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E uropa y el I slam

en la E dad M ed ia

Crítica
H en r i B resc
PlERRE GUICHARD
R o ber t M a n t r a n

E uro pa
y e l I sla m en la
E d ad M e d ia

C r it ic a
Barcelona
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra
por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento in­
formático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

Traducción castellana de Mercedes Trías (capítulos 1 y 2),


Marta Carrera (capítulos 3 y 4), Rafael Santamaría (capítulo 5)
y Manuel Sánchez (Glosario), revisada por Manuel Sánchez

Fotocomposición: Víctor Igual, S.L.


Cubierta: Joan Batallé
© 1982, 1983 y 2000: Armand Colin Editeur
© 2001 de la traducción castellana para España y América:
E d i t o r i a l C r í t i c a , S.L., Provenía, 260,08008 Barcelona
ISBN: 84-8432-169-X
Depósito legal: B. 2.796-2001
Impreso en España
2001.—A&M Gráfic, S.L., Santa Perpétua de Mogoda (Barcelona)
PRÓLOGO

La aparición del Islam en la historia de la humanidad constituye un fenómeno de


primer orden. Hoy es una potencia espiritual, económica y política que influye día tras
día en el destino del mundo. Varios centenares de millones de creyentes se encomien­
dan, en ocasiones por medio de ritos divergentes, a la palabra de dios, revelada al pro­
feta Mahoma y transcrita por él en una «recitación», el Corán, cuya autoridad es re­
conocida por todos. Más de cuarenta estados, de los 170 que pertenecen a la ONU, se
identifican con esta cultura. Pese a ello, su esplendor dista de haber sido continuo, pre­
visible y sencillo: los ocho o nueve siglos de su historia, que recorre el presente libro,
constituyen el sorprendente testimonio de este fenómeno.
La revelación espiritual que interpretó el árabe Mahoma a principios del siglo vn
debe su originalidad al hecho de haber aparecido en el punto de encuentro de los tres
grandes conjuntos culturales y religiosos de los mundos de Occidente y Oriente Próxi­
mo: el mundo cristiano, en el que destacaba por su esplendor el Imperio bizantino, he­
redero, al menos parcialmente, del Imperio grecorromano de la Antigüedad y centro de
confluencia de los saberes antiguos; el Imperio persa sasánida, donde el culto zoroás-
trico y varios grupúsculos cristianos mantenían vivos el ideal monoteísta y la llama del
pasado caldeo o iranio y, por último, las comunidades judías, dispersas desde los co­
mienzos de la era cristiana alrededor del Mediterráneo y en las ciudades, pero cuya cul­
tura y religión seguían dotadas de gran poder de seducción y esperanza. Este conjunto
territorial, que se extiende desde la península griega o África del norte hasta el Indo y
el borde de los desiertos asiáticos, se caracterizaba por unos suelos que sin duda adole­
cían de graves carencias en agua, madera y hierro, pero contenían riquezas indudables,
como oasis exuberantes o cultivos en terrazas, rebaños y minas de oro. Hacía siglos que
en su vida urbana se concentraba el grueso de las poblaciones sedentarias, que renun­
ciaron a sus tierras estériles en beneficio de las caravanas y los nómadas.
Sin embargo, estas semejanzas enmascaran notablemente las oposiciones políti­
cas y las rivalidades económicas. Es posible que la «explosión» musulmana se viera
apuntalada por la evidente sencillez del mensaje profético, pero su éxito se debió en
buena medida a contingencias coyunturales: la oposición secular entre «griegos» y
«persas», la aspiración constante a la independencia de las viejas tierras de África del
norte, o futuro Magreb, aún númida y escenario del Egipto eterno. Explotando estas
tensiones, ganando a su causa a pueblos que iban arrebatando a los griegos, persas o
godos, y que sometían a una autoridad muy leve y tolerante, los árabes crearon, en
cien años, un imperio de tipo militar y fiscal cuyos únicos elementos unitarios eran el
empleo preponderante de la lengua coránica y un culto inspirado en los judíos y cris­
tianos, pero que se abstuvieron de imponer.
8 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

Será durante los tres primeros siglos de su existencia, de la muerte de Mahoma a


mediados o finales del siglo x, cuando el Islam vivirá su apogeo. Su extensión territo­
rial es, sin lugar a dudas, el rasgo que antes salta a la vista. Entre 635 y 750, los com­
batientes del Islam redujeron a cenizas el Imperio persa, arrebataron a Bizancio Asia
menor, Oriente Próximo y África del norte, y a los godos España y el Languedoc. A
mediados del siglo viii, esta primera oleada fue contenida por los francos en la Galia
del sur, por los griegos bajo las murallas de Constantinopla y por los chinos en Tran-
soxiana. De hecho, si hablamos de «árabes» en esta ¿poca es por mera comodidad. La
mayoría de los príncipes o jefes militares todavía proceden de esta etnia, pero los sol­
dados y el grueso de la población es bereber, española, egipcia, siria, turca o kurda; el
gobierno de las ciudades está en gran parte en manos de los dhimmis, los «sometidos»,
«gentes del Libro» —léase «la Biblia»— , es decir, judíos y cristianos no conversos, y
son sobre todo los judíos quienes controlan el comercio. De hecho, pronto no habrá
uno sino tres «imperios» o califatos: uno, el de los omeyas, en Córdoba y de tenden­
cia liberal; el segundo, fatimí, en El Cairo y herético; el último, abasí, en Bagdad y
apegado a una estricta ortodoxia. Pero es sin duda entre 750 y 1050, por este contacto
con las tradiciones de los pueblos incorporados, cuando la civilización musulmana
brilla con mayor esplendor: caravaneros y vendedores de esclavos, doctores de la fe y
copistas de textos antiguos, acuñadores de monedas de oro y marinos consumados, los
musulmanes son los amos del mar, el desierto y el pensamiento.
Hay que distinguir una segunda fase en la historia del mundo musulmán, entre
950 ó 1000 y 1200 ó 1250. Se produce un repliegue, primero territorial: se pierde
prácticamente España y luego Córcega y después Sicilia; las costas de Asia menor,
primero reconquistada por los griegos y más adelante recuperada por los turcos, deja­
rán de ser musulmanas; los «francos» se implantan brutalmente en numerosas regio­
nes del norte de África o de Siria y Palestina durante dos siglos; más al este, los tur­
cos islamizados empiezan a retroceder ante el avance de los nómadas mongoles,
impíos. Aunque todavía tenga poderosos arrebatos defensivos tanto en España como
en Jerusalén, y aunque su prestigio cultural parezca intacto, el Islam padece cada vez
con mayor agudeza la presión cristiana; el oro africano escapa en parte a su control;
los comerciantes italianos parecen ubicuos y el Mediterráneo ha dejado de ser un
«mar árabe». Además, la situación económica se modifica: el gigantismo de las ciu­
dades mata el campo y los desgarros religiosos acaban arruinando a los pueblos alza­
dos en armas: uno tras otro, los tres califatos desaparecen.
La brutal conquista mongol que lleva a las tribus asiáticas hasta el Mediterráneo
y Europa central asesta al Islam un golpe casi mortal, pues las hordas tártaras despre­
cian la civilización urbana tanto como la unicidad de la fe; entre 1250 y 1350, el Islam
se retrae hacia el sur, África o el Indo, y pierde la hegemonía cultural durante siglos.
Pese a todo, el vigor de este gran organismo herido no ha desaparecido, ya que la fe
musulmana se extiende poderosamente en esas nuevas direcciones: el África negra o
el mundo de las Indias. Aún más: después de 1350, los turcos otomanos franquean el
Bósforo e inundan los Balcanes eslavos. Tras 1500, este nuevo Islam de semblante
turco extenderá su control a una gran parte de las tierras musulmanas de África y las
tierras cristianas del Danubio, pero se trata ya de un Islam sin brillo cultural ni vigor
económico: es un «hombre enfermo» acechado por el expansionismo europeo.

R obert F o s s ie r

París, 15 de enero de 2001


Capítulo 1
DEL MODELO HEGIRIO
AL REINO ÁRABE
(siglo VII - mediados del siglo VIII)*

El m undo islám ico de los p rim eros siglos m edievales se define no tan to por
una com unidad de estru ctu ra económ ica social o técnica sino más bien por el p re­
dom inio absoluto de un sistem a de valores y de un m odelo político y cultural que
arrolla los «conjuntos» que le han precedido en el espacio geográfico oriental y
m editerráneo, que aniquila su recu erd o y llega a reducir y en q u istar los restos de
los mism os. P ero este m undo en elaboración y en construcción presenta las mis­
mas características generales que los m undos bizantino y sasánida a los que susti­
tuye: sus econom ías y sociedades, cuando pueden ser objeto de estudio y puede
analizarse su evolución, no constituyen entidades autónom as cuyo sistem a políti­
co y cultural sería un m ero reflejo de las mismas; la conquista m usulm ana no
superpone sim plem ente un lenguaje .com ún a los m undos que unifica ni im pone
sólo un código fiscal com o sím bolo de una dependencia efectiva. El E stad o , al
igual que en la A ntigüed ad , es al mism o tiem po un espejo de las desigualdades
y un instrum ento represivo que las codifica e inm oviliza; es tam bién el m otor de
la circulación de bienes y valores. En función de este E stado se establece una
clase de privilegiados, casi de funcionarios, constituida en un principio por la to ­
talidad del pueblo m usulm án qu e se ha lanzado a la conquista y, m ás tard e, por
los grupos sectarios o las clientelas dinásticas; gracias al E stad o funciona una eco­
nom ía m onetaria en la que la única función del m etal es reforzar la jerarq u ía m e­
diante una im posición fija sobre la producción de las p equeñas unidades cam pe­
sinas.
Al igual que el m undo antiguo, del que la Dár al-lslám (conjunto de países
m usulm anes) constituirá un reflejo no sólo de sus grandes rasgos sino incluso de
sus más pequeños detalles, el m undo nuevo se presenta com o una totalidad; to ­

* La transcripción de los términos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Sanisó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
10 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

dos los elem entos se relacio n an y, en él, la adhesión es profunda y vital: la duda
constituye el enem igo principal, y es un riesgo de anarquía social y de maldición
que aniquila la personalidad. P o d er, facciones, fam ilia y pensam iento religioso
son los m otores de la evolución social. La propiedad de los m edios de producción
o el lugar que se ocupa en la circulación de bienes son factores secundarios ya
que dep en d en , en prim er lugar, del ejercicio de un p o d er del E stad o que va siem ­
pre acom pañado de una adhesión ideológica total a una dinastía gobern an te, que
constituye la garantía de la justicia, la arm onía y la salvación. El m odelo teo crá­
tico encarnado por el Profeta ejercerá una misma influencia sobre todas las expe­
riencias revolucionarias o conservadoras que surgirán en el futuro. S erán, no obs­
tan te, el pensam iento antiguo y, sobre todo, la gnosis los encargados de articular
en program as políticos esta sed de unidad y de salvación así com o la esperanza
apocalíptica. A nalizar las m utaciones del m undo islám ico en tre los siglos viii y
xi aplicando esquem as de conflicto e n tre burgueses y m ilitares «feudales» pued e,
evidentem ente, llegar a aclarar ciertos aspectos de una realidad que se ha renova­
do rep etid am en te, pero sin duda tam bién contribuirá a oscurecer una originalidad
y una perm anencia sorprendentes.

U n O r ie n t e P r ó x im o d e s g a r r a d o a n t e u n a r e v o l u c ió n r e l ig io s a

E n el año 610, en el m om ento en que com ienza la profecía islámica, el O rien ­


te Próxim o se encuentra dividido en dos grandes im perios, dos sociedades m o n ár­
quicas provistas de una aristocracia de E stad o y de un clero centralizado p ero
carentes de una unidad ideológica o religiosa: la m o narquía y la dinastía se iden­
tifican, en efecto, con un pueblo d o m inante y con una cultura hegem ónica. El
O rien te Próxim o bizantino som ete, a la au toridad de los griegos y a la ortodoxia
establecida en el 451 en el concilio de C alcedonia, a toda una serie de naciones
antiguas sem ihelenizadas cuyas opciones religiosas, las «herejías», in tentarán re ­
forzar la originalidad de los grupos nacionales b ebiendo en el m anantial de las
polém icas teológicas. La persecución m elkita (en nom bre del rey, el em p erad o r
bizantino) no fue siem pre uniform e, ni las opciones heréticas resultaron, tal com o
se ha visto, un simple reflejo de las peculiaridades lingüísticas y de las tradiciones
étnicas. E n E gipto, en donde los m elkitas son poco num erosos y la opinión se
aglutina en torno a la iglesia m onofisita, la lengua copta constituye un elem ento
unificador eficaz así com o un signo de oposición a los griegos. H acia el 610 surge
en este país un clima de te rro r tras el exilio del patriarca B enjam ín y la apostasía
forzosa de los obispos, sacerdotes y m onjes, obligados a a d o p tar la solución im ­
puesta por H eraclio (638) al problem a cristológico, el «m onotelism o». Sirios y
m esopotam ios, de lengua aram ea y siriaca, se en cu en tran por el contrario dividi­
dos en tres confesiones: los m elkitas son num erosos e n tre la aristocracia de Jeru-
salén, donde un solo patriarca m antiene la ortodoxia griega; los m onofisitas, que
se identifican con la tendencia «jacobita» definida p o r Severo de A ntioquía y lu e­
go im plantada por Jacobo B aradai, un p redicador itin eran te, se agrupan en to rn o
al patriarca de A ntioquía y su fuerza se apoya esencialm ente en una base m onás­
tica; tenem os, finalm ente, el grupo constituido p o r la cristiandad iraquí e irania
cuyos obispos eligieron, desde el 484, la teología de T eo d o ro de M opsuente y
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE II

establecieron, en el 485, un catholicos n estoriano en C tesifón. C uando, hacia el


año 491, el em p erad o r Z en ó n expulsó a todos los nestorianos del Im perio, sólo
logró reforzar la posición de esta Iglesia sem ioficial p ara todos los cristianos del
im perio persa. Si los jacobitas de Siria se sienten en com unión con los coptos de
E gipto, se encu en tran , p o r o tra p a rte , separados de los siriacos de M esopotam ia
así com o de los arm enios, los cuales, p or su p arte , abrazan m ay oritariam ente la
Iglesia oficial; la m ism a separación existe, p or otra p arte , con respecto a los mo-
notelitas de A ntioquía, agrupados en to rn o al m onasterio de San M arón.
El im perio sasánida tam poco se en cu en tra sólidam ente unificado: adem ás de
las divisiones «horizontales» en tre la aristocracia persa y los pueblos vencidos y
som etidos del Iraq y de A rm en ia, el m undo iranio en sí mism o sólo se ha conver­
tido de m anera ap aren te a la orto d o x ia zoroastriana. Si bien se han apagado los
fuegos sagrados de las restantes ram as h ered eras del antiguo m ensaje del A ve sta ,
el zorvanism o y otros m ovim ientos heréticos subsisten en el inconsciente o en el
fervor popular, se enraizan en el seno de la corte y agitan las m asas. El príncipe
M ani había predicado, en el siglo m , un sincretism o y una m oral de la verdad
absoluta, de la división de los principios buenos y m alos, del rechazo de la carne
y de cualquier obra de m u erte. E jecu tad o en el año 276, M ani dejó una am plia
herencia ideológica que q uedó inerm e ante la represión. H acia el año 500, en
tiem po del sháh K ubadh, el filósofo M azdak arrastró al im perio a una guerra d e ­
sastrosa: apoyado en un principio p o r el m ayor de los príncipes hered ero s, p ro v o ­
có luego su caída y facilitó el acceso al p o d er del más joven de estos príncipes,
C osroes II (Jusráw II). T odo el no rd este del im perio se escapa, así, a la religión
zoroastriana: en torno a Balj (B actria), la B actriana y los antiguos países irania­
nos situados m ás allá del O xus o A m u D arya, la Fargána y la U shrusana en la
m ontaña, los principados sogdianos de Sam arcanda y B ujára se convirtieron p ro ­
fundam ente al budism o. En Balj se en cu en tran más de cien pagodas (viharas),
así com o 3.000 m onjes y, sobre to d o , el «nuevo V ihara», en N aw bihar, cuyo prior
será el antepasado de la p oderosa fam ilia de visires B arm akíes, en tiem po de los
califas cabbásíes.
E stas debilidades son, p or consiguiente, estructurales: oposición larvada de
enorm es m asas cam pesinas, sólidam ente apoyadas p o r una red de m onasterios y
de predicadores errantes; resistencia m oral y fiscal com binada en provincias e n te ­
ras; finalm ente, divisiones teológicas de los m edios políticos y religiosos de las
cortes reales, los cuales se m o straban siem pre dispuestos a buscar una solución
de conjunto o a seguir una «herejía». D u ran te los años 600-610 se añade a esta
situación el agotam iento d ebido a la guerra encarnizada en tre los dos im perios:
ésta se desarrolla en buena p a rte con ayuda de guerreros pertenecientes a los dos
principados árabes/vasallos, am bos cristianos, el de los gassáníes, situado en los
confines de Siria, y el de los lajm íes de las riberas del É ufrates. D e esta m anera
los árabes, hasta entonces recluidos en la reserva de valores y principio de liber­
tad que constituye el desierto, se in troducen de m anera gradual en el gran conflic­
to teológico y político de O rien te.
Estos árabes son, fundam ental y etim ológicam ente, nóm adas. Al sur se e n ­
cuentran los árabes «puros» y al n o rte los «arabizados», todos ellos unidos y fe­
derados por el centro caravanero y religioso de La M eca, custodiado por la tribu
de Q uraysh. Al n orte en contram os un m undo de pastores, conservador, aferrado
12 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

a los valores de la libertad qu e im pone la estru ctu ra tribal o el estado de guerra


p erm an en te en tre los grupos; al sur se halla un m undo u rb an o , aislado de la evo­
lución religiosa y cultural de los países sem íticos d ebido a la b arrera del desierto
de A rab ia, orgulloso de su tradición de libertad (se trata del único pueblo sem í­
tico autónom o) y provisto de estructuras sociales y culturales arcaizantes (ciuda-
des-estado, panteones locales). Las guerras, qu e lanzan nuevas fuerzas al asalto
del Y em en, detienen el proceso evolutivo del reino yem ení de H im yar que avan­
za hacia un im perio m ilitar y hacia un m onoteísm o ju d aizan te. Por o tra p arte, se
refuerza la solidaridad de los árabes m eridionales y septentrionales: en el 525 los
etíopes de A xum , em pujados p o r los bizantinos, conquistan Y em en y acaban con
la m onarquía him yarí; no o b stan te, los supervivientes se alian con las tribus del
norte y dan nueva fuerza a una confederación, cen trad a en La M eca, que acabará
con la ocupación etiópica en el 571. E sta resistencia cristalizó en to rn o al orgullo
que los árabes sentían p or su originalidad lingüística y cultural. A sim ism o valori­
zó un «hum anism o tribal», con su énfasis en el ho n o r y su ética de libertad y
virilidad, aunque subrayó tam bién sus contradicciones con las exigencias de m o­
noteísm o.

M ahom a

Si las debilidades o la crisis, que se definen a posterioriy no pueden constituir


el único factor d eterm in an te de la caída de los im perios del O riente Próxim o,
ello se debe a que el Islam se p resen ta, ante to d o , com o una revolución. No se
trata de una revolución social, ya que el Islam no atribuye ningún valor especial
a la pobreza, por más que la expansión m usulm ana pudo verse acom pañada, es­
porádicam ente, de venganzas y ajustes de cuentas. T am poco es una revolución
«nacional» de pueblos m inoritarios som etidos a los grandes im perios. Se tra ta ,
en cam bio, de una revolución religiosa, lo cual implica que afecta, a la vez, los
planos político, intelectual y filosófico, y está cen trad a en una nueva apelación a
la fundam ental unidad de lo divino y m arcada p o r la experiencia inefable de la
profecía, o sea de la relación directa con Dios. La llam ada desde La M eca a una
m utación de valores y a una ru p tu ra con el paganism o que se está organizando
hace surgir la extraordin aria fuerza del m onoteísm o. El período d u ran te el cual
M ahom a reside en M edina d ará lugar, en cam bio, a una corriente profética que
se disciplina y se canaliza hacia la creación de un E stad o , cuya estructuración no
se term inará nunca pero que constituirá el m odelo ideal incierto de su legitim i­
d ad , a m edida que se vea agitado p or las fuerzas explosivas que surgen y son
suscitadas por la llam ada del P rofeta. E n veinte años se forja el conjunto de p rin ­
cipios en los que se apoya una cu ltu ra, una fe y una ley, frente a un E stad o que
siem pre se pone en tela de juicio.
Podem os extrañarnos de la inm ensa adhesión del m undo cristiano de A sia y
de Á frica o del conjunto de países dom inados p o r el orden zoroastríano-sasánida
a una religión defendida p o r un g rupo, num éricam ente muy m odesto, constituido
p or los árabes del H idjáz, que no se caracterizaban p o r una capacidad filosófica
p articular ni por m anten er relaciones estrechas y sostenidas con los grandes cen ­
tros de cultura —A ntioquía, A lejan d ría, H arrán , C tesifón o D ju n d ish ap u r— en
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 13

los que se había producido la fusión e n tre la herencia clásica y las grandes co rrien ­
tes religiosas m onoteístas. El «escándalo» intelectual del nacim iento del Islam fu e­
ra de las áreas ya convertidas al m onoteísm o recu erd a, de hecho, el carácter tam ­
bién subversivo y m arginal de la m ayoría de estas tendencias religiosas en sus o rí­
genes: el Islam redescubre la radicalidad del judaism o o del cristianism o prim iti­
vos frente a los panteones y a las construcciones filosóficas com plejas de su tiem ­
po. E n el Islam , la cultura sem ítica de expresión griega en cu en tra, p o r vez prim e­
ra, su originalidad y su verdad: ab an d o n a las expresiones extranjeras que la a h o ­
gaban así com o las teologías filosóficas, p o r más que las recupere más tarde.
En el m om ento en que em pieza la predicación de M ahom a (M uham m ad) en
La M eca, la A rabia central sigue exp erim en tan d o la tensión provocada por la
invasión del Y em en por los etíopes cristianos, tal vez en represalia p or las p erse­
cuciones de las que fueron objeto los cristianos árabes de los oasis a m anos de
los príncipes yem eníes ju daizantes. El valor sim bólico de la victoria que o btiene
la coalición árabe en el A ño del E lefan te (571) ante La M eca es enorm e. El san ­
tuario abriga, en efecto, los ídolos ciánicos y tribales, reunidos, bajo la custodia
de la tribu de Q uraysh, en el «recinto de A braham », en torno a la K acba, el
«cubo», la prim era casa, iiarto ru d im en taria, de Ism ael, el hijo de A braham . En
ella cristaliza la relación con los orígenes mism os del m onoteísm o y justifica la
elaboración de una vía original, p ro p iam en te árabe al culto del D ios único a tra ­
vés de los hanífs, hom bres piadosos cuya fe en D ios contiene referencias explíci­
tas a A braham . P or o tra p arte, dad o el carácter de santuario federal, aun q u e in­
form al, que tiene la K acba, La M eca espera y desea la aparición de un profeta
capaz de estru ctu rar un p an teó n jerarq u izad o , para que pueda consolidarse la he­
gem onía de las tribus y de los qurayshíes. El p oder de estos últim os se encontraba
en auge debido a los cam bios sufridos por las vías com erciales: la decadencia de
los transportes m arítim os a través del m ar R ojo y la de las rutas caravaneras hacia
el codo del E ufrates* debido a la guerra e n tre persas y bizantinos, había estim u­
lado el desarrollo de una nueva ru ta caravanera que pasaba por los oasis del Hid-
jáz, en tre el Y em en, p ro d u cto r de plantas arom áticas e im portador de especias
indias, y Siria. El enriquecim iento y la irrupción de la econom ía m onetaria am e­
nazaban el equilibrio tradicional de las estructuras ciánicas y de las relaciones e n ­
tre clanes; el dinero iba a sustituir a los valores del «hum anism o» tribal: virilidad,
generosidad y solidaridad agnática. E sta es la razón p or la cual el m ovim iento
iniciado p or la predicación de M ahom a tiene, por una p arte , el carácter de rev o ­
lución debido a su adhesión radical a una nueva m oral fam iliar y, por o tra , cons­
tituye una restauración de los valores fundam entales del m onoteísm o que, a lo
largo de la historia del O rien te Próxim o, había m ostrado su creciente decadencia.
C onstrucción de una fe «total» y, al mism o tiem po, revolución árabe que logre
el retorno triunfante del D ios único a los tem plos de los que había sido expulsado
debido al olvido del pacto fundam ental de los hom bres con É l, por paganism o o
por la com plejidad de las disquisiciones de los teólogos, em peñados en conocer
la naturaleza divina. M ahom a se sitúa, desde un principio, en la tradición de
los grandes profetas del judaism o y de las restantes ram as de la revelación: los
Shu3ayb, SSlih, HOd, los profetas de M oab y de los pueblos árabes del n o rte d e ­
sem peñan un papel fundam ental en el C orán y evocan la om nipotencia divina y
la inm inencia del Juicio.
14 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

D e la predicación a las armas

La ruptura protagonizada p or este m ercader, rico, responsable en el seno de


su com unidad (adm inistraba la reconstrucción de la K a'b a ) y m onógam o, ha sido
com parada con otros destinos místicos: se trata de una aventura que, en un p rin ­
cipio, tiene un carácter individual y cristaliza en predicación tras un largo período
de m editación. E n un principio el P rofeta p rocede, sin du d a, a una búsqueda p e r­
sonal de salvación: la revelación del 610 constituye, p ara él, un m ensaje que con­
m ueve a un alm a exigente, un m ensaje espiritual, una llam ada a la justificación
y al respeto de los im perativos de la vieja m oral ciánica, aunque d ep u rad a de su
orgullo y de su egoísm o. A l co n d en ar el m atrim onio consanguíneo y m aldecir el
asesinato de las niñas recién nacidas, M ahom a tendía a d estru ir la sociedad tribal
por explosión dem ográfica o por ru p tu ra de la solidaridad de clan. E n esta prim e­
ra etap a la revelación profética se deja a rrastrar p o r la propia evolución de la
sociedad m ekí, sin tratar de rem odelarla pero sin integrarse tam poco en ella.
M ahom a se niega a vestirse com o un adivino (káhin) o a asum ir sus funciones;
sus contactos con otros h a n ifsy incluso la com petencia con o tro profeta (M asla-
m a), el hecho de que se reúnan en to rn o a él «jóvenes y débiles» excluidos de la
sociedad tribal, son un conjunto de hechos que cam bian gradualm ente su función:
del m ensaje que afirm a la preem inencia del D ios de salvación, M ahom a pasa p ro ­
gresivam ente a la reform a política y social.
Los qurayshíes no se equivocan cuando le ofrecen el liderazgo de un m ovi­
m iento de reform a y le sugieren que sea, a la vez, el Licurgo y el H esíodo llam a­
do a establecer un nuevo p an teó n . El P rofeta acepta en un principio la tarea de
fijar la genealogía de los dioses pero p ro n to se echa atrás ante una doble presión:
por una parte es consciente de que D ios habla por su boca y, p o r o tra, el rechazo
de la idea por sus prim eros conversos. Sólo le p rotege la m oral tribal de la soli­
daridad a pesar de las condenas que lanza contra el orgullo y la violencia de las
fam ilias qurayshíes. Insertad o gradualm ente en la tradición m onoteísta, su m en­
saje se cristaliza por la adhesión de los prim eros fíeles, las «gentes de la C asa»,
sus parientes Jadídja, su única esposa, cA lí, a la vez sobrino y yerno, el liberto
Z ayd, un verdadero hijo adoptivo, más tarde algunos vecinos com o el om eya
cU thm án y cU m ar ibn al-Jattáb , y finalm ente personajes m ás hum ildes com o Bi-
lál, el esclavo negro perseguido p or su am o y rescatado p o r M ahom a. El m ensaje
profético, que d u rante m ucho tiem po perm anece difuso, se integra en el rito de
la oración cotidiana y constituye, hacia el 619, una p rim era com unidad de n a tu ra ­
leza particular, igualitaria y revolucionaria. A la m u erte de su tío A bú TAlib, que
ha protegido al grupo de creyentes sin sum arse a la nueva religión, el P rofeta
decide una ruptura sin p recedentes: p ara escapar a la persecución se im pone la
em igración y las m ujeres y niños p arten en dirección a la E tiopía cristiana. E sto
confirm a la existencia de lazos con el cristianism o en un m om ento en el que su r­
gen versículos coránicos que exaltan a la V irgen y recuerdan la concepción de
Jesús por obra del E spíritu, con lo que adquiere un lugar excepcional en la línea
profética. M ahom a entab la contactos con los hantfs y con los clanes árabes de
Y athrib, la ciudad p o r excelencia en el m om ento en q u e el P ro feta se establezca
en ella ( M adtna, M edina). A llí se en cu en tran tam bién varias tribus judías y se le
ofrece el papel de árbitro . Su em igración (hidjra, ‘h ég ira’) hacia el refugio, el 24
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 15

de septiem bre del 622, funda el Islam com o com unidad universal: es la «hégira»,
la em igración provisional, ru p tu ra y exilio voluntario. E l Islam , religión de la
duda en la que nada pu ed e escapar a la om nipotencia divina, se afirm a p or este
acto original com o una religión del exilio que obliga a abandonarlo todo y a d e ­
pen d er únicam ente de la voluntad divina.
La acogida por parte de los m ediníes, los denom inados «auxiliares», a los in­
m igrantes que han llevado a cabo la hégira (los m uhádjirún), seguida de la co n ­
versión a la fe m usulm ana, bastan te rápida, de los prim eros, da lugar a la consti­
tución de la p rim era com unidad, la u m m a , pacto de solidaridad to tal, adhesión
intim a y fam iliar a la som bra de lo divino om nipresente; pues D ios está hablando
p or boca de su P rofeta con m enos solem nidad en M edina que d u ran te los p rim e­
ros tiem pos de la revelación. Se com prende m ejor, de esta m anera, la e x trao rd i­
naria nostalgia que suscita en toda la historia del Islam esta com unidad m usulm a­
na de la hégira, en la dár al-hidjra, ‘casa de la em igración’, expresión con la que
se denom ina a M edina. C ada siglo será testigo de las tentativas, incluso sectarias,
de volver a la pureza de las relaciones e n tre los hom bres, y en tre éstos y D ios,
a esta sim plicidad del E stad o , sim ple caja com ún alim entada por las co ntribucio­
nes voluntarías de cada ciudadano o p or el botín de guerra obtenido en la lucha
contra los infieles. Se trata de un pueblo arm ad o , al que se reúne con facilidad,
que vive en una igualdad que traduce la igualdad fundam ental de la oración. E ste
«modelo» sostendrá siem pre la m archa ofensiva del Islam en sus fro n teras, e stre­
cham ente ligado a la «vocación» de las alm as p or D ios, m enos preocupado por
la conversión que por la conquista, m enos p redicador que defensor activo de los
derechos de D ios. Será el m odelo que anim ará todos los m ovim ientos de reto rn o
a un Islam prim itivo, desde las secesiones járidjíes hasta las insurrecciones cárm a-
tas, la «vocación» fatim í y, con el transcurso de los siglos, volverá a e n co n tra r­
se en el m ahdism o sudanés del siglo xix o en la Sanúsiyya de la Libia co n tem p o ­
ránea.
M edina es tam bién el lab o rato rio en el que se definen las relaciones del Islam
con las religiones m onoteístas: el contacto con el judaism o en esta ciudad resulta
fructífero para el Profeta, que ad o p ta sin reservas las costum bres judías, las
prohibiciones alim entarias, el ayuno (fijado entonces en el día 10 del m es de
m uharram ) y refuerza los lazos de su doctrina con la religión de la ley. El Islam
escapa de esta m anera a la atracción de un cristianism o que resulta únicam ente
m oralizante e incapaz de fu n d ar un E stad o , m ientras que los elem entos ju d aizan ­
tes se ponen inm ediatam ente al servicio de la lucha m ilitar que la um m a ha em ­
p rendido en contra de los paganos de La M eca. É stos subrayan, al igual que la
oración com unitaria dirigida hacia Jeru salén , la unidad de los m usulm anes «com­
batientes» de la fe y de la ley. N o o b stan te, este hecho se produce debido a un
m alentendido extraordin ario : M ahom a se considera un p rofeta d en tro de la línea
que une a N oé, A braham y M oisés con Jesús; liga su m ensaje con las llam adas
y la visión de D ios de sus p redecesores y afirm a in m ediatam ente su carácter uni­
versal con lo que rom pe con la noción de «pueblo elegido». P ara los judíos o
judaizantes de M edina, M ahom a era únicam ente un p rofeta árab e, destinado a
difundir en árabe y p ara los árab es una especie de religión p aralela al judaism o.
T ras un período de colaboración m ilitar eficaz se producirá la ru p tu ra en dos e ta ­
pas: expulsión de las tribus judías en el 625 y, m ás tard e, aniquilación de los
16 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

Q urayza en el 627 tras h ab er sido acusados de traición. El profetism o de M ahom a


apela, entonces, de m anera m ás estrecha al p ersonaje de A braham y al de su hijo
Ism á^l y reafirm a el papel central de la K acba de La M eca. Es el m om ento en
el que se m odifica la dirección de la oración, que ap u n ta ah o ra a La M eca, y en
el que el ayuno se endurece y extiende a un mes lunar e n tero de abstinencia de
alim entos y continencia diurnas: se tra ta del mes de ramadán (ram ad án ), que re ­
cuerda el aniversario de la prim era profecía. F inalm ente, se abandonan las p res­
cripciones alim entarias aunque se conserven las interdicciones más tradicionales
relativas al cerdo o a los anim ales m uertos. El h o rro r por el consum o de la san­
gre, de origen judío e im plantado en M edina, m arcará igualm ente al m usulm án.
Los principales resultados de la hégira son, no o b stan te, la m ilitarización de
la com unidad y la vida basada en el botín que ob tien e una um m a hegem ónica y
com batiente: en enero del 624, sin resp etar las treguas sagradas establecidas en
to rn o a la K acba duran te tres m eses cada año, M ahom a inicia una cam paña de
guerrillas contra los m ekíes, atacando a las caravanas y llegando a cam biar la n a ­
turaleza misma de la guerra. La «guerra elegante», cuya finalidad era hacer p ri­
sioneros y som eter a las tribus bajo la apariencia de una dependencia fam iliar, es
sustituida por el Profeta p or una guerra total, sin p iedad, que p reten d e la d estru c­
ción de las estructuras políticas o religiosas del m undo m ekí. La d erro ta sufrida
en el año 627 por el ejército qurayshí, bajo el m ando de los om eyas Jálid y cA m r,
implica el hundim iento m oral de la tribu. Sin renunciar a su m ilitarización, el
organism o m ediní insistirá, a p artir de este m om ento, en el reto rn o a los valores
fundam entales del pueblo árabe: tras la conversión al Islam de los generales o m e­
yas se llega a un acuerdo en tre La M eca y M edina, en el 628, que perm ite que
los m usulm anes de M edina tengan, el año siguiente, la vía abierta para efectuar
la peregrinación a la Kacba. M ahom a procede entonces a una recuperación y sa-
cralización de los ritos, restableciendo su significado den tro de la historia de
A braham : siete circunvalaciones en torno a la Kacba, siete carreras e n tre Safá y
M arw a, detención para rezar en el m onte cA rafát, lapidación de Satán en el valle
de M iná y, finalm ente, la Pascua, la «fiesta grande» que conm em ora, de m anera
aún más exclusiva que las pascuas judía y cristiana, el sacrificio fundam ental de
A braham . La peregrinación pacífica del año 629 garantiza a los qurayshíes, p o r
consiguiente, que La M eca siga siendo el centro político y com ercial de A rabia
a pesar de la islam ización definitiva del santuario. P or o tra p arte, las expediciones
m ediníes habían am pliado el ám bito de influencia m usulm ana qu e, lim itada en
un principio a las tribus del H idjáz, se extendía ah o ra a am plias zonas del sur y
de los confines siro-palestinos. E n el año 630 un* gran ejército de 10.000 m usulm a­
nes com parece para realizar la peregrinación: el hadjdj se convierte en una e n tra ­
da victoriosa, se destruyen los ídolos y se restablece la unidad en tre la tribu de
quraysh y el más ilustre de sus hijos. Al año siguiente se prohíbe definitivam ente
la peregrinación a los no-m usulm anes y se o p era una identificación en tre e(l Islam
y el m arco sagrado que le precedió. No ob stan te, la capital del E stado islámico
no será nunca La M eca: en tre el 630 y el 632, fecha de la m u erte del P rofeta, al
igual que bajo los prim eros califas, la capitalidad se asociará sólidam ente con M e­
dina, que seguirá siendo el principio de legitim idad, el centro de insurrecciones
eventuales de varios anticalifas y la residencia predilecta de los parientes más p ró ­
ximos del P rofeta, los descendientes de cA li.
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 17

E l MODELO DE ESTADO MEDINÍ

El estado m ediní se en carn a en el m on u m en to p o r antonom asia del Islam p ri­


m itivo, la prim era «m ezquita», el m asdjid de M edina: se trata de un «santuario»
privilegiado (no en vano el m undo en tero es el san tu ario de D ios) que d ará form a
a un prototipo de edificio cultual m usulm án, la m ezquita con p atio, lugar de o ra ­
ción y centro político en el que se reú n e la com unidad p ara trabajos y cerem onias
colectivas. En un terren o ligeram ente irregular, el P rofeta dispuso un gran patio
cuadrado rodeado de una p ared de ladrillos con tres en trad as; un tejadillo, sus­
ten tad o por colum nas rústicas form adas p or troncos de palm era, b o rd eab a el
m uro n orte, que señalaba la dirección de Jerusalén y, más tard e, después del 624,
el m uro n o rte, la alquibla, dirigido hacia La M eca. F ortín de defensa, lugar de
reunión política y m ilitar, espacio en cerrad o en sí mism o al igual que la casa m u­
sulm ana, el santuario de M edina se en cu en tra dom inado por la sede del P rofeta,
su alm im bar, y co m prende su casa y un rosario de habitaciones dispuestas a lo lar­
go del m uro este. A la hora de la oración la com unidad igualitaria de los m usul­
m anes se dispone en una serie de filas, paralelas al m uro de la alquibla, y sólo
q ueda aislado el im ám (im án), el «guía» de este culto de alabanza y adoración.
P ero, tras la m uerte de M ahom a, ¿quién m an ten d rá el contacto en tre el D ios tras­
cendente y la com unidad de sus ad o rad ores? ¿C óm o llevar a cabo la unidad de los
creyentes y responder a las nuevas preguntas que se planteen? ¿C óm o se podrá
desarrollar y d efender el m ensaje divino ya que únicam ente el Profeta se encon­
traba en relación directa con D ios y daba testim onio de la voluntad divina m e­
diante sus juicios, sus hadices, así com o m ediante el ejem plo mismo de su vida?

E l Estado recluido íntegramente dentro de la m ezquita

El ejem plo de la m ezquita m uestra tanto la unidad de función en el seno de


una organización única de la sociedad-E stado de los m usulm anes, com o el co n ser­
vadurism o de un sistem a que rep ro d u cirá dócilm ente el m odelo de M edina en
todo el Dar al-Islám. Por todas p artes los m usulm anes construyen santuarios que
conservan la form a cuad rad a del p ro to tip o , su espacio prohibido y cerrad o , la
asim etría de su organización, así com o los grandes rasgos de su m obiliario: el
alm im bar, estrech am ente relacionado con la oración del viernes a m ediodía, que
expresa la solidaridad m ilitante del pueblo en arm as, es el lugar desde el que el
predicador, tam bién arm ado y vestido ritu alm en te, proclam a la legitim idad de la
dinastía que ocupa el poder; es la cerem onia de la ju tb a , que une a la com unidad.
U n nicho vacío, el m ihrá b, señala la «dirección espiritual» de la oración y está
situado junto al púlpito del p redicador; en este m ihráb ha querido verse un resi­
duo de una capilla reservada al califa, p ero se trata de una hipótesis a descartar
sin que ello im plique p e rd er de vista el estrecho vínculo que une la m ezquita con
el palacio, tanto si se trata del palacio califal com o el del g obernador. D ebe ex­
ceptuarse el caso de Jeru salén , d onde la C úpula de la R oca constituye una rem i­
niscencia del lugar del sacrificio, consagrado ya p o r el tem plo de D avid, y la m ez­
quita al-A qsá es la últim a m ezquita, la del juicio y del fin de los tiem pos. En
todos los dem ás casos, la m ezquita aljam a (djám ic) o m ezquita del viernes se e n ­
18 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

cu en tra ju n to al palacio, unida a él p o r un pasadizo qu e desem boca en el espacio


cerrado llam ado m aqsúra, aislado de la p arte pública, d onde reza el titular de la
autorid ad . C om o en M edina, estas m ezquitas asum en d u ran te m ucho tiem po las
funciones de lugar de reunión del ejército, de hospital, de tribunal y de teso ro
público: tal es el caso de D am asco, do n d e el edículo del tesoro se alza sobre una
colum na en un ángulo de la m ezquita de los O m eyas.
E n el año 632, a la m uerte del fu ndador, se han establecido ya los grandes
principios de un E stado y de una sociedad. T enem os, en prim er lugar, «los cinco
pilares del Islam»: la profesión de fe m o noteísta, la oración, el ayuno del R am a-
d án , la peregrinación y, finalm ente, la lim osna legal del diezm o (za ká t, azaque),
engranaje esencial del E stado. P o r o tra p arte, aparecen las «buenas costum bres»,
establecidas por el ejem plo del P rofeta y por sus «dichos», los hadices, m anifes­
tación en tono m enor de la función profética, pronunciados en M edina con m o ti­
vo de la organización de la vida secular. Los m últiples hadices serán jerarquizados
en la práctica consuetudinaria de los m usulm anes y, m ás tard e, discutidos y o rg a ­
nizados en corpus por los prim eros doctores dé la ley. Estos corpus constituirán
la sunna o tradición, que sigue en im portancia al C orán ( Qur*dn), recitación que
contiene la revelación divina, en la enum eración de las fuentes del d erecho m u ­
sulm án. E n tre las buenas costum bres antes aludidas, una de ellas, el djihdd, «es­
fuerzo» m ilitar contra los paganos y contra los que desconocen los derechos de
D ios, adquirirá pronto una jerarq u ía casi igual a la de los Cinco Pilares. O tras
tradiciones, más o m enos islam izadas, se reintroducen en la vida religiosa y en la
organización de la familia: la circuncisión, por ejem plo, la obligatoriedad del velo
fem enino que el P rofeta sólo recom endaba a las m ujeres de su casa y a las esp o ­
sas de los creyentes; tam b ién , pese a h aber sido condenada p o r M ahom a, la en-
dogam ia, que constituía un signo de nobleza en una sociedad basada en el linaje
y era una garantía contra la dispersión de los patrim onios que podía tra e r consigo
la legislación m ediní sobre la herencia (una p arte p ara cada hijo, m edia p arte
para cada hija); finalm ente la poligam ia, autorizada p o r los m últiples m atrim o ­
nios del P rofeta, uniones tan to políticas com o am orosas, que fue estrictam ente
lim itada por la doctrina a cuatro esposas cuyos derechos debían ser iguales y res­
petados, incluso en el plano de la sensualidad, cuyos valores son asum idos p o r el
Islam.
La restauración de las costum bres de la aristocracia m ekí y su difusión com o
m odelo en el conjunto de la D ár al-Islám es el signo de un com prom iso en tre la
sociedad igualitaria de los creyentes -s ie m p re horizontal, teocrática y e n tera m en ­
te dependiente de la voz de D ios en su adm inistración o su ju s tic ia - y la sociedad
m ekí cuyos valores anclados en un pasado lejano, com o la pureza del linaje fam i­
liar, la jerarquía tribal o la solidaridad agnática, constituyen un instrum ento ex­
traordinario de poder pero tam bién un riesgo de inestabilidad. E l sistem a tribal
se im pone, en efecto, al ejército m usulm án y colonizará el E stado om eya: se a p o ­
ya sobre una red eficaz de dependencias y adhesiones y constituye una «república
de primos» basada en un principio aristocrático. A la m u erte del P rofeta, el Is­
lam , conducido por los generales om eyas, será el vehículo de transm isión del p o ­
d er de las grandes fam ilias. E n todas partes se im pondrá un m odelo genealógico
que redescubrirá las viejas costum bres agnáticas m editerráneas patrilineales. La
poligam ia, por su p arte, funcionará com o un p oderoso disolvente de las socieda-
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 19

LOS OMEYAS
(661-750)
Quraysh

Umayya •Abd al-Muttalib


_ l __
AbO-h*Aa Harb AbúTaNb «AbdAMah al-*AbbAs

•Affin Abú SufyAn1


•Ulhmin I
644 656
4. Marwin l I M u eAwiya *AH + FAtima
683-685 (661-68Ó) i
5. *Abd al-Malik ‘ Abd al-'A ilr 2. Yazld I I
7^5
685-70T | M f> » 3 |

--------- 1 6 «Umarll
717-720
3. Mu «Awtya II I
683
6. al-WaUd I 7.Sulaymán O.YazIdll 10 Hiahim
706-715 715-717 720-724 724-743
_L
I
12. Yazld III 13. Ibráhlm 11. ai-Wadd ll
744 744 743-744

14. Marwin II
744-750

des vencidas, obligadas a e n treg ar a sus m ujeres. La guerra de conquista y el d e ­


recho fam iliar constituyen, p or consiguiente, de m anera so rp ren d en tem en te p a ra ­
dójica y en buena p arte ex trañ a a la profecía, una sociedad original cuya gestión
im pondrá un considerable esfuerzo de in terpretación y de reflexión. P ero desde
el m om ento mism o de su constitución, e incluso antes de su triunfo sobre sus
enemigos* la túnica sin costura del Islam m ediní se desgarra en «escuelas», divi­
didas en tem as com o los principios de la devolución del p o d er, las relaciones e n ­
tre el libre arbitrio y la om nipotencia divina, y el vínculo en tre la fe y la reflexión
hum ana.

La «fam ilia» ante los poderes

El «asunto de familia» que constituye la sucesión del P ro feta, con sus episo­
dios trágicos, sus nim iedades y sus luchas de facciones, revela la debilidad fu n d a­
m ental del Islam d u ran te m uchos siglos: la dificultad de definir la legitim idad del
poder. E sta dificultad trae consigo la elaboración de m últiples doctrinas políticas
y, por tan to , religiosas, siem pre profundizadas, enriquecidas p or ap ortaciones ex­
teriores y que con frecuencia se en cu en tran al b orde de la herejía, aunque sólo
sea bajo form a de «exageración», algo m uy frecuente en el Islam. A la m u erte
del P rofeta, una solución conservadora y eficaz p erm ite confiar el p o d er a viejos
20 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

m usulm anes respetados y unidos por lazos de m atrim onio a la familia de M ah o ­


m a: A bú B akr y cU m ar que inician el período de las grandes conquistas. A l hacer
estó, se descarta a otros parientes más próxim os del Profeta: su tío cA bbás, cuyos
descendientes destacarán más tard e sus m éritos y derechos y, sobre tod o , su so ­
brino CA1!, el prim er converso después de Jad id ja, creyente escrupuloso y activo
en torno al que cristaliza un p artid o cuando, a la m u erte de cU m ar, un tercer
«lugarteniente» (Jalifa, ‘califa') se instala en el poder: se trata de cU th m án , un
om eya apoyado por su clan y que em pieza a colonizar el E stado. E ste provoca
la oposición de los creyentes a la antigua usanza, fieles a la vieja u m m a , o la de
los testigos de la R evelación, los «recitadores» del C orán: al o rd en ar el estableci­
m iento de una vulgata o versión única del libro de la R evelación, de la que se
han censurado las m aldiciones lanzadas en un principio contra su clan, cU thm án
se precipita hacia su propio asesinato que ten d rá lugar en 656.
cA li, por consiguiente, llega muy tardíam ente al p o d er, en m edio de una a t­
m ósfera de intrigas y venganzas. A cusado por el g o b ern ad o r de Siria, M ucáwiya,
de h aber instigado el asesinato de su pariente cU th m án , CA1T contem poriza y p ie r­
de a sus partidarios. Forzado a una guerra civil e n tre sus hom bres, agrupados en
K üfa, y el ejército de Siria, evita un choque sangriento al aceptar, en Siffín, so ­
m eterse a un arbitraje que establecerá su responsabilidad eventual en el asesina­
to. E sta debilidad provoca, no o b stan te, el furor de los que protestan contra un
juicio hum ano en un asunto de esta índole. A p artir de este m om ento el Islam
sufrirá una división en tres partidos: de en tre los antiguos partidarios del yerno
de M ahom a, algunos salen de la um m a inicial; son los járidjíes, intransigentes y
rigoristas, que denuncian a los im anes pecadores o a los creyentes relapsos y p re ­
conizan que la pureza de conciencia es el único cam ino posible. En to rno a cA li
sólo perm anece un grupo de creyentes, que p ro n to serán sectarios y que no lo­
gran protegerle del cuchillo de un járidjí. El hijo m ayor del califa asesinado re ­
nuncia a luchar, pero el m enor, H usayn, se alza contra M ucáwiya y los om eyas:
su m artirio en K arbalS3, en el año 680, provoca la creación de un «partido»
(shFa) pro-cA lt, el de los shFíes, legitimistas y m inoritarios, refugiados en una
atm ósfera de arrepen tim ien to trágico y teatral. En cam bio, en torno a M ucáwiya,
el vencedor, se reúnen los m oderados, los oportu n istas, los indiferentes y los am ­
biciosos que aceptan apoyar este p oder m ilitar reflejo de Q uraysh y de las tribus
antiguas: han llegado los O m eyas.
E n conjunto, no o b stan te, las doctrinas filosóficas y políticas que se elaboran
en el ám bito m usulm án, resultan bastan te desfavorables a los O m eyas: el escán­
dalo de Siffln, la desposesión y el m artirio de la familia de cA lí suscitan la refle­
xión sobre la validez del im am ato, sobre la responsabilidad del hom bre e incluso
sobre la naturaleza del C orán o los atributos divinos. La razón, específicam ente
m usulm ana para estos tiem pos, reflejada en el kalám (teología dogm ática), afir­
m a la libertad hum ana contra la «coacción», defendida im plícitam ente p o r los
O m eyas, y contra la predestinación. Los que insisten en la inaccesibilidad de D ios
y en su unidad form an una gran corrien te de p ensam iento, el «muctazilismo»: se
trata de una organización clandestina, que lucha con tra el antropom orfism o y
contra la inm oralidad de los califas om eyas y defiende la obligatoriedad de un
«gobierno del bien» y de rebelarse co ntra los jefes injustos o im puros. E stas do c­
trinas abren cam ino a la propaganda de los descendientes de cA bbás que se infil­
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 21

tran en el seno del m ovim iento m u ctazil. A lejados de los járidjies en el tem a de
la condición del m usulm án p ecad o r, los m ifta zilíes se aproxim an a éstos en
la idea de un im án justo y que p u ed a ser d estituido p o r los creyentes, m ientras
que en el plano propiam ente filosófico se en cu en tran m ás cercanos a los m edios
shN es.
La elaboración del Islam es, pues, p rincipalm ente, una profundización, una
reflexión racional sobre los elem entos de la fe. Los contactos, los préstam os de
otras culturas y las polém icas resultan lim itados. D esde luego, el Islam q ueda so ­
m etido a los ataques de los teólogos cristianos de las escuelas sirias com o Juan
D am asceno y A bú Q u rra , pero la reflexión m usulm ana va fu n dam entalm ente d i­
rigida contra el escepticism o radical de los «libertinos», los zin d tq s, hered ero s del
dualism o iranio. El problem a del mal les m otiva m ucho más que el del logos h e ­
lénico del que hablan los cristianos de Siria. Las tesis m uctazilíes excluyen cual­
quier responsabilidad divina en la existencia del mal cuyo origen se encuentra
únicam ente en el libre arbitrio h um ano; su d octrina de un «Corán creado» tiene
com o finalidad desechar los argum entos de los adversarios del Islam que habían
encontrado im perfecciones en el texto sagrado, que es palabra divina. E n esta
atm ósfera de profundización in telectual, las opciones filosóficas im plican siem pre
una aplicación política inm ediata. El Islam , religión y E stad o , im pone una res­
ponsabilidad a este respecto a cada m usulm án. La cristalización de los partidos
y, en particular, el de los seguidores de cA lí, trae consigo la introducción de id eo ­
logías que, en un principio, eran to talm en te extrañas al Islam.
Por más que el m ovim iento de p artidarios de cAli se m antiene d u ran te m ucho
tiem po com o una tendencia fam iliar, dirigida p or los m iem bros más antiguos de
este linaje, y com o un p artido legal, surgen p ro n to sectarios que introducen o
desarrollan en él gérm enes de «exageración»: esperanzas m ileiíaristas que les co n ­
ducen a atribuir una función profética a los im anes y, en particular, a esp erar la
aparición del «bien guiado» (el m ahdi). El fracaso en las em presas llevadas a cabo
por los im anes, reconocidos sucesivam ente com o m a h d ísy llevó al grupo a ad o p tar
la idea de la clandestinidad en espera del reto rn o de un m a h d i salvador que sería
descendiente de CA1T; de este m odo acabaron reconociendo, en la cadena de los
im anes ocultos, las encarnaciones de la divinidad, lo que les indujo a acep tar los
tem as helenísticos de la m etem psicosis y a em pezar a reflexionar sobre la gnosis
del m undo cristiano. H acia el 760, en los m edios shN es de Küfa el profetism o y
el m ilenarism o, protegidos por el recuerdo de los tiem pos de M edina y de La
M eca, se prolongan en una pléyade de sectas siem pre en ebullición: partidarios
de cA lí y creyentes en su probable reto rn o m esiánico; partidarios de su hijo
M uham m ad ibn al-H anafiyya; p artidarios de A bú H áshim ; devotos de la descen­
dencia de H usayn; activistas reag ru p ad o s en torn o a la ram a de H asan, d en tro
de la fam ilia de cAIt, y p artidarios fervientes de una oposición m ilitar (los zay-
d(es). F ronteras inciertas separan el «partido» legal de la shFa, engarzado con
frecuencia en revueltas violentas y efím eras, de los grupúsculos de carácter exage­
radam ente m ístico, que se ven finalm ente obligados a refugiarse en una clandes­
tinidad im potente. D e este m odo, incluso antes de h ab er logrado alcanzar la m á­
xima cantidad posible de su cosecha, el Islam veía crecer la cizaña.
22 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

L A COSECHA D EL ISLAM

E l gobierno de los O m eyas se elab o ra, p o r tan to , en una atm ósfera de conflic­
to perm an en te -p o lític o , ideológico, fa m ilia r- e n tre las distintas facciones que
surgen en el seno del pueblo árab e. E l m undo del Islam , que gracias a la conquis­
ta adquirirá dim ensiones sim ilares a las de los m ayores im perios de la A n tig ü e­
d ad , p odrá ser adm inistrado al descubrirse soluciones al triple problem a del p o ­
d e r en la com unidad, de las relaciones en tre v encedores y vencidos y de la d efi­
nición de las doctrinas jurídicas. E l fracaso final de la dinastía no d eb e m overnos
a subestim ar su capacidad creativa, que llegó a expresar una síntesis en tre e le­
m entos contradictorios, e n tre el m ensaje igualitario y universalista y las realid a­
des de una estructura jerárq u ica y de la existencia de clientelas d en tro del p ueblo
árabe. Los O m eyas no son, ev id en tem en te, sim ples generales de la aristocracia
qurayshí: siem pre serán considerados responsables d e la ru p tu ra con los p a rtid a ­
rios de CA1!, m ás prestigiosos, y se les acusará fácilm ente de inm oralidad y am or
al lujo; deben tenerse en cu en ta, no o b stan te, las necesidades que les im puso la
construcción de un cen tro de p o d e r, de una co rte y de servicios adm inistrativos
privados que les separaro n de un pueblo arm ad o , indócil y nostálgico. P or o tra
parte, siem pre tuvieron conciencia tan to de sus d eb eres con respecto a la co m u ­
nidad - d e b e r e s de ejem plo m oral, generosidad y ju s tic ia - com o de su legitim i­
dad incierta o , por lo m enos, com partida con las restan tes ram as de la fam ilia.
C on ellos la represión de las insurrecciones no alcanzará jam ás la ferocidad de
las represalias cabbasíes posteriores: la jo rn a d a fatal de K arbalá3, en la que m urió
H usayn, hijo y hered ero de cA lt, es la única excepción.

Desde el Turquesíán hasta L ibia

La construcción del E stad o m ediní y la difícil sucesión de M ahom a se sitúan


sobre un trasfondo de expansión, conquista y fundación de un im perio universal.
Los acontecim ientos se suceden rápidam ente: si las prim eras expediciones, en
Vida del P rofeta y bajo A bú B akr, logran qu e las tribus se alíen con el Islam y
se asocien a los prim eros conversos en una em presa m ilitar com ún, los éxitos ex­
trao rd inarios de los generales qurayshíes traen consigo, m enos de seis años d es­
pués de la m uerte del P ro feta, la construcción de un nuevo im perio que trasto rn a
las fronteras tradicionales del O rie n te Próxim o.
En el año 636 la batalla de Q ádisiyya m arca la caída brutal de la dinastía sa-
sánida: bastarán pocos años p ara que la dom inación m usulm ana llegue al Z agros
(642), al Fars y al Jurásán (651). E n el o tro extrem o del C reciente Fértil la tom a
de D am asco (635) y, tras la b atalla de Y arm ük (636), la de Jeru salén , ab ren a la
am bición de los conquistadores, casi sin resistencia, el cam ino de E gipto, la alta
M esopotam ia y A rm enia (641). D eb e subrayarse q u e fueron los m ekíes, aliados
tardíam ente al Islam , y en particular los O m eyas qurayshíes, de fu erte tradición
tribal y m ilitar, quienes se hicieron cargo de las expediciones y, m ás tard e, d e la
adm inistración de los territo rio s conquistados: M ucáw iya fue g o b ern ad o r de Siria
desde el 637, m ientras que Jálid y cA m r go b ern aro n las provincias de Irán y E gip­
to. C rearon las condiciones de una autonom ía muy am plia de los go b ern ad o res
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 23

locales, que se increm entó aún m ás d ad a la diversidad de pactos concluidos con


las distintas poblaciones. La existencia de estas fuerzas tribales y de estos m andos
descentralizados subraya la im portancia del consenso político y religioso so b re el
que se apoya el E stado m usulm án: un a unidad ideológica en la que ha hecho
m ella, no o b stan te, la d u ra lucha en to m o a la legitim idad del po d er.
Lo esencial del im perio islám ico, E g ip to , Siria, Iraq e Irán , ha sido ya co n ­
quistado en 656, cuando estalla la gran querella (fitna) en tre CA1! y los h ered ero s
de cU thm án. La expansión continúa en el Ju rásán y en el Sidjistán, alcanza las
m arcas iranias del no rd este, lim ítrofes con el país de los turcos, y las avanzadillas
del im perio chino. V iolentos en fren tam ien to s tribales acom pañan la reducción
progresiva de estos viejos países iranios de la T ransoxania, m osaico de prin cip a­
dos zoroastrianos o budistas q u e, en un principio, fueron som etidos a trib u to y,
m ás tard e, suprim idos. El ejército de conq u ista, pu ram en te árab e, trasladado d es­
de KQfa y B asra, se divide muy p ro n to en partid o s qu e se enfrentan en to rn o al
problem a del rep arto del botín e n tre los g u errero s y la adm inistración central de
los O m eyas: los B anü Q ays, qu e se e n co n trab an al frente de un grupo de tribus
del H idjáz, llegan a apo y ar a los adversarios de los O m eyas p ara pasar, después
del 691, incluso a aliarse con estos últim os en co n tra de los árabes de origen ye-
m ení. M uy p ro n to todas estas tribus se llenan de «clientes» (mawálí): soldados
de ocasión, antiguos esclavos iranios, prisioneros de g uerra. Su m anum isión viene
acom pañada po r un d eb er de fidelidad y en treg a a la tribu de la que form arán
parte en lo sucesivo, aun q u e d e n tro de una categoría inferior (m awlá indica la
relación de subordinación e n tre el señ o r y el su b o rd in ado ). Son contingentes de
m awálí, o sea, iranios arabizados, los que p articipan, después del perío d o 705-
715, en la conquista de B u jára, de S am arcanda, del Jw árizm y de los altos valles
de Fargána que abren la vía de en tra d a a la C hina. E n el año 731, 1.600 infantes
mawálíes y un m illar de conversos de S am arcanda serán los que ayuden al ejército
regular árab e, form ado p ro b ab lem en te p or unos 40.000 hom bres, a term in ar con
la am enaza del ján turco de T urgesh. A h o ra la fro n tera está bien defendida y los
chinos, que intentan una contraofensiva p ara recu p erar el control de sus antiguos
tributarios de la T ransoxania, son rechazados en el río Talas (751): es cterto , por
o tra p arte, que el Islam no parece p rep arad o p ara ad en trarse m ás en las tierras
del im perio chino. M ás allá de los lím ites que se han alcanzado, tan to si se trata
del país de los turcos, del C áucaso o de las m ontañas situadas al sur del m ar
C aspio, del A fganistán o de N ubia, se en cu en tra el «país de la guerra» y de las
razzias o algazúas: E n él actúan los «voluntarios de la fe» ju n to al ejército regular.
Poco a poco, la sedentarización de los árab es y el m enor papel que desem peñan
los soldados oficiales d ará un m ayor relieve a estos voluntarios, los gázis o g u e rri­
lleros. Su prestigio crecerá sin cesar y, en época cabbásí, verem os que los gázis
de la frontera irania acuden en ayuda del ejército tribal árab e que se en cu en tra
en dificultades en el T au ru s, fren te a Bizancio.
Por este lado, al igual que en las islas del M ed iterrán eo o rien tal, la conquista
había proseguido bien en un principio, pero cuando surge la reivindicación de un
im perio universal, ésta va unida a una fascinación acerca del papel sagrado que
desem peña la nueva R om a. Se cree que la tom a de C onstantinopla acab ará con
ciertos secretos escatológicos y co ro n ará el triunfo del Islam. El esfuerzo qu e lle­
van a cabo los O m eyas es inm enso: no o b sta n te , en tierra, una vez ag o tad o el
EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

LAS GRANDES EXPEDICIONES ® Batata


632 Muerte del Profeta;;: . Regiones de penetración o
I ■ 642 10 aAos después ------ -- implantación dtticles en las •Donad :
: 31/651
652 20 atos después --------- que sólo se realizaron
. . ,.< A campanas esporádicas -
?;,vFecha en que se fundó. ;:
l 2/ 711 alcanzó o conquistó una
. ciudad
702 70 atos después (Hégira/Era cristiana)

— I
732 100 artos después .• Estepa desértica
DEL MODELO HEÜIRIO AL REINO ÁRABE 25

Las grandes expediciones iras la muerte del Profeta


26 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

im pulso de las prim eras victorias casi m ilagrosas, el arm am ento y la táctica m usul­
m ana se encuentran, en pleno país griego de A sia M enor, en equilibrio con las
fuerzas bizantinas a las que se había barrid o fácilm ente de otros países cristianos,
com o E gipto o Siria, pero que resultaban trem en d am ente coriáceas en C onstan-
tinopla. E n este m om ento la guerra debe abrir paso a la caballería pesada, a un
arm am ento constituido p or sables, lanzas y corazas costosos, y a una articulación
cuidadosa en tre los distintos cuerpos del ejército. R esulta cara y produce escasos
beneficios: de acuerdo con la evolución de los conflictos, los O m eyas se verán
obligados a desm ovilizar contingentes del ejército regular y a tacharlos de los re ­
gistros de soldada, atrayéndose con ello terribles oposiciones. E n el m ar, los á ra ­
bes dom inaron bastante de prisa las técnicas de construcción de navios así com o
las de la guerra naval: desde el 648 llevan expediciones a C hipre, en el 655 o b tie ­
nen una victoria decisiva en la «batalla de los m ástiles» y, m enos de 20 años des­
pués, se presentan ante C onstantinopla, en tre el 673 y el 680. E ste prim er «ase­
dio», que no lo es en realidad, se renueva con m ayor seriedad en 717-718. No
o b stan te, fracasa dos veces ya que los árabes no habían tenido en cuenta la for­
m idable posición bizantina así com o la eficacia de la nafta, el «fuego griego», que
perm ite a los bizantinos incendiar los barcos enem igos, liberar la ciudad y recu ­
p erar, al m enos hasta ap roxim adam ente 825-826, una v erdadera hegem onía m a­
rítim a.

Y desde Libia hasta A quitania

Los propósitos iniciales de los O m eyas no incluían, p robablem ente, ir m ás allá


de las arenas libias: una cam paña relám pago de cA b d A lláh, hijo de al-Z ubayr,
hasta C artago en el 647, había revelado claram ente la extrem a fragilidad de las
guarniciones bizantinas de Ifriqiyá, pero tam bién las dificultades qu e existían para
llegar a controlar a los b ereb eres del A tlas de los que se decía que D ios, en el
rep arto inicial, les había d ado la turbulencia, la ceguera, el am or al desorden y
a la violencia. ¿Llegó cU qba ibn Náfic a cruzar a la velocidad del rayo toda la
B erbería hasta llegar al sur del w ádí Sebu y p e n e tra r a caballo en el A tlántico
(681-683)?: tal vez no, p ero , p or lo m enos, p uede atribuírsele la fundación de un
cam pam ento, detrás de C artag o , denom inado al-Q ay-raw án, a pesar de la hosti­
lidad de las tribus bereb eres vecinas. D espués de 692 em pieza una conquista m e­
tódica poderosa (se habla de 40.000 hom bres). C artago cayó, al igual que las res­
tantes plazas griegas, bajo el ataq u e de H assán ibn al-N ucm án. ¿Existió realm ente
una resistencia organizada en los m ontes A w rás bajo el liderazgo de una m ujer
de la tribu de los D jaráw a, la «K áhina»? H oy en día se tienen ciertas dudas, p ero ,
por lo m enos, se sabe que hicieron falta más de diez años p ara que resultara se­
guro el cam ino que llevaba de Qayrawftn a V olubilis. P or o tra p arte, los g o b ern a­
dores del M agrib, com o M üsá ibn N usayr, ju g u etean con la independencia, sin­
tiéndose seguros dada la lejanía del cen tro de poder.
El episodio ibérico sigue aún suscitando hipótesis: ¿pidieron ayuda lós griegos
y judíos levantinos contra la presión visigótica?, ¿se trataría de una transacción
com ercial?, ¿aventura personal de un mawlá b ereb er de M úsa, T áriq ibn Ziyád?
La usurpación de R odrigo en la Bética y los sobresaltos de la corte de T oledo
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 27

pudieron ten tar a codiciosos y o portunistas. E n el verano del 711 T áriq cruza el
estrecho, dando su nom bre a la m o n tañ a que dom ina su orilla septentrional (Dja-
bal Táriq, G ib raltar), dispersa el ejército de R odrigo y m ata ¿1 rey en el río Bar-
bate. A l año siguiente se le une M úsá, acom pañado esta vez de árabes que se
apoderan de Sevilla, M érida, T oledo y Z aragoza. Las resistencias son raras, las
huidas alocadas; esta conquista «fulm inante», que dura com o m áxim o dos o tres
años, resulta característica tan to de la prudencia com o de la audacia de los m usul­
m anes. H acia el 714 la avalancha m usulm ana llega al pie de la cordillera can tá b ri­
ca, en la que se han refugiado algunos gu errero s, y hacia el 720 se desborda hacia
el R osellón y N arbona. La rapidez y ulterior duración de esta «revolución occi­
dental» exigen, no o b stan te, explicaciones m ás com pletas que las que recurren a
la fuerza o a la sorpresa explotadas con habilidad.
En realidad, los ejércitos m usulm anes en co n traro n en este país una situación
agitada que debe relacionarse con una crisis muy profunda del orden sociopolítico
de tradición rom ana que existía tan to en el Á frica bizantina com o en la m ayor
parte de E spaña. Las estru ctu ras im puestas p o r R om a ya habían desaparecido
prácticam ente de varias regiones, com o los Pirineos vascos, la zona cántabro-as-
tu r y, sobre to d o , el Á frica b e re b e r an te la reconstitución de form as sociales de
tipo tribal o «segm entario» que parecen enlazar con los m odos de organización
anteriores a la rom anización. La m anifestación más visible de esta degradación
de la herencia rom ana es, al igual que en el resto de E u ro p a occidental, la deca­
dencia o desaparición de las ciudades, evolución que no afecta sólo a las franjas
de la rom anidad que se en cu en tran m ás am enazadas desde el punto de vista eco ­
lógico, com o sucede en las zonas p redesérticas del n o rte de Á frica que van siendo
recuperadas para la vida tribal. En las mism as riberas del antiguo mare n o stru m ,
el «m ar rom ano» de los textos árab es, los centros de actividad urbana antigua e
intensa situados en la costa m ed iterrán ea de la península ibérica, com o Sagunto
y C artagena, han decaído de tal m anera,: e n tre la crisis del siglo iii y la invasión
m usulm ana, que estas ciudades, a principios del siglo vm son simples aldeas insig­
nificantes. Las luchas en tre visigodos y bizantinos hasta principios del siglo vn
pudieron contribuir a esta decadencia —C artagena fue destruida por los so b era­
nos de T o le d o — pero no bastan p ara expiicar una evolución de conjunto que te r­
mina con la desaparición de la tercera gr^n m etrópolis rom ana de la costa levan­
tina, T arragona, que desaparece p or com bleto del m apa en tre su destrucción d u ­
rante la conquista m usulm ana y la repoblación del solar llevada a cabo por los
catalanes en el siglo x i i . Las antiguas ciudades rom anas de la costa africana han
desaparecido tam bién, con la excepción d£ algunas plazas del estrecho de G ib ral­
tar en las que la presencia bizantina se m antuvo d u ran te más tiem po: es el caso
de T ánger y C euta.

¿Agonía del m ar latino?

E n definitiva es el m ar el q u e aparece com o el espacio de com bates m ás e n ­


carnizado y más d u rad ero . La desurbanización preislám ica del O ccidente m ed ite­
rráneo viene acom pañada p o r una decadencia de las relaciones m arítim as n o rm a­
les que afecta a toda la cuenca occidental. E ste espaciQ que antes tenía un tráfico
28 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

tan intenso, se convierte en una zona de vacío político y económ ico entreg ad a a
las em presas de piratería; la situación se prolongará hasta que se produzca el len ­
to renacim iento del tráfico m arítim o a p artir de fines del siglo ix y, sobre to d o ,
en el siglo x. La situación de las regiones m arítim as, a pesar de su en trad a en el
m undo m usulm án, sólo se m odificará muy len tam en te dado su m ediocre interés
político y económ ico que los centros de po d er principales del O ccidente m usul­
m án —ninguno de los cuales es una ciudad m arítim a antes del siglo xi — no te ­
nían excesivos deseos de co ntrolar. N o existe ninguna ciudad digna de este nom ­
bre en las costas andalusíes y m agribíes en tre la conquista m usulm ana y el siglo
x si exceptuam os los puntos de paso obligados en tre la E u ro p a m eridional y la
costa africana, o sea, el M ed iterrán eo central p o r una p arte y la zona del estrecho
de G ibraltar por otra. E n tre N ákur y T únez sólo se encuentran ruinas de ciudades
rom anas y la situación no es m ucho m ejor al norte de M álaga, en la costa m edi­
terrán ea de la península. Sólo T o rto sa, dada su im portancia m ilitar frente a los
francos, conserva cierta significación, sin que p ueda descubrirse en ella actividad
com ercial alguna antes del siglo x. Al igual que las grandes m etrópolis, todos los
centros urbanos que, com o consecuencia de su integración en el área de civiliza­
ción islám ica, em piezan a anim ar la vida política, económ ica, social y cultural del
M agrib central y occidental y de la H ispania del Sur —el país de los vándalos
(al-A n d alu s)— se sitúan en las zonas interiores: es el caso de T ubna, M sila, As-
hir, T ah ert, T rem ecén, al-B asra, Sidjilm asa, Sevilla, T oledo o Z aragoza.
El caso de las B aleares puede ilustrar bien esta situación de vacío político y
de depresión de la vida urbana y de los intercam bios com erciales. Som etidas, en
un principio, en el año 707, p or la flota de T únez que acababa de crearse, se
m antienen luego independientes de cualquier p oder político exterior d u ran te casi
dos siglos. En el año 798 son atacadas por piratas p rocedentes, pro b ab lem en te,
de las costas andalusíes; el p o d er de C órdoba considera que gozan de una tregua
(sulh) cuya ruptura provocará, en 848, una expedición punitiva de carácter sem io-
ficial. En el año 902 las B aleares son consideradas, todavía, un país de guerra
santa ya que en esta fecha un rico ciudadano ob tien e un perm iso del em ir de
C órdoba para organizar un djihád privado con el fin de conquistarlas. Es el m o­
m ento en el que se islamizan las islas, pero todavía d u ran te unos 30 años consti­
tuyen una especie de em irato autónom o que sólo se integrará a la adm inistración
cordobesa tras la proclam ación del califato en el 929. Sólo después de la conquis­
ta del 902 se producirá el renacim iento de la vida urbana en M allorca, con la
fundación de Palm a (M adína M ayúrqa) que tiene un rápido desarrollo, en un M e­
d iterrán eo occidental en el que se reanim a el tráfico internacional.
El mism o esquem a se repite en el este: cuando en el 723 W illibaldo q u iere d i­
rigirse a O riente, encuentra navios disponibles en G a e ta , N ápoles e incluso en Si­
cilia, para llegar al E geo y a C hipre, isla que ha o b ten id o un estatu to de trib u tario
de los O m eyas y que sigue m anten ien d o relaciones con Bizancio. No o b stan te,
apenas ha desem barcado en Siria, es d etenido ju n to con la tripulación chipriota,
acusado de espionaje, y sólo un anciano podrá d a r testim onio de que se trata de
un peregrino. L iberado, deten id o de nuevo, liberado p o r segunda vez gracias,
ahora, a un converso español, d eb erá esp erar d u ran te m ucho tiem po la llegada de
un barco que le lleve directam ente de T iro hasta C onstantinopla. No se han co r­
tado, desde luego, todas las relaciones, pero p uede com probarse cuántos peligros
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 29

y obstáculos rom pen, en esta época, lo que había sido la unidad del m ar y el gran
com ercio de lujo m editerrán eo . Sólo los chipriotas parecen ser capaces de atra v e ­
sar el bloqueo naval y ello no es fruto de un objetivo económ ico sino una conse­
cuencia de la recuperación de la superioridad griega en el m ar hasta el año 826
que dará com o resultado una decadencia de los centros urbanos de la costa siria
y una progresiva escasez de viajes m arítim os, para no hab lar, com o hacía Pircn-
ne, de cierre total a la navegación. La p rim era consecuencia desastrosa de la g u e­
rra om eya parece ser, pues, una «continentalización» del im perio árabe.
Sin duda, en tierra y hasta el fin de la expansión, la guerra sigue siendo uno
de los elem entos esenciales de la sociedad m usulm ana, p ero existen grandes dife­
rencias con la época de la hégira en M edina. E n aquel m om ento todo el pueblo
árabe se encontraba lanzado y com prom etido en una em presa de expansión arm a­
da y, con el transcurso del tiem po, la progresiva dism inución del papel d esem p e­
ñado por el elem ento tribal redujo la función m ilitar a un grupo de especialistas
que, durante un período, siguieron siendo los rep resen tan tes de las tribus pero
que, en época cabbásí, q u ed aro n reducidos únicam ente a los árabes del Ju rásán ,
los «hijos de la revolución». No o b stan te, el sentim iento del d eb er m ilitar del
djihád, com o afirm ación m ilitar de los derechos de D ios, sigue teniendo m ucha
fuerza entre los m usulm anes, tan to si esta fuerza es espo n tán ea com o si es el re ­
sultado del nuevo vigor que le dan los ju ristas. Los O m eyas establecen, a fin de
cuentas, un prototipo de califa co m b atien te. U na solución cóm oda, al m enos en
apariencia, puede enco n trarse, tan to en el plano doctrinal com o en el de la p ra ­
xis, en los m udjáhidúns voluntarios m antenidos por el califa. Con ella se evita,
salvo en caso de invasión, tan to una movilización general, que ev id entem ente re ­
sulta em barazosa para el p o d er, com o movilizaciones excesivam ente parciales.
Pero esta práctica trae consigo dos reclutam ientos paralelos: el de los pro fesio n a­
les de la guerra, que p ro n to serán m ercenarios o esclavos acuartelados, y el de
los voluntarios orgullosos de sus m éritos. A leja, por tan to , la m asa de los m usul­
m anes del m odelo de M edina y de la dem ocracia m ilitar salvo en casos excepcio­
nales. Increm enta, asim ism o, la tentación de una revolución conservadora que
devolvería al m usulm án «de base» su derecho im prescriptible y su prestigio, am ­
bos anulados. Las secesiones de los járidjíes, de los partidarios de cAIi y de los
m ovim ientos que derivan de los dos an terio res adquieren fuerza debido precisa­
m ente a este hecho.

¿E s POSIBLE UN REINO Á R A B E ?

Los O m eyas contestarán a las pretensiones del Im perio B izantino confiscando


dos sím bolos de esta soberanía universal. T odavía en el año 687, el califa sirio se
com prom etía a proporcio n ar al em p erad o r el papiro con las m arcas distintivas
im periales y los vestidos de ap a ra to , de dignidad y de función, tejidos en los ta ­
lleres egipcios, _En_el-692 el califa cA h d _al-M alik-iealiza„uoa_iupluia. radicaLíil
suprim ir las invocaciones a la T rinidad y el signo de la cryz que ^aparecían en q 1
papirq y al in sU tu io tija mar£.a* un tiráz* del taller del E stado en las vestim entas
cortesanasT F or o tra p arte, lleva a cabo una reform a m onetaria que trasto rn a las
escalas constantes de valor y sustituye los tipos m onetarios bizantinos que habían
30 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

prolongado las acuñaciones de los prim eros califas p o r un tipo nuevo y pu ram en te
m usulm án. E n tre el 691 y el 696 acuña un prim er dínár de o ro , con la efigie del
califa en pie y, m ás tard e, en el 696, el diñar clásico, pu ram en te epigráfico. P ara
Dizancio esto constituye la usurpación de un d erecho fundam ental: la acuñación
de oro vinculada a su soberanía. Las nuevas m onedas m usulm anas (diñar de 4,25
gr de oro y dirham de plata de 2,97 gr) unifican dos sistem as de circulación que
d u ran te m ucho tiem po han estado separados: el sueldo bizantino de 4,55 gr y el
dracm a sasánida de 4,10 gr de plata.

¿C óm o unificar todos esos pueblos?

