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Colección Narrativa
2019
Martinez, Fabio
El grupo anti-pop del norte argentino / Fabio Martinez. - 1a ed . -
Córdoba : Borde Perdido Editora, 2019.
52 p. ; 21 x 14 cm.
ISBN 978-987-3942-74-7
Ficha Técnica
Borde Perdido Editora
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con un tipo que llegó con una empresa petrolera y lo que
empezó como algo casual, sin compromisos se volvió serio.
Por una parte fue un alivio, de golpe me encontré con más
libertad para hacer lo que quisiera como jugar al fútbol hasta
altas horas de la noche, andar en bici, ir al río con amigos y
tirarnos por las bajadas que tenía. Volver a casa con la ropa
mojada. Ahora que lo recuerdo puedo decir que ese año, el
del séptimo grado, fue uno de los mejores que viví. Dejé de
preguntarle a mamá por mi padre y además, el Rey Sol creció,
se le enruló el cabello y yo seguía con el pelo largo y lacio.
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y en la canchita del barrio me decían el Pájaro como a Caniggia.
Amaba ese apodo. Pero ese día, en el colegio, no me dejaron
pasar. La Madre Superiora y la directora nos detuvieron en la
puerta. Estábamos con mamá. Los chicos y chicas ya estaban
formados por curso, de un lado lo más pequeños y los más
grande del otro. Lo único que los diferenciaba era la altura y
la contextura física. Si uno lo miraba de lejos el uniforme, de
alguna manera, los volvía idénticos.
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Tatín me tocaba el pelo y a cada rato decía:
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bronca.
—Putazo —dijo.
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Estábamos en el canchón del colegio y el piso era de baldosa
lisa. Yo también levanté las manos y así nos quedamos un buen
rato, girábamos sin soltar un solo golpe como boxeadores en
un primer round. Los demás armaron un círculo alrededor
nuestro. Miraban expectantes pero sin decir ni una palabra.
Bomba lanzó un gancho boleado, que si me agarraba me
sacaba la cabeza. Me hice para atrás, lo esquivé y Bomba cayó
al piso de rodillas, se había resbalado. Lo tenía a mi merced
y aproveché la oportunidad, le pegué un gancho en el medio
del ojo a lo Ken del Street Fighter. ¡Shoryuken! Bomba quedó
en el suelo. Me di vuelta y encaré a los demás, estaba lleno de
furia.
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Dos
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consciente de sus encantos y de lo que producía. En cambio,
Celeste tenía el pelo negro y lacio y era flaquita, los chicos le
decían la nadadora, nada por delante, nada por atrás.
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sentábamos en los canteros y comíamos y charlábamos. Así
me enteré de que se llevaba muy mal con la hermana, de que
casi no se hablaban porque era muy mandona.
—Nada —contesté.
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Acepté sin dudarlo y en lo único en que pensé el resto de la
mañana fue en Celeste. Cada segundo que pasaba la veía ahí,
sentada cerca de la ventana con el sol que iluminaba parte de
su cabello y su cara y los cubría de luz y, las partículas de polvo
que flotaban alrededor, era tan hermosa.
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—Pasá —dijo.
—Permiso —dije.
—¿Y Celeste?
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—Ya viene, fue a dejarle unos papeles a mi viejo.
Soy como quiero ser sonaba a volumen bajo y pasé la crema por
los hombros de manera tímida, sin tocarla demasiado y otra
vez pensé en Celeste y rogué que llegara pronto y entonces,
Azul llevó la mano al nudo de la toalla y con delicadeza la
desanudó. La toalla cayó al piso y quedó desnuda. También
se sacó la toalla que tenía en la cabeza y el cabello dorado le
cubrió la espalda. El aroma a manzanilla me obnubiló. Dejé de
pensar en Celeste. Azul invadió mi cabeza. Los chicos tenían
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razón, era increíblemente hermosa y desnuda, perfecta. Se dio
vuelta y me besó. Sentí la lengua que se introducía en mi boca.
Me apretó a su cuerpo y gimió pero de una manera exagerada.
Me llevó a la cama y con torpeza logré sacarme los pantalones.
