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DOMINGO, LA PALABRA ITINERANTE

Monición
“Domingo y sus compañeros van a pie y no a caballo, de pueblo en pueblo, de
villa en villa, como el mismo”. Domingo predica acompañado del evangelio
de Mateo, de las cartas de San Pablo, muy ligero de equipaje y a pie recorre
los lugares que sean necesarios, es una predicación ambulante, entre Bolonia,
Prouille, París, Roma, a tiempo y a destiempo. Una predicación desinstalada,
con pocos recursos, es mendicante. Domingo junto a sus hermanos buscan la
comida puerta a puerta. Nada le ata para ir a predicar. Humberto de Romanis
profundiza en el sentido de la itinerancia en la Biblia por ello llega a decir que
“los predicadores son como los pies”, porque es propio de su oficio caminar”.
Domingo piensa que el trigo amontonado no sirve se pudre, por ello gesta un
movimiento profundamente evangélico enviando a sus compañeros, primero a
estudiar y llevando lo mínimo para subsistir, es lo que se llama pentecostés
dominicano.
1Timoteo (2, 1-5)
1En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir en su reino y
que juzgará a los vivos y a los muertos, te doy este solemne
encargo: 2Predica la Palabra; persiste en hacerlo, sea o no sea
oportuno; corrige, reprende y anima con mucha paciencia, sin dejar de
enseñar. 3Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana
doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de
maestros que les digan las novelerías que quieren oír. 4Dejarán de
escuchar la verdad y se volverán a los mitos. 5Tú, por el contrario, sé
prudente en todas las circunstancias, soporta los sufrimientos, dedícate
a la evangelización; cumple con los deberes de tu ministerio.
Reflexión
El siglo XIII verá nacer a la teología como ciencia, “la sacra doctrina‟, elaboración racional y
sistemática sobre la revelación de Dios según la Biblia”. Se distinguen en la escolástica medieval
dos corrientes, ambas inspiradas en el mismo ideal evangélico, una de ellas es la escuela monástica,
autodenominada Schola Christi, y la otra es la escuela dialéctico-teológica de los Maestros. Esta
realidad eclesial da origen a movimientos laicales que no tienen espacio y cabida en la Iglesia para
vivir su fe cristiana. Son movimientos que nacen como resultado y respuesta ante la crisis de la
Iglesia, son formas de apostólicos como: Pobres de Lyon, Valdenses, Cátaros, Humillados, Pobres
de Cristo, Hermanos del libre espíritu, etc. Todos ellos con la búsqueda de vivir el ideal de la
comunidad primitiva, que ponían los bienes en común y predicaban desde la pobreza. Del mismo
modo surgirán órdenes religiosas como denuncia a la Iglesia debilitada, en atención a un clero
absorbido por la administración de bienes temporales, con poco o nada de celo apostólico y bastante
ignorante, obispos responsables de la predicación y la enseñanza de la fe quienes ejercían
ocasionalmente este ministerio, ahora cuestionados por los laicos y seglares los cuales protestan y
exigen una vida apostólica, itinerante y de pobres.
Son los tiempos de Francisco de Asís y de Domingo de Guzmán, siglos XII y XIII. Para Domingo
esta situación se convierte en un desafío la presencia de los cátaros o albigenses, quienes descienden
de los maniqueos, provenientes de oriente. Instalados en el norte de Italia y sur de Francia, estos
laicos inquietos por las cosas de Dios, con una predicación acompañada de un estilo de vida pobre
en ausencia del clero, todo ello no es más que una fuerza y una voz del espíritu que le impulsará a
vivir desde el evangelio con más intensidad. Domingo conmovido por la ausencia del anuncio de la
Palabra de Dios verá como un signo de lo que Dios le pedía, el ir a predicar a estas tierras, como
respuesta y en fidelidad al Evangelio. Se dedicará, gran parte de su vida, a predicar de manera
itinerante por territorios con gran presencia de movimientos contestatarios y desafiantes a la iglesia.

UNA PALABRA (Gabriela Mistral)


    Yo tengo una palabra en la garganta
y no la suelto, y no me libro de ella
aunque me empuja su empellón de sangre.
Si la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro.

    Tengo que desprenderla de mi lengua,


hallar un agujero de castores
o sepultarla con cal y mortero
porque no guarde como el alma el vuelo.

    No quiero dar señales de que vivo


mientras que por mi sangre vaya y venga
y suba y baje por mi loco aliento.
Aunque mi padre Job la dijo, ardiendo,
no quiero darle, no, mi pobre boca
porque no ruede y la hallen las mujeres
que van al río, y se enrede a sus trenzas
o al pobre matorral tuerza y abrase.

    Yo quiero echarle violentas semillas


que en una noche la cubran y ahoguen,
sin dejar de ella el cisco de una sílaba.
O rompérmela así, como la víbora
que por mitad se parte entre los dientes.

    Y volver a mi casa, entrar, dormirme,


cortada de ella, rebanada de ella,
y despertar después de dos mil días
recién nacida de sueño y olvido.

    ¡Sin saber ¡ay! que tuve una palabra


de yodo y piedra-alumbre entre los labios
ni poder acordarme de una noche,
de la morada en país extranjero,
de la celada y el rayo a la puerta
y de mi carne marchando sin su alma!

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