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Morir en el antiguo Iquique: cementerios, salud pública y sectores populares

durante la epidemia de peste bubónica de 19031

Damián Lo Chávez2

Resumen: Este articulo trata sobre la epidemia de peste bubónica en Iquique


entre mayo y septiembre de 1903. Nos enfocamos en la salud pública de la
época, las medidas para combatir la peste y la reacción a estas medidas en los
sectores populares. Hacemos énfasis en la relación entre la miseria, la “cuestión
social” y la enfermedad. Es una contribución a la historia de la muerte en los
sectores populares y su vínculo con el sistema de salud y cementerios de la
época.

Palabras clave: salud pública, mortalidad, epidemia, peste bubónica,


Iquique, Tarapacá.

Abstract: This article is about the outbreak of bubonic plague in Iquique


between May and September of 1903. We focus in the public health system of
that time, the measures to deal with the plague and the reaction of popular
classes to those measures. We put emphasis on the relationship between misery,
“cuestión social” (social issue) and the disease. This article is a contribution to
the history of death in popular classes and its link with the public health system
and the graveyards during that time.

Key words: public health, mortality, outbreak, bubonic plague, Iquique,


Tarapaca.

“[…] Cuando el pobre muere pasa de una muerte a otra [...]”3

Este artículo pretende dar cuenta de las diversas características que tiene la muerte en la
sociedad popular tarapaqueña de la época señalada. Analizaremos una coyuntura en
particular: la epidemia de peste bubónica de mayo de 1903 a septiembre de ese mismo
año. Varios elementos relevantes para comprender la mortalidad popular son propios de
toda la década de 1900 a 1910, e incluso de finales del siglo XIX. Entre estos destacan
las políticas públicas de higiene, salud, las infraestructuras hospitalarias, las medidas
para controlar las epidemias y la habitación obrera en el marco de la llamada “cuestión
social”. Esta historia de la muerte es, también, la historia urbana de Iquique, en su
condición de puerto, la historia de sus cementerios y en particular del ex Cementerio

1
Articulo preparado para el primer número de la revista Nuestro Norte: Revista de Historia y Ciencias
Sociales del Museo Regional de Iquique, prevista su publicación online y en papel para mayo de 2015.
2
Licenciado en Historia de la Universidad de Chile, funcionario e investigador del Museo Regional de
Iquique y la Corporación Municipal de Desarrollo Social de Iquique.
3
Pablo Hasel y Marc Hijo de Sam, “Bastardos de la niebla”, Escribiendo con Ulrike de Meinhof,
producción autogestionada, 2012. Pablo Hasel es un compositor, poeta y cantante de rap de protesta
del Estado Español.
Nº2, que fue el lugar de entierro de víctimas de la epidemia de 1903. La historia de este
camposanto se vincula a su vez con la historia del fin del Ciclo del Salitre, el
despoblamiento de Iquique y la emergencia de las poblaciones en Chile, extendiéndose
hasta la década de 1960. El lazareto, habilitado para aislar a los enfermos de peste,
también fue depósito de cadáveres tras los llamados “Sucesos de la Plaza Montt”,
cadáveres indeseables, “amotinados” que fueron llevados al mismo cementerio que los
“apestosos”. El presente artículo es un acercamiento a una historia social de la muerte
en el antiguo Iquique. Queremos enfocarnos en las actitudes colectivas hacia la muerte,
en particular a la muerte por peste y miseria, tema, parafraseando a Vovelle lleno de
silencios y a la vez4. Las conductas e imaginarios son de particular interés para nosotros
ya que estudios con énfasis en lo técnico ya existen5. Afortunadamente existen
numerosos documentos, algunas obras, testimonios y periódicos que nos permitieron
reconstruir este aspecto, la muerte, casi un tabú, de la sociedad iquiqueña del auge del
salitre. Los estudios de mortalidad6 requieren de estudiar factores cualitativos y
cuantitativos que quedan registrados, por razones de seguridad pública, en documentos
y prensa de la época. Otros estudios nos ayudan a comprender el escenario que rodea la
muerte por enfermedad en el mundo popular de principios del siglo xx: el conventillo, la
falta de alcantarillados, el conocimiento insuficiente de las enfermedades y de
costumbres higiénicas, permanente fuente de tensiones entre los sectores populares y las
autoridades premunidas del discurso científico y moralizante de gran parte de las clases
dominantes de la época7. Por ultimo este trabajo constituye un pequeño aporte a la
historia regional al aproximarnos a una dimensión de la vida del pueblo iquiqueño de
hace un siglo. La pobreza urbana en el Ciclo de Expansión del Salitre, trasfondo de la
peste, ha sido poco estudiada, dado que el énfasis de la gran cantidad de estudios sobre
el norte salitrero se ha hecho en las faenas y poblados de la pampa. Para mucho de esos
pobres urbanos la muerte fue una llave de acceso a la historia, un acceso trágico a la

4
Michel Vovelle, “Historia de la muerte” en Cuadernos de Historia N°18, Santiago, Universidad de Chile-
Departamento de Ciencias Historicas, diciembre de 1998. P.39.
5
Véase el artículo escrito por Josefina Cabrera, “La epidemia de peste bubónica en Iquique, 1903: un
acercamiento global”, en revista online Pensamiento Crítico N°4, noviembre de 2004.
http://www.pensamientocritico.cl/
6
Han servido de referencia, en tanto historiografía moderna, dos trabajos: Eduardo Cavieres Figueroa,
“Ser infante en el pasado. Triunfo de la vida o persistencia de las estructuras sociales. La mortalidad
infantil en Valparaíso 1880-1950” en Revista de historia social y de las mentalidades Nº5, Santiago,
USACH, 2001. PP. 31-58. y “La mortalidad en Viña del Mar a fines del siglo XIX” en Archivum. Revista del
Archivo Histórico Patrimonial de Viña del mar, año X-Nº11, Viña del Mar, Ilustre Municipalidad de Viña
del Mar, 2003. PP. 103-114. Existen también numerosos trabajos e informes de instituciones del estado,
médicos de la época, en el marco de congresos de medicina, y publicaciones de la primera mitad del
siglo XX que abordan el tema de la mortalidad y las epidemias, enfermedades y el estado de
conocimiento de su época para combatirlas. Entre estas destaca el trabajo del doctor Enrique Laval
Manrique, pionero de la historia de la medicina en Chile.
7
Una obra muy completa que nos ha sido de mucha utilidad para comprender el contexto social de las
políticas de salud en Chile, es de María Angélica Illanes, En el nombre del pueblo, del estado y la ciencia:
Historia social de la salud pública. 1870-1973, Santiago, Ministerio de Salud, 2010.
historicidad8. En todos los documentos citados hemos respetado la ortografía de la
época.

La muerte negra y la beneficencia pública en la capital del salitre: una mirada


global

Las epidemias fueron un flagelo constante en la historia de Iquique a medida que


transcurrió el siglo XIX y que la pequeña aldea fue convirtiéndose en una pujante
ciudad portuaria. Las condiciones de vida de los sectores populares y los servicios
públicos con los que contó la ciudad, no fueron, en general, los adecuados para una
población en constante expansión. Tampoco estos servicios públicos y condiciones de
vida correspondieron con la importancia económica que tuvo la ciudad-puerto para los
dos Estados, el peruano y el chileno, de los cuales ha formado parte en su larga historia.
Iquique peruano conoció varias epidemias, registrándose la más antigua a mediados del
siglo XVIII y destacando la de fiebre amarilla en 1868 que se produjo tras el terremoto
de agosto de aquel año. El año anterior, el vecino puerto de Pisagua, ya había perdido la
mitad de su población debido a este flagelo. Iquique, como hemos insistido más de una
vez, era una ciudad propensa a ser visitada por las epidemias debido a “la ausencia de
mecanismos efectivos de fiscalización de productos a internar, a migrantes y pasajeros
en tránsito, sumado a la inexistencia de servicios asistenciales y de normas que
regulasen el aseo público”9. Con el inicio del Ciclo de Expansión del Salitre10, la ciudad
creció rápidamente, pero sus condiciones sanitarias no tendrán una mejora sustancial en
largo tiempo, de modo que la fiebre amarilla sería una de las primeras, de varias,
visitantes del puerto. Fue esta enfermedad la que dio inicio en 1868 al uso de los
terrenos del que fue el Cementerio Nº2, alejado de la ciudad, y cercano al primer
pequeño y precario hospital. Este improvisado cementerio fue habilitado para inhumar
cadáveres víctimas de la fiebre amarilla, según consta en este mapa de la ciudad con
fecha de 1882:

8
Idea tomada de uno de los pocos estudios de mortalidad en Tarapacá, en este caso centrado en el
fenómeno del suicidio, Marcos Fernandez Labbe, “Ansias de tumba y de la nada: Practicas sociales del
suicidio en el mundo pampino, Chile, 1874.1948”, en, Colectivo de Oficios Varios, Arriba quemando el
sol. Estudios de Historia Social Chilena: Experiencias populares de trabajo, revuelta y autonomía. (1830-
1940), Santiago, LOM, 2004. P.195.
9
Carlos Donoso Rojas, “1868: annus horribilis en la historia de Iquique”, en Revista de Ciencias Sociales
Nº20, Iquique, Universidad Arturo Prat, 2008. P.46.
10
Adherimos a la periodización hecha por Sergio González Miranda, quien plantea que existe un Ciclo
del Salitre que va desde los primeros embarques de salitre en la década del 20 del siglo XIX hasta el
cierre de Victoria en 1978. Dentro de este ciclo hay, según González, un Ciclo de Expansión que va desde
la década de 1870, con la aparición del sistema shanks, hasta 1930 con dos sub periodos en su interior.
Este marco teórico es fundamental para comprender los procesos explicados en este artículo. Véase
Sergio González Miranda, Hombres y mujeres de la pampa salitrera. Tarapacá en el ciclo de expansión
del salitre, Santiago, UNAP-LOM-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2002. P.66.
Detalle del mapa de Iquique de 1882 que muestra el cementerio N°2. Cerca de la playa de El Colorado,
debajo de la rosa de los vientos, se lee “Antiguo panteón destinado a las víctimas de fiebre amarilla” 11.

