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Amor, sexo y fórmulas …

Alicia Hartmann, 2013


Palabras, palabras, palabras (Hamlet, Acto 2, escena 1)

Hace más de veinte años, en un libro que se tituló “Amor, sexo y fórmulas …”
escribimos con un colega y amigo, Mario Fischman, a quien quiero rendir homenaje
con este texto, un primer recorrido sobre las fórmulas de la sexuación seguido de
unos capítulos que subtitularíamos “Leyendas y escritos del amor y la mujer”. Allí,
en un abanico se abrían: un trabajo sobre la Dama del amor cortés, un pasaje por
Leonor de Aquitania, las modalidades del amor stendhalianas en su tratado “Del
Amor” plasmadas en “Rojo y Negro”, así como referencias a Tristán e Isolda,
Abelardo y Eloísa bajo la pluma de Rougemont, hasta llegar finalmente a un estudio
acerca del Fausto de Goethe, que inicia un tránsito crucial desde el personaje de
Margarita –primer encuentro amoroso con una mujer urdido por Mefistófeles- hasta
la aparición de Helena –la legendaria Helena de Troya- en la segunda parte.

Al estilo del espacio literario de Blanchot nos encontramos, hay encuentros


afortunados, una tyché en la literatura sobre el tema, con la filóloga y filósofa
Bárbara Cassin que trabaja el personaje de Helena a través de una frase con la que
comienza el Fausto, “Ver a Helena en cada mujer”, y escribe un libro con ese título.
También produjo otro libro más reciente titulado “Jacques le Sophiste”. El recorrido
de Cassin, al igual que nuestro modesto intento de los años noventa, salvando
importantes diferencias dada la excelencia del trabajo de Cassin, intenta pensar la
relación entre goce femenino y lenguaje.

La lógica del no todo, soporte de una clínica, así la pensamos, propone entre
muchas otras cuestiones una vuelta a la palabra, que ya no es la de Función y
Campo, vinculando la palabra en relación a la mujer como palabra de amor. Es la
forma en que ese goce parasexuado (para = proximidad, semejanza, en griego) el
goce del Otro se aproxima al sexuado. La mujer tachada, la loca, la enigmática,
intenta inscribirse del lado del todo ya que está excluída por naturaleza del goce
fálico. “Ellas no saben lo que dicen, esa es la diferencia entre ellas y yo”, así nos
dice Lacan en Encore. Fiel a su idea Lacan agrega que las colegas mujeres se han

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ocupado de la sexualidad femenina pero diciendo “no todo” acerca del tema. Pero
igualmente redoblaremos la apuesta y nos lanzaremos a la aventura.

Comencemos por el Fausto para hacer algunas reflexiones, Fausto totalmente


capturado por Mefistófeles ingiere el brebaje especialmente preparado, el
pharmakon (remedio, veneno para lo mejor y lo peor) que permite sacarlo de su
encierro. La promesa final del diablo es: “No tardará en ver ante ti en carne y hueso
el dechado del todas las mujeres. Con este brebaje verás a Helena en cada mujer”.
Recordamos aquí esta frase con la que Cassin titula su libro, al que define como
“tesis helénica”, en relación al estudio del goce femenino.

Ya en la formulación de Goethe se pueden ubicar dos posiciones femeninas en el


cuadrante de la sexuación. La historia más conocida es la de Margarita, que lejos de
ser virgen, se inscribe del lado del universal oscilando entre la histérica y la
prostituta, planteando así la estructural degradación de la vida erótica para el
hombre, así como la captura por el peso de su relación con la madre que signa su
destino. La madre muere a raíz de un somnífero que le da Margarita para
encontrarse con Fausto, en un trágico intento de escapar a su vigilancia.

Freud sintetiza (Estudios sobre la histeria, 1893) lo peor de la madre con su frase “el
descenso a las madres tiene algo de angustioso”, dando cuenta con esa formulación
entre la neurología y el psicoanálisis de la toma del cuerpo por el goce fálico
materno. Ese descenso a las madres proviene de un pasaje de la segunda parte del
Fausto.

En síntesis, el mito edípico atraviesa esta inscripción de Margarita del lado macho
de las fórmulas de la sexuación. Aquí la partición madre-mujer es sin salida, no hay
otro destino que la muerte. Margarita muere, presa de culpa por una deuda
impagable: la muerte de su madre, la muerte de su hijo.

Pero Fausto sale al gran mundo, a un mundo donde una mujer le asegura otro
estatuto a su deseo. Cassin parte de la frase “Voire Hélène en toute femme” (ver a
Helena en toda mujer), y podríamos preguntarnos por qué usa el toute-toda cuando
el chaque-cada (en el original en alemán la palabra es jedem, que puede ser
traducida de ambas formas – la traducción del Fausto de Aguilar utiliza “cada”)

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permitiría el “una por una” que se desprende del cuantor universal negado que nos
ubica en la mujer tachada.

Helena, personaje mítico, de leyendas, de diálogos, de tragedias, posibilita un


recorrido que interesa al psicoanálisis sustentando la relación de la lógica del no
todo con el lenguaje. La Helena del mito, heroína de los poemas homéricos, en la
Ilíada no sale de la vulgaridad edípica. La Helena de Homero es capturada por la
diosa Afrodita y transita como objeto de goce, víctima del destino trágico del lado de
todo mortal. La belleza no hace de barrera al goce que la condena.

