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Resumen de Problemas de Historia del Siglo XX

La economía cambia el ritmo


Desde 1873 en la economía mundial se estaba evidenciando una perturbación y depresión
en el comercio sin precedentes. Esto ocurrió tanto en naciones que estuvieron implicadas en
guerras como a las que se mantuvieron en paz, a las que tienen una moneda estable y a las
que no, a las de libre comercio y a las que están más o menos limitadas y tanto a las nuevas
comunidades como Australia o Sudáfrica como a las viejas como Inglaterra y Alemania. Pero
además no ha enriquecido a los que dominan el comercio mundial.
Entre 1873 y mediados de la década de 1890 la producción mundial continuó aumentando
de forma muy sustancial. También el comercio internacional, aunque a un ritmo menos
vertiginoso que antes. En estas mismas décadas las economías industriales de EEUU y
Alemania avanzaron a pasos gigantescos y la revolución industrial se extendió a nuevos
países como Suecia y Rusia. La inversión extranjera en América latina alcanzó su cúspide
en 1880 al duplicarse la extensión del tendido férreo en Argentina en el plazo de 5 años, y
tanto Argentina como Brasil absorbían 300 mil inmigrantes por año. ¿Puede calificarse de
“Gran Depresión” a ese período de espectacular crecimiento productivo?
A los economistas y hombres de negocios lo que les preocupaba era la prolongada
“depresión de los precios, una depresión del interés y una depresión de los beneficios”. En
resumen, tras el drástico hundimiento de la década de 1870 lo que estaba en juego no era la
producción sino la rentabilidad.
La agricultura fue la gran víctima más espectacular de esa disminución de los beneficios y
constituía el sector más deprimido de la economía y aquel cuyos descontentos tenían
consecuencias sociales y políticas más inmediatas y de mayor alcance. Las consecuencias
para los precios agrícolas, tanto en la agricultura europea como en las economías
exportadoras de ultramar, fueron dramáticas. La reacción de los agricultores, según la
riqueza y la estructura política de sus países, varió desde la agitación electoral a la rebelión,
por no mencionar la muerte por hambre, como fue el caso de Rusia entre 1891 y 1892. Los
países que no necesitaban preocuparse por el campesinado, porque ya no lo tenían, como
el Reino Unido, podían permitir que la agricultura se atrofiara: en ese país desaparecieron
los dos tercios de las tierras dedicadas al cultivo del trigo entre 1875 y 1895. Algunas
naciones, como Dinamarca, modernizaron deliberadamente su agricultura orientándose
hacia la producción de rentables productos ganaderos. Otros gobiernos, como el alemán,
pero sobretodo el francés y el norteamericano, establecieron aranceles que elevaron los
precios. No obstante, las dos respuestas de la población fueron la inmigración masiva de los
que no tenían tierras o eran pobres y la cooperación fundamentalmente de los que tenían
explotaciones potencialmente viables. La década de 1880 tuvo la mayor tasa de emigración
de ultramar.
Para solucionar dicha crisis se ensayaron diferentes técnicas como:
Proteccionismo: es la manera que tienen los gobiernos de proteger la industria nacional
imponiendo altos aranceles a las importaciones.

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Bimetalismo: consistía en tener dos patrones monetarios, el oro y la plata, Muy pocos países
tenían plata en abundancia que pasarían a ser potencia que a Gran Bretaña no le convenía.
Por lo que se desechó.
Taylorismo: Frederick Taylor comenzó a gestar su idea a raíz de la crisis de la industria del
acero en EEUU que consistía en eliminar los tiempos muertos durante el proceso industrial.
Se aislaba a los trabajadores en sectores bien definidos cronometrando el tiempo de cada
proceso. También consistía en el pago de un incentivo a la producción.
Imperialismo: Los países fuertes (Gran Bretaña, Francia, Alemania, etc.) salen a colonizar en
otros continentes para así tener materias primas más baratas para sus industrias y así
también tienen clientes cautivos de sus productos manufacturados.
Trust: varias empresas del mismo rubro se unen para controlar el mercado y forman un
oligopolio. Este sistema suscitó mucho rechazo público ya que estas empresas deberían
haber competido, según la teoría de la libre empresa, a favor del consumidor.
La gran depresión puso fin a la era del liberalismo económico, al menos en el capítulo de los
artículos de consumo. Las tarifas proteccionistas comenzaron a aplicarse en Alemania e
Italia, en los productos textiles, a finales del decenio de 1870 y pasaron a ser un elemento
permanente en el escenario económico internacional.
Solo Gran Bretaña defendía la libertad de comercio sin restricciones y la razón era la
ausencia de un campesinado numeroso, además de ser el exportador más importante de
productos industriales. Además, era el mayor exportador de capital de servicios “invisibles”
financieros y comerciales y de servicios de transporte. Gran Bretaña era el mayor receptor
de exportaciones de productos primarios del mundo y dominaba el mercado mundial de
algunos de ellos, como la caña de azúcar, el té y el trigo.
La libertad de comercio parecía pues, indispensable, ya que permitía que los productores de
materias primas de ultramar intercambiaran sus productos por los manufacturados
británicos, reforzando así la simbiosis entre Gran Bretaña y el mundo subdesarrollado. Los
estancieros argentinos y uruguayo, los productores de lana australianos y los agricultores
daneses no tenían interés alguno en impulsar el desarrollo de las manufacturas nacionales,
pues obtenían muchos beneficios en su calidad de planetas económicos del sistema solar
británico. Como ya se vio el librecambio implicaba permitir el hundimiento de la agricultura
británica si no estaba preparada para mantenerse a flote. Hasta los políticos más
conservadores, a favor del proteccionismo, estaban dispuestos a abandonar a la agricultura.
Al fin de cuentas el capitalismo no existe para realizar una selección determinada de
productos, sino para obtener dinero. Gran Bretaña siguió mostrándose partidaria del
liberalismo económico y al actuar así otorgó a los países proteccionistas la libertad de
controlar sus mercados internos y de impulsar sus exportaciones.
En definitiva, el sector industrial y en proceso de industrialización se amplió en Europa y
fuera de ella por los acontecimientos que se llevaban a cabo en EEUU y Japón. El mercado
de materias primas también se amplió en forma extraordinaria, lo cual implicó también el
desarrollo de las zonas dedicadas a su producción y su integración al mercado internacional.
Para entonces Argentina se convirtió en el gran exportador de trigo y cada año trabajadores
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italianos, llamados golondrinas, cruzaban el Atlántico para levantar la cosecha. La economía
de la era del imperio permitía que Europa exportara productos y mujeres a ciudades de
nueva creación como Johannesburgo o Buenos Aires y que se construyeran teatros de
ópera.
La economía mundial era mucho más plural que antes. Gran Bretaña ya no era el único país
totalmente industrializado y la única economía industrial. Esta era se caracterizó por la
rivalidad entre los diferentes estados. Además, las relaciones entre el mundo desarrollado y
el subdesarrollado eran también más variadas y complejas que en 1860 cuando la mitad de
las exportaciones de África, Asia y América Latina convergían en un solo país, Gran
Bretaña. Ya para el 1900 las exportaciones hacia Gran Bretaña habían disminuido un 25% y
las exportaciones al resto de Europa eran superiores. La era del imperio ya no era mono
centrista.
Este importante desbalance que se produjo sobre los artículos de consumo se equilibró por
la dependencia que se mantuvo e incluso se incrementó de los servicios financieros,
comerciales y navieros de Gran Bretaña. La City de Londres era el centro de las
transacciones internacionales. La enorme importancia de las inversiones británicas en el
extranjero y su marina mercante reforzaban aún más la posición central del país en una
economía mundial abocada en Londres y cuya base monetaria era la libra esterlina. En el
mercado internacional de capitales Gran Bretaña conservaba un dominio abrumador.
Es en este período que se produce la “revolución tecnológica” con la aparición del teléfono,
el telégrafo, el fonógrafo, el cine, el automóvil, el aeroplano, la aspiradora y la aspirina. Esta
revolución vino a reforzar a la anterior revolución industrial.
Otra característica de esta era fue una doble transformación en la estructura y modus
operandi de la empresa capitalista. Por una parte, se produjo la concentración de capital, el
crecimiento en escala que llevó a distinguir ente “empresa” y “gran empresa”. Por otra parte,
se llevó a cabo el intento sistemático de racionalizar la producción y la gestión de la
empresa, aplicando métodos científicos no solo a la tecnología sino a la organización y a los
cálculos.
Otro cambio importante que se produjo fue una transformación en el mercado de los bienes
de consumo: un cambio tanto cuantitativo como cualitativo. Con el incremento de la
población, de la urbanización y de los ingresos reales, el mercado de masas, limitado hasta
entonces a los productos alimenticios y al vestido, es decir bienes básicos de subsistencia,
comenzó a dominar la industria productora de bienes de consumo. Este fenómeno fue
mucho más notable en las clases trabajadoras. Fue el modelo T de Ford el que revolucionó
la industria automotriz con un automóvil para todo el mundo y no Rolls-Royce con un
automóvil para la clase alta. Una de las consecuencias más evidentes fue la creación de
medios de comunicación masivos. Fue en 1890 cuando por primera vez un diario británico
llegó al millón de ejemplares.
Todo esto implicó la transformación no solo de la producción, que pasó a llamarse
“producción masiva”, sino también de la distribución, incluyendo la compra a crédito,
fundamentalmente por medio de los plazos.
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Esto encaja perfectamente con otra característica de la economía que es el importante
crecimiento, tanto absoluto como relativo, del sector terciario público y privado: el aumento
de puestos de trabajo en las oficinas, tiendas y otros servicios.
Finalmente se puede nombrar, como otra característica, a la convergencia entre la política y
la economía, es decir, el papel cada vez más importante del gobierno y del sector público, o
lo que los ideólogos de tendencia liberal consideran como el amenazador avance del
“colectivismo”, a expensas de la tradicional empresa individual o voluntaria. Esto fue uno de
los síntomas del retroceso de la economía de mercado libre y competitiva que había sido el
ideal del capitalismo de mitades del Siglo XIX.
Por otra parte, la democratización de la política impulsó a los gobiernos a implementar
políticas de reformas y bienestar social, así como a iniciar una acción política para la
defensa de los interese económicos de determinados grupos de votantes. Por otra parte, las
rivalidades políticas entre estados y la competitividad económica entre grupos nacionales de
empresarios convergieron contribuyendo tanto al imperialismo como a la génesis de la
primera guerra mundial.
Sin embargo, mientras que el papel estratégico del sector público podía ser fundamental, su
peso en la economía siguió siendo modesto. Ni los gobiernos ni la opinión consideraban al
sector público como otra cosa que no sea un complemento secundario del sector privado.
Los socialistas no compartían esta supremacía del sector privado, aunque no se planteaban
los problemas que podía suscitar una economía socialista.
Esta fue la forma en que creció y se transformó la economía del mundo “desarrollado”. Pero
lo que los impresionó más que esta transformación fue el éxito notorio que obtuvieron.
Estaban viviendo una época floreciente. Incluso las masas trabajadoras disfrutaban de esta
expansión, por lo menos porque esta era industrial necesitaba de mucha mano de obra de
escasa cualificación y de rápido aprendizaje para los hombres y mujeres que acudían a las
ciudades y a la industria.