Las equivalencias de las m onedas son cóm odas, p ero difunden sobre todo un
m ensaje religioso, una profesión de fe: «No hay m ás dios que el D ios; es único
y no tiene asociado. M ahom a es el enviado de D ios», «Dios el único, D ios el
etern o ; no ha engendrado ni ha sido en g en d rad o ; nadie es igual a Él». Lo a n te ­
rior constituye un «símbolo om eya», pero aparece tam bién un segundo sím bolo
profético: «M ahom a es el enviado de D ios p ara señalar la dirección del cam ino
recto y enseñar una religión verd ad era que triunfe e n tre las restantes religiones».
E stas leyendas ocupan lo esencial del lugar disponible en la m oneda y a ellas sólo
se añ ade, en un principio, el nom bre del califa, el del acuñador, n orm alm ente un
cliente o m aw lá, la indicación del taller y la fecha: m anifiestan, pues, un claro
deseo de propaganda religiosa, de afirm ación serena y de arabización. La existen­
cia de una auténtico bim etalism o o ro-plata viene reforzada por abundantes acu­
ñaciones en cobre (el fa ls , plural fu lü s , que deriva del follis bizantino) y da testi­
m onio de la existencia de un m ercado com plejo y escalonado, rural, local e in te r­
regional y de una prim era ten tativa de unificación económ ica del con tin en te m u­
sulm án, que en lo sucesivo se independiza del antiguo dom inio m editerrán eo .
E sta unificación simbólica se acom paña, en la realidad, de un control serio de
las fuerzas vencidas —grupos étnicos o grupos religiosos— cuya debilitación es
sorp ren d en te y testim onia el agotam iento de las tradiciones ante la presión de
una ideología universalista. El mism o Irán, p ueblo de com batientes, nación do m i­
n ante, llam ado por el m azdeísm o a rep resen tar un papel universal y a luchar p e r­
m anentem ente contra el m al, se hunde por com pleto. D esde luego, algunos lina­
jes «nobles» se m antienen eo la provincia de F ars y conservan el sentim iento o r­
gulloso de su raza de origen y el recuerdo de las dinastías nacionales. N o o b stan ­
te, son sobre todo las m ontañas del litoral del m ar C aspio, tradicionalm ente insu­
misas y que se islam izaron tard íam en te, las que conservan d u ran te m ás tiem po
un poder autónom o: sus «m arqueses» (ispahbadhs) del T abaristdn, p or ejem plo,
herederos de los gobernadores sasánidas, u o tro s sim ilares, enquistados en un
«país de guerra» devastado p o r las constantes expediciones m usulm anas, o am e­
nazados por los esfuerzos de los m isioneros, po d rán resistir d u ran te un cierto
tiem po. A l este, el Islam se ad ap ta a las condiciones de sum isión de los antiguos
principados sogdianos y bactrianos: en Balj una dinastía local conserva su au to ri­
dad, prim ero sola hasta el 736, m ientras los árabes se m antienen acuartelados en
una ciudad vecina, m ás tard e e n tra en com petencia con el em ir hasta ser elim ina­
da hacia el 870. Los príncipes de F argána y del U shrusana, los afganos de G azna
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 31

y, más tarde aún, hasta el 995, los sháhs del Jw árizm disfrutarán de la misma
autonom ía. E n conjunto, estos acuerdos parciales y frágiles en tre la aristocracia
irania y el p oder islámico no im plican la constitución de un «refugio» nacional:
el Islam p enetra po r todas partes y las lenguas persas se arabizan en gran m edida.
Sólo subsiste el recuerdo del p asado espléndido de la poesía, de la arquitectura
y de la dom inación política de los iranios que se trad u ce, a p artir del m om ento
en que los O m eyas em piezan a reclu tar secretarios de origen persa p ara las ofici­
nas de la adm inistración, en la polém ica de la sh u cü b iyya: frente a los hum anistas
árabes de B asra, los persas reafirm an —¡en á ra b e !— los valores literarios y h e ro i­
cos del pasado iranio.
En los países cristianos de Iraq , Siria y E gipto, la afirm ación de la libertad
religiosa y el fin de las persecuciones bizantinas trae consigo un renacim iento de
las iglesias m inoritarias, la reconstrucción de los m onasterios y el reclutam iento
de num erosos funcionarios m onofisitas, a la vez que se produce un gran d e sarro ­
llo cultural en la iglesia jacobita siria en to rn o a la figura de Severo Sebojt. C ierto
es que la presión fiscal acaba p ro n to con esta «prim avera del Islam », al incitar
num erosas revueltas coptas e inducir al califa a jugar al sectarism o de los m inori­
tarios, enviando, p or ejem plo, p recep to res zoroastrianos a la D jazíra. A sim ism o,
las sectas, divididas, no ofrecen excesiva resistencia a la aplicación estricta, con
cU m ar II ibn cA bd al-cA zíz, de las reglas que establecen la superioridad del Islam:
obligación de respeto y de discreción (prohibición de las cam panas y del culto
público, necesidad de a d o p tar una actitud de deferencia) y de llevar una señal
distintiva. La aplicación de la ley m usulm ana es obligatoria en cualquier proceso
entre un fiel de una confesión m inoritaria y un m usulm án o entre dos m inoritarios
pertenecientes a distintas sectas, del mism o m odo que está prohibido p oseer lin
esclavo m usulm án o prestar testim onio contra un creyente. La fiscalidad y la ju s­
ticia constituyen, por otra p arte , arm as eficaces de conversión, pero el califa evita
su uso por tem or a agotar la reserva fiscal sobre la que se apoya la vida de la
com unidad. En conjunto, p o r tan to , da garantías a los súbditos dhim m íes (judíos
y cristianos principalm ente) contra el exceso de celo y arb itra un largo d eb ate
entre los teóricos m usulm anes y los d octores pertenecientes a las m inorías en to r­
no al tem a de las libertades contestadas: derecho a reconstruir iglesias y sinago­
gas, m ientras que está prohibido construir de nueva planta edificios de esta ín d o ­
le; derecho de w aqf, esto es, derech o a qu e las instituciones religiosas tengan p ro ­
piedades libres de im puestos; derech o a h ered ar de p arientes lejanos y a percibir
legados testam entarios de un m usulm án. Los escribas cristianos, sobre todo nes-
torianos, que servirán a los O m eyas y, m ás tard e, d u ran te m ucho tiem po, a los
cabbásíes, tratarán de am pliar estas libertades; no o b stan te, en un principio, la
partida de los escribas sirios de rito griego hace irreparable el conflicto con Bizan-
cio y convierte a una parte de la cristiandad o riental en sospechosa de espionaje
a favor de los griegos.
E n O ccidente, incluso fuera de los m edios tribales islam izados que estaban ya
próxim os estructuralm en te de la sociedad árab e tradicional y que podían a d o p tar
fácilm ente sus ideales al asim ilar su lengua, llam a la atención la difusión rápida
del árabe en tre los indígenas islam izados, incluso en tre los que perm anecieron
fieles al cristianism o. En T o led o , ciudad particularm ente refractaria a la a u to ri­
dad de los em ires cordobeses y d onde no parece que se instalara m ás que un
32 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

núm ero reducido de orientales, se ve, desde fines del siglo v m , cóm o el poeta
m uw allad (indígena converso) G irbíb galvaniza la resistencia de sus conciudada­
nos ^Jiue^&e.hanxebelado contra el p o d er cordobés, com poniendo poem as árabes.
C onocem os, por otra p arte, a m ediados del siglo siguiente, las lam entaciones de
..Eulogio, clérico m ozárabe (arabizado, que vive en m edio de los árab es), a p ro p ó ­
s ito dftl abandono de las letras latinas p o r los cristianos de C órdoba y de la atra c ­
ción que éstos sienten p o r la cultura árab e. D u ra n te m ucho tiem po, sin du d a, se
siguió utilizando en la península los d ialéelos ro m an ces .indígenas, aunque l l e g a ­
dos al rango de lengua p o p u lar no escrita; ahora b ien, incluso a este nivel, sufrían
la com psiejacia del árabe . vulgar, quea<;abó p o r suplantarlos po r com pleto quizás
a p artir del siglo xi. C on la sem itización lingüística p en etraro n tam bién cosfütii-
bres, m odos de vida, m entalidades que contribuían a alejar la población andaluza
de sus raíces indígenas. Es curioso o bservar, por ejem plo, que el m atrim onio en-
dógam o practicado, p ro b ab lem en te, p or im itación de las costum bres árabes, era
tem a de controversia en tre los m ozárabes del siglo ix. E n toda la fachada m edi­
terrán ea encontram os, en la abundantísim a toponim ia gentilicia difundida en el
cam po sin duda desde los siglos ix y x, el índice de una relación en tre los grupos
hum anos y la tierra, de tipo oriental o m agribí, qu e supone una m odificación p ro ­
funda de las estructuras de parentesco respecto a la tradición local de origen ro ­
m ano-visigótico.

¿C óm o obtener recursos?

A sí pues, el «reinó árabe» de los O m eyas su p erp o n e la estru ctu ra política del
ejército-E stado a las tradiciones de las m últiples provincias del im perio: el pueblo
m usulm án, esencialm ente de lengua y cultura árab es, reunido todavía en co n tin ­
gentes tribales, vive de una ren ta asegurada p o r la fiscalidad y el botín, m ientras
consagra sus propias energías a la conquista o a la definición intelectual, filosófi­
ca, jurídica y política que justifica su poder. E sta sociedad islámica tiene, p o r ta n ­
to, una resonancia «ateniense» y se basa, ev id en tem en te, en la explotación de las
sociedades conquistadas, anquilosadas en su diversidad e inferioridad radicales.
El sistem a de_pensioaes m anifiesta, en prim er lugar, la superioridad de los
m usulm anes en conjunto, y no sólo de la clase m ilitar; las tribus aparecen regis­
tradas en los libros de los tesoreros (divanes) desde cU m ar, sin que se establezca
una relación precisa en tre la pensión recibida y un servicio prestado al ejército.
La pensión (catá3) de los m ilitares, de los veteranos o de los m usulm anes libres
que constituyen el potencial m ovilizable, tiende a sustituir el botín móvil (g am ­
ma) de la época de las prim eras conquistas, regula los derechos em inentes del
pueblo árabe y evita que se deje arrastra r p or la tentación de entreg arse a la al-
gazúa y a la guerra irregular. El enro lam ien to de los contingentes tribales recuer-
da m ucho, por o tra p arte, los orígenes del Islam ya q u e, d u ran te largo tiem po,
excluyó a los no-conversos q u e, p or o tra p arte, se veían obligados a convertirse
en clientes (m aw áíij si querían integrarse en la sociedad m usulm ana «pura»; in­
cluso su participación, activa según ha podido verse, en las expediciones m ilitares
no les daba derecho a soldada sino sólo a unai ppjrte meaoixLel botín.
O tro reparta^ el de la tie rra c o n q u is t^ a , iba a increm entar las d esig u ald ad es
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 33

d en tro de la sociedad m usulm ana y a estabilizar, dada la casi propiedad de am ­


plios dom inios, las jefatu ras tribales y los m andos m ilitares. En teo ría, el botín
de bienes inm uebles (fa y y) se rep artía en tre todos los com batientes, salvo un
quinto reservado al P ro feta, y m ás tard e a la com unidad, que se atribuía a las
fundaciones religiosas. En la práctica, los m usulm anes vacilaron e n tre dos tipos
de reparto: el prim ero respeta el principio y determ in a am plias distribuciones de
tierras, que seguirán siendo cultivadas p or sus p oseedores, los dhim m íes co n v er­
tidos en súbditos y situados en una posición jurídica inferior; éstos pagarán los
im puestos consuetudinarios m ientras que los m usulm anes deb erán ab o n ar al E s­
tado el diezm o de sus ingresos. El segundo procedim iento se aplicó en el Saw ád,
la «región negra», o sea, la zona arb ó rea que rodea a B agdad, y prevé la inm o­
vilización de la tierra que se atribuye en w aqf, o sea, en bien de m ano m u erta,
al conjunto de la com unidad de los creyentes: los h abitantes pagan su im puesto
bajo un doble título, com o capitación y com o im puesto territo rial, constituyendo
este conjunto un «ingreso de fundación piadosa» destinado al servicio de los m u­
sulm anes. No o b stan te, en am bos casos el príncipe, en nom bre de la prioridad
que reservan al jefe los usos tribales, conserva p ara sí m ism o una enorm e reserva
territorial, los bienes saw áfí: tierras conquistadas p ertenecientes al E stado sasáni-
da, a las iglesias y tem plos de fuego, p ropiedades de familias nobles expulsadas
o bienes abandonados. E stas tierras ten ían , en un principio, una extensión m ed io ­
cre y, en el Saw ád, sólo producían ingresos de 4 m illones de dirham s, que su p o ­
nían una cantidad mínim a en relación a los 124 o 128 millones de ingresos totales
anuales. No o bstante, los bienes saw áfí crecieron sin cesar debido a las confisca­
ciones o a la aplicación del derecho de posesión del califa sobre los pastos.
El califa podía distribuir lotes de estas tierras saw áfí á los m usulm anes que
tuvieran m éritos particulares: la concesión im plicaba la obligación de trab ajar las
tierras, era revocable y, p o r tan to , no daba lugar a una propiedad plena. Perm itió
p ronto, no o bstante, la form ación de grandes dom inios / dayca) en los que resul­
taba difícil distinguir la concesión usufructuaria inicial de las com pras sucesivas.
Sin llegar a la constitución de una aristocracia territo rial, ya que el d erecho m u­
sulm án establece que la herencia debe dividirse en tre los hijos, estos lotes p e r­
m itieron sin duda la im plantación de una clase de m edianos propietarios m usul­
m anes.
N o o bstante, en conjunto, la base financiera del E stado sigue fundándose en
el sistem a de im puestos que se elab o ra a m edida que avanza la conquista.
La evolución de la im posición y el esfuerzo de racionalización llevado a cabo
por los juristas (fuqahá3) contribuyeron poco a poco a simplificar esta anarquía
conservándose, finalm ente, dos im puestos universales: la djizya , im puesto que
grava «las nucas» de los súbditos (los dh im m íes) , precio p o r la protección que
pagan sólo los hom bres adultos, capaces de ir a la guerra; dicho im puesto consti­
tuía una contribución elevada y oscilaba e n tre 1 y 4 dinares. El segundo im puesto
era territorial, el jaradj, y su base trib u taria m ás frecuente (caso de Iraq o Irán )
era la superficie de la tierra (m isáha)> efectuándose el pago en efectivo o la m itad
en especie. El gran problem a era , ev id en tem en te, el de la progresiva conversión
de los dhim m íes ya q ue, en este caso, dejaban de pagar la capitación. P or ello
los juristas tendieron a relacionar el im puesto territorial con la tierra y no con el
estatu to de su poseedor: el im puesto p erten ece a la com unidad y no puede dism i­
34 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

nuirse o enajenarse. U na casuística refinada se ocupó de la clasificación de las


tierras según su status original: de todos m odos, las opiniones de los doctores d i­
ferían tanto que, en últim o térm ino, el califa seguía siendo el últim o árb itro en
m ateria de im puestos.
Los m usulm anes estuvieron d u ran te m ucho tiem po exentos de toda im posi­
ción: eran rentistas del im puesto y sólo estaban obligados a d ar una lim osna vo­
luntaria (zakát o sadáqa) cuya equivalencia con. el diezm ó l e establecida p o r la
CPJáumhre. N o debe subestim arse la im portancia de la mism a: la Crónica de D io ­
nisio de T ell-M arhé perm ite evaluar los distintos im puestos en los que se descom ­
pone. En el siglo n del Islam el cüezmo de la cosecha q u e, en la D jazira, se abona
según una tasa muy elevada, 2 diñares p or unidad de tierra, asciende a una cu an­
tía que equivale al jaradj del vecino Iraq; el diezm o de los rebaños beduinos,
calculado no sobre los beneficios que éstos producen sino sobre el capital y que
debe pagarse en m etálico, constituye una contribución tan elevada que hubo que
reducir la tasa a 1/30 o, para los rebaños pequeños, a 1/40. El sistem a de im posi­
ción aplicado a los m usulm anes no resulta, por tan to , tan favorable com o podría
creerse: sólo se les exim e de la capitación, que se consideraba infam ante. A pesar
de todo, el am plio m ovim iento de conversiones, acom pañado del crecim iento de
las ciudades im productivas y del abandono del cam po, reducen los ingresos del
E stado desde la época O m eya; así los ingresos fiscales procedentes de E gipto,
cuya m edia era de 12 m illones de dinares bajo cU m ar y sus sucesores, con algunos
aum entos esporádicos que llegaban hasta 14 o hasta 17,5 m illones, bajarán hasta
4 m illones en tiem pos de H árün al-R ashid, en el siglo ix, y, más tard e, oscilarán
en tre 3 y 4 millones bajo los fatim íes. E n la D jazira jacobita esta dism inución se
producirá más tarde: 58 millones bajo HárDn al-R ashíd y 17,3 m illones hacia el
870. Igualm ente, los ingresos fiscales del Iraq , estabilizados en torno a los 120
m illones de dirham s en la época de la conquista y que se m antenían al mismo
nivel en tiem pos de H árün al-R ashid, sufrirán una brusca caída en el siglo ix: 78
millones hacia el 870. E ste em pobrecim iento del E stad o se debe, sin du d a, a n u ­
m erosas causas, com o las distribuciones de bienes saw áfi y los cam bios en el es­
tatu to fiscal de los contribuyentes. Sin necesidad de subestim ar el gran peso de
la presión fiscal, que gravaba tan to las actividades económ icas com o los ingresos
individuales, resulta fácil co m prender la preocupación que sentía el fisco por no
dejar escapar a nadie y d eten e r el m ovim iento de dism inución de los ingresos.
En estas condiciones, la fiscalidad contribuye a d esarrollar una adm inistración
quisquillosa: el tacd íly una auténtica inquisición periódica, es el encargado de fijar
el censo de las riquezas. En la D jazira esta inspección se realiza cada diez años
a partir del 690 y actúa de form a d espiadada, en particular con los poseedores
ilegítimos de tierras públicas. N adie puede viajar sin llevar el recibo del recau d a­
dor que le protege frente a una posible detención e investigación: se tra ta de evi­
tar la huida ante los im puestos que am enaza con generalizarse. A cabará p o r exi­
girse, com o prueba de que el contribuyente ha cum plido con sus d eb eres fiscales,
llevar un sello de plom o sujeto al cuello con una correa. Por o tra p arte, la dureza
del im puesto crece, en virtud de la arb itra ried ad del censo que llevan a cabo los
funcionarios de la adm inistración central, frecuentem ente elegidos en tre los
m iem bros de una m inoría distinta de aquella a la que pertenezcan sus co n trib u ­
yentes. La imposición se endurece tam bién debido a la necesidad de pagar en
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 35

oro o plata; para o b ten er efectivo el cam pesino se ve, por tan to , obligado a ven­
d er inm ediatem ente la cosecha, antes de la recolección, a precios desde luego
inferiores a los que se o b ten d rían unos m eses m ás tard e. Las autoridades locales,
que son responsables del pago de los im puestos y son, al mismo tiem po, grandes
propietarios, se convierten entonces en prestam istas. La usura tiende a dislocar
la estructura igualitaria de la com unidad rural y da lugar a la m ultiplicación de
los vínculos de protección e n tre au to rid ad es locales y cam pesinos em pobrecidos.
T odo ello trae consigo no solo la huida an te los im puestos, sino tam bién la a p a ­
rición de violentos m otines de los cam pesinos. E stas revueltas van dirigidas en
contra de los especuladores pero tam bién en co n tra de los exiliados qu e han hui­
do de los im puestos y a los que se persigue p ara obligarles a volver a la co m u ­
nidad que se ha visto em pobrecida p o r su huida. ¡No estam os muy lejos de Bi-
zancio!

La fiscalidad sigue el m ism o ejem plo en Occidente

No hace falta decir qu e, en los niveles superiores del gobierno y de la adm inis­
tración, las estructuras que se organizaron en .O ccid en te eran mi calco fiel de los
m odelos que se estaban elab o ran d o en O rien te. A lgunas de ellas aparecen muy
p ro n to , com o el dlw án al-djund, registro en el que figuraban los distintos co n tin ­
g entes tribales <Jel ejército,con los sueldos que percibían. La fiscalidad se caracte­
riza de en trad a por el deseo de organizar un sistem a idéntico al oriental: djizya
o im puesto específico de los co n tribuyentes cristianos, jaradj o im puesto te rrito ­
rial, diezm o (zakát o cushr) que se exige a los m usulm anes. A p artir del 701, por
ejem plo, vem os cóm o el g o b ern ad o r de Ifriqiyá inscribe sobre las listas de p ercep ­
ción del jaradj a los R ü m (rom anos) de Ifriqiyá que desean conservar su religión
cristiana. E n al-A ndalus, un célebre tratad o llam ado de T udm ír (T eodom iro) es
firm ado por las autoridad es m usulm anas y p o r un jefe godo de este n om bre, re­
sidente en O rihuela. E ste pacto concede a Iqs cristianos del sudeste de la p en ín ­
sula la conservación de sus bienes y la adquisición del estatu to de d h im m í a cam ­
bio del pago de una djizya en m etálico y en especie, prácticam ente idéntica a las
que se encuentran en textos orien tales del mism o tipo.
La lejanía podría hab er facilitado abusos o licencias, pero en realidad el co n ­
trol ejercido por el califato de D am asco sobre los prim eros gobernadores parece
haber sido tan estricto com o lo perm itían las distancias y los m edios técnicos de
la época. No existe duda alguna de que tan to el gobierno del im perio com o las
autoridades locales querían ajustar la organización de las provincias recién co n ­
quistadas a las norm as islámicas. La crónica latina del 754, llam ada Crónica m o ­
zárabe, insiste repetidam en te en los esfuerzos realizados p o r los g obernadores de
C órdoba para ajustar a la legalidad la realidad anárquica de la apropiación de las
tierras por los conquistadores. D e esta m an era, el go b ern ad o r al-Samh (719-721)
habría procedido a un nuevo rep arto de los bienes que los árabes tenían «indivi­
sos» (indivisum ), es decir, sin que se hubiera procedido previam ente a un rep arto
legal. P or su p arte, el g o b ern ad o r Y ahyá ibn Salám a (725-727) obligó a árabes y
bereberes a restituir a los cristianos indígenas los llam ados «bienes de paz», p ro ­
bablem ente tierras que les habían sido arreb atad as a pesar de h aber sido garantí-
36 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

zadas por un tratad o de paz (su lh )y pactado en el m om ento de su sum isión. Por
o tra p arte, la mism a crónica contiene m últiples alusiones al establecim iento de
registros fiscales por parte de estos prim eros go b ern ad o res, de varios de los cua­
les se dice que efectuaron una descriptio populi, sin d uda con la intención de re ­
gularizar la percepción del jaradj.
El sistem a m onetario, que constituye un corolario de la fiscalidad, se in tro d u ­
ce tanto en Á frica com o en al-A ndalus con una notable rapidez. Los tipos im ­
puestos por la reform a del califa cA bd al-M alik a fines del siglo vil en O rien te
van precedidos por algunas m onedas híbridas latino-árabes. A hora bien, aunque
la existencia misma de estas últim as da testim onio de la conciencia adquirida por
las autoridades de la necesidad de facilitar la transición, la brevedad de su em i­
sión (del 703 al 716 en Á frica) m uestra tam bién que se deseaba in stau rar el siste­
ma oriental lo antes posible. En al-A ndalus existe, una ru p tu ra co m plata,e inm e­
diata con la m oneda visigoda, y las m onedas de transición, latinas o bilingües
im itadas de los m odelos africanos, sólo duran desde el 7Í1 hasta el 717; después
de esta últim a fecha sólo se en cu en tran dinares que se ajustan, en su epigrafía y
m etrología, al tipo fijado por la reform a de cA bd al-M alik. U n problem a que no
está claro, en cam bio, es el de la interrupción de la acuñación de m oneda de o ro
en al-A ndalus a m ediados del siglo vm . En efecto, a p artir del 745, y tras una
interrupción que dura unos 15 años, debida sin duda a la crisis política de m ed ia­
dos del siglo v m , las cecas andalusíes sólo acuñarán dirham s conform es a los tipos
acuñados previam ente p or el califato de D am asco, y esta situación d u rará hasta
la proclam ación del califato en C órd o b a en el 929. E n esto, com o en otros rasgos
institucionales, al-A ndalus parece conservar estrictam ente la tradición om eya. Es
posible q ue, al no haber osado asum ir inm ediatam ente el título califal, los sob e­
ranos de C órdoba no se creyeran autorizados tam poco a disputar a los cabbásíes
el m onopolio de la acuñación de o ro. P uede pensarse tam bién que el oro era,
entonces, raro en todo el O ccidente, y señalar el sincronism o de la interrupción
de estas acuñaciones en al-A ndalus y en la G alia en el siglo vm . En el M agrib
los idrisíes, sin duda por las mismas razones, únicam ente acuñaron dirham s. En
lo que se refiere a los diñares em itidos p or los aglabíes de Ifríqiyá, p ro bablem ente
sirvieron sobre todo para pagar el trib u to debido al califa, m ientras que la circu­
lación interior se debió basar fundam entalm ente en la plata.

U n a RECUPERACIÓN ECONÓMICA DIFÍCIL

La base rural del O rien te Próxim o afectado por la conquista m usulm ana no
debió sin duda transform arse de m anera inm ediata. La preocupación fundam en­
tal del conquistador tenía carácter fiscal, según acabam os de ver con detalle: h e ­
redaba situaciones locales, im puestos bizantinos y sasánidas, y se dirigía a unas
com unidades cam pesinas p ara cobrarlos. A unque la invasión árabe provocara una
cierta sedentarización de las tribus, en Siria, la D jazíra y E gipto, esta instalación
de algunos beduinos (poco más de 150.000 com batientes de Siffin) no pudo ten er
consecuencias im portantes sobre la base rural del im perio. P or o tra p arte, el
atractivo que suponían las ciudades im productivas desorganizó las com unidades
rurales y determ inó una ola de deserciones. La ciudad islám ica, que vive de las
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 37

rentas del suelo y de la fiscalidad y acum ula tan to el prestigio religioso com o el
m ilitar, atrae a la población de los nuevos conversos que se ven rechazados por
la dureza de la fiscalidad cam pesina: en la ciudad escapan al jaradj, que les asim i­
la a los súbditos dhim m íes; adqu ieren la libertad y el anonim ato o incluso el p ri­
vilegio de verse adm itidos, com o m aw álí, en una tribu.

Una base rural encogida y anémica

Las deserciones fueron, por tan to , considerables. Se en cuentran claram ente


expuestas y fechadas en el Libro sobre el im puesto territorial redactado hacia el
790 por A bú Y úsuf para el califa H árú n al-R ashid; en el Iraq central, en el Sa-
w ád, centro fiscal del im p en o , «datan de hace un cen te n ar de años ap roxim ada­
m ente». La arqueología ap o rta indicios tales com o el abandono total de los can a­
les de Iraq en tre B agdad y el Z agros o en tre el Tigris y el É ufrates; la dism inu­
ción del núm ero de pueblos al pie de los m ontes por los que circula el río D iyálá
«detrás de B agdad», al igual que en la M esopotam ia septentrional; en o tras regio­
nes del Próxim o O rien te aparecen los mism os indicios de deserciones antiguas
com o en las franjas nabateas de la Palestina m eridional y oriental, y en la Siria
oriental, principalm ente en tre H im s y Palm ira. En la D jazira, el com portam iento
de los indígenas se m odifica debido a la instalación de las tribus m udár, b akr y
rabica, todas ellas del norte de A rab ia; lo mism o sucede en Siria donde se instalan
qaysíes y kalbíes, oriundos del Y em en, y en E gipto donde aparecen qaysíes y
num erosos grupos yem eníes que se dispersan hasta el Sudán. Se ha señalado que
no debe verse en esto un aspecto de la lucha entre nóm adas y sedentarios; el
equilibrio ecológico de estas regiones no se ve alterad o p o r los pastores; por el
contrario, se produce una valoración de recursos com plem entarios y surgen in te r­
cam bios entre la zona límite del desierto y la zona agrícola. D e hecho las oleadas
de abandono de las tierras son más am plias y m ás tardías que estas instalaciones.
La deforestación y, m ás tard e, la crisis dem ográfica son los dos factores que d e ­
sangran por com pleto los m ercados urbanos y provocan la debilitación de los va­
lores tribales ante un E stad o o p reso r. En el caso de Siria el d esencadenante es
el desplazam iento del cen tro político del im perio hacia el Iraq después del 750.
En E gipto la dism inución de la superficie irrigada y el abandono de las franjas
occidental y, sobre todo, oriental del D elta son consecuencias tardías, en el siglo
x, del encenagam iento de la ram a pelusiaca del Nilo. A este respecto no es segu­
ro que una reflexión más aten ta p or p arte del E stado m usulm án hubiera podido
evitarlo, ya que de las siete ram as principales del río utilizadas en la época ptole-
maica sólo quedaban tres en uso a la llegada de los árabes: las de Pelusium , Da-
m ieta y R oseta.
No conviene recargar dem asiado las tintas del cuadro. A lo largo de las franjas
desérticas, en Siria, po r ejem plo, el p eriodo om eya vio aparecer m últiples casti­
llos que eran, a la vez, lugares de cita de los que partían expediciones de caza y
centros de grandes explotaciones agrícolas que se m antenían gracias a un control
minucioso del agua, recogida en em balses y conducida hacia los grandes recintos
cultivados, que se encon trab an ro d ead o s p o r altas paredes de piedra y ladrillo
crudo. Q asr al-H ayr al-Sharqí, el «oriental», construido por el califa H ishám en
38 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

el 111 y com prende un poderoso conjunto fortificado de 71 m de lado que rodea


a un patio de 45 por 37 m, defendido por 12 to rres redondas; es una residencia
lujosa, m aravillosam ente d ecorada p o r frescos y o rnam entación vegetal de estuco
que recibe sus vituallas de un jardín y un h u erto (hayr) de 7 km de largo p o r 1,5
de ancho. O tros esfuerzos precoces de valoración de tierras, construcción de d i­
ques y canales, erección de nuevos castillos y hasta fundación de pueblos se a tri­
buyen a los príncipes om eyas Sa'Td y M aslam a. T o d o ello da testim onio de que
el interés de los poderosos se inclina hacia las tierras irrigadas del bajo Iraq, que
constituirán el centro de aplicación de la revolución agrícola de la época cabbásí.
Ya Ibn W ahshiyya, en su Agricultura N abatea, describe estas explotaciones, estas
daycas, llevadas por un dueño y un adm inistrador y pobladas p or trabajadores no
especializados y poco islam izados. Pese a ello se tuvo que recurrir a la ayuda de
técnicos para construir los canales y fabricar las grandes norias con cangilones
para elevar el agua. En su doble condición de aldeas y grandes granjas, dichas
explotaciones com prenden un sector artesanal de h errero s, alfareros y carp in te­
ros. Sólidam ente ancladas en una antigua tradición de gestión, sin utilizar todavía
un personal exclusivam ente constituido por esclavos, estas grandes explotaciones
son el centro en el que se conserva el calendario solar preislám ico y un saber
técnico im pregnado de magia.
El estatuto de los cam pesinos p resen ta, en su conjunto, una gran variedad.
La gran explotación utiliza una m ano de obra asalariada, por lo m enos alim en ta­
da y m antenida en una dependencia casi servil, au n q u e se trata de un caso m ino­
ritario. Las com unidades rurales siguen siendo muy fuertes en Siria y en la Dja-
zira, donde ejercen un derecho de p ropiedad colectivo sobre el suelo que implica
repartos periódicos. E n E gipto, en cam bio, es el E stad o el que im pone cada año
a una com unidad, enlace de su au to rid ad , la repartición de la tierra de regadío
y los cultivos obligatorios. El peso de los im puestos y los abusos del fisco no fa­
vorecen la constitución de grandes propiedades —en contradicción, com o hem os
visto, con las reglas de la herencia — , sino más bien el reforzam iento de las rela­
ciones de clientela en tre los notables y los h abitantes del llano. El cam pesino bus­
ca la protección (taldjfa o him áya) de un «poderoso» que se hace cargo de los
im puestos y obtiene, a cam bio, un derecho em inente sobre la tierra de su p ro te ­
gido, pudiendo explotarla en régim en de aparcería o devolverla al cam pesino y
exigir un diezm o o m edio diezm o com o precio de su protección. E ste fenóm eno
no implica la constitución de grandes dom inios estables distribuidos en concesio­
nes feudales. La resistencia de la com unidad cam pesina es muy fuerte y se e n ­
cuentra a m enudo organizada según el m odelo genealógico que resulta, por tan to ,
solidario; sigue existiendo la posibilidad de huir hacia la ciudad, algo que se ex­
plica bien debido a la fragilidad de la clase de los «poderosos». La fuerza y la
riqueza están estrecham ente asociadas a la fortuna política, que cam bia d em asia­
do a m enudo. La propiedad de la tierra se ve co ntinuam ente afectada p or d esgra­
cias y confiscaciones. ¿Es todo ello el resultado de una defensa de los equilibrios
n aturales del régim en social islám ico?, ¿una rem iniscencia del carácter centralista
del E stado nacido de las conquistas?, ¿un m edio p ara im pedir que, gracias a la
riqueza y al poder, se constituya una clase social capaz de influir sobre el califa
y de arrebatarle su derecho em in en te e im prescriptible sobre las tierras? La gran
propiedad se constituye ráp id am en te pero se divide tam bién rápidam ente y no
DHL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 39

puede m antenerse más que bajo la form a del w a q f religioso; las obras pías d esti­
nadas a los pobres, a las m ezquitas, a los trabajos de interés colectivo (baños,
alhóndigas, canales) son de p eq u eñ a envergadura pero la práctica de fideicom isos
fam iliares encargados de su gestión podría constituir una base tem ible p ara la
constitución de grandes p ropiedades. Pese a ello debe tenerse en cuenta que los
waqfs suelen ser bienes ciudadanos y que el cam po suele no tar poco sus efectos.
En conjunto, el estatu to del cam pesino, qu e ya era hum ilde y se veía am en a­
zado en época bizantina o sasánida, se ha d egradado. Se le denom ina raqiq , es­
clavizado, térm ino que implica una situación personal desprovista de honor. En
las tierras que tiene en régim en de explotación, propiedades antiguas o ex ten d i­
das por el juego de las protecciones, la p arte que corresponde al cam pesino resul­
ta de lo más m ediocre: la ap arcería (m usáqá) no le deja, en las tierras fértiles,
más que una cantidad com prendida e n tre la m itad y una cu arta parte de la cose­
cha; el contrato de m ujábara, especie de sociedad en la que el pro p ietario , a d e ­
más de la tierra, proporciona las h erram ien tas, la utilización de su ganado y las
sim ientes, sólo deja al asociado la quinta p arte del grano cosechado; una situación
idéntica se produce en el M agrib, d onde el régim en de los jartimás (‘q u in tero s’)
tiene la mism a estructura. E sta condición social y económ ica tan d egradada no
es, en m odo alguno, universal ni hom ogénea: la llanura tiene ricos y pobres, cam ­
pesinos sin tierras y vagabundos que apenas se notan. Sin duda hay incluso una
com plem entariedad en tre la gran p ropiedad y la com unidad rural. La prim era
puede absorber y organizar, en las tierras irrigadas, un exceso de población rural
o incluso, cuando la com unidad ha alcanzado sus lím ites ecológicos y no queda
ya tierra que rep artir, ofrecer a los excluidos, los hijos m enores de las fam ilias,
un m edio de trabajo prestándoles los bueyes y las sim ientes.

Herencia urbana y nuevas ciudades tribales

La sociedad m usulm ana de los conquistadores es, en prim er lugar, una socie­
dad de ciudadanos, organizados en cam pam entos m ilitares, fácilm ente moviliza-
bles en las grandes asam bleas tum ultuosas de la oración com unitaria y agrupados
adem ás en torno a esos dos órganos esenciales de la vida de la com unidad arm ada
que son la mezquita_y e l palacio. La sedentarización de los beduinos form a aglo­
m eraciones nuevas y poderosas en la d esem bocadura de las grandes rutas carav a­
neras seguidas por los ejércitos árab es, así com o a orillas de los grandes ríos de
Iraq y de Egipto: en el 636 se funda Kúfa ju n to a una ruta que lleva de H ira
hasta el centro del Iraq cruzando el E u frates sobre un puen te de barcas; en 638
B asra, en la confluencia del Tigris y el E ufrates; F ustát en 640, ju n to a la fo rta ­
leza bizantina de B abilonia de E gipto, en el lugar del prim er puen te situado más
arriba del delta. E stas ciudades, los am sár (singular m isr)y m anifiestan la fuerza
y la unidad de los vencedores y carecen de cualquier tipo de fortificación o p ro ­
tección. B asra no será am urallada y provista de un foso hasta el 771, cuando se
produzca la insurrección de los járidjíes surgidos de en tre los propios beduinos;
estas obras no se d eben, por tan to , a que se sienta ningún tem or a los vencidos.
En estas ciudades se desarrolla un urbanism o original, variado. Su fundam en­
to es la estructura tribal que ha presidido la fragm entación en lotes y la d istribu­
40 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

ción de circunscripciones que corresponden a los contingentes, todos ellos o rg an i­


zados según el m odelo genealógico. E n B asra encontram os cinco barrios, cada
uno de los cuales ha sido elegido p o r una confederación de tribus: A zd, T am im ,
B akr, cA bd al-Q ays, y cA bd al-cÁ liya. E n Küfa el plano recuerda el de un cam ­
pam ento rom ano con cuatro avenidas principales qu e se cruzan o rtogonalm ente
en el centro, m arcado p o r la m ezquita y el palacio. Las calles son muy anchas,
hasta 25 m, y en el centro de cada concesión tribal (jitta) se encuentra el cem en ­
terio del grupo. La topografía de K úfa resp etará los lím ites diseñados p ara esta
instalación que, en un principio era sem irrural. A sí, las chozas construidas con
cañas y las tiendas de cam paña no serán sustituidas p o r casas de o b ra hasta trein ­
ta años después de la fundación. En Fustát la arqueología confirm a una cro n o lo ­
gía similar: una ciudad de tiendas en la que las calles separan a las jittas tribales.
A quí, no o bstante, el plano es más confuso y m uestra una red de calles que cons­
tituyen laberintos, con callejones sin salida y plazas a veces cerradas en form a de
pata de oca o de estrella. E ste plano reproduce, sin d u d a, las originalidades trib a­
les y ha m arcado toda la topografía ulterior de la ciudad. Incluso en Fez, fundada
en el paso del siglo vm al ix, el plano de la nueva capital idrtsi se basa en una
repartición tribal.
El urbanism o de las ciudades nuevas se caracteriza p or un cierto núm ero de
rasgos com unes: estructu ra basada en el grupo tribal, m ás o m enos aislado, adm i­
nistrado po r sus propios jefes con la colaboración de los «^índicos» —cuya fun­
ción adquiere gran im portancia ya que conocen las reglas genealógicas de la tri­
b u —. Es una estructura simple que perm ite la movilización rápida de un p u eblo
unido, con un aparato jurídico y político m uy elem ental ya que las cuestiones
relativas a la herencia son com petencia de la trib u , y un cen tro religioso e intelec­
tual, la m ezquita, en continua efervescencia. T o d a esta simplicidad se desvanece
poco a poco ante los progresos de una vida económ ica cuyo objetivo principal
seguirá siendo el aprovisionam iento de los grupos urbanos. La organización se
com plica entonces sin perd er su significación fundam ental de m etrópolis rentista
que «digiere el botín»; a ésto hay que añadir las rentas de la tierra, constituidas
fundam entalm ente po r los im puestos que los vencidos deben ab o n ar a la com uni­
dad vencedora. En todas estas ciudades se construye la C asa de la M oneda, la
C asa del T esoro e incluso, en K úfa, una C asa del B otín y un arsenal en B asra
que, en un principio, apunta hacia el G olfo Pérsico y, muy p ro n to , hacia la India.
En F ustát la vida com ercial se en cu en tra anclada en la tradición de los com ercian­
tes locales pero la experiencia de los m ekíes se desarrolla en torno a un m ercado
agrícola local que, poco a poco, se alim enta con productos más exóticos, p ro ce­
dentes de la India y de C hina. E sta transform ación de las ciudades cam bia, en
realidad, su apariencia tribal de form a muy lenta, p ero acentúa las diferencias de
riqueza en tre las grandes «casas» que controlan la dirección de los clanes y los
linajes inferiores.
Las aglom eraciones nuevas, aunque constituyen el ideal de la vida u rb an a
para los árabes que han inm igrado en las antiguas tierras del C reciente F értil, de
Egipto o de al-A ndalus, ejercen su au to rid ad sobre una gran red de ciudades h e­
redadas del pasado. Se p ro d u jero n , sin du d a, algunas fundaciones en tiem po de
los prim eros califas y bajo los O m eyas, sobre todo en el Iraq y en las zonas fro n ­
terizas, pero lo esencial sigue siendo la estru ctu ra bizantina o sasánida. La con ti­
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 41

nuidad de la toponim ia y el h áb itat son particularm ente apreciables en la Siria


septentrional, en los confines de A n ato lia o en Irán . A l este, donde la u rb an iza­
ción recibe un latigazo debido a la instalación de grandes contingentes árabes,
puede contem plarse un d esdoblam iento de las aglom eraciones antiguas y, ju n to
a las ciudades persas, que frecu en tem en te son ciudadelas de escasa im portancia,
los recién llegados desarrollan un suburbio (btrún), ju n to a la carrete ra , en el que
se sitúan los órganos de la ciudad islám ica, la gran m ezquita y el palacio con el
m ercado. En N ishápúr, situada sobre la c a rre te ra que atraviesa el Ju rásán hacia
la T ransoxania y la C hina, la ciudadela y la ciudad in terio r (m adtna o sharastan)
quedan englobadas en un conjunto m ás am plio. La au tonom ía, que dura largo
tiem po, de los antiguos «m arqueses» sasánidas hace que num erosas ciudades
com o M arw, Balj, S am arqand y B ujára qued en al m argen de la islam ización. Por
todas partes se nota que se ha ro to la estru ctu ra de la ciudad, ajena al esquem a
unitario que sólo se reco m p o n d rá len tam en te; en M arw , que d u ran te m ucho
tiem po resultó inaccesible a los árab es qu e acam paban en el oasis, hubo que es­
perar a que A bü M uslim construyera un nuevo centro político (D ár al-Imára)
hacia el 750. E n Siria la continuidad es aún más fuerte: la ocupación árabe se ha
am oldado a la estructura de los distritos m ilitares, los d ju n d s, en las ciudades a n ­
tiguas. D esde luego, las ciudades del litoral, tal com o ha dem ostrado la a rq u e o ­
logía, sufren una decadencia rápida en el m om ento de las grandes expediciones
por el M editerráneo, pero fuera de ellas el núm ero de m onedas de cobre que
llevan los cuños distintivos de las distintas cecas confirm a la supervivencia de Ti-
beríades, E m esa (H im s), Q innasrin y A lepo. E n las plazas fronterizas, com o T a r­
so, A d an a, M issisa, la presencia del ejército m antiene una vida activa y dem o crá­
tica: un pueblo de com batientes, ejército regular a sueldo o voluntarios retenidos
por el botín o las fundaciones pías vive en ellas, se en tre n a , lucha, se desgarra
en oposiciones tribales o disputa la auto rid ad del gobernador.
D am asco, que ha sido elegida com o capital adm inistrativa de la dinastía om e-
ya, simboliza esta mism a continuidad de una m anera diferente. H a h ered ad o de
la tradición antigua y de la dom inación bizantina un recinto fortificado, una red
de aprovisionam iento de agua, un acueducto, num erosas canalizaciones y m últi­
ples depósitos de agua de los que p arten las conducciones que alim entan las fu en ­
tes, m ezquitas, baños públicos (ham m ám s) y casas. Se han podido establecer las
etapas de la evolución topográfica de la capital siria: establecim iento de una red
de m ercados (súqs, zocos) en to rn o a la gran avenida con colum nas de la ciudad
rom ana, conquistada gradualm ente p o r las tiendas lo que le hace p erd er su tra za ­
do rectilíneo y su aspecto m onum ental; transform ación de la antigua ara sagrada
del tem plo de Jú p iter D am asceno (B acl H ad d ád ) en una m ezquita con patio cen­
tral com unicada con la residencia del califa; finalm ente, dislocación de la red de
calles p erpendiculares, p or obra del particularism o trib al, que p uede aún vislum ­
brarse bajo la nueva estru ctu ra en form a de colm ena, con calles acodadas y b a ­
rrios fortificados.
E stas transform aciones tienden a aproxim ar a D am asco, capital efectivam ente
arabizada, a las ciudades nuevas, los am sár. D e hecho, m uchas ciudades antiguas
siguen fieles al sistem a helénico y, p or o tra p arte , los secretarios del califa, inclu­
so conversos, siguen fieles a la cultura helénica, expresión que todavía es sinóni­
ma de ciencia e incluso de tecnología, y son p artidarios acérrim os de una ciudad
42 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

racional fundam entada en la astrología, la geom etría y las técnicas propias del
ingeniero. A p artir de este m om ento, todo lo que afecta a la vigilancia y a la
regulación de la vida urbana constituye un asunto público y escapa a las con tin ­
gencias tribales. A este respecto, todo lo que se sabe de las ciudades de O cciden­
te se dirige en el mism o sentido: el de un abandono progresivo del m odelo tribal.
La historia de la wiláyat al-süq (‘control del m ercad o '), función de vigilancia y
de regulación de la vida social y económ ica que resulta fundam ental en la ciudad
hispano-m usulm ana, nos proporciona un buen ejem plo, con la ventaja de afectar
directam ente a la historia económ ica. El cargo aparece con seguridad en las fuen­
tes andalusíes a p artir de la llegada al p o d er del segundo em ir om eya de C órdoba,
H ishám I, en el año 787, pero nada p ru eb a que se trate de una estricta novedad.
La función se considera suficientem ente im p o rtan te en la jerarq u ía adm inistrativa
com o para que su titular, de origen orien tal, sea un visir que figuraba en prim era
fila en el registro (diwán) en el que se anotaban las pensiones atribuidas a los
dignatarios del gobierno y de la adm inistración. Se sabe tam bién que, en el 805,
al-H akam 1 hizo ejecutar al sáhib al-süq (funcionario encargado del m ercado),
im plicado en una conjuración, y que, al año siguiente, la gestión de su sucesor
provocó una revuelta popular en la capital. El p rim er m anual de hisba, tratad o
relativo al gobierno del zoco, que conservam os y que constituye el prim ero de
una serie de m anuales jurídico-adm inistrativos o rientales y sobre todo o ccidenta­
les del mismo género, es obra de un andalusí, Y ahyá ibn cU m ar, residente en
Ifriqiyá al final del período aglabí, el cual responde a las consultas de los funcio­
narios de los m ercados de Súsa y de Q ayraw án siguiendo las doctrinas sobre la
m ateria del propio M alik ibn A nas y de los grandes doctores del malikism o egip­
cio, andalusí e ifriqí. E sta o b ra es, por consiguiente, totalm ente representativa
de este m undo m usulm án del siglo vm en el que la falta de una unidad política
práctica entre O rien te y O ccidente y los inevitables m atices regionales no im piden
la elaboración de una civilización com ún a partir de bases idénticas.

L a s DISLOCACIONES Y EL FRACASO

La m onarquía om eya conoce una historia sem brada de insurrecciones que


continu arán, por otra parte, con idénticas características d u ran te el prim er siglo
cabbásí. Estas revueltas asocian una com ponente antifiscal a la p rotesta contra la
dom inación del pueblo-ejército árabe. F recuentem ente han sido in terp retad as
com o revueltas «nacionales» co ntra el Islam , ancladas en un pasado religioso, so­
bre todo en Irán. Si bien las constantes revueltas coptas (cinco en tre 739 y 773 y
una últim a particularm ente violenta en 831) no d eben nada al dram a filosófico y
religioso del contacto con el Islam , siendo de hecho simples rebeliones contra el
fisco desautorizadas por o tra parte por la jerarq u ía episcopal que llega incluso a
ayudar a reprim irlas. Irán , por el co n trario , conoce m ovim ientos com plejos que
constituyen más bien respuestas al universalism o islámico. D e la misma m anera
y por la mism a razón surgen profetas en tre los bereb eres que elaboran «espejos
del Islam»: adoptan un m onoteísm o con aire regional que p reten d e re stau rar la
lengua y el orgullo de sus antepasados persas o bereb eres. La profecía se dirige
hacia el futuro y en este plano hace la com petencia al Islam inspirándose, al m is­
mo tiem po, en sus instituciones.
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 43

Revueltas y aculturación

El prim ero de estos profetas persas, B ihafarid, provoca un levantam iento del
Jurásán en tre el 746 y el 749, anuncia el fin del décim o m ilenio de la mism a m a­
nera que Z o ro astro había anunciado el final del noveno, ap o rta su L ibro, un anti-
C orán en persa, su alquibla (el sol), sus siete oraciones e, incluso, el diezm o;
prohíbe el m atrim onio endogám ico, el culto del fuego y el vino; se o p o n e, por
tan to , de m anera indiscutible al clero zo roastriano e incluso su color, el verde,
es el mismo del Islam . T ras su d e rro ta , es sustituido por un m ovim iento m ás sin­
crético, tam bién en el Jurásán hacia 755-756, que logra reunir enorm es m uche­
dum bres arm adas. O tros m ovim ientos rivales surgirán más tard e y, en tre ellos,
el de un b atan ero que, hacia 756-768, logrará reunir 300.000 hom bres en unos
días. E stas tendencias hacia el m esianism o sincrético alejan poco a poco a los
rebeldes de toda relación con el Islam al que ya no tratan de im itar. Las desvia­
ciones caen en la «exageración»: en 776 un artesano de M arw llam ado M uqannac
provocará una revuelta utilizando el tem a de la encarnación de D ios. Se inspira
en el extrem ism o shicí, pues los apóstoles encarnados son, en efecto, A dán, Set,
N oé, A braham , M oisés, Jesús, M ahom a, cA li, su hijo M uham m ad, AbD Muslim
y, finalm ente, el propio M uqannac; proclam a el derecho a consum ir cerdo y lleva
una m áscara de oro. C onform e a la visión m usulm ana, esta radicalización del m o­
vim iento enlaza la especulación filosófica con el m ilitantism o político. A ntes de
su islam ización definitiva, el n oroeste de] Irán será testigo de una nueva revuelta
general, la Jurram iyya, cuya d octrina adm ite la transm igración de las alm as y la
encarnación de los apóstoles. Su jefe, B ábak, hijo de un com erciante de aceite,
subleva al A dharbaydján en el 816 y tam bién una parte del Irán hasta el 827.
B ábak, al constituir en to rn o a sí mism o una especie de E stado y presentarse
com o luchador de la luz contra las tinieblas, obedece al m odelo de M edina que
p retende renovar.
T odas estas revueltas, vanas y confusas, son testim onio de una necesidad y
subrayan las dificultades de una aculturación. D eberíam os, por o tra p arte, añadir
más conflictos: piénsese en las q uerellas «sim plem ente» tribales que oponen a
qaysíes y kalbíes, en los sobresaltos producidos por los partidarios de cAli y en
las protestas arm adas de los járidjíes. E stos últim os defienden, com o es bien sa­
bido, el reto rn o a la com unidad de M edina y el rep arto igualitario de ingresos
en tre todos los creyentes. E n principio, los járidjíes son partidarios de la igualdad
de todos ante la ley, sean éstos m usulm anes antiguos o conversos recientes. Por
esta razón sus convicciones deb erían h ab er prom ovido la sublevación de los clien­
tes, los m aw áli, cuya nueva fe, m oldeada sobre las estructuras tribales de sus ven­
cedores, no había recibido la recom pensa debida por los servicios prestados. No
o bstante, el m ovim iento quedó restringido sólo a los beduinos: su anarquism o
agresivo sigue concediendo excesiva im portancia a su m érito com o pioneros del
Islam . Su táctica de golpes de m ano realizados a caballo sólo puede garantizarles
éxitos efím eros: en tre 684 y 699, am enazan el Iraq, el Fars y el K irm án. A p lasta­
dos por el g o bernador al-H adjdjádj, qu e crea la nueva ciudad de W ásit para vigi­
lar B asra y K úfa, los járidjíes se dispersan p o r la periferia del im perio, en el Sid-
jistán, y sobre todo po r el M agrib do n d e crean un principado au tónom o en T iaret
en 766.
44 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

P or el contrario, el m ovim iento shicí arrastra m uchas más adhesiones, p articu ­


larm en te en las ciudades en las que los m awáli son num erosos, por más que los
p artidarios de cAli no se dirijan, en un principio, a ellos. Simple legitimismo d i­
nástico, el shicismo prom ete una era de justicia tras el restablecim iento del linaje
de M ahom a y de cAlí. O frece a los m awáli una función revolucionaria ad ap tad a
a la concepción com ún de su p arentesco con los seguidores de CA1T: sus clientes,
elegidos, honrados com o m iem bros de la fam ilia, se sienten herm anos espirituales
de los pretendientes. Se trata de una adhesión com pleja, aunque sincera, de estos
hom bres dispuestos a servir a la com unidad. Los m aw áli de Kúfa participan m a­
sivam ente en el «m ovim iento de los Penitentes» del 684 y, sobre todo, en la insu­
rrección de al-M ujtár en el 687 que estableció en K üfa un em brión de E stado y
p retendió gobernar en nom bre de los sucesores de cA li. Las grandes «casas» le
ab andonaron y esto dio lugar a su fracaso, pero el im pulso estaba ya dado p orque
el shicísmo encarna una aspiración profunda a una m onarquía to talm ente islám i­
ca; al mism o tiem po se envuelve en una religiosidad mística en la que el m artirio
de la familia de cAli se asocia el parentesco profético, constituyendo un conjunto
que conm ueve profundam ente a los intelectuales.

I m crisis del 750

La crisis revolucionaria del 750, que term ina con el im perio om eya e inaugura
una era y un régim en nuevos —am bos conceptos aparecen expresados p o r el té r­
m ino daw la— confirm a la debilidad del poder y su incapacidad para resolver los
problem as planteados por la conversión masiva de los antiguos dhim m íes. No se
tra ta , no o bstante, de una revolución nacional de los iranios contra los árabes ni
de una revolución de los m aw áli con tra la aristocracia tribal, sino de buscar una
solución islámica al problem a de la H acienda estatal. Si bien el centro de la insu­
rrección es, de nuevo, la provincia del Ju rásán , de hecho son árabes y, en p a rti­
cular, las tribus que se vieron privadas, hacia el 733, de los sueldos del diw án y
fueron excluidas del ejército, quienes m archan sobre M arw arm adas con garrotes.
Las consignas del m ovim iento no m uestran ninguna hostilidad hacia los árabes e
incluso la población prop iam en te árabe de KOfa será invitada a apoyar y sancio­
nar las decisiones de los generales jurásáníes. En ningún m om ento se observa
resto alguno de un program a que p reten d a corregir las desigualdades e injusticias
de las que eran víctimas los m aw áli, sino tan sólo una prom esa de renovación del
E stado. H a surgido sim plem ente un m ensaje revolucionario que se ha recibido
en un terren o favorable y que unifica diversos descontentos, todo ello en m edio
de una atm ósfera vagam ente m ilenarista en la que no faltan los rasgos místicos
característicos de los sectores extrem istas del shi^sm o.
Por o tra p arte, la situación particu lar del Ju rásán explica el éxito que allí tuvo
un m ovim iento revolucionario: arabizado debido a la afluencia de 50.000 familias
de Kúfa y de B asra que constituyen una poderosa fuerza de ocupación, la provin­
cia, m arca extrem a del Islam , en contacto con los países iranios todavía in d ep en ­
dientes o paganos de la T ransoxania y del A fganistán, es aún «tierra de guerra
santa», de botín y de tributo. A b u n d an en ella los conflictos tribales e n tre los de
M udár o qays y los yem eníes y existe una oposición violenta a todo lo que viene
DEL MODELO HEGIRIO AL REINO ÁRABE 45

de Siria, por tan to , a los O m eyas. El p roblem a de los m aw álí sólo se plantea en
térm inos de honor y dignidad; desde cU m ar II están inscritos en los registros de
los contingentes m ilitares y, después del 738, una reform a fiscal ha aligerado sus
cargas. Por el contrario, los árabes, en particu lar los yem eníes, tienen una rev an ­
cha pendiente con los O m eyas que en 733 les suprim ieron los privilegios de la
soldada, con la excepción de 15.000 fam ilias que se m antuvieron en los registros.
La elección del Jurásán y, en particu lar, de la tribu yem ení de los Juzaca com o
base del m ovim iento revolucionario explica asim ism o el éxito de una propaganda
clandestina y, en últim o térm ino secundaria, la de los cabbásíes, un linaje m edio­
cre y de pretensiones tardías. P or o tra p a rte , su parentesco masculino indiscutible
con el P rofeta los sitúa en un plano de igualdad con los descendientes de cA li e
incluso el testam ento de uno de estos últim os, A bú H áshim , en favor del cabbásí
Ibráhim , perm ite que se alíe con ellos una p arte de la opinión shicí. D u ran te casi
20 años los cabbásíes desarrollan un m ovim iento político (en Kúfa con A bú Salá-
ma) y m ilitar (en el Jurásán bajo A bú M uslim ) hostil a los O m eyas, sin especificar
jam ás el nom bre o el linaje del «imám digno» para el que trabajan. Sus adeptos
se limitan a referirse al d eb er y al d erech o a vengar a los m iem bros de la familia
del P rofeta, asesinados por los tiranos om eyas; la ban d era negra y las ropas del
mismo color de sus seguidores constituyen únicam ente una señal de luto y de ven­
ganza; se unen tam bién al espíritu niesiánico.
El lugar que ocupan los m aw áli en to d o este asunto aclara la im portancia de
los lazos fam iliares y de adopción espiritual: A bú M uslim , iranio que ha en trad o
com o mawlá en una tribu á rab e de K úfa, ad o p ta el título de «general (amir) de
la familia» y de «representante» del linaje. A d o p tad o por el imám Ibráhim en el
746, recibe de éste una especie de m isión, según la cual, aunque no pueda reivin­
dicar el poder para sí m ism o, p u ed e, en cam bio, transm itir su au toridad subdele­
gada. E ste es un procedim iento de transm isión que será recu p erad o , más tard e,
por los fatim íes. En K úfa, A bú S alám a, tam bién un liberto, ado p ta un título que
había sido utilizado por M ujtár d u ran te la revuelta del 686, en nom bre del hijo
de cA lt, «auxiliar» (wazir) de la fam ilia, literalm ente «el que lleva el peso de la
carga», una denom inación que im plica, por lo m enos, un parentesco espiritual
—recuérdese que en el C orán A arón es llam ado wazir de M oisés—. E stos herm a­
nos espirituales asum en todos los riesgos y se hacen cargo de la propaganda y de
las operaciones m ilitares, p rotegiendo a sus superiores, los príncipes cabbásíes o
descendientes de cA li que se ocultan en una clandestinidad absoluta y que no se
m ostrarán, en m odo alguno, agradecidos: A bú Salám a será ejecutado inm ediata­
m ente después de la victoria cabbásí y A bú Muslim en el 754, por o rden del califa
al-M ansúr.
El éxito de la revolución se explica precisam ente p o r la am bigüedad que ro ­
deó al nom bre del im án, perm itien d o recu p erar toda una serie de revueltas a n te ­
riores de los partidarios de CA1T, asociarse al m ovim iento teológico de los m ucta-
zilíes, del que hablarem os más ta rd e , y a d o p tar de ellos la idea central de un
«m ando» del bien que se op o n e a una m ala auto rid ad . Al mismo tiem po, p o te n ­
cia plenam ente la carga de los odios tribales y, en p articular, la oposición de los
yem eníes a la hegem onía qaysí. La revolución es proclam ada ab iertam en te en el
747 y se transm ite m ediante el telégrafo óptico constituido por un sistem a de se­
ñales con hogueras en la región de M arw la noche del 25 de ram adán. La decía-
46 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

ración se hace en nom bre del «im ám esperado» y d e rro ta a la dinastía om eya que
se en cuentra debilitada p or todas partes. E n dos años el ejército de los «garrotes»
b arre los contingentes califales de Irán e Iraq y el 28 de noviem bre del 749 se
proclam a a A bú-l-cA bbás en la gran m ezquita de K úfa pese a todo el despecho
que sienten los príncipes sucesores de cA lí. A l año siguiente los m iem bros de la
fam ilia om eya, a los que se ha atraíd o a un en cerro n a en Siria, son asesinados
sin piedad; sólo uno logra huir, tan lejos com o p u ed e, hasta C órdoba. El nuevo
p o d er se instala en Iraq , en A nbár-H áshim iyya, lo que constituye un p rim er signo
de ru p tu ra con los O m eyas, en m edio de una atm ósfera de crueldad y odio tribal
que llega a d esen terrar a los m uertos om eyas con el fin de arrancar a la dinastía
d epuesta cualquier resto que p u diera q u ed ar de grandeza. La revolución cabbásí
m anifiesta, por tan to , una trem en da violencia ideológica pese a ser, en prim er
lugar y de hecho, un simple cam bio de dinastía.
Capítulo 2
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES
El «éxito» del Islam*

M andar

El triunfo cabbásí ofrece una solución islámica a los problem as de la legitim i­


dad y de la gestión del p oder: la proclam ación de A bü-l-cA bbás en el m arco
sacralizado de la venerada m ezquita de K úfa, foco de las revueltas legitim istas,
tiene lugar en el m om ento de la oración com unitaria del viernes.

Una m onarquía «islámica»

E sta m onarquía afirm a los derechos absolutos del linaje de cA bbás, tío del
Profeta, en virtud de un derech o de antigüedad. R echaza todo im am ism o de
tipo shffi (A bú-l-cA bbás ad o p ta, p o r o tra p arte , el título de «príncipe de los cre­
yentes y no el de im án») así com o cualquier transm isión testam en taria de los
herederos de cA lí a los cabbásíes. P arien tes honrados y protegidos p o r la dinas­
tía, los h erederos de cA lí y sus prim os los dja'faríes son excluidos en lo sucesivo
de toda legitim idad dinástica y ni siquiera form an p arte de la sh ú ra , el consejo
consultivo que determ in a, a falta de una designación por p arte del califa, quién
es el sucesor «más excelente» en tre los m iem bros de la fam ilia, que ha qued ad o
reducida al linaje de cAbbfis. A bú-l-cA b b ás restau ra una historia interrum pida y
establece un reto rn o absoluto a las fuentes a p artir del m om ento en que se pres­
tó ju ram en to al P rofeta. R estau ra tam bién la unidad de la u m m a , suprim iendo
los privilegios del ejército á rab e y estableciendo la igualdad e n tre todos los m u­
sulm anes. Proclam a, finalm ente, la responsabilidad y la autorid ad absoluta del
«príncipe de los creyentes» con respecto a la com unidad. Tal com o p uede verse,
la m onarquía islám ica no rom pe con el fundam ento absolutista del régim en de

* La transcripción de los términos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
48 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

los O m eyas ni reduce la extrem ada concentración del poder; p or el co n trario ,


suprim e el contra-poder de los jefes de tribu que constituían el ejército. T odo el
ejercicio de la autoridad se encierra en el seno de la «familia bendita».
A h o ra son las estructuras fam iliares, am pliadas gracias a la clientela y el p a ­
rentesco ritual, las que aseguran la gestión del E stad o islámico. Los cabbásíes sir­
ven al califa com o gobernadores de provincia o jefes del ejército y se seccionan
am plios territorios del im perio p ara qu e ellos gobiernen y, de m anera p articular,
p ara el presunto h eredero qu e, con frecuencia, m anda el ejército de las m arcas
situadas en el frente bizantino. E stos go b ern ad o res favorecen, de hecho, los au-
tonom ism os subterráneo s, inevitables d ad a la inm ensidad y la ausencia de unidad
cultural y económ ica del im perio, en particular en el inm enso O riente iranio que
H árún al-R ashid confía a su hijo a l- M a ^ ú n , proclam ado h ered ero de su otro
hijo, o que al-M utaw akkil confía a al-M uctazz, m ientras que el presunto h e re d e ­
ro, al-M untasir, gobierna el O este. T am bién el ejército se reconstituye sobre la
base de utilizar sólo a m ercenarios y apoyarse en la solidaridad de partidos: com ­
puesto por jurásáníes, su núcleo está constituido p o r los abná3, «hijos» del régi­
m en, m ientras que los antiguos contingentes árabes son elim inados gradualm ente
del ejército, tachados de los registros de soldada o acantonados en las marcas.
B ajo al-M ansúr, la gestión del ap arato adm inistrativo se confía, a un fiel ayudante
del califa y, para denom inar su cargo, se utiliza de nuevo el título de visir ( wazir)
del que había hecho uso A bú Salám a. Si se tra ta de un secretario (kátib), buen
conocedor de la gestión de las num erosas y com plejas oficinas, su relación con el
califa será íntim a, fam iliar y tam bién conflictiva: adem ás de recibir una delega­
ción, que tiende a ser total, de las prerrogativas califales (absolutism o visiral qu e,
no o b stan te, se encuentra m o derado p or la revocación, ejecución o confiscación),
el visir, y otros cortesanos, se ven introducidos, forzosam ente, en la intim idad de
la familia com o «secretarios-tutores», es decir, v erdaderos padres adoptivos, p re ­
ceptores de los príncipes y tu to res que pronto resu ltarán m olestos.
La base adm inistrativa del im perio se d esarrollará ráp idam ente y su eficacia se
verá reforzada. El gobierno de los cabbásíes constituye el apogeo de la especiali-
zación de los d epartam en to s estatales y del co ntrol, la o b ra m aestra de los secre­
tarios. El T esoro om eya (B ayt al-máí) desarrolla un conjunto de servicios que co n ­
trola los im puestos territoriales, diezm os, bienes confiscados y el tesoro privado;
m ás tard e, en el siglo ix, el servicio de los im puestos territoriales se reestru ctu ra
en tres que son responsables, respectivam ente, del O ccidente, O rien te y el Sawád
(región de B agdad) y qu e, en su conjunto, están som etidos a un d ep artam en to e n ­
cargado del control. E sta estru ctu ra, que resulta por o tra parte inestable y som e­
tida a reorganizaciones, se reproduce en provincias y perm ite un conocim iento
precoz de los recursos fiscales e incluso la elaboración de presupuestos centrales,
que se elevan a 400 m illones de dirhem es bajo los prim eros cabbfisíes, a 300 m i­
llones hacia el año 850 e incluso a más de 200 m illones hacia el año 900. Los ser­
vicios de la tesorería, que reciben sólo una p arte de los ingresos derivados de la
fiscalidad ya que las provincias gozan de autonom ía financiera, pagan, a través de
los divanes de los gastos y del ejército, los sueldos de los funcionarios y de los m i­
litares, las pensiones de los m iem bros de la fam ilia y las necesidades de la corte.
F inalm ente, las oficinas de la cancillería y del sello registran las decisiones de p o ­
lítica general y los diplom as en los que constan los nom bram ientos, m ientras
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 49

que el servicio de correos organiza una red oficial de com unicaciones y de vigilan­
cia policial sobre el conjunto del im perio, a la m anera sasánida o rom ana.
E ste sistem a, estable sólo en teo ría, se en co n trab a no obstante som etido a las
fuertes tensiones que agitaban a la fam ilia y a la co rte califal, esto es, fundam en­
talm ente, los conflictos sucesorios qu e form an p a rte , de m odo inevitable, de la
estructura mism a del régim en. N inguna sucesión se ve libre de ellos: a la m u erte
de A bú-l-cA bbás al-Saffáh, el tío de al-M ansúr p ru eb a su suerte alegando su d e ­
recho de m ayor antigüedad; al-M ansúr debe a p a rta r a su prim o, designado por
al-Saffáh, para transm itir el califato a su hijo al-M ahdi. C uando éste ir ' tere, p o ­
siblem ente asesinado, se rom pe el o rd en sucesorio y al-H ádí obtiene ventaja so­
bre su h erm ano H árún. É ste, liberado de la prisión a la m uerte de al-H ád!, trata
de im poner un orden sucesorio en tre al-A m tn y al-Ma^mún. Fracasa y, a su m u er­
te, el E stado se ve desgarrado p o r una d u ra guerra civil que estalla en el m o m en ­
to en que el califa elim ina de la sucesión a su m edio herm ano. A l-M a3m ün, con
el ejército del Jurásán m andado principalm ente p or T áh ir, m archa sobre B agdad
y asedia la ciudad desde agosto del 812 hasta septiem bres del 813, viéndose o bli­
gado a vencer la resistencia heroica de la población. Estos conflictos se ven an i­
m ados, por o tra p arte, por la com petencia de los secretarios-tutores y p o r las am ­
biciones de las reinas m adres, cada una de las cuales espera d e rro ta r a sus rivales
del gineceo califal. E sta atm ósfera de intrigas desatadas acaba por afectar el ca­
rácter mismo del p o d er califal: al-M ahdi m uere, tal vez asesinado, y se abriga la
m ism a sospecha sobre la m uerte de al-H ádí; al-A m in, por o tra p a rte , m orirá a
m anos de los soldados de T áhir.

¿Q ué sentido tiene?

Los conflictos que surgen en el seno de la familia rep ercu ten , sin duda, en el
am biente de palacio y contribuyen a que el visirato tenga una historia caótica,
interrum pida por trem endas desgracias y confiscaciones desm edidas, hasta el mis­
mo fin del gobierno personal de los cabbásíes. La fragilidad de su suerte lleva a
los secretarios a prom over una consolidación d esm esurada de su partid o , a trata r
de enriquecerse sin m edida, y agrava sin cesar el carácter de po d er privado y de
delegación personal y total del m ism o qu e caracteriza al visirato. Los favoritos
reciben títulos significativos y suntuosos («herm ano en Dios» es el apelativo de
Y acqúb ibn D áw úd bajo al-M ahdí) que im plican una integración en el seno de la
familia y enm ascaran la inestabilidad del cargo. Un caso resulta, an te to d o , digno
de m ención: es el de los B arm ekíes, descendientes del superior de un convento
budista de Balj, que gobiernan e n tre 786 y 805, a p artir de Y ahyá, tu to r de H árún
al-R ashíd, gracias al cual este últim o alcanzará el p oder. La ex traordinaria buena
suerte de esta fam ilia, dada la duración y am plitud que alcanzaron sus poderes,
perm itió una política a largo plazo cuyos frutos fueron: reconciliación con los p a r­
tidarios de cA li, reclutam iento de un nuevo ejército en el Jurásán e im posición
de la paz a Bizancio. Se produce una v erd ad era división del trabajo político que
asocia el visirato, todopo d ero so en B agdad, con el califato, dedicado de m anera
exclusiva a la guerra santa o djihád. El peso fiscal de esta política d ará lugar, en
el 803, a la caída y ejecución de los B arm ekíes.
50 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

E n efecto, los m iem bros de la fam ilia se ven afectados por la duda sobre la
legitim idad de su p oder, lo que constituye una seria am enaza para el futuro de
la dinastía. Los descendientes de cAlf han intensificado su propaganda y afinado
su argum entación. Se jactan siem pre de su genealogía pura en la que no aparece
ningún m atrim onio desigual: insisten en su ascendencia m aterna irreprochable,
com o hijos de m ujeres nobles, m ientras que los califas eran hijos de concubinas
esclavas, y pronto argum entan que descienden de F átim a, todo ello a pesar de
que el m odelo genealógico habitual en tre los árabes es exclusivam ente patrilineal.
Pero sobre todo apelan, en círculos restringidos, a las nuevas ideas que están en
el am biente: m esianism o apocalíptico que anuncia la próxim a llegada del M a h d t,
el «bien guiado», el «señor del tiem po» encargado de establecer una era de ju sti­
cia, función casi sobrenatural del im ám , do tad o de ciencia y virtud y p uente con
lo divino. E stas convicciones integran los antiguos tem as de los extrem istas shicíes
y están de acuerdo con la cosm ología neoplatónica que acaban de descubrir los
sabios árabes. A ellas resp o n d erán los cabbásíes con una táctica im itativa de esca­
so alcance: el hijo de al-M ansúr, que se llam aba ya M uham m ad ibn cA bd A lláh,
precisam ente el nom bre que la tradición religiosa atribuye al M ahdi salvador, lle­
ga a ad o p tar el título califal de al-M ahdi; al-M a3m ún se autodenom inará im ám e
incluso jalífat A llá h , «vicario de Dios», l odo ello presagia una ex traordinaria in­
flación de los títulos califales, cada vez más cargados de significado religioso: ex­
presan, en una lengua todavía fresca, la elección, la fortu n a o la victoria que D ios
ofrece a su protegido. E stas fórm ulas no están aún estereo tip ad as pero constitu­
yen un sim ple recurso para cubrir las apariencias y los mismos califas se ven afec­
tados por el sentim iento de superioridad de los descendientes de cAlí: en tre 816
y 818 al-M a3mün decide transm itir el califato a CA1! al-R idá, perteneciente a la
familia de cA lí y, para ello, lo convierte en su yerno y lo nom bra h ered ero suyo.
E ste sueño de reconciliación fracasa debido a la oposición arm ada de B agdad y
el im ám m uere probablem ente envenenado:
T ras este fracaso, al-M uctasim y su hijo al-W athiq realizarán, en tre 827 y 847,
una últim a tentativa de dar un sentido a la m onarquía islámica: se trata de im po­
ner una ideología com ún, la del m uctazilism o, al im perio m usulm án. En 827 al-
Ma^mún adopta el dogm a del «C orán creado». E n 833 em pieza la m ihna o inqui­
sición, cuyas investigaciones lleva a cabo el jefe de la policía de B agdad, bajo la
autoridad del gran cadí, y los g obernadores de las provincias, los cuales ap artan
del servicio de la dinastía a todos los adversarios ideológicos del pensam iento
m uctazilí, a los dualistas iranios y a los negadores de la unidad divina (d en o m in a­
dos, am bos, zindiqs), a los antropom orfistas que adm itían la realidad de los a tri­
butos divinos y la visión de D ios en el paraíso, y a los que negaban la libertad
hum ana. La represión alcanza a los doctores los cuales son interrogados por la
autoridad e incluso por el propio califa, viéndose conm inados a la aceptación de
los dogm as m uctazilíes. La m ayoría se som eten, de form a más o m enos sincera,
pero surge una resistencia e n tre los tradicionistas, agrupados en torno a la figura
de A hm ad ibn H anbal, que fue interrogado y encarcelado dos veces. A lgunas
víctim as proporcionan m ártires a la propaganda hanbalí y la inquisición será
abandonada de m anera brutal a principios del rein ad o de al-M utaw akkil. El gran
cadí Ibn A bi D u3ád es destituido en 825 y el califa se resigna a con d en ar, por
rescripto, todo estudio de teología dogm ática (kalám ). E ste fracaso, si bien no
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 51

LOS 'ABBASÍES

al-'Abbis
I
■ ■■ ■ — ■ i
1 al-Mansúf
754-775
Abú-l-'Abbáa al-Saffáh
750-754 al-Mahdl
775-785

al Hádl Hárún al-Raahld


785-786 786-809
i
al-Amln al-Ma'mOn al-Mu ctaaim
809-813 813-833 833-842
__________ 1
al-Wathlq al-Mutawakkll
842-847 847 861

al-Muata Hn al-Muntaair al-Mu etazz al-Muwatfaq


862-866 861 862 862-869

al-Muhtad! al Mu cladid
869-870 802-902

al-MuqtacMr al Oáhir
al Muktafl 932-934
902-908 908 932
I
al-Muatakfl al-RAdl al-Muttaqf al-Mutr
944-946 934-940 940-944 946-974
I I
alOádlr
991-1031 al-Ti'P
I 974-991
alQátm
1031-1075

com prom ete el futuro de la investigación teológica y filosófica, contribuye no o b s­


tante a que estas disciplinas sean consideradas sospechosas por m uchos tradicio-
nalistas. P or o tra p a rte , las doctrinas se en cu en tran forzosam ente lim itadas por
su concordancia con la letra del L ibro sagrado. F inalm ente, este fracaso trae co n ­
sigo, asim ism o, el fin de un nuevo tipo de gobierno: el que ha sido asum ido por
el gran cadí en un m om ento en que los visires ven lim itadas sus funciones a lo
estrictam ente fiscal y financiero.
E ste paréntesis se cierra con al-M utaw akkil y la m onarquía islámica vuelve a
la inestabilidad y a los peligros de la época de los B arm ekíes. Surgen, adem ás,
nuevos peligros con el reclutam iento sistem ático de un ejército de esclavos turcos,
ya que la dinastía ha renunciado a la adm inistración directa del Ju rásán , que se
encuentra confiado a T áh ir y a sus descendientes, con lo /q u e d esaparecen las
fuentes de su ejército tradicional. Las intrigas palaciegas, prom ovidas p o r los
«herm anos adoptivos» del califa y p o r los secretarios-tutores, se ven increm en ta­
das por las am biciones de los oficiales turcos, seguros de la obediencia de sus
tropas, y las sucesiones trágicas vuelven a producirse con el asesinato de al-M uta-
w akkil, en 861, a m anos de los guardias de palacio; con ello reap arecen , una vez
m ás, los conflictos en tre los príncipes cabbásíes. El fracaso de la m onarquía islá­
mica es to tal, pues priva al E stad o de sus fundam entos, revela la existencia de
52 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

relaciones de pura fuerza, disfrazadas de m anera hipócrita con pom posos títulos
califales, contribuye a crear corrien tes contradictorias en la opinión pública, re ­
fuerza el shi^sm o m ilenarista que predica la esperanza en un reino de justicia y,
finalm ente, favorece a los doctores o ulem as (culam áy) que están decididos a h a­
blar en nom bre de la C om unidad y a oponerse a los abusos de los m ilitares. Tal
vez sea el O ccidente islám ico, en el que se está o p eran d o un cam bio m oral y
político profundo y durad ero , el que les ofrezca un ejem plo.
La evolución política de la p arte occidental del inm enso im perio m usulm án
presenta, en efecto, ciertas características particulares. A l-A ndalus y el M agrib
occidental y central a partir de la crisis de m ediados del siglo viii, así com o Ifrlqyá
después del 800, se organizan en estados independientes que prescinden, en la
práctica, de la autoridad del califato oriental. Si bien la aparición de los em iratos
de T ah ert y de Fez se deb e, en buena p arte, al hecho étnico b ereb er, la constitu­
ción de los de C órdoba y Q ayraw án no revela ningún particularism o local indíge­
na. T odo sucede en función de una aristocracia dirigente de origen oriental que
encuen tra apoyos o resistencias en los m edios tribales árabes o bereberes. Por
otra p arte, incluso en los estados «bereberes» de T ah ert y de Fez, las dinastías
son, respectivam ente, irania y árabe. T am bién eran árabes, o al m enos p re te n ­
dían serlo, los pequeños em ires del principado sálihí de N ákúr. Sólo en las fro n ­
teras aún inciertas de este Islam occidental podem os en co n trar jefes políticos,
más o m enos independientes, de origen indígena: es el caso de los m idraríes b e ­
reberes de Sidjilmasa o de los «señores» m uladíes (m uw allads) del valle del E b ro .
P or consiguiente, en el orden político, procede de O rien te todo lo que dom ina
la segm entación tribal y la disgregación local, si bien hay que inten tar m edir, en
prim er lugar, la influencia árab e y o riental en los com ienzos de estos estados m u­
sulm anes del O ccidente m ed iterrán eo .

En Occidente, ¿berberización o arabización?

