fragmentos sobre un imposible borde en el que la desnuda carne reconoce su primer encuentro con el sol, violenta intemperie de esta orilla en la que las pieles fueron arrancadas por el esplendor del mediodía y se secan sobre fósiles que esperan acumulándose como inhumano sedimento, mientras la sal de todos los abismos vuelve infinitamente sobre la arena tras fugarse del maderamen más preciado de todos los naufragios, esa arboladura que no cesa de hundirse buscando ciegamente el centro de la tierra, la ebriedad de esos barcos se ha convertido en una vieja canción de cuna que nada dice a aquellos que han preservado su vigilia durante las tormentas nocturnas.
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No hay nada que descifrar en esos restos
que el sol y el viento deshacen sobre los farallones del faro del fin del mundo, jirones de una oscura bitácora escrita en un idioma perdido para siempre, trazando rutas cuyo único secreto es que conducen a un oscuro desastre, destino de incontables ahogados que gravitan en el seno de una vasta catedral sumergida cuya música se alimentaba de tempestades, ninguno de ellos vio constelaciones antes de apostar en el hundimiento final, equivocaron la elección del instrumento no eran dados sino arpones en manos firmes dispuestas a arriesgarlo todo en un último golpe contra el Leviatán.
Entonces no existían en esa costa
condominios para nuevos ricos o esa proliferación de hoteles de lujo, marinas para yates o veleros ni siquiera se había construido el faro de Punta Ballenas, pero existía el otro, el fantasmal, el faro del Fin del mundo y su penumbra asediada por tormentas invisibles en el vórtice de la eternidad allí conversaban Rimbaud y Julio Verne, 3
examinando mapas de rutas marinas
pero sin llegar a decidir si el barco ebrio sería finalmente hundido o tomado por el capitán del Nautilus, encuentros de dos huéspedes nocturnos en la cima de una torre de reflejos malditos hasta cierta madrugada en que decidiste tomar sus dos libros y abandonarlos entre las grietas de un farallón extremo sabiendo que la resaca los destruiría pero dejando, entre las piedras, una frágil claridad como esa que a veces entrevemos cuando estamos dormidos y soñamos.
Entre estos arrecifes se preserva
el momento impensable en que nació el viento, fracturada memoria geológica de un milagro de fuego respirable entre sus grietas o intersticios, fisuras labradas por inhumano orfebre bloques quebrados aparejando una embarcación que intentaba vencer al mar por medio de ilimitada guerra, aire engendrado por lava y fuego 4
que deja su dura ofrenda
a todas las tempestades, sobre estas piedras devastadas que nunca dejarán de soñar con el encuentro definitivo con una proa a la deriva.
Una cabeza de medusa
como mascarón de proa depositada por el oleaje de la tormenta sobre estos desolados arrecifes, ofrenda para ejércitos vueltos piedra antes de entrar en combate con el monstruo, la eternidad es una salvaje escultora que escarba hasta dar con la transparencia del abismo en el seno de estas piedras, inhumana claridad de una belleza sin testigos, incontables huesos de ahogados se han mezclado con la arena que el viento dispersa entre algas y caracolas quemadas por la terca fidelidad del rayo y es que en esta playa la destrucción es tan extrema que hasta la misma muerte tendrá que morir.