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Hablar en plena explosión del Covid-19 de futuro es, ya no ironía o sarcasmo, sino toda
una provocación. Si ya era aventurado hacerlo antes de la pandemia, allá en aquel lejano
2019, hoy más que arriesgado es temerario. Y sin embargo es más necesario que nunca.
Pero hay que hacerlo, porque algún día el Corona virus se acabará… ¿y después qué?,
¿qué futuro nos espera?
Cuando acabe la crisis, ¿qué? Una posición fácil, aunque no confesable, es la de pensar
(o desear) que cuando se acabe la crisis sanitaria, y se supere el pinchazo económico, con
esfuerzo y sacrificio (que ya sabemos en quien recaerá) volveremos a la situación previa,
a lo que se ha dado en llamar la antigua normalidad. Una alternativa algo más realista,
considera que tras el final de las dos crisis (la sanitaria y la económica) se replantearán
algunas cosas y accederemos a una nueva normalidad. Esta es la posición del Presidente
del Gobierno en el Estado español. Una nueva normalidad que a juzgar por las
indicaciones que se han hecho no es tan distinta de la vieja. Aquí paz y después gloria.
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Departament d’Urbanisme, Universitat Politècnica de València, fgaja@urb.upv.es
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recorrido que está siendo relegada a un segundo plano: la crisis ecológica. En mi opinión
la crisis ecológica debería estar en el centro de las reflexiones, porque, superada la crisis
sanitaria, va a ser el factor determinante. Aunque luego volveremos sobre esta cuestión,
acotemos inicialmente el concepto: la crisis ecológica es la derivada de la insostenibilidad
del sistema productivo hegemónico (llámese capitalismo neoliberal, pero también el
socialdemócrata o reformista). Asimismo, podríamos describir la situación actual de
como de multicrisis, una cadena de crisis entrelazadas e interdependientes, o como un
caso de sinergia negativa (entendida como aquella en que la acción de dos o más causas
produce un efecto es superior a la suma de los efectos individuales). Otros autores la han
descrito como un escenario de crisis sistémica u holística [Santiago, 2015].
Crisis sanitaria
Comencemos por la sanitaria, la de mayor presencia en los medios, la más grave a corto
plazo. La crisis sanitaria se puede abordar desde dos puntos de vista distintos, aunque
relacionados: desde el punto de vista de la salud pública o desde sus implicaciones
sociales.
Al principio de la pandemia los medios coreaban un mensaje: el virus nos afecta a todos
por igual. Tan falso era, que pronto dejaron de repetirlo. Porque no es verdad que afecte
a todos por igual; quienes disponen de medios para ser tratados sin reparar en costes, o
quienes se pueden aislar en viviendas adecuadas, incluso con jardín, tienen menos riesgo
a contraer la enfermedad. De igual manera, las condiciones en que se encuentre el Sistema
Público de Salud en cada Estado, incluso su propia existencia o no, van a tener un impacto
de primer orden en las consecuencias sociales de la crisis sanitaria.
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aparición de un sector privado, que parasita al público, asumiendo pocos riesgos y con
beneficios casi asegurados.
Crisis económica
La crisis productiva
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Ilustración 1.
https://d500.epimg.net/cincodias/imagenes/2020/01/20/economia/1579518415_556581_1579554453_n
oticia_normal_recorte1.jpg
La asunción del poder político por Thatcher en el Reino Unido entre 1979-1990 y por
Reagan en los EE.UU. entre 1981-1989, así como la disolución de la URSS en 1991, son
mojones que han marcado el ascenso y triunfo del neoliberalismo. Es ésta una
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denominación apenas utilizada en los medios europeos [Aalbers, 2013]2, que se ha
consolidado como paradigma hegemónico, como alternativa al modelo previo, el
reformista, keynesiano o socialdemócrata, dominante desde el final de la segunda guerra
mundial, 1945 hasta finales de los 70. Su hegemonía ha devenido planetaria en pocos
años, constituyéndose en lo que acertadamente se etiquetó como el pensamiento único.
Margaret Thatcher en una de sus célebres sentencias, lo expreso con toda crudeza: there
is no alternative, un mantra para cuya difusión incluso elaboraron un acrónimo TINA
[BBC News, 2002 03 22].
La financiarización de la economía
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Afirma Aalbers [2013]
neoliberalism does not mind pretending it is something else. In fact, it is ‘us’ who label ‘them’ as
neoliberals —most neoliberals, in particular policymakers, would not label themselves so,
notwithstanding important exceptions like Milton Friedman.
