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LA TRÍADA DE PALENQUE: UNA HISTORIA

SAGRADA DE LOS MAYAS ANTIGUOS


Miguel Rivera Dorado
Universidad Complutense de Madrid

Palenque era una de las cuatro ciudades que los mismos ma- 237

yas antiguos reconocían como capitales de los distintos rum-


bos del mundo. Las otras eran Copán, Tikal y Calakmul.
El verdadero nombre de Palenque en la época prehispánica
fue Lakamhá, y el reino sobre el que gobernaban sus sobera-
nos se llamaba B’aakal. Lakamhá significa «agua grande», y
tiene que ver con las cascadas y abundantes manantiales de
los alrededores, dado que la ciudad se encuentra en el límite
de la serranía de Chiapas. B’aakal, por su parte, significa algo
así como «el del hueso», extraño apelativo que no puedo ex-
plicar.
Las ruinas de Palenque, en el estado mexicano de Chiapas,
no cubren hoy la extensión que ocuparon urbes mayas de
semejante importancia, ni sus edificios son tan voluminosos
y elevados. Sin embargo, Palenque gozó de un enorme presti-
gio, debido sobre todo a sus reyes, a sus dioses, y al espléndi-
do arte en el que glorificaron a los unos y a los otros. Los be-
llísimos relieves de Palenque, sus delicadas inscripciones
jeroglíficas, el realismo de las escenas modeladas en estuco en
las fachadas de las construcciones, el refinamiento de la corte

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real que se adivina en la traza y la ornamentación de los pala-
cios, y, finalmente, las características de las tumbas de los
señores principales, de un lujo y monumentalidad iniguala-
dos, colocan a esta ciudad en la cima de las manifestaciones
de la civilización de las selvas lluviosas centroamericanas.
Es importante señalar también que el descubrimiento de
las ruinas de Palenque marcó el inicio de la moderna arqueo-
logía mesoamericana, y que tal hallazgo se debe por entero al
empeño de un monarca español. Es curiosa la manera en que
estos conjuntos de edificios medio desmoronados y cubiertos
238 de vegetación, abundantes en el área que hoy llamamos Meso-
américa —es decir, casi todo México, Guatemala, Belice, parte
de Honduras y de El Salvador—, han pasado desapercibidos
durante siglos, sobre todo si tenemos en cuenta que los espa-
ñoles vieron todavía en el siglo xvi muchas ciudades habita-
das, y que se interesaron a menudo por las que estaban arrui-
nadas. Además, como sucede en el caso de Palenque, los
poblados de indígenas o mestizos en las proximidades, gentes
que se desplazan cotidianamente para ir a los campos de cul-
tivo o a otras aldeas, hacen casi inevitable tropezar con los
conjuntos monumentales del pasado.
Sin embargo, fue a finales del siglo xviii cuando funciona-
rios del pueblo de Palenque dieron aviso de que había unas
«casas viejas» en los alrededores, provocando que la corte de
Carlos III, en la lejana Madrid, tomara cartas en el asunto y
decidiera enviar la que fue la primera expedición arqueológi-
ca en las extensas colonias españolas de América, dirigida por
un oficial del ejército llamado Antonio del Río.
La arquitectura palencana es de una gran originalidad, las
construcciones no son demasiado voluminosas si se compa-

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ran con otras de Mesoamérica, pero se distinguen por su ele-
gancia y por los detalles estructurales u ornamentales singu-
lares, como la terminación de las techumbres al estilo
«mansardiano», la abundancia de vanos en los muros, o la
incorporación de numerosas esculturas de piedra o estuco.
Además de la pirámide denominada Templo de las Inscrip-
ciones, son conocidos sobre todo los tres templos del Grupo
de la Cruz (el del Sol, el de la Cruz y el de la Cruz Foliada), y
el Templo XIX y el Templo XXI. Destaca, no obstante, el mag-
nífico Palacio, conjunto de carácter residencial y representa-
tivo con una enorme plataforma de sustentación, una majes- 239

tuosa escalera de acceso, patios interiores, subterráneos,


galerías abovedadas y una esbelta torre de tres pisos. En Pa-
lenque hay numerosas inscripciones jeroglíficas labradas en
la piedra o modeladas en el estuco que lo recubría todo, y la
gran mayoría de ellas, trata asuntos relacionados con el poder
político y con la religión, siendo así que, por lo general, ambas
cuestiones se mezclan y confunden de manera natural en los
textos.
El investigador alemán Heinrich Berlin (1915-1988) había
salido de su país hacia México huyendo de los nazis. En la
tierra de los antiguos aztecas, pero sobre todo en Guatemala,
iba a desarrollar una brillante labor de arqueólogo y epigrafis-
ta. Trabajando en Palenque observó que en las inscripciones
de los tres templos del complejo arquitectónico llamado Gru-
po de la Cruz se mencionaba a un personaje especial que no
era ni gobernante, ni jefe militar u otro cargo administrativo.
Ese bloque jeroglífico, diferente en cada uno de los templos,
debía hacer alusión a un ser sobrenatural, a un dios, y Berlin,
con genial intuición y sencilla nomenclatura, llamó a esos

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seres GI, GII y GIII, es decir, la que después sería célebre Tría-
da de Palenque 1.
Otros mayistas profundizaron en el hallazgo, por ejemplo
los estadounidenses David Kelley 2, Linda Schele 3 y Floyd
Lounsbury 4, pero el debate sobre la identidad y el significado
de tales personajes mitológicos llega hasta hoy, con la impor-
tantísima aportación de David Stuart 5.
No es para menos, pues, como veremos en seguida, se trata
de la línea ancestral a la que se remontan los reyes de la ciu-
dad-estado para reclamar su legitimidad para gobernar, una
240 línea que llega al origen del mundo en el que vivían los mayas,
el cuarto según la información del mito cosmogónico conte-
nido en el Popol Vuh, libro sagrado de los maya-quichés del
altiplano guatemalteco. Es ahí, en el momento de la creación,
cuando «nacen» literalmente esos dioses, cuyo cometido en la
conformación del cosmos está fuera de duda y cuyo papel en
las expresiones del poder dinástico es fundamental.

