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Fuente A
Tres instituciones cubrieron la necesidad ante el estado de emergencia: El Instituto Municipal de Higiene de
Lima (1902) (…) tenía como funciones crear los sueros y vacunas, vigilancia de remedios y alimentos, análisis
de laboratorios, etc. (…); la Dirección de Salubridad Pública (1903) (…), encargada de los lazaretos y de las
estaciones sanitarias; y la Junta Directiva de la Campaña Contra la Peste Bubónica (1904), dirigida por Juan
Agnoli y financiada por la Beneficencia, la Municipalidad, etc. (...). La Junta dirigida por Agnoli llegó a emplear
a poco más de cien peones encargados de la visita a los domicilios, la caza de roedores, el traslado de los
enfermos al Lazareto y el entierro de los muertos. Agnoli también dirigía a albañiles encargados de tapar las
bocas de las madrigueras de las ratas, echar alquitrán a los zócalos, destruir los tabiques y cielos rasos por
donde podían entrar los roedores y eventualmente destruir las edificaciones. El procedimiento que
habitualmente se seguía cuando era detectado un caso de peste consistía en llevar el enfermo al Lazareto,
aislar a los parientes y fumigar con azufre la vivienda (…). En los casos extremos se destruía la casa del enfermo.
El traslado al Lazareto se hacía en carros de zinc construidos especialmente por la Municipalidad; las camillas
en las que eran transportados los enfermos eran incineradas y los que fallecían eran enterrados rápidamente
en lugares apartados del cementerio. Durante la campaña, Agnoli estableció estrictas medidas, como la
prohibición de que en las casas se críen aves domésticas, perros, cuyes, conejos y gatos, por el temor de que
estos difundiesen la enfermedad, y la clausura temporal de colegios, templos, circos y los lugares donde
existiera aglomeración de personas. (…) Asimismo, para ganar la colaboración de la población, se establecieron
premios pecuniarios. La Municipalidad compró en cinco soles cada rata muerta y pagaba una cantidad parecida
por la denuncia de un enfermo de peste.
Fuente B
Fuente D
Fotos de la peste bubónica en el Callao2
Fuente E
La peste bubónica y los sectores sociales1
Como la mayoría de enfermos provenían de barrios pobres, la peste se convirtió en un mal considerado típico
de la clase baja. Según los datos del Lazareto de Lima, gran parte de los enfermos tenían pesados trabajos
manuales en la calle y en el hogar (como jornaleros, albañiles y peones, 81 casos; lavanderas y domésticas, 47;
y carniceros y otros vendedores de alimentos, 47 casos). Sumados los miembros de todas estas ocupaciones
representaban el 61 por ciento de los 286 casos que registraron su profesión (el total de casos en el Lazareto
fue de 386) (...). De las 386 personas que se atendieron en el Lazareto de Lima hasta enero de 1905, 186 eran
de raza india y 65 mestizos, es decir, un 65 por ciento del total. Ello no indica algún tipo de susceptibilidad
racial, sino que revela la relación entre los bajos ingresos y el escaso acceso a recursos médicos (…). Los mismos
nombres con que se denominaba a los pacientes, “pestosos” o “apestados”, incrementaron la connotación
negativa y el estigma hacia la suciedad, la inmundicia y la enfermedad. Por ello, la negación de la peste fue una
manera de diferenciarse de grupos sociales y condiciones de vida consideradas inferiores. Es decir, la negación
se produjo no solo por el temor al aislamiento y a la fumigación. También, la enfermedad se asociaba con la
miseria, malas condiciones de vivienda y lo que era aún peor: ser considerado chino o serrano, para algunos el
tártaro de la sociedad (...). Los médicos se lamentaban que, en las familias pudientes de Lima, los “ricos
preferían morir de riqueza”, ocultando su mal, antes que admitir que habían caído víctimas de la peste. Los
doctores del Lazareto se quejaron de que, a pesar de que existían pabellones especiales que podían recibir a
personas de recursos, estas preferían atenderse en sus domicilios y la mayoría de enfermos pagantes eran
inmigrantes italianos y japoneses
Fuente F
Peste bubónica y los prejuicios raciales2
La epidemia también reveló los prejuicios raciales hacia la población china. Poco después de conocerse los
primeros casos de personas contagiadas, las autoridades de salud comenzaron a referirse a la enfermedad
como “el flagelo asiático”, perpetuando en el imaginario la responsabilidad de “los amarillos” en la expansión
de la enfermedad (...). Pese a que el origen social y étnico de los infectados era heterogéneo, la prensa y las
autoridades médicas, como el inspector de higiene de Lima, optaron por asociar la enfermedad con la
comunidad china, reforzando los prejuicios ya existentes (…). En 1903, el alcalde de Lima, Federico Elguera,
informaba al director de Guerra que una de las medidas recomendadas para prevenir la epidemia era
desaparecer el “Barrio asiático”. Su destrucción era necesaria para permitir la construcción de una “higiénica
y moderna calle”, y de esa forma llevar a cabo el proyecto de renovación urbana anhelado por las élites
políticas y médicas (…). En mayo de 1909, el nuevo alcalde de Lima y futuro presidente, Guillermo Billinghurst,
procedió a la intervención del callejón Otaiza el 12 de mayo de 1909, con más de 140 efectivos policiales y
militares, los cuales desalojaron a los habitantes y sus enseres.
Fuente G
La destrucción de callejón Otaiza