunque con significativas diferencias en su aplicación, en

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función del contexto particular y de las condiciones específicas. En el Estado español, la
inserción, tardía pero firme, en los circuitos de la economía financiera globalizada lo ha
cambiado todo. La irrupción en escena de inversores globales, de un tamaño y con unas
formas de actuación diferentes de las anteriores, ha alterado las reglas del juego
inmobiliario. La crisis financiera de 2007-08 acentuó esa tendencia, impulsando y
consolidando la hegemonía del modelo neoliberal urbano, en paralelo al ascenso de esta
doctrina como referencia política y económica.

Caracterización del modelo urbano neoliberal. La evolución de los modelos urbanos


en la era neoliberal obedece a dos tipos de factores. De una parte, están los de tipo
endógeno, locales [Diaz Orueta, 2006]. Bajo la dirección de promotores locales, con
singularidades y especificidades, pero siempre homologable con el modelo general, al
aplicar medidas similares (desregulación o flexibilización del planeamiento; privatización
y externalización de la gestión; apuesta por los grandes proyectos urbanos…).

Y de otra, los factores exógenos, globales, que han irrumpido con fuerza en la etapa
posterior a la crisis financiera, a partir de 2014, donde es clave la irrupción de capitales
globalizados (fondos de inversión, de capital riesgo, buitres, SICAVS, SOCIMIS y
similares) [Recio, 2020]. Tanto desde la consideración de la dinámica local como de la
global, ambas coinciden en considerar la ciudad y el planeamiento como intervenciones
en un mercado, el inmobiliario, cada vez más financiarizado, y la conversión de la ciudad
en un puro activo, de primera magnitud, en un marco globalizado. Lejos quedan los
tiempos en que la Administración Publica, guiando el proceso de construcción de la
ciudad, justificaba sus acciones con argumentos sociales, buscando como primer objetivo
la redistribución de las rentas urbanas, un elemento central en el Urbanismo reformista o
socialdemócrata, que fue hegemónico durante casi tres décadas, desde la conclusión de la
II Guerra Mundial hasta finales de la década de los 70.

La entrada de capitales financieros globalizados en el mercado inmobiliario ha alterado,


por su forma de actuar, por su volumen, por sus objetivos, las reglas de producción de
ciudad. A diferencia de los promotores anteriores, locales, de menor tamaño, poco
profesionalizados en muchos casos, el objetivo principal no es ya la producción para la
venta. La edificación o el suelo son ahora activos inmobiliarios destinados a un mercado
especulativo de tipo casi bursátil, antes que al mercado minorista tradicional, formado por
usuarios directos o pequeños inversores. La producción ya no se dirige a satisfacer la
demanda de un bien de primera necesidad, sino a ofrecer a las compañías inversoras
globales activos de alta liquidez, bienes financiarizados. Esto explicaría por qué gran
parte del parque edificado permanece vacante 3.

                                                            
3
Es una situación, una dinámica mundial, global, que alcanza todo el planeta, como pone de manifiesto,
p.e., el excelente documental de Gertten, Fredrik. Director [2019]: Push, mucho más que gentrificación.
https://www.filmaffinity.com/es/film108314.html

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Si atendemos a las dinámicas derivadas de la aplicación del modelo neoliberal al
urbanismo, podemos destacar las siguientes características, comunes y presentes en
contextos muy diferenciados:

 Transformación del papel de la Administración Pública, de proveedor de


servicios públicos a facilitadora de negocio. Del Urbanismo social al
Urbanismo empresarial
 Desregulación y flexibilización del planeamiento4
 Privatización o externalización de los servicios públicos básicos (agua,
electricidad…), o al menos su gestión y explotación.
 Impulso a nuevas formas de colaboración entre público-privadas. [Díaz
Orueta & Lourés Seoane, 2013, 8]
 Agudización del problema de la vivienda, en una espiral de encarecimiento,
derivada de la conversión de la vivienda en un activo financiero en manos de
grupos financieros globales
 Apuesta por los Grandes Proyectos Urbanos
 Incremento de la segregación y exclusión urbana: aumento de la inequidad,
impactos sociales, precariado. El caso extremo de esta dinámica lo son los
barrios cerrados, extendidos por toda América, norte y sur.