La política de la democracia
Como había afirmado Aristóteles, la democracia es el gobierno de la masa del pueblo que,
en su conjunto, era pobre. Evidentemente los intereses de los pobres y de los ricos no son
los mismos. Aunque supongamos que esto pudiera ser posible es muy improbable que las
masas consideren del mismo modo los asuntos públicos. Este fue el dilema fundamental del
liberalismo del SXIX que propugnaba la existencia de constituciones y asambleas elegidas
pero que excluían de votar a la mayoría de la población masculina y a la totalidad de las
mujeres. El orden social comenzó a verse amenazado desde el momento en que el “país
real” comenzó a penetrar en el reducto político del “país legal” o “político”, defendido por
fortificaciones consistentes en exigencias de propiedad y educación para ejercer el derecho
a voto.
Con el movimiento paulatino de las masas hacia la participación política los gobiernos le
tuvieron más miedo a una revolución social por lo que decidieron democratizar la política
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manteniendo ellos el control. Para la década de 1870 existían sistemas electorales basados
en el desarrollo amplio del derecho a voto, a veces incluso, en teoría, en el sufragio universal
de los varones. Fuera de Europa, los EEUU, Australia y Nueva Zelanda ya tenían regímenes
democráticos y Argentina los consiguió en 1912 cuando sale la Ley Sáenz Peña. Los
gobiernos se vieron obligados a instaurar el sufragio universal, aunque sus convicciones
ideológicas los instaran a ampliar la representación popular. En realidad, las agitaciones
socialistas de la década de 1890 y las repercusiones de la primera revolución rusa
aceleraron la democratización. Es así que entre 1880 y 1914 la mayoría de los Estados
occidentales tuvieron que resignarse a lo inevitable. El nuevo problema era saber cómo
manipularla.
A partir de 1905 el mundo avanzaba claramente hacia un sistema político basado en un
electorado dominado por el pueblo común. La consecuencia de esto es la movilización de
las masas para presionar a los gobiernos nacionales. Esto implicaba la organización de
movimientos y partidos de masas, la política de propaganda y el desarrollo de medios de
comunicación. También los políticos se vieron obligados a dirigirse a las masas en forma
directa a través de megáfonos o la prensa popular, pero cuidándose de no decir algo
inconveniente que realmente pensaban pero que no convenía decirles a las masas. De esta
forma la era de la democratización se convirtió en la era de la hipocresía política pública.
Existían clases formadas por estratos sociales situados hasta entonces por debajo y al
margen del sistema político, algunas de las cuales podrían formas coaliciones o “frentes
populares”. La más destacada era la clase obrera que se movilizaba en partidos y
movimientos con una clara base clasista.
Entre la clase rica y el proletariado estaba la pequeña burguesía tradicional compuesta por
maestros, artesanos, pequeños tenderos, cuya posición se había visto socavada por el
avance del capitalismo y por la clase media baja formada por los trabajadores no manuales y
los administrativos. Esta clase necesitaba también ser defendida y mediante una retórica
enérgica y florida los mantenía en la izquierda, en Francia eso implicaba una dosis de
chovinismo nacional y un potencial importante de xenofobia. En la Europa central, su
carácter nacionalista y, sobre todo, antisemítico, era ilimitado. Los judíos eran identificados
con el capitalismo que afectaba a pequeños tenderos y artesanos y también con los
socialistas ateos además de con los intelectuales que minaban las verdades tradicionales
que amenazaban la moralidad y la familia patriarcal. A partir de la década de 1880 el
antisemitismo se convirtió en un componente básico de los movimientos políticos
organizados de los “hombres pequeños” desde las fronteras occidentales de Alemania hacia
el resto del mundo.
El campesinado formaba todavía, en muchos países, la gran mayoría además del grupo
económico más amplio. Se movilizaron cada vez más como grupos económicos de presión y
entraron a formar parte, de forma masiva, en nuevas organizaciones para la compra,
comercialización, procesado de los productos y créditos cooperativos. Por supuesto que
ningún gobierno podía desdeñar un cuerpo de votantes tan importante principalmente en los
países agrarios. De todas formas, cuando el campesinado se movilizó no lo hizo bajo
estandartes agrarios.
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Los grupos sociales no solo se movilizaban como tales sino también se unían por lealtades
sectoriales como la religión o la nacionalidad.
El partido de masas ideal consistía en un conjunto de organizaciones, cada una también con
ramas locales, para objetivos especiales pero integradas en un partido con objetivos
políticos amplios.
Los nuevos movimientos de masas eran ideológicos que representaba una visión global del
mundo. Para sus miembros y partidarios constituía algo similar a una “religión cívica” que
para Rousseau y Durkheim y otros teóricos del nuevo campo de la sociología debía
constituir en la esencia de la sociedad moderna.
La nueva situación política fue implantándose de forma gradual y desigual, según la historia
de cada uno de los estados. Las clases dirigentes hicieron todo tipo de esfuerzos para limitar
el impacto de la opinión y del electorado de las masas sobre sus interese y sobre los
estados, así como sobre la definición y continuidad de la alta política. Su objetivo básico era
el movimiento obrero y socialista, que apareció de pronto en el escenario internacional como
un fenómeno de masas en torno de 1890. Éstos serían más fáciles de manejar que los
movimientos nacionalistas que entraron en una fase de nueva militancia, autonomismo y
separatismo.
No fue fácil conseguir que los movimientos obreros se integraran en el juego
institucionalizado de la política ya que los empresarios, enfrentados con huelgas y
sindicatos, tardaron en abandonar la política de mano dura. Otro problema fue la negativa de
los nuevos partidos obreros a cualquier tipo de compromiso con el estado y con el sistema
burgués a escala nacional, actitud que también tomaron los partidos que se adhirieron a la
internacional marxista en 1889. Aunque estos partidos se fueron integrando gradualmente
en el sistema de la política electoralista de masas.
Ciertamente no podían incluir a los socialistas en el gobierno, pero sí cuando menos a los
representantes moderados de los trabajadores en un frente más amplio en favor de la
reforma. En realidad, el interés común de querer ampliar el derecho al voto aproximó a los
socialistas y a otros demócratas.
En definitiva, la democracia sería más fácilmente maleable cuantos menos agudos fueran
los descontentos. Así pues, la nueva estrategia era poner en marcha programas de reforma
y asistencia social. Pero el problema era más amplio, había que lograr la legitimidad de los
estados y las clases dirigentes a los ojos de las masas movilizadas democráticamente. Esta
tarea era urgente porque los antiguos mecanismos de subordinación se estaban
derrumbando. Para salvar esta falta fue que se inventó la tradición, utilizando elementos
antiguos y experimentados capaces de provocar emoción, como la corona y la gloria militar.
De esta manera los regímenes políticos llevaron el control de los símbolos y ritos de
pertenencia, especialmente mediante el control de la escuela pública, sobre todo la escuela
primaria, base fundamental en la democracia para “educar a nuestros maestros” en el
espíritu “correcto”. También controlando las grandes ceremonias como el nacimiento, el
matrimonio y la muerte. Uno de estos símbolos más poderosos era la música con los himnos
y las marchas militares y por supuesto la bandera nacional.
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La demostración del éxito de este sistema de nacionalizar las masas vino cuando en la
guerra de 1914 en Gran Bretaña, que no tenía reclutamiento militar obligatorio, dos millones
de jóvenes se alistaron voluntariamente entre agosto del ´14 y junio del ´15.
En el período que transcurre entre 1880 y 1914 las clases dirigentes descubrieron que la
democracia parlamentaria fue perfectamente compatible con la estabilidad política y
económica de los regímenes capitalistas.

La era de las catástrofes.


La civilización del s. XIX era capitalista desde el punto de vista económico, liberal en su
estructura jurídica y constitucional, burguesa por la imagen de su clase hegemónica
característica y brillante por los adelantos en el ámbito de la ciencia, el conocimiento y la
educación, así como del progreso material y moral. Las revoluciones científica, artística,
política e industrial se habían diseminado por todo el mundo.
Los años transcurridos entre la PGM y la conclusión de la SGM fueron una época de
“catástrofes” para esta sociedad. Sus cimientos fueron quebrantados por dos guerras
mundiales que les siguieron rebeliones y revoluciones generalizadas. Los grandes imperios
que se habían formado antes y durante la era del imperio se habían derrumbado.
El s. XX no puede concebirse disociado de la guerra, la humanidad sobrevivió, pero el gran
edificio de la civilización decimonónica se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse
los pilares que lo sustentaban. La crónica histórica de este siglo debe comenzar con el relato
de los 31 años entre guerras.
Para los que se habían hecho adultos antes de 1914 “paz” significaba antes de 1914. Desde
hacía un siglo que no se registraba una guerra de importancia. Pero todo cambió en 1914.
En la PGM participaron todas las grandes potencias y todos los Estados europeos excepto
España, los Países Bajos, los tres países escandinavos y Suiza. Las guerras del s. XX
tendrían una dimensión infinitamente mayor que los conflictos anteriores.

Primera Guerra Mundial


Como decía el filósofo Thomas Hobbes: “La guerra consiste no solo en batallas ni en el acto
de luchar, sino en el espacio de tiempo en el que la voluntad de enfrentarse por medio de la
batalla es suficientemente conocida”. Y esto fue lo que pasó desde agosto de 1914 hasta
agosto de 1945.
En el imperio otomano, que estaba en proceso de desintegración hacía tiempo, la guerra era
una posibilidad muy cierta ya que los pueblos sometidos querían convertirse en Estados
independientes. Los Balcanes eran considerados el polvorín de Europa y ciertamente es allí

