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En consecuencia, médicos, neurocientíficos e informáticos se han unido a los herederos de Platón y

Aristóteles para discutir qué es el libre albedrío, si lo tenemos o no, y qué nos llevó a creer que lo
teníamos en primer lugar.
"¿Es una ilusión? Ésa es la cuestión", dice Michael Silberstein, filósofo de la ciencia del
Elizabethtown College de Pensilvania (EE UU). Otro interrogante, añade, es si hablar sobre esto en
público avivará las guerras culturales. "Si la gente alucina con la evolución y otras cosas", escribía en
un correo electrónico, "cómo no va a alucinar si los científicos y los filósofos le dicen que no es más
que una avanzada máquina de carne; además, ¿esa conclusión está ahora claramente justificada o es
prematura?".
Daniel C. Dennett, un filósofo y científico cognitivo de la Tufts University que ha escrito mucho
sobre el libre albedrío, dice que "cuando nos planteamos si el libre albedrío es una ilusión o una
realidad, nos asomamos a un abismo. Al parecer, afrontamos una caída en el nihilismo y la
desesperación".
Mark Hallett, un investigador en neurología, dice: "El libre albedrío no existe, sino que es una
percepción, y no un poder o una fuerza impulsora. La gente experimenta el libre albedrío. Tiene la
sensación de ser libre. Cuanto más lo examinas, más te das cuenta de que no lo tienes", afirma.
Esa idea no es nueva, ni mucho menos. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer dijo, como
parafraseó Einstein, que "un ser humano puede hacer lo que quiera, pero no desear lo que quiere".
A Einstein, entre otros, le parecía una idea reconfortante. "El saber que la voluntad no es libre me
protege de perder el buen humor y tomarme demasiado en serio a mí mismo y a los demás seres
humanos como individuos que actúan y juzgan", afirmó.
El grado de consuelo o depresión que esto les produzca quizá dependa de lo que entiendan por libre
albedrío. La definición tradicional se denomina "libertaria" o libre albedrío "profundo". Sostiene que
los humanos son agentes morales libres cuyas acciones no están predeterminadas. Esta escuela de
pensamiento en la práctica dice que toda la cadena de causa y efecto de la historia del universo se
detiene en seco cuando sopesas la carta de postres en un restaurante.
Llegados a ese punto, todo es posible. Sea cual sea su elección, no es forzada y podría haber sido
distinta, pero no es aleatoria. Ustedes son responsables de cualquier daño ocasionado a su cartera o
arterias.
"A mucha gente eso le parece incoherente", comenta Silberstein, que señala que todo sistema físico
que se ha investigado ha resultado ser determinista o aleatorio. "Ambas son malas noticias para el
libre albedrío", asegura. Por tanto, si las acciones humanas no pueden causarse ni son aleatorias, dice,
"debe de ser, ¿qué? ¿Una especie de extraño poder mágico?".
Pero sea lo que sea ese poder -llámenlo alma o espíritu-, esa gente tiene que explicar cómo pudo
independizarse del universo físico y aun así extender el brazo desde el mundo inmaterial e inmiscuirse
en nuestras agitadas neuronas.
Un voto a favor del libre albedrío proviene de algunos físicos, quienes afirman que es un requisito
previo para inventar teorías y planificar experimentos. Eso es particularmente cierto cuando hablamos
de mecánica cuántica, la extraña y paradójica teoría que atribuye una aleatoriedad microscópica a los
cimientos de la realidad. Anton Zeilinger, un físico cuántico de la Universidad de Viena, decía
recientemente que la aleatoriedad cuántica no era "una prueba, sino tan sólo un indicio de que
tenemos voluntad propia".
En algunos experimentos, se ha engañado a sujetos para que crean que están reaccionando a estímulos
que no pueden haber visto con tiempo suficiente como para responder a ellos, o para que se atribuyan
o culpen de cosas que no pueden haber hecho. Pongamos por caso el "experimento vudú" de Dan
Wegner, un psicólogo de Harvard, y Emily Pronin, de Princeton. En él, se invita a dos personas a
jugar al hechicero.
Una persona, el sujeto, lanza una maldición a la otra clavando agujas a un muñeco. Sin embargo, la
segunda persona participa en el experimento y, según ha convenido anteriormente con los médicos,
actúa de manera detestable para caer mal al que clava las agujas, o con simpatía. Al cabo de un rato, la
supuesta víctima se queja de un dolor de cabeza. En los casos en los que la persona había sido
desagradable, el sujeto tendía a hacerse responsable de su dolor de cabeza, un ejemplo del
"pensamiento mágico" que lleva a los aficionados al béisbol a ponerse sus gorras con la parte de
dentro hacia fuera [para traer suerte al equipo]. "Conseguimos que pasara en un laboratorio", dice
Wegner.
¿Es un tipo de pensamiento mágico similar el responsable de la experiencia del libre albedrío?
"Vemos dos puntas del iceberg, el pensamiento y la acción", señala Wegner, "y establecemos una
conexión".
Pero buena parte de la acción se desarrolla bajo la superficie. De hecho, la mente consciente a menudo
supone una carga para muchas actividades. Pensar demasiado puede causar ansiedad a un golfista. La
gente conduce mejor con el piloto automático. Los escritores de ficción afirman escribir en una
especie de trance en el que sencillamente siguen el dictado de las voces y personajes que pueblan su
cabeza, una bendición que, por desgracia, rara vez o nunca se concede a los escritores de no ficción.
Dennett es una de las muchas personas que han intentado redefinir el libre albedrío de un modo que
no implique una huida del mundo materialista, a la vez que ofrece suficiente autonomía para la
responsabilidad moral, que parece ser lo que preocupa a todo el mundo. Según Dennett, la idea
intuitiva tradicional de un libre albedrío distanciado de la causalidad es una tontería exagerada y
metafísica, que refleja una anticuada visión dualista del mundo. Por el contrario, sostiene Dennett,
nuestra inmersión en la causalidad y el mundo material es precisamente lo que nos libera. La
evolución, la historia y la cultura, explica, nos han dotado de sistemas de reacción que nos otorgan la
capacidad única de reflexionar y pensar las cosas e imaginar el futuro. El libre albedrío y el
determinismo pueden coexistir.
"Tenemos todas las variedades de libre albedrío que merece la pena tener", dice Dennett. "Tenemos el
poder de vetar nuestros impulsos y luego vetar nuestros vetos", agrega. "Tenemos el poder de la
imaginación, de ver e imaginar futuros".
©The New York Times
JONATHAN ROSEN (NEW YORK TIMES)
EL INCONSCIENTE PROPONE