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Ilustración 2. http://barometrosocial.es/wp-content/uploads/2014/04/KFinanciero_1.jpg
Crisis social
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Otro factor de empeoramiento de las condiciones laborales proviene de la llamada
revolución informacional, de la digitalización tanto de los procesos productivos como de
la propia sociedad. Rifkin [2010] formuló la hipótesis de la desocupación tecnológica y
la extinción del trabajo, según la cual, la necesidad de trabajo humano sería cada vez
menor, al ser sustituido éste por maquinas “pensantes”. Pero la reducción de la cantidad
global de trabajo, por el aumento de la productividad derivada de la digitalización de los
procesos, no se ha traducido en un paralelo descenso de las horas trabajadas por persona
empleada. ¿Cuál ha sido la realidad?, ¿qué nivel de desempleo permanente, estructural,
puede asumir el sistema, o la sociedad? Susan George fue más lejos al formular la
hipótesis de la población sobrante, entendiendo por tal aquella que no produce, ni
consume; su eliminación, dentro de la lógica del sistema, seria perfectamente funcional y
oportuna [George, 2008] .
La pandemia del Corona virus ha traído al primer plano un fenómeno que, de forma
incipiente, ya se estaba produciendo: el teletrabajo. La desaparición del lugar de trabajo
en el sector cuaternario, tras el eclipse de la gran fábrica industrial en los Estados
centrales, por el fenómeno de la deslocalización planetaria, va a tener impacto directo en
las condiciones laborales y sociales de los tele-trabajadores.
Crisis política
En el orden político, en los albores del siglo XXI se está dando un resurgimiento de los
planteamientos autoritarios, por no hablar directamente de una reacción (política, militar,
policial y judicial) totalitaria. El retorno de grupos declaradamente fascistas, con una gran
presencia mediática, no debe impedirnos ser conscientes que la ideología dominante no
apuesta todavía por este tipo de “soluciones”, que el modelo neoliberal, mientras la
contestación social no aumente, es perfectamente útil y funcional para sus intereses. La
reacción populista es una especie de cartucho de recambios, que todavía no es necesario
utilizar [Serrano 2020].
Hay otra faceta de la crisis política que es conveniente no pasar por alto: la crisis fiscal
de las Administraciones Públicas, el desequilibrio entre recaudación y gastos, fruto en
gran medida de la contrarreforma fiscal neoliberal, que ha supuesto la reducción de la
presión impositiva a las rentas más altas, y como consecuencia ha provocado recortes en
los servicios públicos más característicos del Estado Social (sanidad, educación,
asistencia…). Esta estrategia ha venido acompañada de una intensa propaganda que
insistía en el mantra de la “ineficacia” de todo lo público, algo que la crisis de 2008
evidenció como falso.
Crisis urbana
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función del contexto particular y de las condiciones específicas. En el Estado español, la
inserción, tardía pero firme, en los circuitos de la economía financiera globalizada lo ha
cambiado todo. La irrupción en escena de inversores globales, de un tamaño y con unas
formas de actuación diferentes de las anteriores, ha alterado las reglas del juego
inmobiliario. La crisis financiera de 2007-08 acentuó esa tendencia, impulsando y
consolidando la hegemonía del modelo neoliberal urbano, en paralelo al ascenso de esta
doctrina como referencia política y económica.
Y de otra, los factores exógenos, globales, que han irrumpido con fuerza en la etapa
posterior a la crisis financiera, a partir de 2014, donde es clave la irrupción de capitales
globalizados (fondos de inversión, de capital riesgo, buitres, SICAVS, SOCIMIS y
similares) [Recio, 2020]. Tanto desde la consideración de la dinámica local como de la
global, ambas coinciden en considerar la ciudad y el planeamiento como intervenciones
en un mercado, el inmobiliario, cada vez más financiarizado, y la conversión de la ciudad
en un puro activo, de primera magnitud, en un marco globalizado. Lejos quedan los
tiempos en que la Administración Publica, guiando el proceso de construcción de la
ciudad, justificaba sus acciones con argumentos sociales, buscando como primer objetivo
la redistribución de las rentas urbanas, un elemento central en el Urbanismo reformista o
socialdemócrata, que fue hegemónico durante casi tres décadas, desde la conclusión de la
II Guerra Mundial hasta finales de la década de los 70.
