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LA INDUSRIALIZACIÓN EN RUSIA.

Si no es del todo cierta la teoría de la parálisis económica de Rusia a partir de 1800


(después de la política económica expansionista de Pedro el Grande en el siglo XVIII),
como ha sustentado Florinsky, también es verdad que pocos historiadores (como es el
caso de Blackwell) atribuyen importancia decisiva al período industrializador anterior a
1861. En realidad, la mayoría de los especialistas hacen hincapié más bien en los signos de
arcaísmo que en los de progreso.
Así pues, el dato cierto es que hasta 1870 el desarrollo de la industria rusa fue escaso y
relativamente rápido desde esa fecha. Las causas de este crecimiento se han discutido
mucho. Debido a las circunstancias geográficas rusas, Baykov da más importancia a la
construcción del ferrocarril, mientras que el historiador de la economía norteamericano
Gerschenkron reconoce el valor de estímulo que tuvo la liberación de los siervos y los
cambios a que dio lugar en la sociedad rusa. De cualquier forma, el hecho constatable es
que, entre 1870 y 1914, la producción industrial y minera se multiplicó por ocho, lo cual
equivale a decir que siguió un proceso casi tan rápido como Estados Unidos durante dicho
período y más acelerado que el de Europa Occidental.
No obstante, este crecimiento es discontinuo desde 1885, tal y como nos ha mostrado
Gerschenkron quien, basándose en el índice de producción industrial compilado por el
economista Kondratiev, estima un boom en 1890, un casi estancamiento en 1900 y un
ascenso llamativo en 1910. Siguiendo a Tom Kemp, podemos resaltar algunos puntos
importantes de este crecimiento económico. Fue la intervención del Estado la que, en
bastante medida, proporcionó el capital y el mercado, sobre todo en el sector de bienes
productivos. El papel del ferrocarril, en el que la mayor parte del capital fue estatal,
resultó decisivo. La red ferroviaria se inicia en 1843 (inauguración de la línea Moscú-San
Petersburgo) y en 1914 había ya cerca de 70.000 kilómetros de tendido de vía. Las
importaciones de equipo y maquinaria ferroviaria exigieron una cantidad creciente de
exportaciones y deudas, lo cual obligó a vender buena parte de los cereales, a pesar de
que el índice de consumo de alimentos per cápita era muy bajo y de que muchos de estos
granos provenían del canon que los campesinos tuvieron que pagar anualmente por la
emancipación. Sin embargo, la red de carreteras permaneció prácticamente sin
desarrollar: Rusia, en 1923, poseía menos kilómetros de firme asfaltado que Inglaterra un
siglo antes, a pesar de que era noventa y una veces menor en extensión. El petróleo fue
otro factor. Un hallazgo en el macizo de Bakú, en cuyas prospecciones invirtieron los
Rothschild, constituyó una fortuna. Rusia tenía carbón, fuente de energía de la Primera
Revolución Industrial y petróleo, base de la segunda, del que carecía, en cambio,
Inglaterra. Esto le permitió quemar etapas y acelerar su desarrollo. En doce años aumentó
la producción catorce veces; a fin de siglo, con casi 6.000 empresas, ocupaba el primer
lugar de la producción mundial, aunque las fuentes de energía no estaban bien
administradas, quizá por su abundancia.
Por otra parte, los dos sectores más importantes de la industria eran los textiles
(especialmente de algodón, una vez superado el problema de los suministros en 1865, al
terminar la guerra civil norteamericana) y la metalurgia. Otro rasgo característico fue la
desigual distribución de la industria: las factorías estaban localizadas de modo casi
exclusivo en la Rusia europea, especialmente en las zonas de San Petersburgo, Moscú e
Ivanovo, a las que había que unir las minas de carbón de Ucrania y el petróleo de Bakú.
Aunque historiadores como Falkus estiman que el papel de los ministros de Hacienda
anteriores a Witte fue importante, no cabe duda de que el más preclaro exponente del
desarrollo se encuentra en Sergei Witte, ministro de Hacienda entre 1892 y 1903. El
problema que se plantea Witte es cómo desarrollar rápidamente un país en el que, según
su propia expresión, "necesitamos capital, conocimientos y espíritu de empresa". En un
país predominantemente agrícola como era Rusia, tal como sugiere Von Lave, un
excedente de la producción sobre el consumo había de proporcionarlo el campesinado:
para hacer máximo el excedente había que comprimir el consumo campesino. Esto se
logró de dos formas: a través de los pagos de redención de tierras distribuidas en 1861 y
con severas cargas impositivas que obligaban a comercializar toda la parte de la
producción que no era estrictamente necesaria para el consumo familiar y la siembra. En
la industria, los productos podían tener altos precios gracias al arancel proteccionista. Se
montó así un sistema de distribución de la renta que protegía a los empresarios
industriales y al Estado, que utilizaba su capacidad financiera para dirigir la inversión hacia
los sectores que consideraba preferentes y que, además, creó la demanda que la