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en donde estalló la PGM. Por supuesto que la posibilidad de una guerra europea general
preocupaba no solo a los Estados sino también a la opinión pública.
En 1890 la preocupación por una guerra era tan importante que se realizaron varios
congresos mundiales sobre la paz. Pero hacia 1910 se consideraba que esta sería
inminente. Sin embargo, su estallido en realidad no se esperaba, hasta último momento se
pensaba que se saldría de esta crisis en forma pacífica.
Los estados mayores se preparaban para la guerra, pero de forma modesta, con los
ejemplos de conflictos pasados. Pero debido a los avances tecnológicos en la industria
militar fueron los civiles los que vieron el carácter de catastrófico que tenía la posible guerra.
Ajenos a estas predicciones los Estados se lanzaron con todo entusiasmo a equiparse con
los armamentos con todos estos adelantos tecnológicos que les permitía situarse a la
cabeza. Esta industria para matar progresó extraordinariamente en la década de 1880. La
carrera armamentista de los países se aceleró en los primeros años del nuevo siglo.
Los Estados se veían obligados a garantizar la existencia de una poderosa industria
armamentista nacional, a hacerse cargo en gran parte de los costos de desarrollo técnico y a
preocuparse que produjera grandes beneficios.
Todos los gobiernos del s. XIX, aunque preocupados de sus relaciones internacionales,
consideraban las guerras como contingencias normales de la política internacional. Así y
todo, es totalmente seguro que ningún gobierno de alguna gran potencia en los años
anteriores a 1914 deseara una guerra general europea o un conflicto militar limitado con
cualquier otra potencia europea. Los conflictos coloniales de las grandes potencias se
solucionaban pacíficamente y en vísperas de 1914 no parecían seguir planteando problema
alguno.
Alemania estaba a la expectativa de una guerra desde 1912. La crisis final de 1914,
precipitada por el intrascendente asesinato de un archiduque austríaco en manos de un
estudiante terrorista en una ciudad de provincia de los Balcanes, Austria sabía que se
arriesgaba a un conflicto mundial al amenazar a Serbia, y Alemania como era su aliado
intervendría.
El origen del conflicto se halla en el carácter de una situación nacional cada vez más
deteriorada, que fue escapando progresivamente al control de los gobiernos. Las alianzas en
esta guerra podrían ser predecibles. Debido a la anexión de Alsasia y Lorena, que era
territorio francés, por Alemania estos rivales estaban marcados. Así como la alianza de
Alemania con Austria, Italia que formaba parte de este grupo, pronto se cambió de bando.
Debido a que Austria ocupara Bosnia-Herzegovina estaba enfrentada con Rusia lo que hizo
que Alemania se enfrentara a ésta. De este modo Rusia hace alianza con Francia. De esta
forma se completaron los dos grupos enfrentados en Europa. Entre 1903 y 1907 Gran
Bretaña entró en el bando anti-alemán para sorpresa de todos, incluidos los británicos.
Estas potencias tenían conflictos territoriales coloniales. Egipto era codiciado tanto por
Alemania como por Gran Bretaña, finalmente quedando para Gran Bretaña. Rusia pretendía
ocupar Constantinopla y así tener acceso al Mediterráneo cosa que no le gustaba nada a
Gran Bretaña, pero sorpresivamente, al establecer un vínculo permanente con Francia y
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Rusia este conflicto quedó superado tanto que se le permitió esta ocupación, aunque quedó
sin efecto después de la revolución rusa. Esto dejó claro que las reglas de juego de la
diplomacia internacional habían variado principalmente porque ahora el tablero era global e
imperialista. Además, ahora había nuevos jugadores: EEUU y Japón.
En segundo término, con la aparición de una economía capitalista industrial el juego
internacional perseguía otros objetivos muy diferentes. Si bien el desarrollo capitalista y el
imperialismo son responsables del conflicto mundial lo cierto es que no se puede afirmar que
muchos capitalistas desearan la guerra. Para muchos hombres de negocio la paz constituía
una ventaja, La guerra era aceptable siempre y cuando no interfiriera con los negocios.
Aunque también es cierto que el desarrollo capitalista condujo a una rivalidad entre los
Estados. Algunos historiadores de 1870 señalan que:
“el cambio del monopolio a la competitividad fue probablemente el factor más importante que
marcó el talante de las actividades industriales y comerciales europeas. El desarrollo
económico significaba también la lucha económica, lucha que servía para separar a los
fuertes de los débiles, para desalentar a unos y fortalecer a otros, para favorecer a las
naciones nuevas a expensas de las viejas. El optimismo sobre un futuro de progreso
inacabable dejó paso a la incertidumbre y a un sentimiento de agonía en el sentido clásico
de la palabra. Todo este proceso enconó las rivalidades políticas y se vio agudizado por
ellas, convergiendo ambas competencias en formas de competencia.”
Desde el punto de vista de los Estados la economía era la base misma del poder
internacional y su criterio. Una “gran potencia” debía tener una “gran economía”,
transformación que se ilustra con el ascenso de EEUU y el debilitamiento de Rusia.
El crecimiento extraordinario de Alemania le otorgó un peso internacional incomparable con
lo que creía que correspondía una redistribución de los papeles en el escenario
internacional. Esto hizo tan peligrosa esta identificación de poder económico con poder
político-militar que no solo competían por los recursos materiales y los mercados sino
también por las zonas estratégicas. El peligro también estaba en que una potencia mundial
necesitaba de una armada mundial con lo que Alemania comenzó a construir una en 1897
con todas las ventajas tecnológicas de la nueva Alemania con un nuevo cuerpo de oficiales
integrado por la nueva clase media que integraba la nueva nación. Alemania era la fuerza
militar dominante en Europa, así como también la más poderosa industrialmente. No es
complicado entender el porqué de Gran Bretaña para unirse a Francia y a Rusia y así formar
la Triple Entente anglo-franco-rusa.
A partir de 1905 la situación internacional se desestabilizó debido a una oleada de
revoluciones de parte de la sociedad burguesa. Los gobiernos estables de los regímenes
comenzaron a tambalearse y fue cada vez más difícil controlar las movilizaciones y contra
movilizaciones de unos súbditos que estaban por convertirse en ciudadanos democráticos.
La política democrática era un elemento de alto riesgo.
La crisis de los Balcanes se precipitó el 28 de junio de 1914 cuando el heredero al trono de
Austria, el archiduque Francisco Femando, visitaba la capital de Bosnia, Sarajevo y fue
asesinado por Gavrilo Princip, que nunca pudo creer que su acción había desencadenado
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tamaña locura. Viena consideró que este acto merecía una lección para Servia. Ninguna
cancillería en Europa esperaba un conflicto global en junio de 1914, en principio porque eran
frecuentes los asesinatos públicos y además porque a nadie le importaba que una gran
potencia lanzara un ataque contra un vecino molesto sin importancia. Alemania decidió
prestar su apoyo a Austria, y esto empeoró todo. En 1914 cualquier incidente que ocurriera,
por minúsculo que sea, podía iniciar un enfrentamiento si una de las grandes potencias
decidía tomárselas en serio. Así estalló la PGM
En resumen, las crisis internacionales y las crisis internas se conjugaron en los mismos años
anteriores a 1914. Rusia, amenazada de nuevo por la revolución social; Austria, con el
peligro de desintegración de un imperio múltiple que ya no podía ser controlado
políticamente. Incluso Alemania, polarizada y tal vez amenazada por el inmovilismo como
consecuencia de sus divisiones políticas. También Francia, donde toda la población se
mostraba renuente a pagar impuestos y, por tanto, a encontrar el dinero necesario para un
rearme masivo. Los británicos preferían los barcos de guerra a los soldados: la flota era
siempre popular, una gloria nacional aceptable para los liberales como protectora del
comercio.
Las guerras del s. XX tendrían dimensiones infinitamente mayores a las anteriores. La PGM
comenzó como una guerra esencialmente europea entre la Triple Alianza, Gran Bretaña,
Francia y Rusia y las llamadas “potencias centrales”, Alemania y Austria-Hungría. También
se incorporaron Serbia, por el ataque por parte de Austria y Bélgica por el ataque de
Alemania. Turquía y Bulgaria se unirían a las potencias centrales. Al bando de la Triple
Alianza se les unió Italia, Grecia, Rumania y en menor medida Portugal. Como era de
esperar Japón tomó las posiciones alemanas en el Extremo Oriente y el Pacífico occidental.
Los EEUU entraron en el conflicto en 1917 y su intervención fue decisiva.
La única arma tecnológica que tuvo importancia para el desarrollo de esta guerra fue el
submarino. Al no poder derrotar al ejército contrario, trataron de provocar el hambre a la
población bloqueando el ingreso de alimentos por mar. Este fue el principal argumento de la
entrada de EEUU en el conflicto. Los británicos tuvieron más éxito en bloquear la entrada de
alimentos a Alemania, la economía de guerra alemana finalmente no era tan eficaz ni
racional. Pero la superioridad del ejército alemán como fuerza militar podía haber sido
decisiva si los aliados no hubieran podido contar, a partir de 1917, con los recursos
prácticamente ilimitados de los EEUU. Alemania consigue la victoria total en el este, ya que
logra que Rusia se retire y la empuja hacia la revolución de 1917-1918 haciéndola renunciar
a una gran parte de los territorios europeos.
Gracias a los envíos masivos de refuerzos y pertrechos de los EEUU los aliados
comenzaron a avanzar y en el verano de 1918, la conclusión de la guerra fue solo cuestión
de semanas. Las potencias centrales no solo admitieron su derrota, sino que se
derrumbaron.
A diferencia de otras guerras anteriores, la primera guerra mundial perseguía objetivos
ilimitados. En la era imperialista, se había producido la fusión de la política y la economía. La
rivalidad política internacional se establecía en función del crecimiento y la competitividad de
la economía, pero el rasgo característico era que no tenía límites. Alemania quería alcanzar
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una posición política y marítima mundial como la de Gran Bretaña, lo cual relegaría a un
plano inferior a Gran Bretaña. Francia quería compensar su creciente inferioridad
demográfica y económica respecto de Alemania.
Los “objetivos de guerra” de ambos bandos era la victoria total. Era un objetivo absurdo y
destructivo que arruinó tanto a los vencedores como a los vencidos. Precipitó a los países
derrotados en la revolución y a los vencedores en la banca rota y el agotamiento material.
Las condiciones de paz impuesta por las principales potencias vencedoras (EEUU, Gran
Bretaña, Francia e Italia) respondían a 5 consideraciones principales. La primera era el
derrumbamiento de un gran número de regímenes en Europa y la eclosión en Rusia del
régimen bolchevique. La segunda, el control de Alemania. La tercera, la reestructuración del
mapa de Europa, tanto para debilitar a Alemania como para llenar los grandes espacios
vacíos que habían dejado en Europa y en el Próximo Oriente la derrota y el hundimiento de
los imperios rusos, austrohúngaro y turco. La cuarta eran las de la política nacional de los
países vencedores y las fricciones entre ellos. La consecuencia más importante fue que el
Congreso de EEUU se negó a ratificar el tratado de paz y esto habría de traer importantes
consecuencias.
Salvar al mundo del bolchevismo y reestructurar el mapa de Europa era dos proyectos que
se superponían, ya que para enfrentarse a Rusia en caso de que sobreviva había que
aislarla rodeándola de estados anticomunistas, pero esto fracasó porque Rusia llegó a un
acuerdo con Turquía, que odiaba a los imperialismos británico y francés. En resumen, en el
este los aliados aceptaron las fronteras impuestas por Alemania a la Rusia revolucionaria,
siempre y cuando no existieran fuerzas más allá de su control que las hicieran inoperantes.
Austria y Hungría fueron reducidas a la condición de apéndices alemán y magiar
respectivamente. Serbia fue ampliada para formar una nueva Yugoslavia al fusionarse con
Eslovenia y Croacia. Se constituyó Checoslovaquia. Se amplió Rumania y Polonia e Italia
también se vieron beneficiadas. Pero como cabía de esperar, esos matrimonios políticos
celebrados por la fuerza tuvieron muy poca solidez.
A Alemania se le impuso una paz con muy duras condiciones, justificadas con el argumento
de que era la única responsable de la guerra y de todas sus consecuencias, con el fin de
mantener a éste en una situación de debilidad. Se le impidió poseer una flota importante, se
le prohibió contar con una fuerza aérea y se redujo su ejército de tierra a sólo 100.000
hombres. Se le impusieron las reparaciones, se ocupó militarmente una parte de la zona
occidental del país y se le privó de todas las colonias de ultramar.
No es necesario realizar la crónica detallada de la historia del período de entreguerras para
comprender que el tratado de Versalles no podía ser la base de una paz estable. En cuanto
Alemania o la Unión Soviética volvieran a aparecer quedaría precario un tratado de paz que
sólo tenía el apoyo de Gran Bretaña y Francia, ya que EEUU optó por no firmar e Italia
estaba también descontenta.
Dos grandes potencias europeas fueron eliminadas temporalmente del escenario
internacional. La Rusia soviética se vio obligada a avanzar por la senda del desarrollo en