La peste bubónica o peste negra12 asoló Europa durante la baja edad media y distintos
puntos del globo a lo largo de los siglos. Los grandes viajes y desplazamientos de
personas y mercaderías eran el trasfondo de su propagación, dado que la rata fue una
compañera inseparable de las aglomeraciones humanas. La peste se consideraba
marginada de occidente y en vías de desaparecer en todo el mundo, salvo en aislados
poblados “semi-civilizados”, en el lenguaje racista de la época. Sin embargo, la década
de 1890 conoció un rebrote de la peste que recorrió todo el globo debido a que el
terrible flagelo aprovechó “las grandes facilidades que le prestan las comunicaciones
tan rápidas i frecuentes que le prestan el comercio i la industria para estender sus
tentáculos, sin reparo de climas, altitudes i distancias hasta envolver todo el Globo
Terrestre como en las mallas de una red”13. Fue así que la peste recorrió desde China,

11
Mapa presente en Hrjov Stojic, Diccionario de Iquique. Siglo XIX, Iquique, Pino Oregón, 2012. P.179 y
propiedad de dicho autor. Agradecemos la gentileza del señor Stojic quien nos autorizó a fotografiar el
mapa.
12
Se produce por una bacteria llamada Yersinia Pestis, que infecta a las pulgas de los roedores. Al morir
su huésped, la pulga puede picar a humanos contagiando así la bacteria, que produce hemorragias sub
cutaneas que se ven como manchones negros en la piel y septicemia, infección general del torrente
sanguíneo que causa la muerte. No profundizaremos en este tipo de datos técnicos dado que el objetivo
es el impacto de la peste y la mortalidad en la vida del pueblo iquiqueño de la época.
13
Alejandro del Rio y otros, Informe sobre la peste bubónica en Iquique en 1903, presentado al supremo
gobierno por la comisión encargada de reconocer la naturaleza de la enfermedad i de organizar su
profilaxia, Santiago, Imprenta Cervantes, 1903. PP.5-10.
en 1893, a la India, de Europa a las costas occidentales de América del Sur y de la costa
oeste de Norteamérica a Perú en abril de 1903. Su último destino fueron los puertos
chilenos de Iquique y Valparaíso en ese mismo año. Para cerrar el siglo XIX, la peste
visitó el continente sudamericano por primera vez en 1899, y se prolongó hasta el año
1900 en Argentina y Brasil. El Consejo Superior de Hijiene Pública, designó al doctor
Alejandro del Rio para colaborar con las autoridades argentinas, con miras a estudiar la
peste y determinar métodos que pudiesen contenerla en caso de aparecer en Chile. Este
médico también prestaría servicios en Iquique durante la epidemia de 190314. Para
comprender el conjunto de las políticas públicas asociadas a la peste es necesario
conocer la institucionalidad sanitaria de aquel tiempo. En este caso, la ley que crea el
Consejo Superior de Hijiene se promulgó el 15 de septiembre de 1892. Este organismo
dependía del Ministerio del Interior y su función era asesorar a las autoridades en el
mejoramiento de la salud pública y de la higiene en la población. Para tomar sus
decisiones contaba con un instituto de investigaciones anexo15. Como veremos, los
organismos públicos encargados de velar por la higiene y la salud pública van naciendo
a medida que la realidad generó la necesidad, y que un racionalismo higienista fue
ganándole terreno a la caridad cristiana en el desarrollo de políticas públicas.

La peste llegó por una característica propia de la ciudad: su condición de puerto


principal del ciclo de expansión del salitre. El mismo año de la peste, 1903, fue un año
de cuantiosas ganancias y grandes volúmenes de exportación para la industria salitrera.
Siendo los más beneficiados, en primer lugar, los empresarios del salitre y en segundo
el fisco, debido a los impuestos y derechos de exportación. Ese año, a pesar de la peste,
los impuestos y aranceles vinculados al salitre y al yodo, producto secundario de la
industria salitrera, representaron un 25% de las entradas fiscales a nivel nacional16. Las
autoridades locales del puerto de Iquique siempre debieron lidiar con la posibilidad de
que llegasen barcos con enfermedades infecto-contagiosas abordo. En los archivos de la
Intendencia de Tarapacá es muy común encontrar informes sobre barcos con infectados
a bordo y las disposiciones dadas para prevenir el posible contagio en tierra de las
enfermedades viajeras.

Para 1903 el caso fue el mismo, solo que no existió la suficiente precaución para evitar
el arribo de un barco procedente del puerto peruano de El Callao, donde había ya
brotado la peste el mes de abril de ese año. Iquique contaba con una infraestructura
básica para atender la salud de la población, más no para lidiar con un brote epidémico.
Los empresarios del salitre, mediante sus organizaciones de clase y caridad, siempre
tuvieron presente que debían asegurarse una infraestructura mínima de sanidad publica
para asegurar condiciones estables al desenvolvimiento de la industria salitrera. De este
modo la Asociación Salitrera se convirtió en un financista permanente del antiguo

14
Enrique Laval, “La peste bubónica en Chile” en Revista Chilena de Infectología. Edición Aniversario,
Santiago, Sociedad Chilena de Infectología, 2003. PP.96-97.
15
F. Puga Morne (recopilador), La administración sanitaria en Chile. Disposiciones vijentes en 1895,
Santiago, Imprenta Cervantes, 1895. PP.27-28.
16
Véase Sergio Gonzalez Miranda, “El ciclo de expansión del salitre” en Camanchacha. Salitre:
reencuentro, añoranza, realidad, Iquique, Taller de Estudios Regionales, 1987. P.12.
Hospital de Beneficencia de Iquique, fundado en 1897. El hospital, emplazado en el
mismo lugar del actual hospital de Iquique pero de menores dimensiones, contaba con
un lazareto que dio útiles servicios durante toda su existencia, pero que se vio
desbordado por la epidemia de 1903. Este hospital se había inaugurado el 17 de enero
de 188717, era atendido por monjas y administrado por la Junta de Beneficencia. El
concepto “beneficencia” colocaba al sujeto popular como un objeto de la caridad
cristiana privada. La beneficencia era la asistencia sanitaria elemental para el
funcionamiento normal del orden social y económico. Este esquema es antagónico a la
concepción de un sujeto de derechos sociales. El Estado, a medida que terminaba el
siglo XIX, debió intervenir progresivamente la beneficencia pública debido a que esta
se mostraba ineficaz frente a la emergencia de la cuestión social, la movilización obrera
y las epidemias que azotaban el país18.La beneficencia, mezcla de caridad paternalista,
privada, a medias regulada, y ciencia rudimentaria no contemplaba políticas públicas de
salud a largo plazo. Ni podía contemplarlas. Se vio continuamente desbordada por la
creciente miseria urbana y las coyunturas epidémicas19. A partir de 1886 las Juntas de
Beneficencia son oficialmente reglamentadas por el Estado20, marcando la progresiva
entrada de este en la materia, que culminaría con el Estado de Compromiso a partir de
1925. En el caso de Tarapacá el principal financista de la Junta eran las combinaciones
o asociaciones de salitreros, y la Municipalidad y el fisco en mucha menor medida. Los
salitreros, interesados en evitar pestes en el puerto, financiaban directamente
operaciones como la quema de casas y enseres de “apestados”.

La peste bubónica en Iquique no adquirió características catastróficas con el resultado


de miles de muertos gracias a la acción permanente de las autoridades, interesadas en
controlar la peste en la ciudad y puerto claves de la exportación salitrera. Sin embargo,
sus víctimas y su duración se extendieron debido a dos factores, uno objetivo y otro
subjetivo. El primer factor, objetivo, es la existencia de los conventillos en este periodo,
el periodo de la llamada “cuestión social”, caracterizado por la sobreexplotación de los
trabajadores, la carencia de derechos laborales y la inexistencia de políticas públicas de
salud y vivienda. A nivel habitacional, el hacinamiento, la carencia de alcantarillados y
suministros de agua adecuados y otros problemas, hacían de los conventillos un foco
perfecto de enfermedades infecciosas. En Iquique hubo numerosos conventillos con
estas características. El año 1903 se enmarca, de hecho, en el periodo en que:

“La “cuestión social” se hallaba bien instalada en Chile y cobró nuevos


desarrollos, que hacia el cambio de siglo y la época del Centenario alcanzaron
expresiones particularmente dramáticas, especialmente en el plano sanitario y

17
“Memoria de la tesorería i secretaria de la H. Junta de Beneficencia correspondiente a 1917” en
Archivo de la Intendencia de Tarapacá, ITAR 1075-N°53.
18
María Angélica Illanes, op.cit. PP. 125-130. A este sistema dominante, los sectores populares, le
opusieron la práctica horizontal y solidaria de las Sociedades de Socorros Mutuos ampliamente
estudiadas por la autora.
19
Rene Salinas, “Salud ideología y desarrollo social en Chile 1830-1050”, en Cuadernos de Historia N°3,
Santiago, Departamento de Ciencias Históricas, julio de 1983. P.105.
20
F. Puga Morne (recopilador), op.cit, P.226.
en las represiones sangrientas de las protestas y petitorios populares. La
opulencia de la sociedad oligárquica coexistía con durísimas condiciones de
vida y de trabajo de las clases laboriosas, tal vez sin parangón en la historia del
Chile republicano”21.

El otro factor es subjetivo y dice relación con la esfera de los imaginarios, los miedos y
las actitudes con que se reaccionaba a la presencia de la peste. La quema de la casa,
ropas y muebles, la muerte en aislamiento absoluto, sin funeral y probablemente en fosa
común o tumba no señalada, eran las causas de que mucha gente se escondiera al
sentirse enferma y ocultara sus familiares contagiados de los inspectores sanitarios y las
autoridades. Incluso habrá resistencia violenta a los traslados obligatorios al lazareto.
Existe un debate hipotético entre el doctor del Rio, quien plantea que las medidas
profilácticas combatieron la peste y un médico que escribe décadas después, Atilio
Macchiavello, quien señala que la peste desapareció por un hecho climático y
estacional, circunscribiéndose al invierno22. Este debate no es de nuestro interés, dado
que lo que nos interesa no son las medidas contra la peste desde un punto de vista
técnico si no que más bien desde su impacto social y las reacciones a estas en el mundo
popular. Las medidas profilácticas se inspiraban en la corriente higienista, de origen
europeo y propagada por médicos liberales y positivistas de la época que preconizaban
medidas de limpieza personal y domestica como principal barrera contra las
enfermedades y epidemias en general. Los médicos higienistas intentaron moralizar a la
sociedad de su época en pro del aseo y en contra de los vicios, principalmente
alcoholismo y prostitución, para evitar la degeneración de la “raza” y “la nación”,
dándole un fuerte enfoque eugenésico a su pensamiento y acción.