economía rusa había sido incapaz de generar. Las ramas más favorecidas de las compras y
subsidios estatales fueron los ferrocarriles, la industria siderúrgica y las extractivas
conectadas con ella, así como la industria de bienes de equipo. El sistema se completó con
la entrada de capitales extranjeros: la solidez del rublo y los altos beneficios que los
derechos arancelarios y demandas estatales aseguraban, atraía un flujo considerable de
capitales. La política de Witte produjo los resultados que éste esperaba: se registró una
fuerte entrada de capitales extranjeros, sobre todo franceses y belgas. Se ha estimado
que, entre 1890 y 1900, la aportación de capital extranjero superó la tercera parte del
capital total de las sociedades anónimas creadas en el país y en ciertas ramas -por
ejemplo, minería- fue más del 50 por 100. Estos factores indicados (disminución del
consumo, crecimiento de la producción, actividad del Estado y aportación extranjera)
hicieron posible que entre 1890 y 1900 la producción industrial creciera a una media del 8
por 100 anual, ritmo de crecimiento sólo superado en el mundo por Japón.
Sin embargo, el sistema económico ruso, a pesar de su rápido desarrollo sectorial (la
industria pesada fundamentalmente), era débil. La crisis podía surgir en cualquier
momento y surgió. A partir de 1898 la situación agrícola empeoró, las malas cosechas
incidieron en una población que desde 1891 se había visto crecientemente empobrecida
por las exigencias estatales, el hambre se extendió por el país. Sin reservas para asegurar
su propia subsistencia, los campesinos no podían atender el excedente de producción
para la exportación, ni las obligaciones fiscales. La llegada de capitales extranjeros
comenzó a bajar debido a la mayor tirantez de las relaciones económicas y políticas
internacionales y al deterioro de la situación interior rusa. El Estado comprendió, en esa
situación, que la única solución era disminuir la demanda de inversión del sector público:
esto tendría como consecuencia inmediata una caída de toda actividad industrial, dado
que no existía un mercado interior (el exterior no era posible porque el proteccionismo
hacía que la industria rusa no fuera competitiva) que sustituyera al que había creado el
propio Estado. La crisis se extendió de 1899 a 1906, período para el que la tasa de
crecimiento industrial no llega al 1,5 por 100. En 1903 Witte perdía la cartera de Hacienda.
No por ello mejoró la situación. En todo caso, la industria rusa, como ha señalado
Gerschenkron, continuó la concentración de grandes empresas impulsadas por el Estado y
el capital extranjero, especialmente francés. Junto a este desarrollo industrial hay que
llamar la atención sobre el hecho de que el artesanado, no sólo no desapareció, sino que
incluso aumentó: en algunos sectores como la cristalería o la piel, fue la forma habitual de
producción y en numerosas regiones los artesanos eran más numerosos que los obreros
fabriles. Se produce un fenómeno similar al Japón Meiji: la manufactura tradicional,
destruida en los países occidentales desarrollados por el empuje de la gran industria,
subsiste con ella en Rusia. Aun con el peso de bastantes arcaísmos y contradicciones, es
indudable que el Imperio experimenta una transformación en el orden económico y que el
momento de despegue coincide con el de la transformación de su sociedad, tras la
abolición de la servidumbre, sin que haya que ver en ello la única causa. Además, el
ahorro y el bajo nivel de consumo campesino hicieron posible el desarrollo y
mantenimiento de una industria pesada. La mitad del capital era extranjero y la otra
mitad, en gran medida, del Estado. Existía una fuerte concentración de industrias, tanto
de localización como de administración y dirección, por parte de los intereses extranjeros
y del Estado. En buena parte, el desarrollo industrial lo había sido a costa de exprimir el
ahorro y el trabajo de los campesinos, sin que apenas éstos se beneficiaran, pues la
orientación de la producción fue más bien a la industria pesada y no a la de consumo.
Además, en los bienes de equipo o de consumo, la relación precios-coste fue siempre
desfavorable para los campesinos. La imposición del sistema colectivista en la Unión
Soviética, una vez que se estabiliza el proceso revolucionario, fue, a pesar de las fortísimas
tensiones, mucho menos difícil que lo hubiera sido en otros países desarrollados y
occidentalizados. Así pues, a grandes trazos, la política económica que impondrá,
especialmente Stalin cuando dé por terminada la NEP, será la continuación, en gran
medida, del modelo que, con evidentes diferencias, pero también con parecidos, se había
ya impuesto en Rusia desde la segunda mitad del siglo XIX, salvando las resistencias del
capital extranjero y de los "kulaks", principalmente.
RUSIA EN EL SIGLO XIX
LOS ZARES ALEJANDRO Y NICOLÁS
Evolución política: El absolutismo en Rusia fue incomparablemente mayor que en otros
Estados europeos. La historia de Rusia en el siglo XIX fue en gran medida la historia de sus
zares.