No conocem os con suficiente precisión las m odalidades exactas de la im plan­


tación de los elem entos étnicos procedentes del O rien te M edio, tan to si se trata
de árabes com o de clientes arabizados e integrados al ejército y a su organización
tribal. En principio, estos g uerreros no debieran h ab er recibido tierras sino una
soldada, de acuerdo con la jerarq u ía del diwán al-djund o registro m ilitar. D e
hecho, tan to en Ifríqiyá com o en al-A ndalus, recibieron pronto cóocesionés te rri­
toriales im portantes y los go b ern ad o res enviados p or el califa de D am asco reali­
zaron ím probos esfuerzos p ara legalizar el rep arto de las mism as. No sabem os
casi nada sobre las m odalidades de la desposesión de los indígenas, la proporción
de tierras que los conquistadores se apropiaron de este m odo y el procedim iento
por el que fueron distribuidas (sobre base individual o ciánica). P odríam os in te ­
rrogarnos hasta el agotam iento en to rn o a la aplicación efectiva de las norm as
jurídicas, aún mal definidas en aquel m om ento, que habrían debido regir la a p ro ­
piación y el rep arto de las tierras p or los conquistadores, p ero lo cierto es que
nunca sabrem os lo que sucedió en realidad. En lo que respecta al m odo de explo­
tación de las propiedades (diyác) adquiridas de este m odo, p uede suponerse que
los nuevos poseedores conservaron, en un principio, el régim en en vigor en el
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 53

m om ento an terio r a la conquista q u e, al m enos en al-A ndalus, parece h a b er m an ­


tenido, en las grandes propiedades de la aristocracia dirigente, una m ano de obra
rural que se encontraba en una situación jurídica todavía próxim a a la esclavitud
de tipo rom ano. No o b stan te, las conversiones al Islam y el propio espíritu de la
nueva civilización debieron favorecer la evolución de la condición de estos cam ­
pesinos adscritos hacia form as de colonato aparcero que resultaran lo m enos d es­
favorables posible para los explotadores. Pese a ello, Ibn H aw qal, que escribe
poco después de m ediados del siglo x , pero parece referirse a la época de los
conflictos sociales, políticos y religiosos que conoció la parte m usulm ana de la
península al final del siglo an te rio r, señala todavía la existencia de grandes p ro ­
piedades explotadas por cam pesinos cristianos de condición servil cuyas revueltas
siem pre eran de tem er.
T am poco conocem os con seguridad el n úm ero de árabes o arabizados que se
instalaron en O ccidente. Según Talbi el efectivo total de los ejércitos orientales
afincados en Ifriqiyá asciende a unos 180.000 hom bres. La cifra es, sin d u d a, in­
ferior para la península (¿unos 50.000?) y los efectivos orientales que llegaron a
al-A ndalus no deben sum arse a los del M agrib, ya que sin duda m uchos venían
del norte de Á frica y no directam en te de O rien te. Sólo puede hablarse de algunas
decenas de m illares de g u errero s, la m ayoría de los cuales debió instalarse de
m odo definitivo y que, en la m ayor p arte de los casos, vinieron acom pañados por
sus familias. Se concentraron sobre todo en Ifriqiyá, en el sur de la península y
en la m arca superior (valle del E b ro ), y, de m anera secundaria, al norte de M a­
rruecos, en torn o a T ánger. M ás tard e, algunos árabes de al-A ndalus y de Ifriqiyá
acudieron para poblar Fez, que había sido fundada de nuevo p o r la dinastía idrisí.
R esulta m enos im portan te evaluar el peso dem ográfico inicial de este elem ento
árabe que darse cuenta de la im portantísim a función social que desem peñó. Se
ha llam ado la atención sobre el hecho de qu e, en Ifriqiyá este elem ento étnico
no sólo logró m antener su individualidad sin diluirse en la m asa am b ien te, sino
que se afirm ó «como grupo piloto del cuerpo social al que invadió con su lengua,
su religión y los ideales que difundía. P or o tra parte no puede dudarse de su fe­
cundidad física y si, desde el p u nto de vista biológico, la aparición de g eneracio­
nes de m uw alladún o m uladíes y de hudjaná (descendientes de varones árabes y
m ujeres indígenas) debe considerarse com o resultado de una cierta form a de fu­
sión, desde el punto de vista social se tra ta de una dilatación del elem ento árabe».
Estas observaciones son tam bién válidas para al-A ndalus, en d o n d e, al m enos
d u ran te dos siglos, los árabes siguieron form ando un grupo aristocrático activo,
distinto del resto de la población y suficientem ente num eroso, sobre todo en las
regiones m eridionales, para p o d er m edirse con v entaja, a fines del siglo ix, con
los indígenas islam izados (m uw allads) y con los cristianos m ozárabes rebeldes
contra su dom inación. En particu lar, en este últim o país p uede pensarse que la
organización patrilineal y endógam a de los linajes árabes « arrebatadores de m u­
jeres» que, por o tra p arte , eran d o m inantes social y políticam ente, les p ro p o rcio ­
nó una fuerte ventaja sobre una aristocracia indígena debilitada p o r la d e rro ta ,
carente de un sólido soporte cultural y cuyas estructuras fam iliares resultaban m u ­
cho más débiles. E sta ultim a parece h aberse visto m arginada, elim inada o ab so r­
bida de m anera progresiva, de tal m odo q u e, después del siglo ix, no se la ve
desem peñar ningún papel.
54 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

La España musulniana y cristiana en la primera mitad del siglo IX

E n el norte de Á frica el sistem a sociopolítico p ropuesto p or los co nquistado­


res no destruía, de m anera fundam ental, las estructuras indígenas, al contrario
de lo que sucedió con el sistem a im puesto por el im perialism o rom ano. La tra d i­
ción árabe, por su parte, incluía un sistem a tribal que no era muy distinto del de
los bereberes y que se conservó, en p arte , gracias a la organización m ilitar del
djund. Los grandes grupos tribales b ereb eres «orientales» se asim ilaron ráp id a­
m ente a los árabes a los qu e, sin du d a, se asem ejaban n otablem ente. A sí lo o b ­
serva, por ejem plo, al-Y acqúbí, a fines del siglo IX, a propósito de los H aw w ára,
los cuales, dice, «afirman ser descendientes de tribus yem eníes cuyo nom bre han
olvidado. Las fracciones de los H aw w ára - a ñ a d e — se unen unas a otras a la m a­
nera de las fracciones de las tribus árabes». Los sedentarios baráníes de la A rgelia
oriental conocían, sin duda, una organización más ad ap ta d a a la vida en núcleos
de población que los nóm adas o sem inóm adas de las estepas predesérticas, p ero
su esquem a social tam poco era muy distinto del de los antiguos árabes si p en sa­
mos en lo que responden, hacia el 900, unos peregrinos de la tribu de los kutám a
de la p equeña Kabilia que se dirigen hacia La M eca cuando son interrogados so­
bre las costum bres de su pueblo: «Nos ram ificam os en varias tribus, clanes y fa­
milias ... No practicam os m ucho la ayuda m utua e n tre nosotros ... Lucham os
unos con otros y luego nos reconciliam os; hacem os la paz con unos m ientras gue­
I£L MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 55

rream os con los otros». E stos bereb eres explican, asim ism o, que son gobernados
p or las asam bleas (djam áca ) y que p ara resolver sus litigios recurren al arbitraje
«de las personas que han adqu irid o algunos conocim ientos y de los m aestros de
escuela». Precisan, finalm ente, que no están som etidos a ningún E stad o y que
entregan directam ente a los pobres la lim osna del diezm o que exige la norm a
islámica.
U na síntesis de esta índole e n tre las exigencias m usulm anas y los m odos de
organización tradicional de la sociedad tribal debió realizarse en una buena p arte
del M agrib, en particular en toda la zona járidjí, en la que las tribus sólo estaban
som etidas a la suprem acía lejana y vaga del im án de T ah e rt, com o es el caso de
los NafQsa del sur de Ifriqiyá, los cuales, según al-Y acqúbí, no pagaban el im pues­
to territorial a ningún gobierno. El m ism o au to r precisa que en su tiem po (fines
del siglo ix) los nafQsa no hablaban árabe. El m antenim iento de las estructuras
sociales indígenas debió favorecer, en la m ayoría de los casos, la conservación
del b ereb er com o lengua co rrien te. P ero debe tenerse en cuenta que, de m anera
p aralela, estas tribus b ereb eres se islam izaron sin reservas y acep taro n , asim ism o,
el árabe com o lengua de cu ltu ra, con todo lo que ello podía im plicar en lo rela­
tivo a la modificación progresiva de los ideales sociales, de las m entalidades y de
los com portam ientos cuando no se m o straban conform es con los que transm itía
la nueva lengua «oficial». P uede en trev erse, por ejem plo, un nivel de arabización
bastante elevado en tre los kutám a de la pequeña K abilia cuando, hacia el año
900, los m isioneros fatim íes acudieron, p ara difundir el shicísm o, a esta región
rural situada en las fronteras del em irato aglabí que se había m antenido, no obs­
tan te, prácticam ente indep en d ien te del p o d er de Q ayraw án en el m arco de una
organización tribal bien conservada. Y si bien, p or una p arte, a los kutám a les
repugna la idea de acep tar la au to rid ad política y las obligaciones fiscales que
tratan de im ponerles los rep resen tan tes del E stado aglabí establecidos en las ciu­
dades situadas al pie de sus m ontañas, el éxito de los fatim íes revela, por otra
p arte, la existencia en tre ellos de una fascinación por el O rien te al que consideran
com o la fuente de todo conocim iento. E sta concepción tuvo necesariam ente que
favorecer la penetración de la lengua árab e y de los ideales sociales que tran s­
m itía.
Lo que acabam os de decir acerca de las tribus b ereb eres del M agrib resulta
tam bién evidentem ente cierto , a fo rtio ri, en el caso de las que se trasladaron a
al-A ndalus en el m om ento de la conquista de la península a principios del siglo
viii. El m edio tribal b ereb er andalusí no tenía, sin du d a, la im portancia ni la so­
lidez del del M agrib pero los textos no dejan duda alguna acerca de su existencia.
N um erosas regiones de al-A ndalus, com o las m ontañas andaluzas, zonas del G u a ­
diana y del T ajo (D ja w f o región de M érida y M arca Inferior), la Sierra M orena
( Fahs al-Ballüt), el n orte del G arb (cen tro del actual Portugal), las zonas m o n ta­
ñosas situadas en tre T oledo y la región valenciana (S antaver), así com o buena
p arte de la mism a región levantina (Sharq al-A ndalus), habían recibido una im ­
po rtan te aportación étnica b ereb er de la que quedan restos en la toponim ia ac­
tual: M estanza, en las m ontañas situadas al n o rte de C ó rdoba; M equinenza, en
la región de T ortosa; C ehegín, en la provincia de M urcia, y los diversos A d zaneta
de la región valenciana, que d an , todavía hoy, testim onio de la im plantación de
grupos tribales coherentes de bereb eres M istasa, M iknása, Sinhádja (al-Sinhádji-
56 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

y yin) y Z an áta. E jem plos de la misma índole pued en m ultiplicarse sin dificultad.
C iudades o distritos rurales de la M arca Inferior, del L evante y de las m ontañas
andaluzas llevaban nom bres de otras tribus com o los nafúsa, los m agíla, los lam a-
ya, cuya instalación debió producirse, con frecuencia, a través de una ocupación
de hecho de los territorios que habían conquistado, legalizada a continuación, en
la m edida de lo posible, por los rep resen tan tes del po d er. A sí, el jurista ifriqí de
fines del siglo x, al-D áw údi, en la p arte de su Kitáb al-amwál (trata d o sobre el
régim en de las propiedades territo riales), relativa al occidente m usulm án, se hace
eco de tradiciones relativas a la ocupación de H ispania d u ran te la cual cada grupo
de conquistadores -re c u é rd e s e que los ejércitos estaban organizados sobre una
base tr ib a l- se había apo d erad o de las tierras a su alcance sin que, en un princi­
pio, se hubiera realizado un rep arto legal. C onsecuencia de este hecho fue q u e
las transform aciones, sobre todo de o rden económ ico, siguieron a la ocupación
del suelo m ás lentam ente en O ccidente que en O rien te donde las reform as legales
pusieron en m archa un proceso de cam bios agrarios que fue d u rad ero y rápido.

P r o d u c ir

La reform a fiscal, tardía e in d ependiente del cam bio político producido por
la revolución cabbásí, sólo afecta al Iraq central, al Sawád de B agdad, que cons­
tituye el núcleo del im perio califal. R esponde al deseo de acabar con el e m p o b re­
cim iento del T esoro y con el abandono de las tierras. D efendida p o r A bü Y úsuf
en su L ibro sobre el im puesto territorial presen tad o a H árú n al-R ashid, había sido
puesta en práctica por sus predecesores bajo el califato de al-M ahdi. D icha refo r­
ma em pieza por constatar que los cam pos del Iraq están siendo abandonados y
que este hecho aum enta la carga im positiva sobre los cam pesinos que p e rm an e­
cen en su com unidad; señala asimismo la existencia de conflictos sociales avivados
por la necesidad de pagar en m etálico en un m om ento en que la cosecha no se
ha realizado todavía. Los juristas del califa observan asimismo que la im posición
de las parcelas abandonadas, que recae sobre la com unidad, quita a los cam pesi­
nos los m edios financieros necesarios para valorar las tierras desiertas. Por consi­
guiente, a petición de las com unidades cam pesinas del Saw ád, el gobierno del
califa decidió volver al rep arto de las cosechas.

Una reform a fiscal, una revolución agrícola

E ste rep arto , la m uqásam a, se efectúa en los cam pos. No se tra ta, no o b stan ­
te, de un im puesto en especie: sólo se calcula la base tributaria en el m om ento
en el que se m iden las cantidades cosechadas de m anera efectiva y entonces se
exige al cam pesino el valor de la p arte corresp o n d ien te al príncipe que debe p a ­
garse en m etálico. ¿Los recaudadores de im puestos calculaban este valor en fun­
ción de un precio ideal, tras corregir las variaciones, o de acuerdo con el precio
real del m ercado? P robablem ente haya qu e acep tar la prim era hipótesis ya que
los teóricos del derecho islámico tem ían la irregularidad del precio del m ercado,
que sólo pertenece a D ios y que hacía sospechosas las ganancias ilícitas a las que
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 57

pudiera dar lugar. N o o b stan te, el rep a rto resultaba m ucho más duro que la im ­
posición por unidad cadastral: la diferencia, no tab le, es de uno a tres e implica
un considerable endurecim iento del im puesto unitario. La necesidad de una venta
rápida de las cosechas p ara pagar los im puestos no contribuía precisam ente a ali­
gerar las cargas fiscales y, p o r o tra p a rte , perm itía que surgiera la som bra de la
especulación, de la com pra del grano a precio de m onopolio por los banqueros
que acom pañaban a los recau d ad o res de im puestos y, finalm ente, de la usura. El
hecho de que los propios cam pesinos h ubieran deseado esta reform a da cuenta
de hasta qué punto resultaba ap lastan te el peso de las tierras abandonadas y de
los im puestos correspondientes.
E sta vuelta al rep arto de las cosechas va acom pañada p or una política fiscal
consciente destinada a favorecer el desarrollo agrícola y, especialm ente, p or una
auténtica revolución en los cultivos. La supresión de los im puestos sobre las tie­
rras no cultivadas m ueve a las com unidades y a los individuos a am pliar los p e rí­
m etros cultivados. Se acom paña tam bién por una política de restauración: se co n ­
ceden las tierras «m uertas» a los que las trabajan de nuevo. H ay más: la desgra-
vación sistem ática de las tierras irrigadas tiene en cuenta los costos de la irriga­
ción. En tierra de jarad j, el E stado exige el 40 por 100 del trigo y de la cebada
obtenidos en cultivos no irrigados y sólo el 30 p or 100 de los que se o b tienen en
los regadíos; grava el 33 p o r 100 de la cosecha de las viñas, de los forrajes (trébol
y alfalfa) y de los restantes cultivos o btenidos en regadío en las huertas; finalm en­
te sólo grava el 25 por 100 de los cultivos «de verano» (com o las legum bres, san­
días, sésam o, colocasia, b erenjenas y tam bién algodón y caña de azúcar). E n tie­
rra som etida al diezm o esta política es aún más clara: 10 p o r 100 para los granos
regados «de m anera natural» (sin intervención de m áquinas, p or lluvia, crecida
o regadío por gravedad), 5 por 100 p ara los granos regados con ayuda de m áqui­
nas costosas, 10 por 100 de nuevo para los frutos secos, legum bres secas, fibras
textiles y cereales secundarios (m ijo, arroz, sésam o), pero exención del im puesto
para las hortalizas y los forrajes. Se tra ta , a la vez, de cultivos veraniegos (m elón,
calabaza, beren jen a), de cultivos que se desarrollan bajo el suelo (pepino, za­
nahoria, espinaca, m elón de prim avera) y de forrajes cuyo interés para el suelo
había sido reconocido por los agrónom os (fijan el nitrógeno, sirven de abono v er­
de o de alim entación para el ganado, dejan libres los terren o s de pasto y sum inis­
tran estiércol).
Pueden com probarse los objetivos económ icos precoces de esta reform a com ­
pleja: el coeficiente decreciente del im puesto en relación a la productividad del
suelo incita a la valoración y al d esarrollo del mism o sin qu e, por ello, el E stado
pierda ingresos ya que éstos se recuperan gracias a las cantidades cosechadas que
son superiores a lo previsto. El E stad o , por o tra p arte, se hace cargo de la cons­
trucción o excavación de los canales de irrigación. La reform a favorece la a d o p ­
ción de especies nuevas, la renovación de las cualidades productivas del suelo y
la m ultiplicación de cosechas a lo largo del año (cultivos su b terrán eo s y cultivos
veraniegos). A dem ás, la desgravación afecta a los productos que resultan más fá­
cilm ente com ercializables en los m ercados ciudadanos: el trigo duro de verano
irrigado que perm ite fabricar pastas alim enticias, el arroz cuya progresión en el
m undo m usulm án no ofrece dudas, las frutas y hortalizas cuyo consum o se ve
favorecido por las m odas culinarias codificadas en los libros cabbásíes de recetas
58 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

(carnes condim entadas con especies, frutos secos o plantas arom áticas, carnes con
alm endras, pistachos o granadas, arroz y carne azucarados y con leche agria, car­
ne con hortalizas, puerros, cebollas, guisantes y berenjenas).
N o hay que disim ular que, a pesar de algunos relanzam ientos indiscutibles de
una econom ía alim entaria que, sobre todo en O rie n te , había sufrido una n otable
inseguridad d u ran te m ás de dos siglos, la situación de las poblaciones rurales se
m antuvo en el nivel m ediocre del que hem os hablado al referirnos a la época
om eya: el explotador suele ser un peq u eñ o p ropietario o un aparcero, m enos fre­
cuentem en te un esclavo, que se en cu en tra dom inado, a la vez, por el rico p ro p ie­
tario que le protege y p o r las exigencias de la ciudad vecina. E sta últim a, com o
en la A ntigüedad , desem peña un papel fundam ental. N o o b stan te, antes de con­
siderarlo, conviene echar un vistazo hacia el O este.

M ás desórdenes en el Oeste

En efecto, el carácter desarticulado p or n aturaleza de la autoridad pública


m ultiplicó, en el occidente islám ico, los contrastes locales y la confusión de e sta­
tutos. Los diccionarios biográficos m encionan, a veces, a sabios que vivían en
m edio rural y algunos de ellos disfrutaron de una gran reputación: es el caso de
un alfaquí de principios del siglo ix que vivía en el cam po en los alrededores de
M orón y que inspiraba tal respeto a los m uftis (‘jurisconsultos’), consejeros del
cadí de C órdob a, que éstos se abstenían de expresar cualquier opinión en su p re ­
sencia cuando acudía a la capital. E ste p ersonaje, que al final de su vida fue cadí
de E cija, era de origen b ereb er y pertenecía a un grupo tribal efectivam ente ins­
talado en las proxim idades de M orón en la época de la conquista. Ibn al-F aradi,
fuente de estas indicaciones, nos inform a de que este sabio vivía en una qarya,
o sea en un pueblo, y no en una gran propiedad. No hay duda alguna sobre la
existencia de haciendas im portantes pertenecientes a la élite residente en las ciu­
dades de al-A ndalus y del M agrib, pero no sabem os nada acerca de la proporción
que representaban sobre la to talidad del suelo cultivado ni tam poco acerca de
cóm o eran explotadas. A ntes hem os visto que Ibn H aw qal m encionaba auténticos
siervos cristianos en algunas diyác andalusíes, pero esto no parece que constituye­
ra la jregla y es probable que estos procedim ientos de explotación agraria ten d ie­
ran a evolucionar hacia un regim en dQ colonato p o r aparcería m enos riguroso.
Podem os preguntarnos, sobre todo, si el régim en m ás frecuente no era el de la
propiedad pequeña o m ediana, individual o colectiva, en el m arco de los pueblos.
U no de los textos m ás interesantes sobre el estatu to territorial es el tratad o
de al-D áw üdi, antes citado, que nos proporciona algunas precisiones útiles relati­
vas a Sicilia así com o tam bién, de form a secundaria, sobre al-A ndalus. La m ayor
parte de las indicaciones que contiene se refieren a grupos de explotadores que
en tran en conflicto con las decisio n es abusivas d el p oder cen tral, el cual, tras h a ­
berles concedido, tierras en iqt&> se las retira p o r razones diversas (de naturaleza
político-adm inistrativa) o dispone de ellas de nuevo p o r h ab er sido abandonadas
de m anera tem poral com o consecuencia de guerras, teniendo que en fren tarse, a
continuación, con las reclam aciones de los antiguos poseedores o de sus h e re d e ­
ros. Se asiste, por ello, a litigios en tre el E stad o q u e , com o rep resen tan te de la
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 59

com unidad m usulm ana, ejerce.u n a especie j l e prop ied ad em inente sobre el suelo
y los titulares de concesiones convertidas en explotaciones agrícolas que tal vez
110 cultiven personalm ente (au n q u e en algunos casos c ab e 'su p o n e r que lo hicie­
ron) p ero que son asim ilables a colonos m ilitares y no a grandes propietarios de
tierras. El p oder, por ejem plo, q uiere im poner talas obligatorias de árboles, por
necesidades de la flota* a los colonos sicilianos. P ero éstos rehúsan argum entando
que sólo están obligados al servicio de g u erra, al djihád. E l p o d er inten ta im po­
nerles su voluntad) ftor la fuerza, p ero sólo consigue que abandonen las tierras.
D el mism o m odo unos bereb eres andalusíes ven cóm o se les im pugna una iqtác,
resisten por las arm as y, finalm ente, son expulsados. En todo ello interesa m enos
el resultado de estos conflictos que la relación de fuerzas que revelan en tre el
poder y ciertos grupos de p oseedores del suelo capaces de rehusar un cierto nivel
de exigencias estatales llegando, en caso de necesidad, a o ponerse por la fuerza.
E ste nivel jte . exigencias estatales, en .principio lim itado p o r el juism o derecho
m usulm án y que no podía, de m odo verosím il, elevarse al infinito, dada la omni-
presencia de los juristas, variaba sin duda en función de la capacidad de resisten­
cia de los distintos grupos. Si bien los dhim m íes, a los que se había dejado la
posesión de sus tierras, no podían op o n erse en gran m edida a la percepción de
un jaradj elevado, no sucedía lo m ism o con los soldados conquistadores que se
habían establecido en iqtá's, ni con las tribus bereb eres islam izadas del M agrib,
provistas de fuertes estructuras tribales o m unicipales. Sin necesidad de hablar
de las tribus járidjíes independientes del em irato de T ah ert o de las del M agrib
occidental, sabem os que, en el in terio r mism o del E stad o aglabí, se había co n ser­
vado una organización tribal en m uchos lugares relativam ente alejados de las re ­
giones costeras. A sí, cerca de B ádja, al-Y acqúbi señala la existencia de un te rrito ­
rio ocupado po r los bereb eres w azdadja, «de hum or indep en d ien te, que rehúsan
toda obediencia al príncipe aglabí». Los señores árabes autónom os de Setif y de
B alazm a se enorgullecían de h ab er acabado con los kutám a y de haberles «redu­
cido a un verdadero estado de servidum bre y vasallaje» porque habían logrado
im ponerles, de m anera tem p o ral, el pago de los im puestos coránicos m ientras que
estos bereberes p retend ían , por su p a rte , satisfacerlos entregando d irectam ente
la cantidad correspondiente a los pobres bajo form a de lim osna. Puede verse que
los kutám a elevaban en gran m anera el nivel de su resistencia a las exigencias
estatales ya que de hecho rehusaban cualquier tipo de fiscalidad.
E stos hechos no afectan sólo al M agrib. E n Sicilia y en al-A ndalus grandes
partes del territo rio conquistado habían sido concedidas a los grupos de conquis­
tadores, algunos de los cuales, a la m anera de los kutám a de la Pequeña K abilia,
aprovechaban el alejam iento o la debilidad del poder y se sustraían tam bién a
toda obligación fiscal: éste es el caso, siem pre según al-Y acqúbí, de las tribus b e­
reberes establecidas en la región valenciana que no reconocían la au toridad de
los O m eyas cordobeses. E n el m om ento de la gran crisis de fines del siglo ix, la
territo rio andalusí..escapa a la au to rid ad de Jos em ires. Pese a
ello no parece q ue las poblaciones hayan caído, de m anera general, bajo la férula
de feudalism os .locales,que las hayan o p rim id o ^ p or tocias partes se las ve resis­
tiendo CQn las arm as a todos los inten to s de restablecim iento J e la au to rid ad de
J qs em ires, en castillos que se en cu en tran p o r todo el país y que son refugios
situados en lugares elevados o auténticos pueblos fortificados en lugar de castillos
60 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

«señoriales». E stas poblaciones p arecen estar m ay oritariam ente islam izadas y lo


poco que sabem os de ellas contradice lo que frecuentem ente se afirm a, sobre al-
A ndalus de m anera especial, acerca de la existencia de grandes masas de colonos
en situación harto m ísera p o r enco n trarse som etidos a la presión del fisco o a la
arbitrariedad de los grandes propietarios. Si ésta pudo ser la situación de los sec­
tores m enos favorecidos de e n tre los cam pesinos, caso de los m ozárabes que tra ­
bajaban las propiedades de la jássa u rb an a tras la conquista, no puede decirse lo
mism o de la m ayor p arte de los p ropietarios de tierras, descendientes de los co n ­
quistadores árabes y bereb eres o de indígenas conversos, que vivían en el m arco
Ide los pueblos o qurá y sólo d ependían de una fiscalidad estatal sobre la que
sabem os muy poco pero qu e, en un principio, no tenem os m otivo alguno para
suponer opresiva o para creer que se salía de los lím ites m arcados por las norm as
generales del derecho público m usulm án.

Una producción agrícola sabia en un m edio ingrato

En conjunto, la econom ía agraria d esarrollada p o r la reform a fiscal co rresp o n ­


de a un Iraq bien provisto de agua y se basa en la irrigación. Un libro de m ate­
m áticas prácticas, destinado a los geóm etras de los servicios de im puestos y de
irrigación, describe en el siglo xi, con precisión y m esura, m ediante la resolución
de problem as sencillos, la m anera de p erfo rar canales, el costo de los m ism os, el
esfuerzo físico que requieren las m áquinas de elevación de agua movidas a brazo
o con la ayuda de un buey, que p erm iten irrigar los cam pos situados p or encim a
del nivel de los canales y de los ríos. Se trata de un servicio público organizado
por un cuerpo de agentes técnicos del E stad o , niveladores y geóm etras, que están
al frente de equipos form ados p o r varios centenares de o b rero s libres, que tra b a ­
jan a destajo y son pagados en función de la cantidad de tierra que han extraído
o acum ulado para form ar un terrap lén . D e acuerdo con el terren o se p erfora o
se construye utilizando grandes cantidades de haces de cañas o arbustos que se
consolidan con arcilla. Las m áquinas perm iten un riego constante y varias cose­
chas y se utilizan la noria g iratoria, con cangilones, que riega 35 ha diarias, ase­
gurando la irrigación de más de 100 ha en cultivos de verano y de 150 en cultivos
de invierno, y el balancín, m ovido por 4 o 5 hom bres, que puede acarrear en su
cubo hasta 600 litros (de 44 a 78 ha en cultivo de verano y de 100 a 138 en cultivo
de invierno). D e m anera p aralela, en las m ontañas se difunde una técnica irania,
la del qanát (un canal su b terrán eo que capta, m on tañ a arriba, el agua de la capa
freática y guía su recorrido a lo largo de un trazado que aparece señalado, en la
superficie, por una red de pozos de aireación y de m antenim iento), que perm ite
a la vez regar los suelos ligeros, arrancados a la m o ntaña y «cálidos», y d ren ar
los m ardjs, zonas pantanosas en las que se encuentran aguas estancadas. Se tra ta
de una hidráulica sabia que conoce los peligros de la irrigación mal dosificada así
com o los de la salinización que pueden afectar a los terren o s mal drenados.
E videntem ente, en el conjunto del im perio m usulm án dom ina la agricultura
pluvial. Si bien ésta sólo utiliza el agua de lluvia o, com o m ucho, el agua que
proporcionan la pequeña hidráulica de los pozos, de las cisternas o de las p eq u e­
ñas norias elevadoras de los h u erto s, no deja por ello de ser sabia: sabe «cerrar»
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 61

el suelo por bina para evitar la evaporación, p re p a ra r un suelo nivelado con una
ligera pendiente para rep artir ad ecu ad am en te el agua, escalonar los trabajos n e­
cesarios para «rom per» la tierra - t r a s las prim eras lluvias— y hacer circular el
aire en prim avera y, finalm ente, o frecer los surcos al sol. T oda la ciencia geopó-
nica de la A ntigüedad, la de los rom anos y griegos (V arró n , C olum ela, traducido
al árab e en el siglo ix, el bizantino C asiano B aso, a u to r de la A gricultura de los
rom anos, y el pseudo-C onstantino V II) y tam bién la de los persas (Q ustús ibn
A skuraskína), apoyada en la cosm ología aristotélica, en una observación aten ta
e incluso en la experiencia, se difunde a través de una literatu ra agronóm ica cuyas
m anifestaciones en al-A ndalus han sido estudiadas recientem ente y e n tre las que
se cuentan: procedim ientos p ara ab o n ar y e n te rra r pajas y cenizas, práctica del
barbecho labrado con cultivo su b terrán eo del n ab o , m ultiplicación de los pro ced i­
m ientos de arad o , encierro móvil de los anim ales sobre el barbecho m uerto (para
evitar el exceso de estiércol), rotación generalizada de los pastos n aturales y de
los cultivos, que evita el endurecim iento de los suelos pisoteados. Se trata de un
saber verificado y vivificado por la experiencia, cuyo lugar favorito es, sin duda,
el jardín de las cortes de los príncipes, y que se difunde a través del libro, que
unifica las técnicas, las registra de acuerdo con el m étodo de los tradicionistas
(m axim izar la cantidad de inform aciones, falta de certeza absoluta) y las critica
por un m étodo experim ental.
La actitud de innovación audaz y de investigación que se tran sp aren ta en el
trabajo de los agrónom os ayuda a co m p ren d er el éxito que o btiene la revolución
de los cultivos: los new crops que se introducen o seleccionan en los centros h o r­
tícolas de Irán, Siria y E gipto se difundirán muy ráp idam ente en todo el conjunto
del D ar al-Islám . E ste enriquecim iento del patrim onio floral form a parte de un
am plio m ovim iento plurisecular que tiende a asim ilar, en el M ed iterrán eo , las
plantas subtropicales que habían sido ignoradas en la A ntigüedad. E stos nuevos
productos son, en prim er lugar, plantas de estación corta: la espinaca, que es la
verdura de Isfahán (isfánáj), la colocasia, la b eren jen a, tam bién de origen iranio
y que conserva en todas p artes su nom bre persa (bádindján) apenas transform ado
(melenzana, m elinjano, etc). E stas plantas perm iten un cultivo su b terrán eo siem ­
pre y cuando se abone y labre bien la tierra. A ún m ás im portante resulta la in tro ­
ducción de los cultivos de verano (arro z, algodón, m elón, sorgo, trigo d u ro , caña
de azúcar) que ofrecen, en las m ism as condiciones, la posibilidad de conseguir
una segunda cosecha de veran o , algo que an tes se ignoraba p o r com pleto. Los
agricultores —sobre todo arboricultores y h o rticu lto res— del M ed iterrán eo a d o p ­
tan asimismo otras plantas: nuevos árboles frutales, lim oneros, naranjos, p latan e­
ras, cocoteros y m angos, plantas de las que se o b tienen tintes com o la aleña y el
índigo, plantas con raíces verticales com o el nab o , destinadas asim ism o a producir
cosechas subterráneas. Su difusión resulta precoz y vasta: la Sicilia árab e conoce­
rá, en el siglo xi, cultivos especiales de algodón, aleña e índigo, «cañas persas»,
la producción de azúcar refinado, tal vez las platan eras, con toda seguridad las
palm eras datileras y, asim ism o, la m orera que se m ultiplica, de form a paralela,
en el m undo bizantino para el cultivo del gusano de seda.
El calendario agrícola que redacta al-M aqrizi para E gipto m uestra la im por­
tancia de los nuevos cultivos: la crecida del N ilo, que em pieza en junio, en el
mes copto de a b ib , y alcanza su p lenitud en tüt (septiem bre), va seguida inm edia­
62 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

tam ente por la siem bra de los cereales, trigo y ceb ad a, que se cosecharán en
abril, hortalizas que m adurarán en noviem bre, garbanzos, lentejas, lino y trébol,
cuyas cosechas se escalonarán desde abril hasta junio e irán seguidas del cobro
del prim er plazo del im puesto territorial establecido en función del catastro levan­
tado en septiem bre sobre las superficies inundadas. E n m arzo y abril, sobre las
superficies regadas con las m áquinas que ex traen agua del Nilo y de los canales
contiguos —sobre todo en el delta, en el que se reciben las aguas acum uladas,
d u ran te la crecida, en la reserva n atural del lago Q árú n , en Fayyúm , regularizada
p or esclusas antiguas— se siem bra el arroz cosechado en o ctubre, la colocasia,
las berenjenas, los pepinos, el m elón, el sésam o, las espinacas, la lúbiyá (alubia
o judía de la A ntigüedad) y el índigo, sem brado en m ayo y cuyo período de cre­
cim iento dura 100 días. Las cosechas de los cultivos de verano (sayfi) coinciden
con la recolección de frutas, cerezas, higos, m elocotones, peras, plátanos, lim o­
nes y uvas, así com o con el pago del segundo plazo del im puesto catastral.
E stas nuevas plantas se encuentran estrech am en te asociadas a la política de
desarrollo por intensificación y valoración de las tierras: la caña de azúcar, la co­
locasia y el cocotero m ejoran las tierras salobres y absorben el exceso de salini­
dad, m ientras que el algodón enriquece las tierras de m ala calidad. E n conjunto
los árboles frutales, legum bres, hortalizas y plantas industriales implican un m er­
cado urbano rico, suficientem ente provisto de granos y productos agrícolas de p ri­
m era necesidad, así com o una cocina d esarrollada y refinada. C oncuerdan con el
desarrollo urbano de la época y contribuyen a diversificar y m ejorar cualitativa­
m ente la alim entación. E stas plantas subtropicales necesitan m ucha agua así
com o m ucho laboreo y grandes cantidades de ab o n o ; co ncentran, por tan to , el
esfuerzo de desarrollo, irrigación e innovación agrícola en los suburbios bien re ­
gados de las grandes ciudades, m ientras que el dry fa rm in g , realizado p o r o tra
parte de m anera muy sabia, se hace cargo de la alim entación de base.
La revolución en los cultivos se basa, en los regadíos, en la aportación de agua
y abono. La crecida y la irrigación p o r gravedad no resultan suficientes y todo el
esfuerzo de innovación p reten d e alargar el p eríodo de regadío utilizando m áqui­
nas y canalizaciones, así com o renovar las cualidades productivas del suelo. Si
bien el abono anim al no sufre grandes transform aciones, el conocim iento em p íri­
co de la aportación de nitrógeno que traen consigo las legum inosas (habas, len te­
jas, altram uces, garbanzos, bejines) y de las plantas forrajeras verdes (alfalfa, gui­
sante gris, trébol de A lejandría), que se utilizan tam bién com o abono (si se las
en tierra en su estado natural o bajo form a de abonos com puestos o cenizas), se
asocia con la m ultiplicación de las form as de uso de la azada y del arado con el
fin de favorecer la penetración del agua, m ullir la tierra y elim inar las plantas
parásitas. El deseo de crear cortezas superficiales duras favorece la adopción de
plantas de raíz vertical de las que se conocen bien sus efectos m ullientes, así com o
de abonos com puestos por pajas y cenizas, en p articular las que se o btienen en
las calderas de los baños. U na observación in teresan te preconiza la elección de
legum inosas de raíz corta, que fertilizan las capas superficiales y son esenciales
para el crecim iento de los cereales. O tra preocupación clara es la de ap o rtar al
suelo elem entos «cálidos» —en p articular el abono de ave y la muy cotizada p a­
lom ina— pero, por razones evidentes, se descarta el abono de cerdo y el abono
hum ano.
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 63

En conjunto, la reform a fiscal —lim itada a Iraq y esencial para las finanzas
califales— se encuentra estrech am en te ligada con la revolución agrícola —que
p uede com pararse a la del siglo x v m en In g la te rra — y sus objetivos económ icos
com unes constituyen, en cierto m odo, una prem onición de las reflexiones de los
fisiócratas, pues p retend en intensificar la producción y, gracias a ello, lograr que
las sociedades cam pesinas no resulten aplastadas por una fiscálidad muy d ura y,
al mismo tiem po, alim entar a las num erosas m etrópolis, muy pobladas y grandes
consum idoras. Se trata de reform as m uy ligadas a la existencia del m ercado libre
ciudadano y, de alguna m an era, evitan la necesidad de una anona y de la distri­
bución autoritaria de los excedentes. P ero esta agricultura cabbásí, que perm ite
una siem bra con rendim ientos m uy elevados, increíbles p ara el historiador de la
E dad M edia O ccidental (en E gipto se o b tien e una m edia de 10 granos cosechados
por cada grano sem brado llegando a alcanzarse máxim as com prendidas e n tre 20
y 30 granos por grano sem brado; en la Sicilia m edieval, que hered a los m étodos
de cultivo árabes, se obtienen m edias de 8 y máxim as que llegan a 20 y 22), así
com o rendim ientos tam bién elevados p o r superficie sem brada (de 2 a 20 irdabbs
de trigo por fa d d á n , o sea, e n tre 3,6 y 36 hl p or ha, una m edia de 18 hl), es una
agricultura frágil que requiere un control constante del agua en las zonas de reg a­
dío y, siem pre, abundancia de abono. R esulta, p o r ello, sensible a las destruccio­
nes repetidas de canales y ganado. No o b stan te, debe rechazarse la visión «asiá­
tica» de una sociedad hidráulica: E gipto, Iraq y el Ju rásán disponen de sistem as
regionales de irrigación, al nivel del nom o, de la com arca y del distrito, que sólo
pueden ser destruidos com o consecuencia de la repetición de catástrofes. P or el
contrario , esta agricultura se ve escasam ente afectada p or los desplazam ientos de
población y por el aband o n o de los em plazam ientos de los pueblos. En un m undo
am pliam ente inexplotado y en el que hay una inm ensa reserva de tierras, el capi­
tal más precioso está constituido p or la técnica y por el control del agua.

T r iu n f o d e l a c iu d a d m u s u l m a n a

La revolución cabbAsí simboliza su triunfo m ediante la creación de una capital


colosal, la ciudad redonda de M adínat al-Salám , la ‘ciudad de la Paz’, cuyo nom ­
bre evoca el carácter islám ico de la nueva m onarquía. La elección del lugar en
que se construyó resulta digna de m ención: com o Nínive al norte y B asra al sur,
la nueva capital se encu en tra en la d esem bocadura de una de las tres carreteras
que cruzan el Z agros y llevan al Ju rásán (N ínive al final del G ran Z ab , B asra por
A hw áz y B agdad por H ulw án, N ehavend y H am ad h án ). Las com unicaciones flu­
viales son cóm odas, por el Tigris y el E u frates, hacia la D jazira y Siria. La región
ofrece los últim os lugares de paso fácil sobre los dos grandes ríos antes de que
el valle se ensanche y se llegue a las ciénagas del bajo Iraq. F inalm ente, los b a r­
cos m arítim os con poco calado p ueden rem o n tar los ríos hasta el em plazam iento
de la nueva ciudad. Para al-M ansúr, en el 758, es «la encrucijada del universo.
A llí atracarán y fondearán los barcos q u e, p o r el Tigris, vengan de W ásir, B asra,
U bulla, A hw áz, Fars, O m án , la Y am ám a, B ahrayn y las regiones vecinas. Allí
llegarán las m ercancías, tran sp o rtad as p o r el Tigris desde M osul, el A dharbayd-
ján y A rm enia. D el mismo m odo allí llegarán los productos transportados por los
64 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

Plano de Bagdad

navios por el É ufrates desde D iyár M udar, R aq q a, Siria, las m arcas del A sia M e­
n or, E gipto y el M agrib. E sta ciudad se en co n trará tam bién sobre las rutas de
las poblaciones del D jibál, Isfáhán y de las provincias del Jurásán». A ñadam os a
este program a, preocupado por el abastecim iento de la futura capital, la fertilidad
del Sawád y de la llanura situada al pie del Z agros.

Capitales colosales

El em plazam iento elegido en el año 758 ofrecía, p ara un cam pam ento m ilitar
y residencia de la dinastía revolucionaria, una serie de baluartes naturales: unos
canales antiguos, el Sarát y el N ahr cÍsá, que form an una «isla» en tre los dos
grandes ríos. Por otra parte tenía un gran inconveniente: la zona en la que se
fundó la ciudad redonda em erge apenas unas cuantas decenas de centím etros so­
bre las elevadas aguas del Tigris y las fuertes crecidas del río socavarán los p ala­
cios construidos con ladrillo crudo. Sólo el b arrio de Karj (en aram eo ‘la ciudad*)
se en cuentra fundado sobre una colina insum ergible y será el centro del sector
occidental de la ciudad, m ientras que la com binación de las crecidas del É u frates
(escasas pero devastadoras) con las del Tigris (anuales y siem pre peligrosas: el
caudal pasa de 1.200 a 8.000 m 3/segundo y p uede llegar hasta 25.000 m 3/segundo)
invita a trasladar la parte esencial del h ábitat a la ribera orien tal, m ás eleva­
da, protegida por antiguos diques de tierra, pero caren te de una defensa m ilitar
natural.
La ciudad redonda, fundada en 762 y acabada en 766 gracias a una fantástica
m ovilización de 100.000 artesanos y o b rero s, p resen ta un plan radioconcéntrico.
F,L MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 65

Es de form a red on da perfecta, h erencia de las ciudades iranias, a través de una


mística de la realeza cósm ica (cuatro p u ertas, 360 to rres, una orientación astro ló ­
gica rigurosa que obliga a «desorientar» la m ezquita unida al palacio), en la que
los aspectos defensivos y sim bólicos ad q u ieren una im portancia privilegiada: ro­
deada por un foso de 20 m de an ch u ra, una m uralla cqiv una espesura de 9 m
aísla un espacio vacío de una anchura de 57 m q u e J&ófd ea ía m uralla principal
de una altura de 31,2 m y espesor de 50 m en la ba^fc y 14 ny en la cim a. En cada
p u erta, una construcción defensiva abría paso haci¿ el ex terior a través de pasillos
acodados y perm itía el acceso a los sectores del anillo habitad o , estrictam ente
aislados tanto en tre sí com o del m undo ex terior. T ras la prim era m uralla, un es­
pacio de 170,7 m constituye el anillo con stru id o , reservado a los p artidarios de
los cabbásíes y a los m ilitares: este anillo se en cu en tra cerrad o en su cara interna
por un m uro con un grosor de 20 m y 17,5 m de altura. E n el centro de este
conjunto, de 2.352 m de d iám etro , se en cu en tra una inm ensa explanada vacía y,
en la intersección de los dos ejes que pasan p o r las pu ertas, aparece el palacio
de O ro de 200 m de lado, con su cúpula verde y en cuadrado por cuatro iwánes
colosales, y la gran m ezquita de 100 m de lado. N adie podía en tra r en el espacio
central si no era a pie y provisto de la corresp o n d ien te autorización. U na m inu­
ciosa vigilancia m ultiplica m eticulosam ente los puntos de control, los cuerpos de
guardia, y los pasadizos cu biertos vigilados desde las bóvedas. El com ercio, de
m odo particular, es recluido en las cu atro «avenidas» cubiertas, cada una de las
cuales alberga 108 tiendas, hasta ser, finalm ente, expulsado al Karj donde al-
M ansúr construye una segunda m ezquita aljam a. E ntonces la ciudad se convierte
en el «dom inio personal» del califa.
C apital de los seguidores de los cabbásíes, se en cuentra exclusivam ente po­
blada por los responsables y pensionistas de la revolución, p or los soldados ju-
rásáníes (los «hijos del régim en», A b n á 3 al-D aw la) y m iem bros de la familia en ­
tre los que se incluyen los descendientes de cA lí, prim os de los cabbásíes, y se
desarrolla rápidam ente siguiendo dos ejes: en prim er lugar, la corte califal se
desplaza hacia el este; en vida del propio al-M ansür ab andona la ciudad red o n ­
da para desplazarse al «jardín de la E ternidad» (Juld), instalado en la cabeza
de puente que lleva a la ribera oriental; más tard e , bajo al-M ahdt se dirige a
la R usáfa y, con al-M a3m ún, al H asanl. C ada sob eran o considera una cuestión
de honor el construir una nueva residencia o stentosa y los m ateriales de cons­
trucción que se utilizan facilitan esta política: se trata de ladrillo crudo b arato
recubierto con ladrillo cocido y paneles de estuco. T ras los cincuenta años de
estancia en S am arra, cuando los cabbásíes regresan a B agdad en el 892, el Ha-
sani se convierte en el cen tro incom parable del p o d er califal. M ientras que los
palacios de los prim eros califas de la dinastía eran unitarios, el H asaní abarca
d en tro de su recinto varios conjuntos: el Tadj (‘c o ro n a’), el Firdaws ( ‘p araíso ’)
y 11 pabellones más. U n lujo deslu m b ran te acum ula en el H asaní todos los sím ­
bolos del poder: 38.000 cortinas de sed a, 12.500 vestidos honoríficos, 25.500
grandes cortinas, 8.000 colgaduras, 22.000 tapices, 1.000 caballos, 4 elefantes y
2 jirafas, 5.000 corazas, 10.000 piezas de arm ad u ra; todo ello se presenta ante
los em bajadores de Bizancio en el añ o 917. La guardia personal se com pone,
entonces, de 20.000 pajes-soldados y 10.000 esclavos a los que hay que añadir
un núm ero mal conocido de criados. B ajo al-M uqtadir (908-932) se cuenta con
66 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

15.000 esclavos y con la guardia m udjárí, adem ás de una guarnición de 14.000


hom bres.
La capital se desarrolla en otros lugares, incluso en la orilla occidental en d o n ­
de los m iem bros de la fam ilia han recibido parcelas para instalar residencias y
dependencias. Se construyen nuevos b arrios, casas de vecindad y m ercados, situa­
dos en torno a los palacios, en zonas parceladas, p ero tam bién hipódrom os priva­
dos, cam pos de polo y residencias de los «clientes» de los príncipes cabbásíes. Se
advierte que los palacios califales se rebajan con frecuencia hasta convertirse en
residencias de la jássa, m ientras que el urbanism o se organiza en grandes aveni­
das trazadas en función de estos palacios; en la orilla oriental, la G ran A venida,
paralela al Tigris, tiene, en el siglo x , una topografía muy sem ejante a la de Sa-
m arra: las residencias se construyen en la mism a rib era, con accesos al río y vistas
del agua; frente a ellas se encuentran los alojam ientos de los soldados, los esta­
blos y las m ezquitas privadas. E ste urbanism o ab ierto , con am plios espacios, re­
cortado por la presencia de jard in es, parques de anim ales y reservas de caza, con
un hábitat horizontal y sin pisos, se o pone a los callejones sin salida de los barrios
cerrados y protegidos y, en particular, a los m ercados. No existe ninguna fortifi­
cación, con la única excepción del m uro de tierra construido apresuradam ente
por al-M ustacin para pro teg er la orilla oriental en el 865, d u ran te el año en el
que se defiende del asedio de las tropas de su rival al-M uctazz.
Sam arra («se alegra quien la ve») fue fundada p o r al-M uctasim en 836 com o
una segunda B agdad, con el fin de hacer frente al problem a de la seguridad p er­
sonal del m onarca (tras la guerra civil y la insurrección de B agdad) y renovar el
prestigio dinástico. T iene las mism as características que B agdad y una evolución
similar: su em plazam iento parece bastan te mal escogido ya que carece de agua
potable y, previam ente, no existía en él más que algunos pueblos y conventos
cristianos; no ofrece pues las mism as ventajas de situación qu e B agdad. Se tra ta ,
de una «fundación» absoluta: en un principio se construyó un palacio aislado, el
Q atul (en este caso se trata de un o ctógono), seguido por un segundo palacio,
colosal, en el que al-M uctasim se instala en 838 y en torno al cual se disponen la
m ezquita aljam a y algunas zonas aparceladas. E n tre 859 y 861 al-M utaw akkil
construye una segunda ciudad, la D ja^ariyya, con su palacio y su m ezquita (lla­
m ada de A bu D ulaf, que q uedó p o r acabar en el m om ento del asesinato del califa
en el 861), provista asimismo de varios com plejos palaciegos (B alkuw ara, el ‘cas­
tillo del N ovio’) construidos para los príncipes. E l plano de S am arra no revela la
existencia de ningún program a defensivo: falta de fortificaciones, escasos canales,
y presencia de enorm es com plejos palaciegos, con inm ensas avenidas una de las
cuales tiene más de 7 km. Según el m odelo ju rásán í, los palacios están separados
de la calle por un canal cruzado por puen tes y se encuentran gigantescos hip ó d ro ­
mos, parques de caza y pabellones residenciales situados sobre la ribera occiden­
tal irrigada. No puede discernirse el em plazam iento de los m ercados sobre el pla­
no, que revela, ante todo, la gigantesca distribución ortogonal de las arterias p ri­
vadas. Si bien existió una zona p ara los com erciantes, los p ro v eed o res del califa
y de la jássa, la ciudad aparece ante todo com o un cen tro m ilitar y adm inistrativo
que distribuye, a lo largo de m ás de 35 km , residencias y cuarteles, habitados
sim ultáneam ente sin que ello im plique que B agdad haya sido ab an d o n ad a en fa­
vor de la nueva capital: se tra ta de la capital de una dinastía vigorosa, deportiva
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 67

y g uerrera, que desconfía de sus tropas y de las posibles conjuras, en la que resi­
dirán siete califas d u ran te 50 años. E n esta ciudad, en o rm em en te larga, la segre­
gación de los grupos étnicos en ro lad o s en el ejército evita la fusión y el contacto
con la población civil y m antiene las oposiciones sobre las que se basa la seguri­
dad personal del califa. Por o tra p arte la m ism a inm ensidad de la ciudad garantiza
el disponer de tiem po suficiente p ara huir en el caso de que se produjese un golpe
arm ado: hace falta un día e n tero para cruzar la capital a pie.
S am arra y, más tard e, la B agdad oriental después del 892 exageran la te n d e n ­
cia a lo colosal y lo grandioso de las prim eras fundaciones de al-M ansúr: la insta­
lación extensiva y la ocupación del te rren o se aproxim an a lo absurdo. En Sama-
rra (6.800 ha), el califa y los notables com pran escrupulosam ente un suelo poco
costoso: el espacio está libre, vacío, inm enso y, en am bas capitales, el uso del
ladrillo crudo lim ita, afo rtu n ad am en te, los gastos que, pese a ello, resultan e n o r­
mes. Salvo en el caso de los paneles estucados y pintados al fresco, la decoración
puede desplazarse fácilm ente: m árm ol, m osaico, cedro y teca. Se llegan a des­
m ontar los param entos y los arcos p a ra p o d er trasp o rtar los ladrillos cocidos, que
son muy costosos ya que el com bustible escasea, dejando con ello al descubierto
los cascotes de ladrillo crudo que son ráp id am en te erosionados por las inundacio­
nes y po r el viento. C on todo, los gastos se en cu en tran a la altura de las grandes
em presas: la ciudad redonda costó en tre 18 y 100 m illones de dirham s según las
distintas fuentes, el palacio de las P léyades le costará a al-M uctadid 400.000 d in a­
res y el del príncipe búyí M ucizz al-D aw la un m illón. La prodigalidad de al-M u-
taw akkil im presiona a los historiadores m usulm anes: según al-Y acqúbt, el canal
inacabado de la D jacfariyya costó, p o r lo m enos, un millón y m edio de dinares.
En am bas ciudades, la extensión del espacio construido por adición de nuevos
barrios pone de relieve el carácter personal y autocrático de las fundaciones: n u n ­
ca se decide ab an d o n ar los antiguos palacios y barrios. El califa m anifiesta una
total confianza en su destino, reforzada por las predicciones favorables de los as­
trólogos, a las que se adaptan los arqu itecto s, los cuales se limitan a ejecu tar la
voluntad del califa incluso cuando es extravagante desde un punto de vista técni­
co: tal es el caso de Sam arra que carece de agua y de puentes cóm odos, está
expuesta a las crecidas y alejada de las grandes rutas im periales. D e hecho, Sam a­
rra, una vez ha sido ab an d o n ad a p o r la co rte y por el ejército, no conocerá la
prosperidad de B agdad d u ran te la ausencia del príncipe y se retra erá a una zona
m inúscula s itia d a cerca de la gran m ezquita de al-M utaw akkil.

(
Focos de aculturación

Las capitales cabbásíes, ciudades en las que se ha afincado la jássa, viven fun­
dam entalm ente de la fiscalidad im perial. E n el m om ento de la fundación de B ag­
dad, cada tío del califa recibe una paga de un millón de dirham s, la fam ilia se
rep arte 10 m illones y cada uno de los 700 com pañeros obtiene una pensión de
500 dirham s m ensuales. U na geografía co m p artim en tad a distribuye los contingen­
tes beduinos del ejército en barrios tribales y los regim ientos jurásáníes (que tam ­
bién son árabes) son repartidos en función de su ciudad o región de origen (Jwa-
rizm, R ayy, M arw , Q áb ú l, B ujára) ju n to a los palacios y parcelas distribuidos a
68 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

los parientes y jefes de los seguidores cabbásíes. La am pliación de la ciudad, en


la que se m ultiplican los m ercados, atrae la inm igración de gentes p ertenecientes
a las clases bajas, sobre todo iranios que se han arabizado rápidam ente y que se
instalan asimismo en los barrios en función de los vínculos de solidaridad: es el
caso de los artesanos de al-A hw áz (las gentes de T u star, especialistas del tejido
de la seda y del algodón). Ju n to a la élite adm inistrativa, m ilitar y religiosa, B ag­
dad y Sam arra ven cóm o se desarrolla la cá m m a y un pueblo turb u len to , sólo en
parte productivo (tejedores, albañiles, escultores de la m adera, ladrilleros y alfa­
reros), en parte inactivo o activo de m odo irregular (cargadores, b arqueros, g u ar­
daespaldas, m aceros y los num erosos ladrones), p reocupado p o r los conflictos p o ­
lítico-religiosos y por el patriotism o m unicipal. P ro fu n d am en te islam izado y tam ­
bién arabizado, este pueblo se com prom ete, sin tem o r, con el sistem a: son los
«desnudos» que resisten d u ran te 14 m eses, arm ados sólo con bastones, frente a
las tropas de T áhir en 812-813, cuando surge el conflicto en tre los califas al-Am in
y aI-M a3m ún.
La gran ciudad representa un papel qu e, sin d u d a, es esencial en el fenóm eno
de la aculturación: si bien B agdad sigue siendo una ciudad cristiana, con su pa­
triarcado nestoriano y sus conventos e iglesias nestorianas, jacobitas y m elquitas,
así com o la capital del judaism o, con sus escuelas talm údicas y la presencia, en
la corte, del exilarca, por o tra parte la solidaridad de los barrios cristaliza en to r­
no a las m ezquitas dedicadas a los m ártires, aquellas que guardan las tum bas de
los im anes shicíes, en Kazim ayn, y las de los doctores perseguidos por la inquisi­
ción m uctazilí, situadas en torno al m ausoleo de Ibn H anbal. La cultura astro ló ­
gica, astronóm ica y m édica florece en palacios, o bservatorios, hospitales públicos
y en la Casa de la Sabiduría, fundada p or al-Ma^mün con el fin de reunir en ella
la sum a de todos los conocim ientos de la antigüedad griega, pero a ella se yuxta­
pone —sin que ello im plique que no se produzcan fenóm enos de interacción y
de circulación de ideas y p erso n as— un Islam po p u lar, vigoroso y aten to a los
debates ideológicos, fácilm ente in tolerante y siem pre agitado p or los conflictos
entre las escuelas. El shicismo aparece en B agdad a partir del año 780 y pro n to
em pieza, im pulsada por los hanbalíes, una auténtica resistencia p uritana contra
la inm oralidad de los poderosos.
Sam arra y Bagdad son los prototipos de la vida co rtesan a, dedicada al lujo y
a los placeres que provocan la revuelta de los barrios puritanos y constituyen un
m odelo para las provincias: el estilo arquitectónico y decorativo elab o rad o por
los arquitectos califales se im pone en la capital del E gipto túlúní. La gran m ezqui­
ta de S am arra, construida en 849-852 y la de A bü D ülaf (859-861), am bas inm en­
sas (100 m por 160 y 104 m por 155, respectivam ente) se p resentan com o a u té n ­
ticas fortalezas en m edio de amplios espacios libres: m uros gruesos, planta red o n ­
da de las torres situadas en los ángulos y de los co n trafuertes que aparecen a lo
largo de las fachadas, alm inares enorm es. V olverem os a en co n trar en la m ezquita
de Ibn T ulún (879), que tiene una planta distinta (en este caso cu ad rad a), la te n ­
dencia al gigantism o, la construcción de ladrillo en grandes pilares rectangulares,
la posición del alm inar en el eje del m ihrab y, sobre todo, la superposición de
placas de yeso decorado con rosetas e inscripciones epigráficas que sugiere un
traslado de los artistas. Del mismo m odo la cocina bagdadí, la etiq u eta y la com ­
postura y la m úsica llegarán a al-A ndalus de la m ano del liberto Z iryáb, el «Pe-
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 69

tronio andalusí», antiguo esclavo de al-M ahdi, cocinero, bailarín y m aestro de


buenos m odos. Son, desde luego, las grandes ciudades, las que crean el m odelo
del «hom bre honrado» m usulm án, el adtb. Sus am plios conocim ientos que le p e r­
m iten brillar en la conversación y que se ajustan a las reglas del buen gusto son
los que cabe esperar que surjan, en muy buena p arte , de la form ación que se
exige al secretario, al kátib.
El enciclopedism o árabe codifica, en efecto, una erudición colosal, ecléctica
y algo heteróclita; refleja las tertulias en las que se charla y recita poesía y en las
que se utiliza una term inología p ed an te y considerable. E m plea una m em oria in­
finita, reforzada por procedim ientos m neinotécnicos, y desarrolla una cultura his­
tórica, biográfica, genealógica y geográfica que cristaliza en anécdotas, que p u e­
den utilizarse fácilm ente com o ejem plos m orales, y en descripciones m aravillosas
de presentación agradable: todo ello coincide bastante exactam ente con los sabe­
res que se exigen al secretario. Si bien éste d eb e, adem ás, ten er una form ación
de jurista (im puestos, estatutos territo riales y estatu to s «gubernam entales»), co­
nocer la caligrafía y la retórica adm inistrativa, es su cultura general o su m u ndo­
logía lo que le perm itirá pro g resar en su carrera: se trata de un conjunto de cono­
cim ientos que abarcan la poesía, la cocina, la m úsica, la astronom ía, etc., todo
al servicio del adad, o sea, el buen gusto. Y d ado que la capital había reunido y
som etido a las norm as del Islam y del arabism o las adquisiciones culturales de
Irán y del helenism o, el m anual de la cultura m undana hará confluir la etiq u eta
de los espejos de príncipes persas y el sab er aristotélico, conocido fu n d am en tal­
m ente a través de las traducciones siriacas del seudo-A ristóteles. R esponde asi­
m ism o a las críticas irónicas de los secretarios iranios y forja un hum anism o o ri­
ginal que está de acuerdo con las tradiciones árabes.
D ebido al sincretism o que em pieza a actu ar en O rien te, las ciudades serán los
catalizadores fundam entales del saber. A este respecto, la creación de la «Casa
de la Sabiduría» en B agdad por al-M a3m ün, en 832, constituye una fecha básica
p ara la historia del pensam iento hum an o , pues m arca el en cu en tro de la filosofía
y de la ciencia helénicas con la cultura árabo-irania e hindú. Los m usulm anes
recibieron con avidez y respeto a los grandes autores griegos: la traducción de
P latón, A ristóteles y tam bién la de H ip ó crates, G aleno, D ioscórides, P tolom eo,
Euclides, A rquím edes, H erón de A lejandría o Filón de Bizancio constituyeron
un acicate para los doctores que reflexionaban sobre la revelación coránica o, de
m anera m ás sim ple, sobre las virtualidades de la lengua, el em pirism o de la m e­
dicina o la observación astronóm ica. A l-K indí (m. 873) y al-Farábí (m . 950) fue­
ron los prim eros en a d o p tar la lógica aristotélica y el m ovim iento niuctazilí del
\ q u e hem os hablado antes obtuvo gracias a ella buena parte de su fuerza argum en­
ta tiv a . La m agnitud de las «bibliotecas» que se constituyeron de este m odo nos
a p a rece, hoy, extraordinaria: en los com ienzos del período fatim í en F ustát se nos
habla de 18.000 m anuscritos antiguos, de 40 alm acenes de libros, de 400.000 vo­
lúm enes, cifra, esta últim a, que se rep ite, en O ccidente, p ara la C órdoba de la
mism a época.
El cam po científico sacó provecho, esencialm ente, de este sincretism o. Por
o tra p arte, cualquier pensador, es a la vez, filósofo, biólogo y m atem ático: el
«Ptolom eo de los árabes», Isháq ibn H unayn (m . 910) reunió y desarrolló las te o ­
rías antiguas sobre la visión, la óptica y la luz, m ientras que sus co ntem poráneos
70 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

A bú M acshar (m . 886) y T hábit ibn Q u rra (m. 900) hicieron lo mism o con el
m ovim iento de los planetas y la trigonom etría respectivam ente. No o b stan te,
debe observarse que, po r una p arte, antes de la aparición de las grandes síntesis
iranias del siglo xi, se tra ta esencialm ente de asim ilar, verificar y propagar: p o r
ejem plo, las teorías geocéntricas griegas del cosm os todavía no se ponen en tela
de juicio. P or otra p arte, en un p u n to esencial, la reflexión científica m usulm ana
se separa de la herencia helénica. N os referim os al cálculo: en esta ocasión la
India —y no Ptolom eo o D io fa n to — constituirá el p u nto de apoyo fundam ental
de la reflexión m atem ática; nada m ejor para pro b arlo que la o b ra, am plia y p re ­
coz, de al-Jw árizm i (m. 830), intro d u cto r del sistem a decim al y del cero hindúes
y tam bién vulgarizador del sistem a de ecuaciones de segundo y tercer grado que
tam bién tom a de la m atem ática hindú. Su libro al-D jabr, es decir, el «núm ero
que restaura» la unidad, cubrió, en lo sucesivo, toda reflexión algebraica.

Una civilización urbana sin igual en la E dad M edia

Las fundaciones im periales (B agdad y Sam arra, pero tam bién R aqqa, capital
de H árún al-R ashid situada cerca de la fro n tera siria, T yana, T arso en Cilicia,
donde reside al-M a3m ün) y las capitales provinciales (F u stát, que será más tard e
la capital de Ibn T ülün, en E gipto) se injertan, con m ejor o p eo r fortuna, en un
desarrollo u rbano evidente. Surgen num erosas aglom eraciones en Iraq (H ad ith a,
O asr ibn H ubayra, R ahb a, D jazírat ibn cU m ar), en el n o rte de Siria (H isn M an-
sür, H árüniyya, M asisa e Isk an d arú n a, reconstruidas frente a los bizantinos) y en
Palestina (R am la), m ientras brotan las ciudades iranias en to rno al arrabal árabe.
D ebe, no o bstante, tom arse todo esto con una cierta reserva y no creer en exceso
en un ap aren te desarrollo urbano: ciertos éxitos brillantes pueden ocultar el des­
plazam iento de las poblaciones y la decadencia de las antiguas m etrópolis. E sto
es lo que sucede en E gipto con el aban d o n o casi total de A lejandría, que queda
reducida a m enos de la mitad del espacio encerrado d en tro de las m urallas de la
A ntigüedad y se instala, en lo sucesivo, en el cordón litoral anexo al m uelle del
H eptastadio, un pequeño p u erto sin im portancia que ni siquiera tiene un pequeño
taller para la fabricación de m oneda. D e la mism a m anera en Siria se producirá
la regresión de A ntioquía. E n realidad, la evolución dem ográfica se conoce muy
mal y los cálculos son pu ram en te hipotéticos. R ecordem os principalm ente el fin
de las grandes epidem ias bajo los cabbásíes tras la eta p a en que las pestes se p ro ­
ducen repetidam ente desde los prim eros decenios del siglo vn hasta ap roxim ada­
m ente el año 745. P uede pensarse, p or tan to , que la urbanización no tiene com o
prem isa una punción de la población rural tan catastrófica com o bajo los O m eyas
o, al m enos, que pudo rep ararse m ás fácilm ente. ^
Si bien, en general, una red u rb an a sustituyó a o tra (e n ^ iria , dotade son n u ­
m erosos los abandonos de las ciudades costeras, tam bién en fegipto, c \ \ o s confi­
nes de la A natolia y quizá tam bién en Irán ), en Iraq se produjo en cam bio una
auténtica urbanización colosal: B agdad m ide, en el año 892, e n tre 6.000 y 7.000
ha, por lo m enos cuatro veces m ás que C onstantinopla y 13 veces más que Ctesi-
fonte. La ciudad parece co n tar con m edio millón de habitantes: a principios del
siglo x, en dos de las cuatro m ezquitas en las que se pronuncia la jutba (a la que.
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 71

en principio, se convoca a todos los varones adultos) se cuentan 64.000 asistentes.


Se trata de un peso dem ográfico com p letam en te nuevo ya que el crecim iento de
B agdad no va acom pañado p o r la decadencia de las ciudades de tam año m ediano,
por lo m enos antes de que los Z andjs incendien B asra en 871. Sólo p uede expli­
carse debido a la movilización de los recursos financieros de un im perio, que p e r­
m ite el «despegue» de las grandes capitales y por el aum en to de la productividad
agrícola en las tierras som etidas a cultivo intensivo, que perm ite la supervivencia
de estas enorm es aglom eraciones en las que el artesanado sólo contribuye en una
parte mínim a a los ingresos fiscales y a la creación de riqueza. Las ciudades no
venden su producción al cam po y la circulación de bienes en tre la ciudad y el
cam po es p u ram ente fiscal. El propio peso de las ciudades constituye un límite
infranqueable para el desarrollo u rbano.
La expansión que acom paña a la urbanización en el im perio cabbási no implica
la unidad del urbanism o. D ebe dejarse de lado la idea de un «tipo musulm án»
de ciudad, en la que la m ezquita ocupa una posición central y los m ercados están
dispuestos en un orden iniciático fijo: las capitales om eyas y cabbásíes siguen un
m odelo contrario al de la ciudad cen trad a en el palacio. Bagdad y Sam arra o p o ­
nen su topografía de grandes avenidas, muy distintas de los callejones de los b a ­
rrios de los m ercados, al espacio lim itado y recortado de F ustát, en el que se
m antiene la disposición tribal, y a la estru ctu ra de las ciudades antiguas descom ­
puestas por la privatización y la usurpación del suelo de las calles. No o b stan te,
en todas partes se im pone un m odelo de casa con pequeñas variantes: se trata
de la bayt de S am arra, que conocem os gracias a las excavaciones realizadas en la
capital califal, constituida por un am plio dom icilio rodeado de paredes sin venta­
nas y cuyas habitaciones geom étricas se abren a un patio central. El análisis de
las excavaciones de Fustát confirm a que este m odelo d ata del siglo ix: se trata
de tres habitaciones, alineadas tras un pórtico o antesala con tres vanos, de las
que la central presenta dos en tra n tes laterales (habitación en T invertida, de
acuerdo con la denom inación usual). El patio dispone de un estan q u e, la disposi­
ción general es frecuentem ente asim étrica, y tanto las habitaciones com o el palio
están em baldosados de form a irregular.
Sobre este esquem a com ún, que encontram os tan to en el M agrib com o en
Siraf, la necesidad y el azar injertan una serie de rasgos particulares: en las casas
de m ercaderes de Siraf falta la an tesala, pero las paredes altas y gruesas soportan
pisos que se utilizan com o alm acenes. E n F ustát, al igual que en los palacios de
los príncipes, se com binan dos patios q u e, a veces, se com ponen de dos bayts,
situadas una frente a la o tra , con el fin de o b te n e r ap artam en to s funcionales: en
unos casos se oponen la zona de recepción y la zona fam iliar o secreta (harim ),
en otros las habitaciones de verano y las de invierno. T odas las excavaciones a r­
queológicas m uestran un mismo lujo: calidad de la construcción, b uena piedra y
ladrillo cocido, fábrica bien cuidada y excelentes m orteros, decoración de estuco
y, sobre todo, abundancia de agua pese a las dificultades existentes para o b te n e r­
la. En Siraf la traen dos acueductos procedentes de la m ontaña y que se dirigen
hacia el em plazam iento de la ciudad, árido y aplastado p o r el calor. En Fustát
existen depósitos jerarquizados (p ara el riego de las calles, lavado y consum o)
excavados en las rocas, que se en cu en tran próxim os a un sistem a p o ten te de ev a­
cuación de las aguas residuales, canalizaciones y fosas sépticas protegidas p or m u­
72 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

ros y que se lim pian regularm ente desde el ex terio r de las casas: p ru eb a de ello
es su contenido arqueológico, hom ogéneo y co n tem p o rán eo de la época en que
fueron abandonadas. El ingenio, el afán de lim pieza y la eficacia se descubren,
incluso, en F ustát en la construcción, en las terrazas en las que se en cuentran
sistem as de captación de vientos frescos qu e, a continuación, se distribuyen m e­
diante canalizaciones: todo ello llevará, en los siglos x y xi, a la m ultiplicación
de instalaciones hidráulicas. A sí, en una casa sim étrica o rd en ad a en to rn o a una
canalización a cielo abierto , una fu en te, provista de una cascada que hum edece
y refresca el aire, conduce a un estanque con surtidores y criaderos de peces
rojos, rodeado de arriates y zanjas p ara los árboles. E ste m odelo, que ya es fati-
mí, tiene una doble sim etría o rien tad a y corresponde a las casas de grandes di­
m ensiones.
La tipología diversificada de las ciudades islámicas y la originalidad de las fo r­
m aciones urbanas y de sus topografías no deben hacernos olvidar que la g en era­
ción de las ciudades cabbásíes p resen ta rasgos com unes: surge una clase que sube
y que recibe el nom bre de «patriciado», constituida p o r gentes que viven de las
rentas de la tierra, por profesionales de la religión y p o r m ercaderes, y que se
codea con los representan tes del p o d er central, los secretarios, o sea, los funcio­
narios de las oficinas, y los m ilitares. C on diversos orígenes religiosos (nestoria-
nos, zoroastrianos, m usulm anes) y sociales (juristas y profesores de tradiciones
—h a d ith — y dihgarts, antiguos funcionarios sasánidas del distrito, m ercaderes de
la ruta de la seda que lleva desde el Jurásán hasta la T ransoxania y la C hina),
pero estrech am ente asociados en función de los m atrim onios que los llevan a fu­
sionarse, rápidam ente, en fam ilias de actividades económ icas muy variadas, los
linajes patricios de N ishápúr unen el prestigio de la ascendencia árabe y m usulm a­
na de los conquistadores (los H arasht, familia de cadíes, descienden, p or ejem plo,
del califa cU thm án, de quien tom an el nom bre) y las realidades del p oder econó­
mico local: los H arashí-cU thm ání reciben tam bién num erosas propiedades por sus
m atrim onios con hijas de funcionarios y se asocian, en el siglo x, a m ercaderes
de origen persa, los Balawí.
U na im agen arqueológica ex trao rd in ariam en te precisa de la hegem onía de la
clase dom inante nos la proporcionan las excavaciones de F ustát y de Siraf: son
m ansiones inm ensas, que parecen fortificadas, protegidas por los alojam ientos de
los porteros y, a veces, con en trad as acodadas. Su extensión resulta sorprendente:/
en Siraf los domicilios excavados m iden en tre 210 y 540 m 2 de superficie en la|
planta baja, con una m edia de 361 m 2, sin co n tar la planta alta. E n F ustát la
planta, m enos clara (los m uros, con frecuencia, han sido arrasados al nivel de los
cim ientos), y la irregularidad de la parcelación, nos perm iten , a pesar de to d o ,
reconocer conjuntos muy am plios y hacen surgir dos m ódulos distintos: uno, sen­
cillo, con un solo patio, que tiene de 180 a 200 m 2, y o tro , con doble p atio , y
400, 500 y hasta 1.200 m 2. En am bos lugares, el em porium iranio y la m etrópolis
egipcia, estas enorm es m ansiones ocupan todo el espacio, especialm ente en el
cam po de excavaciones de F ustát B (350 m de longitud p o r una anchura co m p ren ­
dida en tre 50 y 100 m ), en el que enm arcan am plios com plejos industriales (talle­
res de alfarería y vidrio). No se en cu en tra ningún tipo de h ábitat de m enor en v er­
gadura con la excepción de ciertos restos de squatters tardíos situados en los islo­
tes muy destruidos que rodean la encrucijada principal. Las casas patricias, que
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 73

en F ustát han sido denom inadas «castillos», aparecen perfectam ente unidas sin
dejar en tre sí espacio alguno que perm itiera la presencia de un tejido de casas
pequeñas que ocupara los huecos. T am poco se encuentran casas de alquiler, del
tipo de la antigua ínsula, que los visitantes caracterizaban p or sus m últiples pisos.
¿D ónde vive el «vulgo», la clase baja? y ¿dónde están las tiendas? Si puede p e n ­
sarse que los inm igrantes vivían en habitaciones de alquiler situadas sobre las te ­
rrazas de los patricios y que los trab ajad o res h abitaban en los mism os talleres,
estas constataciones m ultiplican los lím ites de la preten d id a exuberancia de los
m ercados y del desarrollo de la clase m edia de los artesanos. Surge, entonces,
una im agen de la ciudad que m anifiesta la d ependencia íntim a de los asalariados
y supone la integración de los débiles en el seno d e estas grandes casas: esto ilus­
tra la existencia de clientelas fam iliares y, de m anera más general, la base fam iliar
de la organización urbana.