Pero más allá de estos rasgos comunes al modelo neoliberal de ciudad, hay un mecanismo
subyacente común, un proceso que lo explica todo: la conversión de la ciudad en una
formidable máquina de acumulación de capital, en una variante de lo que Harvey [2007]
ha denominado como acumulación por desposesión, un modelo en el que los operadores
privados, cada vez de mayor tamaño, más financiarizados, en su acción parasitan y se
apropian de plusvalías generadas pública y colectivamente. Díaz Orueta ha analizado en
profundidad las características del modelo neoliberal urbano en su aplicación en el Estado
español, y lo ha expresado de forma clara, señalando que: El neoliberalismo, tal y como
plantea Harvey (2007), debe ser entendido como un proyecto político de las clases
dominantes a la búsqueda de la restauración de las condiciones de acumulación de
capital [Díaz Orueta, 2013, 7].

Por su parte Cann [2017] ha destacado 3 grandes desafíos a los que enfrenta la ciudad en
la actualidad: La desigualdad económica, la polarización social y los crecientes peligros
medioambientales son las tres tendencias principales que determinarán los avances
globales en los próximos 10 años, según el Informe [Cann, 2017 01 11].

Crisis ecológica

Por último, pero no menor, llegamos al que, en mi opinión, va a ser el mayor desafío al
que se va a enfrentar la humanidad: la crisis ecológica. Esta crisis tiene muchas y muy
                                                            
4
De nuevo Aalbers [2013] rechaza el termino desregulación, aduciendo que en realidad no es tal, sino otra
forma de regulación.

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diversas manifestaciones: agotamiento de recursos, saturación de residuos, deterioro del
ecosistema planetario (cambio climático, agujero de ozono, extinción de especies y
pérdida de biodiversidad…), pero todas ellas tienen un punto en común: un modelo
económico que considera el planeta como un recurso inagotable, infinito, y lo está
llevando a una depleción global. Pese a la fuerza, sobre todo mediática, de los
negacionistas, poco a poco, se abre paso en la opinión ciudadana la conciencia de que nos
enfrentamos a un dilema que requiere soluciones nuevas, polémicas y arriesgadas.

Una línea de pensamiento alternativo que está adquiriendo gran fuerza es la que apuesta
por una transición a una sociedad más sostenible. No por casualidad en 2018 se creó en
el Estado español el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, que
ha hecho de la reducción de la emisión de los gases de efecto invernadero, singularmente
el CO2, el eje central de sus actuaciones.

Sobre la transición ecológica

El sistema productivo actual, etiquetado por sus críticos como productivista o


desarrollista no es viable; está llamado a colapsar. No se trata de ninguna profecía, es una
afirmación axiomática (en un mundo finito nada puede crecer infinitamente), confirmada
por los datos y las estadísticas reales. La transición a una sociedad ecológicamente viable
tiene que ir a la raíz del problema, a la reducción de consumos, y la consiguiente
generación de residuos. Dicho de una forma directa, si la humanidad en su conjunto no
es capaz de reducir el consumo de recursos no renovables, la llamada transición ecológica
no dejará de ser un lema propagandístico. Pero, al aceptar que la humanidad en su
conjunto ha de reducir su impacto, su nivel de consumo de recursos, nos enfrentamos a
un conflicto social, nacional y de clase. Esa reducción no puede ser igual para todo el
planeta, no puede ser igualitaria sino equitativa, debe establecerse en función de los
actuales niveles de consumo. No puede buscar la igualdad, sino la equidad, reformulando
el viejo lema en libertad, equidad, solidaridad. Pero, los Estados ricos, o las clases
dominantes, ¿van a aceptar pacífica y voluntariamente reducir sus niveles de consumo?
Un recorrido por la historia reciente apuntaría en sentido contrario, en el aumento de la
inequidad, del desequilibrio creciente en el reparto de las rentas, del acceso a los recursos.

La transición a una sociedad postfósil

Un aspecto central en las propuestas a favor de una transición ecológica es la cuestión


energética, la transición a una sociedad postfósil. Bienvenida sea, pero, limitar la
transición ecológica al paso a una sociedad postfósil revela no haber entendido la
naturaleza del problema. Siendo, sin duda, positiva la reducción de la emisión de gases
de efecto invernadero (principal causa del calentamiento global), no es suficiente.