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aislamiento, aunque por razones políticas los dos estados proscriptos se aproximaron en los
primeros años de 1920.
La Segunda Guerra Mundial se podría haber evitado o retrasado si se hubiera restablecido
la economía anterior a la guerra como un próspero sistema mundial de crecimiento y
expansión. Sin embargo, cuando durante la década de 1920 parecían superadas las
perturbaciones de la guerra y la posguerra, la economía mundial se sumergió en la crisis
más profunda. Y esa crisis instaló, tanto en Alemania como en Japón, a las fuerzas políticas
del militarismo y la extrema derecha.
La SGM comienza con la agresión de Alemania, Japón y (menos claramente) Italia. Pero
quién causó la SGM, sin dudas fue Adolf Hitler.
La situación internacional creada por la PGM era intrínsecamente inestable, especialmente
en Europa, pero también en el Extremo Oriente. La insatisfacción por el statu quo no la
manifestaban solo los estados derrotados, especialmente Alemania estaba muy resentida.
Todos los partidos políticos alemanes desde los comunistas hasta los de extrema derecha
como el de Hitler coincidían en condenar al tratado de Versalles como injusto e inaceptable.
Rusia y Turquía, que habían sufrido una revolución después de la derrota en la guerra,
estaban muy preocupados defendiendo sus fronteras como para poder desestabilizar la
situación internacional. Japón e Italia, aunque en el bando triunfante se sentían
insatisfechos. Italia había obtenido de la guerra grandes anexiones territoriales, aunque no
todo lo que le habían prometido en 1915 a cambio de su adhesión. Esta insatisfacción se vio
claramente con el triunfo del fascismo, un movimiento ultranacionalista e imperialista. Japón
que se había convertido en una potencia formidable en el Extremo Oriente, principalmente
desde que Rusia desapareciera de la escena, y cuya industria progresaba a pasos
agigantados, en la década del ´20 representaba el 2.5% de la producción industrial del
mundo, creía ser acreedor de una mayor porción del Extremo Oriente. Además, eran
conscientes de la vulnerabilidad de su territorio, que carecía prácticamente de todos los
recursos naturales necesarios para una economía industrial moderna cuyas importaciones
podían verse obstruidas por navíos extranjeros y sus exportaciones estaban a merced de los
EEUU.
Es innegable que la causa inmediata de la SGM fue la agresión de las tres potencias
descontentas. Los episodios que impulsaron hacia la guerra fueron: La invasión japonesa de
Manchuria en 1931; la invasión italiana de Etiopía en 1935; la intervención alemana e
italiana en la guerra civil española de 1936-1939; la invasión alemana a Austria en 1938; la
mutilación de Checoslovaquia por Alemania a finales de 1938; la ocupación de lo que
quedaba de Checoslovaquia por parte de Alemania en marzo de 1939; la ocupación de
Albania por parte de Italia; las exigencias de Alemania frente a Polonia. Pero también fueron
responsables de la SGM: la decisión de la Sociedad de Naciones de no actuar contra Japón;
la decisión de no adoptar medidas efectivas contra Italia en 1935; la decisión de Gran
Bretaña y Francia de no responder a la denuncia unilateral por parte de Alemania del tratado
de Versalles y, especialmente, a la reocupación de Renania en 1936; su negativa a
intervenir en la guerra civil española; su decisión de no reaccionar ante la ocupación de
Austria; su rendición ante el chantaje alemán con respecto a Checoslovaquia (el acuerdo de
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Munich de 1938) y la negativa de la URSS a continuar oponiéndose a Hitler en 1939 (pacto
firmado entre Stalin y Hitler de agosto de 1939).
Alemania necesitaba desarrollar una rápida ofensiva por las mismas razones que en 1914,
ya que una vez unidos y coordinados, los recursos conjuntos de sus enemigos eran
abrumadoramente superiores a los suyos. Ni Alemania ni Japón habían planeado una guerra
de larga duración, cosa que Gran Bretaña, consciente de su inferioridad en tierra, sí lo había
hecho. Japón solo participó en la guerra contra Gran Bretaña y EEUU, pero no contra la
URSS.
La Italia fascista decidió salir de la neutralidad para pasar al lado alemán cuando Alemania
se vio enfrentada con Gran Bretaña, luego de haber derrotado a Francia y dividirla en dos. A
efectos prácticos, la guerra había terminado. La URSS, previo acuerdo con Alemania, ocupó
los territorios europeos que había perdido en 1918 y Finlandia. Los intentos británicos de
extender la guerra de los Balcanes desencadenaron la esperada conquista de toda la
península por Alemania, incluidas las islas griegas.
La guerra se reanudó con la invasión de la URSS lanzada por Hitler el 22 de junio de 1941.
Era una operación disparatada, pero en la lógica de Hitler, el próximo paso era conquistar un
imperio terrestre en el Este, y subestimó la capacidad soviética de resistencia. Los rusos
derrotaron a los alemanes y dieron a la URSS el tiempo necesario para organizarse
eficazmente. Al no haberse decidido la batalla de Rusia tres meses después de haber
comenzado, Alemania estaba perdida, no estaba equipada para una guerra larga ni podía
sostenerla. Los ejércitos alemanes se vieron obligados a rendirse en Stalingrado (1942-
marzo 1943). A partir de este momento todo el mundo supo que la derrota de Alemania
estaba garantizada. Los rusos avanzaron llevándolos hacia Berlín, Praga, Viena y al final de
la guerra.
Mientras tanto, aunque la guerra seguía siendo básicamente europea, se había convertido
en un conflicto mundial debido a que existían movimientos anti imperialistas en los territorios
colonizados por Gran Bretaña, en Sudáfrica los bóers, simpatizantes de Hitler que luego
serían los arquitectos del apartheid de 1984 y en Irak la rebelión de Rashid Ali. La ocasión
fue aprovechada por Japón para establecer un protectorado sobre las posesiones de Francia
en Indochina. Esto fue considerado intolerante por EEUU porque significaba una extensión
del poder del Eje sobre el sudeste asiático y comenzaron a ejercer presión económica sobre
Japón. La consecuencia de este accionar de EEUU fue el ataque japonés contra Pearl
Harbor el 7 de diciembre de 1941 y de esta manera se transformó esta guerra en mundial.
Los EEUU del presidente Roosevelt no iba a reaccionar ante la expansión japonesa como lo
hicieron las potencias europeas frente a la avanzada de Hitler y Mussolini. La opinión pública
norteamericana consideraba al Pacífico (no así a Europa) como zona de intervención de los
EEUU, consideración que se extendía a Latino América. La apuesta de Japón era peligrosa
y resultaría suicida. Esto significó que los EEUU, con su recursos y fuerzas inmensamente
superiores, entraran inmediatamente en la guerra.
El misterio en todo esto es por qué Hitler le declara la guerra a EEUU, de este modo le da a
Roosevelt la posibilidad de entrar en la guerra europea al lado de los británicos y franceses
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sin tener que afrontar una férrea oposición en el interior. La Alemania nazi era un peligro
mucho más grave que Japón por lo que decidieron concentrar sus recursos en el triunfo
contra Alemania. No existe una explicación para la locura de Hitler, aunque tal vez haya
subestimado la capacidad de acción y el poderío económico y tecnológico de los EEUU,
porque estaba convencido que las democracias estaban incapacitadas para la acción. A la
única democracia que respetaba era a Gran Bretaña, aunque opinaba que no era
plenamente democrática.
Las decisiones de invadir Rusia y declarar la guerra a EEUU decidieron el resultado de la
SGM. De todas maneras, esto no se apreció de forma inmediata ya que el cenit de los éxitos
del Eje se alcanzó a mediados de 1942. Los aliados no llegaron decididamente al continente
hasta 1944 luego de expulsar de África al Eje y llegar a Italia siendo detenidos por el ejército
alemán. Por el momento los aliados podían utilizar una sola arma contra Alemania que eran
los aviones que, como se ha demostrado, fueron totalmente ineficaces produciendo pérdidas
de vidas civiles y destrucción de ciudades, mientras que los ejércitos soviéticos seguían
avanzando hacia los Balcanes. Desde los últimos meses de 1942 nadie dudaba de la victoria
de la gran alianza contra las potencias del Eje. Los estados derrotados fueron ocupados en
su totalidad por los vencedores. Gran Bretaña, EEUU y la URSS fueron los que decidieron el
reparto de los despojos y trataron de organizar sus relaciones para la posguerra en
conferencias realizadas entre 1943 y 1945.
Para ambos bandos esta fue una guerra de religión o, en términos modernos, de ideologías.
Además, era una lucha por la supervivencia para la mayor parte de los países involucrados.
Como lo demuestran los casos de Polonia y de las partes ocupadas por la URSS, así como
el destino del pueblo judío, cuyo exterminio sistemático se dio a conocer gradualmente a un
mundo que no podía creer que fuera verdad, el precio de una derrota a manos de los nazis
significaba la esclavitud o la muerte. La SGM significó el paso de la guerra masiva a la
guerra total. Según las estimaciones los muertos causados directamente por esta guerra
fueron entre tres y cinco veces mayores a los de la PGM.
Las guerras del s. XX han sido masivas también por la cantidad de productos requeridos y
destruidos para ellas. La guerra total era la empresa de mayor envergadura que había
conocido el hombre hasta ese momento. Los Estados se enfrentaron al problema de cómo
financiar esta empresa. Durante la PGM, que se prolongó por mucho más tiempo, se
utilizaron más armamento y efectivos del que se había previsto Los diferentes gobiernos
manejaron la economía como en tiempos de paz y ello imposibilitó el control de los Ministerio
de Hacienda, aunque sus funcionarios no veían con buenos ojos la tendencia de los políticos
a preocuparse de conseguir el triunfo sin tener en cuenta los costos financieros. Es que en
las guerras modernas no solo hay que tener en cuenta los costos, sino que es necesario
dirigir y planificar la producción de guerra y en definitiva toda la economía.
La guerra total hizo que progresaran el desarrollo tecnológico, pues el conflicto no solo
enfrentaba ejércitos sino también los avances tecnológicos para conseguir armas más
efectivas y otros servicios esenciales. La guerra o la preparación a la guerra ha sido el factor
fundamental para acelerar el progreso técnico, al “soportar” los costos de desarrollo de
innovaciones tecnológicas que, casi con seguridad, nadie en tiempos de paz, realizando un
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cálculo de costo beneficio, hubiera decidido intentar o se hubiera hecho con más lentitud.
EEUU se benefició mucho de su alejamiento del escenario de conflicto, de su condición de
principal arsenal de los aliados y de la capacidad de su economía para organizar la
expansión de la producción más eficazmente que ninguna otra. Gracias a esto le concedió a
su economía una situación de predominio durante todo el s. XX corto, condición que
comenzó a perder lentamente al final de este período.
Analizando el impacto que tuvieron estas guerras en la humanidad podemos ver que el
enorme número de bajas es sólo una parte de los costos. Las bajas de la PGM (10 millones)
fueron mucho menores que los de la SGM (54 millones) sin embargo tuvieron un impacto
mucho mayor en la sociedad y esto se ve en la cantidad, mucho mayor, de monumentos al
“soldado desconocido” de la PGM o de la celebración del “día del armisticio” (11 de
noviembre de 1918). Sin duda los muertos de la PGM causaron una impresión mayor a
personas que nunca habían experimentado algo ni parecido, a diferencia de las personas de
la SGM que ya lo habían vivido.
Indudablemente, tanto el carácter total de la guerra como la determinación de ambos bandos
de proseguir la lucha hasta el final sin importar el precio, dejaron su impronta. Sin ella es
difícil explicar la creciente brutalidad en inhumanidad del s. XX. Al comenzar el s. XX la
tortura había sido eliminada de toda Europa occidental, pero desde 1945 nos hemos
acostumbrado a la utilización al menos en una tercera parte de los estados miembros de las
Naciones Unidas, entre los que se encuentran algunos de los más antiguos y más
civilizados. Nos hemos acostumbrado al horror.
Algo que surgió de estas guerras fue la democratización de la guerra. Las guerras totales se
convirtieron en “guerras del pueblo” ya que la población civil pasó a ser el blanco lógico, y a
veces el principal, de la estrategia porque en la guerra democrática como así también en la
política democrática se demoniza al adversario para hacer de él un ser despreciable. Las
guerras que están conducidas en ambos bandos por profesionales, particularmente cuando
ocupan una posición social similar, no excluyen el respeto mutuo y la aceptación de normas,
o incluso el comportamiento caballeresco.
Una guerra en la que se movilizan los sentimientos nacionales de las masas no puede ser
limitada. Además, en la SGM la naturaleza del régimen de Hitler y el comportamiento de los
alemanes, incluidos el sector no nazi del ejército, en Europa oriental fue de tal naturaleza
que justificó su satanización.
Otro aspecto era la nueva impersonalidad de la guerra, que convertía la muerte y la
mutilación en la consecuencia remota de apretar un botón o levantar una palanca.
La catástrofe humana que desencadenó la SGM es casi con toda seguridad la mayor de la
historia. Uno de los aspectos más trágicos es que la humanidad ha aprendido a vivir en un
mundo en el que la matanza, la tortura y el exilio masivo han adquirido la condición de
experiencia cotidiana que ya no sorprenden a nadie.
Ambos conflictos concluyeron con el derrumbamiento y la revolución en extensas zonas de
Europa y Asia, dejando a los contrincantes exhaustos y debilitados, con la excepción de
EEUU que en las dos ocasiones terminó enriquecido y sin daños transformándose en el
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dominador del mundo. Sin embargo, hay enormes diferencias entre las dos guerras. La
primera no resolvió nada. Se esperaba conseguir un mundo pacífico y democrático
constituido por Estados nacionales retornando a la economía de 1913, incluso los que
pensaban que el capitalismo sería erradicado en unos pocos años por el levantamiento de
los oprimidos, se vieron muy pronto defraudados. El pasado era irrecuperable, el futuro se
había postergado y el presente era una realidad muy amarga con la excepción de unos
pocos años de la década del ´20. En cambio, la SGM aportó soluciones, al menos por
algunas décadas. Los tremendos problemas sociales y económicos del capitalismo en la era
de las catástrofes parecieron desaparecer. La economía del mundo occidental inició su edad
de oro, la democracia política occidental, sustentada en un extraordinario progreso de la vida
material, era estable y la guerra se desplazó hacia el tercer mundo.