Un poderoso dinam ism o artesano y una expansión artística

El desarrollo urbano im pone y estim ula una diversificación creciente de las


actividades, que se desarrollan a la som bra de las residencias de la «élite». La
ciudad m usulm ana hereda de la A ntig ü ed ad tardía una extensa gam a de oficios
artesanales cuyo núm ero se ha precisado y m ultiplicado debido, en p arte, a la
preocupación puntillosa p o r la calidad y p o r el control de los precios. D e en trad a
hay que prescindir de la idea de una vida corporativa que agrupara a los m aestros
artesanos en una asociación privada o b ligatoria, así com o de la teoría de un ca­
rácter iniciático y dem ocrático de las agrupaciones profesionales a p artir de un
«pacto de honor» artesan o cuyo gran m aestro habría sido el barb ero del P ro feta,
Salm án el P ersa, llam ado «el Puro». Se ha podido d em o strar que esta especula­
ción es tardía y que establece una confusión e n tre el nacim iento de la fu tu w w a ,
una sociedad política sin carácter profesional, contam inada por los ritos iniciáti-
cos de los ism á^líes, que surge a fines del siglo IX, y la organización estatal d ed i­
cada a la supervisión del trab ajo u rbano.
E sta últim a es muy antigua: en ciertos oficios se organiza desde la época omc-
ya y, bajo los cabbásíes, em pieza a som eterse al control de los guardianes del
com ercio, los alm otacenes o m uhtasibs. É stos son especialistas elegidos para ga­
rantizar la calidad del pro d u cto , supervisar los precios y asegurar que los m aes­
tros se inscriban en los registros fiscales. B ajo su guía los oficios se m antienen
abiertos: el aprendizaje, la adm isión en la profesión y su ejercicio no están som e­
tidos a ninguna regla restrictiva o coercitiva. T am poco se im pone la localización
topográfica de las actividades p o r más que se vea con buenos ojos la agrupación
de los oficios que perm ite una vigilancia m ás fácil. Si nace un «espíritu de cu er­
po», ello se debe al m ism o peso sociológico que hace que los hijos sigan las p ro ­
fesiones de sus padres o de sus tíos y sólo podem os citar un núm ero lim itado de
casos de conflictos de grupo en tre oficios (encargados de baños contra com ercian­
tes de sal en La M eca, oficios de la alim entación contra zapateros y m ercaderes
de telas en M osul, en 919 y 929). E n este cuadro institucional o co n tra él, el
m undo artesano no m anifiesta ninguna aspiración dem ocrática determ in ad a y no
se constata ninguna penetración masiva de las teorías ism á^líes en los m edios p ro ­
74 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

fesionales; p or o tra p arte, el interés que m anifiestan los escritores p o r el m undo


del trabajo no es más que una rem iniscencia escolar de la cultura antigua.
E n todas las ciudades del m undo islám ico, las necesidades del consum o im po­
nen la presencia de los oficios relacionados con la alim entación y con la tran sfo r­
m ación final de los productos. Ju n to a los p roveedores de las residencias aristo ­
cráticas (m ercaderes de hortalizas y fru tas, frecuentem ente especializados de m a­
nera muy específica en un único pro d u cto , com erciantes en granos, lecheros,
m ercaderes de vinagre, vino y vino de dátiles, pescaderos, vendedores de m aris­
cos, carniceros y vendedores de aves de corral) y a todos los oficios relacionados
con las cadenas de producción (desde el m ercader de ganado hasta el m atarife,
descuartizador, carnicero, trip ero y fabricante de salchichas; igualm ente y, desde
el m ercader en grano hasta el m olinero, v endedor de harina, p an ad ero , horn ero
y una gran variedad de tipos de pastelero ), el m ercado o zoco ve surgir gran n ú ­
m ero de fabricantes de diversos platos cocinados, destinados a la alim entación de
las clases populares que no cocinan, bien sea p or tem o r a los incendios o por
falta de m edios para co m prar alim entos al por m ayor, y recurren a la casa de
com idas. Son platos de pescado, arroz, legum bres, carnes en salsa (de buey, que
se co ntrapo ne al cordero considerado com o la carne de los ricos, y de cam ello),
m enudos, buñuelos y dulces de miel. La com unidad social y cultural se expresa,
desde al-A ndalus y Sicilia hasta el Irán , gracias a la difusión de esta cocina calle­
je ra ; existen platos que perm anecen sólidam ente im plantados, en el Palerm o del
siglo x x , con sus nom bres árabes (cália o sfincio). T am bién el ham m ám surge
por todas partes: se ha olvidado su origen griego, que se ha visto desplazado por
la necesidad ritual que im pone el Islam . T am bién en todas p artes se desarrollan
los oficios relacionados con la construcción, que son muy num erosos, los fabri­
cantes de m uebles (cofres, asientos, arm arios), las profesiones relacionadas x ^ n
el cuero (esenciales para el m obiliario y los recipientes), con los tejidos (el sastre,
cuyo salario elevado y prestigio social subrayan el carácter altam ente técnico del
oficio) y las artes del fuego (h errero y ceram ista).
La circulación interregional de productos de artesanía afecta, adem ás de a un
gran núm ero de productos alim enticios que se conservan (confituras, frutas co n ­
fitadas, frutos secos, verduras en vinagre) y pueden tran sp o rtarse sin excesiva di­
ficultad, a los productos elaborados de alta calidad y, en particular, a los textiles,
arm as, papel y cerám ica decorativa. Las técnicas, pese a la unidad política, se
difunden lentam ente y su difusión se d eb e más a la em igración de los o p erarios
que a la im itación (así, en F ustát, los fabricantes de pañuelos de lino proceden
de A m ida, en M esopotam ia). E sto concuerda con la extraordinaria capacidad vi­
sual que adquieren los clientes para reconocer las calidades, los orígenes y la h a­
bilidad m anual adquirida p or las sucesivas generaciones que trabajaban con una
continuidad perfecta, de tal m odo que se llegan a inventar expresiones p ara d en o ­
m inar los trabajos efectuados, de acuerdo con las norm as y procedim ientos tra d i­
cionales de las regiones de origen, p o r los ob rero s em igrados: de esta m anera,
los tapices tejidos en R am la, P alestina, p o r operarios procedentes del T abaristán
recibirán el nom bre de tabart ramlt. La localización de estas «especialidades» se
debe en gran p arte a las m aterias prim as que, cuando son pesadas, resultan de
transporte difícil. D e este m odo, la m etalurgia se sitúa principalm ente en las re ­
giones m ineras: es el caso de las industrias de arm am en to arm enias, afganas y de
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 75

la T ransoxania, de la siderurgia d am ascena, que no se encuentra lejos del hierro


del T aurus y de la Cilicia, de las forjas del D ágistán, del A dhárb ay d ján , de Nis-
hápúr, de Isfáhán, de la calderería de M osul y de la industria del latón en H erát
y B aykand. P ero D am asco, d onde se desarrolla una industria del cobre, y el delta
egipcio, donde Tinnis crea una industria especializada de cuchillería, m uestran el
papel que adquieren los m edios artesanales de tradición antigua y de alto nivel
técnico a la hora de establecer tales centros y p o n er de relieve su fam a.
La industria textil —sin duda la de m ayor im portancia y la que acapara lo
esencial de las inversiones fam iliares dedicadas a la adquisición del m obiliario y
al establecim iento de una reserva e v e n tu a l— presenta una especialización análoga
de los centros de producción q u e, de la mism a m anera, se distribuyen en función
de las m aterias prim as: lana de E gipto, de Siria y del arco de m ontañas que va
del T aurus al Irán a través de A rm enia y del T ab aristán , lino del delta egipcio,
algodón del Jurásán y de la D jazíra, seda cruda del Ju rásán y de al-A hw áz. Evi­
d en tem en te, el tran sp o rte, más fácil, de ciertas m aterias prim as, que se cotizan
de m anera especial, favorece la m ultiplicación de centros y la diversificación a
ultranza de los productos: tapices de T ib eríad es, de A rm enia, del A d hárbaydján,
del T abaristán, del Jurásán y de T ran so n ia, tapices bordados con agujas del Fars,
m antos a rayas del Y em en, tejidos de algodón del K im a, pañuelos del T abaristán,
satén del Jurásán, brocado y dibádj (tram a y urdim bre de seda) de T u star, tafetán
cattábí de seda y algodón de Siria, vestidos del Fars, tejido siqlatün con grandes
círculos o rnam entados de B agdad, gasas de lino egipcio, el sharb y el qasab del
delta. E sta breve lista sólo nos p erm ite atisb ar la gran variedad de productos exis­
tentes, entre los que se en cu en tran ciertas im itaciones declaradas de m odelos de
prestigio com o los «cinturones arm enios» de T ib, en al-Ahw áz.
Por otra p arte, nos en contram os an te la p rim era fase original de un arte deco­
rativo que puede calificarse de «m usulm án», de la misma m anera que el arte de
los A quem énidas acabó p o r ser «persa». D icho de o tro m odo, al enco n trarse en
presencia de tradiciones frecu en tem en te antiguas y poderosas com o la ex u b eran ­
cia floral hindú, el arte que rep resen ta figuras de anim ales en el O rien te M edio
niesopotam io y las representaciones «historiadas» y en m ateriales suntuosos de
E gipto y Siria bizantinos, los califas o su en to rn o no pensaron por un m om ento
en im poner una tradición exótica q u e, por o tra p arte, no les p roporcionaba el
arte árabe preprofético. A trajero n en to rno a ellos, y sin p reten d er una co lab o ra­
ción exclusiva, a artistas de las regiones más diversas y, en una prim era e tap a,
les perm itieron trab ajar de acuerdo con m odelos qu e, indiscutiblem ente, eran bi­
zantinos o sasánidas, com o sucedió en D am asco o en la cúpula de la m ezquita
de la R oca en Jeru salén . E n el 722, el califa om eya Yazid II trató de presionar
sobre el arte al prohibir, incluso an tes que los bizantinos y sufriendo tal vez la
influencia de una concepción m uy rigorista en el O rien te M edio, toda re p rese n ta ­
ción de criaturas, considerada com o una m anifestación inadm isible de «com pe­
tencia» con D ios. P ero, si bien los edificios dedicados al culto se a d ap ta ro n a
estas exigencias —q ue, p or o tra p a rte, fueron suscritas con m ayor suavidad por
los cabbásíes—, subsiste un n úm ero suficiente de m otivos decorativos en edificios
privados, así com o de cerám icas o m iniaturas anteriores al siglo x, en los que
aparecen figuras hum anas: tal es el caso del palacio de Q usayr cA m ra, en Jo rd a ­
nia, y ello nos perm ite d u d ar de la eficacia del espíritu iconoclasta m usulm án.
76 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

A p artir de aquí, y en una segunda e tap a , la concurrencia de las diversas co­


rrientes estéticas hizo surgir una fuente de inspiración original que resultó, en
definitiva, bastante hom ogénea de un extrem o al o tro del D ár al-Islám . D ad o
que la p ared , la p u erta, la colum na o el plato no d eben utilizarse com o co m en ta­
rio o ilustración de un versículo sagrado o de un tratad o jurídico, carece de im ­
p ortancia que el arte apu n te, o no, a la realidad, a lo concreto. Por ello la ex p re­
sión artística m usulm ana será abstracta, se situará al m argen de la vida, com o
puro sueño y m isterio, sin más significado que la arm onía de las form as. La esti­
lización, la geom etría, la im bricación y la repetición infinita de las figuras consti­
tuyen su tem a fundam ental. C urvas, contracurvas, rom bos, m ocárabes y o rn a ­
m entos florales que se m ultiplican, debido a un h o rro r al vacío que es, aquí, to ­
talm ente m edieval, sobre el estuco, la m adera, el m arfil, el barniz de los azulejos,
el tejido, el vestido, hasta alcanzar un exceso que resulta agobiante para nuestra
estética occidental. Los dos únicos elem entos que podrían rom per esta m onotonía
ex u berante no alteran m ucho el conjunto: el prim ero es el «arabesco», o sea, la
inscripción piadosa en rasgos estilizados que se mezcla con la decoración, la cual,
a su vez, tom a sus form as del aspecto mismo de la escritura árabe que se co n stru ­
ye a base de bucles y cortos segm entos curvados. E stas inscripciones resultan, a
veces, difíciles de distinguir de la o rnam entación floral vecina. En lo que respecta
a la introducción, típicam ente «oriental», de m otivos a base de figuras de anim a­
les, tanto si se trata de m onstruos com o de fauna real, elefantes, cam ellos, leo­
nes, pavos reales, pero tam bién aves fénix, dragones, unicornios, pájaros de fue­
go, que encontram os luchando, enfren tad o s, form ando filas, la estilización les
hace p erd er buena parte de su interés «óptico», que es sustituido por eTv&lor
sim bólico que encarnan y que resulta bien conocido.
Sin duda, es algo artificial el co ntem plar el nacim iento de este arte desde la
ciudad: m uchos palacios rurales han desaparecido. P ero la riqueza y el costo p ro ­
bable del arte desarrollado en la corte o asociado con el culto justifican su asocia­
ción con los centros fundam entales de aculturación que son los enorm es co njun­
tos urbanos.

A l Oeste, una reanimación y no un despegue...

En el O este, las indicaciones relativam ente num erosas que poseem os sobre el
desarrollo de la función del «señor del zoco», el sáhib al-süq, en C órdoba y en
Q ayrawftn, deben relacionarse con los aspectos generales del desarrollo u rbano
que, por su p arte, se m uestran de acuerdo con los m odos de urbanización que
aparecen en todo el m undo m usulm án. A qu í, una vez m ás, puede insistirse en la
precocidad de esta estructuración u rbana de tipo oriental.
Qayraw&n, en sus orígenes, es una ciudad-cam pam ento que puede com pararse
con Kfifa, B asra o Fustát, en las qu e, de e n trad a, se delim itan los barrios tribales
y el núcleo m onum ental. El g o b ern ad o r H assán ibn al-N ucm án (692-705) em p ren ­
dió, de m anera muy activa, la construcción de la m ezquita catedral y sabem os
que la ob ra fue concluida bajo el califa H ishám ibn cA bd al-M alik (724-743). E n
ella se utilizaron las técnicas del ladrillo y la reutilización sistem ática de las co ­
lum nas antiguas; es una de las m ás bellas del Islam (80 m p o r 135 m son las m e­
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 77

didas del conjunto constituido p o r el patio y el o rato rio ), contiene 17 naves de


techo plano y una cúpula sobre el tram o en el que se abre el m ihrábi La d eco ra­
ción, a base de cerám ica con reflejos m etálicos, deriva d irectam ente de Sam arra.
La m ezquita fue objeto de m odificaciones sucesivas después del 774 y, m ás tard e,
en 836 y 862 fue am pliada de nuevo y su alm inar cuadrado adquirió m ayor altura
hasta alcanzar los 30 m. T am bién hacia esta época se construyó su m ercado cen ­
tral, a lo largo del Sim át, la gran avenida que dividía la ciudad en dos; el g o b e r­
nador Yaztd ibn H átim , algo m ás tard e, lo estru ctu ró y especializó de acuerdo
con los oficios. Pero al m argen de este urbanism o oficial, la ciudad se estructura
asimismo de m anera esp o n tán ea en to rno a los zocos y m ezquitas de barrio , m u­
chas de las cuales aparecen d ocum entadas desde antes de m ediados del siglo vin.
La capital de Ifriqiyá siguió creciendo a ritm o rápido en época aglabi, pero los
gobernantes de esta dinastía la duplicaron construyendo ciudades principescas a
la m anera cabbásí: prim ero fue al-cA bbásiyya, en los com ienzos de la dinastía y,
m ás tarde, R aq q ád a, a fines del siglo IX. P ara las necesidades de aprovisiona­
m iento de agua de esta m etrópolis se llevó a cabo, ya desde la época de los go­
bernadores, y, más tard e, d u ran te el p eríodo aglabí, una red com pleta de obras
hidráulicas —depósitos de alm acenam iento y canalizaciones— de la que todavía
quedan restos en los alred ed o res de la ciudad.
La línea general de la evolución es la m ism a en todo el occidente m usulm án
aunque debe tenerse en cuenta q u e, en la m ayoría de los casos, se trata de la
reanim ación y de la reestructuración de ciudades antiguas en decadencia m ás que
de la fundación de ciudades nuevas. La excepción principal está constituida, evi­
d en tem en te, po r Fez, fundada hacia el 789 bajo Idris I y, más tard e, am pliada a
principios del siglo ix por Idris II, quien distribuyó a los árabes p rocedentes de
Ifriqiyá y al-A ndalus en barrios tribales. En T únez, la m ezquita catedral (la Zay-
tüna) fue construida por el g o b ern ad o r Ibn al-H abháb (732-741) y se vio ro d ead a,
rápidam ente, de zocos. E n el M agrib occidental, la urbanización del país se d esa­
rrolló d entro del m arco de los principados idrisíes, cuyos centros fueron ciudades
fundadas en el siglo ix, com o al-B asra, o pequeños núcleos preislám icos. D e e n ­
tre ellos, varios acuñan m oneda y las ab u n d an tes em isiones de dirhem es dan tes­
tim onio de la progresiva «m onetarización» de la econom ía.
A penas conquistada C ó rd o b a, el g o b ern ad o r al-Samh (719-721) hace recons­
truir en piedra el puente rom ano sobre el G uadalquivir y restau rar la m uralla
parcialm ente d erruida. La historia de las am pliaciones sucesivas de la m ezquita
aljam a, corazón m aterial y espiritual de la aglom eración, ofrece claros indicios
sobre el crecim iento de la gran m etrópolis andalusí. E n al-A ndalus, este edificio
tiene un papel que puede co m pararse al santuario de Q ayraw án, en el M agrib:
hacia el año 766 o 768 se em pezó a construir, en el em plazam iento de la cated ral,
adquirida a los cristianos, un edificio al que se hicieron continuas adiciones hasta
m ediados del siglo x, con lo que adquirió un tam año grandioso. La sala de o ra ­
ción (180 m por 120 m ), más g rande que las de Sam arra o F ustát, com porta 19
naves sostenidas por más de 850 colum nas de m árm ol, unidas por una doble red
de arcos de piedra blanca y ladrillo rojo. V arias cúpulas recubiertas de m osaico,
una decoración floral a base de estuco y paneles de alabastro grabados con ins­
cripciones piadosas dan testim onio de una inspiración claram ente au tó cto n a, «vi­
sigótica», por no decir rom ana. E ste edificio, el m ás considerable que nos ha le­
78 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

gado el Islam m edieval, constituye, p o r sí solo, una pru eb a de la am plitud de


m edios y de la fuerza política y económ ica de los em ires om eyas que se refugia­
ron en E spaña tras la m atanza del 750. P ara los viajeros árabes, C órdoba es la
única rival posible de B agdad. La célebre «revuelta del arrabal» del 818 m uestra
la extensión, ya considerable en esta época, que han adquirido los barrios p o p u ­
lares situados frente a la antigua ciudad ro m an a, al otro lado del G uadalquivir.
H abrá que esperar, no o b stan te, a la p rim era m itad del siglo x , bajo el califato,
para que C órdoba, com o Q ayraw án, se vea superada por una ciudad principesca,
M adinat al-Z ah rá3.
E stas ciudades o, al m enos, las m ás notables de e n tre el Ins. se convierten rá ­
pidam ente en núcleos de vida intelectual. E sto no afecta sólo <i las capitales p o ­
líticas sino tam bién a los centros de m ayor envergadura: T únez, por ejem plo, tie­
ne, al igual que Q ayraw án, sus sabios y sus tradicionistas y su m ezquita era, ya
antes del período aglabí, un centro de cultura y de enseñanza fam oso. U na ciudad
geográficam ente tan m arginal com o Z aragoza, situada en la frontera del m undo
franco, no es sólo una plaza fuerte y un centro de intercam bios com erciales. Por
el contrario, a través de los diccionarios bibliográficos andalusíes puede adivinar­
se, desde los prim eros tiem pos del Islam y d u ran te todo el periodo del em irato
de C órdoba, la existencia de una notable vida religiosa e intelectual de la que da
testim onio la treintena de hom bre de religión, juristas y letrados oriundos de esta
ciudad o que vivieron en ella antes de la proclam ación del califato (929) cuyos
nom bres fueron considerados dignos de ser preservados p or los biógrafos en sus
repertorios. Lo mismo sucede en T o led o , a p esar de que esta ciudad fue, étn ica­
m ente, poco arabizada y que estuvo p erm an en tem en te en estado de disidencia
política con el poder central de C ó rd o b a, llegando incluso a aliarse contra él con
los cristianos del norte de la península. D esde los com ienzos del em irato en co n ­
tram os en T oledo a un grupo de personajes dedicados al estudio de las letras y
de las ciencias religiosas que viajan a O rien te para escuchar las enseñanzas de
M álik ibn A nas (m . 795). A su re to rn o , estos estudiantes se convirtieron en m aes­
tros y difundieron sus conocim ientos en tre sus com patriotas. Algo m ás tard e, en
la prim era m itad del siglo ix, o tro grupo se dirige, en viaje de estudios, a Q ay ra­
wán para recibir, en esta ciudad, la enseñanza del gran jurista m álikí Sahnún.
R esulta obvio, en efecto, que tan to en T oledo com o en Z aragoza, toda la ciencia
procede de O rien te, bien sea de m anera directa a través del viaje que m uchos
eruditos han realizado con el fin de buscar el conocim iento en sus mismas fuen­
tes, bien de m anera indirecta a través de C órdoba o de Q ayraw án, ciudades en
las que tam bién se transm ite la enseñanza de los m aestros orientales. U no de los
elem entos sociales m ás activos está constituido, en los centros de población im ­
po rtan tes, por el grupo de doctores en ciencias religiosas y jurídicas del que se
conoce, por ejem plo, el papel im p o rtan te que rep resen tó en el levantam iento del
arrabal de C órdoba del 818.
E n su calidad de capitales políticas y adm inistrativas, lugares en los que reside
la aristocracia m ilitar, centros de producción y de intercam bio, focos de vida in­
telectual y de irradiación cultural, las ciudades del O ccidente m usulm án se an i­
man rápidam ente, a m edida que se desarrolla el nivel de civilización y de in teg ra­
ción al m undo m usulm án de estos lejanos lím ites del D ár al-Islám . Se ha señ ala­
do, a propósito de Ifriqiyá, d onde la sociedad se en cu entra, en buena p a rte , d o ­
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 79

m inada por el hecho ciudadano, la existencia de una tendencia excesiva a consi­


derar las ciudades com o organism os am orfos, dóciles y sumisos sin reservas al
poder. La ciudad ifriqí del siglo I X es, p or el con trario , el centro neurálgico que
agrupa las fuerzas vivas de la región, un lugar de tensión perm an en te en tre los
m últiples clanes burgueses o aristocráticos y, p o r su propia naturaleza, un m edio
de ferm entación p erp etu a, tal com o p u ed e observarse a través de la historia agi­
tada de Q ayraw án, T únez, T rípoli o P alerm o d u ran te la época aglabí. E ste d in a­
m ism o se percibe tam bién en al-A ndalus, p ero debe tal vez subrayarse qu e, en
am bos casos, parece agotarse en una agitación cuya lógica com prendem os m al,
ya que está m arcada por revueltas y luchas de clanes, bastante estériles en a p a ­
riencia, que, posiblem ente, d eban relacionarse con la falta de estructuración y de
autonom ía orgánica de las ciudades de la E d ad M edia m usulm ana.

...pero una m ism a sociedad urbana

En O ccidente, la descripción clásica de la sociedad u rbana m usulm ana la co n ­


sidera com puesta por la m asa, o al-cá m m a , que com prende a los artesanos, p e ­
queños com erciantes, jo rn alero s y asalariados de todo tipo, y la élite o al-jássa,
cuya im agen en O riente acabam os de ver. La élite com prende, en prim er lugar,
el grupo titular del p od er, asim ilable en los em iratos occidentales del siglo ix a
un auténtico clan de parientes, p o r línea p ate rn a , y de clientes de la dinastía rei­
nante que ocupan los puestos clave del gobierno, la adm inistración y el ejército
y rep resen tan , la igual que en O rie n te , un conjunto de varios centenares de p er­
sonas a las que se han atribuido las pensiones más elevadas e im portantes p ro p ie­
dades territoriales. T am bién form a p a rte de la jássa la antigua aristocracia m ilitar,
básicam ente de origen árab e, p ero que abarca tam bién a los m aw áli de origen
oriental y, en Ifriqiyá, a num erosos jurásaníes. C onstituyen el núcleo antiguo del
ejército y algunos de sus elem entos perm anecen a sueldo debido a su p articipa­
ción relativam ente frecuente en las cam pañas m ilitares (com o los djunds sirios en
al-A ndalus), m ientras que a o tros les han sido concedidas am plias conccsiones
territoriales, razón por la cual se en cu en tran relativam ente «desm ovilizados», en
la m edida en que no dep en d en d irectam en te del E stad o para su subsistencia. Este
últim o, por otra p arte, confía m ás, pai'a las operaciones de policía y expediciones
de im portancia lim itada, en la guardia del príncipe o en las tropas acuarteladas
form adas por m ercenarios o soldados de condición servil que han sido reclutados
en tre los bereberes, esclavones (esclavos de origen eu ro p eo ) o negros, por en co n ­
trarlos siem pre a su disposición y p o r considerarlos m ás seguros, dada su ex p e­
riencia de las m últiples revueltas del ejército tradicional. No o b stan te, en caso de
cam paña im portante o de peligro inm inente, siem pre p uede apelar a este últim o.
Se clasifica tam bién d en tro de la élite a la categoría im portantísim a de los f u -
qahá, es decir los intelectuales, especialistas en las ciencias jurídico-religiosas o
fiq h , cuyos nom bres llenan los diccionarios biográficos y q u e, p artien d o a veces
de un origen hum ilde, podían elevarse gracias a su ciencia hasta los más altos
puestos del E stado. D e este m odo, el cadí de Q ayraw án, A sad ibn al-F urát, e n ­
cargado en el 827 de dirigir al ejército que se em barcaba p ara Sicilia, al acordarse
de su pasado de m odesto alfaquí en m edio de los honores que le ro d eab an , se
80 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

dirigió a sus com pañeros exhortándoles a cultivar la ciencia del derecho que —se­
gún les d ecía— podía abrirles todas las pu ertas, incluso la del m ando de los e jé r­
citos. M uchos acceden a funciones oficiales, en p rim er lugar a las de la judicatura
(cadí o juez, m u fti o consejero del cadí) o a cargos relacionados con el servicio
de las m ezquitas (dirección de la oración y de la predicación). Los más fam osos
entran en los consejos de los soberanos, pero algunos tienen el p rurito de rech a­
zar cualquier com prom iso con el p o d er, lo que, ev id en ten tem en te, increm enta su
fam a en tre el pueblo. O rgullosos de este prestigio p u ed en , a veces, llegar muy
lejos en la crítica o, incluso, en la oposición d eclarada a d eterm inada m edida
ad optada por el poder. A lgunos se dedican, sim plem ente, a la enseñanza y esta
actividad les proporciona, p or lo m enos, una p arte de sus m edios de subsistencia.
E ste grupo social unificado por su form ación y p o r su función (se tra ta , siem ­
pre, de establecer lo que es conform e a derech o ), así com o por sus orígenes y
actitud con respecto al p o d er, rep resen ta un papel fundam ental en la sociedad
m usulm ana en tre fines del siglo vm y principios del x. Son los alfaquíes los que
difunden en Ifríqiyá y al-A ndalus la d octrina m álikí, una de las escuelas más rigo­
ristas d en tro del Islam ortodoxo. A u n q u e pueden p roceder de las categorías so­
ciales m ás diversas, la m ayoría de ellos parece h ab er surgido de una especie de
clase m edia, situada al m argen de la división en tre al-jdssa y al-cám m a y constitui­
da por los com erciantes que form aban una burguesía de hecho aunque no estuvie­
ra reconocida por la jerarq u ía oficial; pese a esto últim o debe señalarse q u e, en
C órdoba, los notables más acom odados de los arrables y de los bazares aparecen,
a veces, ocupando el últim o lugar d en tro del o rd en protocolario. En efecto, a
través del laconism o de las biografías en to rn o al tem a de los m edios de existencia
de estos alfaquíes, se entrevé que un núm ero considerable de ellos procedían de
fam ilias de m ercaderes e incluso se dedicaban, ellos m ism os, al com ercio en una
civilización en la que esta actividad no era, en m odo alguno, objeto de ningún
descrédito social ni religioso, sino más bien lo contrario.
N um erosas obras atraen la atención sobre la im bricación de intereses en tre
com erciantes y alfaquíes y subrayan el respeto de los prim eros por la ciencia del
derecho y la interconexión de las redes de circulación de los m ercaderes y los
intelectuales puesta de m anifiesto por los esquem as de viaje que com binaban los
intereses de am bos órden es, así com o el hecho de que la ley islámica fue codifi­
cada en la época en que la sociedad u rbana m usulm ana estaba dom inada p or una
m entalidad com ercial. P uede discernirse, en tre los alfaquíes andalusíes del siglo
ix, la existencia de una oposición e n tre un prim er grupo de juristas estrecham ente
especializados en el fiq h e interesados por el ejercicio del p oder, y una generación
posterior, abierta a las ciencias religiosas que entonces nacían, cuyos rep resen tan ­
tes se dirigieron a O rien te y adquirieron un prestigio superior al de sus rivales.
Tal vez los segundos sean el resultado de una creciente integración de al-A ndalus
en las redes de intercam bio del m undo m usulm án, así com o de la ascensión de
las clases urbanas ligadas al desarrollo de la producción y del com ercio. A pesar
de ello no debe llevarse dem asiado lejos la identificación en tre clase com erciante
y clase intelectual: en prim er lugar p o rq u e existen categorías de com erciantes con
un nivel social muy diferente (los tudjdjár, que se dedican al gran com ercio y
están relacionados con los m edios dirigentes, y los pequeños tenderos de los zo­
cos ciudadanos, que form an p arte de la cám m a y están som etidos a la jurisdicción
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 81

del sáhib al-süq). D esde luego, los intereses de estas dos categorías no son los
mism os. La prosperidad del com ercio a gran distancia q u e, en b uena p arte, es
practicado tam bién —especialm ente en O ccid e n te— p or m ercaderes no m usulm a­
nes, judíos y cristianos, carece de relaciones estrechas con el contexto económ ico
regional o local. Sería abusivo, por o tra p arte , p resen tar a los alfaquíes com o una
clase exclusivam ente urb an a, p o r m ás que se en cu en tren muy ligados al m edio
ciudadano por su form ación y, frecu en tem en te, por sus actividades ulteriores.

ÚJS LAZOS DEL COM ERCIO


/
E1 m ovim iento de técnicas y técnicos desde el este hacia el oeste tiene una
U portancia fundam ental en el proceso de unificación cultural del m undo islámi-
cb: denota la presencia de gustos com unes y subraya el papel que rep resen tan las
clases dirigentes en la difusión de los productos.
D e este m odo, la producción textil, que moviliza grandes m asas de obreros,
hilanderas, tejedores y tin to rero s, recu p era tradiciones técnicas y artísticas a n ti­
guas coptas y, sobre todo, sasánidas y bizantinas (trabajo del brocado en efectos
de fondo y de tram a) y más tard e innova al inventar, por ejem plo, el trab ajo del
lam pote de m últiples tram as. T am bién populariza nuevas fibras com o el algodón
o la seda cuya difusión de O rien te a O ccidente resulta muy rápida: el algodón,
introducido en el siglo vm a partir de su lugar de origen en el Ju rásán , llega antes
del siglo xi a H ispania, T únez y Sicilia desde donde será ex p o rtado , en ram a, h a­
cia el centro industrial egipcio. El gusano de seda, que ya conocían los bizantinos
y los sasánidas, y la técnica com pleja de su cultivo, de su devanado e hilado, cuya
introducción o perfeccionam iento se atribuye a los chinos que fueron hechos p ri­
sioneros en el T alas en 751, llega a H ispania muy pronto. A l-A ndalus se convierte
en la principal región dedicada a la sericultura, tal vez p orque fue poblada por
árabes de Siria, m ientras que Sicilia se convierte, a partir del siglo x , en la gran
productora de seda bruta del m undo m usulm án, de la misma m anera que C ala­
bria, en la zona situada alred ed o r de R eggio, es uno de los grandes proveedores
de m ateria prim a de las sederías bizantinas. A lgo sim ilar sucede con el papel cuya
introducción se atribuye, asim ism o, a los prisioneros chinos del 751. D e hecho,
su fabricación se im planta prim ero en Sam arcanda do n d e, todavía a principios
del siglo x, se elaboran papeles de gran calidad que los ijshidíes im portan en
Egipto. La adm inistración ad o p tará el papel a fines del siglo vm (la prim era fecha
segura es el 799) y éste sustituirá a los restan tes m ateriales utilizados p ara escri­
bir, en los que las correcciones se distinguen m enos bien que sobre el papel. Las
grandes variedades de éste se denom inan a p artir de nom bres de príncipes o de
altos cargos de la adm inistración: «faraónico», sulaym áni (derivado del nom bre
del tesorero de H árün al-R ashid), djcffari (de D jacfar, visir de H árü n ), talhi (de
T alha, hijo de T áh ir), táhiri y n ú h t (de N üh el Sam áni). A p artir del 794 se fabrica
papel en B agdad, en el siglo x en E gipto y, poco después, en E spaña, p articu lar­
m ente en Játiva, iniciándose así un com ercio de exportación de papel de gran
calidad hacia E gipto. Se trata de un papel fabricado con trapos desm enuzados a
los que se añade cola de alm idón, que se alisan, finalm ente, sobre una capa su­
perficial de harina y alm idón y cuya m asa se colorea con frecuencia. T oda una
82 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

gam a de colores (am arillo, azul, violeta, rosa, verde, rojo) m uestra la perfección
técnica que se ha alcanzado, m ientras que su uso com o envoltorio (cucuruchos y
paquetes) a p artir del siglo x i i da testim onio de la dem ocratización del producto.
La arqueología nos perm ite seguir la circulación de O rien te a O ccidente de
un producto de gran difusión com o la cerám ica. La herencia bizantina y sasánida
(vidriado plom ífero y decoración estam pada) se un e, en un principio, al deseo de
im itar las producciones chinas im portadas a través del golfo (el verde celadón y
los gres T ’ang). V arias escuelas nacen den tro de uña atm ósfera de revolución téc­
nica im petuosa que revela un extrao rd in ario espíritu inventivo: Irán im ita los
splash ware T ’ang (policrom ía con trazos de color p o r debajo del vidriado) y añ a­
de una variante propiam ente islám ica, la incisión p or esgrafiado bajo la d eco ra­
ción coloreada. Susa, Rayy y S am arra, para im itar la porcelana blanca de los
Song (cuyo procedim iento de vitrificación a alta tem p eratu ra sigue siendo desco­
nocido), inventan una loza m onocrom a blanca con incisiones delicadas bajo el
vidriado estannífero y, sobre el blanco opaco de la loza, añaden una decoración
seudo-epigráfica y tem as florales en azul cobalto. El conjunto constituye una de
las grandes aportaciones de los fabricantes de loza islámicos que será ad o p tad o ,
a su vez, por la C hina e inspirará las fábricas de D elft. E n N íshápúr y en la región
que la rodea aparecerá una cerám ica o rn am en tad a con barnices de colores sobre
barniz blanco que adop ta, en torno al m otivo T ao , una decoración a base de ep i­
grafía cúfica. E n S am arra, finalm ente, se lleva a cabo la elaboración precoz del
lustre m etálico: la cocción, en una atm ósfera red u cto ra, de las piezas de loza hace
aflorar en la superficie las sales m etálicas, m ezcladas en exceso con el vidriado,
e im ita la vajilla m etálica condenada p or los d octores rigoristas. Estos productos
(con excepción de los barnices jurásáníes) aparecen asociados al lujo de las capi­
tales califales y se difunden muy rápidam ente p o r la gran vía que va de O rien te
a O ccidente. Son exportados, tal com o sucede con los azulejos polícrom os brillan ­
tes que se utilizan, en 862, en la m ezquita de Q ayraw án y con los que llegan, en
936, a la capital española de M adínat al-Z a h rá, cerca de C órdoba. T am bién son
objeto de im itaciones: azulejos bícrom os de Q ayraw án, reflejos m etálicos y esgra­
fiado del E gipto fatim í, en el que trabajan artesanos de la loza coptos que llevan
a cabo obras religiosas. A partir del 771 se fabrica, en F ustát, vidrio esm altado
de acuerdo con una técnica sem ejante y, hacia el 900, ju n to a los vidrios tradicio­
nales tallados y grabados con to rn o , surge un vidrio d ecorado con trazos de color.
E stos últim os ejem plos m uestran las estrechas relaciones existentes en tre las dis­
tintas artes que utilizan el fuego, subrayan la función ejercida p o r las capitales
provinciales com o etapas en la m igración de técnicas y justifican la solidez de las
relaciones de intercam bio en todo el ám bito islámico.

¿Para qué clientela se produce?

El papel del lujo resulta, eviden tem en te, esencial en la elaboración y difusión
de estos artesanados: lujo de pobres en el caso de las cerám icas de brillo m etálico
o en el de los falsós verdes celedones, lujo costoso, en cam bio, en las artes que
utilizan m aterias prim as raras y preciosas: m arfil, o ro y plata de joyeros y tejed o ­
res de brocados, perlas y coral utilizados por los bord ad o res de tapices, lana de
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 83

m ar del biso tejida en una tela de colores cam biantes (que fue p ro n to im itada
utilizando tintes m enos costosos) y tintes im portados desde países muy lejanos
(brasil de la India, laca, gom a arábiga). La búsqueda de los productos m enos
corrientes explica los precios asom brosos que citan los autores: 50.000 dinares
por una pieza de brocado de la m adre de H árú n al-R ashid, 1.000 diñares por la
vestim enta del mism o tejido del m édico de al-M a’m ún, 400 dinares p or el m anto
del jurisconsulto A bú H antfa, que la polém ica o pone al valor, más que m odesto,
de 5 dirhem es de la ropa de Ibn H anbal. La función de reserva explica asimismo
la acum ulación de productos artesanales en los arm arios de los m iem bros de la
élite, com o los 200 pares de pan talo n es de seda del jurista A bú Y üsuf y, sobre
todo, del príncipe. Las colecciones colosales de los palacios cabbásíes no son, de
acuerdo con las cifras que se citan, utilizables en realidad y ni siquiera suponen
una auténtica reserva valiosa, ya que sólo son parcialm ente negociables: se trata,
en realidad, de un sim ple sím bolo.
La reserva califal se renueva gracias a los talleres oficiales del tiráz. Su función
es proporcionar continuam ente regalos, en especial vestidos honoríficos (jila3)
que se distribuyen a funcionarios y cortesanos y que las em bajadas llevan a los
príncipes extranjeros. E sta organización de la producción textil del E stad o , que
conocem os m ejor en el E gipto fatim í que en el im perio cabbási, tiene dos v ertien ­
tes: en el palacio califal y en el de los em ires de las provincias existen sastres que
preparan los vestidos honoríficos; en o tros centros textiles qu e, dada su especia­
lidad, tienen una fam a p articular hay talleres descentralizados o, m ejor, m arcos
adm inistrativos dirigidos por el «señor del tiráz», con capacidad jurídica p ara m o­
vilizar a los artesanos a cam bio de una rem uneración justa. El taller califal no es
una m anufactura sino una adm inistración. En cada centro existe una residencia-
alm acén que, en el caso del tiráz egipcio, es un vínculo sim bolizado por la barca
nilótica del «señor» que recoge los productos y procede a verificar el funciona­
m iento de su m áquina adm inistrativa. El estatu to em inente de este alto funciona­
rio queda subrayado por su presencia en las cerem onias califales, en las que p re ­
senta los vestidos reservados al príncipe de los creyentes.
El tiráz (una palabra persa que significa ‘b o rd a d o ’) form a parte en realidad
de los derechos exclusivos de la m ajestad sob eran a, al igual que la oración y la
m oneda. En efecto, en los tres casos se exalta el nom bre del príncipe: el tiráz es
una banda de tejido en el que ap arece su calám ay su divisa, b ordada en oro o en
color. Sólo puede llevarlo el sob eran o o, en virtud de una orden expresa suya,
aquellos a los que hace o bjeto de una gracia especial. Su carácter político queda
subrayado por la presencia de eulogias y bendiciones p ropiam ente dinásticas y,
a veces, bajo los fatim íes, p o r expresiones tom adas del credo ism á^lí y p o r ins­
cripciones con los nom bres de los visires o allegados al califa —sus m aw áli, sus
clien tes— que han orden ad o la fabricación del tiráz. Es una prerrogativa so b era ­
na que se asocia con el d erecho califal de revestir la K acba con un velo de seda
tejido por el taller estatal, con la práctica de la distribución de un tu rb ante y una
vestim enta negra al pred icad o r oficial encargado de la oración. N o es de ex trañ ar,
por ello, que H árún al-Rashfd m encione el tiráz en su testam en to ju n to al im pues­
to territorial, el correo o el T eso ro , e n tre los engranajes del E stad o y precisam en­
te com o expresión de la gloria del califa. D el mism o m odo, el prim er indicio de
la revuelta de al-M a3m ún será suprim ir el nom bre de su herm ano de los bordados
84 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

del Jurásán . A partir de los O m eyas, E gipto parece privilegiado en la repartición


geográfica de los talleres: A jm ím , luego F ustát y, m ás tard e, B ansha, D abíq y
los tiráz del S a^d, el A lto E gipto. Las indicaciones que nos sum inistran los frag­
m entos que se han en co n trad o en Sam arra y en E gipto establecen la diferencia
e n tre una oficina destinada a la producción reservada al califa, tiráz al-jcissa, y
o tra de carácter público, tiráz al-cám m a r que, bajo al-A m in, se encuentra en Fus­
tát, y cuyos productos gozaban de una distribución m ás am plia y eran , sin du d a,
distribuidos a los funcionarios, a los servidores del califa (en particular a los p re ­
dicadores oficiales) y a los m ilitares, o incluso vendidos. E sta com ercialización
no deja de ser hipotética: se en cu en tra excluida en Tinnis en 1047, por el testim o­
nio de Naslr-i Jusráw , pero podría justificar la gran dispersión de los hallazgos.

Las falsas apariencias del «despegue» comercial

U na tradición cóm oda p reten d e ver en el im perio cabbásí la edad de o ro del


com ercio m usulm án. La unificación política de regiones q u e, hasta la conquista,
se encontraban separadas por una fro n tera rígida, el d esarrollo u rbano y la irriga­
ción m onetaria, perm itida p o r el botín, el gasto público y el oro del Sudán hacen
im aginar «un crisol cronológico y geográfico, un plano de intersección, una in­
mensa coyuntura y una cita fabulosa». La realidad es más m odesta y, sobre todo,
resulta cronológicam ente desfasada: el desarrollo com ercial se encuentra e stre­
cham ente relacionado con las disponibilidades y necesidades de las clases sociales
dom inantes. Se ad apta a la sociedad califal de las grandes capitales y excluye todo
com ercio de m asa. E ste prim er punto debe q u e d ar claro: el im perio califal verá
la desaparición —que d u rará doce siglos, salvo en ciertas reg io n es— del carruaje
(cuyo nom bre m ism o, caraba, es hoy de origen turco) y de la rueda. E sta falta,
en un m undo m ontañoso y com p artim en tad o , expresa y refuerza la ausencia de
todo com ercio de productos pesados lim itando, en p articular, los transportes de
granos a unidades geográficas restringidas situadas en to m o a un río o ju n to al
m ar. E gipto provee al H idjáz desde que cA m r abre de nuevo el canal que une el
N ilo con el m ar R ojo pero no puede ex p o rtar a Siria más que cantidades muy
reducidas, lim itadas a las pocas toneladas que puede desplazar una caravana de
cam ellos. La D jazira sum inistra a B agdad y Sicilia a T únez pero, en conjunto,
las cantidades que se tran sp o rtan son muy exiguas. El m undo m usulm án co n stitu ­
ye una inm ensa masa continental y, con la excepción del m ar R ojo y del golfo
q ue, por o tra parte, se abren a regiones desérticas, los m ares interiores resultan
inutilizables para las relaciones interregionales. Sólo el É ufrates asum e esta fun­
ción m ientras que la fachada m ed iterrán ea se en cu en tra d esierta de m anera d u ra ­
dera. E n lo que se refiere al cam ello, éste p uede tran sp o rtar, según el arnés, e n ­
tre 70 y 240 kilos y una caravana com puesta p o r la cifra im presionante de 500
anim ales desplazará en tre la cuarta p arte y la m itad de la carga de un navio de
tam año m edio (250 toneladas).
Por o tra p arte, la unificación política, aunque rápida, perm aneció d u ran te lar­
go tiem po incom pleta, sobre todo en el Asia central qu e, desde la A ntig ü ed ad ,
m antuvo estrechas relaciones com erciales con la C hina. T am poco puede decirse
que unificación política im plique n ecesariam ente unificación com ercial ya que
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 85

subsisten aduanas interiores com o el m cfsin de D jed d a, que grava las m ercancías
procedentes de E gipto. A sim ism o las acuñaciones m onetarias respetan d u ran te
largo tiem po las peculiaridades regionales, los m onom etalism os en plata y oro.
Sólo de form a muy lenta se producirá una unificación de la circulación, tal com o
lo atestiguan los tesoros, m ientras p erm an ecen áreas com erciales muy distintas
que traducen im portantes desniveles en los precios: Iraq y la D jazíra p or una p a r­
te, Siria y E gipto por o tra. La abundancia m ism a de las em isiones m onetarias no
puede haber im pulsado de m anera decisiva la circulación com ercial y la p ro d u c­
ción. La econom ía del im perio resulta perfectam en te rígida al no producirse una
revolución técnica —de la que sólo hay indicios en la cerám ica y, de m anera ta r­
día, en el siglo x , en la industria textil de lu jo — y sólo en una etap a m ucho más
tardía se constituirán nuevos m ercados gracias a la dem ocratización de las sed e­
rías de la que dan testim onio los docum entos judíos de la G enizá en E gipto. La
puesta en circulación de m etales preciosos sólo trae consigo un alza de precios.
Los datos que se han podido recoger con en o rm e paciencia p erm iten apreciar su
enorm e im portancia: en el siglo vm los precios del grano y del pan se m ultiplican,
al m enos, por cuatro. El fenóm eno se explica, en p arte, por la reducción de las
superficies cultivadas acom pañada p o r un probable crecim iento dem ográfico,
pero debe aceptarse el testim onio del propio HdrQn al-Rashid: un dirhem de al-
M ansúr valía más que uno de los dinares que él acuña 30 años más tarde.
Por consiguiente, la conquista m usulm ana sólo contribuye a unificar la clase
m ercantil, a particularizar los tipos de m ercaderes e instituciones com erciales, en
particular las form as de cooperación descritas p o r las obras jurídicas a p artir del
siglo vm . Ju n to al artesano produ cto r-d istrib u id o r que vende directam ente al
cliente, el m undo m usulm án ve desarrollarse la figura del cam bista, liberado de
los límites institucionales que enm arcab an su esfera de acción. Se produce un re ­
troceso en la distribución estatal (desaparición de la anona). La gran propiedad
autárquica y la autosubsistencia cam pesina d esaparecen ante el m ercado libre, es­
tim ulado p or la fiscalidad. El com erciante se ve, asim ism o, liberado de las obliga­
ciones tradicionales: obligación de afiliarse a una asociación, derecho p referen te
y m onopolístico de com pra por p arte del E stado o de la corporación. Por otra
parte, sigue som etido a la obligación de residencia en factorías en el extran jero ,
se le encargan m isiones de espionaje y está ligado al p o d er, que lo utiliza com o
banquero y recaudador de im puestos. A l igual que en el conjunto del m undo a n ­
tiguo, su rápido enriquecim iento se en cu en tra regulado por grandes confiscacio­
nes, de m odo que el com erciante se ve som etido a sangrías brutales: en el año
912 se pone una m ulta de 100.000 dinares al m ercader egipcio Sulaym án.
E n el siglo vm surge una jerarq u ía d en tro de los com erciantes. En la p arte
más baja de la escala se en cu en tra el m ercader itin eran te que recoge las m ercan­
cías en los centros de producción y las traslad a a los m ercados periódicos. P or
encim a está el «viajero» que va a ver la m ercancía en países lejanos llevando con­
sigo la correspondiente lista de encargos, un capital en m etálico o en especias
que deberá com ercializar por cuenta de un gran m ercader del tercer tipo. E ste
últim o, el m ercader «estacionario», el único que tiene derecho al título resp e tu o ­
so de tádjir, actúa desde los lugares m ás im p o rtan tes, a través de encargos y tam ­
bién con inform aciones que circulan p o r cartas y gracias a la cooperación am isto­
sa e inform al cuyo apogeo se en cu en tra en el m undo de la G enizá. E n el interior
86 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

del grupo de los tádjir, poco num erosos y fabulosam ente ricos com o el egipcio
Sulaym án, circulan los productos preciosos y el d inero fiduciario de los bancos,
ó rdenes de pago siem pre al p o rtad o r, ó rdenes de pago de ejecución diferida (suf-
tadjas), pagaderas a la vista p or los corresponsales del tádjir. Suftadjas y cheques
(.sakkas) circulan am pliam ente alcanzando las m ayores distancias, p ero el p ré sta­
m o con interés resulta raro y se lim ita a graves necesidades extracom erciales. P ro ­
bablem ente es considerado inm oral y sólo ap arecerá en los negocios de m anera
tardía* en el siglo x n , m ientras que la letra de cam bio no se utiliza en el m undo
m usulm án, que conserva su unidad m onetaria y num ism ática ideal y sólo trabaja
con su m oneda de cuen ta, el diñar o dirhem «puros», con la que se relacionan
todas las m onedas reales.
Las estructuras de la cooperación com ercial se constituyen muy p ro n to . E n
las obras de M álik ibn A nas (m . 795), fundador de la escuela jurídica m álikí, y
del hanafi al-Shaybáni (m . 803), au to r de un L ibro de las sociedades y de un L i­
bro del préstam o, surgen las form as que se introducirán o reinventarán en Italia
en el siglo x. T enem os, en prim er lugar, la «sociedad» (sharika) que constituye
un capital com ún, lim itado a una sola operación, a una m ercancía, a una sum a
en efectivo, o, por el co n trario , ilim itado y universal lo qu e, en este últim o caso,
coincide con la solidaridad de un grupo fam iliar. El co n trato im pone a los socios
un d eb er de garantía colectiva así com o de representación recíproca, que en cu en ­
tra tam bién su com plem ento y sus raíces en una colaboración am istosa, inform al
y patriarcal. En el préstam o con participación (qirád, m uqárada), conocido en el
H idjáz a p artir del siglo vi, el gran com erciante confía un capital o unas m ercan­
cías a un «viajero» que o b ten d rá com o recom pensa una parte de los beneficios
(un tercio si no se responsabiliza de las pérdidas eventuales), con lo que se le
pagarán su trabajo y los riesgos personales en que incurra d urante el viaje. El
préstam o de m ercancías, prohibido en teoría debido a la incertidum bre que pesa
sobre la form ación de los precios, se adm ite de hecho en la escuela hanafi. En
efecto, la escuela hanafi tiende, en conjunto, a resp etar las antiguas costum bres
m ercantiles y al desarrollo de form as jurídicas que constituyen subterfugios lega­
les para rehuir la prohibición de las prácticas usuarias y que son rechazados por
las escuelas jurídicas rivales de los sh áfftes y m álikíes.
La clase de los com erciantes, un grupo cerrad o , poco num eroso y cuyos
m iem bros se conocen bien en tre sí, lleva a cabo la operación que implica la pesa­
da tarea de negociar las m ercancías de sus corresponsales sin solicitar p o r ello
com pensación, comisión o beneficio alguno, únicam ente con la seguridad de o b ­
tener, en el futuro, una revancha am istosa. E sta tarea implica el deb er de ayudar
a los «viajeros», asegurar la expedición, así com o la vigilancia y tran sp o rte de los
productos y, sobre to d o , de m an ten er siem pre inform ados a los amigos lejanos
acerca del m ovim iento de los precios, de la calidad y cantidades de los bienes
disponibles en el m ercado y de las ocasiones que ofrecen navios y caravanas ca­
paces de desplazarlos hasta su destino.
Los m anuales de m ercaderes com o el de al-D im ashqí, escrito en el siglo xi
en m edio fátim í, y las cartas de los com erciantes de El C airo se m uestran de
acuerdo en la constante práctica de la búsqueda de una inform ación segura, y en
la rapidez en las operaciones, sin las cuales no pueden obtenerse los altos b en e­
ficios a los que aspiran los m ercaderes: en tre el 25 y el 50 por 100 del precio de
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES K7

coste, en el que se incluyen los gastos de adquisición, tran spo rte y venta. E xclu­
yen de su esfera de acción y de sus intereses el com ercio destinado a las m asas,
con lo que se dibuja la figura del gran com erciante al que sólo le im portan las
m ercancías preciosas (piedras de gran valor, especias raras de im portación, teji­
dos de precio elevado) y, p rincipalm ente, las m aterias prim as, adem ás del arte sa ­
nado de transform ación (o rfeb rería, dro g u ería y farm acia, bord ad o de tejidos con
hilo de oro). Se trata de un com erciante que conoce bien las técnicas «capitalis­
tas» (prestar y tom ar en p réstam o , p resta r con participación), y que se interesa
fundam entalm ente en la reinversión de sus capitales, en el subarriendo de los im ­
puestos y en las operaciones inm obiliarias y agrícolas. Se constituye así una aris­
tocracia m ercantil, que en m odo alguno se en cu en tra prisionera de su función
com ercial y está al servicio de un consum o o stentoso, principesco y aristocrático.

El m ercado rey

La fiscalidad estatal m antiene en todas partes el m ercado local, cuya edad de


o ro fueron los siglos vu y vm y que se caracterizó, en el terren o m onetario, por
la abundancia de m oneda fraccionaria, fa ls de cobre onieyas y cabbásíes, especial­
m ente en B asra. Se trata de un m ercado que asom bra a los peregrinos o ccidenta­
les: A rculfo, que visita A lejandría en el año 670, y B ern ard o el M onje, que ve,
ante Santa M aría la L atina de Jerusalén en el año 870, un foro en el que para
vender hay que pagar una tasa de dos dinares al año. En realidad sólo se trata
de la entrada en la ciudad del m ercado rural, bajo el aguijón del im puesto que
exige el pago en m etálico y sitúa al p ro d u cto r rural en una posición débil ya que
se ve obligado a vender a cualquier precio. E ste m ercado anim a el cam po sin
crear salidas para las actividades u rbanas ya que los cam pesinos deben conservar
sus ganancias y sólo com pran excepcionalm ente, con lo que el m ercader tiene
escasas oportunidades de insertarse en él. El M irbad de B asra, el Kunása de
K úfa, el m ercado del m artes de B agdad, el del m iércoles en M osul, el del lunes
en D am asco son centros totalm en te ab iertos en principio y existe una com pleta
libertad para instalarse en ellos. A llí, com o en la m ezquita, el prim ero que llega
ocupa el m ejor lugar. No o b stan te, el zoco se cierra progresivam ente bajo los
últim os O m eyas: las plazas quedan reservadas y los vendedores pagan un alquiler
al «señor del zoco». P ronto los zocos se especializan y surgen los jáns en los que
los fu n d u q s constituyen p equeñas «bolsas», cada una dedicada a un p roducto y
muy p ro n to , a p artir del siglo v m , ap arece un m ercado cerrado y vigilado para
los productos de lujo, la qaysariyya o alcaicería (la «casa del César» del m undo
antiguo), m ientras que el m ercado alim entario, excluido del centro u rb an o , se
descentraliza en suw ayqas, los m ercadillos de barrio.
Si bien la topografía de la ciudad m usulm ana excluye una repartición je rárq u i­
ca fija de los zocos, la actividad com ercial se especializa hasta el lím ite. A l igual
que los cuerpos constituidos p o r los oficios artesan ales, los oficios com erciales,
no m uy distintos de los an terio res, se caracterizan p o r una determ inación m inu­
ciosa, filológica, del producto que se vende. E n su libro La clave de los su eñ o s,
al-D inaw ari en um era casi 150 actividades com erciales en la B agdad del año 1006,
m ientras que la G enizá cita 90 oficios com erciales. El m ercado, vigilado en época
88 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

O m eya por un wálí en las ciudades principales (L a M eca, M edina, K úfa, B asra,
W ásit) y más tarde por un alm otacén (m uhtasib) qu e fija los precios, cobra el
diezm o y el alquiler de la plaza utilizada, controla pesos y m edidas y juzga acerca
de la honradez de las transacciones realizadas, es un organism o en teram en te mo-
netarizado. No o bstante, la ley de la o ferta y la dem anda no d eterm ina el precio
de las vituallas que, en un principio, es «político» y ha sido calculado por el «se­
ñor del zoco» en función de las necesidades de una m asa turbulenta. E sta «tasa­
ción» de las m ercancías puede ad q u irir, de m anera precoz, el aspecto de una in­
tervención de la autoridad bajo la form a de un g ranero público destinado a reg u ­
larizar la carestía. La Sicilia norm an d a h ered ará, así, en el siglo xn la institución
de esta rahba. Por su p arte, el m ercado rural obedece a otras reglas, ya que los
vendedores se ven obligados a v ender productos volum inosos y p erecederos a
cualquier precio para o b ten e r las cantidades en efectivo que necesitan para pagar
los im puestos. Finalm ente, el m ercado artesano resulta evidentem ente especulati­
vo ya que apunta a la calidad, a la originalidad y a la acum ulación de trabajo en
el objeto. El precio no viene d eterm in ad o por la productividad ni por la ley de
la oferta y la dem anda sino por la m oda y por la técnica consum ada del fabrican­
te, más artista que artesano. La historia de los precios se lim ita fatalm ente, p o r
una p arte, a la de las carestías, en una coyuntura uniform em ente favorable al
consum idor urbano y, por o tra , a la fastuosidad de los ricos o a sus deseos de
ostentación.

Rutas lejanas hacia el Este y productos de excepción

El desarrollo de los grandes centros de p o d er de Iraq y de algunas capitales


provinciales refuerza un gran com ercio que resulta ya antiguo y está destinado a
proveer de sum inistros de consum o a una élite refinada y de enorm es disponibi­
lidades financieras. A dem ás de en las capitales califales se encuentra en las g ran ­
des ciudades de Iraq m eridional, K üfa, Basra y W ásit, cuyos com erciantes p arti­
cipan, gracias a su enriquecim iento, de los privilegios de la élite, en el F ustát de
los T ülúníes, así com o en R ayy, N ishápúr y en las grandes ciudades de la T ranso-
xania. Las rutas com erciales se m odelan de acuerdo con la dem anda de los cen ­
tros y, en particular, de las capitales de los em ires. Siria perm anece m ucho tiem ­
po al m argen de la circulación de estos bienes. La arqueología confirm a que tras
la prim avera precoz del lujo om eya no existe lujo iraquí ni iranio al oeste del
E ufrates y que se adoptan con lentitud las m odas que vienen de C hina a través
de Irán, com o la loza recubierta p o r una capa estannífera o la cerám ica de refle­
jos m etálicos.
Un fam oso texto de al-D jáhiz en to rn o a las im portaciones de Iraq describe
un com ercio de productos caros, caballos, especias, esclavos, frutos y productos
confitados, vestidos, tejidos y arm as que se estru ctu ra en to rn o a tres polos: un
consum o m ilitar que concuerda con el carácter fundam ental del estado cabbásí
(caballos de China y de A rab ia, arm aduras afganas, de los jazares y yem eníes,
arneses chinos, espadas indias y tam bién francas); un consum o ostentoso de p ro ­
ductos tropicales (especias, drogas, m arfil, m aderas preciosas y, en particular, la
teca procedente de la India), nórdicos (pieles p rocedentes de Siberia a través del
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 89

Jw árizm ) o incluso exóticos (papel, seda y verdeceledones de la C hina, anim ales


p ara su exhibición en un zoo, fieltro de los turcos de D zungaria); finalm ente, una
circulación interregional de productos de uso cotidiano que resultan, pese a ello,
lujosos. Son las especialidades artesanales y agrícolas, el papiro egipcio, el azúcar
y las golosinas del Jw árizm y del A hw áz, los productos textiles com o los tejidos
de seda del A hw áz, el lino egipcio, los tapices y tejidos de lana de A rm enia y de
la D jazira, y las num erosas variedades de productos alim enticios de calidad com o
las alcaparras confitadas de B úshandj, faisanes del D jurdján, trufas de Balj, cirue­
las de R ayy, m anzanas y m em brillos de Isfahán. El p roducto más precioso, el
esclavo, es objeto de un gran tráfico. Se traen esclavos de la India (técnicos),
Z andjs (negros) del Sahel africano o rien tal, así com o eslavos y turcos que son
traídos por búlgaros y jazares a través del Ju rásán . H acia el año 870 B ern ard o el
M onje sale de B ari, capital de un em irato dedicado a la trata de esclavos, acom ­
pañado por seis navios cargados de cautivos que son lom bardos afincados en el
sur de Italia. Se trata de 9.000 prisioneros de los que 3.000 van destinados a T ú ­
nez, 3.000 a T rípoli y 3.000 a A lejandría. El com ercio del m undo m usulm án a p a ­
rece com o la conjunción de m últiples co rrien tes de im portación que no se p reo cu ­
pan de las balanzas económ icas y se fundam entan en el principio del placer.
No hay que extrañarse, por lo ta n to , de qu e, en la historia del desarrollo del
tráfico com ercial, las rutas que se explotan de m anera más tem prana y rápida
sean precisam ente las que llevan a lugares más lejanos los productos más raros y
más preciosos. Las excavaciones de S atingpra, en el istm o m alayo, un punto de
paso obligado en tre el océano índico y el golfo de Siam , m uestran la presencia,
entre los siglos vi y ix, de gres p ro ced en te de la C hina y verdeceladones T ’ang
ju n to con vidrios de A lejandría. Las fuentes chinas m encionan m ercaderes persas
a p artir de los años 671, 717, 748. E n el año 758 se produce la prim era ru p tu ra
de relaciones en tre la C hina y el golfo ya que los m ercenarios m usulm anes q u e ­
m an C antón y la ruta de la C hina p erm an ecerá cortada hasta el año 792. U na
vez reanudadas las relaciones, la ru ta se verá de nuevo abandonada tras el p erío ­
do 875-878 en el que los rebeldes m atan a 120.000 m ercaderes m usulm anes en
C antón. Si bien esta cifra está claram ente exagerada, las fuentes árabes confir­
m an la im portancia de este p u erto —cuyo alm inar sirve de fa ro —, la precocidad
de las expediciones com erciales (hacia el año 750 los com erciantes m usulm anes
acuden a C antón para com prar áloe) así com o su regularidad. En el año 851 se
publica un p ortulano, la Relación de la India y de la C hina, a nom bre del m erca­
d er Sulaym án, siendo revisado en el año 916 por el com erciante A bú Zayd de
Siráf y com pletado, en el año 950, p or las M aravillas de la India de B uzurg, n e­
gociante del pu erto de R am -O rm uz. E ste texto describe el itinerario que lleva de
Basra hasta los puertos del golfo (S uhár y M asqat, seguidos por Siráf y O rm uz)
y luego a la costa de M alabar, ev itando cuidadosam ente a los piratas de la costa
del Beluchistán y del Sind, para seguir hasta C eilán, donde se establece una co ­
lonia m usulm ana desde el 700, y hasta K alah, en M alasia, donde los árabes to m a­
ron contacto con los chinos después de los acontecim ientos de los años 875-878.
D esde K alah, por el C ham pa, el antiguo país de los jm ers, los navios m usulm anes
llegaban, tras tres m eses de navegación, hasta los puertos de C antón y de Z aytún,
en la desem bocadura del Y ang-Tsé. La presencia m usulm ana se consolida a lo
largo de esta ruta y surgen las colonias del Sind (D aybul y M ansüra), de la costa
90 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES

ISLAM Y EL RESTO DEL MUNDO EN LA ÉPOCA CABBÁSÍ


___________________________________1_____________________
# QrandMiMMpofeiMgúncI pópalo rt-Muq«ddMl (i. x)
• Otra* dudada* importantaa. puarioa. aiapaa caiavanara*
PrindpaÉa*víaa da coocrtcación
92 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

de la India (antes del 956 al-M ascúdi visita una ciudad de 10.000 m usulm anes en
Saym úr), de Sum atra y de Java. Sulaym án y A bü Z ayd precisan que los navios
son escasos y que regresan con m ercancías raras y preciosas: áloe, teca, p o rcela­
na, alcanfor, brasil y estaño de M alasia. A ñadam os o tro testim onio de la arq u eo ­
logía: la presencia de porcelana blanca translúcida china y de verdeceladón en
S am arra, R ayy, Susa y N ishápúr.
La segunda gran «fachada» del com ercio del im perio califal com enzó a an i­
m arse desde la época sasánida, se desarrolló con los táhiríes, alcanzó su apogeo
bajo los sám áníes y en tró en brusca decadencia a p artir del año 1000. Es la ruta
de las pieles, p rocedente de la taiga rusa, polaca y siberiana, y tam bién la ruta
de los esclavos. La trata se efectúa desde los centros urbanos de los pueblos tu r­
cos del V olga, B ulgár, capital de los búlgaros, situada cerca de K azán, y la ciudad
de los B urtas, que se en cuentra cerca de N ijni-N ovgorod. Los descubrim ientos
de m onedas islám icas perm iten establecer una cronología y una geografía de los
intercam bios: un tesoro, en co n trad o en N ovgorod y perfectam ente fechado por
la dendrocronología, perm ite asegurar la existencia de un intervalo breve en tre
la fecha de la acuñación más reciente y el m om ento en el que fue e n terrad o (no
más de 15 años). D e un conjunto de 66 fechas estudiadas de este m odo, 2 son
del siglo vm , 20 del ix, 41 del x y sólo 3 del siglo xi, cronología que resulta
confirm ada por el análisis de los tesoros que han sido publicados de m anera ín te ­
gra y que revelan una superioridad aún m ayor del siglo x sám ání. E n lo que res­
pecta a la distribución en el espacio de estas m onedas, parece falseada en p arte
por una fuerte concentración de tesoros en la costa báltica (en el año 1910 se
enum eran 11 tesoros en el «gobernorado» de San P etersburgo y 42 en Livonia).
E sto suele explicarse por el d renaje que debieron efectuar los vikingos de las ri­
quezas acum uladas por los pueblos que transitaban la región, bien com o botín de
guerra o com o consecuencia de los intercam bios. P ero un m apa de estos descubri­
m ientos m uestra que estaban e n terrad o s, fundam entalm ente, en los límites m eri­
dionales de la gran zona de bosques, en los antiguos «gobernorados» de K azán
(14 tesoros), de la V iatka (15) y de Y aroslav (11). La enorm e cantidad de riq u e­
zas escondidas en R usia (varios tesoros superan los 1.500 dirhem es y el de Vladi-
mir alcanza el núm ero de 11.077, de los que 140 son cabbásíes, 4 táhiríes, 16
djacfaríes, 2 sádjíes, 16 büyíes y 10.079 sám áníes), así com o tam bién en Polonia,
E scandinavia e incluso en G ran B retañ a y A lem ania, ascienden a un total de m e­
dia tonelada de plata pura (120.000 dirhem es en Rusia y más de 40.000 en E scan­
dinavia), que sólo puede constituir una p equeña p arte del flujo de m onedas islá­
micas. T odo ello revela la im portancia del m ovim iento com ercial así com o su ca­
rácter puram ente im portador.

M ayores incertidumbres en Occidente

Al contrario de lo que sucede en estas «fachadas» activas, el siglo x verá su r­


gir un Sahel africano activo q u e, en la etap a an terio r, sólo conocía la anim ación
de unas pocas factorías que se enco n trab an tan to en las costas del océano índico
(donde se establecen colonias en B erb era, Z ayla, Sofala y Z anzíbar) com o en las
m etas m eridionales de las rutas saharianas, que fueron, quizás, descubiertas por
HL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 93

Sidí cU qba a p artir del año 666 y m ás tard e exploradas e islam izadas, en los siglos
x y xi, por los b ereberes Sanhádja. La costa m ed iterrán ea, por o tra p arte, se
encuentra esterilizada p or la guerra y las algazúas. D e hecho,_el m ar se encuentra
en m anos de los piratas «sarracenos», cuya prim era expedición conocida es el co­
nato de invasión de las B aleares en el año 798. A continuación, en los p rim ero s
años del siglo IX, las fuentes m encionan ataq u es contra las islas pequeñas situadas
ju n to a las costas de Sicilia e Italia m eridional, así com o contra C erd eñ a, Córcega
y, en el año 812, Civitavechia y Niza. Se trata de flotas im portantes y a p a re n te ­
m ente bien organizadas, p rocedentes sobre todo de las costas levantinas de al-
A ndalus y, de m anera secundaria, del M agrib occidental, y que llevan a b ordo,
principalm ente, a bereberes si es que debem os in terp re tar estrictam ente el ap e la ­
tivo de m auri con que los designan las fuentes carolingias. Pero las crónicas á ra ­
bes que se ocupan de esta época, g en eralm en te basadas en anales scinioficiales,
no nos proporcionan inform ación alguna acerca de estas operaciones, ya que su e­
le tratarse de em presas de carácter privado cuyo punto de partida se encuentra
en regiones que, de hecho, escapan al control de los poderes políticos estableci­
dos en las grandes capitales del Islam occidental, o que, incluso, llegan a en co n ­
trarse en un estado de disidencia ab ierta. E sta p iratería andalusí se desarrolla en
la segunda m itad del siglo IX en el que lleva a cabo ataques contra el litoral de
la Provenza y establece una instalación p erm an en te en la base de F raxinetuni,
que perdurará desde el año 890 hasta el 970.
T am bién Italia se ve seriam ente in quietada por los sarracenos. E n realidad
las incursiones m arítim as, com o el célebre ataq u e a R om a del año 846, p ro b ab le­
m ente obra de piratas andalusíes, tiene m enor im portancia que la actuación de
las bandas de m ercenarios m usulm anes, al servicio de las pequeñas dinastías del
sur de la península desde antes de m ediados del siglo, que rápidam ente han esca­
pado a todo control. T am bién aquí los m usulm anes dispondrán de establecim ien­
tos perm anen tes que, en el caso del em irato de Bari (841-871), llegarán a ad o p tar
la form a de un auténtico, aun q u e p eq u eñ o , E stado. El propósito de todas estas
agresiones sarracenas, es, ante to d o , la captura de esclavos por los que se obtiene
un buen precio en los m ercados del m undo m usulm án, en los que existe una fuer­
te dem anda. Los m ercaderes del sur de Italia exp o rtab an esclavos a Ifriqiya desde
finales del siglo v m , pero quizá ciertos av en tu rero s decidieron acudir para a p o d e­
rarse de la m ercancía con las arm as en la m ano dada la insuficiencia de la oferta
y la esperanza de lograr m ayores beneficios. En vano, en el año 836 el príncipe
de B enevento p retendió prohibir su com ercio a los napolitanos. Las expediciones
contra las islas se han querido justificar, tam bién, por el deseo de abastecerse de
m adera para la construcción naval. Si bien las flotas sarracenas no dejaban de
atacar los barcos m ercantes cuando se enco n trab an con ellos, éstos no consti­
tuían, sin duda, su principal objetivo. No se pued e, por tan to , tal com o se ha
hecho a veces, argum en tar p artien d o de esta p iratería para postular la existencia,
en esta época, de un com ercio todavía im p o rtan te en el M ed iterrán eo occidental.
La situación resulta d iferente en el M ed iterrán eo cen tral, donde Sicilia y las
ciudades del sur de Italia m antienen relaciones estrechas con el m undo bizantino
del mismo m odo que Ifriqiya se en cu en tra ligada, económ ica y políticam ente, de
form a más directa con el im perio cabbásí que el resto del M agrib y al-A ndalus.
En este sector el m ar se ha visto siem pre recorrido por im portantes corrientes de
94 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

intercam bio y ha estado controlado p o r las flotas bizantinas, de m odo que los
poderes establecidos en Q ayraw án se ven forzados a interesarse por él. Las rela­
ciones en tre las ciudades com erciantes del antiguo ducado de N ápoles (la propia
N ápoles, G aeta y A m alfi) y la costa africana se m antienen de m anera sostenida
incluso después de la conquista m usulm ana la cual, com o hem os visto, estim uló
p rob ablem ente ciertos tráficos com o la trata de esclavos. P or su p arte, los agla-
bíes de T únez tratan de no p erd er op o rtu n id ad alguna de p articipar en em presas
que podrían escapárseles y, p o r ello, tom an la iniciativa de una operación de
djihádt la conquista de Sicilia, que se inicia en el año 827. No o b stan te, incluso
d u rante el em irato aglabí, los centros urbanos y las regiones del interior com o
M ila, L aribus, Sbíba, el Z áb , el N afzáwa adquieren tan ta im portancia en el eq u i­
librio general del país com o los centros costeros de T únez o Süsa. C iudades m a­
rítim as com o G abes o Trípoli deben su peso a ser etap as o m etas de las caravanas
terrestres procedentes de E gipto más que a su condición de puertos.
C iudades caravaneras im portantes son, tam bién, T ah ert (fundada en el año
761) y, sobre todo, Sidjilmása (757), gran centro com ercial situado en el límite
del Sáhara O ccidental. Son etap as en las rutas que recorren el M agrib en d irec­
ción este-oeste y, sobre todo, puntos de partida de un tráfico im portantísim o con
el Á frica negra a través del desierto, consistente en la exportación de sal y p ro ­
ductos m anufacturados y en la im portación de esclavos y, sobre todo, de oro.
E ste com ercio desarrolla o tras ciudades del sur de M arruecos com o A gm át o
T am dult, ciudad esta últim a fundada p or un em ir idrisí en el siglo ix. A sim ism o
contribuye a explicar la im portancia de las ciudades situadas al b orde del d esier­
to, d u ran te el em irato aglabí, o sea de T ozeur en la Q astiliya y de T ubna en el
Z áb. P ero conocem os muy mal la cronología del desarrollo de este com ercio,
controlado en teram en te por los b ereb eres járidjíes del em irato de T ah ert. P arece,
en particular, que el papel de Sidjilmása no fue p rep o n d eran te hasta el siglo x
cuando los fatim íes extendieron su control al conjunto del M agrib y redujeron
T ah ert, hasta entonces uno de los polos principales de este tráfico, al papel de
sim ple etapa en la ruta este-oeste. O tro sector anim ado por intercam bios co m er­
ciales que tam poco conocem os bien es 1? fro n tera en tre el im perio carolingio y
los E stados surgidos de su desm em bración. Las ciudades de la M arca S uperior
(Z aragoza, H uesca y L érida) ven pasar por ellas a com erciantes judíos, y p ro b a ­
b lem ente tam bién a m ozárabes, que se dirigen a los países de los francos p or una
parte a través de B arcelona y, por o tra , por Pam plona y los Pirineos occidentales,
para volver con esclavos blancos (saqálibá), pieles y, tal vez, arm as.

Pero los comerciantes extranjeros penetran am pliam ente en el Islam

Las «fachadas» del im perio, si bien m anifiestan el espíritu de iniciativa de los


m ercaderes m usulm anes y la audacia de los m arinos, no revelan en m odo alguno
la superioridad com ercial del m undo islámico. P onen, sim plem ente, en contacto
unos círculos de com erciantes qu e buscan los productos reclam ados por el consu­
mo aristocrático con otro s círculos de m ercaderes capaces de ten er iniciativas. Si
los m usulm anes penetran am pliam ente en la India, Insulindia, Indochina y C hina
y si exploran franjas de Á frica y Siberia para com prar, se encuentran p ráctica­
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES

m ente ausentes del Im perio B izantino, que agrupa a los escasos visitantes en fac­
torías som etidas a una vigilancia estricta, e ignoran totalm en te a la E u ro p a O cci­
dental. Por el contrario , la preocupación que sienten las capitales califales por
conseguir sum inistros incita al im perio m usulm án a ab rir sus fronteras a los m er­
caderes extranjeros, perten ecien tes a grupos m arginales den tro de sociedades m e­
nos desarrolladas y m enos urbanizadas y a grupos móviles cuya actividad no sirva
en m odo alguno los intereses políticos de los grandes estados enem igos, Bizancio
y los jazares. E stos m ercaderes se desplazan d en tro del m undo del Islam bajo la
vigilancia del «contraespionaje» de los «señores» del correo (baríd).
Será precisam ente un señor del co rreo , Ibn Ju rdádhbih (en el año 870 era
responsable de la oficina cen tral), quien nos deje una descripción precisa de las
rutas que utilizaban dos de estos grupos. Si bien los itinerarios resultan, en algu­
nos puntos, inverosím iles e inciertos, es indudable el valor que .tiene este testim o­
nio en su conjunto. A segura q u e, sin duda hacia el año 840 (Ibn Jurd ád h b ih em ­
pieza a escribir en 844), un grupo p e n etrab a en el m undo del Islam , m ientras que
se autorizaba a o tro a atravesarlo en su istmo central con la finalidad de llegar
al O céano índico. El prim er m ovim iento lleva, en efecto, a los m ercaderes rusos,
de raza eslava, desde las «regiones m ás rem otas» (precisam ente las de los cazado­
res de la taiga y de la tun d ra) hacia el m ar Caspio a través del D on, el Volga y
la capital de los Jazares. A traviesan el C aspio y desem barcan en la costa del
D jurdján desde d onde se dirigen, por caravana, hasta Bagdad y allí unos eunucos
eslavos les sirven de intérp retes. O tro s m ercaderes van a Bizancio por el D n iép er
y el m ar N egro. T odos venden pieles, esclavos (palabra que deriva etim ológica­
m ente de eslavo) y arm as francas (espadas fabricadas con técnicas superiores),
así com o sus propios servicios. E stos rusos no hacen, evidentem ente, más que
prolongar el am plio m ovim iento hacia el este de los varegos. Se trata , sin duda,
de eslavos conducidos p or escandinavos e Ibn Ju rdádhbih precisa que son cristia­
nos. En otras circunstancias el itinerario dejará de ser com ercial para convertirse
en ruta de invasión: en tre los años 864 y 884, y más tarde en el año 909, en 913,
en 943, en 969, y en 1030-1032 los rusos franquearán el C áucaso o atravesarán
el C aspio para atacar el T abaristán y el A d h arb ay d ján , llegando a ocupar la capi­
tal de este últim o. C om o puede verse, el com ercio resulta inseparable del pillaje.
Puede observarse que los pueblos turcos del V olga, jazares y búlgaros (estos úl­
timos acuñaron, no o b stan te, m onedas b astan te abundantes que im itaban las m u­
sulm anas) no desem peñaron el papel de interm ediarios que la geografía parecía
reservarles. E ste gran m ovim iento de hom bres en com pañía de sus m ercancías
atestigua la irregularidad de las transacciones y su carácter ru dim entario lo que
está de acuerdo, a fin de cuentas, con los altos precios que se pagan.
El m ovim iento de los judíos «rádháníes» constituye un tem a más im portante
y m uchos m ás discutido p or los h istoriadores, que han llegado a negar la misma
autenticidad del texto, convirtiéndose en el núcleo central de un d eb ate . D u ran te
m ucho tiem po se ha querido ver en el relato de Ibn Ju rd ád h b ih la prueba de la
especialización com ercial de la com unidad ju d ía y, en fecha m ás reciente, la de
su suprem acía en unas rutas que estaban abiertas a todos. A m bas posturas deben
descartarse y, si bien hay qu e acep tar que ciertos detalles del itinerario indicado
por Ibn Jurdádhbih provienen de una «contam inación» con otras rutas, en co n ­
ju n to debe adm itirse que revela un episodio breve pero significativo. E stos m er­
96 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

caderes judíos, políglotas (hablan persa, griego, árab e y las lenguas francas, esp a­
ñolas y eslavas) traen de O ccidente eunucos, esclavas, m uchachos, seda, pieles y
espadas. Se em barcan en el país de los francos, en el m ar occidental (q u ed a, p o r
tan to , excluida N arbona y debe tratarse de uno de los p u erto s oceánicos del im ­
perio carolingio), franquean el istm o de Suez en tre F arám a (la esclusa) y Q ulzum
(Suez), llegan a los puerto s de la península arábiga, al-D jark y D jidda y, final­
m ente, a la India y la C hina. El regreso, en este prim er itin erario , lo efectúan
siguiendo el mism o cam ino, provistos de especias y plantas arom áticas. U na v a­
riante pasa por A ntioqu ía y llega al É u frates, a B agdad y al pu erto de U bulla
para acabar en las mismas regiones del E xtrem o O rien te. U na tercera ruta p arte
de al-A ndalus y del país de los francos y pasa p o r T án g er, el Sús, Ifriqiya, E gipto
y Siria. F inalm ente, la cuarta ru ta, avanza «por d etrás de Bizancio» y p or el país
de los eslavos, llega a la capital de los jazares y p en e tra en el m undo islámico
p o r el D jurdján. A través de Balj y la F argána, llega a C hina.
Es probable que Ibn Ju rd ád h b ih haya unido, en su descripción de las rutas
rádháníes, varios segm entos de itinerarios qu e, en un principio, eran in d ep en ­
dientes. El paso por M arruecos y T ú n ez parece, de m anera particular, h ab er sido
añadido p ara com pletar y no se relaciona con el conjunto. M uchos otro s elem en ­
tos, en cam bio, concuerdan perfectam en te con inform aciones que tenem os docu­
m entadas po r otras fuentes. H acia el año 825 Luis el Piadoso concedió privilegios
com erciales a unos m ercaderes judíos llam ados D o n ato , Sam uel, A b rah am de
Z aragoza, D avid y José de Lyon y, de form a p aralela, según Ibn Ju rd ád h b ih los
rádháníes regresaron «junto al rey de los francos». El hecho d e que no se m encio­
ne A lejandría en el itinerario se corresponde con la etap a en la que este p u erto
quedó relegado po r ser la sede de una república de corsarios. El paso de una
ruta «por d etrás de Bizancio» se en cu en tra confirm ado p or la existencia de una
hilera de tesoros —en su m ayoría algo más tardíos, del siglo x , que contienen
m onedas sám áníes y b ú lg aras— en G alitzia y B ohem ia. E n el año 973 el andalusí
al-T urtúshi en contró, en M aguncia, especias indias y dirhem es sám áníes fechados
en el periodo 913-915, lo qu e constituye un buen indicio de la existencia de esta
ruta. Q ueda aún una duda acerca de la a p ertu ra precoz del m ar R ojo y, de m a­
nera particular, que ésta resultara accesible a grupos m inoritarios com o los ju ­
díos: observem os, sim plem ente, que en el año 950 B uzurg en cu en tra en el océano
índico a un m ercader judío, un dhim m í, que disfrutaba de la «paz califal» m ucho
antes que los com erciantes de la G enizá. P u ed e, p o r tan to , considerarse que los
itinerarios son verosím iles así com o acep tar la lista de productos m encionados.
Sólo queda por identificar quiénes son los rádháníes.
E n ellos se ha querido ver a judíos oriundos del m undo m usulm án ya que
R ádhán es el nom bre de un d istrito del Saw ád, situado al este del Tigris. E sta
etim ología resulta decisiva y debe descartarse la que recurría al persa R ah-dar
( ‘el que conoce los cam inos1) o la q u e, de m anera fantástica, p reten d e relacionar
a los rádháníes con el R hodanus o R ódano. P ero el texto atestigua de m anera
explícita el carácter eu ro p e o de estos m ercaderes judíos que aparecen com o «ju­
díos del rey». N o o b stan te, si aceptam os que este com ercio av enturero y m arginal
tiene un carácter particular y que establece una relación azarosa y atrevida (a u n ­
que se efectúe con suficiente regularidad com o para que el señ o r del correo llame
la atención sobre ella a los secretarios del m onarca), p uede concebirse que un
EL MUNDO DE LOS CABBÁSÍES 97

nom bre de origen iraquí, con el q u e se designe una fam ilia o un a p equeña com u­
nidad, hay sido conservado p o r un g rupo inm igrado o englobado p o r lá conquista
en el im perio franco. E ste grupo p u d o conservar el uso del árabe y del persa
(indicio revelador de la verosim ilitud d e la hipótesis) y aprovechar su carácter de
bisagra o puente y de la indefinición de su e statu to jurídico p ara lanzar o p eracio ­
nes com erciales que resultan inauditas desde un pun to de vista com ercial pero
que, sin duda y tal com o hem os visto, era n bastante norm ales p ara los m ercad e­
res del D ár al-Islám . Puede pen sarse, ev id en tem en te, en los judíos de N arb o n a,
reconquistada por C arlom agno, cuyo prestigio se m antuvo muy alto en los siglos
sucesivos pero nada lo confirm a y las relaciones d e los rádháníes con E spaña p u e­
den explicarse m ediante el itinerario oceánico, m encionado p o r Ibn Ju rd ád h b ih ,
que pasaba por G ibraltar. P ero , en su co n ju n to , la R ádhániyya, que no tuvo su­
cesores, corresponde a la expansión del im perio carolingio. Se extingue con la
crisis —invasiones norm andas y reanudación de la ofensiva m usulm ana hacia la
Provenza — pero anuncia en gran m edida las características del gran com ercio del
siglo x i: papel de las m inorías y del m ar R ojo y desarrollo de las rutas sám&níes
hacia la India.

