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Bresc Henri Guichard Pierre Mantran Robert Europa y El Islam en La Edad Media PDF
Bresc Henri Guichard Pierre Mantran Robert Europa y El Islam en La Edad Media PDF
en la E dad M ed ia
Crítica
H en r i B resc
PlERRE GUICHARD
R o ber t M a n t r a n
E uro pa
y e l I sla m en la
E d ad M e d ia
C r it ic a
Barcelona
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R obert F o s s ie r
El m undo islám ico de los p rim eros siglos m edievales se define no tan to por
una com unidad de estru ctu ra económ ica social o técnica sino más bien por el p re
dom inio absoluto de un sistem a de valores y de un m odelo político y cultural que
arrolla los «conjuntos» que le han precedido en el espacio geográfico oriental y
m editerráneo, que aniquila su recu erd o y llega a reducir y en q u istar los restos de
los mism os. P ero este m undo en elaboración y en construcción presenta las mis
mas características generales que los m undos bizantino y sasánida a los que susti
tuye: sus econom ías y sociedades, cuando pueden ser objeto de estudio y puede
analizarse su evolución, no constituyen entidades autónom as cuyo sistem a políti
co y cultural sería un m ero reflejo de las mismas; la conquista m usulm ana no
superpone sim plem ente un lenguaje .com ún a los m undos que unifica ni im pone
sólo un código fiscal com o sím bolo de una dependencia efectiva. El E stad o , al
igual que en la A ntigüed ad , es al mism o tiem po un espejo de las desigualdades
y un instrum ento represivo que las codifica e inm oviliza; es tam bién el m otor de
la circulación de bienes y valores. En función de este E stado se establece una
clase de privilegiados, casi de funcionarios, constituida en un principio por la to
talidad del pueblo m usulm án qu e se ha lanzado a la conquista y, m ás tard e, por
los grupos sectarios o las clientelas dinásticas; gracias al E stad o funciona una eco
nom ía m onetaria en la que la única función del m etal es reforzar la jerarq u ía m e
diante una im posición fija sobre la producción de las p equeñas unidades cam pe
sinas.
Al igual que el m undo antiguo, del que la Dár al-lslám (conjunto de países
m usulm anes) constituirá un reflejo no sólo de sus grandes rasgos sino incluso de
sus más pequeños detalles, el m undo nuevo se presenta com o una totalidad; to
* La transcripción de los términos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Sanisó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
10 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
dos los elem entos se relacio n an y, en él, la adhesión es profunda y vital: la duda
constituye el enem igo principal, y es un riesgo de anarquía social y de maldición
que aniquila la personalidad. P o d er, facciones, fam ilia y pensam iento religioso
son los m otores de la evolución social. La propiedad de los m edios de producción
o el lugar que se ocupa en la circulación de bienes son factores secundarios ya
que dep en d en , en prim er lugar, del ejercicio de un p o d er del E stad o que va siem
pre acom pañado de una adhesión ideológica total a una dinastía gobern an te, que
constituye la garantía de la justicia, la arm onía y la salvación. El m odelo teo crá
tico encarnado por el Profeta ejercerá una misma influencia sobre todas las expe
riencias revolucionarias o conservadoras que surgirán en el futuro. S erán, no obs
tan te, el pensam iento antiguo y, sobre todo, la gnosis los encargados de articular
en program as políticos esta sed de unidad y de salvación así com o la esperanza
apocalíptica. A nalizar las m utaciones del m undo islám ico en tre los siglos viii y
xi aplicando esquem as de conflicto e n tre burgueses y m ilitares «feudales» pued e,
evidentem ente, llegar a aclarar ciertos aspectos de una realidad que se ha renova
do rep etid am en te, pero sin duda tam bién contribuirá a oscurecer una originalidad
y una perm anencia sorprendentes.
U n O r ie n t e P r ó x im o d e s g a r r a d o a n t e u n a r e v o l u c ió n r e l ig io s a
M ahom a
los que se había producido la fusión e n tre la herencia clásica y las grandes co rrien
tes religiosas m onoteístas. El «escándalo» intelectual del nacim iento del Islam fu e
ra de las áreas ya convertidas al m onoteísm o recu erd a, de hecho, el carácter tam
bién subversivo y m arginal de la m ayoría de estas tendencias religiosas en sus o rí
genes: el Islam redescubre la radicalidad del judaism o o del cristianism o prim iti
vos frente a los panteones y a las construcciones filosóficas com plejas de su tiem
po. E n el Islam , la cultura sem ítica de expresión griega en cu en tra, p o r vez prim e
ra, su originalidad y su verdad: ab an d o n a las expresiones extranjeras que la a h o
gaban así com o las teologías filosóficas, p o r más que las recupere más tarde.
En el m om ento en que em pieza la predicación de M ahom a (M uham m ad) en
La M eca, la A rabia central sigue exp erim en tan d o la tensión provocada por la
invasión del Y em en por los etíopes cristianos, tal vez en represalia p or las p erse
cuciones de las que fueron objeto los cristianos árabes de los oasis a m anos de
los príncipes yem eníes ju daizantes. El valor sim bólico de la victoria que o btiene
la coalición árabe en el A ño del E lefan te (571) ante La M eca es enorm e. El san
tuario abriga, en efecto, los ídolos ciánicos y tribales, reunidos, bajo la custodia
de la tribu de Q uraysh, en el «recinto de A braham », en torno a la K acba, el
«cubo», la prim era casa, iiarto ru d im en taria, de Ism ael, el hijo de A braham . En
ella cristaliza la relación con los orígenes mism os del m onoteísm o y justifica la
elaboración de una vía original, p ro p iam en te árabe al culto del D ios único a tra
vés de los hanífs, hom bres piadosos cuya fe en D ios contiene referencias explíci
tas a A braham . P or o tra p arte, dad o el carácter de santuario federal, aun q u e in
form al, que tiene la K acba, La M eca espera y desea la aparición de un profeta
capaz de estru ctu rar un p an teó n jerarq u izad o , para que pueda consolidarse la he
gem onía de las tribus y de los qurayshíes. El p oder de estos últim os se encontraba
en auge debido a los cam bios sufridos por las vías com erciales: la decadencia de
los transportes m arítim os a través del m ar R ojo y la de las rutas caravaneras hacia
el codo del E ufrates* debido a la guerra e n tre persas y bizantinos, había estim u
lado el desarrollo de una nueva ru ta caravanera que pasaba por los oasis del Hid-
jáz, en tre el Y em en, p ro d u cto r de plantas arom áticas e im portador de especias
indias, y Siria. El enriquecim iento y la irrupción de la econom ía m onetaria am e
nazaban el equilibrio tradicional de las estructuras ciánicas y de las relaciones e n
tre clanes; el dinero iba a sustituir a los valores del «hum anism o» tribal: virilidad,
generosidad y solidaridad agnática. E sta es la razón p or la cual el m ovim iento
iniciado p or la predicación de M ahom a tiene, por una p arte , el carácter de rev o
lución debido a su adhesión radical a una nueva m oral fam iliar y, por o tra , cons
tituye una restauración de los valores fundam entales del m onoteísm o que, a lo
largo de la historia del O rien te Próxim o, había m ostrado su creciente decadencia.
C onstrucción de una fe «total» y, al mism o tiem po, revolución árabe que logre
el retorno triunfante del D ios único a los tem plos de los que había sido expulsado
debido al olvido del pacto fundam ental de los hom bres con É l, por paganism o o
por la com plejidad de las disquisiciones de los teólogos, em peñados en conocer
la naturaleza divina. M ahom a se sitúa, desde un principio, en la tradición de
los grandes profetas del judaism o y de las restantes ram as de la revelación: los
Shu3ayb, SSlih, HOd, los profetas de M oab y de los pueblos árabes del n o rte d e
sem peñan un papel fundam ental en el C orán y evocan la om nipotencia divina y
la inm inencia del Juicio.
14 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
de septiem bre del 622, funda el Islam com o com unidad universal: es la «hégira»,
la em igración provisional, ru p tu ra y exilio voluntario. E l Islam , religión de la
duda en la que nada pu ed e escapar a la om nipotencia divina, se afirm a p or este
acto original com o una religión del exilio que obliga a abandonarlo todo y a d e
pen d er únicam ente de la voluntad divina.
La acogida por parte de los m ediníes, los denom inados «auxiliares», a los in
m igrantes que han llevado a cabo la hégira (los m uhádjirún), seguida de la co n
versión a la fe m usulm ana, bastan te rápida, de los prim eros, da lugar a la consti
tución de la p rim era com unidad, la u m m a , pacto de solidaridad to tal, adhesión
intim a y fam iliar a la som bra de lo divino om nipresente; pues D ios está hablando
p or boca de su P rofeta con m enos solem nidad en M edina que d u ran te los p rim e
ros tiem pos de la revelación. Se com prende m ejor, de esta m anera, la e x trao rd i
naria nostalgia que suscita en toda la historia del Islam esta com unidad m usulm a
na de la hégira, en la dár al-hidjra, ‘casa de la em igración’, expresión con la que
se denom ina a M edina. C ada siglo será testigo de las tentativas, incluso sectarias,
de volver a la pureza de las relaciones e n tre los hom bres, y en tre éstos y D ios,
a esta sim plicidad del E stad o , sim ple caja com ún alim entada por las co ntribucio
nes voluntarías de cada ciudadano o p or el botín de guerra obtenido en la lucha
contra los infieles. Se trata de un pueblo arm ad o , al que se reúne con facilidad,
que vive en una igualdad que traduce la igualdad fundam ental de la oración. E ste
«modelo» sostendrá siem pre la m archa ofensiva del Islam en sus fro n teras, e stre
cham ente ligado a la «vocación» de las alm as p or D ios, m enos preocupado por
la conversión que por la conquista, m enos p redicador que defensor activo de los
derechos de D ios. Será el m odelo que anim ará todos los m ovim ientos de reto rn o
a un Islam prim itivo, desde las secesiones járidjíes hasta las insurrecciones cárm a-
tas, la «vocación» fatim í y, con el transcurso de los siglos, volverá a e n co n tra r
se en el m ahdism o sudanés del siglo xix o en la Sanúsiyya de la Libia co n tem p o
ránea.
M edina es tam bién el lab o rato rio en el que se definen las relaciones del Islam
con las religiones m onoteístas: el contacto con el judaism o en esta ciudad resulta
fructífero para el Profeta, que ad o p ta sin reservas las costum bres judías, las
prohibiciones alim entarias, el ayuno (fijado entonces en el día 10 del m es de
m uharram ) y refuerza los lazos de su doctrina con la religión de la ley. El Islam
escapa de esta m anera a la atracción de un cristianism o que resulta únicam ente
m oralizante e incapaz de fu n d ar un E stad o , m ientras que los elem entos ju d aizan
tes se ponen inm ediatam ente al servicio de la lucha m ilitar que la um m a ha em
p rendido en contra de los paganos de La M eca. É stos subrayan, al igual que la
oración com unitaria dirigida hacia Jeru salén , la unidad de los m usulm anes «com
batientes» de la fe y de la ley. N o o b stan te, este hecho se produce debido a un
m alentendido extraordin ario : M ahom a se considera un p rofeta d en tro de la línea
que une a N oé, A braham y M oisés con Jesús; liga su m ensaje con las llam adas
y la visión de D ios de sus p redecesores y afirm a in m ediatam ente su carácter uni
versal con lo que rom pe con la noción de «pueblo elegido». P ara los judíos o
judaizantes de M edina, M ahom a era únicam ente un p rofeta árab e, destinado a
difundir en árabe y p ara los árab es una especie de religión p aralela al judaism o.
T ras un período de colaboración m ilitar eficaz se producirá la ru p tu ra en dos e ta
pas: expulsión de las tribus judías en el 625 y, m ás tard e, aniquilación de los
16 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
LOS OMEYAS
(661-750)
Quraysh
--------- 1 6 «Umarll
717-720
3. Mu «Awtya II I
683
6. al-WaUd I 7.Sulaymán O.YazIdll 10 Hiahim
706-715 715-717 720-724 724-743
_L
I
12. Yazld III 13. Ibráhlm 11. ai-Wadd ll
744 744 743-744
14. Marwin II
744-750
El «asunto de familia» que constituye la sucesión del P ro feta, con sus episo
dios trágicos, sus nim iedades y sus luchas de facciones, revela la debilidad fu n d a
m ental del Islam d u ran te m uchos siglos: la dificultad de definir la legitim idad del
poder. E sta dificultad trae consigo la elaboración de m últiples doctrinas políticas
y, por tan to , religiosas, siem pre profundizadas, enriquecidas p or ap ortaciones ex
teriores y que con frecuencia se en cu en tran al b orde de la herejía, aunque sólo
sea bajo form a de «exageración», algo m uy frecuente en el Islam. A la m u erte
del P rofeta, una solución conservadora y eficaz p erm ite confiar el p o d er a viejos
20 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
tran en el seno del m ovim iento m u ctazil. A lejados de los járidjies en el tem a de
la condición del m usulm án p ecad o r, los m ifta zilíes se aproxim an a éstos en
la idea de un im án justo y que p u ed a ser d estituido p o r los creyentes, m ientras
que en el plano propiam ente filosófico se en cu en tran m ás cercanos a los m edios
shN es.
La elaboración del Islam es, pues, p rincipalm ente, una profundización, una
reflexión racional sobre los elem entos de la fe. Los contactos, los préstam os de
otras culturas y las polém icas resultan lim itados. D esde luego, el Islam q ueda so
m etido a los ataques de los teólogos cristianos de las escuelas sirias com o Juan
D am asceno y A bú Q u rra , pero la reflexión m usulm ana va fu n dam entalm ente d i
rigida contra el escepticism o radical de los «libertinos», los zin d tq s, hered ero s del
dualism o iranio. El problem a del mal les m otiva m ucho más que el del logos h e
lénico del que hablan los cristianos de Siria. Las tesis m uctazilíes excluyen cual
quier responsabilidad divina en la existencia del mal cuyo origen se encuentra
únicam ente en el libre arbitrio h um ano; su d octrina de un «Corán creado» tiene
com o finalidad desechar los argum entos de los adversarios del Islam que habían
encontrado im perfecciones en el texto sagrado, que es palabra divina. E n esta
atm ósfera de profundización in telectual, las opciones filosóficas im plican siem pre
una aplicación política inm ediata. El Islam , religión y E stad o , im pone una res
ponsabilidad a este respecto a cada m usulm án. La cristalización de los partidos
y, en particular, el de los seguidores de cA lí, trae consigo la introducción de id eo
logías que, en un principio, eran to talm en te extrañas al Islam.
Por más que el m ovim iento de p artidarios de cAli se m antiene d u ran te m ucho
tiem po com o una tendencia fam iliar, dirigida p or los m iem bros más antiguos de
este linaje, y com o un p artido legal, surgen p ro n to sectarios que introducen o
desarrollan en él gérm enes de «exageración»: esperanzas m ileiíaristas que les co n
ducen a atribuir una función profética a los im anes y, en particular, a esp erar la
aparición del «bien guiado» (el m ahdi). El fracaso en las em presas llevadas a cabo
por los im anes, reconocidos sucesivam ente com o m a h d ísy llevó al grupo a ad o p tar
la idea de la clandestinidad en espera del reto rn o de un m a h d i salvador que sería
descendiente de CA1T; de este m odo acabaron reconociendo, en la cadena de los
im anes ocultos, las encarnaciones de la divinidad, lo que les indujo a acep tar los
tem as helenísticos de la m etem psicosis y a em pezar a reflexionar sobre la gnosis
del m undo cristiano. H acia el 760, en los m edios shN es de Küfa el profetism o y
el m ilenarism o, protegidos por el recuerdo de los tiem pos de M edina y de La
M eca, se prolongan en una pléyade de sectas siem pre en ebullición: partidarios
de cA lí y creyentes en su probable reto rn o m esiánico; partidarios de su hijo
M uham m ad ibn al-H anafiyya; p artidarios de A bú H áshim ; devotos de la descen
dencia de H usayn; activistas reag ru p ad o s en torn o a la ram a de H asan, d en tro
de la fam ilia de cAIt, y p artidarios fervientes de una oposición m ilitar (los zay-
d(es). F ronteras inciertas separan el «partido» legal de la shFa, engarzado con
frecuencia en revueltas violentas y efím eras, de los grupúsculos de carácter exage
radam ente m ístico, que se ven finalm ente obligados a refugiarse en una clandes
tinidad im potente. D e este m odo, incluso antes de h ab er logrado alcanzar la m á
xima cantidad posible de su cosecha, el Islam veía crecer la cizaña.
22 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
L A COSECHA D EL ISLAM
E l gobierno de los O m eyas se elab o ra, p o r tan to , en una atm ósfera de conflic
to perm an en te -p o lític o , ideológico, fa m ilia r- e n tre las distintas facciones que
surgen en el seno del pueblo árab e. E l m undo del Islam , que gracias a la conquis
ta adquirirá dim ensiones sim ilares a las de los m ayores im perios de la A n tig ü e
d ad , p odrá ser adm inistrado al descubrirse soluciones al triple problem a del p o
d e r en la com unidad, de las relaciones en tre v encedores y vencidos y de la d efi
nición de las doctrinas jurídicas. E l fracaso final de la dinastía no d eb e m overnos
a subestim ar su capacidad creativa, que llegó a expresar una síntesis en tre e le
m entos contradictorios, e n tre el m ensaje igualitario y universalista y las realid a
des de una estructura jerárq u ica y de la existencia de clientelas d en tro del p ueblo
árabe. Los O m eyas no son, ev id en tem en te, sim ples generales de la aristocracia
qurayshí: siem pre serán considerados responsables d e la ru p tu ra con los p a rtid a
rios de CA1!, m ás prestigiosos, y se les acusará fácilm ente de inm oralidad y am or
al lujo; deben tenerse en cu en ta, no o b stan te, las necesidades que les im puso la
construcción de un cen tro de p o d e r, de una co rte y de servicios adm inistrativos
privados que les separaro n de un pueblo arm ad o , indócil y nostálgico. P or o tra
parte, siem pre tuvieron conciencia tan to de sus d eb eres con respecto a la co m u
nidad - d e b e r e s de ejem plo m oral, generosidad y ju s tic ia - com o de su legitim i
dad incierta o , por lo m enos, com partida con las restan tes ram as de la fam ilia.
C on ellos la represión de las insurrecciones no alcanzará jam ás la ferocidad de
las represalias cabbasíes posteriores: la jo rn a d a fatal de K arbalá3, en la que m urió
H usayn, hijo y hered ero de cA lt, es la única excepción.
— I
732 100 artos después .• Estepa desértica
DEL MODELO HEÜIRIO AL REINO ÁRABE 25
im pulso de las prim eras victorias casi m ilagrosas, el arm am ento y la táctica m usul
m ana se encuentran, en pleno país griego de A sia M enor, en equilibrio con las
fuerzas bizantinas a las que se había barrid o fácilm ente de otros países cristianos,
com o E gipto o Siria, pero que resultaban trem en d am ente coriáceas en C onstan-
tinopla. E n este m om ento la guerra debe abrir paso a la caballería pesada, a un
arm am ento constituido p or sables, lanzas y corazas costosos, y a una articulación
cuidadosa en tre los distintos cuerpos del ejército. R esulta cara y produce escasos
beneficios: de acuerdo con la evolución de los conflictos, los O m eyas se verán
obligados a desm ovilizar contingentes del ejército regular y a tacharlos de los re
gistros de soldada, atrayéndose con ello terribles oposiciones. E n el m ar, los á ra
bes dom inaron bastante de prisa las técnicas de construcción de navios así com o
las de la guerra naval: desde el 648 llevan expediciones a C hipre, en el 655 o b tie
nen una victoria decisiva en la «batalla de los m ástiles» y, m enos de 20 años des
pués, se presentan ante C onstantinopla, en tre el 673 y el 680. E ste prim er «ase
dio», que no lo es en realidad, se renueva con m ayor seriedad en 717-718. No
o b stan te, fracasa dos veces ya que los árabes no habían tenido en cuenta la for
m idable posición bizantina así com o la eficacia de la nafta, el «fuego griego», que
perm ite a los bizantinos incendiar los barcos enem igos, liberar la ciudad y recu
p erar, al m enos hasta ap roxim adam ente 825-826, una v erdadera hegem onía m a
rítim a.
pudieron ten tar a codiciosos y o portunistas. E n el verano del 711 T áriq cruza el
estrecho, dando su nom bre a la m o n tañ a que dom ina su orilla septentrional (Dja-
bal Táriq, G ib raltar), dispersa el ejército de R odrigo y m ata ¿1 rey en el río Bar-
bate. A l año siguiente se le une M úsá, acom pañado esta vez de árabes que se
apoderan de Sevilla, M érida, T oledo y Z aragoza. Las resistencias son raras, las
huidas alocadas; esta conquista «fulm inante», que dura com o m áxim o dos o tres
años, resulta característica tan to de la prudencia com o de la audacia de los m usul
m anes. H acia el 714 la avalancha m usulm ana llega al pie de la cordillera can tá b ri
ca, en la que se han refugiado algunos gu errero s, y hacia el 720 se desborda hacia
el R osellón y N arbona. La rapidez y ulterior duración de esta «revolución occi
dental» exigen, no o b stan te, explicaciones m ás com pletas que las que recurren a
la fuerza o a la sorpresa explotadas con habilidad.
En realidad, los ejércitos m usulm anes en co n traro n en este país una situación
agitada que debe relacionarse con una crisis muy profunda del orden sociopolítico
de tradición rom ana que existía tan to en el Á frica bizantina com o en la m ayor
parte de E spaña. Las estru ctu ras im puestas p o r R om a ya habían desaparecido
prácticam ente de varias regiones, com o los Pirineos vascos, la zona cántabro-as-
tu r y, sobre to d o , el Á frica b e re b e r an te la reconstitución de form as sociales de
tipo tribal o «segm entario» que parecen enlazar con los m odos de organización
anteriores a la rom anización. La m anifestación más visible de esta degradación
de la herencia rom ana es, al igual que en el resto de E u ro p a occidental, la deca
dencia o desaparición de las ciudades, evolución que no afecta sólo a las franjas
de la rom anidad que se en cu en tran m ás am enazadas desde el punto de vista eco
lógico, com o sucede en las zonas p redesérticas del n o rte de Á frica que van siendo
recuperadas para la vida tribal. En las mism as riberas del antiguo mare n o stru m ,
el «m ar rom ano» de los textos árab es, los centros de actividad urbana antigua e
intensa situados en la costa m ed iterrán ea de la península ibérica, com o Sagunto
y C artagena, han decaído de tal m anera,: e n tre la crisis del siglo iii y la invasión
m usulm ana, que estas ciudades, a principios del siglo vm son simples aldeas insig
nificantes. Las luchas en tre visigodos y bizantinos hasta principios del siglo vn
pudieron contribuir a esta decadencia —C artagena fue destruida por los so b era
nos de T o le d o — pero no bastan p ara expiicar una evolución de conjunto que te r
mina con la desaparición de la tercera gr^n m etrópolis rom ana de la costa levan
tina, T arragona, que desaparece p or com bleto del m apa en tre su destrucción d u
rante la conquista m usulm ana y la repoblación del solar llevada a cabo por los
catalanes en el siglo x i i . Las antiguas ciudades rom anas de la costa africana han
desaparecido tam bién, con la excepción d£ algunas plazas del estrecho de G ib ral
tar en las que la presencia bizantina se m antuvo d u ran te más tiem po: es el caso
de T ánger y C euta.
tan intenso, se convierte en una zona de vacío político y económ ico entreg ad a a
las em presas de piratería; la situación se prolongará hasta que se produzca el len
to renacim iento del tráfico m arítim o a p artir de fines del siglo ix y, sobre to d o ,
en el siglo x. La situación de las regiones m arítim as, a pesar de su en trad a en el
m undo m usulm án, sólo se m odificará muy len tam en te dado su m ediocre interés
político y económ ico que los centros de po d er principales del O ccidente m usul
m án —ninguno de los cuales es una ciudad m arítim a antes del siglo xi — no te
nían excesivos deseos de co ntrolar. N o existe ninguna ciudad digna de este nom
bre en las costas andalusíes y m agribíes en tre la conquista m usulm ana y el siglo
x si exceptuam os los puntos de paso obligados en tre la E u ro p a m eridional y la
costa africana, o sea, el M ed iterrán eo central p o r una p arte y la zona del estrecho
de G ibraltar por otra. E n tre N ákur y T únez sólo se encuentran ruinas de ciudades
rom anas y la situación no es m ucho m ejor al norte de M álaga, en la costa m edi
terrán ea de la península. Sólo T o rto sa, dada su im portancia m ilitar frente a los
francos, conserva cierta significación, sin que p ueda descubrirse en ella actividad
com ercial alguna antes del siglo x. Al igual que las grandes m etrópolis, todos los
centros urbanos que, com o consecuencia de su integración en el área de civiliza
ción islám ica, em piezan a anim ar la vida política, económ ica, social y cultural del
M agrib central y occidental y de la H ispania del Sur —el país de los vándalos
(al-A n d alu s)— se sitúan en las zonas interiores: es el caso de T ubna, M sila, As-
hir, T ah ert, T rem ecén, al-B asra, Sidjilm asa, Sevilla, T oledo o Z aragoza.
El caso de las B aleares puede ilustrar bien esta situación de vacío político y
de depresión de la vida urbana y de los intercam bios com erciales. Som etidas, en
un principio, en el año 707, p or la flota de T únez que acababa de crearse, se
m antienen luego independientes de cualquier p oder político exterior d u ran te casi
dos siglos. En el año 798 son atacadas por piratas p rocedentes, pro b ab lem en te,
de las costas andalusíes; el p o d er de C órdoba considera que gozan de una tregua
(sulh) cuya ruptura provocará, en 848, una expedición punitiva de carácter sem io-
ficial. En el año 902 las B aleares son consideradas, todavía, un país de guerra
santa ya que en esta fecha un rico ciudadano ob tien e un perm iso del em ir de
C órdoba para organizar un djihád privado con el fin de conquistarlas. Es el m o
m ento en el que se islamizan las islas, pero todavía d u ran te unos 30 años consti
tuyen una especie de em irato autónom o que sólo se integrará a la adm inistración
cordobesa tras la proclam ación del califato en el 929. Sólo después de la conquis
ta del 902 se producirá el renacim iento de la vida urbana en M allorca, con la
fundación de Palm a (M adína M ayúrqa) que tiene un rápido desarrollo, en un M e
d iterrán eo occidental en el que se reanim a el tráfico internacional.
El mism o esquem a se repite en el este: cuando en el 723 W illibaldo q u iere d i
rigirse a O riente, encuentra navios disponibles en G a e ta , N ápoles e incluso en Si
cilia, para llegar al E geo y a C hipre, isla que ha o b ten id o un estatu to de trib u tario
de los O m eyas y que sigue m anten ien d o relaciones con Bizancio. No o b stan te,
apenas ha desem barcado en Siria, es d etenido ju n to con la tripulación chipriota,
acusado de espionaje, y sólo un anciano podrá d a r testim onio de que se trata de
un peregrino. L iberado, deten id o de nuevo, liberado p o r segunda vez gracias,
ahora, a un converso español, d eb erá esp erar d u ran te m ucho tiem po la llegada de
un barco que le lleve directam ente de T iro hasta C onstantinopla. No se han co r
tado, desde luego, todas las relaciones, pero p uede com probarse cuántos peligros
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 29
y obstáculos rom pen, en esta época, lo que había sido la unidad del m ar y el gran
com ercio de lujo m editerrán eo . Sólo los chipriotas parecen ser capaces de atra v e
sar el bloqueo naval y ello no es fruto de un objetivo económ ico sino una conse
cuencia de la recuperación de la superioridad griega en el m ar hasta el año 826
que dará com o resultado una decadencia de los centros urbanos de la costa siria
y una progresiva escasez de viajes m arítim os, para no hab lar, com o hacía Pircn-
ne, de cierre total a la navegación. La p rim era consecuencia desastrosa de la g u e
rra om eya parece ser, pues, una «continentalización» del im perio árabe.
Sin duda, en tierra y hasta el fin de la expansión, la guerra sigue siendo uno
de los elem entos esenciales de la sociedad m usulm ana, p ero existen grandes dife
rencias con la época de la hégira en M edina. E n aquel m om ento todo el pueblo
árabe se encontraba lanzado y com prom etido en una em presa de expansión arm a
da y, con el transcurso del tiem po, la progresiva dism inución del papel d esem p e
ñado por el elem ento tribal redujo la función m ilitar a un grupo de especialistas
que, durante un período, siguieron siendo los rep resen tan tes de las tribus pero
que, en época cabbásí, q u ed aro n reducidos únicam ente a los árabes del Ju rásán ,
los «hijos de la revolución». No o b stan te, el sentim iento del d eb er m ilitar del
djihád, com o afirm ación m ilitar de los derechos de D ios, sigue teniendo m ucha
fuerza entre los m usulm anes, tan to si esta fuerza es espo n tán ea com o si es el re
sultado del nuevo vigor que le dan los ju ristas. Los O m eyas establecen, a fin de
cuentas, un prototipo de califa co m b atien te. U na solución cóm oda, al m enos en
apariencia, puede enco n trarse, tan to en el plano doctrinal com o en el de la p ra
xis, en los m udjáhidúns voluntarios m antenidos por el califa. Con ella se evita,
salvo en caso de invasión, tan to una movilización general, que ev id entem ente re
sulta em barazosa para el p o d er, com o movilizaciones excesivam ente parciales.
Pero esta práctica trae consigo dos reclutam ientos paralelos: el de los pro fesio n a
les de la guerra, que p ro n to serán m ercenarios o esclavos acuartelados, y el de
los voluntarios orgullosos de sus m éritos. A leja, por tan to , la m asa de los m usul
m anes del m odelo de M edina y de la dem ocracia m ilitar salvo en casos excepcio
nales. Increm enta, asim ism o, la tentación de una revolución conservadora que
devolvería al m usulm án «de base» su derecho im prescriptible y su prestigio, am
bos anulados. Las secesiones de los járidjíes, de los partidarios de cAIi y de los
m ovim ientos que derivan de los dos an terio res adquieren fuerza debido precisa
m ente a este hecho.
¿E s POSIBLE UN REINO Á R A B E ?
prolongado las acuñaciones de los prim eros califas p o r un tipo nuevo y pu ram en te
m usulm án. E n tre el 691 y el 696 acuña un prim er dínár de o ro , con la efigie del
califa en pie y, m ás tard e, en el 696, el diñar clásico, pu ram en te epigráfico. P ara
Dizancio esto constituye la usurpación de un d erecho fundam ental: la acuñación
de oro vinculada a su soberanía. Las nuevas m onedas m usulm anas (diñar de 4,25
gr de oro y dirham de plata de 2,97 gr) unifican dos sistem as de circulación que
d u ran te m ucho tiem po han estado separados: el sueldo bizantino de 4,55 gr y el
dracm a sasánida de 4,10 gr de plata.
Las equivalencias de las m onedas son cóm odas, p ero difunden sobre todo un
m ensaje religioso, una profesión de fe: «No hay m ás dios que el D ios; es único
y no tiene asociado. M ahom a es el enviado de D ios», «Dios el único, D ios el
etern o ; no ha engendrado ni ha sido en g en d rad o ; nadie es igual a Él». Lo a n te
rior constituye un «símbolo om eya», pero aparece tam bién un segundo sím bolo
profético: «M ahom a es el enviado de D ios p ara señalar la dirección del cam ino
recto y enseñar una religión verd ad era que triunfe e n tre las restantes religiones».
E stas leyendas ocupan lo esencial del lugar disponible en la m oneda y a ellas sólo
se añ ade, en un principio, el nom bre del califa, el del acuñador, n orm alm ente un
cliente o m aw lá, la indicación del taller y la fecha: m anifiestan, pues, un claro
deseo de propaganda religiosa, de afirm ación serena y de arabización. La existen
cia de una auténtico bim etalism o o ro-plata viene reforzada por abundantes acu
ñaciones en cobre (el fa ls , plural fu lü s , que deriva del follis bizantino) y da testi
m onio de la existencia de un m ercado com plejo y escalonado, rural, local e in te r
regional y de una prim era ten tativa de unificación económ ica del con tin en te m u
sulm án, que en lo sucesivo se independiza del antiguo dom inio m editerrán eo .
E sta unificación simbólica se acom paña, en la realidad, de un control serio de
las fuerzas vencidas —grupos étnicos o grupos religiosos— cuya debilitación es
sorp ren d en te y testim onia el agotam iento de las tradiciones ante la presión de
una ideología universalista. El mism o Irán, p ueblo de com batientes, nación do m i
n ante, llam ado por el m azdeísm o a rep resen tar un papel universal y a luchar p e r
m anentem ente contra el m al, se hunde por com pleto. D esde luego, algunos lina
jes «nobles» se m antienen eo la provincia de F ars y conservan el sentim iento o r
gulloso de su raza de origen y el recuerdo de las dinastías nacionales. N o o b stan
te, son sobre todo las m ontañas del litoral del m ar C aspio, tradicionalm ente insu
misas y que se islam izaron tard íam en te, las que conservan d u ran te m ás tiem po
un poder autónom o: sus «m arqueses» (ispahbadhs) del T abaristdn, p or ejem plo,
herederos de los gobernadores sasánidas, u o tro s sim ilares, enquistados en un
«país de guerra» devastado p o r las constantes expediciones m usulm anas, o am e
nazados por los esfuerzos de los m isioneros, po d rán resistir d u ran te un cierto
tiem po. A l este, el Islam se ad ap ta a las condiciones de sum isión de los antiguos
principados sogdianos y bactrianos: en Balj una dinastía local conserva su au to ri
dad, prim ero sola hasta el 736, m ientras los árabes se m antienen acuartelados en
una ciudad vecina, m ás tard e e n tra en com petencia con el em ir hasta ser elim ina
da hacia el 870. Los príncipes de F argána y del U shrusana, los afganos de G azna
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 31
y, más tarde aún, hasta el 995, los sháhs del Jw árizm disfrutarán de la misma
autonom ía. E n conjunto, estos acuerdos parciales y frágiles en tre la aristocracia
irania y el p oder islámico no im plican la constitución de un «refugio» nacional:
el Islam p enetra po r todas partes y las lenguas persas se arabizan en gran m edida.
Sólo subsiste el recuerdo del p asado espléndido de la poesía, de la arquitectura
y de la dom inación política de los iranios que se trad u ce, a p artir del m om ento
en que los O m eyas em piezan a reclu tar secretarios de origen persa p ara las ofici
nas de la adm inistración, en la polém ica de la sh u cü b iyya: frente a los hum anistas
árabes de B asra, los persas reafirm an —¡en á ra b e !— los valores literarios y h e ro i
cos del pasado iranio.
En los países cristianos de Iraq , Siria y E gipto, la afirm ación de la libertad
religiosa y el fin de las persecuciones bizantinas trae consigo un renacim iento de
las iglesias m inoritarias, la reconstrucción de los m onasterios y el reclutam iento
de num erosos funcionarios m onofisitas, a la vez que se produce un gran d e sarro
llo cultural en la iglesia jacobita siria en to rn o a la figura de Severo Sebojt. C ierto
es que la presión fiscal acaba p ro n to con esta «prim avera del Islam », al incitar
num erosas revueltas coptas e inducir al califa a jugar al sectarism o de los m inori
tarios, enviando, p or ejem plo, p recep to res zoroastrianos a la D jazíra. A sim ism o,
las sectas, divididas, no ofrecen excesiva resistencia a la aplicación estricta, con
cU m ar II ibn cA bd al-cA zíz, de las reglas que establecen la superioridad del Islam:
obligación de respeto y de discreción (prohibición de las cam panas y del culto
público, necesidad de a d o p tar una actitud de deferencia) y de llevar una señal
distintiva. La aplicación de la ley m usulm ana es obligatoria en cualquier proceso
entre un fiel de una confesión m inoritaria y un m usulm án o entre dos m inoritarios
pertenecientes a distintas sectas, del mism o m odo que está prohibido p oseer lin
esclavo m usulm án o prestar testim onio contra un creyente. La fiscalidad y la ju s
ticia constituyen, por otra p arte , arm as eficaces de conversión, pero el califa evita
su uso por tem or a agotar la reserva fiscal sobre la que se apoya la vida de la
com unidad. En conjunto, p o r tan to , da garantías a los súbditos dhim m íes (judíos
y cristianos principalm ente) contra el exceso de celo y arb itra un largo d eb ate
entre los teóricos m usulm anes y los d octores pertenecientes a las m inorías en to r
no al tem a de las libertades contestadas: derecho a reconstruir iglesias y sinago
gas, m ientras que está prohibido construir de nueva planta edificios de esta ín d o
le; derecho de w aqf, esto es, derech o a qu e las instituciones religiosas tengan p ro
piedades libres de im puestos; derech o a h ered ar de p arientes lejanos y a percibir
legados testam entarios de un m usulm án. Los escribas cristianos, sobre todo nes-
torianos, que servirán a los O m eyas y, m ás tard e, d u ran te m ucho tiem po, a los
cabbásíes, tratarán de am pliar estas libertades; no o b stan te, en un principio, la
partida de los escribas sirios de rito griego hace irreparable el conflicto con Bizan-
cio y convierte a una parte de la cristiandad o riental en sospechosa de espionaje
a favor de los griegos.
E n O ccidente, incluso fuera de los m edios tribales islam izados que estaban ya
próxim os estructuralm en te de la sociedad árab e tradicional y que podían a d o p tar
fácilm ente sus ideales al asim ilar su lengua, llam a la atención la difusión rápida
del árabe en tre los indígenas islam izados, incluso en tre los que perm anecieron
fieles al cristianism o. En T o led o , ciudad particularm ente refractaria a la a u to ri
dad de los em ires cordobeses y d onde no parece que se instalara m ás que un
32 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
núm ero reducido de orientales, se ve, desde fines del siglo v m , cóm o el poeta
m uw allad (indígena converso) G irbíb galvaniza la resistencia de sus conciudada
nos ^Jiue^&e.hanxebelado contra el p o d er cordobés, com poniendo poem as árabes.
C onocem os, por otra p arte, a m ediados del siglo siguiente, las lam entaciones de
..Eulogio, clérico m ozárabe (arabizado, que vive en m edio de los árab es), a p ro p ó
s ito dftl abandono de las letras latinas p o r los cristianos de C órdoba y de la atra c
ción que éstos sienten p o r la cultura árab e. D u ra n te m ucho tiem po, sin du d a, se
siguió utilizando en la península los d ialéelos ro m an ces .indígenas, aunque l l e g a
dos al rango de lengua p o p u lar no escrita; ahora b ien, incluso a este nivel, sufrían
la com psiejacia del árabe . vulgar, quea<;abó p o r suplantarlos po r com pleto quizás
a p artir del siglo xi. C on la sem itización lingüística p en etraro n tam bién cosfütii-
bres, m odos de vida, m entalidades que contribuían a alejar la población andaluza
de sus raíces indígenas. Es curioso o bservar, por ejem plo, que el m atrim onio en-
dógam o practicado, p ro b ab lem en te, p or im itación de las costum bres árabes, era
tem a de controversia en tre los m ozárabes del siglo ix. E n toda la fachada m edi
terrán ea encontram os, en la abundantísim a toponim ia gentilicia difundida en el
cam po sin duda desde los siglos ix y x, el índice de una relación en tre los grupos
hum anos y la tierra, de tipo oriental o m agribí, qu e supone una m odificación p ro
funda de las estructuras de parentesco respecto a la tradición local de origen ro
m ano-visigótico.
¿C óm o obtener recursos?
A sí pues, el «reinó árabe» de los O m eyas su p erp o n e la estru ctu ra política del
ejército-E stado a las tradiciones de las m últiples provincias del im perio: el pueblo
m usulm án, esencialm ente de lengua y cultura árab es, reunido todavía en co n tin
gentes tribales, vive de una ren ta asegurada p o r la fiscalidad y el botín, m ientras
consagra sus propias energías a la conquista o a la definición intelectual, filosófi
ca, jurídica y política que justifica su poder. E sta sociedad islámica tiene, p o r ta n
to, una resonancia «ateniense» y se basa, ev id en tem en te, en la explotación de las
sociedades conquistadas, anquilosadas en su diversidad e inferioridad radicales.
El sistem a de_pensioaes m anifiesta, en prim er lugar, la superioridad de los
m usulm anes en conjunto, y no sólo de la clase m ilitar; las tribus aparecen regis
tradas en los libros de los tesoreros (divanes) desde cU m ar, sin que se establezca
una relación precisa en tre la pensión recibida y un servicio prestado al ejército.
La pensión (catá3) de los m ilitares, de los veteranos o de los m usulm anes libres
que constituyen el potencial m ovilizable, tiende a sustituir el botín móvil (g am
ma) de la época de las prim eras conquistas, regula los derechos em inentes del
pueblo árabe y evita que se deje arrastra r p or la tentación de entreg arse a la al-
gazúa y a la guerra irregular. El enro lam ien to de los contingentes tribales recuer-
da m ucho, por o tra p arte, los orígenes del Islam ya q u e, d u ran te largo tiem po,
excluyó a los no-conversos q u e, p or o tra p arte, se veían obligados a convertirse
en clientes (m aw áíij si querían integrarse en la sociedad m usulm ana «pura»; in
cluso su participación, activa según ha podido verse, en las expediciones m ilitares
no les daba derecho a soldada sino sólo a unai ppjrte meaoixLel botín.
O tro reparta^ el de la tie rra c o n q u is t^ a , iba a increm entar las d esig u ald ad es
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 33
oro o plata; para o b ten er efectivo el cam pesino se ve, por tan to , obligado a ven
d er inm ediatem ente la cosecha, antes de la recolección, a precios desde luego
inferiores a los que se o b ten d rían unos m eses m ás tard e. Las autoridades locales,
que son responsables del pago de los im puestos y son, al mismo tiem po, grandes
propietarios, se convierten entonces en prestam istas. La usura tiende a dislocar
la estructura igualitaria de la com unidad rural y da lugar a la m ultiplicación de
los vínculos de protección e n tre au to rid ad es locales y cam pesinos em pobrecidos.
T odo ello trae consigo no solo la huida an te los im puestos, sino tam bién la a p a
rición de violentos m otines de los cam pesinos. E stas revueltas van dirigidas en
contra de los especuladores pero tam bién en co n tra de los exiliados qu e han hui
do de los im puestos y a los que se persigue p ara obligarles a volver a la co m u
nidad que se ha visto em pobrecida p o r su huida. ¡No estam os muy lejos de Bi-
zancio!
No hace falta decir qu e, en los niveles superiores del gobierno y de la adm inis
tración, las estructuras que se organizaron en .O ccid en te eran mi calco fiel de los
m odelos que se estaban elab o ran d o en O rien te. A lgunas de ellas aparecen muy
p ro n to , com o el dlw án al-djund, registro en el que figuraban los distintos co n tin
g entes tribales <Jel ejército,con los sueldos que percibían. La fiscalidad se caracte
riza de en trad a por el deseo de organizar un sistem a idéntico al oriental: djizya
o im puesto específico de los co n tribuyentes cristianos, jaradj o im puesto te rrito
rial, diezm o (zakát o cushr) que se exige a los m usulm anes. A p artir del 701, por
ejem plo, vem os cóm o el g o b ern ad o r de Ifriqiyá inscribe sobre las listas de p ercep
ción del jaradj a los R ü m (rom anos) de Ifriqiyá que desean conservar su religión
cristiana. E n al-A ndalus, un célebre tratad o llam ado de T udm ír (T eodom iro) es
firm ado por las autoridad es m usulm anas y p o r un jefe godo de este n om bre, re
sidente en O rihuela. E ste pacto concede a Iqs cristianos del sudeste de la p en ín
sula la conservación de sus bienes y la adquisición del estatu to de d h im m í a cam
bio del pago de una djizya en m etálico y en especie, prácticam ente idéntica a las
que se encuentran en textos orien tales del mism o tipo.
La lejanía podría hab er facilitado abusos o licencias, pero en realidad el co n
trol ejercido por el califato de D am asco sobre los prim eros gobernadores parece
haber sido tan estricto com o lo perm itían las distancias y los m edios técnicos de
la época. No existe duda alguna de que tan to el gobierno del im perio com o las
autoridades locales querían ajustar la organización de las provincias recién co n
quistadas a las norm as islámicas. La crónica latina del 754, llam ada Crónica m o
zárabe, insiste repetidam en te en los esfuerzos realizados p o r los g obernadores de
C órdoba para ajustar a la legalidad la realidad anárquica de la apropiación de las
tierras por los conquistadores. D e esta m an era, el go b ern ad o r al-Samh (719-721)
habría procedido a un nuevo rep arto de los bienes que los árabes tenían «indivi
sos» (indivisum ), es decir, sin que se hubiera procedido previam ente a un rep arto
legal. P or su p arte, el g o b ern ad o r Y ahyá ibn Salám a (725-727) obligó a árabes y
bereberes a restituir a los cristianos indígenas los llam ados «bienes de paz», p ro
bablem ente tierras que les habían sido arreb atad as a pesar de h aber sido garantí-
36 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
zadas por un tratad o de paz (su lh )y pactado en el m om ento de su sum isión. Por
o tra p arte, la mism a crónica contiene m últiples alusiones al establecim iento de
registros fiscales por parte de estos prim eros go b ern ad o res, de varios de los cua
les se dice que efectuaron una descriptio populi, sin d uda con la intención de re
gularizar la percepción del jaradj.
El sistem a m onetario, que constituye un corolario de la fiscalidad, se in tro d u
ce tanto en Á frica com o en al-A ndalus con una notable rapidez. Los tipos im
puestos por la reform a del califa cA bd al-M alik a fines del siglo vil en O rien te
van precedidos por algunas m onedas híbridas latino-árabes. A hora bien, aunque
la existencia misma de estas últim as da testim onio de la conciencia adquirida por
las autoridades de la necesidad de facilitar la transición, la brevedad de su em i
sión (del 703 al 716 en Á frica) m uestra tam bién que se deseaba in stau rar el siste
ma oriental lo antes posible. En al-A ndalus existe, una ru p tu ra co m plata,e inm e
diata con la m oneda visigoda, y las m onedas de transición, latinas o bilingües
im itadas de los m odelos africanos, sólo duran desde el 7Í1 hasta el 717; después
de esta últim a fecha sólo se en cu en tran dinares que se ajustan, en su epigrafía y
m etrología, al tipo fijado por la reform a de cA bd al-M alik. U n problem a que no
está claro, en cam bio, es el de la interrupción de la acuñación de m oneda de o ro
en al-A ndalus a m ediados del siglo vm . En efecto, a p artir del 745, y tras una
interrupción que dura unos 15 años, debida sin duda a la crisis política de m ed ia
dos del siglo v m , las cecas andalusíes sólo acuñarán dirham s conform es a los tipos
acuñados previam ente p or el califato de D am asco, y esta situación d u rará hasta
la proclam ación del califato en C órd o b a en el 929. E n esto, com o en otros rasgos
institucionales, al-A ndalus parece conservar estrictam ente la tradición om eya. Es
posible q ue, al no haber osado asum ir inm ediatam ente el título califal, los sob e
ranos de C órdoba no se creyeran autorizados tam poco a disputar a los cabbásíes
el m onopolio de la acuñación de o ro. P uede pensarse tam bién que el oro era,
entonces, raro en todo el O ccidente, y señalar el sincronism o de la interrupción
de estas acuñaciones en al-A ndalus y en la G alia en el siglo vm . En el M agrib
los idrisíes, sin duda por las mismas razones, únicam ente acuñaron dirham s. En
lo que se refiere a los diñares em itidos p or los aglabíes de Ifríqiyá, p ro bablem ente
sirvieron sobre todo para pagar el trib u to debido al califa, m ientras que la circu
lación interior se debió basar fundam entalm ente en la plata.
La base rural del O rien te Próxim o afectado por la conquista m usulm ana no
debió sin duda transform arse de m anera inm ediata. La preocupación fundam en
tal del conquistador tenía carácter fiscal, según acabam os de ver con detalle: h e
redaba situaciones locales, im puestos bizantinos y sasánidas, y se dirigía a unas
com unidades cam pesinas p ara cobrarlos. A unque la invasión árabe provocara una
cierta sedentarización de las tribus, en Siria, la D jazíra y E gipto, esta instalación
de algunos beduinos (poco más de 150.000 com batientes de Siffin) no pudo ten er
consecuencias im portantes sobre la base rural del im perio. P or o tra p arte, el
atractivo que suponían las ciudades im productivas desorganizó las com unidades
rurales y determ inó una ola de deserciones. La ciudad islám ica, que vive de las
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 37
rentas del suelo y de la fiscalidad y acum ula tan to el prestigio religioso com o el
m ilitar, atrae a la población de los nuevos conversos que se ven rechazados por
la dureza de la fiscalidad cam pesina: en la ciudad escapan al jaradj, que les asim i
la a los súbditos dhim m íes; adqu ieren la libertad y el anonim ato o incluso el p ri
vilegio de verse adm itidos, com o m aw álí, en una tribu.
puede m antenerse más que bajo la form a del w a q f religioso; las obras pías d esti
nadas a los pobres, a las m ezquitas, a los trabajos de interés colectivo (baños,
alhóndigas, canales) son de p eq u eñ a envergadura pero la práctica de fideicom isos
fam iliares encargados de su gestión podría constituir una base tem ible p ara la
constitución de grandes p ropiedades. Pese a ello debe tenerse en cuenta que los
waqfs suelen ser bienes ciudadanos y que el cam po suele no tar poco sus efectos.
En conjunto, el estatu to del cam pesino, qu e ya era hum ilde y se veía am en a
zado en época bizantina o sasánida, se ha d egradado. Se le denom ina raqiq , es
clavizado, térm ino que implica una situación personal desprovista de honor. En
las tierras que tiene en régim en de explotación, propiedades antiguas o ex ten d i
das por el juego de las protecciones, la p arte que corresponde al cam pesino resul
ta de lo más m ediocre: la ap arcería (m usáqá) no le deja, en las tierras fértiles,
más que una cantidad com prendida e n tre la m itad y una cu arta parte de la cose
cha; el contrato de m ujábara, especie de sociedad en la que el pro p ietario , a d e
más de la tierra, proporciona las h erram ien tas, la utilización de su ganado y las
sim ientes, sólo deja al asociado la quinta p arte del grano cosechado; una situación
idéntica se produce en el M agrib, d onde el régim en de los jartimás (‘q u in tero s’)
tiene la mism a estructura. E sta condición social y económ ica tan d egradada no
es, en m odo alguno, universal ni hom ogénea: la llanura tiene ricos y pobres, cam
pesinos sin tierras y vagabundos que apenas se notan. Sin duda hay incluso una
com plem entariedad en tre la gran p ropiedad y la com unidad rural. La prim era
puede absorber y organizar, en las tierras irrigadas, un exceso de población rural
o incluso, cuando la com unidad ha alcanzado sus lím ites ecológicos y no queda
ya tierra que rep artir, ofrecer a los excluidos, los hijos m enores de las fam ilias,
un m edio de trabajo prestándoles los bueyes y las sim ientes.
La sociedad m usulm ana de los conquistadores es, en prim er lugar, una socie
dad de ciudadanos, organizados en cam pam entos m ilitares, fácilm ente moviliza-
bles en las grandes asam bleas tum ultuosas de la oración com unitaria y agrupados
adem ás en torno a esos dos órganos esenciales de la vida de la com unidad arm ada
que son la mezquita_y e l palacio. La sedentarización de los beduinos form a aglo
m eraciones nuevas y poderosas en la d esem bocadura de las grandes rutas carav a
neras seguidas por los ejércitos árab es, así com o a orillas de los grandes ríos de
Iraq y de Egipto: en el 636 se funda Kúfa ju n to a una ruta que lleva de H ira
hasta el centro del Iraq cruzando el E u frates sobre un puen te de barcas; en 638
B asra, en la confluencia del Tigris y el E ufrates; F ustát en 640, ju n to a la fo rta
leza bizantina de B abilonia de E gipto, en el lugar del prim er puen te situado más
arriba del delta. E stas ciudades, los am sár (singular m isr)y m anifiestan la fuerza
y la unidad de los vencedores y carecen de cualquier tipo de fortificación o p ro
tección. B asra no será am urallada y provista de un foso hasta el 771, cuando se
produzca la insurrección de los járidjíes surgidos de en tre los propios beduinos;
estas obras no se d eben, por tan to , a que se sienta ningún tem or a los vencidos.
En estas ciudades se desarrolla un urbanism o original, variado. Su fundam en
to es la estructura tribal que ha presidido la fragm entación en lotes y la d istribu
40 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
racional fundam entada en la astrología, la geom etría y las técnicas propias del
ingeniero. A p artir de este m om ento, todo lo que afecta a la vigilancia y a la
regulación de la vida urbana constituye un asunto público y escapa a las con tin
gencias tribales. A este respecto, todo lo que se sabe de las ciudades de O cciden
te se dirige en el mism o sentido: el de un abandono progresivo del m odelo tribal.
La historia de la wiláyat al-süq (‘control del m ercad o '), función de vigilancia y
de regulación de la vida social y económ ica que resulta fundam ental en la ciudad
hispano-m usulm ana, nos proporciona un buen ejem plo, con la ventaja de afectar
directam ente a la historia económ ica. El cargo aparece con seguridad en las fuen
tes andalusíes a p artir de la llegada al p o d er del segundo em ir om eya de C órdoba,
H ishám I, en el año 787, pero nada p ru eb a que se trate de una estricta novedad.
La función se considera suficientem ente im p o rtan te en la jerarq u ía adm inistrativa
com o para que su titular, de origen orien tal, sea un visir que figuraba en prim era
fila en el registro (diwán) en el que se anotaban las pensiones atribuidas a los
dignatarios del gobierno y de la adm inistración. Se sabe tam bién que, en el 805,
al-H akam 1 hizo ejecutar al sáhib al-süq (funcionario encargado del m ercado),
im plicado en una conjuración, y que, al año siguiente, la gestión de su sucesor
provocó una revuelta popular en la capital. El p rim er m anual de hisba, tratad o
relativo al gobierno del zoco, que conservam os y que constituye el prim ero de
una serie de m anuales jurídico-adm inistrativos o rientales y sobre todo o ccidenta
les del mismo género, es obra de un andalusí, Y ahyá ibn cU m ar, residente en
Ifriqiyá al final del período aglabí, el cual responde a las consultas de los funcio
narios de los m ercados de Súsa y de Q ayraw án siguiendo las doctrinas sobre la
m ateria del propio M alik ibn A nas y de los grandes doctores del malikism o egip
cio, andalusí e ifriqí. E sta o b ra es, por consiguiente, totalm ente representativa
de este m undo m usulm án del siglo vm en el que la falta de una unidad política
práctica entre O rien te y O ccidente y los inevitables m atices regionales no im piden
la elaboración de una civilización com ún a partir de bases idénticas.