Ella no paraba de gemir y yo creía que ya me venía. Nunca
antes había estado con una chica, es más, nunca había besado
a nadie. Esperaba que Celeste fuera mi primer beso y las
cosas de la vida me llevaban a que Azul, la hermana, fuera mi
primera vez. Me bajé el pantalón y el calzoncillo como pude y
no sé si entré o no, pero apenas estuve arriba suyo empujé un
poco y acabé. De golpe el deseo y los gemidos y las caricias y
los besos se acabaron y… otra vez pensé en Celeste y sentí un
hueco en el estómago. Me quedé un largo rato con la cabeza
oculta en su hombro. Azul me acarició la mejilla y me besó en
la frente.
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Tr es
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vez, me volvieron las ganas de saber de mi padre. Entonces
si salía del cuarto era para una sola cosa: preguntar por papá.
Mi verdadero papá. Quién había sido, dónde vivía, por qué se
había ido. Esas mismas preguntas se las hacía a mi madre y a
mis tías y ninguna sabía muy bien qué decirme. Me enojaba,
volvía al cuarto y a mi ostracismo.
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C u atr o
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Se subió a la camioneta, me levantó el pulgar y arrancó.
Chukuna me dio la mano de manera dócil y pasamos derecho
al fondo, allí había otra habitación. Entramos y estaba llena
de instrumentos: una batería armada sin los platillos, dos
guitarras criollas apoyadas en la pared, un bombo legüero, tres
pies de micrófono, un montón de sikus de varios tamaños,
como cinco bafles, una consola y cables que se cruzaban por el
suelo. En la pared colgaba un póster gigante de Los Chukunas.
Eran como nueve, estaban vestidos con poncho blanco y
sombrero de colla. A un costado, con una sonrisa espléndida y
la guitarra en la mano estaba Chukuna. Lo primero que pensé
fue qué mierda hago acá. Si había algo que odiaba tanto como
a Luis Miguel era el folklore. También pensé en Sergio Luis,
lo poco que me conocía y deduje que comprarme el bajo y
traerme hasta acá era solo para sacarme un poco de casa y
dejarlos tranquilos. Me dio mucha bronca y pensé en irme
pero Chukuna sonreía y me daba cosa marcharme sin ninguna
explicación.
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un roquero profesional. El riff envolvió la habitación y fue
como si despertara después de varios meses, como si un rayo
me diera de lleno. Abrí los ojos bien grandes y observé los
dedos de Chukuna, se movían de manera sincronizada como
si bailaran sobre las cuerdas.
Había otros alumnos pero eran más chicos que yo. A veces
teníamos clases juntos y queríamos tocar una canción pero
éramos un desastre, lo más parecido a la banda del Chavo del
8, cada uno tocaba en una nota distinta.
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los dedos o te daba una fotocopia con un riff y se iba. Lo que
más bronca me daba era que nunca podía hacer sonar el bajo
como él lo hacía. Nosotros tampoco colaborábamos mucho
porque íbamos a cualquier horario y nos quedábamos hasta
tarde. Cuando éramos muchos los sonidos se mezclaban y uno
salía aturdido. A pesar de que Chukuna era un referente del
folcklore lo que sonaba en esa habitación en gran medida era
rock.
—P-U-T-A-Z-O.
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Así, acentuado cada letra. Me dio bronca pero no supe qué
hacer porque ella ahí nomás se levantó y se fue a conversar
con otro chico. Fui hasta donde estaba Chukuna y me quejé
como un niño.
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bien cortito y que me rapara a los costados. Esa noche me
vestí de negro y con el nuevo corte de pelo me sentí diferente,
más grande, más extraño, más rockero y eso me encantó. En
cambio mamá quiso llorar.
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hicimos grupo un par de veces y regresé a su casa. Le conté
que estaba en una banda de rock, no sé porqué lo hice. Tal
vez no supe qué decir en ese momento. También le hablé de
Chukuna y de Nazarena y de su forma de cantar y tocar la
guitarra.
—Na, me odia.
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puerta le pregunté:
Uff. Ella siempre andaba con una libreta con las hojas
repletas de frases que no sé de dónde las sacaba. Yo también
me compré una para anotar esas palabras que me decía. Me
fascinaba la manera en que hablaba. Mezclaba frases copadas
con palabras simples como “man”, “joya”, “piola”, “máquina”.