Elaboración de un m odelo de sociedad

El m undo cabbásí nos aparece com o el h e red ero directo del D ár al-Islám om e-
ya. La estructura del m undo antiguo se en cu en tra aún en pie, la capital absorbe
las disponibilidades m onetarias q u e pro p o rcio n a un ap arato fiscal eficaz, el p oder
perm anece indiscutible, tan to el del E stad o com o el de su clase adm inistrativa,
principa] beneficiaría de la redistribución social del im puesto, p ero capaz tam bién
de aspirar, com o por capilaridad, la fo rtu n a y el prestigio de las viejas aristo cra­
cias transm itidas po r herencia fam iliar o surgidas de la g uerra. U na lista cerrad a
y jerarq u izad a, bien delim itada p o r la m em oria de los síndicos de las fam ilias p ri­
vilegiadas, pero provista de una a p ertu ra qu e p erm ite el ascenso de los esclavos
m ediante el parentesco adoptivo. Las luchas de facciones en el seno de los estra ­
tos más abiertos y m ás cam biantes de esta clase privilegiada expresan las ten sio ­
nes para lograr el po d er, o sea la fo rtu n a. La dislocación del ejército árab e y de
su aristocracia de grandes linajes deja qu e com pitan e n tre sí letrad o s y oficiales.
Estos dos grupos están constituidos, p o r una p a rte , p o r los técnicos de la belleza
del lenguaje y de la caligrafía y por los adm inistradores fiscales distinguidos y,
po r o tra, por profesionales am biciosos nacidos en las capas sociales m ás m odes­
tas, más rem otas, y en los lugares m ás m iserables: se trata , en últim o térm ino,
de los esclavos turcos y jazares. La com petencia y los conflictos no o p o n en , sin
em bargo, a los grupos sociales sino a las facciones, que son alianzas móviles y
m om entáneas.
El pueblo m usulm án, ahora sólidam ente constituido gracias a la conversión
masiva y la aculturación de las m inorías, unificado p or la circulación d e la en se­
ñanza y su norm alización, parece excluido de la vida política, d om inada p o r la
autocracia califal y po r el p o d er real de las cam arillas, así com o tam bién del p o ­
der económ ico. C abe im aginarse una vida social d u ram en te som etida a la p irám i­
de de las clientelas, agrupadas en to rn o a las grandes fortunas de la ad m in istra­
98 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

ción y del círculo de los m ercaderes que aprovisiona a la jássa, la élite. T odo da
testim onio de esta hegem onía que aparece traducida en im ágenes arqueológicas
y urbanísticas. No ob stan te, una realidad social, una conciencia colectiva, un «Is­
lam horizontal» subsisten y reb ro ta n , h u ndiendo sus raíces en el m odelo surgido
de la hégira. La jássa, excesivam ente móvil y dislocada p or las confiscaciones no
puede fundar nada autén ticam en te estable. La v erdadera fuente de toda estabili­
dad sigue siendo el saber y la norm alización de la enseñanza multiplica tan to can ­
didatos com o posibilidades y desestabiliza las fracciones cuya posición p arece a d ­
quirida de form a definitiva. Las clases populares, cuya filosofía se ad ap ta bien a
esta revancha, oponen a esta m ovilidad las virtudes de la estabilidad y de la h u ­
m ildad. Sus esperanzas se vuelven hacia la polém ica religiosa, el m ilenarism o y
el afecto que sienten por los nobles descendientes de CA1! que sufren en una semi-
clandestinidad y que estudian las «ciencias religiosas».
D e este m odo la figura del «doctor» gana peso y adhesión por p arte de las
masas. No aparece sólo com o el jefe de p artido , sabio, buen filósofo y dispuesto
a levantar prontam ente el estan d arte de la revuelta y de la pureza. E s, tam bién
y cada vez m ás, un m aestro cuyo enraizam iento en la m asa se establece gracias
al contacto cotidiano, en la m ezquita o en su dom icilio, con los hijos del pueblo
cuya pobreza y dependencia com parte en gran núm ero de casos. La cá m m a y el
pueblo bajo que vive sin duda aglom erado y aglutinado en torno a los poderosos
del m om ento, protegido y explotado a la vez, en cu en tra, no obstante, en la eco ­
nom ía m onetaria, en el m ercado, la posibilidad de despegarse y de ad quirir una
independencia m oral que co n trastan con la estructura jerarq u izad a de las tribus
de la prim era generación de las ciudades islámicas. Al ganar poco, no descubren
garantías ideológicas ni fidelidades afectivas en el vínculo que les une a los p o d e­
rosos. Pueden por ello deslizarse hacia o tros señores y, sobre tod o , reen cu en tran
su libertad en su adhesión, en un principio tum ultuosa y, más tard e, secreta, a
las esperanzas revolucionarias. El m ilenarism o no tiene asignada ninguna misión
social si no es la inversión de papeles y la esclavitud de los am os com o co nsecuen­
cia lejana del retorno al m odelo egalitario surgido de la hégira. R ealm en te, no
hay m odo de salirse de un doble m odelo: uno realista, en el que sólo el p o d er
trae consigo la riqueza y en el que el saber es una introducción al ejercicio del
poder, y un segundo, ideal, en el que el po d er es un servicio que sólo se justifica
por el saber. La m irada, el juicio y la valoración de los criterios constituyen, en
am bos casos, el privilegio de los doctores.
Capítulo 3
LA FRAGMENTACIÓN
DEL MUNDO ISLÁMICO
(de finales del siglo IX a finales del siglo X)*

D esde el últim o cuarto del siglo ix hasta finales del siglo xi el Islam conoce
un inm enso paréntesis ism á^lí al m ism o tiem po que un d esp ertar de las eco n o ­
mías m editerráneas adorm ecidas: el fracaso ideológico de la m onarquía islám ica,
apreciable ya en 812, su incapacidad p ara co n tro lar las relaciones en tre el p oder
central legítim o y el poder de pura fuerza de los generales del ejército, g o b ern a­
dores de provincias, abre una b recha p or donde resurge el m ilenarism o de las
masas adictas a la construcción intelectual de los ism á^líes. O ficiales y soldados,
rentistas del E stado desde siem pre, acentúan su presión y aum entan su sangría
sobre los ingresos fiscales; pero sería op o n erse al buen criterio q u erer p rese n tar­
los com o «feudales» que hubieran lim itado la esfera de acción de una «burguesía
urbana». N ada cam bia fund am en talm en te en el cam po, aunque las dependencias
se refuerzan conform e a una tendencia plurisecular; en la sociedad u rbana se p ro ­
duce una readaptación. B ajo la hegem onía de los m ilitares y de sus secretarios la
posición de los intelectuales se refu erza, conservando firm em ente, frente a la
fuerza de los em ires, un principio de «disidencia» que les une a las m ultitudes,
en cuestiones m orales, religiosas y políticas. La im portancia del m ovim iento in te­
lectual destaca adem ás por el ascenso y la acción del p artido ism á^lí en búsqueda
de una síntesis en tre el m odelo m ediní y la experiencia de la ciencia helénica.
Los equilibrios fundam entales no son ni alterados ni rotos; sólo el lento creci­
m iento de las zonas occidentales trasto rn a finalm ente - y ta rd ía m e n te - la red de
rutas com erciales.

* La transcripción de los términos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
100 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

L a d e s c o m p o s ic ió n d e O r ie n t e

La guerra civil en la época de A l-M a3m ün, la m alograda experiencia de un


acuerdo con los cShicíes y de un gobierno del Im perio desde el Jurásán han hecho
fracasar las grandes esperanzas de la m onarquía islám ica; el poder cabbásí, com ­
prom etido en su lucha p o r im poner la ideología del E stad o , es violentam ente con­
testado en B agdad y su auto rid ad se basa de hecho sólo en las autonom ías que
ha concedido a los gobernadores de provincias.

La cabeza ardiente

D esde H árún al-R ashid, Ifríqiya, en el oeste, posee su propia dinastía em iral
de la fam ilia aglabí y sólo p roporciona a B agdad y a S am arra un tributo anual;
en el este, desde 820, los hijos y nietos de T áhir son el v erdadero soporte de la
dinastía cabbásí, ya que, a pesar de que el propio T áh ir había m ostrado cierta
independencia en su inm ensa provincia orien tal, sus descendientes aseguran la
estabilidad y la paz en el Im perio. D esde N ishápúr, su capital, gobiernan el Ju rá ­
sán, el K irm án, las provincias sudcaspianas y la T ransoxiana donde instalan a los
gobernadores de la familia sám ání: sin em bargo, los d esórdenes son constantes:
los hijos de T áhir colaboran con el visir de B agdad en 822 p ara som eter los altos
valles de la T ransoxiana, po sterio rm en te aplastan a los rebeldes járidjíes en el
Sistán y luchan contra una rebelión copta o contra las infiltraciones zajdíes en
T abaristán.
P or su parte, los calíes in tentan aprovecharse del rápido proceso de islamiza-
ción del Irán para im plantar poderes dinásticos sobre las regiones fronterizas des­
de donde poder am enazar el cen tro del E stado califal: en 834, un breve intento
en el Jurásán y o tro , después de 864, se apoyan en las dinastías tradicionales de
la m ontaña sudcaspiana del D aylam . Allí se agitan fuerzas que sienten la inevita­
ble evolución del califato hacia poderes descentralizados: M azyar, un descendien­
te de los antiguos «m arqueses» del T ab aristán , se hace m usulm án, es recibido
por A l-M a3m ün, y form ando p arte de su clientela regresa com o gobern ad o r, con­
vierte a las clases dirigentes, construye centenares de m ezquitas y se asegura todo
el p oder sobre la m ontaña elim inando a las fam ilias rivales y a su propio clan.
D enunciado a A l-M a’mün en 827 a causa de la opresión fiscal a la que es som e­
tida esta región, es, a pesar de ello, confirm ado en su autoridad y aprovecha la
ocasión que le proporciona la acelerada islamización del Irán y la ascensión al
poder de los táhiríes para ro m p er en su propio beneficio con el pasado tribal y
establecer un em irato de nuevo cuño: una guardia de 1.200 esclavos m ercenarios,
un tesoro de 96.000 diñares y 18 m illones de dirhem es. El intento, p rem atu ro ,
fracasa en 839: el ejército capitula sin com bate ante un cuerpo de expedicionarios
enviado desde Sam arra. E sta em presa no tiene ninguna relación con una p ro b a­
ble tradición m azdeísta o com unista: M azyar saqueó en efecto los bienes de va­
rios de sus enem igos, pero no les atacó en absoluto en cuanto a clase; significó
sim plem ente un ascenso de fuerzas locales.
La confusión tam bién ap arece en tre los táhiríes; el Sístán debe organizarse
por sí mismo. E sta vez se trata de un poder insurreccional de origen plebeyo e
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 101

iranio, el prim ero en la historia del Islam en ro m p er escandalosam ente con la


unidad del Im perio y con las tradiciones tribales, m ilitares y religiosas de la legi­
tim idad. R eúne un ejército de voluntarios en to rno a Y acqúb ibn L ayth, quien se
proclam a em ir del Sístán en 861, som ete a los járidjíes y los incorpora a su e jé r­
cito, se lanza sobre A fganistán, saquea los tem plos paganos y conquista las g ran ­
des m inas de plata de A n d arab a. E xtiende su p o d er sobre las provincias táhiríes
(K irm án, Jurásán) y paga gen ero sam en te el reconocim iento de sus conquistas por
parte del califa M uctam id. La revuelta de los zandjs le perm ite incluso atacar B ag­
dad, pero es d erro tad o en las p u ertas de la ciudad p o r el regente M uw affaq. AI
m orir en 878 su sucesión es asegurada p o r su herm ano cA m r, quien consigue una
patente oficial para el Fars, Ju rásán , K irm án, Sistán y Sind a cam bio de un trib u ­
to de un millón de dirhem es al añ o , au m en tad o a 10 m illones en 889. C apturado
por los sám áníes en 900, cA m r es enviado a B agdad d onde es ejecutado: éste es
el final de un poder de pura fuerza, p ersonal, muy hostil a los cabbásíes, sostenido
por un patriotism o iranio. Y el recu erd o de su buena adm inistración o de la gloria
de sus victorias será esencial en el renacim iento persa que se d esarrollará a través
de la poesía en la corte sám ání y p o sterio rm en te en G azna.
E stos trastornos no im plican el restablecim iento de la autoridad cabbásí; la
dinastía carece efectivam ente de jefes enérgicos y de generales, con la excepción
del regente M uw ffaq, ap artad o del p o d er suprem o, y de su hijo, que aplastará
en 896 las rebeliones járidjíes y se en fren tará a los q árm atas del Iraq. M uwaffaq
había com batido especialm ente la principal revuelta del siglo, la de los zandjs,
que am enazaba al califato en el m ism o cen tro de su p o d er, en el Iraq. Al igual
que los m ovim ientos persas del siglo p reced en te, los zandjs expresan las asp ira­
ciones de una m inoría d u ram en te explotada de p o n er en práctica el m odelo me-
diní en su propio beneficio. Son negros im portados com o esclavos desde el siglo
vu a las m arism as que separan KGfa, W ásit y B asora, y utilizados com o peones
para rom p er la capa de natrón qu e convierte en yerm o las tierras del bajo Iraq.
Sus prim eras insurrecciones d atan de 689 y su situación, excepcional en el Islam
m edieval, así com o su núm ero (T ab arí habla de 15.000 esclavos), constituyen una
fuerza que canaliza la propaganda shN . El debilitam iento de la autoridad califal,
enfrentada con las revueltas, perm ite a un p reten d ien te, cAIí ibn M uham m ad, de
genealogía cam biante y discutida pero reconocido por las tribus beduinas, d esen ­
cadenar una revuelta servil en 869 que pro n to se extiende por toda la región; las
ciudades del A hw áz son ocupadas e incendiadas y p o steriorm ente B asora es d es­
truida en 871.
El fuerte sentido de solidaridad de los sublevados les perm ite resistir al e jé r­
cito turco de los generales cabbásíes y constituir en las m arism as un E stado gu e­
rrero , com unidad m ilitar de los zandjs y de sus aliados los beduinos, en torn o a
CA1Í, quien se proclam a m a hdi y se ro d ea de una corte califal, que, sin em bargo,
no incluye a ningún zandj. El jefe insurrecto acuña m oneda y en sus dirhem es
aparecen leyendas de resonancia járidjí; construye una capital, M ujtára, con di-
w áns, hipódrom o y talleres p alatinos, m ientras que la econom ía del E stado se
basa en el botín y la tributación de las regiones som etidas, cuya estru ctu ra social
no se modifica. E n 878 es el m om ento de m áxim o esplendor: una colaboración
de hecho con los sublevados del E ste, contactos no fructíferos con los qárm atas
y una potencia m ilitar que p erm ite al «señor de los zandjs» atacar la región de
102 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

B agdad y p rohibir la peregrinación. M uwaffaq necesitará cinco años y 5.000 hom ­


bres p ara reducir la insurrección; la participación personal del regente y de su
hijo en los com bates, en los que son heridos, es indispensable para abrir brecha
en las m urallas de M ujtára en 883. Y sin em bargo, no es la desesperación la que
guía a la resistencia encarnizada de los zandjs: los com batientes que se rinden
son integrados en cuerpos particulares y hom ogéneos del ejército cabbásí. D e esta
m anera se dem uestra el carácter m esiánico de la revuelta, ya qu e, aunque la base
social sea evidente, no oculta que se ha m oldeado to talm en te en el m undo de la
com unidad hegiriana y que sus referencias explícitas al shícismo activista anuncian
el vasto m ovim iento ism á^lí de Iraq y de Siria.
D espués de la m uerte de M uctadid, en 902, la estrecha vigilancia que m an tie­
nen los em ires y visires sobre los califas hábilm ente escogidos por su juven tu d ,
por su debilidad, no ofrece o p o rtu n id ad es a la dinastía si no es bajo una sum isión
ap aren te. El califato, único principio de legitim idad en la D ár al-Islám , resulta
im prescindible para los poderes transitorios que nacen de la lucha política. Los
califas estarán obligados a ju g ar la cartas de las rivalidades en tre em ires; los p ri­
m eros fracasarán: M utaqí, que buscaba el apoyo de los jefes occidentales, será
destituido en 944; T á3ic, que persistirá en el in ten to , será destituido en 991. D e
991 a 1031 y de 1031 a 1075 tienen lugar los dos largos reinados de Q ádir y de
Q á3im: protegidos por la am enaza fátim í, que fuerza a los em ires buyíes a un
acuerdo, se apoyan sistem áticam ente en las ascendentes fuerzas rivales de los
grandes em ires. R eciben así regalos y hom enajes de los gaznawíes y p o sterio r­
m ente de los seldjüqíes y se preocupan activam ente de relacionarse con la opinión
tradicional («sunní») en vías de constitución: de este m odo, Q ádir deja condenar
al puritanism o m uctazilí, hace m aldecir a los ism á'ílíes y suscribe una profesión
de fe que lo une estrecham ente a los tradicionalistas. Es cierto que alred ed o r del
califa se reúnen puristas y hom bres de religión que sueñan con la restauración de
su au to rid ad , en particular el valiente M awardi que p rotesta en 1038 contra la
usurpación del título de «rey de reyes» por el em ir iranio buyí. Q á3im, fortalecido
por este partido, resistirá m ucho tiem po a las pretensiones del turco seldjúqí Tu-
gril para acabar aceptando finalm ente un com prom iso con su sucesor, A lp A rs-
lán, a condición de que su dignidad superior y m oral sea salvaguardada. La m o­
narquía islám ica, relegada a un papel de árb itro y desde entonces aten ta a la o p i­
nión form ulada por los predicadores, perm anece com o una am enaza y un recurso
al m ism o tiem po.

Em ires y visires: un constante trastorno

Las piezas claves del edificio político de la m onarquía islámica siguen siendo
el visirato, el ejército y la fiscalidad; pero ahora dejan de estar al servicio exclu­
sivo de la dinastía para convertirse gradualm ente en las bases de verdaderos go­
biernos provinciales; sin em bargo, estas form aciones políticas no llegan a adquirir
el papel de estados periféricos, jerarq u izad o s y, de alguna m anera, federales: con
la excepción del em irato sám ání, no son más que tram polines para conquistar el
poder central y la responsabilidad del em ir suprem o. N o o b stan te, m uestran la
extrem a ductilidad del ap arato adm inistrativo y su capacidad para servir eficaz­
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 103

m ente a las am biciones de los generales y de los g obernadores de provincia. E stas


provincias no se libran de la vigilancia y de la fiscalidad de los dtw áns, pero la
ya antigua descentralización de p oderes constituye una base financiera y m ilitar
que les perm ite alcanzar el control de la capital y co m partir la au toridad del ca­
lifa.
En un prim er m om ento, sin em b arg o , en B agdad y en Sam arra, el visirato se
enfrenta a otras fórm ulas de gobierno: p or ejem plo, bajo M uctasim el visirato está
som etido de hecho a un «prim er m inistro», el «gran cadí» A hm ad ibn A bí Du^ád,
que asegura la dirección política e ideológica del Im perio; con M a3m ún, el em ir
táhirí, poderoso en B agdad, d onde conserva las funciones de prefecto de policía
y de gobernador m ilitar, lleva el peso del p o der; en el reinado de M utaw akkil,
se asiste al reto rn o de los visires asociados a la fam ilia califal por un lazo de p a­
rentesco espiritual, particularm ente a un príncipe o incluso a un califa. D espués
del episodio revolucionario del asesinato del califa y de la guerra civil en tre sus
hijos, el visirato, que conoce la intervención de un prim er «regente» en la persona
del turco U tam ish, queda bajo la au to rid ad del regente M uw affaq y recupera des­
pués toda su eficacia du ran te los conflictos e n tre em ires que m arcan la prim era
m itad del siglo x.
El visirato se introduce p ro fu n d am en te entonces en las rivalidades faccionales,
siendo el propio visirato lo que está en juego en un largo conflicto en tre dos p a r­
tidos fam iliares de secretarios: los «escribas nestorianos», pertenecientes a las fa­
milias B anü al-D jarráh y B anü M ajlad, y técnicos financieros shN es del linaje de
los Banü F u rát, cuya adhesión a las sectas extrem istas no les im pide servir a la
m onarquía cabbásí ni participar con fuerza en las intrigas a partir de 950.
Los conflictos de visires y las rivalidades en tre em ires aum entan la inestabili­
dad dinástica; im piden una política a largo plazo y agotan la energía de los adm i­
nistradores y de los jefes m ilitares en un lucha que parece inútil y fastidiosa. Sin
em bargo, no hay que olvidar la continuidad de la adm inistración, de los funciona­
rios y de las autoridades adm inistrativas. El ap arato adm inistrativo sigue siendo
un instrum ento sólido, reproducido en los grandes dom inios provinciales, en la
B ujára sám ání, en G azna, en Shtráz, en tre los buyíes, que perm ite m an ten er un
buen conocim iento de los distritos vigilados - u n a auténtica piel de zapa a causa
del rep arto de las com petencias fiscales en iqtác— y de las técnicas m atem áticas
necesarias para la fiscalidad: el Kitáb al H áw i proporciona a los secretarios y a
los geóm etras fórm ulas para calcular las superficies fiscalm ente im ponibles, la
base del im puesto territo rial, la p arte dejada a los cam bistas y el precio de las
entregas.
El poder em iral im itará tam bién al visirato cabbásí: los sám áníes culm inan su
ap arato burocrático con un visir, un teso rero y un jefe de C orreos, y conservan
igualm ente las instituciones rivales del gran cham belán y del com andante del e jér­
cito, m ientras que los gaznaw íes duplican el visirato organizando una poderosa
«Oficina de la revista de Soldados» que verifica las listas y la presencia de los
com batientes o paga la soldada. E n tre los buyíes, que hacen d ep en d er to talm ente
el visirato del em irato y que no dejan al visir del califa más que la som bra de un
poder adm inistrativo, una serie de grandes técnicos, com o el poderoso Ibn cAb-
bád en las provincias persas, llevan a cabo una eficaz gestión. E ste últim o, secre­
tario prim ero y después m inistro, es tam bién un letrad o de cultura universal.
104 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

A dem ás de sus E pístolas, m anual de cancillería y tam bién de política y gobierno


(en el que m anifiesta especialm ente su hostilidad hacia los autonom istas urbanos
y el activism o de los «jóvenes», esto es, de la F utuw w a), nos ha dejado num erosas
obras de teología m uctazilí, de historia, de lexicografía y de gram ática, y un diwán
de poesías. Los visiratos iranios participan am pliam ente no sólo en el renacim ien­
to literario persa sino tam bién en el desarrollo de las ciencias en la D ár al-lslám ,
com o A vicena (A bú cA li H usayn, llam ado Ibn Siná, 980-1037), hijo de un funcio­
nario sám ání de B ujára, filósofo y m édico desde su adolescencia, es decir, sabio
universal, que escribe sus libros en los m om entos libres que le deja su actividad
de consejero y de visir de los príncipes buyíes de H am adhán y de Ispahán.
El desarrollo del ejército profesional ha am pliado progresivam ente la a u to n o ­
mía de los oficiales: la revolución cabbásí ha supuesto el fin del dom inio tribal,
cuyos equilibrios y conflictos eran regulados p or los antiguos m odelos del m undo
árabe beduino. La constitución de un ejército de profesionales pagados, es decir
de una corporación m ilitar unida por un derecho dinástico e ideológico, podría
desem bocar en un m ayor riesgo de conflicto en tre los príncipes y el cuerpo de
generales procedentes del O rien te cabbásí. En cam bio, el reclutam iento de con­
tingentes hom ogéneos perm itía ju g ar con otro «sentido de solidaridad» y prevenir
los riesgos de golpes de E stado a causa de la m ultiplicación de cuerpos del e jé r­
cito desunidos y antagónicos. Los turcos, más seguros, m ejores guerreros, lingüís­
ticam ente aislados de los conflictos religiosos, constituyen desde 830 la base de
este nuevo ejército así com o su espina dorsal, la caballería pesada, sin ten er no
ob stan te la exclusiva en el reclutam iento: árabes de la D jazira, kurdos, esclavos
negros de E gipto, hindúes de las fronteras orientales constituyen otros tantos
cuerpos, así com o los jinetes beduinos y los soldados de infantería persas arm ados
con el hacha y la jabalina. Los daylam íes, superiores en los com bates en m ontaña
o en terren os pantanosos, se eclipsan ante los turcos que introducen nuevas tác­
ticas, com o la huida sim ulada, la infantería m o n tad a, el uso del arco a caballo,
y acaban con sus rivales en el siglo xi.
El peso de este ejército (cuyos efectivos son mal conocidos, en tre 50.000 y
100.000 hom bres) se ve au m en tad o por la im portancia de las pagas. É stas, muy
elevadas (los ingresos de los distritos fiscales distribuidos que corresponden a un
jinete serán valorados en tre 1.000 y 1.200 d inares, y a un em ir en tre 1.300 y
2.000), son adem ás com plem entadas m ediante asignaciones en especie y d onacio­
nes con m otivo de proclam aciones de califas y de acontecim ientos ex trao rd in a­
rios, actos que la presión del ejército hace totalm en te obligatorios. En conjunto,
en la época de M uctadid (892-902), el ejército central necesita 5.550 dinares por
día, 2 m illones de diñares al año, y se puede valorar en 5 millones de dinares el
coste total de la paga de un ejército de 50.000 hom bres, es decir, ju n to con los
gastos de arm am ento y de m antenim iento, casi la m itad del presupuesto del Im ­
perio, que en el m om ento de su apogeo era de 16 m illones. La «oficina del e jé r­
cito» (D íw án al D jaysh), que llevaba p erfectam ente sus registros en los que eran
anotados los nom bres de los soldados, su genealogía y sus características físicas,
a fin de evitar los «falsos soldados», tendía a ab so rb er toda la fiscalidad del E sta ­
do y a som eter a ella las oficinas del fisco; así, en tre los gaznaw íes, el jefe de la
«oficina de la revista de soldados» se convierte en uno de los personajes principa­
les del em irato, y, bajo la enérgica dirección de los em ires buyíes, el ejército asu­
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 105

me la adm inistración fiscal y territo rial, el cata stro , la valoración de lps ingresos,
y distribuye directam ente las com petencias fiscales.

La ciqtác, especificidad del Islam

El poder em iral responde a las necesidades del ejército, y en particular del


ejército buyí, arb itran d o un nuevo tipo de concesión de los ingresos fiscales en
la que se ha querido ver un principio de «feudalism o» islámico. Sin em bargo,
esta nueva ciqtác no tiene nada que ver con el m odelo feudal occidental; aunque
refuerce, provisionalm ente, la a u to rid ad y la influencia de los concesionarios, so ­
bre todo de los oficiales turcos, nunca m erm a el carácter público, estatal, del p o ­
der, no crea una propiedad h ereditaria ni cam bia la naturaleza de las relaciones
sociales. R ecordem os que en el siglo ix la ciqtdc consistía en la distribución de
propiedades sujetas a diezm o som etidas a la «oficina de los D om inios»: el titular
percibía de los cam pesinos un im puesto territorial y entreg ab a un diezm o al E sta ­
do; se hacía cargo de los trabajos de irrigación y m ejoram iento e increm entaba
la diferencia en tre su renta y aquellas prestaciones. El dom inio perm anecía som e­
tido al derecho com ún y su titular sólo podía am pliar su esfera de influencia im ­
poniendo una «protección» tarifada, frente al bandolerism o y a los abusos del
fisco, a las com unidades rurales vecinas que progresivam ente iban e n tran d o en
el m arco institucional de la aparcería. Los lím ites de esta «gran propiedad» son
evidentes: incluso estabilizada no perm ite ejercer el d erecho de justicia; no goza
de ningún privilegio en relación a la ley m usulm ana, y, sobre todo, no se libra
de las reglas de la herencia que la desm iem bran im poniendo una difícil reconsti­
tución.
O tras form as jurídicas de percepción del im puesto territorial son las que ha
propiciado la nueva liqtál : co n trato s que conceden a jefes m ilitares o a a rre n d a ta ­
rios generales la percepción exclusiva de las tasas - s in intervención ni control de
las «oficinas»- a cam bio del pago de una cantidad fija. Estos con trato s, frecuen­
tes sobre todo en las zonas fronterizas, serán sistem atizados por los buyíes en el
Iraq y posteriorm ente introducidos en el Irán p or los seldjüqíes, bajo la form a de
(iqtár de «correspondencia»: el titu lar, el m uqtacy se hace cargo de la recaudación
de un im puesto que corresp o n d e en teoría a la paga que le debe el E stado. T oda
la renta fiscal del distrito está bajo su responsabilidad y esta com petencia escapa
del conocim iento y control del fisco, lo que posibilita una presión fiscal m áxim a.
El E stado m antiene la vigilancia - m in u c io s a - del cum plim iento del servicio y
no establece relaciones personales, estables e institucionales, en tre un oficial y
sus hom bres: cada m ilitar, sim ple soldado a caballo o em ir, es en efecto titular
de una ciqtdc que corresponde a su paga. El peso del im puesto territorial ju n to
con la usura, la violencia y la encom endación forzosa, sin duda han contribuido
a agravar la situación de los cam pesinos, que pasan a la categoría de ten en tes o
de «clientes» jurídicam ente d ep en d ien tes. La asim ilación frecuente de los cargos
de g obernador, adm inistrad o r financiero y de m uqtac en la persona de un oficial
o de un visir crea am plias zonas de auto rid ad y de explotación de los ingresos
fiscales que pueden ser acom pañadas de la creación de grandes propiedades. E s­
tos «señoríos» son, sin em bargo, inestables: sobreexplotadas y arru in ad as, las
106 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

ciqtács son devueltas al fisco y no du ran más qu e el tiem po del servicio o de la


fortuna del titular cerca del príncipe.
Por otra p arte, no todo el m undo m usulm án conoció esta evolución, que em ­
pezó en el Iraq buyí, donde el pillaje ocasionado aceleró las deserciones e im puso
a los seldjúqíes una rigurosa revisión. Nizám al-M ulk aplicará la doctrina buyí,
pero reservando la ciqtác para los oficiales y som etiéndolos a un intercam bio trie­
nal de su com petencia a fin de evitar la dilapidación del capital fiscal. El Jurásán
sám ání y el Irán oriental gaznaw í conservan el m odo tradicional de pago de la
soldada a partir de los ingresos del T esoro, alim entado por los im puestos sobre
el com ercio con los países turcos y por el botín de la guerra fronteriza. Los seld­
júqíes extenderán su m odelo de ciqtác y en térm inos generales en el Irán se cons­
tituirán am plios dom inios concedidos a los jefes de tribus turcóm anas y a los p rín ­
cipes seldjúqíes. En E gipto, por últim o, que, con los tülúníes, aparecía com o una
inm ensa ciqtác de nuevo tipo com binada con la concesión de la au toridad g u b er­
n am ental, los fátim íes concederán a sus oficiales com petencias fiscales sobre las
que ejercen una vigilancia constante; paralelam ente, en Siria, utilizarán la conce­
sión de rentas fiscales ju n to a un dom inio político y m ilitar para controlar el país.
La extensión de la ciqtác señala, pues, en el conjunto del m undo orien tal, la p re o ­
cupación, al mism o tiem po, de efectuar el pago regular y pacífico de las soldadas
m ilitares (y de las pensiones adm inistrativas, subsidiariam ente) y de d escentrali­
zar el poder, obsesión de las dinastías califales prim ero y em irales después. El
ascenso de los m ilitares que se observa en el E stad o buyí no conlleva la creación
de una pirám ide estable y sigue estando relacionado con la suerte de las dinastías,
que depende de la autorid ad personal y del espíritu de solidaridad del grupo que
la apoya.
El carácter inestable y revocable del po d er de los m ilitares se m anifiesta en
el desarrollo y en la extinción de las «protecciones» institucionales m ultiplicadas
en la época de los buyíes: es decir, la encom endación concedida a los cam pesinos
frente al im puesto (bajo la form a de una aparcería ficticia, que realm ente confis­
caba la tierra, o bien de una sim ple tasa), al «chantaje» llevado a cabo p or los
cuerpos de policía a los tenderos y p ropietarios de inm uebles, o la protección de
rutas, concedida, bajo el control del E stado, a verdaderas em presas privadas de
seguridad pública, que percibían peajes y tasas. El conjunto de estos ingresos y
de las fuerzas que los aseguraban habían perm itido el desarrollo de una red de
p oderes locales, com binados con la ciqtác o in dependientes, más o m enos reco n o ­
cidos por el E stado, que serán m arginados y sustituidos tras la invasión seldjúqí.
M uy lejos de desem bocar en una estructura estable y jerarq u izad a y de ser co ro ­
nado por el consenso ideológico, el ascenso de estos poderes choca con la falta
de arraigo y con la disidencia de los intelectuales apegados a m odelos distintos,
califales o m esiánicos, capaces de a rrastrar y m ovilizar a las m ultitudes.

Buena dirección de los dom inios periféricos, los califas bajo tutela

La estabilidad, la duración y la paz son las características de las grandes din as­
tías periféricas que así aseguran el relevo del p o d er califal: desde 867, E gipto ha
sido confiado a A hm ad ibn T ülün, un oficial turco, hijo de un esclavo m ercenario
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 107

p rocedente de B ujára. En 872 consigue su independencia financiera y no m an tie­


ne otra relación con S am arra que el envío de un trib u to de 1.200.000 diñares;
resiste al regente M uw affaq cuando éste o b tien e su revocación: Ibn T úlún se ap o ­
ya, contra éste, en el califa M uctam id, a quien pro p o n e acoger en 882 en su m a­
lograda huida, y no duda en co nquistar Siria y las m arcas fronterizas. Ya lo ve­
m os, una buena adm inistración y la paz in terio r no son posibles sin intervenciones
constantes en la política califal, que term in an , en el caso de Ibn T ülün, con un
arm isticio: M uw affaq le otorga en 884 la investidura por 30 años e im pone un
tributo de 200.000 dinares, au m en tad o a 300.000 dinares al año en 893. E gipto
es nuevam ente reconquistado en 905 y perd id o en 936. A n te la presión fátim í,
B agdad reconoce el pod er del p refecto de D am asco, un general persa que adopta
un nom bre principesco, el de Ijshid, título de los antiguos reyes de F argána.
A unque necesario localm ente, p ara el califa el p o d er em iral no es m ás que
ün auxiliar incóm odo y que pro n to se convierte en peligroso; únicam ente los sá-
m áníes, A hm ad, sus hijos N asr y Ism á0!!, el hijo de éste últim o A h m ad , y N asr
II, hijo y sucesor de A hm ad, cuyo reino, concluido en 943, señala el apogeo de
la dinastía, no parecen h ab er tenido la am bición de d om inar al califa: dirigen d es­
de 900 el conjunto del dom inio iranio (excepto el F ars), que adm inistran por m e­
dio de sus propios gobernadores turcos. Su adm inistración, basada en el m odelo
de B agdad, m uestra la facilidad con la que el Im perio crea los órganos de su
descentralización: un visir, un gran cham belán, un teso rero , un jefe de correos y
un com andante en jefe del ejército con el título persa de sipah-salar, una p o d e ro ­
sa burocracia bilingüe que gobierna enorm es ciudades -S a m a rc a n d a , B ujára y
N tsh á p ú r- y adm inistra los beneficios de una am plia circulación com ercial, pieles
de R usia y de Siberia y sobre todo esclavos turcos.
A unque los sám áníes se han m antenido ap artad o s y no han participado en el
conflicto iraquí, éste com prom ete a tres principales interesados: a los generales
turcos de la guardia califal, a los ham dáníes, árabes de la D jazíra, y a condottieri
iranios del D aylam , el eficaz linaje de los buyíes. Los prim eros m uestran una ex­
traordinaria capacidad de asim ilación y una gran energía, p ero no consiguen con­
trolar de un m odo estable el califato; son sim ples jefes m ilitares que se entregan
a una rabiosa com petencia p or el título de «em ir de los em ires», que constituye
desde entonces la base del p o d er efectivo, pero que no fundan verdaderas d inas­
tías duraderas y capaces de transm itir la au toridad.
Ú nicam ente los ham dáníes de la D jazíra, árabes, dem uestran una capacidad
de perm anencia que duran te 60 años, de 930 a 990, les convierte en candidatos
serios al em irato suprem o: su integración en el m undo tribal de los beduinos á ra ­
bes y de los nóm adas kurdos les p erm ite canalizar en beneficio propio las energías
del «espíritu de solidaridad» de los clanes de la región de M osul. D espués de
haber participado en los conflictos de facciones de los años 860-890 en las filas
járidjíes, los ham dáníes pasan al servicio de los cabbásíes con sus contingentes
tribales. E nriquecidos por sus victorias sobre los k árm atas y por el saqueo de Fus-
tát en E gipto, a p artir de 930 refuerzan su au toridad en M osul, antes de recibir
el em irato suprem o en 942; su jefe tom a el nom bre de N ásir al-Daw la. El ejem plo
ham dání dem uestra la fragilidad del p o d er m ilitar: N ásir al-D aw la conservará
sólo un año la responsabilidad y los beneficios del p o d er central del que será ex­
pulsado; se retirará a M osul, acep tan d o o rechazando el pago del tributo (de 2
108 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

a 7 m illones de dirhem es) según la relación de fuerzas que le oponga a los buyíes.
Las rivalidades en tre ham dáníes y los violentos conflictos entre los árabes de la
D jazira (algunos de los cuales prefieren la em igración y la conversión en tre los
bizantinos que la sum isión a los ham dáníes) cortan las alas a los intentos de re ­
conquista de B agdad, m ientras que un herm ano de N ásir, CA1Í, llam ado Sayf al-
D aw la, constituye desde Siria a A rm en ia una am plia m arca fronteriza a la que
defiende enérgicam ente contra los griegos. D e 931 a 967 la guerra «sayfí» co n ­
vierte a los ham dáníes en los únicos defensores del Islam frente a los esfuerzos
de la conquista bizantina, m ientras que el califa, Ijshíd de Siria, y los buyíes re ­
chazan cualquier responsabilidad. A la m uerte de Sayf q ueda en Siria un princi­
pado ham dání, recortado al n o rte (p érdida de A lep o , provisional, y de A ntio-
quía, definitiva), que paga tributo a los bizantinos y que d ura hasta 1002: es a d ­
m inistrado por los oficiales de los em ires, capitanes turcos y cham belanes esclavos
que term inan por hacerse dueños de todo el poder.
El caso de los ham dáníes ilustra ad m irablem ente las características del em ira­
to: un p oder exclusivam ente m ilitar que segrega sus propios órganos de gobierno,
su propio visirato, pero tam bién un p oder faccional, cuya supervivencia procede
únicam ente del «sentido de solidaridad» tribal y fam iliar, que ayuda al califato a
neutralizar a sus com petidores enfrentándolos. D e este m odo el califato sobrevive
al em irato, que no posee los m edios teóricos para sustituirlo; pero dem asiado
com prom etidos en los conflictos e n tre em ires, los príncipes de B agdad pueden
ser asesinados (932), depuestos o cegados (934, 944 y 946). Los buyíes instalados
en la capital oprim en a la dinastía cabbásí, p ero , a p esar de sus convicciones shí-
cíes, no se atreven a anularla, quizás p o r tem or a verla sustituida por un califato
alida m ás enérgico. Condottieri persas, originarios del D aylam , los tres hijos de
B uya, tres oficiales, cogen las riendas del ejército del noroeste del Irán; dueños
del Fars en 935, entran en Bagdad en 945 y rep arten sus fuerzas siguiendo el
principio de una prud ente solidaridad. A hm ad recibe del califa un título de reg en ­
te y lo dom ina; H asan gobierna el Fars, qued an d o la au toridad suprem a en m a­
nos del m ayor, cAlí-clm ád al-D aw la, instalado en Shíráz. B agdad pierde entonces
im portancia: sigue siendo una gran m etrópoli, pero aislada p or las guerras q árm a­
tas; centros económ icos p otentes y rivales se constituyen en Irán, en Rayy, en
N ishápür, en Shíráz, que perm iten a los buyíes im poner su voluntad al em ir de
Bagdad: una «confederación» en la que la auto rid ad fam iliar pasa de m ano en
m ano. Incluso se ha asistido a una v erdadera restauración del Im perio sasánida:
título de «rey de reyes», reaparición de las regalía persas, tro n o , corona, indu­
m entaria, signo astrológico de L eo, inscripción pahleví en las m edallas, nom bres
persas a los príncipes, y en particular, nom bres propiciatorios, y por últim o teoría
del doble poder (la profecía a los árabes y al califa; la realeza a los persas). Pero
hay una especie de doble conciencia: los sím bolos persas son destinados a la corte
y al ejército daylam í, m ientras que el buyí tom a, en las m onedas y en la plegaria,
otros títulos destinados a la com unidad m usulm ana; y cuando su nieto, ya con
m enos fuerzas, arrancará al califa el título de sháh-ansháhy en 1027, se producirá
una rebelión.
El gobierno buyí pone fin gradualm ente a la anarquía: se hacen frágiles acu er­
dos con los ham dáníes, los sám áníes y sobre todo con los kurdos, cuyo desarrollo
tribal y nóm ada multiplica las dinastías locales. Se recobra la seguridad a lo largo
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 109

de la ruta del Jurásán y grandes em presas son llevadas a cabo en el Iraq: recons­
trucción de B agdad, program as de irrigación... Las rivalidades en tre príncipes b u ­
yíes, cuyos poderes se han m ultiplicado, y algunas guerras civiles cortas 110 com ­
p rom eten la suerte de la dinastía em iral hasta 1012. E n efecto, los dom inios re u ­
nidos por cIm ád al-D in en 1040 son co n siderablem ente m erm ados por el avance
de los turcos uguz, guiados por el clan seldjüqí. A la m uerte de cIm ád al-D ín, en
1048, su hijo C osroes Firúz (observem os los dos nom bres sasánidas) tom a el título
casi im pío de «Rey p erd o n ad o r» , al-M alik al-R ahim , pero su p o d er es una piel
de zapa, com partido en 1055 con el seldjüqí Tugril y pro n to liquidado por el tu r­
co. El califato ha sabido aprovecharse de la oposición en tre buyíes, gaznavíes y
seldjúqíes para p oder sobrevivir: ha ad o p tad o una ideología oficial, am pliam ente
inspirada en el hanbalism o, que es la principal form a del sunnism o. La «profesión
de fe» del califa Q ádir, co ntinuada y difundida por su hijo Q á3im, es co n traria a
la opinión popular sh H que habían d esarrollado y organizado los buyíes (fiestas
en los aniversarios del m artirio de H usayn, hijo de CA1Í, y de la designación de
CA1Í por el P rofeta; gran m ezquita shící en B agdad; constitución de una c o rp o ra­
ción de descendientes de A bú T álib, p adre de CA1Í, e tc.). P ero, de hecho, es so ­
bre todo la desaparición progresiva de los regim ientos daylam íes, ap artad o s p ri­
m ero y después sustituidos por contingentes de esclavos turcos, lo que mina la
fuerza m ilitar buyí y pone a la dinastía en las m anos de su ejército.

BULGAROS
RUSOS del Volga
• Kiev TURCOS UQUZ
HUNGAROS

Gazna
• NIshApúr
GAZNAWlES
fe* .Atepo .,pS * Ra*
¿3 * }* uaM D ^ • Hamadhán
T íp o H * 0u Y/BS

Imperio Bizantino
Estados vasallos

# La Meca

El Oriente Próximo hacia el año 1000


110 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

La entrada en escena de los turcos

Hl ascenso de los em ires turcos en el m undo oriental anuncia, en efecto, un p o ­


deroso em puje m igratorio que cam biará la población y la estru ctu ra de las provin­
cias iranias: prim ero, los gobernadores sám áníes de G azna en A fganistán, A lp Ti-
gin y S ubuktigín, constituyen un vasto em irato autónom o que prosigue en las
fronteras de la India la guerra santa y las expediciones de saqueo de los tem plos
paganos. D ividido entre los hijos de Subuktigín, este dominio* que incluye el Ju ­
rásán, es reunificado po r M ahm úd (998-1030) y gobern ad o con firmeza p o r Mas-
cüd (1030-1040). E m pieza entonces una dinastía em iral com o cualquiera o tra , que
conoce los corrientes problem as de sucesión y cuya fuerza se basa en la capacidad
individual de aquellos grandes generales que lanzan ofensivas masivas sobre la In ­
dia. No convierten a nadie; se lim itan a arru in ar los tem plos (en particular Som-
nath en 1026) y a exigir pesados tributos cuyas ren tas, ju n to con el fruto de los
pillajes, les perm iten com prar el reconocim iento del califa, diplom as de legitim a­
ción y títulos honoríficos que form an p arte de la plegaria y figuran en las m onedas
y en los tejidos del tiráz. Su adm inistración y su ejército no se diferencian en a b ­
soluto de los de los sám áníes, pero son turcos puros, que hablan en turco, a pesar
de una profunda aculturación en un m edio iranio (en G azna reciben a poetas p e r­
sas, en tre los cuales está F irdúsí), y su adhesión incondicional a los cabbásíes re ­
fuerza el califato y frena el desarrollo del extrem ism o shH , especialm ente del is-
m á^lism o en el Sind. Ellos darán paso al sunnism o intransigente de los seldjúqíes.
El em puje turco, que sin duda es debido a un ráp id o crecim iento dem ográfico
de los pueblos de la estep a, fue d u ran te m ucho tiem po frenado, am ortiguado,
por las luchas en tre tribus y p or una inm igración constante y abundante hacia el
im perio m usulm án de esclavos capturados por los «com batientes de la fe» o ven­
didos por las tribus enem igas. M uqaddasí cifra en 12.000 el núm ero de hom bres
entregados cada año por los sám áníes al po d er califal. Incluso si la cifra es exce­
siva, los ejem plos individuales confirm an la im portancia de los grandes m ercados
de esclavos en Isfidjáb y en Shásh (T ash k en t), d onde Subuktigín es vendido; el
oficio de m ilitar esperaba a los niños, m ientras que las niñas serían destinadas a
los harenes, especialm ente el del califa. Sin du d a, el cam bio se debe a la conver­
sión de las tribus turcas: constituidas en sociedades m usulm anas —no sin am plias
zonas de paganism o y de sólida conservación de tradiciones co n su etu d in arias—
se han d otado de estructuras políticas más fuertes, em iratos locales y co n fed era­
ciones tribales. E stos E stados-ejército, en los que curiosam ente encontram os cier­
ta resonancia del m odelo hegiriano, rep resen tan una fuerza m ilitar d eterm in an te,
anim ada por una csabiyya tribal y p or la b ravura, sinceridad y violencia de los
tiem pos preislám icos. D esde un principio prohíben a las dinastías em irales el re ­
clutam iento de sus ejércitos de esclavos y son grandes grupos tribales quienes
reem prenden una m archa colectiva hacia el este, llevando con ellos su m odo de
vida nóm ada, cuyos débiles recursos im ponían la actividad m ilitar com o com ple­
m ento o com o actividad principal. En T ransoxiana, los qarluq, guiados p o r ilek
jáns (los qarajáníes) de K ashgar y de K hotan invaden B ujára en 992 y se adueñan
de ella; en el Jurásán, son turcóm anos o turcos uguz, que ya habían estado a n te ­
riorm ente al servicio de los gaznavíes e incluso de los buyíes, quienes efectúan
una penetración decisiva en 1034.
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO

G uiados por el clan seldjüqí, los herm anos Tugril y T chagri, constituyen un
pueblo num eroso y com pacto: en 1040, en la batalla de D an d an q an , cerca de
M erv, que pone fin al Im perio de los gaznaw íes, son unos 16.000 com batientes.
U na hábil utilización política del te rro r (el saqueo de Rayy abre todas las puertas
de las ciudades), unas relaciones establecidas con el califa Q á’im y el resp eto a
los deberes del Islam extienden ráp id am en te el p o d er de Tugril. A u n q u e el califa
no se apresura en absoluto en reconocerlo (espera a 1050 p ara o torgarle un título
honorífico y a 1057 para la prim era audiencia), el seldjüqí se proclam a su cliente
y se aprovecha de la situación d ebilitada del califa para justificar su m archa hacia
B agdad, donde en 1055 en tra bajo p retex to de peregrinación. E lim inará sin p ro ­
blem as a todos sus rivales, que ráp id am en te se alian a los fátim íes para en co n trar
un apoyo contra aquél. E n 1057 la estrella de los seldjúqíes brilla sobre todo el
O riente: T ugril, «Piedra angular de la fe» y «Poder» {sultán), encabeza un pue-
blo-ejército cuya instalación, pasado el m om ento de choque, contribuye a la p ro s­
peridad del Irán; los turcos uguz se im plantan en T ransoxiana, en A dharbaydján
y en las orillas del lago de V an, de d onde expulsan a los arm enios. La m odifica­
ción étnica de estas regiones será definitiva; introduce en A natolia un nuevo no­
m adism o, y la necesidad de pastos ju n to con el dinam ism o de los turcos ejercerá,
desde entonces, una gran presión sobre el A sia M enor. En 1071, el cerrojo bizan­
tino salta inesperadam en te en la batalla de M antzikert y la penetración turca se
efectúa en m asa, sin ningún proyecto preconcebido y en d esorden, a través de la
península hasta entonces inviolable.
En el interior del Islam , los seldjúqíes, en fren tad o s a continuas revueltas de
sus tropas turcóm anas, partid arias de una gestión más clásica del p oder que el
em irato im pide, consolidan su au toridad: título de sultán que refuerza al de
«rey», adjetivos prestigiosos, m atrim onios im puestos al califa (q u e, sin em bargo,
se resiste y retrasa sin cesar un reconocim iento que le priva de libertad de m anio­
bra y de influencia sobre T ugril), cam paña en Irán , donde la T ransoxiana es re­
conquistada por A lp A rslán, hijo de T chagi, y p o sterio rm en te, de 1073 a 1092,
en la época de M alik Sháh (de relevante nom bre: «rey» en árab e y en persa),
reorganización de la adm inistración p or parte de Nizám al-M ulk. E ste visir iranio,
«tutor» y padre espiritual, átábeg, del califa, ha dejado expuestos los principios
de su gobierno en su Siyásat-N ám eh (L ibro del gobierno), escrito en 1091. E n el
apogeo de la dinastía seldjüqí, esta colaboración en tre el visir persa y el sultán
turco señala la realidad de un renacim iento persa literario, lingüístico y, hasta
cierto punto, «nacional».

L a revancha cultural de Irán

E ste renacim iento se inscribe, en efecto, en un m undo iranio desde entonces


totalm ente islam izado: únicam ente perm anece vivo un frente de conversión d iri­
gido por m isioneros shFíes, com o el ism ácilí Nasir-i Jusraw , a u to r del adm irable
relato de viajes Safar-N ám eh, m ilitante, filósofo gnóstico y gran escritor persa a
la vez. El d esp ertar de la literatu ra persa no significa ningún tipo de separatism o,
sino sólo la afirm ación de glorias p ro p iam en te iranias, con, quizás tam bién, algu­
nas reivindicaciones de una suprem acía que confirm e el ascenso de las dinastías
112 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

em irales y la iranización cultural de los gaznaw íes y de los seldjüqíes. P rim ero se
lleva a cabo la construcción de una nueva lengua, el neopersa, a partir del dialec­
to persa com ún, el dari (que había sustituido a la antigua lengua literaria pahle-
ví). É sta asimila un gran com ponente léxico árab e y som ete «el m etro silábico
iranio a la prosodia cuantitativa árabe». A lgunos po etas, en la corte de los sám á­
níes y p osteriorm ente en G azna, abren el cam ino al re stau rad o r de la lengua p e r­
sa, Firdúsi. É ste, nacido en TQs en 940 de una fam ilia d e juristas, se arruina p ara
p o d er hacer su obra, reuniendo los anales dinásticos y las colecciones de tradicio­
nes orales ya recogidas p or el go b ern ad o r de T ús, que constituirán la base m ate ­
rial de un gran poem a histórico. E ste Libro de los R eyes (Shdh-N dm eh) ensalza
a los reyes benefactores, a los héroes iranios, en tre ellos a R ustam , y tam bién
las virtudes de la aristocracia sasánida (pureza, acción, abnegación), desarro llan ­
do una historia pesim ista, en la que la lucha etern a del bien y del mal evoca la
filosofía preislám ica, pero acercándose sin em bargo al pesim ism o general de un
Islam que duda profundam ente de su porvenir. D e su porvenir, pero no de su
cultura, ya que la semilla sem brada en aquel p rerrenacim iento del siglo ix ha
fructificado ahora; las ciencias, m aduradas lentam ente en las C asas de la S abidu­
ría, han alcanzado el nivel de la síntesis; síntesis com o las de A bü B akr al-Rází
(m uerto en 923), el R azés de los O ccidentales, y sobre todo de Ibn Siná (m u erto
en 1037), A vicena, enciclopedias m édicas del saber y de la experim entación an ti­
gua y persa en las que E u ro p a basará sus conocim ientos sobre la circulación de
la sangre, el tejido óseo, las enferm edades contagiosas y la cirugía, hasta el siglo
xiv; la óptica de Ibn al-H aytham (m u erto en 1039) es tam bién una continuación
de las investigaciones del siglo x sobre la luz y constituirá una base que no será
m odificada hasta K epler.
C uriosam ente, por o tra p arte - o quizás a causa de los problem as m ilitares
que hacían inseguro el edificio—, la arquitectura religiosa o civil no ha producido
testim onios de una calidad co m parable, ya que los dos únicos m onum entos excep­
cionales de este período, la m ezquita de Ibn T úlún en Fustát (hacia 878-890) y
la de M alik-Sháh en Ispahán (hacia 1090), dejan precisam ente una im portante
laguna en la historia del arte. P ero esto sería así si no tuviéram os en cuenta, en
cam bio, el desarrollo, que ya no cesará, de las «artes m enores», com o se las suele
llam ar erró n eam en te sobre todo en el Islam m ás qu e en cualquier o tra área cul­
tural, ya que el tejido, el arteso n ad o , las alfom bras, no sirven sólo para la deco­
ración sino que tam bién son objeto de intercam bio, de obsequio, de o fren d a, y
es su núm ero el que determ ina la riqueza, más que las casas o los dinares: las
m aderas esculpidas de E gipto y de Siria rep resen tan pequeñas escenas de la vida
profana, caza, danzas, conciertos, orgías; los tapices y las alfom bras son a d o rn a ­
dos con hileras de pájaros y de liebres, tam bién com o en E gipto, o con m otivos
antiguos, trenzas, círculos, óvalos, com o en Irán; los tejidos y las sedas llevan
dibujos cada vez más com plicados, herm éticos y sim bólicos; la loza es brillante
con un fondo pardo o policrom o. T odos estos objeto s son testim onio desde en ­
tonces de una originalidad en la que el peso de Irán y su gusto p or lo m aravilloso,
pero tam bién por el rigor de la coordinación, triunfan indiscutiblem ente. E n este
sentido, los turcos no han hecho m ás que reforzar el peso de O rien te en la D ár
al-Islám ; fom entan y precipitan las dos fallas que dividen en tres partes al m undo
m usulm án: la que abrieron los ism á^líes y la que les separa del O este.
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 113

L a o r g u l l o s a s u p e r v iv e n c ia u r b a n a

La crisis del p oder califal, d esgarrado p o r las intrigas de los oficiales y de los
príncipes o debilitado p o r la duda sobre la legitim idad de la dinastía, sacudido
por las revueltas iraquíes y p or el surgim iento de nuevos poderes em irales, im pli­
ca una m erm a constante de la base fiscal del im perio cabbásí. La ren ta del Iraq
dism inuye de 100 m illones de dirhem es a principios del siglo ix a una cifra que
oscila en tre 30 y 40 m illones en el siglo x; la ren ta de las provincias de la A lta
M esopotam ia cae de m ás de 10 m illones antes de 900 a 3 m illones en 959 y a 1,2
m illones alrededor de 965. El tesoro califal se ve prim ero y en m ayor m edida
afectado que la fiscalidad provincial (no se observa un debilitam iento sem ejante
ni en Siria ni en Irán) a causa de las distribuciones de ciqtács. El em pobrecim iento
de la dinastía se m anifiesta en el ab an d o n o provisional de la muy elevada tasa
de m etal precioso de la m oneda califal: los dinares, excelentes con los om eyas,
los prim eros cabbásíes, en B agdad y en S am arra, ven su ley dism inuir de un 96-98
por 100 a un 76 por 100 en la época de M untasir y se deterio ran constantem ente
con los buyíes, los sám áníes y los gaznaw íes (en tre un 50 por 100 y un 87 por
100, excepto en N íshápur, sin em bargo, donde la ley de la m oneda se m antiene),
m ientras que el sistem a de pesos se disloca. El d iñar de oro cae de 4,25 gr a
m enos de 4 gr. No hay que insistir en la im portancia de las m anipulaciones m o­
netarias, punción fiscal su plem entaria de las dinastías débiles. A sí pues, parecía
que estaban reunidas todas las condiciones para d ar nacim iento a una crisis u rb a­
na que afectaría prim ero a los grandes centros cuyo nivel de consum o estaba b a­
sado en los ingresos fiscales.

Bagdad: un m undo agitado

Sin em bargo, la vitalidad del organism o m usulm án se m anifiesta c o n traria­


m ente, al en trar en el siglo x, m ediante una diversificación de las actividades u r­
banas, la altiva supervivencia de las capitales y la m ultiplicación de los centros
com erciales enlazados tan to con la red de abastecim iento de las capitales cabbá-
síes com o con la de circulación de productos. El d esp ertar de la actividad urbana
en las costas m editerráneas y las m ultiplicaciones de capitales bajo el dom inio de
los fátim íes son un eco de la p rosperidad de las ciudades iranias, sim bolizadas
por N ishápür, a pesar de las continuas guerras civiles, del viraje insurreccional
de 860-950 y de los conflictos de facciones que lo prolongan. El éxito de B agdad
llam a prim ero la atención por la incorporación de un organism o económ ico fuerte
y el desarrollo de una verdadera función m unicipal sobre la antigua ciudad-cam ­
pam ento de los califas.
En efecto, los m ercados de B agdad desarrollan una producción artesanal de
envergadura: los artesanos, que se han establecido cerca de los lugares de consu­
m o, tejedores de T ustar, co ntratistas de o b ras, estucadores y albañiles de M osul,
A hw áz e Ispáhán, contratad o s p o r los buyíes. C om o en toda producción artesa-
nal, el textil es lo principal en B agdad: en 985 un proyecto de fijación de precios
calcula en un total de 10 m illones de dirhem es la producción de sedas y de telas
de algodón de la capital. No es, sin d u d a, extraordinario: según Y ácqüb (que es­
114 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

cribe en 889), los im puestos locales p roporcionaban 12 m illones y la renta esp era­
da en 985 (un millón) es algo superior a la de los m olinos de la ciudad, el im pues­
to de consum o m ás clásico. P ero esto nos m uestra que la m etrópolis califal ha
dejado de ser una m era bom ba aspirante: se construirán varios m ercados cu b ier­
tos en Karj para albergar la venta de m aterias prim as textiles; algunos bo rd ad o res
producen allí tejidos de alta calidad, especialm ente los velos para la cabeza (ta-
ylásáns). La presencia de los buyíes ju n to al p o d er califal m ultiplica las fundacio­
nes, las construcciones (nuevos m ercados, nuevos hospitales, com o el de cA dud
al-D aw la en 982, habilitado en el antiguo palacio de lu id , palacios m últiples) que
m antienen la actividad edilicia y los trabajos públicos: los em ires conceden la m a­
yor atención a la restauración de los diques del Tigris que protegen a la ciudad
de las crecidas. Las descripciones de B agdad m u estran , adem ás, la form idable
actividad y el refinam iento de los m ercados. En su elogio de la ciudad, Ibn cA qil
recuerda el lujo del m ercado de pájaros y del m ercado de flores. Insiste tam bién
en el barrio de las librerías, en el que los intelectuales tenían natu ralm en te su
lugar de reunión y del que conocem os la producción de m anuscritos hacia el año
1000 gracias al catálogo de Ibn al-N adim , el Fihrist. Si estos com ercios m uestran
la difusión de m odelos culturales muy m odernos (la com pra de pájaros y de flores
es realm ente popular), la presencia de contingentes m ilitares alred ed o r del p ala­
cio em iral de la D ár al-M am laka estim ula el desarrollo de grandes m ercados es­
pecializados (zocos de arm as, caballos, heno) que confirm an la im portancia del
consum o del ejército en el crecim iento urbano.
El ensancham iento hacia el este de la capital contin ú a, au m en tan d o la su p er­
ficie registrada en el catastro de una m anera fantástica: en la época de M uqtadir
(908-932) ésta supera las 8.000 hectáreas, pero con am plias extensiones d esocupa­
das, jardines (el H arim de los táhiríes, el Z a h tr, vergel califal de 32 hectáreas),
inm ensos cem enterios, cam pos m ilitares y plazas de arm as en la C iudad R edonda
y en Sham m ásiya, y tam bién ruinas de palacios abandonados. El tam año desm e­
surado de la ciudad llama la atención a los coetáneos: se calculan 1.500 baños,
869 m édicos, 30.000 barcos, en 993; 33 m ezquitas y 300 tiendas son destruidas en
el incendio del Karj en 971, pereciendo 17.000 personas. E n esta extensión in­
m ensa, las em igraciones d esencadenadas por el h am bre o sim plem ente por el au ­
m ento de precios provocan daños irreparables. El riesgo en Bagdad consistía en
q u ed ar dividida en barrios en fren tad o s, separados por extensiones abandonadas;
estos barrios se caracterizaban en efecto por un «sentido de solidaridad» p opular
muy activo, sunní en H arbiyya, cerca, de la tum ba de Ibn H anbal, en B áb al
T áq , en la orilla este; y sh N en K arj. M anifestaciones, rebeliones, expediciones
de tropas son indicio de este conflicto faccional p erm an en te. Las dos orillas del
Tigris tam bién se oponen: cada una tiene su cadí y su prefecto de policía. F inal­
m ente, la diarquía califa-em ir en fren ta el centro califal, el D ar al-Jiláfa, y el p a­
lacio em iral, el Dár al-M am laka, construido por el buyí cA dud al-D aw la en 980
en M ujarrim , donde se instalan los m ercados m ilitares, cerca de la plaza de arm as
de las tropas daylam íes.
A p esar de las violencias que enfren tan a los partidos religiosos y a los barrios
(en 1002, 1007, 1015-1016, 1045 y 1051, 1055 y de nuevo en 1072, 1076, 1082,
1089), en la capital se constituye una conciencia com ún que form a p arte de sus
reservas de fuerza. U n patriotism o bagdadí ya se había m anifestado an te los ase­
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 115

dios de 812-813 y de 865; una colaboración política incluso hace d esap arecer, p ro ­
visionalm ente, las oposiciones sectarias y segm entarias en las grandes ocasiones:
en 1049 shFíes y sunníes realizan una peregrinación com ún hacia los martyria de
A lí y de H usayn. Y, sin que exista v erd ad eram en te un cuerpo m unicipal, dos
m edios intelectuales preservan la continuidad política: ju n to a los «secretarios»,
que hasta la invasión m ongol m antienen el eficaz ap arato adm inistrativo iraquí,
los docentes, los ulem as, constituyen el arm azón político y m oral de la ciudad.
E n general son juristas y hom bres de p artid o , pero estaría muy lejos de la reali­
dad considerarlos aislados: su sab er y su curiosidad enciclopédicos, d em ostrado
por la extraordinaria diversidad cultural de un Ibn cÁ qil, les relaciona con m edios
sociales muy diversos. D esde H d rú n , ulem as y poetas, p or ejem plo, m antenían
sus reuniones en el M ercado de las L ibrerías, en Sham m ásiya. La existencia de
partidos, de facciones religiosas y filosóficas asegura, por o tra p arte , la circula­
ción de las ideas y de la au to rid ad e n tre los ulem as y los cuerpos de voluntarios
que garantizan la lucha contra los sím bolos de la inm oralidad y contra los d e fen ­
sores de la herejía en los barrios. E n ausencia de una representación m unicipal,
los universitarios deten tan el papel de una au to rid ad política m ultiform e en co n ­
tacto con todos los antagonism os urbanos.

Intelectuales, facciones, «jóvenes»

E n Bagdad los tradicionalistas hanbalíes asum en la au toridad principal luchan­


do con stantem ente contra los sh ffes y los m uctazilíes, antes de que Tugril o
Nizám al-M ulk instauren nuevas m adrasas o casas de ciencia para oponerse a la
enseñanza shFí. Los grandes m om entos de la historia política de la capital
son principalm ente las controversias religiosas y las abjuraciones: la ejecución del
disidente M ansúr al-H alládj, el « cardador de los corazones», el 26 de m arzo de
922; la rebelión de 1031 llevada a cabo contra los buyíes por los voluntarios de
la guerra santa que desfilan antes de su p artida hacia el frente bizantino; la capi­
tulación del cadí Saym ari que renuncia al m uctazilism o; la rebelión de 1067 contra
el m uctazilí Ibn al-W alíd; el exilio y la p o sterio r retracción de Ibn cÁ qil. La llega­
da de los turcos no cam bia en absoluto el dinam ism o del hanbalism o y no se les
podría atribuir m ás que un sunnism o som ero, m ilitar: Tugril y su visir son to le­
rantes y Nizám convierte a la madrasa N izám iya, su fundación privada, en un
centro de enseñanza jurídica y filosófica en B agdad. La m adrasa, en la segunda
m itad del siglo xi, desem peña un papel cada vez más relevante en las ciudades
del Islam: em pezó siendo hacia 1020, en Irán , un cen tro de acogida para los sa­
bios que llegaban en busca de las tradiciones, transform ándose en un centro de
enseñanza, con un cuerpo de profesores retribuidos (basado en el m odelo de las
cátedras que existían en las m ezquitas), colegios constituidos, en fundaciones p ri­
vadas por generosos m ecenas y estudiantes becarios. A sí pues, la madrasa refu er­
za la cantidad y el papel social de los intelectuales profesionales, p erm ite una
dem ocratización del reclutam iento y crea, frente al p o d er, una clase de árbitros
y de censores dispuestos a invocar la ley an te los abusos.
U n autonom ism o urb an o parecido al de B agdad se m anifiesta en Irán a través
de los conflictos en tre facciones. T am bién aquí son los partidos religiosos quienes
EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

asum en frecuentem ente la organización y la evolución de la com unidad urbana:


en N íshápúr, la escuela sháfffi, relacionada con los místicos, se opone a los hana-
fíes m ás próxim os al niuctazilism o. L a lucha e n tre estas facciones conlleva una
alternancia en el seno del p o d er local, sim bolizada p or la elección del cadí: éste
es hanafí con los sám áníes, sháficí con sus g o b ern ad o res, nuevam ente hanafí con
los gaznaw íes. La lucha de facciones, tan to en N ishápúr com o en B agdad, es
acom pañada de alianzas con las dinastías em irales, las cuales financian la cons­
trucción de madrasas, y persiguen y som eten a procesos y retracciones a los jefes
de los partidos opuestos; esta lucha desap arecerá con los seldjüqíes, que p ondrán
fin provisionalm ente a la rivalidad asegurando el triunfo de los hanafíes y d es­
m antelando los colegios contrarios. ¿E sta larga rivalidad esconde acaso an tag o ­
nismos sociales? Los místicos se han establecido en el barrio pobre de M anashik
y quizás hayan canalizado la hostilidad hacia los poderosos de H íra, residencia
de los com erciantes. Sin em bargo, esta oposición perm anece m arginal, m ientras
que predom inan las luchas en tre opciones jurídicas y filosóficas hereditarias a p o ­
yadas por otros tantos partidos plurifam iliares.
En Irán, com o en todo el m undo m usulm án, el desarrollo de m últiples grupos
de facciones va acom pañado de la decadencia de la au toridad central: en 897, el
califato prohibió oficialm ente las m anifestaciones de los «espíritus de solidaridad»
urbanos, que se expresaban m ediante conflictos e n tre ciudades, a nivel provincial
T ustar contra Susa, en A hw áz), en tre partes de la ciudad (en NishápQr, M anshik
contra H íra) o en tre clientelas fam iliares. A sí, en Q azw ín, en el noroeste de Irán ,
dos linajes se repartían el p o d er local adm inistrando la ciudad, cada uno ag ru p a­
do en torno a un raJis hereditario. U n tercer p o d er, el de los grandes p ro p ieta­
rios, interviene en su lucha, m ientras que las au to rid ad es adm inistrativas y m ilita­
res delegadas por el em ir arb itran los conflictos, in ten tan d o evitar que no d eg en e­
ren, respetando el ejercicio corporativo y m últiple de la autonom ía m unicipal.
E stas luchas de facciones m antienen partidos arm ados que in tentan restablecer el
orden público cuando falla la función de policía. Las milicias de «Jóvenes» (ah-
d áth) m ovilizados al servicio de los rcfís locales, pasan fácilm ente de un estatu to
am biguo de irregulares, m edio ladrones m edio vagabundos, al de p ro tecto res,
que extorsionan a los m ercaderes de los zocos y que se alistan en los cuerpos de
seguridad urbana y en los de «voluntarios» que acom pañan al ejército regular y
que incluso pueden sustituirlo. En Q azw ín, hacia 970, los «pillos» se alzan contra
los «nobles» D ja^ari.
La organización de los «Jóvenes» en la ciudad se p resenta com o una fuerza
m ilitar y política muy solidaria. Por o tra p arte, se inserta en un largo m ovim iento
disidente de «hom bres jóvenes», apartad os del m atrim onio y que viven en com u­
nidades, sin ataduras, en un com pañerism o que inquieta a las autoridades; lo e n ­
contram os en las grandes ciudades desde el siglo vm y participa en la resistencia
de B agdad contra A l-M a3m ún. Las agrupaciones de «jóvenes» se m ultiplican en
la segunda m itad del siglo x , en Irán y en B agdad, pero tam bién en Siria, donde
se unen a la facción antifátim í, y en E gipto, donde ap arecen en el seno de la
población copta de T innis, siendo exterm inados por las fuerzas califales tras la
denuncia de los notables cristianos. La extensión de grupos de «jóvenes», clase
de edad bloqueada por la concentración de las fortunas en m anos de las g en era­
ciones establecidas, al mism o tiem po que com unidad de excluidos y de d e p e n ­
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 117

dientes en una sociedad en la que la au to rid ad se identifica supuestam ente con


la m ayoría de edad y la dependencia con el aprendizaje, se m anifiesta incluso en
el seno de religiones m inoritarias y, sin em bargo, fuertem ente estructuradas: los
docum entos de la G enizá ju d ía m uestran la inquietud de los notables ante las
facciones y los grupos conflictivos qu e se constituían en «asociaciones de cam a ra­
dería», trastornando la au to rid ad de los «viejos», de los ancianos. En todas partes
son exaltadas las virtudes de los «jóvenes», generosidad, fuerza física, heroísm o
y solidaridad: en persa, la p alabra que los designa significa «joven héroe». En
cam bio, la base religiosa de las facciones es cam biante y constituye sólo 1111 em ­
blem a, renovado contin u am en te p ero de carácter general, que cubre los an tag o ­
nism os urbanos.

E l p a r é n t e s i s i s m á c! l í

D urante la crisis de confianza qu e afecta a la dinastía cabbásí, los m ovim ientos


filosóficos y políticos desarrollados a p artir del shFismo original son capaces de
presentar una ideología y un program a. A u nque la ideología es com pleja, acum u­
lando una cosm ología, una interp retació n de la historia, tam bién un derecho,
com o en cualquier m ovim iento m usulm án, y una tradición, una sunna p ropia, el
program a político aparece com o un m ilenarism o sólidam ente anclado en una filo­
sofía de la historia, guiada p o r un «Señor del T iem po», que perm ite vivir un A p o ­
calipsis de Salvación y de V ictoria.

P rofunda crisis ideológica en el Islam

El principal m ovim iento, el de los ism á^líes o B átiniyya (‘los del sec re to ’),
posee extraordinarias capacidades de m ovilización, a pesar de sus incertidum bres
teóricas, sus rupturas internas y, finalm ente, de su fracaso práctico. No sólo las
m asas (beduinos iraquíes, b ereb eres del N orte de Á frica, g ente de ciudades y del
cam po de Iraq y de Y em en) han hecho de sus consignas un sím bolo de su indig­
nación contra los poderes injustos, recu p eran d o la inspiración original de la co­
m unidad m ediní, sino que tam bién hay que d estacar la adhesión general de los
intelectuales y de los hom bres de ciencia a las concepciones filosóficas e históricas
de los ism á^líes. En efecto, éstos llevan a la perfección lógica la construcción e la­
b orada por los sabios m usulm anes en contacto con el pensam iento helénico. H an
integrado al Islam las especulaciones cosm ológicas de los pitagóricos y de los neo-
platónicos en una teoría, no caren te de inspiración, que afirm a la prim acía del
saber y de lo racional, p ero que implica tam bién una iniciación progresiva a la
v erdad, dejando cierto m argen a los erro res políticos y reforzando la hegem onía
de los intelectuales sobre el «partido» y p o sterio rm en te sobre el E stado.
El «partido ismá^lí» es p ro p iam en te la realización com batiente del Islam shicí;
nace en la atm ósfera de la revolución cabbásí y de los conflictos interm inables
que enfrentan a las cam arillas personales de los príncipes calíes, en B agdad y en
Sam arra. La seguridad de co n tar en tre ellos con un im án d otado de capacidades
sobrenaturales, la dificultad de reconocerlo y la esperanza del súbito reto rn o de
118 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

un m ahdi que vengará a los perseguidos, divide el m ovim iento shicí en num erosos
grupos. Y la incertidum bre conduce, finalm ente, a la m ayoría de sus partidarios
a una. adhesión apenas disim ulada a los cabbasíes: una teoría de la «ocultación»
(gayba) explica la historia pasada y sitúa la esperanza en un horizonte b astan te
lejano. D oce im anes im pecables se han sucedido desde el P rofeta; su m artirio es
la p rueba de su sucesión legítim a; el decim osegundo, «oculto», invisible, volverá
para iniciar la «E ra de la V erdad» que precederá al juicio y que perm itirá el ajus­
te de las cuentas acum uladas. Sin una adhesión explícita y en una postura altiva
y crítica, los shicíes desarrollan el culto a los im anes m ártires y a la esperanza del
m a h d i; dom inan el m undo intelectual y la sensibilidad religiosa, influyen incluso
en la dinastía cabbásí, pero apenas actúan. Los grupos activistas, al con trario , uni­
dos en torno al chiism o político tradicional, se consagran a la realización inm edia­
ta del régim en ju sto , expansión de la justicia sobre la tierra y restablecim iento de
la legitim idad de la casa de CA1Í. P ero sus éxitos, aunque no son despreciables,
son m arginales: em irato del T ab aristán , que d u rará hasta principios del siglo x n ,
em irato del Y em en fundado en 897, sólidam ente im plantado pero aislado.
El ism ailism o, p artido de una cam arilla p ersonal, la de Ism á^l ibn D jacfar y
de su hijo M uham m ad, crecido en la atm ósfera de constantes revueltas, realizará
una penetración sorpren d en te m ediante una atrevida síntesis: partido co m b atien ­
te, asum e el rigor del m ovim iento shN y atrae a los activistas; m ovim iento clan­
destino de estructura iniciática es capaz de d u rar, de ren acer de sus cenizas, y de
proteg er, m ultiplicando las co b ertu ras, a sus jefes secretos. Sus im anes no son
«ocultados» pero sí bien escondidos, tan bien escondidos que perm anece la in cer­
tidum bre sobre sus nom bres y su lista, y que desde el siglo xi sus adversarios han
denunciado la no pertenencia de los fátim íes del N orte de Á frica a la familia de
cA lí. El prim ero de ellos, cU bayd A lláh el M ahdi, sería efectivam ente descen­
diente de o tro linaje, el de M aym ún el O culista, que ha proporcionado «padres
espirituales» a los fátim íes clandestinos, representándolos y organizando el p a rti­
do y los m ovim ientos revolucionarios. Según una antigua fuente, M ahdi sería un
im án de este linaje apócrifo, pero que habría ad o p tad o a Q á3im, hijo del im án
escondido y calí realm ente legítimo.
La existencia de estos dos tipos de im anes, los «activos», contingentes y sim ­
ples depositarios, y los «silenciosos», perm an en tes y necesariam ente auténticos,
ha sido discutida. A unque no haya sido verificada, intenta justificar la in certidum ­
bre de su genealogía, que los fátim íes de M ahdiya y de El C airo no aclararán
nunca en sus circulares secretas a sus afiliados, y la im portancia del parentesco
m ístico, relación de educación (la v erdadera filiación es la de m aestro a discípu­
lo). La designación y la transm isión del im am ato, del secreto, predom ina sobre
la filiación m aterial, insignificante y transitoria a fin de cuentas. Y, p or esta cues­
tión, el m ovim iento se ha d esarticulado, efectivam ente, repetidas veces.
La progresiva introducción de especulaciones neoplatónicas aporta un sentido
cosm ológico a la historia y a la filosofía política del sh fism o ism á^lí; su carácter
de totalidad, de «engranaje» necesario, justificaba plenam ente la acción revolu­
cionaria, cum plim iento propiam ente de la ley del m undo. C ulm ina e n tre 961 y
980 con la redacción de las Epístolas de los H erm anos de la Pureza, enciclopedia
de todas las ciencias que tiene en cuenta los conocim ientos racionales y revelados
de la A ntigüedad y los som ete a un im anism o generalizado. Sin que los ism á^líes
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 119

recurran verd aderam ente a la m etem psicosis, se cum ple la transm igración de las
alm as individuales a lo largo de siete ciclos m ilenarios, guiado cada uno de ellos
por un p ro feta, A dán, N oé, A b rah am , M oisés, Jesús, M ahom a y Q á 3im, el «re­
surgente». La presencia del im án es, pues, necesaria: está siem pre presente y es,
en tre D ios y los hom bres, el vínculo y el testim onio de la ascensión de las almas.
En esta filosofía unitaria, en la que todo es un sím bolo, la acción es esencial:
únicam ente el esfuerzo, m oral, científico y político a la vez, perm ite liberar la luz
del alm a de la pesadez m aterial. Y éste pasa por la iniciación al «secreto» (bátín)
y a lo esotérico.
Incluso antes de la proclam ación de la nueva ley, la acción política pone en
práctica una organización clandestina y, sin d u d a, jerárq u ica, que ha sido com pa­
rad a, con acierto, a los grados de la francm asonería y del carbonarism o; en la
práctica de la ciudad espiritual las funciones sociales corresponden a las faculta­
des hum anas, a las virtudes: el imán «divino», los reyes «verídicos», los jueces
«virtuosos» y los artesanos «piadosos y com pasivos» encuadran el «pueblo co­
mún» que representa a la razón en potencia. La presencia, real, de trabajadores
m anuales no significa que ésta sea sólo una m áscara de la revolución social: m o ­
vim iento escatológico guiado p o r intelectuales activistas, está únicam ente abierto
a la presencia y a las aspiraciones de los m edios populares.
H asta 899 el m ovim iento clandestino de los ismácilíes perm anece unido bajo
una dirección central situada en A hw áz, después en B asora, y finalm ente en los
lím ites sirios del desierto, en la ciudad de Salam iyya. T om a la form a de una «re­
surrección» parecida a la revolución cabbásí y ráp idam ente tiende a extenderse
por el m undo m usulm án: un m isionero im planta el m ovim iento en Rayy hacia
877, otro instala un E stado en Y em en en 881 y a partir de allí se extiende a lo
largo de las vías com erciales; la misma familia consigue fundar un principado re­
volucionario en el Sind en 883, m ientras que A bücA bd A lláh el Shící convierte a
la tribu beréb er de los kutám a en 893 y una am plia zona de disidencia se estab le­
ce desde 891 en el bajo Iraq , donde los rebeldes, constituidos en com unidades
rurales, ponen en com ún el botín, el ganado y los instrum entos de producción,
así com o todos los bienes de uso. E stos éxitos fulm inantes hacen p rever una vio­
lenta ruptura: el jefe de los ismailíes del Sawád y de KQfa, H am dán Q a im a t, he­
redero de la tradición activista m ás antigua del shicism o, rom pe con el imán clan­
destino cU bayd A lláh, quien pierde tam bién la adhesión del B ahrayn. Por su p a r­
te, el jefe de los beduinos sirios, unidos al m ovim iento, proclam a m a h d i a un
m isterioso «amo de la cam ella» y consigue asom brosas victorias en Siria en 902
y 903, y después en Iraq, hasta su m u erte en 907. T am bién él ha roto con cU bayd
A lláh, quien a duras penas se escapa de ser asesinado al huir hacia el Y em en. A
partir de 907 él m ovim iento continúa en Iraq bajo la dirección de antiguos lugar­
tenientes de Q arm at, que siguen anunciando la llegada de un m a h d i: una gran
tarea política y filosófica llevada a cabo p o r los «misioneros» qárm atas de Irán
consigue reunir las diversas ram as del m ovim iento en espera del m ahdi.
La constitución en B ahrayn de un foco «qárm ata», donde la esperanza niesiá-
nica se com bina con la acción m ilitar, trasto rn a a todo el O riente: la era mesiáni-
ca, anunciada en 928 según la creencia en las especulaciones astrológicas (conjun­
ción de Jú p iter y S atu rn o ), em pieza con una expedición contra La M eca en 930,
la m asacre de los peregrinos y el secuestro de la P iedra N egra. E n 931 (año 1500
120 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

de la era zoroástrica), convencidos de la cosm ología cíclica neoplatónica y co n tan ­


do con b astantes iranios, reconocen al m a h d i en un m ago de Ispáhán y proclam an
el fin de la E ra Islámica y su superación. E s un fracaso: hab rá que m atar al m a h d t
que p retendía restau rar el culto al fuego. El m ovim iento q árm ata, desm oralizado,
se divide, unos se integran en los cuerpos de m ercenarios de los ejércitos de los
estados em irales, o tros m antienen la esperanza en el m a h d i, en B ahrayn, en una
colectividad fuertem ente estru ctu rad a, pero sin aliarse más tard e a los fdtim íes y
rom piendo con el antinom ism o que definía los tiem pos mesiánicos de 923-931.
Al participar con los em ires y los turcos en la destrucción del im perio califal, el
partido qárm ata limita su E stad o revolucionario a una com unidad de elegidos:
hacia 1045, Nasir-i Jusraw lo describirá com o un E stado colectivam ente p ro p ie ta ­
rio de 30.000 esclavos negros y dirigido colegiadam ente p or los descendientes de
su fundador, un E stado-P rovidencia, reflejo del com unism o cam pesino de finales
del siglo ix en el Iraq rebelde.