Pero el personaje cobra otras semblanzas en textos posteriores, y es Gorgias el


sofista quien nos deja un texto sobre el valor de la palabra, titulado Elogio de
Helena. Es contemporáneo a la tragedia-drama de Eurípides, Helena, donde esa
figura etérea, una mujer que es virgen, se desdobla en una segunda Helena
conformada por una nube de polvo. Se empieza a perfilar aquí en el lugar de causa
de deseo del hombre que transita entre la mirada y la voz. Ya la relación al objeto
voz aparece en la Odisea. Este viraje en el personaje anticipa entre otras cosas la
evolución de la tragedia clásica, a la vez que se destaca en ese cambio que la
modulación de la voz anticipada por Homero en la Odisea es diferente de acuerdo a
la mascarada que porte Helena.

Es en el Elogio de Helena donde se insiste sobre la importancia de la palabra en el


rapto de la princesa de Troya. Nos centramos en esta cita para sustentar nuestra
tesis: “Si fue la palabra lo que la persuadió y engañó a su alma: la palabra es un pan
soberano que con un cuerpo pequeñísimo y sumamente invisible consigue efectos
realmente divinos, puede eliminar el miedo, ya suprimir el dolor, ya infundir alegría.
Los encantamientos inspirados mediante palabras son inductoras de placer y
reductoras del dolor”. Agregamos dos párrafos más que podrían ser de nuestro
interés.

“Así pues, se ha demostrado que si Helena fue convencida por la palabra, no


cometió una injusticia, sino que sufrió una desgracia”.

“Si efectivamente fue Amor quien promovió todo esto, sin dificultad rehuirá de la
culpa de la falta que se dice ha cometido”.

No se trata, como podemos ver, de íntimo entretejido amor/culpa del cristianismo.

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Podría deducirse del texto de Gorgias una posición femenina del lado no-todo que
sólo se inscribe fálicamente vía la palabra de amor. Recordamos a Lacan en la
Tercera. Parece de Perogrullo hacer comentarios sobre el valor de la palabra y la
tensión que puede estudiarse en la última parte de la obra de Lacan entre el logos
aristotélico y el logos pharmakon sofístico.

La palabra aquí es claramente logos pharmakon, brebaje mágico, la del sofista y no


la del filósofo. Lacan retoma fuertemente a partir del Seminario “De un discurso que
no fuera del semblante” la importancia de la palabra para el analizante: “hable,
hable, palabree que el hablador es hablado. Hable, hable que allí esta su causa la
palabra y la a-cosa”, “se demuestra no se muestra”. Se trata de “la parole”, no de “le
mot”, la palabra escrita, como señala Norberto Ferreyra en su libro Lo orgánico y el
discurso. Creemos que allí, en el Seminario, se gesta el lazo entre la palabra y la
función del escrito. En esa nueva vuelta la va despojando de su magia
enceguecedora y si ese goce del hablar la desgasta se produce un pasaje de la
cosa a la causa. La palabra así considerada no parece lo mismo que el significante.

¿Por qué Lacan vuelve al tema de la palabra, que ya no está sostenida en Hegel ni
en Heidegger? ¿Ni tampoco alcanza con referirla al concepto de palabra plena? Es
porque, como afirma en Encore: “el ser sexuado de las mujeres no-toda no pasa por
el cuerpo sino por lo que se desprende de una exigencia lógica de la palabra”. “Del
lado de la mujer tachada se trata de una satisfacción, la satisfacción de la palabra”.
Podríamos decir que en esa satisfacción, que es del orden del goce fálico, también
se abre a la dimensión del goce femenino?

A qué nos invita Lacan cuando nos enfrenta con estas dos formulaciones un tanto
contradictorias? Por un lado habla de la exigencia lógica de la palabra y por otro
lado la ubica como la otra satisfacción. Pareciera que es en este punto donde
Bárbara Cassin abre un camino complejo entre goce femenino y lenguaje. El camino
es lógico y no escapa a un cierto juego sofístico del que da cuenta en Jacques le
Sophiste: lo llama “el tratado del no ser del goce femenino”. Tomando la tesis de
Gorgias de Leontinos como modelo que se pregunta acerca del ser y del no ser, la
primera tesis es: "nada no es, por lo tanto ella no goza”, la segunda afirma “si es, es
incognoscible, por lo tanto si ella goza, ella no sabe nada”, y la tercera concluye “si

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es cognoscible es incomunicable, por lo tanto ella goza y si ella lo sabe, no lo puede
decir”. Vale decir no goza, o goza mas allá de lo que puede comunicar, decir. Se
abre en ese espacio el horizonte de la invención, único modo de operación del
analista frente al no-todo.

Del lado masculino es la palabra la que inscribe a la mujer, y se sostiene en el


Seminario De un discurso … con “Aquí tenemos que hacer una diferencia entre el
lado macho y el hembra: la relación sexual es la palabra”. ¿Es, como dijimos, la
palabra de amor lo que le da existencia a lo que no existe? Pero es en el campo de
la palabra de donde deviene el escrito y de allí la letra que se escribe.

La palabra no se traduce, es esta a-cosa agujereada la que da cuenta a la vez de lo


que no se puede escribir. El intento de la mujer tachada de inscribirse del lado
masculino con el bla-bla-bla del ser también da cuenta de su inexistencia.

Para concluir, “ver a Helena en toda (o en cada) mujer” condensa a través del
recorrido que hemos hecho, que es la palabra el lazo entre lo que se escribe y
aquello del lenguaje que no puede escribirse. Entonces resta ubicar la importancia
de cómo la vuelta a la palabra en estos últimos seminarios hace de puente para
cernir lalangue. Recordamos esta cita de Encore: “El Uno encarnado en la lengua es
algo que, justamente, queda indeciso entre el fonema, la palabra, la frase, incluso
todo el pensamiento”.

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