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Eulalio Ferrer, de acuerdo con la “Historia general de las cosas de la Nueva España” de fray Bernardino de
Sahagún y del “Vocabulario en lengua castellana y mexicana” de fray Alonso de Molina, escribe sobre la
lengua náhuatl presente en la religiosidad y cosmovisión de los indígenas y las abundantes significaciones
que se asocian a valores e imágenes a partir de las formas cromáticas del lenguaje.
México es un lugar lleno de variedad en comida, en flora y fauna, en personas y sobre todo en colores.
Toda expresión visual mexicana se acompaña en la exploración de la diversidad del color y en el antiguo
México existía todo un sistema que engloba lenguaje, tradición, significado y religión. “Tlapalli” significa
color en náhuatl y de ella se derivó el término tlapalería, que refiere al lugar donde se vende pintura. El
término sigue vigente y es ejemplo de lo mexicano que se conserva gracias a la voz popular.
En la lengua náhuatl existen prefijos que orientan las palabras a determinado color. “Iztac”– es el prefijo
que indica que todo es blanco, “tliltic”– indica que aquello es negro; ejemplo de esto es “Iztaccíhuatl” que
significa la mujer blanca y “tlilxóchitl” que es flor negra. “Coztic”– es la radical de amarillo, lo podemos ver
en “costomate” que representa al tomate amarillo. En cuanto a las raíces del color verde y azul, no son tan
definitivas como las anteriores. Esto está presente desde la concepción de la cosmovisión de los
indígenas, ya que los límites entre ambas tonalidades estaban muy difuminadas. Para entender esta visión
debemos imaginar lo que los antiguos mexicanos contemplaban cotidianamente, el panorama de los
aztecas solía ser de lagos ríos, chinampas, plantas, sembradíos, etc. En conjunto lo percibían como un
solo color, el verde azul, un color considerado puro, porque la naturaleza se había negado a separarlos.
De hecho los aztecas llamaban “agua celeste” al mar, porque veían al mar como una continuación al cielo,
el mar representando al color verde y el cielo al celeste.
“Chalchihuitl” es el término náhuatl que simboliza el “verdeazul”, y se usaba para describir aquello que era
realmente valioso para ellos, como lo son los líquidos y la buena cosecha principalmente, pero también
era el color de los jades y esmeraldas. Estas piedras preciosas, por su color, se elevaban al valor místico,
ya que representaban el corazón humano y la esencia divina que otorga vida. “Chalchiuhtlicue” es la diosa
de lo verde y del agua viva, es la figura femenina más relevante que se asocia al agua y la principal
protectora de la navegación en el México antiguo.
“Xiuhtic” es otro vocablo que puede representar el azul o el verde y de ahí se derivó el nombre de otra
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6/11/2020 Los colores prehispánicos: devoción por el color
deidad: “Xiuhtecuhtli”. Este dios es el más antiguo, perteneció a los aztecas en su pasado nómada. Era la
deidad más temida previo al asentamiento en Tenochtitlan. Se le conocía como el Señor Azul, el Señor de
la Yerba, Señor de la Turquesa, Huehueteotl, el Dios Viejo, Izcozauhqui y Cuezaltzin, ejemplo que nos
permite ver cómo en Mesoamérica una misma deidad contaba con diferentes imágenes, nombres y
colores a pesar de una filosofía y simbolismo común. Octavio Paz al referirse a la mitología
mesoamericana escribió: “Así como las estrellas cambian de posición en el cielo, así las advocaciones de
los dioses de la tierra”. Xiuhtecuhtli presidía varias ceremonias del fuego. Una era cada año, otra cada
cuatro y otra más cada 52. Esta última era la más importante, porque representaba el nuevo ciclo náhuatl
y el Fuego Nuevo. En las ceremonias se sacrificaban cuatro esclavos: el primero, llamado Xoxouhqui, que
simbolizaba el fuego azul celeste; el segundo era Xocauhqui, fuego amarillo; el tercero era Iztac, fuego
blanco y el último, tlatlauhqui, el fuego rojo.
La cosmovisión náhuatl suele ser manejada por solamente cuatro colores, esto se debe a la leyenda de la
creación del mundo, donde Omecíhuatl y Ometecuhtli creó a cuatro hijos o a cuatro imágenes de
Tezcatlipoca. El Tezcatlipoca negro, el Tezcatlipoca azul (Huitzilopochtli), Tezcatlipoca blanco
(Quetzalcóatl) y el Tezcatlipoca rojo (Xipe Totec). Se dice que después del diluvio los cuatro dioses
hicieron cuatro caminos subterráneos, salieron debajo de la tierra hasta tocar el cielo para llenar con sus
colores al mundo y así en el cielo se formó una serpiente blanca, Iztacmixcoatl, nombre que los antiguos
dieron a la Vía Láctea.
Esta Serpiente Blanca durante el día podía adquirir todos los colores, a ello se le llamaba Cozamalotl
(arcoíris), el mito dice que ese era el punto de fuga de los cuatro colores hacia los cuatro puntos
cardinales, hacia el este viajaba el rojo, al norte el negro, al oeste el blanco y al sur el azul. Jacques
Soustelle, estudioso de la herencia multicolor mexicana clasificó los principales significados que portaban
los cuatro colores. Las cuatro grandes direcciones representadas por un dios y un color permitían
entender la devoción tan grande a las deidades. El rojo representaba resurrección, fertilidad, juventud y
luz; por otro lado, el azul era calor y fuego; el negro era la noche, la oscuridad, el frío, la guerra y muerte;
mientras que el blanco era el más complejo pues tenía una dualidad de concepción intrínseca: era
nacimiento y decadencia, misterio del origen y del fin, antigüedad y enfermedad.
Quetzálcoatl, dios blanco, era el principal de los pueblos mesoamericano, esto se debía a que parte
importante de la religiosidad giraba entorno al sol y su curso. Se creía que al mirar al oeste podías ver la
transfiguración de Quetzálcoatl, pues ahí se ocultaba el sol. Por eso, para que el sol se regenerara, se
sacrificaban con sandalias blancas que, supuestamente, separaban al alma de lo físico. El blanco
integraba a todos los colores y se veía en el crepúsculo y el futuro.
Aún queda más que descubrir sobre el entendimiento del color en el México antiguo, pues la obtención de
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6/11/2020 Los colores prehispánicos: devoción por el color
los colores también era importante en la expresión artística del pasado, pero podemos descubrirlo en otro
escrito. Por ahora reconocer esta dimensión de lenguaje cromático, nos permite acercarnos a la
cosmovisión de Mesoamérica, donde a primera vista el color es relevante por su natural forma de ser en el
panorama y después por sus convenciones religiosas y mitológicas.
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