1
  h. berlin, «The Palenque Triad», Journal de la Société des Améri-
canistes 52, París, 1963, pp. 91-99.
2
  d. kelley, «Birth of the Gods at Palenque», Estudios de Cultura
Maya 5, México, 1965, pp. 93-134.
3
  l. échele, The Palenque Triad: A Visual and Glyphic Approach,
Actes du XLII Congres des Américanistes 7, París, 1979, pp. 407-423.
4
  f. lounsbury, «The Identities of the Mythological Figures in the
Cross Group Inscriptions of Palenque»: Fourth Palenque Round Table
1980 (Robertson y Benson eds.), Pre-Columbian Art Research Institu-
te, San Francisco, 1985.
5
  D. stuart, The Inscriptions from Temple XIX at Palenque, The
Pre-Columbian Art Research Institute, San Francisco, 2005, pp. 158-
185.

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Los arqueólogos han encontrado indicios de otras tríadas
en distintas ciudades mayas, como Tikal, Caracol o Naranjo,
lo que confirma, no solo la naturaleza teológica de los seres
de las inscripciones palencanas y la tendencia maya a organi-
zar a los dioses patronos de las ciudades y de la realeza en
conjuntos de tres, sino igualmente la necesidad sentida por
algunos gobernantes de justificar su derecho sagrado al ejer-
cicio de la autoridad mediante este particular arreglo religioso.
Probablemente, es lo que ya se anunciaba desde el siglo v a.C.
por la costumbre de erigir tres templos piramidales con las
fachadas orientadas a un patio o espacio común que así resul- 241

ta delimitado y cerrado, como se ve en El Mirador y otros lu-


gares del departamento del Petén, en el norte de Guatemala.
Desde luego, el tres es un número sagrado de especial sig-
nificación, pues indica los niveles del cosmos, con un ámbito
superior o celeste, otro intermedio que es la superficie de la
tierra donde habitan los hombres, y otro subterráneo consti-
tuido por una capa acuática y un ámbito inferior, morada de
los muertos y de los dioses.

Los dioses mayas


De nuevo ha surgido entre los científicos la polémica sobre
la existencia y naturaleza de un panteón entre los mayas an-
tiguos. La publicación del libro de Claude F. Baudez 6, abo-
gando por la muy tardía aparición de auténticos dioses, des-
pués del hundimiento de la civilización clásica entre los
siglos ix y x, ha venido a abrir el debate, centrado sobre todo

6
  C. f. baudez, Une histoire de la religión des Mayas, París, 2002.

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en la ignorancia sobre la verdadera función de los llamados
templos —las pirámides que llenan las ciudades arqueológi-
cas—, y la escasa presencia de las efigies de las supuestas di-
vinidades. No obstante, en la actualidad somos una amplia
mayoría los que creemos que los mayas tuvieron un nutrido
panteón quizá desde antes del comienzo de la era cristiana, y
para probarlo confluyen los datos de los historiadores, arqueó-
logos y epigrafistas.
Yo he escrito que la religión maya se caracteriza por la
práctica de una idolatría restringida 7, y esta afirmación se
242 justifica por la escasez de imágenes de dioses, irrefutablemen-
te reconocidas como tales, recuperadas en las excavaciones;
pero hay casos en los que son necesarias matizaciones. En
Palenque tenemos pruebas de que había figuras que eran
vestidas y arregladas periódicamente por los reyes y nobles,
información procedente de las inscripciones jeroglíficas que
se aviene perfectamente con tradiciones que llegan hasta el
día de hoy, fortalecidas por las propias ideas del catolicismo
colonial en cuanto a la atención debida a las esculturas de las
iglesias.
El mismo Popol Vuh, documento importantísimo de la etnia
maya-quiché localizada en las montañas de Guatemala, como
ya he mencionado, expone con claridad la obligación de los
miembros de las minorías dirigentes de atender, proteger,
cuidar y ataviar las efigies de los dioses. Estoy convencido de
que esa era la norma desde tiempos muy antiguos en todo el
área maya, y que las viejas figuras no han sido halladas por-

  Cfr. M. rivera, «Catorce tesis sobre la religión maya»: Revista


7

Española de Antropología Americana, nº 35, Madrid, 2005, pp. 7-32.

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que fueron manufacturadas con madera y otros materiales
perecederos del bosque tropical húmedo.
Imágenes de algunos dioses hechas de barro se encuentran
en los llamados incensarios, abundantes en Palenque, por
ejemplo, y en lugares del norte de la península de Yucatán.
Otras figuras de cerámica, y de madera estucada, se descubrie-
ron en Tikal.
En todo caso, esas pequeñas esculturas palencanas hoy
desaparecidas estarían colocadas en sus «casas», de manera
que la imagen «exenta» de GI habría estado instalada en el
Templo de la Cruz, la de GII en el Templo de la Cruz Foliada, 243

y la de GIII en el Templo del Sol.


Pero hay otras vías para alcanzar la visión de los rostros de
los dioses mayas, y la comprensión de sus papeles en el cos-
mos y en la vida de los humanos 8. Existen multitud de con-
textos escultóricos, escenas en bajorrelieve por lo general, en
donde se distinguen divinidades. En Tikal o en Yaxchilán, por
ejemplo, pero sobre todo en el mismo Palenque, pues en ta-
bleros 9, paneles y lápidas podemos contemplar de cuerpo
entero a dioses tan importantes como el señor del infierno

8
  Cfr. m. rivera, El pensamiento religioso de los antiguos mayas,
Madrid, 2006.
9
  Usaré aquí indistintamente la palabra tablero, adaptada al cas-
tellano del inglés tablet, y tríptico. La primera no es del todo correcta
porque hace referencia particularmente a un objeto de madera, y la
segunda tampoco va del todo bien, puesto que las placas de piedra con
relieves del Grupo de la Cruz de Palenque, si bien están divididas cla-
ramente en tres hojas, no fueron concebidas para que las laterales se
cierren sobre la central. Se trata, pues, de relieves distribuidos en tres
hojas de piedra unidas.