Alejandro I (1801-1825), el vencedor de Napoleón, inició su reinado con reformas


liberalizadoras de las leyes y de la administración, como fueron la creación de un consejo
de Estado y de un Parlamento (Duma), pero tras las guerras napoleónicas se inclinó por
una política ultraconservadora, manteniendo como único avance liberal la autonomía del
reino de Polonia y su Carta constitucional, aunque la Dieta polaca (Parlamento) fue
reunida muy pocas veces.

Con Nicolás I (1825-1855) empezó la etapa de mayor expansión imperialista y de mayor


represión interior. Su corrupta administración se inició con el aplastamiento de la
revolución liberal decembrista que en 1825 estalló en San Petersburgo, de características
similares a las que sacudieron Europa en los años 20.

Sus órdenes de abrir fuego de artillería contra la población civil en esta revolución
pusieron de relieve la crueldad que estuvo presente a lo largo de su reinado. Nicolás I
ejercería una gran influencia en toda Europa, sobornando o atemorizando a príncipes
alemanes, introduciendo agentes secretos o interviniendo directamente con su ejército,
como lo hizo al aplastar a los nacionalistas húngaros sublevados contra el emperador
austriaco.

Su política interior se basó en impedir la difusión de las ideas de la Revolución Francesa;


para ello restableció la policía secreta, reprimió toda libertad de expresión y creó campos
militares de deportación en Siberia.

El gobierno de Nicolás I fracasó en su política económica, pues se endeudé


progresivamente, y tuvo que hacer frente a las acciones campesinas que estallaban
espontáneamente todos los años a causa de la miseria y el hambre.
El problema político más delicado que afrontó fue el de los nacionalistas polacos. Nicolás I
no convocó en todo su reinado a la Dieta polaca, aumentando así el descontento que,
convenientemente dirigido por sociedades secretas, desembocó en la revolución de 1830.
Esta rebelión fue organizada por la aristocracia y la pequeña nobleza campesina, y
consiguió expulsar a los rusos de Varsovia y proclamar la independencia. Sin embargo, al
año siguiente fue aplastada por el ejército zarista, que desencadené una represión
durísima con cientos de fusilados y miles de exiliados, anulando además la Constitución y
el Parlamento polacos.

La última aventura de Nicolás fue la guerra de Crimea, aunque moriría antes de ver su
derrota: el zar aprovechó un conflicto de los monjes ortodoxos en Palestina para
desencadenar una ofensiva diplomática contra el imperio otomano, exigiéndoles el
derecho ruso a la tutela de las comunidades ortodoxas en los Balcanes.

