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EDOUARD SCHILLEBEECKX

TRANSUSTANCIACIÓN EUCARÍSTICA
Las páginas que siguen son un resumen de la conferencia pronunciada en Roma,
durante la última sesión conciliar, por el teólogo holandés E. Sehillebeeckx, bajo el
título: Transsubstantiation, Transfinalisation, Transsignification. Este autor ha tenido
ocasión de vivir de cerca las controversias que se levantaron en su país sobre el dogma
de la transustanciación. En esta conferencia interpreta en sentido recto las modernas
corrientes teológicas en torno a la Eucaristía. Intenta explicar al mismo tiempo la
turbación de algunas conciencias católicas, tanto por las expresiones algo
desorientadoras de algunos teólogos de primera línea como por la reacción
desafortunada de ciertos teólogos más conservadores que interpretaron el dogma de la
transustanciación con una teología materialista, que negaría -dice- de hecho la
categoría «sacramento-signo» y supondría una interpretación del dogma según las
teorías químicas de los átomos y las moléculas. Si entendemos bajo la expresión
«presencia de Cristo» la presencia del Cuerpo de Cristo, según insiste el Papa en su
encíclica, desaparece todo equívoco.

PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN

Iras polémicas en torno a la forma de la presencia real de Cristo en la Eucaristía son de


todos los tiempos. Reaccionando contra la interpretación sensualista de la Alta Edad
Medía, según la cual la presencia real eucarística es concebida de una manera
crudamente realista (en la comunión yo muerdo con mis propios dientes el cuerpo del
Señor), la alta escolástica -principalmente Alberto Magno, Buenaventura y Tomás de
Aquino- proponía una concepción totalmente nueva. Esta reacción era un poco
llamativa y de tal manera chocaba con la concepción tradicional de su tiempo, que antes
de su muerte sto. Tomás oraba al Señor, diciendo: "Dejo al juicio de la Santa Iglesia
Romana todo lo que he enseñado o escrito sobre el Sacramento del Cuerpo de Cristo y
los otros Sacramentos". Sto. Tomás, como los otros grandes escolásticos, ha puesto el
acento sobre la presencia espiritual del Cuerpo mismo del Señor en la Eucaristía (3 q 76
a 7 e). Con respecto a los milagros de las hostias que sangraban y del vino blanco que al
ser consagrado se tornaba rojo, sto. Tomás decía: "lo que pueda ser esta sangre
milagrosa yo no lo sé; de todas maneras no es la sangre real de Cristo" (3 q 75 a 8 c et
ad 2).

Historia, magistra vitae! Una consideración exacta sobre el pasado de nuestra fe nos da,
en medio de la investigación moderna, preocupada más que nunca por revalorizar el
sentido de esa fe, una calma profunda que no se alarma fácilmente. Nuestra fe es una fe
en historicidad. Reflexionando sobre lo que ha ocurrido en los últimos años y ocurre
aún en las polémicas sobre la transustanciación, aparece claramente la firme voluntad de
todos los teólogos católicos de salvaguardar el dogma auténtico, pero de una manera tal
que el pueblo de Dios, sobretodo el mismo clero - formado cada día más en una
mentalidad no escolástica - pueda vivirlo más intensamente y, si se me permite decirlo,
de una manera más existencial.

Lo único que quizá se pueda achacar a estos pensadores católicos, es no haber caído en
la cuenta suficientemente de que vivimos unos tiempos en que la fe y la teología llegan
a ser objeto de la prensa, radio y televisión. Estas circunstancias obligan al teólogo a
formular su valorización moderna de manera que el pueblo fiel -poco acostumbrado ,a
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la matización y a las distinciones sutiles - encuentre en esta nueva formulación su fe


auténtica, y no se quede, por el contrarío, frustrado precisamente en la intención
fundamental de su fe.

SEÑALES DE UN CAMBIO DE MENTALIDAD

Sin hacer un análisis de las polémicas eucarísticas, indicaremos, de una manera sumaria,
tres factores que han contribuido a la renovación de la teología eucarística, no
pretendiendo con esto ser exhaustivo.