Revolución rusa
Entre 1901 y 1903 la crisis internacional también tocó a Rusia que ya había alcanzado algún
grado de industrialización. El Zar Nicolás II, para salvar su imagen ante su pueblo, pero
principalmente ante la historia rusa (un buen zar era el que tenía conquistas), le declara la
guerra a Japón en 1904 que fue un desastre para Rusia. Todo esto generó un estado de
protesta en la población con huelgas y manifestaciones que estallaron en 1905.
Precisamente el 9 enero de 1905 200.000 personas marcharon al palacio de invierno para
pedirle al “padrecito Zar” (así lo llamaban) que implementara reformas para solucionar este
problema. Iban con imágenes del zar y religiosas porque el pueblo ruso lo consideraba su
protector y padre. Un jefe de su guardia, el zar no estaba en ese momento en el palacio,
ordena la represión de la gente asesinando a más de 1000 manifestantes. Este grupo,
compuestos por obreros, campesinos, mujeres y niños solo quería entregarle al zar una
serie de peticiones entre las que se encontraban: convocatoria de una asamblea
constituyente, mejoras salariales, jornada de ocho horas, libertad de sindicación, etc. Esta
trágica jornada pasó a llamarse para la historia “Domingo sangriento” y fue la que separó al
zar de su pueblo.
Durante este año se sucedieron cantidad de protestas y huelgas que paralizaron el aparato
productivo del país y también se sublevaron unidades militares tanto de la marina como del
ejército. En Petrogrado y Moscú surgieron las primeras agrupaciones de obreros y
campesinos “los soviets”. Debido a todo esto el zar tuvo que implementar algunas mejoras
que las plasmó en un manifiesto en octubre de 1905. Con él, Rusia tendría un sistema de
gobierno similar al de las naciones democráticas de occidente, pero poco a poco el zar (que
creía fervientemente en la autocracia) fue anulando estas medidas.
La economía no mejoraba y debió tomar compromisos con otros países europeos para que
traigan inversiones, uno de esos fue Francia. Esto lo obligó a entrar en la Primera Guerra
Mundial. Hasta entonces el país parecía al borde de un estallido social, al zar solo lo
apoyaban el ejército, la policía y la burocracia. Pero el comienzo de esta guerra reveló en el
pueblo un entusiasmo patriótico que tapó el caos, pero no por mucho tiempo. En 1915 los
problemas del zar recrudecieron.

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Rusia cansada de la guerra y al borde de la derrota estaba lista para la revolución y fue el
primer régimen en caer.
A una manifestación de mujeres, el 8 de marzo “Día de la mujer”, se le sumó el cierre de
industrias y una huelga general. Marcharon al centro a pedir pan, pero el zar ya carecía de
poder alguno que ni sus cosacos lo defendieron. Cuatro días de manifestaciones y anarquía
terminaron con el imperio. El zar había abdicado.
La revolución que derrocó al régimen zarista en Rusia fue recibida con entusiasmo en la
opinión publica de occidente. Pero el mundo entendía que teniendo un país agrario,
ignorante y atrasado en donde su proletariado industrial era una minoría no podía tener una
revolución socialista. El problema es que tampoco estaba preparada para una revolución
burguesa liberal.
Lo que continuo fue un mal gobierno provisional y los que tenían el poder eran los soviets,
pero ellos no sabían ni qué ni cómo tenían que hacer las cosas. Las exigencias básicas de la
gente pobre de las ciudades era pan, de los obreros mejores salarios y reducir el horario de
trabajo y de la gente del campo la tierra.
Lenin sabía muy bien leer qué era lo que el pueblo quería y el lema “pan, paz y tierra” que
usaban sus bolcheviques tuvo cada vez más fuerza. Se estaban afianzando cada vez más
en las principales ciudades y en el ejército. El gobierno provisional, surgido de la revolución
de febrero, perdió legitimidad, entre otros motivos, por continuar la participación rusa en la
guerra, y por aplicar un aumento en el disciplinamiento laboral. Al final los bolcheviques junto
a los soviets solo tuvieron que ocupar el poder directamente y en octubre de 1917 entran en
el palacio de invierno. Ningún otro partido estaba preparado para tomar esa responsabilidad.
El nuevo régimen se mantuvo a pesar de la difícil paz impuesta por Alemania y la pérdida de
territorios. Los contrarrevolucionarios (blancos) se alzaron contra los soviets financiados por
los aliados, pero eran incompetentes y estaban muy divididos. En 1920 se concretó el triunfo
de los rojos.
La revolución se concretó por tres razones fundamentales: Primero por los 600.000
miembros del partido Comunista; segundo porque eran los únicos que querían mantener a
Rusia como un único estado y esto contaba con el apoyo de la oficialidad que sin ellos no
hubiera sido posible la formación del ejército rojo; y tercero era que la revolución permitiría
que los campesinos se quedaran con la tierra, pero esto solo quedó en promesas.
La revolución soviética tuvo un muy diferente destino fuera de Rusia. El internacionalismo
socialista, aunque debilitado y superado por la expansión nacionalista, pertenecía a la
tradición del movimiento marxista y revolucionario. Los mismos bolcheviques consideraban a
la revolución rusa como la primera fase de la revolución proletaria que se propagaría por
todo el mundo. Era opinión común que se había roto el eslabón más débil de la cadena
capitalista, pero que la revolución socialista no podría sobrevivir sin extenderse a otros
países, además de Rusia, ricos en proletariado industrial y maduros para profundas
transformaciones sociales.