L a s DISLOCACIONES Y EL FRACASO
Revueltas y aculturación
El prim ero de estos profetas persas, B ihafarid, provoca un levantam iento del
Jurásán en tre el 746 y el 749, anuncia el fin del décim o m ilenio de la mism a m a
nera que Z o ro astro había anunciado el final del noveno, ap o rta su L ibro, un anti-
C orán en persa, su alquibla (el sol), sus siete oraciones e, incluso, el diezm o;
prohíbe el m atrim onio endogám ico, el culto del fuego y el vino; se o p o n e, por
tan to , de m anera indiscutible al clero zo roastriano e incluso su color, el verde,
es el mismo del Islam . T ras su d e rro ta , es sustituido por un m ovim iento m ás sin
crético, tam bién en el Jurásán hacia 755-756, que logra reunir enorm es m uche
dum bres arm adas. O tros m ovim ientos rivales surgirán más tard e y, en tre ellos,
el de un b atan ero que, hacia 756-768, logrará reunir 300.000 hom bres en unos
días. E stas tendencias hacia el m esianism o sincrético alejan poco a poco a los
rebeldes de toda relación con el Islam al que ya no tratan de im itar. Las desvia
ciones caen en la «exageración»: en 776 un artesano de M arw llam ado M uqannac
provocará una revuelta utilizando el tem a de la encarnación de D ios. Se inspira
en el extrem ism o shicí, pues los apóstoles encarnados son, en efecto, A dán, Set,
N oé, A braham , M oisés, Jesús, M ahom a, cA li, su hijo M uham m ad, AbD Muslim
y, finalm ente, el propio M uqannac; proclam a el derecho a consum ir cerdo y lleva
una m áscara de oro. C onform e a la visión m usulm ana, esta radicalización del m o
vim iento enlaza la especulación filosófica con el m ilitantism o político. A ntes de
su islam ización definitiva, el n oroeste de] Irán será testigo de una nueva revuelta
general, la Jurram iyya, cuya d octrina adm ite la transm igración de las alm as y la
encarnación de los apóstoles. Su jefe, B ábak, hijo de un com erciante de aceite,
subleva al A dharbaydján en el 816 y tam bién una parte del Irán hasta el 827.
B ábak, al constituir en to rn o a sí mism o una especie de E stado y presentarse
com o luchador de la luz contra las tinieblas, obedece al m odelo de M edina que
p retende renovar.
T odas estas revueltas, vanas y confusas, son testim onio de una necesidad y
subrayan las dificultades de una aculturación. D eberíam os, por o tra p arte, añadir
más conflictos: piénsese en las q uerellas «sim plem ente» tribales que oponen a
qaysíes y kalbíes, en los sobresaltos producidos por los partidarios de cAli y en
las protestas arm adas de los járidjíes. E stos últim os defienden, com o es bien sa
bido, el reto rn o a la com unidad de M edina y el rep arto igualitario de ingresos
en tre todos los creyentes. E n principio, los járidjíes son partidarios de la igualdad
de todos ante la ley, sean éstos m usulm anes antiguos o conversos recientes. Por
esta razón sus convicciones deb erían h ab er prom ovido la sublevación de los clien
tes, los m aw áli, cuya nueva fe, m oldeada sobre las estructuras tribales de sus ven
cedores, no había recibido la recom pensa debida por los servicios prestados. No
o bstante, el m ovim iento quedó restringido sólo a los beduinos: su anarquism o
agresivo sigue concediendo excesiva im portancia a su m érito com o pioneros del
Islam . Su táctica de golpes de m ano realizados a caballo sólo puede garantizarles
éxitos efím eros: en tre 684 y 699, am enazan el Iraq, el Fars y el K irm án. A p lasta
dos por el g o bernador al-H adjdjádj, qu e crea la nueva ciudad de W ásit para vigi
lar B asra y K úfa, los járidjíes se dispersan p o r la periferia del im perio, en el Sid-
jistán, y sobre todo po r el M agrib do n d e crean un principado au tónom o en T iaret
en 766.
44 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
La crisis revolucionaria del 750, que term ina con el im perio om eya e inaugura
una era y un régim en nuevos —am bos conceptos aparecen expresados p o r el té r
m ino daw la— confirm a la debilidad del poder y su incapacidad para resolver los
problem as planteados por la conversión masiva de los antiguos dhim m íes. No se
tra ta , no o bstante, de una revolución nacional de los iranios contra los árabes ni
de una revolución de los m aw áli con tra la aristocracia tribal, sino de buscar una
solución islámica al problem a de la H acienda estatal. Si bien el centro de la insu
rrección es, de nuevo, la provincia del Ju rásán , de hecho son árabes y, en p a rti
cular, las tribus que se vieron privadas, hacia el 733, de los sueldos del diw án y
fueron excluidas del ejército, quienes m archan sobre M arw arm adas con garrotes.
Las consignas del m ovim iento no m uestran ninguna hostilidad hacia los árabes e
incluso la población prop iam en te árabe de KOfa será invitada a apoyar y sancio
nar las decisiones de los generales jurásáníes. En ningún m om ento se observa
resto alguno de un program a que p reten d a corregir las desigualdades e injusticias
de las que eran víctimas los m aw áli, sino tan sólo una prom esa de renovación del
E stado. H a surgido sim plem ente un m ensaje revolucionario que se ha recibido
en un terren o favorable y que unifica diversos descontentos, todo ello en m edio
de una atm ósfera vagam ente m ilenarista en la que no faltan los rasgos místicos
característicos de los sectores extrem istas del shi^sm o.
Por o tra p arte, la situación particu lar del Ju rásán explica el éxito que allí tuvo
un m ovim iento revolucionario: arabizado debido a la afluencia de 50.000 familias
de Kúfa y de B asra que constituyen una poderosa fuerza de ocupación, la provin
cia, m arca extrem a del Islam , en contacto con los países iranios todavía in d ep en
dientes o paganos de la T ransoxania y del A fganistán, es aún «tierra de guerra
santa», de botín y de tributo. A b u n d an en ella los conflictos tribales e n tre los de
M udár o qays y los yem eníes y existe una oposición violenta a todo lo que viene
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 45
de Siria, por tan to , a los O m eyas. El p roblem a de los m aw álí sólo se plantea en
térm inos de honor y dignidad; desde cU m ar II están inscritos en los registros de
los contingentes m ilitares y, después del 738, una reform a fiscal ha aligerado sus
cargas. Por el contrario, los árabes, en particu lar los yem eníes, tienen una rev an
cha pendiente con los O m eyas que en 733 les suprim ieron los privilegios de la
soldada, con la excepción de 15.000 fam ilias que se m antuvieron en los registros.
La elección del Jurásán y, en particu lar, de la tribu yem ení de los Juzaca com o
base del m ovim iento revolucionario explica asim ism o el éxito de una propaganda
clandestina y, en últim o térm ino secundaria, la de los cabbásíes, un linaje m edio
cre y de pretensiones tardías. P or o tra p a rte , su parentesco masculino indiscutible
con el P rofeta los sitúa en un plano de igualdad con los descendientes de cA li e
incluso el testam ento de uno de estos últim os, A bú H áshim , en favor del cabbásí
Ibráhim , perm ite que se alíe con ellos una p arte de la opinión shicí. D u ran te casi
20 años los cabbásíes desarrollan un m ovim iento político (en Kúfa con A bú Salá-
ma) y m ilitar (en el Jurásán bajo A bú M uslim ) hostil a los O m eyas, sin especificar
jam ás el nom bre o el linaje del «imám digno» para el que trabajan. Sus adeptos
se limitan a referirse al d eb er y al d erech o a vengar a los m iem bros de la familia
del P rofeta, asesinados por los tiranos om eyas; la ban d era negra y las ropas del
mismo color de sus seguidores constituyen únicam ente una señal de luto y de ven
ganza; se unen tam bién al espíritu niesiánico.
El lugar que ocupan los m aw áli en to d o este asunto aclara la im portancia de
los lazos fam iliares y de adopción espiritual: A bú M uslim , iranio que ha en trad o
com o mawlá en una tribu á rab e de K úfa, ad o p ta el título de «general (amir) de
la familia» y de «representante» del linaje. A d o p tad o por el imám Ibráhim en el
746, recibe de éste una especie de m isión, según la cual, aunque no pueda reivin
dicar el poder para sí m ism o, p u ed e, en cam bio, transm itir su au toridad subdele
gada. E ste es un procedim iento de transm isión que será recu p erad o , más tard e,
por los fatim íes. En K úfa, A bú S alám a, tam bién un liberto, ado p ta un título que
había sido utilizado por M ujtár d u ran te la revuelta del 686, en nom bre del hijo
de cA lt, «auxiliar» (wazir) de la fam ilia, literalm ente «el que lleva el peso de la
carga», una denom inación que im plica, por lo m enos, un parentesco espiritual
—recuérdese que en el C orán A arón es llam ado wazir de M oisés—. E stos herm a
nos espirituales asum en todos los riesgos y se hacen cargo de la propaganda y de
las operaciones m ilitares, p rotegiendo a sus superiores, los príncipes cabbásíes o
descendientes de cA li que se ocultan en una clandestinidad absoluta y que no se
m ostrarán, en m odo alguno, agradecidos: A bú Salám a será ejecutado inm ediata
m ente después de la victoria cabbásí y A bú Muslim en el 754, por o rden del califa
al-M ansúr.
El éxito de la revolución se explica precisam ente p o r la am bigüedad que ro
deó al nom bre del im án, perm itien d o recu p erar toda una serie de revueltas a n te
riores de los partidarios de CA1T, asociarse al m ovim iento teológico de los m ucta-
zilíes, del que hablarem os más ta rd e , y a d o p tar de ellos la idea central de un
«m ando» del bien que se op o n e a una m ala auto rid ad . Al mismo tiem po, p o te n
cia plenam ente la carga de los odios tribales y, en p articular, la oposición de los
yem eníes a la hegem onía qaysí. La revolución es proclam ada ab iertam en te en el
747 y se transm ite m ediante el telégrafo óptico constituido por un sistem a de se
ñales con hogueras en la región de M arw la noche del 25 de ram adán. La decía-
46 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
ración se hace en nom bre del «im ám esperado» y d e rro ta a la dinastía om eya que
se en cuentra debilitada p or todas partes. E n dos años el ejército de los «garrotes»
b arre los contingentes califales de Irán e Iraq y el 28 de noviem bre del 749 se
proclam a a A bú-l-cA bbás en la gran m ezquita de K úfa pese a todo el despecho
que sienten los príncipes sucesores de cA lí. A l año siguiente los m iem bros de la
fam ilia om eya, a los que se ha atraíd o a un en cerro n a en Siria, son asesinados
sin piedad; sólo uno logra huir, tan lejos com o p u ed e, hasta C órdoba. El nuevo
p o d er se instala en Iraq , en A nbár-H áshim iyya, lo que constituye un p rim er signo
de ru p tu ra con los O m eyas, en m edio de una atm ósfera de crueldad y odio tribal
que llega a d esen terrar a los m uertos om eyas con el fin de arrancar a la dinastía
d epuesta cualquier resto que p u diera q u ed ar de grandeza. La revolución cabbásí
m anifiesta, por tan to , una trem en da violencia ideológica pese a ser, en prim er
lugar y de hecho, un simple cam bio de dinastía.
Capítulo 2
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES
El «éxito» del Islam*
M andar
E sta m onarquía afirm a los derechos absolutos del linaje de cA bbás, tío del
Profeta, en virtud de un derech o de antigüedad. R echaza todo im am ism o de
tipo shffi (A bú-l-cA bbás ad o p ta, p o r o tra p arte , el título de «príncipe de los cre
yentes y no el de im án») así com o cualquier transm isión testam en taria de los
herederos de cA lí a los cabbásíes. P arien tes honrados y protegidos p o r la dinas
tía, los h erederos de cA lí y sus prim os los dja'faríes son excluidos en lo sucesivo
de toda legitim idad dinástica y ni siquiera form an p arte de la sh ú ra , el consejo
consultivo que determ in a, a falta de una designación por p arte del califa, quién
es el sucesor «más excelente» en tre los m iem bros de la fam ilia, que ha qued ad o
reducida al linaje de cAbbfis. A bú-l-cA b b ás restau ra una historia interrum pida y
establece un reto rn o absoluto a las fuentes a p artir del m om ento en que se pres
tó ju ram en to al P rofeta. R estau ra tam bién la unidad de la u m m a , suprim iendo
los privilegios del ejército á rab e y estableciendo la igualdad e n tre todos los m u
sulm anes. Proclam a, finalm ente, la responsabilidad y la autorid ad absoluta del
«príncipe de los creyentes» con respecto a la com unidad. Tal com o p uede verse,
la m onarquía islám ica no rom pe con el fundam ento absolutista del régim en de
* La transcripción de los términos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
48 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
que el servicio de correos organiza una red oficial de com unicaciones y de vigilan
cia policial sobre el conjunto del im perio, a la m anera sasánida o rom ana.
E ste sistem a, estable sólo en teo ría, se en co n trab a no obstante som etido a las
fuertes tensiones que agitaban a la fam ilia y a la co rte califal, esto es, fundam en
talm ente, los conflictos sucesorios qu e form an p a rte , de m odo inevitable, de la
estructura mism a del régim en. N inguna sucesión se ve libre de ellos: a la m u erte
de A bú-l-cA bbás al-Saffáh, el tío de al-M ansúr p ru eb a su suerte alegando su d e
recho de m ayor antigüedad; al-M ansúr debe a p a rta r a su prim o, designado por
al-Saffáh, para transm itir el califato a su hijo al-M ahdi. C uando éste ir ' tere, p o
siblem ente asesinado, se rom pe el o rd en sucesorio y al-H ádí obtiene ventaja so
bre su h erm ano H árún. É ste, liberado de la prisión a la m uerte de al-H ád!, trata
de im poner un orden sucesorio en tre al-A m tn y al-Ma^mún. Fracasa y, a su m u er
te, el E stado se ve desgarrado p o r una d u ra guerra civil que estalla en el m o m en
to en que el califa elim ina de la sucesión a su m edio herm ano. A l-M a3m ün, con
el ejército del Jurásán m andado principalm ente p or T áh ir, m archa sobre B agdad
y asedia la ciudad desde agosto del 812 hasta septiem bres del 813, viéndose o bli
gado a vencer la resistencia heroica de la población. Estos conflictos se ven an i
m ados, por o tra p arte, por la com petencia de los secretarios-tutores y p o r las am
biciones de las reinas m adres, cada una de las cuales espera d e rro ta r a sus rivales
del gineceo califal. E sta atm ósfera de intrigas desatadas acaba por afectar el ca
rácter mismo del p o d er califal: al-M ahdi m uere, tal vez asesinado, y se abriga la
m ism a sospecha sobre la m uerte de al-H ádí; al-A m in, por o tra p a rte , m orirá a
m anos de los soldados de T áhir.
¿Q ué sentido tiene?
Los conflictos que surgen en el seno de la familia rep ercu ten , sin duda, en el
am biente de palacio y contribuyen a que el visirato tenga una historia caótica,
interrum pida por trem endas desgracias y confiscaciones desm edidas, hasta el mis
mo fin del gobierno personal de los cabbásíes. La fragilidad de su suerte lleva a
los secretarios a prom over una consolidación d esm esurada de su partid o , a trata r
de enriquecerse sin m edida, y agrava sin cesar el carácter de po d er privado y de
delegación personal y total del m ism o qu e caracteriza al visirato. Los favoritos
reciben títulos significativos y suntuosos («herm ano en Dios» es el apelativo de
Y acqúb ibn D áw úd bajo al-M ahdí) que im plican una integración en el seno de la
familia y enm ascaran la inestabilidad del cargo. Un caso resulta, an te to d o , digno
de m ención: es el de los B arm ekíes, descendientes del superior de un convento
budista de Balj, que gobiernan e n tre 786 y 805, a p artir de Y ahyá, tu to r de H árún
al-R ashíd, gracias al cual este últim o alcanzará el p oder. La ex traordinaria buena
suerte de esta fam ilia, dada la duración y am plitud que alcanzaron sus poderes,
perm itió una política a largo plazo cuyos frutos fueron: reconciliación con los p a r
tidarios de cA li, reclutam iento de un nuevo ejército en el Jurásán e im posición
de la paz a Bizancio. Se produce una v erd ad era división del trabajo político que
asocia el visirato, todopo d ero so en B agdad, con el califato, dedicado de m anera
exclusiva a la guerra santa o djihád. El peso fiscal de esta política d ará lugar, en
el 803, a la caída y ejecución de los B arm ekíes.
50 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
E n efecto, los m iem bros de la fam ilia se ven afectados por la duda sobre la
legitim idad de su p oder, lo que constituye una seria am enaza para el futuro de
la dinastía. Los descendientes de cAlf han intensificado su propaganda y afinado
su argum entación. Se jactan siem pre de su genealogía pura en la que no aparece
ningún m atrim onio desigual: insisten en su ascendencia m aterna irreprochable,
com o hijos de m ujeres nobles, m ientras que los califas eran hijos de concubinas
esclavas, y pronto argum entan que descienden de F átim a, todo ello a pesar de
que el m odelo genealógico habitual en tre los árabes es exclusivam ente patrilineal.
Pero sobre todo apelan, en círculos restringidos, a las nuevas ideas que están en
el am biente: m esianism o apocalíptico que anuncia la próxim a llegada del M a h d t,
el «bien guiado», el «señor del tiem po» encargado de establecer una era de ju sti
cia, función casi sobrenatural del im ám , do tad o de ciencia y virtud y p uente con
lo divino. E stas convicciones integran los antiguos tem as de los extrem istas shicíes
y están de acuerdo con la cosm ología neoplatónica que acaban de descubrir los
sabios árabes. A ellas resp o n d erán los cabbásíes con una táctica im itativa de esca
so alcance: el hijo de al-M ansúr, que se llam aba ya M uham m ad ibn cA bd A lláh,
precisam ente el nom bre que la tradición religiosa atribuye al M ahdi salvador, lle
ga a ad o p tar el título califal de al-M ahdi; al-M a3m ún se autodenom inará im ám e
incluso jalífat A llá h , «vicario de Dios», l odo ello presagia una ex traordinaria in
flación de los títulos califales, cada vez más cargados de significado religioso: ex
presan, en una lengua todavía fresca, la elección, la fortu n a o la victoria que D ios
ofrece a su protegido. E stas fórm ulas no están aún estereo tip ad as pero constitu
yen un sim ple recurso para cubrir las apariencias y los mismos califas se ven afec
tados por el sentim iento de superioridad de los descendientes de cAlí: en tre 816
y 818 al-M a3mün decide transm itir el califato a CA1! al-R idá, perteneciente a la
familia de cA lí y, para ello, lo convierte en su yerno y lo nom bra h ered ero suyo.
E ste sueño de reconciliación fracasa debido a la oposición arm ada de B agdad y
el im ám m uere probablem ente envenenado:
T ras este fracaso, al-M uctasim y su hijo al-W athiq realizarán, en tre 827 y 847,
una últim a tentativa de dar un sentido a la m onarquía islámica: se trata de im po
ner una ideología com ún, la del m uctazilism o, al im perio m usulm án. En 827 al-
Ma^mún adopta el dogm a del «C orán creado». E n 833 em pieza la m ihna o inqui
sición, cuyas investigaciones lleva a cabo el jefe de la policía de B agdad, bajo la
autoridad del gran cadí, y los g obernadores de las provincias, los cuales ap artan
del servicio de la dinastía a todos los adversarios ideológicos del pensam iento
m uctazilí, a los dualistas iranios y a los negadores de la unidad divina (d en o m in a
dos, am bos, zindiqs), a los antropom orfistas que adm itían la realidad de los a tri
butos divinos y la visión de D ios en el paraíso, y a los que negaban la libertad
hum ana. La represión alcanza a los doctores los cuales son interrogados por la
autoridad e incluso por el propio califa, viéndose conm inados a la aceptación de
los dogm as m uctazilíes. La m ayoría se som eten, de form a más o m enos sincera,
pero surge una resistencia e n tre los tradicionistas, agrupados en torno a la figura
de A hm ad ibn H anbal, que fue interrogado y encarcelado dos veces. A lgunas
víctim as proporcionan m ártires a la propaganda hanbalí y la inquisición será
abandonada de m anera brutal a principios del rein ad o de al-M utaw akkil. El gran
cadí Ibn A bi D u3ád es destituido en 825 y el califa se resigna a con d en ar, por
rescripto, todo estudio de teología dogm ática (kalám ). E ste fracaso, si bien no
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 51
LOS 'ABBASÍES
al-'Abbis
I
■ ■■ ■ — ■ i
1 al-Mansúf
754-775
Abú-l-'Abbáa al-Saffáh
750-754 al-Mahdl
775-785
al-Muhtad! al Mu cladid
869-870 802-902
al-MuqtacMr al Oáhir
al Muktafl 932-934
902-908 908 932
I
al-Muatakfl al-RAdl al-Muttaqf al-Mutr
944-946 934-940 940-944 946-974
I I
alOádlr
991-1031 al-Ti'P
I 974-991
alQátm
1031-1075
relaciones de pura fuerza, disfrazadas de m anera hipócrita con pom posos títulos
califales, contribuye a crear corrien tes contradictorias en la opinión pública, re
fuerza el shi^sm o m ilenarista que predica la esperanza en un reino de justicia y,
finalm ente, favorece a los doctores o ulem as (culam áy) que están decididos a h a
blar en nom bre de la C om unidad y a oponerse a los abusos de los m ilitares. Tal
vez sea el O ccidente islám ico, en el que se está o p eran d o un cam bio m oral y
político profundo y durad ero , el que les ofrezca un ejem plo.
La evolución política de la p arte occidental del inm enso im perio m usulm án
presenta, en efecto, ciertas características particulares. A l-A ndalus y el M agrib
occidental y central a partir de la crisis de m ediados del siglo viii, así com o Ifrlqyá
después del 800, se organizan en estados independientes que prescinden, en la
práctica, de la autoridad del califato oriental. Si bien la aparición de los em iratos
de T ah ert y de Fez se deb e, en buena p arte, al hecho étnico b ereb er, la constitu
ción de los de C órdoba y Q ayraw án no revela ningún particularism o local indíge
na. T odo sucede en función de una aristocracia dirigente de origen oriental que
encuen tra apoyos o resistencias en los m edios tribales árabes o bereberes. Por
otra p arte, incluso en los estados «bereberes» de T ah ert y de Fez, las dinastías
son, respectivam ente, irania y árabe. T am bién eran árabes, o al m enos p re te n
dían serlo, los pequeños em ires del principado sálihí de N ákúr. Sólo en las fro n
teras aún inciertas de este Islam occidental podem os en co n trar jefes políticos,
más o m enos independientes, de origen indígena: es el caso de los m idraríes b e
reberes de Sidjilmasa o de los «señores» m uladíes (m uw allads) del valle del E b ro .
P or consiguiente, en el orden político, procede de O rien te todo lo que dom ina
la segm entación tribal y la disgregación local, si bien hay que inten tar m edir, en
prim er lugar, la influencia árab e y o riental en los com ienzos de estos estados m u
sulm anes del O ccidente m ed iterrán eo .
rream os con los otros». E stos bereb eres explican, asim ism o, que son gobernados
p or las asam bleas (djam áca ) y que p ara resolver sus litigios recurren al arbitraje
«de las personas que han adqu irid o algunos conocim ientos y de los m aestros de
escuela». Precisan, finalm ente, que no están som etidos a ningún E stad o y que
entregan directam ente a los pobres la lim osna del diezm o que exige la norm a
islámica.
U na síntesis de esta índole e n tre las exigencias m usulm anas y los m odos de
organización tradicional de la sociedad tribal debió realizarse en una buena p arte
del M agrib, en particular en toda la zona járidjí, en la que las tribus sólo estaban
som etidas a la suprem acía lejana y vaga del im án de T ah e rt, com o es el caso de
los NafQsa del sur de Ifriqiyá, los cuales, según al-Y acqúbí, no pagaban el im pues
to territorial a ningún gobierno. El m ism o au to r precisa que en su tiem po (fines
del siglo ix) los nafQsa no hablaban árabe. El m antenim iento de las estructuras
sociales indígenas debió favorecer, en la m ayoría de los casos, la conservación
del b ereb er com o lengua co rrien te. P ero debe tenerse en cuenta que, de m anera
p aralela, estas tribus b ereb eres se islam izaron sin reservas y acep taro n , asim ism o,
el árabe com o lengua de cu ltu ra, con todo lo que ello podía im plicar en lo rela
tivo a la modificación progresiva de los ideales sociales, de las m entalidades y de
los com portam ientos cuando no se m o straban conform es con los que transm itía
la nueva lengua «oficial». P uede en trev erse, por ejem plo, un nivel de arabización
bastante elevado en tre los kutám a de la pequeña K abilia cuando, hacia el año
900, los m isioneros fatim íes acudieron, p ara difundir el shicísm o, a esta región
rural situada en las fronteras del em irato aglabí que se había m antenido, no obs
tan te, prácticam ente indep en d ien te del p o d er de Q ayraw án en el m arco de una
organización tribal bien conservada. Y si bien, p or una p arte, a los kutám a les
repugna la idea de acep tar la au to rid ad política y las obligaciones fiscales que
tratan de im ponerles los rep resen tan tes del E stado aglabí establecidos en las ciu
dades situadas al pie de sus m ontañas, el éxito de los fatim íes revela, por otra
p arte, la existencia en tre ellos de una fascinación por el O rien te al que consideran
com o la fuente de todo conocim iento. E sta concepción tuvo necesariam ente que
favorecer la penetración de la lengua árab e y de los ideales sociales que tran s
m itía.
Lo que acabam os de decir acerca de las tribus b ereb eres del M agrib resulta
tam bién evidentem ente cierto , a fo rtio ri, en el caso de las que se trasladaron a
al-A ndalus en el m om ento de la conquista de la península a principios del siglo
viii. El m edio tribal b ereb er andalusí no tenía, sin du d a, la im portancia ni la so
lidez del del M agrib pero los textos no dejan duda alguna acerca de su existencia.
N um erosas regiones de al-A ndalus, com o las m ontañas andaluzas, zonas del G u a
diana y del T ajo (D ja w f o región de M érida y M arca Inferior), la Sierra M orena
( Fahs al-Ballüt), el n orte del G arb (cen tro del actual Portugal), las zonas m o n ta
ñosas situadas en tre T oledo y la región valenciana (S antaver), así com o buena
p arte de la mism a región levantina (Sharq al-A ndalus), habían recibido una im
po rtan te aportación étnica b ereb er de la que quedan restos en la toponim ia ac
tual: M estanza, en las m ontañas situadas al n o rte de C ó rdoba; M equinenza, en
la región de T ortosa; C ehegín, en la provincia de M urcia, y los diversos A d zaneta
de la región valenciana, que d an , todavía hoy, testim onio de la im plantación de
grupos tribales coherentes de bereb eres M istasa, M iknása, Sinhádja (al-Sinhádji-
56 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
y yin) y Z an áta. E jem plos de la misma índole pued en m ultiplicarse sin dificultad.
C iudades o distritos rurales de la M arca Inferior, del L evante y de las m ontañas
andaluzas llevaban nom bres de otras tribus com o los nafúsa, los m agíla, los lam a-
ya, cuya instalación debió producirse, con frecuencia, a través de una ocupación
de hecho de los territorios que habían conquistado, legalizada a continuación, en
la m edida de lo posible, por los rep resen tan tes del po d er. A sí, el jurista ifriqí de
fines del siglo x, al-D áw údi, en la p arte de su Kitáb al-amwál (trata d o sobre el
régim en de las propiedades territo riales), relativa al occidente m usulm án, se hace
eco de tradiciones relativas a la ocupación de H ispania d u ran te la cual cada grupo
de conquistadores -re c u é rd e s e que los ejércitos estaban organizados sobre una
base tr ib a l- se había apo d erad o de las tierras a su alcance sin que, en un princi
pio, se hubiera realizado un rep arto legal. C onsecuencia de este hecho fue q u e
las transform aciones, sobre todo de o rden económ ico, siguieron a la ocupación
del suelo m ás lentam ente en O ccidente que en O rien te donde las reform as legales
pusieron en m archa un proceso de cam bios agrarios que fue d u rad ero y rápido.
P r o d u c ir
La reform a fiscal, tardía e in d ependiente del cam bio político producido por
la revolución cabbásí, sólo afecta al Iraq central, al Sawád de B agdad, que cons
tituye el núcleo del im perio califal. R esponde al deseo de acabar con el e m p o b re
cim iento del T esoro y con el abandono de las tierras. D efendida p o r A bü Y úsuf
en su L ibro sobre el im puesto territorial presen tad o a H árú n al-R ashid, había sido
puesta en práctica por sus predecesores bajo el califato de al-M ahdi. D icha refo r
ma em pieza por constatar que los cam pos del Iraq están siendo abandonados y
que este hecho aum enta la carga im positiva sobre los cam pesinos que p e rm an e
cen en su com unidad; señala asimismo la existencia de conflictos sociales avivados
por la necesidad de pagar en m etálico en un m om ento en que la cosecha no se
ha realizado todavía. Los juristas del califa observan asimismo que la im posición
de las parcelas abandonadas, que recae sobre la com unidad, quita a los cam pesi
nos los m edios financieros necesarios para valorar las tierras desiertas. Por consi
guiente, a petición de las com unidades cam pesinas del Saw ád, el gobierno del
califa decidió volver al rep arto de las cosechas.
E ste rep arto , la m uqásam a, se efectúa en los cam pos. No se tra ta, no o b stan
te, de un im puesto en especie: sólo se calcula la base tributaria en el m om ento
en el que se m iden las cantidades cosechadas de m anera efectiva y entonces se
exige al cam pesino el valor de la p arte corresp o n d ien te al príncipe que debe p a
garse en m etálico. ¿Los recaudadores de im puestos calculaban este valor en fun
ción de un precio ideal, tras corregir las variaciones, o de acuerdo con el precio
real del m ercado? P robablem ente haya qu e acep tar la prim era hipótesis ya que
los teóricos del derecho islámico tem ían la irregularidad del precio del m ercado,
que sólo pertenece a D ios y que hacía sospechosas las ganancias ilícitas a las que
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 57
pudiera dar lugar. N o o b stan te, el rep a rto resultaba m ucho más duro que la im
posición por unidad cadastral: la diferencia, no tab le, es de uno a tres e implica
un considerable endurecim iento del im puesto unitario. La necesidad de una venta
rápida de las cosechas p ara pagar los im puestos no contribuía precisam ente a ali
gerar las cargas fiscales y, p o r o tra p a rte , perm itía que surgiera la som bra de la
especulación, de la com pra del grano a precio de m onopolio por los banqueros
que acom pañaban a los recau d ad o res de im puestos y, finalm ente, de la usura. El
hecho de que los propios cam pesinos h ubieran deseado esta reform a da cuenta
de hasta qué punto resultaba ap lastan te el peso de las tierras abandonadas y de
los im puestos correspondientes.
E sta vuelta al rep arto de las cosechas va acom pañada p or una política fiscal
consciente destinada a favorecer el desarrollo agrícola y, especialm ente, p or una
auténtica revolución en los cultivos. La supresión de los im puestos sobre las tie
rras no cultivadas m ueve a las com unidades y a los individuos a am pliar los p e rí
m etros cultivados. Se acom paña tam bién por una política de restauración: se co n
ceden las tierras «m uertas» a los que las trabajan de nuevo. H ay más: la desgra-
vación sistem ática de las tierras irrigadas tiene en cuenta los costos de la irriga
ción. En tierra de jarad j, el E stado exige el 40 por 100 del trigo y de la cebada
obtenidos en cultivos no irrigados y sólo el 30 p or 100 de los que se o b tienen en
los regadíos; grava el 33 p o r 100 de la cosecha de las viñas, de los forrajes (trébol
y alfalfa) y de los restantes cultivos o btenidos en regadío en las huertas; finalm en
te sólo grava el 25 por 100 de los cultivos «de verano» (com o las legum bres, san
días, sésam o, colocasia, b erenjenas y tam bién algodón y caña de azúcar). E n tie
rra som etida al diezm o esta política es aún más clara: 10 p o r 100 para los granos
regados «de m anera natural» (sin intervención de m áquinas, p or lluvia, crecida
o regadío por gravedad), 5 por 100 p ara los granos regados con ayuda de m áqui
nas costosas, 10 por 100 de nuevo para los frutos secos, legum bres secas, fibras
textiles y cereales secundarios (m ijo, arroz, sésam o), pero exención del im puesto
para las hortalizas y los forrajes. Se tra ta , a la vez, de cultivos veraniegos (m elón,
calabaza, beren jen a), de cultivos que se desarrollan bajo el suelo (pepino, za
nahoria, espinaca, m elón de prim avera) y de forrajes cuyo interés para el suelo
había sido reconocido por los agrónom os (fijan el nitrógeno, sirven de abono v er
de o de alim entación para el ganado, dejan libres los terren o s de pasto y sum inis
tran estiércol).
Pueden com probarse los objetivos económ icos precoces de esta reform a com
pleja: el coeficiente decreciente del im puesto en relación a la productividad del
suelo incita a la valoración y al d esarrollo del mism o sin qu e, por ello, el E stado
pierda ingresos ya que éstos se recuperan gracias a las cantidades cosechadas que
son superiores a lo previsto. El E stad o , por o tra p arte, se hace cargo de la cons
trucción o excavación de los canales de irrigación. La reform a favorece la a d o p
ción de especies nuevas, la renovación de las cualidades productivas del suelo y
la m ultiplicación de cosechas a lo largo del año (cultivos su b terrán eo s y cultivos
veraniegos). A dem ás, la desgravación afecta a los productos que resultan más fá
cilm ente com ercializables en los m ercados ciudadanos: el trigo duro de verano
irrigado que perm ite fabricar pastas alim enticias, el arroz cuya progresión en el
m undo m usulm án no ofrece dudas, las frutas y hortalizas cuyo consum o se ve
favorecido por las m odas culinarias codificadas en los libros cabbásíes de recetas
58 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
(carnes condim entadas con especies, frutos secos o plantas arom áticas, carnes con
alm endras, pistachos o granadas, arroz y carne azucarados y con leche agria, car
ne con hortalizas, puerros, cebollas, guisantes y berenjenas).
N o hay que disim ular que, a pesar de algunos relanzam ientos indiscutibles de
una econom ía alim entaria que, sobre todo en O rie n te , había sufrido una n otable
inseguridad d u ran te m ás de dos siglos, la situación de las poblaciones rurales se
m antuvo en el nivel m ediocre del que hem os hablado al referirnos a la época
om eya: el explotador suele ser un peq u eñ o p ropietario o un aparcero, m enos fre
cuentem en te un esclavo, que se en cu en tra dom inado, a la vez, por el rico p ro p ie
tario que le protege y p o r las exigencias de la ciudad vecina. E sta últim a, com o
en la A ntigüedad , desem peña un papel fundam ental. N o o b stan te, antes de con
siderarlo, conviene echar un vistazo hacia el O este.
M ás desórdenes en el Oeste
com unidad m usulm ana, ejerce.u n a especie j l e prop ied ad em inente sobre el suelo
y los titulares de concesiones convertidas en explotaciones agrícolas que tal vez
110 cultiven personalm ente (au n q u e en algunos casos c ab e 'su p o n e r que lo hicie
ron) p ero que son asim ilables a colonos m ilitares y no a grandes propietarios de
tierras. El p oder, por ejem plo, q uiere im poner talas obligatorias de árboles, por
necesidades de la flota* a los colonos sicilianos. P ero éstos rehúsan argum entando
que sólo están obligados al servicio de g u erra, al djihád. E l p o d er inten ta im po
nerles su voluntad) ftor la fuerza, p ero sólo consigue que abandonen las tierras.
D el mism o m odo unos bereb eres andalusíes ven cóm o se les im pugna una iqtác,
resisten por las arm as y, finalm ente, son expulsados. En todo ello interesa m enos
el resultado de estos conflictos que la relación de fuerzas que revelan en tre el
poder y ciertos grupos de p oseedores del suelo capaces de rehusar un cierto nivel
de exigencias estatales llegando, en caso de necesidad, a o ponerse por la fuerza.
E ste nivel jte . exigencias estatales, en .principio lim itado p o r el juism o derecho
m usulm án y que no podía, de m odo verosím il, elevarse al infinito, dada la omni-
presencia de los juristas, variaba sin duda en función de la capacidad de resisten
cia de los distintos grupos. Si bien los dhim m íes, a los que se había dejado la
posesión de sus tierras, no podían op o n erse en gran m edida a la percepción de
un jaradj elevado, no sucedía lo m ism o con los soldados conquistadores que se
habían establecido en iqtá's, ni con las tribus bereb eres islam izadas del M agrib,
provistas de fuertes estructuras tribales o m unicipales. Sin necesidad de hablar
de las tribus járidjíes independientes del em irato de T ah ert o de las del M agrib
occidental, sabem os que, en el in terio r mism o del E stad o aglabí, se había co n ser
vado una organización tribal en m uchos lugares relativam ente alejados de las re
giones costeras. A sí, cerca de B ádja, al-Y acqúbi señala la existencia de un te rrito
rio ocupado po r los bereb eres w azdadja, «de hum or indep en d ien te, que rehúsan
toda obediencia al príncipe aglabí». Los señores árabes autónom os de Setif y de
B alazm a se enorgullecían de h ab er acabado con los kutám a y de haberles «redu
cido a un verdadero estado de servidum bre y vasallaje» porque habían logrado
im ponerles, de m anera tem p o ral, el pago de los im puestos coránicos m ientras que
estos bereberes p retend ían , por su p a rte , satisfacerlos entregando d irectam ente
la cantidad correspondiente a los pobres bajo form a de lim osna. Puede verse que
los kutám a elevaban en gran m anera el nivel de su resistencia a las exigencias
estatales ya que de hecho rehusaban cualquier tipo de fiscalidad.
E stos hechos no afectan sólo al M agrib. E n Sicilia y en al-A ndalus grandes
partes del territo rio conquistado habían sido concedidas a los grupos de conquis
tadores, algunos de los cuales, a la m anera de los kutám a de la Pequeña K abilia,
aprovechaban el alejam iento o la debilidad del poder y se sustraían tam bién a
toda obligación fiscal: éste es el caso, siem pre según al-Y acqúbí, de las tribus b e
reberes establecidas en la región valenciana que no reconocían la au toridad de
los O m eyas cordobeses. E n el m om ento de la gran crisis de fines del siglo ix, la
territo rio andalusí..escapa a la au to rid ad de Jos em ires. Pese a
ello no parece q ue las poblaciones hayan caído, de m anera general, bajo la férula
de feudalism os .locales,que las hayan o p rim id o ^ p or tocias partes se las ve resis
tiendo CQn las arm as a todos los inten to s de restablecim iento J e la au to rid ad de
J qs em ires, en castillos que se en cu en tran p o r todo el país y que son refugios
situados en lugares elevados o auténticos pueblos fortificados en lugar de castillos
60 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
el suelo por bina para evitar la evaporación, p re p a ra r un suelo nivelado con una
ligera pendiente para rep artir ad ecu ad am en te el agua, escalonar los trabajos n e
cesarios para «rom per» la tierra - t r a s las prim eras lluvias— y hacer circular el
aire en prim avera y, finalm ente, o frecer los surcos al sol. T oda la ciencia geopó-
nica de la A ntigüedad, la de los rom anos y griegos (V arró n , C olum ela, traducido
al árab e en el siglo ix, el bizantino C asiano B aso, a u to r de la A gricultura de los
rom anos, y el pseudo-C onstantino V II) y tam bién la de los persas (Q ustús ibn
A skuraskína), apoyada en la cosm ología aristotélica, en una observación aten ta
e incluso en la experiencia, se difunde a través de una literatu ra agronóm ica cuyas
m anifestaciones en al-A ndalus han sido estudiadas recientem ente y e n tre las que
se cuentan: procedim ientos p ara ab o n ar y e n te rra r pajas y cenizas, práctica del
barbecho labrado con cultivo su b terrán eo del n ab o , m ultiplicación de los pro ced i
m ientos de arad o , encierro móvil de los anim ales sobre el barbecho m uerto (para
evitar el exceso de estiércol), rotación generalizada de los pastos n aturales y de
los cultivos, que evita el endurecim iento de los suelos pisoteados. Se trata de un
saber verificado y vivificado por la experiencia, cuyo lugar favorito es, sin duda,
el jardín de las cortes de los príncipes, y que se difunde a través del libro, que
unifica las técnicas, las registra de acuerdo con el m étodo de los tradicionistas
(m axim izar la cantidad de inform aciones, falta de certeza absoluta) y las critica
por un m étodo experim ental.
La actitud de innovación audaz y de investigación que se tran sp aren ta en el
trabajo de los agrónom os ayuda a co m p ren d er el éxito que o btiene la revolución
de los cultivos: los new crops que se introducen o seleccionan en los centros h o r
tícolas de Irán, Siria y E gipto se difundirán muy ráp idam ente en todo el conjunto
del D ar al-Islám . E ste enriquecim iento del patrim onio floral form a parte de un
am plio m ovim iento plurisecular que tiende a asim ilar, en el M ed iterrán eo , las
plantas subtropicales que habían sido ignoradas en la A ntigüedad. E stos nuevos
productos son, en prim er lugar, plantas de estación corta: la espinaca, que es la
verdura de Isfahán (isfánáj), la colocasia, la b eren jen a, tam bién de origen iranio
y que conserva en todas p artes su nom bre persa (bádindján) apenas transform ado
(melenzana, m elinjano, etc). E stas plantas perm iten un cultivo su b terrán eo siem
pre y cuando se abone y labre bien la tierra. A ún m ás im portante resulta la in tro
ducción de los cultivos de verano (arro z, algodón, m elón, sorgo, trigo d u ro , caña
de azúcar) que ofrecen, en las m ism as condiciones, la posibilidad de conseguir
una segunda cosecha de veran o , algo que an tes se ignoraba p o r com pleto. Los
agricultores —sobre todo arboricultores y h o rticu lto res— del M ed iterrán eo a d o p
tan asimismo otras plantas: nuevos árboles frutales, lim oneros, naranjos, p latan e
ras, cocoteros y m angos, plantas de las que se o b tienen tintes com o la aleña y el
índigo, plantas con raíces verticales com o el nab o , destinadas asim ism o a producir
cosechas subterráneas. Su difusión resulta precoz y vasta: la Sicilia árab e conoce
rá, en el siglo xi, cultivos especiales de algodón, aleña e índigo, «cañas persas»,
la producción de azúcar refinado, tal vez las platan eras, con toda seguridad las
palm eras datileras y, asim ism o, la m orera que se m ultiplica, de form a paralela,
en el m undo bizantino para el cultivo del gusano de seda.
El calendario agrícola que redacta al-M aqrizi para E gipto m uestra la im por
tancia de los nuevos cultivos: la crecida del N ilo, que em pieza en junio, en el
mes copto de a b ib , y alcanza su p lenitud en tüt (septiem bre), va seguida inm edia
62 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
tam ente por la siem bra de los cereales, trigo y ceb ad a, que se cosecharán en
abril, hortalizas que m adurarán en noviem bre, garbanzos, lentejas, lino y trébol,
cuyas cosechas se escalonarán desde abril hasta junio e irán seguidas del cobro
del prim er plazo del im puesto territorial establecido en función del catastro levan
tado en septiem bre sobre las superficies inundadas. E n m arzo y abril, sobre las
superficies regadas con las m áquinas que ex traen agua del Nilo y de los canales
contiguos —sobre todo en el delta, en el que se reciben las aguas acum uladas,
d u ran te la crecida, en la reserva n atural del lago Q árú n , en Fayyúm , regularizada
p or esclusas antiguas— se siem bra el arroz cosechado en o ctubre, la colocasia,
las berenjenas, los pepinos, el m elón, el sésam o, las espinacas, la lúbiyá (alubia
o judía de la A ntigüedad) y el índigo, sem brado en m ayo y cuyo período de cre
cim iento dura 100 días. Las cosechas de los cultivos de verano (sayfi) coinciden
con la recolección de frutas, cerezas, higos, m elocotones, peras, plátanos, lim o
nes y uvas, así com o con el pago del segundo plazo del im puesto catastral.
E stas nuevas plantas se encuentran estrech am en te asociadas a la política de
desarrollo por intensificación y valoración de las tierras: la caña de azúcar, la co
locasia y el cocotero m ejoran las tierras salobres y absorben el exceso de salini
dad, m ientras que el algodón enriquece las tierras de m ala calidad. E n conjunto
los árboles frutales, legum bres, hortalizas y plantas industriales implican un m er
cado urbano rico, suficientem ente provisto de granos y productos agrícolas de p ri
m era necesidad, así com o una cocina d esarrollada y refinada. C oncuerdan con el
desarrollo urbano de la época y contribuyen a diversificar y m ejorar cualitativa
m ente la alim entación. E stas plantas subtropicales necesitan m ucha agua así
com o m ucho laboreo y grandes cantidades de ab o n o ; co ncentran, por tan to , el
esfuerzo de desarrollo, irrigación e innovación agrícola en los suburbios bien re
gados de las grandes ciudades, m ientras que el dry fa rm in g , realizado p o r o tra
parte de m anera muy sabia, se hace cargo de la alim entación de base.
La revolución en los cultivos se basa, en los regadíos, en la aportación de agua
y abono. La crecida y la irrigación p o r gravedad no resultan suficientes y todo el
esfuerzo de innovación p reten d e alargar el p eríodo de regadío utilizando m áqui
nas y canalizaciones, así com o renovar las cualidades productivas del suelo. Si
bien el abono anim al no sufre grandes transform aciones, el conocim iento em p íri
co de la aportación de nitrógeno que traen consigo las legum inosas (habas, len te
jas, altram uces, garbanzos, bejines) y de las plantas forrajeras verdes (alfalfa, gui
sante gris, trébol de A lejandría), que se utilizan tam bién com o abono (si se las
en tierra en su estado natural o bajo form a de abonos com puestos o cenizas), se
asocia con la m ultiplicación de las form as de uso de la azada y del arado con el
fin de favorecer la penetración del agua, m ullir la tierra y elim inar las plantas
parásitas. El deseo de crear cortezas superficiales duras favorece la adopción de
plantas de raíz vertical de las que se conocen bien sus efectos m ullientes, así com o
de abonos com puestos por pajas y cenizas, en p articular las que se o btienen en
las calderas de los baños. U na observación in teresan te preconiza la elección de
legum inosas de raíz corta, que fertilizan las capas superficiales y son esenciales
para el crecim iento de los cereales. O tra preocupación clara es la de ap o rtar al
suelo elem entos «cálidos» —en p articular el abono de ave y la muy cotizada p a
lom ina— pero, por razones evidentes, se descarta el abono de cerdo y el abono
hum ano.
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 63
En conjunto, la reform a fiscal —lim itada a Iraq y esencial para las finanzas
califales— se encuentra estrech am en te ligada con la revolución agrícola —que
p uede com pararse a la del siglo x v m en In g la te rra — y sus objetivos económ icos
com unes constituyen, en cierto m odo, una prem onición de las reflexiones de los
fisiócratas, pues p retend en intensificar la producción y, gracias a ello, lograr que
las sociedades cam pesinas no resulten aplastadas por una fiscálidad muy d ura y,
al mismo tiem po, alim entar a las num erosas m etrópolis, muy pobladas y grandes
consum idoras. Se trata de reform as m uy ligadas a la existencia del m ercado libre
ciudadano y, de alguna m an era, evitan la necesidad de una anona y de la distri
bución autoritaria de los excedentes. P ero esta agricultura cabbásí, que perm ite
una siem bra con rendim ientos m uy elevados, increíbles p ara el historiador de la
E dad M edia O ccidental (en E gipto se o b tien e una m edia de 10 granos cosechados
por cada grano sem brado llegando a alcanzarse máxim as com prendidas e n tre 20
y 30 granos por grano sem brado; en la Sicilia m edieval, que hered a los m étodos
de cultivo árabes, se obtienen m edias de 8 y máxim as que llegan a 20 y 22), así
com o rendim ientos tam bién elevados p o r superficie sem brada (de 2 a 20 irdabbs
de trigo por fa d d á n , o sea, e n tre 3,6 y 36 hl p or ha, una m edia de 18 hl), es una
agricultura frágil que requiere un control constante del agua en las zonas de reg a
dío y, siem pre, abundancia de abono. R esulta, p o r ello, sensible a las destruccio
nes repetidas de canales y ganado. No o b stan te, debe rechazarse la visión «asiá
tica» de una sociedad hidráulica: E gipto, Iraq y el Ju rásán disponen de sistem as
regionales de irrigación, al nivel del nom o, de la com arca y del distrito, que sólo
pueden ser destruidos com o consecuencia de la repetición de catástrofes. P or el
contrario , esta agricultura se ve escasam ente afectada p or los desplazam ientos de
población y por el aband o n o de los em plazam ientos de los pueblos. En un m undo
am pliam ente inexplotado y en el que hay una inm ensa reserva de tierras, el capi
tal más precioso está constituido p or la técnica y por el control del agua.
T r iu n f o d e l a c iu d a d m u s u l m a n a
Plano de Bagdad
navios por el É ufrates desde D iyár M udar, R aq q a, Siria, las m arcas del A sia M e
n or, E gipto y el M agrib. E sta ciudad se en co n trará tam bién sobre las rutas de
las poblaciones del D jibál, Isfáhán y de las provincias del Jurásán». A ñadam os a
este program a, preocupado por el abastecim iento de la futura capital, la fertilidad
del Sawád y de la llanura situada al pie del Z agros.
Capitales colosales
El em plazam iento elegido en el año 758 ofrecía, p ara un cam pam ento m ilitar
y residencia de la dinastía revolucionaria, una serie de baluartes naturales: unos
canales antiguos, el Sarát y el N ahr cÍsá, que form an una «isla» en tre los dos
grandes ríos. Por otra parte tenía un gran inconveniente: la zona en la que se
fundó la ciudad redonda em erge apenas unas cuantas decenas de centím etros so
bre las elevadas aguas del Tigris y las fuertes crecidas del río socavarán los p ala
cios construidos con ladrillo crudo. Sólo el b arrio de Karj (en aram eo ‘la ciudad*)
se en cuentra fundado sobre una colina insum ergible y será el centro del sector
occidental de la ciudad, m ientras que la com binación de las crecidas del É u frates
(escasas pero devastadoras) con las del Tigris (anuales y siem pre peligrosas: el
caudal pasa de 1.200 a 8.000 m 3/segundo y p uede llegar hasta 25.000 m 3/segundo)
invita a trasladar la parte esencial del h ábitat a la ribera orien tal, m ás eleva
da, protegida por antiguos diques de tierra, pero caren te de una defensa m ilitar
natural.
La ciudad redonda, fundada en 762 y acabada en 766 gracias a una fantástica
m ovilización de 100.000 artesanos y o b rero s, p resen ta un plan radioconcéntrico.
F,L MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 65
y g uerrera, que desconfía de sus tropas y de las posibles conjuras, en la que resi
dirán siete califas d u ran te 50 años. E n esta ciudad, en o rm em en te larga, la segre
gación de los grupos étnicos en ro lad o s en el ejército evita la fusión y el contacto
con la población civil y m antiene las oposiciones sobre las que se basa la seguri
dad personal del califa. Por o tra p arte la m ism a inm ensidad de la ciudad garantiza
el disponer de tiem po suficiente p ara huir en el caso de que se produjese un golpe
arm ado: hace falta un día e n tero para cruzar la capital a pie.
S am arra y, más tard e, la B agdad oriental después del 892 exageran la te n d e n
cia a lo colosal y lo grandioso de las prim eras fundaciones de al-M ansúr: la insta
lación extensiva y la ocupación del te rren o se aproxim an a lo absurdo. En Sama-
rra (6.800 ha), el califa y los notables com pran escrupulosam ente un suelo poco
costoso: el espacio está libre, vacío, inm enso y, en am bas capitales, el uso del
ladrillo crudo lim ita, afo rtu n ad am en te, los gastos que, pese a ello, resultan e n o r
mes. Salvo en el caso de los paneles estucados y pintados al fresco, la decoración
puede desplazarse fácilm ente: m árm ol, m osaico, cedro y teca. Se llegan a des
m ontar los param entos y los arcos p a ra p o d er trasp o rtar los ladrillos cocidos, que
son muy costosos ya que el com bustible escasea, dejando con ello al descubierto
los cascotes de ladrillo crudo que son ráp id am en te erosionados por las inundacio
nes y po r el viento. C on todo, los gastos se en cu en tran a la altura de las grandes
em presas: la ciudad redonda costó en tre 18 y 100 m illones de dirham s según las
distintas fuentes, el palacio de las P léyades le costará a al-M uctadid 400.000 d in a
res y el del príncipe búyí M ucizz al-D aw la un m illón. La prodigalidad de al-M u-
taw akkil im presiona a los historiadores m usulm anes: según al-Y acqúbt, el canal
inacabado de la D jacfariyya costó, p o r lo m enos, un millón y m edio de dinares.
En am bas ciudades, la extensión del espacio construido por adición de nuevos
barrios pone de relieve el carácter personal y autocrático de las fundaciones: n u n
ca se decide ab an d o n ar los antiguos palacios y barrios. El califa m anifiesta una
total confianza en su destino, reforzada por las predicciones favorables de los as
trólogos, a las que se adaptan los arqu itecto s, los cuales se limitan a ejecu tar la
voluntad del califa incluso cuando es extravagante desde un punto de vista técni
co: tal es el caso de Sam arra que carece de agua y de puentes cóm odos, está
expuesta a las crecidas y alejada de las grandes rutas im periales. D e hecho, Sam a
rra, una vez ha sido ab an d o n ad a p o r la co rte y por el ejército, no conocerá la
prosperidad de B agdad d u ran te la ausencia del príncipe y se retra erá a una zona
m inúscula s itia d a cerca de la gran m ezquita de al-M utaw akkil.
(
Focos de aculturación
Las capitales cabbásíes, ciudades en las que se ha afincado la jássa, viven fun
dam entalm ente de la fiscalidad im perial. E n el m om ento de la fundación de B ag
dad, cada tío del califa recibe una paga de un millón de dirham s, la fam ilia se
rep arte 10 m illones y cada uno de los 700 com pañeros obtiene una pensión de
500 dirham s m ensuales. U na geografía co m p artim en tad a distribuye los contingen
tes beduinos del ejército en barrios tribales y los regim ientos jurásáníes (que tam
bién son árabes) son repartidos en función de su ciudad o región de origen (Jwa-
rizm, R ayy, M arw , Q áb ú l, B ujára) ju n to a los palacios y parcelas distribuidos a
68 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
A bú M acshar (m . 886) y T hábit ibn Q u rra (m. 900) hicieron lo mism o con el
m ovim iento de los planetas y la trigonom etría respectivam ente. No o b stan te,
debe observarse que, po r una p arte, antes de la aparición de las grandes síntesis
iranias del siglo xi, se tra ta esencialm ente de asim ilar, verificar y propagar: p o r
ejem plo, las teorías geocéntricas griegas del cosm os todavía no se ponen en tela
de juicio. P or otra p arte, en un p u n to esencial, la reflexión científica m usulm ana
se separa de la herencia helénica. N os referim os al cálculo: en esta ocasión la
India —y no Ptolom eo o D io fa n to — constituirá el p u nto de apoyo fundam ental
de la reflexión m atem ática; nada m ejor para pro b arlo que la o b ra, am plia y p re
coz, de al-Jw árizm i (m. 830), intro d u cto r del sistem a decim al y del cero hindúes
y tam bién vulgarizador del sistem a de ecuaciones de segundo y tercer grado que
tam bién tom a de la m atem ática hindú. Su libro al-D jabr, es decir, el «núm ero
que restaura» la unidad, cubrió, en lo sucesivo, toda reflexión algebraica.