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clasificado con la letra L. En Copán, el dios del rayo y las tor-
mentas, y protector de las dinastías reinantes, Kawil, aparece
acompañando al gobernante glorificado en la estela D. Pero
además, en numerosas representaciones de señores mayas, el
símbolo de su poder y su legitimidad es precisamente el cetro
que portan con la efigie del dios Kawil. Y cuando no sostienen
el cetro de Kawil, suelen llevar sujeta con las dos manos la
llamada «barra ceremonial», que es una suerte de tira o cene-
fa de madera u otro material ligero con forma de serpiente o
dragón labrada con los símbolos de los cuerpos celestes, por
244 cuyos extremos, a menudo cabezas de esos monstruos con
fauces muy abiertas, asoman dioses como Itzamnaj, Kawil o
K’inich Ajau.
En Oxkintok, en el estado mexicano de Yucatán, se encon-
traron varias imágenes de dioses, un sillar con la faz del dios
solar K’inich Ajau, una estatuilla descabezada que represen-
taba a la diosa de la tierra Chak Chel (versión como anciana
de Ix Chel), otra pequeña escultura con los rasgos de una rara
divinidad conocida como «dios gordo», y una estela con un
personaje en bajorrelieve que se puede identificar como el
mencionado dios L.
Pero si hay un soporte artístico en el que abunden las re-
presentaciones de dioses mayas ese es el de los vasos de cerá-
mica. La cerámica pintada del período Clásico (250-900 d.C.)
fue decorada en su mayoría con escenas mitológicas y rituales,
lo que se explica por su función de ofrenda funeraria o en la
dedicación de construcciones y otros monumentos, además
de servir como recipiente ceremonial en los momentos crucia-
les de la vida de los reyes y otros dignatarios. Muchos de esos
vasos se conocen solamente desde que los coleccionistas pri-

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vados decidieron abrir sus colecciones a los investigadores, ya
que, producto del saqueo de tumbas por lo general, habían
permanecido durante décadas ocultos a los ojos de los cientí-
ficos.
Sin embargo, las fuentes en las que se inspiró el primer
investigador que logró una clasificación de los dioses mayas
por sus efigies y atributos fueron los llamados códices: tres
libros prehispánicos de época tardía procedentes del norte de
la península de Yucatán, en los que se pintaron los grandes

245

Figura 14: Los dioses mayas según Paul Schellhas

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postulados de la doctrina religiosa posclásica, en lo tocante
sobre todo a la práctica de los ritos y a la astronomía. Fue el
alemán Paul Schellhas quien publicó en Berlin en 1903 Die
Göttergestalten der Mayahandschriften, un estudio de esos
libros con la identificación de las figuras divinas a las que, en
la imposibilidad de leer entonces sus nombres jeroglíficos,
adjudicó letras del alfabeto europeo que todavía son utilizadas
por los arqueólogos.
Y, finalmente, el espectacular avance en el desciframiento
de la escritura jeroglífica maya ocurrido en las décadas recien-
246 tes, ha permitido conocer los verdaderos nombres de casi to-
dos los dioses representados en el arte y discernir algunas de
las historias sagradas que se vinculan a su personalidad y
significado. Curiosamente, el nombre jeroglífico más antiguo
de los dioses, cuyo culto todavía estaba vigente en el tiempo
de la llegada de los colonizadores españoles, ha sido a menudo
el mismo que recogieron cronistas como Diego de Landa, lo
que demuestra la continuidad y el conservadurismo de la re-
ligión maya, y facilita la confirmación de las lecturas efectua-
das por los epigrafistas.
La conclusión más lógica, por tanto, es aceptar que en el
período Clásico (250-900 d.C.), que es el momento de apogeo
de Palenque y de elaboración de la doctrina relacionada con
la tríada, los mayas profesaban un politeísmo de carácter na-
turalista y con énfasis en los aspectos más cosmológicos de
los seres divinos, y que los dioses mayas estaban involucrados
en el mantenimiento de la estructura social vigente, respal-
dando la organización política y el papel de los reyes. Y tam-
bién que esos mismos reyes eran considerados descendientes
de antepasados deificados o de los dioses creadores, lo que les

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otorgaba legitimidad para el ejercicio del poder absoluto y una
personalidad sagrada, y que esa indiscutida cualidad les hacía
objeto simultáneamente de culto y veneración. Puede incluso
afirmarse que los mayas practicaron un cosmoteísmo mode-
rado, pues las referencias a los ámbitos del universo son cons-
tantes en el arte y la escritura jeroglífica, y todos los dioses
que se han identificado como tales se muestran una y otra vez
en situaciones, ubicaciones o actividades cosmológicas.
Imbuidos, pues, de la idea de que su sociedad y su cultura
no eran otra cosa que una manifestación del orden universal
decretado por los dioses, y que debían colaborar firmemente 247

en la conservación de ese orden a través del ritual y de una


adecuada conducta moral y material, los mayas pusieron rostro
y nombre a las potencias superiores con las que convivían.

Los tres templos


El período más glorioso de la historia antigua de Palenque
fue sin duda el del rey Janab Pakal (603-683), conocido como
Pakal el Grande, cuyo cuerpo fue depositado tras su muerte
en la famosa tumba del Templo de las Inscripciones; una obra
arquitectónica de gran importancia, ya que se trata de una
cripta subterránea emplazada a más de veinte metros por
debajo del santuario que remata el edificio, y a la que se acce-
de por una escalera en el interior del basamento, descendente
en dos tramos abovedados que constituyen un alarde de la
ingeniería maya.
Esa magnífica edificación fue parcialmente obra de su hijo
y sucesor Kan Balam (635-702), que remató la construcción
funeraria emprendida durante el reinado de su padre, y fue

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precisamente él quien también ordenó que se levantaran los
tres templos del Grupo de la Cruz, con la intención de reivin-
dicar a los dioses patronos fundadores de la dinastía y forta-
lecer de ese modo su legitimidad como gobernante. Es indu-
dable que Kan Balam debió sentir la necesidad de llevar a cabo
tal empresa, quizás porque una parte de la corte palencana
podía sentir simpatía por la figura de su hermano K’an Joy
Chitam (644-¿711?); también debido a que él había heredado
el trono por el lado de su abuela Sak K’uk, que reinó después
de un turbulento período, quebrantando la norma de la suce-
248 sión por línea masculina; y finalmente quizás porque la im-
pronta de su padre era todavía demasiado visible en Palenque
y apenas permitía su propio estilo de gobierno. El caso es que
llenó los tres templos de relieves e inscripciones en los que se