Escenarios de la peste

Tanto los testigos directos de época, como quienes han escrito posteriormente,
concluyen que los casi 5 meses de peste bubónica en Iquique no dejaron un saldo
alarmante de muertes. No fueron pocas, como en los brotes epidémicos posteriores que
vivió la ciudad, ni tampoco se contaron por miles como en otros puntos del globo
visitados por la ola de peste de fines del siglo XIX y comienzos del XX.

Un balance publicado en septiembre por el diario La Patria, entregó una cuenta de 213
casos comprobados de peste, de los cuales fallecieron 138, basada en los informes
oficiales que cada día emitía el medico jefe de los lazaretos y de la Oficina de Servicios
Sanitarios de la provincia23. Esta oficina era un organismo de emergencia creado por
decreto del intendente de Tarapacá el 2 de junio del 1903 y lo presidió el doctor del Rio.
Se dividía en las siguientes secciones: Lazareto, Desinfección Publica e Inspección

21
Sergio Grez Toso, Transiciones en las formas de lucha: motines peónales y huelgas obreras en Chile,
(1891-1907), P. 1. véase también, del mismo autor, La “cuestión social” en Chile. Ideas y debates
precursores (1804-1902) , Santiago, DIBAM, 1995.
22
Atilio, Machiavello Varas Historia de la peste en Chile. Imprenta Cisneros, Santiago, 1932. Pág. 62.
23
La Patria, Iquique, 6 de octubre de 1903.
Sanitaria24. Según el balance final de la peste publicado en el informe del doctor del
Rio, los casos comprobados fueron 214, de los cuales murieron 135 personas. ¿A qué se
debe esta leve disparidad en ambas cuentas? Es probable que a la actitud de los sectores
populares que dificultaban la pronta y segura detección de la totalidad de los casos.
También es posible que sea a raíz de errores de los mismos médicos en la detección de
casos e inseguridad en los diagnósticos. En términos generales, tenemos 213 o 214
casos de un total de una población de 33.031, casos de los cuales fallecieron más de la
mitad. Los médicos la calificaron de “benigna” en comparación con otros episodios de
peste en Chile, como la del cólera en 1886 y 1887, que dejó en la zona central del país
cerca de 28.000 muertos25.

La epidemia de peste bubónica en Iquique se caracterizó por encerrarse en focos,


principalmente en las viviendas obreras, precarias e insalubres. Los conventillos de
Iquique fueron la fuente de la mayoría de los casos de peste. Este problema, la
condición de clase asociada a una vivienda precaria y anti-higiénica fue una de las
principales características del estado de cosas que la elite llamó “cuestión social”.
Existen estudios sobre los conventillos en Santiago y Valparaíso que nos facilitan un
panorama general de este problema social de época que es aplicable al conventillo
iquiqueño y que, a su vez, plantean el desafío pendiente de estudiar en su contexto
geográfico y socio-económico específico el conventillo en Iquique. Por ejemplo, los
conventillos en Santiago provienen de la erradicación de ranchos en las periferias de la
ciudad y los de Valparaíso diversifican sus fisonomías de acuerdo a la geografía
compleja de la ciudad26. Sin embargo todos los conventillos de Chile se enmarcan en la
transición del peón al proletario urbano moderno y su integración en la miseria urbana:

“Si bien sus características arquitectónicas variaron de un país a otro y de una


ciudad a otra, lo común es que sus habitantes eran familias pobres, obreras o
sin oficio y atrapados en la especulación habitacional de sus dueños. También
la precariedad de sus servicios higiénicos, su patio central, así como la
precariedad de sus cocinas y sus lavabos comunes, entre otras características
fueron inspiración de un discurso higienista y moral en torno a sus habitantes y
a su modo de vida sumamente excluyente y clasista, dando la impresión de que
los y las conventilleros/as eran verdaderas aberraciones sub-humanas que el
estado debía corregir o reformar”27.

Estos espacios se convirtieron en varias ciudades de Chile en “el hábitat de la


modernidad, en la materialidad representativa de un particular modo de integrar a los
pobres (…) Integración no igualitaria, alienante, a un proyecto particular que

24
“Decreto del Intendente que organiza los Servicios Sanitarios” en Alejandro del Rio y otros, op.cit.
P.145.
25
María Angélica Illanes, op.cit. P.70.
26
María Ximena Urbina Carrasco, Los conventillos de Valparaíso 1880-1920: fisonomía y percepción de
una vivienda popular urbana, Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso de la Universidad
Católica de Valparaíso, 2002.
27
Paula Calquín Donoso, De conventillos y conventilleras: género y poder en las viviendas populares
colectivas en los inicios del siglo XX, www.encrucijadas.org, 2011.
necesitaba de los pobres, pero que se esforzaba por esconderlos o disciplinarlos”28. En
la dura crítica que hace el doctor Canje Valdés a la institucionalidad oligárquico-
parlamentaria en 1910, describe un “hotel”(sic) de Iquique que entrega una imagen de lo
que era un conventillo en la ciudad, que, según Canje, debería ser la hija mimada de la
república por las enormes entradas fiscales de su aduana. Ante la denuncia de casos de
peste bubónica, llegó al lugar un inspector sanitario que hizo un par de preguntas y se
retiró:

“(…) Sin ver los dormitorios, que eran estrechos, sin ventilación i desaseados;
sin ver las letrinas que eran inmundas i particularmente en esa ocasión, por
haber estado tres días sin agua; sin subir a1 piso principal donde no hai sistema
alguno para el aseo de las habitaciones, de tal modo que las aguas sucias i el
contenido de los vasos escretorios, se echan en un gran valde que cuando está
lleno es bajado a pulso hasta el lugar común por un muchacho que se deja la
mitad en el camino; sin haber subido a las azoteas, que estaban llenas de
desperdicios; sin haber visto que el único i estrecho patio de la casa estaba
ocupado casi totalmente por una pajarera, que en su parte inferior servía de
gallinero, todo descuidado i mal oliente”29.

Podemos percatarnos de la conexión entre esta clase de edificios y la peste bubónica en


1910. Veamos cómo fue esta relación en la epidemia de 1903. El 28 de mayo de 1903,
al día siguiente de que el Consejo de Hijiene declarará oficialmente la ciudad infestada,
el diario El Tarapacá recomendaba implementar y reforzar las medidas sanitarias
particularmente en “los barrios alejados”, porque: “Es allí donde debe concentrarse la
atención. Habitado por lo general por jente pobre de recursos escasos i, no pocas veces
poco conocedoras de la higiene, conviene allí improvisar las defensas para alejar el
peligro que nos amenaza”30. Junto a lo anterior, el comentarista señalaba la deficiencia
del servicio de las carretas hijienicas. Hasta muy avanzado el siglo XX, Iquique no
contó con un servicio de alcantarillado adecuado, particularmente para los sectores
populares que en, 1903, simplemente carecían de él. Como alternativa se usaron los
abrómicos, contenedores de deposiciones humanas, retirados periódicamente por
carretas municipales a bajo costo, pero con regularidad intermitente. El diario La Patria,
de línea conservadora, señalaba lo siguiente como preámbulo a algunas orientaciones
para prevenir la peste:

“La peste bubónica es una de las enfermedades inmundas por cuanto tiene su
orijen donde existen grandes aglomeraciones de jentes que viven apiñadas en
estrechas viviendas, faltas de luz y aire, en medio de la pobreza el desaseo, la
suciedad y la mugre. En las casas bien asoleadas y bien ventiladas, donde se

28
Alejandra Brito P., “Del rancho al conventillo: transformaciones en la identidad popular femenina,
Santiago de Chile. 1850-1920”, en Disciplina y desacato: construcción de identidad en Chile, siglos XIX y
XX, Elizabeth Hutchinson y otras (editoras), Santiago, SUR/CEDEM, 1995. P.
29
Dr. J. Canje Valdés, Sinceridad. Chile Intimo en 1910, Santiago, Imprenta Universitaria, 1910. P.184.
Ortografía original de época.
30
El Tarapacá, Iquique, 29 de mayo de 1903.
mantiene el aseo esmerado de las habitaciones y donde se tiene el cuidado de
alejar a diario las basuras, no existen las ratas los ratones y las pulgas. En
habiendo en ellas desagües y agua potable, agregando a los factores anteriores,
es casi imposible que aparezca la peste bubónica en dichas viviendas. En
cambio, en las habitaciones que tiene el piso a un nivel inferior al de la calle,
que son húmedas, oscuras, mal ventiladas y sucias donde no hay desagüe ni
llaves de la Empresa de Agua Potable, todas las condiciones se reúnen para que
aparezca en esas viviendas la peste bubónica. Esta enfermedad ataca de
preferencia a personas de hábitos desaseados, los mugrientos, los
trasnochadores, los intemperantes31, los glotones; y respeta a las personas de
costumbres puras; templadas en el comer y en el beber que guardan la decencia
y el asco personal”32.