Las fundaciones im periales (B agdad y Sam arra, pero tam bién R aqqa, capital
de H árún al-R ashid situada cerca de la fro n tera siria, T yana, T arso en Cilicia,
donde reside al-M a3m ün) y las capitales provinciales (F u stát, que será más tard e
la capital de Ibn T ülün, en E gipto) se injertan, con m ejor o p eo r fortuna, en un
desarrollo u rbano evidente. Surgen num erosas aglom eraciones en Iraq (H ad ith a,
O asr ibn H ubayra, R ahb a, D jazírat ibn cU m ar), en el n o rte de Siria (H isn M an-
sür, H árüniyya, M asisa e Isk an d arú n a, reconstruidas frente a los bizantinos) y en
Palestina (R am la), m ientras brotan las ciudades iranias en to rno al arrabal árabe.
D ebe, no o bstante, tom arse todo esto con una cierta reserva y no creer en exceso
en un ap aren te desarrollo urbano: ciertos éxitos brillantes pueden ocultar el des
plazam iento de las poblaciones y la decadencia de las antiguas m etrópolis. E sto
es lo que sucede en E gipto con el aban d o n o casi total de A lejandría, que queda
reducida a m enos de la mitad del espacio encerrado d en tro de las m urallas de la
A ntigüedad y se instala, en lo sucesivo, en el cordón litoral anexo al m uelle del
H eptastadio, un pequeño p u erto sin im portancia que ni siquiera tiene un pequeño
taller para la fabricación de m oneda. D e la mism a m anera en Siria se producirá
la regresión de A ntioquía. E n realidad, la evolución dem ográfica se conoce muy
mal y los cálculos son pu ram en te hipotéticos. R ecordem os principalm ente el fin
de las grandes epidem ias bajo los cabbásíes tras la eta p a en que las pestes se p ro
ducen repetidam ente desde los prim eros decenios del siglo vn hasta ap roxim ada
m ente el año 745. P uede pensarse, p or tan to , que la urbanización no tiene com o
prem isa una punción de la población rural tan catastrófica com o bajo los O m eyas
o, al m enos, que pudo rep ararse m ás fácilm ente. ^
Si bien, en general, una red u rb an a sustituyó a o tra (e n ^ iria , dotade son n u
m erosos los abandonos de las ciudades costeras, tam bién en fegipto, c \ \ o s confi
nes de la A natolia y quizá tam bién en Irán ), en Iraq se produjo en cam bio una
auténtica urbanización colosal: B agdad m ide, en el año 892, e n tre 6.000 y 7.000
ha, por lo m enos cuatro veces m ás que C onstantinopla y 13 veces más que Ctesi-
fonte. La ciudad parece co n tar con m edio millón de habitantes: a principios del
siglo x, en dos de las cuatro m ezquitas en las que se pronuncia la jutba (a la que.
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 71
ros y que se lim pian regularm ente desde el ex terio r de las casas: p ru eb a de ello
es su contenido arqueológico, hom ogéneo y co n tem p o rán eo de la época en que
fueron abandonadas. El ingenio, el afán de lim pieza y la eficacia se descubren,
incluso, en F ustát en la construcción, en las terrazas en las que se en cuentran
sistem as de captación de vientos frescos qu e, a continuación, se distribuyen m e
diante canalizaciones: todo ello llevará, en los siglos x y xi, a la m ultiplicación
de instalaciones hidráulicas. A sí, en una casa sim étrica o rd en ad a en to rn o a una
canalización a cielo abierto , una fu en te, provista de una cascada que hum edece
y refresca el aire, conduce a un estanque con surtidores y criaderos de peces
rojos, rodeado de arriates y zanjas p ara los árboles. E ste m odelo, que ya es fati-
mí, tiene una doble sim etría o rien tad a y corresponde a las casas de grandes di
m ensiones.
La tipología diversificada de las ciudades islámicas y la originalidad de las fo r
m aciones urbanas y de sus topografías no deben hacernos olvidar que la g en era
ción de las ciudades cabbásíes p resen ta rasgos com unes: surge una clase que sube
y que recibe el nom bre de «patriciado», constituida p o r gentes que viven de las
rentas de la tierra, por profesionales de la religión y p o r m ercaderes, y que se
codea con los representan tes del p o d er central, los secretarios, o sea, los funcio
narios de las oficinas, y los m ilitares. C on diversos orígenes religiosos (nestoria-
nos, zoroastrianos, m usulm anes) y sociales (juristas y profesores de tradiciones
—h a d ith — y dihgarts, antiguos funcionarios sasánidas del distrito, m ercaderes de
la ruta de la seda que lleva desde el Jurásán hasta la T ransoxania y la C hina),
pero estrech am ente asociados en función de los m atrim onios que los llevan a fu
sionarse, rápidam ente, en fam ilias de actividades económ icas muy variadas, los
linajes patricios de N ishápúr unen el prestigio de la ascendencia árabe y m usulm a
na de los conquistadores (los H arasht, familia de cadíes, descienden, p or ejem plo,
del califa cU thm án, de quien tom an el nom bre) y las realidades del p oder econó
mico local: los H arashí-cU thm ání reciben tam bién num erosas propiedades por sus
m atrim onios con hijas de funcionarios y se asocian, en el siglo x, a m ercaderes
de origen persa, los Balawí.
U na im agen arqueológica ex trao rd in ariam en te precisa de la hegem onía de la
clase dom inante nos la proporcionan las excavaciones de F ustát y de Siraf: son
m ansiones inm ensas, que parecen fortificadas, protegidas por los alojam ientos de
los porteros y, a veces, con en trad as acodadas. Su extensión resulta sorprendente:/
en Siraf los domicilios excavados m iden en tre 210 y 540 m 2 de superficie en la|
planta baja, con una m edia de 361 m 2, sin co n tar la planta alta. E n F ustát la
planta, m enos clara (los m uros, con frecuencia, han sido arrasados al nivel de los
cim ientos), y la irregularidad de la parcelación, nos perm iten , a pesar de to d o ,
reconocer conjuntos muy am plios y hacen surgir dos m ódulos distintos: uno, sen
cillo, con un solo patio, que tiene de 180 a 200 m 2, y o tro , con doble p atio , y
400, 500 y hasta 1.200 m 2. En am bos lugares, el em porium iranio y la m etrópolis
egipcia, estas enorm es m ansiones ocupan todo el espacio, especialm ente en el
cam po de excavaciones de F ustát B (350 m de longitud p o r una anchura co m p ren
dida en tre 50 y 100 m ), en el que enm arcan am plios com plejos industriales (talle
res de alfarería y vidrio). No se en cu en tra ningún tipo de h ábitat de m enor en v er
gadura con la excepción de ciertos restos de squatters tardíos situados en los islo
tes muy destruidos que rodean la encrucijada principal. Las casas patricias, que
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 73
en F ustát han sido denom inadas «castillos», aparecen perfectam ente unidas sin
dejar en tre sí espacio alguno que perm itiera la presencia de un tejido de casas
pequeñas que ocupara los huecos. T am poco se encuentran casas de alquiler, del
tipo de la antigua ínsula, que los visitantes caracterizaban p or sus m últiples pisos.
¿D ónde vive el «vulgo», la clase baja? y ¿dónde están las tiendas? Si puede p e n
sarse que los inm igrantes vivían en habitaciones de alquiler situadas sobre las te
rrazas de los patricios y que los trab ajad o res h abitaban en los mism os talleres,
estas constataciones m ultiplican los lím ites de la preten d id a exuberancia de los
m ercados y del desarrollo de la clase m edia de los artesanos. Surge, entonces,
una im agen de la ciudad que m anifiesta la d ependencia íntim a de los asalariados
y supone la integración de los débiles en el seno d e estas grandes casas: esto ilus
tra la existencia de clientelas fam iliares y, de m anera más general, la base fam iliar
de la organización urbana.
En el O este, las indicaciones relativam ente num erosas que poseem os sobre el
desarrollo de la función del «señor del zoco», el sáhib al-süq, en C órdoba y en
Q ayrawftn, deben relacionarse con los aspectos generales del desarrollo u rbano
que, por su p arte, se m uestran de acuerdo con los m odos de urbanización que
aparecen en todo el m undo m usulm án. A qu í, una vez m ás, puede insistirse en la
precocidad de esta estructuración u rbana de tipo oriental.
Qayraw&n, en sus orígenes, es una ciudad-cam pam ento que puede com pararse
con Kfifa, B asra o Fustát, en las qu e, de e n trad a, se delim itan los barrios tribales
y el núcleo m onum ental. El g o b ern ad o r H assán ibn al-N ucm án (692-705) em p ren
dió, de m anera muy activa, la construcción de la m ezquita catedral y sabem os
que la ob ra fue concluida bajo el califa H ishám ibn cA bd al-M alik (724-743). E n
ella se utilizaron las técnicas del ladrillo y la reutilización sistem ática de las co
lum nas antiguas; es una de las m ás bellas del Islam (80 m p o r 135 m son las m e
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 77
dirigió a sus com pañeros exhortándoles a cultivar la ciencia del derecho que —se
gún les d ecía— podía abrirles todas las pu ertas, incluso la del m ando de los e jé r
citos. M uchos acceden a funciones oficiales, en p rim er lugar a las de la judicatura
(cadí o juez, m u fti o consejero del cadí) o a cargos relacionados con el servicio
de las m ezquitas (dirección de la oración y de la predicación). Los más fam osos
entran en los consejos de los soberanos, pero algunos tienen el p rurito de rech a
zar cualquier com prom iso con el p o d er, lo que, ev id en ten tem en te, increm enta su
fam a en tre el pueblo. O rgullosos de este prestigio p u ed en , a veces, llegar muy
lejos en la crítica o, incluso, en la oposición d eclarada a d eterm inada m edida
ad optada por el poder. A lgunos se dedican, sim plem ente, a la enseñanza y esta
actividad les proporciona, p or lo m enos, una p arte de sus m edios de subsistencia.
E ste grupo social unificado por su form ación y p o r su función (se tra ta , siem
pre, de establecer lo que es conform e a derech o ), así com o por sus orígenes y
actitud con respecto al p o d er, rep resen ta un papel fundam ental en la sociedad
m usulm ana en tre fines del siglo vm y principios del x. Son los alfaquíes los que
difunden en Ifríqiyá y al-A ndalus la d octrina m álikí, una de las escuelas más rigo
ristas d en tro del Islam ortodoxo. A u n q u e pueden p roceder de las categorías so
ciales m ás diversas, la m ayoría de ellos parece h ab er surgido de una especie de
clase m edia, situada al m argen de la división en tre al-jdssa y al-cám m a y constitui
da por los com erciantes que form aban una burguesía de hecho aunque no estuvie
ra reconocida por la jerarq u ía oficial; pese a esto últim o debe señalarse q u e, en
C órdoba, los notables más acom odados de los arrables y de los bazares aparecen,
a veces, ocupando el últim o lugar d en tro del o rd en protocolario. En efecto, a
través del laconism o de las biografías en to rn o al tem a de los m edios de existencia
de estos alfaquíes, se entrevé que un núm ero considerable de ellos procedían de
fam ilias de m ercaderes e incluso se dedicaban, ellos m ism os, al com ercio en una
civilización en la que esta actividad no era, en m odo alguno, objeto de ningún
descrédito social ni religioso, sino más bien lo contrario.
N um erosas obras atraen la atención sobre la im bricación de intereses en tre
com erciantes y alfaquíes y subrayan el respeto de los prim eros por la ciencia del
derecho y la interconexión de las redes de circulación de los m ercaderes y los
intelectuales puesta de m anifiesto por los esquem as de viaje que com binaban los
intereses de am bos órden es, así com o el hecho de que la ley islámica fue codifi
cada en la época en que la sociedad u rbana m usulm ana estaba dom inada p or una
m entalidad com ercial. P uede discernirse, en tre los alfaquíes andalusíes del siglo
ix, la existencia de una oposición e n tre un prim er grupo de juristas estrecham ente
especializados en el fiq h e interesados por el ejercicio del p oder, y una generación
posterior, abierta a las ciencias religiosas que entonces nacían, cuyos rep resen tan
tes se dirigieron a O rien te y adquirieron un prestigio superior al de sus rivales.
Tal vez los segundos sean el resultado de una creciente integración de al-A ndalus
en las redes de intercam bio del m undo m usulm án, así com o de la ascensión de
las clases urbanas ligadas al desarrollo de la producción y del com ercio. A pesar
de ello no debe llevarse dem asiado lejos la identificación en tre clase com erciante
y clase intelectual: en prim er lugar p o rq u e existen categorías de com erciantes con
un nivel social muy diferente (los tudjdjár, que se dedican al gran com ercio y
están relacionados con los m edios dirigentes, y los pequeños tenderos de los zo
cos ciudadanos, que form an p arte de la cám m a y están som etidos a la jurisdicción
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 81
del sáhib al-süq). D esde luego, los intereses de estas dos categorías no son los
mism os. La prosperidad del com ercio a gran distancia q u e, en b uena p arte, es
practicado tam bién —especialm ente en O ccid e n te— p or m ercaderes no m usulm a
nes, judíos y cristianos, carece de relaciones estrechas con el contexto económ ico
regional o local. Sería abusivo, por o tra p arte , p resen tar a los alfaquíes com o una
clase exclusivam ente urb an a, p o r m ás que se en cu en tren muy ligados al m edio
ciudadano por su form ación y, frecu en tem en te, por sus actividades ulteriores.
gam a de colores (am arillo, azul, violeta, rosa, verde, rojo) m uestra la perfección
técnica que se ha alcanzado, m ientras que su uso com o envoltorio (cucuruchos y
paquetes) a p artir del siglo x i i da testim onio de la dem ocratización del producto.
La arqueología nos perm ite seguir la circulación de O rien te a O ccidente de
un producto de gran difusión com o la cerám ica. La herencia bizantina y sasánida
(vidriado plom ífero y decoración estam pada) se un e, en un principio, al deseo de
im itar las producciones chinas im portadas a través del golfo (el verde celadón y
los gres T ’ang). V arias escuelas nacen den tro de uña atm ósfera de revolución téc
nica im petuosa que revela un extrao rd in ario espíritu inventivo: Irán im ita los
splash ware T ’ang (policrom ía con trazos de color p o r debajo del vidriado) y añ a
de una variante propiam ente islám ica, la incisión p or esgrafiado bajo la d eco ra
ción coloreada. Susa, Rayy y S am arra, para im itar la porcelana blanca de los
Song (cuyo procedim iento de vitrificación a alta tem p eratu ra sigue siendo desco
nocido), inventan una loza m onocrom a blanca con incisiones delicadas bajo el
vidriado estannífero y, sobre el blanco opaco de la loza, añaden una decoración
seudo-epigráfica y tem as florales en azul cobalto. El conjunto constituye una de
las grandes aportaciones de los fabricantes de loza islámicos que será ad o p tad o ,
a su vez, por la C hina e inspirará las fábricas de D elft. E n N íshápúr y en la región
que la rodea aparecerá una cerám ica o rn am en tad a con barnices de colores sobre
barniz blanco que adop ta, en torno al m otivo T ao , una decoración a base de ep i
grafía cúfica. E n S am arra, finalm ente, se lleva a cabo la elaboración precoz del
lustre m etálico: la cocción, en una atm ósfera red u cto ra, de las piezas de loza hace
aflorar en la superficie las sales m etálicas, m ezcladas en exceso con el vidriado,
e im ita la vajilla m etálica condenada p or los d octores rigoristas. Estos productos
(con excepción de los barnices jurásáníes) aparecen asociados al lujo de las capi
tales califales y se difunden muy rápidam ente p o r la gran vía que va de O rien te
a O ccidente. Son exportados, tal com o sucede con los azulejos polícrom os brillan
tes que se utilizan, en 862, en la m ezquita de Q ayraw án y con los que llegan, en
936, a la capital española de M adínat al-Z a h rá, cerca de C órdoba. T am bién son
objeto de im itaciones: azulejos bícrom os de Q ayraw án, reflejos m etálicos y esgra
fiado del E gipto fatim í, en el que trabajan artesanos de la loza coptos que llevan
a cabo obras religiosas. A partir del 771 se fabrica, en F ustát, vidrio esm altado
de acuerdo con una técnica sem ejante y, hacia el 900, ju n to a los vidrios tradicio
nales tallados y grabados con to rn o , surge un vidrio d ecorado con trazos de color.
E stos últim os ejem plos m uestran las estrechas relaciones existentes en tre las dis
tintas artes que utilizan el fuego, subrayan la función ejercida p o r las capitales
provinciales com o etapas en la m igración de técnicas y justifican la solidez de las
relaciones de intercam bio en todo el ám bito islámico.
El papel del lujo resulta, eviden tem en te, esencial en la elaboración y difusión
de estos artesanados: lujo de pobres en el caso de las cerám icas de brillo m etálico
o en el de los falsós verdes celedones, lujo costoso, en cam bio, en las artes que
utilizan m aterias prim as raras y preciosas: m arfil, o ro y plata de joyeros y tejed o
res de brocados, perlas y coral utilizados por los bord ad o res de tapices, lana de
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 83
m ar del biso tejida en una tela de colores cam biantes (que fue p ro n to im itada
utilizando tintes m enos costosos) y tintes im portados desde países muy lejanos
(brasil de la India, laca, gom a arábiga). La búsqueda de los productos m enos
corrientes explica los precios asom brosos que citan los autores: 50.000 dinares
por una pieza de brocado de la m adre de H árú n al-R ashid, 1.000 diñares por la
vestim enta del mism o tejido del m édico de al-M a’m ún, 400 dinares p or el m anto
del jurisconsulto A bú H antfa, que la polém ica o pone al valor, más que m odesto,
de 5 dirhem es de la ropa de Ibn H anbal. La función de reserva explica asimismo
la acum ulación de productos artesanales en los arm arios de los m iem bros de la
élite, com o los 200 pares de pan talo n es de seda del jurista A bú Y üsuf y, sobre
todo, del príncipe. Las colecciones colosales de los palacios cabbásíes no son, de
acuerdo con las cifras que se citan, utilizables en realidad y ni siquiera suponen
una auténtica reserva valiosa, ya que sólo son parcialm ente negociables: se trata,
en realidad, de un sim ple sím bolo.
La reserva califal se renueva gracias a los talleres oficiales del tiráz. Su función
es proporcionar continuam ente regalos, en especial vestidos honoríficos (jila3)
que se distribuyen a funcionarios y cortesanos y que las em bajadas llevan a los
príncipes extranjeros. E sta organización de la producción textil del E stad o , que
conocem os m ejor en el E gipto fatim í que en el im perio cabbási, tiene dos v ertien
tes: en el palacio califal y en el de los em ires de las provincias existen sastres que
preparan los vestidos honoríficos; en o tros centros textiles qu e, dada su especia
lidad, tienen una fam a p articular hay talleres descentralizados o, m ejor, m arcos
adm inistrativos dirigidos por el «señor del tiráz», con capacidad jurídica p ara m o
vilizar a los artesanos a cam bio de una rem uneración justa. El taller califal no es
una m anufactura sino una adm inistración. En cada centro existe una residencia-
alm acén que, en el caso del tiráz egipcio, es un vínculo sim bolizado por la barca
nilótica del «señor» que recoge los productos y procede a verificar el funciona
m iento de su m áquina adm inistrativa. El estatu to em inente de este alto funciona
rio queda subrayado por su presencia en las cerem onias califales, en las que p re
senta los vestidos reservados al príncipe de los creyentes.
El tiráz (una palabra persa que significa ‘b o rd a d o ’) form a parte en realidad
de los derechos exclusivos de la m ajestad sob eran a, al igual que la oración y la
m oneda. En efecto, en los tres casos se exalta el nom bre del príncipe: el tiráz es
una banda de tejido en el que ap arece su calám ay su divisa, b ordada en oro o en
color. Sólo puede llevarlo el sob eran o o, en virtud de una orden expresa suya,
aquellos a los que hace o bjeto de una gracia especial. Su carácter político queda
subrayado por la presencia de eulogias y bendiciones p ropiam ente dinásticas y,
a veces, bajo los fatim íes, p o r expresiones tom adas del credo ism á^lí y p o r ins
cripciones con los nom bres de los visires o allegados al califa —sus m aw áli, sus
clien tes— que han orden ad o la fabricación del tiráz. Es una prerrogativa so b era
na que se asocia con el d erecho califal de revestir la K acba con un velo de seda
tejido por el taller estatal, con la práctica de la distribución de un tu rb ante y una
vestim enta negra al pred icad o r oficial encargado de la oración. N o es de ex trañ ar,
por ello, que H árún al-Rashfd m encione el tiráz en su testam en to ju n to al im pues
to territorial, el correo o el T eso ro , e n tre los engranajes del E stad o y precisam en
te com o expresión de la gloria del califa. D el mism o m odo, el prim er indicio de
la revuelta de al-M a3m ún será suprim ir el nom bre de su herm ano de los bordados
84 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
subsisten aduanas interiores com o el m cfsin de D jed d a, que grava las m ercancías
procedentes de E gipto. A sim ism o las acuñaciones m onetarias respetan d u ran te
largo tiem po las peculiaridades regionales, los m onom etalism os en plata y oro.
Sólo de form a muy lenta se producirá una unificación de la circulación, tal com o
lo atestiguan los tesoros, m ientras p erm an ecen áreas com erciales muy distintas
que traducen im portantes desniveles en los precios: Iraq y la D jazíra p or una p a r
te, Siria y E gipto por o tra. La abundancia m ism a de las em isiones m onetarias no
puede haber im pulsado de m anera decisiva la circulación com ercial y la p ro d u c
ción. La econom ía del im perio resulta perfectam en te rígida al no producirse una
revolución técnica —de la que sólo hay indicios en la cerám ica y, de m anera ta r
día, en el siglo x , en la industria textil de lu jo — y sólo en una etap a m ucho más
tardía se constituirán nuevos m ercados gracias a la dem ocratización de las sed e
rías de la que dan testim onio los docum entos judíos de la G enizá en E gipto. La
puesta en circulación de m etales preciosos sólo trae consigo un alza de precios.
Los datos que se han podido recoger con en o rm e paciencia p erm iten apreciar su
enorm e im portancia: en el siglo vm los precios del grano y del pan se m ultiplican,
al m enos, por cuatro. El fenóm eno se explica, en p arte, por la reducción de las
superficies cultivadas acom pañada p o r un probable crecim iento dem ográfico,
pero debe aceptarse el testim onio del propio HdrQn al-Rashid: un dirhem de al-
M ansúr valía más que uno de los dinares que él acuña 30 años más tarde.
Por consiguiente, la conquista m usulm ana sólo contribuye a unificar la clase
m ercantil, a particularizar los tipos de m ercaderes e instituciones com erciales, en
particular las form as de cooperación descritas p o r las obras jurídicas a p artir del
siglo vm . Ju n to al artesano produ cto r-d istrib u id o r que vende directam ente al
cliente, el m undo m usulm án ve desarrollarse la figura del cam bista, liberado de
los límites institucionales que enm arcab an su esfera de acción. Se produce un re
troceso en la distribución estatal (desaparición de la anona). La gran propiedad
autárquica y la autosubsistencia cam pesina d esaparecen ante el m ercado libre, es
tim ulado p or la fiscalidad. El com erciante se ve, asim ism o, liberado de las obliga
ciones tradicionales: obligación de afiliarse a una asociación, derecho p referen te
y m onopolístico de com pra por p arte del E stado o de la corporación. Por otra
parte, sigue som etido a la obligación de residencia en factorías en el extran jero ,
se le encargan m isiones de espionaje y está ligado al p o d er, que lo utiliza com o
banquero y recaudador de im puestos. A l igual que en el conjunto del m undo a n
tiguo, su rápido enriquecim iento se en cu en tra regulado por grandes confiscacio
nes, de m odo que el com erciante se ve som etido a sangrías brutales: en el año
912 se pone una m ulta de 100.000 dinares al m ercader egipcio Sulaym án.
E n el siglo vm surge una jerarq u ía d en tro de los com erciantes. En la p arte
más baja de la escala se en cu en tra el m ercader itin eran te que recoge las m ercan
cías en los centros de producción y las traslad a a los m ercados periódicos. P or
encim a está el «viajero» que va a ver la m ercancía en países lejanos llevando con
sigo la correspondiente lista de encargos, un capital en m etálico o en especias
que deberá com ercializar por cuenta de un gran m ercader del tercer tipo. E ste
últim o, el m ercader «estacionario», el único que tiene derecho al título resp e tu o
so de tádjir, actúa desde los lugares m ás im p o rtan tes, a través de encargos y tam
bién con inform aciones que circulan p o r cartas y gracias a la cooperación am isto
sa e inform al cuyo apogeo se en cu en tra en el m undo de la G enizá. E n el interior
86 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
del grupo de los tádjir, poco num erosos y fabulosam ente ricos com o el egipcio
Sulaym án, circulan los productos preciosos y el d inero fiduciario de los bancos,
ó rdenes de pago siem pre al p o rtad o r, ó rdenes de pago de ejecución diferida (suf-
tadjas), pagaderas a la vista p or los corresponsales del tádjir. Suftadjas y cheques
(.sakkas) circulan am pliam ente alcanzando las m ayores distancias, p ero el p ré sta
m o con interés resulta raro y se lim ita a graves necesidades extracom erciales. P ro
bablem ente es considerado inm oral y sólo ap arecerá en los negocios de m anera
tardía* en el siglo x n , m ientras que la letra de cam bio no se utiliza en el m undo
m usulm án, que conserva su unidad m onetaria y num ism ática ideal y sólo trabaja
con su m oneda de cuen ta, el diñar o dirhem «puros», con la que se relacionan
todas las m onedas reales.
Las estructuras de la cooperación com ercial se constituyen muy p ro n to . E n
las obras de M álik ibn A nas (m . 795), fundador de la escuela jurídica m álikí, y
del hanafi al-Shaybáni (m . 803), au to r de un L ibro de las sociedades y de un L i
bro del préstam o, surgen las form as que se introducirán o reinventarán en Italia
en el siglo x. T enem os, en prim er lugar, la «sociedad» (sharika) que constituye
un capital com ún, lim itado a una sola operación, a una m ercancía, a una sum a
en efectivo, o, por el co n trario , ilim itado y universal lo qu e, en este últim o caso,
coincide con la solidaridad de un grupo fam iliar. El co n trato im pone a los socios
un d eb er de garantía colectiva así com o de representación recíproca, que en cu en
tra tam bién su com plem ento y sus raíces en una colaboración am istosa, inform al
y patriarcal. En el préstam o con participación (qirád, m uqárada), conocido en el
H idjáz a p artir del siglo vi, el gran com erciante confía un capital o unas m ercan
cías a un «viajero» que o b ten d rá com o recom pensa una parte de los beneficios
(un tercio si no se responsabiliza de las pérdidas eventuales), con lo que se le
pagarán su trabajo y los riesgos personales en que incurra d urante el viaje. El
préstam o de m ercancías, prohibido en teoría debido a la incertidum bre que pesa
sobre la form ación de los precios, se adm ite de hecho en la escuela hanafi. En
efecto, la escuela hanafi tiende, en conjunto, a resp etar las antiguas costum bres
m ercantiles y al desarrollo de form as jurídicas que constituyen subterfugios lega
les para rehuir la prohibición de las prácticas usuarias y que son rechazados por
las escuelas jurídicas rivales de los sh áfftes y m álikíes.
La clase de los com erciantes, un grupo cerrad o , poco num eroso y cuyos
m iem bros se conocen bien en tre sí, lleva a cabo la operación que implica la pesa
da tarea de negociar las m ercancías de sus corresponsales sin solicitar p o r ello
com pensación, comisión o beneficio alguno, únicam ente con la seguridad de o b
tener, en el futuro, una revancha am istosa. E sta tarea implica el deb er de ayudar
a los «viajeros», asegurar la expedición, así com o la vigilancia y tran sp o rte de los
productos y, sobre to d o , de m an ten er siem pre inform ados a los amigos lejanos
acerca del m ovim iento de los precios, de la calidad y cantidades de los bienes
disponibles en el m ercado y de las ocasiones que ofrecen navios y caravanas ca
paces de desplazarlos hasta su destino.
Los m anuales de m ercaderes com o el de al-D im ashqí, escrito en el siglo xi
en m edio fátim í, y las cartas de los com erciantes de El C airo se m uestran de
acuerdo en la constante práctica de la búsqueda de una inform ación segura, y en
la rapidez en las operaciones, sin las cuales no pueden obtenerse los altos b en e
ficios a los que aspiran los m ercaderes: en tre el 25 y el 50 por 100 del precio de
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES K7
coste, en el que se incluyen los gastos de adquisición, tran spo rte y venta. E xclu
yen de su esfera de acción y de sus intereses el com ercio destinado a las m asas,
con lo que se dibuja la figura del gran com erciante al que sólo le im portan las
m ercancías preciosas (piedras de gran valor, especias raras de im portación, teji
dos de precio elevado) y, p rincipalm ente, las m aterias prim as, adem ás del arte sa
nado de transform ación (o rfeb rería, dro g u ería y farm acia, bord ad o de tejidos con
hilo de oro). Se trata de un com erciante que conoce bien las técnicas «capitalis
tas» (prestar y tom ar en p réstam o , p resta r con participación), y que se interesa
fundam entalm ente en la reinversión de sus capitales, en el subarriendo de los im
puestos y en las operaciones inm obiliarias y agrícolas. Se constituye así una aris
tocracia m ercantil, que en m odo alguno se en cu en tra prisionera de su función
com ercial y está al servicio de un consum o o stentoso, principesco y aristocrático.
El m ercado rey
O m eya por un wálí en las ciudades principales (L a M eca, M edina, K úfa, B asra,
W ásit) y más tarde por un alm otacén (m uhtasib) qu e fija los precios, cobra el
diezm o y el alquiler de la plaza utilizada, controla pesos y m edidas y juzga acerca
de la honradez de las transacciones realizadas, es un organism o en teram en te mo-
netarizado. No o bstante, la ley de la o ferta y la dem anda no d eterm ina el precio
de las vituallas que, en un principio, es «político» y ha sido calculado por el «se
ñor del zoco» en función de las necesidades de una m asa turbulenta. E sta «tasa
ción» de las m ercancías puede ad q u irir, de m anera precoz, el aspecto de una in
tervención de la autoridad bajo la form a de un g ranero público destinado a reg u
larizar la carestía. La Sicilia norm an d a h ered ará, así, en el siglo xn la institución
de esta rahba. Por su p arte, el m ercado rural obedece a otras reglas, ya que los
vendedores se ven obligados a v ender productos volum inosos y p erecederos a
cualquier precio para o b ten e r las cantidades en efectivo que necesitan para pagar
los im puestos. Finalm ente, el m ercado artesano resulta evidentem ente especulati
vo ya que apunta a la calidad, a la originalidad y a la acum ulación de trabajo en
el objeto. El precio no viene d eterm in ad o por la productividad ni por la ley de
la oferta y la dem anda sino por la m oda y por la técnica consum ada del fabrican
te, más artista que artesano. La historia de los precios se lim ita fatalm ente, p o r
una p arte, a la de las carestías, en una coyuntura uniform em ente favorable al
consum idor urbano y, por o tra , a la fastuosidad de los ricos o a sus deseos de
ostentación.
de la India (antes del 956 al-M ascúdi visita una ciudad de 10.000 m usulm anes en
Saym úr), de Sum atra y de Java. Sulaym án y A bü Z ayd precisan que los navios
son escasos y que regresan con m ercancías raras y preciosas: áloe, teca, p o rcela
na, alcanfor, brasil y estaño de M alasia. A ñadam os o tro testim onio de la arq u eo
logía: la presencia de porcelana blanca translúcida china y de verdeceladón en
S am arra, R ayy, Susa y N ishápúr.
La segunda gran «fachada» del com ercio del im perio califal com enzó a an i
m arse desde la época sasánida, se desarrolló con los táhiríes, alcanzó su apogeo
bajo los sám áníes y en tró en brusca decadencia a p artir del año 1000. Es la ruta
de las pieles, p rocedente de la taiga rusa, polaca y siberiana, y tam bién la ruta
de los esclavos. La trata se efectúa desde los centros urbanos de los pueblos tu r
cos del V olga, B ulgár, capital de los búlgaros, situada cerca de K azán, y la ciudad
de los B urtas, que se en cuentra cerca de N ijni-N ovgorod. Los descubrim ientos
de m onedas islám icas perm iten establecer una cronología y una geografía de los
intercam bios: un tesoro, en co n trad o en N ovgorod y perfectam ente fechado por
la dendrocronología, perm ite asegurar la existencia de un intervalo breve en tre
la fecha de la acuñación más reciente y el m om ento en el que fue e n terrad o (no
más de 15 años). D e un conjunto de 66 fechas estudiadas de este m odo, 2 son
del siglo vm , 20 del ix, 41 del x y sólo 3 del siglo xi, cronología que resulta
confirm ada por el análisis de los tesoros que han sido publicados de m anera ín te
gra y que revelan una superioridad aún m ayor del siglo x sám ání. E n lo que res
pecta a la distribución en el espacio de estas m onedas, parece falseada en p arte
por una fuerte concentración de tesoros en la costa báltica (en el año 1910 se
enum eran 11 tesoros en el «gobernorado» de San P etersburgo y 42 en Livonia).
E sto suele explicarse por el d renaje que debieron efectuar los vikingos de las ri
quezas acum uladas por los pueblos que transitaban la región, bien com o botín de
guerra o com o consecuencia de los intercam bios. P ero un m apa de estos descubri
m ientos m uestra que estaban e n terrad o s, fundam entalm ente, en los límites m eri
dionales de la gran zona de bosques, en los antiguos «gobernorados» de K azán
(14 tesoros), de la V iatka (15) y de Y aroslav (11). La enorm e cantidad de riq u e
zas escondidas en R usia (varios tesoros superan los 1.500 dirhem es y el de Vladi-
mir alcanza el núm ero de 11.077, de los que 140 son cabbásíes, 4 táhiríes, 16
djacfaríes, 2 sádjíes, 16 büyíes y 10.079 sám áníes), así com o tam bién en Polonia,
E scandinavia e incluso en G ran B retañ a y A lem ania, ascienden a un total de m e
dia tonelada de plata pura (120.000 dirhem es en Rusia y más de 40.000 en E scan
dinavia), que sólo puede constituir una p equeña p arte del flujo de m onedas islá
micas. T odo ello revela la im portancia del m ovim iento com ercial así com o su ca
rácter puram ente im portador.
Sidí cU qba a p artir del año 666 y m ás tard e exploradas e islam izadas, en los siglos
x y xi, por los b ereberes Sanhádja. La costa m ed iterrán ea, por o tra p arte, se
encuentra esterilizada p or la guerra y las algazúas. D e hecho,_el m ar se encuentra
en m anos de los piratas «sarracenos», cuya prim era expedición conocida es el co
nato de invasión de las B aleares en el año 798. A continuación, en los p rim ero s
años del siglo IX, las fuentes m encionan ataq u es contra las islas pequeñas situadas
ju n to a las costas de Sicilia e Italia m eridional, así com o contra C erd eñ a, Córcega
y, en el año 812, Civitavechia y Niza. Se trata de flotas im portantes y a p a re n te
m ente bien organizadas, p rocedentes sobre todo de las costas levantinas de al-
A ndalus y, de m anera secundaria, del M agrib occidental, y que llevan a b ordo,
principalm ente, a bereberes si es que debem os in terp re tar estrictam ente el ap e la
tivo de m auri con que los designan las fuentes carolingias. Pero las crónicas á ra
bes que se ocupan de esta época, g en eralm en te basadas en anales scinioficiales,
no nos proporcionan inform ación alguna acerca de estas operaciones, ya que su e
le tratarse de em presas de carácter privado cuyo punto de partida se encuentra
en regiones que, de hecho, escapan al control de los poderes políticos estableci
dos en las grandes capitales del Islam occidental, o que, incluso, llegan a en co n
trarse en un estado de disidencia ab ierta. E sta p iratería andalusí se desarrolla en
la segunda m itad del siglo IX en el que lleva a cabo ataques contra el litoral de
la Provenza y establece una instalación p erm an en te en la base de F raxinetuni,
que perdurará desde el año 890 hasta el 970.
T am bién Italia se ve seriam ente in quietada por los sarracenos. E n realidad
las incursiones m arítim as, com o el célebre ataq u e a R om a del año 846, p ro b ab le
m ente obra de piratas andalusíes, tiene m enor im portancia que la actuación de
las bandas de m ercenarios m usulm anes, al servicio de las pequeñas dinastías del
sur de la península desde antes de m ediados del siglo, que rápidam ente han esca
pado a todo control. T am bién aquí los m usulm anes dispondrán de establecim ien
tos perm anen tes que, en el caso del em irato de Bari (841-871), llegarán a ad o p tar
la form a de un auténtico, aun q u e p eq u eñ o , E stado. El propósito de todas estas
agresiones sarracenas, es, ante to d o , la captura de esclavos por los que se obtiene
un buen precio en los m ercados del m undo m usulm án, en los que existe una fuer
te dem anda. Los m ercaderes del sur de Italia exp o rtab an esclavos a Ifriqiya desde
finales del siglo v m , pero quizá ciertos av en tu rero s decidieron acudir para a p o d e
rarse de la m ercancía con las arm as en la m ano dada la insuficiencia de la oferta
y la esperanza de lograr m ayores beneficios. En vano, en el año 836 el príncipe
de B enevento p retendió prohibir su com ercio a los napolitanos. Las expediciones
contra las islas se han querido justificar, tam bién, por el deseo de abastecerse de
m adera para la construcción naval. Si bien las flotas sarracenas no dejaban de
atacar los barcos m ercantes cuando se enco n trab an con ellos, éstos no consti
tuían, sin duda, su principal objetivo. No se pued e, por tan to , tal com o se ha
hecho a veces, argum en tar p artien d o de esta p iratería para postular la existencia,
en esta época, de un com ercio todavía im p o rtan te en el M ed iterrán eo occidental.
La situación resulta d iferente en el M ed iterrán eo cen tral, donde Sicilia y las
ciudades del sur de Italia m antienen relaciones estrechas con el m undo bizantino
del mismo m odo que Ifriqiya se en cu en tra ligada, económ ica y políticam ente, de
form a más directa con el im perio cabbásí que el resto del M agrib y al-A ndalus.
En este sector el m ar se ha visto siem pre recorrido por im portantes corrientes de
94 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
intercam bio y ha estado controlado p o r las flotas bizantinas, de m odo que los
poderes establecidos en Q ayraw án se ven forzados a interesarse por él. Las rela
ciones en tre las ciudades com erciantes del antiguo ducado de N ápoles (la propia
N ápoles, G aeta y A m alfi) y la costa africana se m antienen de m anera sostenida
incluso después de la conquista m usulm ana la cual, com o hem os visto, estim uló
p rob ablem ente ciertos tráficos com o la trata de esclavos. P or su p arte, los agla-
bíes de T únez tratan de no p erd er op o rtu n id ad alguna de p articipar en em presas
que podrían escapárseles y, p o r ello, tom an la iniciativa de una operación de
djihádt la conquista de Sicilia, que se inicia en el año 827. No o b stan te, incluso
d u rante el em irato aglabí, los centros urbanos y las regiones del interior com o
M ila, L aribus, Sbíba, el Z áb , el N afzáwa adquieren tan ta im portancia en el eq u i
librio general del país com o los centros costeros de T únez o Süsa. C iudades m a
rítim as com o G abes o Trípoli deben su peso a ser etap as o m etas de las caravanas
terrestres procedentes de E gipto más que a su condición de puertos.
C iudades caravaneras im portantes son, tam bién, T ah ert (fundada en el año
761) y, sobre todo, Sidjilmása (757), gran centro com ercial situado en el límite
del Sáhara O ccidental. Son etap as en las rutas que recorren el M agrib en d irec
ción este-oeste y, sobre todo, puntos de partida de un tráfico im portantísim o con
el Á frica negra a través del desierto, consistente en la exportación de sal y p ro
ductos m anufacturados y en la im portación de esclavos y, sobre todo, de oro.
E ste com ercio desarrolla o tras ciudades del sur de M arruecos com o A gm át o
T am dult, ciudad esta últim a fundada p or un em ir idrisí en el siglo ix. A sim ism o
contribuye a explicar la im portancia de las ciudades situadas al b orde del d esier
to, d u ran te el em irato aglabí, o sea de T ozeur en la Q astiliya y de T ubna en el
Z áb. P ero conocem os muy mal la cronología del desarrollo de este com ercio,
controlado en teram en te por los b ereb eres járidjíes del em irato de T ah ert. P arece,
en particular, que el papel de Sidjilmása no fue p rep o n d eran te hasta el siglo x
cuando los fatim íes extendieron su control al conjunto del M agrib y redujeron
T ah ert, hasta entonces uno de los polos principales de este tráfico, al papel de
sim ple etapa en la ruta este-oeste. O tro sector anim ado por intercam bios co m er
ciales que tam poco conocem os bien es 1? fro n tera en tre el im perio carolingio y
los E stados surgidos de su desm em bración. Las ciudades de la M arca S uperior
(Z aragoza, H uesca y L érida) ven pasar por ellas a com erciantes judíos, y p ro b a
b lem ente tam bién a m ozárabes, que se dirigen a los países de los francos p or una
parte a través de B arcelona y, por o tra , por Pam plona y los Pirineos occidentales,
para volver con esclavos blancos (saqálibá), pieles y, tal vez, arm as.
m ente ausentes del Im perio B izantino, que agrupa a los escasos visitantes en fac
torías som etidas a una vigilancia estricta, e ignoran totalm en te a la E u ro p a O cci
dental. Por el contrario , la preocupación que sienten las capitales califales por
conseguir sum inistros incita al im perio m usulm án a ab rir sus fronteras a los m er
caderes extranjeros, perten ecien tes a grupos m arginales den tro de sociedades m e
nos desarrolladas y m enos urbanizadas y a grupos móviles cuya actividad no sirva
en m odo alguno los intereses políticos de los grandes estados enem igos, Bizancio
y los jazares. E stos m ercaderes se desplazan d en tro del m undo del Islam bajo la
vigilancia del «contraespionaje» de los «señores» del correo (baríd).
Será precisam ente un señor del co rreo , Ibn Ju rdádhbih (en el año 870 era
responsable de la oficina cen tral), quien nos deje una descripción precisa de las
rutas que utilizaban dos de estos grupos. Si bien los itinerarios resultan, en algu
nos puntos, inverosím iles e inciertos, es indudable el valor que .tiene este testim o
nio en su conjunto. A segura q u e, sin duda hacia el año 840 (Ibn Jurd ád h b ih em
pieza a escribir en 844), un grupo p e n etrab a en el m undo del Islam , m ientras que
se autorizaba a o tro a atravesarlo en su istmo central con la finalidad de llegar
al O céano índico. El prim er m ovim iento lleva, en efecto, a los m ercaderes rusos,
de raza eslava, desde las «regiones m ás rem otas» (precisam ente las de los cazado
res de la taiga y de la tun d ra) hacia el m ar Caspio a través del D on, el Volga y
la capital de los Jazares. A traviesan el C aspio y desem barcan en la costa del
D jurdján desde d onde se dirigen, por caravana, hasta Bagdad y allí unos eunucos
eslavos les sirven de intérp retes. O tro s m ercaderes van a Bizancio por el D n iép er
y el m ar N egro. T odos venden pieles, esclavos (palabra que deriva etim ológica
m ente de eslavo) y arm as francas (espadas fabricadas con técnicas superiores),
así com o sus propios servicios. E stos rusos no hacen, evidentem ente, más que
prolongar el am plio m ovim iento hacia el este de los varegos. Se trata , sin duda,
de eslavos conducidos p or escandinavos e Ibn Ju rdádhbih precisa que son cristia
nos. En otras circunstancias el itinerario dejará de ser com ercial para convertirse
en ruta de invasión: en tre los años 864 y 884, y más tarde en el año 909, en 913,
en 943, en 969, y en 1030-1032 los rusos franquearán el C áucaso o atravesarán
el C aspio para atacar el T abaristán y el A d h arb ay d ján , llegando a ocupar la capi
tal de este últim o. C om o puede verse, el com ercio resulta inseparable del pillaje.
Puede observarse que los pueblos turcos del V olga, jazares y búlgaros (estos úl
timos acuñaron, no o b stan te, m onedas b astan te abundantes que im itaban las m u
sulm anas) no desem peñaron el papel de interm ediarios que la geografía parecía
reservarles. E ste gran m ovim iento de hom bres en com pañía de sus m ercancías
atestigua la irregularidad de las transacciones y su carácter ru dim entario lo que
está de acuerdo, a fin de cuentas, con los altos precios que se pagan.
El m ovim iento de los judíos «rádháníes» constituye un tem a más im portante
y m uchos m ás discutido p or los h istoriadores, que han llegado a negar la misma
autenticidad del texto, convirtiéndose en el núcleo central de un d eb ate . D u ran te
m ucho tiem po se ha querido ver en el relato de Ibn Ju rd ád h b ih la prueba de la
especialización com ercial de la com unidad ju d ía y, en fecha m ás reciente, la de
su suprem acía en unas rutas que estaban abiertas a todos. A m bas posturas deben
descartarse y, si bien hay qu e acep tar que ciertos detalles del itinerario indicado
por Ibn Jurdádhbih provienen de una «contam inación» con otras rutas, en co n
ju n to debe adm itirse que revela un episodio breve pero significativo. E stos m er
96 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
caderes judíos, políglotas (hablan persa, griego, árab e y las lenguas francas, esp a
ñolas y eslavas) traen de O ccidente eunucos, esclavas, m uchachos, seda, pieles y
espadas. Se em barcan en el país de los francos, en el m ar occidental (q u ed a, p o r
tan to , excluida N arbona y debe tratarse de uno de los p u erto s oceánicos del im
perio carolingio), franquean el istm o de Suez en tre F arám a (la esclusa) y Q ulzum
(Suez), llegan a los puerto s de la península arábiga, al-D jark y D jidda y, final
m ente, a la India y la C hina. El regreso, en este prim er itin erario , lo efectúan
siguiendo el mism o cam ino, provistos de especias y plantas arom áticas. U na v a
riante pasa por A ntioqu ía y llega al É u frates, a B agdad y al pu erto de U bulla
para acabar en las mismas regiones del E xtrem o O rien te. U na tercera ruta p arte
de al-A ndalus y del país de los francos y pasa p o r T án g er, el Sús, Ifriqiya, E gipto
y Siria. F inalm ente, la cuarta ru ta, avanza «por d etrás de Bizancio» y p or el país
de los eslavos, llega a la capital de los jazares y p en e tra en el m undo islámico
p o r el D jurdján. A través de Balj y la F argána, llega a C hina.
Es probable que Ibn Ju rd ád h b ih haya unido, en su descripción de las rutas
rádháníes, varios segm entos de itinerarios qu e, en un principio, eran in d ep en
dientes. El paso por M arruecos y T ú n ez parece, de m anera particular, h ab er sido
añadido p ara com pletar y no se relaciona con el conjunto. M uchos otro s elem en
tos, en cam bio, concuerdan perfectam en te con inform aciones que tenem os docu
m entadas po r otras fuentes. H acia el año 825 Luis el Piadoso concedió privilegios
com erciales a unos m ercaderes judíos llam ados D o n ato , Sam uel, A b rah am de
Z aragoza, D avid y José de Lyon y, de form a p aralela, según Ibn Ju rd ád h b ih los
rádháníes regresaron «junto al rey de los francos». El hecho d e que no se m encio
ne A lejandría en el itinerario se corresponde con la etap a en la que este p u erto
quedó relegado po r ser la sede de una república de corsarios. El paso de una
ruta «por d etrás de Bizancio» se en cu en tra confirm ado p or la existencia de una
hilera de tesoros —en su m ayoría algo más tardíos, del siglo x , que contienen
m onedas sám áníes y b ú lg aras— en G alitzia y B ohem ia. E n el año 973 el andalusí
al-T urtúshi en contró, en M aguncia, especias indias y dirhem es sám áníes fechados
en el periodo 913-915, lo qu e constituye un buen indicio de la existencia de esta
ruta. Q ueda aún una duda acerca de la a p ertu ra precoz del m ar R ojo y, de m a
nera particular, que ésta resultara accesible a grupos m inoritarios com o los ju
díos: observem os, sim plem ente, que en el año 950 B uzurg en cu en tra en el océano
índico a un m ercader judío, un dhim m í, que disfrutaba de la «paz califal» m ucho
antes que los com erciantes de la G enizá. P u ed e, p o r tan to , considerarse que los
itinerarios son verosím iles así com o acep tar la lista de productos m encionados.
Sólo queda por identificar quiénes son los rádháníes.
E n ellos se ha querido ver a judíos oriundos del m undo m usulm án ya que
R ádhán es el nom bre de un d istrito del Saw ád, situado al este del Tigris. E sta
etim ología resulta decisiva y debe descartarse la que recurría al persa R ah-dar
( ‘el que conoce los cam inos1) o la q u e, de m anera fantástica, p reten d e relacionar
a los rádháníes con el R hodanus o R ódano. P ero el texto atestigua de m anera
explícita el carácter eu ro p e o de estos m ercaderes judíos que aparecen com o «ju
díos del rey». N o o b stan te, si aceptam os que este com ercio av enturero y m arginal
tiene un carácter particular y que establece una relación azarosa y atrevida (a u n
que se efectúe con suficiente regularidad com o para que el señ o r del correo llame
la atención sobre ella a los secretarios del m onarca), p uede concebirse que un
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 97
nom bre de origen iraquí, con el q u e se designe una fam ilia o un a p equeña com u
nidad, hay sido conservado p o r un g rupo inm igrado o englobado p o r lá conquista
en el im perio franco. E ste grupo p u d o conservar el uso del árabe y del persa
(indicio revelador de la verosim ilitud d e la hipótesis) y aprovechar su carácter de
bisagra o puente y de la indefinición de su e statu to jurídico p ara lanzar o p eracio
nes com erciales que resultan inauditas desde un pun to de vista com ercial pero
que, sin duda y tal com o hem os visto, era n bastante norm ales p ara los m ercad e
res del D ár al-Islám . Puede pen sarse, ev id en tem en te, en los judíos de N arb o n a,
reconquistada por C arlom agno, cuyo prestigio se m antuvo muy alto en los siglos
sucesivos pero nada lo confirm a y las relaciones d e los rádháníes con E spaña p u e
den explicarse m ediante el itinerario oceánico, m encionado p o r Ibn Ju rd ád h b ih ,
que pasaba por G ibraltar. P ero , en su co n ju n to , la R ádhániyya, que no tuvo su
cesores, corresponde a la expansión del im perio carolingio. Se extingue con la
crisis —invasiones norm andas y reanudación de la ofensiva m usulm ana hacia la
Provenza — pero anuncia en gran m edida las características del gran com ercio del
siglo x i: papel de las m inorías y del m ar R ojo y desarrollo de las rutas sám&níes
hacia la India.
El m undo cabbásí nos aparece com o el h e red ero directo del D ár al-Islám om e-
ya. La estructura del m undo antiguo se en cu en tra aún en pie, la capital absorbe
las disponibilidades m onetarias q u e pro p o rcio n a un ap arato fiscal eficaz, el p oder
perm anece indiscutible, tan to el del E stad o com o el de su clase adm inistrativa,
principa] beneficiaría de la redistribución social del im puesto, p ero capaz tam bién
de aspirar, com o por capilaridad, la fo rtu n a y el prestigio de las viejas aristo cra
cias transm itidas po r herencia fam iliar o surgidas de la g uerra. U na lista cerrad a
y jerarq u izad a, bien delim itada p o r la m em oria de los síndicos de las fam ilias p ri
vilegiadas, pero provista de una a p ertu ra qu e p erm ite el ascenso de los esclavos
m ediante el parentesco adoptivo. Las luchas de facciones en el seno de los estra
tos más abiertos y m ás cam biantes de esta clase privilegiada expresan las ten sio
nes para lograr el po d er, o sea la fo rtu n a. La dislocación del ejército árab e y de
su aristocracia de grandes linajes deja qu e com pitan e n tre sí letrad o s y oficiales.
Estos dos grupos están constituidos, p o r una p a rte , p o r los técnicos de la belleza
del lenguaje y de la caligrafía y por los adm inistradores fiscales distinguidos y,
po r o tra, por profesionales am biciosos nacidos en las capas sociales m ás m odes
tas, más rem otas, y en los lugares m ás m iserables: se trata , en últim o térm ino,
de los esclavos turcos y jazares. La com petencia y los conflictos no o p o n en , sin
em bargo, a los grupos sociales sino a las facciones, que son alianzas móviles y
m om entáneas.
El pueblo m usulm án, ahora sólidam ente constituido gracias a la conversión
masiva y la aculturación de las m inorías, unificado p or la circulación d e la en se
ñanza y su norm alización, parece excluido de la vida política, d om inada p o r la
autocracia califal y po r el p o d er real de las cam arillas, así com o tam bién del p o
der económ ico. C abe im aginarse una vida social d u ram en te som etida a la p irám i
de de las clientelas, agrupadas en to rn o a las grandes fortunas de la ad m in istra
98 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
ción y del círculo de los m ercaderes que aprovisiona a la jássa, la élite. T odo da
testim onio de esta hegem onía que aparece traducida en im ágenes arqueológicas
y urbanísticas. No ob stan te, una realidad social, una conciencia colectiva, un «Is
lam horizontal» subsisten y reb ro ta n , h u ndiendo sus raíces en el m odelo surgido
de la hégira. La jássa, excesivam ente móvil y dislocada p or las confiscaciones no
puede fundar nada autén ticam en te estable. La v erdadera fuente de toda estabili
dad sigue siendo el saber y la norm alización de la enseñanza multiplica tan to can
didatos com o posibilidades y desestabiliza las fracciones cuya posición p arece a d
quirida de form a definitiva. Las clases populares, cuya filosofía se ad ap ta bien a
esta revancha, oponen a esta m ovilidad las virtudes de la estabilidad y de la h u
m ildad. Sus esperanzas se vuelven hacia la polém ica religiosa, el m ilenarism o y
el afecto que sienten por los nobles descendientes de CA1! que sufren en una semi-
clandestinidad y que estudian las «ciencias religiosas».