A partir de ese momento, Naza se convirtió en un faro. A
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donde ella decía que teníamos que ir, yo iba, sin preguntar
ni cuestionar nada. Si la vida era un camino al precipicio era
preferible transitarlo junto a ella. Obviamente no me quedó
otra que imitarla. Entonces cuando ella fumaba y me ofrecía
una seca yo también fumaba, a veces caía con una petaca de
licor y entonces yo también tomaba y aunque a muchos de mis
compañeros les parecía una estupidez lo que hacía, y más de
uno se acercó y me preguntó por qué yo, que era “tan fachero”,
andaba con una chica así; en ese tiempo, se los aseguro, la pasé
muy bien. Con Nazarena me di cuenta por qué odiaba a Luis
Miguel y a todo lo pop que circulaba en los medios.
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Frases que no sé de dónde las sacaba pero sonaban geniales.
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Cinco
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mensaje. Si no sos vos, el grupo anti-pop del norte argentino
te va a buscar y te va a dar tu merecido.
Uff. Otra vez muchos uff. Esa chica sí que sabía convencer.
El problema era que nuestro grupo anti-pop del norte
argentino estaba compuesto solo por dos personas: ella y yo.
Necesitábamos por lo menos un integrante más y que sea
grandote y fuerte y que odie al pop tanto como nosotros.
La primer persona que se cruzó por mi cabeza fue el Negro
Martin. En el tiempo que estuve en la nebulosa él fue a casa
varias veces. Creo que mamá lo había llamado. El Negro era
de pocas palabras así que solo pasaba, se sentaba en el suelo,
apoyaba la espalda en la pared y se quedaba sin decir nada,
escuchábamos un disco entero y luego se iba.
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a llegar supongo y además me parecía que no tenía nada
interesante que hacer así que se nos unió. Con tres tequilas
festejamos la llegada del nuevo integrante al grupo.
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con la cabeza como forma de saludo.
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—Soltá la tijera. Vamos mano a mano, cagona —dijo.
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caminé hasta las vías y me senté junto al Negro. Pensé en dos
cosas. La primera aparición en público del grupo anti-pop del
norte argentino había sido un fracaso y a mí me noquearon
por primera vez en mi vida y de un solo derechazo.
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la banda del verdadero Cae, en sus inicios había sido de metal y
sonaba bastante bien. Se lo dije a Naza pero ella fue inflexible.
Naza sabía que Cae abría el pub tipo siete de la tarde. Barría
la vereda, sacaba las sillas y mesas, encendía las luces, cargaba
las botellas al freezer y tipo nueve o diez de la noche caía la
novia y mucho más tarde los clientes.
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heladeras cuatro vasos fríos y fue hasta al patio a buscar una
cerveza que tenía en un tacho con hielo.
—Perdón —dijo.
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Con el Negro Martin nos quedamos en silencio. No hizo
falta que preguntáramos nada. Cae habló solo. Soy un estúpido,
repitió varias veces y de la barra sacó una botella de tequila y
un vaso pequeño. Se sirvió y tomó de un trago. Pensé, hoy se
toma así, de un saque, entonces yo también me bajé la cerveza
de un trago y Cae me volvió a llenar el vaso de cerveza y le
agregó un chorro de tequila y brindamos, otra vez.
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Pero nada estuvo bien, era Tartagal, fines de los ochenta y las
amigas y los amigos le dieron la espalda. La dejaron de invitar
a fiestas, dijeron que el padre era un enfermo, que le pagaba a
adolescentes para hacerle sexo oral en las vías del ferrocarril
y Majo lloró y mucho y, por primera vez en la vida entendió
que el mundo podía ser un lugar horrible y oscuro. Miró hacía
el fondo y allí estaba Cae. Ese dolor, esa forma de entender la
vida los unió. A partir de ese momento Cae fue su compañero,
su sostén. A él se le pasó la época del acné, se dejó el pelo largo,
creció, Bravo se puso de moda, empezó a usar esos pañuelos
en la cabeza y sobre todo Majo a su lado elevó su cotización
entre las mujeres. Pusieron el bar y llegaron las mentiras. Cae,
esa noche, nos confesó que se levantaba a la mañana y la veía
a Majo a su lado, desnuda, el pelo largo y ruludo, la piel suave
y las curvas perfectas y pensaba “esto no puede durar para
siempre”. Y fue en esa época que la engañó por primera vez
con la chica que vendía las bolsas de maní y papas. Y no paró
más. Cualquiera que se fijara en él, que le sonriera un poco,
que mostrara un mínimo interés, él atacaba como un lobo. No
sentía nada, y después se arrepentía y se preguntaba por qué lo
hacía. Entre esas chicas había estado Naza.
