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En peregrinaje por La Calzada de Jesús del Monte

Mayerín Bello
Universidad de La Habana

«O mente che scrivesti cio ch’io vidi», reza la famosa invocación dantesca a la
memoria (mente), autora de su testimonio. Eliseo Diego, que En la Calzada de
Jesús del Monte llama a Dante «mi seudónimo», también confía a la memoria
toda la materia del libro. Ora aliada, ora contrincante del «sueño», tendrá que
arreglárselas para salvar en la dura resistencia de la letra esa realidad
entrañable que encarna en el modesto espacio de una calle, escenario este de
un recorrido que, como el del autor de La Divina Comedia, resulta ser también
un itinerario espiritual conducente a elevada meta, aunque la condición previa
sea la penetración en la realidad. Para Diego, como enseña el misterio
cristiano, no hay trascendencia posible sin encarnación: «Y a medida que me
vuelvo más real el soplo del pánico me purifica.»1
El viaje es, pues, uno de los motivos que cohesiona las diferentes partes del
que quizás es su libro de poemas más unitariamente hilvanado. Viaje que
persigue una ascensión pero que contempla, asimismo, necesarios retrocesos
hacia el origen de sólidas y sustentadoras tradiciones («Porque no sé de nada
duro a no ser la semilla»2), reposado y memorioso andar que no desdeña el
descanso proporcionado por evocaciones más íntimas y personales.
En la Calzada de Jesús del Monte potencia lo que la antigua exegética
denominaba el sentido literal y el alegórico. Hechos una misma materia el uno y
el otro, de la alegoría persiste sólo el halo trascendente que proyecta el verso
hacia una dimensión más universal, pero no necesariamente el tropo,
destronado por la avidez de realidad del sujeto lírico, realidad encarnada que

1
Eliseo Diego: En la Calzada de Jesús del Monte, Ediciones «Orígenes», La Habana, 1949
(Edición facsimilar realizada por la UNEAC en 1987), p. 15.
2
Ídem, p. 21.
vale por sí misma, soporte de esa «extraña conciliación de los días de la
semana con la eternidad».3
Este entremezclar datos de una experiencia vivida con las referencias a los
orígenes míticos, históricos, de la condición humana —asumida desde la
cosmovisión católica del autor— explica el desconcertante entramado de
algunos poemas, cuyo hermetismo, a primera vista, parecería inexpugnable.
Súmese a ello que la memoria acoge el recuerdo o la revelación sin afán
ordenador, percibiendo en el «sueño» ya un aliado, ya un enemigo; de ahí el
tono predominantemente onírico de muchos versos. Altamente significativo se
revela, en este sentido, el parlamento calderoniano que sirve de epígrafe al
libro: «que toda la vida es sueño».
Soñar es, para Diego, sinónimo de crear. Ante la ofensiva de las oscuras
manos del olvido llega el instante «[…] en que las manos del sueño tendrían,
para preservar siquiera algo, que rehacerlo todo con su propia sustancia,
levantando así las nuevas y distintas islas irreales que son las propias del
Arte».4
Por eso llama a su «Calzada, reino, sueño mío…». 5 Si ha sustituido aquella
realidad que fue, por «[…] la otra, la imaginada, falsa, si bien perdurable,
realidad del Arte»6 es porque es un válido acto de afirmación del existir, propio
y colectivo; una tabla de salvación no sólo frente al dejar de ser que son el
olvido y la muerte sino también ante una de las formas más aniquiladoras que
esta última puede asumir: la nada.

Si dejo de soñar quién nos abriga entonces


si dejo de pensar este sueño
con qué lengua dirán
este inventó edades si ya nadie las habrá nunca.7

Pero si dejo de soñar


quién nos abriga entonces, si la nada

3
Ídem, p. 15.
4
Eliseo Diego: En las oscuras manos del olvido, en: Prosas escogidas, Editorial Letras
Cubanas, 1983, p. 42.
5
Eliseo Diego: En la Calzada de Jesús del Monte, ob. cit., p. 13.
6
Eliseo Diego: En las oscuras manos del olvido, ob. cit., p. 42.
7
Eliseo Diego: En la Calzada de Jesús del Monte, ob. cit., p. 21.
es también el dormir, pesadamente
la caída sin voz entre la sombra.8

Invéntense, entonces, «los jueves,/ los unicornios, los ciervos y los asnos…»;9
créese «como quien sueña/ un grave color que nunca viera,/ como quien sueña
10
un sueño y eso es todo» y también, en delirante redundancia, créese, como
quien sueña, «el paño universal del sueño/ espeso de criaturas, de fábulas, de
tedio/ hinchado por el soplo de los dispersos días».11
Pero el sueño puede ser también, proclama la paradoja, «un enemigo tanto o
más terrible que el olvido».12 Pues esa frágil construcción humana es
perecedera, impotente: «y daban miedo las tablas frágiles del sueño/ lamidas
por la noche vasta».13 La temporalidad que se anula en el recuerdo, «el soplo
de los dispersos días», puede tornar engañosa la evocación: «hacen ya tantos
viernes […]/ que no sé si es el sueño de ayer tarde/ o el recuerdo que tengo,/
que tuve, que tenía de mis manos»;14 «y me confundo de lugar y año/ diciendo:
fue por el noventa,/ cuando lo viste, tú lo sueñas».15 De todos modos, contra el
olvido y el costado engañoso del sueño, hay recursos salvadores, entre ellos el
nombrar:

Y nombraré las cosas, tan despacio


que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarles de pronto con el alba.16

Tras la barroca urdimbre de lo onírico se esconde uno de los aspectos


esenciales de la poética de Eliseo Diego, la conflictiva relación que el hombre
establece con la realidad. La Caída, la expulsión inexorable luego del pecado
original, conduce al hombre al destierro. El esplendor inocente del mundo solo

8
Ídem, p. 26.
9
Ídem, p. 26.
10
Ídem, p. 89.
11
Ídem, p. 26.
12
Eliseo Diego: En las oscuras manos del olvido, ob. cit., p.42.
13
Eliseo Diego: En la Calzada de Jesús del Monte, ob. cit., p. 12.
14
Ídem, p. 19.
15
Ídem, p. 23.
16
Ídem, p. 34.

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