D e este m odo la figura del «doctor» gana peso y adhesión por p arte de las
masas. No aparece sólo com o el jefe de p artido , sabio, buen filósofo y dispuesto
a levantar prontam ente el estan d arte de la revuelta y de la pureza. E s, tam bién
y cada vez m ás, un m aestro cuyo enraizam iento en la m asa se establece gracias
al contacto cotidiano, en la m ezquita o en su dom icilio, con los hijos del pueblo
cuya pobreza y dependencia com parte en gran núm ero de casos. La cá m m a y el
pueblo bajo que vive sin duda aglom erado y aglutinado en torno a los poderosos
del m om ento, protegido y explotado a la vez, en cu en tra, no obstante, en la eco
nom ía m onetaria, en el m ercado, la posibilidad de despegarse y de ad quirir una
independencia m oral que co n trastan con la estructura jerarq u izad a de las tribus
de la prim era generación de las ciudades islámicas. Al ganar poco, no descubren
garantías ideológicas ni fidelidades afectivas en el vínculo que les une a los p o d e
rosos. Pueden por ello deslizarse hacia o tros señores y, sobre tod o , reen cu en tran
su libertad en su adhesión, en un principio tum ultuosa y, más tard e, secreta, a
las esperanzas revolucionarias. El m ilenarism o no tiene asignada ninguna misión
social si no es la inversión de papeles y la esclavitud de los am os com o co nsecuen
cia lejana del retorno al m odelo egalitario surgido de la hégira. R ealm en te, no
hay m odo de salirse de un doble m odelo: uno realista, en el que sólo el p o d er
trae consigo la riqueza y en el que el saber es una introducción al ejercicio del
poder, y un segundo, ideal, en el que el po d er es un servicio que sólo se justifica
por el saber. La m irada, el juicio y la valoración de los criterios constituyen, en
am bos casos, el privilegio de los doctores.
Capítulo 3
LA FRAGMENTACIÓN
DEL MUNDO ISLÁMICO
(de finales del siglo IX a finales del siglo X)*
D esde el últim o cuarto del siglo ix hasta finales del siglo xi el Islam conoce
un inm enso paréntesis ism á^lí al m ism o tiem po que un d esp ertar de las eco n o
mías m editerráneas adorm ecidas: el fracaso ideológico de la m onarquía islám ica,
apreciable ya en 812, su incapacidad p ara co n tro lar las relaciones en tre el p oder
central legítim o y el poder de pura fuerza de los generales del ejército, g o b ern a
dores de provincias, abre una b recha p or donde resurge el m ilenarism o de las
masas adictas a la construcción intelectual de los ism á^líes. O ficiales y soldados,
rentistas del E stado desde siem pre, acentúan su presión y aum entan su sangría
sobre los ingresos fiscales; pero sería op o n erse al buen criterio q u erer p rese n tar
los com o «feudales» que hubieran lim itado la esfera de acción de una «burguesía
urbana». N ada cam bia fund am en talm en te en el cam po, aunque las dependencias
se refuerzan conform e a una tendencia plurisecular; en la sociedad u rbana se p ro
duce una readaptación. B ajo la hegem onía de los m ilitares y de sus secretarios la
posición de los intelectuales se refu erza, conservando firm em ente, frente a la
fuerza de los em ires, un principio de «disidencia» que les une a las m ultitudes,
en cuestiones m orales, religiosas y políticas. La im portancia del m ovim iento in te
lectual destaca adem ás por el ascenso y la acción del p artido ism á^lí en búsqueda
de una síntesis en tre el m odelo m ediní y la experiencia de la ciencia helénica.
Los equilibrios fundam entales no son ni alterados ni rotos; sólo el lento creci
m iento de las zonas occidentales trasto rn a finalm ente - y ta rd ía m e n te - la red de
rutas com erciales.
* La transcripción de los términos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
100 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
L a d e s c o m p o s ic ió n d e O r ie n t e
La cabeza ardiente
D esde H árún al-R ashid, Ifríqiya, en el oeste, posee su propia dinastía em iral
de la fam ilia aglabí y sólo p roporciona a B agdad y a S am arra un tributo anual;
en el este, desde 820, los hijos y nietos de T áhir son el v erdadero soporte de la
dinastía cabbásí, ya que, a pesar de que el propio T áh ir había m ostrado cierta
independencia en su inm ensa provincia orien tal, sus descendientes aseguran la
estabilidad y la paz en el Im perio. D esde N ishápúr, su capital, gobiernan el Ju rá
sán, el K irm án, las provincias sudcaspianas y la T ransoxiana donde instalan a los
gobernadores de la familia sám ání: sin em bargo, los d esórdenes son constantes:
los hijos de T áhir colaboran con el visir de B agdad en 822 p ara som eter los altos
valles de la T ransoxiana, po sterio rm en te aplastan a los rebeldes járidjíes en el
Sistán y luchan contra una rebelión copta o contra las infiltraciones zajdíes en
T abaristán.
P or su parte, los calíes in tentan aprovecharse del rápido proceso de islamiza-
ción del Irán para im plantar poderes dinásticos sobre las regiones fronterizas des
de donde poder am enazar el cen tro del E stado califal: en 834, un breve intento
en el Jurásán y o tro , después de 864, se apoyan en las dinastías tradicionales de
la m ontaña sudcaspiana del D aylam . Allí se agitan fuerzas que sienten la inevita
ble evolución del califato hacia poderes descentralizados: M azyar, un descendien
te de los antiguos «m arqueses» del T ab aristán , se hace m usulm án, es recibido
por A l-M a3m ün, y form ando p arte de su clientela regresa com o gobern ad o r, con
vierte a las clases dirigentes, construye centenares de m ezquitas y se asegura todo
el p oder sobre la m ontaña elim inando a las fam ilias rivales y a su propio clan.
D enunciado a A l-M a’mün en 827 a causa de la opresión fiscal a la que es som e
tida esta región, es, a pesar de ello, confirm ado en su autoridad y aprovecha la
ocasión que le proporciona la acelerada islamización del Irán y la ascensión al
poder de los táhiríes para ro m p er en su propio beneficio con el pasado tribal y
establecer un em irato de nuevo cuño: una guardia de 1.200 esclavos m ercenarios,
un tesoro de 96.000 diñares y 18 m illones de dirhem es. El intento, p rem atu ro ,
fracasa en 839: el ejército capitula sin com bate ante un cuerpo de expedicionarios
enviado desde Sam arra. E sta em presa no tiene ninguna relación con una p ro b a
ble tradición m azdeísta o com unista: M azyar saqueó en efecto los bienes de va
rios de sus enem igos, pero no les atacó en absoluto en cuanto a clase; significó
sim plem ente un ascenso de fuerzas locales.
La confusión tam bién ap arece en tre los táhiríes; el Sístán debe organizarse
por sí mismo. E sta vez se trata de un poder insurreccional de origen plebeyo e
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 101
Las piezas claves del edificio político de la m onarquía islámica siguen siendo
el visirato, el ejército y la fiscalidad; pero ahora dejan de estar al servicio exclu
sivo de la dinastía para convertirse gradualm ente en las bases de verdaderos go
biernos provinciales; sin em bargo, estas form aciones políticas no llegan a adquirir
el papel de estados periféricos, jerarq u izad o s y, de alguna m anera, federales: con
la excepción del em irato sám ání, no son más que tram polines para conquistar el
poder central y la responsabilidad del em ir suprem o. N o o b stan te, m uestran la
extrem a ductilidad del ap arato adm inistrativo y su capacidad para servir eficaz
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 103
me la adm inistración fiscal y territo rial, el cata stro , la valoración de lps ingresos,
y distribuye directam ente las com petencias fiscales.
Buena dirección de los dom inios periféricos, los califas bajo tutela
La estabilidad, la duración y la paz son las características de las grandes din as
tías periféricas que así aseguran el relevo del p o d er califal: desde 867, E gipto ha
sido confiado a A hm ad ibn T ülün, un oficial turco, hijo de un esclavo m ercenario
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 107
a 7 m illones de dirhem es) según la relación de fuerzas que le oponga a los buyíes.
Las rivalidades en tre ham dáníes y los violentos conflictos entre los árabes de la
D jazira (algunos de los cuales prefieren la em igración y la conversión en tre los
bizantinos que la sum isión a los ham dáníes) cortan las alas a los intentos de re
conquista de B agdad, m ientras que un herm ano de N ásir, CA1Í, llam ado Sayf al-
D aw la, constituye desde Siria a A rm en ia una am plia m arca fronteriza a la que
defiende enérgicam ente contra los griegos. D e 931 a 967 la guerra «sayfí» co n
vierte a los ham dáníes en los únicos defensores del Islam frente a los esfuerzos
de la conquista bizantina, m ientras que el califa, Ijshíd de Siria, y los buyíes re
chazan cualquier responsabilidad. A la m uerte de Sayf q ueda en Siria un princi
pado ham dání, recortado al n o rte (p érdida de A lep o , provisional, y de A ntio-
quía, definitiva), que paga tributo a los bizantinos y que d ura hasta 1002: es a d
m inistrado por los oficiales de los em ires, capitanes turcos y cham belanes esclavos
que term inan por hacerse dueños de todo el poder.
El caso de los ham dáníes ilustra ad m irablem ente las características del em ira
to: un p oder exclusivam ente m ilitar que segrega sus propios órganos de gobierno,
su propio visirato, pero tam bién un p oder faccional, cuya supervivencia procede
únicam ente del «sentido de solidaridad» tribal y fam iliar, que ayuda al califato a
neutralizar a sus com petidores enfrentándolos. D e este m odo el califato sobrevive
al em irato, que no posee los m edios teóricos para sustituirlo; pero dem asiado
com prom etidos en los conflictos e n tre em ires, los príncipes de B agdad pueden
ser asesinados (932), depuestos o cegados (934, 944 y 946). Los buyíes instalados
en la capital oprim en a la dinastía cabbásí, p ero , a p esar de sus convicciones shí-
cíes, no se atreven a anularla, quizás p o r tem or a verla sustituida por un califato
alida m ás enérgico. Condottieri persas, originarios del D aylam , los tres hijos de
B uya, tres oficiales, cogen las riendas del ejército del noroeste del Irán; dueños
del Fars en 935, entran en Bagdad en 945 y rep arten sus fuerzas siguiendo el
principio de una prud ente solidaridad. A hm ad recibe del califa un título de reg en
te y lo dom ina; H asan gobierna el Fars, qued an d o la au toridad suprem a en m a
nos del m ayor, cAlí-clm ád al-D aw la, instalado en Shíráz. B agdad pierde entonces
im portancia: sigue siendo una gran m etrópoli, pero aislada p or las guerras q árm a
tas; centros económ icos p otentes y rivales se constituyen en Irán, en Rayy, en
N ishápür, en Shíráz, que perm iten a los buyíes im poner su voluntad al em ir de
Bagdad: una «confederación» en la que la auto rid ad fam iliar pasa de m ano en
m ano. Incluso se ha asistido a una v erdadera restauración del Im perio sasánida:
título de «rey de reyes», reaparición de las regalía persas, tro n o , corona, indu
m entaria, signo astrológico de L eo, inscripción pahleví en las m edallas, nom bres
persas a los príncipes, y en particular, nom bres propiciatorios, y por últim o teoría
del doble poder (la profecía a los árabes y al califa; la realeza a los persas). Pero
hay una especie de doble conciencia: los sím bolos persas son destinados a la corte
y al ejército daylam í, m ientras que el buyí tom a, en las m onedas y en la plegaria,
otros títulos destinados a la com unidad m usulm ana; y cuando su nieto, ya con
m enos fuerzas, arrancará al califa el título de sháh-ansháhy en 1027, se producirá
una rebelión.
El gobierno buyí pone fin gradualm ente a la anarquía: se hacen frágiles acu er
dos con los ham dáníes, los sám áníes y sobre todo con los kurdos, cuyo desarrollo
tribal y nóm ada multiplica las dinastías locales. Se recobra la seguridad a lo largo
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 109
de la ruta del Jurásán y grandes em presas son llevadas a cabo en el Iraq: recons
trucción de B agdad, program as de irrigación... Las rivalidades en tre príncipes b u
yíes, cuyos poderes se han m ultiplicado, y algunas guerras civiles cortas 110 com
p rom eten la suerte de la dinastía em iral hasta 1012. E n efecto, los dom inios re u
nidos por cIm ád al-D in en 1040 son co n siderablem ente m erm ados por el avance
de los turcos uguz, guiados por el clan seldjüqí. A la m uerte de cIm ád al-D ín, en
1048, su hijo C osroes Firúz (observem os los dos nom bres sasánidas) tom a el título
casi im pío de «Rey p erd o n ad o r» , al-M alik al-R ahim , pero su p o d er es una piel
de zapa, com partido en 1055 con el seldjüqí Tugril y pro n to liquidado por el tu r
co. El califato ha sabido aprovecharse de la oposición en tre buyíes, gaznavíes y
seldjúqíes para p oder sobrevivir: ha ad o p tad o una ideología oficial, am pliam ente
inspirada en el hanbalism o, que es la principal form a del sunnism o. La «profesión
de fe» del califa Q ádir, co ntinuada y difundida por su hijo Q á3im, es co n traria a
la opinión popular sh H que habían d esarrollado y organizado los buyíes (fiestas
en los aniversarios del m artirio de H usayn, hijo de CA1Í, y de la designación de
CA1Í por el P rofeta; gran m ezquita shící en B agdad; constitución de una c o rp o ra
ción de descendientes de A bú T álib, p adre de CA1Í, e tc.). P ero, de hecho, es so
bre todo la desaparición progresiva de los regim ientos daylam íes, ap artad o s p ri
m ero y después sustituidos por contingentes de esclavos turcos, lo que mina la
fuerza m ilitar buyí y pone a la dinastía en las m anos de su ejército.
BULGAROS
RUSOS del Volga
• Kiev TURCOS UQUZ
HUNGAROS
Gazna
• NIshApúr
GAZNAWlES
fe* .Atepo .,pS * Ra*
¿3 * }* uaM D ^ • Hamadhán
T íp o H * 0u Y/BS
Imperio Bizantino
Estados vasallos
# La Meca
G uiados por el clan seldjüqí, los herm anos Tugril y T chagri, constituyen un
pueblo num eroso y com pacto: en 1040, en la batalla de D an d an q an , cerca de
M erv, que pone fin al Im perio de los gaznaw íes, son unos 16.000 com batientes.
U na hábil utilización política del te rro r (el saqueo de Rayy abre todas las puertas
de las ciudades), unas relaciones establecidas con el califa Q á’im y el resp eto a
los deberes del Islam extienden ráp id am en te el p o d er de Tugril. A u n q u e el califa
no se apresura en absoluto en reconocerlo (espera a 1050 p ara o torgarle un título
honorífico y a 1057 para la prim era audiencia), el seldjüqí se proclam a su cliente
y se aprovecha de la situación d ebilitada del califa para justificar su m archa hacia
B agdad, donde en 1055 en tra bajo p retex to de peregrinación. E lim inará sin p ro
blem as a todos sus rivales, que ráp id am en te se alian a los fátim íes para en co n trar
un apoyo contra aquél. E n 1057 la estrella de los seldjúqíes brilla sobre todo el
O riente: T ugril, «Piedra angular de la fe» y «Poder» {sultán), encabeza un pue-
blo-ejército cuya instalación, pasado el m om ento de choque, contribuye a la p ro s
peridad del Irán; los turcos uguz se im plantan en T ransoxiana, en A dharbaydján
y en las orillas del lago de V an, de d onde expulsan a los arm enios. La m odifica
ción étnica de estas regiones será definitiva; introduce en A natolia un nuevo no
m adism o, y la necesidad de pastos ju n to con el dinam ism o de los turcos ejercerá,
desde entonces, una gran presión sobre el A sia M enor. En 1071, el cerrojo bizan
tino salta inesperadam en te en la batalla de M antzikert y la penetración turca se
efectúa en m asa, sin ningún proyecto preconcebido y en d esorden, a través de la
península hasta entonces inviolable.
En el interior del Islam , los seldjúqíes, en fren tad o s a continuas revueltas de
sus tropas turcóm anas, partid arias de una gestión más clásica del p oder que el
em irato im pide, consolidan su au toridad: título de sultán que refuerza al de
«rey», adjetivos prestigiosos, m atrim onios im puestos al califa (q u e, sin em bargo,
se resiste y retrasa sin cesar un reconocim iento que le priva de libertad de m anio
bra y de influencia sobre T ugril), cam paña en Irán , donde la T ransoxiana es re
conquistada por A lp A rslán, hijo de T chagi, y p o sterio rm en te, de 1073 a 1092,
en la época de M alik Sháh (de relevante nom bre: «rey» en árab e y en persa),
reorganización de la adm inistración p or parte de Nizám al-M ulk. E ste visir iranio,
«tutor» y padre espiritual, átábeg, del califa, ha dejado expuestos los principios
de su gobierno en su Siyásat-N ám eh (L ibro del gobierno), escrito en 1091. E n el
apogeo de la dinastía seldjüqí, esta colaboración en tre el visir persa y el sultán
turco señala la realidad de un renacim iento persa literario, lingüístico y, hasta
cierto punto, «nacional».
em irales y la iranización cultural de los gaznaw íes y de los seldjüqíes. P rim ero se
lleva a cabo la construcción de una nueva lengua, el neopersa, a partir del dialec
to persa com ún, el dari (que había sustituido a la antigua lengua literaria pahle-
ví). É sta asimila un gran com ponente léxico árab e y som ete «el m etro silábico
iranio a la prosodia cuantitativa árabe». A lgunos po etas, en la corte de los sám á
níes y p osteriorm ente en G azna, abren el cam ino al re stau rad o r de la lengua p e r
sa, Firdúsi. É ste, nacido en TQs en 940 de una fam ilia d e juristas, se arruina p ara
p o d er hacer su obra, reuniendo los anales dinásticos y las colecciones de tradicio
nes orales ya recogidas p or el go b ern ad o r de T ús, que constituirán la base m ate
rial de un gran poem a histórico. E ste Libro de los R eyes (Shdh-N dm eh) ensalza
a los reyes benefactores, a los héroes iranios, en tre ellos a R ustam , y tam bién
las virtudes de la aristocracia sasánida (pureza, acción, abnegación), desarro llan
do una historia pesim ista, en la que la lucha etern a del bien y del mal evoca la
filosofía preislám ica, pero acercándose sin em bargo al pesim ism o general de un
Islam que duda profundam ente de su porvenir. D e su porvenir, pero no de su
cultura, ya que la semilla sem brada en aquel p rerrenacim iento del siglo ix ha
fructificado ahora; las ciencias, m aduradas lentam ente en las C asas de la S abidu
ría, han alcanzado el nivel de la síntesis; síntesis com o las de A bü B akr al-Rází
(m uerto en 923), el R azés de los O ccidentales, y sobre todo de Ibn Siná (m u erto
en 1037), A vicena, enciclopedias m édicas del saber y de la experim entación an ti
gua y persa en las que E u ro p a basará sus conocim ientos sobre la circulación de
la sangre, el tejido óseo, las enferm edades contagiosas y la cirugía, hasta el siglo
xiv; la óptica de Ibn al-H aytham (m u erto en 1039) es tam bién una continuación
de las investigaciones del siglo x sobre la luz y constituirá una base que no será
m odificada hasta K epler.
C uriosam ente, por o tra p arte - o quizás a causa de los problem as m ilitares
que hacían inseguro el edificio—, la arquitectura religiosa o civil no ha producido
testim onios de una calidad co m parable, ya que los dos únicos m onum entos excep
cionales de este período, la m ezquita de Ibn T úlún en Fustát (hacia 878-890) y
la de M alik-Sháh en Ispahán (hacia 1090), dejan precisam ente una im portante
laguna en la historia del arte. P ero esto sería así si no tuviéram os en cuenta, en
cam bio, el desarrollo, que ya no cesará, de las «artes m enores», com o se las suele
llam ar erró n eam en te sobre todo en el Islam m ás qu e en cualquier o tra área cul
tural, ya que el tejido, el arteso n ad o , las alfom bras, no sirven sólo para la deco
ración sino que tam bién son objeto de intercam bio, de obsequio, de o fren d a, y
es su núm ero el que determ ina la riqueza, más que las casas o los dinares: las
m aderas esculpidas de E gipto y de Siria rep resen tan pequeñas escenas de la vida
profana, caza, danzas, conciertos, orgías; los tapices y las alfom bras son a d o rn a
dos con hileras de pájaros y de liebres, tam bién com o en E gipto, o con m otivos
antiguos, trenzas, círculos, óvalos, com o en Irán; los tejidos y las sedas llevan
dibujos cada vez más com plicados, herm éticos y sim bólicos; la loza es brillante
con un fondo pardo o policrom o. T odos estos objeto s son testim onio desde en
tonces de una originalidad en la que el peso de Irán y su gusto p or lo m aravilloso,
pero tam bién por el rigor de la coordinación, triunfan indiscutiblem ente. E n este
sentido, los turcos no han hecho m ás que reforzar el peso de O rien te en la D ár
al-Islám ; fom entan y precipitan las dos fallas que dividen en tres partes al m undo
m usulm án: la que abrieron los ism á^líes y la que les separa del O este.
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 113
L a o r g u l l o s a s u p e r v iv e n c ia u r b a n a
La crisis del p oder califal, d esgarrado p o r las intrigas de los oficiales y de los
príncipes o debilitado p o r la duda sobre la legitim idad de la dinastía, sacudido
por las revueltas iraquíes y p or el surgim iento de nuevos poderes em irales, im pli
ca una m erm a constante de la base fiscal del im perio cabbásí. La ren ta del Iraq
dism inuye de 100 m illones de dirhem es a principios del siglo ix a una cifra que
oscila en tre 30 y 40 m illones en el siglo x; la ren ta de las provincias de la A lta
M esopotam ia cae de m ás de 10 m illones antes de 900 a 3 m illones en 959 y a 1,2
m illones alrededor de 965. El tesoro califal se ve prim ero y en m ayor m edida
afectado que la fiscalidad provincial (no se observa un debilitam iento sem ejante
ni en Siria ni en Irán) a causa de las distribuciones de ciqtács. El em pobrecim iento
de la dinastía se m anifiesta en el ab an d o n o provisional de la muy elevada tasa
de m etal precioso de la m oneda califal: los dinares, excelentes con los om eyas,
los prim eros cabbásíes, en B agdad y en S am arra, ven su ley dism inuir de un 96-98
por 100 a un 76 por 100 en la época de M untasir y se deterio ran constantem ente
con los buyíes, los sám áníes y los gaznaw íes (en tre un 50 por 100 y un 87 por
100, excepto en N íshápur, sin em bargo, donde la ley de la m oneda se m antiene),
m ientras que el sistem a de pesos se disloca. El d iñar de oro cae de 4,25 gr a
m enos de 4 gr. No hay que insistir en la im portancia de las m anipulaciones m o
netarias, punción fiscal su plem entaria de las dinastías débiles. A sí pues, parecía
que estaban reunidas todas las condiciones para d ar nacim iento a una crisis u rb a
na que afectaría prim ero a los grandes centros cuyo nivel de consum o estaba b a
sado en los ingresos fiscales.
cribe en 889), los im puestos locales p roporcionaban 12 m illones y la renta esp era
da en 985 (un millón) es algo superior a la de los m olinos de la ciudad, el im pues
to de consum o m ás clásico. P ero esto nos m uestra que la m etrópolis califal ha
dejado de ser una m era bom ba aspirante: se construirán varios m ercados cu b ier
tos en Karj para albergar la venta de m aterias prim as textiles; algunos bo rd ad o res
producen allí tejidos de alta calidad, especialm ente los velos para la cabeza (ta-
ylásáns). La presencia de los buyíes ju n to al p o d er califal m ultiplica las fundacio
nes, las construcciones (nuevos m ercados, nuevos hospitales, com o el de cA dud
al-D aw la en 982, habilitado en el antiguo palacio de lu id , palacios m últiples) que
m antienen la actividad edilicia y los trabajos públicos: los em ires conceden la m a
yor atención a la restauración de los diques del Tigris que protegen a la ciudad
de las crecidas. Las descripciones de B agdad m u estran , adem ás, la form idable
actividad y el refinam iento de los m ercados. En su elogio de la ciudad, Ibn cA qil
recuerda el lujo del m ercado de pájaros y del m ercado de flores. Insiste tam bién
en el barrio de las librerías, en el que los intelectuales tenían natu ralm en te su
lugar de reunión y del que conocem os la producción de m anuscritos hacia el año
1000 gracias al catálogo de Ibn al-N adim , el Fihrist. Si estos com ercios m uestran
la difusión de m odelos culturales muy m odernos (la com pra de pájaros y de flores
es realm ente popular), la presencia de contingentes m ilitares alred ed o r del p ala
cio em iral de la D ár al-M am laka estim ula el desarrollo de grandes m ercados es
pecializados (zocos de arm as, caballos, heno) que confirm an la im portancia del
consum o del ejército en el crecim iento urbano.
El ensancham iento hacia el este de la capital contin ú a, au m en tan d o la su p er
ficie registrada en el catastro de una m anera fantástica: en la época de M uqtadir
(908-932) ésta supera las 8.000 hectáreas, pero con am plias extensiones d esocupa
das, jardines (el H arim de los táhiríes, el Z a h tr, vergel califal de 32 hectáreas),
inm ensos cem enterios, cam pos m ilitares y plazas de arm as en la C iudad R edonda
y en Sham m ásiya, y tam bién ruinas de palacios abandonados. El tam año desm e
surado de la ciudad llama la atención a los coetáneos: se calculan 1.500 baños,
869 m édicos, 30.000 barcos, en 993; 33 m ezquitas y 300 tiendas son destruidas en
el incendio del Karj en 971, pereciendo 17.000 personas. E n esta extensión in
m ensa, las em igraciones d esencadenadas por el h am bre o sim plem ente por el au
m ento de precios provocan daños irreparables. El riesgo en Bagdad consistía en
q u ed ar dividida en barrios en fren tad o s, separados por extensiones abandonadas;
estos barrios se caracterizaban en efecto por un «sentido de solidaridad» p opular
muy activo, sunní en H arbiyya, cerca, de la tum ba de Ibn H anbal, en B áb al
T áq , en la orilla este; y sh N en K arj. M anifestaciones, rebeliones, expediciones
de tropas son indicio de este conflicto faccional p erm an en te. Las dos orillas del
Tigris tam bién se oponen: cada una tiene su cadí y su prefecto de policía. F inal
m ente, la diarquía califa-em ir en fren ta el centro califal, el D ar al-Jiláfa, y el p a
lacio em iral, el Dár al-M am laka, construido por el buyí cA dud al-D aw la en 980
en M ujarrim , donde se instalan los m ercados m ilitares, cerca de la plaza de arm as
de las tropas daylam íes.
A p esar de las violencias que enfren tan a los partidos religiosos y a los barrios
(en 1002, 1007, 1015-1016, 1045 y 1051, 1055 y de nuevo en 1072, 1076, 1082,
1089), en la capital se constituye una conciencia com ún que form a p arte de sus
reservas de fuerza. U n patriotism o bagdadí ya se había m anifestado an te los ase
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 115
dios de 812-813 y de 865; una colaboración política incluso hace d esap arecer, p ro
visionalm ente, las oposiciones sectarias y segm entarias en las grandes ocasiones:
en 1049 shFíes y sunníes realizan una peregrinación com ún hacia los martyria de
A lí y de H usayn. Y, sin que exista v erd ad eram en te un cuerpo m unicipal, dos
m edios intelectuales preservan la continuidad política: ju n to a los «secretarios»,
que hasta la invasión m ongol m antienen el eficaz ap arato adm inistrativo iraquí,
los docentes, los ulem as, constituyen el arm azón político y m oral de la ciudad.
E n general son juristas y hom bres de p artid o , pero estaría muy lejos de la reali
dad considerarlos aislados: su sab er y su curiosidad enciclopédicos, d em ostrado
por la extraordinaria diversidad cultural de un Ibn cÁ qil, les relaciona con m edios
sociales muy diversos. D esde H d rú n , ulem as y poetas, p or ejem plo, m antenían
sus reuniones en el M ercado de las L ibrerías, en Sham m ásiya. La existencia de
partidos, de facciones religiosas y filosóficas asegura, por o tra p arte , la circula
ción de las ideas y de la au to rid ad e n tre los ulem as y los cuerpos de voluntarios
que garantizan la lucha contra los sím bolos de la inm oralidad y contra los d e fen
sores de la herejía en los barrios. E n ausencia de una representación m unicipal,
los universitarios deten tan el papel de una au to rid ad política m ultiform e en co n
tacto con todos los antagonism os urbanos.
E l p a r é n t e s i s i s m á c! l í
El principal m ovim iento, el de los ism á^líes o B átiniyya (‘los del sec re to ’),
posee extraordinarias capacidades de m ovilización, a pesar de sus incertidum bres
teóricas, sus rupturas internas y, finalm ente, de su fracaso práctico. No sólo las
m asas (beduinos iraquíes, b ereb eres del N orte de Á frica, g ente de ciudades y del
cam po de Iraq y de Y em en) han hecho de sus consignas un sím bolo de su indig
nación contra los poderes injustos, recu p eran d o la inspiración original de la co
m unidad m ediní, sino que tam bién hay que d estacar la adhesión general de los
intelectuales y de los hom bres de ciencia a las concepciones filosóficas e históricas
de los ism á^líes. En efecto, éstos llevan a la perfección lógica la construcción e la
b orada por los sabios m usulm anes en contacto con el pensam iento helénico. H an
integrado al Islam las especulaciones cosm ológicas de los pitagóricos y de los neo-
platónicos en una teoría, no caren te de inspiración, que afirm a la prim acía del
saber y de lo racional, p ero que implica tam bién una iniciación progresiva a la
v erdad, dejando cierto m argen a los erro res políticos y reforzando la hegem onía
de los intelectuales sobre el «partido» y p o sterio rm en te sobre el E stado.
El «partido ismá^lí» es p ro p iam en te la realización com batiente del Islam shicí;
nace en la atm ósfera de la revolución cabbásí y de los conflictos interm inables
que enfrentan a las cam arillas personales de los príncipes calíes, en B agdad y en
Sam arra. La seguridad de co n tar en tre ellos con un im án d otado de capacidades
sobrenaturales, la dificultad de reconocerlo y la esperanza del súbito reto rn o de
118 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
un m ahdi que vengará a los perseguidos, divide el m ovim iento shicí en num erosos
grupos. Y la incertidum bre conduce, finalm ente, a la m ayoría de sus partidarios
a una. adhesión apenas disim ulada a los cabbasíes: una teoría de la «ocultación»
(gayba) explica la historia pasada y sitúa la esperanza en un horizonte b astan te
lejano. D oce im anes im pecables se han sucedido desde el P rofeta; su m artirio es
la p rueba de su sucesión legítim a; el decim osegundo, «oculto», invisible, volverá
para iniciar la «E ra de la V erdad» que precederá al juicio y que perm itirá el ajus
te de las cuentas acum uladas. Sin una adhesión explícita y en una postura altiva
y crítica, los shicíes desarrollan el culto a los im anes m ártires y a la esperanza del
m a h d i; dom inan el m undo intelectual y la sensibilidad religiosa, influyen incluso
en la dinastía cabbásí, pero apenas actúan. Los grupos activistas, al con trario , uni
dos en torno al chiism o político tradicional, se consagran a la realización inm edia
ta del régim en ju sto , expansión de la justicia sobre la tierra y restablecim iento de
la legitim idad de la casa de CA1Í. P ero sus éxitos, aunque no son despreciables,
son m arginales: em irato del T ab aristán , que d u rará hasta principios del siglo x n ,
em irato del Y em en fundado en 897, sólidam ente im plantado pero aislado.
El ism ailism o, p artido de una cam arilla p ersonal, la de Ism á^l ibn D jacfar y
de su hijo M uham m ad, crecido en la atm ósfera de constantes revueltas, realizará
una penetración sorpren d en te m ediante una atrevida síntesis: partido co m b atien
te, asum e el rigor del m ovim iento shN y atrae a los activistas; m ovim iento clan
destino de estructura iniciática es capaz de d u rar, de ren acer de sus cenizas, y de
proteg er, m ultiplicando las co b ertu ras, a sus jefes secretos. Sus im anes no son
«ocultados» pero sí bien escondidos, tan bien escondidos que perm anece la in cer
tidum bre sobre sus nom bres y su lista, y que desde el siglo xi sus adversarios han
denunciado la no pertenencia de los fátim íes del N orte de Á frica a la familia de
cA lí. El prim ero de ellos, cU bayd A lláh el M ahdi, sería efectivam ente descen
diente de o tro linaje, el de M aym ún el O culista, que ha proporcionado «padres
espirituales» a los fátim íes clandestinos, representándolos y organizando el p a rti
do y los m ovim ientos revolucionarios. Según una antigua fuente, M ahdi sería un
im án de este linaje apócrifo, pero que habría ad o p tad o a Q á3im, hijo del im án
escondido y calí realm ente legítimo.
La existencia de estos dos tipos de im anes, los «activos», contingentes y sim
ples depositarios, y los «silenciosos», perm an en tes y necesariam ente auténticos,
ha sido discutida. A unque no haya sido verificada, intenta justificar la in certidum
bre de su genealogía, que los fátim íes de M ahdiya y de El C airo no aclararán
nunca en sus circulares secretas a sus afiliados, y la im portancia del parentesco
m ístico, relación de educación (la v erdadera filiación es la de m aestro a discípu
lo). La designación y la transm isión del im am ato, del secreto, predom ina sobre
la filiación m aterial, insignificante y transitoria a fin de cuentas. Y, p or esta cues
tión, el m ovim iento se ha d esarticulado, efectivam ente, repetidas veces.
La progresiva introducción de especulaciones neoplatónicas aporta un sentido
cosm ológico a la historia y a la filosofía política del sh fism o ism á^lí; su carácter
de totalidad, de «engranaje» necesario, justificaba plenam ente la acción revolu
cionaria, cum plim iento propiam ente de la ley del m undo. C ulm ina e n tre 961 y
980 con la redacción de las Epístolas de los H erm anos de la Pureza, enciclopedia
de todas las ciencias que tiene en cuenta los conocim ientos racionales y revelados
de la A ntigüedad y los som ete a un im anism o generalizado. Sin que los ism á^líes
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 119
recurran verd aderam ente a la m etem psicosis, se cum ple la transm igración de las
alm as individuales a lo largo de siete ciclos m ilenarios, guiado cada uno de ellos
por un p ro feta, A dán, N oé, A b rah am , M oisés, Jesús, M ahom a y Q á 3im, el «re
surgente». La presencia del im án es, pues, necesaria: está siem pre presente y es,
en tre D ios y los hom bres, el vínculo y el testim onio de la ascensión de las almas.
En esta filosofía unitaria, en la que todo es un sím bolo, la acción es esencial:
únicam ente el esfuerzo, m oral, científico y político a la vez, perm ite liberar la luz
del alm a de la pesadez m aterial. Y éste pasa por la iniciación al «secreto» (bátín)
y a lo esotérico.
Incluso antes de la proclam ación de la nueva ley, la acción política pone en
práctica una organización clandestina y, sin d u d a, jerárq u ica, que ha sido com pa
rad a, con acierto, a los grados de la francm asonería y del carbonarism o; en la
práctica de la ciudad espiritual las funciones sociales corresponden a las faculta
des hum anas, a las virtudes: el imán «divino», los reyes «verídicos», los jueces
«virtuosos» y los artesanos «piadosos y com pasivos» encuadran el «pueblo co
mún» que representa a la razón en potencia. La presencia, real, de trabajadores
m anuales no significa que ésta sea sólo una m áscara de la revolución social: m o
vim iento escatológico guiado p o r intelectuales activistas, está únicam ente abierto
a la presencia y a las aspiraciones de los m edios populares.
H asta 899 el m ovim iento clandestino de los ismácilíes perm anece unido bajo
una dirección central situada en A hw áz, después en B asora, y finalm ente en los
lím ites sirios del desierto, en la ciudad de Salam iyya. T om a la form a de una «re
surrección» parecida a la revolución cabbásí y ráp idam ente tiende a extenderse
por el m undo m usulm án: un m isionero im planta el m ovim iento en Rayy hacia
877, otro instala un E stado en Y em en en 881 y a partir de allí se extiende a lo
largo de las vías com erciales; la misma familia consigue fundar un principado re
volucionario en el Sind en 883, m ientras que A bücA bd A lláh el Shící convierte a
la tribu beréb er de los kutám a en 893 y una am plia zona de disidencia se estab le
ce desde 891 en el bajo Iraq , donde los rebeldes, constituidos en com unidades
rurales, ponen en com ún el botín, el ganado y los instrum entos de producción,
así com o todos los bienes de uso. E stos éxitos fulm inantes hacen p rever una vio
lenta ruptura: el jefe de los ismailíes del Sawád y de KQfa, H am dán Q a im a t, he
redero de la tradición activista m ás antigua del shicism o, rom pe con el imán clan
destino cU bayd A lláh, quien pierde tam bién la adhesión del B ahrayn. Por su p a r
te, el jefe de los beduinos sirios, unidos al m ovim iento, proclam a m a h d i a un
m isterioso «amo de la cam ella» y consigue asom brosas victorias en Siria en 902
y 903, y después en Iraq, hasta su m u erte en 907. T am bién él ha roto con cU bayd
A lláh, quien a duras penas se escapa de ser asesinado al huir hacia el Y em en. A
partir de 907 él m ovim iento continúa en Iraq bajo la dirección de antiguos lugar
tenientes de Q arm at, que siguen anunciando la llegada de un m a h d i: una gran
tarea política y filosófica llevada a cabo p o r los «misioneros» qárm atas de Irán
consigue reunir las diversas ram as del m ovim iento en espera del m ahdi.
La constitución en B ahrayn de un foco «qárm ata», donde la esperanza niesiá-
nica se com bina con la acción m ilitar, trasto rn a a todo el O riente: la era mesiáni-
ca, anunciada en 928 según la creencia en las especulaciones astrológicas (conjun
ción de Jú p iter y S atu rn o ), em pieza con una expedición contra La M eca en 930,
la m asacre de los peregrinos y el secuestro de la P iedra N egra. E n 931 (año 1500
120 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
do»; los fátim íes se presentan com o los únicos califas auténticos, los adalidades
de la m oralidad islámica frente a los em ires turcos borrachos y corrom pidos; sólo
tienen una esposa y viven sin ningún lujo; tam bién aseguran defen d er los d e re
chos de la religión: en 951 consiguen de los q árm atas la restitución de la Piedra
N egra. C uando en 969 el siciliano D jaw h ar en tra p o r fin en Fustát y funda al año
siguiente la nueva capital dinástica de El C airo, la «V ictoriosa», los fátim íes p a
recen haberse instalado en su situación de jefes de una m inoritaria cofradía de
iniciación: el aislam iento religioso ism á^lí parece total. D jaw har se ha com p ro m e
tido a respetar los ritos y los d erechos de los egipcios: una actitud prágm ática y
tolerante, muy abierta a las m inorías cristianas y judías, que no aspira a o b ten er
conversaciones si no es m ediante la predicación y la enseñanza. Por o tra parte,
tras la conquista de Siria frente a los qárm atas, el esfuerzo por la guerra cesa:
ningún intento serio se realizará para agredir a los cabbásíes ni desalojar a los
buyíes.
La dinastía vive violentas tensiones internas: M ucizz intenta en 985 rectificar
la doctrina y la genealogía fátim íes para evitar las críticas de los qárm atas y re a
firm ar el origen calí de la fam ilia. Un conflicto sucesorio marca el fin de su rein a
do, cuando la autobiografía de D jaw har m uestra la penetración de las esperanzas
y de las creencias populares en el seno de la jerarq u ía ismáctlí. E x terio rm en te la
dinastía se presenta com o la de todos los m usulm anes; y, sin em bargo, se vale
de buen grado de m inistros cristianos (después de Ibn Killis, de origen judío pero
ism á^lí convencido, es el copto cIsa ibn N astúrus quien gobierna E gipto). Se d es
gasta por su propio m esianism o y la necesidad de aplazar siem pre para más tarde
la realización de las esperanzas escatológicas en que se basa su éxito. La tensión
estalla con A l-H ákim , «el imán del año 400». Es proclam ado en 996 a la m uerte
de cAziz; este últim o es el hijo de una cristiana y el sobrino de los patriarcas
melkíes de Jerusalén, O reste, y de A lejan d ría, A rsenios. Es aún un niño y el
poder pronto es destrozado y d isputado por el jefe de la milicia beréb er de los
kutám a y el eunuco B ardjaw án, del cual A l-H ákim se deshace asesinándolo en
el año 1000. La inm inencia del cu arto cen ten ario de la liégira (en 1009) com porta
actitudes y decisiones ap aren tem en te incoherentes que reflejan el conflicto in te
rior que desgarra a A l-H ákim : de 1003 a 1007 restablece las reglas m orales trad i
cionales del Islam , prohíbe la prom iscuidad, las bebidas alcohólicas, los gastos
inútiles (m atanza de bueyes de labranza, p o r ejem plo, vestidos ostentosos); res
taura las prescripciones in dum entarias contra las m inorías. A esta obra de com ba
tiente, de m uhtasib, muy p opular, se añade en 1005-1007 una violenta p ro p ag an
da sh?0! e ism á^lí, a la que responde la proclam ación de un antiguo califa om eya
en al-A ndalus: inscripciones con tra los C om pañeros del P rofeta, lecciones en la
C asa de la Sabiduría, ap ertu ra de la secta a las conversiones. En 1008 em pieza
la persecución contra los cristianos y las otras m inorías: confiscación de los w aqfs,
de la iglesias, y destrucción de los signos externos de las religiones som etidas al
Islam , lo que form aba p arte de la tradición del m uhtasib, suplicio o conversión
forzosa de varios altos funcionarios, e n tre ellos el patriarca A rsenios, tío m aterno
del califa; finalm ente, en 400 (1009), destrucción de las iglesias y en p articular el
Santo Sepulcro en una atm ósfera de apocalipsis. Sin du d a, el califa y su en to rn o
esperaban del nuevo siglo cam bios radicales, la culm inación mesiánica de la his
toria en la abolición de las otras religiones y el reto rn o a la unidad.
122 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
El fracaso de la persecución, que cesa en 1014 y que será parcialm ente olvida
da en 1021 (restitución de los bienes, reconstrucción de los edificios, autorización
de la apostasía de los convertidos a la fuerza), posibilita una reactivación de la
p ropaganda shPí. N uevos iniciados afirm an que A l-H ákim sí es el Q á3im, el «re
surgente» esperado: en un am biente de rebelión, de 1017 a 1019, y sin que el
califa adm ita el m ovim iento ni asum a la posición que aquéllos le atribuyen, o rg a
nizan una secta en el seno de la dacwa\ la excentricidad del califa, m odesto, g en e
roso, im prudente, está sin duda en relación con la afirm ación de.su propia co n
fianza en su destino; sus «actos sin motivo» se sitúan en la perspectiva de un sen
tido oculto e iniciático, pero su costum bre de realizar paseos nocturnos solitarios
es tam bién una ocasión p ara hacerlo desaparecer en 1012. El m ovim iento ism á^lí
y la dinastía fátim í salen m alparados de este m alogrado apocalipsis: la revolución
continúa, pero en la periferia, en Irán, en Y em en, y en la India; en E gipto, los
lugartenientes de H am za prosiguen la predicación y dan origen a la com unidad
de los drusos. Por lo que se refiere a la dinastía, ésta e n tra en letargo, pero no
sin un últim o cisma en 1094 p or el problem a sucesorio que da origen al ex traño
ism á'ílism o nizárí.
La secesión de los m isioneros que reconocen com o im án legítim o a Nizár co n
duce a la constitución de un E stado-refugio en las m ontañas del A ntilíbano y a
la conjunción del tradicional «disimulo» de los shicíes con un espíritu de sacrificio
extraordinario que perm ite la consolidación de un distrito independiente alred e
dor de la fortaleza de A lam üt; los ism á^líes aterro rizan a las filas sunníes m edian
te asesinatos teatrales. El linaje del g o b ern ad o r de A lam üt d u rará hasta 1256.
Sus descendientes dudarán en tre varias opciones: co n tin u ar con el terrorism o en
la perspectiva apocalíptica (dos califas cabbásíes serán víctim as de ello), constituir
un m ini-califato calí proclam ándose descendientes de N izár (del mismo m odo que
los fátim íes lo habían hecho con Ism á^l) o ad o p tar la ley sunní y constituir un
em irato periférico. En esta incertidum bre volvem os a e n co n trar los conflictos e n
tre las esperanzas mesiánicas y las realidades que habían proporcionado una fu er
te originalidad a los qárm atas. P ero estas dudas no han im pedido que los nizáríes
de A lam üt y de la Siria central continúen p erp etran d o una serie de asesinatos
con tal desprecio por ía m u erte que sus enem igos lo atribuían al uso del hachís
y los llam aban los cóm plices hashishiyya, «asesinos». C ontribuyen a deshacer el
m undo m usulm án, cuya estructura se cristaliza en la personalidad de jefes m ilita
res y políticos y en el que los partidos personales y las fidelidades com batientes
e intelectuales ocupan todo el terren o en política. V ecinos perm anentes de los
A sesinos, los cristianos de T ierra Santa com prenderán pro n to el interés en buscar
apoyo en su jefe, el «Viejo de la M ontaña», natu ralm en te sin in ten tar p en etrar
en su filosofía.
L a r e a p e r t u r a d e l a s v ía s y d e l m a r
exportado a las vidrierías italianas que im itarán, con un retraso técnico considera
ble, las producciones egipcias utilizando sus desechos. H ay que añadir tam bién
las especias y las drogas de E gipto, de Siria y, ev id en tem en te, los productos en
tránsito del Lejano O riente: F ustát com ercializa las sales am oniacales de W ádí
N atrdn , la gom a adragante del desierto, la nuez m oscada, la laca, el brasil y la
pim ienta sobre todo, cuyo precio se duplica o triplica e n tre F ustát y la escala si
ciliana y tunecina, de 18 a 34 dinares y hasta 62 dinares p or 100 libras, m ientras
que T rípoli de Siria exporta el azúcar sirio, la m erm elada de rosas o las violetas
confitadas. T odos estos productos son, ya lo vem os, m ercancías caras y preciosas,
y las enorm es diferencias de precios cubren am pliam ente los riesgos del m ar y la
eventualidad de un m ercado bruscam ente satu rad o . N otarem os la ausencia de
productos de m asa, cereales, ganado. El im pulso del consum o «occidental» co n
tribuye sin em bargo a que la producción egipcia de azúcar y de papel adquiera
un carácter industrial: m ientras que el m odo norm al de producción artesanal si
gue siendo el taller fam iliar o la asociación de varios m iem bros, la refinería es ya
un p o ten te organism o cuya inversión exige un m illar de diñares.
El desarrollo del com ercio am alfitano da una nueva dim ensión a este tráfico:
m ientras que en el siglo ix el sur de Italia, afectado por la expansión m ilitar m u
sulm ana y em pobrecido, y tam bién ruralizado y poco consum idor, no parece que
haya tenido relaciones com erciales con Egipto ni con la Sicilia hostil, en el siglo
x se observa un desarrollo precoz de la C am pania; las roturaciones en la penínsu
la am alfitana y la difusión de la m oneda de o ro m usulm ana, el tarín de o ro , un
cuarto de diñar, de poco peso .y de uso cóm odo, van a la p ar con la aventura
com ercial: en 871, prim er indicio, un am alfitano de Q ayraw án advierte al prínci
pe de S alerno de un inm inente ataq u e aglabí; en 959, existía en F ustát un m erca
do de «griegos»; en el viejo cen tro de B abilonia, y con el nom bre de «griegos»
(en árab e R ú m ) se denom ina a todos los cristianos ex tranjeros, y, sin em bargo,
los bizantinos no están presentes en E gipto. En 978, un prim er contacto confirm a
la presencia de un am alfitano en El C airo, y un texto de Yahya de A ntioquía
expone que el 5 de mayo de 996, después del incendio de la flota fátim í en el
M aks de El C airo, las tropas b ereb eres se precipitan sobre «los R ú m s am alfita-
nos», m atando a 160; el Dar M anak, la factoría italiana, es saqueada, la iglesia
m elkita y la iglesia nestoriana son incendiadas, 90.000 diñares de m ercancías p e r
didas. D e este acontecim iento excepcional varios aspectos llam an la atención: la
confusión, espontánea, de la gente am alfitanos y bizantinos, que atribuye a los
prim eros un sabotaje del que eviden tem en te se benefician los segundos; la p re
sencia, que parece norm al, en F u stát, al sur de la ciudad califal de El C airo, en
el corazón de E gipto, pues, de m ercancías y de navios que no son fondeados en
los puertos m editerráneos y cuyo escaso tonelaje Ies perm ite atravesar el delta
(sin duda se trata, por o tra p arte , de crear cerca del palacio califal una factoría
forzosa para poder vigilar a los extranjeros y ejercitar un m onopolio de com pra
califal, y que es identificado a este D ár M anak, seguram ente el alm acén de los
O ccidentales); finalm ente, el desplazam iento hacia el este de las actividades co
m erciales de los am alfitanos, que parecen masivas: 160 m uertos significan varias
tripulaciones a la vez. H ay que insistir en la precocidad de estos tráficos y en el
clasicismo de los intereses am alfitanos: especias y drogas a cam bio, seguram ente,
de productos de la agricultura intensiva que se pone en práctica en este m om ento
\ > Verdún •
V ¡5 //\
ESCLAVOS
TEJIDOS • / / V
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COBR€ BarcatonaSiN^
Córdoba
Bujía
Qayrawán
Gabesr
k Sidjtknása
El cam bio de rutas se efectúa en dos tiem pos: ya en 870, los zandjs sublevados
han cortado la ruta de las especias y de la teca en tre B asora y W ásit, y en el siglo
x la decadencia relativa de Ira q , determ in ad a p or la ruina de B asora y p or las
grandes insurrecciones q árm atas, implica la dism inución del tráfico com ercial en
la costa del Fars; allí, el p u erto de Siráf abastece la m etrópoli de Shiráz, m ientras
que O rm uz trabaja con el K irw an y el Sistán. Las excavaciones recientes han re
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 127
m ar R ojo, una com unidad m ercantil une a m usulm anes, judíos, cristianos e hin
dúes en la gestión de un com ercio m asivo. Se p uede estim ar el peso tran sp o rtad o
en 3.000 balas de especias y de m ercancías preciosas. D esde el siglo xi se consti
tuyen enorm es fortunas, las de los patro n es de navios, los nakhúdas, las de los
m ercaderes: en el siglo xm se valorará la fortuna de uno de ellos en un millón
de diñares, en tre 30 y 100 veces m ás de lo que disponía un m ercader cairota, y
en la época de los prim eros m am elucos se co n tará con 200 m ercaderes fluviales,
cada uno con sus esclavos-factores itinerantes, m ientras que un ra3is dirige, o m e
jo r preside; una «corporación» inform al basada en los lazos de parentesco que
unen a los grandes m ercaderes.
Sin em bargo, el com ercio egipcio con la India no es un sum idero de d inero y
de m etales preciosos: E gipto ha sabido m ultiplicar y diversificar sus exp o rtacio
nes, sedas, tejidos de lino y productos quím icos (álcali, sales am oniacales); reex
porta por el m ar R ojo las telas «rusas», los m etales (cobre hispánico, plom o), la
vajilla de plata y el coral siciliano trabajado. Im porta de la India m adera de brasil
para el tinte, pim ienta, alm izcle, laca, que paga con m ercancías en un 90 por 100
sólo y el resto en oro, según los balances de operaciones realizados en 1097-1098.
D e esto se puede deducir que la balanza com ercial no es tan favorable para E gip
to, aun cuando las autoridades tenían preocupaciones totalm en te opuestas a las
concepciones m ercantilistas y que les interesaba sobre todo favorecer el abasteci
m iento de la capital. En realidad, la tasación fátim í no fom enta la exportación:
pone una sobretasa a los excedentes en relación al valor de las m ercancías im por
tadas, com o lo dem uestra el M inhádj de M ajzúm , tratad o fiscal ayyúbí, que u ti
liza docum entación fátim í. Im pone al tráfico com ercial una fiscalidad e x trem ad a
m ente gravosa - 2 0 y 30 p o r 100 ad valorem — que no desanim a sin em bargo a
los m ercaderes, prueba de la necesidad incoercible de productos de lujo; tam bién
va acom pañada de un m onopolio de venta del alum bre egipcio a los occidentales
que adquirirá m ayor im portancia a p artir del siglo x i i .
Las fo rm a s y los fo n d o s
el siglo x iii algunos judíos los co m prarán en el o céano índico) y los desplazam ien
tos de los cristianos son vigilados, así com o los de los italianos, al m enos en las
rutas de E tiopía, y les está prohibido, sin d u d a, al igual que a los cristianos de
O ccidente, pasar por el m ar R ojo. Por o tra p arte la fiscalidad fátim í deja de hacer
distinciones en tre los m ercaderes m usulm anes y los dhim m íes al p oner los im
puestos sobre las m ercancías: si los fátim íes no se preocupan expresam ente de
garantizar a los m usulm anes una hegem onía com ercial es p o rq u e sin duda el eq u i
librio está aún a su favor. Incluso som etidos al diezm o hubieran estado m enos
gravosam ente afectados.
Las estructuras del m undo com ercial adquieren m ayor com plejidad a m edida
que se desarrollan los tráficos com erciales: ya no son simples expediciones de
com pra, ahora hay que articular los m últiples com ercios, adm inistrar a distancia
y cubrir los intervalos de las ausencias. Las «Bolsas» se m ultiplican: en Fustát
son alm acenes («Casas» del algodón, de la seda, del azúcar, del arroz, etc.) en
los que se dispone de un espacio para las ventas públicas, el «Círculo». Los p ro
curadores que representan a los m ercaderes y adm inistran sus stocks adquieren
una función oficial de depositarios ju rad o s y de árb itro s de los intercam bios. D e
simples representantes pasan a ser m agistrados que cobran una com isión y que
asum en, tam bién, las funciones de arren d atario s de im puestos; su dár al-wakála
(la oquelle = delegación, de las Escalas de L evante) sirve todavía de Bolsa y de
lugar oficial donde levanta actas el n o tario; los grandes puertos cuentan con va
rios de estos notarios y varios procuradores. Los p u erto s sirven de domicilio pos
tal y de centro de la actividad m ercantil. A sí, en A d én , desde finales del siglo xi
hasta finales del x ii, la familia judía de H asan ibn B undar es quien d ete n ta la
oquelle a donde acuden los m ercaderes judíos de la ru ta de las Indias. Su casa es
p arada obligada y su influencia es hasta tal p u n to evidente que el hijo de H asan
será a p artir de 1150 el nagidy jefe oficial de la com unidad de judíos del Y em en.
La reanudación de las relaciones com erciales de un extrem o al o tro del M edi
terrán eo , al mismo tiem po que el desarrollo de las ciudades y la abundancia de
o ro , perm iten considerar, con razón, las últim as décadas del siglo x y las prim eras
del xi com o el «gran siglo» m usulm án. Pero sin la expansión sim ultánea del Islam
O ccidental, estos cien años de om nipotencia no hubieran podido brillar con tal
resplandor. Por lo tanto , ahora hay que volver a tom ar el cam ino del O ccidente,
en un sentido inverso del que habían seguido los fátim íes, y buscar allí las carac
terísticas y los m otivos de este éxito.
