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-La Primacía del Amor-

“¡Deja ya esos devaneos


que te anublan la verdad
y te acortan los deseos!
¿Por qué andas con regateos
con quien es la misma generosidad?1

Estas famosas palabras que Ignacio de Loyola dirige a un joven e inexperto Francisco
Javier, recogidas en la célebre obra “El divino impaciente” de Jose María Pemán, son una
buena base para comenzar mi trabajo ya que se plasma en ellas perfectamente aquello a lo
que nos invita la ética tomista: a entregarnos por completo a Jesucristo y así vivir una vida
santa, o lo que es lo mismo, una vida buena y moralmente bella.

A lo largo del prólogo del libro de Paul.Wadell,”La Primacía del Amor”, se pone de
manifiesto la importancia de las figuras de los maestros y la ayuda que éstos nos prestan en
el progreso de los distintos aspectos de nuestra vida; y si hay una palabra que defina a
Ignacio con respecto a Francisco Javier es la de maestro, la de aquel que supo sacar lo mejor
de un joven sediento de grandes deseos, quizá mal orientados y que perseguían horizontes
ramplones y de poca altura, pero al fin y al cabo, deseos ardientes que al redirigirse en la
Única dirección que los podía calmar, alcanzaron la imposible posibilidad de la felicidad del
hombre. En este proceso que sin dudad fue lento y arduo, pero que a su vez fue la historia
de dos santos que marcaron para siempre el devenir de los acontecimientos, observamos
varios elementos importantes de la ética que nos propone Tomás de Aquino: en primer lugar
corroboramos que somos seres en busca de la plenitud, seres a los que le falta algo
esencial y viven en la indigencia, seres que buscan la felicidad fuera de ellos mismos, ya
que no somos inmanentes y en nuestro caso aquello de vivir conforme a nuestra naturaleza
no nos da aquellos para lo que estamos hechos.
En un segundo plano salta a la vista que el fin del hombre no es su destrucción, que
Ignacio no quería la muerte de Javier, sino una transformación que le llevara hasta la
plenitud, haciendo realidad la palabras del Señor que quiere que tengamos vida, y vida en
abundancia.2

Otro de los términos que el dominico utiliza, y que en estos tiempos actuales estamos
llamados a redescubrir, es la palabra Deseo. Y es un vocablo importante porque todo acto
humano tiene un esquema tripartito donde aparece el deseo como motor de nuestro
comportamiento hacia algo que nos atrae, porque lo hemos experimentado como bueno y lo
amamos, y por consiguiente nuestro gozo será alcanzar dicho objetivo. Por tanto y de
manera análoga con el santo navarro, somos seres que perseguimos fines, que buscamos
propósitos.

