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Sus órdenes de abrir fuego de artillería contra la población civil en esta revolución
pusieron de relieve la crueldad que estuvo presente a lo largo de su reinado. Nicolás I
ejercería una gran influencia en toda Europa, sobornando o atemorizando a príncipes
alemanes, introduciendo agentes secretos o interviniendo directamente con su ejército,
como lo hizo al aplastar a los nacionalistas húngaros sublevados contra el emperador
austriaco.
La última aventura de Nicolás fue la guerra de Crimea, aunque moriría antes de ver su
derrota: el zar aprovechó un conflicto de los monjes ortodoxos en Palestina para
desencadenar una ofensiva diplomática contra el imperio otomano, exigiéndoles el
derecho ruso a la tutela de las comunidades ortodoxas en los Balcanes.
Al no obtener una satisfacción plena, ordenó al ejército que ocupase los principados
turcos del Danubio, esperando la no intervención de Inglaterra. Esta guerra fue para el zar
una cruzada en defensa de la religión, una lucha contra las ideas liberales de Occidente, y,
al producirse el desembarco anglo-francés en Crimea, una defensa sagrada de la “Madre
Rusia”.
Los siervos, además de conseguir la libertad, recibieron tierras, quedando en su poder casi
la mitad del suelo cultivado, pero al tener que pagar por sus tierras compensaciones
económicas más elevadas a sus antiguos amos, no sólo no mejoraron sus condiciones de
vida, sino que incluso empeoraron, porque tenían que hacer frente a mayores impuestos,
viéndose obligados a recurrir a préstamos usurarios. El incremento de la población
campesina, sin que aumentaran paralelamente las tierras cultivables, agravó aún más la
situación.
La actividad industrial de Rusia con respecto a otros países europeos fue perdiendo
importancia a lo largo del siglo XIX. En el siglo XVIII había sido el primer país productor de
acero, y hacia la mitad del XIX se encontraba ya en el quinto lugar, con tendencia a
retroceder. Su economía estaba muy atrasada, siendo más frecuente el pago en especie y
el trueque que el uso del dinero. La economía monetaria se desarrolló después de la
liberación de los campesinos de la servidumbre feudal, en la segunda mitad del siglo XIX.
Las primeras industrias rusas eran un complemento de la economía campesina, y
únicamente se emprendió una industrialización acelerada a partir de 1880, gracias a la
intervención del Estado. Las grandes distancias que separaban los centros mineros de las
principales ciudades obligaron al gobierno a la construcción de ferrocarriles antes de
iniciarse la plena industrialización, y fue la misma construcción de ferrocarriles (14 mil
millas entre 1861 y 1880) uno de los factores que desencadenaron la ya tardía
industrialización rusa.
La economía polaca estaba más desarrollada que la rusa, con una importante industria
textil en el norte y siderurgia en la zona minera del suroeste. La mayor parte de la
producción industrial se destinaba a la exportación hacia Rusia.
La agricultura rusa estaba limitada en su producción y difusión por las difíciles condiciones
climáticas, que, cuando eran favorables, permitían abundantes cosechas en la franja de
tierras negras del sur. Estaba muy atrasada a causa de prácticas de labranza arcaicas, que
dejaban grandes extensiones en barbecho, y debido sobre todo a las imposiciones
señoriales, que condenaban a los siervos a una pobreza endémica, siéndoles imposible la
acumulación de capitales necesarios para introducir mejoras técnicas en el campo.
El reparto de las tierras o el pastoreo del ganado se hacían en común a pesar de que los
campesinos estuvieron sujetos a la servidumbre feudal hasta 1861; en muchos casos no
estaba demasiado claro si las tierras pertenecían al señor, o éste tenía únicamente
derechos sobre los campesinos, siendo ellos los propietarios de los campos. La liberación
decretada por Alejandro II les dejará la propiedad de la tierra no individualmente, sino
colectivamente a través de los mir.
En las últimas décadas del siglo XIX, Rusia empezó a entrar en la Revolución Industrial. En
el país entró capital europeo para la financiación de ferrocarriles, minas y fábricas. Esta
industrialización originó un incremento de las diferencias entre la clase patronal y la clase
asalariada. Los obreros de las fábricas se hallaban en las mismas malas condiciones que los
obreros de Inglaterra o Francia, y su número aumentó en gran medida. Pero había un
rasgo distintivo del proletariado ruso: la industria rusa estaba muy concentrada, la mitad
de los obreros rusos estaban empleados en fábricas en las que trabajaban más de 500
personas. En estas circunstancias, era más fácil para los obreros organizarse
económicamente y movilizarse políticamente.
La clase patronal y capitalista rusa era numéricamente la más débil. De todos modos, esta
clase patronal, reforzada por terratenientes, llegó a formar en 1905 el Partido
Democrático Constitucional (los K. D. o kadetes).
A pesar de todos estos cambios, Rusia seguía siendo con el nuevo siglo
predominantemente agrícola. Los campesinos, libres de sus antiguos señores desde 1861,
vivían en sus comunas aldeanas o mirs, gobernadas por los zemstvos o asambleas locales.