Al no obtener una satisfacción plena, ordenó al ejército que ocupase los principados
turcos del Danubio, esperando la no intervención de Inglaterra. Esta guerra fue para el zar
una cruzada en defensa de la religión, una lucha contra las ideas liberales de Occidente, y,
al producirse el desembarco anglo-francés en Crimea, una defensa sagrada de la “Madre
Rusia”.

La guerra puso de manifiesto las graves deficiencias de la organización social y militar de


Rusia, y si la ciudad de Sebastopol logró resistir un año se debió más a la ineptitud de los
militares ingleses y franceses, que a la eficacia del ejército ruso. Esa sería la primera guerra
moderna de trincheras, con bajas elevadísimas (más de 100 mil por cada bando), y la
derrota rusa trajo como consecuencia la pérdida de influencia en los Balcanes y la
neutralización del mar Negro. Rusia se convirtió en una potencia de segundo orden.

Alejandro II (1855-1881), sucesor de Nicolás I, inició una política liberalizadora,


concediendo mayor libertad a la Iglesia católica polaca y a las universidades rusas.
Disminuyó la censura de libros, permitiendo la difusión de muchos que habían estado
prohibidos, y concedió una amnistía en el momento de su coronación.
Una de sus reformas más importantes fue la emancipación de los siervos en 1861, para lo
que tuvo que vencer la oposición de los terratenientes y de la mayoría de sus ministros.

Los siervos, además de conseguir la libertad, recibieron tierras, quedando en su poder casi
la mitad del suelo cultivado, pero al tener que pagar por sus tierras compensaciones
económicas más elevadas a sus antiguos amos, no sólo no mejoraron sus condiciones de
vida, sino que incluso empeoraron, porque tenían que hacer frente a mayores impuestos,
viéndose obligados a recurrir a préstamos usurarios. El incremento de la población
campesina, sin que aumentaran paralelamente las tierras cultivables, agravó aún más la
situación.

La repercusión de la emancipación de los siervos fue mayor en el comercio y la industria


que en el campo, ya que hizo avanzar la difusión de la moneda, y permitió acumular
capitales a los terratenientes agrícolas que recibían dinero a cambio de sus tierras.

Alejandro II reformó también la administración de la justicia, introduciendo los juicios con


jurados y las audiencias públicas, aunque no se llegó a aplicar en todas las regiones,
debido, en parte, a la falta de abogados con una mínima preparación jurídica.

Las reformas de Alejandro II potenciaron el desarrollo de los zemstvos o asambleas


aldeanas (organismos aristocráticos elegidos por los terratenientes) de gran importancia
por su labor sanitaria y educativa, que tendrían un carácter más comunal que en otros
países europeos.

En Polonia se permitió a los nobles la posibilidad de asociarse y una mayor libertad de


expresión, pero el alzamiento polaco de 1863 puso fin a su autonomía y a estas mínimas
libertades. Desapareció el “reino de Polonia”, que desde entonces se llamaría “región del
Vístula”. El gobierno ruso utilizó al campesinado polaco para debilitar a la aristocracia
nacionalista, concediéndole a aquéllos más tierras que a los siervos rusos, y dándoles a las
comunas campesinas mayores atribuciones. La mayoría de la población mejoró así su nivel
de vida, consiguiendo de este modo aislar al movimiento nacionalista dentro de su propio
país.
Atraso económico

La actividad industrial de Rusia con respecto a otros países europeos fue perdiendo
importancia a lo largo del siglo XIX. En el siglo XVIII había sido el primer país productor de
acero, y hacia la mitad del XIX se encontraba ya en el quinto lugar, con tendencia a
retroceder. Su economía estaba muy atrasada, siendo más frecuente el pago en especie y
el trueque que el uso del dinero. La economía monetaria se desarrolló después de la
liberación de los campesinos de la servidumbre feudal, en la segunda mitad del siglo XIX.
Las primeras industrias rusas eran un complemento de la economía campesina, y
únicamente se emprendió una industrialización acelerada a partir de 1880, gracias a la
intervención del Estado. Las grandes distancias que separaban los centros mineros de las
principales ciudades obligaron al gobierno a la construcción de ferrocarriles antes de
iniciarse la plena industrialización, y fue la misma construcción de ferrocarriles (14 mil
millas entre 1861 y 1880) uno de los factores que desencadenaron la ya tardía
industrialización rusa.