El e s p l e n d o r d e a l -A n d a l u s
om eya sobre el conjunto del territo rio andalusí, tras una larga crisis política que
agita a al-A ndalus en las últim as décadas del siglo ix y a principios del siglo x,
y a la necesidad del em ir cA bd al-R ahm án 111 de d o tarse, m ediante el título cali
fal, de un prestigio igual al de los califas fátim íes de nuevo establecidos en Q ay
raw án (910). La propag an d a sh N podía provocar en al-A ndalus m ovim ientos p e
ligrosos para el régim en om eya, com o ya se había visto a principios de siglo (901)
en un curioso episodio, que en sus prim eras fases había p resentado so rp ren d en tes
analogías con la aventura de cU bayd A lláh e n tre los kutám a. U n agitador p olíti
co-religioso del mism o género había arrastrad o entonces a las tribus bereberes
del centro de la península a una gran expedición de g uerra santa contra la ciudad
cristiana de Z am ora, en la fro n tera del reino de León. La aventura concluyó con
un lam entable fracaso p o r la retirad a de los jefes b ereb eres quienes, habiéndole
seguido prim ero, em pezaron a tem er por su au to rid ad , pero hubiera podido d e
sem bocar en un m ovim iento político hostil al régim en.
O M E Y A S DE A L-A N D A LU S
que d u rante m ucho tiem po parece ser que se desarrolló de una m anera to talm en
te autó nom a, había pasado bajo el control om eya. Estos tratad o s tuvieron un
efecto inm ediato, puesto que en 942 m ercaderes am alfitanos fueron a com erciar
por prim era vez a C órdoba. En el mism o año, una em bajada sarda solicitaba,
tam bién, al califa un tratad o de paz. En esta época se m ultiplican los signos de
una reanim ación de las relaciones a larga distancia en la cuenca occidental del
M editerráneo, a partir de centros que han em pezado a desarrollarse desde finales
del siglo precedente en las costas m usulm anas. El principal de ellos es el conjunto
urbano constituido por las dos localidades de Pechina (Badjdjána) y A lm ería, en
el extrem o sureste de la península. La ciudad de Pechina había sido fundada en
884 por m arineros andalusíes de la costa oriental en busca de escalas seguras para
el com ercio que efectuaban con la costa de la A rgelia actual. La ciudad se d esa
rrolló rápidam ente com o una especie de pequeña república independiente d u ra n
te la época de anarquía de finales del siglo ix y principios del x, y cuando la
autoridad om eya fue restablecida en 922 constituía ya un centro com ercial y cul
tural im portante. cA bd al-R ahm án 111 hizo de ella la principal base de su flota
de guerra, y a partir de 955 em prendió considerables trabajos de acondiciona
m iento del p uerto de A l-M ariyya, situado a pocos kilóm etros del núcleo u rbano
inicial que se había desarrollado un poco más al in terio r, a orillas del río A nda-
rax. La nueva creación urbana adquirió rápidam ente mucha m ayor im portancia
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 133
que Pechina, que desde finales de siglo volvió a ser una m odesta aldea, m ientras
que A lm ería se convertía en el p u erto m ás activo y en una de las m ás Im portantes
ciudades de la península.
Se poseen pocas inform aciones precisas sobre las bases económ icas del d esa
rrollo de Pechina-A lm ería. A l-R ází, que escribió poco antes de la m itad del siglo
x, habla de construcciones navales y de fabricación de tejidos de seda y de b ro ca
dos. Pero cabría p regun tarse si uno de los principales factores de la prosperidad
de la ciudad no fue desde un principio el com ercio de esclavos capturados por
los piratas en las costas cristianas. Los geógrafos orientales del siglo x m encionan,
en efecto, a los esclavos blancos (saqálibá) com o uno de los principales artículos
de exportación andalusí, y uno de ellos, al d ar precisiones sobre los m étodos de
castración de la que eran víctim a algunos de los esclavos, indica que la operación
era practicada por com erciantes judíos en una localidad próxim a a Pechina. En
este caso se tratab a de esclavos im portados por tierra desde los países francos,
pero es probable que Pechina, ten ien d o en cuenta su situación geográfica, co n
centrase tam bién el producto de las correrías sarracenas por la cuenca del M edi
terrán eo occidental. En la mism a época, las relaciones de T ortosa con el m undo
franco son testim onio de algunos hechos, e n tre ellos el viaje a E u ro p a occidental
del m ercader judío de esta ciudad, Ibráhim ibn Yacqúb, en 965, que d ará lugar
a un relato escrito. Al mismo tiem po que se desarrollaba Pechina, otras «facto
rías» o escalas aparecen en la costa del M agrib, fundadas tam bién por m ercaderes
andalusíes, com o T enés (875) y O rán (910). A los largo de la ruta m arítim a que
va de al-A ndalus a Ifriqiya, el com ercio andalusí anim a puertos nuevos en el siglo
x, com o éstos que acaban de ser m encionados, o tam bién aldeas existentes ya
an teriorm ente pero que no eran conocidas, com o T ab ark a.
El m ar sarraceno
A sí pues, parece ser que a p artir de los últim os años del siglo ix y a lo largo
del siglo x se reanim a la circulación m arítim a a larga distancia en el M editerráneo
occidental. Paralelam ente, este m ar, que había estado d uran te un siglo y m edio
prácticam ente abandonad o a las em presas anárquicas de los p iratas, vuelve a ser
un espacio controlado política y m ilitarm ente p or flotas oficiales, om eyas o fáti
míes. Sin duda estos dos hechos están relacionados: los poderes establecidos en
las grandes capitales políticas no podían suprim ir de un día al o tro estas incursio
nes lanzadas desde sus costas, qu e se situaban en el m arco de una guerra santa
legítima y que sin duda tam bién ap o rtab an ingresos al T esoro público; pero es
muy probable que a partir del m om ento en que habían alcanzado una cierta talla
internacional ya no podían sentirse satisfechos del desarrollo de actividades in
controladas de este tipo. Q uizás sea significativo el que la base sarracena de Fra-
xinetum , que es controlad a políticam ente por C órdoba desde antes de m ediados
del siglo x, com o acabam os de ver, desaparezca precisam ente en el m om ento del
apogeo del califato om eya, alred ed o r de 970, sin qu e, según p arece, éste no haya
hecho nada por prolongar su existencia.
La potencia m arítim a de los fátim íes, p o r su p arte , fue tam bién considerable.
Es verdad que heredaron una flota im p o rtan te creada por los aglabíes, el control
134 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
son los dinares del principado ham m údí de C euta-M álaga y los de los cámiríes de
D enia.
En los siglos x y xi tam bién se desarrollan dos centros políticos y económ icos
insulares de diferente im portancia, p ero cuyo auge es igualm ente revelador de la
nueva vitalidad del espacio m ed iterrán eo occidental: M adína M ayúrqa (Palm a de
M allorca) y Palerm o. Integradas en el m undo m usulm án a principios del siglo x,
las islas B aleares parece que en un p rim er m om ento sirvieron sobre todo de base
para las actividades de p iratería con tra las costas cristianas. Sin em bargo, la mis
ma fuente que n arra la conquista de las islas indica tam bién que los co nquistado
res construyeron inm ediatam ente m ezquitas, alhóndigas (fundúqs) y baños, es d e
cir, en una zona hasta entonces to talm en te d esurbanizada, los elem entos funda
m entales que estructuran la vida religiosa, económ ica y social de cualquier centro
urbano m usulm án. O tro indicio del rápido desarrollo urbano de la nueva capital
de las «islas orientales» es el notable auge que tuvo la vida intelectual. D esde el
siglo x, doctores en ciencias jurídicas m allorquines, los fu q a h á 3, aparecen en las
colecciones biobibliográficas de sabios. En la segunda década del siglo xi, M adína
M ayúrca es la sede de una sonora controversia e n tre dos de los intelectuales an-
dalusíes más fam osos de la época, Ibn H azm y A l-Bádjí. Se ha destacado, con
razón, el hecho, significativo por el nivel cultural elevado del m edio insular, de
que esta polém ica se d esarrollara en público. C onstituidas en E stado in d ep en
diente entre 1070 y 1080, las B aleares son en 1114-1115 el objetivo de una «cru
zada» de písanos y catalanes que term ina con el saqueo de la capital. Los b arce
loneses deseaban sobre todo d ar un golpe decisivo a un foco m olesto de piratería,
p ero para los pisanos se tratab a principalm ente de d ebilitar o destru ir un com pe
tidor com ercial. Se sabe que la potencia m allorquína renació algunas décadas más
tard e, en la época de la dinastía indep en d ien te de los alm orávides B anü G ániya,
en la segunda m itad del siglo xn.
En cuanto al desarrollo considerable de P alerm o, éste había com enzado con
la incorporación de Sicilia al m undo m usulm án por la conquista llevada a cabo
por los aglabíes en el siglo ix. C apital de una provincia dep en d ien te de Q ayra-
w án, la ciudad se afirm ó com o capital adm inistrativa y m ilitar al mismo tiem po
que se desarrollaba com o escala casi obligatoria de las relaciones tradicionales
que unían Sicilia con Ifriqiyá p or una p arte, y, por o tra , con las ciudades co m er
ciales de la Italia m eridional. En la época fátim í, Sicilia tiende a ad quirir una
autonom ía creciente con la dinastía de los g o b ernadores kalbíes, independientes
de hecho tras la partida de los califas de Q ayraw án hacia El C airo en 973. La
descripción detallada de Palerm o a m ediados del siglo x , que debem os al geógra
fo Ibn H aw qal, nos presenta una de las m ayores ciudades del O ccidente m usul
m án, con zocos anim ados p or una intensa actividad artesanal y com ercial. Los
docum entos de la G enizá, ya lo hem os visto, destacan por su parte la im portancia
de los tráficos que en la prim era m itad del siglo xi unen la capital de Sicilia no
sólo a los países cristianos y al M agrib, sino tam bién a al-A ndalus y a Egipto.
E n tre los productos cuyo com ercio centraliza P alerm o y que aparecen en las car
tas de la G enizá, se pueden citar las im portaciones de alheña, añil, pim ienta, lino
de E gipto, m ientras que las alm endras, el algodón, las pieles y sobre todo la seda
son exportados a Ifriqiyá, E gipto y al O rien te M edio en general. Sicilia p or otra
parte envía cantidades muy im p o rtan tes de trigo Q ayraw án, M ahdiyya y a los
136 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
centros urbanos de la actual T únez. Sin duda algunos p uertos secundarios, com o
M azara en la costa m eridional, más orien tad o hacia Ifrlqiya, tienen una cierta
actividad; pero es característico apreciar que del mism o m odo que la actual Palm a
era entonces llam ada M adina M ayúrqa, es decir, «la ciudad» por excelencia de
las «islas orientales», en un territo rio insular de otras dim ensiones, la ciudad de
Palerm o absorbe prácticam ente toda la actividad económ ica de la isla p o rque ella
es la capital; así, en las cartas de la G enizá el térm ino de Siqilliya designa a la
mism a P alerm o, que eclipsa totalm en te la vieja capital bizantina de Siracusa, muy
raram ente m encionada.
La historia económ ica y social del O ccidente rural m usulm án se reduce casi a
listas de producciones obtenidas de geógrafos árabes, surtidas de vagas considera
ciones sobre la «prosperidad» de tal o cual región. Sin duda es útil saber que se
producía aceite en cantidad en la región de Sevilla, trigo en la de Bádja (Ifriqiya),
algodón en el Sus, y que la especialización de tal o cual región se integraba en
una red general de intercam bios en tre ciudades y cam po, pero nos gustaría p oder
ir más allá de la constitución de simples catálogos para conocer la situación de
los productores rurales y hacernos una idea de la p ropiedad del suelo. Lo que se
sabe de la agronom ía andalusí en el siglo xi dem uestra eljlest.asable jnLY-el alcan
zado en los m étodos de cultivo de. la p arte .m u su lm a n a de la-península, tan to en
lo que respecta al sector de regadío com o a la agricultura de secano. E stas técni
cas no eran radicalm ente innovadoras con relación a la tradicjón-raatigua, pero sí
sacaban un m ejor partido de éstax enriqueciéndola con la experiencia y racionali
zándola. Por otra parte integraban toda una aportación orien tal, en particular en
lo que se refiere a la utilización del agua, y o b ten ían , intensificando las labores
de cultivo, el rendim iento m áxim o al que se podía llegar en el m arco de una agri
cultura tradicional en el m edio m editerrán eo . A penas es posible avanzar más en
el estudio de las técnicas, pero nos quedam os sin saber lo concerniente a la ex ten
sión espacial relativa del sector sobre el que se aplicaban los preceptos de los
agrónom os sevillanos o toledanos. E sta agricultura intensiva era p robablem ente
la que se tendía a practicar en las h uertas periurbanas y en las grandes p ro p ied a
des de la aristocracia; pero ¿qué pasaba en otras partes y, sobre todo, a quién
pertenecía la tierra y cuál era la condición socioeconóm ica de los que la cultiva
ban?
Por lo que se refiere a al-A ndalus, la m ayor p arte de los autores adm iten im
plícita o explícitam ente la prepo n d eran cia de la gran propiedad y de la p equeña
explotación. En la época de la conquista se habrían constituido grandes dom inios
pertenecientes al E stado y a los cuadros árabes, subsistiendo un im portante sector
de propiedad aristocrática indígena. Y a en la época visigótica las tierras habían
sido explotadas principalm ente p o r aparceros cuya condición estaba cerca de la
servidum bre, y este m odo de explotación se m antendría en conjunto, sin cam bios
bruscos, en los dom inios territoriales hispanom usulm anes. Al estudiar la sociedad
de la época califal, L évi-Proven 9al escribe, por ejem plo:
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 137
estos pueblos cuyos habitantes habían em igrado p ara convertirlos en dom inios
privados (dayca )», a veces volviendo a instalar, después, a los antiguos habitantes
com o colonos en las tierras que antes les pertenecían. E ste texto que evoca clara
m ente un proceso de «patrim onialización» de las tierras d eten tad as an terio rm en te
por cam pesinos libres y p ropietarios del suelo, en el m arco de las com unidades
rurales, sugiere que a finales del califato la form a co rriente de propiedad en la
región levantina no sería el latifundio sino una p eq ueñ a o m ediana propiedad
cam pesina en el m arco de las aldeas o qurá. Sin duda se ejercían presiones p ara
extender el sector patrim onial, pero los repartimientos de V alencia o de M urcia
en la época de la reconquista cristiana parecen indicar que en el siglo xm todavía
la propiedad cam pesina independiente de las qurá ocupaba la m ayor parte del
suelo cultivado. En la misma región, otros docum entos de la mism a época m ues
tran tam bién la im portancia de las com unidades rurales o aljamas.
El replanteam iento de la representación tradicional de la sociedad rural al que
se llega a p artir del estudio de la docum entación valenciana puede ser aplicado
a otras regiones de al-A ndalus. Podem os pensar que los huertos y las fincas situa
das en los alrededores inm ediatos de las ciudades p ertenecían principalm ente a
las clases urbanas acom odadas, pero nada nos indica que las num erosas aldeas
esparcidas por el cam po andalusí no se co rrespondieran sobre todo con un sector
de la pequeña y m ediana propiedad. En la región levantina y en una gran parte
de A ndalucía, la frecuencia de topónim os de tipo gentilicio o «ciánico» sugiere
incluso form as de propiedad colectiva del suelo, au n q u e es difícil saber sin e m b ar
go hasta qué época éstas han sido vigentes o han correspondido efectivam ente al
patrim onio territorial de grupos de parientes p atern o s; las fuentes nos apo rtan
muy poca inform ación en este sentido. E stas estru ctu ras territoriales de carácter
com unitario han m arcado sobre todo la toponim ia de las zonas que habían recibi
do una aportación étnica b eréb er en la época de la conquista m usulm ana, y a
veces se encuentran rastros de este origen m agribí en las fuentes más tardías. A sí,
pof ejem plo, la qarya de B aní cU qba (la actual B eniopa, cerca de la ciudad de
G andía, en el sur de V alencia) es señalada, a finales del siglo xi, com o el lugar
de origen de un letrado p erteneciente a la tribu b e ré b er de los N afza, que parece
h ab er tenido una im plantación p articularm ente fuerte en la región valenciana.
Vestigios de organizaciones tribales degradadas o sim ples estructuras co m u n ita
rias aldeanas desem peñan sin duda en la vida social del cam po andalusí un papel
más im portante de lo que podríam os creer leyendo lo que ha podido ser escrito
sobre la vida rural de al-A ndalus, donde hasta ah o ra sólo hem os visto cam pesinos
d epend ientes y m asas de trab ajad o res som etidos pasivam ente a la arb itraried ad
del E stado y de los propietarios del suelo.
E l Magrib m uy cerca
Pero en el M agrib central y occidental, sobre tod o , las form as de apropiación del
suelo por com unidades de agricultores sedentarios o p or ganaderos que p ractica
ban diversas form as de nom adism o e ran seguram ente, con m ucho, las m ás ex te n
didas. A sí, la descripción que hace A l-Idrisí de la «ciudad» que lleva el nom bre
de los bereberes m iknása (M iknás, M equínez) m uestra una organización p rim iti
va del territorio calcada de la segm entación ciánica en grupos de p arientes p a te r
nos, que se corresponde con otras tantas «tribus» establecidas cada una en su
propio territorio: B anu Z iyád, B anu T aw ra, B anu A tu sh , etc. E stas pequeñas lo
calidades rurales o segm entos de tribus poseían inicialm ente en com ún un «viejo
m ercado» (al-súq al-qadím á) «donde se reunían todas las tribus de los B anu M ik
nás». En la época alm orávide este conjunto estaba en vías de urbanización, con
la construcción de una residencia em iral fortificada, de bazares y de baños, así
com o de palacios rodeados de jard in es, pertenecientes seguram ente a la aristo cra
cia dirigente. Pero aunque las condiciones prim itivas de la propiedad com unitaria
del suelo habían sido sin duda alterad as en la parte central de la «ciudad», en
cuanto se alejaba de esta zona se en co n trab a la antigua apropiación tribal de la
tierra, si seguim os creyendo a A l-Idrísí, que continúa: «Allí donde term inan las
viviendas de los Banu A tush em piezan los cam pam entos y las viviendas de una
aldea de los m iknása llam ada B anú B urnds ... Los h abitantes cultivan trigo, viña,
m uchos olivos y árboles frutales, y los frutos se encuentran a muy bajo precio».
La extensión del sector de dom inios privados era sin duda m ucho más consi
derable en Ifríqiya, al m enos hasta la invasión hilálí. Pero la gran propiedad ta m
poco había conseguido hacer desap arecer allí las form as tribales o aldeanas de
apropiación del suelo. T an to respecto a al-A ndalus com o a Ifríqiya y las regiones
del M agrib sobre las cuales se extendía la influencia de la econom ía urbana y
m onetaria y la de una organización estatal, se p lantean dos problem as a los cuales
es prácticam ente im posible, dado el estado actual de los conocim ientos, ap o rtar
una respuesta global: el de la naturaleza y las m odalidades de la fiscalidad rural,
y el de* la existencia e im portancia en O ccidente de form as de concesiones te rri
toriales o de alienaciones a p articulares del d erecho de percibir el im puesto. En
al-A ndalus y en Ifríqiya existe un dom inio territorial del E stad o , frecuentem ente
mal diferenciado del del soberano. A lgunos dom inios pueden ser separados para
ser concedidos a particulares. P or o tra p arte, el p o d er central (sultán) tam bién
puede conceder en ciqtác tierras m uertas (ard m aw át), lo que sin duda ha perm i
tido en cualquier época la extensión del sector de dom inios privados y el cultivo
de tierras nuevas por parte de p articulares acom odados.
Parece tam bién que en tiem pos de A l-M ansúr, el gobierno de C órdoba a b an
donó en m anos de elem entos m ilitares la percepción directa de ciertos im puestos.
Sin duda, estas prácticas co ntinuaron en la época de las taifas, al m enos en el
reino zíri de G ran ad a, donde los jefes m ilitares recibían no sólo dom inios p ro
pios, sino tam bién, por lo que parece según las M em orias del rey cA bd A lláh,
«feudos» (inzát) constituidos p o r pueblos de los que probablem ente percibían el
im puesto. Falta por saber a cuánto correspondía exactam ente la exacción estatal
sobre la producción agrícola, cuál era la extensión relativa de las tierras sobre las
cuales se percibía el jarádj territorial y en qué zonas se aplicaba únicam ente el
diezm o. Podem os avanzar que la fiscalidad rural, a pesar de los abusos tem p o ra
les y circunstanciales, tendía a ser conform e a las norm as coránicas, y que las
140 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
N a c im i e n t o d e un Islam o c c id e n t a l
Los conflictos encarnizados que se desarrollan en esta parte del norte de Á fri
ca situada en tre el m eridiano de A rgel y el A tlántico, en el siglo x y a principios
del siglo xi, y en los que intervienen a la vez los fátim íes, los ztríes, el califato
de C órdoba, los em ires idrisíes de M arruecos y las grandes confederaciones trib a
les que ocupan el M agrib central y occidental, han sido frecuentem ente in te rp re
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 141
tados com o luchas por el control de los puntos de llegada de las grandes rutas
saharianas por las cuales el o ro del Sudán era encam inado hacia el M agrib. Mau-
rice L om bard había desarrollado desde 1947 la idea de que la prosperidad de las
finanzas fátim íes en el siglo x, base de su éxito m ilitar en E gipto, se explicaba
en últim a instancia por el hecho de que los califas shFíes de Q ayraw án habían
conseguido, destruyendo el E stad o de T áh art y extendiendo incluso d u ran te un
tiem po su autoridad a Sidjilm ása, c o n tro lar todas las salidas y todas las rutas del
oro del Sudán. A finales de siglo, al co n trario , son los om eyas de C órdoba q uie
nes, por m edio de sus aliados zan áta, dueños de la ruta N ákur-Fez-Sidjilm ása,
habrían desviado hacia al-A ndalus una gran parte del tráfico del o ro, hecho que
constituiría la principal explicación de la prosperidad y del p oder del califato de
C órdoba en la época de la «dictadura» del A l-M ansür (hacia 980-1002).
Estas teorías se apoyan en un enfo q u e muy «m onetarista» de la historia eco
nóm ica y en la idea de que los grandes estados de la E dad M edia m agribí con
base urbana se habían constituido an te todo a partir del desarrollo de actividades
com erciales a larga distancia poco d ep en d ien tes del en to rn o social y económ ico
local: «Cada E stado posee un p oder tan to m ayor cuanto m ayor es la parte del
tráfico del oro que consiga co n cen trar, principal factor de fuerza y de im portancia
económ ica». Por este m otivo, los califas de C órdoba «se aferran a C euta, su ca
beza de puente africana, (y) se esfuerzan en conservar sus relaciones con Sidjil
m ása, m ediante la acción d irecta o por un sistem a de alianzas», m ientras que
«m ediante una serie de grandes ofensivas sobre Fez, T rem ecén, T áh art, y princi
palm ente sobre C euta, los soberanos fátim íes, y luego los que les suceden, se
esfuerzan por im pedir a los califas de C órdoba ejercer su influencia sobre Sidjil
mása y controlar de este m odo una p arte del tráfico de oro». El dom inio del ex
trem o final de la ruta tran sah arian a en el M agrib proporcionaría así la clave más
convincente p ara explicar el auge de los grandes im perios que controlan sucesiva
m ente el M agrib, el de los fátim íes en el siglo x , el de los alm orávides en el siglo
xi, el de los alm ohades en el siglo xn. C o n trariam en te, la extensión de la influen
cia de los om eyas de C órdoba sobre el M agrib occidental y el desvío hacia al-A n
dalus de la m ayor parte del o ro encam inado por aquella ruta, por una p arte, y
por otra la constitución de estados in d ependientes o de «señoríos m ilitares» a u tó
nom os en las m arcas occidentales y m eridionales del E stado zíri (el E stado ham-
m ádí y los grandes «feudos» de la Ifriqiyá m eridional), contribuirían a explicar
las dificultades económ icas y sociales y el debilitam iento del E stado qayraw ání
incluso antes de la llegada de los hilálíes a m ediados del siglo xi. A sí, la gran
«crisis financiera» de 1050, que significó la retirad a de la m oneda fátim í en circu
lación y su sustitución por un nuevo diñar ziri fu ertem en te devaluado, co rresp o n
dería a la necesidad del gobierno de Q ayraw án de «sacar el máxim o p artido de
las reservas de o ro que existían en Ifriqiyá, en una época en la que se agota el
flujo de oro sudanés que d u ran te varios siglos había alim entado regularm ente y
enriquecido al país», estando la ruta del o ro «ahora dom inada y cada vez más
deform ada ya sea por la conquista om eya, ya sea p o r el desarrollo de nuevas p o
tencias djaridíes».
142 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
Los historiadores que han defendido estas tesis —en reacción a las explicacio
nes generales de la historia del M agrib contem poráneas a la colonización que se
basaban en las oposiciones e n tre grupos étnicos (b ereb eres y árabes, zanátas y
sinhádjas) y en tre nóm adas y sed en tario s— tenían razón al insistir en el hecho,
ya señalado por F. B raudel, de que en este O ccidente m usulm án m edieval las
ciudades frecuentem ente se desarrollan sin relación con el país que las rodea y
que viven de la ap ertu ra del país que posterio rm en te ellas organizan, al contrario
de lo que g eneralm ente ocurre en la E dad M edia de O ccidente, donde la p ro sp e
ridad urbana está m ás relacionada con el en to rn o rural, que, por o tra p arte, es
más favorable. El caso de A lm ería, evocado más arrib a, cuyo desarrollo en una
región n aturalm ente poco favorecida es debido al com ercio, prim ero, y luego a
factores políticos, no es una excepción. A ún es más destacable el crecim iento de
las ciudades de los límites n orte y sur del Sáhara, com o Sidjilmása o A udagost.
En esta últim a se realizan cultivos de huerta cuidadosam ente labrados y regados
a m ano, pero no son ni m ucho m enos suficientes al consum o u rbano, y los p ro
ductos alim enticios im portados de muy lejos alcanzan precios fabulosos.
Sin duda se trata de casos lím ites, p ero el crecim iento de las grandes ciudades
andalusíes, de las capitales ifriqíes, de Palerm o, de las ciudades del M agrib cen
tral, está basado en gran p arte en la existencia de tráficos com erciales p reexisten
tes o provocados por el mism o desarrollo u rb an o , sin los cuales estas enorm es
ciudades —quizás con centenas de m illares de hab itan tes las m ás im p o rtan tes—
no habrían sido capaces de m antenerse. El p o der establecido en la ciudad se
aprovecha indirectam ente de este com ercio gracias a la percepción de derechos
de adu an a, participando adem ás los mism os dirigentes y el soberano d irectam ente
en actividades com erciales sin ningún prejuicio aristocrático. Los ingresos fiscales
obtenidos del com ercio y de las actividades artesanales contribuyen am pliam ente
al m antenim iento de un ap arato adm inistrativo y m ilitar que obliga a los cam pe
sinos al pago del im puesto. Las clases acom odadas de las ciudades y el mismo
soberano se apropian, por m edios financieros o a la fuerza, de la m ayor p arte de
las tierras del fa h s (extrarrad io rural) que rodean la ciudad y explotan sus d o m i
nios m ediante trabajadores agrícolas o colonos aparceros según diversos tipos de
contratos de aparcería. Sin em bargo, una gran p arte del abastecim iento de la ciu
dad es im portado de regiones rurales más lejanas gracias a la riqueza obtenida
del com ercio y del artesanado (así, Q ayraw án im porta trigo de la llanura de Bád-
ja y de Sicilia, higos de varias regiones, hasta el litoral de A rgel, dátiles de To-
zeur, nueces de T ebesa, etc.).
A sí pues, el desarrollo de las ciudades está sim ultáneam ente relacionado con
el gran com ercio y con la capacidad del p oder político de m an ten er instituciones
estatales cuya base económ ica regional es muy lim itada, de aquí el carácter a m e
nudo frágil de los grandes organism os urbanos. Incluso en el caso de ciudades
m ucho m enos im portantes, a veces notam os en las fuentes la am bigüedad de un
crecim iento urbano sin relación con el en to rn o rural. A sí, el cronista que relata
la fundación de A shir por Zir! ibn M anád en 935-936 explica que fueron a buscar
albañiles y carpinteros de M asila y de T ubna p ara edificar la nueva ciudad, y que
el califa de Q ayraw án envió a su lugarteniente del M agrib central otros artesanos
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 143
...porque (estos últimos) lo utilizan inm ediatam ente para com prar a comerciantes y
artesanos, en las manos de los cuales se convierte en escorpiones, serpientes o víbo
ras. A su vez, los comerciantes compran a otros lo que necesitan, de tal manera que
las monedas de oro y de plata son en definitiva como ruedas que circulan en medio
.del fuego del infierno.
Es difícil m edir exactam ente la im portancia que hay que oto rg ar al problem a
del «control de las rutas del oro» en la historia del O ccidente m usulm án. Incluso
en el m om ento en que se acuñan diñares en m ayor abundancia en al-A ndalus, la
acuñación en oro no sustituye a la acuñación en plata. D e los cinco últim os años
del gobierno de A l-M ansúr, 998-1002, p or ejem plo, se conservan sólo 92 diñares
y 7 fracciones de dinares om eyas, y alred ed o r de 1.500 dirhem es. Si a partir del
núm ero de ejem plares conocidos de cada una de estas m onedas trazam os una c u r
va (que, en ausencia de otros estudios num ism áticos m ás refinados, puede darnos
una idea poco clara de las variaciones de la producción), constatam os en los 20
últim os años del siglo x un considerable paralelism o que nos induce a pensar que
la acuñación de los dos nietalés era determ in ad a por factores económ icos, fiscales
o políticos, que se nos escapan am pliam ente pero que constituían un com plejo
de hechos que influían tan to en la em isión en o ro com o en plata. Parece pues
ilegítim o, en lo que atañ e al o ro , o to rg ar una im portancia prim ordial a las posi
bilidades de abastecim iento directo por el control político de los puntos de llega
da y de las rutas del tráfico, m ientras que este factor no afecta a la plata, cuyo
ritm o de acuñación no es esencialm ente diferente. Por o tra p arte, podem os o b
servar q ue, al m enos en las fuentes escritas, los esfuerzos diplom áticos y m ilitares
consentidos por el gobierno de C órdoba para m an ten er su dom inio en M arruecos
se m anifiestan sobre todo m ediante salidas masivas de diñares, bajo la form a de
pagas al ejército y de regalos y subvenciones a los jefes bereberes vasallos. Final
m ente podem os preguntarnos cóm o este «oro del Sudán» llegaba al tesoro del
E stado. En parte quizás por m edio de la misma acuñación —pero en el M agrib
ésta es relativam ente poco abundante — , y más pro b ab lem en te m ediante la p e r
cepción de im puestos sobre las actividades com erciales en el interior del área d o
m inada por el califato.
E stas relaciones en un sentido m eridiano se intensifican ciertam ente de m an e
ra im portante en la segunda m itad del siglo x y a principios del siglo xi. D os
grandes rutas com erciales casi paralelas recorren entonces el M agrib extrem o:
una va a lo largo del A tlas por el oeste y, p o r A gm át y Fez, llega al estrecho de
G ib raltar; la otra sigue las altas llanuras situadas en los confines argelino-m arro-
quíes actuales, y desde Sidjilmása conduce a la región de T rem ecén y de W udjda
(ciudad fundada en 994 p or el em ir b eréb er Z irí ibn cA tiyya, aliado de los om eyas
de C órdoba y escogida por él com o lugar de residencia), y a partir de aquí va
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 145
hacia los puertos de la costa com o T ab ah rit o ArshgOl. El texto de A l-B akri, al
m encionar los num erosos vínculos qu e tenían los p u erto s del M agrib occidental
y central con sus hom ólogos de la costa andalusí, m uestra la densidad de las re
laciones com erciales que en el siglo xi unían los países situados al o este de A lger
con la península ibérica. El n orte de M arruecos y la A rgelia occidental eran e n
tonces países agrícolas prósperos, que p roporcionaban cereales, frutos, ganado,
miel, en abundancia, y algunos productos m ás especializados com o el algodón
del G arb o el azúcar del Sus. Ibn H aw qal señala, ya en el siglo x, la existencia
de plantaciones de caña de azúcar, y A l-B akri, en el siglo siguiente, insiste en
los bajos precios del azúcar en la m ism a región a causa de su abundancia. T odos
estos productos tendían a ser cada vez más exportados hacia al-A ndalus, sin duda
a cam bio de productos industriales, e n tre los cuales los textiles serían seguram en
te los más im portantes. En toda la p arte oriental de al-A ndalus, tanto en los g ran
des centros com o V alencia, M urcia y sobre todo A lm ería, com o en m odestas al
deas com o B ocairente o C hinchilla, se producían en abundancia sedas más o m e
nos lujosas, cuya m ayor p arte era ex p o rtad a hacia O rien te, al M agrib, pero tam
bién al Á frica negra a través de M arruecos, Sidjilmása y las rutas del Sáhara o c
cidental. Esta producción de sedas es atestiguada desde m ediados del siglo x en
A lm ería y en el sur de la región valenciana p or A l-R ázi, y seguram ente A l-cU dhi í
hace alusión al com ercio de estos p roductos, un siglo más tard e, cuando m encio
na las relaciones com erciales que unían en su época una ciudad de la E spaña
oriental, com o es Játiva, con el bilád al-Sudán y con G ana.
Si se postula una relación dem asiado estrecha y de alguna m anera «mecánica»
en tre la prosperidad económ ica, el abastecim iento de oro y la potencia política
de los E stados de la E dad M edia m usulm ana, se com prende mal la gran ru p tu ra
que constituye la desaparición del califato om eya de C órdoba. Es precisam ente
en el m om ento en que la potencia política de éste, que extiende su influencia
tanto sobre el M agrib occidental com o sobre la E spaña cristiana, alcanza su ap o
geo cuando se produce, con la crisis de los años 1009-1031, el hundim iento del
p od er centralizado y la fragm entación de la auto rid ad política en tre las grandes
ciudades de las provincias, prom ovidas a la categoría de capitales de los «reinos
de taifas». T odo el espacio sobre el que se ejercía hasta entonces el control polí
tico del califato om eya se fragm enta políticam ente. A un lado y al otro del e stre
cho, en T ánger y en M álaga-A lgeciras, se ejerce la autoridad de los ham m íidíes,
en un principado que constituye un vestigio lim itado de las am biciones co rd o b e
sas sobre M arruecos. E stos antiguos generales del ejército om eya, de origen idri-
sí, acuñan m onedas de o ro de tipo califal que circulan en toda la península, y en
particular en la E spaña cristiana, donde se las conoce con el nom bre de m ancusos
ceptinos (es decir, de C eu ta). Estos diñares continuarán siendo acuñados igual
m ente en V alencia, D enia y sobre todo Sevilla, en la prim era m itad del siglo xi,
y en los otros reinos de taifas (T o led o , Z aragoza, e tc.) se acuñarán m onedas de
oro más pequeñas. Parece ser que el o ro africano sigue p en etran d o en la p en ín
sula en esta época: a p artir de 1018, y después de 1037 en m ayores cantidades,
se conoce en B arcelona la em isión de num erosos m ancusos im itando dinares
ham m údíes, que eran acuñados a p artir de lingotes im portados de C euta.
Las curvas de la circulación del o ro en C ataluña m uestran que tras una fuerte
subida de 980 hasta aproxim adam ente 1015, las en trad as de oro experim entan
146 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
una relativa baja entre 1020 y 1050, que podría ser atribuida a razones políticas
(debilidad m om entánea del po d er condal que provoca un retroceso de la influen
cia catalana en al-A ndalus), y después se recuperan claram ente en tre 1050 y 1080
con la política intervencionista del conde R am ón B erenguer I, que im pone gravo
sos tributos (parias) a sus vecinos m usulm anes. Los últim os años del siglo se co
rresponden con otra caída brutal que habría que relacionar con la llegada de los
alm orávides y la presencia del Cid en V alencia, d eten ien d o am bos fenóm enos la
percepción de parias. A l co n statar los hechos que acaban de ser m encionados,
parece difícil poder aceptar la idea defendida p o r varios autores de un brusco
descenso de las entradas de o ro africano en la península tras la crisis del califato.
Por otra p arte, el hecho de que ésta se produzca en el mism o m om ento en que
el poder cordobés sobre el M agrib parece estar en su apogeo im pide relacionar
dem asiado estrecham ente el p oder de los E stados del O ccidente m usulm án con
el control de las rutas del o ro africano. H em os recordado más arriba la hipótesis
según la cual el desvío del oro del Sudán hacia la península ibérica había sido
una de las causas de las dificultades económ icas y sociales que conocía el M agrib
oriental desde la prim era m itad del siglo xi, incluso antes de la llegada de los
nóm adas hilálíes. Pero esta idea ¿no es acaso co n tradictoria con el hecho de que
la crisis andalusí se produzca en el mism o m om ento en el que la influencia polí
tica de C órdoba se ejerce más claram ente sobre el M agrib occidental?
No negarem os, sin em bargo, que la cantidad de o ro en circulación en al-A n-
dalus de las taifas haya tendido a dism inuir después de la época califal y sobre
todo en la segunda m itad del siglo xi, cuando la falta de m etal precioso se hace
evidente en la muy m ala calidad de la acuñación a finales de la época de las tai
fas. Por otra p arte, la pobreza de ésta contrasta con las descripciones de los textos
sobre el lujo desplegado por las cortes principescas de la E spaña m usulm ana en
esta época, y con la codicia que la riqueza m onetaria de al-A ndalus provocaba
entre los cristianos del norte. Es posible que las considerables sangrías que re p re
sentaban las parias contribuyeran n o tablem ente a este em pobrecim iento, del cual
es difícil captar su im portancia. La historia económ ica y social de las taifas sigue
siendo, de hecho, muy mal conocida. C onsiderada m ucho tiem po com o una é p o
ca de «decadencia», actualm ente se tiende a «rehabilitarla» y a considerar que la
regionalización política pudo, al co n trario , favorecer el crecim iento económ ico y
un cierto equilibrio social e n tre clases urbanas y p roductores rurales, aliviados en
parte de la fiscalidad gravosam ente centralizada de la época califal. No es tam p o
co seguro que esta interpretación corresponda a la realidad, p ero debem os reco
nocer que el desm em bram iento del califato no cuestionó la tendencia a la unifica
ción social que se constata en el siglo x. D e hecho, aunque políticam ente dividi
da, la sociedad andalusí «era cultural y socialm ente m ás hom ogénea que con los
om eyas». E sta hom ogeneidad social y la influencia de los ju ristas, los fu q a h á 3
—especialm ente en los m edios u rb an o s—, favorecerían a p artir de 1086 la ex ten
sión por la península del p o d er alm orávide, que ya se había im puesto en M arru e
cos en el cuarto de siglo precedente. E sta unificación política del M agrib y de
al-A ndalus se sitúa en la lógica de la evolución iniciada a finales del siglo x y se
concreta con la constitución de una gran área económ ica y cultural «hispanom o-
risca» que se prolongará en el siglo xn con el Im perio alm ohade.
La aventura alm orávide es una de las más so rp ren den tes de la historia del
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 147
Islam . Los bereberes sinhádja, nóm adas del sur del A tlas e interm ediarios entre
el país del oro y de la sal, A udagost o B am buk, y los oasis del T u at o del D a rca,
se habían convertido a finales del siglo ix y habían contribuido a llevar al Islam
hasta N íger. H acia 1048, un alfaquí m arro q u í, llam ado por los jefes sinhádja cA bd
A lláh ibn Y ásin, fundó en una isla del Senegal un ribát, una com unidad m ilitante;
los m iem bros de este grupúsculo, los «m orabitos», al-m urábitún (de aquí «alm o
rávides»), se lanzaron hacia los países sudaneses de G ána por una p arte y p o r
o tra hacia Sidjilmása y T áfílálet; en el n o rte , su jefe Yahyá atravesó el A tlas hacia
1055; su prim o Y úsuf creó el cam po de M arrákish en 1060 y consiguió ap o d erarse
de Fez (1062), T rem ecén, O rán , A rgel (1084). La caída de T oledo en m anos de
A lfonso de C astilla le hizo pasar el estrecho: aun q u e sólo pudo d eten e r a los cris
tianos en Sagrajas (1086), se deshizo de los em ires de las taifas (1090) y tras la
m uerte del Cid se ap oderó de V alencia (1102), y su hijo de Z aragoza (1110). E sta
reunificación de todo al-A ndalus y su integración a la casi totalidad del Á frica
del noroeste daba una dim ensión política al área económ ica en form ación.
El cuadro que se puede trazar del estado social y económ ico de los países
dom inados, a finales del siglo xi y p rim era m itad del x n , por el po d er alm orávide
es brillante. La sum isión de M arruecos y de al-A ndalus se ha realizado, en co n
ju n to , de una m anera pacífica. La fiscalidad del nuevo régim en, al m enos en las
prim eras décadas, debió ser relativam ente poco gravosa y conform e a las exigen
cias coránicas, teniendo en cu enta una pro p ag an d a política basada precisam ente
en el respeto a las norm as coránicas en este sentido. El desarrollo u rbano con ti
núa y se am plifica, con el crecim iento de M arrákish, creada de nuevo, la unifica
ción de Fez, hasta entonces dividida en dos ciudades distintas, el desarrollo de la
actividad com ercial de Sidjilm ása, de T rem ecén , y de las grandes ciudades anda-
lusíes, en tre las cuales A lm ería, descrita p or A l-Idrísí, nos proporciona un buen
ejem plo: la ciudad contaría en la época alm orávide con 800 talleres de tejido de
seda y más de 900 alm acenes-hospederías para los viajeros y los com erciantes (al
bóndigas). Producía tam bién toda clase de utensilios de cobre y hierro. Su puerto
era frecuentado por navios p rocedentes de E gipto y de Siria, en la ciudad se e n
contraban las m ayores fortunas privadas de al-A ndalus. La unidad económ ica y
el esplendor del Im perio alm orávide están sim bolizados por la em isión de una
m oneda de oro ab u n d an te , acuñada en los principales centros económ icos y a d
m inistrativos (Sidjilm ása, A gm át, Fez, T rem ecén , Sevilla, G ran ad a, M urcia y V a
lencia principalm ente), y que se introduce en grandes cantidades en el m undo
cristiano m editerráneo, donde es conocida con el nom bre de «m arabotines» (de
al-m urábitún). C órdoba está entonces en su apogeo: su biblioteca rivaliza con las
de O riente; su m ezquita, a la que el visir A l-M ansúr le dio sus dim ensiones actu a
les a principios del siglo xi, es testim onio del sincretism o de los gustos ibérico y
árabe en la decoración de su m obiliario; en sus m adrasas, cuyo renom bre llega
al O ccidente cristiano vigilante, se produce len tam en te la m aduración filosófica
de la que E uropa ex traerá d en tro de poco uno de los más poderosos resortes de
su florecim iento intelectual.
Capítulo 4
EL ISLAM DESCORONADO*
La im plantación de los fátim íes en E gipto y en Siria a finales del siglo x había
trasto rn ad o p ro fu n d am en te la situación del m u n d o m usulm án en el Próxim o
O riente: la división y la rivalidad sucedieron a la a p aren te unidad política y reli
giosa del califato cabbásí. A d em ás, el dom inio económ ico de los califas de B ag
dad había retro ced id o an te los fátim íes p o rq u e éstos ocup aro n las salidas sirias y
egipcias al M ed iterrán eo . C o nsiderándose los únicos h ered ero s legítim os del P ro
feta por su filiación d irecta con F átim a y cA lí, los fátim íes habían in ten tad o elim i
nar al califa cabbásí: la conquista m o m en tán ea de B agdad, en 1059, fue una o ca
sión p ara conseguirlo; p ero la intervención de los turcos seldjúqíes de T ugril a
favor del califa invirtió la situación: el éxito de los seldjúqíes restableció al califa
cabbásí en B agdad y redujo a los fátim íes a sus bases de Siria, de d o n d e serían
desalojados poco a poco p o r los seldjúqíes, au n q u e sin expulsarlos d efinitivam en
te de Palestina.
El O r ie n t e e n f e r m o y a g r e d id o
Por o tra p arte, en m enos de un siglo la p arte principal de los territo rio s que
constituían el dom inio cabbásí en O rien te pasan a ser controlados d irectam en te
p o r jefes seldjúqíes que tom an el título de sultán, es decir, se consideran p rácti
cam ente d eten to res del p o d er tem p o ral, d ejando al califa de B agdad ú nicam ente
la función de jefe religioso de la com unidad m usulm ana, y en n om bre del cual,
com o fieles sunníes, se op o nen a los ffttimíes sh ffes. El p o d er que los seldjúqíes
instauran en el Jurftsán, Irán , Iraq y en el A sia M enor oriental, es un herencia
de las tradiciones tribales turcas, del sistem a adm inistrativo del Jurftsán y de la
cultura política árabe e irania; su m anifestación práctica es el Siyásaí N ám eh («L i
bro del G obierno») de Nizftm al-M ulk, visir de los sultanes A lp Arslftn (1063-
1073) y M alik Shfth (1073-1092). La llegada de los seldjúqíes y p o sterio rm en te de
otras tribus turcas o turcóm anas al Próxim o O rien te m odifica no sólo la situación
política de esta región, sino qu e adem ás introduce un factor hum ano y social to
talm ente nuevo, un com p o rtam ien to religioso dinám ico que se expresa a través
de cofradías «ofensivas» com o la de los gftzis, y que afecta a toda una zona eco
nóm ica im portante po r sus producciones y p or su situación de in term ediaria e n tre
E u ro p a, India y C hina. El dom inio de los puertos de Siria y Palestina es uno de
los aspectos que están en jueg o en el en fren tam ien to que o pone a seldjúqíes y
fátim íes; p ero el episodio de las cruzadas y sus consecuencias co n trarre sta rá esta
evolución por m ucho tiem po.
Por su propia naturaleza el régim en ffttimí era de esencia divina y su jefe tenía
que ser obligatoriam ente descendiente del Profeta: era im ám (guía) y, al estar
lim itado el im anato a la fam ilia del P ro feta, cada im án era n om brado p or su pre-
decedor sin que necesariam ente fuera designado com o tal el hijo m ayor del im án
en el cargo. E sta sucesión se realizó sin ningún problem a en la dinastía ffttimí
hasta finales del siglo xi; tras la m u erte del califa A l-M ustansir em pezaron las
discusiones acerca de la designación del im án, polém ica originada p o r la fam ilia
del califa, por personajes im p o rtan tes de la co rte, especialm ente el visir, o b ien,
y cada vez m ás, por la guardia califal, de reclutam iento hetero g én eo , p ara la cual
el sím bolo sagrado del im anato no significaba nada. La incapacidad de los califas
fátim íes para unir bajo su au to rid ad a los m usulm anes contra los cruzados o de
oponerse a ellos con sus fuerzas significó un d escrédito p ara los califas y el califa
to, descrédito que se vio acen tu ad o en la segunda m itad del siglo xii cuando los
ffttimíes establecieron un pacto de alianza con el rey latino de Jerusalén y éste
avanzó hasta El C airo. No es so rp ren d en te que S aladino elim inara la dinastía,
p o sterio rm en te, sin suscitar una gran oposición en E gipto.
Ya an terio rm en te, el p o d er califal había soportado* fuertes ataq u es de los visi
res, que en un prim er m o m en to habían sido los ejecutores de la política de los
califas; pero en la segunda m itad del siglo x i, bajo el califato de A l-M ustansir,
la llegada al visirato de B adr al-Djamftli transform ó las condiciones del ejercicio
de esta función. En efecto, debido a las circunstancias, B adr al-Djamftli fue d o ta
do de plenos poderes: de sim ple jefe de los ejércitos ffttimíes (am tr al-djuyúsh)
pasó a ser jefe de la adm inistración civil, judicial y religiosa. Los visires qu e le
sucedieron se beneficiaron de la mism a au to rid ad , que a m enudo im ponían al
califa reinante a la fuerza si era preciso; pero , a consecuencia de la disolución
del p oder califal y de las rivalidades qu e se p ro d u jero n en la corte y en el seno
del gobierno ffttimí, el destino de los visires fue a m enudo trágico, y a m edida
EL ISLAM DESCORONADO 151
que transcurría el siglo xii la inestabilidad de los visires prevaleció al mism o tiem
po que crecía la anarqu ía del régim en. H echo destacable en un E sta d o tan m ar
cado en sus orígenes po r el Islam , varios de los visires fueron cristianos o antiguos
cristianos (particularm en te arm enios) convertidos al Islam . H ay que ver en esto ,
en los prim eros años de la dinastía en E gipto, una p ru eb a de a p ertu ra hacia c a te
gorías de la población egipcia m ás capaces gue los m usulm anes sunníes de co o p e
rar con las au to rid ad es gubernam entales. E stas se apoyaban en una adm inistra
ción muy centralizada, jerarq u izad a, d ep en d ie n te, según los períodos, del califa
o del visir, y qu e, rival de la adm inistración cabbásí, ha podido ser considerada
com o un m odelo en su género. Los cristianos y los judíos estab an am pliam ente
representados en ella y m anifestaban una gran lealtad hacia un régim en que les
apo rtab a satisfacciones m ateriales y m orales.
A sim ism o, los califas fátim íes recurrieron a m ercenarios no árabes para cons
tituir su guardia personal e incluso una p arte de su ejército, que fue un privilegia
do del E stado fátim í. P ero , en el siglo x n , dándose cuenta de su im portancia,
este ejército ejerció una presión cada vez más fuerte sobre el califa, el visir o las
diversas delegaciones de la adm inistración; más tarde los diferentes elem en to s de
este ejército (b ereb eres, turcos, sudaneses) se en fren taro n unos contra o tros p ara
p od er asegurarse el control del régim en, que no lo resistiría.
Los seldjüqíes rep resen tan un sistem a totalm en te diferen te. A u n q u e son m u
sulm anes y aplican en su E stad o los principios de la sharFa (la ley m usulm ana),
son, sobre todo, hered ero s de las tradiciones turcas a las que se han sup erp u esto
elem entos iranios y árabes. El rasgo dom in an te de la dinastía es la concentración
de los poderes m ilitares y civiles en m anos de m iem bros de la familia: ésta reco
noce com o jefe al prim ogénito, a quien corresponde el título de sultán y la labor
de dirección general de los asuntos del E stado; p ero atribuye las funciones im por
tantes del ejército y de la adm inistración civil a sus herm anos, tíos, sobrinos. E ste
sistem a prevalecería si a la cabeza de la familia se en co n trab a una personalidad
de envergadura que diera pruebas de auto rid ad y de dinam ism o ofensivo: las c o n
quistas perm itían satisfacer los ap etito s eventuales de los parien tes próxim os o
lejanos concediéndoles una parcela de p o d er sin que la unidad del E stad o se viera
am enazada; se tratab a de una especie de «infantazgos» (apanages) fam iliares que
contenía en sí mism a los gérm enes de la destrucción del E stad o seldjúqí. En efec
to, desde finales del siglo xi vem os cóm o se m ultiplican los p equeños principados
en el A lto Iraq, en D jazíra y en el n o rte de Siria. Som etidos en principio a la
au toridad de un príncipe seldjúqí, están de hecho g obernados por los átdbegs,
p receptores de los jóvenes príncipes, que poco a poco se van atribuyendo el p o
d er real: la disolución del su ltan ato seldjúqí del Irán , Iraq y del n o rte de Siria
sería consecuencia de este fenóm eno. Sin em bargo, el su ltan ato seldjúqí del A sia
M enor se libraría de esta d esintegración, aun q u e a finales del siglo xn el sultán
Q ilidj A rslán II al dividir el E stad o en tre sus hijos estuvo a p u nto de provocarla.
152 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
Por o tra p arte, los seldjúqíes son m usulm anes sunníes: los problem as teológi
cos apenas Ies preo cu p an , pero conciben la religión com o un elem en to fu n d am en
tal del E stad o , elem en to de go b iern o , elem ento de o rd e n , elem en to de m orali
d ad ; sólo reconocían el Islam o rto d o x o y co m batieron enérgicam ente el sh físm o
ism á^lí. Su ortodoxia procede del Islam iranio, y p articu larm en te de la «defini
ción» de G hazálí, p ensad o r, filósofo, teólogo, que supo conciliar fe y razón p re
sentándola de m odo que satisficiera a los turcos seldjúqíes. Al igual q u e sus veci
nos y rivales fátim íes, fueron muy to leran tes con los no m usulm anes, cristianos
o judíos.
O tras características diferencian a fátim íes y seldjúqíes. El p o d er de los p rim e
ros, sobre to d o a p artir de la segunda m itad del siglo xi, se ejerce sobre poblacio
nes esencialm ente árabes, y secu n d ariam en te sobre m inorías no árab es o no m u
sulm anas; a p artir de principios del siglo xi y sobre to d o a p artir de m ediados de
este siglo, el M agrib se les va prácticam ente de las m anos y p asa, en su m ayor
p arte, a estar bajo el control de dinastías bereb eres, a p esar de la invasión de
unas tribus árabes, llam adas hilálíes, p rocedentes de E gipto. Los seldjúqíes, al
co n trario , dom inan diversos p ueblos, turco, iranio, k u rd o , árab e , y m ás tard e a r
m enio y griego; estos pueblos son m ayo ritariam en te m usulm anes sunníes y p or
lo tan to no hay oposición e n tre los dirigentes y las poblaciones sunníes. A u n q u e
existen algunos grupos no sunníes, com o los nizáríes, los hashishiyyay los «asési-
nos», que son d espiadad am en te perseguidos, y cristianos, m uy m inoritarios, hasta
el m om ento en el que los seldjúqíes ocupan el A sia M enor, las poblaciones m u
sulm anas en conjunto reconocen com o jefe al califa cabbásí. É ste, única au to rid ad
legítim a, delega oficialm ente una p arte de su p o d e r en el sultán seldjüqí y p o r
consiguiente le confiere, m ed ian te investidura, un carácter de legitim idad que le
perm ite ejercer una p arte de p oder: lim itado prim ero a las cuestiones m ilitares y
adm inistrativas, este p o d er se extien d e a los aspectos jurídicos y religiosos, a p ro
vechándose de la lucha co n tra los fatim íes. La definición de las reglas seldjúqíes
que aparece en el Siydsat N ám eh está basada tan to en el carácter tem p o ral del
p oder seldjüqí com o en su carácter religioso que le ha sido cedido p o r el califa.
El peligro, que aparece a finales del siglo xi y m ás aún en el siglo x u , reside en
el sistem a de repartición de responsabilidades en tre los seldjúqíes: éste, al dism i
nuir la au to rid ad del sultán , «gran seldjüqí» de Iraq , perm ite la aparición de o tro s
sultanes en A sia M enor, en el J u rá s á n , q u e, au n q u e reconocen de m anera oficial
— pero te ó ric a — al califa cabbásí com o jefe religioso y al sultán de B agdad com o
jefe de la fam ilia seldjüqí, utilizan estos argum entos p ara m ostrarse com o los re
presen tan tes legítim os de aquellas dos p ersonalidades, y en consecuencia a trib u ir
se localm ente todos los poderes: político, ad m inistrativo, jurídico y religioso.
T am bién es posible que la diversidad étnica de los territo rio s dom inados p o r los
seldjúqíes haya facilitado una división del p o d er político y la creación de estos
sultanatos: la unidad religiosa no era suficiente p ara m a n ten er la unidad política.