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En 1914 solo existía en Rusia algunos núcleos industriales en las grandes ciudades; la gran
mayoría de la población se dedicaba a la agricultura. Pero cuando se habla de agricultura
hay que tener en cuenta las diferencias existentes entre las naciones. Mientras que los
sectores agrícolas de Alemania y, especialmente, EEUU se integraban en la economía
capitalista, alcanzaban altos niveles de productividad y participaban en el mercado nacional
e internacional, en Rusia prevalecían los cultivos extensivos y apenas habían comenzado los
procesos de desarrollo mercantil y capitalista. Con estas condiciones fue relativamente fácil
adoptar las medidas de nacionalización que caracterizaron el llamado “comunismo de
guerra” (1917-1921). Pero los resultados económicos fueron catastróficos y amenazaban la
misma existencia del nuevo régimen. El descontento se propagaba por el campo donde los
campesinos vieron incumplidas las promesas de acceso a la propiedad individual; la
insurrección de los marineros de Kronstadt, en marzo de 1921, fue una señal alarmante de
la pérdida de consenso de los bolcheviques entre los que habían sido sus más fieles
seguidores.
Se calcula que, respecto a 1913, la producción agrícola disminuyó a menos de un tercio y la
industrial en más del 80%. Una terrible carestía se desató entre 1920 y 1921 causando 5
millones de muertos de hambre y enfermedades. Para resolver esto Lenin y los dirigentes
del partido emprendieron, en 1921, la “Nueva Política Económica”. La NEP era un compás
de espera en el camino de la colectivización con el propósito de reanimar el mercado e
incentivar la actividad de los empresarios privados en la agricultura, el comercio y la
industria. Los resortes más importantes de la política económica permanecían en manos del
Estado y los programas de socialización y nacionalización se postergaban para mejor
oportunidad. Se trataba de reanimar o revivir el capitalismo y se hablaba de un “capitalismo
de Estado”. Lenin decía: “Debemos utilizar el capitalismo… como cadena de transmisión
entre la pequeña producción y el socialismo…”
Terminada en victoria la guerra civil se podían atenuar los reglamentos militares y
económicos del comunismo de guerra. Las nuevas medidas beneficiaron especialmente al
campo. Se sustituía el sistema de confiscaciones por el pago de un impuesto, que permitía
al campesino disponer del resto de su cosecha mejorando las condiciones de vida de la
población rural que estaba al borde de la inanición, así como la circulación de los productos
agrícolas en los mercados locales y regionales. Pero el alto costo de los productos
industriales empeoraba los términos de intercambio del sector rural e impedía que se
intensificaran las relaciones comerciales entre el campo y la ciudad.
Pero gracias a la NEP se consigue el saneamiento financiero, el final de la inflación y la
consolidación de una nueva moneda, el cervonec (literalmente “moneda de oro rojo”,
equivalente a 10 rublos), y la recuperación industrial. En 1927 la economía rusa alcanzó los
niveles de 1913. Sin embargo, existían problemas graves. La NEP había sido concebida
desde el comienzo, como un momento de transición; su duración no había sido fijada, pero
era una pausa necesaria en la construcción del socialismo que continuaba siendo el principal
objetivo de la revolución. La muerte de Lenin en 1924 privó a la dirección soviética de una
autoridad indiscutida. El endurecimiento disciplinario dentro del partido y el aumento del
control policial en el país contrapesaron la liberalización de la economía instaurada por la
NEP. El motín de los marineros de Kronstadt, que reclamaban la restauración de los soviets
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elegidos libremente, la libre discusión política y el final de las requisas en el campo, fue
duramente reprimida. No solo se había establecido el régimen de partido único, sino que
también se vetaba la constitución de corrientes internas en el partido. Los temas
fundamentales como el destino de la revolución y el desarrollo del país se discutían entre
economistas, técnicos o políticos, dejando afuera de esta discusión al campo y a los obreros.
El monopolio del poder era del partido acusando de indisciplina o de traición a los que no
coincidían con la secretaría o la mayoría.
Todo esto ocurrió a medida que la secretaría del partido, asumida por Stalin en 1922, se
reforzaba apoyándose en una organización férrea, fundada en la rigurosa selección y la
fidelidad de los cuadros intermedios. La victoria de Stalin se debió a los dirigentes del partido
de los organismos de base y en las estructuras intermedias que eran la columna vertebral
del régimen que se veían representados por el secretario y desconfiaban de sus opositores
intelectuales como Troski, Zinoviev y Bujarin.
Troski, el teórico y dirigente con mayor prestigio después de Lenin, había llegado a la
conclusión que era imposible construir socialismo en Rusia sin un desarrollo revolucionario
correspondiente en los países capitalistas más avanzados. Por ello predicaba la “revolución
permanente” y reclamaba medidas contra la reaparición del capitalismo en el campo, la
lucha contra los kulaki (campesinos dueños de tierras que contrataban trabajadores) y el
inicio de una política de industrialización. En definitiva, tenía serias reservas hacia la NEP.
En el frente opuesto estaba Bujarin que creía posible construir el socialismo en Rusia
mediante un lento y graduado desarrollo fundado en la alianza entre campesinos y obreros.
Sólo la recuperación de la producción y de la productividad agrícola podría permitir un
desarrollo industrial equilibrado y sentar las bases para avanzar hacia el socialismo. La NEP
era el mejor camino para desarrollar este proceso.
Inicialmente Stalin apoyó esta política, con lo que el adversario a combatir era Troski. Aliado
con Bujarin no le fue difícil liquidar esta oposición de la “izquierda” y de Troski que, con sus
frecuentes diferencias con Lenin, su vanidad intelectual y su dureza en el mando no era muy
popular.
Siempre se había pensado que la industrialización era una tarea primaria de la revolución
bolchevique y en el partido esto no se cuestionaba, el problema eran los tiempos y la
manera. La decisión fue tomada por Stalin entre 1927 y 1928, pero se negaba a aguardar a
que madurara el desarrollo capitalista del campo y esto lo diferenciaba de Bujarin. Si bien
rechazaba la idea de Troski de la revolución permanente, aceptaba la idea de forzar los
tiempos de la industrialización e imponer a los campesinos el régimen colectivista. El costo
humano, político y económico de esto cayó sobre toda la población rusa.
Para resolver el problema del abastecimiento de cereales a las ciudades Stalin aplicó el viejo
sistema de confiscación. Con esto demostró dos cosas: que la NEP no había logrado
estimular económicamente el flujo de los productos agrícolas hacia los mercados urbanos y
que Stalin prefería usar la fuerza para obligar a los campesinos a entregar los excedentes.
Junto con el primer plan quinquenal se impartieron las primeras directivas para la
colectivización de la tierra. Se le declaró la guerra a los kulaki e invitó a los campesinos a
ingresar en las grandes granjas colectivas, los koljoses. Ahora la tierra pertenecía al Estado.
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Escogida la vía rápida para la industrialización, no solo había que imponer una disciplina
rígida también era necesario extraer del campo los recursos disponibles dejando a los
campesinos el mínimo para sobrevivir. Para esta medida despiadada se alegaron motivos
ideológicos y la razón de Estado.
Los costos económicos y humanos de esta colectivización fueron enormes. Algunos
calculaban que las víctimas de la violencia y del hambre oscilaron en torno a los 5 millones.
Pero esta colectivización forzada no buscó solamente controlar la producción agrícola en
función del crecimiento industrial, también pretendía conseguir la mano de obra necesaria
para las nuevas industrias. A los obreros de estas industrias se les impuso una férrea
disciplina. Se privó a los sindicatos de cualquier posibilidad de expresar reivindicaciones
autónomas o de oponerse a las decisiones políticas del plan. Con Lenin se había terminado
el control de las bases obreras y se había vuelto al sistema de la responsabilidad y la
autoridad de los directores de fábrica. Con la nueva política se reforzó el poder jerárquico, se
instituyó la libreta de trabajo obligatoria, se difundió el trabajo a destajo y se combatió toda
pretensión de igualdad salarial. Los sueldos eran extremadamente bajos porque solo
limitando el consumo de la gran masa de trabajadores urbanos y rurales, era posible la
acumulación de capital e inversiones. A menudo era necesario el racionamiento para
proveer a un abastecimiento mínimo de las ciudades, la elección de mercaderías para el
consumo era muy limitada y el continuo flujo de la población rural hacia las ciudades agravó
el problema del alojamiento, que nunca fue totalmente resuelto.
La revolución despiadada impuesta por Stalin transformó al país y una serie de
espectaculares procesos políticos abrió el período del gran terror entre 1936 y 1938.
Justamente cuando al completarse el segundo plan quinquenal y la estabilización del campo,
la situación había llegado a una clara mejoría. En este momento Stalin comienza un proceso
de depuración a todo nivel: primero con la vieja guardia bolchevique por seguir en contacto
con Troski, todos fusilados; siguió el jefe del estado mayor y numerosos altos mandos
acusados de traición; miles de oficiales del ejército rojo siguieron la misma suerte;
finalmente, en marzo de 1938, con otro proceso espectacular terminó con los últimos
hombres de prestigio del antiguo grupo bolchevique con Bujarin a la cabeza. Pero estas
depuraciones alcanzaron al partido, que de 3 millones y medio de militantes en 1933
descendió a menos de 2 millones en 1938. La caza de los “enemigos del pueblo” llenó de
condenados, acusados y sospechosos los campos de concentración y de trabajo.
La revolución bolchevique, siguiendo la tradición marxista, se proponía como objetivo
superar el capitalismo, explotador y opresor de la clase obrera, y construir el socialismo
mediante la socialización de los medios de producción, premisa necesaria para una
distribución más equitativa de la riqueza y una realización más libre de la personalidad
individual en un conjunto armónico. De este programa ideal en la URSS sólo se ejecutó la
abolición de la propiedad privada de los medios de producción; su socialización se convirtió
en nacionalización o estatización. Esta distinción no es suficiente para delinear las
características de una sociedad socialista, según las aspiraciones de quienes vieron en el
socialismo el medio para liberar al hombre de los vínculos de opresión no solo económica,
sino también política. La estatización de los medios de producción puede conducir

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directamente, como ha ocurrido en los países que concretaron el llamado “socialismo real”, a
un régimen policial y opresivo que es la misma negación de los ideales socialistas.

El advenimiento del fascismo


Italia había salido vencedora en la PGM, pero el coste de esa victoria había sido elevado, no
solo en términos de vidas humanas, de destrucciones materiales y de quiebra económica
interna y externa sino también en términos de crisis política y social. Durante el conflicto y a
causa de éste el sistema había sufrido una rápida transformación en el sentido de una mayor
concentración de los aparatos estatales y económicos con poco control.
También en Italia, durante la guerra se habían despertado la conciencia y la participación
política de las masas que hasta entonces habían permanecido pasivas. Las mujeres que
habían entrado masivamente a las fábricas, los campesinos que al volver del frente
reclamaban las tierras que les habían prometido, una clase obrera más numerosa, joven y
radical, pero también los pequeños burgueses y oficiales desmovilizados para los que el fin
de la guerra significaba la vuelta a las frustraciones del anonimato, los estudiantes, los
supervivientes y los inadaptados. Pero a todos ellos todavía había algo que los diferenciaba
y era su postura ante la guerra, los “intervencionistas” y los “neutralistas”.
En 1919 la delegación italiana abandona la mesa de negociaciones de la conferencia de paz
en París, en protesta por el rechazo a sus propuestas acerca de la fijación de la frontera
oriental. Los italianos se preguntaban si el precio de la victoria no era demasiado alto, se
sentían mutilados y la balanza se inclinó hacia los neutralistas. Italia fue el único vencedor
que se negó a celebrar el primer aniversario de la victoria y en el que en sus primeras
elecciones de la posguerra ganaron los partidos menos comprometidos con la guerra: el
partido Socialista y el partido Popular, de inspiración católica dirigida por un sacerdote.
Nadie supo dirigir hacia objetivos más precisos de renovación política y social a la corriente
predominante de la vida social italiana que eran las capas más profundas de la sociedad que
solo aspiraban a un futuro mejor y más justo. Populares y socialistas estaban divididos por
rencores históricos, pero también lo estaban entre ellos mismos. Los populares entre los
moderados y los vinculados al Vaticano y los socialistas con las organizaciones sindicales
que dudaban entre participar del gobierno o pasarse a la oposición.
Sin embargo, se lograron reivindicaciones: la jornada laboral de 8 horas, aumento salarial
para los obreros y contratos que sancionaban los nuevos derechos, los campesinos y ex
combatientes se beneficiaron con tierras sin cultivar.
Pero estas conquistas no fueron sostenidas por las garantías políticas y sobrevino en el
otoño de 1920 una fuerte depresión. Esto se vio reflejado en el desempleo y en la baja de
afiliados de los sindicatos que le restó fuerza a la hora de reclamar. Los conflictos también
estaban en los partidos políticos. Los conflictos estaban en todas partes.
Este fue el momento de la revancha de las fuerzas conservadora y del orden, pero este
empuje vino desde abajo. En esta misma época se aparece, en la provincia, el movimiento
escuadrista formado por diversas clases sociales, motivaciones políticas y psicológicas con
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deseos de revancha de los propietarios agrarios e industriales y frustraciones de los
supervivientes y estudiantes. Gracias a este descontento general este movimiento se
extendió a lo largo de Italia en muy poco tiempo.
El punto de referencia político de los escuadristas era la figura de Benito Musolini quien en
1919 había fundado en Milán el primer fascio de batalla sobre una base de programa
heterogéneo y radicalizante, de ahí que sus integrantes se llamaran “fascistas”. Él mismo
quedó sorprendido con el éxito repentino del movimiento escuadrista y así fue que asumió
su dirección política ajustando o aflojando las riendas según las circunstancias. Pronto su
imagen comenzó a crecer y su movimiento se convirtió en un partido donde él era su líder o
mejor dicho se Duce.
La situación estaba madura para el advenimiento de un gobierno de orden. Entre los
fascistas de las provincias tomó cuerpo, por esos días, la idea de una “marcha sobre Roma”
con el objetivo de imponer al rey y al gobierno esta solución que no eran capaces de
imponer por ellos mismos. Pero en Roma el gobierno trataba de mantener la solución dentro
de los términos constitucionales, pero cuando el rey se negó a firmar el decreto de estado de
sitio el gobierno debió renunciar. Esta fue la luz verde que estaban esperando los fascistas
para marchar sobre Roma y Musolini así se presentó ante el rey para que le pidiera formar
un gobierno.
Algunos han visto en los acontecimientos de Italia en los años 1921 y 1922 el comienzo de
una guerra civil europea en la que comunistas y fascistas se enfrentarían a muerte cuya
conclusión llegaría recién en 1945.
El 28 de octubre de 1922 será festejado en Italia, durante los 20 años que duró el fascismo,
como el día de la “revolución fascista”. A pesar de la arrogancia de Mussolini con la que se
dirigió al Parlamento, la realidad era que era un gobierno de coalición ya que la mitad de los
ministros eran fascistas o pro fascista y el resto eran populares, nacionalistas y liberales sin
cuyo apoyo no hubiesen tenido mayoría parlamentaria. En noviembre de 1922 la cámara de
diputados le otorga plenos poderes a Mussolini y una de las medidas que instaura es la
institución de las Milicias Voluntarias para la Seguridad Nacional, nacía así un ejército
paralelo y una suerte de “gobierno en las sombras”.
Las posteriores etapas de esta transformación autoritaria fue la fusión con los nacionalistas,
que gozaban de la confianza de los industriales y militares, y la ruptura con los populares. La
salida de la mayoría de los populares le produjo al gobierno un riesgo de crisis que salvó el
Gran Consejo con el cambio de la Ley electoral, que le dio a la “listona”, formada por
fascistas y la vieja clase política liberal, el triunfo con el 64,9% de los votos.
El diputado socialista Giacomo Mattetoti denunció el fraude y la violencia durante las
elecciones frente al Parlamento, pero esto le valió que un grupo de escuadristas, 10 días
después los secuestraran y asesinaran. Volvía así la posibilidad de una guerra civil, pero
ahora también, Mussolini supo manejarlo con habilidad alternando firmeza con flexibilidad.
En junio procedió a remodelar el gobierno, pero, casi inmediatamente, en julio aprobó un
decreto que limitaba la libertad de prensa.

