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Índice
1. Vida y obras
5. El giro lingüístico
7. La vehemencia ontológica
8. Bibliografía
1. Vida y obras
1.1. Los primeros años: 1913-30
Paul Ricœur nace en febrero de 1913, en vísperas de la Primera Guerra
Mundial, en Valence, al sur de Francia[*]. Él y su hermana Alice perdieron a
sus padres a una edad muy temprana. La madre fallece poco después del
nacimiento de Paul y el padre pierde la vida en septiembre de 1915, en la
batalla del Marne. Huérfanos de ambos padres, Paul y su hermana Alice se
quedan inicialmente con los abuelos paternos. Pero la soledad familiar de
Paul se agrava aún más con la pérdida de su hermana Alice, con apenas
veinte años, a causa de la tuberculosis.
Son los años de mayor auge del estructuralismo con autores como Lévi-
Strauss, que aplica el método en antropología, Michael Foucault en la
historia de las instituciones y Lacan en el psicoanálisis. En este periodo de
vida intelectual en Francia se daba un dinámico intercambio entre
intelectuales que se respetaban entre sí, como cuando Ricœur critica las
teorías de Lévi-Strausss en Esprit, artículo al que sigue un diálogo donde
cada uno defiende su posición. Sin embargo, cuando Ricœur alude a los
hallazgos de Jacques Lacan, los seguidores de este último le atacan hasta
el punto de acusarle de plagio en su obra sobre Freud de 1965. Cuestión
esta de la que debió defenderse públicamente debido a la gravedad que
tales acusaciones entrañaban.
Durante los veranos de 1983, 1985 y 1994, fue invitado por el Papa Juan
Pablo II a unirse a un pequeño grupo de intelectuales, entre los que se
hallaba Emmanuel Levinas, durante varios días en el retiro de verano en
Castel Gandolfo, en las afueras de Roma. Los días se pasaban entre
profundas conversaciones en las que cada uno de los invitados realizaba
una presentación, seguida de largas discusiones.
5. El giro lingüístico
La filosofía hermenéutica tiene su origen en el romanticismo alemán del
s. XIX, a través de autores como Schleiermacher (que comienza por
cuestionarse sobre la noción de interpretación en general) y Dilthey (que
divide la epistemología en ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu).
Más tarde, Heidegger será el artífice de un segundo giro, que va de las
cuestiones epistemológicas a las cuestiones ontológicas, restituyendo el
primado del ser sobre el conocer. La hermenéutica de Ricœur, por su parte,
presenta la peculiaridad de mantener la tradición de la hermenéutica
filológica y bíblica, entendida como método de interpretación o exégesis de
los textos, sobre la base de la revolución ontológica operada por Hegel.
Por otro lado, Ricœur sostiene que la división, operada por Dilthey, entre
la explicación, como método rigurosamente científico y aplicable a las
ciencias naturales, y la comprensión, como método propio de las ciencias
del espíritu, no se contraponen, sino que se complementan. Los modelos
explicativos no se limitan al dominio de las ciencias naturales, en semiótica
y semiología también se han desarrollado sistemas o modelos explicativos.
El estructuralismo, por ejemplo, es una teoría y metodología estrictamente
sistemática que analiza un conjunto de datos considerándolos como una
estructura o sistema de interrelaciones formales. A esta metodología
Ricœur la denomina “explicación estructural”, añadiendo que el discurso
responde a una forma de objetivación que no siempre resulta visible o
evidente y, por tanto, requiere de una explicación. Según Ricœur, el relato
comporta un trabajo de estructuración en el que la explicación es conditio
sine qua non de la comprensión. La especificidad de la hermenéutica es, sin
embargo, el ir más allá de la mera disposición formal del texto hacia lo que
Ricœur, siguiendo a Gadamer, denomina “la cosa del texto”. La expresión
(“la cosa del texto”) apunta a la referencia (en términos de Frege), al mundo,
la realidad que se despliega en el texto y que requiere de la comprensión.
La distinción entre explicación y comprensión, aplicando la primera al
dominio de las ciencias naturales y la segunda al dominio de las ciencias
humanas, no sería, en consecuencia, tan radical como podría parecer.
