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Educación moral – Jason de Camargo

Cuando observamos el estado actual de nuestra sociedad verificamos, también, la


existencia de cierta pobreza material y espiritual. No lo percibimos, pero esa dispersión ha
estado afectando la estabilidad del planeta. Los valores del espíritu, si fueran tenidos en
cuenta, contribuirían a que se acabaran las grandes necesidades de la supervivencia humana.
Con el empleo de esos valores, las cuestiones de alimento, salud, vivencia, educación, serían
resueltas satisfactoriamente por las naciones de este orbe. ¿Y por qué tales cuestiones no han
sido todavía debidamente encaminadas hacia la solución y resueltas? Eso se debe
precisamente al orgullo y al egoísmo, que aún predominan en la mente y en los corazones de
las personas. En el libro “El Evangelio según el Espiritismo” está muy bien expresado, que tanto
el orgullo como el egoísmo son fuentes generadoras de diversos problemas humanos. De ellos
derivan muchos dolores y mucho sufrimiento. La codicia, la envidia, las susceptibilidades y los
resentimientos, la falta de límites para los deseos, la preponderancia del yo en lugar del
nosotros, el punto de vista miope de la usura en lugar de la solidaridad y tantas otras
imperfecciones que atormentan y desestabilizan a la sociedad como un todo. A eso se debe,
pues, que se vea que los pueblos no son felices, y que las depresiones se van apoderando de la
psiquis humana, como un reflejo de ansiedades, de preocupaciones diversas con respecto al
hoy y al mañana. Parece que la esperanza está declinando en el corazón del hombre, y eso no
es nada bueno para él ni para la sociedad.

Ampliamos con El evangelio (Capitulo XV – Fuera de la caridad no hay salvación)

5. Caridad y humildad, ese es el único camino a la salvación. Egoísmo y orgullo, ese es el de la


perdición. Este principio se halla formulado en términos precisos en las siguientes palabras:
“Amarás a Dios con toda tu alma, y a tu prójimo como a ti mismo; toda la ley y los profetas se
hallan contenidos en esos dos mandamientos”. Y para que no haya equivocaciones acerca de la
interpretación del amor a Dios y al prójimo, Jesús agrega: “Y aquí está el segundo
mandamiento, que es semejante al primero”, es decir, que no se puede verdaderamente amar
a Dios sin amar al prójimo, ni amar al prójimo sin amar a Dios. Por consiguiente, todo lo que se
haga en contra del prójimo equivale a hacerlo contra Dios. Como no se puede amar a Dios sin
practicar la caridad para con el prójimo, todos los deberes del hombre se hallan resumidos en
esta máxima: FUERA DE LA CARIDAD NO HAY SALVACIÓN.

Urge, pues, que trabajemos en esa dirección para intentar frenar ese avance. Es
imperioso que rescatemos los valores espirituales, que tan claramente nos confió Jesús. Su
mensaje fue tan cristalino y puro que permanece como una potencia restauradora,
impulsando a todos hacia las bienaventuranzas. Debemos orientar el foco de nuestra atención,
de nuestras energías, de nuestro corazón, hacia Dios, dirigido a Jesús y a las maravillosas
enseñanzas que el Maestro Nazareno nos legó. El mundo precisa cada vez más la
espiritualidad, el respeto mutuo, el amor al prójimo. Así, las personas vivirán más confiadas en
que sus necesidades inmediatas serían atendidas, y que los pueblos ingresarían en un período
de paz. LA solución para los problemas sociales está ahí, a nuestra disposición: cambiar el foco
de nuestro interés, es decir, pasar de los intereses materiales a los intereses de índole
espiritual. Cambiar el foco de interés significa concentrarse en los valores que aún no han sido
explotados por las personas, significa ingresar en los caminos de los sentimientos superiores y,
simplemente, ser feliz. En vez de construir castillos de barro, a los que el paso del tiempo
destruye, edificar el reino de los cielos en nosotros, como decía Jesús. Y ese reino interior,
hermoso, de amor puro, solidario, caracterizado por la compasión, será eterno y pleno.

Ampliamos con El evangelio (Capitulo XIIV – Sed pues vosotros perfectos)

[…] Se reconoce al verdadero espírita por su transformación moral y por los esfuerzos
que hace para dominar sus malas inclinaciones. Mientras que uno se conforma con su
horizonte limitado, el otro, que capta algo mejor, se esfuerza en superar sus límites, y siempre
lo consigue, cuando tiene firmeza de voluntad.

Joana de angelis – Conflictos existenciales (Cap. 19 – Desarrollo del Amor)

Jesús, el incomparable psicoterapeuta, definió perfectamente el sentido del amor al


explicar que este es el fundamento esencial para una existencia feliz, de acuerdo con la
excelente síntesis: Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.

En esa admirable propuesta de terapia liberadora están los postulados esenciales del
amor, cuyo orden invertiremos con fines metodológicos, para presentar un neuvo análisis:
Amarse a si mismo, a gin de amar al prójimo y, por consiguiente, a Dios.

El hombre y la mujer occidentales contemporáneos han heredado casi cuatrocientos


años de individualismo, de competitividad, y su conducta se caracteriza por la dominación del
otro, del poder por encima de toda otra condición, generando una ansiedad inusual, falta de
motivación para los ideales superiores, vacío existencial, insatisfacción.

El amor es lo opuesto de ese comportamiento, porque exige una transformación de


conceptos existenciales, de conductas emocionales, que comienzan con la reflexión y vivencia
del autoamor.

Solamente es capaz de amar a otro quien se ama a sí mismo. Es indispensable, por lo


tanto, que en él se encuentre el autoamor, el autorrespecto, la conciencia de la dignidad
humana, a fin de que sus aspiraciones sean dignificantes, con metas de calidad superior.