Nótese el discurso discriminador, marcado por el moralismo y el higienismo que las


autoridades de la época luchaban por inculcar en las clases subalternas de Chile. Las
primeras líneas describen una vivienda burguesa, probablemente con servidumbre que
mantuviese el aseo, a cuyos moradores se les pre determina virtuosos. A continuación se
describe un conventillo, asociado a la suciedad y al vicio. Las conductas inmorales,
impúdicas y pecaminosas son imputadas a quien cae víctima de la peste, reflejando los
vicios que reinaban en la clase obrera de la época y los resabios de un imaginario de
origen medieval, que asocia la peste al castigo del pecado33. Hubo, en Iquique, varios
conventillos señalados por la prensa como focos de peste. El primero en ser nombrado
es el conventillo de Barros Arana 319, con 4 casos34. Otro, “ya famoso” ubicado en
calle La Torre 183, “del cual han sido sacados ya varios enfermos”35. Este conventillo
arrojó numerosas víctimas fatales, adultos y niños, especialmente los segundos. Otro
conventillo con víctimas fatales fue el ubicado en el 127 de calle Sotomayor36.
Normalmente las cuadras con conventillos se volvían áreas de peste, debido que los
nombres de las calles suelen repetirse en las informaciones de procedencias de
cadáveres y enfermos. Todas estas direcciones corresponden al centro y casco antiguo
de Iquique, barrios populares hacia el norte y este de la ciudad. Todas estas direcciones
existen en la actualidad, algunas con sus fachadas originales aún en pie. Otra casa de
muerte fue el conventillo llamado “Las camaradas”. Este nombre, que nos hace pensar
en la sociabilidad popular femenina, común en el movimiento mutualista de la época,
fue escenario de numerosos casos37. Se ubicaba en calle Tacna 188. A raíz de la
progresiva, y muchas veces violenta, chilenización de Tarapacá esa calle se llama hoy

31
Ebrios.
32
La Patria, Iquique, 28 de junio de 1903.
33
Agustín Rubio Vela, Peste Negra, crisis y comportamientos sociales en la España del siglo XIV. La
ciudad de Valencia (1348-1401), Granada, Universidad de Granada, 1979. P.82. Este imaginario pervivió
incluso durante la primera mitad del siglo XX, manifestándose en opiniones conservadoras que
predecían enfermedades pulmonares a las mujeres que comenzaban a utilizar escotes y faldas más
cortas, Glaneur D’Epis, Algo sobre indumentaria femenina y otros tópicos curiosos, Santiago, 1922. P.37.
34
El Tarapacá, Iquique, 28 de mayo de 1903.
35
La Patria, Iquique, 28 de julio de 1903.
36
La Patria, Iquique, 16 de julio de 1903.
37
La Patria, Iquique, 29 de julio de 1903.
Libertad. El día 28 de julio este conventillo debió ser desalojado y “desinfectado” 38.
Una prostituta enferma, trasladada al lazareto desde el burdel “Casa Rosada”, en calle
San Martin, vivía en el mencionado conventillo39. Ramírez 94, fue sacado “el cadáver
de un hombre de 35 años de edad”40. En la mayoría de las informaciones diarias se
daban los nombres de los fallecidos. Otras veces son “individuos”, como dos cadáveres
sacados del conventillo de La Torre 183 en el 5 de julio y La Torre 92, Conventillo de
“El Mono”41. El Conventillo “propiedad de Devescovi”, empresario salitrero de origen
yugoslavo42, ubicado en Tarapacá 125, de donde sacaron el cadáver de un niño de 2
años el día 20 de julio. Otro cadáver de párvulo en el conventillo de “Sarjento Aldea
118” el 23 de julio43. De este conventillo también salieron varias víctimas fatales.
Conventillos en Amunategui 170 y en calle Tarapacá “al lado de la ex chanchería
catalana”, en el Morro, conventillo “Jerman Tapia”, en Tarapacá “Al lado de la botica
Santiago”44. El 22 de agosto son trasladados enfermos de los conventillos ubicados en
Thompson 279 y de Amunategui 28445. Vivar 14646, Bulnes 15247 y Gorostiaga 14648.
En resumen 1os conventillos nombrados, 17, fueron los principales, más no los únicos,
focos de la peste. El nexo entre ambos factores, el habitacional y el sanitario, queda
demostrado en una circular enviada por el intendente Agustín Gana Urzúa a médicos y
dueños de conventillos:

“Iquique, 25 de agosto de 1903. (…) A si mismo se permite indicar a los señores


dueños de conventillos que sus habitaciones son desgraciadamente casi los
únicos focos que han estado sosteniendo la epidemia en plena actividad, porque
muchos de sus atacados han provenido de dichos recintos, cuyo aseo deja que
desear. Mucho agradeceríamos que hicieran visitas personales para ordenar su
perfecta y esmerada desinfección, manteniendo una constante y diaria limpieza
en cada departamento. Seguramente concurrirán por este medio a prestar un
eficaz servicio a la población”49

Esta circular no vislumbra ningún cuestionamiento de fondo al problema social que


representan los conventillos. Tampoco hay una condena moral a sus dueños, tan solo un
amable apremio que dista mucho del lenguaje utilizado para estigmatizar a los
habitantes de dichas viviendas en el discurso dominante de la época. Tampoco se
procede o se amenaza con incendiar los conventillos, como si se hace con modestas
viviendas particulares, dado que son propiedades de la elite de la provincia: los

38
Ibíd.
39
La Patria, Iquique, 30 de julio de 1903.
40
La Patria, Iquique, 29 de julio de 1903.
41
La Patria, Iquique, 1 de agosto de 1903.
42
Hrjov Stojic, op.cit, P.172.
43
La Patria, Iquique, 30 de julio de 1903.
44
La Patria, Iquique, 31 de julio de 1903.
45
La Patria, Iquique, 24 de agosto de 1903.
46
La Patria, Iquique, 2 de agosto de 1903.
47
La Patria, Iquique, 1 de agosto de 1903.
48
La Patria, Iquique, 27 de julio de 1903.
49
La Patria, Iquique, 25 de agosto de 1903.
empresarios que hacen de la necesidad habitacional del sujeto popular un lucrativo
negocio. Ahora bien, ¿las elites iquiqueñas tuvieron contacto con la peste negra?
Josefina Cabrera especula que algunos reportes sin nombres completos o con iniciales
podrían corresponder a sujetos provenientes de las clases acomodadas, que ocultan sus
nombres por vergüenza50. Nosotros adherimos a esta posibilidad, a la que agregamos los
prejuicios negativos contra los afectados de peste ya revisados. Sin embargo, tenemos
algún testimonio de este contacto mediante la única posibilidad de convergencia
interclasista en la época: la servidumbre doméstica. El destacado político y empresario
tarapaqueño-peruano, residente en Iquique en 1903, Guillermo Billinghurst51, mantenía
negocios al interior de la provincia con su amigo Juan Dassori, quien se encontraba en
el pueblo de Pica. Se conservan dos cartas interesantes al respecto:

“Iquique, julio 27 de 1903

Señor Don Juan Dassori

Pica

No sabemos todavía, cuando podremos salir. Lo acertado es que yo le dé a ud,


aviso con dos o tres días de anticipación. La pobre Nicolasa ha estado de malas.
Se le murió un nietecito de la peste; y era ella una de las incrédulas.

No tengo tiempo para más

Suyo GMO. BILLINGHURST

Don Emeterio que hacía propaganda diciendo: “No hay vuvónica” se fue a la
oficina”52.

Nótese una de las primeras reacciones a la peste comentadas por Billinghurts: su


negación. Respetando la numeración de las cartas en el volumen citado, tenemos otra,
del mismo autor, de dos días antes, que señala:

“(…) Ya aquí no se puede soportar la situación. La peste hace su labor; y recién


comienzan los sabios a maliciar que es la peste bubónica. Hay cinco a seis
casos diariamente. La mujer de Francisco, el cuidante de nuestra casa, murió
hace tres días. Ayer falleció un nietecito de la Nicolasa. Hemos tenido varios
casos cerca nuestra. Estoy aguardando carta de Don Pedro Zamudio, para
saber que día debemos salir de acá”53.

Esta carta refleja el impacto de la peste más allá de sus números concretos. La
servidumbre en contacto con la muerte, producto del flagelo, generaba una situación

50
Josefina Cabrera, op.cit. P.12.
51
Hrjov Ostojic, op.cit. P. 72-72.
52
Guillermo Billinghurst, “Carta N°421”, en Fuentes para la historia de la Republica, Volumen XXVI:
Pampa escrita. Cartas y fragmentos del desierto salitrero, Sergio González Miranda (Selección y estudio),
Santiago, DIBAM-UNAP-CIHDE-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2006. P.633.
53
Guillermo Billinghurst, “Carta N°422”, op.cit, P. 634.
“insoportable” y Billinghurst no esconde su apuro por abandonar Iquique en la
comunicación epistolar con su socio.

Medidas contra la peste: el disciplinamiento higienista de la enfermedad y la


muerte en los sectores populares.

“El pueblo le temía. El hospital, con sus cruces y monjas, era la antesala del
sacrifico”54.

Los médicos implementaron una serie de medidas encaminadas a combatir la peste. No


profundizaremos en los aspectos técnicos de cada una de estas medidas, nuestro interés
radica en las respuestas, a nivel popular, de algunas de las más traumáticas de ellas. En
resumen, los pasos fueron los siguientes. Primero se procedió a un intento, con
resultados a medias, de limpieza en la ciudad, prohibición de escarbar en la basura, de
acumular basura, mejoras en el servicio de “carretas hijienicas” etc. Una guerra sin
cuartel a las ratas, cuyas pulgas son los vectores de la enfermedad. Prevenir las
condiciones donde estas aparecían. Incluso las autoridades llegaron a pagar por el
exterminio y destrucción de ratas. Los cuyes también debieron ser eliminados, medida
impopular ya que constituían parte del menú de los sectores populares dado el alto
precio de la carne de vaca. Las casas donde se reportaban casos de pestes podían ser
“desinfectadas”, introduciendo maquinas que vaporizaban diversos químicos o
quemadas, junto con ropas y muebles, según la gravedad del caso, operación controlada
por el cuerpo de bomberos para evitar la propagación del fuego. Los casos de peste,
confirmados o sospechosos, debían ser avisados obligatoriamente y con la mayor
rapidez posible. En ese caso, su aislamiento y/o traslado al lazareto era realizado por
personal de la Oficina Sanitaria con apoyo policial. De morir el afectado, se le
inhumaba en el cementerio más lejano de la ciudad, el N°2, de forma inmediata, sin
velorio ni funeral. Todas estas medidas eran dictadas por el supremo gobierno, vía
intendente, y respaldadas activamente por la Junta de Beneficencia, la municipalidad, la
policía y los cuerpos de bomberos de la ciudad. Las medidas preventivas fueron
distribuidas en una cartilla a la población, cartilla que fue reproducida, a su vez, en los
periódicos que circulaban en la ciudad55.

