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Instituto tecnológico

superior de las Choapas

MATERIA: análisis de la
realidad nacional.

Docente: ing. Santos Argenis


González Olan

Alumno(@): Laisell Sánchez


Sánchez

Grado: 2° Grupo: “B"

Actividad: ensayo de identidad


nacional
Ensayo sobre la identidad
nacional
Para declararse mexicano, uno debe serlo más que de nacimiento, de

aculturación. No basta haber nacido aquí, ni haberse nacionalizado, o ser hijo

de mexicanos. El hijo de extranjeros que nace aquí pero nunca se quedó a

vivir su nacionalidad, puede adoptar otras idiosincrasias; el que se nacionaliza,

tiene cierta posibilidad de aculturarse, y con ello, adoptar las tradiciones, vicios

y costumbres de este país; el que es hijo de mexicanos y lo llevan lejos, hereda

de sus padres esto que traemos en el habla, en la cara y en el sentido del

humor, y que nos hace diferentes a todos los habitantes de este planeta.
Octavio Paz, en su ensayo “Mascaras mexicanas” presenta sus reflexiones
sobre las caretas que él y la mexicana contemporáneos, usamos para ocultar
o disimular la pureza de nuestro sentir, pensar, actuar y devenir.
México, país con alma. Pero con un alma atormentada por las tiranías
prehispánicas, y el saqueo gachupín. País colorido, rebelde pero agachado;
florido pero pisoteado; folklórico pero contaminado: cósmico pero
enmascarado; ortodoxo pero permisivo.
Mexicano celoso de su intimidad, rejego a la socialización abierta y confesa.
Practicante de un lenguaje tradicional colmado de metáforas, frases populares
y albur. La cultura del piropo y el chiste sexista. Las trampas verbales e
ingeniosas, combinaciones lingüísticas que confunden y atrapan en una red.
Un modo de habla que estigmatiza, colmado de denominaciones y títulos que
reflejan un carácter, en su literatura y su folklor. Donde lo importante es
siempre herir al contrario. Ente social que reacciona por su preservación y
defensa.
Paz dice que los mexicanos nos apropiamos de formas ajenas, amantes de la
desnudez pero con hostilidad y recelo. La frecuencia con la que usamos el
sarcasmo, la ironía, la sátira es una insistencia de ocultar mensajes. Y que no
obstante, nos jugamos sucio a nosotros mismos, nuestra espontaneidad se
venga de la represión.
Mexicanos amantes de la forma cerrada, verdugos de lo que se raja o se abre.
Lo vemos en la reproducción artesanal, amante del orden, obediente de
ciertos principios. Perseguidor de la estabilidad y la seguridad, servidores de
esas máscaras.
Ser mexicano no siempre es un orgullo, tenemos una larga cola varias veces
pisoteada. Nos pisoteamos entre nosotros; el mexicano se pisotea a sí mismo.
La concepción de la vida es un sufrir, tanto hombres como mujeres jugamos el
apremiante juego de “la basurita”: donde nos tiramos para que nos levanten,
y si no nos levantan, mejor.
De ese hacernos las víctimas es que toma sentido el “¡ya vine a molestarte,
comadrita!”, o el “mesero, lo molesto con un vaso de agua…” el “ya vine a
darte lata”, el emplear insultos como pseudónimos o muestras de afecto.
Simpatizamos con el otro al jugar a hacer sentir al interlocutor una víctima. En
qué problema metemos a los traductores, sobre todo europeos u occidentales,
cuando deben subtitular cine mexicano o literatura contemporáneos.
En cuanto a la mujer. Es tema aparte. Ella es una sufrida, imagen indirecta de
su señor marido o padre. Objeto sin voz, sin deseos propios, pecadora, sin
voluntad. Mujer que espera y desdeña. Piadosa, dura y estricta. De sexo
rajado, como dice Octavio Paz, maldito.
Mujeres mexicanas que niegan su sexualidad, su cuerpo. Propicias a cánceres.
Vulnerables, generadoras y multiplicadoras de machismo, simpatizantes de la
cosificación de nuestros cuerpos. Partidarias de ser lomos depositarios de
valores, moldes de otras generaciones de mexicanos enmascarados. Papel
protagónico en la epístola matrimonial.
Mujer reproductora de acusaciones y caretas. Reprobación y escándalo
familiar ante la mujer cosmopolita que decide no casarse: amasiato; o no tener
hijos: machorra. Escándalos que se traducen en verdaderos reclamos de tener
incrustadas las máscaras de la tradición, el orden y la moralidad.
Leer a Octavio Paz, me hace recordar mucho esas canciones rancheras que
presentan al macho enamorado, a la mujer piadosa, y/o la contraparte, a la
mujer burlesca del amor masculino y su debilidad, vista como hipócrita,
malvada y rapaz.
De ahí la evasión de una relación sincera. Miedo al abandono, odia a sí mismo
por ablandarse para con el otro. A que el otro nos viole, más que
conquistarnos. Y vuelta al placer de la victimización.
Por otro lado, el mexicano se disfraza también de patriota; tiene también la
máscara solidaria, esa que tiende la mano ante la desgracia del país vecino;
orgulloso de sus artistas, deportistas y científicos. Los mexicanos somos
celosos, escribimos ensayos sobre la identidad en los que nos enorgullecemos
de nuestro patrimonio histórico. Nos jactamos de poseer una gran
riqueza cultural, aunque la gran mayoría resuma
en tequila, tacos y banderitas tricolor su nacionalismo.
El mexicano se educa, se instruye, incluso se autoanaliza conforme las
sociedades se van modernizando, y nos hacemos conscientes de nuestras
máscaras. No obstante, la esencia permanece, exageramos en la mentira y
caemos en la sinceridad; exageramos en la sinceridad y resolvemos en formas
más refinadas de mentira (parafraseando a Rodolfo Usigli).
Disimulamos todo, nuestra naturaleza maligna y benigna. Transparentamos la
presencia del otro, nos ninguneamos. Nos inyectamos de soberbia, nos
negamos, nos mimetizamos pero permanecemos siendo nada.
No es fácil ser mexicano. Uno no puede descansar a pierna suelta, nomás. Uno
se anda cuidando de que no le pasen por encima, aún por encima de su papel
de pobre, de martirizado. Ser de este devenir histórico y cultural; no todos
conservamos los recuerdos, pero sí una memoria ancestral que se deja ver en
todas estas conductas sociales. México: donde matamos a los héroes, para
alzarles monumentos. México: tan faltos de todo y tan llenos de máscaras.

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