E n tre los fátim íes, el hecho d e q u e el califa no sea el jefe espiritual d e la in
m ensa m ayoría de los h ab itan tes, y qu e no haya conseguido atraerse la adhesión
de éstos, favoreció el desarrollo de la au to rid ad de los visires, d e te n to re s de un
p oder político m uy m aterial, lejos de im plicaciones religiosas. Los excesos de
EL ISLAM DESCORONADO 153
y xi se reproducen: la zona n o rte y la zona sur están sep arad as, e incluso, a veces,
en ab ierto conflicto, y esta situación d u ra rá hasta principios del siglo x v i, cuando
los sultanes o tom anos restab lecerán la unidad en el Próxim o O rie n te m usulm án.
La agresión cristiana
C uando los cruzados llegan al Próxim o O rien te bizantino y m usulm án, éste
vive divisiones y luchas internas: en A sia M enor, la estabilidad del p o d er al acce
d er al tro n o A lejo I C o m n en o term ina con la an arq u ía de los años 1071-1081;
pero éste ha tenido que p erm itir la instalación d e tribus turcas en la m eseta de
A natolia, e incluso en la región costera del m ar de M árm ara: de este m odo los
seldjúqíes de Sulaym án ibn Q u tulm ish, y p o sterio rm en te de Qilidj A rslán 1, ocu
pan las principales ciudades de la ru ta Nicea (Iznik)-Iconion (Q o n y a); los dánish-
m andíes, el triángulo Sivas-K ayseri-M alay; los artu q íes y los saltuqíes, el A sia
M enor oriental y sudorien tal.
E stas tribus llegaron tras la victoria de A lp A rslán en M antzikiert (M aláz-
gird), en 1071, frente al basileus R o m an o D iógenes; p or etap a s van avanzando
hacia el cen tro e incluso hacia el o este, ap rovechándose de la lucha p o r el trono
que hace estragos en tre los griegos, apo y an d o , com o lo hacen los seldjúqíes, a
uno de los candidatos, o instalando, com o los d ánishm andíes, su au to rid ad en
sustitución de los griegos. D esp u és de la tom a d e p o d er de A lejo I, estas tribus
se benefician de circunstancias favorables: el basileus se encarga de la re sta u ra
ción del p oder im perial, de la reorganización adm inistrativa y m ilitar del im perio
y de la lucha contra los in ten to s de invasión p o r el oeste de los n orm andos del
sur de Italia.
Las disputas e n tre los turcos contribuyen al d ebilitam iento de la potencia bi
zantina. Sulaym án ibn Q utulm ish quiere asegurarse la suprem acía sobre todos los
seldjúqíes y lucha sin éxito co n tra su prim o del Iraq ; tras él, Q ilidj A rslán ren u n
cia a la expansión hacia el este, p ero se o p o n e v iolentam ente a sus vecinos y ri
vales dánishm andíes, q u e , p o r o tra p a rte , están en conflicto p e rm an en te con las
dinastías arm enias d e la región del alto É u frates. A sí se co m p ren d e el hecho de
que los cruzados al desem b arcar en A sia M enor no en co n traran una v erd ad era
oposición y que su paso p o r N icea, D o rilea, Q onya, hasta las P u ertas de Cilicia,
se efectuara en buenas condiciones.
La conquista de los cruzados de las principales ciudades de la costa siriopales-
tina, habiendo p en etrad o en Siria tras el largo cerco de A n tio q u ía (1098), se debe
tam bién a las rivalidades q u e, poco an tes, habían e n fren tad o a seldjúqíes y fáti
míes en esta región (los fátim íes habían recu p erad o Jeru salén a n te los turcos m e
nos de un año an tes de que los francos se a p o d eraran de ella), lo q u e de hecho
im pidió cualquier alianza fren te a los invasores. Los fátim íes enviaron incluso una
em bajada a los francos en el m om ento del cerco de A n tio q u ía, y una em bajada
franca se presentó en El C airo . E n este sen tid o , se ha hablado d e un proyecto
que hab ría concedido Siria a los francos y Palestina a los fátim íes, proyecto poco
p robable d ad o que la finalidad de los cruzados e ra o tra y, p o r o tra p a rte , q u e los
fátim íes acudían a suplicar y no a exigir. El éxito conseguido hasta en to n ces por
los cruzados no les habría llevado a tal avenencia; d e cualq u ier m odo, poco des
E:L ISLAM DESCORONADO 155
pués de esta em bajada los fátim íes se ap o d eraro n de Jeru salén (agosto de 1098)
e in ten taro n ocu p ar to d o el n o rte de P alestina, con la esperanza de m an ten e r la
am enaza franca lo m ás lejos posible, al igual qu e la seldjúqí, siem pre p resen te.
E ste intento fracasó ya qu e en julio de 1099 los cruzados se ap o d eraro n b ru ta l
m ente de Jeru salén , y un poco m ás tard e ocu p aro n los p u erto s de la costa hasta
Jaffa, e n tre 1100 y 1120. La falta de unión e n tre los m usulm anes en el A sia M e
nor, en Siria y en Palestina favoreció a los francos. P ero en A sia M en o r e n c o n tra
ron tam bién aliados, voluntarios o forzosos, en los E stados arm enios d e Cilicia y
del T aurus, cuyos soberan o s se alian o se som eten a ellos: el príncipe arm en io
T h o ro s, soberano de E d esa, acude a B alduino de B oulogne p ara deshacerse de
los turcos; p ero , finalm ente, q uien desap arece es él y B alduino funda en to n ces
el prim er E stad o cruzado de O rie n te , el condado de E desa (m arzo de 1098).
A sí pues, los cruzados p e n e tra n en un Próxim o O rien te p ro fu n d am en te divi
dido a finales del siglo xi. P ero conviene d estacar qu e los m usulm anes, p o r su
p arte, no fueron conscientes, al iniciarse esta expedición franca, de la im portancia
de este tipo de invasiones: p a ra ellos se tra ta b a de un ataq u e de los cristianos del
N orte, a lo que ya estab an aco stu m b rad o s sobre to d o desde el siglo x, m ás aún
cuando en tre los cristianos se hallaban los bizantinos, ya sea del A sia M en o r o
de A ntioquía. E n un prim er m o m en to creyeron q u e era una ofensiva pasajera y
lim itada frente a la cual siem pre se podrían co n certar alianzas. A n te la p e r s e v e
rancia de los sitiadores en el cerco d e A n tio q u ía, y sobre todo tras la invasión de
Siria y de Palestina y la p o sterio r creación del reino de Jeru salén , d escubrieron
la realidad. P ero ya era m uy tard e p ara p o d er alejar el peligro franco.
Sin em bargo, desde los p rim ero s años del siglo xn ap arece una form a clara
de resistencia cuyas consecuencias a largo tiem po son irrefutables. P rim ero , fren
te a la segunda olead a de cruzados en A sia M enor, se unen seldjúqíes y dánish-
m andíes para im pedirles atrav esar este país. D e hecho, en agosto de 1101, los
lom bardos son vencidos cerca de A m asia, un poco m ás tard e las tro p as del conde
de N evers son aplastadas cerca de E regli, y lo m ism o o curre con los contingentes
de A quitania y de B aviera. La m eseta cen tral de A n ato lia está defendida p o r los
turcos, y desde entonces los refuerzos hacia T ierra S anta sólo p u ed en llegar p o r
m ar. S im ultáneam ente, los átábegs de D jaztra y los seldjúqíes del Iraq se sienten
m enos am enazados, m ientras q u e el conde d e E d esa, co n tra el cual sus vecinos
dánishm andíes llevan a cabo un co n tin u o h ostigam iento del que es víctim a B ohe-
m undo de A n tio q u ía, no p u ed e esp e ra r o tro apoyo y refuerzo q u e el qu e le den
los estados cruzados de T ierra S anta. D e este m odo, en el A sia M en o r, los turcos
m usulm anes han hecho un fren te com ún co n tra el invasor; p ero , una vez su p era
do este peligro, em p ren d en de nuevo la lucha p o r estab lecer su hegem onía en la
m eseta de A natolia.
P or o tra p a rte , en Siria, tra s los prim eros fracasos, los príncipes locales, seld
júqíes o átábegs de A lep o , H a m á , H om s (H im s) y D am asco, resisten cu alq u ier
ataq u e de los francos. E l largo cerco de A n tio q u ía les ha d em o strad o que éstos
no eran tan invencibles com o creían , y según las circunstancias, aliándose en tre
ellos tem p o ralm en te fren te a un a ta q u e de los cruzados o , si era preciso, estab le
ciendo un pacto con ellos, consiguen p reserv ar las principales ciudades del in te
rior de Siria, pro teg er la ruta A lepo-D am asco-L a M eca, y acudir, llegado el caso,
a M osul y a B agdad. Sin em b arg o , se tra ta m ás de una política local o p o rtu n ista
156 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
arrogancia. El m estizaje con los arm enios, los griegos e incluso los sirios sólo se
podía producir en las ciu d ad es, y en O ccidente p ro n to desp reciaro n a estos «pou-
lains» ( = p artid ario s de la coexistencia con los m usulm anes) que llevaban túnica
y tu rb an te y q ue eran m ás pro p en so s a a d ap ta rse a las circunstancias que a c a r
gar. E n definitiva, toda esta o b ra se basaba en la su p erio rid ad m ilitar: esas e m
b estidas espantosas a las qu e los o rien tales estab an poco aco stu m b ra d o s, esos sol
dados-caparazón a los qu e las flechas no h erían , esas en o rm es fortalezas capaces
de albergar, de buen o mal g rad o , a todos los ald ean o s reunidos, y cuyas ruinas
ex trao rd in arias nos m uestran aún su poder: K rak de los C ab allero s, S aona, B e a u
fo rt, M ontreal, C hastelb lan c, etc. A u n q u e las rem o n tas de caballos no fueran p o
sibles, las cisternas estuv ieran vacías, o el calo r les obligara a q u itarse la co ta de
m allas... los francos resistieron p o rq u e dom in ab an to talm en te el m ar p ro teg ien d o
a su retag u ard ia y p o rq u e los segundones enviados a Siria p ara in te n ta r la av e n
tura se revelaron a m en u d o com o excepcionales cap itan es, com o el n o rm an d o
T an cred o y B alduino I, antes de 1120, F oulques de A njo u y R aim u n d o de T rípoli
m ás adelante.
El peligro 110 residía sólo en el escaso nú m ero de efectivos, sino tam bién en
la agresividad de estos h om bres rapaces a los q u e la Iglesia les aseguraba su sal
vación. A un q u e sólo fue cread o un «reino» en Jeru sa lén , en 1100, los «príncipes»
norm andos de A ntioquía o de E d esa, los «condes» tolosanos de T rípoli, p o ste
rio rm en te los de P oitiers o los de P rovenza, y en el siglo xm los alem anes o los
de la C h am p añ a, se en tre g aro n a incesantes rivalidades q u e , al ser expulsados
hacia la costa en el siglo x m , tran sfiriero n a la ciudad. A llí, en los p u erto s en los
que las ciudades com erciales h abían conseguido, com o se ha dicho a n te rio rm e n te ,
privilegios y m ercados (fu n d ú g , fo n d a c o ), se traslad aro n tam bién las querellas ita
lianas o catalanas. La intransigencia de unos y o tro s no sólo se ejercía e n tre ellos
m ism os sino tam bién resp ecto a o tra s m inorías cristianas.
Sin em b arg o , hay q ue señ alar q u e los francos no e n co n tra ro n en las poblacio
nes cristianas de Siria y P alestina to d a la ayuda y sim patía qu e esp erab an ; estas
poblaciones eran en su m ayoría de rito o rto d o x o , sobre to d o en el n o rte de Siria,
y no estaban muy de acu erd o con el control sobre am plios dom inios, espirituales
y m ateriales, que ejercía la Iglesia latina. La in tolerancia de prelados y señ o res
de O ccidente fom entó aún m ás esta an tip atía y, en consecuencia, las alianzas fu e
ron poco frecuentes, salvo con los m aro n itas, y tuvieron un carácter tem p o ral o
incluso sim plem ente individual. D e cu alq u ier m an era, au n q ue episódicas, estas
relaciones e n tre francos y cristianos de O rien te tuvieron p ara estos últim os dolo-
rosas consecuencias, ya q u e , tras la p artid a de los francos, los d irigentes m usul
m anes castigaron a toda la com unidad cristiana p o r aquello qu e sólo h abían co
m etido unos cuantos.
E stos som bríos aspectos no cesarán de am pliarse. P ero no hay qu e n eg ar el
gran esfuerzo de aclim atación iniciado al m enos en el siglo x u . C onvencidos p ro n
to de q ue no serían m ás q u e un p u ñ ad o de jefes y, p o r o tra p arte , muy p re o c u
pados po r las «costum bres» com o lo estab an en sus lugares de o rigen, los francos
se lim itaron a co b rar los im puestos territo riales o públicos del régim en m usulm án,
el diezm o (za ká t), las tasas de a d u an a (dogana), los alquileres de la tierra ; llam a
ron a las aldeas «casales», p e ro d eja ro n qu e g o b ern ara y juzgara el rcfis y el c a d í,
com o antes. Y se cree q u e, en el cam p o , sus relaciones fueron m uy superficiales
158 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
Los prim eros intentos de resistencia ante la presencia de los francos en Siria
son debidos a problem as locales y a rivalidades e n tre territo rio s colindantes de
cristianos y m usulm anes; E d e sa , A n tio q u ía, A lep o , M osul, M árdín y D am asco:
no se tra ta en absoluto de g u erra sa n ta , sino de q u erellas e n tre príncipes en las
que no se tiene en cuenta el origen ni la religión del ev en tu al aliado. E n los años
veinte del siglo xn todo el n o rte de Siria fue sacudido p o r ataq u e s francos c o n tra
las principales ciudades y, tam b ién , p o r las acciones violentas de los b átiníes, m u
sulm anes h eterodoxos ism ácilíes, en A lep o y D am asco. A p esar de fracasos a ve
ces sangrientos, com o la fam osa m asacre del A g er sanguinis e n tre A lep o y A n tio
quía en 1119, los francos consiguen asegurarse el co ntrol del golfo, desde A lejan-
d re ta hasta el Sinaí: en esta p enínsula instalan bases, a lo largo del golfo de E ilat,
y tam bién en C isjordania, com o el fam oso K rak de M oab. C arav an as de m erca
d eres o de peregrinos están siem pre a su m erced. Y ¿qué decir de la b o ta d u ra
de barcos corsarios en el m ar R o jo , a p a rtir de 1160, q u e llegan a atac ar D jid d ah ,
el p u erto de L a M eca?
El em ir de M osul, cIm ád .al-Din Z engi, se p ro p u so desde 1128 u n a do b le ac
ción: reco n q u istar a los francos los territo rio s del n o rte de Siria y h acer p rev alecer
la orto d o x ia sunní sobre el sh físm o en esta región. R ec u p e ra n d o el h o n o r d e la
lucha co n tra los enem igos de la v erd ad era fe, Z engi revitalizó el con cep to de
djihád ( ‘g uerra sa n ta '), sin q u e , sin em b arg o , este co n cep to haya conocido nun ca,
m ientras él vivió, una repercusión m uy clara en las conciencias m usulm anas: esto
EL ISLAM DESCORONADO 159
¿ H ay m o t iv o s p a r a e s p e r a r ?
B adr al-D janiálí, que adem ás del título de visir posee el de A m lr al-D juyüsh
(‘co m an d an te del ejército*), introduce en el E stad o fátim í nuevas ideas, en p rim er
lugar p o rq u e la personalid ad del visir suplanta a la del califa y co n cen tra los p o
deres m ilitar, civil e incluso religioso. A d em ás, A l-D jam áli, d e origen arm en io y
antiguo esclavo d e un em ir sirio, constituye p ara sí m ism o una g uardia arm enia
(cristiana) que le perm ite afirm ar su au to rid a d , so b re todo fren te a varios elem en
tos del ejército, elim inando a los más conflictivos (sudaneses o turcos) o en v ián
dolos de nuevo a Ifriqiyá (b ere b eres); m ien tras, el califa es p rácticam en te e n c e
rrad o en el palacio real y no sale de él más qu e en ocasión de cerem onias de
gran pom pa.
La centralización del p o d er, que ya e ra evid en te con los p rim eros califas fá
tim íes d e El C airo , se acen tú a pues con B ad r al-D jam álí y sus sucesores: los go
biernos provinciales d epen d en estrech am en te de El C airo, do n d e los diw&ns ges
tionan la vida adm inistrativa y financiera del país desde el palacio del visir o del
F.L ISLAM DESCORONADO 163
Las tasas son especialm ente gravosas en Tanis y en D am ieta. Ningún copto puede
tejer una pieza de tela en Shata sin que sea sellada por el gobierno, no puede ser
vendida si no es por agentes reconocidos por el Estado, uno de los cuales lleva el
registro de las piezas vendidas. Cada pieza es confiada a un em pleado que la enrolla,
otro que la sujeta con fibra de palm era, un tercero que la pone en una caja, y por
último, otro que ata la caja, y cada uno de estos em pleados percibe un tributo. A
la salida hay que pagar otra tasa. Todas esas tasas están controladas por la firma de
cada uno de estos em pleados sobre la caja y son verificadas por inspectores a bordo
de los navios que están a punto de salir.
política anticabb ásí de los fátim íes y con la política de d esarro llo agrícola e indus
trial que fue llevada a cabo en esta época, con la construcción de una flota d e s
tinada a reco rrer el m ar R ojo y las costas del Á frica orien tal. Poco a poco el
com ercio po r el m ar R ojo va sustituyendo al del golfo P érsico, so b re todo ten ien
do en cuenta q u e el m undo cabbásí sufre bastan tes trasto rn o s. E n cA y dháb y Q u-
sayr se crean p u erto s com erciales, el con tro l del Y em en perm ite la utilización de
las facultades y de las relaciones yem eníes en m ateria de navegación, y, com o ya
lo hem os visto, E gipto se co n vierte en un m ercado y un d epósito com ercial e n tre
el m undo del océan o índico y el del M ed iterrán eo . E n el últim o cu arto del siglo
xn aparece po r prim era vez el n om bre de los m ercaderes karim íes, especialistas
en el com ercio por el m ar R ojo y p o r el o céan o índico occidental, cuyo apogeo
tiene lugar con los ayyúbíes.
E sta política de expansión com ercial afecta las costas del A frica orien tal y
p to n to tam bién las del S ind, G u d e je ra t, B eluchistán, la India, y ad q u iere la fo r
ma de una política de expansión religiosa ya qu e algunos m ercaderes m usulm anes
egipcios tam bién son m isioneros y propagandistas del sh ffsm o o reco rren los p a í
ses del océano índico acom pañados de m isioneros shFíes. E sta instalación de
m ercaderes árab es en las costas del océano índico benefició, en p rim er lugar, a
los fátim íes que convirtieron E gipto en la base más im p o rtan te e n tre O rien te y
O ccidente: percibían po r las m ercancías, que gen eralm en te son caras, gravosas
tasas, tanto al e n tra r com o al salir. La salida de productos se efectu ab a sobre
todo en A lejandría, desd e d o n d e los m ercad eres italianos, am alfitanos, v enecia
nos, písanos, se encam inaban hacia O rien te: a cam bio d e azúcar, telas, especias,
productos de Á frica y de la In d ia, pro p o rcio n ab an m ad era, h ierro , e incluso tri
go, según la d em anda. E ste com ercio em pezó a desarro llarse en el reinado del
califa A l-M ustansir y esto explica los gastos fastuosos, las construcciones qu e el
califa prom ovió y que fueron la adm iración de los viajeros de aquella ép o ca, so
bre todo del persa Nasir-i Jusraw .
D e hecho, El C airo y F ustát reb o san de riquezas en este m o m en to , e n riq u e
ciendo a los califas, pero tam bién a un gran n úm ero de funcionarios, m ercaderes
y artesanos de todas clases. Las construcciones se m ultiplican: El C airo se co n
vierte en una verd ad era capital y eclipsa a B agdad y las ciudades de Siria; el afán
de lujo de los califas hace d esarro llar todo lo qu e se relaciona con el arte y lo
que ha sido den o m in ad o arte fátim í se extendió p o r to d o el m undo m usulm án.
La construcción de las m ezquitas de A l-H ákim y de A l-A zh ar es una m u estra de
la particular evolución q u e se m anifiesta ta n to en el a rte m onum ental com o en
la decoración. P or una p a rte , los fátim íes recu rriero n al arte cabbásf del perío d o
de S am arra, com o por ejem plo en la utilización de alm inares circulares con pisos
degradados. P or o tra p a rte , tam bién se sirvieron am pliam ente del fondo artístico
local, especialm ente del de los coptos: a éstos hay qu e atrib u ir la adopción de
una iconografía figurativa, cortejos de anim ales, de p ersonajes, escenas de caza,
de orgías, de danzas. Los p aneles de m adera o de m arfil, lo que se sabe de las
telas, de la cerám ica, de los bronces, m u estran un alto desarrollo en la técnica y
son, tam bién, el sím bolo de una p ro sp erid ad qu e ad m irab a a los viajeros m usul
m anes.
E sta abundancia de riquezas exigía un g obierno fu erte y co nstante en el e je r
cicio de su p o d er; pero la debilidad o la incapacidad de los califas del siglo x u y
166 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
las rivalidades e n tre visires diero n paso a los conflictos in tern o s, a las reivindica
ciones y a las exigencias de los m ercenarios. La lucha p o r el p o d er beneficiará a
Saladino y a sus sucesores, au n q u e su interés p or m an te n e r la unidad no ev itará
que el E gipto ayyúbí se diferencie claram en te de Siria y qu e sea una evid en te
continuación del E gipto fátim í.
tim íes. Los gobiernos de los príncipes ayyúbíes fueron to leran tes con las p o b lacio
nes no m usulm anas, cristianas y ju d ías, tan to en Siria com o en E g ip to ; en esta
últim a provincia el shffismo d esap areció prácticam en te con el últim o califa fátinií
y se reintegraron en la co m u n id ad sunní. El m ism o S aladino era m uy p iadoso y
respetuo so con las leyes m usulm anas tradicionales: hizo d e ro g ar to d as las disp o
siciones consideradas co n trarias al d erech o m usulm án, lo q u e le ap o rtó algunos
problem as. B ajo su rein ad o y en el de sus sucesores, se fom entó el d esarro llo de
las m adrasas, es decir de los estab lecim ien to s de en señ an za religiosa y ju rídica en
los que se form aba el personal jurídico-religioso y ad m inistrativo; este d esarro llo
fue m uy im p o rtan te en Siria y en D jazira, p ero no ta n to en E gipto. E n cu an to
al ejército, com puesto so b re to d o p o r turcos y kurdos, carecía de u n id ad , lo que
agravó aún m ás la rivalidad e n tre príncipes: poco a poco este ejército ad q u iere
caracteres turcos, sobre to d o en E g ip to d onde A l-M alik al-K ám il realizó rec lu ta
m ientos m asivos de esclavos de origen turco (los m am elucos) que en 1249 se
a d u eñ arán del p o d er y colocarán a la cabeza a uno de ellos, cIzz al-dín A ybeg,
iniciando de este m odo el régim en conocido con el no m b re de su ltan ato de los
m am elucos que g o b ern ará E gipto hasta 1517.
E sta desaparición casi accid en tal, o en to d o caso ráp id a, de la dinastía es una
m uestra de la relativa esclerosis qu e afectaba E gipto a principios del siglo x m .
C iertam en te tam bién hay qu e te n e r en cu en ta las dificultades m ilitares qu e co n
cen trab an la atención y los recursos d e los sultanes. Ya hem os dicho an te rio rm e n
te que el hecho de que las posesiones latinas se red u jeran a unas cu an tas escalas
— aunq ue p ro n to apoyad as p o r C h ip re y p o r las posesiones del E g e o — no so lu
cionaba de una vez para siem pre el problem a m ilitar de la presencia franca. A l
co n trario , desde entonce s E gipto es el p u n to de m ira de los occidentales. Y esto
no lo ignoran en El C airo , d o n d e la política qu e prevalece es la de la co n d escen
dencia y el en ten d im ien to . Los beneficios o b ten id o s del co m ercio, cuya im p o rtan
cia ya verem os m ás ad ela n te , co m p en sab an los sacrificios; las treguas y los tra ta
dos com erciales se m ultiplicaron en 1198, 1203, 1215. C u an d o los cristianos del
«rey de Jeru salén » , es d ecir, de San Ju an de A cre, Ju an de B rien n e, atac aro n
D am ieta en 1217, A l-K ám il pro p u so la restitución de la C iudad S anta; p e ro se
libró de este com prom iso p o rq u e el o fuscam iento de los cruzados los lanzó al
Nilo en plena crecida (1221). La o ferta fue, sin em b arg o , acep tad a en 1229 p o r
el alem án F ederico II, em p era d o r islam ófilo y arab ó fo n o p o r o tra p arte . E sta
concesión ex o rb itan te está tam b ién m otivada p o r el co n stan te peligro en Siria,
no sólo por las querellas e n tre príncipes ayyúbíes o p o r los ataq u e s francos, p o r
ejem plo e n tre 1239-1241, sino tam b ién p o r la presión de las b andas jw arizm íes
qu e p iratean el litoral y saq u ean Jeru salén en 1244. El asalto llevado a cabo por
Luis IX desde C hipre hacia el d elta en 1248 am en azó m ás grav em en te a E gipto.
Sin d u d a, de nuevo, la im prudencia de los cruzados term ina en M an sú ra, en d i
ciem bre de 1249, con un fracaso agravado p o r la cap tura del rey. Es ev id en te
qu e los sultanes han d ejad o ac tu ar a sus m ercen ario s, e n tre ellos a B aybars, que
inició una brillante c a rre ra qu e le llevaría m ás tard e (1260) al su ltan ato y a la
reconquista de P alestina y A n tio q u ía. E n una c o y u n tu ra d e alerta co n stan te no
es ex trañ o q ue los m am elucos se hicieran con el p o d er.
E sto no significa en abso lu to q u e el prestigio p ersonal de los sultanes se haya
visto afectado. Siguen estan d o am p liam en te apoyados p o r la opinión pública
168 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
egipcia, pacifista de buen grad o . Los ayyubíes fom entan el m ovim iento religioso
sú fl (especialm ente en Siria y en el A lto E gipto) q u e induce a un m isticism o de
aislam iento y de sum isión. Surgen num erosos co nventos (khánaq&h), lejano eco
del m onaquism o o rien tal en sus p rim ero s siglos. P o r o tra p a rte , el d esarro llo de
las m adrasas prosigue: A lep o , D am asco, m ás qu e E l C airo , sustituyen a B agdad
com o foco de cultura. E n este sen tid o se co n tin ú a el m ovim iento cabbásí, p ero
el arte decorativo se relaciona m ás con la tradición fátim í: escenas de anim ales,
num erosas inscripciones kúficas, proliferación de la d ecoración floral.
La fragm entación política y social qu e sufrieron los seldjúqíes del Irán y del
Iraq no afectó, sin em b arg o , a los seldjúqíes del A sia M en o r, a p esar de q u e a
finales del siglo x n atrav esaro n p o r un mal m o m en to , en los últim os añ o s del
reinado de Qílidj A rslán II (1154-1192) y d u ra n te los prim eros años p o sterio res
a su m uerte.
E sta ram a de la fam ilia seldjúqí, instalada en A sia M en o r después de la b a ta
lla de M antzikiert, lleva el no m b re de seldjúqíes de A n ato lia (según A n ad o lu ,
denom inación turca del A sia M en o r) o de R úm (de la p alab ra «rom ano», califi
cativo aplicado al Im perio bizantino, qu e reivindicaba la h erencia del antiguo Im
perio ro m ano). E stos seldjúqíes conservaron su unidad d u ran te la m ayor p arte
del siglo xii gracias, p o r una p a rte, a la lucha religiosa y política que les e n fre n
taba a los bizantinos, y, p o r o tra p a rte , a la rivalidad local y a la lucha p o r el
dom inio de la m eseta A n ato lia qu e les e n fre n tó a los dánishm andíes. La victoria
sobre éstos en 1173 y so b re los bizantinos en 1176 señala el triunfo de los seld jú
qíes; p ero , apenas conseguido, Q ilidj A rslán in staura en su E sta d o el sistem a de
privilegios fam iliares y concede a cada uno de sus doce hijos el m an do de una
región. D u ra n te m ás de quince años A n ato lia conoce una situación co m p arab le
a la de los otros sultan ato s seljúqíes, p ero finalm ente R u k n al-D in Sulaym án
(1196-1204) y K ay Jusraw I (1204-1210) restab lecen la unidad de la dinastía y del
poder. El p rim er tercio del siglo x m es un p erío d o p articu larm en te p ró sp ero y
brillante p ara el E stad o seldjúqí de A n ato lia.
El d ebilitam iento de los b izantinos, m o m en tán eam en te reducidos al im perio
de N icea (que m antiene b u en as relaciones con los turcos) y al im perio de T reb i-
sonda (que se ve obligado a c ed er el p u erto de S inope), facilita la consolidación
del su ltan ato de Q o n y a, ciudad en la que los seldjúqíes han fijado la sede d e su
g o bierno, tan to in terio rm en te com o en sus fro n teras. E n las fro n teras del súr,
arm enios y francos de C hipre d eb en ab an d o n a r las fortalezas del T au ru s cilicio y
los p u erto s de Pam filia, A n taly a (A d alia) y A lanya (A lay a-K alo n o ro s); en el
este, el territo rio seldjúqí se ex tien d e hasta E rzu ru m , p ero el K urdistán, conquis
tad o tem p o ralm en te, no p u ed e ser finalm ente in teg rad o al su ltan ato . E stas co n
quistas y este refuerzo, llevados a cabo so b re to d o p o r los sultanes KayKá^ús I
(1210-1219) y K ayqubádh 1 (1219-1237), tuvieron dos consecuencias. U n a fue
pro h ib ir m o m en tán eam en te la e n tra d a en territo rio seldjúqí a las tribus turcóm a-
nas expulsadas hacia el oeste p o r el avance m ongol; la o tra fue favorecer, gracias
a la paz y a la seguridad q u e rein ab an en el su ltan ato seldjúqí y a la p ro sp erid ad
resu ltan te, los contactos con los m ercad eres italianos, venecianos so b re to d o , que
desde entonces pudieron a trav esar el A sia M en o r sin g ran d es riesgos y qu e e sta
blecieron con los seldjúqíes acu erd o s com erciales.
E n el in terio r, de la situación tam bién se consolida. Los seldjúqíes su p iero n
constituir un E stad o bien o rganizado política y ad m in istrativ am en te, en el cual la
convivencia de los pueblos de origen y religión diversos se efectu ab a sin p ro b le
mas. E l resultado fue un d esarro llo de la vida u rb an a y de la vida ru ral im p o rta n
te y un notable progreso en los dom inios cultural y artístico.
El sultán de R úm afirm a su a u to rid ad sobre los m iem bros de su fam ilia, a la
que delega un p o d er teórico en las provincias, asistido estrech am en te p o r los jefes
EL ISLAM DESCORONADO 171
no de la ocupación de las poblaciones turcas y turcóm anas de una p arte del país
«abierto», su po sterio r sedentarización y relación con el cam pesinado indígena:
los m atrim onios m ixtos, cuya im portancia num érica es im posible de calcular, fa
vorecieron la evolución turca y m usulm ana. P arece ser que en las ciudades un
cierto núm ero de cristianos griegos y arm enios se convirtieron al Islam v o lu n taria
m ente con la intención de conservar las ventajas que habían adqu irid o a n te rio r
m ente o, debido a su posición social e in telectual, p ara o cu p ar los cargos adm inis
trativos. A un q u e no podem os v alorar la im portancia de estas conversiones, que
tam poco hay que exag erar, un hecho es indiscutible: a finales del siglo x ii , A sia
M enor posee una m arcado carácter turco puesto qu e los occidentales qu e la a tra
viesan le dan el nom bre de «Turchia» (m ientras que los au to res m usulm anes co n
tinúan llam ándola «País de R úm »). Por lo que se refiere al carácter m usulm án,
aparece sobre todo en las cofradías p ro p iam en te religiosas o relacionadas con m e
dios específicos (artesan o s, diversas co rporaciones, m ilitares), o incluso com o un
reflejo, en las tribus turcó m an as, de una asim ilación superficial del Islam a las
viejas tradiciones proced en tes del A sia C en tral y cuyos jefes espirituales o bábás
serán seguram ente, en el siglo x iv , los que dirigirán los m ovim ientos de oposición
al po d er oficial civil o religioso. La islam ización tam bién se m anifiesta en la m ul
tiplicación de m ezquitas y de o tro s edificios de carácter religioso: m adrasas, tu m
bas, hospitales, algunos de los cuales son ex p o n en tes de un arte original.
La fiscalidad seldjúqí no ofrece ninguna particularidad respecto a la d e los
otros E stados m usulm anes: quizás la ciqUF estab a m enos extendida y m ejor co n
trolada po r el gobierno y sólo en la segunda m itad del siglo xm ad q u irirá m ayor
im portancia, al disgregarse el p o d er central. El E stad o seldjúqí m antiene bajo su
directa adm inistración una gran p arte de las tierras conquistadas, cuyos im p u es
tos, tasas e ingresos diversos son recaudados localm ente p o r funcionarios de las
finanzas d ep en d ien tes del sáhib-i diw án. E n las ciudades los h ab itan tes son so m e
tidos a los im puestos tradicionales y el com ercio está sujeto a d erechos de e n tra d a
y salida, a im puestos de m ercad o , a im puestos de transacción, etc.
Las ciudades son un im p o rtan te elem en to de la vida social y económ ica del
su ltan ato seldjúqí: prim ero p o rq u e en ellas conviven m ilitares, funcionarios, reli
giosos y artistas turcos, funcionarios iranios o árab es (en las ciudades m ás im p o r
tan tes), com erciantes y artesan o s griegos, arm enios y judíos. E xisten grem ios en
los q ue posiblem ente, e n tre los artesan o s, h abría turcos y no turcos, au n q u e las
inform aciones en este sen tid o y p ara este perío d o son escasas y só |o p odem os
confirm arlo en épocas m ás tardías: la fu tu w w a (en turco fü iü v v et) seg u ram en te
existe, al igual que la cofradía religiosa de los a k h isy m uy relacionada con los
artesan o s, pero tan to una com o o tra no se m anifiestan realm en te hasta el siglo
xiv. E n tre personalidades religiosas m usulm anas y cristianas se establecen re la
ciones y enco n trarem o s la p ru eb a de ello p o sterio rm en te en la repercusión de las
obras del m ístico turco M evlana D jalál al-D ín R úm i.
La vida económ ica, ciertam en te lim itada y m uy co m p artim en tad a d u ran te
to d o el siglo xn debido a las luchas y a los problem as que rein ab an en el A sia
M enor, recibe un gran im pulso a p a rtir de finales de siglo al establecerse la u n i
dad política y una m ayor seguridad. La producción local (ag ricu ltu ra, g an ad ería,
m adera, tapicería, m iel, alu m b re, p lata, co bre) se desarro lla sensiblem ente y sir
ve para la exportación favorecida p or el hecho de que los seldjúqíes, en el prim er
EL ISLAM DESCORONADO 173
cuarto del siglo x iu , co n tro lan las salidas al m ar N egro (S ínope, Sam sún) y al
m ar M ed iterrán eo (A lan y a, A n taly a). M ercaderes italianos ab o rd an en los p u e r
tos m ed iterrán eo s, m ercad eres griegos trafican en los p u erto s del m ar N egro,
m ercaderes arm enios com ercian con Iraq y sobre to d o con Irán , los bizantinos
de N icea, en la época de V atatzés, realizan intercam bios com erciales con los tu r
cos. E l A sia M enor estab a en to n ces atrav esad a p o r rutas carav an eras a lo largo
de las cuales había relevos de etap a s, los caravanserrallos o já n s, q u e tam bién
encontram os en las ciudades im p o rtan tes. Las rutas principales com unicaban los
puertos de A ntalya y de A lan y a, en el M ed iterrán eo , con las ciudades del in te
rior: Q onya, A kch eh ir, A n q a ra , A k saray , K ayseri, Sivas, E rzu ru m (ru ta de trá n
sito hacia Irán ). E ste com ercio de intercam bio y de tránsito era especialm ente
beneficioso p ara los seldjüqíes q u e percibían derechos de ad u an a, peajes, im pues
tos de en trad a y de salida.
* La vida intelectual del A sia M en o r seldjúqí es poco conocida, a p a rte de la
vida religiosa y m ística cuyo m aestro fue M evlana D jalál al-D in R úm i (1207-
1273), au to r de ob ras m ísticas escritas en persa y en ára b e, ex cepcionalm ente en
turco, cuyo hijo, Sultán V eled , y sus discípulos fu n d arán en su h o n o r y m em oria
la cofradía de los derviches m evleníes o derviches «danzantes». L as obras lite ra
rias son escasas y están escritas en á rab e y en persa; h abrá qu e e sp erar el siglo
x iv p ara n o tar un sensible progreso.
P or o tra p a rte , la vida artística es rica y original. Los turcos llevaron a A n ato -
lia un a rte específico, de origen iranio o árab e p ero ad ap ta d o a las condiciones
locales geográficas y h u m an as, en las q u e las influencias bizantinas y arm enias
eran perceptibles (se conoce el no m b re de arqu itecto s griegos de m ezquitas seld
júqíes). E ste arte se m anifestó en las m ezquitas (m ezquita de cA Iá3 al-D in en Q o
nya, m ediados del siglo xil-principios del x m ; m ezquita de cA lá3 al-D in en N igde
en 1224; gran m ezquita de D ivrigi en 1229; gran m ezquita de M alatya en 1247),
m adrasa o m edresés (en Q o n y a, K ayseri, E rzu ru m ), tum bas poligonales o circu
lares (en D ivrigi, N iksar, Q o n y a, K ayseri, Sivas), palacios, de los qu e p or d esg ra
cia sólo se conserva su recu erd o prácticam en te, y num erosos carav an serrallo s, cu
yos vestigios se pu ed en v er aún en las antiguas rutas caravaneras. E stas co n stru c
ciones son el testim onio de la p ro sp erid ad del país, de la voluntad de sus p ro m o
tores de asentarse en el país y no sólo en el sentido religioso. H ay q u e añ ad ir su
sentido de la decoración, ya sea en pórticos y fachadas ex terio res, con m otivos
geom étricos, florales o epigráficos, o bien en el in terio r con azulejos azules, b lan
cos y negros. N o es un a rte gran d ilo cu en te, p e ro está hecho a escala h u m an a y
expresa un gusto sencillo y directo .
Los o to m an o s, que m ás ad ela n te co n tin u arán y am pliarán la o b ra de los seld
jú q íes, en co n traro n en ellos un m odelo que sup iero n utilizar y d esarro llar. La
im portancia de los turcos en el m u n d o m usulm án del Próxim o O rie n te se debe
m ás a los seldjúqíes del A sia M en o r q u e a los del Irán o del Iraq.
174 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
situación. G hazáli, m u erto en 1111, rep resen ta la v ertien te pesim ista del p en sa
m iento persa: su libro Incoherencia de los filó so fo s es una aniquilación en regla
de los innum erables sistem as d e p ensam iento h ered ad o s desde la A n tig ü ed ad has
ta los prim eros tiem pos m usulm anes. Su p reocupación p or recu p erar un a vida
pu ra, de aislam iento y de fe, com o exigían los súfíes desde hacía cien añ o s, nos
perm ite considerarlo com o un p recu rso r m usulm án del gran m ovim iento de re
nunciación que afectará cien años m ás tard e a la cristiandad de san Francisco.
Pero la esperanza de una renovación espiritual viene re p resen tad a p o r la v ertien
te optim ista de la filosofía persa: a G hazáli se o p o n e Suhraw ardi (m u erto en
1191), qu ien , d ejando a un lado las escorias de las sectas qu e estab an siem pre en
piigna, in ten ta form ular un m ensaje sincrético, casi neo p lató n ico , en el q u e p re
dom ina la idea de una sab id u ría universal que asim ila las ap o rtacio n es de la A n
tigüedad. La expresión literaria, p o r su p arte, a d q u iere tam bién el aspecto de
*fin de siglo»: la «sesión», la m aqám a q u e, m ed ian te sainetes picantes, feroces o
líricos, esboza la vida c o tid ian a, es el g én ero de m oda en el siglo xm : nos ha
pro p o rcio n ad o m iniaturas ricas en detalles pintorescos, ejercicios de virtuosism o
lingüístico, testim onios de una sociedad ex p ectan te. Pocas o b ras de valor u niver
sal d estacan, pero en el preciso m o m en to en que una to rm en ta m ortal am enaza
este refinam iento, es em o cio n an te ver cóm o el m ás ilustre de los p o etas de corte
y de ciudad, Sacdí de Shlráz (m u erto casi cen te n ario en 1290), consagra sus más
bellas ob ras a la descripción de las rosas.
D e este m odo, después de h a b e r so p o rtad o v iolentas luchas internas e n tre los
partidarios y los supuestos d efen so res del califato cabbásí o del califato fátim í,
tras los en fren tam ien to s con los francos de Palestina y de Siria, el m undo m usul
m án oriental recuperó una ap aren te unidad ya qu e sólo había un califa, el de
B agdad, y que el sunnism o había triu n fad o , al h ab er sido vencidos o elim inados
los defensores del shFism o o de las religiones hetero d o x as. U nidad a p a re n te,
puesto que en realidad asistim os al nacim iento de nuevos estad o s, con el n om bre
de su ltan ato s, establecidos en regiones bien d elim itadas geográfica o po líticam en
te: A sia M enor, S iria-P alestina, E g ip to , Ira q , Irán , sin c o n tar zonas más lejanas
en las que d espuntan o tras dinastías com o la de los jw árizm -sháhs o las nuevas
oleadas de turcóm anos qu e se dirigen hacia el oeste.
Por o tra p a rte , el p o d e r había p asad o , desde en to n ce s, de m anos árab es o
persas a m anos de rep re sen ta n te s de o tras etnias hasta aquel m o m en to d o m in a
das, los kurdos, los turcos, qu e ad o p ta ro n el Islam y se ad a p ta ro n m ás o m enos
a la situación del m edio: aq u í, m an tu v iero n la cultura y las tradiciones á rab es sin
dificultad; allí, el su strato persa o la nueva ap o rtació n turca im pusieron a d a p ta
ciones que co ntribuyeron a diferen ciar unas y o tras regiones.
H ay q ue destacar q u e a m ediados del siglo xm los E stad o s m usulm anes del
Próxim o O rien te p arecen h a b er conseguido su p era r sus m últiples dificultades e
instaurado regím enes a p a ren tem e n te sólidos y bien adm inistrados. P or o tra p arte ,
los estrechos contactos con los francos favorecieron el desarro llo de las relaciones
com erciales y de la vida económ ica en g en eral, au n q u e , en algún lugar, las estru c
turas tradicionales pu d ieran h a b e r sido trasto rn ad as con la llegada de tribus n ó
m adas o sem inóm adas, hecho q u e únicam en te la disgregación del p o d er cen tral,
en A sia M en o r, en el Irán occidental p o r ejem p lo , colocaría en un prim er p lano.
La característica principal hacia 1230-1250 es, pues, la fragm entación del m u n
176 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
La catástrofe m ongola
E gipto k urdo resultó ileso, y, au n q u e dom inados, los turcos de A n ato lia consti
tuían una fuerza viva; y ya verem os q u e, después de to d o , la p a x m ongolica tuvo
su lado bu en o p ara los m ercad eres o los m isioneros. P ero los b rillantes focos de
la cultura m usulm ana desde hacía cinco siglos, este crisol en el q u e la herencia
antigua, iran ia, h indú, h elenística, convergían p ara h acer p ro g resar el esp íritu h u
m ano, ya no eran m ás q u e cenizas. H a b rá qu e e sp e ra r h asta n u estra ép o ca p ara
ver d esp ertar — ¡pero de qu e m a n e ra !— al Islam sirio, m esopotám ico o persa.
E l M a g rib a l a d e r iv a
El esp len d o r del im perio alm orávide no hace o lvidar, sin em b arg o , qu e los
siglos XI y x n se co rresp o n d en glo b alm en te con una época de retro ceso territo rial
<del Islam occidental, bajo la presión de ciudades, estad o s, econom ías y so cied a
des cristianas en expansión qu e d e m u e stra n , en co n ju n to , un m ayor dinam ism o.
L as crónicas qu e relatan la historia de las dinastías hispanom agribíes n arran los
esfuerzos co n stan tes, y no siem pre c o ro n ad o s p o r el éxito, p ara c o n te n e r, m e
dian te la m ovilización difícil y costosa de g ran d es ejércitos, el pro g reso en E sp añ a
de un enem igo cuya organización sociopolítica, feudalizada p arcialm en te, fav o re
ce la expansión en d etrim en to de un a sociedad m usulm ana, ta n to u rb an a com o
ru ral, o rganizada sobre bases d istin tas, poco m ilitarizada e incapaz de g en erar
p o r sí m ism a las fuerzas susceptibles de d efen d erla.
H ay q ue señ alar q ue estos síntom as de in ferioridad del Islam resp ecto a la
cristiandad em piezan a a p a re ce r en la p rim era m itad del siglo xi. E sta ép o ca se
corresponde con la crisis del califato d e C ó rd o b a, q u e facilita la in tervención de
los g u errero s castellanos y catalan es en los asu n to s in tern o s de al-A ndalus y que
em pezarán a tra e r de sus expediciones dirh em es y d in ares q u e desde en to n ces
serán el sueño de los av e n tu rero s del m u n d o cristiano. P ero para p ercib ir los p ri
m eros signos de esta d ecadencia relativa del Islam o ccidental ten d ríam o s qu e re
m ontarnos a finales del siglo x , en la ép o ca en la q u e la p iratería an d alu sí decae,
cuando la base de Fraxin etu m es d estru id a y cuan d o un n ú m ero co n sid erab le de
m ercenarios cristianos em pieza a ser reclu tad o p ara el ejército califal.
La fragm entación política de las taifas no sería seg u ram en te p o r sí m ism a una
m uestra de debilidad p ara los estad o s cristianos del n o rte de la p enínsula. E stos
estab an tam bién divididos, y difícilm ente se po d ía p rev er q u e en las p rim era s d é
cadas del siglo xi el p o d ero so rein o de T o led o sería a b so rb id o p or el co n ju n to
castellano-leonés, o con m ayor m otivo, q u e el m inúsculo y p o b re A rag ó n , confi
n ado en sus m o n tañ as, se ap o d e ra ría finalm ente del vasto y rico valle del E b ro ,
con sus prósperas ciudad es, sus cultivos de regadío, su econom ía y su vida cu ltu
ral infinitam ente superiores. Las rivalidades e n tre so b eran o s m usulm anes sólo se
rían uno de los m otivos d e inferio rid ad de los reinos de taifas respecto a sus ad v e r
sarios cristianos, inferioridad q u e se hace ev id en te con la d ep en d en cia económ ica
y política a la q ue se ven som etidos los p rim ero s en la segunda m itad del siglo
m ediante el pago de las parias. Sin d u d a hay o tras causas m ás p rofundas y mal
conocidas q ue explicarían tam bién la división y p o sterio r hun d im ien to de Sicilia
an te los n orm andos de la Italia m erid io n al. T a n to en Sicilia com o en al-A ndalus
la desorganización política y el d eb ilitam ien to m ilitar son no tab les an tes de m e
180 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
diados del siglo xi. Los bizantinos se asientan de nuevo en la isla desde 1038-
1040, en el m ism o m om ento en que se desorganiza el E stad o unificado de los
kalbíes de P alerm o. E n tre 1061-1091, los norm andos ocupan la isla, m ien tras que
en E spaña em pieza el avance territo rial de los cristianos que ya no se lim itan a
aprovecharse de la subordinación política de los estados m usulm anes im p o n ién
doles un tributo . Las prim eras conquistas fueron llevadas a cabo p o r el rey F e r
nando I de C astilla-L eón, a expensas del reino de B adajoz, en el n o rte del actual
Portugal (L am ego y Viseu en 1057-1058, C oim bra en 1064). E n 1085, su sucesor,
A lfonso V I, en tró en T o led o y, en la m ism a época, en V alencia, se asentó d u ra n
te cerca de dos décadas un p o d ero so ejército cristiano. En el este, los aragoneses
consiguieron apod erarse de H uesca en 1096. Y en el M ed iterrán eo lo que a trae
la atención es sobre tod o el fuerte crecim iento de las ciudades italianas.
E stos hechos, considerándolos g lobalm ente, m uestran indiscutiblem ente que
el Islam occidental decae m ilitarm ente a lo largo del siglo xi frente a la potencia
y al dinam ism o creciente de los cristianos. Podríam os p reg u n tarn o s cuáles eran
las causas internas de esta d ecadencia. A lgunos docum entos de la G enizá de El
C airo parecen indicar que en la Ifriqiya zirí de la prim era m itad del siglo XI la
situación era difícil: una carta escrita hacia 1040 p o r un ju d ío tunecino felicita a
quien va dirigida por su intención de establecerse en E gipto, p o rqu e «el O cciden
te e n te ro ya no vale nada». E sta observación confirm aría las tesis form uladas res
pecto a la existencia de una crisis económ ica y social an te rio r a la llegada de los
hilálíes al M agrib.
con la b u ena organización de los grandes estados centralizados del perío d o p rece
den te.
A lgunos elem entos de la evolución global que acaba de ser esbozada han de
ser, razonablem ente, discutidos. La división política de la segunda m itad del siglo
xi es incuestionable, así com o el creciente dom inio de los beduinos en el cam po.
La situación del M agrib cen tral en la p rim era m itad del siglo x ii qu e A l-Idrisi
describe es suficiente para acab ar de convencernos. El co n traste en tre la p ro sp e
ridad de Bujía y las llanuras que la ro d ean y las dificultades de las localidades
situadas m ás el in terio r, m ás allá de la m on tañ a de los B ibanes, «hasta d o n d e se
extienden las d epredacio n es de los árabes» es so rp re n d en te . E n la región de la
Q alca, por ejem plo, «los h ab itan tes viven con los árab es en un estad o de tregua
que no im pide qu e en tre ellos haya conflictos en los cuales la ventaja siem pre
está de p arte de estos últim os». En el este, a cu atro jo rn ad as de viaje, está M ila,
•una «bella ciudad, bien reg ad a, cuyos alred ed o res están plan tad o s de árb o les y
producen m uchos frutos. E stá h ab itad a p o r b ereb eres de d iferen tes tribus, p ero
los árabes son los am os del cam po». E ste últim o ejem plo p arece indicar, sin e m
bargo, que no hay que ex ag erar la im portancia de las «devastaciones» com etidas
por las tribus p rocedentes de E gipto a m ediados del siglo xi. E n m uchos lugares
se estableció un equilibrio e n tre los árab es y los indígenas, ciudadanos o rurales,
com o ocurrió en C on stan tin a, «ciudad poblada y com ercial, cuyos h ab itan tes son
ricos, m antienen trato s ventajosos con los árab es y se asocian con ellos p ara cu l
tivar las tierras y conservar las cosechas».
La difusión de un nuevo elem en to étnico p ro ced en te de O rien te en am plias
regiones del M agrib tuvo varias consecuencias, cuya im portancia es difícil de cal
cular. En prim er lugar se ha atrib u id o a la invasión hilálí «la desaparición de m u
chas ciudades nacidas en la A n tig ü ed ad o de form ación recien te, com o las p asa
jeras capitales de Q alca de los B anú H am in ád , A rsh tr, T a h a rt, así com o la an iq u i
lación de m uchos pueblos, o tam bién la penuria y la desolación de m uchas tierras
fértiles». Sin d ejar de lado estas «destrucciones» en las zonas in terio res, hay estu
dios que insisten en los efectos de la llegada de los hilalíes sobre la econom ía
m onetaria:
Por una parte, la invasión hilálí acabó con el aflujo de oro sudanés, y por otra la
anarquía es tal que Ifríqiya se ve obligada, más que nunca, a com prar grano en Si
cilia. Al exigir los norm andos ser pagados en oro, se asiste a una verdadera hem o
rragia de metal amarillo. R esultado en Mahdiyya: penuria de oro, obligación de
conseguirlo para com prar trigo, y necesidad de realizar correrías (captura de m er
cancías preciosas, de m onedas de oro y de cristianos por los que se pedirá un rescate
en oro).
Los au to res «anticolonialistas», p o r o tro lado, han señ alad o que los signos de un
m alestar económ ico y social eran ya p erceptibles en el M agrib occidental antes
de la llegada de los hilálíes y qu e éstos sólo aceleraro n una degradación em p ezad a
antes que ellos. E stos au to res d an m ucha im portancia a las dificultades derivadas
del desvío de las rutas com erciales hacia E spaña y de la creciente potencia de los
cristianos en el M ed iterrán eo . P ara algunos au to res m agribíes, la llegada de los
hilálíes tuvo incluso efectos positivos: « porque transform ó y reg en eró el M agrib,
182 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
ción de al-A ndalus alm orávide, y frenaron a los inquietos castellanos en A larcos
(1196).
El dom inio alm ohade es rico en co ntrastes. P or una p a rte , estos « refo rm ad o
res» austeros cuyo a rte , en efecto, e ra sistem áticam ente severo y sin decoración
historiada, em pezaron p ro n to a realizar gastos suntuosos en sus palacios y sus
m ezquitas. D e su época son algunos de los m ás bellos alm inares qu e aún se co n
servan en el Islam occidental: la to rre H assán en R ab a t, la K utubiyya de M arrá-
kish, la G iralda de Sevilla. P or o tra p a rte , estos espíritus sistem áticos, hostiles a
la filosofía pagana, a la gnosis y a los judíos, a los que p ersiguieron, conocieron
el desarrollo de los tres m ás sólidos p ensam ientos originales del M agrib de a q u e
llos tiem pos. El de Ibn B ádjdja (A vem pace para los cristianos), m édico en Fez
y en Sevilla (m u erto en 1138), prim er co m en tad or de la Metafísica y de las Cate
gorías de A ristóteles, m aestro de Ibn R ushd (1126-1198), el célebre A v erro es de
los cristianos, su guía filosófico del siglo xm . H ostil a G hazáli, convencido de la
necesidad de un razonam ien to dialéctico p ara afirm ar el d ogm a, A verroes fue un
eslabón fundam ental en la introducción del racionalism o en el p ensam iento e u ro
peo. Y finalm ente, M aim ónides (m u erto en 1204), ju d ío perseguido, p uede ser
considerado conio u n o de los m ás activos p ro p ag ad o res del aristotelism o, pero
en el interior de la com unidad ju d ía p ara la que escribía y de la que conocem os
su papel de m ediadora en tre el Islam y el m undo cristiano.
E n el verano de 1212, atrav esan d o S ierra M o ren a, los tres reyes cristianos,
A lfonso V III de C astilla, Sancho de N avarra y P edro II de A rag ó n , d erro ta ro n
d u ram en te a los alm ohades en Las N avas de T olosa. El dom inio b eréb er en la
M ancha ya había sido alterad o p o r las insubordinaciones de los jefes de bandas.
E n tre 1235 y 1265 los cristianos van elim inando de al-A ndalus las guarniciones
m usulm anas: los portugueses están en Beja en 1235, los aragoneses en V alencia
en 1238 y en las B aleares en 1222, los castellanos en C ó rd o b a (1236), M urcia
(1243), C artag en a (1244), Sevilla (1248), C ádiz (1265). El Islam ibérico se hunde
brutal e irrem ediablem en te; sólo subsistirán, com o un p edazo arran cad o , A lm e
ría, M álaga y G ran ad a, red u cto del arte m usulm án qu e brillará hasta las p o stri
m erías del siglo xv.