Sacramento - Signo

Inmediatamente después de la guerra mundial, la teología católica revalorizó la idea


clave de la gran escolástica: "El sacramento pertenece a la categoría de signo", como
decía sto. Tomás. Al hablar de los sacrame ntos de la Iglesia se habla de signos. Por
reacción contra la Reforma, la teología post-tridentina casi había olvidado que también
en el sacramento de la Eucaristía se trata, no de una categoría física, sino sacramental,
es decir, que también en la Eucaristía nos encontramos con la categoría de signo. La
consideración "fisicista" no se deduce de la sacramentalidad, sino que desborda el
marco del "signo" en que está inserta. Nos transporta a una categoría extrasacramental.
Hay que buscar el modo propio de la presencia real sin apartarse de la sacramentalidad
o del "sacramento-signo": No debemos olvidar, por otra parte, que este signo particular
eucarístico debe ser capaz de explicar el modo propio de la presencia eucarística, de
forma que no exista un desequilibrio entre el "sacramento-signo" y la transustanciación,
y que se admita el hecho de que este sacramento trasciende infinitamente la
sacramentalidad más periférica de los otros seis sacramentos; la transustanciación es
profundamente real, pero tomada dentro de la categoría del "sacramento-signo".

La noción de sustancia

Desde hace unos treinta años, se debate, aun entre los neoescolásticos, una cuestión
concerniente a la noción de "sustancia". De hecho la neoescolástica tenía una tendencia
clara a reservar este concepto de sustancia al hombre, es decir, a los seres formalmente
espirituales, mientras que las cosas, sobre todo los seres artificiales como el vino, no
pueden ser llamados sustancias. A la vez la distinción entre la sustancia y los
accidentes, en el sentido aristotélico de la palabra, fue atacada fuertemente.

A causa de esta crisis, algunos teólogos emprendieron un análisis histórico del Concilio
de Trento, para ver si este Concilio, al definir el dogma de la transustanciación, se había
apartado o no de la concepción aristotélica. Según nuestra opinión, los Padres
conciliares, aun pensando en categorías aristotélicas, que eran las suyas, quisieron
definir en Trento el dogma de la realidad propia de la presencia eucarística, es decir,
nuestra fe católica eucarística, y no sus categorías de pensar y formular esta presencia
peculiar eucarística.

La presencia real
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El tercer factor, que ha contribuido a la revalorización de la teología eucarística, es la


afirmación de que hay muchas "presencias reales", cada una de ellas con su modo
propio de realidad. Como la constitución sobre la Liturgia y la encíclica Mysterium fidei
acaban de decir, hay una presencia real de Cristo en el ministerio de la palabra, en la
asamblea litúrgica de los fieles, en los ministros sagrados, y en el alma de los justos;
hay una presencia real de Cristo en los sacramentos y hay, finalmente, una presencia
real de Cristo en la Eucaristía. En el dogma de la transustanciación no se trata de
reservar la presencia real únicamente a la Eucaristía, sino de valorar y determinar el
modo peculiar de la presencia real propiamente eucarística.

De ahí que uno de los rasgos del pensamiento teológico actual . con respecto a la
Eucaristía, consista en afirmar que la presencia real eucarística no se puede separar de la
presencia real de Cristo en el misterio litúrgico y en el alma de los fieles. Se revaloriza
de esta manera él pensamiento bíblico, patrístico y de la alta escolástica, según el cual la
presencia eucarística en el pan y en el vino consagrados está ordenada a la presencia,
cada vez más intima de Cristo en la comunidad reunida y en cada fiel en particular. En
la Eucaristía Cristo no viene primariamente para establecer su trono en la sagrada
hostia; sino que, como dice el Concilio de Trento, ese instituye para ser comido", es
decir, para que al comer esta presencia eucarística, Cristo viva en nuestro corazón, en
nuestro espíritu, en nuestros sentidos y en nuestro cuerpo santificado.

EL DOGMA DEFINIDO EN TRENTO

Un análisis histórico del Concilio de Trento, en lo que se refiere a la transustanciación,


nos obliga a distinguir cuatro niveles distintos en la definición dogmática:

a) La afirmación bíblica de la presencia real propia de la Eucaristía, que se distingue


netamente de una presencia puramente simbólica y de la presencia real propia de los
otros sacramentos.

b) La afirmación de la conversión sustancial del pan y del vino como implicación de


esta presencia eucarística: es la afirmación del carácter realista de esta presencia de
risto en el signo del pan y del vino; es el "cambio de todo el ser" como decía ya sto.
Tomás.

c) La presentación de este "cambio de todo el ser" al nivel de la filosofía de la


naturaleza: la transustanciación.

d) Por último, la cuestión más bien terminológica, es decir, la cuestión de la misma


palabra "transustanciación", empleada por primera vez entre los años 1100-1130, antes
de ser interpretada en un sentido aristotélico; este término no gustaba a muchos Padres
conciliares y, de él, el canon de Trento dice que es apto para formular el dogma la
"conversión sustancial".