Figura 15: El rey Janab Pakal representado en la lápida de su sarcófago

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da cuenta de su relación con Pakal el Grande y con los dioses
patronos de la ciudad-estado.
Los tres templos, estancias de pequeñas dimensiones en lo
alto de basamentos piramidales de distinta elevación, poseen
una reducida cámara o sancta sanctorum interior, y allí, en el
muro del fondo de esa cella, se encuentran los trípticos de
piedra cuyas figuras centrales dan nombre popular a los edi-
ficios: la Cruz porque hay una gran cruz en el eje de la escul-
tura a la que se dirigen las figuras humanas representadas; la
Cruz Foliada porque en ese templo la cruz se adorna con hojas
y abundante vegetación; y el Sol porque entre lanzas se mues- 249

tra un escudo con el rostro del dios solar. Es conveniente se-


ñalar que en las plataformas de sustentación de los tres edifi-
cios se encontraron numerosas piezas de cerámica, cilindros
de buen tamaño para sostener recipientes en los que quemar
el «incienso» copal, a las que se aplicaron, mediante la técnica
del pastillaje, los rasgos de diferentes divinidades y posibles
antepasados deificados, y que esos semblantes identifican de
nuevo a la tríada como la propietaria del espacio sagrado y la
relacionan con otros seres sobrenaturales.
El Templo de la Cruz es el más grande de los tres. Su parte
frontal se vino abajo hace mucho tiempo pero lo que subsiste
es suficientemente expresivo de la prioridad otorgada a GI en
la tríada. Los restos de las fachadas al norte y al oeste guardan
restos de un gran dragón-cocodrilo esculpido que indudable-
mente cumplía la función de identificar la casa de GI como un
lugar celestial, algo que se aprecia asimismo en las inscripcio-
nes del santuario, donde se ven los glifos para «seis» y para
«cielo», lo que ubica el edificio en el lugar justo donde ocurrió
la creación del mundo en el que vivían los mayas, en el Sexto

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250

Figura 16: El rey de Figura 17: El rey K’an Joy Chitam con
Palenque Kan Balam sus padres (Janab Pakal a la derecha).

Cielo. El edificio elevado sobre el basamento piramidal tenía


la planta característica de esta clase de construcciones palen-
canas: doble crujía dividida en pórtico de tres entradas con
pilares, cuarto central posterior conteniendo un pequeño san-
tuario techado, y celdas laterales.
El tríptico del Templo de la Cruz, ahora en el Museo Nacio-
nal de Antropología, en la Ciudad de México, tiene en la parte
central un árbol de la vida cruciforme ornamentado con joyas
y flores, representativo del cielo oriental, sobre el que se alza
un extraordinario pájaro mitológico. Descansa sobre un gran
mascarón hundido en una banda de signos celestiales. Dos

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figuras humanas de perfil lo flanquean, miran hacia él y pa-
rece que le hacen ofrendas de objetos que llevan en sus ma-
nos. Una de esas figuras, la de mayor tamaño, es Kan Balam
ataviado como el día de su entronización en el año 684. La
identidad de la figura más pequeña es todavía objeto de deba-
te, pues algunos autores creen que es Janab Pakal traspasando
el poder a su hijo, y otros piensan que es el mismo Kan Balam
adolescente, en la fecha en que llevó a cabo sus ritos iniciáti-
cos en el año 641. Las hojas laterales del tríptico contienen una
larga inscripción jeroglífica donde se describe el nacimiento
del dios del maíz, posible padre de los tres dioses de la tríada, 251

seguido de su descenso a la tierra para habitar su templo, y


allí se mencionan hasta nueve reyes de Palenque antepasados
de Kan Balam.
La fachada del Templo de la Cruz Foliada desapareció tam-
bién hace años, dejando al descubierto el sistema de bóvedas
y vanos internos del edificio. Mientras que en el Templo de la
Cruz la ornamentación subrayaba los aspectos celestiales, en
su vecino Templo de la Cruz Foliada las referencias ornamen-
tales son al agua, el mar primordial y la agricultura. El exterior
del templo mostraba numerosas conchas con un jeroglífico
que se ha podido leer «Matwil», un lugar mítico muy citado
en Palenque en relación con el nacimiento de los dioses de la
tríada y de la misma dinastía gobernante. De nuevo el tríptico
de la pared de la cella incluye dos figuras de igual identidad
que las anteriores, en torno a una planta de maíz cruciforme
y muy adornada que parece surgir de un mascarón descarnado
designado como el «mar precioso», K’an Nahb, que a su vez
flota en una banda acuática —que sustituye aquí a la banda
celestial— con elementos propios de ese ámbito cosmológico.

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En la planta de maíz las mazorcas han sido sustituidas por
cabezas del joven dios de ese alimento fundamental, y también
el gran pájaro celestial corona arrogante este axis mundi. Es un
canto a la regeneración, la fertilidad y la vida, y GII, el dueño
y morador del templo, cuyo nombre se puede leer Unen Kawil,
encierra en sí mismo esas cualidades, como dios del rayo y las
tormentas, que nutren la tierra y la fecundan.

252

Figura 18: Tríptico o tablero del Templo de la Cruz Foliada

En el lado oeste del Grupo de la Cruz se alza el más peque-


ño de los tres templos, y el mejor conservado de ellos. El Tem-
plo del Sol está dedicado a GIII, una divinidad solar asociada
con la guerra. El tríptico de la cámara interior sustituye los
árboles por un icono central muy diferente: dos lanzas cruza-
das con un escudo prominente con el semblante del sol. Pero
es un sol particular, porque se apoya en las espaldas de dos

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Figura 19: El llamado tablero o lápida de los esclavos, con el rey Ahkal
Mo Nahb y sus padres.

seres sobrenaturales de carácter infernal, quienes a su vez se


sientan sobre una banda de signos que indican el inframundo,
el interior de la tierra. Es decir, que se trata del sol en su viaje
por el reino subterráneo, del sol en el momento del ocaso,
hundiéndose en el abismo telúrico. La decoración de la cella
incluye signos para montaña, y es posible deducir que los
constructores pensaron esa cámara como una cueva por la que
acceder al mundo inferior. De ese modo, según señalan acer-
tadamente David y George Stuart 10, los tres templos del Grupo

  d. stuart y g. stuart, Palenque, Eternal City of the Maya, Lon-


10

dres, 2008, p. 211.