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Es una situación, una dinámica mundial, global, que alcanza todo el planeta, como pone de manifiesto,
p.e., el excelente documental de Gertten, Fredrik. Director [2019]: Push, mucho más que gentrificación.
https://www.filmaffinity.com/es/film108314.html
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Si atendemos a las dinámicas derivadas de la aplicación del modelo neoliberal al
urbanismo, podemos destacar las siguientes características, comunes y presentes en
contextos muy diferenciados:
Pero más allá de estos rasgos comunes al modelo neoliberal de ciudad, hay un mecanismo
subyacente común, un proceso que lo explica todo: la conversión de la ciudad en una
formidable máquina de acumulación de capital, en una variante de lo que Harvey [2007]
ha denominado como acumulación por desposesión, un modelo en el que los operadores
privados, cada vez de mayor tamaño, más financiarizados, en su acción parasitan y se
apropian de plusvalías generadas pública y colectivamente. Díaz Orueta ha analizado en
profundidad las características del modelo neoliberal urbano en su aplicación en el Estado
español, y lo ha expresado de forma clara, señalando que: El neoliberalismo, tal y como
plantea Harvey (2007), debe ser entendido como un proyecto político de las clases
dominantes a la búsqueda de la restauración de las condiciones de acumulación de
capital [Díaz Orueta, 2013, 7].
Por su parte Cann [2017] ha destacado 3 grandes desafíos a los que enfrenta la ciudad en
la actualidad: La desigualdad económica, la polarización social y los crecientes peligros
medioambientales son las tres tendencias principales que determinarán los avances
globales en los próximos 10 años, según el Informe [Cann, 2017 01 11].
Crisis ecológica
Por último, pero no menor, llegamos al que, en mi opinión, va a ser el mayor desafío al
que se va a enfrentar la humanidad: la crisis ecológica. Esta crisis tiene muchas y muy
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De nuevo Aalbers [2013] rechaza el termino desregulación, aduciendo que en realidad no es tal, sino otra
forma de regulación.
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diversas manifestaciones: agotamiento de recursos, saturación de residuos, deterioro del
ecosistema planetario (cambio climático, agujero de ozono, extinción de especies y
pérdida de biodiversidad…), pero todas ellas tienen un punto en común: un modelo
económico que considera el planeta como un recurso inagotable, infinito, y lo está
llevando a una depleción global. Pese a la fuerza, sobre todo mediática, de los
negacionistas, poco a poco, se abre paso en la opinión ciudadana la conciencia de que nos
enfrentamos a un dilema que requiere soluciones nuevas, polémicas y arriesgadas.
Una línea de pensamiento alternativo que está adquiriendo gran fuerza es la que apuesta
por una transición a una sociedad más sostenible. No por casualidad en 2018 se creó en
el Estado español el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, que
ha hecho de la reducción de la emisión de los gases de efecto invernadero, singularmente
el CO2, el eje central de sus actuaciones.
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las sociedades industriales o post agrarias. En este momento la caída de la demanda,
consecuencia de la ralentización de la economía producida por el cierre de muchas
actividades por la pandemia del Corona virus, ha producido un espejismo: el de la
reducción de precios y la sensación de que las fuentes energéticas vuelven a ser
inagotables, como se pensó (mejor dicho, no se pensó) a lo largo del siglo XIX y gran
parte del XX. Pero no es cierto, el horizonte del agotamiento de las reseras de
combustibles fósiles es un escenario innegable.
La Unión Europea (UE) ha apostado fuerte por la transición energética, por dos razones:
para reducir la emisión de los gases de efectos invernadero, pero también como medida
precautoria ante un escenario de reducción de la oferta de petróleo, sin olvidar la
influencia y el peso social de los movimientos ecologistas que condiciona parte de sus
políticas. Téngase en cuenta que la UE apenas tiene recursos fósiles propios, que su
dependencia en este campo es casi total, un auténtico talón de Aquiles, por eso sus
políticas, combinando incentivos y sanciones, palo y zanahoria, tienen por objetivo el
cambio del modelo energético, para lograr un estado de emisiones cero y el uso de fuentes
renovables. De hecho, la Estrategia 2050 fija un objetivo de emisiones cero para esa fecha
[Comisión Europea, 2019] . No voy a entrar en la discusión de si eso es realmente posible,
sin cambiar el modelo económico. Bech [2020] lo califica de cuento, en su reseña del
libro Petrocalipsis de Antonio Turiel [2020]. ¿Es realmente posible atajar la crisis
ecológica, sin cambiar el paradigma hegemónico, el del crecimiento permanente?
La opinión pública mundial, incluso los dirigentes de los Estados más poderosos
empiezan a aceptar que las cosas no pueden seguir igual, que es menester introducir
cambios, pero ¿con qué calado? Se abre así una polémica en la que se enfrentan dos
posiciones, la de los reformistas, que consideran viable el actual sistema productivo
introduciendo ajustes, correcciones e incluso cambios, frente a quienes afirman que ese
modelo es inviable, y defienden la necesidad de un nuevo paradigma, que abandone el
crecimiento como motor del modelo económico, es la de los decrecimentalistas.