Una cuestión central para afrontar la crisis ecológica es la de la transición energética, el


cambio del modelo energético. El aprovechamiento de las energías fósiles (petróleo, gas,
carbón…, todas ellas no renovables) ha sido el motor que ha impulsado la formación de

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las sociedades industriales o post agrarias. En este momento la caída de la demanda,
consecuencia de la ralentización de la economía producida por el cierre de muchas
actividades por la pandemia del Corona virus, ha producido un espejismo: el de la
reducción de precios y la sensación de que las fuentes energéticas vuelven a ser
inagotables, como se pensó (mejor dicho, no se pensó) a lo largo del siglo XIX y gran
parte del XX. Pero no es cierto, el horizonte del agotamiento de las reseras de
combustibles fósiles es un escenario innegable.

La Unión Europea (UE) ha apostado fuerte por la transición energética, por dos razones:
para reducir la emisión de los gases de efectos invernadero, pero también como medida
precautoria ante un escenario de reducción de la oferta de petróleo, sin olvidar la
influencia y el peso social de los movimientos ecologistas que condiciona parte de sus
políticas. Téngase en cuenta que la UE apenas tiene recursos fósiles propios, que su
dependencia en este campo es casi total, un auténtico talón de Aquiles, por eso sus
políticas, combinando incentivos y sanciones, palo y zanahoria, tienen por objetivo el
cambio del modelo energético, para lograr un estado de emisiones cero y el uso de fuentes
renovables. De hecho, la Estrategia 2050 fija un objetivo de emisiones cero para esa fecha
[Comisión Europea, 2019] . No voy a entrar en la discusión de si eso es realmente posible,
sin cambiar el modelo económico. Bech [2020] lo califica de cuento, en su reseña del
libro Petrocalipsis de Antonio Turiel [2020]. ¿Es realmente posible atajar la crisis
ecológica, sin cambiar el paradigma hegemónico, el del crecimiento permanente?

Reformismo vs. cambio de paradigma

La opinión pública mundial, incluso los dirigentes de los Estados más poderosos
empiezan a aceptar que las cosas no pueden seguir igual, que es menester introducir
cambios, pero ¿con qué calado? Se abre así una polémica en la que se enfrentan dos
posiciones, la de los reformistas, que consideran viable el actual sistema productivo
introduciendo ajustes, correcciones e incluso cambios, frente a quienes afirman que ese
modelo es inviable, y defienden la necesidad de un nuevo paradigma, que abandone el
crecimiento como motor del modelo económico, es la de los decrecimentalistas.

Las posiciones reformistas presentan diversas opciones que van desde la llamada
economía verde, pasando por el refuerzo de la economía y la cultura local, las conocidas
como consumo de kilómetro cero, demasiado acotadas al sector primario, a los bienes
agrícolas. Un ejemplo de este tipo de actitudes es la campaña de boicot a las compras
navideñas en Amazon [RTVE, 2020 11 20]. Una buena iniciativa, sin duda, pero
demasiado limitada al último eslabón del consumo, al comercio, sin cuestionar la
producción, o el propio nivel de consumo. La defensa del comercio local es importante,
y ciertamente no están ayunos de razón cuando argumentan que con su potenciación la
fiscalidad y los puestos de trabajo se quedan en casa, pero ¿qué productos se venden en
ese pequeño comercio? Gran parte de ellos son los producidos en la industria
deslocalizada global.

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Ilustración 3.
https://www.elcatalan.es/elcatalan_content/uploa
ds/2020/11/amazon-1024x541.jpeg

Ilustración 4.
https://twitter.com/LaUtopiadeIrma/status/13254
63892160606208/photo/1

Otra formulación del reformismo es la que se conoce como “buenismo” [Escrivà, 2017].
Bienvenidos sean los pequeños gestos, pero el problema al que nos enfrentamos requiere
de planteamientos más globales, precisa un cambio de modelo económico, el abandono
de la creencia en el crecimiento perpetuo, ilimitado. En 2010 participé en el seminario
“Ciudad y Región Urbana en la Perspectiva de Calentamiento Global”, organizado
también por la Universidad y el Ayuntamiento de Guadalajara donde reflexionaba sobre
esta opción, concluyendo que:

El desafío vital al que se enfrenta la humanidad queda reducida a una cuestión de


gestos: separar la basura, no utilizar el coche de vez en cuando (el 22 de septiembre
se celebra el “Día sin mi coche”), no comprar esto o aquello. La filosofía del
“buenismo”, próxima a la caridad, a la beneficencia, resuelve el más grave problema
de la humanidad quitándole hierro, por una vía afable, voluntarista, casi un juego.
¿Pero cómo no nos habíamos dado cuenta antes, que el problema del colapso
ecológico se podía resolver de una forma tan simple tan sencilla y cordial, sin
grandes esfuerzos, sin sacrificios, sin imposiciones? [Gaja i Díaz, 2010]