6. Poética, temporalidad, ipseidad: el
trasfondo heideggeriano de la
hermenéutica de Ricœur
La metáfora viva, Tiempo y narración y Sí mismo como otro son tres
obras mayores de Ricœur cuya característica principal, se podría decir, es
la de constituir una hermenéutica de trasfondo heideggeriano. Las tres
obras conforman un corpus en la medida en que cada una de ellas es la
continuidad de la otra y se sitúan en el período en el que Ricœur se inserta
en el denominado linguistic turn, que entonces (hacia los años 70) afectaba
prácticamente a todas las escuelas filosóficas. A este respecto cabe
destacar que en cada una de estas obras se halla un capítulo final dedicado
a cuestiones de ontología, las cuales constituyen, además, una especie de
discurso paralelo o incluso una réplica al discurso heideggeriano. En el
primer caso, La metáfora viva, Ricœur trata de la metáfora y su estrecha
relación con la poética, en el segundo caso, Tiempo y narración, de la
cuestión del tiempo, y en el tercer caso, Sí mismo como otro, Ricœur
desarrolla una hermenéutica del sí. Cuestiones, todas ellas, centrales en la
obra del autor alemán, Ser y Tiempo.
7. La vehemencia ontológica
La modestia del trabajo filosófico consiste en aceptar que estoy
en el rango, que mi obra, si tiene algún valor, proporcionará a
otros un vis a vis, una posibilidad de oposición o de
continuidad, una provocación a cuestionar mejor, a pensar más
radical y rigurosamente. La investigación de la verdad es, por
tanto, inseparable de un filosofar en común que es la dimensión
histórica de la philosophia perennis.
Esta cita se halla inscrita en una de las paredes de los Archivos del autor,
el Fonds Ricœur en Paris, expresando uno de los rasgos más
característicos de su filosofía: el filosofar en común. Si se ha elegido para
encabezar las cuestiones de ontología general en su obra, se debe a que
para ello es necesario tener presente el diálogo o el debate que entabla con
otros autores. Respecto a las cuestiones de ontología, Ricœur dialoga, en
primer término, con Heidegger en Ser y Tiempo, obra que constituye un
avance respecto a las cuestiones de ontología en la reflexión
contemporánea. No obstante, Ricœur no comparte sus conclusiones,
situándose del lado de autores como Aristóteles y Hegel. La propia
ontología de Heidegger es deudora de la tradición filosófica, particularmente
de Hegel y Aristóteles. Hegel, a su vez, es deudor de la metafísica
aristotélica.
Al tratar de las cuestiones de ontología en la obra de Ricœur se ha de
tener en cuenta que no se resuelven en una especie de sistema ni se hallan
completamente desarrolladas en ninguna de sus obras. De su extensa
producción filosófica, a este respecto, sobresale especialmente la trilogía
de la Metáfora viva, Tiempo y narración, Sí mismo como otro que contienen
un capítulo final dedicado a las cuestiones ontológicas. En Sí mismo como
otro, particularmente el último estudio, de los diez que componen la obra, se
titula: “¿Hacia qué ontología?”
8. Bibliografía
8.1. Obras de Paul Ricœur
DUFRENNE, M., RICŒUR, P., Karl Jaspers et la philosophie de
l’existence (Esprit), Prólogo de K. Jaspers, Seuil, Paris 1947.
—, Sí mismo como otro, traducción de Agustín Neira, Siglo XXI, México
1996.
Antonio Rosmini
Autor: Juan Francisco Franck
Índice
1. Vida y obras
8. Bibliografía
1. Vida y obras
Nació en Rovereto (Italia) el 24 de marzo de 1797. Estudió filosofía de
manera privada y luego teología en Padua. Fue ordenado sacerdote en
1821. En 1826 conoció en Milán a Alessandro Manzoni, con quien
estableció una duradera amistad. Hasta entonces Rosmini había escrito
ensayos sobre temas diversos, atento al panorama cultural: críticas a Ugo
Foscolo y a Melchiorre Gioja por el sensismo y utilitarismo que transmitían a
las nuevas generaciones, ensayos sobre el tema del mal y la divina
Providencia, la unidad de la educación, la situación de la literatura italiana,
etc., escritos reunidos en los dos volúmenes de Opúsculos
Filosóficos (1827-1828). Pero a partir de entonces se convenció de la
necesidad de renovar la filosofía comenzando por el problema del
conocimiento.