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Hasta que el partido Nacional-Socialista ganara las elecciones de 1930, inesperadamente,
pocos conocían la existencia de Adolf Hitler en el extranjero y no todos en la misma
Alemania.
Anton Drexler, fundador del partido Deutsche Arbeitspartei (Partido obrero alemán), fue el
mentor de Adolf Hitler. Cuando en 1920 se pone al mando del partido le cambia el nombre a
Nacionalsozialistische Deutsche Arbeits Partei (Partido obrero alemán Nacionalsocialista).
Ellos proponían: la nacionalización de todas las empresas monopólicas, la eliminación de “la
esclavitud del interés”, la anulación del tratado de Versalles y la formación de una “gran
Alemania”. Este programa tenía muchos puntos en común con el de los fasci italianos de
1919 el cual conducía el admirado de Hitler Benito Mussolini. El punto que diferenciaba al
partido NDAP de los demás partidos de derecha alemanes era el antisemitismo, en el
programa se les negaba a los judíos el derecho a ser considerados ciudadanos alemanes y
no podían ejercer cargos públicos.
Tratando de imitar la “marcha de las camisas negras” de Mussolini, Hitler organiza una
marcha sobre Berlín, Putsch, pero al fallarle el apoyo de políticos y militares con los que
contaba fracasó y terminó preso con una condena de 5 años de los cuales solo cumplió 9
meses, durante los cuales comenzó a escribir su libro Mein Kampf (Mi lucha). El aprendizaje
que va a sacar de esta experiencia es que conseguirá mejores resultados amparándose en
la legalidad republicana. Con la gran depresión Alemania estaba pasando por un momento
de gran exasperación con enfrentamientos entre agrupaciones paramilitares entre los cuales
se encontraban los nazis. Con este clima totalmente alterado se acercaron al partido nazi
personas de distintas clases sociales como obreros, campesinos, empleados, funcionarios y
trabajadores independientes. Hitler era un excelente orador y sabía cómo capitalizar los
descontentos que existía por entonces en toda la sociedad.
Después de varias elecciones y de idas y vueltas del gobierno alemán el partido
nacionalsocialista se había convertido en el primer partido. Hitler rechazó varias veces el
cargo de vicecanciller, él quería ser la cabeza del gobierno, pero finalmente Hindenburg,
presidente alemán, lo nombra canciller y asume el 30 de enero de 1933. De este modo el
presidente pensaba tener a Hitler controlado esperando que su popularidad se acallara
debido a no poder cumplir con sus promesas demagógicas. Así mismo los comunistas
convergieron en acciones con los nazis pensando que el nazismo era el camino para la
instauración de la dictadura del proletariado.
El 27 de febrero se produce un incendio en el edificio de la Reichstag (parlamento) y Hitler
acusa a los comunistas del hecho y presiona al presidente para que firme el decreto “en
defensa del pueblo alemán” en el que suspendía todos los derechos y las libertades
constitucionales y prescribía la pena de muerte por una serie de atentados contra el estado.
A pesar de no haber obtenido los votos suficientes, en las elecciones de marzo, para hacer
el cambio de la constitución logra su objetivo de concentrar el poder ya que se anulan la
elección de los 81 diputados comunistas y así comienza la Gleichschaltung
(«sincronización») nazi. Se disolvieron los partidos políticos, se unificaron los sindicatos en
el “Frente alemán de los trabajadores”, eligieron nuevos rectores de las universidades, los

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medios de comunicación fueron fuertemente controlados, la academia prusiana fue
“purgada” y hasta la religión fue regulada por el Ministerio de asuntos eclesiásticos.
El 2 de agosto de 1934 muere el presidente Hindenburg y Hitler gana el plebiscito que le
otorga la unificación de los dos cargos el de presidente y el de canciller. Ahora era realmente
el Führer.
La diferencia entre el tercer Reich y las otras dictaduras era su legitimidad. Se definía a sí
mismos como una unión popular en donde los ciudadanos eran todos los «miembros del
estado de sangre alemana». Los opositores al régimen y todos los judíos alemanes eran
miembros del estado, pero no tenían los derechos del ciudadano ya que los consideraban de
“no sangre alemana” o sea no eran considerados ciudadanos.
Hitler contó con la ayuda de la superación de la gran depresión. A partir de 1933 la
reactivación de la economía mundial hizo que Alemania aumentara el plan de obras públicas
y se reactivaran las industrias, así el desempleo que había sido grande comenzó a bajar.
Esto se vio beneficiado con la exclusión de las mujeres en los trabajos de la administración
pública para incentivarlas a volver al trabajo doméstico lugar al que pertenecían, según los
nazis.
Siempre que el nivel de vida sube suben las necesidades de materias primas y Alemania no
tenía tantas. El Neuer Plan (Nuevo plan) del ministro de economía fue de no importar
productos de países que no quieran importar productos alemanes. Esto era incompatible con
la política de rearme de Göring y Blomberg, pero Hitler no quería elegir entre “cañones o
mantequilla” quería las dos cosas. No tuvieron necesidad de elegir una u otra. Los empleos
fueron creciendo a un muy buen ritmo hasta que el desempleo fue mínimo y hasta el trabajo
femenino aumentó a pesar de las políticas desalentadoras para ello.
Ferdinand Porsche quiere fabricar un auto popular, pero de calidad y es así que
presentándole el proyecto a Hitler le dice que el nombre del automóvil deberá ser
Volkswagen (vehículo del pueblo). En 1937 comenzó la producción y como era muy
accesible cada alemán tuvo un auto al alcance de su mano. Los alemanes volvían a confiar.
Pero Hitler vio que todo esto no se mantendría a largo plazo por lo que con sus
colaboradores planteo la posibilidad de la expansión territorial.
Con la entronización del nazismo en Alemania el fascismo ya era un fenómeno internacional
porque además de Italia y Alemania también había movimientos fascistas en muchos países
europeos. La respuesta a esto fue el antifascismo que no solo estaba formado por la
izquierda sino también por la opinión pública internacional. A esto contribuyeron la cantidad
de exiliados alemanes que se fueron por el mundo tanto de las ciencias como Albert Einstein
y de la vida cultural como Bertold Brecht.
Hemos visto como un país democrático, aunque con inconvenientes económicos devino en
una dictadura que no solo sometía y expulsaba a sus ciudadanos, sino que los asesinaba
masivamente. Considerando que este era un movimiento que se estaba reproduciendo en
distintos lugares del mundo es posible considerar que la Segunda Guerra Mundial fue un
conflicto en el que los países democráticos, en defensa de los principios políticos que los
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definían como tales, debieron enfrentarse a los países totalitarios. Aunque nos quedará la
duda de por qué no reaccionaron antes ya que en Italia el fascismo gobernaba desde 1920 y
el nazismo desde 1933 y ninguno de los dos hicieron un ingreso tímido a estos gobiernos.

Siendo jefe supremo del Tercer Reich, Hitler, tenía un programa con dos puntos esenciales:
uno la conquista de los territorios del Este y el otro el exterminio de los judíos.
La política en relación con los judíos no seguía un programa definido, librar al Reich de
judíos era su obsesión. Los judíos eran puestos en guetos, pero al conquistar más territorios
en el Este la cantidad de judíos también aumentaba y con ellos los problemas de la
superpoblación de los guetos. Algunos jefes locales resolvieron este tema ejecutando a los
que no estaban en condiciones de trabajar. Así nació la “Solución final”, de la obsesión
antisemita del Fhürer y de la respuesta facilista a la superpoblación de judíos.
Así y todo, existen dos interpretaciones de cómo se llegó a la Solución final y estas son:
1. Teoría intencionalita: el exterminio de los judíos fue la realización del programa de un
hombre con poder absoluto. Poniéndose en marcha paralelamente a los preparativos de la
invasión a Rusia en donde haría realidad la intención que tenía desde hacía años.
2. Teoría funcionalista: fue el resultado de un proceso de persecución que se aceleró
más allá de toda previsión por la dinámica de un régimen incapaz de hacer otra cosa que
improvisar radicalizándose. Hitler sanciona esta medida sistematizándola en todos sus
territorios europeos.
Estas dos teorías existen por la falta de documentación ya que no hay ningún documento
firmado por Hitler con la orden de exterminio ni ninguno otro que atestigüe su existencia.
Los funcionalistas advierten que personalizar demasiado el genocidio en Hitler es perder de
vista la coyuntura del momento, el contexto y la cantidad de factores que no estaban en las
manos de un solo hombre. Las tesis intencionalitas tienden a exagerar la coherencia de la
ideología hitleriana a generalizar su capacidad de dar directivas para la acción.
Este debate sobrevino para observar el papel que cumplió Hitler y el cambio en la política del
régimen. De todas maneras, los historiadores coinciden en que el genocidio se desencadenó
bajo la dirección de Hitler, aunque fue madurando paulatinamente antes de ser tomada
definitivamente.
La postura de Burrin es una mezcla de las dos teorías. Considera, como los intencionalitas,
que Hitler siempre quiso aniquilar a los judíos, pero estaba condicionada al fracaso de su
proyecto de expansión como fue su invasión a Rusia. Pero también, como los funcionalistas,
sostiene que la coyuntura fue esencial para su realización.

Debemos identificar que el Fascismo:

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Es anticomunista y antiliberal
Se basa en la exaltación del nacionalismo
En él, el Estado es representado por una minoría
Se encuentra dirigido por un líder carismático
Se sostiene por la acción violenta de las milicias
Es corporativista con los sectores poderosos
Se basa en el control físico y de la propaganda (lo que evidencia sus ansias de control total)
Finalmente, frente al análisis del antisemitismo Hitleriano, me parece fundamental pensar
por qué una ideología de tales características tuvo llegada en la sociedad alemana.
Entendiendo, para ello, que allí se evidenció un proceso de deshumanización del pueblo
judío (que se justificó con un sustento teórico de carácter irracional), mediante el cual se
construyó la idea de que la lucha contra los judíos era una misión y una acción defensiva en
favor de Alemania (de allí que se pensara que, si los integrantes de este pueblo sobrevivían
a la guerra, mientras que los alemanes morían, la guerra sólo tendría un éxito parcial).