E l triunfo de los calíes fatim íes

La explosión de estos m ovim ientos ha m odificado, sin retrasarlo , el adveni­


m iento del im anato fátim í: el m ah d i cU bayd A lláh había p rep arad o su «hégira»
al Y em en. La adhesión de los m isioneros yem eníes a los q árm atas le obligó a
realizar una larga y peligrosa em igración hacia el foco niagrebí, e n tre los K utám a:
es hecho prisionero en 903 y conducido a Sidjilm ása, d onde sus afiliados le libe­
rarán en 909 después de la conquista de la capital aglabí del N orte de Á frica,
R aqqáda. La entrada triunfal del m ah d i en 910 señala la realización de las esp e ­
ranzas m esiánicas, pero el advenim iento de los fátim íes, que tom an el nom bre de
la hija del P rofeta, significa la llegada de una dinastía de legitim idad discutida y
obligada a revisiones constantes de su doctrina: en la clandestinidad los im anes
se consideraban únicam ente depositarios del im anato; en 953, M ucizz, para recu­
perar a los grupos disidentes y en particular a los intelectuales adictos a las doc­
trinas neoplatónicas, deberá introducir su cosm ología y afirm ar que M uham m ad
ibn lsm á0!! es el Q á3im esp erad o , considerado com o el antepasado de los fatim íes.
E stos problem as teóricos reales explican, tan to com o las constantes disensiones
fam iliares, las terribles crisis escatológicas del siglo xi.
Es difícil explicar la historia en treco rtad a de los fátim íes sin poner en un p ri­
m er plano las im pulsiones m esiánicas y ante todo la am bición de una m onarquía
universal, nunca conseguida sin em bargo y po sterio rm en te incluso aband o n ad a.
E sta dinastía parece ser la de la duda. T odo su co m portam iento es, en efecto,
ilógico: en 909-969, y m ientras el orden se m antenga du ram en te en el M agrib y
en Sicilia, todos sus esfuerzos son dirigidos hacia el este, hacia la conquista de
E gipto. E n 913 se realiza una prim era expedición, seguida en 919, en 921, en
935. Los propósitos ism á'ílíes son anulados por la resistencia del em ir iranio, lla­
m ado Ijshid. La capital instalada en 920 en una península, M ahdiyya, simboliza
la próxim a ru p tu ra con el N o rte de Á frica y la determ inación de llevar la g u erra,
por tierra y por m ar, hacia O rien te. U na activa propaganda contra los cabbásíes
y los om eyas de A l-A ndalus insiste sobre la legitim idad de una familia destinada
a un im perialism o universal, «unida a D ios p o r un lazo espiritual sólidam ente a ta ­
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 121

do»; los fátim íes se presentan com o los únicos califas auténticos, los adalidades
de la m oralidad islámica frente a los em ires turcos borrachos y corrom pidos; sólo
tienen una esposa y viven sin ningún lujo; tam bién aseguran defen d er los d e re ­
chos de la religión: en 951 consiguen de los q árm atas la restitución de la Piedra
N egra. C uando en 969 el siciliano D jaw h ar en tra p o r fin en Fustát y funda al año
siguiente la nueva capital dinástica de El C airo, la «V ictoriosa», los fátim íes p a­
recen haberse instalado en su situación de jefes de una m inoritaria cofradía de
iniciación: el aislam iento religioso ism á^lí parece total. D jaw har se ha com p ro m e­
tido a respetar los ritos y los d erechos de los egipcios: una actitud prágm ática y
tolerante, muy abierta a las m inorías cristianas y judías, que no aspira a o b ten er
conversaciones si no es m ediante la predicación y la enseñanza. Por o tra parte,
tras la conquista de Siria frente a los qárm atas, el esfuerzo por la guerra cesa:
ningún intento serio se realizará para agredir a los cabbásíes ni desalojar a los
buyíes.
La dinastía vive violentas tensiones internas: M ucizz intenta en 985 rectificar
la doctrina y la genealogía fátim íes para evitar las críticas de los qárm atas y re a ­
firm ar el origen calí de la fam ilia. Un conflicto sucesorio marca el fin de su rein a­
do, cuando la autobiografía de D jaw har m uestra la penetración de las esperanzas
y de las creencias populares en el seno de la jerarq u ía ismáctlí. E x terio rm en te la
dinastía se presenta com o la de todos los m usulm anes; y, sin em bargo, se vale
de buen grado de m inistros cristianos (después de Ibn Killis, de origen judío pero
ism á^lí convencido, es el copto cIsa ibn N astúrus quien gobierna E gipto). Se d es­
gasta por su propio m esianism o y la necesidad de aplazar siem pre para más tarde
la realización de las esperanzas escatológicas en que se basa su éxito. La tensión
estalla con A l-H ákim , «el imán del año 400». Es proclam ado en 996 a la m uerte
de cAziz; este últim o es el hijo de una cristiana y el sobrino de los patriarcas
melkíes de Jerusalén, O reste, y de A lejan d ría, A rsenios. Es aún un niño y el
poder pronto es destrozado y d isputado por el jefe de la milicia beréb er de los
kutám a y el eunuco B ardjaw án, del cual A l-H ákim se deshace asesinándolo en
el año 1000. La inm inencia del cu arto cen ten ario de la liégira (en 1009) com porta
actitudes y decisiones ap aren tem en te incoherentes que reflejan el conflicto in te­
rior que desgarra a A l-H ákim : de 1003 a 1007 restablece las reglas m orales trad i­
cionales del Islam , prohíbe la prom iscuidad, las bebidas alcohólicas, los gastos
inútiles (m atanza de bueyes de labranza, p o r ejem plo, vestidos ostentosos); res­
taura las prescripciones in dum entarias contra las m inorías. A esta obra de com ba­
tiente, de m uhtasib, muy p opular, se añade en 1005-1007 una violenta p ro p ag an ­
da sh?0! e ism á^lí, a la que responde la proclam ación de un antiguo califa om eya
en al-A ndalus: inscripciones con tra los C om pañeros del P rofeta, lecciones en la
C asa de la Sabiduría, ap ertu ra de la secta a las conversiones. En 1008 em pieza
la persecución contra los cristianos y las otras m inorías: confiscación de los w aqfs,
de la iglesias, y destrucción de los signos externos de las religiones som etidas al
Islam , lo que form aba p arte de la tradición del m uhtasib, suplicio o conversión
forzosa de varios altos funcionarios, e n tre ellos el patriarca A rsenios, tío m aterno
del califa; finalm ente, en 400 (1009), destrucción de las iglesias y en p articular el
Santo Sepulcro en una atm ósfera de apocalipsis. Sin du d a, el califa y su en to rn o
esperaban del nuevo siglo cam bios radicales, la culm inación mesiánica de la his­
toria en la abolición de las otras religiones y el reto rn o a la unidad.
122 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

El fracaso de la persecución, que cesa en 1014 y que será parcialm ente olvida­
da en 1021 (restitución de los bienes, reconstrucción de los edificios, autorización
de la apostasía de los convertidos a la fuerza), posibilita una reactivación de la
p ropaganda shPí. N uevos iniciados afirm an que A l-H ákim sí es el Q á3im, el «re­
surgente» esperado: en un am biente de rebelión, de 1017 a 1019, y sin que el
califa adm ita el m ovim iento ni asum a la posición que aquéllos le atribuyen, o rg a­
nizan una secta en el seno de la dacwa\ la excentricidad del califa, m odesto, g en e­
roso, im prudente, está sin duda en relación con la afirm ación de.su propia co n ­
fianza en su destino; sus «actos sin motivo» se sitúan en la perspectiva de un sen ­
tido oculto e iniciático, pero su costum bre de realizar paseos nocturnos solitarios
es tam bién una ocasión p ara hacerlo desaparecer en 1012. El m ovim iento ism á^lí
y la dinastía fátim í salen m alparados de este m alogrado apocalipsis: la revolución
continúa, pero en la periferia, en Irán, en Y em en, y en la India; en E gipto, los
lugartenientes de H am za prosiguen la predicación y dan origen a la com unidad
de los drusos. Por lo que se refiere a la dinastía, ésta e n tra en letargo, pero no
sin un últim o cisma en 1094 p or el problem a sucesorio que da origen al ex traño
ism á'ílism o nizárí.
La secesión de los m isioneros que reconocen com o im án legítim o a Nizár co n ­
duce a la constitución de un E stado-refugio en las m ontañas del A ntilíbano y a
la conjunción del tradicional «disimulo» de los shicíes con un espíritu de sacrificio
extraordinario que perm ite la consolidación de un distrito independiente alred e­
dor de la fortaleza de A lam üt; los ism á^líes aterro rizan a las filas sunníes m edian­
te asesinatos teatrales. El linaje del g o b ern ad o r de A lam üt d u rará hasta 1256.
Sus descendientes dudarán en tre varias opciones: co n tin u ar con el terrorism o en
la perspectiva apocalíptica (dos califas cabbásíes serán víctim as de ello), constituir
un m ini-califato calí proclam ándose descendientes de N izár (del mismo m odo que
los fátim íes lo habían hecho con Ism á^l) o ad o p tar la ley sunní y constituir un
em irato periférico. En esta incertidum bre volvem os a e n co n trar los conflictos e n ­
tre las esperanzas mesiánicas y las realidades que habían proporcionado una fu er­
te originalidad a los qárm atas. P ero estas dudas no han im pedido que los nizáríes
de A lam üt y de la Siria central continúen p erp etran d o una serie de asesinatos
con tal desprecio por ía m u erte que sus enem igos lo atribuían al uso del hachís
y los llam aban los cóm plices hashishiyya, «asesinos». C ontribuyen a deshacer el
m undo m usulm án, cuya estructura se cristaliza en la personalidad de jefes m ilita­
res y políticos y en el que los partidos personales y las fidelidades com batientes
e intelectuales ocupan todo el terren o en política. V ecinos perm anentes de los
A sesinos, los cristianos de T ierra Santa com prenderán pro n to el interés en buscar
apoyo en su jefe, el «Viejo de la M ontaña», natu ralm en te sin in ten tar p en etrar
en su filosofía.

L a r e a p e r t u r a d e l a s v ía s y d e l m a r

El auge de un nuevo tipo de gran com ercio m antiene la actividad u rb an a, d e ­


jándonos una gran cantidad de restos arqueológicos y docum entales. Es la ex p re­
sión de una nueva función del m undo islámico: en esta geografía que apenas cam ­
bia, con m últiples zonas económ icas, se establece un eje m ar R ojo-M editerráneo
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 123

o rien tad o hacia O ccidente. E n efecto , el O ccidente -m u su lm á n y c ris tia n o - es


a p artir de entonces el m otor de una inm ensa transform ación: en prim er lugar,
ahora lo verem os, jn u ta d ó n de_aIz>\nda]usA_gue_de_una.-Sociedad rural, tribal y
m ilitar ve surgir un m undo u rb an o com p letam en te nuevo, perfectam en te arabiza-
do_s[jn^tQ talm enteJslainizadov y .q u e .¿ d Q p ta . el estilo ,.las m odas y el refinam iento
deJSagdad. A sí, las principales relaciones, que conocem os a p artir de los archivos
de la G enizá de El C airo, se establecen con destino a al-A ndahis, con escala en
Sicilia y en Túnez: los productos del consum o m usulm án tradicional circulan por
el eje Fustát-M azara (o M ahdiyya)-A lm ería. E ste com ercio am plía las estructuras
y el área geográfica del O rien te cabbásí sin cam bios ni ru p tu ras. Al mism o tiem po
integra la acción de nuevos interm ediarios com erciales que hacen participar al
m undo franco en el consum o y prestigio del O rien te urbanizado y refinado, p ri­
m ero los am alfitanos y po sterio rm en te los m ercaderes de las repúblicas m arítim as
de- la alta Italia.

Reconstrucción de un eje mediterráneo

El desarrollo de este tráfico este-oeste reanim a un m ar desierto, un m ar-fron­


tera en tre potencias navales, em pobrecido p or el corso que tenía lugar en los p e­
ríodos de debilidad m usulm ana, cuando la actividad m ilitar estaba im pedida. E ste
desarrollo tardío del M ed iterrán eo com o vía de tran sp o rte ha sido propiciado sin
duda por el agotam iento de los dos rivales, califas fátim íes preocupados por sus
problem as interiores y dispuestos a firm ar largas treguas con Bizancio, y e m p e ra­
dores m acedonios satisfechos de la reconquista de las m arcas sirias y preocupados
únicam ente en conservar su superioridad estratégica. No conocem os que hayan
in tentado interrum pir el com ercio a lo largo de las costas de la C irenaica a partir
de la C reta reconquistada, siendo sin em bargo esta vía especialm ente vulnerable.
P ero, señalem os tam bién q u e, en el d e sp ertar del M ed iterrán eo , Bizancio y el
Islam continúan constituyendo dos m undos a p a rte , raram en te unidos en expedi­
ciones económ icas; y su p u nto principal de contacto es T rebisonda, en la ruta de
A rm enia, com o lo atestigua Istajrí en 940: allí los m usulm anes van a com prar los
brocados y otros tejidos de origen griego.
La im portancia del nuevo com ercio m ed iterrán eo es considerable: en el siglo
xi se calcula que hay en F ustát una decena de navios p o r tem p o rad a, p rocedentes
de M azara y del O ccidente. C ada uno lleva de 400 a 500 pasajeros, es decir, ta n ­
tos o más que la caravana qu e, en ocasión del hadjdj, recorre paralelam en te la
ruta de Sidjilmása y Q ayraw án hasta F u stát, d o n d e se une con la m asa de peregri-
mos de La M eca. La escala siciliana y tunecina redistribuye, en prim er lugar, los
productos de un intercam bio interior e n tre las dos p artes del M editerráneo mu-)
sulm án: seda andalusí y siciliana, productos m ineros ibéricos, sobre todo cobre^
antim onio (el k u h l)y m ercurio y tam bién azafrán hispánico, plom o, papel de exce-V
lente calidad, algodón siciliano y tunecino a cam bio del lino de E gipto, que e s /
muy im portado a O ccidente y cuyo precio de producción (de 2,5 a 4 dinares por
cien libras) se duplica en el m ercado de F ustát y sube a una m edia e n tre 7 y 11
diñares, con m áxim os de 17,5, en Sicilia y en T únez. A estos productos se añaden'
la cerám ica egipcia, el aceite, el arroz, el vidrio y, p ro n to , incluso el vidrio roto
124 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

exportado a las vidrierías italianas que im itarán, con un retraso técnico considera­
ble, las producciones egipcias utilizando sus desechos. H ay que añadir tam bién
las especias y las drogas de E gipto, de Siria y, ev id en tem en te, los productos en
tránsito del Lejano O riente: F ustát com ercializa las sales am oniacales de W ádí
N atrdn , la gom a adragante del desierto, la nuez m oscada, la laca, el brasil y la
pim ienta sobre todo, cuyo precio se duplica o triplica e n tre F ustát y la escala si­
ciliana y tunecina, de 18 a 34 dinares y hasta 62 dinares p or 100 libras, m ientras
que T rípoli de Siria exporta el azúcar sirio, la m erm elada de rosas o las violetas
confitadas. T odos estos productos son, ya lo vem os, m ercancías caras y preciosas,
y las enorm es diferencias de precios cubren am pliam ente los riesgos del m ar y la
eventualidad de un m ercado bruscam ente satu rad o . N otarem os la ausencia de
productos de m asa, cereales, ganado. El im pulso del consum o «occidental» co n ­
tribuye sin em bargo a que la producción egipcia de azúcar y de papel adquiera
un carácter industrial: m ientras que el m odo norm al de producción artesanal si­
gue siendo el taller fam iliar o la asociación de varios m iem bros, la refinería es ya
un p o ten te organism o cuya inversión exige un m illar de diñares.
El desarrollo del com ercio am alfitano da una nueva dim ensión a este tráfico:
m ientras que en el siglo ix el sur de Italia, afectado por la expansión m ilitar m u­
sulm ana y em pobrecido, y tam bién ruralizado y poco consum idor, no parece que
haya tenido relaciones com erciales con Egipto ni con la Sicilia hostil, en el siglo
x se observa un desarrollo precoz de la C am pania; las roturaciones en la penínsu­
la am alfitana y la difusión de la m oneda de o ro m usulm ana, el tarín de o ro , un
cuarto de diñar, de poco peso .y de uso cóm odo, van a la p ar con la aventura
com ercial: en 871, prim er indicio, un am alfitano de Q ayraw án advierte al prínci­
pe de S alerno de un inm inente ataq u e aglabí; en 959, existía en F ustát un m erca­
do de «griegos»; en el viejo cen tro de B abilonia, y con el nom bre de «griegos»
(en árab e R ú m ) se denom ina a todos los cristianos ex tranjeros, y, sin em bargo,
los bizantinos no están presentes en E gipto. En 978, un prim er contacto confirm a
la presencia de un am alfitano en El C airo, y un texto de Yahya de A ntioquía
expone que el 5 de mayo de 996, después del incendio de la flota fátim í en el
M aks de El C airo, las tropas b ereb eres se precipitan sobre «los R ú m s am alfita-
nos», m atando a 160; el Dar M anak, la factoría italiana, es saqueada, la iglesia
m elkita y la iglesia nestoriana son incendiadas, 90.000 diñares de m ercancías p e r­
didas. D e este acontecim iento excepcional varios aspectos llam an la atención: la
confusión, espontánea, de la gente am alfitanos y bizantinos, que atribuye a los
prim eros un sabotaje del que eviden tem en te se benefician los segundos; la p re ­
sencia, que parece norm al, en F u stát, al sur de la ciudad califal de El C airo, en
el corazón de E gipto, pues, de m ercancías y de navios que no son fondeados en
los puertos m editerráneos y cuyo escaso tonelaje Ies perm ite atravesar el delta
(sin duda se trata, por o tra p arte , de crear cerca del palacio califal una factoría
forzosa para poder vigilar a los extranjeros y ejercitar un m onopolio de com pra
califal, y que es identificado a este D ár M anak, seguram ente el alm acén de los
O ccidentales); finalm ente, el desplazam iento hacia el este de las actividades co­
m erciales de los am alfitanos, que parecen masivas: 160 m uertos significan varias
tripulaciones a la vez. H ay que insistir en la precocidad de estos tráficos y en el
clasicismo de los intereses am alfitanos: especias y drogas a cam bio, seguram ente,
de productos de la agricultura intensiva que se pone en práctica en este m om ento
\ > Verdún •
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El comercio del Islam del siglo IX al X I


126 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

en la C am pania, avellanas, castañas y vino. Y se podría atribuir a la fam iliaridad


de los am alfitanos con la Sicilia y el T ú n ez fátim í su expansión hacia el este:
D jaw har, el conquistador de E gipto p ara los fátim íes, era un converso siciliano,
y la difusión del tarín en C am pania fue sim ultánea a una activa plantación de
viñas. La hipótesis de un com ercio de vinos, bien atestiguada en los siglos xm y
x iv , es adm isible, por o tra p arte. Los am alfitanos llevan a E gipto m adera lab ra­
da, quesos, m iel, vino y ya desde entonces algunos tejidos de valor (velos, b ro ca­
dos), quizás bizantinos. Y a son lo suficientem ente num erosos com o para qu e el
vocabulario italiano em piece a p en etra r en el árab e com ercial: desde 1030 «m ue­
lle» se dice isqála (del italiano scala) en F ustát, y, desde 1010, bala se dice barqa-
lu (del italiano barcalo). Los éxitos de los am alfitanos serán continuados en el
siglo xi por las expediciones de M auro y de su hijo P antaleo n e. R estau rarán hacia
1070 Santa-M aría-L atina de Jeru salén , cuyo hospital pasará a ser el H ospital de
San Ju an , hogar de la orden m ilitar que luchará contra el Islam hasta el últim o
soplo del espíritu de cruzada y de corso, en P alestina, en R odas, en M alta. Se
observa que el renacim iento de A lejandría es lento y tardío: la penetración de
los m ercaderes extranjeros hasta El C airo p rim ero y p osteriorm ente la co m p eten ­
cia de otros puertos en la desem bocadura del N ilo, D am ieta y T anis, lim itan su
desarrollo. Los fátim íes no restablecen la Casa de la M oneda hasta 1076 y A lejan ­
dría no volverá a ser escala obligada de los m ercaderes italianos hasta finales del
siglo x i i con Saladino.
E sta precoz y profunda ab ertu ra de E gipto al tráfico de los am alfitanos, testi­
gos del crecim iento de la E u ro p a cristiana y del aum en to de sus necesidades de
productos de lujo, se acom paña de una verdadera revolución com ercial a escala
del A ntiguo M undo, en la cual los fátim íes has sido, o se han hecho, los p ro tag o ­
nistas. Sin d uda, éstos han perseguido conscientem ente el m onopolio de las rutas
de O riente. Y a eran los am os de las rutas transaharianas: éstas se anim an en el
siglo ix y term inan en el siglo x constituyendo E stados africanos basados en el
tráfico de oro y de esclavos y en contacto con organism os com erciales y estatales
m usulm anes en el Sahel (reino de G ána y ciudad de A udagost, reino de K anem -
B ornú). Sin duda los fátim íes tam bién han in ten tad o apo derarse de las rutas co­
m erciales de O rien te, del m ercado eritre o y del m ercado del n orte de Siria, reac­
tivado por los ham dáníes. A u n q u e este aspecto es m ás dudoso y aunque un o b je­
tivo exclusivam ente m ercantil evidentem ente no es más que una p arte de la com ­
pleja política de la dinastía, algo sí es seguro: el desvío del tráfico com ercial, d e ­
cisivo y definitivo, del océano índico hacia E gipto, la reactivación del m ar R ojo
y el abandono del golfo Pérsico.

La ruta de las Indias

El cam bio de rutas se efectúa en dos tiem pos: ya en 870, los zandjs sublevados
han cortado la ruta de las especias y de la teca en tre B asora y W ásit, y en el siglo
x la decadencia relativa de Ira q , determ in ad a p or la ruina de B asora y p or las
grandes insurrecciones q árm atas, implica la dism inución del tráfico com ercial en
la costa del Fars; allí, el p u erto de Siráf abastece la m etrópoli de Shiráz, m ientras
que O rm uz trabaja con el K irw an y el Sistán. Las excavaciones recientes han re ­
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 127

velado que éste es el m om ento de p ro sp erid ad de Siráf. P ero la inseguridad crece


en el golfo, donde los qárm atas han instalado un E stad o p irata em B ahrayn; Siráf
tiene que ro dearse de vastas fortificaciones y p ro n to se producirá una brusca d e ­
cadencia; alrededor del año 1000 sus h ab itan tes ab an d o n an la ciudad y van a la
isla de Q ays, y m uchos de sus m ercaderes trasladan su actividad a la nueva capital
com ercial de A d en , dinám ica ya a finales del siglo x: así lo hará el «millonario»
R am isht, m uerto en 1140, que cubrirá la K acba de sedas chinas com o sím bolo de
su triunfo com ercial. Las salidas com erciales del golfo eran inm ensas, p ero se b a­
saban en la prosperidad frágil de las m etrópolis cabbásíes y de las capitales emi-
rales, m ientras que el estím ulo al consum o que circula p or Egipto se añade a las
necesidades de la nueva capital califal, d eterm in an d o un crecim iento co nstante y
acaparando los productos de la India, del Á frica O riental y de la C hina. Por otra
p arte, la misma crisis afecta a las rutas «sám áníes» de la E u ro p a del E ste y de
las estepas rusas: en los tesoros del siglo xi las acuñaciones más tardías son de
1002, 1013 y 1014. E ste es el indicio de la desorganización del com ercio de pieles
con destino a Sam arcanda y a B ujára, sin duda debido a la presión turca sobre
la T ransoxiana y el Jw árizm , quizás tam bién p orque el nuevo centro político, fa­
bulosam ente rico, de Irán está ah o ra en G azn a, en las fronteras de la India, y
porque el área sám ání d u ran te m edio siglo será sólo un g obernorado periférico,
que ya no recurrirá a los productos de la taiga. P ero, según los indicios o n o m ás­
ticos, ya en 970, N ishápür y el Ju rásán habían reducido sus relaciones a larga
distancia y sería posible relacionar esta decadencia precoz con la anim ación de
las estepas turcas.
H em os descrito el desarrollo de la ru ta egipcia de las especias a p artir de la
docum entación de los tradicionalistas que coincide con la de la G enizá: entre
A dén, alm acén de la pim ienta, canela, jen g ib re, clavo, alcanfor, y el A lto E gipto,
un enlace por cA ydháb, fond ead ero m ediocre, y el W ádi cA lláki de los buscado­
res de o ro, después A suán, un cam ino peligroso expuesto a los asaltos de las tri­
bus budja, luego una ruta cA ydháb-A súan p or el borde del m ar, finalm ente la
reactivación del puerto de B erenike y la adopción hacia 1060-1070 de un trayecto
corto que lleva las caravanas a Q ift (la antigua C optos) y desem boca en el N ilo,
al n o rte, cerca de Q üs, m etrópoli del A lto E gipto. A partir de aquí los productos
en tránsito son transportad o s tran q u ilam en te p o r el río y en grandes barcas (cus-
háris) hasta Fustát: si los m ercaderes siguen así, subiendo hacia el n o rte, un tra ­
yecto difícil en un m ar R ojo infestado de piratas, evitan los num erosos p untos de
conflicto en tre A suán y L uxor, una zona peligrosa asolada por los grupos tribales
árabes, Qaysíes del extrem o sur, Y em eníes de S a^d, y am enazada por las incur­
siones de los budja. M ás tard e, hacia 1360, la ap ertu ra del puerto de Q usayr aco r­
tará aún más el trayecto por vía terrestre antes de d ar la ventaja decisiva a la
península del Sinaí y al cam ino de Suez a El C airo.
G randes alm acenes a cielo ab ierto jalonan la ruta egipcia hacia A dén y algu­
nos m ercaderes se reúnen en A jm ln, en Q ús, en D ahlak. Y en la ruta de la India
se establece una vasta com unidad cuya com ponente judía y sus técnicas com ercia­
les conocem os bien gracias a los docum entos de la G enizá: éste es el principio
del gran com ercio karim í, que culm inará con los m am elucos, pero entonces el
m ar R ojo estará reservado al m onopolio de los m ercaderes m usulm anes. Con los
fátim íes, que protegen con atención el tráfico naval y constituyen una flota en el
128 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

m ar R ojo, una com unidad m ercantil une a m usulm anes, judíos, cristianos e hin­
dúes en la gestión de un com ercio m asivo. Se p uede estim ar el peso tran sp o rtad o
en 3.000 balas de especias y de m ercancías preciosas. D esde el siglo xi se consti­
tuyen enorm es fortunas, las de los patro n es de navios, los nakhúdas, las de los
m ercaderes: en el siglo xm se valorará la fortuna de uno de ellos en un millón
de diñares, en tre 30 y 100 veces m ás de lo que disponía un m ercader cairota, y
en la época de los prim eros m am elucos se co n tará con 200 m ercaderes fluviales,
cada uno con sus esclavos-factores itinerantes, m ientras que un ra3is dirige, o m e­
jo r preside; una «corporación» inform al basada en los lazos de parentesco que
unen a los grandes m ercaderes.
Sin em bargo, el com ercio egipcio con la India no es un sum idero de d inero y
de m etales preciosos: E gipto ha sabido m ultiplicar y diversificar sus exp o rtacio ­
nes, sedas, tejidos de lino y productos quím icos (álcali, sales am oniacales); reex ­
porta por el m ar R ojo las telas «rusas», los m etales (cobre hispánico, plom o), la
vajilla de plata y el coral siciliano trabajado. Im porta de la India m adera de brasil
para el tinte, pim ienta, alm izcle, laca, que paga con m ercancías en un 90 por 100
sólo y el resto en oro, según los balances de operaciones realizados en 1097-1098.
D e esto se puede deducir que la balanza com ercial no es tan favorable para E gip­
to, aun cuando las autoridades tenían preocupaciones totalm en te opuestas a las
concepciones m ercantilistas y que les interesaba sobre todo favorecer el abasteci­
m iento de la capital. En realidad, la tasación fátim í no fom enta la exportación:
pone una sobretasa a los excedentes en relación al valor de las m ercancías im por­
tadas, com o lo dem uestra el M inhádj de M ajzúm , tratad o fiscal ayyúbí, que u ti­
liza docum entación fátim í. Im pone al tráfico com ercial una fiscalidad e x trem ad a­
m ente gravosa - 2 0 y 30 p o r 100 ad valorem — que no desanim a sin em bargo a
los m ercaderes, prueba de la necesidad incoercible de productos de lujo; tam bién
va acom pañada de un m onopolio de venta del alum bre egipcio a los occidentales
que adquirirá m ayor im portancia a p artir del siglo x i i .

Las fo rm a s y los fo n d o s

La reanim ación del tráfico m ed iterrán eo estab a, p o r o tra p arte, favorecida


por el d esp ertar económ ico de Siria y P alestina; ya en 969 el tratad o en tre Bizan-
cio y los habitantes de A lep o , de nuevo bajo p ro tecto rad o griego, preveía la re ­
caudación de un diezm o sobre las m ercancías p rocedentes del país de los griegos.
H acia 990, las revueltas u rbanas, particularm ente en T iro, son indicio de una n u e­
va vida, seguram ente del enriquecim iento de un «patriciado» am bicioso. H acia
1030-1040 la G enizá confirm a la presencia de num erosos m ercaderes «occidenta­
les» (¿judíos de al-A ndalus y del M agrib?) en T iro , Saydá o T rípoli; tam bién ates­
tigua el renacim iento de la actividad m arítim a en estos p u erto s, así com o en As-
calón, A cre, L atakia (L ádhiqiyya), y las relaciones que p ro n to ten d rán lugar con
C hipre, A ntalya e incluso con Salónica. Las largas treguas y el p ro tecto rad o bi­
zantino sobre A lepo, la proxim idad de A ntioquía y la autonom ía de T rípoli, ad ­
m inistrada de 1070 a 1109 por una fam ilia de cadíes, los B anu cA m m ár, una es­
pecie de «señorío m ercantil» y fam iliar, han perm itido esta ap ertu ra hacia Bizan-
cio y tam bién hacia O ccidente en general: en 1047 Nasir-i Jusraw describe T ríp o ­
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 129

li, los jánes de los m ercaderes y el p u erto , d o n d e van y vienen navios de K úm


(¿B izancio y/o A nialfi?), de la Sicilia m usulm ana y del país de los francos (segu­
ram ente Italia del N orte). Sin em bargo, no hay que atrib u ir este d esp ertar de
Siria al tráfico procedente del golfo; el som brío cuadro que se ha podido trazar
de antes de la llegada de los seldjúqíes e incluso de la segunda m itad del siglo xi
excluye que Siria haya vuelto a ser el em porium del com ercio de la India com o
lo fue bajo el Im perio R om ano.
En cam bio, es el desarrollo de una nueva agricultura, sobre todo de azúcar,
en la llanura de Trípoli y en las franjas de regadío litorales, lo que sum inistra las
m ercancías em barcadas. Los cargam entos expedidos en 1039 desde Trípoli a
M ahdiya, T únez, por el m ercader Jacob A bú-l-F aradj, contienen m erm elada de
rosas, laca, m antos de algodón, gom a ad rag an te, y otras expediciones llevan al­
m áciga, violetas confitadas y azúcar.
El nuevo im pulso dado al com ercio gracias a la reap ertu ra del istm o egipcio
da una m ayor relevancia a las m inorías religiosas: éstas han participado siem pre
en los intercam bios, al m enos las com unidades ecum énicas, los m elkíes, los nes-
torianos sobre todo, y los judíos de las dos obediencias rabinitas; los tráficos se
am oldan fácilm ente a las relaciones a larga distancia que perm iten o im ponen la
com unión, la com unidad educativa y la preocupación de conservarlas (especial­
m ente entre los rabinitas de Iraq y P alestina que m antienen A cadem ias en todas
partes) o incluso la centralización jurisdiccional. El m odelo fam iliar judío conjuga
la endogam ia local y de linaje con la búsqueda de alianzas prestigiosas y lejanas.
El m odelo intelectual insiste en la necesidad de errar por el m undo para ten er
una m ejor form ación y valora la b úsqueda itineran te y el peregrinaje; am bos ad e­
más concuerdan bien con las necesidades técnicas de una estructura com ercial b a ­
sada en las relaciones fam iliares o de conocidos de toda confianza y que identifica
sociedad com ercial y linaje, o bien que ad o p ta de buen grado, en las relaciones
en tre p atronos y em pleados, el m ism o estilo del aprendizaje y la educación. En
Fustát encontram os al poderoso grupo fam iliar de los Banu T áh artí, de origen
m agribí (de T iare t), los hijos de B arhún, y asim ism o los de T ustarí, tam bién ju ­
díos pero originarios del A hw áz, que pasan del com ercio a la adm inistración de
los bienes privados de las princesas fátim íes.
Sin em bargo, es un e rro r de estim ación pensar que los judíos m onopolizaban
el gran com ercio den tro del espacio de la G enizá. El mismo e rro r ha llevado a
sobrevalorar a los fam osos «banqueros» judíos del A hw áz, Y úsuf ibn Fincas y
H árun ibn cIm rán, depositarios del visir Ibn al-F urát; se les ha considerado pio n e­
ros de la gran banca, cuando su función era en realidad la de arren d atario s (djah-
badhs) del cam bio m anual de los recau d ad o res generales, con posibilidades de
hacer grandes inversiones, seg u ram en te, pero afectados por la indignidad del d es­
precio que implica una función su b altern a. En El C airo, o m ejor en F ustát, la
intervención de las m inorías en la actividad com ercial es lim itada. E n tre sus filas
se encuentran algunos de los grandes m ercad eres, com o Ibn A wkal (en activo de
1000 a 1038) y N ahray ibn Nissim, de Q ayraw án, pero la m ayor p arte de sus co­
m erciantes son pobres desgraciados, co rred o res, «pies polvorientos». Los ritos re ­
ligiosos de los judíos constituyen un grave obstáculo a los viajes largos (descanso
del Sabbat y prohibiciones alim entarias); un límite se im pone tam bién de un
m odo natural: las m inorías no poseen navios, al m enos en el M editerráneo (en
130 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

el siglo x iii algunos judíos los co m prarán en el o céano índico) y los desplazam ien­
tos de los cristianos son vigilados, así com o los de los italianos, al m enos en las
rutas de E tiopía, y les está prohibido, sin d u d a, al igual que a los cristianos de
O ccidente, pasar por el m ar R ojo. Por o tra p arte la fiscalidad fátim í deja de hacer
distinciones en tre los m ercaderes m usulm anes y los dhim m íes al p oner los im ­
puestos sobre las m ercancías: si los fátim íes no se preocupan expresam ente de
garantizar a los m usulm anes una hegem onía com ercial es p o rq u e sin duda el eq u i­
librio está aún a su favor. Incluso som etidos al diezm o hubieran estado m enos
gravosam ente afectados.
Las estructuras del m undo com ercial adquieren m ayor com plejidad a m edida
que se desarrollan los tráficos com erciales: ya no son simples expediciones de
com pra, ahora hay que articular los m últiples com ercios, adm inistrar a distancia
y cubrir los intervalos de las ausencias. Las «Bolsas» se m ultiplican: en Fustát
son alm acenes («Casas» del algodón, de la seda, del azúcar, del arroz, etc.) en
los que se dispone de un espacio para las ventas públicas, el «Círculo». Los p ro ­
curadores que representan a los m ercaderes y adm inistran sus stocks adquieren
una función oficial de depositarios ju rad o s y de árb itro s de los intercam bios. D e
simples representantes pasan a ser m agistrados que cobran una com isión y que
asum en, tam bién, las funciones de arren d atario s de im puestos; su dár al-wakála
(la oquelle = delegación, de las Escalas de L evante) sirve todavía de Bolsa y de
lugar oficial donde levanta actas el n o tario; los grandes puertos cuentan con va­
rios de estos notarios y varios procuradores. Los p u erto s sirven de domicilio pos­
tal y de centro de la actividad m ercantil. A sí, en A d én , desde finales del siglo xi
hasta finales del x ii, la familia judía de H asan ibn B undar es quien d ete n ta la
oquelle a donde acuden los m ercaderes judíos de la ru ta de las Indias. Su casa es
p arada obligada y su influencia es hasta tal p u n to evidente que el hijo de H asan
será a p artir de 1150 el nagidy jefe oficial de la com unidad de judíos del Y em en.
La reanudación de las relaciones com erciales de un extrem o al o tro del M edi­
terrán eo , al mismo tiem po que el desarrollo de las ciudades y la abundancia de
o ro , perm iten considerar, con razón, las últim as décadas del siglo x y las prim eras
del xi com o el «gran siglo» m usulm án. Pero sin la expansión sim ultánea del Islam
O ccidental, estos cien años de om nipotencia no hubieran podido brillar con tal
resplandor. Por lo tanto , ahora hay que volver a tom ar el cam ino del O ccidente,
en un sentido inverso del que habían seguido los fátim íes, y buscar allí las carac­
terísticas y los m otivos de este éxito.

El e s p l e n d o r d e a l -A n d a l u s

Se tiende a considerar que el siglo x de nuestra era corresponde, en el O cci­


dente m usulm án, a una época de apogeo político en la que los dos califas rivales
de Q ayraw án y de C órdoba suplantan con escándalo un califato cabbásí o riental
decadente. El establecim iento del régim en fátim í en Ifríqiya corresponde a una
alteración del equilibrio político del M agrib, con la destrucción del em irato de
T áh art y los esfuerzos —finalm ente infructuosos— de los califas shH es de Q ay ra­
wán p ara extender su dom ino al M agrib occidental. La proclam ación de califato
en C órdoba corresponde a una restauración de la auto rid ad del p oder central
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 131

om eya sobre el conjunto del territo rio andalusí, tras una larga crisis política que
agita a al-A ndalus en las últim as décadas del siglo ix y a principios del siglo x,
y a la necesidad del em ir cA bd al-R ahm án 111 de d o tarse, m ediante el título cali­
fal, de un prestigio igual al de los califas fátim íes de nuevo establecidos en Q ay ­
raw án (910). La propag an d a sh N podía provocar en al-A ndalus m ovim ientos p e ­
ligrosos para el régim en om eya, com o ya se había visto a principios de siglo (901)
en un curioso episodio, que en sus prim eras fases había p resentado so rp ren d en tes
analogías con la aventura de cU bayd A lláh e n tre los kutám a. U n agitador p olíti­
co-religioso del mism o género había arrastrad o entonces a las tribus bereberes
del centro de la península a una gran expedición de g uerra santa contra la ciudad
cristiana de Z am ora, en la fro n tera del reino de León. La aventura concluyó con
un lam entable fracaso p o r la retirad a de los jefes b ereb eres quienes, habiéndole
seguido prim ero, em pezaron a tem er por su au to rid ad , pero hubiera podido d e ­
sem bocar en un m ovim iento político hostil al régim en.

A l-A ndalus se abre

E/^929)fel em ir cA bd al-R ahm án IH se proclam a califa. D os años antes, ap ro ­


vechando las dificultades de los fátim íes de Q ayraw án en el M agrib central y en
el M agrib extrem o, ya había ocupado la ciudad de M elilla, en el extrem o o riental
del litoral rifeño. En 931 una flota om eya conseguía conquistar C euta. Poco tiem ­
po después el más poderoso jefe tribal b ere b e r de estas regiones, M úsá ibn A bí
í-_cÁ fiya, que hasta entonces había apoyado a los fátim íes, se alia con los Ó rneyas.
La m ayor parte del M agrib occidental tendía a convertirse desdé entonces en una
especie de «protectorado» del califa de C ó rd o b a, donde sin em bargo la influencia
y las posiciones orneyas tuvieron que ser defendidas paso a paso d u ran te todo el
siglo de los ataques fátim íes y ziríes. El conflicto se extendió por las regiones
m arítim as. En 995, una escuadra siciliana ataca el p u erto de A lm ería, d estru y en ­
do una parte de la im portante flota de guerra que tenía allí la base. En represalia,
al año siguiente una flota om eya atacó las costas de Ifriqiya, saqueando Marsá-1-
Jaraz (‘La C alle’) y devastando los alred ed o res de Susa y de T ab ark a. A dem ás
de la de A lm ería, la flota cordobesa disponía entonces de o tra base im p o rtan te,
dotada de un arsenal (cuya inscripción de fundación, fechada en 944-945, ha sido
conservada), en T o rto sa, y escalas en las B aleares, donde se sabe que residía un
cám il (gobernador) om eya desde 929 al m enos, y a d onde C órdoba envía un cadí
por prim era vez en 937. El muy im p o rtan te texto del volum en V del M uqtabas
de Ibn H ayyán nos aporta precisiones capitales sobre la política m ed iterrán ea del
califato om eya hacia m ediados de siglo, m encionando varios tratados, firm ados
en 940 por el gobierno de C órdoba con varios príncipes cristianos de la E u ro p a
m editerránea, en tre ellos el conde de B arcelona y, pro b ab lem en te, el rey de Ita ­
lia H ugo de Provenza ( U ndjuh).
Según la mism a fuente, este U ndjuh h abría enviado a C órdoba una em bajada
p ara pedir seguridad para los com erciantes de su país en los viajes hacia a l-A n d a­
lus. El tratad o que les concedía las garantías solicitadas fue com unicado «al co­
m andante de Fraxinetum y a los go b ern ad o res de las B aleares y de los puertos
costeros de al-A ndalus». En esta época, pues, la colonia sarracena de Provenza,
132 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

O M E Y A S DE A L-A N D A LU S

__ . _ . ...... ‘Abd al-Rahmán 1


756 788
|
Mishám 1
788-796
Al-Hakam 1
796-822
|
eAbd al-Rahmán II
822-852
|
Muhammad 1
852 886
1
------------L ---------------- ,
Al-Mundhir eAbd ANáh
886-888 888-912
I
I
Muhammad
l
eAbd al-Rahmán III
919-961
Califa en 929
1
Al-Hakam II
961-976
Califa
ii
Híshám II
976-1009
Califa

Los Omeyas en al-Andalus

que d u rante m ucho tiem po parece ser que se desarrolló de una m anera to talm en ­
te autó nom a, había pasado bajo el control om eya. Estos tratad o s tuvieron un
efecto inm ediato, puesto que en 942 m ercaderes am alfitanos fueron a com erciar
por prim era vez a C órdoba. En el mism o año, una em bajada sarda solicitaba,
tam bién, al califa un tratad o de paz. En esta época se m ultiplican los signos de
una reanim ación de las relaciones a larga distancia en la cuenca occidental del
M editerráneo, a partir de centros que han em pezado a desarrollarse desde finales
del siglo precedente en las costas m usulm anas. El principal de ellos es el conjunto
urbano constituido por las dos localidades de Pechina (Badjdjána) y A lm ería, en
el extrem o sureste de la península. La ciudad de Pechina había sido fundada en
884 por m arineros andalusíes de la costa oriental en busca de escalas seguras para
el com ercio que efectuaban con la costa de la A rgelia actual. La ciudad se d esa­
rrolló rápidam ente com o una especie de pequeña república independiente d u ra n ­
te la época de anarquía de finales del siglo ix y principios del x, y cuando la
autoridad om eya fue restablecida en 922 constituía ya un centro com ercial y cul­
tural im portante. cA bd al-R ahm án 111 hizo de ella la principal base de su flota
de guerra, y a partir de 955 em prendió considerables trabajos de acondiciona­
m iento del p uerto de A l-M ariyya, situado a pocos kilóm etros del núcleo u rbano
inicial que se había desarrollado un poco más al in terio r, a orillas del río A nda-
rax. La nueva creación urbana adquirió rápidam ente mucha m ayor im portancia
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 133

que Pechina, que desde finales de siglo volvió a ser una m odesta aldea, m ientras
que A lm ería se convertía en el p u erto m ás activo y en una de las m ás Im portantes
ciudades de la península.
Se poseen pocas inform aciones precisas sobre las bases económ icas del d esa­
rrollo de Pechina-A lm ería. A l-R ází, que escribió poco antes de la m itad del siglo
x, habla de construcciones navales y de fabricación de tejidos de seda y de b ro ca­
dos. Pero cabría p regun tarse si uno de los principales factores de la prosperidad
de la ciudad no fue desde un principio el com ercio de esclavos capturados por
los piratas en las costas cristianas. Los geógrafos orientales del siglo x m encionan,
en efecto, a los esclavos blancos (saqálibá) com o uno de los principales artículos
de exportación andalusí, y uno de ellos, al d ar precisiones sobre los m étodos de
castración de la que eran víctim a algunos de los esclavos, indica que la operación
era practicada por com erciantes judíos en una localidad próxim a a Pechina. En
este caso se tratab a de esclavos im portados por tierra desde los países francos,
pero es probable que Pechina, ten ien d o en cuenta su situación geográfica, co n ­
centrase tam bién el producto de las correrías sarracenas por la cuenca del M edi­
terrán eo occidental. En la mism a época, las relaciones de T ortosa con el m undo
franco son testim onio de algunos hechos, e n tre ellos el viaje a E u ro p a occidental
del m ercader judío de esta ciudad, Ibráhim ibn Yacqúb, en 965, que d ará lugar
a un relato escrito. Al mismo tiem po que se desarrollaba Pechina, otras «facto­
rías» o escalas aparecen en la costa del M agrib, fundadas tam bién por m ercaderes
andalusíes, com o T enés (875) y O rán (910). A los largo de la ruta m arítim a que
va de al-A ndalus a Ifriqiya, el com ercio andalusí anim a puertos nuevos en el siglo
x, com o éstos que acaban de ser m encionados, o tam bién aldeas existentes ya
an teriorm ente pero que no eran conocidas, com o T ab ark a.

El m ar sarraceno

A sí pues, parece ser que a p artir de los últim os años del siglo ix y a lo largo
del siglo x se reanim a la circulación m arítim a a larga distancia en el M editerráneo
occidental. Paralelam ente, este m ar, que había estado d uran te un siglo y m edio
prácticam ente abandonad o a las em presas anárquicas de los p iratas, vuelve a ser
un espacio controlado política y m ilitarm ente p or flotas oficiales, om eyas o fáti­
míes. Sin duda estos dos hechos están relacionados: los poderes establecidos en
las grandes capitales políticas no podían suprim ir de un día al o tro estas incursio­
nes lanzadas desde sus costas, qu e se situaban en el m arco de una guerra santa
legítima y que sin duda tam bién ap o rtab an ingresos al T esoro público; pero es
muy probable que a partir del m om ento en que habían alcanzado una cierta talla
internacional ya no podían sentirse satisfechos del desarrollo de actividades in­
controladas de este tipo. Q uizás sea significativo el que la base sarracena de Fra-
xinetum , que es controlad a políticam ente por C órdoba desde antes de m ediados
del siglo x, com o acabam os de ver, desaparezca precisam ente en el m om ento del
apogeo del califato om eya, alred ed o r de 970, sin qu e, según p arece, éste no haya
hecho nada por prolongar su existencia.
La potencia m arítim a de los fátim íes, p o r su p arte , fue tam bién considerable.
Es verdad que heredaron una flota im p o rtan te creada por los aglabíes, el control
134 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

de Sicilia y unas relaciones tradicionales m antenidas d u ran te toda la A lta E d ad


M edia en el M editerrán eo central. P ero , en la época de los fátim íes, Ifriqiya se
convierte por un tiem po en el «eje» del com ercio m ed iterrán eo . Sin duda, M ah-
diyya, fundada en 916 p o r el prim er califa fátim í, que quería hacer de ella su
nueva capital, desem peñó un papel m ilitar y no suplantó a Q ayraw án —a la cual
fue asociada la ciudad principesca de M ansúriyya a p artir de m ediados del si­
g lo —, pero la elección de un em plazam iento costero p ara la prim era capital de
los fátim íes no carece de interés. Significativo tam bién de la intensificación de las
relaciones en el m ar es el proyecto previsto por el califa M u^zz, antes de su p a r­
tida hacia E gipto, de un gran canal que habría unido M ansúriyya a la costa. E ste
proyecto fue reconsiderado, pero ya sin continuación, tres cuartos de siglo más
tard e, en la época zirí. La «fundación» de A rgel p or el jefe b eréb er Buluggtn ibn
Z írí, hacia 960, debe co rresp o n d er tam bién a una anim ación creciente de las lo­
calidades situadas en la costa del M agrib central o en las proxim idades, en rela­
ción con el com ercio de los andalusíes. A lo largo del siglo x y a principios del
siglo xi se desarrollan a la vez las rutas que unen las ciudades del interior del
M agrib con la costa, las relaciones en tre los puertos situados a lo largo de ésta y
las ciudades del litoral andalusí y, p erpendicularm ente al eje de estos itinerarios
m eridianos, la gran vía m arítim a que une H ispania e Ifriqiya.
La constitución, en la segunda década del siglo xi, de los pequeños reinos de
taifas de T o rto sa, V alencia, D en ia, M urcia, A lm ería, en la costa oriental de la
península, no es sólo consecuencia de un hecho político negativo (la desaparición
del califato de C órdob a); se corresponde tam bién con un desarrollo previo de
centros u rb anos,im portan tes, susceptibles de constituir capitales políticas, en una
región en la que hasta el siglo x vegetaban insignificantes aldeas. C arecem os de
fuentes para establecer con precisión la im portancia de los factores económ icos
y políticos en el desarrollo urb an o de cada una de estas ciudades, pero global­
m ente parece ser que la anim ación económ ica precedió a la prom oción de la ciu­
dad com o centro político. D en ia, por ejem plo, no aparece en las fuentes árabes
antes del texto geográfico de A l-R ázl, que, a m ediados del siglo x, se lim ita a
m encionar la ciudad com o un «buen puerto». H acia 1011, cuando la anarquía
política hacía estragos en C órdoba y paralizaba el p o d er central, un oficial escla­
vón se estableció allí y constituyó un poder indep en d ien te. U tilizando sin p ro b le­
m as los m edios navales con que contaba uno de los puertos que habían servido
de base de la piratería sarracena de épocas p reced en tes, y en el que se habían
em pezado a desarrollar actividades m arítim as m ás pacíficas, extiende ráp id am en ­
te su autoridad sobre las B aleares e intenta incluso, en 1015, apoderarse de C er-
deña, de donde es expulsado por los genoveses y los písanos. E ste M udjáhid al-
cA m irí fue uno de los m ás destacables reyes de las taifas andalusíes del siglo xi.
Practica un m ecenazgo ilustrado, fundando en su capital una escuela de lectura
coránica que goza de un gran ren o m b re en todo el m undo m usulm án de la época,
y atrayendo a su alreded o r a letrados de diversas especialidades. Los docum entos
de la G enizá de El C airo m uestran qu e D enia era entonces, con A lm ería y Sevi­
lla, uno de los principales p u erto s de la península, directam ente unido con E gipto
por tráficos m arítim os. P or o tra p arte, los soberanos de D enia tienen relaciones
diplom áticas continuas con los condes de B arcelona, ciudad en la que las princi­
pales m onedas de oro m usulm anas que circulan, en la prim era m itad de siglo xi,
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO
135

son los dinares del principado ham m údí de C euta-M álaga y los de los cámiríes de
D enia.
En los siglos x y xi tam bién se desarrollan dos centros políticos y económ icos
insulares de diferente im portancia, p ero cuyo auge es igualm ente revelador de la
nueva vitalidad del espacio m ed iterrán eo occidental: M adína M ayúrqa (Palm a de
M allorca) y Palerm o. Integradas en el m undo m usulm án a principios del siglo x,
las islas B aleares parece que en un p rim er m om ento sirvieron sobre todo de base
para las actividades de p iratería con tra las costas cristianas. Sin em bargo, la mis­
ma fuente que n arra la conquista de las islas indica tam bién que los co nquistado­
res construyeron inm ediatam ente m ezquitas, alhóndigas (fundúqs) y baños, es d e­
cir, en una zona hasta entonces to talm en te d esurbanizada, los elem entos funda­
m entales que estructuran la vida religiosa, económ ica y social de cualquier centro
urbano m usulm án. O tro indicio del rápido desarrollo urbano de la nueva capital
de las «islas orientales» es el notable auge que tuvo la vida intelectual. D esde el
siglo x, doctores en ciencias jurídicas m allorquines, los fu q a h á 3, aparecen en las
colecciones biobibliográficas de sabios. En la segunda década del siglo xi, M adína
M ayúrca es la sede de una sonora controversia e n tre dos de los intelectuales an-
dalusíes más fam osos de la época, Ibn H azm y A l-Bádjí. Se ha destacado, con
razón, el hecho, significativo por el nivel cultural elevado del m edio insular, de
que esta polém ica se d esarrollara en público. C onstituidas en E stado in d ep en ­
diente entre 1070 y 1080, las B aleares son en 1114-1115 el objetivo de una «cru­
zada» de písanos y catalanes que term ina con el saqueo de la capital. Los b arce­
loneses deseaban sobre todo d ar un golpe decisivo a un foco m olesto de piratería,
p ero para los pisanos se tratab a principalm ente de d ebilitar o destru ir un com pe­
tidor com ercial. Se sabe que la potencia m allorquína renació algunas décadas más
tard e, en la época de la dinastía indep en d ien te de los alm orávides B anü G ániya,
en la segunda m itad del siglo xn.
En cuanto al desarrollo considerable de P alerm o, éste había com enzado con
la incorporación de Sicilia al m undo m usulm án por la conquista llevada a cabo
por los aglabíes en el siglo ix. C apital de una provincia dep en d ien te de Q ayra-
w án, la ciudad se afirm ó com o capital adm inistrativa y m ilitar al mismo tiem po
que se desarrollaba com o escala casi obligatoria de las relaciones tradicionales
que unían Sicilia con Ifriqiyá p or una p arte, y, por o tra , con las ciudades co m er­
ciales de la Italia m eridional. En la época fátim í, Sicilia tiende a ad quirir una
autonom ía creciente con la dinastía de los g o b ernadores kalbíes, independientes
de hecho tras la partida de los califas de Q ayraw án hacia El C airo en 973. La
descripción detallada de Palerm o a m ediados del siglo x , que debem os al geógra­
fo Ibn H aw qal, nos presenta una de las m ayores ciudades del O ccidente m usul­
m án, con zocos anim ados p or una intensa actividad artesanal y com ercial. Los
docum entos de la G enizá, ya lo hem os visto, destacan por su parte la im portancia
de los tráficos que en la prim era m itad del siglo xi unen la capital de Sicilia no
sólo a los países cristianos y al M agrib, sino tam bién a al-A ndalus y a Egipto.
E n tre los productos cuyo com ercio centraliza P alerm o y que aparecen en las car­
tas de la G enizá, se pueden citar las im portaciones de alheña, añil, pim ienta, lino
de E gipto, m ientras que las alm endras, el algodón, las pieles y sobre todo la seda
son exportados a Ifriqiyá, E gipto y al O rien te M edio en general. Sicilia p or otra
parte envía cantidades muy im p o rtan tes de trigo Q ayraw án, M ahdiyya y a los
136 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

centros urbanos de la actual T únez. Sin duda algunos p uertos secundarios, com o
M azara en la costa m eridional, más orien tad o hacia Ifrlqiya, tienen una cierta
actividad; pero es característico apreciar que del mism o m odo que la actual Palm a
era entonces llam ada M adina M ayúrqa, es decir, «la ciudad» por excelencia de
las «islas orientales», en un territo rio insular de otras dim ensiones, la ciudad de
Palerm o absorbe prácticam ente toda la actividad económ ica de la isla p o rque ella
es la capital; así, en las cartas de la G enizá el térm ino de Siqilliya designa a la
mism a P alerm o, que eclipsa totalm en te la vieja capital bizantina de Siracusa, muy
raram ente m encionada.

Un m u n d o rural activo y com unitario

La historia económ ica y social del O ccidente rural m usulm án se reduce casi a
listas de producciones obtenidas de geógrafos árabes, surtidas de vagas considera­
ciones sobre la «prosperidad» de tal o cual región. Sin duda es útil saber que se
producía aceite en cantidad en la región de Sevilla, trigo en la de Bádja (Ifriqiya),
algodón en el Sus, y que la especialización de tal o cual región se integraba en
una red general de intercam bios en tre ciudades y cam po, pero nos gustaría p oder
ir más allá de la constitución de simples catálogos para conocer la situación de
los productores rurales y hacernos una idea de la p ropiedad del suelo. Lo que se
sabe de la agronom ía andalusí en el siglo xi dem uestra eljlest.asable jnLY-el alcan­
zado en los m étodos de cultivo de. la p arte .m u su lm a n a de la-península, tan to en
lo que respecta al sector de regadío com o a la agricultura de secano. E stas técni­
cas no eran radicalm ente innovadoras con relación a la tradicjón-raatigua, pero sí
sacaban un m ejor partido de éstax enriqueciéndola con la experiencia y racionali­
zándola. Por otra parte integraban toda una aportación orien tal, en particular en
lo que se refiere a la utilización del agua, y o b ten ían , intensificando las labores
de cultivo, el rendim iento m áxim o al que se podía llegar en el m arco de una agri­
cultura tradicional en el m edio m editerrán eo . A penas es posible avanzar más en
el estudio de las técnicas, pero nos quedam os sin saber lo concerniente a la ex ten ­
sión espacial relativa del sector sobre el que se aplicaban los preceptos de los
agrónom os sevillanos o toledanos. E sta agricultura intensiva era p robablem ente
la que se tendía a practicar en las h uertas periurbanas y en las grandes p ro p ied a­
des de la aristocracia; pero ¿qué pasaba en otras partes y, sobre todo, a quién
pertenecía la tierra y cuál era la condición socioeconóm ica de los que la cultiva­
ban?
Por lo que se refiere a al-A ndalus, la m ayor p arte de los autores adm iten im ­
plícita o explícitam ente la prepo n d eran cia de la gran propiedad y de la p equeña
explotación. En la época de la conquista se habrían constituido grandes dom inios
pertenecientes al E stado y a los cuadros árabes, subsistiendo un im portante sector
de propiedad aristocrática indígena. Y a en la época visigótica las tierras habían
sido explotadas principalm ente p o r aparceros cuya condición estaba cerca de la
servidum bre, y este m odo de explotación se m antendría en conjunto, sin cam bios
bruscos, en los dom inios territoriales hispanom usulm anes. Al estudiar la sociedad
de la época califal, L évi-Proven 9al escribe, por ejem plo:
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 137

El campesino, atado de padre a hijos a una tierra que no poseía legítimamente,


conservaba sin duda más o menos la misma condición que en la época visigótica, la
de un siervo de la gleba, ligado al amo por un contrato tácito y perm anente de apar­
cería, en virtud del cual no tenía derecho de conservar más que una pequeña parte
de la cosecha ... el cuarto, el tercio, excepcionalmente la mitad. Pero aunque fuera
hombre libre o considerado como tal, el campesino andalusí no estaba menos obli­
gado, aparte de su trabajo cotidiano, a las levas, a las requisiciones, sin hablar del
diezmo sobre los productos de la tierra debido al fisco. Podemos suponer que lleva­
ría frecuentem ente una existencia mediocre, si 110 miserable, sin beneficiarse siem­
pre en contrapartida de una protección real por parte de su amo o de su patrón.

Los estudios más recientes no discuten este esquem a general de la propiedad


del suelo y de las form as de explotación, aunque tienden a m atizar el carácter
pesim ista del juicio preced en te en cuan to a la condición concreta de los ex p lo ta­
dores. A sí, aunque el colono m uw allad no sea p ropietario de la tierra que cultiva,
que pertenece al E stado , a un so b eran o o a un gran te rraten ien te, su situación
ha m ejorado en relación a la época visigótica p or el hecho de la transform ación
del régim en de servidum bre en un sistem a de aparcería en el que el colono a p a r­
cero recibe una parte más im p o rtan te de la cosecha. Por o tra p arte , aun cuando
la exacción fiscal era muy gravosa en la época califal, la descentralización de la
época de las taifas tiende a aligerar la presión del im puesto y esta coyuntura fa­
vorable a la econom ía rural contribuye a explicar el considerable desarrollo de la
agronom ía andalusí en esta época. «El desarrollo de la agricultura intensiva a n d a­
lusí ... no parece que se hubiera podido realizar si no es gracias a la descen trali­
zación del siglo xi.» A sim ism o: «El tipo social p redom inante en la sociedad rural
m usulm ana (andalusí) era el sharik (ap arcero o colono ap arcero ), que ciertos a u ­
tores han asim ilado a una especie de siervo, pero que en realidad era libre y ex­
plotaba una tenencia p erp etu a p o r la que debía un censo fijo».
Las fuentes que m antienen esta últim a opinión son principalm ente d ocum en­
tos cristianos del siglo x n , posteriores a la reconquista, que efectivam ente m ues­
tran la existencia en la E spaña o rien tal, y sobre todo en el valle del E b ro , de una
categoría de cam pesinos m usulm anes llam ados exaricos, cuya situación co rres­
ponde a la an terio rm en te descrita. Sin em bargo, parece peligroso apoyarse en
textos de época cristiana, co rrespondientes a una estru ctu ra sociopolítica en g en e­
ral fundam entalm ente tran sfo rm ad a, para reconstituir la sociedad de época m u­
sulm ana. Los textos árabes que nos inform an sobre la condición de las poblacio­
nes rurales andalusíes en los siglos x y xi son de hecho escasos. Por una parte se
encuentran contratos agrarios de aparcería conservados en los form ularios n o ta­
riales y, por o tra, algunas indicaciones en las fuentes de la época de las taifas
sobre la extensión de las p ropiedades territo riales de tal o cual soberano, de los
que se dice que poseían el tercio o la m itad de la tierra de su país, así com o
recrim inaciones referidas a la abusiva fiscalidad que los g o bernantes de la época
im ponían a sus súbditos. P articularm ente interesante en este sentido es un texto
de Ibn H ayyán, au to r del siglo x i, que acusa a los dos prim eros soberanos escla­
vones de la taifa de V alencia, en los años 1011-1017, de h aber som etido a im pues­
tos tan d uram ente a los hab itan tes de la región, que éstos vivían m iserablem ente
y se veían obligados a ab an d o n ar sus pueblos o qurá (plural de qarya, que signi­
fica ‘localidad ru ral’). Los g o b ern an tes no dudaban «en apropiarse entonces de
138 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

estos pueblos cuyos habitantes habían em igrado p ara convertirlos en dom inios
privados (dayca )», a veces volviendo a instalar, después, a los antiguos habitantes
com o colonos en las tierras que antes les pertenecían. E ste texto que evoca clara­
m ente un proceso de «patrim onialización» de las tierras d eten tad as an terio rm en te
por cam pesinos libres y p ropietarios del suelo, en el m arco de las com unidades
rurales, sugiere que a finales del califato la form a co rriente de propiedad en la
región levantina no sería el latifundio sino una p eq ueñ a o m ediana propiedad
cam pesina en el m arco de las aldeas o qurá. Sin duda se ejercían presiones p ara
extender el sector patrim onial, pero los repartimientos de V alencia o de M urcia
en la época de la reconquista cristiana parecen indicar que en el siglo xm todavía
la propiedad cam pesina independiente de las qurá ocupaba la m ayor parte del
suelo cultivado. En la misma región, otros docum entos de la mism a época m ues­
tran tam bién la im portancia de las com unidades rurales o aljamas.
El replanteam iento de la representación tradicional de la sociedad rural al que
se llega a p artir del estudio de la docum entación valenciana puede ser aplicado
a otras regiones de al-A ndalus. Podem os pensar que los huertos y las fincas situa­
das en los alrededores inm ediatos de las ciudades p ertenecían principalm ente a
las clases urbanas acom odadas, pero nada nos indica que las num erosas aldeas
esparcidas por el cam po andalusí no se co rrespondieran sobre todo con un sector
de la pequeña y m ediana propiedad. En la región levantina y en una gran parte
de A ndalucía, la frecuencia de topónim os de tipo gentilicio o «ciánico» sugiere
incluso form as de propiedad colectiva del suelo, au n q u e es difícil saber sin e m b ar­
go hasta qué época éstas han sido vigentes o han correspondido efectivam ente al
patrim onio territorial de grupos de parientes p atern o s; las fuentes nos apo rtan
muy poca inform ación en este sentido. E stas estru ctu ras territoriales de carácter
com unitario han m arcado sobre todo la toponim ia de las zonas que habían recibi­
do una aportación étnica b eréb er en la época de la conquista m usulm ana, y a
veces se encuentran rastros de este origen m agribí en las fuentes más tardías. A sí,
pof ejem plo, la qarya de B aní cU qba (la actual B eniopa, cerca de la ciudad de
G andía, en el sur de V alencia) es señalada, a finales del siglo xi, com o el lugar
de origen de un letrado p erteneciente a la tribu b e ré b er de los N afza, que parece
h ab er tenido una im plantación p articularm ente fuerte en la región valenciana.
Vestigios de organizaciones tribales degradadas o sim ples estructuras co m u n ita­
rias aldeanas desem peñan sin duda en la vida social del cam po andalusí un papel
más im portante de lo que podríam os creer leyendo lo que ha podido ser escrito
sobre la vida rural de al-A ndalus, donde hasta ah o ra sólo hem os visto cam pesinos
d epend ientes y m asas de trab ajad o res som etidos pasivam ente a la arb itraried ad
del E stado y de los propietarios del suelo.

E l Magrib m uy cerca

Sucedía lo mismo con m ayor m otivo en el M agrib, donde la fuerza y la ex ten ­


sión de las estructuras tribales o aldeanas era m ucho m ayor. Allí tam poco las
fuentes escritas nos perm iten apenas estudiar más que las form as de relaciones
que se establecían en tre las clases urbanas de p oseedores del suelo y los aparceros
q u e, bajo diversas form as de contratos agrarios, explotaban sus propiedades.
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 139

Pero en el M agrib central y occidental, sobre tod o , las form as de apropiación del
suelo por com unidades de agricultores sedentarios o p or ganaderos que p ractica­
ban diversas form as de nom adism o e ran seguram ente, con m ucho, las m ás ex te n ­
didas. A sí, la descripción que hace A l-Idrisí de la «ciudad» que lleva el nom bre
de los bereberes m iknása (M iknás, M equínez) m uestra una organización p rim iti­
va del territorio calcada de la segm entación ciánica en grupos de p arientes p a te r­
nos, que se corresponde con otras tantas «tribus» establecidas cada una en su
propio territorio: B anu Z iyád, B anu T aw ra, B anu A tu sh , etc. E stas pequeñas lo­
calidades rurales o segm entos de tribus poseían inicialm ente en com ún un «viejo
m ercado» (al-súq al-qadím á) «donde se reunían todas las tribus de los B anu M ik­
nás». En la época alm orávide este conjunto estaba en vías de urbanización, con
la construcción de una residencia em iral fortificada, de bazares y de baños, así
com o de palacios rodeados de jard in es, pertenecientes seguram ente a la aristo cra­
cia dirigente. Pero aunque las condiciones prim itivas de la propiedad com unitaria
del suelo habían sido sin duda alterad as en la parte central de la «ciudad», en
cuanto se alejaba de esta zona se en co n trab a la antigua apropiación tribal de la
tierra, si seguim os creyendo a A l-Idrísí, que continúa: «Allí donde term inan las
viviendas de los Banu A tush em piezan los cam pam entos y las viviendas de una
aldea de los m iknása llam ada B anú B urnds ... Los h abitantes cultivan trigo, viña,
m uchos olivos y árboles frutales, y los frutos se encuentran a muy bajo precio».
La extensión del sector de dom inios privados era sin duda m ucho más consi­
derable en Ifríqiya, al m enos hasta la invasión hilálí. Pero la gran propiedad ta m ­
poco había conseguido hacer desap arecer allí las form as tribales o aldeanas de
apropiación del suelo. T an to respecto a al-A ndalus com o a Ifríqiya y las regiones
del M agrib sobre las cuales se extendía la influencia de la econom ía urbana y
m onetaria y la de una organización estatal, se p lantean dos problem as a los cuales
es prácticam ente im posible, dado el estado actual de los conocim ientos, ap o rtar
una respuesta global: el de la naturaleza y las m odalidades de la fiscalidad rural,
y el de* la existencia e im portancia en O ccidente de form as de concesiones te rri­
toriales o de alienaciones a p articulares del d erecho de percibir el im puesto. En
al-A ndalus y en Ifríqiya existe un dom inio territorial del E stad o , frecuentem ente
mal diferenciado del del soberano. A lgunos dom inios pueden ser separados para
ser concedidos a particulares. P or o tra p arte, el p o d er central (sultán) tam bién
puede conceder en ciqtác tierras m uertas (ard m aw át), lo que sin duda ha perm i­
tido en cualquier época la extensión del sector de dom inios privados y el cultivo
de tierras nuevas por parte de p articulares acom odados.
Parece tam bién que en tiem pos de A l-M ansúr, el gobierno de C órdoba a b an ­
donó en m anos de elem entos m ilitares la percepción directa de ciertos im puestos.
Sin duda, estas prácticas co ntinuaron en la época de las taifas, al m enos en el
reino zíri de G ran ad a, donde los jefes m ilitares recibían no sólo dom inios p ro ­
pios, sino tam bién, por lo que parece según las M em orias del rey cA bd A lláh,
«feudos» (inzát) constituidos p o r pueblos de los que probablem ente percibían el
im puesto. Falta por saber a cuánto correspondía exactam ente la exacción estatal
sobre la producción agrícola, cuál era la extensión relativa de las tierras sobre las
cuales se percibía el jarádj territorial y en qué zonas se aplicaba únicam ente el
diezm o. Podem os avanzar que la fiscalidad rural, a pesar de los abusos tem p o ra ­
les y circunstanciales, tendía a ser conform e a las norm as coránicas, y que las
140 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

alienaciones de derechos fiscales se hacían m ás bien bajo form a de títulos (sidjilt)


que concedían a un jefe político o m ilitar el conjunto de las prerrogativas estatales
sobre una región, es decir, una delegación de gobierno ( wiláya), que no afectaba
fundam entalm ente la naturaleza mism a de las relaciones sociopolíticas. E stas co n ­
cesiones o delegaciones, así com o los im puestos no coránicos (cuya existencia e
im popularidad son, por o tra p arte, m ejor atestiguados en m edio urbano que en
m edio ru ral), no tenían de todas form as más que una existencia precaria y, co n ­
denados por el derecho y la opinión pública, son fu ertem en te cuestionados en las
épocas de restauración de la au toridad del p o d er central. El m odelo de una o rg a­
nización estatal que sólo es rep resen tad a por los agentes del sultán y los grupos
sociales aldeanos, tribales o u rbanos, sin m ediación de ninguna clase «feudal» o
«señorial», perm anece siem pre presente en la m entalidad colectiva y realizable
en la práctica (com o, po r ejem plo, cuando los alm orávides, en al-A ndalus, d esp o ­
seen a los reyes de taifas, suprim en los im puestos ilegales y restauran la unidad
de la com unidad y el poder del E stado).

N a c im i e n t o d e un Islam o c c id e n t a l

En las actividades económ icas en tre la cuenca occidental del M editerráneo y


la cuenca oriental evocadas an terio rm en te, Sicilia y Palerm o se sitúan en la p ro ­
longación de un espacio ifriqí, él mismo am pliam ente dom inado por la p re p o n d e ­
rancia de las capitales, M ahdiyya y sobre todo Q ayraw án, desem peñando los
otros centros urbanos com o T únez, Sfax o las ciudades del interior un papel de
punto de parada en las rutas que llevan a aquellas m etrópolis. H acia ellas conver­
gen principalm ente, sobre todo después dé la extensión de la autoridad fátim í en
el M agrib central —e incluso d u ran te un tiem po en el M agrib occidental — , tanto
las caravanas que llevan o ro y esclavos del Sudán com o los navios cargados de
m ercancías andalusíes destinadas a ser reexportadas hacia Egipto y Siria. A pesar
de la nueva anim ación de su fachada m ed iterrán ea y del desarrollo en sus m árge­
nes de dos centros económ icam ente im portantes y políticam ente autónom os, P a­
lerm o, en la frontera del m undo cristiano, y Sidjilm ása, en contacto con el Sáhara
y el Á frica negra, el m undo m usulm án occidental p erm anece, hacia principios del
siglo xi, fuertem ente centralizado alred ed o r de los dos grandes conjuntos urbanos
de C órdoba, por una p arte, y de M ahdiyya-Q ayraw án por o tra , que parecen eq u i­
librarse política y económ icam ente, cuando se asiste a una lucha de influencias
en tre las dos potencias por dom inar la p arte occidental del M agrib, caracterizada
por una situación confusa de parcelación política y tribal.

E l oro del Sudán

Los conflictos encarnizados que se desarrollan en esta parte del norte de Á fri­
ca situada en tre el m eridiano de A rgel y el A tlántico, en el siglo x y a principios
del siglo xi, y en los que intervienen a la vez los fátim íes, los ztríes, el califato
de C órdoba, los em ires idrisíes de M arruecos y las grandes confederaciones trib a ­
les que ocupan el M agrib central y occidental, han sido frecuentem ente in te rp re ­
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 141

tados com o luchas por el control de los puntos de llegada de las grandes rutas
saharianas por las cuales el o ro del Sudán era encam inado hacia el M agrib. Mau-
rice L om bard había desarrollado desde 1947 la idea de que la prosperidad de las
finanzas fátim íes en el siglo x, base de su éxito m ilitar en E gipto, se explicaba
en últim a instancia por el hecho de que los califas shFíes de Q ayraw án habían
conseguido, destruyendo el E stad o de T áh art y extendiendo incluso d u ran te un
tiem po su autoridad a Sidjilm ása, c o n tro lar todas las salidas y todas las rutas del
oro del Sudán. A finales de siglo, al co n trario , son los om eyas de C órdoba q uie­
nes, por m edio de sus aliados zan áta, dueños de la ruta N ákur-Fez-Sidjilm ása,
habrían desviado hacia al-A ndalus una gran parte del tráfico del o ro, hecho que
constituiría la principal explicación de la prosperidad y del p oder del califato de
C órdoba en la época de la «dictadura» del A l-M ansür (hacia 980-1002).
Estas teorías se apoyan en un enfo q u e muy «m onetarista» de la historia eco ­
nóm ica y en la idea de que los grandes estados de la E dad M edia m agribí con
base urbana se habían constituido an te todo a partir del desarrollo de actividades
com erciales a larga distancia poco d ep en d ien tes del en to rn o social y económ ico
local: «Cada E stado posee un p oder tan to m ayor cuanto m ayor es la parte del
tráfico del oro que consiga co n cen trar, principal factor de fuerza y de im portancia
económ ica». Por este m otivo, los califas de C órdoba «se aferran a C euta, su ca­
beza de puente africana, (y) se esfuerzan en conservar sus relaciones con Sidjil­
m ása, m ediante la acción d irecta o por un sistem a de alianzas», m ientras que
«m ediante una serie de grandes ofensivas sobre Fez, T rem ecén, T áh art, y princi­
palm ente sobre C euta, los soberanos fátim íes, y luego los que les suceden, se
esfuerzan por im pedir a los califas de C órdoba ejercer su influencia sobre Sidjil­
mása y controlar de este m odo una p arte del tráfico de oro». El dom inio del ex­
trem o final de la ruta tran sah arian a en el M agrib proporcionaría así la clave más
convincente p ara explicar el auge de los grandes im perios que controlan sucesiva­
m ente el M agrib, el de los fátim íes en el siglo x , el de los alm orávides en el siglo
xi, el de los alm ohades en el siglo xn. C o n trariam en te, la extensión de la influen­
cia de los om eyas de C órdoba sobre el M agrib occidental y el desvío hacia al-A n ­
dalus de la m ayor parte del o ro encam inado por aquella ruta, por una p arte, y
por otra la constitución de estados in d ependientes o de «señoríos m ilitares» a u tó ­
nom os en las m arcas occidentales y m eridionales del E stado zíri (el E stado ham-
m ádí y los grandes «feudos» de la Ifriqiyá m eridional), contribuirían a explicar
las dificultades económ icas y sociales y el debilitam iento del E stado qayraw ání
incluso antes de la llegada de los hilálíes a m ediados del siglo xi. A sí, la gran
«crisis financiera» de 1050, que significó la retirad a de la m oneda fátim í en circu­
lación y su sustitución por un nuevo diñar ziri fu ertem en te devaluado, co rresp o n ­
dería a la necesidad del gobierno de Q ayraw án de «sacar el máxim o p artido de
las reservas de o ro que existían en Ifriqiyá, en una época en la que se agota el
flujo de oro sudanés que d u ran te varios siglos había alim entado regularm ente y
enriquecido al país», estando la ruta del o ro «ahora dom inada y cada vez más
deform ada ya sea por la conquista om eya, ya sea p o r el desarrollo de nuevas p o ­
tencias djaridíes».
142 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

La ciudad, gran rehén del com ercio y del dinero

Los historiadores que han defendido estas tesis —en reacción a las explicacio­
nes generales de la historia del M agrib contem poráneas a la colonización que se
basaban en las oposiciones e n tre grupos étnicos (b ereb eres y árabes, zanátas y
sinhádjas) y en tre nóm adas y sed en tario s— tenían razón al insistir en el hecho,
ya señalado por F. B raudel, de que en este O ccidente m usulm án m edieval las
ciudades frecuentem ente se desarrollan sin relación con el país que las rodea y
que viven de la ap ertu ra del país que posterio rm en te ellas organizan, al contrario
de lo que g eneralm ente ocurre en la E dad M edia de O ccidente, donde la p ro sp e­
ridad urbana está m ás relacionada con el en to rn o rural, que, por o tra p arte, es
más favorable. El caso de A lm ería, evocado más arrib a, cuyo desarrollo en una
región n aturalm ente poco favorecida es debido al com ercio, prim ero, y luego a
factores políticos, no es una excepción. A ún es más destacable el crecim iento de
las ciudades de los límites n orte y sur del Sáhara, com o Sidjilmása o A udagost.
En esta últim a se realizan cultivos de huerta cuidadosam ente labrados y regados
a m ano, pero no son ni m ucho m enos suficientes al consum o u rbano, y los p ro ­
ductos alim enticios im portados de muy lejos alcanzan precios fabulosos.
Sin duda se trata de casos lím ites, p ero el crecim iento de las grandes ciudades
andalusíes, de las capitales ifriqíes, de Palerm o, de las ciudades del M agrib cen ­
tral, está basado en gran p arte en la existencia de tráficos com erciales p reexisten­
tes o provocados por el mism o desarrollo u rb an o , sin los cuales estas enorm es
ciudades —quizás con centenas de m illares de hab itan tes las m ás im p o rtan tes—
no habrían sido capaces de m antenerse. El p o der establecido en la ciudad se
aprovecha indirectam ente de este com ercio gracias a la percepción de derechos
de adu an a, participando adem ás los mism os dirigentes y el soberano d irectam ente
en actividades com erciales sin ningún prejuicio aristocrático. Los ingresos fiscales
obtenidos del com ercio y de las actividades artesanales contribuyen am pliam ente
al m antenim iento de un ap arato adm inistrativo y m ilitar que obliga a los cam pe­
sinos al pago del im puesto. Las clases acom odadas de las ciudades y el mismo
soberano se apropian, por m edios financieros o a la fuerza, de la m ayor p arte de
las tierras del fa h s (extrarrad io rural) que rodean la ciudad y explotan sus d o m i­
nios m ediante trabajadores agrícolas o colonos aparceros según diversos tipos de
contratos de aparcería. Sin em bargo, una gran p arte del abastecim iento de la ciu­
dad es im portado de regiones rurales más lejanas gracias a la riqueza obtenida
del com ercio y del artesanado (así, Q ayraw án im porta trigo de la llanura de Bád-
ja y de Sicilia, higos de varias regiones, hasta el litoral de A rgel, dátiles de To-
zeur, nueces de T ebesa, etc.).
A sí pues, el desarrollo de las ciudades está sim ultáneam ente relacionado con
el gran com ercio y con la capacidad del p oder político de m an ten er instituciones
estatales cuya base económ ica regional es muy lim itada, de aquí el carácter a m e­
nudo frágil de los grandes organism os urbanos. Incluso en el caso de ciudades
m ucho m enos im portantes, a veces notam os en las fuentes la am bigüedad de un
crecim iento urbano sin relación con el en to rn o rural. A sí, el cronista que relata
la fundación de A shir por Zir! ibn M anád en 935-936 explica que fueron a buscar
albañiles y carpinteros de M asila y de T ubna p ara edificar la nueva ciudad, y que
el califa de Q ayraw án envió a su lugarteniente del M agrib central otros artesanos
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 143

y m ateriales, en particular h ierro. La fortaleza, una vez construida, fue ocupada


por sabios, m ercaderes y juristas. P ero las precisiones más in teresantes atañen a
la circulación m onetaria que se estableció en la región por el hecho de la fu n d a­
ción de la ciudad: hasta entonces las transacciones no se efectuaban en dinero
sino en especie, sobre todo en ganado. Z iri acuñó m oneda e instituyó una paga
para sus tropas, y los ciudadanos dispusieron así de una gran cantidad de d irh e ­
mes y de dinares que circularon desde entonces por la región que ro d eab a la n u e­
va capital.
El papel de esta redistribución de m oneda a los elem entos adm inistrativos y
m ilitares m ediante instituciones estatales en los siglos x y xi es un d ato im p o rtan ­
te en la vida económ ica y social del O ccidente m usulm án, que no parece haber
conocido, o al m enos muy poco, el desarrollo de las iqtács , las cuales en la misma
época están m inando la organización político-adm inistrativa del O rien te cabbásí.
E n este sentido hay unos pasajes curiosos en las obras de los juristas, que se p re ­
guntan sobre la licitud de la utilización p o r particulares de la m oneda que procede
de la percepción de im puestos no coránicos, redistribuida por el E stad o bajo la
form a de pagas a los soldados y a los funcionarios, e introducida en la econom ía
general m ediante las com pras hechas p or éstos a los productores. A sí, Ibn H azm
de C órdoba expone muy gráficam ente que el p roducto im puro de los tributos ile­
gales percibidos p or los soberanos de las taifas andalusíes del siglo xi es com pa­
rable a un fuego cuyo ard o r, tras el pago de las soldadas a los m ilitares, se m ul­
tiplica

...porque (estos últimos) lo utilizan inm ediatam ente para com prar a comerciantes y
artesanos, en las manos de los cuales se convierte en escorpiones, serpientes o víbo­
ras. A su vez, los comerciantes compran a otros lo que necesitan, de tal manera que
las monedas de oro y de plata son en definitiva como ruedas que circulan en medio
.del fuego del infierno.

