«Tu oración ha de ser litúrgica. - Ojalá te aficiones
a recitar los salmos, y las oraciones del misal, en lugar de oraciones privadas o particulares» - CAMINO 86
La Liturgia de la Iglesia es otra gran fuente de oración. En ella y por ella, el
cristiano toma parte en la obra de Dios79 y colabora en la misión de Cristo y del Espíritu Santo. Lo que la Iglesia, por medio de la liturgia anuncia, actualiza y comunica (el Misterio de la salvación), se continúa en el corazón del que ora. Algunos Padres espirituales comparan el corazón a un altar. La liturgia es participación en la plegaria de Cristo. La oración interioriza y asimila la liturgia y, en ésta, toda oración tiene su fuente y su término. Por medio de ella, echamos raíces y apoyamos en el amor con que Dios Padre nos amó enviándonos a su Hijo para hacernos más fácil, asequible y amable, nuestra relación con Él.
La palabra liturgia se emplea en el Nuevo Testamento para designar no sólo la
celebración del culto divino, sino también el anuncio del Evangelio y la caridad en acto. A través de ella, cada creyente se une a Cristo y vive al alma sacerdotal que es propia de todos los bautizados. Incluso cuando la oración se vive «en lo secreto» (Mt 6,6) siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Santísima Trinidad81 «¡Valor de la piedad en la Santa Liturgia! Nada me extrañó lo que, hace unos días, me comentaba una persona hablando de un sacerdote ejemplar, fallecido recientemente: ¡qué santo era! - Le trató usted, mucho? le pregunté. - No, pero le vi una vez celebrar la Santa Misa» - FORJA 645 Cada sacramento tiene - en sus palabras y en sus gestos – un valor innegable del que puede nutrirse nuestra oración. Es bueno utilizar los textos de la liturgia sacramental, con el fin de recrearnos, en la presencia de Dios, del significado y de la gracia que se nos dio cuando los recibimos: robustecer la fe, meditando en el rito bautismal; fortalecer la esperanza y recibir impulsos de afán apostólico, renovando el compromiso de la confirmación de ser soldados de Cristo; llenarnos de amor agradecido, al meditar las palabras con las que Cristo, - por medio del sacerdote - nos perdona en la confesión; anonadarnos ante la humildad de Jesús que se hace carne y luego pan vivo, con el fin de que nos alimentemos de su propia vida. Para los esposos, volver con emoción a las palabras con las que se entregaron sus vidas y se administraron mutuamente el sacramento del matrimonio: renovando así la fidelidad ofrecida y aceptada. Como para los sacerdotes, revivir el proceso sacramental por el que fueron constituidos ‘ministros de Cristo y dispensadores de sus misterios’.
Se hará más fácil también vivir la ‘urbanidad de la piedad’, convirtiendo en
oración - recogida y devota – nuestra participación en la Santa Misa: la genuflexión bien hecha ante el Santísimo en el Sagrario o en la Custodia; la forma de darnos la bendición al entrar al templo o al acercarnos a algún lugar sagrado. Al meditar sobre cada sacramento, viviremos mejor los que con mayor frecuencia recibimos; especialmente la Eucaristía, con sus variantes: Santa Misa, Comunión, acción de gracias, visita al Santísimo; la costumbre de acercarnos al sagrario, así sea sólo con el corazón, si nos hallamos lejos, con una Comunión espiritual. «No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. - Él te espera» - CAMINO 269