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de la Cruz dibujan el mapa del cosmos maya, con una repre-
sentación del cielo en el templo más elevado, una representa-
ción del inframundo en el templo más pequeño, y una repre-
sentación de la superficie de la tierra, y la capa acuática sobre
la que descansa, en el templo intermedio.

El nacimiento de los dioses


Los mayas, obsesionados por el transcurso del tiempo y
estudiosos contumaces de sus medidas y sus presagios, no
254 podían prescindir de las fechas de nacimiento de sus dioses
como elementos cruciales de la naturaleza y destino de tales
seres. La tríada de Palenque es mencionada en primera ins-
tancia como nacida en determinado día del calendario, lo que
implica un término de comparación con otras fechas mitoló-
gicas, como la del origen del mundo, o momentos más histó-
ricos como el de la llegada a la vida o la entronización de los
monarcas. Así, el primer nacido es GI, poco después de la
creación, y su día se llama en el calendario ritual 9 Ik, o sea, 9
Viento, lo que coincide con el día de nacimiento del célebre
dios mesoamericano Quetzalcóatl-Ehécatl, también identifica-
do con el planeta Venus. Veremos en seguida que GI puede
estar implicado en el sacrificio del monstruo acuático primor-
dial, pero vale la pena mencionar ya que en la ciudad arqueo-
lógica de Mayapán, en el estado de Yucatán, se han descubier-
to unos murales en los cuales se ve la caza de ese fabuloso pez
por un individuo que lleva un pectoral semejante al que suele
portar Quetzalcóatl
Los investigadores han comprobado que en las inscripcio-
nes de Palenque se menciona a un dios GI activo antes de que

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Figura 20: Nombres jeroglíficos de los dioses de la Tríada de Palenque

se produjera el nacimiento de GI. Por ello hay quien supone


que existieron para los mayas dos divinidades con el mismo 255

nombre, y que el primero pudo ser el progenitor de la poste-


rior tríada. También se menciona un carácter femenino que
podría ser la madre de los dioses.
Tendríamos de este modo una suerte de familia sagrada.
Pero ni el análisis minucioso y crítico de los textos, ni lo que
sabemos del pensamiento religioso del pueblo de las selvas
del sur de Mesoamérica, avalan esta interpretación. Antes
bien, yo me inclino a creer que los sacerdotes mayas de Palen-
que utilizaron los mitos con la perspectiva temporal con la
que lo hicieron mucho después los redactores del Popol Vuh,
porque para ellos el tiempo no transcurría de manera lineal y
acumulativa, y mucho menos en las eras primordiales de las
que se ocupan los mitos cosmogónicos, tiempos atemporales,
valga la expresión. Por eso GI puede llevar a cabo diversas
acciones antes incluso de haber nacido, lo mismo que Huna-
hpú e Ixbalanqué, los héroes del Popol Vuh, quienes combaten
a Vucub Caquix antes siquiera de que su madre quedara
­embarazada. Claro es que ese GI anterior a GI tiene algunas
variaciones en su nombre jeroglífico, pero ese factor no es

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suficientemente determinante para concluir de modo irrefu-
table que se trata de dos entidades distintas.
GI «el viejo», nace, según los jeroglíficos palencanos, en el
año 3309 antes de Cristo, la creación del mundo se producirá
algo después, el año 3114 antes de Cristo, y en 2360 antes de
Cristo, finalmente, nacerán los dioses de la tríada, entre ellos,
por supuesto, GI. Muy significativo resulta el verbo utilizado
a veces en la descripción de esos nacimientos, que es ahil, li-
teralmente «despertar»; así se afirma que GII es «el tercer
despertar» o «el tercero en despertar», lo que viene a corrobo-
256 rar la idea de que estas divinidades «existen» en una u otra
forma antes de nacer. La pretendida diosa madre es ahora
denominada Muwaan Mat por David Stuart 11, y parece ser un
carácter masculino, el mismo GI «el viejo», para Stuart el «pro-
genitor» que da origen a la tríada, el sagrado señor del mito-
lógico emplazamiento Matwil, quizás una variante local del
joven dios del maíz, el bien conocido dios E de Schellhas.
Desde esta perspectiva, no es raro que los reyes de Palenque
se postularan a sí mismos como el «renacimiento» de GI, lo
que hace, por ejemplo, el rey Ahkal Mo Nahb, probable hijo
de Pakal el Grande (Janab Pakal), en las inscripciones de la
banqueta de su Templo XIX.
GI es un dios bastante misterioso; es el único de los tres
cuyo nombre jeroglífico no ha podido ser descifrado hasta el
día de hoy. Ese signo es una cabeza antropomorfa vista de
perfil, con un enorme ojo ovalado subrayado con una línea
curva, escaso pelo en la nuca, una orejera en forma de concha,

  d. stuart, The Inscriptions from Temple XIX at Palenque, The


11

Pre-Columbian Art Research Institute, San Francisco, 2005, p. 182.

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un prominente incisivo superior que puede querer imitar al
diente de tiburón, y unas vírgulas que, junto a lo que parece
una agalla u opérculo branquial de pez, salen de la comisura
de la boca. Algunos de esos atributos los lucen los reyes de
Palenque cuando están caracterizados para personificar al dios
en determinadas ceremonias, y cuando son así representados
en relieves de piedra o estuco.
Varios investigadores, apoyándose en que el jeroglífico de
GI está acompañado en ocasiones por el numeral uno —hun en
maya—, han llegado a la conclusión de que el nombre del dios
podía ser Hun Nal Ye, el mismo que tiene el dios del maíz, pero 257

yo creo que esa asignación es muy dudosa. Lo que resulta in-


cuestionable es que los elementos acuáticos que lleva el rostro
de GI le confieren una identidad relacionada con el agua, y que
muy bien podría ser esta figura divina una variante del muy
famoso dios de la lluvia Chaak, cuyo culto estaba extendido por
todas las selvas mayas en el período Posclásico (900-1511 d.C.),
perdurando bajo una u otra forma hasta la actualidad.
De GI nos habla la inscripción del Templo XIX de Palenque.
Se lee allí que GI accedió al gobierno bajo la tutela del supre-
mo dios celestial Itzamnaaj, pero no se precisa de qué gobier-
no se trata. Desde luego, los escribas mayas daban por sentado
que los lectores de sus textos conocían los principios esencia-
les de las historias mitológicas que narraban, o a las que ha-
cían referencia en ocasión de los jubileos o ritos en los que se
veían implicados sus reyes. A juzgar por las inscripciones de
distintos puntos de la ciudad, GI descendió de los cielos a la
tierra en un momento dado del tiempo mismo de la creación
del mundo. Pero el tocado que porta frecuentemente puede
arrojar algo de luz al respecto, porque se ve allí como elemen-