La extensión del desastre es g rande: en Ifriqiyá, los hafsíes, apoyándose a p a r
tir de 1226 en los piratas de las B aleares, se instalan en T únez, y los ziyáníes en
el A tlas central a p artir de 1236. E n el mism o M arruecos las revueltas bereb eres
se m ultiplican, sobre todo en tre los za n áta, y el clan de los B anu M arín (los m a-
riníes) ocupa la llanura y en 1269 se instala en M arrákish. La unidad del M agrib
qued a dividida en tres p artes, y el efím ero y superficial dom inio o to m an o de la
época m oderna no lo rem ed iará tam poco.
Al igual que el hundim iento del Islam o rien tal, el del Islam occidental no tie
ne sólo aspectos negativos. R e ag ru p ará en áreas reducidas, en M arruecos sobre
to d o , fuerzas vitales cuyos cim ientos históricos y geográficos son indiscutibles,
com o en E gipto. D espejará las ru tas com erciales del o ro de S udán, que desde
entonces llegan al M ed iterrán eo sin obstáculos de dom inios universalistas o m ís
184 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
ticos, y las ru tas saharian as, p u ertas del Á frica n eg ra, se ab rirán al com ercio
com o fueron abiertas bajo el co ntrol m ongol las de A n ato lia y las de las orillas
del m ar C aspio. Y sin em b arg o , aten ién d o n o s a lo inm ed iato , el balance es d esas
troso. M ientras que a finales del siglo xi los m usulm anes estab an a p u n to d e re
cu p erar T o led o y de co n q uistar C o n stan tin o p la, a m ediados del siglo x m son to
talm ente expulsados del m ar, y se les am p u tan tan to al este com o al o este te rri
torios esenciales p ara su d om inio; y los qu e m ás ad elan te hab larán en voz alta
ya no ten d rán nada q u e ver con los «pueblos fundadores». El Islam p erm an ecerá
dorm ido d u ran te siete siglos, m ás tiem po del qu e había vivido hasta entonces.
Capítulo 5
UN ISLAM TURCO O MONGOL»
* La transcripción de los térm inos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona. (N. del e.)
18 6 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
M uerte d e la c r u z a d a
En la prim era m itad del siglo xm se llevaron a cabo cuatro cruzadas, con m a
yor o m enor éxito, con objeto de reconstituir en T ierra S anta el reino de Je ru sa
lén: m ientras la cuarta se detuvo en el cam ino y consiguió la creación del im perio
latino de C onstantinopla, la q u in ta (1217-1219) fracasó en E gipto, al igual q u e la
séptim a, la de Luis IX (1248-1250); en cam bio, la sexta cruzada, conducida p or
el em p erad o r Federico II, fue testigo de la restitución de Jeru salén a los latinos
a raíz de un acuerdo con certad o con el sultán ayyúbí A l-K ám il (1229). P ero q u in
ce años m ás tard e, los m usulm anes volvieron a to m ar la ciudad: los «Estados»
francos se reducen ento n ces a algunas ciudades de la costa siria y palestina y a
su inm ediato hinterland. La expedición de Luis IX en E gipto no m ejora en ab so
luto su situación, que em p eo ra cuando el sultán m am eluco B aybars, v encedor de
los m ongoles en cA yn D jálút (1261), em p ren d e sistem áticam ente la reconquista
de las plazas ocupadas p o r los francos, tarea que es proseguida un poco más tard e
por el sultán Q álá’ún: en 1291 ya no q u ed a una sola ciudad de Palestina o de
Siria en m anos de los francos; la pérd id a m ás sensible es sin duda la de San Ju an
de A cre (m ayo d e 1291), que constituía p ara los genoveses una base com ercial
muy im portante.
La pérdida de las posesiones latinas pone fin, definitivam ente, al sueño pales
tino y a cualquier esperanza de reconstitución de un reino de T ierra Santa. Las
causas son m últiples: siguiendo la política de reconquista y de unidad m usulm ana
llevada a cabo p o r N úr al-D in y p or S aladino, los sultanes ayyúbíes o b raro n de
m anera pacífica y hábil, p refiriendo co n certar tratad o s con los occidentales c u an
do eso se revelaba útil a co rto plazo, p ero atacando si las circunstancias lo p erm i
tían; más tard e, con vistas a la consecución de su objetivo (la dom inación de
E gipto y de Siria), los sultanes m am elucos im pidieron que los latinos pudieran
recurrir a ellos; tal vez, una política m ás previsora, buscando antes la alianza de
los m ongoles, habría perm itido a los francos —com o se ha dicho, Luis IX lo h a
ría, pero sin é x ito — m an ten er, total o p arcialm ente, sus posesiones en Siria y en
Palestina; adem ás, hay q u e te n e r en cu en ta que las rivalidades e n tre fam ilias fran
cas y en tre las ciudades m ercantiles italianas facilitaron las em presas de los ayyú
bíes y, sobre to d o , de los m am elucos.
El repliegue de los latinos en la isla de C hipre, d o n d e se p erp etú a el reino de
Jeru salén , introdujo nociones nuevas: la de hacer de la isla a la vez una eventual
base de partida para la reconquista de T ierra S an ta, la de m an ten er en el M edi
UN ISLAM TURCO O MONGOL 187
que un elem en to secund ario , pues los intereses com erciales ocupan el prim er lu
g ar, hecho particu larm en te visible en la actitud d e las dos grandes ciudades m e r
cantiles de la ép oca, V enecia y G énova. P or o tra p arte , ¿en qué o tro p rete x to se
podrían apoyar los occidentales p a ra justificar sus acciones en O rien te? Los E sta
dos latinos de T ierra S anta y del te rrito rio bizantino d esap areciero n , salvo alg u
nas excepciones, y con ellos to d a clase de problem as p ro p iam en te políticos. E n
cuanto a los problem as h u m an o s, son prácticam en te inexistentes en Siria y P ales
tina, d onde los contacto s e n tre los latinos y las p o blaciones locales se red u jero n
al m ínim o y no dieron lugar a ninguna repercusión. Las excepciones conciernen
a C hipre, al principado de M o rea y a algunas islas del m ar E geo ocu p ad as p o r
los venecianos; pero h ará falta tiem po, incluso siglos, p ara qu e se establezcan
relaciones b astan te estrech as e n tre occidentales y o rien tales. Las im plantaciones
de población, que algunos cronistas del siglo x n co n sid erab an com o ad q u irid as
ap u n tan d o lo que los señores latinos habían ad o p ta d o de las costum bres y las
hablas locales, no resistieron a n te la reconquista m usulm ana; a u n q u e las ó rd en es
religiosas y algunos señores lucharon d u ra n te la m ayor p arte del siglo x m p o r
d efen d er los territorios q u e seguían estan d o aún bajo su a u to rid ad , finalm ente
debieron renunciar a hacerlo, y de su establecim iento en Siria y en Palestina q u e
daron las fortalezas edificadas en el lim es cristiano-m usulm án, reseñas en las c ró
nicas de algunos au to res árab es y, p or últim o, la presencia de algunas colonias
com erciales, esencialm ente italianas, en diversos p u erto s del litoral sirio, p alesti
no y egipcio. P or el lado occidental, las ap o rtacio n es son igualm ente lim itadas:
au n q u e el espíritu de cruzada se m anifiesta aún e n tre algunos papas (B onifacio
V III, Ju an X X II), algunos sob eran o s (F elipe VI de V alois, P ed ro I de C h ip re)
y, sobre to d o , algunos religiosos (p rincipalm ente dom inicos: R am ó n Llull, Bur-
card o B rochard, G uillaum e A d am , R icoldo de M on te C ro ce), es significativo
que el conocim iento del Islam y de los m usulm anes apenas progresó: las ideas
falsas y la incom prensión siguieron siendo la regla g eneral.
vuelve m o m en tán eam en te co n tra los com erciantes francos instalados en la ciu
dad. M ás ta rd e , el ataq u e a A lejan d ría no ten d rá lugar y un m o d u s vivendi c o
m ercial se establece e n tre funcionarios y com erciantes egipcios y e n tre co m ercian
tes y arm adores italianos, un proceso qu e co n tin u ará hasta la conquista de Siria
y de E gipto po r los otom an o s a principios del siglo x vi.
A sí pues, el sueño de los caballeros de la época de las prim eras cruzadas de
establecer en O rien te un E stad o latino fracasó com p letam ente; en cam bio, la p re
sencia latina se m anifiesta bajo un aspecto que da un peculiar giro a las relaciones
en tre occidentales y orien tales, y en el que no se trata ya de dom inación te rrito
rial sino, so capa de intercam bios com erciales, de co ntrol de actividades eco n ó m i
cas referen tes tan to a E u ro p a com o a A sia: aparece así en el M ed iterrán eo una
form a de capitalism o m ercantil, que se desarro llará sin cesar a lo largo de los
siglos y provocará, según la fuerza o debilidad de los E stados del Próxim o O rie n
te, la fortuna o la ruina de éstos.
El s a n t u a r i o e g i p c io
A fin de pro teg erse, el so b eran o de E gipto, A l-M alik al-Sálih recluta jin etes
de las poblaciones del Jw árizm , e n tre el m ar C aspio y el m ar de A ra l, alejadas
po r el em puje m ongol, y los lanza a Palestina y Siria con la intención de reco n s
tituir la unidad de los ayyúbíes, com o en tiem pos de S aladino, y de o p o n e r a los
m ongoles una defensa o rganizada. P ero los jw árizm íes se distinguen sobre todo
po r la m atanza de las poblaciones locales, p rincipalm ente en Jeru salén , do n d e
los cristianos son diezm ados (1244); p ara desem barazarse de ellos, A l-M alik al-
Sálih recurre a esclavos com prados en los p u erto s del m ar N egro, pro v en ien tes
de poblaciones turcas de la región del bajo V olga som etidas a la dom inación m o n
gola y que sus nuevos am os venden sin escrúpulos a com erciantes griegos e italia
nos. E stos esclavos (m am elucos) son form ados en la carrera de las arm as y cons
tituyen desde entonces lo esencial del ejército de A l-M alik al-Sálih: se les llam a
«sálihí-es», a p artir del no m b re de su am o. C um plen p erfectam en te su co m etid o ,
elim inando a los jw árizm íes y, p o sterio rm en te, o p o n ién d o se victoriosam ente a los
cruzados de Luis IX desem barcados en D am ieta (1249); p ero la m u erte rep en tin a
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 191
de A l-M alik al-Sálih les perm ite d esem p eñ ar un im p o rtan te papel: poco satisfe
chos de la conducta y las intenciones respecto a ellos del nuevo so b eran o , T ú rán
Sháh, los jefes m am elucos lo suprim en y reconocen com o so b eran o a S hadjarat
al-D urr, viuda de al-Sálih, a cuyo lado colocan com o consejero a uno de los su
yos, el em ir A ybak. E sta situación d u ra poco, pues, finalm ente, A ybak tom a solo
el p o d e r y se hace o to rg a r el título de sultán (1250), inaug u ran d o así la serie de
los nuevos soberanos de E gipto: los m am elucos «bahríes» (de la p alab ra árab e
b a h ry ‘m ar’ referida al N ilo, en una de cuyas islas se e n co n trab a el principal cu a r
tel de los m am elucos), que g o b ern aro n el país hasta 1382; más tard e , hasta 1517,
otro s m am elucos, sobre to d o de origen circasiano, rein aro n en E gipto y llevaron
el nom bre de «burdjíes» (de la p alab ra b u rd j, ‘to rre ’, pues estab an acu artelad o s
en las torres de la ciudad de El C airo).
La tom a del p o d er p o r los m ilitares y, so b re to d o , la consolidación del nuevo
régim en se deb iero n a d iferen tes factores: en p rim er lugar, la nueva am enaza
ffanca originada por la cruzada de Luis IX , y elim inada en el delta del N ilo; y
luego, la am enaza m ongola llegada de Iraq con el ján m ongol H úlágü q u e , en
1258, tom a B agdad, destru y e la ciudad y p en etra en Siria; la d e rro ta de los m o n
goles en cA yn D jálút el año 1261 supone para el sultán m am eluco B aybars (1260-
1277) un éxito sin p reced en tes, pues ap arece a los ojos de los m usulm anes com o
el salvador del Islam y del califato, com o uno de los d escendientes del califa cab-
básí refugiado en El C airo; finalm ente, la reunificación de E gipto y de Siria en
un m ism o co njunto político perm ite tam bién a los m usulm anes erigirse en suceso
res de Saladino. D e este m odo, se en cu en tra b astan te ráp id am en te legitim ado un
régim en nacido del azar de las circunstancias y de la v oluntad de algunos jefes
m ilitares. É stos pueden aseg u rar con m ayor razón su p o d er en tan to qu e re p re
sentan la única protección de E gipto y de Siria co n tra los peligros de las invasio
nes m ongolas, debido a la desaparición de los sob eran o s ayyúbíes.
L legados al p o d er fuera d e to d o concepto tradicional m usulm án, estos m ilita
res im ponen un sistem a político fundado en su orig en , en su p erten en cia a un
m edio específico, el de los «m am elucos», que constituye el elem en to fu ndam ental
del E stad o ; el sultán es el prim er re p resen tan te de esta casta m ilitar, p ero su p o
d er real d ep en d e de los em ires, sus co m p añ ero s de reclu tam ien to y de función,
de los que a m enudo no es m ás qu e el p rim u s ínter pares. A los em ires se les
atribuyen iqtáfs com parab les a los iqtács seldjúqíes, es decir, rentas fiscales de tie
rras cuya dim ensión varía en función de la im portancia del d e te n to r y de su fu n
ción m ilitar o adm inistrativa; los em ires d eb en m an ten er con estas rentas a los
m am elucos, e n tre 10, 40 o 100, suceptibles de ser llam ados a filas en cualq u ier
m om ento por el sultán. É ste , p o r su p a rte , dispone de cerca de la m itad de las
ren tas del E stad o , lo qu e se justifica p o r la im portancia y la dim ensión de sus
servicios: éstos rep resen tan el organism o cen tral, al q u e se añ ad en los servicios
d ep en d ien tes de la corona p ro p iam en te dicha. A u n q u e , gracias a las ren tas, el
sultán ocupa una situación considerable qu e hace de él v erd ad eram en te el jefe
del E stad o , esto no basta p ara darle un p o d er absoluto y, sobre to d o , p ara p erm i
tirle asegurar su sucesión a través de su hijo; en efecto , sus ren tas, com o las de
los em ires, son personales, vitalicias y no transm isibles: la noción de herencia es,
en principio, inexistente y, p o r tan to , es excepcional que un hijo de sultán suceda
a su p adre; el hecho se p ro d u jo , no o b sta n te , en el siglo x iv , cuan d o M uham m ad
192 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
to de las vituallas hacia 1360, que lleva a convocar un nuevo reclutam iento e n tre
los circasianos; el ab an d o n o del p u e rto de cA ydháb; los estragos de la peste que
se m anifiesta a través de varias epidem ias tras el azo te de 1349; los disturbios en
el A lto E gipto y, a finales del siglo, una prim era co nfrontación con los o to m an o s
en la fro n tera de Cilicia. P ero ninguno de estos hechos es lo su ficientem ente im--
p o rtan te com o para hacer vacilar el im perio, que co n tin u ará d esem p eñ an d o su
papel, casi siem pre con el m ism o esp len d o r, a lo largo del siglo x v .
Sin lugar a d udas, la peste negra, qu e hizo estragos en E gipto en 1349, signi
ficó un d u ro golpe p ara las actividades hum anas y económ icas del país, habida
cu en ta que la epidem ia reap areció en 1374-1375 y, m ás tard e , m ás o m enos perió-
UN ISLAM T U R C O O M ON GOL 199
los edificios de los centro s u rbanos; los hab itan tes de la ciudad, artesanos, c o m er
ciantes, o b rero s, em pleados de la adm inistración sultaní o m am elucos ál servicio
de los em ires, que disponen de m edios financieros un poco m ás im p o rtan tes, ha
bitaban ya sea en inm uebles colectivos de dos o tres plantas (rabJ), ya sea en
casas que les alquilan los em ires.
Las actividades de construcción en los siglos x iv y xv son intensas y, ju n to a
los sultanes y los em ires, hay que señ alar el papel de los negociantes y de los
grandes com erciantes, sucesores de los k á rim í q u e, adem ás de sus propias resi
dencias, construyen alm acenes, lugares de venta al p o r m ayor de m ercancías (ján,
w akála, fu n d ü q )\ o tro m edio p ara hacer fructificar el d inero conseguido con las
iqtác, el com ercio, las actividades adm inistrativas o económ icas es, ap arte de la
edificación de la propia residencia, hacer construir tiendas (o co m p rarlas), edifi
cios o baños y o b te n e r de ellos beneficios. P ero para p reservar estos bienes de
una confiscación siem pre posible, están , en el siglo x v com o lo habían estado
antes, incluidos en una fundación piadosa ( w a q f)y y p o r tanto inalienable, d o n d e,
po r lo general, se protegen los intereses de los d escendientes del fundador.
La ciudad es tam bién el dom inio de los religiosos, que son al mism o tiem po
hom bres de ciencia, los ulem as. F orm ados en las m adrasas, ejercen funciones re
ligiosas o jurídicas, e incluso do cen tes, y actúan com o interm ediarios en tre el p o
d er y la población. El indiscutible d esarrollo de la arabización y la islam ización
en ésta da a los ulem as un papel cada vez más im p o rtan te, tan to que los sultanes
de El C airo y los negociantes, al q u e re r m ostrarse com o buenos m usulm anes a
los ojos de la población, co ntribuyen a pro p o rcio n ar a los ulem as buenas condi
ciones de vida m aterial construyendo para ellos edificios específicos.
En térm inos generales, las ciudades del sultanato m am eluco vivieron, d u ran te
la m ayor parte del siglo x v , una existencia tran q u ila, sin m ovim ientos de rebelión
o agitación, m erced a la au to rid ad de los sultanes y de su adm inistración, m erced
a los beneficios de las actividades económ icas, in tern as o externas, que rep ercu
tían sobre el conjunto de la población urbana.
E l peiigro turco
rentem ente hacia la E uro p a balcánica. E n el M ed iterrán eo o rien tal, el inesp erad o
ataq ue de P edro I de L usiñán co n tra A lejandría, en 1365, había dejad o un mal
recuerdo; por eso, cuando el sultán B arsbáy hubo consolidado bien su p o d er, no
dudó en lanzar una expedición contra la isla de C h ip re, que en 1425 d evastaría
el pu erto de Lim assol; al año siguiente invadió la isla e hizo prisionero al rey
Janus, cuyo hijo Juan II (1432-1458) se declaró vasallo del sultán: la dom inación
m am eluca se establecía así en el sector del M editerrán eo . G aran tizad a la seguri
dad del E stado en el m ar, era m en ester hacer lo propio en las fro n teras del n o rte ,
en los confines sirios. Los territo rio s lindantes con éstos habían pasado en gran
parte bajo la dom inación de los soberanos de las tribus tu rcom anas de los C a rn e
ros N egros ( Qara Q oyunlu) en la segunda m itad del siglo x iv; vencidos p o r Ta-
m erlán, no volvieron a ten er una im portancia política hasta m ediados del siglo
x v , pero más lejos, hacia el este, en A dharbSydján y en Irán o rien tal, y no cons
tituyeron entonces una am enaza p ara los m am elucos; el E stad o de los C arn ero s
N egros fue anexionado en 1467 por el de los C arn ero s B lancos (A q Q o yu n lu )
q u e, ap arecido tam bién en la segunda m itad del siglo x iv , ex p erim en tó su apogeo
bajo U zun H asan (1466-1478): establecidos prim ero en A sia M enor oriental y lu e
go en el Y arbeki, su influencia rivalizó en estas regiones con la de los m am elucos,
tanto los unos com o los otros tratan d o de a traerse, en perjuicio de los o to m an o s,
la clientela de príncipes establecidos en las zonas topes de Cilicia y A n ato lia ce n
tral y o riental; p o r o tra p arte , los C arn ero s Blancos hab rían de volver sus m iradas
más hacia el este, donde establecieron finalm ente su dom inación, d ejan d o en
A natolia vía libre a los otom anos.
A partir de entonces, éstos se convirtieron en los principales rivales de los
m am elucos en toda esta región del Próxim o O rien te. A la m uerte del sultán o to
m ano M ehm et II, el conquistador de C onstan tin o p la, uno de sus hijos, D jem , se
rebeló contra su herm an o Báyazíd II (B ayaceto) e in ten tó conseguir ayuda del
sultán m am eluco Q á3itbáy, el cual evitó com p ro m eterse. P ero algunos conflictos
estallaron esporádicam en te en relación a los principados de Cilicia (D h ü l-Q ad r y
R am adán) en tre 1485 y 1488; no o b sta n te , el siglo acabó sin que la situación h u
biera evolucionado m ucho, y el siglo xvi com enzó del mism o m odo. Sin em b arg o ,
la llegada al poder sobre el tro n o o to m an o del sultán Selím I debía cam biar la
fisionom ía política de todo el Próxim o O rien te; después de h ab er aplastado al
soberano safawi de Irán y ocu p ad o toda la A natolia oriental y el Irán occidental
en 1514, se volvió, tras una breve treg u a, contra el E stad o m am eluco: la su p erio
ridad de su ejército, y especialm ente de su artillería, le p roporcionó la victoria,
en prim er lugar, sobre las fuerzas del sultán m am eluco Q ánsüh al-G úrt en M ardj-
D ábiq, Siria del n o rte, en 1516, que le entreg ó toda Siria y Palestina; sin m ediar
esfuerzo alguno, invadió E gipto y venció al joven sultán T úm án Báy; en 1517
acabó la conquista que dio al sultán o to m an o el dom inio absoluto del M ed ite rrá
neo oriental y de los países ribereños.
El h undim iento del régim en m am eluco no p uede explicarse ú nicam ente, com o
hem os dicho, p o r causas económ icas. Es cierto que E gipto y Siria padecieron
agudam ente la peste negra de 1349 y sus periódicos resurgim ientos a lo largo del
siglo x v , lo que contribuyó a im pedir el crecim iento dem ográfico; adem ás, la ayu
da proporcionada por Q ipchaq a los m am elucos d esapareció y no fue com pensada
por el relevo de los países del C áucaso; el ejército de los sultanes m am elucos fue,
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 20 3
Jóvenes turcos
A la m uerte de G engis Ján en 1227, el im perio que había cread o fue dividido
en cuatro E stados o jan a to s, C hina-M ongolia, T u rk están -A sia C en tral, Afganis-
tán -lrá n y T urkestán occidental-R usia del sur, asignados cada uno de ellos a uno
de sus descendientes directos. E n el m om ento de las expediciones llevadas a cabo
a raíz de este re p a rto , y a p artir de A fganistán, los m ongoles se p onen d ire cta
m ente en contacto con los E stad o s del M edio, y m ás tard e del Próxim o O rien te.
A sí, el soberano del Jw árizm , D jalál al-D in M ankubirnt, es vencido en 1230 y
m ás tard e elim inado p o r el no yo n (príncipe) C horm ogun (1232), lo qu e le p erm i
tió a éste el acceso a la ruta del Irán o ccidental, de A dharbáydjdn (1233), de
G eorgia (1236) y de la G ran A rm en ia (1239); los m ongoles están entonces en la
fro n tera del su ltanato seldjüqí de A sia M en o r, que es invadido poco después, y
cuyo sultán, Kay Jusraw II, es vencido en 1243 en K ósé D ag, d e rro ta que p erm ite
al noyon B aydju in stau rar el p ro tec to ra d o m ongol en la A n ato lia oriental.
M ás al n o rte, el avance m ongol prosigue a través de R usia hasta P olonia y
H ungría (1236-1241), p e ro la m u erte del gran ján Ü gódey y las disputas p o r la
sucesión que provoca detien en la ofensiva en E u ro p a: esta ofensiva no se volverá
a em p ren d er y el territo rio m ongol del já n a to de Q ipchaq no so b rep asará U cra-
2 04 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
nía. En virtud de sus conquistas, los m ongoles con tro lan las riberas se p te n trio n a
les y orientales del m ar N egro y, de ese m odo, las ru tas com erciales hacia Irán ,
A sia C entral y C hina, países q u e , p or o tra p arte, están bajo su dom inio. U n poco
más tard e, el herm ano del gran ján M óngké, H úlágú, invade Iraq , saquea y d es
truye B agdad (1258), y su lu g arten ien te K itbuga prosigue la m archa hasta Siria;
éste es vencido y m atad o en la batalla de cA yn D jálú t p or el sultán m am eluco
B aybars: Siria, Palestina y E gipto q u ed aro n fuera de la depen d en cia feudal de
los m ongoles y, m ás aún , un h ere d e ro del califa cabbásí m atad o en B agdad halla
rá refugio en El C airo y con v ertirá entonces esta ciudad en el cen tro del Islam .
El avance m ongol hacia el o este, a p artir de la A sia alta y cen tral, tuvo com o
consecuencia inm ediata el desp lazam ien to , tam bién hacia el o este, de tribus tu r
com anas (turkm enas) poco in teresad as en p erm an ecer bajo la dom inación m o n
gola y q u e, en sucesivas eta p a s, se esfuerzan p o r alcanzar el A sia M en o r do n d e
o tro s turcos habían logrado ya su im plantación y podían ofrecerles una h ospitali
dad fratern a. E fectivam ente, en los años trein ta y principio de los cu a re n ta del
siglo x i i i , algunas tribus turco m an as p en etran en el territo rio de los seldjúqíes.
E stos no desean especialm ente verles instalarse en cualq u ier sitio, ni e rra r a tra
vés de su E stad o , y m ás ten ien d o en cu en ta que estas tribus no son p recisam ente
de las m ás pacíficas, que no so p o rtan sin reacciones la tutela adm inistrativa seld-
jü q í y que m anifiestan una cierta preocupación p o r m an ten er sus tradiciones cul
turales y religiosas: aunq u e convertidos al Islam , su conversión no bastó p ara h a
cer d esap arecer sus prácticas religiosas an terio res y su concepto del Islam se rev e
laba b astan te hetero d o x o . T o d o s estos elem entos co ntribuyen a qu e los recién
llegados no se sientan acogidos com o deserían y, an te las reticencias e incluso las
coacciones de los seldjúqíes, algunos de ellos se subleven inducidos p or sus guías
religiosos, los bdbás. U no de ellos, B ábá Ishdq, desen cad en a una v erd ad era re b e
lión de carácter social y religioso, apro v ech an d o algunas dificultades al fren te del
E stad o seldjúqí; pero su acción es reprim ida con rigor y él m ism o es d eten id o y
ah o rcad o (1241). Poco p reo cu p ad o p o r ver a p arecer de nuevo tales m ovim ientos,
Kay Jusraw II (1241-1246) se p ro p o n e entonces enviar poco a poco a estas tribus
a las fronteras do n d e su E stad o está en con tacto con el E stad o b izantino, conce
diéndoles tierras y algunas ventajas fiscales a condición de que dirijan sus e sfu er
zos, en prim er lugar, hacia la im plantación local y luego, si se p resen tara la o ca
sión, co ntra el territo rio b izantino. Las tribus constituyen entonces u d j, una e sp e
cie de p equeños puestos fronterizos; p ero , en este m o m en to , el im perio bizantino
de N icea está sólidam ente establecido en A sia M enor occidental y no p erm ite
ninguna incursión, ningún ata q u e co n tra su dom inio asiático.
La llegada de las tribus tiene adem ás com o consecuencia el sensible in crem en
to de la propo rción de la población turca en A sia M en o r, al m enos en la m eseta
cen tral, en d etrim en to de la población griega, hasta en to n ces pro b ab lem en te ma-
yoritaria. E stas m odificaciones hum anas van acom pañadas de m odificaciones ec o
nóm icas, sin d uda m enos pro fu n d as, pues au n q u e las tribus tu rcom anas practican
el nom adism o (p o r fuerza, en cierta m ed id a), se ad ap ta n muy ráp id am en te al se-
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 205
m inom adism o y llegan a ser incluso sed en tarias en gran p arte. E sta adap tació n
es, no o b stan te, lenta y p roseguirá a todo lo largo del siglo x m , ap ro v ech an d o
las dificultades del E stad o bizan tin o bajo el m an d ato de A nd ró n ico II (1282-1328)
y, sobre todo, de las del E sta d o seldjúqí.
E n efecto, la irrupción de los m ongoles en A sia M enor o rien tal, y p o ste rio r
m ente la cen tral, está m arcada p o r la grave d e rro ta del sultán seldjúqí en K óse
D ag (26 de junio de 1243) q u e p rovoca, un poco m ás tard e, tras una experiencia
de cosob eranía, la partición del su ltan ato en dos E stados: uno al o este, con Q o
nya com o capital, y o tro al este, cuyo cen tro es Sivas: esta últim a está som etida
a un control .m ongol b astan te suave, del que trata de aprovecharse el visir M ucin
al-D in P arvdna, un turco caracterizad o p o r su am bición, con vistas a reconstituir
la unidad del E stad o seldjúqí, cosa qu e consigue en 1261 cuando el sultán del
oeste se ve obligado a huir y buscar refugio en C o n stan tin o pla. La unidad se m an
tiene hasta 1277, aunqu e no sin algunas dificultades con los ján es m ongoles de
Irán; la relativa retirad a de éstos anim a a los em ires turcos y a M ucín al-D in Par-
vána a rebelarse ab ierta m e n te co n tra ellos y a ap ela r al sultán m am eluco Bay-
bars; éste, inquieto po r la presencia m ongola en las fro n teras de su provincia de
Siria y poco interesad o en ver la reanudación de las incursiones en dirección a
A lepo y D am asco, ofrece su ayuda a los rebeldes; su ejército vence al m ongol
en E lbistán y, m ás tard e , avanza hasta Q aysayiyya (K ayseri, C esarea de C apado-
cia); p ero no insiste m ás y se co n ten ta con p o n er bajo su control directo C ilicia,
que se convierte en una zona de protección avanzada del E stad o m am eluco. En
A sia M enor, la reacción m ongola se ejerce co n tra M u^n al-D in P arv án a, qu e es
ejecu tad o (agosto de 1277), y se distingue p o r un refuerzo de la au to rid ad m o n
gola sobre la p arte orien tal del país, que llega a ser prácticam en te una especie
de p ro tecto rad o . H asta los prim eros años del siglo x iv , la A sia M enor seldjúqí
está m arcada p o r luchas e n tre so b eran o s o p reten d ien tes qu e tratan de ganarse
los favores de los m ongoles, unas luchas que ocasionan la disgregación del p o d er
central. En 1303 m uere M ascúd III, q u e puede ser considerado com o el últim o
sultán seldjúqí. Al este, los m ongoles m antienen su au to rid ad p or m ediación de
un gob ern ad o r; al o este, las tribus turcom anas se sienten liberadas de cu alq u ier
tipo de tutela y com ienzan a actu ar p o r su cu en ta. Al iniciarse el siglo x iv , la
unidad del A sia M enor turca ha d esap arecid o .
U na últim a consecuencia de la invasión m ongola radica en las tran sfo rm acio
nes económ icas que sufrió el A sia M enor. Y a vim os las m odificaciones deb id as
a la llegada de las tribus o to m an as, qu e p ro b ab lem en te influyó m ucho en los cam
bios en m ateria de agricultura y de g an ad ería y, tal vez tam b ién , en m ateria de
intercam bios locales, al no te n e r quizá las prim eras tribus qu e llegaron las m ism as
necesidades y al no ofrecer los m ism os pro d u cto s qu e los h ab itan tes p reced en tes.
D e estas circunstancias p u dieron derivarse dificultades en tre las antiguas p o b la
ciones y los recién llegados, cuyás relaciones hu m an as y económ icas fueron m ás
o m enos trasto rn ad as y pu d iero n d a r lugar, en algunos sitios, a choques y conflic
tos, una de cuyas consecuencias pud o h ab er sido, localm ente, el exilio de grupos
griegos, de im portancia b astan te lim itada, no o b stan te , hacia el territo rio b izan
tino.
M ás grave es el desconcierto sobrev en id o en los intercam bios económ icos «in
ternacionales» y el com ercio de paso a través del A sia M enor: las g u erras, la d e
2 06 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
Las tribus turcom anas establecidas p o r los seldjúqíes en sus fro n teras co n stitu
yeron, com o vim os, u d j, puestos fronterizos de carácter m ilitar, colocados bajo
la auto rid ad de sus jefes y d e p en d ie n tes del sultán seldjúqí. E stos udj están situ a
dos, gen eralm en te, en co n tacto con el territo rio bizantino. A n te la disgregación
del su ltan ato de Q onya y d u ra n te la m ayor p a rte de la segunda m itad del siglo
x m , p erm anecieron, la m ayoría de las veces, en una posición de esp era, co m en
zando a sedentarizarse sin, no o b sta n te , a b an d o n ar sus actividades n ó m ad as y
ofensivas con respecto a los bizantinos. Los principales udj se en cu en tran en las
partes sep ten trio n al y occidental de la m eseta anato lia. A l n o rte llegan incluso al
m ar N egro: tal es el caso de los Isfendiyár (o Y an d ar) en K astam onu y de los
P arvána en Sinope. Al o este, antes del final del siglo x m , no sob rep asan las lla
nuras egeas, ya se tra te , de n o rte a sur, de las tribus de E rtu g h ru l, de Q arasi, de
S aruján, de A ydin o de M enteshe.
La disgregación del p o d er seldjúqí da a estas tribus una co m pleta libertad de
acción y, conducidas por sus jefes o beys, se constituyen en principados in d ep e n
dientes o b eyliks; estos beyliks no ap arecen solam ente en los m árgenes del a n ti
guo sultanato: incluso en su in terio r, algunos beys se apro p ian de territo rio s m ás
o m enos vastos, com o son los beyliks de los Sáhib cA t á \ de los G erm iyán, de los
H am id, de los Q aram án y, m ás al este, en el T au ro de C ilicia, de los D h ú -l-Q ad r
y de los R am ad án .
La instauración de estos beyliks lleva ap arejad a disturbios y au n q u e, h ab lan d o
con p ro p ied ad , no se puede h ab lar de an arq u ía, los beys turcom anos se las inge
nian p o r co n tro lar una extensión m ás g rande de te rre n o , ya sea en d etrim en to
de los bizantinos, ya sea en el de sus propios h erm anos de raza y vecinos. P ero
los bizantinos se ven afectados hasta tal p u n to p o r esta actividad q u e , al suprim ir
el em p erad o r A ndrónico 11 las ventajas fiscales de las que se beneficiaban los
cam pesinos-soldados de los enclaves fronterizos (los ak ritas), éstos o bien no
ofrecen ninguna resistencia a lbs ataq u es turco m an o s, o bien ab an d o n an sus tie
rras y van a buscar refugio en las ciudades. A causa de la presión ejercida p o r
los beys, a los griegos les es cada vez m ás difícil d e fen d er la llanura egea y se
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 20 7
1 J1 5
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 209
Conqustas de DuSan
después da 1340
m
|% ^ | Feudo*
ro m m o n m gonovots
Posesunes catalanas
Feudos de Naxoe
(Amorgo*. Terme)
Posesiones de los Hosp*alano6
(Conoto 1400*1404)
El beylik que dio origen a lo que se llam ará el E stad o o tom an o tuvo tam bién
com o germ en una tribu turcom ana cuyos com ienzos en A sia M enor son m al co
nocidos y cuya historia, d u ran te su p rim er siglo de establecim iento, ha sido a d o r
nada p o r historiógrafos y cronistas posteriores. E sta tribu fue tam bién, p ro b a b le
m ente, alejada hacia el o este p or el avance m ongol, un poco antes de m ediados
del siglo xin. U no de sus jefes, G ü ndüz A lp, tuvo com o d escendiente a E rtu g ru l,
que recibió com o udj del sultán seldjúqí, hacia 1270 (?), la región de Sógüt, en
el curso m edio del río S akarya (Sangarios), al n o rte de K utahya, en la fro n tera
oriental de la provincia bizantina de B itinia y, tal vez, condujera algunas breves
expediciones contra los bizantinos. A su m u erte, acaecida hacia 1290, le sucedió
su hijo O sm án (cU th m án , de do n d e p rocede el n om bre de la dinastía que descien
de de él, O sm anli, cU thm ánli en turco, oto m an a en las lenguas occidentales); O s
m án p ro b ablem ente form ó p arte de la herm an d ad de los gázis y las crónicas info r
m an que su ab uelo, E debali, era un shayj cuya influencia sobre él habría sido
poderosa: al igual que en el resto de beyliks, el papel d esem peñado p o r la fe
m usulm ana com o uno de los incitadores de la expansión m usulm ana es in d u d a
ble. Por o tra p arte, aun q u e se posee poca inform ación sobre el p eríodo d u ran te
el que O sm án estuvo al frente de su trib u , se p uede pensar que este m ando se
ejerció de la m ism a m anera que en tre los seldjúqíes y los o tros beyliks, es decir,
que el poder era fam iliar y uno de e n tre los cabezas de familia adquiría el d erech o
de dirigir la fam ilia, a condición de que concediera al resto de m iem bros princi
pales funciones, tareas o ventajas de im portancia.
O sm án lanza sus expediciones con tra el territo rio bizantino de B itinia tal vez
desde 1291. La cronología de estas expediciones y conquistas está mal fijada, pero
parece ser q u e, en torno a 1320, su ejército ocupa tod a B itinia oriental y am enaza
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 211
(za ká t, diezm o), en tan to qu e los timárs p ueden cam biar y pertenecen a niveles
sociales d iferentes, ven sus rentas y sus contribuciones (bajo todas sus form as)
fijadas con precisión.
En la E u ro p a balcánica, la conquista o to m an a se efectuó d irectam en te sin la
m ediación de los beyliks previos. E ste hecho fue la causa de que los o to m an o s
tuvieran in m ediatam ente bajo su control grandes extensiones de tierra : una p arte
q uedó en m anos de los antiguos p ro p ietario s búlgaros, servios o griegos; o tra p a r
te fue atribuida bajo form a de timárs a m ilitares de todo rango y a funcionarios
civiles, lo que constituye lo esencial de su rem u n eració n , a cam bio de aseg u rar
la gestión de su tim ár y de en tre g a r al E stad o los im puestos en m etálico y en esp e
cie definidos a p artir del registro del tim á r, y de p ro p o rcio n ar al ejército o to m a
no, en caso de necesidad, un cierto nú m ero de h om bres de arm as, n ú m ero d e te r
m inado por la dim ensión y las rentas del timár. La últim a p arte c o rresp o n d e, en
total p ropiedad bajo form a de bienes m iilk y a los m iem bros d e la fam ilia del sul
tán , a los principales dirigentes del E stad o y a las h erm an d ad es religiosas. E stos
bienes son definidos «territo rialm en te» , pero no «financieram ente», com o los ti
m á rs; en consecuencia, sus p ro p ietario s tienen ab so lu ta lib ertad de acción sobre
estas tierras, principalm ente en lo qu e concierne a la m ano de obra y las m o d ali
dades de explotación.
Al dividir así las tierras conquistadas, el gobierno o to m an o tra tab a de aseg u
rarse las m ejores condiciones posibles de dom inación política y de ren d im ien to
económ ico: las dos prim eras categorías estab an som etidas a un riguroso co ntrol
de la adm inistración provincial (puesta de nuevo en funcionam iento) y c en tral, y
los d e ten to res corren el riesgo, en caso de no-ejecución de sus com etidos o de
insuficiente cum plim iento de sus obligaciones, de verse p u ra y sim plem ente priv a
dos de sus bienes o de sus timárs y de las ventajas vinculadas a ellos. P or o tra
p a rte , es difícil ver agentes del gobierno que no presten to d a su atención a estos
bienes, que constituyen su rem uneración y, a m enudo tam b ién , su beneficio p e r
sonal, de d o n d e su interés en que las tierras, g randes o p eq u eñ as, qu e les son
atribuid as proporcionen la m ejor producción posible. A sim ism o, los poseed o res
cristianos m uestran un co m p o rtam ien to sim ilar, qu e les a p o rta , adem ás de b e n e
ficios m ateriales, la contin u id ad de su a u to rid ad sobre sus cam pesinos y, com o
n ovedad, relaciones, en cierto m odo privilegiadas, con el p o d er o to m an o , que
en cu en tra en ellos interm ed iario s inm ediatos a quienes puede m ostrar su a u to ri
dad y p resen tar sus exigencias. M ás tard e , en el siglo x v , cuando los o to m an o s
acen tu aro n su presencia adm inistrativa, económ ica y h u m an a, un cierto n ú m ero
de estos poseedores cristianos de timárs se convirtieron al Islam y se «otom aniza-
ron».
Los p ro p ietario s de bienes m ü lk tra ta b a n tam bién de sacar el m ejor p artid o
de sus tierras; éstas, que h abían padecido en un pasad o recien te las consecuencias
de las desavenencias y g u erras e n tre bizantinos, servios y búlgaros, y de las gu e
rras de conquista, ex p erim en taro n a veces un cierto desp o b lam ien to y, com o co n
secuencia, un em pobrecim ien to . El gobierno o to m an o favoreció en to n ces algunos
traslados de población de una a o tra región en beneficio de algunos p ro p ietario s
de m ü ik s y o bien la im plantación, en estos bienes, d e prisioneros y esclavos q u e,
llegado el caso, eran liberados. E sta acción del g o b iern o a m en u d o fue pu esta en
práctica, d irectam en te, p o r los p ro p ietario s de m ü lk ya que podían sacar p ro v e
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 215
cho de ella. M ás tard e, los traslados de población afectaro n a los turcos de A sia
M enor establecidos en los B alcanes en el lugar de los griegos o b ú lg aro s enviados
a A sia M enor. E ste sistem a favoreció la progresiva turquización de una p arte de
los Balcanes. E n cu an to a la islam ización, fue o b ra de las h erm an d ad es religiosas
a las que se les atribuyó bienes, en los qu e instalaron za viyés, lugares de culto y
de reunión de los m usulm anes, un cierto n úm ero de los cuales venían v o lu n taria
m ente de A sia M en o r p ara p articip ar en la expansión del Islam , ya fuera p o r
m edio de la g u erra, ya fuera con la esperan za de o b te n e r una p arte del m aná que
caía sobre los o tom anos.
Según p arece, desde el final del siglo x iv , algunos de los bienes m ü lk habían
sido ya transform ados en v a q if (en á ra b e, w a q f, fundación piadosa o bien de m a
nos m u ertas), es decir, en bienes religiosos, en principio inalienables, b ajo dos
form as: una llam ada h a y rt, que indica que las ren tas del v a q if se d estinan ú n ica
m ente a obras pías, y la o tra llam ada e h lty cuyos beneficios se em plean p ara el
m antenim iento de una o varias personas designadas p o r el p resta d o r, que podían
ser sus propios descendien tes; no o b sta n te , este proceso no está aún m uy g e n e ra
lizado a finales del siglo x iv.
A través de estos d iferen tes m edios, el joven E stad o o to m an o ejerce un c o n
trol, directo o indirecto, so b re los territo rio s que ha conquistado. E l co ntrol se
ejerce tam bién por m edio de su ejército y su ad m inistración, am bos reforzados o
desarrollados a causa de la extensión del dom inio turco. La adm inistración o to
m ana no a d o p tó v erd ad e ra m e n te un a form a am plia y e stru ctu rad a hasta el re in a
do de M urdd I, que no se c o n ten ta con el títu lo de bey, e incluye en su titu larid ad
el apelativo de su ltá n , sin referencia alguna a cu alq u ier califa. El segundo lugar
de la jerarq u ía lo o cupa el gran visir, el p rim ero de los cuales fue CAIÍ P áchá,
hijo de Q ara Jalil D jandarli q u e, bajo el m an d ato de O rjá n , había definido los
prim eros elem entos fundam entales del E stad o o to m an o . El gran visir (sadr-i
acza m ), nom b rad o por el sultán y responsable an te él, es el p ersonaje m ás im p o r
tan te del E stad o después del sultán y tiene a su cargo todos los asuntos civiles y
m ilitares, au n q u e, respecto a estos últim os, el sultán tenga siem pre iniciativa y
prioridad. C on el increm en to del territo rio y de las cargas, al final del rein ad o
de M urád I, fueron nom b rad o s o tro s visires p ara asistir al gran visir; éste y los
visires son escogidos e n tre los m iem bros de la fam ilia o to m an a o en tre los de las
grandes fam ilias allegadas a los o to m an o s y, m ás ta rd e , e n tre funcionarios de alto
rango. P articipan en las sesiones co tidianas del d tw á n , presidido p o r el su ltán , y
al que asisten igualm ente el q ádi l-casker (o k a za sker, ju ez del ejército , qu e tiene
au to rid ad sobre to d o el p ersonal religioso y ju rídico p ro ced en te de la clase de los
ulem as, form ada en las m ad rasas), el nishán djt (jefe de los funcionarios civiles
y, al principio, encargad o de p o n e r el sello —nishán o tugra— del sultán en los
docum entos que em anan del sultán o del consejo del diw án), y el m usterfi (llam a
do p o sterio rm en te defterdár, co n serv ad o r de los registros en los que se inscriben
los ingresos del E stad o : im puestos, tasas, ren tas diversas, im puestos legales, ja-
rádj o im puesto territo rial, za ká t o lim osna legal, ceshur o diezm o, im puestos ex
trao rd in ario s —aún escasos en el siglo x iv —, p e n d ijk resmi o d erech o del q u in to
sobre los prisioneros, tasas de ad u an as, tasas com erciales, etcé tera).
A dem ás, d u ran te to d o el tiem po qu e el beylik o to m an o no ocupó m ás que
algunos territorios de A sia M en o r, so lam en te tuvo, b ajo la au to rid ad del bey, un
216 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
L a «p a z m ongola*
I m H orda de O ro
La creación del já n a to de Q ipchaq (según el nom bre del pueblo turco que
sucedió a los cum anos y a los polovtsi y fue vencido p o r los m ongoles de B átú )
o de la H orda de O ro (A ltin O rdu) fue el resu ltad o de las expediciones llevadas
a cabo po r el ján B átú. É ste se afirm ó, en 1227 y 1255, no solam en te com o ins
tigador de la expansión y de la im plantación de los m ongoles en E u ro p a o rien tal,
y el cread o r de un E stad o m ongol qu e se extendía del D an u b io al lago B aljash,
sino tam bién com o la personalidad m ás im p o rtan te del m u ndo m ongol, a m ed ia
dos del siglo x m . Su p o d e r so b rep asab a con m ucho los lím ites de su p ro p io já n a
to, y los soberanos de cierto núm ero de principados rusos (R iazán , T v e r, Suzdal,
Kiev y G alitzia) se reconocían com o sus vasallos; éste es tam bién el caso del gran
príncipe de V ladim ir, A lejan d ro Nevski (1252-1263). A u n q u e B átú se confirm ó
com o un tem ible señ o r, so b re todo en m ateria de percepción de im puestos, supo,
no o b stan te, caracterizar su rein ad o , por una p a rte , favoreciendo las actividades
económ icas y com erciales y, p o r o tra , a p esar de ser cham anista, m o strándose
particu larm en te to leran te con respecto a las diversas religiones practicadas en su
ján ato : cristianism o nesto rian o , cristianism o o rto d o x o , islam ism o y judaism o. Su
propio hijo, S artaq , e ra n esto rian o y m an ten ía m uy b u en as relaciones con A le jan
dro N evski. La brutal m u erte de S artaq , sucesor de B átú , en 1256, tal vez im pidió
al já n a to de Q ipchaq alinearse e n tre los E stad o s cristianos.
T ras el breve reinado de Ulagchi (1256-1257), el p o d er pasó a m anos del h e r
m ano d e B átú , B erke (1257-1266), q u e puso en práctica una política pro-islám ica:
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 219
Sobresaltos en el m u n d o persa
ism ácilíes de Persia en 1256 y el califa de B agdad en 1258, siendo la ciudad d es
tru ida en gran parte. El avance m ongol en Siria es finalm ente d eten id o p o r los
m am elucos en setiem bre de 1261 en cA yn D jálüt. E sta batalla fijó, a p a rtir de
entonces, los lím ites de los territo rio s m am elucos y m ongoles, los p rim eros de los
cuales se extendían ento n ces hasta la Siria del n o rte y la orilla occidental del E u
frates m edio. El fracaso m ongol se explica en p arte p or la am enaza ejercida sobre
el A dharbáydján por el já n de Q ip ch aq , B erk e, que en 1261 acordó una alianza
con el sultán m am eluco B aybars. A l este, el já n a to de C hagatáy constituye ta m
bién un peligro para los m ongoles de Persia q u e, finalm ente, se c o n ten taro n con
asegurar su dom inación en las regiones que se ex tendían de A sia M en o r o rien tal
a A fganistán occidental. P or o tra p a rte , H úlágú era budista y estab a casado con
una cristiana (n esto rian a); lo m ism o o currió con sus sucesores A b áq á y A rgün y,
hasta el advenim iento de este últim o, los m usulm anes no fueron bien co n sid era
dos, q u ed an d o de m anifiesto la hostilidad en relación a los E stados m usulm anes
sunníes.
H úlágú había establecido su capital en M arága, A d h arb áy d ján ; A b áq á (1265-
1282) la fijó en T abriz. B ajo su m an d ato , la iglesia nestorian a d esem peñó un im
p o rta n te papel y, en m arzo de 1281, el p atriarca nesto rian o electo , M ar Y ahba-
llahá 111, era de origen uiguro, si no mongol,, lo que facilitó aún niás las relaciones
en tre la Iglesia y el gobierno.
E n el ex terio r, A báq á elim inó la am enaza Q ipchaq sobre el A d h arb áy d ján
(1266), y la del C hagatáy en 1270 y en 1273; m enos su erte tuvo en sus acciones
contra el sultán m am eluco B aybars, v encedor de los m ongoles en E lbistán (1277),
y co n tra el que había solicitado en vano la ayuda del p ap a, del rey de Francia y
del rey de Inglaterra (1274-1277); o tro ejército m ongol, a las ó rd en es de M óngke
TimOr, herm ano de A b á q á , fue vencido en o ctu b re de 1282 cerca de H om s p o r
el m am eluco Q alá3ún.
La m uerte de A b áq á , el 1 de abril de 1282, fue la causa de una grave crisis
en tre los iljánes. En efecto , su sucesor, T a k ú d á r, se convirtió al Islam , tom ó el
nom bre de A h m ad , com enzó una cam paña de islam ización de los m ongoles, hos
tigó a los dirigentes de la Iglesia n esto rian a y se reconcilió con los m am elucos.
La oposición, que agrup ab a a los tradicionalistas m ongoles, los nestorianos y los
budistas, así com o a vasallos arm enios y francos, acabó po r im ponerse y p erm itió
a A rgún, o tro hijo de A b áq á , to m ar el p o d er (agosto de 1284).
El nuevo já n , de religión b údica, m ostró una gran tolerancia hacia todas las
religiones, com prendido el Islam , lo qu e perm itió , sobre todo a los m usulm anes,
ser juzgados según la ley coránica; su m inistro de F inanzas, Sacd al-D aw la, e ra
un ju d ío que restableció el o rd en en las finanzas y la adm inistración del E stad o
iljání, o b ran d o severam en te co n tra los abusos y los pillajes de los señores y jefes
m ilitares m ongoles. No o b sta n te , A rgún se m ostró tam bién hostil a los m am elu
cos: en 1285 dirigió una carta al papa H o n o rio IV p ro p o n ién d o le la organización
de una cruzada contra los sultanes de E gipto y, más ta rd e , en 1287, envió a E u
ropa con una misión al m onje n esto rian o R ab b an S aum a, de origen turco, que
se dirigió a R om a, Francia e In g laterra, p ero , ap a rte de un excelente recibim ien
to, no obtuvo m ás que b u en as palabras. A rgún envió adem ás a dos em b ajad o res
a O ccidente que no tuvieron m ejor éxito , y el proyecto fue ab an d o n ad o .
La m uerte de A rgún en 1291 provocó la rebelión de los señores m ongoles
222 EU R O PA Y E L ISLAM EN L A ED A D M ED IA
los sarbedáríes en el M ázan d arán , los m uzaffaríes en el Fars y el K irm án, y los
kart en A fganistán: turcos, turcom anos, árabes y m ongoles se rep artiero n los res
tos de un E stad o que no estuvo lejos de realizar la unidad de toda la región com
prendida en tre A sia M enor y A sia C entral.
La llegada de los m ongoles al oeste de A sia y al sur de Rusia pudo ser consi
d erad a com o un fenóm eno histórico que ap o rtab a profundas p erturbaciones en
estas regiones. D e hecho, d u ran te este período de la Baja E dad M edia se o b se r
va, en prim er lugar, la im plantación de un nuevo pueblo que produjo nuevos se
ñores; adem ás, m ientras que el Islam había sido dom inante desde los siglos vn-
miii , el cham anism o, el budism o y diversas variantes del cristianism o (n esto rian o ,
o rto d o x o , latino) se im plantaron y, a veces, parece ser que p redom inaron sobre
el Islam ; p ero esta im plantación no fue muy p rofunda; la m ayoría de las poblacio
nes som etidas perm aneció fiel a la religión m usulm ana y los jánes se convertían
ya fuera por convicción o por oportunism o político. No o b stan te, d u ran te un cier
to tiem po, el espíritu de tolerancia prevaleció y las com unidades no m usulm anas
pudieron vivir seguras hasta las prim eras décadas del siglo xiv.
C onviene, sin em bargo, m atizar esta visión. Al principio de la expansión m o n
gola, los conquistadores son llevados por un entusiasm o que tiene su origen en
el hecho de que creen ser llam ados a realizar estas conquistas por una voluntad
celestial: ésta les habría escogido p ara ser sus instrum entos; las victorias logradas
serían un testim onio de esta voluntad. P ero, en realidad, los m ongoles no tienen
arraigada en su interior la religión o , en todo caso, m enos que algunos pueblos
a los que son incapaces de inculcar sus propias convicciones religiosas. D e hecho,
se produce el fenóm eno inverso, y ad o p tan , según las circunstancias, las influen
cias externas o las influencias fam iliares (las m ujeres de los jánes desem p eñ aro n
un cierto papel a este resp ecto ), la religión «am biente». Los prim eros ján es de
Persia son budistas, en tan to que los de Q ipchaq son cham anistas, aun q u e sus
esposas son, en su m ayoría, nestorianas. La religión cristiana nestoriana, am plia
m ente difundida por A sia central e incluso A sia o rien tal, fue la de varias tribus
m ongolas y turcas, y el llján Ó ldjeytü tan to com o el ján de Q ipchaq, S artaq, son
nestorianos (el prim ero se convertirá po sterio rm en te al Islam ). El budism o p rev a
leció tam bién al com ienzo de la dinastía de los iljánes, ya que H úlágú, A b áq á y
A rgün eran adeptos de esta religión qu e parece h ab er p erdido su im portancia e
influencia desde el final del siglo x m . El cristianism o o rto d o x o y el cristianism o
latino tuvieron tam bién su período de gloria: d u ran te el m andato de los ján es de
Q ipchaq, una gran p arte de la población de R usia es o rto d o x a, y la Iglesia rusa
recibe bajo el reinado de M óngke T im úr privilegios que hicieron de ella casi una
v erdadera potencia, ém ula del p o d e r de los príncipes; los cristianos de O ccidente,
por su p arte, enviaron m isiones (casi siem pre de franciscanos), no sólo a C rim ea,
sino tam bién a las regiones del bajo V olta y, p rincipalm ente, a la capital, Saray.