Las posiciones reformistas presentan diversas opciones que van desde la llamada
economía verde, pasando por el refuerzo de la economía y la cultura local, las conocidas
como consumo de kilómetro cero, demasiado acotadas al sector primario, a los bienes
agrícolas. Un ejemplo de este tipo de actitudes es la campaña de boicot a las compras
navideñas en Amazon [RTVE, 2020 11 20]. Una buena iniciativa, sin duda, pero
demasiado limitada al último eslabón del consumo, al comercio, sin cuestionar la
producción, o el propio nivel de consumo. La defensa del comercio local es importante,
y ciertamente no están ayunos de razón cuando argumentan que con su potenciación la
fiscalidad y los puestos de trabajo se quedan en casa, pero ¿qué productos se venden en
ese pequeño comercio? Gran parte de ellos son los producidos en la industria
deslocalizada global.
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Ilustración 3.
https://www.elcatalan.es/elcatalan_content/uploa
ds/2020/11/amazon-1024x541.jpeg
Ilustración 4.
https://twitter.com/LaUtopiadeIrma/status/13254
63892160606208/photo/1
Otra formulación del reformismo es la que se conoce como “buenismo” [Escrivà, 2017].
Bienvenidos sean los pequeños gestos, pero el problema al que nos enfrentamos requiere
de planteamientos más globales, precisa un cambio de modelo económico, el abandono
de la creencia en el crecimiento perpetuo, ilimitado. En 2010 participé en el seminario
“Ciudad y Región Urbana en la Perspectiva de Calentamiento Global”, organizado
también por la Universidad y el Ayuntamiento de Guadalajara donde reflexionaba sobre
esta opción, concluyendo que:
El reformismo tiene otra formulación, a la que casi cuesta etiquetar así, la de la “solución
tecnocrática”. En este caso sería la tecnología la que resolvería el problema ecológico;
que se acaba la gasolina, pues para eso están los coches eléctricos; que el uso de gases
clorofluorocarbonos (CFC) dañan la capa de ozono, pues se sustituye por los
hidrofluorocarbonos (HFC) [El País, 1994 01 07]. Para cada problema siempre habrá una
solución tecnológica; cara y lucrativa, por supuesto, nuevos nichos (así les llaman) de
negocio.
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Un paradigma alternativo: el decrecimiento
Frente a las propuestas reformistas, desde principios de la década de los 70 se viene
planteando la alternativa de un nuevo paradigma en torno al concepto de decrecimiento.
Expuesto en 1971 por Nicholas Georgescu-Roegen en su obra La ley de la entropía y el
procesó económico [1996], ha adquirido una notable presencia en círculos académicos y
en los movimientos ecologistas, aunque todavía no para el gran público. Esta teoría
enunciada de forma sintética afirma que en el crecimiento llegará (o ha llegado ya) a su
fin, hasta el agotamiento del ecosistema planetario, y, por tanto, que como modelo de
futuro, solo cabe apostar por el decrecimiento.
Y, sin embargo, todas las evidencias confirman que la cadena de crisis que están
golpeando a la sociedad de principios del siglo XXI impondrá un cambio en profundidad,
consensuado o impuesto, democrático o autoritario, pero inevitable, marcando el final de
la sociedad del consumo desbocado, del despilfarro, de la extracción de recursos sin tener
en cuenta su finitud, en un escenario que puede llevar al colapso.
Sobre el colapso
Abordar un colapso organizado. Durante décadas, desde que las evidencias de las
dificultades ecológicas empezaron a vislumbrarse, comenzó a plantearse un escenario
plausible: el del colapso ecológico. Tres textos precursores dieron la voz de alerta:
Primavera silenciosa de Carson [1962], Los Limites del Crecimiento (el Informe del
Club de Roma) en 1972 [Meadows et al., 1972] y Nuestro futuro común (el Informe de
la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, conocido como Informe
Brundtland) en 1987 [Brundtland, 1987]. De nada, o de bien poco, han servido, como ya
señalaba uno de los autores del Infirme del Club de Roma:
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Innecesario decir que este escenario fue descalificado, ridiculizado y caricaturizado hasta
la saciedad por milenarista, presentando como única alternativa una vuelta a las cavernas.
Diversos autores —[Diamond, 2006], [Turiel, 2014], [Santiago Muiño, 2015; 2016],
[Taibo, 2016]— han reflexionado sobre las posibles formas de abordar una transición
organizada en un contexto de colapso ecológico. No podemos ahora extendernos en esas
formulaciones, que apenas han calado en opinión público.
Para concluir
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Referencias
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