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CREAR FRATERNIDAD

Contexto: La creciente oposición que Jesús encuentra entre sus adversarios e incluso entre sus
parientes y paisanos (13,53-58) hace que poco a poco se vaya "retirando" (14,13; 15,21) y
dedicándose cada vez más a la instrucción particular de sus discípulos.  Con ellos pretende reunir un
nuevo pueblo de Dios en el que tendrán cabida no sólo los judíos, sino también los paganos (15,21-
39) El incomprensible rechazo de Israel dará lugar a la fundación de la Iglesia.
La Alternativa de Jesús: Los discípulos (as) están preocupados, pues la muchedumbre no tiene
nada que comer, está en el desierto y ya es de noche. Hablan con Jesús para que despida a la gente
para ir a los pueblos cercanos a COMPRAR algo para comer. Jesús rechaza la idea. Jesús propone
que sus discípulos(as) DEN al pueblo de comer. ¿Qué fue lo que pasó?, ¿Qué fue lo que Jesús nos
reveló?, ¿En qué consistió ese milagro? Se destaca en el relato que la solución no vino a través del
COMPRAR con DINERO el pan necesario, sino que la solución vino a través del DAR y el
COMPARTIR. Seguramente cuando los discípulos empiezan a compartir lo poco que tenían, toda la
gente empieza a sacar lo poco que tenía. Empiezan a dar y a compartir. ¿Hubo realmente un
milagro? Es posible que sí, pero lo más milagroso y significativo es la voluntad colectiva
desencadenada por el mismo Jesús de dar y compartir lo que cada persona tiene. Es el milagro de la
solidaridad que hace que todo se multiplique. Cinco más dos son siete, que, para el pueblo judío,
significa totalidad. Todos quedan saciados y aún sobra. ¡Doce canastas! ¡Ése es el nuevo pueblo de
Israel, la extraordinaria sementera de Dios! La comunidad que comparte concretiza la generosidad
del Padre, Dios creador, cuyo proyecto es liberar al ser humano del egoísmo que engendra
acumulación y muerte. Es el milagro que todo lo multiplica para que haya abundancia y todos
queden satisfechos, y todavía sobre para los que llegan más tarde (cf. Sal 104,27-28; 136,25). En
esta acción, Jesús revela cómo él entiende el Reino de Dios, cómo él entiende la acción liberadora
de Dios en la historia: esa es su estrategia y su proyecto liberador para la humanidad.
Los gestos realizados por Jesús: Este prodigio es una preparación al pan que será dado en la
Eucaristía. Los gestos realizados por Jesús antes de la multiplicación de los panes, en todos los
evangelios nos recuerdan el rito de partir el pan, la eucaristía. Los gestos son: a) tomar el pan, b)
alzar "los ojos al cielo", c) pronunciar "la bendición", d) partir el pan, e) repartir a los discípulos(as)
(14,19). Este modo de hablar a las comunidades de los años 80 (y de todos los tiempos) hace pensar
en la Eucaristía. Porque estas mismas palabras serán usadas (y lo son todavía) en la celebración de
la Cena del Señor (26,26). Mateo sugiere que la Eucaristía debe llevar a la multiplicación de los
panes, que quiere decir compartir. Debe ayudar a los cristianos(as) a preocuparse de las necesidades
concretas del prójimo. Es pan de vida que da valor y lleva al cristiano(a) a afrontar los problemas de
la gente no desde afuera, sino desde dentro de la gente.
Ser compañero(a): El texto de Mateo reitera la voluntad de vida. Jesús se compadece de quienes
sufren hambre de pan. El hambre no es querida por Dios, expresa más bien, muchas veces,
situaciones en las que se pisotea el derecho a la vida. Jesús hace compañeros(as) a quienes lo han
seguido; es decir comparte el pan, eso es lo que la palabra compañero(a) significa. "Partiendo los
panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente" (vs.19). A ello nos invita el Señor, a
compartir nuestro pan, a hacer de los pobres, y de toda persona, nuestros compañeros(as) de ruta
hacia el Padre, hermanas y hermanos en el proyecto de construir una sociedad humana, justa y
fraterna. Ante el continuo deterioro de las condiciones de vida de tantos en el mundo de hoy, ese
proyecto se hace más urgente y -contrariamente a lo que podemos pensar resignados y escépticos-
más realista.
¡Es posible! ¿Cómo podemos dar de comer si tenemos tan pocos recursos? ¿Cómo podemos
afrontar problemas tan graves como los que hay en el mundo si solamente tenemos cinco panes? La
respuesta de Jesús sorprende. A Jesús no le interesa lo que tenemos; le importa lo que damos. En el
Reino de Dios lo que cuenta no es lo que se tiene. Sólo importa lo que se da. Y si cada persona diera
lo que tiene, seguro que la pobreza en el mundo se superaba en una tarde. El escritor francés Saint
-Exupéry decía: "Es inolvidable el sabor del pan que tu compartes". Ese sabor es el de la entrega, el
del amor, el de la solidaridad. Un sabor que no se borra de la memoria. El pan repartido y
compartido también expresa una palabra. Una palabra silenciosa que susurra: "toma este pan, yo
quiero que vivas, tu existencia me importa".  Cuando el pan susurra una palabra de amistad y amor,
el ser humano encuentra la satisfacción plena de sus necesidades. Vivimos de pan, pero sobre todo
nos satisface el pan de amor, el pan de encuentro. El pan que nos susurra: "Tú me importas, yo
quiero que vivas" es el pan de la Eucaristía. Un pan que nos trae la entrega de Jesús y que a quien lo
recibe lo capacita a darse y lo despreocupa del tener.
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Un proverbio oriental dice que «cuando el dedo del profeta señala la luna, el estúpido se queda
mirando el dedo». Algo semejante se podría decir de nosotros cuando nos quedamos
exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que
encierran. Porque Jesús no fue un milagrero dedicado a realizar prodigios propagandísticos. Sus
milagros son más bien signos que abren brecha en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una
realidad nueva, meta final del ser humano.
Concretamente, el milagro de la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto
de Jesús es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan compartir
«su pan y su pescado» como hermanos. Para el cristiano, la fraternidad no es una exigencia junto a
otras. Es la única manera de construir entre los hombres el reino del Padre. Esta fraternidad puede
ser mal entendida. Con demasiada frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe
comportarse muy decentemente» (Karl Rahner).
Pensamos que amamos al prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo,
aunque luego vivamos con un horizonte mezquino y egoísta, despreocupados de todos, movidos
únicamente por nuestros propios intereses. La Iglesia, en cuanto «sacramento de fraternidad», está
llamada a impulsar, en cada momento de la historia, nuevas formas de fraternidad estrecha entre los
hombres. Los creyentes hemos de aprender a vivir con un estilo más fraterno, escuchando las
nuevas necesidades del hombre actual. La lucha a favor del desarme, la protección del medio
ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el compartir con los parados las
consecuencias de la crisis económica, la ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos
solos y olvidados… son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar»,
para todos, el pan que necesitamos los hombres para vivir. El relato evangélico nos recuerda que no
podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a nosotros hay hombres y
mujeres amenazados de tantas «hambres». Los que vivimos tranquilos y satisfechos hemos de oír
las palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer».

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