Socialismo real
El “socialismo real” es el socialismo que pudo ser en el momento que le tocó desarrollarse.
Podría haber diferentes clases de socialismo, pero en la práctica este es el que mejor
funciona.
Rusia, después de la guerra civil, se encontraba devastada y más atrasada que en la época
de los zares, desapareciendo su desarrollo industrial. La gente más preparada había
emigrado, 2 millones de personas se fueron en ese entonces. Pero también se perdieron
gran cantidad de obreros industriales, que formaban parte del partido bolchevique, tanto en
las guerras, dispersados por la revolución, como por ser trasladados a las oficinas estales
del partido.
El problema más grave era que Rusia no estaba preparada para la implementación del
socialismo marxista ya que las condiciones que Marx había considerado para la
implementación de una economía socialista no estaban presentes en la Rusia de entonces y
éstas eran: desarrollo del capitalismo, obreros, medios de producción, etc. Rusia era una
masa enorme de territorio con un, también, enorme atraso social y económico.
Desde el comienzo de la nueva URSS quedó aislada y Lenin, para salvar esto y lograr las
condiciones que enumera Marx para la implementación de una economía socialista,
implementa una planificación inspirada en la economía de guerra de la Alemania de la PGM
y crea la “nueva política económica” (NEP). En ella Lenin hace concesiones a los inversores
extranjeros a cambio de contribuir al desarrollo económico del país, pero no obtuvo

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respuestas favorables. Pero para Lenin, Moscú sería un paso intermedio del socialismo ya
que para él la capital permanente sería Berlín.
Este aislacionismo, paradójicamente, la salvó de la gran depresión económica que asoló al
mundo en 1929.
Para conseguir el triunfo de la revolución proletaria la URSS debía conseguir: transformar la
economía, modernizar la industria y las tecnologías y vencer el atraso cultural de las masas,
su oscurantismo, ignorancia, analfabetismo y superstición. El comunismo soviético sería el
ejemplo a seguir para países atrasados.
Al llegar Stalin al poder cambia la NEP por una planificación centralizada de la economía
que definió la era de hierro de la URSS. La modernización acelerada que pretendía Stalin
fue despiadada principalmente con los campesinos que fueron explotados en pos de la
industria. Se cree que murieron cerca de 50 millones de personas en este período.
Con los planes quinquenales les dio máxima prioridad a las industrias pesadas básicas,
producción de carbón, hierro y acero, electricidad, petróleo, etc. Finalmente, así convirtió a la
URSS en una economía industrial en poco tiempo y así poder ganar la guerra a Alemania.
Pero este sistema le garantizaba a la sociedad las condiciones mínimas necesarias para
vivir como: trabajo, comida, vivienda de acuerdo con precios y salarios controlados, pensión,
atención sanitaria y educación.
Este sistema político era único en el mundo. Era un partido único muy fuerte y jerarquizado y
autoritario que monopolizaba el poder estatal e imponía un pensamiento marxista-leninista a
todos los habitantes del país.
Los países del mundo del socialismo real replicaron el modelo político y económico de la
URSS por lo que el comercio era casi exclusivamente entre ellos. Pero hacia los años ´70 y
´80 algunos se estaban tratando de integrar a la economía mundial. Esto marcó el fin del
“socialismo real”.
Hobsbawn plantea por qué un partido de vanguardia se transformó en autoritario:
“Esa gente, los millones de activistas profesionales, administradores, ejecutivos y
supervisores, no compartían la vieja política de la izquierda. Todo lo que sabían era que el
partido tenía la razón y que las decisiones de la autoridad superior debían cumplirse si se
quería salvar la revolución”.
En definitiva, el fanatismo los privó de pensamiento crítico.

La Guerra Fría
Recién había terminado la Segunda Guerra Mundial cuando el mundo cayó en un
enfrentamiento constante de las dos superpotencias, que surgieron de esta guerra, durante
45 años que se lo llamó Guerra Fría. Para Hosbawm es razonable considerar a este período
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la Tercera Guerra Mundial ya que el filósofo Thomas Hobbes define que: «La guerra no
consiste sólo en batallas, o en la acción de luchar, sino que es un lapso de tiempo durante el
cual la voluntad de entrar en combate es suficientemente conocida». Esto se vivió durante la
segunda mitad del siglo XX en lo que se llamó Guerra Fría (GF).
Durante casi 27 años de mi vida viví esperando, y conmigo varias generaciones de personas
en el mundo, que en cualquier momento estallara un conflicto nuclear que terminara con la
humanidad. Por suerte sobrevivimos este período gracias al miedo de la “destrucción mutua
asegurada” que impidió que cualquiera de los dos bandos diera un paso en falso. Este
“acuerdo tácito” se mantuvo hasta la década de los setenta.
La URSS se dio cuenta que toda la retórica anti comunista norteamericana era para
conseguir votos, claro, ellos no tenían ese problema. La GF fue, más que nada, un
enfrentamiento entre los servicios de inteligencia, tanto que se vieron reflejados en series de
televisión como El Agente 86 y en el cine con la saga de James Bond. El enfrentamiento
también se vio reflejado en los deportes principalmente ajedrez que era tan importante que
hasta se hizo una comedia musical Chess (trata sobre un campeonato mundial en donde el
campeón ruso se enamora de una norteamericana y decide emigrar a EEUU), en este rubro
ganaban ampliamente los rusos. Hoy podemos ver este enfrentamiento en la serie Gambito
de Dama, excelente, por cierto. Otro de los rubros en los cuales competían era la carrera
espacial que se tornó ardua, costosa y riesgosa, en este caso el triunfo fue para EEUU al
poner el primer hombre en la Luna. Por supuesto no habría que olvidar la carrera
armamentista que tuvo su momento más tenso con la crisis de los misiles en Cuba en 1962
que fue ocasionada cuando la URSS puso misiles en Cuba con dirección hacia EEUU en
respuesta a los misiles que EEUU había puesto en Turquía con dirección a la URSS.
Esta “guerra” se batía prácticamente en todo el mundo. Por el lado de la URSS en todas las
zonas ocupadas por el ejército rojo y otras fuerzas armadas comunistas; por EEUU el mundo
capitalista y las viejas hegemonías imperialistas; en Asia, por un lado, Corea y Vietnam y por
el otro Japón en donde EEUU había establecido unilateralmente una ocupación. En
definitiva, a EEUU le preocupaba una posible supremacía mundial de la URSS y a ellos les
preocupaba una real hegemonía económica de EEUU sobre las zonas ocupadas por el
ejército rojo. Así y todo, esto no significaba un enfrentamiento armado. Este fue el tema
principal de los políticos norteamericanos exaltando a la población y así conseguir votos, un
ejemplo de esto fue Ronald Reagan.
Las consecuencias políticas de la GF fueron que EEUU y URSS se excluyeron mutuamente.
Los países comunistas tuvieron regímenes con partidos únicos, pero también los
anticomunistas como Japón e Italia. Los partidos relacionados con la iglesia eran
anticomunistas también. La GF fue la responsable de la creación, en 1957 de la Comunidad
Europea que es un organismo permanente para integrar las economías y los sistemas
legales de estados-naciones independientes, pero fue, básicamente, una unión antisoviética.
El plan Marshall fue una consecuencia económica de la GF ya que fue ideado para generar
mercados que fortalezcan el capitalismo y así frenar el avance del comunismo. La guerra de
Yom Kippur de 1973 también generó consecuencias económicas. Ésta fue entre Israel,
máximo aliado de EEUU, y Siria y Egipto, ayudadas por la URSS. Los países árabes de la
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OPEP no querían a toda costa que se ayudara a Israel cortándoles el suministro de petróleo
a todos los que lo hicieran. Esto les hizo ver que podían manipular el precio del crudo sin
que los súper poderosos EEUU pudieran hacer nada y el resto del mundo también notó esto.
La pérdida de la guerra de Vietnam y la crisis del petróleo debilitaron a los EEUU, pero no
cambió la naturaleza de la GF.
Entre los años ´74 y ´79 surgieron una serie de revoluciones donde una serie de regímenes
africanos, asiático y hasta americanos se pasaron a la órbita soviética que le facilitó a la
URSS tener bases militares, especialmente navales en territorios alejados del suyo. Esta ola
de revoluciones sumada al fracaso público de los norteamericanos fue lo que engendró la
segunda GF.
El nuevo presidente norteamericano, Ronald Reagan, debía sanar esta humillación pública y
lo intentó hacer atacando blancos fáciles como: la invasión a la isla de Granada (1983), el
ataque naval y aéreo contra Libia (1986) y la absurda invasión a Panamá (1989). Lo cierto
es que esto sanó solo cuando inesperadamente cayó la URSS.
La Guerra Fría terminó cuando Mijail Gorbachov, el último y reformista Jefe de Estado de la
URSS, convenció a los EEUU que la carrera armamentista era una locura y que, ahora ellos
tenían el propósito de abandonarla.
Mi generación y tantas otras le debemos esto a Mijail Gorbachov que recibió con justicia el
Premio Nobel de la Paz en 1990. Coincido totalmente con Hobsbawm cuando dice:
“Por eso es por lo que el mundo le debe tanto a Mijail Gorbachov, que no solo tomó la
iniciativa, sino que consiguió, él solo, convencer al gobierno de los EEUU y a los demás
gobiernos occidentales de que hablaba sinceramente”.

Gorbachov planteó la transformación del socialismo soviético con dos lemas: la perestroika o
restructuración y glasnost o libertad de información. Pronto aparecieron los problemas y dejó
ver que habría problemas entre ellos. El sistema soviético se mantenía gracias a la
estructura de mando del partido-estado de la época stalinista que era similar a la época de
los zares. El peor obstáculo que encontró la glasnost vino del propio partido ya que tenía
muchos intereses creados y no encontraba una alternativa. Los sectores del aparato del
partido-estado recibieron a esta transformación con hostilidad disimulada. La estructura del
gobierno soviético era militar y, como dice Hosbawm, es muy difícil democratizar un ejército
sin tener una alternativa civil antes de destruirlo, porque de lo contrario esta transformación
termina en colapso.
La Unión Soviética cayó en una grieta entre la glasnost y la perestroika. Para los reformistas
la glasnost era fundamental ya que significaba la introducción de un estado democrático
constitucional basado en el imperio de la ley y en las libertades civiles. Este sistema llegó a
instalarse, pero la perestroika estaba apena esbozada en 1988 con la legalización de
pequeñas empresas privadas que eran cooperativas y se permitió la quiebra de empresas
estatales con pérdidas permanentes. La retórica de la transformación económica iba, por un
lado, pero la realidad iba por otro.
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Para la perestroika lo importante era como funcionaba la economía día a día, los resultados
dirían la verdad.
Los reformistas querían tener las ventajas del capitalismo, pero sin perder el socialismo y
peor aún, no sabían cómo llevar a cabo esa transformación.
Para Hobswam lo que condujo al colapso a la Unión Soviética fue la combinación de la
glasnost, que significaba la desintegración de la autoridad, con la perestroika que destruyó
los mecanismos que hacían funcionar la economía sin proporcionar ninguna alternativa,
cosa que provocó el deterioro de la vida de los ciudadanos.

La Rusia de los ´80, urbana e industrializada con un sector avanzado en el campo científico-
militar-industrial, eran totalmente diferente a la Rusia de los años 20 cuando estaba atrasada
tecnológicamente y era mayoritariamente rural. Muy diferente hubiera sido el resultado de la
perestroika si hubiera seguido siendo el país atrasado de los ´20 como lo era China en los
´80 donde sus habitantes como éxito absoluto e impensado era tener un televisor, por
ejemplo. De todas formas, el contraste entre la perestroika soviética y la china no se explica
de esta forma y ni tampoco con que los chinos mantuvieron su sistema de gobierno
centralizado. El porqué China logró esta transición exitosamente será motivo de futuros
estudios.

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