Las medidas de limpieza en las calles y viviendas eran fuente de diversas tensiones
entre la realidad de su cumplimiento y lo esperado por las autoridades. Provocaron
diversas formas de rechazo. La tendencia en numerosos casos fue ocultar la enfermedad
del conocimiento de la autoridad. Esta tendencia se vio precedida de una negativa
general hacia la presencia de la enfermedad. Numerosas voces se alzaron contra la
existencia de la peste, poniéndola en tela de juicio. Esta duda vino en un comienzo de
dos actores sociales, curiosamente enemigos de clase acérrimos durante el ciclo de
expansión del salitre: la clase obrera y el empresariado salitrero. Los primeros veían con
muy malos ojos el acantonamiento de tropas, el encarecimiento de la vida producto de
la disminución del tráfico marítimo y la cesantía que produjo la incertidumbre respecto

54
Maria Angélica Illanes, op.cit. P.125.
55
La Patria, Iquique, 24 de junio de 1903.
del alcance real de la epidemia y del funcionamiento irregular del puerto. Los segundos
se opusieron al cierre del puerto y a un estado de cosas que pudiese perturbar el orden
normal de la producción en las oficinas y del embarque del nitrato en la ciudad-puerto.
Los sectores obreros rechazaron la peste, mediante su prensa El Defensor y El Trabajo,
considerándola un invento de las clases dominantes para reprimir al pueblo y especular
con los precios de los víveres de primera necesidad56. En una reseña histórica de la
provincia, escrita en 1936, se cita una huelga por parte de las organizaciones obreras de
la ciudad contra la declaración de la epidemia, sin embargo no pudimos constatar el
alcance y desarrollo de dicha movilización57. El puerto no fue cerrado oficialmente,
dado que era uno los que más entradas generaban al fisco y al empresariado salitrero. Al
declararse la ciudad infestada, muchas compañías navieras comenzaron a evitar el
puerto de Iquique hasta nuevo aviso, lo que efectivamente redundo en el encarecimiento
de la vida y un aumento de la cesantía en la provincia por la reducción de los embarques
de nitrato. Por otra parte, El Tarapacá, diario vinculado a intereses salitreros y que toda
su historia (circuló hasta 1978) sostuvo posiciones ultra conservadores y hostiles al
movimiento obrero, tuvo actitudes ambiguas. En un comienzo, respaldó las medidas
generales dictadas por las autoridades, pero, tras el primer mes de peste, comenzó a
poner en tela de juicio esta y a dar tribuna a diversas personalidades que impugnaban la
existencia de la epidemia. Esto provocó una disputa entre el periódico La Patria, auto
considerado defensor de la higiene, cuya línea editorial consideró a El Tarapacá, y a
otros, cómplice de la epidemia por negarla. En su informe, el doctor del Rio, agradeció
al director de La Patria, del Orden y de La Democracia su apoyo en el combate a la
epidemia, señalando que el resto de la prensa se empecinó en oponerse a su trabajo.

El ocultamiento de casos y el hallazgo de cadáveres en diversos puntos de la ciudad fue


otra realidad con la que tuvieron que lidiar las autoridades. Al comenzar la epidemia, los
primeros contagiados y sus familias fueron trasladados a la Isla Serrano, hoy puerto de
Iquique, a un improvisado lazareto de emergencia, dado que el pequeño lazareto del
Hospital de Beneficencia no tenía la capacidad para un brote epidémico superior a un
puñado de casos. La isla quedo custodiada por soldados para evitar salidas y entradas
sin autorización. Las casas de los afectados fueron quemadas, al igual que los cadáveres
resultantes, algunos de los cuales también fueron sumergidos en alta mar 58. Medidas
todas de un profundo impacto negativo en la vida cotidiana de las familias visitadas por
la peste. Posteriormente, resultando dicho lazareto también insuficiente, se habilitó un
polvorín como lazareto, ubicado lejos del radio urbano, al noreste de la ciudad,
relativamente cerca del cementerio N°2. Sin embargo, mucha gente afectada prefirió
esconderse. Al practicarse las autopsias en el Cementerio N°1, salían a la luz los casos
deliberadamente ocultos de peste. En total 66 cadáveres hallados en domicilios contra
68 fallecidos en el lazareto. Casi la mitad59. Ahora bien, ¿Por qué no acudir a las
56
Citados en Josefina Cabrera, op.cit. PP. 9 y 10.
57
Carlos A. Alfaro Calderón, Reseña Histórica de la provincia de Tarapacá, sin datos de publicación,
1936. P.30.
58
Alejandro del Rio y otros, op.cit. P. 16.
59
La Patria, Iquique, 6 de octubre de 1903. Paréntesis necesario: en un comienzo no entendíamos por
que las autopsias se realizaban en el cementerio hasta que un documento de la dirección del hospital,
autoridades sanitarias y exponerse a morir en su vivienda, posibilitando el contagio a
sus familiares?

Existió un centro de aislamiento en la Peninsula Cavancha, en ese entonces lugar


habitado por unos pocos pescadores y alejado del radio urbano, para casos sospechosos
pero no confirmados aún. De ser casi seguro el diagnostico de peste bubónica, el
traslado al lazareto era obligatorio y hecho con fuerza pública de ser necesario. No
tenemos ningún relato de un traslado al lazareto para el caso de Iquique en particular,
pero nos permitimos afirmar que no debe haber sido diferente de un traslado en el
marco de la epidemia de cólera que azotó la zona central del país de 1886 a 1888:

“los cocheros o funcionarios encargados del servicio de carretones que


trasladaban a enfermos y fallecidos por la ciudad (…) desempeñaban sumisión
de una manera brutal: llegan gritando con gran estrépito preguntando por el
enfermo o fallecido (…) lo agarran como si se agarrara un fardo, lo montan
violentamente, sin precaución y delicadeza y después de un empujón lo embuten
en un carro”60.

Dada la alta mortalidad que generaba la enfermedad en los afectados, es posible que
haya existido la percepción de que el traslado al lazareto era un viaje sin retorno. No
existen registros de cómo se comunicaba a los familiares el lugar exacto del Cementerio
N°2 donde iban a dar sus familiares fallecidos, posiblemente en fosas comunes o
tumbas precarias, excavadas apresuradamente, cuyos nombres se borraban rápidamente
al erosionarse la madera de la cruz. De modo que el traslado obligatorio al lazareto, era
probablemente, el último adiós, dado que en dicho lugar la norma impuesta por las
autoridades era la incomunicación y el aislamiento absoluto. A su vez, el rito del velorio
y del funeral estaba prohibido61. En todas las culturas, tanto orientales como
occidentales judeo-cristianas, el funeral es un rito cultural profundamente arraigado. Es
la idea de comunicación y vinculo de los vivos con los muertos y el paso tranquilo del
fallecido a un más allá. En la identidad religiosa y el sistema de creencias desarrollados
por una comunidad determinada, se hace inconcebible la muerte de un ser querido sin el
rito fúnebre adecuado. En nuestro sujeto de estudio, el sujeto popular iquiqueño
expuesto a la peste, el rito fúnebre también era una necesidad espiritual y espacio de
sociabilidad que merecen un estudio aparte. Un completo estudio sobre el rito mortuorio
y los cementerios en Chile es el de Marco Antonio León León62, que aporta elementos
teóricos y una breve aproximación a la muerte en los sectores populares que son

de 1895, nos dio la respuesta: las autopsias tenían lugar en el cementerio debido a que la administración
del hospital negó suministrar personal auxiliar al médico legista y las dependencias del hospital para
realizar el proceso. Esta última negativa se debe a que los cadáveres a veces eran sometidos a autopsia
tras “6 y más días”, ya comenzado el proceso de descomposición y despidiendo olores que eran
perjudiciales para los enfermos convalecientes. Véase “carta del director del hospital al intendente de la
provincia”, en Intendencia de Tarapacá 204-N°19, Archivo Histórico Nacional.
60
Álvaro Góngora, “La epidemia del cólera en Santiago, 1886-1888”. Revista Dimensión Histórica de
Chile. N°10, Santiago Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, 1995. P. 125.
61
Alejandro del Rio y otros, op.cit. P. 147.
62
Marco Antonio León León, Sepultura sagrada, tumba profana. Los espacios de la muerte en Santiago
de Chile, 1883-1933, Santiago, LOM-DIBAM-Centro de estudios Diego Barros Arana, 1997.
aplicables al caso estudiado. El rito fúnebre se llevaba a cabo en los sectores populares
de formas distintas a las de la elite, dado que son sectores que conviven mucho más de
cerca con la muerte y que difícilmente pueden aspirar al boato y al recuerdo del
mausoleo pétreo de las clases dominantes. Sin embargo, se las ingeniaban para montar
velorios en los barrios y conventillos, con las colaboraciones de los vecinos y de las
familias que habitaban el mismo espacio. Los niños eran el centro del rito del angelito,
adornados con alas y despedidos en medio de una parentela consternada, pero
acostumbrada a que no sobrevivieran todos sus hijos63. Estos ritos tienen un origen
sureño, pero recordemos que la pampa y los puertos salitreros fueron poblados por el
incipiente proletariado de origen campesino que se desplazaba sur-norte, trayendo sus
tradiciones con ellos y configurando otras nuevas al calor del nuevo entorno geográfico
del que se apropiaban64. A su vez, el rito fúnebre tenía también su espacio en la cultura
obrera ilustrada de la época. Las sociedades obreras mutualistas compraban sus
mausoleos y nichos para sus socios como parte de una política de recuerdo y memoria
para con el camarada de luchas fenecido, siendo estas tumbas las pocas sepulturas
populares que han resistido bien el paso del tiempo y que aún pueden admirarse en el
Cementerio N°1 o General de Iquique65.

