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SALUD MENTAL

Es más frecuente que los adultos de edad media, en comparación con los jóvenes
y los mayores, sufran trastornos psicológicos graves: tristeza profunda,
nerviosismo, inquietud, desesperanza y sentimientos de minusvalía la mayor parte
del tiempo. Asimismo, los adultos con trastornos psicológicos graves tienen más
probabilidades que sus pares de recibir un diagnóstico de enfermedad cardiaca,
diabetes, artritis o apoplejía y de necesitar ayuda con las actividades diarias, como
bañarse y vestirse (Pratt, Dey y Cohen, 2007).

En un amplio estudio nacional estadounidense con mujeres de edad media,


alrededor de una de cuatro mostró síntomas de depresión. Como en estudios
anteriores, la prevalencia fue mayor entre las afroamericanas y las hispanas, y
menor entre las de origen chino o japonés. Las diferencias de posición
socioeconómica y otros factores de riesgo explicarían estas discrepancias raciales
y étnicas. Las mujeres con menores niveles de educación y que padecían
dificultades para cubrir las necesidades básicas tuvieron más probabilidades de
manifestar síntomas de depresión. Lo mismo pasó con las que calificaron su salud
de mala o regular y las que estaban sometidas a estrés o no tenían apoyo social;
todos estos factores pueden ser más importantes que el marcador más obvio de la
posición socioeconómica (Bromberger, Harlow, Avis, Kravitz y Cordal, 2004).

Efecto del estrés en la salud

Cuantos más cambios estresantes ocurran en la vida de una persona, mayor es la


probabilidad de que padezca una enfermedad grave en uno o dos años. El
cambio, aun si es positivo, puede producir estrés y algunas personas reaccionan a
él enfermándose. Tal fue el resultado de un estudio aislado en el que dos
psiquiatras, basándose en entrevistas de 5 000 pacientes hospitalizados,
clasificaron el grado de estrés de sucesos importantes que les cambiaron la vida,
como el divorcio, muerte del cónyuge o de otro familiar o la pérdida del trabajo,
todos eventos previos a su enfermedad. A continuación, los investigadores
probaron la escala en una población sana (Holmes y Rahe, 1976). Alrededor de
50% de las personas con entre 150 y 300 “unidades de cambio de vida” (life
change units, LCU) en un mismo año y alrededor de 70% con 300 o más LCU se
enfermaron. Este estudio clásico se convirtió en la base de un instrumento muy
difundido, la Life Changes Stress Test o Social Readjustment Rating Scale. El
estrés ocasionado por los cambios de la vida va en aumento, según una encuesta
en línea basada en reactivos selectos de la escala de cambios de la vida (First 30
Days, 2008; tabla 15-3).
Rahe descubrió que el estrés de ajustarse a los hechos de la vida fue 45% mayor
en 1997 que en 1967 (Miller y Rahe, 1997).

Los estresores cotidianos (irritaciones, frustraciones y sobrecargas; fi gura 15-2)


pueden tener un efecto menos grave que los cambios de vida, pero su
acumulación también daña la salud y el ajuste emocional (Almeida et al., 2006;
American Psychological Association, 2007).

El estrés se encuentra bajo escrutinio, como factor de enfermedades propias de la


edad, como hipertensión, dolencias cardiacas, apoplejía, diabetes, osteoporosis,
úlcera péptica, depresión, VIH/SIDA y cáncer (Baum, Cacioppo, Melamed, Gallant
y Travis, 1995; Cohen, Janicki-Deverts y Miller, 2007; Levenstein, Ackerman,
Kiecolt-Glaser y Dubois, 1999; Light et al., 1999; Sapolsky, 1992; Wittstein et al.,
2005).

¿Por qué el estrés ocasiona enfermedades? ¿Por qué algunas personas lo


manejan mejor que otras? Los estresores crónicos activan el sistema inmune, lo
que conduce a una persistente infl amación y enfermedad (Miller y Blackwell,
2006). Sin embargo, en muchos estudios se ha demostrado que sólo un pequeño
porcentaje de las personas infectadas con un patógeno desarrollan síntomas de
enfermedad.

Ésta ocurre sólo cuando la fuerza de la infección rebasa la capacidad del


organismo de controlarla. Los factores genéticos también influyen. En un estudio
longitudinal de 847 neozelandeses seguidos desde que nacieron, casi 43% de los
que sufrieron numerosos sucesos estresantes entre los 21 y los 26 años y que
portaban una versión del gen transportador de la serotonina sensible al estrés
enfermaron de depresión, en comparación con sólo 17% de los que tenían la
versión protectora del gen (Caspi et al., 2003). Distintos tipos de estresores
afectan al sistema inmune de maneras diversas.

El estrés agudo, de corto plazo, como la dificultad de presentar una prueba o de


hablar en público, fortalece el sistema inmune; pero el estrés intenso prolongado,
como el que es resultado de pobreza o discapacidad, puede debilitarlo o
degradarlo, lo que aumenta la susceptibilidad a las enfermedades (Segerstrom y
Miller, 2004). En diversas investigaciones se ha encontrado que la función inmune
está suprimida en pacientes de cáncer de mama (Compas y Luecken, 2002),
mujeres maltratadas, supervivientes de huracanes y hombres con antecedentes
del trastorno de estrés postraumático (Harvard Medical School, 2002). Los barrios
inseguros, con viviendas de mala calidad y pocos servicios, pueden causar o
empeorar la depresión (Cutrona, Wallace y Wesner, 2006). Como veremos en el
capítulo 17, el estrés grave de largo plazo puede provocar envejecimiento genético
(Epel et al., 2004). De manera indirecta, el estrés puede dañar la salud, a través
de otros estilos de vida. Las personas sometidas a estrés duermen menos, fuman
y beben más, se alimentan mal y prestan poca atención a su salud (American
Psychological Association, 2007). Ejercitarse a menudo, comer bien, dormir por lo
menos siete horas y socializar con frecuencia se asocian con bajos niveles de
estrés (Baum et al., 1995). Las personas que creen tener el control de su vida
adoptan hábitos más sanos, se enferman menos y tienen mejor funcionamiento
físico (Lachman y Firth, 2004).

¿Cómo enfrentan las personas los sucesos traumáticos? Por sorprendente que
parezca, el resultado más común es la resiliencia. Después de los atentados del
11 de septiembre, más de 65% de una muestra aleatoria de neoyorquinos
mostraron resiliencia. Incluso entre quienes se expusieron de manera personal, la
resiliencia no fue de menos de 33% (Bonanno, Galea, Bucciarelli y Vlahov, 2006).
Las personas resilientes que sufren una alteración de la vida normal se las
arreglan para seguir funcionando como siempre o casi como siempre. Las
relaciones de apoyo, junto con la propia habilidad de la persona para adaptarse
con flexibilidad y pragmatismo a las dificultades, contribuye a la resiliencia
(Bonanno, 2005).
REFERENCIAS

file:///C:/Users/borre/Downloads/Desarrollo_Humano_Papalia_12a_edicion_1.pdf

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