La economía polaca estaba más desarrollada que la rusa, con una importante industria
textil en el norte y siderurgia en la zona minera del suroeste. La mayor parte de la
producción industrial se destinaba a la exportación hacia Rusia.

La agricultura rusa estaba limitada en su producción y difusión por las difíciles condiciones
climáticas, que, cuando eran favorables, permitían abundantes cosechas en la franja de
tierras negras del sur. Estaba muy atrasada a causa de prácticas de labranza arcaicas, que
dejaban grandes extensiones en barbecho, y debido sobre todo a las imposiciones
señoriales, que condenaban a los siervos a una pobreza endémica, siéndoles imposible la
acumulación de capitales necesarios para introducir mejoras técnicas en el campo.

EL trabajo de la tierra se realizaba con base en una arcaica organización social


comunitaria, el mir, que era la comunidad de aldeanos presidida por un funcionario del
Estado, con poder ejecutivo.

El reparto de las tierras o el pastoreo del ganado se hacían en común a pesar de que los
campesinos estuvieron sujetos a la servidumbre feudal hasta 1861; en muchos casos no
estaba demasiado claro si las tierras pertenecían al señor, o éste tenía únicamente
derechos sobre los campesinos, siendo ellos los propietarios de los campos. La liberación
decretada por Alejandro II les dejará la propiedad de la tierra no individualmente, sino
colectivamente a través de los mir.

Desde la década de 1860, el atrasado Imperio Ruso se desplazaba lentamente desde el


absolutismo feudal (con características casi medievales) hacia el capitalismo, bajo el
régimen de la autocracia zarista. Sin embargo, aunque estos cambios habían liberalizado
las estructuras sociales, económicas y culturales, el sistema político que les daba cabida
permaneció prácticamente inalterado. Los distintos intentos de reformar dicho sistema
fueron duramente rechazados por la monarquía y la burocracia. Para aquellos que tenían
esperanzas de mejora, el limitado alcance del programa de reformas, trajo consigo una
sensación de frustración que desembocó en distintas rebeliones. La necesidad de
económicas y sociales sólo podía satisfacerse mediante la revolución.

En las últimas décadas del siglo XIX, Rusia empezó a entrar en la Revolución Industrial. En
el país entró capital europeo para la financiación de ferrocarriles, minas y fábricas. Esta
industrialización originó un incremento de las diferencias entre la clase patronal y la clase
asalariada. Los obreros de las fábricas se hallaban en las mismas malas condiciones que los
obreros de Inglaterra o Francia, y su número aumentó en gran medida. Pero había un
rasgo distintivo del proletariado ruso: la industria rusa estaba muy concentrada, la mitad
de los obreros rusos estaban empleados en fábricas en las que trabajaban más de 500
personas. En estas circunstancias, era más fácil para los obreros organizarse
económicamente y movilizarse políticamente.

La crisis económica internacional propiciada por la superproducción y el subconsumo,


sufrida entre 1901 y 1903 tendrá especial virulencia en un país ruralizado y atrasado como
el ruso. El parón industrial y la mala situación en el campo provocan protestas y huelgas
en los centros urbanos e industriales. La crisis servirá de acicate para la toma de
conciencia de la injusticia de las desigualdades económicas, sociales y jurídicas existentes
en Rusia.

La clase patronal y capitalista rusa era numéricamente la más débil. De todos modos, esta
clase patronal, reforzada por terratenientes, llegó a formar en 1905 el Partido
Democrático Constitucional (los K. D. o kadetes).
A pesar de todos estos cambios, Rusia seguía siendo con el nuevo siglo
predominantemente agrícola. Los campesinos, libres de sus antiguos señores desde 1861,
vivían en sus comunas aldeanas o mirs, gobernadas por los zemstvos o asambleas locales.
Estos campesinos estaban muy presionados económicamente por los impuestos y a causa
de sus primitivos métodos de cultivo. La única solución que encontraban para su situación
estaba en la exigencia de más tierras (que estaban muy desigualmente repartidas). Por
ello, constituyeron una tradicional fuente de inquietud revolucionaria.