Por otra parte, la quema de casas era otra medida impopular y que afectó las viviendas
populares individuales y jamás a los conventillos de la ciudad, propiedad de la
burguesía tarapaqueña. Esta medida en particular provocó un malestar que se refleja en
una declaración de los cuerpos de bomberos de la ciudad recalcando que ellos solo se
encargan de ejecutar una orden y que no son responsables de los incendios. Un relato
aparecido en El Tarapacá describe así la escena:

“En cumplimiento del acuerdo tomado por el Consejo de Higiene, ayer a las 5 i
40 minutos, se procedió por el cuerpo de bomberos a incendiar la casa de la
familia Cueto, O’Higgins N°138 . La familia compuesta por Carmen y Leonor
Cueto, y algunas niñitas habían sido enviadas a la Isla Serrano. El incendio
duro como 20 minutos, defendiendo los bomberos los edificios contiguos para
que el fuego no cobrara mayores proporciones. Un gran jentío acudió a
contemplar el siniestro espectáculo, costándole a la policía mucho trabajo
despejar la calle para facilitar el trabajo de las bombas”66.

A las medidas tomadas por las autoridades les siguió la resistencia de los afectados. En
una familia, de apellido Gangas, ya habían aparecido dos casos, niños, siendo llevados
al lazareto, junto con la hermana menor de los niños y su madre. Acto seguido fue
encontrado muerto otro niño de la familia, cuyo cadáver fue recogido de su casa y cuya
enfermedad había sido ocultada a las autoridades sanitarias para evitar el traslado al
63
Ibíd. PP. 134-137.
64
Entre los cuerpos desenterrados de la fosa común del ex Cementerio N°2 por el equipo dirigido por el
arqueólogo Francisco Téllez, hay varios infantes y párvulos vestidos con cuidado, e incluso dos niñas con
alas de angelito.
65
Eduardo Devés, Los que van a morir te saludad. Historia de una masacre: Escuela Santa María de
Iquique, 1907, Santiago, LOM, 1997. P.193.
66
La Patria, Iquique, 14 de julio de 1903.
lazareto67. Otro niño enfermo fue sacado escondido del conventillo “Las Camaradas”,
para ser encontrado muerto en otro punto de la ciudad68. Otro caso fue el de un doctor
apellidado Neuhaus, quien hizo un certificado de defunción de una mujer de apellido
Santander, señalado un problema cardiaco como causa de muerte. Una autopsia
realizada por el médico del Servicio Sanitario, doctor Dávila Boza, determino la causa
real: la peste. La familia en un comienzo se opuso a la autopsia con la intención de dar
un funeral normal a la fallecida. Para el 24 de agosto, ya eran varios los casos de
médicos negligentes, lo que motivo a la Oficina del Servicio Sanitario a enviar una carta
al intendente exigiendo el cumplimiento de la ley que sancionaba con multas el
ocultamiento de enfermedades contagiosas por parte de los galenos69. Solo en junio
fueron retirados 29 cadáveres de diversos puntos de la ciudad, cuyos casos no fueron
avisados previamente70. En otras ocasiones, ante una denuncia, no se permitía entrar a
los inspectores sanitarios, obligando a actuar a la fuerza pública. En el conventillo “Las
Camaradas”, ocurrió así:

“Una mujer enferma. Fue examinada por el doctor González Muñoz, quien
declaro el caso como positivo y dispuso la remisión de la enferma al lazareto.
Debemos hacer constar que a la presentación del médico a la entrada de este
conventillo un grupo de individuos ebrios trató de impedirle la entrada
amenazándole uno de ellos con un cuchillo. Hubo de llamarse a la policía la que
logró dominar la situación”71.

Esta tendencia a ocultar la enfermedad, con la complicidad de algunos médicos de la


ciudad, provocó que al lazareto llegasen numerosos individuos “atacados de peste en tal
estado de gravedad que solo llegan a morir a este establecimiento, lo que significa han
permanecido varios días ocultos en sus domicilios exponiendo al contagio a sus propias
familias y al vecindario”72. También detectamos un caso de una mujer acusada de haber
huido a la pampa, donde tenía familiares en una oficina salitrera llevándose a su hijo
enfermo consigo. Nunca pudo ser encontrada. Esta fue, en general, la compleja relación
entre el sistema de salud de la época, los médicos y las autoridades, con los sectores
populares de Iquique, las victimas por excelencia de la peste.

En agosto del año 2007, con motivo del centenario de la Masacre de Santa María de
Iquique, el arqueólogo Francisco Telléz73, excavó el lugar donde fueron llevados los
restos no reclamados del ex Cementerio N°2, cuando este fue erradicado del plano de la
ciudad. El objetivo era buscar a los caídos de Santa María. Estos no aparecieron, sin
embargo los restos sacados son un testimonio de la mortalidad en el Iquique de

67
La Patria, Iquique, 15 de julio de 1903.
68
La Patria, Iquique, 29 de julio de 1903.
69
La Patria, Iquique, 24 de agosto de 1903.
70
La Patria, Iquique, 20 de julio de 1903.
71
La Patria, Iquique, 7 de agosto de 1903.
72
La Patria, Iquique, 26 de agosto de 1903.
73
Francisco Telléz Cancino: arqueólogo y director del Museo Regional de Iquique. Aparte de la fosa del
ex Cementerio N°2 de Iquique, ha trabajo en el Patio 29 del Cementerio General y en las fosas de la
dictadura militar cercanas a Calama, entre otros.
principios del siglo XX, años en los que más actividad tuvo dicho cementerio. La fosa
arrojó numerosos cuerpos envueltos en sábanas, característica del entierro producto de
una enfermedad infectocontagiosa.

Fosa del ex Cementerio N°2: Cadáver de víctima de enfermedad contagiosa, envuelto en sabana 74.

Fosa del ex Cementerio N°2: cadáver de niño amortajado. La peste bubónica provocó numerosas víctimas
entre los niños75.

74
Las fotos de esta excavación son propiedad del arqueólogo Francisco Telléz, quien amablemente nos
las facilitó.
El Cementerio N°2 en la historia social y urbana de Iquique

Varias fuentes históricas nos señalan que los cadáveres de las víctimas de peste iban a
parar a este camposanto, hoy erradicado del plano de la ciudad. El doctor del Rio es el
primero, quien nos plantea que, de los dos cementerios de la ciudad, los cuerpos eran
enterrados, sin velorio ni funeral, en el más alejado de los dos76. Históricamente,
Iquique tuvo varios cementerios, particularmente durante el periodo peruano. Hubo un
cementerio protestante o ingles en la Isla Serrano, hoy puerto de Iquique, un cementerio
colonial en el barrio El Morro77, en calle Pedro Lagos, donde actualmente está el
Ministerio de Obras Públicas. Hubo también un cementerio católico sobre el cual se
construyó la estación del ferrocarril, actualmente sede del registro civil en calle
Sotomayor78. La construcción de esta última también arrojó osamentas de los antiguos
católicos peruanos. Los motivos que justifican el uso y desuso de terrenos con estos
fines dice relación con la expansión de la ciudad en tamaño y población a lo largo de su
historia, más las coyunturas en que la mortandad aumenta y la infraestructura original
deja de dar abasto. Idealmente, un cementerio debe estar a cierta distancia del radio
urbano, cosa que en Iquique fue cambiando constantemente. Otro factor dice relación
con los cambios demográficos. Cuando hay una migración fuerte por razones
económicas o políticas puede un panteón quedar en desuso y considerarse sus terrenos
útiles para otros fines. Otras reseñas históricas sobre la ciudad de Iquique refuerzan el
rol del desaparecido cementerio como punto de inhumación de cadáveres de
“apestosos”. Por ejemplo, Carlos Alfaro, en su Reseña Histórica de la provincia de
Tarapacá, señala que el clausurado Cementerio N°2 tenía un espacio limitado que se
llenó en tiempos de continuas y mortíferas epidemias. En un año no especificado de la
década del 20, la Junta de Beneficencia decidió dejar de inhumar en sus terrenos,
permitiendo solo el entierro en las tumbas familiares o “mausoleos” de madera pagados
previamente79. Francisco Javier Ovalle relata en su libro La Ciudad de Iquique, escrito
en 1908 que el Cementerio N°2 era “el osario común, donde por lo general se entierra
a los variolosos y bubonicos80”. Tras el fin del ciclo de expansión del salitre el
Cementerio N°2 cayó pronto víctima del olvido más absoluto. Para el 1 de noviembre ni
siquiera había algún tipo de locomoción que llevara a los escasos visitantes:

“Durante el día de ayer, en que la “piedad popular” cubrió de flores algunas de


las escasas tumbas que se encuentran en regular estado de conservación. No
huno agua para depositar las flores ni locomoción. Los deudos tuvieron que
llevar agua, en un largo recorrido por un camino polvoriento y bajo un sol que

75
Ibíd.
76
Alejandro del Rio y otros, op.cit. P.44.
77
Cuando se instalaron cañerías en dicho sector, en la década de 1920, y se construyó el actual edificio
del Ministerio de Obras Publicas en la década de 1980, aparecieron huesos y momias de origen colonial.
Véase “Una cañería que se tiende sobre un cementerio olvidado”, El Tarapacá, Iquique, 22 de
noviembre de 1926.
78
Este panteón católico y el panteón protestante de la Isla Serrano se aprecian en mapas de 1861 y
1880 que pueden consultarse en Hrjov Ostojic, op.cit. pp. 351-352.
79
Carlos A. Alfaro, op.cit. P.354.
80
Francisco Javier Ovalle, La Ciudad de Iquique, Iquique, Imprenta Mercantil, 1908. P.309.
brilló como en la mejor época de verano. (…) Yacen esparcidos restos humanos,
ataúdes destruidos por la acción del tiempo que dejan ver su tétrico
contenido”81.