Para Rosmini, en toda idea o concepto que tenemos de las cosas cabe
distinguir dos elementos: el pensamiento del ser en general y el de un modo
de ser. Ambos conforman el concepto de una cosa, pero el segundo es una
determinación del primero y se concibe a su luz. Nada puede pensarse –
real, posible, pasado, futuro, etc.– si no se piensa simultáneamente como
algo que es, sobre el trasfondo del ser en general. Este ser, como
determinación del cual se piensa todo lo que se piensa, es intuido
inmediatamente por la inteligencia, ya que mientras todos los conceptos son
formados gracias a él, él mismo no es formado, sino que está supuesto en
todo acto de pensar. A él corresponde propiamente el nombre de idea, en el
sentido de una presencia, mientras que los demás objetos del pensamiento
son mejor llamados conceptos, ya que son concebidos, formados o
pronunciados por la inteligencia (verbum mentis). La idea del ser, por el
contrario, es dada objetivamente, intuida de manera inmediata, recibida y no
formada por ningún acto intelectual.
La idea del ser, luego llamada por Rosmini ser ideal, no muestra por sí
sola el ser particular de ninguna cosa, tampoco del sujeto que conoce,
menos aún de Dios o de algo que cayera fuera de la percepción. Por esa
razón no confiere por sí sola ningún conocimiento completo, sino que es el
principio objetivo de todo conocimiento, ya que contiene en potencia todas
las cosas. El signo de la existencia real es el sentirla o la inferencia a partir
de lo sentido, mientras que la sola idea muestra la posibilidad, que puede
pensarse independientemente de la existencia de la realidad en cuestión.
En virtud de su naturaleza, la idea no se opone al sujeto que la piensa como
una cosa real se distingue de otra cosa real. La idea del ser, y lo mismo
dígase de todo concepto en cuanto tal, no es una cosa particular, sino su
misma posibilidad. Tampoco es un acto del sujeto, que es también individual
y una realidad él mismo, sino el término inmanente de la inteligencia y por
ello es esencialmente objeto de conocimiento. No por no ser una cosa
individual deja de ser objeto, sino al contrario, puesto que las demás cosas,
incluso el mismo sujeto y sus actos, pasan a ser objeto de la mente gracias
a ella, que es objeto por sí misma. Aunque parezca paradójico, sólo la idea
es esencialmente objeto de la inteligencia.
El acto del conocer tiene como término esencial y propio la idea, de modo
que el ser ideal no sólo es objeto sino al mismo tiempo forma de la
inteligencia. De todo esto se sigue que si el medio por el que conocemos
todo lo que conocemos no es conocido en y por sí mismo, ningún
conocimiento sería posible. La idea es entonces al mismo tiempo medio
(quo) y objeto (quod) de conocimiento, y no sería medio si no fuera primero
objeto. Es medio porque por ella el sujeto conoce y es objeto, porque es el
término natural, propio e inmanente del acto intelectivo. La intuición supone
entonces, pero no forma, la idea. Por consiguiente, lo primero conocido, el
objeto primero de la inteligencia, aquello que la actualiza como inteligencia y
que no requiere otra cosa para ser conocido, es el ser universal manifestado
en la idea.
Ahora bien, podemos percibir nuestro cuerpo como cualquier otro, como
cuando miramos nuestra mano. Rosmini llama a esta
percepción extrasubjetiva. Pero cabe una manera subjetiva de sentirlo,
como propio. No podemos separar este doble aspecto de la sensación más
que por abstracción: tan cierta es la dimensión subjetiva como que la
sensación consiste en una modificación producida por un cuerpo distinto.
Este hecho justifica la distinción entre las nociones de cuerpo
exterior y cuerpo propio o subjetivo. Por la estrecha unión del alma y el
cuerpo, toda modificación que éste sufre es sentida inmediatamente.
Nuestro cuerpo es así co-sujeto de la sensación, es sentido como siendo
«una misma cosa con nosotros» [Nuovo Saggio, n. 701]. y participa de la
virtud sensitiva del alma. Podríamos decir que es sentido desde dentro e
incluso que es la materia misma del sentimiento corpóreo. Lo que interesa
destacar sobre todo es que en la base de las sensaciones existe un
sentimiento constante y habitual, dado originariamente y no producido por
los cuerpos externos. Dicho sentimiento es inseparable del sujeto, ya que lo
constituye esencialmente. Por lo tanto, «no se trata (…) de investigar cómo
nace el sentir, sino de saber cómo se modifica y de él nace la sensación»
[Nuovo Saggio, n. 717].