De este análisis comparado con la interpretación de los PP. Griegos -que hablaban de
una "conversión sustancial" en sentido ontológico, pero absolutamente extraño a la
filosofía de la naturaleza de Aristóteles- se sigue que, a pesar de qué los Padres
Conciliares de Trento pensaban en ¡categorías aristotélicas el. dogma mismo no: tiene
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nada que ver con las categorías de sustancia y accidente de Aristóteles. El no, tener
claro este punto ha dado lugar, a muchas, polémicas que carecen totalmente de base.

El dogma exige que haya un momento ontológico, es decir, que la realidad terrestre, el
pan y el vino, no sea solamente rozada por una denominación extrínseca -que no afecta
intrínsecamente a estas realidades- sino que la anáfora consecratoria haga de este pan el
don real y realista del Cuerpo del Señor como alimento espiritual del alma. El pan se ha
hecho sacramental. Y, cómo una realidad no puede ser a la vez dos realidades, la
realidad presente y ofrecida después de la consagración no es ya pan, sino el Cuerpo del
Señor, el Señor mismo, bajo el signo del pan sacramental.

Aceptado esto, queda abierta la puerta a los teólogos hacia una mayor profundizacion de
este misterio y una-presentación conceptual del dogma, diferente de la concepción
medieval y tomista.

A este respecto hubo en Italia entre los años 1949-1960 una interesante polémica. El
profesor Colombo argüía, con razón, que la transustanciación no es un cambio físico,
sino ontológico. El profesor Selvaggi, a su vez, seguía identificando el dogma de Trento
con un cambio de tipo - fisicista, e incluso químico. Hoy la polémica ha avanzado. Los
teólogos quieren llevar adelante la relación entre este elemento ontológico y el
"sacramento-signo", que había sido dejado de lado en la polémica de Colombo y
Selvaggi. El "cambio sustancial" o transustanciación es sacramental y, en ese marco, es,
a la vez, cambio ontológico:

PERSPECTIVAS MODERNAS SOBRE LA EUCARISTÍA

La intención de los teólogos actuales, que estudian estos puntos, es presentar el dogma
de la transustanciación eucarística por medio dé categorías existenciales, más
comprensibles para el pueblo cristiano de nuestros días; y que tengan, al mismo tiempo,
una densidad verdaderamente ontológica. En este sentido hablan de transfinalización y
transignificación.

La Sagrada Escritura, los santos Padres y la escolástica medieval colocaron el acento de


la Eucaristía en, la presencia de Cristo en nuestros corazones, en cuanto que nos
estructura en la comunión eclesial. Evidentemente esta presencia de Cristo en nosotros
está mediatizada por la sagrada hostia y esto implica la presencia de Cristo en la hostia,
pero el acento está colocado no sobre esta presencia eucarística, sino sobre el fin de esta
presencia, la presencia de Cristo en nosotros; para este fin ha sido instituido el
sacramento de la Eucaristía por Cristo: "se instituye para ser comido"

La teología postridentina desplazó este acento: de tal forma fue acentuada la presencia
real en la hostia que parecía un fin en sí, y no un medio orientado esencialmente hacía el
crecimiento de Cristo en el corazón de los fieles y en la comunidad. La consecuencia de
esta traslación del acento fue que la devoción al Santísimo Sacramento quedó casi
aislada, en la devoción popular, del contexto de la celebración eucarística o de la Santa
Misas Se adoraba al Santísimo Sacramento, ya no se le comía. Los teólogos modernos,
aceptando la presencia real eucarística, y aceptando también la legitimidad de la
adoración de Cristo en el Sacramento, pretenden solamente desplazar el acento al lugar
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en que lo sitúa el Nuevo Testamento, es decir, a la celebración eucarística y a la


participación activa de los fieles, que culmina en la santa comunión.