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to central el símbolo del sol, una asociación que está en otras
representaciones iconográficas a lo largo de todo el período
Clásico. El parecido entre el dios solar K’inich Ajau y el dios
GI es grande, y puesto que GI lleva en su rostro rasgos acuá-
ticos, no es improbable que GI sea definitivamente una advo-
cación del dios solar cuando el radiante disco atraviesa la capa
de agua del océano que rodea la tierra habitada por los hom-
bres para sumergirse en el inframundo.
Otra cuestión interesante es la que se refiere al sacrificio
del cocodrilo cosmológico en el momento de la creación del
258 mundo. Diversas fuentes mesoamericanas narran este suceso
mítico, denominando al reptil Cipactli o incluso Tlaltecuhtli
(dios telúrico en su aspecto zoomorfo), pero en los Libros de
Chilam Balam, que son textos coloniales donde los yucatecos
recogieron numerosas noticias y tradiciones en confusa mez-
colanza, a este monstruo anfibio se le llama Itzam Cab Aín, y
se explica cómo un ser sobrenatural de nombre Bolon Ti Ku
le cortó el cuello y con su cuerpo formó la superficie de la
tierra. Las inscripciones del Templo XIX de Palenque sugieren
con cierta ambigüedad que es el dios GI el que está detrás del
sacrificio del saurio, lo que relacionaría a este personaje de la
tríada con el Chaak y el dios del mes Pax que aparecen en las
vasijas pintadas alanceando a un dragón ictiomorfo 12. Queda,
pues, la duda de si los distintivos acuáticos que presenta GI
indican que se trata de un ser del océano o que sencillamente
tiene conexiones con ese ámbito específico, por ejemplo al
haber participado en la muerte del monstruo cosmológico.

  Cfr. m. rivera, Dragones y dioses. El arte y los símbolos de la ci-


12

vilización maya, Madrid, 2010.

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GII es, sin ninguna duda, una versión infantil del famoso
dios K de Schellhas, cuyo nombre ha sido leído por los epigra-
fistas como Kawil. El dios Kawil gobierna el rayo y las tormen-
tas, y tal vez las guerras, y por eso está relacionado también
con Chaak, cuyos cometidos son muy semejantes, pero ade-
más figura invariablemente en los símbolos de poder de los
reyes, lo que significa dos cosas: que los soberanos se atribu-
yen los poderes destructores y genésicos del dios, o que son
intermediarios preferentes respecto a esas fuerzas naturales,
y que el dios Kawil tutela la sucesión dinástica y otorga la le-
gitimidad absolutamente imprescindible para poder llevar a 259

cabo las tareas del gobierno. Que exista una versión infantil,
y que sea precisamente esa versión la escogida por los palen-
canos para figurar en la tríada de sus protectores y ancestros,
es la cuestión que merece un análisis detenido.
Los mayas recurrieron con alguna frecuencia a las imáge-
nes infantiles en su mitología, la más conocida de ellas es la
del niño-jaguar presente en muchas escenas de la cerámica
pintada. Parece que los mitos allí narrados tienen que ver con
el sacrificio e involucran a otros dioses que pueden ser actores
en un rito del que, seguramente, se desprendían efectos bene-
ficiosos para la vida y su continuidad. Debieron ser los olme-
cas quienes, hacia el siglo viii a.C., elaboraron una doctrina
sobre un niño-jaguar nacido de la cópula de una mujer y el
poderoso felino de las selvas mesoamericanas, lo que puede
interpretarse como el primer relato sobre la unión de los con-
trarios, unión del cielo y de la tierra, unión del día y la noche
que permite y desencadena la creación del mundo.
El sacrificio del jaguar constituía una victoria sobre las ti-
nieblas que, pertinaces, amenazaban la existencia de la luz y

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el calor, del orden cósmico, en una palabra, indispensable para
el género humano. Hay pruebas arqueológicas de que a lo
largo de toda la historia maya se sacrificaron niños y también
jaguares, y así el niño-jaguar, con su muerte, contenía el caos
originario e inclinaba la balanza del lado de la creación.
El nombre del Kawil niño es Unén Kawil, frase que puede
leerse simplemente como «el infante Kawil» pero también
como «el espejo de Kawil», aludiendo a ese rasgo distintivo
del dios, el espejo en la frente, y el templo que le estaba dedi-
cado es el Templo de la Cruz Foliada. Por otro lado, los mayas
260 veían al jaguar como un símbolo del mundo subterráneo y
pensaban que el sol, al recorrer todas las noches el inframun-
do en su camino desde el oeste hacia el este, adoptaba la forma
del jaguar, por eso rendían culto a una divinidad solar que se
conoce como el Dios Jaguar del Inframundo. La relación de
Unén Kawil con ese jaguar del inframundo es, por tanto, ló-
gica y está expresada en las inscripciones del Templo de la
Cruz Foliada, y en lugares más lejanos, por ejemplo en la Es-
tela 9 de Lamanai, en Belice. Dada la forma que tenían los
mayas antiguos de estructurar las ideas que componían el
pensamiento religioso, es de esperar una cadena de relaciones
que abarcará otros seres celestiales o del inframundo, como la
luna, un ser de la noche, del país inferior, del cielo nocturno,
de manera que GII se presenta, todavía más acusadamente
que GI, como una figura poliédrica en la que es conveniente
tomar en consideración tanto sus atributos como sus vínculos.
Dicen los textos que nació en, o vino de, un lugar mítico lla-
mado Naah-ho-chan, quizás una fabulosa montaña septentrio-
nal, o sencillamente un punto en el «quinto cielo», y que fue
el tercero en nacer de los componentes de la tríada.