Rosmini estaba tan convencido de que nadie era capaz de añadir una
sola verdad fundamental al depósito del conocimiento como de que la
filosofía necesitaba alcanzar una forma más madura. Consideraba una ley
intrínseca al pensamiento humano que éste debiera pasar por tres etapas:
el pensar común o imperfecto, el pensar dialéctico o crítico y el pensar
absoluto. El pensar común consiste en los juicios formados
espontáneamente a partir de las sensaciones; es el que empleamos
normalmente y sobre él están edificadas, para Rosmini, la lógica y la
metafísica de Aristóteles. Alcanza la verdad, aunque una verdad parcial.
Debido a la limitación del pensar común, el entendimiento cree caer en
contradicciones o incongruencias y se ve enfrentado a otras tantas
antinomias. Se desalienta, ya que se creía en posesión de una verdad
absoluta, y su combate por resolver las antinomias es lo que se denomina
pensar dialéctico. En esta etapa intermedia se sitúan sobre todo los
pensadores alemanes de Kant a Hegel, que sintieron fuertemente los
problemas que están a la base de la ontología, pero que, también según
Rosmini, no lograron abordarlos adecuadamente. Se trata de problemas
clásicos, pero presentados de manera radicalmente nueva. Dependiendo de
la confianza en la razón que tenga el filósofo que advierte las dificultades
del pensar común, el resultado será una filosofía escéptica o el pensar
absoluto, en el que se resuelven las aparentes contradicciones. El pensar
absoluto sería la Teosofía, obra en la que Rosmini expone la teoría de las
tres formas del ser (ideal, real y moral) y que completa el arco que había
comenzado a tender con la publicación del Nuevo ensayo (Nuovo Saggio).
Allí, igual que en la Psicología, había distinguido entre la forma ideal y la
forma real del ser. La distinción no anulaba una especie de identidad, ya
que lo mismo que se daba como real en el sentimiento existía como término
ideal de la inteligencia. La diferencia, siendo de algún modo máxima, no
impedía que lo mismo que existía en una forma existiera también en la otra.
La preocupación del Nuevo ensayo era, como es lógico pensar, la de
asegurar la forma ideal del ser: «el ser ideal es una entidad de una
naturaleza peculiar, que no se puede confundir ni con nuestro espíritu ni con
los cuerpos, ni con ninguna otra cosa que pertenezca al ser real. Por lo
tanto, sería un error gravísimo creer que el ser ideal o la idea no fuese nada,
porque no pertenece a ese género de cosas que entran en nuestros
sentimientos. Antes bien, el ser ideal, la idea, es una entidad sumamente
verdadera y nobilísima (…). Es verdad que no se puede definir, pero se
puede analizar, o decir lo que experimentamos de ella, a saber que es la luz
del espíritu» [Nuovo saggio, nn. 555-556. Ver también Psicologia, nn. 895-
896]. Y la Psicología se ocupaba principalmente del ser real que es el
hombre y analiza el sentimiento fundamental racional, es decir corpóreo o
animal e intelectivo a un tiempo. Aunque allí también se menciona el ser
moral, la deducción de éste se encuentra en la Teosofía. A pesar de su
dificultad vale la pena transcribir el párrafo en el que se muestra no sólo la
necesidad de la tercera forma del ser, sino su identidad con las dos
primeras, no menos que su distinción.
8. Bibliografía
8.1. Ediciones de las obras de Rosmini
Edizione Nazionale delle opere di Antonio Rosmini. Promovida por Enrico
Castelli, comenzó en 1934 y se interrumpió en 1977. Alcanzó cuarenta y
nueve volúmenes. De esta edición se cita aquí: Filosofia del diritto,
ed. ORECCHIA, R., vols. 35-40, Padua 1967-1969.
Delle cinque piaghe della Santa Chiesa, ed. VALLE, A., vol. 56,
1998.
Filosofia della politica, ed. D’ADDIO, M., vol. 33, 1997.