En los años setenta, el fisiólogo Benjamin Libet conectó el cerebro de unos voluntarios a un electroencefalógrafo e indicó a dichos voluntarios que
realizaran movimientos aleatorios, como pulsar un botón o chasquear los dedos, mientras anotaba la hora que marcaba un reloj.
Libet descubrió que las señales cerebrales asociadas a esas acciones se producían medio segundo antes de que el sujeto fuera consciente de la decisión
de llevarlas a cabo. El orden de las actividades cerebrales parecía ser percepción del movimiento y luego decisión, y no a la inversa. En resumen: el
cerebro consciente sólo intentaba ponerse al nivel de lo que ya estaba haciendo el cerebro inconsciente. La decisión de actuar era una ilusión.
Los resultados de Libet se han reproducido una y otra vez, junto con otros experimentos que apuntan a que se puede engañar fácilmente a la gente
cuando se trata de asumir la autoría de sus acciones. Los pacientes con tics o ciertas enfermedades, como la corea, no saben si sus movimientos son
voluntarios o involuntarios, señala el neurólogo Mark Hallett.
Naturalmente, casi todo el mundo tiene un punto de vista sobre esos experimentos y sobre si debería emplearse la palabra "ilusión" para describir el
libre albedrío. Libet dice que sus resultados dejan margen para una versión limitada del libre albedrío, encarnada en un poder de veto sobre nuestra
percepción de lo que hacemos. En la práctica, el cerebro inconsciente propone y la mente dispone.
En un ensayo de 1999, Libet escribía que, aunque pudiera parecer que no es gran cosa, era suficiente para satisfacer las normas éticas. "Casi todos los
Diez Mandamientos son órdenes de que no se haga algo", explicaba. Pero eso podría parecer una forma insuficiente y limitada de libre albedrío.

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