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El mago de Montreuil
Entre los privilegiados espectadores que acudieron al salón Indien, se hallaba un
hombre de 35 años, hijo de una acaudalada familia de fabricantes de zapatos, mago e
ilusionista por vacación y director de teatro. Su nombre era Georges Meliés. Tras
contemplar la proyección, acudió a Lumiere para intentar comprar el aparato, por la
suma estimable de 10.000 francos, que sería rechazada, al igual que otras ofertas aún
más tentadoras de otros magnates parisinos. La respuesta
que le dio a Meliés pasará a la posteridad, “amigo mío,
deme usted la gracia por no aceptar su oferta, pues este
aparato le llevaría a la ruina. Podría ser explotado durante
un tiempo, pero después, no tendría ningún porvenir
comercial”. Sin embargo, Meliés no cejo en su empeño,
llegando a sus odios que el óptico inglés Robert William
Paul había lanzado al mercado un aparato similar en su país,
denominado bioscopio, por la suma de 1.000 francos,
comenzando las proyecciones en su teatro con cintas
americanas e inglesas. Sin embargo, pronoto no se
conformaba ya solo con exponer, sino que quería crear. Al
principio, siguió la senda de las producciones de Lumiere
con retratos de la vida diaria, llega y salida de trenes y
obreros, etc.; que no tienen nada que ver con su posterior producción que es la que nos
interesa. Todo empieza cuando se encuentra tomando algunas escenas al modo Lumiere
en la plaza de la Opera, cuando se le atasca el carrete durante una toma. Una vez
solventado el problema continúa grabando. Fue sorprendente ver durante la
reproducción de la toma, como cambia la escena antes del atasco y después del atasco;
los hombres que caminaban se habían trasformado en unas risueñas mujeres, o el coche
de caballos por una fúnebre. Meliés comprendió que había descubierto el trucaje por
pura casualidad, que hoy llamaríamos paso de manivela y que permite rodar a la
cadencia de imagen por imagen. Esta técnica tendría una aplicación sin par en el mundo
de la magia y el ilusionismo, alineando el primitivo cine como un elemento de
prestidigitación. Es cuando Meliés inventa sus famosas escenas de transformación. La
primera de ellas, El escamoteo de una dama (1896) que rueda en el jardín de su finca,
ante un telón de fondo pintado. Para producir ele efecto de desaparición de la mujer,
coge y para la grabación para permitir que la dama abandone la escena, siguiendo el
rodaje con la escena vacía. Lanzado por el tobogán de la fantasmagoría, Meliés
comienza a explorar el universo de posibilidades que esta técnica le puede ofrecer,
descubriendo todos los trucajes que componen el cine moderno: maquetas,
desapariciones, apariciones, objetos que se mueven solos, personajes voladores, etc.
Para Meliés, el trucaje es un fin para sí mismo y no un medio. Para el rodaje de una
actuación del cantante Paulus, Meliés utilizaría por primera vez la luz artificial, con
treinta proyectores de arco para la iluminación dentro del teatro de su propiedad. No es
de extrañar que se hiciese construir poco después, un estudio en su finca, con las
paredes de cristal, protegidas de las inclemencias meteorológicas para aprovechar la luz
natural, aunque en 1905 le añadiría luz eléctrica.
Hasta 1913, Meliés había creado unas quinientas películas, de las cuales hoy se
conservan una décima parte. Ente su producción aparecen títulos tan sugerentes como
Magia diabólica o El antro de los espíritus, así como películas publicitarias para
marcas de mostaza, corsés o peines, mención aparte merece el del whisky escoces
Dewar. Con su ingenio inagotable, Meliés consiguió efectos tan asombrosos como En
la cueva maldita, donde emplea por vez primera la “fotografía espiritista” o de forma
más correcta, la sobreimpresión. En El hombre orquesta consigue con siete
sobreimpresiones, aparecer siete veces a la vez en la escena, tocando instrumentos
diferentes. En El hombre con la cabeza de goma consigue a través de un travelling,
que su cabeza crezca hasta tamaños descomunales. Por último, mencionar el nuevo
género que crearía: las actualidades reconstruidas, en las cuales, mediante maquetas,
reconstruye la guerra greco-turca, con su combate naval y todo o el proceso Dreyfus.
Sus creaciones son fruto el encuentro entre la óptica y el teatro e ilusionista. Sus
películas suelen estar rodadas en escenas o cuadros que se conciben de acuerdo a los
cañones teatrales. De todas formas, la cámara se limita a ser un ser quieto e inmóvil, que
reproduce lo que sucede en el escenario. En algunos casos, sus películas empiezan con
un telón que se corre para dar comienzo a la película, junto con su marca Star Film,
algunas empresas norteamericanas como la Edison y la Biograph obtenían copias
ilegales consiguiendo pingues benéficos.
Para 1899, lleva a cabo la adaptación del cuento de la Cenicienta al cine, donde
la califica de gran espectáculo, como se puede ver, comienza a estar tentado por lo que
hoy llamaremos, gran producción. Sería con su obra más conocida, Viaje a la luna
(1902) fanta-ciencia que le cuesta la friolera de 10.000 francos, con la que Meliés entra
en las grandes producciones. Para 1906 se puede calificar con su obra decadente, una
obra artesanal que no puede competir con las grandes empresas como la Pathé, Edison o
Vitagraph. Un claro indicio de esto, se encuentra en que el público mayoritario de sus
obras suelen ser niños. En 1908, Meliés presidirá el Primer Congreso Internacional de
Fabricantes de Películas, como resultado del cual, la Star Film ingresa en el trust de
Edison. El segundo congreso también lo preside Meliés, en el cual se acuerda la
unificación de las películas en 35 mm y el fin del sistema de venta de películas a los
exhibidores. En 1911 con los recursos muy menguados, tuvo Meliés que aceptar la
ayuda financiera de su rival Pathé con la garantía de su estudio y su teatro. Muy pronto
Meliés habría de desaparecer de la escena ante la acción judicial. No se supo más de él
hasta que en 1928, un periodista lo identificaría como un anciano que vendía juguetes y
golosinas en la estación de Montparnasse. Moriría en 1938 de un cáncer de estómago,
siendo el primer cineasta que había creado películas con escenas artificialmente
preparadas, dando vida de este modo, a un comercio agonizante.

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