1 J. Mª. PEMÁN, El Divino Impaciente (Edibesa, Madrid 2006) pág 31.


2 cf. Jn 10,10
Pero es importante establecer cuál es ese fin hacia el que nos queremos encaminar, cuál es la
aventura que vamos a emprender, para que no nos suceda lo mismo que al joven Francisco
Javier, que tengamos grandes deseos pero que al fin al que nos entreguemos sea equivocado
y que en el ocaso de nuestra vida nos demos cuenta de que esa meta no merecía la pena.
Por es lícito preguntarse: ¿Qué nos puede orientar correctamente en este viaje?
Un primer elemento ya lo hemos señalado con las figuras de nuestros maestros
experimentados que nos corrigen y reorientan el rumbo.
Otro punto que puede arrojar luz en este aspecto es considerar que mi felicidad no puede
depender de algo que sea inferior a mí, es decir, de algo que no puede engendrar en mí la
felicidad, que no puede hacer una historia conmigo de igual a igual. Es cierto que la
felicidad del hombre se encuentra fuera de sí, pero no es cierto que ésta no pueda habitar en
nosotros al hallarla. Ejemplo clarividente de ello es el poderoso caballero don dinero y
demás idolatrías que rebajan nuestro deseo y nos dejan vacíos.
Aquello que me hace feliz debe ser algo, más concretamente Alguien, que me llene y que a
la vez sane las heridas que a lo largo del camino han ido arraigándose en mí, es decir,
Alguien redentor. Y creo que en este apartado Tomás de Aquino da en el centro con un
punto clave en la búsqueda de la felicidad: mi relación con ese Alguien que me relanza en
mi relación con los demás.
Es impresionante que por la entrañable misericordia de nuestro Dios3 pueda gozar de
compañía y pueda ser su amigo, ya que Él se ha hecho hombre como yo para que podamos
tener una relación real, cierta y eficaz y no me relacione con un principio filosófico
abstracto, si no con un Dios que me amó y se entregó por mí.4 Esta amistad es, según Santo
Tomás, lo central de la vida ética. Asimismo el ser amigos implica el querer el bien del otro
por encima del mío, o sea, querer la gloria de Dios por encima de la mía, querer su voluntad
por encima de la mía, corresponder a ese amor en la reciprocidad (siempre con ayuda de la
gracia) de la caridad y poco a poco ser semejante, que no idéntico, a Él, ya que habrá entre
nosotros una concordia tal que queramos lo mismo por los mismos medios y pueda decir
com el Apóstol que ya no soy yo, si no Cristo quien vive en mí.5

Deslumbra de manera que la felicidad del hombre no consiste tanto en que él haga si no en
que se deje hacer y haga con Él, no tanto en su autorrealización si no en la realización de su
plan salvifico en él. Pero ha de quedar claro que la felicidad no requiere de nosotros una
actitud pasiva e inerte, sino una plena colaboración de nuestra persona con Aquel que
empezó la buena obra en nosotros.A simple vista parece cuanto menos paradójico: Si la
consiste en que Otro me modele, ¿cuál es mi papel? ¿es mejor hacer o no hacer?.
Para ello entran en escena las Virtudes; y ¿qué son las virtudes?: Según el Catecismo de la
Iglesia Católica son “actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del
entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y
guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para
llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.
Las virtudes morales son adquiridas mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los

3 Lc 1, 78.
4 Gal 2, 20.
5 íbid.
gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano
para comulgar en el amor divino”6 .

Uno de los aspectos que Santo Tomás pone de relieve en su ética al hablar de las virtudes es
la capacidad que nos dan para recibir de una manera más fecunda el don de Dios, es decir,
que las virtudes ayudan a que la gracia de Dios no caiga en saco roto.7
Entre la variedad de virtudes que se desarrollan en el libro me gustaría destacar la virtud de
la magnanimidad, porque creo que es una de las claves para no vivir una “existencia
mediocre, aguada, licuada”8 como nos recuerda nuestro Papa Francisco. Asimismo San
Ignacio de Loyola nos recuerda que “el que recibe los ejercicios espirituales mucho
aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor,
ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como
de todo lo que tiene se sirva conforme a su santísima voluntad”9.
Con estos 2 textos salta a la vista la imperiosa necesidad de aceptar gustosamente que
nuestra vida está hecha para algo grande, que esa aventura requiere todo y lo mejor de mi
mismo ofrecido de manera radical y que hemos de combatir con enemigos tan cotidianos
como la pereza, desidia… si queremos tener una vida santa digna de llamarse así. Y si no
estamos dispuestos a ello ya hemos fracasado desde el principio.
Entra en juego así la magnanimidad que combate decidida contra la pusilanimidad por
desgracia tan extendida hoy día, incluso en ambientes cristianos bajo la excusa de una falsa
humildad y desaparición inerte del sujeto, que contempla la santidad de una manera
ramplona, espiritualista y en último término con tintes quietistas, que lleva una entrega
difusa, recortada inconsistente etc. Queda claro por tanto que nuestra vida requiere una
entrega generosa y que ojalá que la oración el santo de Loyola se encarne en nosotros y
podamos decir juntos:
“Señor Jesús enséñanos a ser generosos a servirte como Tú merecer a dar sin medida, a
combatir sin temer a las heridas a trabajar sin descanso sin esperar otra recompensa que la
de saber que cumplimos tu santa voluntad.”10

