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1/11/2020 Violencia simbólica

Violencia simbólica
La violencia simbólica es reconocida como un tipo de violencia “amortiguada,
insensible e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a
través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del
conocimiento, o más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o,
en último término, del sentimiento” (1). Pierre Bourdieu, iniciador de esta
noción, buscaba demostrar las relaciones de dominación del género masculino
sobre el femenino. No obstante, el término se puede extender hacia todo tipo
de dominación y a su impacto a escala individual o comunitaria.

Esta manifestación de violencia y dominación se impone como una fuerza


oculta basada en acciones simbólicas que coaccionan los comportamientos
individuales o sociales de manera pasiva. La fuerza de esta forma de violencia
radica justamente en la naturalización y la normalización del orden
impuesto, justificando manifestaciones de desigualdad social y provocando una
reacción ligera o inexistente de parte del individuo. En consecuencia, el poder
dominante actúa sobre la concepción contextual del dominado, lo que implica el
desconocimiento parcial o total de las coacciones impuestas. Al ejercer un
impacto sobre la identidad y los recursos de los dominados, la violencia
simbólica genera consecuencias en el funcionamiento socio-político, la cultura
y las identidades, puesto que al ser llevada a un punto extremo, ésta puede
acarrear “una depreciación identitaria de los grupos sociales” (2).

En un contexto de conflicto extremo, la violencia simbólica justifica las


relaciones desiguales de poder en las cuales se imponen una dominación
forzada. Las acciones impuestas pueden pasar de la obstaculización de la
libertad de movimiento, la destrucción del patrimonio o del modo de vida, hasta
la imposición de marcas de desposeimiento o la reorganización del espacio
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social. Estas relaciones pueden acarrear consecuencias como la pobreza


extrema, el desplazamiento forzado, la desterritorialización, la pérdida de
identidad y la marginalización extrema.

El caso de los desplazados en Bogotá

Al ser la capital del país, la ciudad de Bogotá ha registrado un aumento masivo


de la población desplazada que se instala en los suburbios. De acuerdo con un
estudio de la Contraloría realizado en el 2012, durante los últimos 10 años han
llegado a Bogotá un promedio de 366.000 personas desplazadas (3).

Estas comunidades víctimas de la violencia que se han instalado en Bogotá, han


integrado en su mayoría los barrios de Bosa, Usme, San Cristóbal, Kennedy,
Fontibón, Suba, Puente Aranda, Rafael Uribe Uribe y Ciudad Bolívar. Estas
zonas corresponden a los estratos socio-económicos más precarios de la ciudad
situación que ha generado nuevos conflictos entre comunidades desplazadas
y los habitantes originarios de esta zona de la capital. Se manifiestan así
nuevas formas de violencia simbólica, consecuencia de este desplazamiento
forzado.

Pérdida de identidad social e intrafamiliar:

Después de haber sido obligadas a abandonar sus hogares, muchas de las


personas desplazadas por la violencia deben someterse a un proceso de
pérdida de identidad debido a las amenazas contra sus vidas. Aun
habiéndose alejado de sus regiones de origen, las persecuciones pueden
continuar en las grandes ciudades. En consecuencia, estas personas deben
permanecer en el anonimato durante mucho tiempo antes de poder salir a la luz
para evitar cualquier riesgo para ellos y sus familias. De esta forma, se asume la
anulación de la identidad personal y familiar como medio para preservar la
vida. Así mismo, la catarsis que puede generar el hablar sobre esta experiencia
dolorosa con otras personas o instituciones no puede ser llevada a cabo.
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Al interior de los hogares también se presenta un fenómeno de


desestructuración identitaria: para un gran porcentaje de familias
desplazadas, el jefe de hogar es una madre soltera o viuda que posee una
escolarización baja o nula. Estas madres cabeza de hogar se ven sometidas a
una pérdida paulatina de su autoridad puesto que al no conocer la ciudad y no
saber cómo guiarse, son sus hijos quienes se convierten en sus guías
indicándoles qué transporte tomar, cuánto dinero utilizar y a dónde ir para hacer
las compras. De esta forma el modelo familiar se desintegra poco a poco y los
roles familiares se invierten.

Marginalización territorial, social y escolar

Los desplazados por la violencia se ven estigmatizados por las otras


comunidades sin recursos que habitan en estos terrenos puesto que vienen a
“apoderarse” de espacios y ayudas que desde antes pertenecían a estas
poblaciones sin recursos originarias de la capital. En muchas ocasiones los
barrios ocupados son divididos geográficamente entre los habitantes
económicamente marginalizados de la ciudad y los desplazados por la
violencia.

Por otro lado, debido a la baja capacitación de la población rural desplazada y a


la edad avanzada de muchas de las personas que sufren este drama, los
dominios de trabajo a los cuales pueden acceder son restringidos y se
limitan a trabajos informales en las calles o a actividades de vigilancia,
construcción y trabajos domésticos.

Finalmente, en los colegios a los que ha llegado población infantil desplazada


se presenta cierta segregación puesto que esta población viene con el estigma
de una historia de violencia y de desplazamiento. Por otro lado, el bajo nivel
de alfabetización de los niños y adolescentes dificulta su integración a una
escolarización normal.

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Notas

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