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261

Figura 21: El tríptico del santuario interior del Templo del Sol
de Palenque.

GIII fue, por su parte, el segundo en nacer, quizás en un


lugar llamado K’inich Taj Wayib, lo que ya proporciona algu-
na pista sobre su personalidad. K’inich significa algo así como
«gran sol», y es un término que forma parte del nombre del
dios solar principal, el sol diurno, K’inich Ajau, y es además
título constante de los reyes de Palenque. Taj es antorcha, una
referencia sin duda al fuego del sol, y Wayib puede ser san-
tuario o espacio del espíritu. Con todo ello es innegable que
GIII pertenece al complejo de los dioses solares mayas, y para
muchos autores es una variante del llamado Dios Jaguar del
Inframundo, que ya he dicho que no es otra cosa que el mis-
mo sol en su recorrido por el mundo inferior. En el Templo

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del Sol, que es su casa del Grupo de la Cruz, GIII aparece cla-
ramente asociado con el jaguar, pues son rasgos anatómicos,
o manchas o pieles, del felino los que se muestran en la parte
central del relieve del tríptico pétreo de la cella, tanto en torno
al rostro solar que llena el escudo, como en la barra ceremo-
nial cosmológica sobre la que apoyan las lanzas cruzadas,
como en los «atlantes» sobrenaturales que sostienen esa barra.
Dado que el suelo de todo ello es una banda telúrica, decorada
con los símbolos de la tierra, es inevitable concluir que GIII
es un ser conectado con el ámbito que los quichés guatemal-
262 tecos llamaban Xibalbá, es decir, el infierno.

Teología y política
Si hay un lugar en el área maya donde se entremezclen de
manera más inextricable las ideas políticas y las religiosas, ese
lugar es Palenque. Sucedía lo mismo, desde luego, en todas las
ciudades-estado, pero en el bello sitio de Chiapas tenemos
tantos testimonios que nos parece que allí el modelo alcanzó
su culminación. El principal vehículo doctrinario y expresivo
de la teología maya, y el que soporta sobre sus hombros el
peso de la intermediación con las fuerzas sobrenaturales, es
el rey. El k’ul ajau, el divino señor, como ya he expuesto, era
considerado descendiente de los dioses fundadores, hijo del
cielo, un sol sobre la tierra, garante del orden universal y res-
ponsable del bienestar de su pueblo.
En un artículo de hace algunos años el investigador norte-
americano Michael D. Coe escribe:

Diversas investigaciones han mostrado la extraordinaria


elaboración que alcanzó entre los mayas el tratamiento de los

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muertos ilustres: ricos ajuares en los enterramientos, vasos fu-
nerarios con representaciones pictóricas del inframundo y de
sus macabros habitantes, mausoleos erigidos sobre las tumbas
a la manera de las pirámides egipcias, y póstumas inscripciones
dinásticas. Todo ello apunta hacia una clase de culto a los ante-
pasados en el que estaba implicada la minoría gobernante. Los
reyes difuntos y sus parientes fueron identificados con los dio-
ses y adorados como tales. La ciudad maya, más allá de sus
funciones económicas y políticas, fue en cierto modo una vasta
necrópolis 13.
263
Ya en los años cincuenta del pasado siglo, con el descubri-
miento por Alberto Ruz de la soberbia tumba del rey Janab
Pakal en el Templo de las Inscripciones de Palenque, se había
puesto en duda la finalidad exclusivamente ritual y conme-
morativa de las pirámides. Hallazgos posteriores, y muy espe-
cialmente las dilatadas exploraciones en Tikal, han permitido
comprobar que la mayoría de esos inmensos edificios son
panteones fúnebres con santuarios dedicados a la memoria y
el culto permanente de los que allí yacen. Incluso los basamen-
tos piramidales que no contienen sepulcros regios, como es el
caso al parecer del Templo II de Tikal, deben ser contempla-
dos como cenotafios de los personajes a los que aluden sus
representaciones artísticas e inscripciones jeroglíficas.
La religión maya clásica, juzgada por las manifestaciones
monumentales, está obsesivamente centrada en la devoción

  m. d. coe, «Religion and the rise of Mesoamerican states» The


13

transition to statehood in the New World (Eds. Grant D. Jones y Robert


R. Kautz), Cambridge, 1981, pp. 157-171.

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de los reyes, y los dioses son una prolongación de los sobera-
nos, sus hermanos del Otro Mundo, las fuerzas que definen
el universo en el que los gobernantes surgen como elementos
cruciales. Como en Egipto, cultura con la que los mayas guar-
dan numerosos paralelismos, los reyes tomaban parte con
toda seguridad en el diseño del proyecto de su templo funera-
rio, que habría de contener su tumba, y dado que esas pirámi-
des eran consideradas un microcosmos representativo del
cosmos todo, la ubicación del rey en ellas muestra, cual refle-
jo en una superficie especular, su verdadero lugar en la socie-
264 dad de los hombres y de los dioses.
Dada la diversidad existente en los rasgos fundamentales
de las pirámides (por ejemplo, el número de pisos o platafor-
mas superpuestas) hay que suponer ciertas correlaciones entre
tales características y la personalidad del difunto. Quizá la
cantidad de niveles de un basamento indique la capa del cielo
donde se encuentran los individuos enterrados o el lugar de
residencia de los correspondientes ancestros de su linaje; así
las diferentes elevaciones de los templos del Grupo de la Cruz
nos informan del rango relativo de los dioses de la tríada; y,
tal vez por eso, el Templo II de Tikal tiene menos plataformas
que el Templo I, según la diferencia reconocida entre el rey y
su esposa, a quienes están dedicados ambos edificios. Puesto
que el arte figurativo maya no hace esas distinciones por me-
dio de la escala, es en la vida de ultratumba, en la arquitectu-
ra, donde se hace patente la jerarquía de hombres y dioses, en
la forma y dimensiones del templo funerario y de otros recin-
tos consagrados.
El rey maya es la encarnación viviente de los principios
tradicionales que sustentan el orden social desde los tiempos