Si releemos la definición de virtud expuesta unas lineas atrás nos damos cuenta de que una
de las condiciones de posibilidad para que éstas arraiguen en nosotros es el tiempo y la
paciencia. Me parece importante apuntar esto ya que hoy día en la sociedad tan tecnológica
en la que vivimos no estamos acostumbrados a esperar y trabajar con empeño en unos frutos
que florecerán a su debido tiempo, pero por lo general no inmediatamente. Por tanto, me
pregunto si hoy día en la Iglesia y en la sociedad estamos dispuestos a beber el cáliz de las
amarguras de batallar sin tregua y de que si sabemos de verdad que la conquista de virtudes,
y por ende la santidad, consiste en acompañar a Jesús en sus dolores, en el tedio de una obra
continuada con perseverancia, en la labor monótona y cansada, sin brillo de la conquista de

6 CEC 1804
7 2 Cor 6,1.
8 FRANCISCO, Gaudete et Exultate, 1.
9 I. DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales (Sal Terrae, Santander 2013) nº 5.
10 I. DE LOYOLA, Oración de la generosidad.
una virtud y luego otra … en la tarea siempre igual de vencerse a sí mismo ¿Somos
capaces? Si titubeamos si no nos sentimos con bríos, para no ser de la masa, de esa masa
amorfa, mediocre, si como el joven del Evangelio sentimos tristeza de los sacrificios que
Cristo nos pide, pues renunciemos al hermoso título de colaboradores, de amigos de
Cristo. Pero si valientes nos decidimos a levantar el templo de la cristiandad, a
vigorizar el Cuerpo Místico de Cristo es necesario que aportemos lo más
abundantemente que podamos el tributo de sacrificios generosos y que nos decidamos
a tener siempre un “si” en los labios para lo que Cristo nos pida.11
Vemos, y experimentamos, claramente lo costosas que son las batallas en la guerra de la
conquista de una virtud; por ello es bueno saber atacar e incidir en los puntos débiles del
contrario, pero a la vez es, quizás más importante, saber defender lo que ya he conquistado
y no perderlo por imprudencia Me refiero a que no basta simplemente con la adquisición de
las virtudes, si no en su mantenimiento.Como dijo el gran futbolista Xavi Hernández en su
despedida del Futbol Club Barcelona al finalizar la temporada 2014-2015, lo importante no
es llegar a la cima, si no mantenerse. ¡Cuantísimas veces hemos conseguido una virtud que
nos ha costado sangre sudor y lágrimas, y luego la hemos perdido por no haberla sabido
mantener!
Para que este drama no suceda asiduamente Tomás de Aquino exhorta a crecer en el amor,
en la caridad, que es la fuente de donde mana cada virtud. Cuanto más capacidad de amar
tenga, más fácil será la ofensiva y la posterior conquista de los hábitos virtuosos, porque
cuanto más grande sea una jarra de agua, más agua contendrá.

Y por último y, creo, más importante dentro de la vida moral y por ende de la vida cristiana,
lo más fecundo no es tanto lo que doy o lo que soy capaz de hacer, si no lo que recibo y
cómo me preparo para recibirlo; porque si hay algo que nos quiere grabar a fuego el
aquinate es que la vida moral se basa en un don, que aquello que mis virtudes desean acoger
no me lo doy yo mismo si no que Él me lo da por su infinita bondad, porque el amor tiene
una primacía, porque Él nos amó primero (1Jn 4, 19).

11 cf. Discurso a los jóvenes de Chile del P. San Alberto Hurtado, Monte San Cristóbal,Chile 1940.

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