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LLAMADA A LA RENOVACIÓN

Este encuentro, preparado por la Providencia, es una llamada a revisar cómo


va nuestra relación con el Señor, nuestra entrega a la Iglesia y por lo tanto
cómo va el rumbo de nuestra vida.
El título puede sugerirnos una pregunta: ¿Por qué hemos de renovarnos?

Unas palabras de san Pablo VI nos pueden servir de reflexión:


“Abrir los ojos a las necesidades del Reino de Dios tiene una importan-
cia moral y formativa de primer orden. Quien abre los ojos a estas necesi-
dades siente nacer dentro de sí un sentido nuevo de responsabilidad, como
una invitación, un estímulo, una vocación. Hay un capítulo en muchas vi-
das de santos, en el que se narra precisamente el descubrimiento que el
futuro santo hace de las necesidades espirituales, morales o de caridad,
que lo rodean; y este descubrimiento provoca en él un nuevo imperativo:
puedo, debo, quiero. La visión se convierte de externa en interna; y el Es-
píritu Santo habla en el corazón de quien ha abierto el corazón a los su-
frimientos de los hermanos, a las necesidades de la Iglesia, y ese soplo
misterioso transforma al hombre de egoísta, de tímido e inepto, en un nue-
vo hombre, animoso, ingenioso, generoso, en un héroe, en un santo”.
(Pablo VI. Audiencia General. Ecclesia. 15.10.1966).
La contemplación de las realidades que invaden nuestro mundo, especial-
mente en estos tiempos de pandemia, de los males de la Iglesia, de las nece-
sidades y sufrimientos de nuestros hermanos, pueden y deben plantearnos la
necesidad de revisar nuestra vida y darle un giro que nos lleve a la entrega.
Sólo así estaremos en condiciones de iluminar y sostener nuestro mundo.
- Necesitamos corregir constantemente el desorden del propio corazón
Podemos empezar con esta súplica que nos sugiere el Papa:
Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado enga-
ñar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para re-
novar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acép-
tame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien vol-
ver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa
nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su
misericordia. (EG 3)
Ante la necesidad de renovación, conscientes de nuestra debilidad, debe
brotar la súplica: Despierta, Señor, tu poder y ven a salvarnos.
Pero también Jesús puede decirnos: ¡Despierta del sueño de tu fe adormecida!
A Dios rogando y con el mazo dando.

I. ¿EN QUÉ CONSISTE LA RENOVACIÓN CRISTIANA?


Dice el Papa Francisco:
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Recordemos este memorable texto de Pablo VI, que no ha perdido su fuerza
interpelante: «La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma. De
esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar
la imagen ideal de la Iglesia – tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como
Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27) – y el rostro real que hoy la
Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impacien-
te de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja
la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que
Cristo nos dejó de sí». (EG 26)
Para una auténtica renovación, lo más importante y esencial es la relación
personal con Jesús. Él es la verdadera medicina para los males espirituales de
cada uno. ¡Cristo ante todo! Cristo en el centro del corazón. No hay ambiente
que no pueda ser tocado con su fuerza; no hay mal que no encuentre remedio en
Él; no hay problema que no se resuelva en Él. ¡O Cristo o nada! Esa es la rece-
ta para todo tipo de reforma espiritual y social (Benedicto XVI, catequesis
sobre san Juan Leonardi, 07.10. 09).
¿Te ves mal? Tus males, por muchos que sean, tienen remedio. Jesús es el mo-
delo, pero también es la medicina y la fuerza: No hay mal que no encuentre
remedio en él. Sin él no hay solución. ¡O Cristo o nada!

II. ¿QUÉ HACER PARA RENOVARNOS?

No olvidemos la meta: Identificarnos con Jesús. Para eso es necesaria, junto


con la oración, una dimensión penitencial, que es la raíz del heroísmo y
fecundidad de los santos. Solemos decir también: ‘ejercicio de virtudes’. La
falta de interioridad, de abnegación, de reparación, de vencimiento de noso-
tros mismos, en muchos momentos de cada jornada, nos hace impermeables
a la acción transformadora del Espíritu. Es necesario reconocer lo que en
nuestra vida hay de equivocado, abrirse al perdón, dejarse transformar. El
dolor de la penitencia, de la purificación, de la transformación, es gracia.

¿Qué pasos podemos dar?