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más remotos y que fueron enunciados por los antepasados, su
existencia y su acción garantizan la armonía cósmica, es un
dios entre los humanos y el primero de los miembros de la
comunidad ante el concilio de los seres sobrenaturales.
En el idioma yucateco ah tepal es un apelativo para rey,
tepal quiere decir reinar lo mismo que prosperidad y abun-
dancia, de donde se infiere que ambos significados son ínti-
mamente dependientes.
En la imagen y la naturaleza del rey cristalizan las realida-
des últimas y la esencia del concierto universal. De modo que
podemos concluir que durante buena parte de la época pre- 265

hispánica, sobre todo a lo largo del período Clásico, el sistema


político maya fue una monarquía divina, que los actos del rey
tenían cualidades extraordinarias, que su poder estaba vincu-
lado al éxito en la guerra, a las cosechas seguras y abundantes,
y a la ventura general del país. En las tierras bajas tropicales
de Centroamérica, al igual que en determinados lugares de
África y Asia, tales individuos fueron considerados de origen
divino porque era creencia cierta que descendían en línea
directa de los dioses fundadores de la sociedad, los primeros
padres u hombres creados; la historia de esos antepasados era
narrada en los mitos y sus nombres mencionados en las ins-
cripciones como fuente de la legitimidad de la dinastía.
El rey es sagrado por varias razones: en primer lugar, como
acabo de decir, porque desciende de los mismos dioses que
fundaron la dinastía, o el reino, o incluso el mundo, cosa bas-
tante evidente en Palenque. Después, porque puede relacio-
narse con esos y otros seres sobrenaturales a través de las
técnicas que domina y a las que él solo tiene la facultad de
acceder, como se puede ver en los relieves de algunos dinteles

74511_LosROSTROSdeDIOS.indd 265 25/8/11 10:25:58


de Yaxchilán y en muchas vasijas pintadas. Esa comunicación
con los dioses y con los antepasados es una tarea esencial para
la seguridad de la colectividad. Además, la sangre del rey ali-
menta con especial e imprescindible eficacia a las fuerzas
cósmicas, su figura labrada en relieve en los enhiestos mono-
litos que llamamos estelas convierte tales monumentos en una
suerte de axis mundi, por donde se produce el tránsito entre
las capas del cosmos.
El rey crea y propaga los mitos heroicos, es intrépido en la
guerra contra los enemigos y captura con audacia muchos
266 prisioneros para el sacrificio. Alrededor de su persona se teje
una épica donde se entrelazan sus verdaderos triunfos milita-
res con las narraciones legendarias en las que realiza hazañas
bélicas junto a proezas místicas, enfrentándose con la mente
y la palabra a los poderes negativos. Como profeta y adivino,
al desentrañar el hado de los períodos temporales se hace
responsable de la repercusión que lleguen a tener y de los
remedios arbitrados.
El rey es un practicador religioso. Está implicado en nume-
rosos rituales, como el juego de pelota, el esparcimiento de
semillas, la efusión de sangre, el completamiento de los perío-
dos cronológicos, las ceremonias del fuego, la apertura de las
tumbas dinásticas, las danzas sagradas, etcétera. Tiene visio-
nes luego de largos períodos de ayuno y laceración, consume
drogas para la adivinación y la comunicación con el Otro Mun-
do, se encierra en las cuevas y los edificios laberínticos, mira
los espejos mágicos 14, lee los libros sagrados y participa, en

  m. rivera, Espejos de poder. Un aspecto de la civilización maya,


14

Madrid, 2004.

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fin, en procesiones y plegarias, en ceremonias de impetración
o execración, y en los ritos fúnebres de sus predecesores.
En toda Mesoamérica, igual que en otras partes del mun-
do, la dominación política se ha traducido en predominio
paralelo de los dioses de los vencedores. El rey estaba estre-
chamente unido a su patrono divino, que le amparaba y fa-
vorecía en sus empresas, logrando a cambio una mayor re-
presentación en el arte, aunque invariablemente de la mano
de las propias efigies reales y de la descripción de sus peripe-
cias biográficas.
Si analizamos con detenimiento el contenido de los table- 267

ros del Grupo de la Cruz de Palenque vemos un programa


iconográfico centrado en la figura de Kan Balam, y los dioses
patronos, sus dioses protectores, el origen de la legitimidad
que reclama, apenas merecen referencias epigráficas y una
muy leve muestra en las imágenes, excepto tal vez en el caso
del dios solar GIII.
Pero el problema que me parece de sumo interés es el de
la razón de elegir precisamente a esos tres dioses como inte-
grantes de la tríada, y por ello ancestros cardinales del poder
de los reyes y responsables de su sacralidad, o de la sustancia
y forma de su naturaleza sagrada. Es muy posible que se
tratara de dotar a la dinastía de un icono que sintetizara el
universo sobre el que los gobernantes se proyectaban, por
eso GI parece expresar el océano primordial y, quizás, la vic-
toria sobre el caos dominante antes de la creación del mundo
y del orden del mundo, GII es un símbolo del cielo todavía
joven, la energía de la tormenta y el tremendo poder del rayo,
y GIII representa el sol del interior de la tierra, el lugar de los
muertos, precisamente donde moran los antepasados. Los

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escribas y sacerdotes palencanos podían haber escogido otras
divinidades mucho más inequívocas, por ejemplo Itzamnaaj,
que era el supremo dios del cielo, o el Kawil adulto, el verda-
dero dios del rayo, o el dios L, señor del inframundo, que por
cierto aparece de cuerpo entero en la lápida situada en la
entrada al santuario interior del Templo de la Cruz, dando a
este edificio una connotación infernal que viene a ratificar la
propia interpretación de GI como ser del ámbito acuático
subterráneo.
Uno está tentado de suponer un cierto prurito de origina-
268 lidad en las intenciones de los que elaboraban la doctrina en
Palenque, propósito que haría destacar a los integrantes del
linaje de Janab Pakal como indiscutibles descendientes de
dioses cosmológicos. Hay huellas de los dioses de la tríada en
otras ciudades mayas, pero solo en Palenque constituyen cla-
ramente una «familia» que replica la familia real compuesta
por Pakal el Grande y sus hijos.

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