No se podría evocar con m ayor claridad la im portancia de la circulación m o­


netaria y el carácter tan «m onetarizado» de la vida de estos E stados del O cciden­
te m usulm án en la E dad M edia. E n tre los hechos im portantes de la historia eco­
nóm ica de los siglos x y xi hay qu e destacar los progresos de la acuñación en oro
en al-A ndalus y en el M agrib, razón p o r la que estos países tienden a alinear sus
estructuras m onetarias con las del m undo o riental. E n efecto, hasta entonces los
talleres andalusíes y m arroquíes habían acuñado sólo dirhem es, y parece ser que
las m onedas de oro em itidas por los soberanos aglabíes habían servido sobre todo
para pagar el tributo debido al califa de B agdad, basándose la circulación interior
principalm ente en la plata. C on la proclam ación del califato* los soberanos o m e­
yas em pezarán a acuñar dinares, que es posible que fueran destinados sobre lodo
a realzar el prestigio de la dinastía. El o ro , sin em bargo, no parece h ab er sido
abundante en al-A ndalus al principio del califato om eya. E n efecto, hasta 940 las
acuñaciones son poco frecuentes y se em iten principalm ente fracciones de diñar.
A lo largo de la década siguiente las em isiones parecen relativam ente m ás ab u n ­
dantes, lo que quizás está en relación con las dificultades de los fátim íes en el
M agrib en la época de la gran revuelta de A bú Y azid (que causó estragos de 943
a 947), que perm itió a las tribus zanátas aliadas a los om eyas consolidar su a u to ­
144 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

ridad sobre el M agrib occidental. A p artir de entonces la acuñación del o ro se


m antuvo a un ritm o que no siem pre es fácil de relacionar con los acontecim ientos
políticos m agribíes, aunq u e es p robable que la extensión de la influencia co rd o b e­
sa sobre el n orte de M arruecos y las alianzas con las tribus «zanátas» de las altas
llanuras argelino-m arroquíes hayan tenido un papel im p o rtante en la form ación
de un conjunto económ ico y m onetario «hispanom orisco» que se esboza clara­
m ente en la época de A l-M ansúr y se concretiza en la vida política y cultural del
O ccidente m usulm án con los grandes im perios alm orávide y alm ohade, a partir
de finales del siglo xi.

Una sola área, del E bro al Senegal

Es difícil m edir exactam ente la im portancia que hay que oto rg ar al problem a
del «control de las rutas del oro» en la historia del O ccidente m usulm án. Incluso
en el m om ento en que se acuñan diñares en m ayor abundancia en al-A ndalus, la
acuñación en oro no sustituye a la acuñación en plata. D e los cinco últim os años
del gobierno de A l-M ansúr, 998-1002, p or ejem plo, se conservan sólo 92 diñares
y 7 fracciones de dinares om eyas, y alred ed o r de 1.500 dirhem es. Si a partir del
núm ero de ejem plares conocidos de cada una de estas m onedas trazam os una c u r­
va (que, en ausencia de otros estudios num ism áticos m ás refinados, puede darnos
una idea poco clara de las variaciones de la producción), constatam os en los 20
últim os años del siglo x un considerable paralelism o que nos induce a pensar que
la acuñación de los dos nietalés era determ in ad a por factores económ icos, fiscales
o políticos, que se nos escapan am pliam ente pero que constituían un com plejo
de hechos que influían tan to en la em isión en o ro com o en plata. Parece pues
ilegítim o, en lo que atañ e al o ro , o to rg ar una im portancia prim ordial a las posi­
bilidades de abastecim iento directo por el control político de los puntos de llega­
da y de las rutas del tráfico, m ientras que este factor no afecta a la plata, cuyo
ritm o de acuñación no es esencialm ente diferente. Por o tra p arte, podem os o b ­
servar q ue, al m enos en las fuentes escritas, los esfuerzos diplom áticos y m ilitares
consentidos por el gobierno de C órdoba para m an ten er su dom inio en M arruecos
se m anifiestan sobre todo m ediante salidas masivas de diñares, bajo la form a de
pagas al ejército y de regalos y subvenciones a los jefes bereberes vasallos. Final­
m ente podem os preguntarnos cóm o este «oro del Sudán» llegaba al tesoro del
E stado. En parte quizás por m edio de la misma acuñación —pero en el M agrib
ésta es relativam ente poco abundante — , y más pro b ab lem en te m ediante la p e r­
cepción de im puestos sobre las actividades com erciales en el interior del área d o ­
m inada por el califato.
E stas relaciones en un sentido m eridiano se intensifican ciertam ente de m an e­
ra im portante en la segunda m itad del siglo x y a principios del siglo xi. D os
grandes rutas com erciales casi paralelas recorren entonces el M agrib extrem o:
una va a lo largo del A tlas por el oeste y, p o r A gm át y Fez, llega al estrecho de
G ib raltar; la otra sigue las altas llanuras situadas en los confines argelino-m arro-
quíes actuales, y desde Sidjilmása conduce a la región de T rem ecén y de W udjda
(ciudad fundada en 994 p or el em ir b eréb er Z irí ibn cA tiyya, aliado de los om eyas
de C órdoba y escogida por él com o lugar de residencia), y a partir de aquí va
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 145

hacia los puertos de la costa com o T ab ah rit o ArshgOl. El texto de A l-B akri, al
m encionar los num erosos vínculos qu e tenían los p u erto s del M agrib occidental
y central con sus hom ólogos de la costa andalusí, m uestra la densidad de las re ­
laciones com erciales que en el siglo xi unían los países situados al o este de A lger
con la península ibérica. El n orte de M arruecos y la A rgelia occidental eran e n ­
tonces países agrícolas prósperos, que p roporcionaban cereales, frutos, ganado,
miel, en abundancia, y algunos productos m ás especializados com o el algodón
del G arb o el azúcar del Sus. Ibn H aw qal señala, ya en el siglo x, la existencia
de plantaciones de caña de azúcar, y A l-B akri, en el siglo siguiente, insiste en
los bajos precios del azúcar en la m ism a región a causa de su abundancia. T odos
estos productos tendían a ser cada vez más exportados hacia al-A ndalus, sin duda
a cam bio de productos industriales, e n tre los cuales los textiles serían seguram en­
te los más im portantes. En toda la p arte oriental de al-A ndalus, tanto en los g ran ­
des centros com o V alencia, M urcia y sobre todo A lm ería, com o en m odestas al­
deas com o B ocairente o C hinchilla, se producían en abundancia sedas más o m e­
nos lujosas, cuya m ayor p arte era ex p o rtad a hacia O rien te, al M agrib, pero tam ­
bién al Á frica negra a través de M arruecos, Sidjilmása y las rutas del Sáhara o c­
cidental. Esta producción de sedas es atestiguada desde m ediados del siglo x en
A lm ería y en el sur de la región valenciana p or A l-R ázi, y seguram ente A l-cU dhi í
hace alusión al com ercio de estos p roductos, un siglo más tard e, cuando m encio­
na las relaciones com erciales que unían en su época una ciudad de la E spaña
oriental, com o es Játiva, con el bilád al-Sudán y con G ana.
Si se postula una relación dem asiado estrecha y de alguna m anera «mecánica»
en tre la prosperidad económ ica, el abastecim iento de oro y la potencia política
de los E stados de la E dad M edia m usulm ana, se com prende mal la gran ru p tu ra
que constituye la desaparición del califato om eya de C órdoba. Es precisam ente
en el m om ento en que la potencia política de éste, que extiende su influencia
tanto sobre el M agrib occidental com o sobre la E spaña cristiana, alcanza su ap o ­
geo cuando se produce, con la crisis de los años 1009-1031, el hundim iento del
p od er centralizado y la fragm entación de la auto rid ad política en tre las grandes
ciudades de las provincias, prom ovidas a la categoría de capitales de los «reinos
de taifas». T odo el espacio sobre el que se ejercía hasta entonces el control polí­
tico del califato om eya se fragm enta políticam ente. A un lado y al otro del e stre­
cho, en T ánger y en M álaga-A lgeciras, se ejerce la autoridad de los ham m íidíes,
en un principado que constituye un vestigio lim itado de las am biciones co rd o b e­
sas sobre M arruecos. E stos antiguos generales del ejército om eya, de origen idri-
sí, acuñan m onedas de o ro de tipo califal que circulan en toda la península, y en
particular en la E spaña cristiana, donde se las conoce con el nom bre de m ancusos
ceptinos (es decir, de C eu ta). Estos diñares continuarán siendo acuñados igual­
m ente en V alencia, D enia y sobre todo Sevilla, en la prim era m itad del siglo xi,
y en los otros reinos de taifas (T o led o , Z aragoza, e tc.) se acuñarán m onedas de
oro más pequeñas. Parece ser que el o ro africano sigue p en etran d o en la p en ín ­
sula en esta época: a p artir de 1018, y después de 1037 en m ayores cantidades,
se conoce en B arcelona la em isión de num erosos m ancusos im itando dinares
ham m údíes, que eran acuñados a p artir de lingotes im portados de C euta.
Las curvas de la circulación del o ro en C ataluña m uestran que tras una fuerte
subida de 980 hasta aproxim adam ente 1015, las en trad as de oro experim entan
146 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

una relativa baja entre 1020 y 1050, que podría ser atribuida a razones políticas
(debilidad m om entánea del po d er condal que provoca un retroceso de la influen­
cia catalana en al-A ndalus), y después se recuperan claram ente en tre 1050 y 1080
con la política intervencionista del conde R am ón B erenguer I, que im pone gravo­
sos tributos (parias) a sus vecinos m usulm anes. Los últim os años del siglo se co­
rresponden con otra caída brutal que habría que relacionar con la llegada de los
alm orávides y la presencia del Cid en V alencia, d eten ien d o am bos fenóm enos la
percepción de parias. A l co n statar los hechos que acaban de ser m encionados,
parece difícil poder aceptar la idea defendida p o r varios autores de un brusco
descenso de las entradas de o ro africano en la península tras la crisis del califato.
Por otra p arte, el hecho de que ésta se produzca en el mism o m om ento en que
el poder cordobés sobre el M agrib parece estar en su apogeo im pide relacionar
dem asiado estrecham ente el p oder de los E stados del O ccidente m usulm án con
el control de las rutas del o ro africano. H em os recordado más arriba la hipótesis
según la cual el desvío del oro del Sudán hacia la península ibérica había sido
una de las causas de las dificultades económ icas y sociales que conocía el M agrib
oriental desde la prim era m itad del siglo xi, incluso antes de la llegada de los
nóm adas hilálíes. Pero esta idea ¿no es acaso co n tradictoria con el hecho de que
la crisis andalusí se produzca en el mism o m om ento en el que la influencia polí­
tica de C órdoba se ejerce más claram ente sobre el M agrib occidental?
No negarem os, sin em bargo, que la cantidad de o ro en circulación en al-A n-
dalus de las taifas haya tendido a dism inuir después de la época califal y sobre
todo en la segunda m itad del siglo xi, cuando la falta de m etal precioso se hace
evidente en la muy m ala calidad de la acuñación a finales de la época de las tai­
fas. Por otra p arte, la pobreza de ésta contrasta con las descripciones de los textos
sobre el lujo desplegado por las cortes principescas de la E spaña m usulm ana en
esta época, y con la codicia que la riqueza m onetaria de al-A ndalus provocaba
entre los cristianos del norte. Es posible que las considerables sangrías que re p re ­
sentaban las parias contribuyeran n o tablem ente a este em pobrecim iento, del cual
es difícil captar su im portancia. La historia económ ica y social de las taifas sigue
siendo, de hecho, muy mal conocida. C onsiderada m ucho tiem po com o una é p o ­
ca de «decadencia», actualm ente se tiende a «rehabilitarla» y a considerar que la
regionalización política pudo, al co n trario , favorecer el crecim iento económ ico y
un cierto equilibrio social e n tre clases urbanas y p roductores rurales, aliviados en
parte de la fiscalidad gravosam ente centralizada de la época califal. No es tam p o ­
co seguro que esta interpretación corresponda a la realidad, p ero debem os reco­
nocer que el desm em bram iento del califato no cuestionó la tendencia a la unifica­
ción social que se constata en el siglo x. D e hecho, aunque políticam ente dividi­
da, la sociedad andalusí «era cultural y socialm ente m ás hom ogénea que con los
om eyas». E sta hom ogeneidad social y la influencia de los ju ristas, los fu q a h á 3
—especialm ente en los m edios u rb an o s—, favorecerían a p artir de 1086 la ex ten ­
sión por la península del p o d er alm orávide, que ya se había im puesto en M arru e­
cos en el cuarto de siglo precedente. E sta unificación política del M agrib y de
al-A ndalus se sitúa en la lógica de la evolución iniciada a finales del siglo x y se
concreta con la constitución de una gran área económ ica y cultural «hispanom o-
risca» que se prolongará en el siglo xn con el Im perio alm ohade.
La aventura alm orávide es una de las más so rp ren den tes de la historia del
LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO 147

Islam . Los bereberes sinhádja, nóm adas del sur del A tlas e interm ediarios entre
el país del oro y de la sal, A udagost o B am buk, y los oasis del T u at o del D a rca,
se habían convertido a finales del siglo ix y habían contribuido a llevar al Islam
hasta N íger. H acia 1048, un alfaquí m arro q u í, llam ado por los jefes sinhádja cA bd
A lláh ibn Y ásin, fundó en una isla del Senegal un ribát, una com unidad m ilitante;
los m iem bros de este grupúsculo, los «m orabitos», al-m urábitún (de aquí «alm o­
rávides»), se lanzaron hacia los países sudaneses de G ána por una p arte y p o r
o tra hacia Sidjilmása y T áfílálet; en el n o rte , su jefe Yahyá atravesó el A tlas hacia
1055; su prim o Y úsuf creó el cam po de M arrákish en 1060 y consiguió ap o d erarse
de Fez (1062), T rem ecén, O rán , A rgel (1084). La caída de T oledo en m anos de
A lfonso de C astilla le hizo pasar el estrecho: aun q u e sólo pudo d eten e r a los cris­
tianos en Sagrajas (1086), se deshizo de los em ires de las taifas (1090) y tras la
m uerte del Cid se ap oderó de V alencia (1102), y su hijo de Z aragoza (1110). E sta
reunificación de todo al-A ndalus y su integración a la casi totalidad del Á frica
del noroeste daba una dim ensión política al área económ ica en form ación.
El cuadro que se puede trazar del estado social y económ ico de los países
dom inados, a finales del siglo xi y p rim era m itad del x n , por el po d er alm orávide
es brillante. La sum isión de M arruecos y de al-A ndalus se ha realizado, en co n ­
ju n to , de una m anera pacífica. La fiscalidad del nuevo régim en, al m enos en las
prim eras décadas, debió ser relativam ente poco gravosa y conform e a las exigen­
cias coránicas, teniendo en cu enta una pro p ag an d a política basada precisam ente
en el respeto a las norm as coránicas en este sentido. El desarrollo u rbano con ti­
núa y se am plifica, con el crecim iento de M arrákish, creada de nuevo, la unifica­
ción de Fez, hasta entonces dividida en dos ciudades distintas, el desarrollo de la
actividad com ercial de Sidjilm ása, de T rem ecén , y de las grandes ciudades anda-
lusíes, en tre las cuales A lm ería, descrita p or A l-Idrísí, nos proporciona un buen
ejem plo: la ciudad contaría en la época alm orávide con 800 talleres de tejido de
seda y más de 900 alm acenes-hospederías para los viajeros y los com erciantes (al­
bóndigas). Producía tam bién toda clase de utensilios de cobre y hierro. Su puerto
era frecuentado por navios p rocedentes de E gipto y de Siria, en la ciudad se e n ­
contraban las m ayores fortunas privadas de al-A ndalus. La unidad económ ica y
el esplendor del Im perio alm orávide están sim bolizados por la em isión de una
m oneda de oro ab u n d an te , acuñada en los principales centros económ icos y a d ­
m inistrativos (Sidjilm ása, A gm át, Fez, T rem ecén , Sevilla, G ran ad a, M urcia y V a­
lencia principalm ente), y que se introduce en grandes cantidades en el m undo
cristiano m editerráneo, donde es conocida con el nom bre de «m arabotines» (de
al-m urábitún). C órdoba está entonces en su apogeo: su biblioteca rivaliza con las
de O riente; su m ezquita, a la que el visir A l-M ansúr le dio sus dim ensiones actu a­
les a principios del siglo xi, es testim onio del sincretism o de los gustos ibérico y
árabe en la decoración de su m obiliario; en sus m adrasas, cuyo renom bre llega
al O ccidente cristiano vigilante, se produce len tam en te la m aduración filosófica
de la que E uropa ex traerá d en tro de poco uno de los más poderosos resortes de
su florecim iento intelectual.
Capítulo 4
EL ISLAM DESCORONADO*

La im plantación de los fátim íes en E gipto y en Siria a finales del siglo x había
trasto rn ad o p ro fu n d am en te la situación del m u n d o m usulm án en el Próxim o
O riente: la división y la rivalidad sucedieron a la a p aren te unidad política y reli­
giosa del califato cabbásí. A d em ás, el dom inio económ ico de los califas de B ag­
dad había retro ced id o an te los fátim íes p o rq u e éstos ocup aro n las salidas sirias y
egipcias al M ed iterrán eo . C o nsiderándose los únicos h ered ero s legítim os del P ro ­
feta por su filiación d irecta con F átim a y cA lí, los fátim íes habían in ten tad o elim i­
nar al califa cabbásí: la conquista m o m en tán ea de B agdad, en 1059, fue una o ca­
sión p ara conseguirlo; p ero la intervención de los turcos seldjúqíes de T ugril a
favor del califa invirtió la situación: el éxito de los seldjúqíes restableció al califa
cabbásí en B agdad y redujo a los fátim íes a sus bases de Siria, de d o n d e serían
desalojados poco a poco p o r los seldjúqíes, au n q u e sin expulsarlos d efinitivam en­
te de Palestina.

El O r ie n t e e n f e r m o y a g r e d id o

Los com bates q ue se sucedieron en esta región tuvieron sus consecuencias, ya


que los cristianos de O ccidente en co n traro n en ello un m otivo p ara acudir a libe­
rar la T ierra Santa de sus belicosos o cupantes. La llegada de los seldjúqíes al P ró ­
xim o O rien te reforzaría, en el aspecto religioso, la posición del Islam sunní fren te
al Islam sh N de los fátim íes, y acen tu aría en el aspecto político la evolución del
papel del califa cabbásí hacia un estad o d e jefe espiritual de la com unidad m usul­
m ana, en d etrim en to de su papel de jefe tem p o ral; esta trasposición ya se había
llevado a cabo p o r los visires buyíes a finales del siglo x y principios del xi.
En el cam po de las relaciones internacionales, la expansión seldjúqí hacia el
O este, o rien tad a prim ero con éxito hacia Siria y después hacia E gipto, se dirigió

* La transcripción de los términos á ra b e s de este capítulo ha sido realizada por Julio


Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona.
EL ISLAM DESCORONADO 149

posterio rm en te hacia A rm en ia, lo qu e significaba un e n fren tam ien to con el e m p e­


rad o r bizantino. La batalla de M antzikiert, en 1071, en la que el e m p era d o r bi­
zantino fue vencido y hecho prisio n ero , adem ás de iniciar un perío d o de diez años
de conflictos internos en el im perio griego, p erm itía a las tribus turcas el acceso
al A sia M enor, hecho q u e algunas de ellas aprovecharían sin d em o ra. D esd e e n ­
tonces el destino del Próxim o O rie n te se transform ó y los turcos desem p eñ arían
un papel prim ordial d u ra n te m uchos siglos. E stas transform aciones afectaro n no
sólo el aspecto político sino tam bién el hu m an o , social, religioso y económ ico.
D el m ism o m odo qu e en el n o rte de Á frica el dom inio á ra b e ha cedido su lugar
al dom inio de los soberan o s b ereb ere s, en el Próxim o O rien te desap arece p ro g re ­
sivam ente en beneficio de los sultanes turcos; sin em b arg o , la civilización árab e
m usulm ana no desap arecerá: asim ilada p o r los recién llegados, con o cerá aún días
de gloria y m ostrará su dinam ism o en la literatu ra, en las ciencias y en el arte.
Y respecto a las cruzadas, que finalm ente fracasaron en el aspecto político y re ­
ligioso, fom entaron un desarro llo de las relaciones económ icas ya establecidas a n ­
terio rm en te, en el q ue las ciudades com erciales italianas, V enecia y G én o v a esp e ­
cialm ente, supieron apro v ech ar los éxitos y los reveses de la presencia franca en
O rien te.

D os dom inios inconciliables

A l nacer el siglo xn dos potencias d om inan el m u ndo m usulm án del Próxim o


y del M edio O rien te: el califato fátim í de E gipto y el su ltan ato seldjúqí que c o n ­
trola Ju rásán , Irán , Iraq , Siria, y se extiende hacia al A sia M enor. P otencias
orien tales p o r sus o rígen es, p o r su con cep to y ejercicio del p o d er, p o r sus institu­
ciones internas, p o r sus opciones religiosas y p o r su papel económ ico, se o p o n en
ya sea d irectam en te o bien a través de los E stados latinos de Siria y P alestina;
cu an d o , en el siglo x n , el relevo seldjúqí de estas provincias sea to m ad o p o r los
zengíes y m ás tard e po r los ayyübíes, se tra ta rá aún de una continuación del em ­
puje turco p ero bajo una fachada k u rd a arabizada qu e se e x ten d erá p or E gipto
y p rop orcionará a una p a rte del Próxim o O rie n te una cierta unidad política y re ­
ligiosa.
A un q u e la au to rid ad fátim í fuera discutida lo calm ente, en la p rim era m itad
del siglo xi la dinastía, instalada desd e ento n ces en E l C airo , co n tro la to d o el
litoral m ed iterrán eo , directa o in d irectam en te, desde M arruecos hasta el n o rte
de Siria. Política y económ icam ente re p resen ta una fuerza considerable, p ero su
dom inio político suscita, ya lo hem os visto, resistencias por p arte de tribus b e re ­
b eres del M agrib y de em ires sirios hostiles a cu alq u ier p o d er ex tern o ; la d isp ari­
dad religiosa no atra e tam poco a favor de los fátim íes la sim patía de la población,
que a veces ha sido perseguida; y p o r ú ltim o, el p o d e r ejerce su au to rid ad p o r
m edio d e un ejército en el cual los m ercenarios de origen sud an és, tu rco , arm e­
nio, circasiano, son cada vez m ás num erosos y desde la segunda m itad del siglo
xi tienden a d esem p eñ ar un p ap el político. Sin e m b arg o , la p o tencia fátim í está
lejos de ser vulnerada a finales de este siglo y su posición privilegiada en la costa
m ed iterrán ea le p roporcio n a en o rm es v entajas económ icas p o r ser m ed iad o ra e n ­
tre los países del oceán o índico y los de la E u ro p a m ed iterrán ea.
150 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

Por o tra p arte, en m enos de un siglo la p arte principal de los territo rio s que
constituían el dom inio cabbásí en O rien te pasan a ser controlados d irectam en te
p o r jefes seldjúqíes que tom an el título de sultán, es decir, se consideran p rácti­
cam ente d eten to res del p o d er tem p o ral, d ejando al califa de B agdad ú nicam ente
la función de jefe religioso de la com unidad m usulm ana, y en n om bre del cual,
com o fieles sunníes, se op o nen a los ffttimíes sh ffes. El p o d er que los seldjúqíes
instauran en el Jurftsán, Irán , Iraq y en el A sia M enor oriental, es un herencia
de las tradiciones tribales turcas, del sistem a adm inistrativo del Jurftsán y de la
cultura política árabe e irania; su m anifestación práctica es el Siyásaí N ám eh («L i­
bro del G obierno») de Nizftm al-M ulk, visir de los sultanes A lp Arslftn (1063-
1073) y M alik Shfth (1073-1092). La llegada de los seldjúqíes y p o sterio rm en te de
otras tribus turcas o turcóm anas al Próxim o O rien te m odifica no sólo la situación
política de esta región, sino qu e adem ás introduce un factor hum ano y social to ­
talm ente nuevo, un com p o rtam ien to religioso dinám ico que se expresa a través
de cofradías «ofensivas» com o la de los gftzis, y que afecta a toda una zona eco ­
nóm ica im portante po r sus producciones y p or su situación de in term ediaria e n tre
E u ro p a, India y C hina. El dom inio de los puertos de Siria y Palestina es uno de
los aspectos que están en jueg o en el en fren tam ien to que o pone a seldjúqíes y
fátim íes; p ero el episodio de las cruzadas y sus consecuencias co n trarre sta rá esta
evolución por m ucho tiem po.
Por su propia naturaleza el régim en ffttimí era de esencia divina y su jefe tenía
que ser obligatoriam ente descendiente del Profeta: era im ám (guía) y, al estar
lim itado el im anato a la fam ilia del P ro feta, cada im án era n om brado p or su pre-
decedor sin que necesariam ente fuera designado com o tal el hijo m ayor del im án
en el cargo. E sta sucesión se realizó sin ningún problem a en la dinastía ffttimí
hasta finales del siglo xi; tras la m u erte del califa A l-M ustansir em pezaron las
discusiones acerca de la designación del im án, polém ica originada p o r la fam ilia
del califa, por personajes im p o rtan tes de la co rte, especialm ente el visir, o b ien,
y cada vez m ás, por la guardia califal, de reclutam iento hetero g én eo , p ara la cual
el sím bolo sagrado del im anato no significaba nada. La incapacidad de los califas
fátim íes para unir bajo su au to rid ad a los m usulm anes contra los cruzados o de
oponerse a ellos con sus fuerzas significó un d escrédito p ara los califas y el califa­
to, descrédito que se vio acen tu ad o en la segunda m itad del siglo xii cuando los
ffttimíes establecieron un pacto de alianza con el rey latino de Jerusalén y éste
avanzó hasta El C airo. No es so rp ren d en te que S aladino elim inara la dinastía,
p o sterio rm en te, sin suscitar una gran oposición en E gipto.
Ya an terio rm en te, el p o d er califal había soportado* fuertes ataq u es de los visi­
res, que en un prim er m o m en to habían sido los ejecutores de la política de los
califas; pero en la segunda m itad del siglo x i, bajo el califato de A l-M ustansir,
la llegada al visirato de B adr al-Djamftli transform ó las condiciones del ejercicio
de esta función. En efecto, debido a las circunstancias, B adr al-Djamftli fue d o ta ­
do de plenos poderes: de sim ple jefe de los ejércitos ffttimíes (am tr al-djuyúsh)
pasó a ser jefe de la adm inistración civil, judicial y religiosa. Los visires qu e le
sucedieron se beneficiaron de la mism a au to rid ad , que a m enudo im ponían al
califa reinante a la fuerza si era preciso; pero , a consecuencia de la disolución
del p oder califal y de las rivalidades qu e se p ro d u jero n en la corte y en el seno
del gobierno ffttimí, el destino de los visires fue a m enudo trágico, y a m edida
EL ISLAM DESCORONADO 151

que transcurría el siglo xii la inestabilidad de los visires prevaleció al mism o tiem ­
po que crecía la anarqu ía del régim en. H echo destacable en un E sta d o tan m ar­
cado en sus orígenes po r el Islam , varios de los visires fueron cristianos o antiguos
cristianos (particularm en te arm enios) convertidos al Islam . H ay que ver en esto ,
en los prim eros años de la dinastía en E gipto, una p ru eb a de a p ertu ra hacia c a te ­
gorías de la población egipcia m ás capaces gue los m usulm anes sunníes de co o p e­
rar con las au to rid ad es gubernam entales. E stas se apoyaban en una adm inistra­
ción muy centralizada, jerarq u izad a, d ep en d ie n te, según los períodos, del califa
o del visir, y qu e, rival de la adm inistración cabbásí, ha podido ser considerada
com o un m odelo en su género. Los cristianos y los judíos estab an am pliam ente
representados en ella y m anifestaban una gran lealtad hacia un régim en que les
apo rtab a satisfacciones m ateriales y m orales.
A sim ism o, los califas fátim íes recurrieron a m ercenarios no árabes para cons­
tituir su guardia personal e incluso una p arte de su ejército, que fue un privilegia­
do del E stado fátim í. P ero , en el siglo x n , dándose cuenta de su im portancia,
este ejército ejerció una presión cada vez más fuerte sobre el califa, el visir o las
diversas delegaciones de la adm inistración; más tarde los diferentes elem en to s de
este ejército (b ereb eres, turcos, sudaneses) se en fren taro n unos contra o tros p ara
p od er asegurarse el control del régim en, que no lo resistiría.
Los seldjüqíes rep resen tan un sistem a totalm en te diferen te. A u n q u e son m u­
sulm anes y aplican en su E stad o los principios de la sharFa (la ley m usulm ana),
son, sobre todo, hered ero s de las tradiciones turcas a las que se han sup erp u esto
elem entos iranios y árabes. El rasgo dom in an te de la dinastía es la concentración
de los poderes m ilitares y civiles en m anos de m iem bros de la familia: ésta reco ­
noce com o jefe al prim ogénito, a quien corresponde el título de sultán y la labor
de dirección general de los asuntos del E stado; p ero atribuye las funciones im por­
tantes del ejército y de la adm inistración civil a sus herm anos, tíos, sobrinos. E ste
sistem a prevalecería si a la cabeza de la familia se en co n trab a una personalidad
de envergadura que diera pruebas de auto rid ad y de dinam ism o ofensivo: las c o n ­
quistas perm itían satisfacer los ap etito s eventuales de los parien tes próxim os o
lejanos concediéndoles una parcela de p o d er sin que la unidad del E stad o se viera
am enazada; se tratab a de una especie de «infantazgos» (apanages) fam iliares que
contenía en sí mism a los gérm enes de la destrucción del E stad o seldjúqí. En efec­
to, desde finales del siglo xi vem os cóm o se m ultiplican los p equeños principados
en el A lto Iraq, en D jazíra y en el n o rte de Siria. Som etidos en principio a la
au toridad de un príncipe seldjúqí, están de hecho g obernados por los átdbegs,
p receptores de los jóvenes príncipes, que poco a poco se van atribuyendo el p o ­
d er real: la disolución del su ltan ato seldjúqí del Irán , Iraq y del n o rte de Siria
sería consecuencia de este fenóm eno. Sin em bargo, el su ltan ato seldjúqí del A sia
M enor se libraría de esta d esintegración, aun q u e a finales del siglo xn el sultán
Q ilidj A rslán II al dividir el E stad o en tre sus hijos estuvo a p u nto de provocarla.
152 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

E l P róxim o O riente partido en dos

Por o tra p arte, los seldjúqíes son m usulm anes sunníes: los problem as teológi­
cos apenas Ies preo cu p an , pero conciben la religión com o un elem en to fu n d am en ­
tal del E stad o , elem en to de go b iern o , elem ento de o rd e n , elem en to de m orali­
d ad ; sólo reconocían el Islam o rto d o x o y co m batieron enérgicam ente el sh físm o
ism á^lí. Su ortodoxia procede del Islam iranio, y p articu larm en te de la «defini­
ción» de G hazálí, p ensad o r, filósofo, teólogo, que supo conciliar fe y razón p re ­
sentándola de m odo que satisficiera a los turcos seldjúqíes. Al igual q u e sus veci­
nos y rivales fátim íes, fueron muy to leran tes con los no m usulm anes, cristianos
o judíos.
O tras características diferencian a fátim íes y seldjúqíes. El p o d er de los p rim e­
ros, sobre to d o a p artir de la segunda m itad del siglo xi, se ejerce sobre poblacio­
nes esencialm ente árabes, y secu n d ariam en te sobre m inorías no árab es o no m u ­
sulm anas; a p artir de principios del siglo xi y sobre to d o a p artir de m ediados de
este siglo, el M agrib se les va prácticam ente de las m anos y p asa, en su m ayor
p arte, a estar bajo el control de dinastías bereb eres, a p esar de la invasión de
unas tribus árabes, llam adas hilálíes, p rocedentes de E gipto. Los seldjúqíes, al
co n trario , dom inan diversos p ueblos, turco, iranio, k u rd o , árab e , y m ás tard e a r­
m enio y griego; estos pueblos son m ayo ritariam en te m usulm anes sunníes y p or
lo tan to no hay oposición e n tre los dirigentes y las poblaciones sunníes. A u n q u e
existen algunos grupos no sunníes, com o los nizáríes, los hashishiyyay los «asési-
nos», que son d espiadad am en te perseguidos, y cristianos, m uy m inoritarios, hasta
el m om ento en el que los seldjúqíes ocupan el A sia M enor, las poblaciones m u ­
sulm anas en conjunto reconocen com o jefe al califa cabbásí. É ste, única au to rid ad
legítim a, delega oficialm ente una p arte de su p o d e r en el sultán seldjüqí y p o r
consiguiente le confiere, m ed ian te investidura, un carácter de legitim idad que le
perm ite ejercer una p arte de p oder: lim itado prim ero a las cuestiones m ilitares y
adm inistrativas, este p o d er se extien d e a los aspectos jurídicos y religiosos, a p ro ­
vechándose de la lucha co n tra los fatim íes. La definición de las reglas seldjúqíes
que aparece en el Siydsat N ám eh está basada tan to en el carácter tem p o ral del
p oder seldjüqí com o en su carácter religioso que le ha sido cedido p o r el califa.
El peligro, que aparece a finales del siglo xi y m ás aún en el siglo x u , reside en
el sistem a de repartición de responsabilidades en tre los seldjúqíes: éste, al dism i­
nuir la au to rid ad del sultán , «gran seldjüqí» de Iraq , perm ite la aparición de o tro s
sultanes en A sia M enor, en el J u rá s á n , q u e, au n q u e reconocen de m anera oficial
— pero te ó ric a — al califa cabbásí com o jefe religioso y al sultán de B agdad com o
jefe de la fam ilia seldjüqí, utilizan estos argum entos p ara m ostrarse com o los re ­
presen tan tes legítim os de aquellas dos p ersonalidades, y en consecuencia a trib u ir­
se localm ente todos los poderes: político, ad m inistrativo, jurídico y religioso.
T am bién es posible que la diversidad étnica de los territo rio s dom inados p o r los
seldjúqíes haya facilitado una división del p o d er político y la creación de estos
sultanatos: la unidad religiosa no era suficiente p ara m a n ten er la unidad política.
E n tre los fátim íes, el hecho d e q u e el califa no sea el jefe espiritual d e la in­
m ensa m ayoría de los h ab itan tes, y qu e no haya conseguido atraerse la adhesión
de éstos, favoreció el desarrollo de la au to rid ad de los visires, d e te n to re s de un
p oder político m uy m aterial, lejos de im plicaciones religiosas. Los excesos de
EL ISLAM DESCORONADO 153

ciertos visires y de sus agentes efectivos, los m ercenarios, su laxism o a n te los c ru ­


zados, facilitaron en el últim o tercio del siglo xii la recuperación del sunnism o
en el plano político y religioso y la reconciliación e n tre la a u to rid ad d irigente y
la población. Al co n trario qu e en el m undo seldjüqí, se asiste a una reunificación
del dom inio sirio-egipcio con S aladino. P ero sería p o r poco tiem po.
El m undo m ed iterrán eo y el Próxim o O rien te conocieron en la segunda m itad
del siglo xi m odificaciones com erciales im p o rtan tes, cuyas causas son varias. C au ­
sas políticas: im plantación de los fátim íes en E gipto y en Siria, reconquista del
n orte de Siria p o r los bizantinos, principio de la fragm entación del califato cabbS-
sí, y trastornos que son consecuencia de la nueva presencia d e los seldjüqíes y de
otras tribus en las orillas del m ar N egro hasta las del m ar de A ral. C ausas p ro p ia­
m ente com erciales: aparición de m ercad eres italianos —presen tes ya en Ifriqiya —
en E gipto y p ro n to en las costas de Palestina y de Siria; e n tre fátim íes y anialfi-
tapos, seguidos inm ediatam en te p o r pisanos, p or genoveses y p o r venecianos, se
establecen corrientes com erciales que p ro n to d arán lugar a una presencia e u ro p ea
perm an en te en el O rien te; intensificación tam bién del papel de los m ercaderes
judíos de Ifriqiya y de E g ip to , y, p o r últim o, control p o r p arte de los fátim íes del
com ercio efectuado con Sudán y el Á frica O rien tal. C ausas accidentales: ruina
del p u erto de Siráf, en el golfo Pérsico, destru id o p o r un te rre m o to , cu an d o este
p u erto era una escala hacia B asora y B agdad y d esem p eñab a un im p o rtan te papel
en las relaciones m arítim as e n tre la India e Iraq ; su destrucción y la aparición de
piratas en el golfo obligó, com o hem os dicho a n te rio rm e n te, a desviar una gran
parte del tráfico com ercial hacia el m ar R ojo y E gipto. Los problem as en el
O rien te cabbdsí y la instauración d e un régim en fu erte y estable en E gipto ta m ­
bién influyeron de alguna m an era en estas transform aciones.
En el o tro lado, en la p arte sep ten trio n al del Próxim o O rie n te , desde el A sia
M enor hasta el Ju rásán , seguían las luchas, bien in tern as com o las de los griegos,
o bien po r el p oder o el dom inio d e una región; ad em ás, la llegada de las tribus
turcas y turcóm anas transform ó la vida cotidiana de las poblaciones locales: cam ­
bios étnicos, m odificaciones parciales de las actividades económ icas tradicionales,
m enor im portancia de la capital del califato ... Y todo esto rep ercu tió en co n tra
de la ruta del golfo P érsico -Irán -Iraq , aun cuando una p arte del com ercio carav a­
n ero seguía efectuándose a través de ella:
Sin afirm arlo de un m odo ab so lu to , es posible qu e los sultanes seldjúqíes h u ­
bieran previsto el restablecim iento del tráfico com ercial en los territo rio s que
ellos co n tro lab an hasta las salidas al M ed iterrán eo y al m ar N egro: esto explica­
ría, adem ás de los m otivos políticos y religiosos, sus a taq u e s co n tra los fátim íes
en Siria e incluso en P alestina, y c o n tra los bizantinos en el A sia M enor orien tal.
P ero la llegada de los cruzados y su establecim iento en los lím ites sirios y pales­
tinos y en una p arte de las tierras in terio res fru straro n las intenciones de los seld-
júqíes.
C uando a finales del siglo x n los cruzados, vencidos, a b an d o n aron la m ayor
p arte de sus posiciones, se restableció ap are n te m e n te la u nidad m usulm ana: a u n ­
qu e Saladino y, p o sterio rm en te, los ayyúbíes co n tro laro n el p o d er en Siria y en
E g ip to , Iraq y sobre todo A sia M en o r se les escapan de las m anos: d u ra n te m edio
siglo cam bió la situación del P róxim o O rie n te m usulm án hasta la irrupción de los
m ongoles, que de nuevo trasto rn ó la situación. Las características de los siglos x
154 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

y xi se reproducen: la zona n o rte y la zona sur están sep arad as, e incluso, a veces,
en ab ierto conflicto, y esta situación d u ra rá hasta principios del siglo x v i, cuando
los sultanes o tom anos restab lecerán la unidad en el Próxim o O rie n te m usulm án.

La agresión cristiana

C uando los cruzados llegan al Próxim o O rien te bizantino y m usulm án, éste
vive divisiones y luchas internas: en A sia M enor, la estabilidad del p o d er al acce­
d er al tro n o A lejo I C o m n en o term ina con la an arq u ía de los años 1071-1081;
pero éste ha tenido que p erm itir la instalación d e tribus turcas en la m eseta de
A natolia, e incluso en la región costera del m ar de M árm ara: de este m odo los
seldjúqíes de Sulaym án ibn Q u tulm ish, y p o sterio rm en te de Qilidj A rslán 1, ocu­
pan las principales ciudades de la ru ta Nicea (Iznik)-Iconion (Q o n y a); los dánish-
m andíes, el triángulo Sivas-K ayseri-M alay; los artu q íes y los saltuqíes, el A sia
M enor oriental y sudorien tal.
E stas tribus llegaron tras la victoria de A lp A rslán en M antzikiert (M aláz-
gird), en 1071, frente al basileus R o m an o D iógenes; p or etap a s van avanzando
hacia el cen tro e incluso hacia el o este, ap rovechándose de la lucha p o r el trono
que hace estragos en tre los griegos, apo y an d o , com o lo hacen los seldjúqíes, a
uno de los candidatos, o instalando, com o los d ánishm andíes, su au to rid ad en
sustitución de los griegos. D esp u és de la tom a d e p o d er de A lejo I, estas tribus
se benefician de circunstancias favorables: el basileus se encarga de la re sta u ra ­
ción del p oder im perial, de la reorganización adm inistrativa y m ilitar del im perio
y de la lucha contra los in ten to s de invasión p o r el oeste de los n orm andos del
sur de Italia.
Las disputas e n tre los turcos contribuyen al d ebilitam iento de la potencia bi­
zantina. Sulaym án ibn Q utulm ish quiere asegurarse la suprem acía sobre todos los
seldjúqíes y lucha sin éxito co n tra su prim o del Iraq ; tras él, Q ilidj A rslán ren u n ­
cia a la expansión hacia el este, p ero se o p o n e v iolentam ente a sus vecinos y ri­
vales dánishm andíes, q u e , p o r o tra p a rte , están en conflicto p e rm an en te con las
dinastías arm enias d e la región del alto É u frates. A sí se co m p ren d e el hecho de
que los cruzados al desem b arcar en A sia M enor no en co n traran una v erd ad era
oposición y que su paso p o r N icea, D o rilea, Q onya, hasta las P u ertas de Cilicia,
se efectuara en buenas condiciones.
La conquista de los cruzados de las principales ciudades de la costa siriopales-
tina, habiendo p en etrad o en Siria tras el largo cerco de A n tio q u ía (1098), se debe
tam bién a las rivalidades q u e, poco an tes, habían e n fren tad o a seldjúqíes y fáti­
míes en esta región (los fátim íes habían recu p erad o Jeru salén a n te los turcos m e­
nos de un año an tes de que los francos se a p o d eraran de ella), lo q u e de hecho
im pidió cualquier alianza fren te a los invasores. Los fátim íes enviaron incluso una
em bajada a los francos en el m om ento del cerco de A n tio q u ía, y una em bajada
franca se presentó en El C airo . E n este sen tid o , se ha hablado d e un proyecto
que hab ría concedido Siria a los francos y Palestina a los fátim íes, proyecto poco
p robable d ad o que la finalidad de los cruzados e ra o tra y, p o r o tra p a rte , q u e los
fátim íes acudían a suplicar y no a exigir. El éxito conseguido hasta en to n ces por
los cruzados no les habría llevado a tal avenencia; d e cualq u ier m odo, poco des­
E:L ISLAM DESCORONADO 155

pués de esta em bajada los fátim íes se ap o d eraro n de Jeru salén (agosto de 1098)
e in ten taro n ocu p ar to d o el n o rte de P alestina, con la esperanza de m an ten e r la
am enaza franca lo m ás lejos posible, al igual qu e la seldjúqí, siem pre p resen te.
E ste intento fracasó ya qu e en julio de 1099 los cruzados se ap o d eraro n b ru ta l­
m ente de Jeru salén , y un poco m ás tard e ocu p aro n los p u erto s de la costa hasta
Jaffa, e n tre 1100 y 1120. La falta de unión e n tre los m usulm anes en el A sia M e­
nor, en Siria y en Palestina favoreció a los francos. P ero en A sia M en o r e n c o n tra ­
ron tam bién aliados, voluntarios o forzosos, en los E stados arm enios d e Cilicia y
del T aurus, cuyos soberan o s se alian o se som eten a ellos: el príncipe arm en io
T h o ro s, soberano de E d esa, acude a B alduino de B oulogne p ara deshacerse de
los turcos; p ero , finalm ente, q uien desap arece es él y B alduino funda en to n ces
el prim er E stad o cruzado de O rie n te , el condado de E desa (m arzo de 1098).
A sí pues, los cruzados p e n e tra n en un Próxim o O rien te p ro fu n d am en te divi­
dido a finales del siglo xi. P ero conviene d estacar qu e los m usulm anes, p o r su
p arte, no fueron conscientes, al iniciarse esta expedición franca, de la im portancia
de este tipo de invasiones: p a ra ellos se tra ta b a de un ataq u e de los cristianos del
N orte, a lo que ya estab an aco stu m b rad o s sobre to d o desde el siglo x, m ás aún
cuando en tre los cristianos se hallaban los bizantinos, ya sea del A sia M en o r o
de A ntioquía. E n un prim er m o m en to creyeron q u e era una ofensiva pasajera y
lim itada frente a la cual siem pre se podrían co n certar alianzas. A n te la p e r s e v e ­
rancia de los sitiadores en el cerco d e A n tio q u ía, y sobre todo tras la invasión de
Siria y de Palestina y la p o sterio r creación del reino de Jeru salén , d escubrieron
la realidad. P ero ya era m uy tard e p ara p o d er alejar el peligro franco.
Sin em bargo, desde los p rim ero s años del siglo xn ap arece una form a clara
de resistencia cuyas consecuencias a largo tiem po son irrefutables. P rim ero , fren ­
te a la segunda olead a de cruzados en A sia M enor, se unen seldjúqíes y dánish-
m andíes para im pedirles atrav esar este país. D e hecho, en agosto de 1101, los
lom bardos son vencidos cerca de A m asia, un poco m ás tard e las tro p as del conde
de N evers son aplastadas cerca de E regli, y lo m ism o o curre con los contingentes
de A quitania y de B aviera. La m eseta cen tral de A n ato lia está defendida p o r los
turcos, y desde entonces los refuerzos hacia T ierra S anta sólo p u ed en llegar p o r
m ar. S im ultáneam ente, los átábegs de D jaztra y los seldjúqíes del Iraq se sienten
m enos am enazados, m ientras q u e el conde d e E d esa, co n tra el cual sus vecinos
dánishm andíes llevan a cabo un co n tin u o h ostigam iento del que es víctim a B ohe-
m undo de A n tio q u ía, no p u ed e esp e ra r o tro apoyo y refuerzo q u e el qu e le den
los estados cruzados de T ierra S anta. D e este m odo, en el A sia M en o r, los turcos
m usulm anes han hecho un fren te com ún co n tra el invasor; p ero , una vez su p era ­
do este peligro, em p ren d en de nuevo la lucha p o r estab lecer su hegem onía en la
m eseta de A natolia.
P or o tra p a rte , en Siria, tra s los prim eros fracasos, los príncipes locales, seld­
júqíes o átábegs de A lep o , H a m á , H om s (H im s) y D am asco, resisten cu alq u ier
ataq u e de los francos. E l largo cerco de A n tio q u ía les ha d em o strad o que éstos
no eran tan invencibles com o creían , y según las circunstancias, aliándose en tre
ellos tem p o ralm en te fren te a un a ta q u e de los cruzados o , si era preciso, estab le­
ciendo un pacto con ellos, consiguen p reserv ar las principales ciudades del in te ­
rior de Siria, pro teg er la ruta A lepo-D am asco-L a M eca, y acudir, llegado el caso,
a M osul y a B agdad. Sin em b arg o , se tra ta m ás de una política local o p o rtu n ista
156 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

q ue de un m ovim iento general de oposición a los cruzados: la idea de gu erra sa n ­


ta está au sen te de sus espíritus y cuando la ocasión se p resen ta se restablecen
relaciones de carácter com ercial, sobre to d o , e n tre m usulm anes y m ercad eres
francos.
M ás al su r, los fátim íes han p erd id o Jeru salén y la m ayor p a rte de P alestin a,
p ero finalm ente se acom odan a la presencia de los latinos en esta región y a la
creación de los E stad os de T ie rra S anta. En efecto, p o r una p arte éstos desvían
la atención de los seldjúqíes, y p o r o tra constituyen una barrera e n tre turcos y
fátim íes. E stos últim os lo p refieren , ya que la situación in terio r de E gipto se ha
d eg rad ad o sensiblem ente y no desean en absoluto co m b atir con ningún ad v ersa­
rio: de aquí el interés en m a n te n er el statu quo con los francos. A d em ás, al p o ­
seer una de las vías de acceso al o céan o ín d ico , ofrecen a los m ercad eres italianos
condiciones de com ercio m ás beneficiosas, m ás d irectas y m enos alea to rias que
las que p ueden en co n trar a través de Siria e Iraq.

La aventura de los latinos en Oriente

El episodio d e la im plantación latina en P alestina y en Siria sigue suscitando


interés en O ccidente, au n q u e en la historia del Islam se reduce a un «paréntesis»,
cuyos efectos, a largo plazo, fueron prácticam en te nulos. El interés de los h isto ­
riadores eu ro p eo s, más allá de to d o p ro b lem a teórico («la cruz co n tra la m edia
luna», una p rim era «colonización», e tc .), es deb id o al cará cte r tan original de la
experiencia (im p o n er un tipo social a una población q u e lo ignora) y a la riqueza
del bagaje reglam entario qu e p ro ced e de ella: «im portada» en esta d o p u ro , la
sociedad aristocrática de O ccid en te p erm aneció allí con su estru ctu ra inicia] (sin
las alteraciones ex perim en tad as de un m odo natu ral en el o e ste), de m an era que
la naturaleza exacta de los vínculos vasalláticos, de las p rerrogativas reales, de
los procedim ientos judiciales, se perciben m ejor en el Livre du ro iy las A ssises de
Jérusalem , la A ssise de la cour aux bourgeois, el L ib ro de Juan de Ibelín o la
A ssise sur la ligesse que en la m ayoría de libros so b re costum bres de E u ro p a.
El prim er aspecto, y el p rincipal, concierne al n ú m ero de hom bres. El re to rn o
de la m ayor p arte de los cruzados a sus casas, las pérdidas inevitables de la c o n ­
quista hasta 1120, los fracasos de las expediciones de ayuda y tam bién la escasa
presencia de elem entos fem eninos cristianos hicieron difícil el dom inio franco sin
los paliativos q ue se fueron im poniendo poco a poco. E n prim er lugar la dificul­
tad era de o rd en m ilitar: lo q u e se conoce sobre los efectivos g u errero s instalados
en el lugar nos indica qu e h abían 1.500-2.000 m iem bros de caballería pesada y
12.000-15.000 «sargentos». E stas tro p as, efectivo irrisorio p ara co n tro lar cerca de
80.000 km 2, recibían el apoyo anual de peregrinos arm ad o s qu e acudían en cu m ­
p lim iento de su prom esa, p ero éstos g en eralm en te estab an poco hab itu ad o s a las
tácticas locales y pasaban m ucha sed y calor en sus arm ad u ras de h ierro bajo el
sol. El desarrollo de cuerpos asalariados de indígenas arm ad o s, los «turcoples»,
palió de alguna m anera la «oligantropía», la escasez d e hom b res, p ero era un
sistem a que estab a expuesto a las traiciones. La im plantación de ó rd en es de m o n ­
jes-soldados (hospitalarios y tem p lario s), a p artir de 1112-1120, pro p o rcio n ó g u e­
rrero s de élite, siem pre disponibles, p e ro im placables hasta la obstinación y la
EL ISLAM DESCORONADO 157

arrogancia. El m estizaje con los arm enios, los griegos e incluso los sirios sólo se
podía producir en las ciu d ad es, y en O ccidente p ro n to desp reciaro n a estos «pou-
lains» ( = p artid ario s de la coexistencia con los m usulm anes) que llevaban túnica
y tu rb an te y q ue eran m ás pro p en so s a a d ap ta rse a las circunstancias que a c a r­
gar. E n definitiva, toda esta o b ra se basaba en la su p erio rid ad m ilitar: esas e m ­
b estidas espantosas a las qu e los o rien tales estab an poco aco stu m b ra d o s, esos sol­
dados-caparazón a los qu e las flechas no h erían , esas en o rm es fortalezas capaces
de albergar, de buen o mal g rad o , a todos los ald ean o s reunidos, y cuyas ruinas
ex trao rd in arias nos m uestran aún su poder: K rak de los C ab allero s, S aona, B e a u ­
fo rt, M ontreal, C hastelb lan c, etc. A u n q u e las rem o n tas de caballos no fueran p o ­
sibles, las cisternas estuv ieran vacías, o el calo r les obligara a q u itarse la co ta de
m allas... los francos resistieron p o rq u e dom in ab an to talm en te el m ar p ro teg ien d o
a su retag u ard ia y p o rq u e los segundones enviados a Siria p ara in te n ta r la av e n ­
tura se revelaron a m en u d o com o excepcionales cap itan es, com o el n o rm an d o
T an cred o y B alduino I, antes de 1120, F oulques de A njo u y R aim u n d o de T rípoli
m ás adelante.
El peligro 110 residía sólo en el escaso nú m ero de efectivos, sino tam bién en
la agresividad de estos h om bres rapaces a los q u e la Iglesia les aseguraba su sal­
vación. A un q u e sólo fue cread o un «reino» en Jeru sa lén , en 1100, los «príncipes»
norm andos de A ntioquía o de E d esa, los «condes» tolosanos de T rípoli, p o ste ­
rio rm en te los de P oitiers o los de P rovenza, y en el siglo xm los alem anes o los
de la C h am p añ a, se en tre g aro n a incesantes rivalidades q u e , al ser expulsados
hacia la costa en el siglo x m , tran sfiriero n a la ciudad. A llí, en los p u erto s en los
que las ciudades com erciales h abían conseguido, com o se ha dicho a n te rio rm e n te ,
privilegios y m ercados (fu n d ú g , fo n d a c o ), se traslad aro n tam bién las querellas ita ­
lianas o catalanas. La intransigencia de unos y o tro s no sólo se ejercía e n tre ellos
m ism os sino tam bién resp ecto a o tra s m inorías cristianas.
Sin em b arg o , hay q ue señ alar q u e los francos no e n co n tra ro n en las poblacio ­
nes cristianas de Siria y P alestina to d a la ayuda y sim patía qu e esp erab an ; estas
poblaciones eran en su m ayoría de rito o rto d o x o , sobre to d o en el n o rte de Siria,
y no estaban muy de acu erd o con el control sobre am plios dom inios, espirituales
y m ateriales, que ejercía la Iglesia latina. La in tolerancia de prelados y señ o res
de O ccidente fom entó aún m ás esta an tip atía y, en consecuencia, las alianzas fu e­
ron poco frecuentes, salvo con los m aro n itas, y tuvieron un carácter tem p o ral o
incluso sim plem ente individual. D e cu alq u ier m an era, au n q ue episódicas, estas
relaciones e n tre francos y cristianos de O rien te tuvieron p ara estos últim os dolo-
rosas consecuencias, ya q u e , tras la p artid a de los francos, los d irigentes m usul­
m anes castigaron a toda la com unidad cristiana p o r aquello qu e sólo h abían co ­
m etido unos cuantos.
E stos som bríos aspectos no cesarán de am pliarse. P ero no hay qu e n eg ar el
gran esfuerzo de aclim atación iniciado al m enos en el siglo x u . C onvencidos p ro n ­
to de q ue no serían m ás q u e un p u ñ ad o de jefes y, p o r o tra p arte , muy p re o c u ­
pados po r las «costum bres» com o lo estab an en sus lugares de o rigen, los francos
se lim itaron a co b rar los im puestos territo riales o públicos del régim en m usulm án,
el diezm o (za ká t), las tasas de a d u an a (dogana), los alquileres de la tierra ; llam a­
ron a las aldeas «casales», p e ro d eja ro n qu e g o b ern ara y juzgara el rcfis y el c a d í,
com o antes. Y se cree q u e, en el cam p o , sus relaciones fueron m uy superficiales
158 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

y po r lo tan to poco agresivas con el cam pesinado. N o in te n taro n n unca la co n v er­


sión ni la sustitución de d erech o s; sólo trasp lan taro n allí, y p a ra su p ro p io uso,
feudo, ho m en aje, servicios diversos, con el rigor de las exigencias qu e justificaba
el clim a g u errero , y u na je ra rq u ía feudal a la alem ana o a la esp añ o la, com o se
q u iera, en la qu e cada uno —rey, p ríncipe, co n d e, p a r, b a ró n , vizconde, castella­
no, señ o r te rrito ria l— o cu p ab a su lugar. Situación co n serv ad o ra, es v erd ad , p ero
de hecho tam bién conserv ato ria. La organización sólo fue p ro fu n d am en te a lte ra ­
da en la ciudad, lo que explica q u e en el siglo xm el «reino d e A cre» , casi exclu­
sivam ente u rb an o , tuviera b astan tes problem as. En este sen tid o , fueron los italia­
nos, sobre to d o , quienes in tro d u jero n su experiencia de adm inistración ciu d ad a n a"
en los establecim ientos co m erciales, la adm inistración local p o r b arrio s (ruga, vi-
cus), la designación de «cónsules» o de «bailes» p ara cada co m u n id ad , trib u n ales
com erciales especializados (fo n d e), etcé tera.
N o hay que exag erar, ya lo hem os dicho, la im portancia de este in jerto e x tra n ­
je ro en el cu erp o del Islam . C iertam en te para E u ro p a significa la seguridad de
un acceso regular y p rio ritario al com ercio o rien tal. P ero da la im presión de ser
una sim ple «boca de ventilación», de qu e lo esencial se fragua en E gipto o en
A sia M en o r. M uy p ro n to , y b asta n te an tes de la ép o ca de S aladino, las posesio ­
nes territo riales, que po r o tra p a rte son poco im p o rtan tes p a ra p o d er d e sem p eñ ar
un papel m ilitar decisivo en O rie n te , pasarán a ser secundarias d e n tro de las
preocupaciones de los m ercad eres. Y esta será, sobre to d o , la causa del fracaso
final de la conquista latina.

¿Salvó Saladino al Islam?

Los prim eros intentos de resistencia ante la presencia de los francos en Siria
son debidos a problem as locales y a rivalidades e n tre territo rio s colindantes de
cristianos y m usulm anes; E d e sa , A n tio q u ía, A lep o , M osul, M árdín y D am asco:
no se tra ta en absoluto de g u erra sa n ta , sino de q u erellas e n tre príncipes en las
que no se tiene en cuenta el origen ni la religión del ev en tu al aliado. E n los años
veinte del siglo xn todo el n o rte de Siria fue sacudido p o r ataq u e s francos c o n tra
las principales ciudades y, tam b ién , p o r las acciones violentas de los b átiníes, m u ­
sulm anes h eterodoxos ism ácilíes, en A lep o y D am asco. A p esar de fracasos a ve­
ces sangrientos, com o la fam osa m asacre del A g er sanguinis e n tre A lep o y A n tio ­
quía en 1119, los francos consiguen asegurarse el co ntrol del golfo, desde A lejan-
d re ta hasta el Sinaí: en esta p enínsula instalan bases, a lo largo del golfo de E ilat,
y tam bién en C isjordania, com o el fam oso K rak de M oab. C arav an as de m erca­
d eres o de peregrinos están siem pre a su m erced. Y ¿qué decir de la b o ta d u ra
de barcos corsarios en el m ar R o jo , a p a rtir de 1160, q u e llegan a atac ar D jid d ah ,
el p u erto de L a M eca?
El em ir de M osul, cIm ád .al-Din Z engi, se p ro p u so desde 1128 u n a do b le ac­
ción: reco n q u istar a los francos los territo rio s del n o rte de Siria y h acer p rev alecer
la orto d o x ia sunní sobre el sh físm o en esta región. R ec u p e ra n d o el h o n o r d e la
lucha co n tra los enem igos de la v erd ad era fe, Z engi revitalizó el con cep to de
djihád ( ‘g uerra sa n ta '), sin q u e , sin em b arg o , este co n cep to haya conocido nun ca,
m ientras él vivió, una repercusión m uy clara en las conciencias m usulm anas: esto
EL ISLAM DESCORONADO 159

es debido a q u e las acciones d e Z engí fueron muy diversas y dispersas, y a que


sus co n tem p o rán eo s no p u d iero n descu b rir en él u n a línea de cond u cta bien d e ­
finida. La elim inación de los sh H es y de los bátiníes de A lep o , e in d irectam en te
de D am asco, le aseg u ró la adhesión de num erosos m usulm anes, p ero su rigor a
veces excesivo le im pidió aliarse a los de D am asco, q u e , al c o n trario , se acerca­
ron m ás a los francos de Jeru salén . P o r o tra p a rte , la recuperación de E d esa en
diciem bre de 1144 fue co n sid erad a, en el m u n d o m usulm án, com o un p rim er paso
verd ad eram en te im p o rtan te en la lucha co n tra los latinos. R ecíp ro c am en te, la
caída de E d esa d em o stró a los latinos la fragilidad de su estab lecim ien to en
O rie n te , fragilidad d eb id a a una im plantación de ho m b res m uy restringida y, ta m ­
bién, al e n to rn o hostil, griego o á ra b e , q u e , tras la so rp resa inicial, co n tra a ta c ó
en érgicam ente. E ra necesario un refuerzo p ara los cruzados d e O rien te: la E u ro ­
pa cristiana debía m o strar su fuerza y su v oluntad. P or este m otivo en la segunda
chuzada predicada po r san B e rn ard o de C lairvaux p articipan reyes. A l djihád m u ­
sulm án los cristianos resp o n d en con la g u erra santa: p e ro esta g u erra (1147-1149)
no tuvo el m ism o éxito qu e la p rim era cruzada y sus resultados fu ero n ap en as
destacables.
A sí, una nueva situación ap arece en O rie n te , d o n d e, desde en to n ce s, los fra n ­
cos están a la defensiva en el n o rte y en el c e n tro de Siria, y d o n de los m u su lm a­
nes, bajo el im pulso de NQr al-D ín, hijo y sucesor de Z en g í, se unirán poco a
poco desde M osul a D am asco: tare a m inuciosa en la qu e N úr al-D ín prosigue la
o b ra de su p a d re , co m b atien d o a la vez a los h eréticos m usulm anes y a los cristia­
nos latinos y o bligando a los em ires turcos, k urdos o árab es de D jazira y de Siria
a reconocer su au to rid ad . D esde 1146, fecha de su acceso al p o d er, hasta 1174,
fecha de su m u erte, N úr al-D ín rep rese n tó al crey en te m usulm án p o r excelencia,
no sólo p o rq u e supo d esarro llar y h acer efectivo el esp íritu de djihád co n tra los
francos, sino tam bién p o rq u e su acción co n trib u y ó , p o r una p a rte , a aniq u ilar el
shFism o en Siria y reforzar el sunnism o, sobre to d o pro m o v ien d o cen tro s de re ­
flexión y de difusión de la o rto d o x ia m usulm ana y, p o r o tra , a m arg in ar y aislar
a los fátim íes de E g ip to , p o r h a b er concluido una alianza con los latinos de J e ru ­
salén. N úr al-D ín fue reconocido com o el jefe y el p ro te c to r de los m usulm anes,
lo que tuvo com o consecuencia in m ed iata la unión de éstos bajo su a u to rid ad y
com o consecuencias m ás lejanas la elim inación de los fátim íes y p o r tan to la re in ­
serción de E gipto en el co n ju n to de los países m usulm anes o rto d o xo s del Próxim o
O rie n te , y, p o r últim o, la d estrucción del rein o franco de Je ru salén . E l artífice
de estas últim as em presas fue Saláh al-D ín ben A yyúb, el Saladino d e la h isto rio ­
grafía occidental.
A m ediados del siglo x n E g ip to ap a re c e , efectiv am ente, com o u n o de los e le ­
m entos esenciales del Próxim o O rien te: a las ten tativ as, infructuosas, del visir T a-
lá*i contra el reino de Jeru salén suceden negociaciones con enviados de N úr al-
D ín , del basileus M anuel 1, del rey B alduino III. E n realid ad , fue la d egradación
de la situación política in tern a de E g ip to lo qu e favoreció el proceso final: las
querellas e n tre visires, las intervenciones an árquicas d e diversos elem en to s del
e jército , los conflictos, las rev u eltas en varias provincias, llevan a N úr al-D ín y
al nuevo rey de Jeru salén A m au ry I a p re te n d e r incluir E gipto en sus áreas res­
pectivas. A dos expediciciones de A m au ry en 1161 y 1162, sin éxito, sigue un
a taq u e llevado a cabo p o r el em ir k u rd o ShírkÚh en 1164, actu a n d o en n o m b re
160 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

Las conquistas de Saladino


EL ISLAM DESCORONADO 161

de N úr al-D in a petición de un antiguo visir, Sháw ar, refugiado en D am asco.


É ste, una vez restablecido en su puesto , se niega a cum plir las p ro m esas hechas
a N úr al-D in y pide ayuda a A m aury. T ras una p rim era intervención en julio
de 1164, tiene lugar una segunda intervención en 1167 con ayuda de los griegos,
consecuencia de la invasión de las tropas de Shirkúh; p ero , finalm ente, los dos
adversarios se retiran. U n nuevo ataq u e de A m aury en 1168 provoca la reacción
de NQr al-D ín y de Shirkúh; a pesar de una inteligente política de equilibrio
y de prom esas, Sháw ar es elim inado en beneficio de Shirkúh, quien a n te rio r­
m ente había obligado a los francos a retirarse en e n ero de 1169. El nuevo visir
se une al califa fátim í, p ero poco después su m uerte perm itió a su sobrino Saláh
al-D in (Saladino) el acceso al visirato y al m ando del ejército. É ste resistió dos
ataques de A m aury y finalm ente, tras la m uerte del califa fátim í A l-cA did, res­
tableció en El C airo la o rtodoxia sunní y la jutba fue pronunciada en nom bre
del califa cabbásí en septiem bre de 1171. H asta la m u erte de N úr al-D in (1174),
las relaciones en tre él y Saladino, prim ero correctas, se en conaron ya qu e este
últim o quería independizarse en E gipto y en las regiones que bord ean el m ar
R ojo: las preocupaciones económ icas le llevaron a seguir esta política.
La m uerte de N úr al-D ín y las q uerellas sucesorias favorecen la intervención
de Saladino en Siria y en D jazira, p ero hasta finales de 1180 no recibe del califa
la investidura oficial y se convierte, no sin oposiciones locales, en el v erdadero
jefe del Próxim o O rien te, consiguiendo así la unión deseada p o r N úr al-D in.
P or o tra p arte, la situación de los latinos se ha d egradado p rofundam ente: a las
insubordinaciones de tal o cual belicoso «barón» se añaden la im potencia del
rey de Jerusalén B alduino IV , im pedido por en ferm ed ad , las agudas envidias
e n tre familias guerreras y el doble ju eg o de los em p erad o res bizantinos, p rác­
ticam ente reinstalados en A ntio q u ía y en Cilicia desde 1137-1159, que codician
E gipto y m antienen con los arm enios o los turcos sutiles intrigas, provocando
a la vez a los italianos qu e, p o r sus am biciones, están muy preocupados en O c­
cidente. E n 1187, tras d e rro ta r en H attin al ejército franco, Saladino recupera
Jerusalén y la costa, salvo algunos puntos com o A n tioq u ía, T iro o A scalón.
La unión se com pleta con la incorporación de Palestina al territo rio ayyúbí.
U na tercera cruzada (1190-1192) p erm ite a los francos recu p erar una p arte de
la costa palestina, desde T iro a Jaffa, p ero en realidad consagra el triunfo de
Saladino, el fin prácticam ente del reino de T ierra S anta y la realidad del reino
ayyúbí que se extiende p o r la A lta M esopotam ia, Siria, P alestina y E gipto, que
constituye una unidad política reforzada por la unidad religiosa, h abiendo el
sunnism o suplantado definitivam ente al shN sm o. E sta unidad no ha sido o b ra
de los árabes, sino de los turcos y de los kurdos, que han estad o al frente del
com bate m ilitar, político y religioso: el p o d er pro p iam en te «árabe» d esaparece
de este m odo por varios siglos en el Próxim o O rien te.
La captura de Jeru salén , la desaparición del cisma del Islam o rien tal, la li­
beración del m ar R ojo, la recuperación de las en trad as de o ro y esclavos por
el M editerráneo y de los vínculos con Á frica del N o rte son un balance des-
tacable de la acción de Saladino. Y , sin em bargo, en el m om ento de su m u er­
te, en 1193, se pone en du d a la co ntinuidad de estos éxitos: el califa ha roto
con el sultán de E gipto, las salidas m arítim as p erm anecen en m anos d e los cris­
tianos, los turcos no se han unido, y se esbozan ya vías de tránsito desde E x ­
162 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

trem o O rien te a E u ro p a , a través de A n ato lia y el T u rk están , qu e m arginan a


E gipto.
E n efecto, en un prim er m om ento se constituye o tra unidad m usulm ana, en
el A sia M enor, en d etrim e n to del Im perio b izantino, del em irato ddnishm andí y
de las tribus turcóm anas, y en beneficio de los turcos seldjúqíes: el sultán Qilidj
A rslán II triunfa sobre su rival ddnishm andí (1164-1174) y sobre to d o inflige la
dura d e rro ta de M yriokefalón al basileus M anuel en noviem bre de 1176. E sta re ­
petición de la batalla de M antzikiert anula toda esp eran za de reconquista de te rri­
torios en el A sia M eno r p o r p arte de los bizantinos, reafirm a la au to rid a d del
seldjúkí en toda la m eseta cen tral y consagra la instauración del p o d er político y
religioso del su ltan ato seldjúqí de Q onya. La o b ra turca es ya una realidad hasta
tal p u n to que un cronista de la tercera cruzada dio el n om bre de «Turchia» al
A sia M en o r seldjúqí. D e este m odo, a finales del siglo x ii , el Próxim o O rien te
m usulm án conoce una evolución irreversible y consagra el d esarrollo y la victoria
de nuevos pueblos.

¿ H ay m o t iv o s p a r a e s p e r a r ?

El fracaso en la conquista de B agdad y en el d erro cam ien to del califato cabbá-


sí tuvo consecuencias políticas y económ icas d irectas. E n principio, el califa fáti­
mí, A l-M ustansir, vio su au to rid ad fu ertem en te reducida y tuvo qu e recu rrir a un
hom bre fu erte, el visir B ad r al-D jam áll, para re sta u ra r el prestigio del E stad o :
esta m edida inauguró un p erío d o en el qu e el p o d e r efectivo estab a en m anos de
los visires, situación co m p arab le a la del régim en cab b ásí un siglo an tes. P o sterio r­
m en te, p ara p o d er e m p re n d e r la expedición al Iraq , A l-M ustansir vació las arcas
del teso ro , al m ism o tiem po qu e el ejército so p o rtab a q uerellas in tern as y su b le­
vaciones en tre las tropas turcas y sudanesas y q u e una esp an to sa carestía se ab atía
sobre E gipto d u ran te varios años.

Un E gipto próspero , pivo te del com ercio oriental en el siglo x n

B adr al-D janiálí, que adem ás del título de visir posee el de A m lr al-D juyüsh
(‘co m an d an te del ejército*), introduce en el E stad o fátim í nuevas ideas, en p rim er
lugar p o rq u e la personalid ad del visir suplanta a la del califa y co n cen tra los p o ­
deres m ilitar, civil e incluso religioso. A d em ás, A l-D jam áli, d e origen arm en io y
antiguo esclavo d e un em ir sirio, constituye p ara sí m ism o una g uardia arm enia
(cristiana) que le perm ite afirm ar su au to rid a d , so b re todo fren te a varios elem en ­
tos del ejército, elim inando a los más conflictivos (sudaneses o turcos) o en v ián ­
dolos de nuevo a Ifriqiyá (b ere b eres); m ien tras, el califa es p rácticam en te e n c e­
rrad o en el palacio real y no sale de él más qu e en ocasión de cerem onias de
gran pom pa.
La centralización del p o d er, que ya e ra evid en te con los p rim eros califas fá­
tim íes d e El C airo , se acen tú a pues con B ad r al-D jam álí y sus sucesores: los go­
biernos provinciales d epen d en estrech am en te de El C airo, do n d e los diw&ns ges­
tionan la vida adm inistrativa y financiera del país desde el palacio del visir o del
F.L ISLAM DESCORONADO 163

califa, y los agentes civiles o m ilitares son alineados en una d eterm in ad a je r a r­


quía, cuya catego ría se m anifiesta en la paga, las insignias in d u m en tarias y el lu ­
gar que ocupan en las cerem onias. E stos funcionarios, qu e en su m ayoría residen
en El C airo, son a la vez un apoyo y un peligro in tern o p a ra el gob iern o fátim í,
ya que las rivalidades a veces son feroces y la aspiración a cargos im p o rtan tes y
bien pagados o a la protección del visir provoca envidia y conflictos. Sin em b arg o ,
tan to con B adr al-D jam áli com o con sus sucesores A l-A fdal y A l-M a’mQn, la a u ­
toridad del visir no fue discutida, sino refo rzad a, ya que la vida social y eco n ó m i­
ca conoció un p erío d o eufórico.
Si con el califa A l-H ák im , a principios del siglo x i, y un poco m ás tard e bajo
el visirato de Y ázúrí, los cristianos fueron o b jeto de vejaciones, a p artir de B ad r
al-D jam áli las condiciones de los no m usulm anes vuelven a ser n orm ales. Y no
sólo los cristianos son em pleados com o funcionarios del g o b iern o , algunos de los
cuales consiguen funciones im p o rtan tes (com o el m onje co p to A b ü N adjáh que
en 1129 es consejero del califa A l-Á m ir, el cual había elim inado al califa A l-M a5-
m ún) y se sabe que o tro s visires fueron cristianos; tam bién parece que algunos
judíos nom brados visires se co nvirtieron al Islam . C ristianos y judíos p artici­
paron activam ente en el ren acer económ ico, y, p o r su p a rte , el g o b iern o , sobre
todo d u ran te los visiratos de A l-A fdal y A l-M a3mÚn que favorecieron la c e le b ra ­
ción de fiestas religiosas e instituyeron cerem onias, consagró créditos oficiales
para fiestas cristianas y p ara la restau ració n o construcción de iglesias y m o n aste­
rios. E sta política liberal con los cristianos im plica una lenta asim ilación, y en
esta ép oca, en los siglos x i- x ii, se perciben progresos sensibles en la arabización,
debido a que los árab es son p ro b ab lem en te m ayoritarios en la población, y la
regresión de la lengua copta que tien d e a convertirse esencialm ente en una lengua
litúrgica.
Si hubo, a m ediados del siglo x i, una reacción anticristian a, en la época del
visir R idw án ibn W alajashí, en la qu e se to m aro n m edidas severas (expulsión de
la adm inistración, confiscación de bienes e incluso ejecuciones), esta política no
fue d u rad era y hasta el final de la dinastía la com unidad cristiana y la com unidad
judía no sufrieron d irectam en te graves perjuicios: au n qu e sí h ubo dificultades
com o consecuencia del d esorden político que afectó a El C airo y que llevó final­
m ente a Saladino a tom ar el p oder.
A unque la situación de la vida económ ica de E gipto, an tes de la llegada de
B adr al-D jam dlí, no era m uy b u en a, las m edidas tom adas p o r el visir co n trib u y e­
ron a m ejorarla rápidam en te. N o sólo restau ró el o rd e n , sino qu e tam bién se
ganó la confianza de los cam pesinos reb aján d o les los im puestos d u ra n te tres años
y pidiendo prestad o a los com erciantes —no co n fiscan d o — cantid ad es de d in ero
que se com p rom etió a devolver. La recu p eració n de la seguridad favoreció a la
producción y al com ercio, y tam bién al ren d im ien to de los im puesto^ y tasas, y,
com o consecuencia, posibilitó un gran esfuerzo de construcción y un gran e sfu er­
zo artístico que se m anifestó sobre to d o en la nueva ciudad de El C airo. H ay que
señ alar que la degradació n política del siglo x ii no p e rtu rb ó sensiblem ente el d e­
sarrollo económ ico, ni siquiera c u an d o circunstancias ex tern as llevaron a la ruina
a m anufacturas de tejidos de T anis y de D a m ie ta, en el d elta del N ilo, q u e luego
fueron trasladadas a F ustát y a E l C airo . E n relación al régim en de las tierras
disponem os de poca docum entación. P odem os, sin em b arg o , señ alar qu e el régi­
164 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

m en de los im puestos tradicionales (jarádj, diezm o) de los cabbásíes perm an eció


vigente con los fátim íes. Es posible que las fundaciones piadosas ( w aqf) se hayan
generalizado m ás que an tes, ya que se han creado instituciones y edificios religio­
sos a los que se dedican los ingresos de estas fundaciones: p ero estos ingresos
p roceden esencialm ente de recursos urbanos (tien d as, m ercados, baños, e tc .). El
régim en de la ciqtác está establecido bajo un estricto co ntrol del E stad o .
En el aspecto agrario, E gipto no parece h ab er conocido o tra catástrofe n atu ral
com o la de los años 1062-1069, y a p artir de entonces la producción agrícola fue
regular y ab u n d an te , perm itien d o un abastecim iento suficiente p ara los h ab itan tes
y los talleres y p ro porcio n an d o al gobierno, a través de los im puestos y o tras
exacciones, im portantes recursos. Los principales productos o btenidos son el tri­
go, la ceb ad a, las legum bres (sobre todo h abas), la caña de azúcar, fo rraje, y,
en tre las plantas industriales, el lino y el algodón. La m ad era es escasa y de m ala
calidad, y por lo tan to había qu e im portarla de O ccidente p o r m ediación de las
ciudades com erciales italianas, sobre todo para p o d er co nstru ir navios. O tra fu en ­
te de riqueza es el o ro p ro ced en te de N ubia qu e los b u scad o res llevan a F u stát,
a la casa de la m oneda, que en 1122 será sustituida por la casa de la m oneda de
El C airo: de este m odo, la m oneda egipcia ha conservado una garan tía de valor
que se ha m antenido con los ayyúbíes cuando Saladino activó las relaciones con
A bisinia o el C had.
El gobierno ejerce un estricto control sobre los grem ios, com o se hace ev id en ­
te en los talleres textiles: percibe tasas im p o rtan tes sobre los productos destinados
a la exportación. Según M uqaddasí:

Las tasas son especialm ente gravosas en Tanis y en D am ieta. Ningún copto puede
tejer una pieza de tela en Shata sin que sea sellada por el gobierno, no puede ser
vendida si no es por agentes reconocidos por el Estado, uno de los cuales lleva el
registro de las piezas vendidas. Cada pieza es confiada a un em pleado que la enrolla,
otro que la sujeta con fibra de palm era, un tercero que la pone en una caja, y por
último, otro que ata la caja, y cada uno de estos em pleados percibe un tributo. A
la salida hay que pagar otra tasa. Todas esas tasas están controladas por la firma de
cada uno de estos em pleados sobre la caja y son verificadas por inspectores a bordo
de los navios que están a punto de salir.