Su memoria estuvo siempre vinculada a las pestes y a los pobres de solemnidad, es


decir gente de situación tan precaria que pagaba un pequeño precio simbólico por
enterrar a sus familiares en él. Algunos documentos y testimonios lo colocan como el
único punto reconocible de inhumación de cuerpos de la masacre de Santa María
Iquique. En una fosa fueron arrojados 267 cadáveres de pampinos masacrados, sin nada
que señalara el lugar, debiendo las propias organizaciones obreras de la ciudad financiar
un mausoleo de materiales ligeros, inaugurado en 1911, que con el tiempo fue saqueado
y finalmente destruido en 1967 con la remoción definitiva del cementerio82. La
izquierda iquiqueña, históricamente fuerte en una provincia obrera, no lo impidió ni
nadie se esforzó en disponer de un lugar donde dichos restos pudiesen recibir homenajes
en fechas como los 1 de mayo o los 21 de diciembre. Si uno revisa los balances de la
Junta de Beneficencia en el Archivo Regional de Tarapacá, siempre era el cementerio
que daba menos ingresos a la institución, dado que su relación con pestes y pobreza, su
aspecto precario era más similar a un cementerio pampino que a la idea de camposanto
urbano. Su lejanía de la ciudad y la dificultad de su terreno en pendiente lo hacían poco
atractivo como alternativa al copado y más caro Cementerio N°1. Este último, tiene el
año 1898 en su portal, pero su tumba más antigua es de 1867 y aparece en mapas
previos a 1900. De tener algunos recursos, o pertenecer a un gremio o colonia extranjera
con cierto poder adquisitivo, era mejor un mausoleo mutualista en el N°1 o un nicho en
el Cementerio N°3. Este último fue construido precisamente por eso, para cubrir la
necesidad de un cementerio asequible a los sectores populares pero sin las
características negativas del N°2. Fue construido en 1908 e inaugurado en 1910. Desde
1893 la Junta de Beneficencia venia solicitando dinero a la intendencia para construir el
Cementerio Nº383. La historia también se perdió en el tiempo, siendo estas líneas la
primera vez que se hace un relato documentado de ella. En la década del 50 y
comienzos de los 60, el crecimiento de la ciudad, que poco a poco comenzaba atraer a
las masas de pampinos cesantes a la incipiente industria pesquera y otros intentos de
reactivación económica post ciclo de expansión salitrero, comenzó a acercar el limite
urbano y el cementerio abandonado. Este último sufrió las consecuencias del fuerte
decrecimiento demográfico y emigración de iquiqueños fuera de la provincia. Entre
1930 y 1940, Iquique perdió el 34% de su población84. En 1955, siendo senador por
Tarapacá, Salvador Allende denunció el abandono económico de la provincia y señaló

81
El Tarapacá, Iquique, 2 de noviembre de 1951.
82
Para 1961 el mausoleo había sido también saqueado. La estatua del pampino con el martillo en su
portal había sido robada. Datos aportados por Don Guillermo Muñoz. En lo personal, sostengo la
hipótesis de que la fosa fue olvidada por que el recuerdo de las masacres obreras orquestadas desde el
Estado y las clases dominantes era contraproducente para una izquierda tradicional que apostaba a la
“vía pacífica al socialismo”.
83
Archivo Nacional, Intendencia de Tarapacá, “Instituciones de beneficencia”–204-Nº32.
84
PLADECO 2006-2008, Iquique, Ilustre Municipalidad de Iquique, 2006. P.8.
como argumento que 20.000 iquiqueños vivían en otras ciudades de Chile85. Esta
situación es el corolario de un problema estructural en la provincia: Tarapacá, durante el
Ciclo de Expansión del Salitre, no fue un polo de desarrollo con una economía
diversificada, si no que un enclave económico, donde toda actividad económica giraba
exclusivamente en torno al salitre.

Durante la década del 30, en cada uno de noviembre, se le omitió. Se mencionan solo
dos cementerios con la ilógica numeración de 1 y 3. Volvió a aparecer a partir de 1940
para denunciar su abandono, fecha en que la dirección del hospital decidió retirar al
último cuidador diurno por lo improductiva de su labor, quedando el cementerio cerrado
con un cierre de planchas de zinc que irá desapareciendo parcialmente producto de la
oxidación y el robo. El abandono había atraído a perros salvajes, saqueadores de tumbas
y ladrones de carbón de la maestranza del ferrocarril longitudinal, que quedaba en sus
cercanías, que usaban los ataúdes para esconder los sacos de carbón robados. Esto
configuró un espectáculo macabro que fue denunciado en varias ocasiones por el diario
conservador El Tarapacá, único diario que sobrevivió al fin del ciclo de expansión del
salitre. Así pudimos constatar en un reportaje, escrito en junio de 1952, el total olvido
entorno al cementerio. Fantasmas, “cosas raras”, fechas erradas y supuestos, e
imposibles, restos de personas de la vieja elite iquiqueña eran parte de la
condimentación de dicho artículo86. El articulo plantea algunos elementos reales como
el estado del cementerio, su situación geográfica complicada, es decir en una elevación,
lo que ponía gran parte de sus tumbas en pendiente, expuestas a la brisa marina, la cual
las desenterraba una y otra vez y el hecho de que los deudos eran gente que vivió en
Iquique durante el auge del salitre. Sin embargo, pone como fecha de creación el año
1902, dato errado, y propone que quizá gente rica fue enterrada ahí, otro elemento irreal.
Por último señala que ni por todo el oro del mundo los trabajadores de los cementerios
harían de cuidadores ahí dado que pasan “cosas raras”87. La imposibilidad de expandir
el camposanto, ubicado en el accidentado extremo norte de la ciudad, es el argumento
dado para construir en 1908 el Cementerio N°3. Este argumento es parcial para
nosotros, dado que no considera el posible rechazo social de un cementerio vinculado en
el imaginario a la miseria y la peste.

El Cementerio no tuvo realmente su origen en 1902. Se construyó en 1868 bajo la


administración peruana, junto con un hospital y lazareto, ambos ubicados al norte de la
ciudad y cercanos entre sí. Para marzo de 1869, habían fallecido de fiebre amarilla y
habían sido sepultadas en dicho cementerio, al menos 450 personas, afectando a un
quinto de la población de la ciudad88. Tanto el hospital como el lazareto dejaron de
funcionar como tales, pero los terrenos de este cementerio de emergencia siguieron

85
El Tarapacá, Iquique, 25 de noviembre de 1956.
86
“Después de medio siglo descansaran en paz restos de personas sepultadas en el cementerio 2.
Construirán cierre de cemento alrededor de camposanto abandonado-restos humanos yacen esparcidos
y abandonados en la intemperie-su historia y el porqué de su abandono”, en El Tarapacá, Iquique, 2 de
junio de 1952.
87
Ibíd.
88
Carlos Donoso Rojas, op.cit. PP.55-56.
usándose como tal hasta la década del 50 del siglo XX, específicamente hasta 1958, año
que registra los últimos entierros89. Estando en uso, así lo describen documentos
oficiales de la Junta de Beneficencia:

“Mide 13.000 metros cuadrados. Está situado al norte de la línea del ferrocarril
salitrero, en terrenos fiscales. Limita al norte con terrenos fiscales; al sur con
prolongación de la calle del cerro de la cruz i línea del ferrocarril salitrero; al
este con prolongación de la calle 8ª oriente; i con prolongación de la calle 7ª
oriente”90.

Tuvo su fugaz aparición en la literatura provincial de la pluma del destacado, e


infravalorado a nuestro juicio, escritor Luis González Centenos. En su novela de ficción
histórica, Calicheros, el joven anarquista Enrique Peñarrubia se encontraba con su
camarada Floridor Sanchez en la maestranza del ferrocarril longitudinal cuando llegó la
policía a buscarlo. Vecino a dicha maestranza estaba el cementerio, sin cuidador
nocturno, lo que le permite intentar huir de sus captores por esa ruta. En el cementerio
es capturado, y en los cuarteles torturado y maltratado, muriendo poco después de que le
soltasen. Dado que su madre, Josefina, se negó a encerrarlo en un nicho, ella prefirió un
entierro en tierra, cosa que solo ocurría en el N°291. El escritor Nicomedes Guzmán, en
su novela, La luz viene del mar, coloca a sus personajes de visita al mausoleo de Santa
María, en el Cementerio N°2, entregando una descripción del mismo, más sin detenerse
mucho en el cementerio propiamente tal92.

En febrero de 1961 se comunica al público que la dirección del hospital entregará


nichos a precios convenientes en el Cementerio N°3 a los escasos deudos del N°2 que
quieran trasladar a sus seres queridos. Curiosamente, durante la década de 1950, hubo
familias populares iquiqueñas que siguieron haciendo uso de los “mausoleos” o tumbas
familiares, pagadas hace largo tiempo, y cada año se registró un puñado de entierros.
Por eso le hemos llamado parcialmente abandonado93. La redacción del Tarapacá,
calificó estos entierros como peores que arrojar los fallecidos a un basurero. El motivo
de la remoción era la cercanía del cementerio con las emergentes poblaciones de la
ciudad, en sintonía con el movimiento de pobladores que expandía los límites urbanos
en todo Chile. La población Kennedy (hoy Jorge Inostroza), la Villa Navidad y la Villa
Progreso comenzaban a tener como macabro epicentro el cementerio y, según cuenta la
leyenda urbana, a utilizar partes de este último en la construcción de las precarias
viviendas. Los primeros años de la década de 1960 también corresponden al auge de las

89
Registro de sepultaciones de los cementerios de Iquique. Libro 1952-1960. Estos registros son
propiedad de la Corporación Municipal de Desarrollo Social de Iquique y en la actualidad no se
encuentran abiertos al público. Quien escribe es el primer investigador en tener acceso a dichos
registros. Se espera que, mediante un proyecto de conservación programado para este año 2015,
mejore su estado y se permita el adecuado rescate patrimonial de dicho registro.
90
“Memoria de la tesorería i secretaria de la H. Junta de Beneficencia correspondiente a 1917”, en
Archivo de la Intendencia de Tarapacá, ITAR-1075-N°66.
91
Véase Luis González Centeno, Calicheros, Santiago, Nascimento, 191954. P.199-200 y PP.273 y 274.
92
Nicomedes Guzmán, La luz viene del mar, Santiago, Aconcagua, 1951. P. 192.
93
Registro de sepultaciones de los cementerios de Iquique. Libro 1952-1960
industrias pesqueras, ubicadas al extremo norte de la ciudad y cuyos trabajadores debían
cruzar el cementerio para llegar a sus faenas. Estas circunstancias motivaron una
preocupación de carácter sanitario y moral en las autoridades que tomaron la
determinación, a comienzos de 1961, de remover el cementerio:

“El tétrico espectáculo que ofrece a los cada vez más poblados barrios de
emergencia el cementerio Nº2, tocará a su fin con el traslado en común de todas
las osamentas de seres fallecidos hace ya muchos lustros y cuyos deudos, si es
que existen, no lo hagan particularmente y los sepulten en nichos adquiridos en
los demás cementerios”94.