C uando el Q ipchaq se islam izó, bajo el m an d ato de Ó zb ek , el espíritu de to le ra n
cia continuó vigente.
E n tre los íljánes, los nestorianos están igualm ente bien vistos, y el patriarca
224 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
M ar Y ahballahá 111 fue un testim onio de ello hasta el final de su vida; por su
p arte, los latinos d esem p eñ aro n un papel m ás político que religioso, y su p resen
cia en Persia quedó de m anifiesto, sobre todo, por un obispo en Sultaniyga.
A ntes de im ponerse en los dos ján ato s, el Islam conoció vicisitudes, sobre
todo e n tre los ¡Ijánes en la época de HQlágú: en efecto, esta religión sim bolizaba
para ellos el adversario esencial, el califa, y se sabe q u e, cuando invadió Iraq y
Siria, num erosas ciudades m usulm anas fueron, no solam ente saqu ead as, sino
tam bién destruidas, y su población m usulm ana, a m en u d c, exterm inada. Con
todo, allí tam bién triunfó la tolerancia, tal vez bajo la presión de las necesidades,
pues los m ongoles se vieron obligados a recurrir a los go b ern ad o res y los adm inis
tradores m usulm anes en las regiones de población islám ica. P ero , poco a poco,
el Islam recupera el terren o perd id o e incluso m ás ya q u e, tan to en el Q ipchaq
com o en Persia, los ján es se convierten al Islam , sin ab an d o n ar p or esto su espí
ritu de tolerancia la m ayoría de las veces, pues, a lo largo del siglo x iv , sólo tu
vieron lugar algunas persecuciones o algunos m ovim ientos de represión co n tra
los cristianos, los budistas y los m azdeístas. La disgregación del já n a to de Q ip
chaq tuvo com o consecuencia la casi total desaparición de cualquier religión que
no fuera la del Islam en toda la extensión de su territo rio : solam ente se co nserva
ron algunos núcleos cristianos de ritos diversos, p ero no desem p eñ aro n ya más
que un reducido papel.
Los problem as religiosos son un aspecto de las relaciones establecidas e n tre
dirigentes m ongoles, príncipes o em ires locales y elem entos diversos de la p o b la
ción. Los ján ato s son conjuntos h eterogéneos tanto desde el p u nto de vista étnico
com o desde el punto de vista social; d u ran te algún tiem po después de su invasión,
los m ongoles continúan com portándose com o nóm adas, pero la posesión de tie
rras, el control de las ciudades y la fundación de capitales hizo de ellos sem i-nó-
m adas y, en algunos casos, sedentarios. A u n q u e al principio de su expansión los
m ongoles transform aron regiones de cultivos en regiones de estepas, m ás a d a p ta
das a su tipo de vida, m ás tard e los ján es advirtieron el e rro r de esta concepción
y, por el co n trario , fom entaron la agricultura, sobre todo en Rusia del sur. E ste
fom ento benefició a los príncipes rusos, vasallos de los ján es, pero tam bién a los
notables y m iem bros de la fam ilia de los soberanos, poseedores de tierras; éstos,
todopod erosos sobre las tierras y sus hab itan tes, se con tab an igualm ente e n tre
los jefes m ás im portantes del ejército. La preem inencia otorg ad a a los begs feu d a
les y, po sterio rm en te, las rivalidades en tre los begs, fueron algunas d e las causas
determ in an tes de la disolución del p o d er de los ján es y del debilitam iento o la
desaparición de los ján ato s m ongoles.
sódicam ente, no surgen conflictos con él. A u n q u e hasta el principio del siglo, x iv
los cristianos estuvieron en la co rte y los m ercaderes genoveses pudieron estab le
cerse en la Persia del n o rte , au n q u e G ázán fo m en tara en érgicam ente el ren aci
m iento de la agricultura, desde su m u erte y, más aú n , después de Ó ldjey tü , la
disgregación del E stad o de los iljánes tuvo com o consecuencia una interrupción
casi total de las relaciones económ icas con los italianos, así com o de la utilización
de la ruta com ercial hacia el A sia central que pasaba p o r Asia M en o r, Iraq del
n orte y Persia. La desaparición del sultan ato seldjúqí en A sia M enor y la co n sti
tución en esta región de beyliks in d ep en d ien tes y, a m en u d o , rivales, consagra el
ab andono de las rutas qu e la atrav esab an en el siglo x m , en favor de la qu e p a
saba por el sultanato m am eluco, m ucho m ás estable y segura, o de la que pasaba
po r C onstantinopla, C rim ea y el já n a to de Q ipchaq.
E ste últim o parece ser que se benefició muy p ro n to de condiciones favorables:
en prim er lugar, no tuvo que com b atir, de m anera tan violenta com o los iljánes,
a las poblaciones m usulm anas qu e residían en su territo rio ; los elem en to s rusos
no constituían una fuerza su ficientem ente organizada p ara op o n erse a las decisio
nes políticas o económ icas de los ján es, y lo mism o ocu rría en el caso de los tu r
cos o de los búlgaros del V olga. Las estru ctu ras sociales tradicionales de los m o n
goles en co n traro n un te rre n o ap ro p iad o en las estepas de la R usia del sur o del
D echt-i Q ipchaq. A u n q u e, no o b sta n te , la agricultura acabó por ser fom entada
(el hecho de la utilización de esclavos tom ados de todas p artes, hizo pensar en
una sociedad de tipo feudal, au n q u e evitando cualquier com paración con E u ro
p a), las producciones de esta agricultura no son solam ente indispensables en la
vida cotidiana de los habitantes: constituyen tam bién una parte im p o rtan te de los
productos de im portación buscados p o r los com erciantes italianos de C rim ea.
H ay que hacer constar tam bién que lo esencial de los im puestos cobrados a los
habitantes proviene de los cam pesinos, m ucho más controlables que las o tras ca
tegorías sociales.
C onviene tam bién evidenciar o tro aspecto de la econom ía de Q ipchaq: el
poco interés por las ciudades m o strad o d u ran te m ucho tiem po por los ján es q u e,
al m enos hasta el siglo x iv , no ad q u iriero n la noción de una residencia estable y
no conocían, en este asp ecto , más qu e las ciudades de M ongolia o de C hina, h a
cia las que no d u d aron en enviar a los artesanos rusos de los que se enorgullecían
Kiev y otras ciudades rusas. Se pro d u jo así una degradación de las instituciones
urbanas y una influencia de las leyes consuetudinarias m ongolas en los p rincipa
dos rusos.
P ero es en el ám bito de las relaciones com erciales con el im perio de C o n stan
tinopla y con las ciudades m ercantiles italianas d onde el já n a to de Q ipchaq o b tu
vo m ejores resultados. C onstan tin o p la es p ara los griegos y para los italianos (p ri
m ero los genoveses y luego los venecianos) el p u erto d o n d e hacen escala los n a
vios que se dirigen a C rim ea o T reb iso n d a, constituyendo este últim o p u erto el
p u n to de partida de la ru ta qu e, a través de E rzu rü m , la antes llam ada T eodosió-
polis, conduce a T abriz. H asta el final del siglo x m , los genoveses y, en m enor
m edida, los venecianos utilizaron este p u erto y esta ru ta , aprovechando la a p e r
tu ra del m ar N egro que les fue concedida en 1261 a los genoveses p or M iguel
V III P aleólogo. Según p arece, este tráfico no perjudicó m ucho al com ercio que
los genoveses efectuaban en dirección a Persia y A rm en ia a p artir del p u erto de
226 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
blem as que se planteaban en A n ato lia y del peligro qu e supondría que Sháh Is-
m á^l pidiera ayuda a los sultanes m am elucos. T am bién en 1515 decidió o cu p ar
el principado de D hti-l-Q adr, vasallo de los egipcios, qu e se abstenían de in terv e
nir en el conflicto en tre o to m an o s y safawíes. Sin em b arg o , el sultán m am eluco
Q ánsúh al-G úri, inquieto , envió un ejército al n o rte de Siria: p ero , una vez que
hubo im pedido a Selim el paso del ejército o to m an o a través de sus territo rio s
del sur anatolio, Selim , ap ro v ech an d o para acusarlo de colusión con los sh H es,
le atacó y d erro tó co m p letam en te en M ardj D ábiq, cerca de A lepo (24 de agosto
de 1516), batalla en cuyo curso el sultán m am eluco pereció y su ejército fue diez
m ado. Siria y Palestina cayeron ráp id am en te; en diciem bre de 1516, una nueva
victoria en G azza abría el cam ino de E gipto y en en e ro de 1517 el nuevo sultán
m am eluco era vencido cerca de El C airo; poco tiem po después, la casi to talidad
de E gipto estaba en p oder de los o to m an o s, que ex p erim en tab an adem ás la a d h e
sión del jerife de La M eca, m ientras que el califa cabbásí era hecho prisionero y
enviado a Istam bul; pero Selim no o sten tó el título de califa y se d enom inó «pro
tector y servidor de las ciudades santas».
T ras h ab er organizado el go b iern o de E gipto y Siria, convertidas en provincias
otom anas, en tró en Istam bul; tenía en perspectiva una nueva expedición co n tra
Sháh Ism á0!! y o tra con tra los caballeros de R odas, cuando m urió bruscam ente
en setiem bre de 1520.
Su reinado, au nque breve, fue im p o rtan te pues aseguró las fronteras o rie n ta
les del E stado e instauró la dom inación o to m an a en algunas de las provincias m ás
ricas del m undo árab e; adem ás, pro p o rcio n ó a los o to m an o s el control absoluto
del com ercio en tre el M ed iterrán eo y el o céano índico. Su hijo Sulaym án (Soli
m án) le sucedió sin querella dinástica, y prosiguió la política de expansión de Se-
lím 1, aunque de m anera d iferente: así, desde su llegada al tro n o , levantó el b lo
q ueo de la frontera safawí, lo que le perm itió la reanudación del com ercio con
Irán y los países orientales; poco después de su advenim iento, tom ó B elgrado a
los húngaros (1521) y conquistó a continuación la isla de R odas, lo que g arantizó
la seguridad de la navegación en el M ed iterrán eo o rien tal (1522). A lo largo de
su reinado, condujo trece expediciones, diez a E u ro p a y tres a A sia, que dieron
com o resultado la m áxim a extensión del dom inio o to m an o ; H ungría fue p articu
larm ente el blanco de sus ataq u e s, uno de los cuales llegó hasta las m urallas de
V iena, sitiada d u ran te dos sem anas (setiem b re-o ctu b re de 1529).
rar al Islam sh N a las tribus turco m an as de esta re g ió n — condu jero n a una g u erra
cuyo resultado fue la d e rro ta total de los A q Q oyunlu en A rm en ia, en 1502. U n
hijo de Y acküb, M urad, e n co n tró refugio p o sterio rm en te ju n to a los o to m an o s y
p articipó en la expedición del sultán Selim I co n tra el safaw í Sháh Ism á^l (1514);
p ero m urió poco después.
D u ran te el gran p erío d o de los reinados de U zun H asan y de Y ack ú b , los A q
Q oyunlu aparecieron a los ojos de algunos o ccidentales (el p ap a d o , V enecia)
com o un posible aliado en una coalición co n tra los o to m an o s, a u n q u e sin éxito.
U zun H asan fue con sid erad o , p o r o tra p arte , com o u no de los grandes so b eran o s
de esta época, tan to por su p o d e r com o p o r sus cualidades de legislador y ad m i
n istrador, su interés po r las actividades com erciales, cuyo cen tro era P ersia, y su
afición a las artes y las letras. Al igual qu e los Q a ra Q o y u n lu, hizo de T ab riz una
capital brillante do n d e convivían las cu ltu ras á ra b e , turca y persa.
E stas dos dinastías turco m an as, qu e supieron sobrevivir a las expediciones de
T am erlán , tuvieron por vecinos a p o tencias ev en tu a lm en te peligrosas, los m am e
lucos y los oto m an o s, p ero finalm ente supieron ev itar la confrontación y dirigie
ron sus actividades conq u istad o ras hacia el este, d o n d e contrib u y ero n so b re todo
los A q Q oyunlu, a p o n e r p u n to final a lo qu e q u ed ab a del p o d er m ongol en tre
el T urkestán y el Próxim o O rie n te . Sus luchas intestinas, y m ás tard e la de los
A q Q oyunlu con los sefevíes, acab aro n a la p o stre p o r aseg u rar la victoria de los
otom anos.
E sta o jeada a las etap as esenciales de la expansión turca, que co m p letarán
m ás ad elan te las observaciones necesarias sobre la organización progresiva de la
conquista, no p uede exim ir de una m irada m ás a te n ta a estos «nuevos B alcanes»
que los turcos d o m in aro n , así com o lo hicieron en E gipto, a lo largo de tres si
glos.
La designación de los albaneses por su nom bre étnico se revela com o una a b
soluta necesidad m ás qu e p ara cualq u ier o tro pueblo de la península balcánica,
a causa de la ausencia d e una organización estatal que p u d iera fijar su especifici
dad. A sí pues, la historia m edieval de los albaneses
...al no coincidir con la historia de una formación étnica balcánica unitaria ... es la
historia de una nacionalidad form ada por un elem ento étnico balcánico muy anti
guo, a partir de la comunidad de lengua y habitus espiritual expresados en su civili
zación, y del territorio com ún, la historia, pues, de una nacionalidad perfectam ente
delim itada desde hacía tiem po entre las demás fuerzas form adas durante el mismo
período en nuestra península.
N o cabe duda qu e la configuración geográfica del país, con sus costas ab iertas
hacia Italia, favoreció la intersección de diversos facto res, qu e fueron desd e las
reivindicaciones de la S anta Sede so b re el Illiricum eclesiástico hasta las p re te n
siones de ocupación territo rial de los no rm an d o s de Italia y de los angevinos de
N ápoles —que lograron fu n d ar en 1272 un efím ero «reino de A lbania», g o b e rn a
232 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
te y le dio un p retex to p ara actu a r. P ero el apoyo pro m etid o p or M atías C orvin
de H ungría acabó en agua de b o rrajas, com o en el caso de los vagos com prom isos
del rey de Francia o de A lfonso de A rag ó n , en 1461, 1464 y 1465. E n tre treguas
y em boscadas, S kanderb eg fue retro ced ien d o poco a poco ante el enem igo. E n
1466, b lo q ueado en K roja, sin víveres y sin esp eran za, renunció a la lucha y m u
rió dos años m ás tarde: en R o m a se decidió co nstruirle una estatu a. D u ra n te diez
años todavía, algunos sobresaltos dieron pru eb a de la vitalidad alb an esa, qu e lu e
go se sum ergió en el silencio.
la prim era im prenta servia. Los C ernojevié sucum bieron d efinitivam ente a n te el
sultán en 1499.
E n lo referen te a B elgrado, llam ada en O ccidente «la m uralla de la cristian
dad», tras h ab er resistido h ero icam en te dos d u ro s sitios (1440 y 1456), prosiguió
su existencia d u ran te casi un siglo bajo la so b eran ía de H ungría com o « b anato
de B elgrado», a la q ue p erten ecían igualm ente las plazas fuertes de Z em ú n y de
Slankam en; tras violentos co m bates y b o m b ard eo s de artillería, cayó en m anos
de Solim án II el 29 de agosto de 1521.
Sólo la república aristocrática de R agusa en D alm acia, en tre todos los E stados
balcánicos, consiguió escap ar de la dom inación o to m an a, som etiéndose en p rim er
lugar a los venecianos (1205-1358) y p o sterio rm en te a los húngaros (1358-1526),
aun que pagando a los o to m an o s un im puesto anual m ínim o, lo qu e le perm itió
prolongar su existencia, con la en o rm e actividad qu e conocem os en el cam po de
lqs intercam bios y del com ercio, hasta principios del siglo xix.
Bosnia no ofreció tam poco resistencia. Su últim o rey, E steb an T om asevié
(1461-1463), q ue había reh u sad o convertirse en trib u ta rio del su ltán , tra tó a la
m anera de los em p erad o re s bizantinos de o b te n e r la ayuda occidental so m etién
dose al papa. N o tuvo éxito, y el rey, a b a n d o n ad o p o r los feudales que se rin d ie
ron a M ehm et sin por eso p o d e r ev itar la pena cap ital, fue hecho prisio n ero y
asesinado tam bién po r el co n q u istad o r, en tan to que su reino y su sed e, Jajce,
eran incorporados al E stad o o to m an o .
ción ru m an a, los principios de una organización política tard aro n en estab lecerse
a causa de su anexión a la co ro n a d e san E steb an .
La posición geográfica de los principados de V alaquia y M oldavia, y una serie
de razones d e o rd en económ ico, e n tre las que ocup ab an un im p o rtan te lugar el
d esarrollo de la producción agrícola y artesan al así com o el de los intercam b io s,
contribuyeron a la expansión de estos E stados in d ep en d ien tes d u ra n te los dos p ri
m eros siglos de su existencia. La creación de ru tas com erciales q u e atrav esab an
los territorios rum anos favoreció la intensificación de las relaciones económ icas
en tre ellos, al tiem po qu e la ciudad de B rasov constituía un im p o rtante n udo en
la red de relaciones que vinculaban a V alaquia con M oldavia y T ransilvania. Por
o tra p a rte , los países ru m an o s particip aro n en el com ercio intern acio n al, g ara n ti
zando el m ovim iento p o r vía te rre stre , de E u ro p a central a los B alcanes y el m ar
N egro y, p o r tan to , a las colonias de las ciudades m arítim as italianas, en p articu
lar G énova.
A vanzando en el cam ino de su estabilización, a u n q u e bajo la contin u a presión
de H ungría e incluso de Polonia (en lo que concierne a M oldavia), los dos jó v e
nes E stados se en co n traro n p ro n to a n te una situación aún m ás grave, que fue la
expansión o to m an a en el sudeste eu ro p eo . A ta ja r esta expansión al n o rte del D a
nubio fue a p artir de en to n ces su p rim ordial preo cu p ació n , a la que se en treg ó
en cuerpo y alm a M ircea el V iejo (1386-1418), el ven ced o r de la batalla de Rovi-
na (1395), que incluso consiguió, d u ra n te un breve perío d o , e x ten d e r sus te rrito
rios al sur del D an u b io , en las tierras de la D o b ru d za que p erten eciero n a n tañ o
al príncipe búlgaro Ivanko. V encido en la b atalla de N icópolis (1396), ju n to a su
aliado en ese m om ento, el rey húngaro Segism undo, M ircea no dejó sin em b arg o
de com batir a los oto m an o s y de inm iscuirse en sus disensiones civiles, tra ta n d o
de o b te n e r el m áxim o provecho. No o b sta n te , tras el restablecim iento del im perio
oto m an o bajo el reinado de M ehm et I, el voivoda valaco fue obligado un poco
antes de su m uerte a convertirse en trib u tario del sultán (1417).
T ranscurrido un perío d o in term ed io d u ran te el qu e Ju an H unyadi (lan cu de
H u n ed o ara), voivoda de T ransilvania, co n v ertid o m ás tard e en reg en te d e H u n
g ría, tom ó el relevo de M ircea a la cabeza de las fuerzas rum anas qu e luchaban
co n tra los o to m an o s, y d u ra n te el qu e tuvieron lugar las im presionantes victorias
sobre M ehm et II del príncipe valaco V lad D rácu la, el E m p alad o r, en 1461-1462,
la pesada tarea de la resistencia le corresp o n d ió al príncipe de M oldavia, E steb an
el G ran d e (1457-1504). É ste se p reo cu p ó en p rim er lugar de asegurar sus posicio
nes p restan d o ju ram en to de fidelidad al rey C asim iro de P olonia y rechazando
los esfuerzos del rey de H u n g ría, M atías C orvino, p ara volver a p o n e r V alaquia
bajo su soberanía; p o sterio rm en te, com enzó una larga g u erra de desgaste co n tra
el sultán p ara alejar a los o to m an o s de V alaquia y hacer inviolable la fro n tera
dan u b ian a. N o o b stan te, a pesar de algunos éxitos m ilitares y de la victoria co n
seguida sobre el enem igo en R acova (1475), qu e le valió los elogios del p ap a Six
to IV y la adm iración de O ccid en te, E steb an no p udo a lte ra r la situación, q u e se
hizo particu larm en te opresiva tras la consolidación en el tro n o o to m an o de Baya-
ceto II.
P or m ás que el príncipe m oldavo d efendió las ciudades m ercantiles de K ilia,
en el d elta del D an u b io , y de C etatea-A lb a (A k k erm a n , M onocastro, A sprokas-
tro ), en el d elta del D n iéster, en el v erano de 1484, estos im p o rtantes puestos
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 237
El fuerte sentim iento de hostilidad existente antes entre los bizantinos y los esla
vos de los Balcanes había desaparecido en gran m edida desde la prim era m itad del
siglo xiv, incluso antes del comienzo de las conquistas turcas, creándose así en diver
sos centros de las tierras de la península balcánica una cierta comunidad cultural
bizantino-eslava ... De este m odo, el patriarcado de Constantinopla ganó, en rela
ción a la m ayor parte de los pueblos balcánicos cristianos, todo lo que el imperio
había perdido desde hacía mucho tiem po en lo referente a la vida religiosa y a la
Iglesia. T anto para los búlgaros como para los servios, Bizancio seguía existiendo
después de 1453 m erced a una de sus más im portantes instituciones, el patriarcado
ortodoxo.
E l é x it o o t o m a n o
La Sublim e Puerta
ción de esta capital; y todo esto im plicó una acuciante necesidad de productos,
de bienes que o bien O rien te no producía o cuya calidad era superior en O cciden
te. Al hacerse obligado, en cierta m edida, abrir el m ercado oto m an o a los p ro
ductos extranjeros, a las naciones occidentales les fue útil aprovechar esta a p e rtu
ra, incluirse en este proceso de intercam bios y vender cada una de sus p roduccio
nes. El arranque fue sin du d a lento, pero V enecia, en prim er lugar, a p esar de
m om entos a veces difíciles, llegó a asegurarse una sólida posición, m erced a su
experiencia an terio r, a su hábito de tra to con O rie n te , a sus enlaces y a sus re la
ciones con los m edios locales de com erciantes o de fabricantes; G énova, que fue
la prim era en gozar dp las particulares condiciones del com ercio y el estableci
m iento, no disponía de una red tan im p o rtan te, pero hizo un buen papel.
C uando, al principio del reinado de Solim án el M agnífico, Francisco 1 solicita
aliarse con él y la instauración de un régim en preferencial para los com erciantes
franceses, el sultán apenas puso inconvenientes: ¿qué rep resen tó Francia en el
com ercio otom ano? Poca cosa, razón p o r la que casi no hubo inconvenientes para
conceder a los franceses las condiciones de establecim iento y de com ercio que se
conocieron con el nom bre de C apitulaciones (1535). Es m enester ver aquí un ges
to de generosidad del sultán , surgido de su buena v oluntad, y por el que no pide
nada en com pensación. La única m anifestación tangible, p ero lim itada, en el pla
no m ilitar, será el sitio y la tom a de Niza por las flotas oto m an a y francesa en
1543; esta seudo-alianza servía, p or o tra p arte, m ucho más a los franceses, alivia
dos de la presión hispano-austriaca, que a los oto m an o s, que no podían esp erar
nada de ella. La consecuencia más d estacada fue, no o b stan te, la instancia dip lo
m ática y, sobre todo, la instalación de cónsules franceses en un d eterm in ad o n ú
m ero de «escalas com erciales» del im perio: es significativo que entonces, y hasta
m ediados del siglo x v n , estos cónsules (y a veces incluso el em bajador) fueran
nom brados por los com erciantes franceses, lo que pone en evidencia la o rie n ta
ción de la institución. P ero, al mism o tiem po, estos rep resen tan tes franceses in
tervienen com o protecto res de sus paisanos de cara a la adm inistración turca, y
las relaciones tom an a partir de entonces un nuevo curso, al m enos en el plano
local, com prendidas las relaciones e n tre los em b ajad o res y los principales digna
tarios del im perio, hasta el gran visir. E ste nuevo aspecto se am plificará con el
tiem po, y lo que podría llam arse el aislam iento diplom ático —q u e rid o — de los
o tom anos, y el desprecio de los turcos (p ero no de sus súbditos griegos, arm enios
o judíos) por el com ercio internacional se tran sfo rm arán , el prim ero en búsqueda
de alianzas y el segundo en colaboraciones individuales con los extranjeros, a u n
que con intenciones bien concretas de rentabilidad de recursos o de fortuna p e r
sonal: ésta será la situación a p artir de la segunda m itad del siglo x v n . E n tre
tan to , los cónsules y m ercaderes franceses, holandeses e ingleses se van im plan
tan d o poco a poco en las d iferentes escalas com erciales y algunas ciudades del
interior, practicando el com ercio p ero tam bién e n tab lan d o relaciones, en p articu
lar con los «m inoritarios», de los que se sienten m ás próxim os, y de los que tienen
necesidad com o interm ediarios con los pro d u cto res y negociantes indígenas. A
m ás largo plazo, esto conducirá a la intervención en los asuntos del im perio o to
m ano.
242 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
Un nuevo equilibrio
tadas po r las presiones fiscales y las exigencias del E stad o . P ero se e n tra entonces
en o tro p eríodo de la historia del im perio oto m an o .
Los sultanes y gran d es personajes no tuvieron com o único pen sam ien to la
guerra y la expansión territo rial del im perio: sin d u d a, su g randeza y prestigio
proceden en una buena p arte de su fuerza m ilitar, de sus dim ensiones y de sus
riquezas, pero los o tom an o s no fu ero n , sin em b arg o , ajenos a la actividad in telec
tual y artística.
M ehm et II el C o nqu istad o r e ra un ho m b re muy cultivado que h ab lab a varias
lenguas y escribía poesías; hizo ir a C onstan tin o p la a artistas italianos, com o fue
el caso de G entile Bellini que p intó su re tra to , y a escritores griegos e italianos
com o A m irutcés de T reb iso n d a, C ritóbulos de Im bros o C iríaco de A nco n a; So
lim án el M agnífico fue tam bién un h om bre ilustrado, y de su época proceden al
gunos de los m ás grandes escritores turcos, com o Fuzulí (1480-1556) y los redac
tores de las prim eras crónicas o to m an as de carácter v erd ad eram en te histórico, e
incluso, crítico, así com o navegantes au to res de relaciones y m apas com o Piri
R e’is y Seydi Ali Re^is; el estu d io de las ciencias, de la m edicina, no fue en a b
soluto olvidado y, por su p u esto , la ciencia p o r excelencia, es decir, la religiosa,
fue am pliam ente practicada en las m adrasas de la capital y en las g randes ciuda
des del im perio.
E ste período adquirió celeb rid ad , so b re to d o , en el dom inio de la a rq u ite c tu
ra: las grandes m ezquitas edificadas en tiem pos de B ayaceto II, Solim án el M ag
nífico y Selim II, en Istam bul y en E d irn é (A n d rin ó p o lis), se cu en tan e n tre las
o b ras m aestras de este arte; un gran n ú m ero de ellas se debiero n a un arq u itecto
q ue se puede calificar de genial, M im ar Sinan (1489-1578), que supo e x tra er del
m odelo de la basílica de Santa Sofía un tipo específico de m ezquita o to m an a que
se difundió luego po r to d o el im perio. A este arte hay que añ ad ir el de la d eco
ración, que se caracterizó p o r la utilización de azulejos, casi siem pre p ro ced en tes
de N icea, con ad o rn o s de flores y hojarascas, de líneas sencillas y colores m atiza
dos, a los que el «rojo tom ate» (que sólo se e n cu en tra en esta ép o ca) dio su sin
gularidad.
El reinado de Solim án el M agnífico p udo ser calificado con toda justicia com o
«la edad de oro» del im perio o to m an o y ser o b jeto de adm iración p ara los viaje
ros occidentales que lo reco rriero n .
A pesar de la p ropag an d a que p u d o surgir en el siglo x v i, las naciones cristia
nas de O ccidente parecían aún incapaces de c o m p ren d er en su real dim ensión la
situación o to m an a en el p lano m ilitar o diplom ático. Incluso en el p lano eco n ó m i
co, las relaciones no alcanzaron nunca un nivel excepcional y sólo ap arecen e n
tonces com o una «penetración»; sin d u d a , la d em an d a procede de O ccid en te y
no de O rien te: las C apitulaciones así lo d em u estra n .
E n el p eríodo que va de la batalla de A n k a ra (1402) a la tom a de T ú n ez
(1574) se va form ando poco a poco un p o d er, d o ta d o de m edios cada vez m ás
considerables y q ue inspira resp eto a las naciones de O ccidente. É sta es tal vez
una de las razones p o r las que los o ccidentales buscaron en o tra p arte del m undo
una derivación a su necesidad de expansión política y económ ica y elu d iero n esa
roca entonces infranqueab le que constituía el im perio o to m an o .
244 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
L a E u r o p a c e n t r a l d o m e s t ic a d a
Al norte del D anub io , al este del E lba, o tro m undo, esencialm ente eslavo
tam bién, espera que se defina su destino; ¿se convertirá en un satélite de la E u
ropa occidental conquistad o ra , con la esperanza de una p o sterio r in d ep en d en cia?,
¿o bien será el hered ero del m ensaje griego, el sucesor del ab atid o Bizancio? D e
este m undo hem os hablado poco hasta ah o ra ya que antes del principio del siglo
x iv , y de algún respland o r que su propia civilización pudiera d arle, com o a testi
guan hoy tantos asom brosos descubrim ientos arqueológicos, vivía al m argen del
m undo cristiano. Al m argen o , m ejor dicho, com o un anexo, com o un vecino
más: algunos m isioneros p ro ced en tes de A lem ania, los m onjes soldados qu e son
los caballeros teutónicos o los p o rta-esp ad a, y los com erciantes, n a tu ralm en te,
habían p en etrad o profu n d am en te en Polonia, B ohem ia y los países bálticos; d es
de el siglo x, aunque a este respecto aún no se ha dicho la últim a p alab ra, a tra
viesan las llanuras de Polonia desde la costa a C racovia y luego, a través de la
p u erta m orava, se dirigen a B izancio; en el siglo x i, los ingleses, los flam encos y
los teutones han alcanzado ya N ovgorod, al sur del L adoga; G dansk y R iga son
activos puertos francos, com o en el in terio r P raga, C racovia o B uda. U nas cu ltu
ras tan antiguas y sólidas com o la eslava o la h úngara se establecen allí; p e ro , en
conjunto, esta franja de la E u ro p a del oeste vive ap arte: en el mism o m om ento
en que se hu n d e, m ás al sur, el bastión griego, es bruscam ente integrada en O c
cidente.
Al lanzar a sus cam pesinos y sus com erciantes al asalto de Silesia, de B ran-
d enburgo o de la G ran P olonia, la A lem ania de los siglos xn y xm había esb o za
do ya e incluso practicado am p liam ente ese «em puje hacia el Este» qu e fue siem
pre la respuesta germ ánica a su necesidad de expansión dem ográfica o eco n ó m i
ca; pasado el año 1300, esta pen etració n m ás allá del O d er o en las m arism as de
Prusia o de M asuria parece m ás lenta, e incluso d eten id a: no tan to por la resisten
cia local com o p o r el ahogo natural de una presión dem ográfica desde en to n ces
debilitada. Se p roduce, pues, o tra form a de p en etració n , m ás sutil, m ás peligrosa
y m ás eficaz, una infiltración de la cu ltu ra, las leyes y el p o d er alem anes. A este
respecto, el caso de B ohem ia es el m ás evidente; hacía m ucho tiem po q u e los
príncipes checos de Praga habían sido adm itidos, con cierta condescendencia, e n
tre las potencias del Im perio; incluso se les había dejad o utilizar el título de
«rey», que fueron los únicos en o ste n tar, ju n to con el de G erm an ia, en el in terio r
del Sacro Im perio, lo que subrayaba su especificidad. Especificidad q u e se difu-
m ina a p aren tem en te a todo lo largo del siglo xm : se extiende el em pleo de la
lengua alem ana; cuando se funda una universidad en P raga, es esta lengua ja m ás
utilizada por los estud ian tes; las leyes de los príncipes vacilan e n tre ella y el latín,
m ientras el em pleo de las lenguas com unes se refugia en la literatu ra p o p u lar; un
signo im portante pues da testim onio de la p erm anencia de un sentim ien to real
de la originalidad checa o m orava. Sin em b arg o , según p arece, se ve sin especial
preocupación la instalación en el trono de B ohem ia de hom bres que no tienen
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 245
ningún vínculo de sangre o espiritual con los eslavos: la fam ilia de L uxem burgo,
que dará incluso un em p e ra d o r a A lem ania en la persona de C arlos IV , es la más
célebre pues a ella se le d eb e el desarro llo de los muy sólidos vínculos q u e se
establecen, en el plano religioso fu n d am en talm en te, e n tre Praga y A lem ania;
pero estos príncipes se interesan poco por los asuntos locales: sin d u d a, al p ro
m ulgar en tierras de B ohem ia la célebre bula de o ro de E gra que establece la
lista de los electores de la dignidad im perial, en la q u e se incluye al rey de B o h e
m ia, C arlos IV legaliza, en cierto m odo, la en trad a de B ohem ia en el m undo
alem án; pero lo hace a fin de sofocar m ejor el sen tim ien to «nacional», si es que
se le puede llam ar así, que com ienza a d e sp u n tar en B ohem ia; com o se sabe,
Juan de B ohem ia, el rey ciego, estab a tan p reo cu p ad o por los asuntos de su país
que se dejó m atar en Crécy fo rm ando p arte del ejército de su p a rien te y aliado,
el rey de Francia, com p ro m etid o en una g u erra en la que los intereses de B o h e
m ia parecen m ás bien débiles. El m ovim iento de adhesión había ex p erim en tad o
incluso, un poco an tes, una fase ab so lu tam en te so rp re n d en te ya qu e los angevi-
nos, instalados a la sazón en H u n g ría, hicieron p e n e tra r en el país checo una p a r
te de la influencia, esencialm ente artística y literaria p o r o tra p a rte , de las cortes
italianas. N atu ralm en te, esta co n stan te presión ejercida por el O este, y especial
m ente por el alem án invasor, pud o conllevar el d e sp erta r de una cierta d esco n
fianza y hostilidad; pero , al principio, es solam ente un asunto de intelectuales:
se com en tó en su m om en to el episodio husita; la rebelión de Jan H us es religiosa,
no cabe d uda, pero checa tam b ién , y el m ovim iento extrem ista de los tab o ritas
que resistirá hasta el final a la conquista alem ana tiene una evidente dim ensión
regional. No nos dejem os llevar, sin em b arg o , p or lo que sabem os que pasó lue
go: sin d u d a, el reconocim iento p or R o m a, en el m o m en to del hund im ien to de
su au toridad dogm ática, de una p arte de las reclam aciones de los insurrectos es,
com o la propia rebelión , una victoria checa; las g entes de B ohem ia, en tiem pos
del rey Jorge P odiebrad , un h om bre de la tierra esta vez, continúan criticando a
R om a; incluso rom pen decididam ente con P ablo II; p ero estam os aún lejos de la
rebelión del siglo x v u y de la M ontaña B lanca. En realid ad , la B ohem ia de fina
les del siglo x v no es m ás que un envite: un envite co n tra el Im perio, provisional
m ente fuera de co m b ate, p ero q u e , al p asar a m anos de los H ab sb u rg o , pone
cerco a B ohem ia, y a la vecina P olonia, voraz y am biciosa, q u e, en efecto , c o n
sigue d u ran te un cierto tiem po instalarse allí.
La situación de H ungría es m ucho más com pleja: en prim er lugar, por qu e se
trata de poblaciones no eslavas, de instalación m ás recien te, con una cultura más
«exótica», y a las que el recu erd o de los «ogros», incluso después del definitivo
aplastam iento de las incursiones m agiares en el siglo x y la conversión de los p rin
cipales jefes, inspira una sana reserva fren te a los alem anes del O stm ark , de A u s
tria. T am bién H ungría vive, pues, con un vecino del q u e se cuida, au n q u e la p e
n etración alem ana es nula d u ra n te m ucho tiem po; p o r o tra p a rte , la adhesión de
los húngaros a las costum bres occidentales se hace esp erar: aún a m ediados del
siglo x i i , los ejércitos de C o n rad o III de cam ino a T ierra S anta sufren d u ro s to
ques de atención p o r p arte de una población qu e no conoce m ás rey qu e el des
d én ; los m agnates, dueñ o s de en o rm es extensiones de p u szta , son jin etes y sa
q u ead o res m uy peligrosos. Sólo tran scu rrid o m ucho tiem po se establecen co n tac
tos: después de to d o , la vía com ercial del D an u b io es frecu en tad a, m enos activa
246 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
m ente sin d uda que en el siglo x o an tes de esta fecha, pero existen p ru eb as de
ello y B uda es un cen tro de intercam bios cuya reputación justifica q u e se hallen
allí im plantados com erciantes alem anes de B aviera e incluso de R en an ia. P uede
verse cóm o un rey de H ungría participa en una cruzada en E gipto; o com o o tro ,
A ndrés II, reco rre E u ro p a en busca de ayudas cuando se siente am enazado o,
peo r aú n , aplastado p o r la invasión m ongola de m ediados del siglo xm : se le re
cibe com o un solicitante in o p o rtu n o , p ero no com o a un salvaje. El paso decisivo
se da después de 1290, es decir, una vez q u e, com o hem os visto, se definió el
destino de los E stados latinos de O rien te y de las tierras bizantinas; el ev entual
papel de H ungría com o eslabón en la cadena de la solidaridad respecto al O rien te
latino desaparece: al térm ino de una serie de luchas, cuyos d etalles no nos in te
resan aquí, ¡los angevinos del sur de Italia se convierten en reyes de H ungría!
C uriosa ironía de los intereses dinásticos: d u ran te cincuenta años, precisam en te
aquellos d u ran te los que el peligro o to m an o tom a cu erp o , H ungría, bajo el m a n
d ato de sus príncipes franco-italianos, le da d elib erad am en te la espalda a los B al
canes: las preocupaciones de los angevinos respecto a B ohem ia, P olonia, Servia
y el A driático son p uram en te fam iliares; se en m arañ an en una red de com plicadas
alianzas dinásticas, en la qu e se buscaría en vano el lugar de H ungría. E sta fase,
que acaba en 1387, no es en absoluto un paréntesis: p or el co n trario , provocó
una doble y capital evolución; p or una p a rte , com o en el caso de los L uxem burgo
en B ohem ia, hay un m om en to en que la influencia de O ccidente acom paña a Luis
el G ran d e d u ran te su reinado: la co rte de B uda im ita a la de los V alois o la de
N ápoles; acuden allí no ya alem anes, sino franceses e italianos; la arq u itectu ra
de los palacios y de las iglesias evoluciona del «gótico» al estilo penin su lar, y co
m ienza la mezcla cultural. In v ersam en te, en el te rren o político, al in te n ta r Luis,
com o un buen príncipe francés, restab lecer la obediencia de los m agnates, p ro
m ulgando estatu to s destinados a reducir el escalonam iento de la jerarq u ía a risto
crática en favor de un único nivel, el o rd en «ecuestre» o «caballeresco» (¿n o hay
aquí una vacilación en tre R om a y P arís?), y más tard e im poniendo el pago de
una especie de capitación a la nobleza, provocó un sobresalto de hostilidad n o b i
liaria co n tra su p o d er; sin em b arg o , su caída o la de su dinastía no sobrevino
inm ediatam ente: com o los reyes angevinos no se p reo cu p ab an dem asiado d e los
asuntos húngaros, bastaba con no o b ed ecer, pues no había que tem er represalias:
esto es lo que hicieron los boyardos, una acción q u e, al final, vio in crem en tad o
su carácter autónom o.
C uando el yerno de Luis de A n jo u , Segism undo, h ered ó la coro n a h ú n g ara,
se dio un nuevo paso; au n q u e se tom ó m ás interés p o r los asuntos húngaros y
balcánicos que sus predeceso res, S egism undo, de nacionalidad alem an a, pasó la
m ayor p arte de su reinad o en el Im p erio , del que llegó a ser titu lar en 1411 hasta
su m uerte en 1437; su papel en el cism a pontificio, en el asu n to husita y en las
expediciones llevadas a cabo en 1385-138Ó co n tra el sultán o to m an o M urad y q u e
condujeron al desastre de N icópolis, han sido ya o b jeto de observaciones q u e no
es preciso reco rd ar. E ste vínculo personal de la co ro n a hún g ara con O ccidente
transform aba poco a poco la llanura p an o n ian a en una especie de «lugar de paso»
que el avance turco hacía cada vez m ás v u lnerable. Es posible qu e el sen tim ien to
de estar a p artir de ah o ra situada en la p rim era línea de la cristiandad am enazada
fuera lo que suscitara en H un g ría, incluso en la p arte co rresp o n d ien te a una aris
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 247
tocracia que o b ten ía indiscutibles ventajas del absentism o real, una reacción de
defensa y de autonom ía. La cada vez m ás vigorosa acción de los polacos en las
regiones danubianas no fue tam poco ajena a esta tom a de conciencia; los h ú n g a
ros participaron, au n q u e con una cierta reticencia, en la «cruzada» puesta en pie
en 1443-1444 po r L adislao Jagellon c o n tra los o to m an o s, y acabó con el d esastre
de V arna en el D an u b io . Al m enos, la aristocracia h úngara se rehacía b astan te
pro n to para que uno de sus jefes, pro clam ad o «regente» en el lugar de un hijo,
m enor de ed ad , de Segism undo, Ju an de H u n e d o a ra o Ju a n H unyadi com o se le
conoce en O ccidente, pud iera fren ar el avance turco an te B elgrado en 1456 y
más allá de las P uertas de H ierro ; designado com o segundo reg en te tras la súbita
m uerte de H unyadi, M atías, a p o d ad o el C uervo, C orvino, constituyó una sólida
barrera de principados o de fo rtines, uno ju n to a o tro , de B osnia a M oravia, e n
tre 1458 y 1463, im pidiendo p o r un tiem po el paso a las tro p as del sultán. D esg ra
c ia d a m e n te , C orvino —y esta actitud m u estra bien el pro fu n d o grad o de occiden-
talización de los húngaros de nacim iento en este m o m e n to — estableció en V iena
el centro de su p o d er, se en tre g ó , co n tra los polacos, a la constitución de una
dom inación que iba del A d riático a la p u erta de M oravia, e incluso se p resen tó
com o candidato al Im perio. Su m u e rte , acaecida en 1490, acabó con las e sp e ra n
zas de autonom ía de H ungría; los m agnates prefiriero n d ejar la co ro n a al polaco
L adislao, ya rey en B ohem ia. P uede observarse el esbozo de elem en to s unitarios
qu e, al e n tra r poco tiem po desp u és en el patrim o n io de los H ab sb u rg o , uniero n
definitivam ente H ungría y B ohem ia al m undo germ ánico; a los boyardos ya no
les qued ab a m ás que d a r p ru eb a en el siglo x vi de su heroísm o m ilitar c o n tra el
infiel, y de su responsabilidad com o soldados de C risto en los lím ites de una cris
tiandad som etida a los asaltos turcos; ex trañ o giro del destino para un p u eblo de
origen turco-m ongol, cuyas prim eras acciones fueron las de invasores asiáticos en
A lem ania, y las últim as, en la E dad M edia, las de defensores de los alem anes
contra unos asiáticos qu e llevaban su mism a sangre.
germ ánica. El rey C asim iro I (1333-1370) consiguió devolver un cierto esp len d o r
a la función real p rocedien d o a un am plio m ovim iento de enno b lecim ien to dirigi
do a los hom bres de las ciudades o a una p arte m enos tem ible de la aristocracia;
esta «nueva nobleza» se convierte desde en to n ces en el apoyo n atu ral del rey: los
«estatutos» de 1372, 1374 y 1379, concedidos a esta aristocracia, qu e lo e ra a la
vez por su d inero y su función, d o taro n a C asim iro de unos ad ep to s sobre los
que pudo establecer su ad m inistración; p o r o tra p a rte , la fundación de la univer
sidad de C racovia en 1364 y, p o sterio rm en te, el celo o rto d o x o m o strad o p or los
polacos en los asuntos referen tes al cism a, hicieron que Polonia ap areciera poco
a poco com o un m iem bro de pleno d erech o en el co ncierto eu ro p eo . N o o b sta n te,
este «nacim iento» carecía de dos elem entos: el inm enso te rrito rio de L ituania que
cubría la zona que iba del B áltico a los confines del m ar N egro, to d a o casi toda
la R usia blanca, y una p arte de U cran ia, que sin ser en te ra m e n te paganas, q u e
daban al m argen tan to del m undo polaco com o del m undo ruso; allí, la au to rid ad
m ongola se disolvía poco a poco, m ientras qu e la fam ilia de los Jag ello n , que
o sten tab a el título d ucal, se asem ejó a los reyes polacos a p artir de 1377; al acce
d er al tro n o de C racovia, L adislao Jagellon realizó una unión qu e, sin d u d a, exi
gió num erosos cam bios a causa de la m ala v oluntad de los grandes: en 1410, la
unión p erp etu a de R adom consagró esta fusión que hacía te rrito rialm en te de P o
lonia, in m ed iatam ente después del Im p erio , la segunda potencia e u ro p e a , al m e
nos en extensión. El o tro obstáculo aparece en el m ism o m om ento: el co ntrol de
la costa báltica; los caballeros teutónicos in tercep tab an el acceso; L adislao p ro p u
so en vano a los m onjes instalarse en Podolia para co n te n e r la dom inación m on
gola; aprovechando su rechazo y el d esconcierto qu e provocaba su actitud o p re
siva, rom pió con los alem anes: en 1410, en T a n n en b erg , los caballeros teutónicos
fueron aplastados y desposeídos. P or desgracia p ara L adislao, este suceso anim ó
a su fam ilia a lanzarse a em presas qu e estab an fuera de su alcance; L adislao 111,
p ro m o to r y actor de la cruzada llevada a cabo co n tra los oto m an o s en 1444, fue
aplastado a su vez e incluso m atad o en V arna.
El reinado de C asim iro IV Jagellon señala el apogeo de este segundo naci
m iento polaco. El acercam ien to qu e la expedición de V arna había p rovocado e n
tre el príncipe polaco y sus vecinos d e E u ro p a central es el com ienzo de una vasta
em presa de unificación de los territo rio s eslavos y húngaros de esta p arte de la
cristiandad bajo el control de P olonia. En p rim er lugar, C asim iro zanjó el p ro b le
ma de la influencia alem an a; p or un lado, devolviendo a m anera de feudo una
p arte de los territo rio s de la o rd en teu tó n ica, al tiem po que les qu itab a definitiva
m ente los accesos indispensables al B áltico, so b re to d o en P o m erania (1466); m ás
ta rd e , trató de estab lecer una apariencia de o rd en en las relaciones en tre la aris
tocracia polaca y el p o d er real: en p rim er térm in o , in crem en tan d o este últim o a
base de abundantes secularizaciones de bienes de la Iglesia, y luego o rganizando
el sistem a de «dietinas», reuniones regulares p ero relevantes de la aristocracia
local, destinadas a ratificar, a través de p equeñas asam bleas, reunidas unas d es
pués de las otras localm ente, las decisiones reales. E n el m om ento de la dieta
general de N ieszaw a en 1454, había confirm ado ya el apoyo de la realeza a la
pequ eñ a aristocracia, com o lo habían hecho los angevinos, no hacía m ucho tiem
po, en H ungría. P or últim o, a través de los acu erd o s con los alem anes de la H an-
sa, in ten tó volver a hacerse cargo de una p arte del com ercio in terio r de Polonia:
250 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
M ás allá de R iga, de B rest-L itovsk o de Lvov, el paisaje cam bia, sin las fro n
teras que hoy existen: los ríos se en san ch an , el h o rizonte se aleja, el espacio se
hace inm enso, el relieve p ierde sus rasgos nítidos: estam os en las llanuras d e R u
sia y de U crania, o tro m un d o , o tra cu ltu ra, o tras lenguas tam bién. M enos aún
que cualquier o tra , la historia de las llanuras rusas no form aba p arte de nuestra
exposición antes del siglo x v . E s cierto qu e los escandinavos, en los siglo x y xi,
les habían sacado, po r así decirlo, de la nada tribal en que vegetaban; tam bién
es verdad que en varias ocasiones algunas dinastas de Kiev o de V ladim ir habían
m anifestado su agresividad respecto a sus vecinos griegos del sur; es un d a to cier
to, por últim o, q ue los m onjes bizantinos habían llevado a esos lugares la fe cris
tiana y acercado, en cierto m o d o , esa cristiandad salvaje al m undo helénico; p ero ,
¿los principados rusos que nacen aquí y allí a lo largo del final del siglo xn y del
xm pueden considerarse com o p artes del m undo eu ro p eo ? Las actividades que
se llevan a cabo desorgan izad am en te son el tráfico de pieles y de esclavos, y el
alistam iento de m ercenarios al servicio del basileus o , ev en tu alm en te, de algún
príncipe m usulm án; p o r o tra p a rte , la cu ltu ra e incluso algunos rasgos originales
de la sociedad rusa m erecen sin d u d a interés; p ero , com o en el caso de o tras
poblaciones citadas m ás a rrib a, se tra ta de m undos ajenos a la form ación del p o
derío eu ro p eo . A dem ás, la invasión y la ocupación m ongolas de m ediados del
siglo xm aíslan aún m ás los principados rivales; a u n q u e una victoria conseguida
p or A lejandro Nevski so b re los teutónicos haya p odido ser exp lo tad a com o un
acontecim iento casi «popular», la v erd ad es qu e este episodio no cam bió en ab so
luto la fisionom ía de la historia de E u ro p a.
U na vez m ás, es el siglo x v el qu e introduce un factor de n ovedad, y no se
le com prende m ás que al cabo del q u e le precedió; el fracaso de las am biciones
polacas, o tal vez, al principio, el peligro q u e hacían c o rrer a los príncipes nisos
fue com o la chispa que d esp ertó la conciencia de los príncipes, en lugar de la de
las poblaciones. P or o tra p a rte , la dom inación m usulm ana de las zonas m erid io
nales se debilita y la obsesión de p o d e r ser ased iad a, signo con stan te del alm a
rusa, dism inuye un poco. A la cabeza de este d e sp e rta r está el príncipe de M oscú,
Iván III (1462-1505): es él el prim ero q u e tom a conciencia del peligro polaco,
lim ita en L ituania las preten sio n es de C asim iro Jagellon e, incluso, suscita a su
2 52 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA
m uerte una rebelión en las zonas lim ítrofes; es tam bién él quien em p ren d e el d e s
censo hacia el sur, esta vez hacia E stam b u l, qu e m arca toda la historia rusa. P ero
d etengám onos aquí por un m om ento.
T ras su d e rro ta ante T am erlán y su destrucción casi to tal, el já n a to de Q ip-
chaq u H o rd a de O ro , en 1395, no desapareció to talm en te, pues T am erlán confió
lo que q u ed ab a de él al ján T im ú r Q utlu g (1398-1400), cuyo m inistro y general
Y édigéi consiguió frenar una ofensiva del gran d u q u e de L ituania, V itold (1399),
y hacer reconocer la sob eran ía del ján a los príncipes m oscovitas. T ras la m u erte
de Y édigéi (1419), V itold reem p ren d ió sus ataq u es y llegó a alcanzar el m ar N e
gro, cuya región com pren did a en tre el D n iép er y el D n iéster fue in teg rad a a su
E stad o , al m enos hasta su desaparición en 1430; tra tó de in tervenir en los asuntos
del já n a to de la H orda de O ro (n o m b re que los rusos ad o p taro n ), p ero los d ife
rentes clanes que lo com ponían lograron p reserv ar su in d ependencia y su unidad
hasta 1438. En esta fecha, un funesto can d id ato al já n a to , U lugh M eh m et, se re
tiró a K azán, en el V olga, que convirtió en la capital de un nuevo E sta d o , el
já n a to de K azán, m ientras qu e al sur se extendía el já n a to de la «G ran H o rd a» ,
dirigida por K utchk M ehm et. F in alm en te, en 1441 apareció un tercer já n a to , el
de C rim ea, bajo la au to rid ad del ján H ayi G h irai, fu n d ad o r de una dinastía qu e
d u raría hasta el siglo x v m , en ta n to que m ás al este se creab a el já n a to de A stra
cán, en la desem bocadura del Volga.
D e este m odo, el gran já n a to de Q ipchaq era d esm em b ra d o y sus residuos
conocían fortunas diversas, al tiem po que la am enaza que había hecho p esar so
b re E u ro p a d esaparecía; esta situación era favorable al desarro llo del E stad o
m oscovita y del E stad o polaco-lituano: la G ran H o rd a pasó m uy ráp id am en te a
d e p en d er de los grandes-príncipes de M oscú, y lo m ism o ocu rrió un poco m ás
tard e con los ján ato s de K azán; los m oscovitas trata ro n de so m eter tam bién el
já n a to de C rim ea, pero Hayi G h irai, aliado del rey de P olonia, resistió esta p re
sión hasta su m u erte (1466). Su hijo y sucesor, M engli G hirai dio un giro total a
la situación al aliarse con el príncipe de Moscú Iván III, en tan to qu e el rey de
Polonia C asim iro IV se aliaba con el ján de la G ran H o rd a. P ero , de hecho, cada
so b eran o actuaba en su pro p io beneficio; Iván III tra ta b a de consolidar su posi
ción en R usia e increm en tar sus territo rio s, cosa qu e hizo al co n q u istar N ovgorod
en 1478, al vencer al ján de la G ran H o rd a el añ o 1480, y al obligar a diversos
príncipes rusos a pagar su trib u to no ya a los ján es tá rta ro s sino a él.
Por su p a rte , M engli G hirai tenía en m en te la idea de elim inar de C rim ea a
los genoveses que estab an só lidam ente instalados en la costa y, sobre to d o , en
C affa; pero su actividad económ ica había dism inuido en este secto r desde qu e los
polaco-lituanos ocupaban una p arte de la costa del m ar N egro y co n tro lab an las
rutas de M oldavia y de P odolia, y tam bién desde qu e los o to m an o s con q uistaro n
C onstantinopla au n q u e, poco después de la conquista de la ciudad, fue firm ado
un acu erd o com ercial favorable a los genoveses. El acercam ien to en tre genoveses
y polacos decidió a M engli G hirai a atacar: tras h a b e r to m ad o una a una to d as
las bases genovesas, alcanzó finalm ente, en 1475, C affa, qu e cayó en sus m anos,
lo que ponía fin a la presencia latina en C rim ea, de d o n d e los venecianos hab ían
desaparecido desde hacía m ucho tiem po. N o o b sta n te , M engli G hirai recibió el
refuerzo de trop as o tom an as p ara ap o d erarse de Caffa: a cam bio, reconocía la
soberanía del sultán M ehm et 11, p ero la consecuencia inm ediata de esta acción
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 253