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terribles de abrazarlo.
—Dejala, ya se le va a pasar—dijo.
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Cae fue hasta el fondo y apareció con un cinto y una hebilla.
Era sorprendente cómo habíamos pasado de la emoción a la
furia. Estábamos listos. Micheal llegaba temprano al boliche,
apenas abrían y ese era el momento en que teníamos que
atacar. Lo íbamos a moler a cintarazos. El único problema
era que Majo todavía no llegaba. Entonces como para seguir
en movimiento Cae cambió el CD y le subió el volumen al
equipo, sonó un tema de Sandro, de esos movidos y la voz del
Gitano envolvió el ambiente y bailamos. Bailamos los cuatro.
Pero no en ronda y mucho menos en pareja, cada uno por su
lado. Yo nunca había bailado pero esa noche moví las piernas
a lo Elvis Presley, el Negro Martin también se tiró unos pasos.
Naza bailaba de una manera particular, con las manos en los
bolsillos se movía de un lado para el otro, la mirada clavada en
el suelo y Cae estaba poseído, movía los brazos, los extendía
como si fueran alas y las replegaba, hacía algo con los dedos que
era hipnotizante. Tenía dedos largos y huesudos. La música, el
alcohol, el baile y las historias transformaron la noche y fue
como si el tiempo se detuviera y en vez de bailar estuviéramos
flotando o por lo menos eso fue lo que creía en ese momento.
Estábamos tan enfrascados que tardamos varios minutos en
darnos cuentas de que Majo estaba en la puerta y nos miraba
maravillada. Qué linda era y qué sonrisa espléndida tenía. Ella
también se puso a bailar y no sé si fueron los movimientos de
Cae o la manera en que movía las manos y las caderas pero
las llaves, las traiciones, la separación quedaron en el olvido y
Majo y Cae siguieron bailando, uno en frente del otro, cerca,
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bien cerca y los ojos de Majo, hermosos y llenos de vida
clavados como una flecha en su novio.
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a carcajadas, eran como diez. Apenas me vieron se levantaron
y me saludaron con un abrazo. Recordé que era el cumpleaños
de Bomba y que me había invitado. Entonces lo felicité y me
senté junto a ellos y me sirvieron un vaso de cerveza y tomé
de un solo trago como lo hacía el amigo Cae en el pub y ellos
me preguntaron en qué andaba y yo les dije que venía con mis
amigos a molerlo a golpes a Michael Jackson y uno dijo que
estaba bien porque era un carteludo, en cambio otro dijo que
Michael era re piola. La cosa fue que me sirvieron más cerveza
y levantamos las copas y brindamos por Bomba y yo grité
con todo lo que daba mi voz “cómo están esta noche” y los
pibes estallaron en carcajadas y en un momento nos paramos
y Bomba me dio una invitación y antes de las dos de la mañana
entramos al boliche.
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escote increíble. Me cortó el camino y se llevó el dedo índice
a la boca y lo chupó. Acá, quiero el beso, pendejo, dijo. Yo le
puse la mejilla, bien de costado y ella se acercó, sacó la lengua
y me lamió.
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chica lunar. Parecía que se divertía. Bajé las escaleras, esquivé
un par de personas y fui hasta donde estaba. Me peiné con
la mano y pensé mil maneras distintas de pedirle que bailara
conmigo pero llegué y me quedé mudo. Ella se dio vuelta y
me sonrió, con esa sonrisa espléndida y me abrazó bien fuerte.
Me acarició la trencita y sentí que las partículas de nuestros
cuerpos se acercaban tanto que iban a explotar y juro que el
mundo se detuvo y el resto de las personas desaparecieron
atrás de la música y las luces. Ella y yo flotamos en la nada,
como si estuviéramos en el espacio sideral.
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Agradecimientos y dedicatoria
Gracias a Mariana, Juani y Osvaldo por tanto amor cuando más hace falta.