Estos campesinos estaban muy presionados económicamente por los impuestos y a causa
de sus primitivos métodos de cultivo. La única solución que encontraban para su situación
estaba en la exigencia de más tierras (que estaban muy desigualmente repartidas). Por
ello, constituyeron una tradicional fuente de inquietud revolucionaria.
Otro grupo revolucionario importante eran los marxistas, que en 1898 fundaron el Partido
Social Demócrata Ruso. Éstos veían la revolución como un movimiento internacional.
Pensaban que Rusia debía desarrollar el capitalismo, un proletariado industrial y la forma
moderna de la lucha de clases, y consideraban al proletariado urbano como la clase
auténticamente revolucionaria. Los marxistas rusos celebraron un segundo congreso del
partido en Londres (1903) con el objetivo de unificar el marxismo ruso, aunque en
realidad lo rompió para siempre, surgiendo dos facciones irreconciliables: mencheviques
(más moderados y partidarios de retrasar la revolución hasta alcanzar un mayor grado de
desarrollo económico, aunque eso implique sufrir una etapa de dominio burgués) y
bolcheviques (más radicales y partidarios de la acción inmediata y de la instauración de un
sistema socialista-proletario).
Dentro de éstos últimos destaca la figura de Vladimir Ulianov (Lenin). Este aceptaba las
ideas básicas de Marx: que el capitalismo explotaba a los obreros, que necesariamente
producía y precedía al socialismo, que la historia está predeterminada lógicamente, que la
lucha de clases era la ley de la sociedad, que las formas existentes de religión, gobierno y
filosofía eran armas en la lucha de clases. Pero Lenin desarrolló y transformó en un
elemento de primer orden dentro del marxismo ciertas teorías del imperialismo y del
desarrollo desigual del capitalismo. Según Lenin, el imperialismo era exclusivamente un
producto del capitalismo en su etapa de grandes negocios. Este capitalismo tiene que
exportar su capital excedente e invertirlo en áreas subdesarrolladas, en busca de mayores
beneficios. El incesante afán de colonias y mercados en un mundo ya casi totalmente
repartido conduce a guerras imperialistas internacionales para la redistribución de las
colonias, así como a la intensificación de luchas nacionales de las colonias por su
independencia. Unas y otras facilitan nuevas oportunidades revolucionarias al
proletariado. Lenin desarrolló la idea de Marx de la función del partido. Éste era una
organización en la que los intelectuales proporcionaban la dirección y la comprensión a los
obreros.
LA REVOLUCIÓN DE 1905
El ministro Plehve, y los círculos de la Corte esperaban que una guerra corta y victoriosa
contra el Japón crearía una mayor adhesión al gobierno. Pero la guerra fue un fracaso para
Rusia, y hubo un sentimiento general de que el gobierno, torpe, obstinado e incapaz,
había revelado su incompetencia al mundo entero.
La policía había autorizado a un sacerdote, el Padre Gapon, a que actuase entre los
obreros fabriles de San Petersburgo y a que los organizase, esperando contrarrestar así la
propaganda de los revolucionarios. El Padre Gapon tomó completamente en serio las
reivindicaciones de los obreros. Estos creían que, sólo con que pudieran llegar al zar, éste
escucharía sus quejas y corregiría los males que aquejaban a Rusia. Redactaron una
solicitud pidiendo una jornada de 8 horas, un salario mínimo diario de un rublo, la
destitución de los políticos incapaces, y una Asamblea Constituyente elegida
democráticamente para introducir un gobierno representativo en el imperio. Pacífica y
respetuosa, una multitud de casi 200.000 personas se reunió ante el Palacio de Invierno
del zar, el domingo 9 de enero de 1905. Pero el zar había huido, y los oficiales se
asustaron. Las tropas avanzaron y dispararon contra los manifestantes, matando a varios
centenares.
El Domingo Sangriento de San Petersburgo acabó con el lazo moral sobre el que descansa
todo gobierno estable. Los obreros vieron que el zar no era su amigo. Se produjo una
oleada de huelgas políticas. Los socialdemócratas surgieron de la clandestinidad o del
destierro para dar una dirección revolucionaria a aquellos movimientos. Se formaron
consejos o soviets de trabajadores en Moscú y San Petersburgo. Los campesinos
comenzaron a levantarse espontáneamente, invadiendo las tierras y ejerciendo la
violencia contra sus propietarios. Todos los partidos estaban de acuerdo en que debía
haber más representación democrática en el gobierno.
El zar accedió de mala gana y concedió lo menos posible. Accedió a convocar una especie
de Estados Generales, pero la revolución seguía extendiéndose. El Soviet de Obreros de
San Petersburgo declaró una gran huelga general. Con el país paralizado, el zar lanzó el día
17 su «Manifiesto de Octubre», en el que prometía una constitución, libertades civiles,
sufragio universal y la elección de una Duma (asamblea representativa) como órgano
legislativo. Con este manifiesto, el zar y sus consejeros consiguieron dividir a la oposición.
Mientras los intelectuales excitaban a continuar la revolución, liberales y demócratas
aceptaban el manifiesto. El gobierno logró mantenerse; las autoridades detuvieron a los
miembros del Soviet de San Petersburgo, y se hizo la paz con Japón. Los dirigentes
revolucionarios se exiliaron, o volvieron a la clandestinidad, fueron detenidos y enviados a
la cárcel o a Siberia.