El reformismo tiene otra formulación, a la que casi cuesta etiquetar así, la de la “solución
tecnocrática”. En este caso sería la tecnología la que resolvería el problema ecológico;
que se acaba la gasolina, pues para eso están los coches eléctricos; que el uso de gases
clorofluorocarbonos (CFC) dañan la capa de ozono, pues se sustituye por los
hidrofluorocarbonos (HFC) [El País, 1994 01 07]. Para cada problema siempre habrá una
solución tecnológica; cara y lucrativa, por supuesto, nuevos nichos (así les llaman) de
negocio.

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Un paradigma alternativo: el decrecimiento
 
Frente a las propuestas reformistas, desde principios de la década de los 70 se viene
planteando la alternativa de un nuevo paradigma en torno al concepto de decrecimiento.
Expuesto en 1971 por Nicholas Georgescu-Roegen en su obra La ley de la entropía y el
procesó económico [1996], ha adquirido una notable presencia en círculos académicos y
en los movimientos ecologistas, aunque todavía no para el gran público. Esta teoría
enunciada de forma sintética afirma que en el crecimiento llegará (o ha llegado ya) a su
fin, hasta el agotamiento del ecosistema planetario, y, por tanto, que como modelo de
futuro, solo cabe apostar por el decrecimiento.

Pero, ¿es posible el decrecimiento sin cambiar en profundidad de modelo económico?


Vistas las consecuencias de la contracción de la economía para hacer frente a la pandemia
del Covid-19 es más que dudoso. Para atajar la crisis sanitaria la mayoría de los Estados
han adoptado medidas que de alguna forma podrían considerarse en línea con las
propuestas de decrecimiento, al producir una contracción de la economía, del Dios PIB.
Pero los efectos, de un decrecimiento sin más consideración, son ciertamente indeseables:
explosión del desempleo, incremento de la pobreza, polarización social... ¿Podemos
seguir abogando por el decrecimiento o lo que ha pasado con la pandemia es una muestra
de lo que ocurriría con la aplicación del decrecimiento?

Y, sin embargo, todas las evidencias confirman que la cadena de crisis que están
golpeando a la sociedad de principios del siglo XXI impondrá un cambio en profundidad,
consensuado o impuesto, democrático o autoritario, pero inevitable, marcando el final de
la sociedad del consumo desbocado, del despilfarro, de la extracción de recursos sin tener
en cuenta su finitud, en un escenario que puede llevar al colapso.

Sobre el colapso

Abordar un colapso organizado. Durante décadas, desde que las evidencias de las
dificultades ecológicas empezaron a vislumbrarse, comenzó a plantearse un escenario
plausible: el del colapso ecológico. Tres textos precursores dieron la voz de alerta:
Primavera silenciosa de Carson [1962], Los Limites del Crecimiento (el Informe del
Club de Roma) en 1972 [Meadows et al., 1972] y Nuestro futuro común (el Informe de
la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, conocido como Informe
Brundtland) en 1987 [Brundtland, 1987]. De nada, o de bien poco, han servido, como ya
señalaba uno de los autores del Infirme del Club de Roma:

Si se mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial,


industrialización, contaminación ambiental, producción de alimentos y
agotamiento de los recursos, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento
en el curso de los próximos cien años. El resultado más probable sería un súbito
e incontrolable descenso tanto de la población como de la capacidad industrial.
[Meadows, 1972]

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Innecesario decir que este escenario fue descalificado, ridiculizado y caricaturizado hasta
la saciedad por milenarista, presentando como única alternativa una vuelta a las cavernas.
Diversos autores —[Diamond, 2006], [Turiel, 2014], [Santiago Muiño, 2015; 2016],
[Taibo, 2016]— han reflexionado sobre las posibles formas de abordar una transición
organizada en un contexto de colapso ecológico. No podemos ahora extendernos en esas
formulaciones, que apenas han calado en opinión público.

Para concluir

No soy capaz de establecer unas conclusiones incontrovertibles sobre el futuro a medio


plazo de las ciudades (y mucho menos de las sociedades), por lo que me limitaré a insistir
en una idea central: sin el abandono del paradigma productivista o extractivista, la crisis,
las crisis se agravarán golpeando a todo el planeta, aunque no de forma igual, obviamente.

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