1. Necesitamos pedir mucho la gracia inestimable del encuentro personal


con Jesucristo vivo. Descubrir en él el tesoro escondido, la perla preciosa,
el gran amor de nuestra vida. Dios no es avaro de esta gracia. Es la gracia
que más desea conceder, si encontrara corazones deseosos y dispuestos a
recibirla. Lo primero es entrar nosotros mismos en contacto con Jesús, el
Dios vivo; que en nosotros se fortalezca el órgano para percibir a Dios;
que percibamos en nosotros mismos su "gusto exquisito".
Sólo el que descubre el ‘tesoro escondido’, puede sacrificar lo que haga
falta ‘para comprar el campo’. De lo contrario, todo nos parecerá una exa-
geración.
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2. Necesitamos un constante ejercicio de fe que nos permita descubrir su
presencia amorosa y operante en nuestro interior, en todas las personas y
circunstancias de nuestra vida, en todos los acontecimientos y actividades.
El Señor está cerca de cada uno de nosotros y quiere entrar en cada uno de
nosotros, más aún, nos espera en lo más íntimo de nuestro corazón.
El tesoro no está al alcance de los sentidos. Hace falta ejercicio de fe. S ólo así
descubriremos esa presencia amorosa y operante de Jesús: en nuestro interior, en
las personas, en las circunstancias, en los acontecimientos y actividades… y ten-
drán sentido las renuncias necesarias ¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!
3. Necesitamos silencio exterior e interior para percibir la voz del Señor en
medio de las mil voces de nuestro mundo, así como para conservar, en m e-
dio de la dispersión de la vida diaria, una permanente unión con Dios que
transforme todo nuestro ser. El silencio de la lengua, pero también el silen-
cio de los ojos, de los oídos, de la memoria y de la imaginación.
Toda elección supone renuncias. Para vivir como hijos de Dios, condición
imprescindible – ¡imprescindible! – es el silencio exterior e interior. De lo
contrario, las mil voces del mundo ahogarán la voz de Dios. Silencio de la
lengua, pero también silencio de los ojos, de los oídos, de la memoria y de la
imaginación. ¿Te has tomado en serio este capítulo? Concreta algún aspecto
que has de cortar. Si no, despídete de la unión con Dios. No vendamos el te-
soro ‘por un plato de lentejas’.
4. Necesitamos un orden de vida que asegure los elementos esenciales
de la espiritualidad y nos permita un servicio adecuado a nuestros herma-
nos. Es muy importante tener una disciplina que nos precede y no deber
inventar cada día de nuevo lo que hay que hacer, lo que hay que vivir.
Existe una regla, una disciplina que ya me espera y me ayuda a vivir orde-
nadamente este día: "Guarda el orden y el orden te guardará". Estas pala-
bras encierran una gran verdad.
¿Hay un orden en tu vida que asegure lo esencial? Es muy importante no
tener que inventar cada día lo que hay que hacer. El desorden se te come.
Entonces vienen los agobios, las prisas, los nervios. Y lo pagan los otros y lo
paga la voluntad de Dios. Deberías borrar de tu diccionario el ‘no tengo
tiempo’.
5. Necesitamos escuchar a Dios, meditando y amando su Palabra. Escuchar,
en el texto que reflexiono, la palabra viva y actual de Dios, que me habla a
mí, que habla conmigo. Leerla y comprenderla con la ayuda de los grandes
maestros espirituales y de buenos amigos.
Asegurando bien esos puntos anteriores, ya cabe Dios. Lectura, reflexión, ora-
ción. Es decir, el alimento conveniente y necesario para crecer. El que ayuda a
digerir la Eucaristía, que nos transforma gradualmente en Jesús. Claro que, junto
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al alimento, es necesario el ejercicio. Lo vamos a concretar un poco más en el
punto siguiente. Léelo despacio. Puede servirte de resumen de todo este tema.
Como no es posible abarcarlo todo de una vez, repásalo varias veces y qué-
date con dos o tres cosas.
6. Necesitamos prescindir del propio yo. "Yo, pero ya no yo": Ésta es la fó r-
mula de la existencia cristiana fundada en el bautismo ¿Qué es prescindir
del propio yo? Ver, reconocer y reparar nuestras faltas; ser humildes y senci-
llos; salir de nuestra autosuficiencia, asumir la necesidad de Dios y de los
demás, sentir la necesidad de dar cuenta de nosotros mismos; no querer g o-
bernarnos a nosotros mismos; no aferrarse al propio parecer y a la propia vo-
luntad; no querer imponer el propio criterio ni hacer sentir la propia aut ori-
dad; no quejarnos de nada ni de nadie, ni por dentro ni por fuera, sino abra-
zar la acción amorosa de Dios; no buscar compensaciones humanas: dinero,
estima, afecto, fama, prestigio...; aprovechar el tiempo al máximo; hablar lo
menos posible de sí mismo; evitar la curiosidad; sonreír a quien nos contra-
dice; aceptar las contrariedades con buen humor; máximo de iniciativa, jun-
to con máximo de sujeción; no fijarse en los defectos de los demás; aceptar
las correcciones con fe y acción de gracias, vengan de quien vengan, y en el
modo que sea; no defenderse; aceptar la incomprensión, el olvido, el me-
nosprecio; ceder en las discusiones, aunque se tenga razón.
Repasa este punto muchas veces. Te ayudará a simplificar el examen, al que
pueden haberte motivado todos los puntos anteriores. Dispensa que te insita,
pero no puedes terminar la convivencia sin haber visto claros los puntos en
los que tienes que intensificar tu renovación. ¿Te has quedado con algo?
¿Con qué?

7. Pero es imposible prescindir del propio yo sin abrirnos a la mirada amo-


rosa e interpelante de Jesús. ¡Cara y cruz! Esta es ‘la cara’. Sólo si nos
ponemos en su presencia, si descubrimos el infinito amor con que nos mira
a cada uno, es posible vivir el ya no yo. En esa mirada de Jesús descubri-
mos la misericordia y la predilección de Dios con nosotros. En esa mirada
encontramos luz, energía, confianza, paz, serenidad, sabiduría. Pero en esa
mirada hay también siempre una llamada apremiante de Jesús a perdernos,
a salir de nosotros, a prescindir del propio yo. Cada uno debe encontrar en
esa mirada de Jesús el punto urgente en el que hoy se concreta esa renun-
cia a sí mismo.
Es el vaivén de la vida cristiana: Mirar a Jesús y mirarte a ti. De Jesús a ti y
de ti a Jesús. Y así todo el día. Hasta que, a base de ir y venir, te quedes en
él. A simple vista, puede parecer que es simplificarlo mucho, pero, a medida
que lo hagas, verás que, en esa doble mirada, está todo.

Que la Virgen María, experta en este mirar a Jesús y en sentirse m i-


rada por él, te ayude y enseñe a hacerlo con confianza y amor.
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