Los viejos habitantes de Iquique, que dejaron la ciudad tras el fin del Ciclo de
Expansión del Salitre, abandonaron a sus muertos, y los nuevos, que venían del cierre
de las ultimas oficinas salitreras y atraídos por el “olor a dólar” de la incipiente industria
pesquera, fueron los últimos vecinos del viejo cementerio. En un lapso de tiempo que va
desde 1961 hasta abril de 1963, fueron retirados por sus familiares solo 43 cuerpos.
Finalmente tras una larga espera, la dirección del hospital, el municipio y la intendencia,
en un esfuerzo mancomunado, procedieron a remover el cementerio, que ya había
perdido parte importante de su superficie original. De tener 13.000 metros cuadrados
según la memoria de la Junta de beneficencia de 1915, pasó a tener cerca de 7000 al
momento de su remoción final95. Este trabajo se realizó rápidamente, en el año 1967,
coordinado por el Servicio Nacional de Salud, la Intendencia y la Municipalidad. Un ex
trabajador pesquero y pampino, que en aquella época participó con un camión de su
propiedad en las labores de erradicación del cementerio, don Guillermo Muñoz96, nos
aportó algunos datos. El trabajo de remoción del cementerio fue rápido y muy poco
prolijo, incluso nos cuenta que tiene un conocido de la población Jorge Inostroza que
tiene una tumba, vacía, en su patio. En tanto, la arqueóloga Cora Moragas, pudo hablar
en 1997 con funcionarios del Servicio Nacional de Salud de la época, hoy fallecidos,
quienes le relataron que los cuerpos fueron trasladados en un camión a una fosa sólida,
es decir con paredes de cemento a un costado sur oeste del Cementerio N°3, en calle
O’Higgins, llegando a calle Pedro Prado, en lo que hoy es el antejardín del Servicio
Médico Legal. Sin embargo, no los de Santa María. Por algún motivo, los 267
esqueletos fueron trasladados a otra fosa sólida, en el mismo Cementerio N°2 y
quedaron ahí, en el terreno que fue nivelado y ocupado por las poblaciones97. Esto lo
confirma el trabajo de exhumación dirigido por Francisco Telléz, quien no encontró
señales de una masacre en los cadáveres revisados. Encontrarlos sería difícil a estas
alturas, en una zona de la ciudad densamente poblada y de alta conflictividad. “Lo más
triste es que sobre ese cementerio hoy vive la pobreza. Las casas de cartón
reemplazaron al monolito de madera y los niños juegan hoy en medio de huesos y

94
El Tarapacá, Iquique, 2 de abril de 1961.
95
Sergio González Miranda, Ofrenda a una masacre. Claves e indicios históricos de la emancipación
pampina de 1907, Santiago, LOM-UNAP-CIHDE, 2007. P.281.
96
Datos aportados por Guillermo Muñoz, en febrero de 2015.
97
Datos aportados por Cora Moragas vía e-mail en diciembre de 2014. Agradecemos su buena
disposición para con nuestra investigación.
recuerdos”98. Muchas tumbas y osamentas antiguas también quedaron debajo del
terreno, nivelado apresuradamente dado el problema social que constituía.

Los muertos de las diversas hecatombes que vivió la ciudad de Iquique, desde 1868
hasta principios del siglo xx, ya sean de orden epidemiológico o de “razones” humanas,
fueron depositados en este cementerio no para ser recordados, si no que para ser
olvidados, lo que sucedió tarde o temprano. Todos tenían en común su pobreza material,
y ser víctimas de las profundas desigualdades que marcaron la sociedad oligárquica
durante la “cuestión social”. Las masacres y la no-vida infrahumana en conventillos
cortada abruptamente por la peste. El abandono y el olvido convierten al ex Cementerio
N°2 en un cementerio a medias. Un cementerio es un lugar para los vivos, donde los
vivos se reencuentran con su pasado, lo re significan y le dan sentido a su presente y
futuro. A medias es también un punto de inhumación, un depósito de cuerpos sin valor
ni significado para nadie. Dos conceptos distintos, pero que se entrelazan en un mismo
lugar histórico, perdido en el tiempo y la leyenda urbana iquiqueña: el ex Cementerio
N°2 de Iquique99.

Conclusiones

La epidemia de peste bubónica de 1903 en Iquique tuvo un fuerte impacto social con
alcances económicos, pero no alcanzó a ser un desastre humanitario en términos
cuantitativos. Los más duro de la peste fue la puesta en evidencia de las crudas
desigualdades de la sociedad oligárquica de la época de la cuestión social. Estas
desigualdades se expresaban en la vivienda popular, escenario principal de la peste, y el
sentimiento de persecución que generó está en los sectores populares expuestos a ella.
Este sentimiento de persecución se mezclaba con un terror al aislamiento del lazareto, a
la muerte anónima propia y de los seres queridos. Por su parte las autoridades sanitarias,
representantes de lo más avanzado ideológicamente de las clases dominantes de la
época, implementaron medidas que encontraron resistencias a veces pasivas, y otras
veces violentas en los sectores populares. Esto se explica primero, por las
contradicciones de clase, al rechazar la existencia de la epidemia la clase obrera
organizada, como artimaña de las clases dominantes, y luego en el conjunto del pueblo
en general que se veía amenazado, perseguido y privado de rituales esenciales como son
el velorio y el funeral. La peste bubónica de Iquique fue uno de las coyunturas del largo
camino hacia la creación de lo que hoy entendemos por salud pública, camino que
partió con la ausencia total de la salud en los sectores populares y pasó, acto seguido, al

98
Sergio González Miranda, Hombres y mujeres de la pampa salitrera. Tarapacá en el ciclo de expansión
del salitre, op.cit. P.46.
99
El concepto de Punto de Inhumación, lo tomamos de las fosas de inhumación que constituyen el
“cementerio” de coléricos de Renca, olvidado y parcialmente bajo la carretera costanera-norte. Este
aporte teórico en torno a la memoria y el olvido de los fallecidos en coyunturas complejas lo tomamos
de la investigación de Catherine Westfall e Iván Cáceres, Vidas mínimas y muertes anónimas.
Arqueología de la salud pública de Chile. La epidemia de cólera en Santiago, siglo diecinueve, en Canto
Rodado Nº6, Centro de Investigaciones Patrimoniales del Panamá Viejo, 2011.
disciplinamiento compulsivo de las clases subalternas en materias de higiene por parte
del Estado. La epidemia de 1903 fue a su vez parte de una larga historia de epidemias
que dieron forma a la ciudad, estableciendo, a partir de 1868 un cementerio en su
extremo norte. Este cementerio fue copado y creció hasta los límites que su peculiar
ubicación geográfica le permitió. La historia de este cementerio es, a su vez, un reflejo
de la historia de la sociedad iquiqueña desde el comienzo del ciclo de expansión del
salitre hasta la configuración del moderno Iquique. Sus ciclos de auge económico, su
crisis a partir de 1930, su lenta reactivación y los últimos años de la economía salitrera
están marcados en la historia de dicho camposanto, a su vez punto de inhumación. Los
iquiqueños pobres fueron a dar ahí durante su funcionamiento, esos mismos iquiqueños
emigraron, dejando sus recuerdos atrás, con el fin del auge del salitre. Los últimos
pampinos que bajaron del cierre de las últimas oficinas en la década de 1950 y
principios de 1960 crearon la necesidad de su remoción, compartiendo la
discriminación, miseria y marginación de los que allí fueron sepultados. Más de una
vez, arreglos en cañerías y calles en el sector de Villa Progreso, Villa Navidad y
Población Jorge Inostroza han arrojado esqueletos de pobres, “apestosos” o no, para
recordarnos que las desigualdades sociales en materias de vivienda y salud siguen
siendo un desafío pendiente que la sociedad neoliberal ha sido incapaz encarar.
Anexo Fotográfico

Interior del lazareto, originalmente un polvorín ubicado al noreste de la ciudad 100.

Renato Acevedo, 5 años, falleció el mismo día de su entrada al lazareto el 8 de julio de 1903 101.

100
Alejandro del Rio y otros, op.cit. P.195.
101
Ibid. P.204.
Plano de Iquique de 1895. Al norte de la ciudad, debajo del cuadro de la leyenda y de la palabra “Escala”
se ubica el “Cementerio Nuevo”, nombre que tuvo el Cementerio Nº2 en los primeros mapas de la
ciudad102.

102
www.memoriachilena.cl
Iquique hoy: el cuadrado negro representa una ubicación aproximada del ex camposanto 103.

Una de las pocas fotos que se conservan del Cementerio N°2 es la de la inauguración del mausoleo de
Santa María. El resto son fotografías de prensa de muy mala calidad104.

103
Imagen tomada de google earth.
104
www.urbatorium.blogspot.com
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Prensa

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El Cavancha

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Documentos

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Archivo Nacional:

Intendencia de Tarapacá, “Instituciones de beneficencia”–204-Nº32.

Corporación Municipal de Desarrollo Social de Iquique:

Registro de sepultaciones de los cementerios de Iquique. Libro 1952-1960.

*Queremos agradecer al administrador de los cementerios de Iquique, Yercko Toro


Mostajo, su buena voluntad para con nuestra investigación y el mérito de haber
encuadernado y protegido dichos registros.

Otros:

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fragmentos del desierto salitrero, Sergio González Miranda (Selección y estudio),
Santiago, DIBAM-UNAP-CIHDE-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana,
2006.

Entrevistados y/o consultados:

Francisco Téllez, Iquique, noviembre de 2014. Entrevistador: Damián Lo Chávez.

Guillermo Muñoz, Iquique, febrero de 2015. Consultado personalmente.

Cora Moragas, consultada vía correo electrónico, diciembre de 2014.

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