El otro tradicional núcleo de inquietud revolucionaria era la intelligentsia, que aspiraba al


derrocamiento del zarismo. No se trataba de un grupo homogéneo sino de distintos
grupos con ideario propio. En su mayoría, estos intelectuales revolucionarios aprobaban el
terrorismo y el asesinato como moralmente necesarios en un país autocrático. Tenían una
fe mística en el inmenso poder del campesinado ruso. En 1901 fundarían el Partido Social
Revolucionario.

Otro grupo revolucionario importante eran los marxistas, que en 1898 fundaron el Partido
Social Demócrata Ruso. Éstos veían la revolución como un movimiento internacional.
Pensaban que Rusia debía desarrollar el capitalismo, un proletariado industrial y la forma
moderna de la lucha de clases, y consideraban al proletariado urbano como la clase
auténticamente revolucionaria. Los marxistas rusos celebraron un segundo congreso del
partido en Londres (1903) con el objetivo de unificar el marxismo ruso, aunque en
realidad lo rompió para siempre, surgiendo dos facciones irreconciliables: mencheviques
(más moderados y partidarios de retrasar la revolución hasta alcanzar un mayor grado de
desarrollo económico, aunque eso implique sufrir una etapa de dominio burgués) y
bolcheviques (más radicales y partidarios de la acción inmediata y de la instauración de un
sistema socialista-proletario).

Dentro de éstos últimos destaca la figura de Vladimir Ulianov (Lenin). Este aceptaba las
ideas básicas de Marx: que el capitalismo explotaba a los obreros, que necesariamente
producía y precedía al socialismo, que la historia está predeterminada lógicamente, que la
lucha de clases era la ley de la sociedad, que las formas existentes de religión, gobierno y
filosofía eran armas en la lucha de clases. Pero Lenin desarrolló y transformó en un
elemento de primer orden dentro del marxismo ciertas teorías del imperialismo y del
desarrollo desigual del capitalismo. Según Lenin, el imperialismo era exclusivamente un
producto del capitalismo en su etapa de grandes negocios. Este capitalismo tiene que
exportar su capital excedente e invertirlo en áreas subdesarrolladas, en busca de mayores
beneficios. El incesante afán de colonias y mercados en un mundo ya casi totalmente
repartido conduce a guerras imperialistas internacionales para la redistribución de las
colonias, así como a la intensificación de luchas nacionales de las colonias por su
independencia. Unas y otras facilitan nuevas oportunidades revolucionarias al
proletariado. Lenin desarrolló la idea de Marx de la función del partido. Éste era una
organización en la que los intelectuales proporcionaban la dirección y la comprensión a los
obreros.

LA REVOLUCIÓN DE 1905

La casi simultánea fundación, a principios de siglo, de los partidos Democrático


Constitucional, Social Revolucionario y Social Demócrata era un claro signo de
descontento. Al propio tiempo, a partir de 1900, hubo signos de creciente inquietud
popular. Los campesinos invadían las tierras de la clase media e incluso se alzaban en
insurrecciones locales contra los terratenientes y los recaudadores de impuestos. Los
obreros de las fábricas, esporádicamente, convocaban huelgas y se negaban a trabajar. El
gobierno, mientras tanto, se negaba a hacer concesiones de ningún tipo. El zar Nicolás II
era un hombre de miras estrechas, que consideraba antirrusas todas las ideas que
cuestionasen la autocracia de la gran Rusia.

El ministro Plehve, y los círculos de la Corte esperaban que una guerra corta y victoriosa
contra el Japón crearía una mayor adhesión al gobierno. Pero la guerra fue un fracaso para
Rusia, y hubo un sentimiento general de que el gobierno, torpe, obstinado e incapaz,
había revelado su incompetencia al mundo entero.