Sin embargo, este desplazamiento del acento tiene repercusiones en la concepción de la


presencia eucarística: Como, a fin de cuentas, se trata de la presencia más íntima de
Cristo en el corazón de los fieles y en la comunidad de los cristianos, la Eucaristía está
colocada al nivel de la categoría de interpersonalidad: de la presencia de persona a
persona y, por lo tanto, de una manera personal. Para el hombre toda presencia
interpersonal se hace a través del cuerpo y de las cosas corporales, es decir, a través de
una presencia espacial, visible, palpable e incluso saboreada. Pero en este caso, la
presencia espacial está personalmente integrada, o sea, el cuerpo y las cosas reciben una
nueva dimensión: se convierten en signos de una persona presente, en signo que realiza
esta presencia personal y que es signo real porque la realiza.

Esto es lo que se realiza de una manera, ontológicamente, mucho más densa en la


presencia interna de Cristo en nuestros corazones por medio de su presencia real,
ofrecida en el pan y el vino que se han convertido en alimento y bebida sacramental. La
"presencia real" debe ser vista en la perspectiva de la acción salvadora de Cristo que se
nos da en este pan-sacramento. Cristo se encuentra realmente presente en la sagrada
hostia, pero siempre como ofrenda: se trata de una presencia ofrecida, que debe ser
aceptada por el fiel. Solamente en la aceptación de esta presencia ofrecida, la presencia
se convierte en recíproca es decir, presencia en el sentido plenamente humano de la
palabra; de este modo, por consiguiente, se convierte en la presencia de Cristo en
nuestro corazón, lo cual constituye el fin mismo de la Eucaristía. Solamente una
presencia eucarística personal ofrecida y aceptada se convierte en una presencia total.
La presencia de Cristo en el sagrario es, por consiguiente, real, pero, en cuanto tal, es
solamente ofrecida, y en este sentido tiene un carácter secundario con respecto a la
presencia total, recíproca, a la que está ordenada, como a su fin y perfección.

Una comparación puede ayudar a comprenderlo dicho. Cuando una madre de familia da
una recepción y ofrece comida y bebida a los invitados, este alimento y esta bebida
quedan inmersos en la relación interpersonal, se convierten en el signo del amor y de la
hospitalidad de la anfitriona. Esto, que en el terreno humano es una mera analogía
antropomórfica, queda asumido en la Eucaristía por la fuerza creadora del Espíritu, que
en Cristo realiza la densidad ontológica de este don de Sí mismo en el signo sacramental
del pan. Este don de sí mismo, en y por el pan y el vino, transustancializa este pan y este
vino en su propio ser.

Algunos han criticado irónicamente a estos teólogos diciendo que para ellos la
Eucaristía no es más que un gesto de amor del hombre que da un trozo de chocolate a su
amigo. De hecho estos teólo gos sólo han reaccionado contra un fisicismo eucarístico,
mientras que en la Eucaristía nos encontramos en la categoría de la relación
interpersonal entre Cristo y nosotros, una interpersonalidad en la cual Cristo se da al
hombre mediante el pan y el vino, que en virtud de este mismo don, han sufrido una
transfinalización y una transignificación ontológica y, por consiguiente, radical: se han
convertido en la presencia real ofrecida por Cristo, - que en la Cruz ha dado su vida por
nosotros- a fin de que participemos de este Sacrificio y de esta Nueva Alianza, que es la
vida para todos nosotros. La realidad del pan y del vino, en cuanto es objeto de estudio
por parte de la química, física o botánica, no sufre cambio; de lo contrario, Cristo no
estaría presente bajo el signo del pan comible y del vino potable. La sacramentalidad
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eucarística exige precisamente que esa realidad no cambie, pues de otro modo no habría
ya signo eucarístico. Mas en su realidad ontológica, a la pregunta: "¿qué es este pan en
realidad y qué es este vino?" no se puede ya responder: "son pan y vino", sino: "la
presencia real de Cristo ofrecida bajo el signo sacramental del pan y del vino". Por
consiguiente; la realidad, o sea, la sustancia que se encuentra ante sí ya no es pan y
vino, sino la presencia real de Cristo ofrecida a mí bajo el signo de comida y bebida.

En esta misma línea se expresa la encíclica Mysterium fdei, que en ningún modo
condena la transfinalización y la transignificación, con la condición de que no se las
considere como meras denominaciones extrínsecas o cambios periféricos, sino por el
contrario, se les dé una densidad profunda y ontológica.

Este es el sentido mismo del dogma de la transustanciación.

Tradujo y condensó: FRANCISCO XICOY

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