Al amarse a sí mismo, el individuo alcanza la madurez en relación con los sentimientos


de comprensión de la vida, de los deberes para con la autoiluminación, de crecimiento moral y
espiritual, ejercitándose al mismo tiempo en los compromisos relevantes que lo tornan
consciente y responsable de sus deberes.

Cuando identifica los valores reales y los imaginarios, descubre los límites, las
imperfecciones que son habituales en él, lucha con el fin de superarlos, trabajando con
empeño y bondad, sin exigencias innecesarias ni conflictos dispensables, además de
perdonarse cuando se equivoca, y repitiendo la tarea hasta realizarla correctamente.

[…]
El amor no puede ser un accidente biológico ni ocasional.

Amar a los padres, a los hermanos, a los demás familiares porque lucharon y vivieron
en función unos de otros, no tiene cabida en el compromiso del amor. Cuando los padres
exigen que los hijos los amen, en consideración al sacrificio que hicieron para educarlos […] no
se trada de un sentimiento de amor, sino de retribución.

[…]

Es indispensable que se cree el hábito de amar sin negociar, en ningún aspecto que pudiera
desearse, particularmente cuando se elude el deber evangélico de conquistar el reino de los
Cielos.

De la comprensión fraternal deriva el sentimiento solidario, la amistad, sin la exigencia


de convertir al otro en aquello que él aún no logra ser, hasta que finalmente se llega a amarlo.

[…]

Cuando alguien se convence de que es fácil amar, en un comportamiento afín con la


realidad, se hace posible la disposición, para abandonar las máscaras ilusorias y fantasiosas
con las que muchos revisten al amor, y de tal modo se permite la realización personal
psicológica, en el acto de intercambio afectivo.

Por consiguiente, el ser humano que se conduce de esta manera, comienza a amar a
Dios en la plenitud de la vida que descubre, rica en bendiciones, en todas pasrtes.

Encuentra a Dios dondequeira que vaya; lo siente en todo y en todos; lo vive con
emoción donde se encuentre, según se comporte, y aspira su aliento vivificante.

De ese modo, el amor es un influjo divino que llega hasta el ser en los comienzos de su
proceso de evolución, y que se desarrolla y crece, hasta que pueda retornar a la Fuente
Creadora.

Sea a partir de las manifestaciones de los deseos sexuales, hasta las expresiones de renuncia y
santificación, el amor es el más eficaz proceso psicoterapéutico que existe, al alcance de todos.

León Denís – El porqué de la vida – Capitulo VII - EL FIN SUPREMO

Hombre, mi hermano, ten fe en tu destino, porque es grande. Naciste con facultades


incultas, aspiraciones infinitas, y la eternidad se te consagra para desarrollar las unas y
satisfacer las otras. Crecer de vida en vida, alumbrarte por el estudio, purificarte por el dolor,
adquirir una ciencia siempre más vasta, calidades siempre más nobles; he aquí lo que está
reservado para ti. Dios hizo más todavía por ti, te dio los medios de colaborar en su obra; de
participar en la ley del progreso ilimitado, abriendo nuevas vías a tus semejantes, elevando a
tus hermanos, atrayéndoles a ti, iniciándoles a los esplendores de la verdad y de la belleza, a
las sublimes armonías del universo. ¿No es eso crear, transformar almas y mundos? ¿Y este
trabajo inmenso y fértil en goces, no es preferible a un descanso triste y estéril? ¡Colaborar con
Dios! ¡Hacer en todo y por todas partes el bien, la justicia! ¡Qué hay más grande, más digno
para tu espíritu inmortal!

Eleva pues tu mirada y abraza las perspectivas vastas de tu futuro. Saca de este
espectáculo la energía necesaria para afrontar los vientos y las tormentas del mundo. Marcha,
valiente, luchador, sube la pendiente que conduce a estas cimas que se llama virtud, deber,
sacrificio. No te pares por el camino a recoger las florecillas del matorral, a jugar con las
piedras doradas. Adelante ¡siempre adelante!

¿Ves en los cielos espléndidos estos astros resplandecientes, esos soles innumerables
llevando, en sus evoluciones prodigiosas, brillantes comitivas de planetas? ¡Qué de siglos
acumulados no hizo falta para formarlos! ¡Qué de siglos no serán necesarios para disolverlos!
¡Pues bien! Un día vendrá donde todos estos fuegos serán apagados, o estos mundos
gigantescos se desvanecerán para hacer sitio a globos nuevos, a otras familias de astros que
emergerán de las profundidades. Nada de esto que vieras hoy existirá más. El viento de los
espacios barrerá para siempre el polvo de estos mundos usados; pero tú, vivirás siempre,
persiguiendo tu marcha eterna en el seno de una creación sin cesar renovada. ¿Que serán
entonces para tu alma depurada y engrandecida, las sombras y las preocupaciones del
presente? Accidentes efímeros de nuestra carrera, no dejarán en el fondo de nuestra memoria
más que tristes o dulces recuerdos. Ante el horizonte infinito de la inmortalidad, los dolores
del presente, las pruebas sufridas serán como nube fugitiva en medio de un cielo sereno.

Mide pues las cosas de la Tierra en su valor justo. No las desprecies sin duda, porque
son necesarias para tu progreso, y tu misión es contribuir a su perfeccionamiento
perfeccionándote tú mismo, pero no ates exclusivamente a eso tu alma y busca ante todo las
enseñanzas que contienen. Por ellas, comprenderás que el fin de la vida no es el goce, ni la
felicidad, sino más bien por medio del trabajo, del estudio y del cumplimiento del deber, el
desarrollo de esta alma, de esta personalidad a la que reencontrarás más allá de la tumba, tal,
como tú mismo le habrás dado forma en el curso de tu existencia terrestre.

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