La policía había autorizado a un sacerdote, el Padre Gapon, a que actuase entre los
obreros fabriles de San Petersburgo y a que los organizase, esperando contrarrestar así la
propaganda de los revolucionarios. El Padre Gapon tomó completamente en serio las
reivindicaciones de los obreros. Estos creían que, sólo con que pudieran llegar al zar, éste
escucharía sus quejas y corregiría los males que aquejaban a Rusia. Redactaron una
solicitud pidiendo una jornada de 8 horas, un salario mínimo diario de un rublo, la
destitución de los políticos incapaces, y una Asamblea Constituyente elegida
democráticamente para introducir un gobierno representativo en el imperio. Pacífica y
respetuosa, una multitud de casi 200.000 personas se reunió ante el Palacio de Invierno
del zar, el domingo 9 de enero de 1905. Pero el zar había huido, y los oficiales se
asustaron. Las tropas avanzaron y dispararon contra los manifestantes, matando a varios
centenares.

El Domingo Sangriento de San Petersburgo acabó con el lazo moral sobre el que descansa
todo gobierno estable. Los obreros vieron que el zar no era su amigo. Se produjo una
oleada de huelgas políticas. Los socialdemócratas surgieron de la clandestinidad o del
destierro para dar una dirección revolucionaria a aquellos movimientos. Se formaron
consejos o soviets de trabajadores en Moscú y San Petersburgo. Los campesinos
comenzaron a levantarse espontáneamente, invadiendo las tierras y ejerciendo la
violencia contra sus propietarios. Todos los partidos estaban de acuerdo en que debía
haber más representación democrática en el gobierno.

El zar accedió de mala gana y concedió lo menos posible. Accedió a convocar una especie
de Estados Generales, pero la revolución seguía extendiéndose. El Soviet de Obreros de
San Petersburgo declaró una gran huelga general. Con el país paralizado, el zar lanzó el día
17 su «Manifiesto de Octubre», en el que prometía una constitución, libertades civiles,
sufragio universal y la elección de una Duma (asamblea representativa) como órgano
legislativo. Con este manifiesto, el zar y sus consejeros consiguieron dividir a la oposición.
Mientras los intelectuales excitaban a continuar la revolución, liberales y demócratas
aceptaban el manifiesto. El gobierno logró mantenerse; las autoridades detuvieron a los
miembros del Soviet de San Petersburgo, y se hizo la paz con Japón. Los dirigentes
revolucionarios se exiliaron, o volvieron a la clandestinidad, fueron detenidos y enviados a
la cárcel o a Siberia.

El más importante resultado de la Revolución de 1905 fue el de convertir a Rusia, al


menos aparentemente, en una especie de estado parlamentario. Pero la nueva Duma fue
reformada, apenas tenía poderes, y en la práctica el zarismo no permitía ningún tipo de
participación del pueblo en el gobierno.

Revolución Rusa: Antecedentes


Algunos funcionarios creían que el modo de acabar con los revolucionarios y de fortalecer
el poder de la monarquía consistía en que el gobierno atrajese el apoyo del pueblo
razonable y moderado mediante un programa de reformas. Uno de estos funcionarios fue
Piotr Stolypin, primer ministro desde 1906 a 1911. Este trató de llevar a cabo un amplio
programa de reformas, pero en 1911 caería asesinado. Esto desató una campaña de
persecución de terroristas que conllevó el ajusticiamiento de más de mil personas (la soga
de la horca recibió el sobrenombre de «corbata de Stolypin»).

Esquema sobre los últimos años del zarismo


Así pues, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, en una Europa en la que convivían
otros grandes imperios (Alemania, Austria- Hungría, Turquía…), Rusia seguía
desarrollándose. Sus industrias crecían, sus ferrocarriles se extendían y aunque no tenía
un gobierno parlamentario, tenía un parlamento. Pero este desarrollo estaba amenazado
por la derecha, por obstinados reaccionarios que defendían el zarismo absoluto, y por la
izquierda, por revolucionarios a quienes nada podía satisfacer, excepto el fin del zarismo y
la total transformación de la sociedad rusa. Así que, aunque el país seguía inalterado en la
práctica (el zar tenía el poder político absoluto y la riqueza y la propiedad de la tierra
seguían en manos de la nobleza), sí existía una idea de que la situación tendría que
cambiar tarde o temprano ya que el número de desfavorecidos era amplio y diverso.

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