O tro s productos de la industria egipcia fátim í ad q uirieron una gran reputación:


objetos de m arfil, de cristal de roca, de alfarería, de cu ero , dieron lugar a un
com ercio de exportación.
Los fátim íes ya habían m an ten id o buenas relaciones com erciales con varios
puertos y ciudades italianas cuan d o estaban establecidos en Ifriqiya; éstas se co n ­
servaron tras el traslado a E gipto y es muy pro b ab le que los m ercaderes y a rte sa ­
nos judíos colaboraran en estas actividades com erciales com o m uestra claram en te
la docum entación de la G enizá d ep o sitad a en la sinagoga de los Palestinos de El
C airo, recientem ente descubierta y estudiada. E stos docum entos m uestran el p a ­
pel d esem peñado por los judíos m agrebíes introducidos desde finales del siglo x
en el com ercio m ed iterrán eo occidental de El C airo , y tam bién el papel desem p e­
ñado p o r los m usulm anes m agrebíes qu e ex ten d iero n las relaciones egipcias hacia
A rabia y la India a p artir del siglo xi.
E sta expansión del com ercio hacia el o céano índico está en relación con la
EL ISLAM DESCORONADO 165

política anticabb ásí de los fátim íes y con la política de d esarro llo agrícola e indus­
trial que fue llevada a cabo en esta época, con la construcción de una flota d e s­
tinada a reco rrer el m ar R ojo y las costas del Á frica orien tal. Poco a poco el
com ercio po r el m ar R ojo va sustituyendo al del golfo P érsico, so b re todo ten ien ­
do en cuenta q u e el m undo cabbásí sufre bastan tes trasto rn o s. E n cA y dháb y Q u-
sayr se crean p u erto s com erciales, el con tro l del Y em en perm ite la utilización de
las facultades y de las relaciones yem eníes en m ateria de navegación, y, com o ya
lo hem os visto, E gipto se co n vierte en un m ercado y un d epósito com ercial e n tre
el m undo del océan o índico y el del M ed iterrán eo . E n el últim o cu arto del siglo
xn aparece po r prim era vez el n om bre de los m ercaderes karim íes, especialistas
en el com ercio por el m ar R ojo y p o r el o céan o índico occidental, cuyo apogeo
tiene lugar con los ayyúbíes.
E sta política de expansión com ercial afecta las costas del A frica orien tal y
p to n to tam bién las del S ind, G u d e je ra t, B eluchistán, la India, y ad q u iere la fo r­
ma de una política de expansión religiosa ya qu e algunos m ercaderes m usulm anes
egipcios tam bién son m isioneros y propagandistas del sh ffsm o o reco rren los p a í­
ses del océano índico acom pañados de m isioneros shFíes. E sta instalación de
m ercaderes árab es en las costas del océano índico benefició, en p rim er lugar, a
los fátim íes que convirtieron E gipto en la base más im p o rtan te e n tre O rien te y
O ccidente: percibían po r las m ercancías, que gen eralm en te son caras, gravosas
tasas, tanto al e n tra r com o al salir. La salida de productos se efectu ab a sobre
todo en A lejandría, desd e d o n d e los m ercad eres italianos, am alfitanos, v enecia­
nos, písanos, se encam inaban hacia O rien te: a cam bio d e azúcar, telas, especias,
productos de Á frica y de la In d ia, pro p o rcio n ab an m ad era, h ierro , e incluso tri­
go, según la d em anda. E ste com ercio em pezó a desarro llarse en el reinado del
califa A l-M ustansir y esto explica los gastos fastuosos, las construcciones qu e el
califa prom ovió y que fueron la adm iración de los viajeros de aquella ép o ca, so­
bre todo del persa Nasir-i Jusraw .
D e hecho, El C airo y F ustát reb o san de riquezas en este m o m en to , e n riq u e ­
ciendo a los califas, pero tam bién a un gran n úm ero de funcionarios, m ercaderes
y artesanos de todas clases. Las construcciones se m ultiplican: El C airo se co n ­
vierte en una verd ad era capital y eclipsa a B agdad y las ciudades de Siria; el afán
de lujo de los califas hace d esarro llar todo lo qu e se relaciona con el arte y lo
que ha sido den o m in ad o arte fátim í se extendió p o r to d o el m undo m usulm án.
La construcción de las m ezquitas de A l-H ákim y de A l-A zh ar es una m u estra de
la particular evolución q u e se m anifiesta ta n to en el a rte m onum ental com o en
la decoración. P or una p a rte , los fátim íes recu rriero n al arte cabbásf del perío d o
de S am arra, com o por ejem plo en la utilización de alm inares circulares con pisos
degradados. P or o tra p a rte , tam bién se sirvieron am pliam ente del fondo artístico
local, especialm ente del de los coptos: a éstos hay qu e atrib u ir la adopción de
una iconografía figurativa, cortejos de anim ales, de p ersonajes, escenas de caza,
de orgías, de danzas. Los p aneles de m adera o de m arfil, lo que se sabe de las
telas, de la cerám ica, de los bronces, m u estran un alto desarrollo en la técnica y
son, tam bién, el sím bolo de una p ro sp erid ad qu e ad m irab a a los viajeros m usul­
m anes.
E sta abundancia de riquezas exigía un g obierno fu erte y co nstante en el e je r­
cicio de su p o d er; pero la debilidad o la incapacidad de los califas del siglo x u y
166 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

las rivalidades e n tre visires diero n paso a los conflictos in tern o s, a las reivindica­
ciones y a las exigencias de los m ercenarios. La lucha p o r el p o d er beneficiará a
Saladino y a sus sucesores, au n q u e su interés p or m an te n e r la unidad no ev itará
que el E gipto ayyúbí se diferencie claram en te de Siria y qu e sea una evid en te
continuación del E gipto fátim í.

E gipto se detiene: los ayyúbíes en dificultad

Sucesores de los zengíes y, m ás rem o tam en te, de los seldjúqíes, S aladino y


los soberanos q ue le sucedieron en Siria y en E gipto a p o rta ro n a estos dos países
sensibles cam bios políticos, sociales y económ icos. El principal fue, sin d u d a , el
tipo de régim en instituido p o r S aladino, que in tro d u jo un sistem a h ered itario ,
concepción fam iliar del p o d e r, bajo la au to rid ad de uno de los m iem bros de esta
fam ilia reconocido com o em ir su p rem o y a veces con el título de sultán. E sta
concepción podía llevar a la disgregación de los territo rio s unidos p o r S aladino;
sin em bargo, un sentim ien to de so lidaridad prevalecía y, au n q u e estallaro n q u e ­
rellas de poca im portancia, siem pre había un m iem bro de la fam ilia ayyúbí (A l-
M alik al-cÁ dil, A l-M alik al-K ám il, A l-A yyúb, p o r ejem plo) que resta u rab a la
unidad fam iliar. Y, sin em b arg o , este sistem a h ered itario que concedió varias
provincias del E stad o a p arien tes próxim os, tam bién significó la creación de o tro s
p equeños sistem as hered itario s de privilegios, y p o sterio rm e n te , al constituirse el
ejército en la fuerza de apoyo d e los príncipes ayyúbíes, se concedieron ciqtács a
m ilitares. N o o b sta n te , este sistem a no sería aplicado en E gipto.
Los seldjúqíes habían d esarro llad o especialm ente la concesión de ciqtács m e­
diante la asignación de los ingresos que produce un a tie rra a un concesionario
(,m uqtaf), gen eralm en te un m ilitar. La necesidad de asegurarse la fidelidad del
ejército hizo q u e, sobre to d o a finales de la din astía, se m ultiplicaran las ciqtács
o incluso que a u m en tara n , del tal m an era que e ra difícil distinguirlas del sistem a
de privilegios h ereditario s; m ás ad e la n te , los zengíes, a u n q u e sin p roclam arlo o fi­
cialm ente, adm itieron el d erech o a la transm isión h ered itaria de los o sten tad o re s
de ciqtács , cu an d o en teo ría sólo eran concedidas a título personal y vitalicio. El
sistem a de la ciqtác se fue ex ten d ien d o p o rq u e la situación en Siria, a causa de la
presencia de los francos, obligaba a los ayyúbíes a m an te n er un ejército fu erte.
Sin em bargo, este sistem a perm an eció bajo el co n tro l del díw án al-djuyúsh (ofici­
na del e jército ), tan to en lo qu e se refiere a las concesiones com o a la percepción
de los ingresos en m etálico y en especie que debía el m uqtac; unos funcionarios
de este díw án se encargaban ex p resam en te del c a ta stro necesario p ara d ete rm in a r
las ciqtács. A dem ás, el co ncesionario d eb ía m an te n e r a cu en ta de los ingresos de
su ciqtácy y según su im p o rtan cia, un cierto nú m ero de soldados (10, 20, 100,
e tc.). E n E gipto este sistem a, q u e existía ya con los fátim íes au n q u e de un m odo
muy flexible, no tuvo la m ism a im portancia qu e en Siria y fue som etido a un
estricto control adm inistrativo y financiero del E stad o q u e , sin em b arg o , co n ser­
vaba la pro p ied ad de m ás de la m itad del territo rio .
E ste control exigía un considerable personal adm inistrativo: fueron los coptos
quienes o cuparon la m ayoría d e los cargos en todos los niveles de la jera rq u ía,
m ientras que los arm enios p erdían el papel p reem in en te qu e tuvieron con los fá-
EL ISLAM DESCORONADO 167

tim íes. Los gobiernos de los príncipes ayyúbíes fueron to leran tes con las p o b lacio ­
nes no m usulm anas, cristianas y ju d ías, tan to en Siria com o en E g ip to ; en esta
últim a provincia el shffismo d esap areció prácticam en te con el últim o califa fátinií
y se reintegraron en la co m u n id ad sunní. El m ism o S aladino era m uy p iadoso y
respetuo so con las leyes m usulm anas tradicionales: hizo d e ro g ar to d as las disp o ­
siciones consideradas co n trarias al d erech o m usulm án, lo q u e le ap o rtó algunos
problem as. B ajo su rein ad o y en el de sus sucesores, se fom entó el d esarro llo de
las m adrasas, es decir de los estab lecim ien to s de en señ an za religiosa y ju rídica en
los que se form aba el personal jurídico-religioso y ad m inistrativo; este d esarro llo
fue m uy im p o rtan te en Siria y en D jazira, p ero no ta n to en E gipto. E n cu an to
al ejército, com puesto so b re to d o p o r turcos y kurdos, carecía de u n id ad , lo que
agravó aún m ás la rivalidad e n tre príncipes: poco a poco este ejército ad q u iere
caracteres turcos, sobre to d o en E g ip to d onde A l-M alik al-K ám il realizó rec lu ta­
m ientos m asivos de esclavos de origen turco (los m am elucos) que en 1249 se
a d u eñ arán del p o d er y colocarán a la cabeza a uno de ellos, cIzz al-dín A ybeg,
iniciando de este m odo el régim en conocido con el no m b re de su ltan ato de los
m am elucos que g o b ern ará E gipto hasta 1517.
E sta desaparición casi accid en tal, o en to d o caso ráp id a, de la dinastía es una
m uestra de la relativa esclerosis qu e afectaba E gipto a principios del siglo x m .
C iertam en te tam bién hay qu e te n e r en cu en ta las dificultades m ilitares qu e co n ­
cen trab an la atención y los recursos d e los sultanes. Ya hem os dicho an te rio rm e n ­
te que el hecho de que las posesiones latinas se red u jeran a unas cu an tas escalas
— aunq ue p ro n to apoyad as p o r C h ip re y p o r las posesiones del E g e o — no so lu ­
cionaba de una vez para siem pre el problem a m ilitar de la presencia franca. A l
co n trario , desde entonce s E gipto es el p u n to de m ira de los occidentales. Y esto
no lo ignoran en El C airo , d o n d e la política qu e prevalece es la de la co n d escen ­
dencia y el en ten d im ien to . Los beneficios o b ten id o s del co m ercio, cuya im p o rtan ­
cia ya verem os m ás ad ela n te , co m p en sab an los sacrificios; las treguas y los tra ta ­
dos com erciales se m ultiplicaron en 1198, 1203, 1215. C u an d o los cristianos del
«rey de Jeru salén » , es d ecir, de San Ju an de A cre, Ju an de B rien n e, atac aro n
D am ieta en 1217, A l-K ám il pro p u so la restitución de la C iudad S anta; p e ro se
libró de este com prom iso p o rq u e el o fuscam iento de los cruzados los lanzó al
Nilo en plena crecida (1221). La o ferta fue, sin em b arg o , acep tad a en 1229 p o r
el alem án F ederico II, em p era d o r islam ófilo y arab ó fo n o p o r o tra p arte . E sta
concesión ex o rb itan te está tam b ién m otivada p o r el co n stan te peligro en Siria,
no sólo por las querellas e n tre príncipes ayyúbíes o p o r los ataq u e s francos, p o r
ejem plo e n tre 1239-1241, sino tam b ién p o r la presión de las b andas jw arizm íes
qu e p iratean el litoral y saq u ean Jeru salén en 1244. El asalto llevado a cabo por
Luis IX desde C hipre hacia el d elta en 1248 am en azó m ás grav em en te a E gipto.
Sin d u d a, de nuevo, la im prudencia de los cruzados term ina en M an sú ra, en d i­
ciem bre de 1249, con un fracaso agravado p o r la cap tura del rey. Es ev id en te
qu e los sultanes han d ejad o ac tu ar a sus m ercen ario s, e n tre ellos a B aybars, que
inició una brillante c a rre ra qu e le llevaría m ás tard e (1260) al su ltan ato y a la
reconquista de P alestina y A n tio q u ía. E n una c o y u n tu ra d e alerta co n stan te no
es ex trañ o q ue los m am elucos se hicieran con el p o d er.
E sto no significa en abso lu to q u e el prestigio p ersonal de los sultanes se haya
visto afectado. Siguen estan d o am p liam en te apoyados p o r la opinión pública
168 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

egipcia, pacifista de buen grad o . Los ayyubíes fom entan el m ovim iento religioso
sú fl (especialm ente en Siria y en el A lto E gipto) q u e induce a un m isticism o de
aislam iento y de sum isión. Surgen num erosos co nventos (khánaq&h), lejano eco
del m onaquism o o rien tal en sus p rim ero s siglos. P o r o tra p a rte , el d esarro llo de
las m adrasas prosigue: A lep o , D am asco, m ás qu e E l C airo , sustituyen a B agdad
com o foco de cultura. E n este sen tid o se co n tin ú a el m ovim iento cabbásí, p ero
el arte decorativo se relaciona m ás con la tradición fátim í: escenas de anim ales,
num erosas inscripciones kúficas, proliferación de la d ecoración floral.

Una estabilidad económ ica que se m antiene

En el aspecto económ ico, el E gipto ayyúbí p arece h a b er co nservado am p lia­


m ente las costum bres de la época fátim í, y quizás incluso an terio res, en lo qu e
se refiere a la fiscalidad in tern a: el tex to del M inhádj de A l-M ajzúm í es c a rac te ­
rístico en este sentido. El im puesto so b re los no m usulm anes (djaw ált o djizya)
distingue, según la S h a r fa , tres categorías de con trib u y en tes según su fo rtuna:
ricos, m edios y pobres.
E n E gipto, a finales del siglo x i i , la prim era categoría es poco im p o rtan te
m ientras que la m ayoría de los sujetos im ponibles p erten ecen a la tercera; sin
em bargo, en El Fayyüm se hace un cálculo uniform e de dos diñ ares p o r cab eza,
lo que parece excepcional. T odas las o peraciones relativas a la base trib u ta ria y
a la percepción del im puesto están realizadas p or funcionarios especializados
(hushshár, a d ilW , hussáb, e tc .). C ad a diez días, cada m es y a finales del añ o se
p rep aran relaciones detalladas.
El za ká ty el im puesto legal pagado p o r los m usulm anes, se aplica sobre los
granos, los anim ales y el p ro d u cto del gran com ercio (im portaciones y ex p o rtacio ­
nes). Sus beneficiarios son el cám il (re ca u d a d o r), los indigentes, los voluntarios
de la g uerra santa no inscritos en el diwán y alguna o tra categoría m enor. El
ja rd d j, el im puesto territo ria l, es d eterm in a d o según la natu raleza y el ren d im ien ­
to de los cultivos (tierras inundables y no in u n d ab les), lo que su p o n e la existencia
de un catastro detallado ; ad em ás, los cereales, hab as, guisantes, lentejas, e tc .,
son im ponibles en especie, y los árboles frutales y algunos cultivos industriales
(lino, algodón, caña) y de h u erta lo son en m etálico. A esto se añ ad en prestacio ­
nes varias, tasas... Los inm uebles del E sta d o , los locales de viviendas, las tien d as,
e tc ., pagaban alquileres (ribá). Los im puestos ab o n ad o s en m etálico son cobrados
por el dja h b a d h , y los qu e son e n treg ad o s en especie son recogidos en los g ra n e ­
ros y alm acenes del E stad o .
T o d o este sistem a fiscal es llevado p o r un personal num ero so y según las p ro ­
vincias se pueden introd u cir m odificaciones. N o tiene un c arácter excepcional,
sino q ue conserva la herencia de un p asad o a veces lejano. Y , p o r últim o, a u n q u e
no es conveniente ex ten d e r au to m áticam en te a Siria estas disposiciones propias
de E gip to, algunas de ellas sí las en co n trarem o s.
N o es p robable que E gipto conociera un d esarro llo económ ico en la época de
los ayyübíes: las causas de este estan cam ien to h abría q u e buscarlas en las co n se­
cuencias de la presencia de los cruzados en el P róxim o O rie n te , en las g u erras y
las invasiones. P ero tam poco se tra ta de una d ecad en cia, p u esto que las condicio­
EL ISLAM DESCORONADO 169

nes favorables se m an tien en . Las b u en as relaciones con los francos favorecen la


recuperación y el d esarro llo de las relaciones com erciales ya no sólo con los m e r­
caderes italianos, sino tam bién con los franceses del sur y con los cata lan es, y los
pu erto s de A lejan d ría, D am ieta , de L atak ia (L ádhiqiyya) (salida al m ar de D a ­
m asco y de A lep o ) se benefician de ello. E stas b u en as relaciones se m an tien en
hasta m ediados del siglo x m ; la actividad del gran com ercio internacional es in n e ­
gable: el texto del M in h á d j, ya m en cio n ad o , m u estra cóm o E gipto con stitu y e,
d en tro del m undo ayyúbí, el p u n to fu erte de este com ercio. D am ieta ex p o rta
lino, algodón, pieles, pescad o , especias, azúcar, alu m b re, g ranos, sal, tejidos de
lujo; T innis ex p o rta o ro , p la ta , sed a, telas, alm áciga, m ad era, h ierro , pez, etc. Y
el hecho de que el acceso al m ar R ojo esté proh ib id o a los francos —so b re to d o
a los italian o s— y que los ayyúbíes co n tro len el Y em en co n tribuye a cen tralizar
el com ercio en E gipto. E n esta ép o ca p rogresan los m ercad eres karim íes (n o m b re
so*bre cuyo origen se han fo rm u lad o m uchas hipótesis), qu e m onopolizan p rác ti­
cam en te el com ercio en el m ar R o jo , en d e trim e n to de los m ercad eres no m u su l­
m anes (au n q u e hay algún ju d ío e n tre ellos). Los kartm íes no son sólo m ercad eres,
negociantes o arm ad o res, son tam bién b an q u ero s qu e form an grupos com erciales,
una de cuyas características es la fam iliaridad; co n tro lan so b re to d o el com ercio
de los productos pro ced en tes de la India y de los países del océan o ín d ico , y
están establecidos en A ra b ia , en Y em en , en A lejan d ría, D am ieta, El C airo , y en
Siria, donde p erm an ecen en co n tac to con los m ercad eres francos.
Los karim íes son seg u ram en te los qu e m ayores ingresos p ro p o rcio n an a las
aduanas: no tienen problem as con los ayyúbíes y sus actividades co n tin u arán bajo
el régim en de los m am elucos. Su función de in term ed iario s bien im p lan tad a en
la ru ta com ercial O rien te-O ccid en te les hace ad q u irir una im portancia que ellos
saben utilizar, tan to en beneficio del sultán com o en el suyo propio. A m ediados
del siglo x m , ni la am enaza m ongol ni las nuevas cruzadas po n en en peligro su
hegem onía económ ica.
E n Siria y P alestina, la im plantación de colonias com erciales italianas en las
ciudades de la costa y las relaciones políticas poco belicosas facilitan los in tercam ­
bios com erciales: hay m ercad eres italianos incluso en A lep o y D am asco. Ya q u e,
si la vía com ercial de E gipto da acceso a los países del océan o ín d ico , la de Siria
pone en contacto con el Iraq , Irán y los países del A sia central. La ausencia de
conflictos en el n o rte de Siria y en D jazira, al m enos hasta la llegada de los jw á-
rizm íes, favorece las ex p o rtacio n es de p ro d u cto s del O rien te M edio (sed a, pieles,
e tc .). H ay que señ alar q u e en el p rim er tercio del siglo xm la presencia de los
m ercaderes francos en O rien te au m en tó . Ya no sólo están en C o n stan tin o p la y
de allí van a los países del m ar N egro, sino q u e ad em ás p en etran en el A sia M e­
nor seldjúqí y en la Siria y el E gipto ayyúbíes. Incluso irán m ás lejos: m ercad eres
y m isioneros franciscanos y dom inicos se esfuerzan p o r llegar al m undo m ongol:
lo conseguirán a finales de siglo. P ero , es p ro b ab le q u e el p erío d o ayyúbí, así
com o el de los seldjúqíes de A sia M en o r, haya facilitado este progreso. El a d v e­
nim iento del régim en de los m am elucos en E gipto y en Siria no fren ó el dinam is­
m o occidental, del que se b eneficiarían desde en to n ce s los nuevos am os de estas
regiones.
170 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

N acim iento de « Turquía»

La fragm entación política y social qu e sufrieron los seldjúqíes del Irán y del
Iraq no afectó, sin em b arg o , a los seldjúqíes del A sia M en o r, a p esar de q u e a
finales del siglo x n atrav esaro n p o r un mal m o m en to , en los últim os añ o s del
reinado de Qílidj A rslán II (1154-1192) y d u ra n te los prim eros años p o sterio res
a su m uerte.
E sta ram a de la fam ilia seldjúqí, instalada en A sia M en o r después de la b a ta ­
lla de M antzikiert, lleva el no m b re de seldjúqíes de A n ato lia (según A n ad o lu ,
denom inación turca del A sia M en o r) o de R úm (de la p alab ra «rom ano», califi­
cativo aplicado al Im perio bizantino, qu e reivindicaba la h erencia del antiguo Im ­
perio ro m ano). E stos seldjúqíes conservaron su unidad d u ran te la m ayor p arte
del siglo xii gracias, p o r una p a rte, a la lucha religiosa y política que les e n fre n ­
taba a los bizantinos, y, p o r o tra p a rte , a la rivalidad local y a la lucha p o r el
dom inio de la m eseta A n ato lia qu e les e n fre n tó a los dánishm andíes. La victoria
sobre éstos en 1173 y so b re los bizantinos en 1176 señala el triunfo de los seld jú ­
qíes; p ero , apenas conseguido, Q ilidj A rslán in staura en su E sta d o el sistem a de
privilegios fam iliares y concede a cada uno de sus doce hijos el m an do de una
región. D u ra n te m ás de quince años A n ato lia conoce una situación co m p arab le
a la de los otros sultan ato s seljúqíes, p ero finalm ente R u k n al-D in Sulaym án
(1196-1204) y K ay Jusraw I (1204-1210) restab lecen la unidad de la dinastía y del
poder. El p rim er tercio del siglo x m es un p erío d o p articu larm en te p ró sp ero y
brillante p ara el E stad o seldjúqí de A n ato lia.
El d ebilitam iento de los b izantinos, m o m en tán eam en te reducidos al im perio
de N icea (que m antiene b u en as relaciones con los turcos) y al im perio de T reb i-
sonda (que se ve obligado a c ed er el p u erto de S inope), facilita la consolidación
del su ltan ato de Q o n y a, ciudad en la que los seldjúqíes han fijado la sede d e su
g o bierno, tan to in terio rm en te com o en sus fro n teras. E n las fro n teras del súr,
arm enios y francos de C hipre d eb en ab an d o n a r las fortalezas del T au ru s cilicio y
los p u erto s de Pam filia, A n taly a (A d alia) y A lanya (A lay a-K alo n o ro s); en el
este, el territo rio seldjúqí se ex tien d e hasta E rzu ru m , p ero el K urdistán, conquis­
tad o tem p o ralm en te, no p u ed e ser finalm ente in teg rad o al su ltan ato . E stas co n ­
quistas y este refuerzo, llevados a cabo so b re to d o p o r los sultanes KayKá^ús I
(1210-1219) y K ayqubádh 1 (1219-1237), tuvieron dos consecuencias. U n a fue
pro h ib ir m o m en tán eam en te la e n tra d a en territo rio seldjúqí a las tribus turcóm a-
nas expulsadas hacia el oeste p o r el avance m ongol; la o tra fue favorecer, gracias
a la paz y a la seguridad q u e rein ab an en el su ltan ato seldjúqí y a la p ro sp erid ad
resu ltan te, los contactos con los m ercad eres italianos, venecianos so b re to d o , que
desde entonces pudieron a trav esar el A sia M en o r sin g ran d es riesgos y qu e e sta ­
blecieron con los seldjúqíes acu erd o s com erciales.
E n el in terio r, de la situación tam bién se consolida. Los seldjúqíes su p iero n
constituir un E stad o bien o rganizado política y ad m in istrativ am en te, en el cual la
convivencia de los pueblos de origen y religión diversos se efectu ab a sin p ro b le ­
mas. E l resultado fue un d esarro llo de la vida u rb an a y de la vida ru ral im p o rta n ­
te y un notable progreso en los dom inios cultural y artístico.
El sultán de R úm afirm a su a u to rid ad sobre los m iem bros de su fam ilia, a la
que delega un p o d er teórico en las provincias, asistido estrech am en te p o r los jefes
EL ISLAM DESCORONADO 171

del ejército, los b eys, qu e d e p en d en d irectam en te de él, y p o r los ad m in istrad o ­


res, los w ális, rep resen ta n te s del sáhib-i dtw án o visir, resp o n sab le de la adm inis­
tración civil q u e a su vez d e p e n d e del sultán . E xiste, pu es, una cierta cen traliza ­
ción del p o d er. Las influencias q u e habían d e term in a d o este E stad o han sido dis­
cutidas: bizantinas, iran ias, árab es, o incluso turcas. E n realid ad , au n q u e estas
influencias tuvieron su im p o rtan cia, no hay q u e o lvidar q u e el su ltan ato seldjúqí
no tiene un origen tu rco , sino tu rcó m an o : las tradiciones tribales se conserv an ,
especialm ente en el papel p reem in en te de la fam ilia y en los vínculos perso n ales
con otros jefes. D esde la elim inación de los dánishm andíes no h u b o conflictos en
A sia M enor con o tro s grupos turcos hasta la llegada hacia 1235-1240 de las b a n ­
das turcóm anas. El E sta d o seldjúqí es tam b ién un E stad o m usulm án y, en este
sen tid o , m antiene las reglas vigentes en un E stad o m usulm án, es decir la s h a r fa ,
la ley coránica. P ero , d eb id o al escaso n ú m ero de funcionarios cualificados e n tre
los turcos, los sultanes tuvieron qu e recu rrir a los iranios y a los árab es, de aquí
la im portancia, en el cam p o ad m in istrativ o , de la lengua ára b e (to d o s los textos
oficiales, todas las inscripciones está n en á ra b e ), y en el cam po cu ltu ral, del árab e
y del persa. Sin em bargo la lengua turca no es ab an d o n ad a: perm an ece com o la
lengua co rrien te, la lengua de com unicación co tid ian a, y se expresa so b re to d o
en la literatu ra p o p u lar, au n q u e es una lengua esen cialm en te oral. T am b ién son
im portantes las influencias b izantinas m anifestadas en form a de ad ap ta cio n es lo­
cales de la jurisdicción y en los co n tacto s h um anos y religiosos, ya q u e los griegos
eran num erosos en el A sia M en o r y constituían p ro b ab lem en te la m ayoría de la
población.
La penetració n turca de finales del siglo xi se caracteriza p o r dos aspectos.
P or una p a rte , el núm ero de individuos qu e e n tra ro n no era muy g ran d e, p ero
estab an agrupados y en cada g ru p o la solidaridad e ra la regla principal, com o en
cualquier grupo m inoritario . P or o tra p a rte , ya estab an p resen tes en algunos p u n ­
tos del A sia M en o r, incluso en el A sia M enor o ccidental, deb id o a las luchas que
les oponían a los bizantinos y al recurso qu e algunos bizantinos hicieron de los
turcos. A sim ism o, las luchas e n tre bizantinos y arm en io s y e n tre los m ism os a r­
m enios facilitaron la pen etració n y la im plantación de los turcos en varias reg io ­
nes centrales y o rientales: p or e jem p lo , de dán ish m an d íes, saltuqíes, m angudj-
kíes. P odríam os decir incluso q u e el estab lecim ien to de los turcos en A sia M en o r
se efectuó m enos po r su propia v o lu n tad q u e p o r las o p o rtu n id a d e s q u e les p ro ­
porcionaron los so b eran o s locales. El resu ltad o fue qu e la población no fue so m e­
tida a trasto rn o s políticos ni a los cam bios co n secu en tes a las g uerras. Se sab e,
pues, que estas poblaciones griegas o arm en ias p erm an eciero n en su lugar d e o ri­
gen, tan to en las ciudades com o en el cam po: los únicos qu e p artiero n fu ero n los
te rraten ien tes y algunos altos funcionarios b izantinos, civiles o religiosos, qu e se
dirigieron a territo rio s del Im p erio griego. Las presio n es q u e habían ejercid o so ­
bre la población hicieron que su p a rtid a no fu era d e p lo rad a , y la fiscalidad seld­
jú q í no fue, seg u ram en te, su p erio r a la de los bizantinos. T am p o co hub o p ro b le ­
m as religiosos: los turcos p erm itiero n el libre ejercicio a la je ra rq u ía religiosa o r­
todoxa q ue perm an eció en su lugar, los m onofisitas griegos o arm en io s, libres de
la au to rid ad de los p atriarcas o rto d o x o s, acogieron a los recién llegados, a los
cuales concedieron la lib ertad religiosa.
La turquización y la islam ización del país, m uy lentas, son el resu ltad o h u m a­
172 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

no de la ocupación de las poblaciones turcas y turcóm anas de una p arte del país
«abierto», su po sterio r sedentarización y relación con el cam pesinado indígena:
los m atrim onios m ixtos, cuya im portancia num érica es im posible de calcular, fa­
vorecieron la evolución turca y m usulm ana. P arece ser que en las ciudades un
cierto núm ero de cristianos griegos y arm enios se convirtieron al Islam v o lu n taria­
m ente con la intención de conservar las ventajas que habían adqu irid o a n te rio r­
m ente o, debido a su posición social e in telectual, p ara o cu p ar los cargos adm inis­
trativos. A un q u e no podem os v alorar la im portancia de estas conversiones, que
tam poco hay que exag erar, un hecho es indiscutible: a finales del siglo x ii , A sia
M enor posee una m arcado carácter turco puesto qu e los occidentales qu e la a tra ­
viesan le dan el nom bre de «Turchia» (m ientras que los au to res m usulm anes co n ­
tinúan llam ándola «País de R úm »). Por lo que se refiere al carácter m usulm án,
aparece sobre todo en las cofradías p ro p iam en te religiosas o relacionadas con m e­
dios específicos (artesan o s, diversas co rporaciones, m ilitares), o incluso com o un
reflejo, en las tribus turcó m an as, de una asim ilación superficial del Islam a las
viejas tradiciones proced en tes del A sia C en tral y cuyos jefes espirituales o bábás
serán seguram ente, en el siglo x iv , los que dirigirán los m ovim ientos de oposición
al po d er oficial civil o religioso. La islam ización tam bién se m anifiesta en la m ul­
tiplicación de m ezquitas y de o tro s edificios de carácter religioso: m adrasas, tu m ­
bas, hospitales, algunos de los cuales son ex p o n en tes de un arte original.
La fiscalidad seldjúqí no ofrece ninguna particularidad respecto a la d e los
otros E stados m usulm anes: quizás la ciqUF estab a m enos extendida y m ejor co n ­
trolada po r el gobierno y sólo en la segunda m itad del siglo xm ad q u irirá m ayor
im portancia, al disgregarse el p o d er central. El E stad o seldjúqí m antiene bajo su
directa adm inistración una gran p arte de las tierras conquistadas, cuyos im p u es­
tos, tasas e ingresos diversos son recaudados localm ente p o r funcionarios de las
finanzas d ep en d ien tes del sáhib-i diw án. E n las ciudades los h ab itan tes son so m e­
tidos a los im puestos tradicionales y el com ercio está sujeto a d erechos de e n tra d a
y salida, a im puestos de m ercad o , a im puestos de transacción, etc.
Las ciudades son un im p o rtan te elem en to de la vida social y económ ica del
su ltan ato seldjúqí: prim ero p o rq u e en ellas conviven m ilitares, funcionarios, reli­
giosos y artistas turcos, funcionarios iranios o árab es (en las ciudades m ás im p o r­
tan tes), com erciantes y artesan o s griegos, arm enios y judíos. E xisten grem ios en
los q ue posiblem ente, e n tre los artesan o s, h abría turcos y no turcos, au n q u e las
inform aciones en este sen tid o y p ara este perío d o son escasas y só |o p odem os
confirm arlo en épocas m ás tardías: la fu tu w w a (en turco fü iü v v et) seg u ram en te
existe, al igual que la cofradía religiosa de los a k h isy m uy relacionada con los
artesan o s, pero tan to una com o o tra no se m anifiestan realm en te hasta el siglo
xiv. E n tre personalidades religiosas m usulm anas y cristianas se establecen re la ­
ciones y enco n trarem o s la p ru eb a de ello p o sterio rm en te en la repercusión de las
obras del m ístico turco M evlana D jalál al-D ín R úm i.
La vida económ ica, ciertam en te lim itada y m uy co m p artim en tad a d u ran te
to d o el siglo xn debido a las luchas y a los problem as que rein ab an en el A sia
M enor, recibe un gran im pulso a p a rtir de finales de siglo al establecerse la u n i­
dad política y una m ayor seguridad. La producción local (ag ricu ltu ra, g an ad ería,
m adera, tapicería, m iel, alu m b re, p lata, co bre) se desarro lla sensiblem ente y sir­
ve para la exportación favorecida p or el hecho de que los seldjúqíes, en el prim er
EL ISLAM DESCORONADO 173

cuarto del siglo x iu , co n tro lan las salidas al m ar N egro (S ínope, Sam sún) y al
m ar M ed iterrán eo (A lan y a, A n taly a). M ercaderes italianos ab o rd an en los p u e r­
tos m ed iterrán eo s, m ercad eres griegos trafican en los p u erto s del m ar N egro,
m ercaderes arm enios com ercian con Iraq y sobre to d o con Irán , los bizantinos
de N icea, en la época de V atatzés, realizan intercam bios com erciales con los tu r­
cos. E l A sia M enor estab a en to n ces atrav esad a p o r rutas carav an eras a lo largo
de las cuales había relevos de etap a s, los caravanserrallos o já n s, q u e tam bién
encontram os en las ciudades im p o rtan tes. Las rutas principales com unicaban los
puertos de A ntalya y de A lan y a, en el M ed iterrán eo , con las ciudades del in te­
rior: Q onya, A kch eh ir, A n q a ra , A k saray , K ayseri, Sivas, E rzu ru m (ru ta de trá n ­
sito hacia Irán ). E ste com ercio de intercam bio y de tránsito era especialm ente
beneficioso p ara los seldjüqíes q u e percibían derechos de ad u an a, peajes, im pues­
tos de en trad a y de salida.
* La vida intelectual del A sia M en o r seldjúqí es poco conocida, a p a rte de la
vida religiosa y m ística cuyo m aestro fue M evlana D jalál al-D in R úm i (1207-
1273), au to r de ob ras m ísticas escritas en persa y en ára b e, ex cepcionalm ente en
turco, cuyo hijo, Sultán V eled , y sus discípulos fu n d arán en su h o n o r y m em oria
la cofradía de los derviches m evleníes o derviches «danzantes». L as obras lite ra ­
rias son escasas y están escritas en á rab e y en persa; h abrá qu e e sp erar el siglo
x iv p ara n o tar un sensible progreso.
P or o tra p a rte , la vida artística es rica y original. Los turcos llevaron a A n ato -
lia un a rte específico, de origen iranio o árab e p ero ad ap ta d o a las condiciones
locales geográficas y h u m an as, en las q u e las influencias bizantinas y arm enias
eran perceptibles (se conoce el no m b re de arqu itecto s griegos de m ezquitas seld ­
júqíes). E ste arte se m anifestó en las m ezquitas (m ezquita de cA Iá3 al-D in en Q o ­
nya, m ediados del siglo xil-principios del x m ; m ezquita de cA lá3 al-D in en N igde
en 1224; gran m ezquita de D ivrigi en 1229; gran m ezquita de M alatya en 1247),
m adrasa o m edresés (en Q o n y a, K ayseri, E rzu ru m ), tum bas poligonales o circu­
lares (en D ivrigi, N iksar, Q o n y a, K ayseri, Sivas), palacios, de los qu e p or d esg ra­
cia sólo se conserva su recu erd o prácticam en te, y num erosos carav an serrallo s, cu­
yos vestigios se pu ed en v er aún en las antiguas rutas caravaneras. E stas co n stru c­
ciones son el testim onio de la p ro sp erid ad del país, de la voluntad de sus p ro m o ­
tores de asentarse en el país y no sólo en el sentido religioso. H ay q u e añ ad ir su
sentido de la decoración, ya sea en pórticos y fachadas ex terio res, con m otivos
geom étricos, florales o epigráficos, o bien en el in terio r con azulejos azules, b lan ­
cos y negros. N o es un a rte gran d ilo cu en te, p e ro está hecho a escala h u m an a y
expresa un gusto sencillo y directo .
Los o to m an o s, que m ás ad ela n te co n tin u arán y am pliarán la o b ra de los seld­
jú q íes, en co n traro n en ellos un m odelo que sup iero n utilizar y d esarro llar. La
im portancia de los turcos en el m u n d o m usulm án del Próxim o O rie n te se debe
m ás a los seldjúqíes del A sia M en o r q u e a los del Irán o del Iraq.
174 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

E l últim o destello de Persia

El p o d er que los seldjúqíes de Iraq habían establecido en el conju n to del


O rien te M edio, desde A sia M en o r al Ju rásán , no se libró de las luchas intestinas
que llevaron a cabo los h ered ero s del sultán M alik Sháh poco después de la m uer-
te de éste en 1092. La bella un id ad fam iliar in stau rad a po r los grandes seldjúqíes
estalló p o r las envidias de los príncipes, y las de sus p recep to res y g o b ern ad o res,
los átábegs: cada uno in ten ta asegurarse el dom inio de una p arte del su ltan ato y
así se form an principados, a veces muy peq u eñ o s, cuyos jefes p arecen no ten e r
o tro objetivo que co m batir unos-co n tra o tros. E sta fragm entación, acen tu ad a en
Siria po r la llegada de los cruzados, es deb id a en gran p arte al sistem a de privile­
gios fam iliares de los seldjúqíes y a las rivalidades qu e surgieron en el cen tro m is­
m o del E stado desde antes de la m u erte de M alik Sháh. T am bién es p ro b ab le
que los d eten to res de privilegios fam iliares h u b ieran , a su vez, m ultiplicado las
concesiones de ciqtács p ara aseg u rarse la ayuda de los elem en to s m ilitares, p ero
la debilidad creciente de los príncipes favoreció la transform ación de estas co n ce­
siones tem porales y vitalicias en bienes p ersonales h ered itario s. P or o tra p a rte ,
algunos átábegs se apoyaron en las poblaciones locales, iran ia, árab e o k u rd a,
según las regiones, p ara con stitu ir un dom inio propio. A d em ás, algunas tribus,
que hasta entonces habían so p o rtad o la au to rid ad seldjúqí, rechazaron esta tu tela
y ad quirieron prácticam en te su in dependencia.
E n B agdad el califa A l-N ásir (q u e reinó de 1180 a 1245), apro v ech ánd o se de
la desintegración del su ltan ato seldjúqí, consolidó su presencia y su papel de ca ­
lifa, in ten tan d o reu n ir a su alre d ed o r a los diversos co m p o n en tes del m undo m u ­
sulm án, incluidos los shH es, y apoyándose en grupos políticos, grem iales, sociales
o culturales, com o la fu tu w w a , a la que convirtió en el so p o rte del califato, sobre
todo en B agdad, y la cual, desde ento n ces, constituye el elem en to d o m in an te de
la ciudad, co n tro lad a po r m edios burgueses y m ilitares adictos al califa.
En una situación política confusa y en una econom ía debilitad a p rogresiva­
m ente a causa del desvío de las principales vías com erciales hacia el n o rte o hacia
el sur de la m eseta irania, so rp ren d e ver cóm o se conserva —e incluso diríam os
que está en su a p o g e o — un refin am ien to intelectual y artístico qu e no tien e nada
que envidiar al de finales del siglo x o al del siglo xi. P ero ha habido un d esp la­
zam iento hacia el este, d ejan d o poco a poco B agdad, p ara afirm arse en Shíráz,
Ispáhán, H erát. C onform e se va prod u cien d o esta «orientalización», las te n d e n ­
cias iranias, bactrianas, incluso hindúes, invaden el a rte persa d án d o le un seg u n ­
do im pulso: no se trata de algo superficial ya que esta influencia se n o ta incluso
en la p lan ta de los edificios p ara el culto, en los qu e se in tro d u ce un p atio cen tral
rodeado p o r cu atro iw áns, c u atro recám aras inm ensas d estinadas a la p legaria,
cada una con dos alm inares filiform es, nueva tipología de las m ezquitas «turcas»
o «hindúes», que im itaba claram en te las p lantas de los palacios sasánidas o aque-
niénidas. La influencia asiática se m anifiesta tam bién en la decoración de los si­
glos x ii y x m : cerám icas con decoraciones n arrativas con escenas sep arad as, azu ­
lejos polícrom os con decoración floral o fantástica, arte del qu e se en cu en tran
ejem plares incluso en E xtrem o O rie n te .
Las m adrasas del siglo xi p ro m ovieron un d esarrollo intelectual sin eq u iv alen ­
cia en el oeste. Los siglos x ii y x m m u estran a la vez el activo y el pasivo de la
E:L ISLAM DESCORONADO 175

situación. G hazáli, m u erto en 1111, rep resen ta la v ertien te pesim ista del p en sa­
m iento persa: su libro Incoherencia de los filó so fo s es una aniquilación en regla
de los innum erables sistem as d e p ensam iento h ered ad o s desde la A n tig ü ed ad has­
ta los prim eros tiem pos m usulm anes. Su p reocupación p or recu p erar un a vida
pu ra, de aislam iento y de fe, com o exigían los súfíes desde hacía cien añ o s, nos
perm ite considerarlo com o un p recu rso r m usulm án del gran m ovim iento de re­
nunciación que afectará cien años m ás tard e a la cristiandad de san Francisco.
Pero la esperanza de una renovación espiritual viene re p resen tad a p o r la v ertien ­
te optim ista de la filosofía persa: a G hazáli se o p o n e Suhraw ardi (m u erto en
1191), qu ien , d ejando a un lado las escorias de las sectas qu e estab an siem pre en
piigna, in ten ta form ular un m ensaje sincrético, casi neo p lató n ico , en el q u e p re ­
dom ina la idea de una sab id u ría universal que asim ila las ap o rtacio n es de la A n ­
tigüedad. La expresión literaria, p o r su p arte, a d q u iere tam bién el aspecto de
*fin de siglo»: la «sesión», la m aqám a q u e, m ed ian te sainetes picantes, feroces o
líricos, esboza la vida c o tid ian a, es el g én ero de m oda en el siglo xm : nos ha
pro p o rcio n ad o m iniaturas ricas en detalles pintorescos, ejercicios de virtuosism o
lingüístico, testim onios de una sociedad ex p ectan te. Pocas o b ras de valor u niver­
sal d estacan, pero en el preciso m o m en to en que una to rm en ta m ortal am enaza
este refinam iento, es em o cio n an te ver cóm o el m ás ilustre de los p o etas de corte
y de ciudad, Sacdí de Shlráz (m u erto casi cen te n ario en 1290), consagra sus más
bellas ob ras a la descripción de las rosas.
D e este m odo, después de h a b e r so p o rtad o v iolentas luchas internas e n tre los
partidarios y los supuestos d efen so res del califato cabbásí o del califato fátim í,
tras los en fren tam ien to s con los francos de Palestina y de Siria, el m undo m usul­
m án oriental recuperó una ap aren te unidad ya qu e sólo había un califa, el de
B agdad, y que el sunnism o había triu n fad o , al h ab er sido vencidos o elim inados
los defensores del shFism o o de las religiones hetero d o x as. U nidad a p a re n te,
puesto que en realidad asistim os al nacim iento de nuevos estad o s, con el n om bre
de su ltan ato s, establecidos en regiones bien d elim itadas geográfica o po líticam en ­
te: A sia M enor, S iria-P alestina, E g ip to , Ira q , Irán , sin c o n tar zonas más lejanas
en las que d espuntan o tras dinastías com o la de los jw árizm -sháhs o las nuevas
oleadas de turcóm anos qu e se dirigen hacia el oeste.
Por o tra p a rte , el p o d e r había p asad o , desde en to n ce s, de m anos árab es o
persas a m anos de rep re sen ta n te s de o tras etnias hasta aquel m o m en to d o m in a­
das, los kurdos, los turcos, qu e ad o p ta ro n el Islam y se ad a p ta ro n m ás o m enos
a la situación del m edio: aq u í, m an tu v iero n la cultura y las tradiciones á rab es sin
dificultad; allí, el su strato persa o la nueva ap o rtació n turca im pusieron a d a p ta ­
ciones que co ntribuyeron a diferen ciar unas y o tras regiones.
H ay q ue destacar q u e a m ediados del siglo xm los E stad o s m usulm anes del
Próxim o O rien te p arecen h a b er conseguido su p era r sus m últiples dificultades e
instaurado regím enes a p a ren tem e n te sólidos y bien adm inistrados. P or o tra p arte ,
los estrechos contactos con los francos favorecieron el desarro llo de las relaciones
com erciales y de la vida económ ica en g en eral, au n q u e , en algún lugar, las estru c­
turas tradicionales pu d ieran h a b e r sido trasto rn ad as con la llegada de tribus n ó ­
m adas o sem inóm adas, hecho q u e únicam en te la disgregación del p o d er cen tral,
en A sia M en o r, en el Irán occidental p o r ejem p lo , colocaría en un prim er p lano.
La característica principal hacia 1230-1250 es, pues, la fragm entación del m u n ­
176 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

do m usulm án o rien tal, en el q u e, con d iferentes aspectos (religión, p o d er, litera­


tu ra, ciencia, a rte ), la civilización árab e y la civilización persa siguen siendo am ­
pliam ente dom inantes y unen las p artes de un conjunto dispuesto a dislocarse.

La catástrofe m ongola

M ás allá de las bases m usulm anas m ás o rien tales, al n o rte de la ru ta de las


caravanas que va de S am arcanda o de B ujára al n o rte de C hin a, la form a tradicio­
nal de vida es el nom adism o. Los clanes hunos, ávaros, turcos y m agiares habían
huido de este «crisol» estep ario en busca de pastos verdes hacia C hina o hacia el
V olga, e incluso el Irán. El Islam había llegado hasta la franja o este, esencialm en­
te blanca, la de los turcos uigures, y de este m odo había provocado en el siglo
ix, si no antes, un doble m ovim iento: el aflujo de m ercenarios hasta Iraq , el fu e r­
te em puje seldjúqí y las infiltraciones turcóm anas; y, en un sentido inverso, la
penetración de m ercaderes y, tam b ién , la de fugitivos, cristianos n estorianos o
m azdeístas persas refugiados, hasta el lago B aikal. Un fenóm eno sim ilar se había
producido en el n o rte de C hin a, do n d e los tártaro s y los kitán de raza am arilla
se habían instalado en P ekín, recibiendo a cam bio sinización y budism o. Los via­
jero s y peregrinos fueron muy d u ro s al hablar de las tribus de pastores qu e se­
guían practicando el nom adism o en tre el G obi y la taiga siberiana. Y sin e m b a r­
go, lo que se conoce de su arte fu n erario , de su b uena organización m ilitar, m ues­
tra un g rado de evolución a len tad o r; p o r o tra p arte, el anim ism o, o el sim ple
culto de Tengri, el cielo, les hacía indiferentes a las religiones m onoteístas de sus
vecinos sedentarios.
En las últim as décadas del siglo x n , los clanes p ro p iam en te m ongoles o turco-
m ongoles instalados en tre el lago Baikal y el curso su p erio r del A m u r organiza­
ron unas federaciones, a cuya cabeza estab a o casionalm ente un qagan, un gran
jefe, un «y<3n» suprem o. Q uizás se tra ta b a de un principio de reag ru p am ien to p re ­
vio a un desplazam iento hacia C hina m ás bien que hacia el o este, do n d e los tu r­
cos jw árizm íes (uigures) y kitai, islam izados, parecían poco dispuestos a ced er su
sitio. El clan de Y esugai, p ro ced en te de los alred ed o res de Q araq o ru m , al su d es­
te del lago B aikal, consiguió esb o zar una de estas uniones basándose en ju ra m e n ­
tos «fraternales» y en alianzas m atrim oniales. El hijo de Y esugai, T em ujin, segu­
ram ente reconocido com o qagan hacia 1195, supo d o ta r a su tribu de una o rg an i­
zación m ilitar y de una disciplina q u e, puesta al servicio de incursiones d e saq u eo ,
le aseguraron d u ran te una d ecena de años la superio rid ad sobre los pueblos del
este (tárta ro s, m erkit del n o rte d e C hina) y sobre los pueblos del sur (los k ereit
y los naim án), y acabó finalm ente, hacia 1212, con los uigures y los q arluqs ins­
talados en tierras islámicas.
Fue entonces cuando tom ó el título real de Cingís-qan (G engis-Ján) y puso en
pie un sistem a de organización de las tierras dom inadas m uy original p ara un im ­
perio en el que la base era una estepa sin ciudades: reunión periódica de un a d ieta
(quriltaí) de jefes de tribus, jerarq u ía m ilitar con un sistem a regular de prom oción
y de atribución d e funciones precisas, designación de g ob ern ad o res encargados d e
recau d ar el trib u to (<daruqachi) en las zonas ocupadas p o r sed en tario s... E l m ando
general perm anece en m anos del Já n , p e ro su familia p uede recibir una delegación
EL ISLAM DESCORONADO 177

(ulus) de p oder en las tierras conquistadas o p o r co nquistar. Un eficaz sistem a


de correos perm itía a G engis-Ján esta r al co rrien te de cualquier eventual in su b o r­
dinación de un hijo o de un «herm ano», es decir de o tro jefe de tribu.
Es casi im posible conocer los m otivos que llevaron al Já n , y tras su m u erte,
en 1227, a sus hijos Ü gedei, C hag atái, a su nieto G üyük y a su sobrino M óngke,
que ocuparon el p oder suprem o hasta 1250 —en m edio de continuos arreglos de
cuentas fam iliares, por o tra p arte — , a dirigirse m ás allá de las zonas del nom adis­
mo tradicional de los turcom ongoles. Indiferentes an te la cuestión religiosa, sin
com petencias burocráticas ni fiscales d u ran te largo tiem p o , sin e n te n d e r la vida
u rbana ni el interés po r la agricultura, los m ongoles de m ediados del siglo xm
parecen h ab er actuado com o los hunos an tañ o : saq u ear p ara ab astecerse de víve­
res o de caballos de rem o n te, d e stru ir p ara evitar un a taq u e com o réplica, o cu p ar
para oprim ir m ejor. U na concepción tan rud im en taria del «gobierno» e v id en te­
m e n te du raría sólo m ientras los m ongoles dispusieran de g u errero s en cantidad
suficiente, seguram ente m enos de 150.000 jin etes p ara enviar en todas direccio­
nes, pero jin etes ligeros, m óviles, excelentes arq u ero s, acostum brados a las astu ­
cias de los cazadores, y m ientras utilizaran el te rro r, sabiam ente m an ten id o m e­
diante represalias feroces. D esde en to n ces —y com o a n terio rm en te los h u n o s -
com o cualquier resistencia y ata q u e sorpresa im plicaba una m asacre sistem ática
de la población cap tu rad a y la exposición de trofeos de cadáveres, el anuncio de
una incursión m ongol provocaba una o leada de pánico y de sum isiones in m ed ia­
tas. Pero el desorden que p rovocaron en los dom inios sed en tario s no significó
únicam ente un trasto rn o psicológico o la m u erte de algunos hom bres: los m ongo­
les, incendiando ciudades, cegando canales, a rrasan d o residencias rurales, d e stro ­
zaron la actividad económ ica de regiones e n teras, dispersaron las poblaciones,
aniquilaron las élites y dificultaron el culto.
El Islam oriental resultó m uy afectado. Ya en 1220-1223 una incursión desas­
trosa significó la ruina de B u jára, S am arcanda, K Sbul, B alj, G azn a, N ishápúr,
R ayy, antes de alcanzar U crania y C rim ea. O tra , conducida por un destacad o
táctico, S ubotei, en tre 1233 y 1241, puso a fuego y a sangre todo Irán , al país
ku rd o , a A rm en ia, antes de llegar a los arm enios de Cilicia y al su ltan ato de
R úm , que se salvaron al reconocerse súbditos de los m ongoles. Subotei atravesó
a continuación el C áucaso, avasalló los qipchaq del V olga, y p o sterio rm en te los
principados rusos de V ladim ir, de K iev, de M oscú; incendió N ovgorod cerca del
L adoga, antes de lanzarse so b re P olonia, H un g ría, la región de V iena y después
volverse hacia el A driático en un clim a de apocalipsis alim en tad o en E u ro p a por
los terroríficos relatos de los cristianos eslavos o dan u b ian o s. U na tercera in cu r­
sión confiada a H úlágú, un sobrino de G engis-Ján, se dirigió hacia Iraq y Siria
en 1254; en 1258, B agdad fue to m ad a y el califa cabbdsí fue m etido en un saco
y lanzado a los pies de los caballos, triste fin de la d inastía. Ú nicam ente los m a­
m elucos de B aybars consiguieron fren ar a la horda en 1260 cuan d o in ten tab a di­
rigirse hacia el Sinaí. Si añadim os qu e b andas e rra n te s de turcóm anos y de jw á-
rizm íes, huyendo desesp erad am en te de la exterm inación o de la servidum bre,
contribuyeron a trasto rn a r la vida del Próxim o O rien te (p o r ejem plo, cuan d o sa­
q u earo n Jerusalén en 1244), co m p ren d erem o s el esp an to so e im previsible d esas­
tre que afectó al Islam en una sola g eneración.
Pero el culto no fue p ro h ib ido , los santos lugares no fueron pro fan ad o s, el
éflm Pumo de partda da G
^ Direcaón y fechas da
1211 Onpdaa por Ganga Ji
----------- UmüM da loa INue hai

Las invasiones mongolas de 1219 a 1250


EL ISLAM DESCORONADO 179

E gipto k urdo resultó ileso, y, au n q u e dom inados, los turcos de A n ato lia consti­
tuían una fuerza viva; y ya verem os q u e, después de to d o , la p a x m ongolica tuvo
su lado bu en o p ara los m ercad eres o los m isioneros. P ero los b rillantes focos de
la cultura m usulm ana desde hacía cinco siglos, este crisol en el q u e la herencia
antigua, iran ia, h indú, h elenística, convergían p ara h acer p ro g resar el esp íritu h u ­
m ano, ya no eran m ás q u e cenizas. H a b rá qu e e sp e ra r h asta n u estra ép o ca p ara
ver d esp ertar — ¡pero de qu e m a n e ra !— al Islam sirio, m esopotám ico o persa.

E l M a g rib a l a d e r iv a

El esp len d o r del im perio alm orávide no hace o lvidar, sin em b arg o , qu e los
siglos XI y x n se co rresp o n d en glo b alm en te con una época de retro ceso territo rial
<del Islam occidental, bajo la presión de ciudades, estad o s, econom ías y so cied a­
des cristianas en expansión qu e d e m u e stra n , en co n ju n to , un m ayor dinam ism o.
L as crónicas qu e relatan la historia de las dinastías hispanom agribíes n arran los
esfuerzos co n stan tes, y no siem pre c o ro n ad o s p o r el éxito, p ara c o n te n e r, m e­
dian te la m ovilización difícil y costosa de g ran d es ejércitos, el pro g reso en E sp añ a
de un enem igo cuya organización sociopolítica, feudalizada p arcialm en te, fav o re­
ce la expansión en d etrim en to de un a sociedad m usulm ana, ta n to u rb an a com o
ru ral, o rganizada sobre bases d istin tas, poco m ilitarizada e incapaz de g en erar
p o r sí m ism a las fuerzas susceptibles de d efen d erla.
H ay q ue señ alar q ue estos síntom as de in ferioridad del Islam resp ecto a la
cristiandad em piezan a a p a re ce r en la p rim era m itad del siglo xi. E sta ép o ca se
corresponde con la crisis del califato d e C ó rd o b a, q u e facilita la in tervención de
los g u errero s castellanos y catalan es en los asu n to s in tern o s de al-A ndalus y que
em pezarán a tra e r de sus expediciones dirh em es y d in ares q u e desde en to n ces
serán el sueño de los av e n tu rero s del m u n d o cristiano. P ero para p ercib ir los p ri­
m eros signos de esta d ecadencia relativa del Islam o ccidental ten d ríam o s qu e re ­
m ontarnos a finales del siglo x , en la ép o ca en la q u e la p iratería an d alu sí decae,
cuando la base de Fraxin etu m es d estru id a y cuan d o un n ú m ero co n sid erab le de
m ercenarios cristianos em pieza a ser reclu tad o p ara el ejército califal.
La fragm entación política de las taifas no sería seg u ram en te p o r sí m ism a una
m uestra de debilidad p ara los estad o s cristianos del n o rte de la p enínsula. E stos
estab an tam bién divididos, y difícilm ente se po d ía p rev er q u e en las p rim era s d é ­
cadas del siglo xi el p o d ero so rein o de T o led o sería a b so rb id o p or el co n ju n to
castellano-leonés, o con m ayor m otivo, q u e el m inúsculo y p o b re A rag ó n , confi­
n ado en sus m o n tañ as, se ap o d e ra ría finalm ente del vasto y rico valle del E b ro ,
con sus prósperas ciudad es, sus cultivos de regadío, su econom ía y su vida cu ltu ­
ral infinitam ente superiores. Las rivalidades e n tre so b eran o s m usulm anes sólo se ­
rían uno de los m otivos d e inferio rid ad de los reinos de taifas respecto a sus ad v e r­
sarios cristianos, inferioridad q u e se hace ev id en te con la d ep en d en cia económ ica
y política a la q ue se ven som etidos los p rim ero s en la segunda m itad del siglo
m ediante el pago de las parias. Sin d u d a hay o tras causas m ás p rofundas y mal
conocidas q ue explicarían tam bién la división y p o sterio r hun d im ien to de Sicilia
an te los n orm andos de la Italia m erid io n al. T a n to en Sicilia com o en al-A ndalus
la desorganización política y el d eb ilitam ien to m ilitar son no tab les an tes de m e­
180 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

diados del siglo xi. Los bizantinos se asientan de nuevo en la isla desde 1038-
1040, en el m ism o m om ento en que se desorganiza el E stad o unificado de los
kalbíes de P alerm o. E n tre 1061-1091, los norm andos ocupan la isla, m ien tras que
en E spaña em pieza el avance territo rial de los cristianos que ya no se lim itan a
aprovecharse de la subordinación política de los estados m usulm anes im p o n ién ­
doles un tributo . Las prim eras conquistas fueron llevadas a cabo p o r el rey F e r­
nando I de C astilla-L eón, a expensas del reino de B adajoz, en el n o rte del actual
Portugal (L am ego y Viseu en 1057-1058, C oim bra en 1064). E n 1085, su sucesor,
A lfonso V I, en tró en T o led o y, en la m ism a época, en V alencia, se asentó d u ra n ­
te cerca de dos décadas un p o d ero so ejército cristiano. En el este, los aragoneses
consiguieron apod erarse de H uesca en 1096. Y en el M ed iterrán eo lo que a trae
la atención es sobre tod o el fuerte crecim iento de las ciudades italianas.
E stos hechos, considerándolos g lobalm ente, m uestran indiscutiblem ente que
el Islam occidental decae m ilitarm ente a lo largo del siglo xi frente a la potencia
y al dinam ism o creciente de los cristianos. Podríam os p reg u n tarn o s cuáles eran
las causas internas de esta d ecadencia. A lgunos docum entos de la G enizá de El
C airo parecen indicar que en la Ifriqiya zirí de la prim era m itad del siglo XI la
situación era difícil: una carta escrita hacia 1040 p o r un ju d ío tunecino felicita a
quien va dirigida por su intención de establecerse en E gipto, p o rqu e «el O cciden­
te e n te ro ya no vale nada». E sta observación confirm aría las tesis form uladas res­
pecto a la existencia de una crisis económ ica y social an te rio r a la llegada de los
hilálíes al M agrib.

Los hilálíes: ¿una catásfrofe?

Ya conocem os las fuertes controversias que hay en to rn o a este p ro b lem a. La


historiografía de la época colonial consideraba la «catástrofe hilálí» com o el m o­
m ento m ás decisivo de la historia m edieval m agribí. E stos nóm adas árab es, en v ia­
dos po r los califas de El C airo p ara «reconquistar» la Ifriqiya zírí que se había
distanciado de la obediencia fátim í, hab rían provocado desde el m om ento de su
aparición en 1051-1052 una fatal ru p tu ra del equilibrio en una civilización u rb an a
y sed en taria de tradición ro m an a, m uy frágil a causa de las condiciones ecológicas
del país. La d e rro ta de las tro p as ziríes en H ay d arán , en 1052, señala el principio
de la decadencia del E stad o de Q ayraw án. D esde 1057 la dinastía zirí se ve obli­
gada a replegarse en M ahdiyya, d ejan d o que los beduinos destru y an el in terio r
del país. Lo m ism o sucede un poco m ás tard e en el E stad o de los B anú H am m ád ,
cuando el em ir A l-N ásir, en 1068-1069, d eb e a b an d o n ar la capital de la Q alca,
dem asiado expuesta a los hilálíes, y se establece en la costa, en la ciudad de Bujía
nuevam ente fundada. D esde en to n ces el nom adism o se desarrolla en la m ayor
p arte del M agrib oriental y central a expensas de la agricultura sed en taria y de
las ciudades prósperas en o tro tiem po y que ah o ra sobreviven con m ás o m enos
dificultades adap tán d o se a la evolución del cam po cuyo control se les escapa. P o ­
líticam ente el país se divide en una m ultitud de dom inios locales au tó n o m o s de
naturaleza diversa: oligarquías u rb an as, caudillajes tribales árab es, peq u eñ o s
principados locales, en m anos de un q tfid que actúa com o un señ o r in d ep en d ien ­
te, se constituyen esp o n tán eam en te en m edio de una an arq u ía qu e co n trasta
EL ISLAM DESCORONADO 181

con la b u ena organización de los grandes estados centralizados del perío d o p rece­
den te.
A lgunos elem entos de la evolución global que acaba de ser esbozada han de
ser, razonablem ente, discutidos. La división política de la segunda m itad del siglo
xi es incuestionable, así com o el creciente dom inio de los beduinos en el cam po.
La situación del M agrib cen tral en la p rim era m itad del siglo x ii qu e A l-Idrisi
describe es suficiente para acab ar de convencernos. El co n traste en tre la p ro sp e­
ridad de Bujía y las llanuras que la ro d ean y las dificultades de las localidades
situadas m ás el in terio r, m ás allá de la m on tañ a de los B ibanes, «hasta d o n d e se
extienden las d epredacio n es de los árabes» es so rp re n d en te . E n la región de la
Q alca, por ejem plo, «los h ab itan tes viven con los árab es en un estad o de tregua
que no im pide qu e en tre ellos haya conflictos en los cuales la ventaja siem pre
está de p arte de estos últim os». En el este, a cu atro jo rn ad as de viaje, está M ila,
•una «bella ciudad, bien reg ad a, cuyos alred ed o res están plan tad o s de árb o les y
producen m uchos frutos. E stá h ab itad a p o r b ereb eres de d iferen tes tribus, p ero
los árabes son los am os del cam po». E ste últim o ejem plo p arece indicar, sin e m ­
bargo, que no hay que ex ag erar la im portancia de las «devastaciones» com etidas
por las tribus p rocedentes de E gipto a m ediados del siglo xi. E n m uchos lugares
se estableció un equilibrio e n tre los árab es y los indígenas, ciudadanos o rurales,
com o ocurrió en C on stan tin a, «ciudad poblada y com ercial, cuyos h ab itan tes son
ricos, m antienen trato s ventajosos con los árab es y se asocian con ellos p ara cu l­
tivar las tierras y conservar las cosechas».
La difusión de un nuevo elem en to étnico p ro ced en te de O rien te en am plias
regiones del M agrib tuvo varias consecuencias, cuya im portancia es difícil de cal­
cular. En prim er lugar se ha atrib u id o a la invasión hilálí «la desaparición de m u ­
chas ciudades nacidas en la A n tig ü ed ad o de form ación recien te, com o las p asa­
jeras capitales de Q alca de los B anú H am in ád , A rsh tr, T a h a rt, así com o la an iq u i­
lación de m uchos pueblos, o tam bién la penuria y la desolación de m uchas tierras
fértiles». Sin d ejar de lado estas «destrucciones» en las zonas in terio res, hay estu ­
dios que insisten en los efectos de la llegada de los hilalíes sobre la econom ía
m onetaria:

Por una parte, la invasión hilálí acabó con el aflujo de oro sudanés, y por otra la
anarquía es tal que Ifríqiya se ve obligada, más que nunca, a com prar grano en Si­
cilia. Al exigir los norm andos ser pagados en oro, se asiste a una verdadera hem o­
rragia de metal amarillo. R esultado en Mahdiyya: penuria de oro, obligación de
conseguirlo para com prar trigo, y necesidad de realizar correrías (captura de m er­
cancías preciosas, de m onedas de oro y de cristianos por los que se pedirá un rescate
en oro).

Los au to res «anticolonialistas», p o r o tro lado, han señ alad o que los signos de un
m alestar económ ico y social eran ya p erceptibles en el M agrib occidental antes
de la llegada de los hilálíes y qu e éstos sólo aceleraro n una degradación em p ezad a
antes que ellos. E stos au to res d an m ucha im portancia a las dificultades derivadas
del desvío de las rutas com erciales hacia E spaña y de la creciente potencia de los
cristianos en el M ed iterrán eo . P ara algunos au to res m agribíes, la llegada de los
hilálíes tuvo incluso efectos positivos: « porque transform ó y reg en eró el M agrib,
182 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

propagó el árab e en las zonas rurales y aceleró la unidad lingüística. Instituyó


relaciones frecuentem en te pacíficas y fructuosas en tre la ciudad y el cam po, do tó
al país de una base m ilitar eficaz e im pidió que la cristiandad m edieval o cupara
el norte de Á frica».
E n realid ad , la historiografía de este p eríodo no ha conseguido librarse de los
prejuicios en uno y otro sentido ni de los juicios de valor. C arecem os de estudios
precisos que perm itan ap reciar las m odalidades y el ritm o de la desurbanización
que afectó las zonas in terio res únicam en te, m ientras qu e en las zonas costeras
subsistían las ciudades-estado de M ahdiyya, Bujía, T únez, y o tro s cen tro s secun­
darios m ás o m enos indep en d ien tes. ¿E s posible considerar q u e, en el resto , las
ciudades se convirtieron en una especie de «zonas cerradas y aisladas en m edio
de un cam po despoblado»? A l m enos sí podem os co n statar que ni los progresos
de los árabes en el interio r ni el auge m ilitar y com ercial de los cristianos en el
M ed iterrán eo im pidieron la pro sp erid ad de las grandes ciudades m arítim as, en
torno a las cuales se m antuvieron estru ctu ras estatales. A p artir de uno de estos
centros, T únez, se reorg an izará, tras el paréntesis alm o h ad e, el E stad o ifriqí de
los hafsíes, que conseguirá restau ra r de una m anera b astan te flexible y realista la
unidad política del M agrib o rien tal, basándose en una am plia autonom ía de las
tribus á rab es, de los b ereb eres de las zonas m ontañosas y, en las épocas de d e b i­
litam iento de la dinastía, de m uchas ciudades y territo rio s del su r y del o este, de
donde no había desaparecido el dinam ism o y la fuerza constructiva estatal, si nos
aten em os al hecho de que aún en el siglo x iv , p or tercera vez, «el jefe del E stad o
constantinés disidente restablece por la fuerza, ap o d erán d o se de T únez, la unidad
hafsí».

E l paréntesis alm ohade

El d esp ertar b eréb er se m anifiesta p o r prim era vez de un m odo tan so rp re n ­


d en te com o el de los alm orávides en el siglo xi y es igual de breve. Ibn TOm art
el D efen sor de la unicidad de D ios (al-m uw ahhid, de aq u í el n om bre de alm oha­
de), b eréb er de la tribu M asm úda del A tlas m arroquí, discípulo celoso de G hazáli
en O rien te y, com o él, convencido de la necesidad de volver a las fuentes, hacia
1120 em pieza en M arrákish a atac ar a los ju ristas, los fu q a h á 3, a los judíos, a los
im píos, a todos aquellos, en tre los alm orávides, sospechosos de laxism o y d e d o ­
blez. H acia 1125, obligado a refugiarse en T inm ál, en la m o n tañ a, funda una co­
m unidad m ilitante, se hace reconocer m a h d i y lanza a sus discípulos hacia la lla­
nura antes de m orir en 1130. E n el espacio de cincuenta años los alm ohades se
apo d eran de todo el M agrib, ya sea m ediante asaltos individuales, o bien, d es­
pués de 1145, m ediante cuerpos del ejército constituidos p or tribus b ereb eres alia­
das. Fez (1160), M arrákish (1147), B ujía (1152), Q ayraw án (1160) cayeron en su
po d er en m edio de un clima digno de la eclosión fátim í del siglo x , p ero del que
algunas m entes m ás serenas, com o el norm an d o R oger II de Sicilia, se ap ro v ech a­
ron m ultiplicando tan to los desem barcos com o las incursiones en tre T ú n ez y
M ahdiyya. A p artir de 1145 los alm ohades en tran en al-A ndalus: C órd o b a (1148),
Sevilla (1149), G ran ad a (1154), V alencia (1171) fueron o cupadas. Y a'q ú b , Y üsuf,
nieto del m a h d i, y después Y úsuf al-Y acq ú b , su bisnieto, concluyeron la o c u p a­
EL ISLAM DESCORONADO 183

ción de al-A ndalus alm orávide, y frenaron a los inquietos castellanos en A larcos
(1196).
El dom inio alm ohade es rico en co ntrastes. P or una p a rte , estos « refo rm ad o ­
res» austeros cuyo a rte , en efecto, e ra sistem áticam ente severo y sin decoración
historiada, em pezaron p ro n to a realizar gastos suntuosos en sus palacios y sus
m ezquitas. D e su época son algunos de los m ás bellos alm inares qu e aún se co n ­
servan en el Islam occidental: la to rre H assán en R ab a t, la K utubiyya de M arrá-
kish, la G iralda de Sevilla. P or o tra p a rte , estos espíritus sistem áticos, hostiles a
la filosofía pagana, a la gnosis y a los judíos, a los que p ersiguieron, conocieron
el desarrollo de los tres m ás sólidos p ensam ientos originales del M agrib de a q u e ­
llos tiem pos. El de Ibn B ádjdja (A vem pace para los cristianos), m édico en Fez
y en Sevilla (m u erto en 1138), prim er co m en tad or de la Metafísica y de las Cate­
gorías de A ristóteles, m aestro de Ibn R ushd (1126-1198), el célebre A v erro es de
los cristianos, su guía filosófico del siglo xm . H ostil a G hazáli, convencido de la
necesidad de un razonam ien to dialéctico p ara afirm ar el d ogm a, A verroes fue un
eslabón fundam ental en la introducción del racionalism o en el p ensam iento e u ro ­
peo. Y finalm ente, M aim ónides (m u erto en 1204), ju d ío perseguido, p uede ser
considerado conio u n o de los m ás activos p ro p ag ad o res del aristotelism o, pero
en el interior de la com unidad ju d ía p ara la que escribía y de la que conocem os
su papel de m ediadora en tre el Islam y el m undo cristiano.

E l derrum bam iento

E n el verano de 1212, atrav esan d o S ierra M o ren a, los tres reyes cristianos,
A lfonso V III de C astilla, Sancho de N avarra y P edro II de A rag ó n , d erro ta ro n
d u ram en te a los alm ohades en Las N avas de T olosa. El dom inio b eréb er en la
M ancha ya había sido alterad o p o r las insubordinaciones de los jefes de bandas.
E n tre 1235 y 1265 los cristianos van elim inando de al-A ndalus las guarniciones
m usulm anas: los portugueses están en Beja en 1235, los aragoneses en V alencia
en 1238 y en las B aleares en 1222, los castellanos en C ó rd o b a (1236), M urcia
(1243), C artag en a (1244), Sevilla (1248), C ádiz (1265). El Islam ibérico se hunde
brutal e irrem ediablem en te; sólo subsistirán, com o un p edazo arran cad o , A lm e­
ría, M álaga y G ran ad a, red u cto del arte m usulm án qu e brillará hasta las p o stri­
m erías del siglo xv.
La extensión del desastre es g rande: en Ifriqiyá, los hafsíes, apoyándose a p a r­
tir de 1226 en los piratas de las B aleares, se instalan en T únez, y los ziyáníes en
el A tlas central a p artir de 1236. E n el mism o M arruecos las revueltas bereb eres
se m ultiplican, sobre todo en tre los za n áta, y el clan de los B anu M arín (los m a-
riníes) ocupa la llanura y en 1269 se instala en M arrákish. La unidad del M agrib
qued a dividida en tres p artes, y el efím ero y superficial dom inio o to m an o de la
época m oderna no lo rem ed iará tam poco.
Al igual que el hundim iento del Islam o rien tal, el del Islam occidental no tie­
ne sólo aspectos negativos. R e ag ru p ará en áreas reducidas, en M arruecos sobre
to d o , fuerzas vitales cuyos cim ientos históricos y geográficos son indiscutibles,
com o en E gipto. D espejará las ru tas com erciales del o ro de S udán, que desde
entonces llegan al M ed iterrán eo sin obstáculos de dom inios universalistas o m ís­
184 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

ticos, y las ru tas saharian as, p u ertas del Á frica n eg ra, se ab rirán al com ercio
com o fueron abiertas bajo el co ntrol m ongol las de A n ato lia y las de las orillas
del m ar C aspio. Y sin em b arg o , aten ién d o n o s a lo inm ed iato , el balance es d esas­
troso. M ientras que a finales del siglo xi los m usulm anes estab an a p u n to d e re ­
cu p erar T o led o y de co n q uistar C o n stan tin o p la, a m ediados del siglo x m son to ­
talm ente expulsados del m ar, y se les am p u tan tan to al este com o al o este te rri­
torios esenciales p ara su d om inio; y los qu e m ás ad elan te hab larán en voz alta
ya no ten d rán nada q u e ver con los «pueblos fundadores». El Islam p erm an ecerá
dorm ido d u ran te siete siglos, m ás tiem po del qu e había vivido hasta entonces.
Capítulo 5
UN ISLAM TURCO O MONGOL»

La catástro fe desencad en ad a m aterial y esp iritu alm en te en el Islam p o r la


oleada m ongola in terru m p e el curso* de la historia m usulm ana. E n lo sucesivo,
ya nada será com o antes. Y el fin de las p rofundas m utaciones qu e agitan con
violencia «el nudo del m undo» está aú n lejos. E n p rim er lugar, el E stad o ayyúbí
desaparece bajo la acción de sus m ercenarios que instau ran una dom inación m ili­
ta r en E g ip to , el su ltan ato de los m am elucos, que p ro n to se extiende p o r P ales­
tina y to d a Siria. M ás al n o rte y en el este, la expansión m ongola trae consigo la
descom posición del su ltan ato seldjúqí d e A sia M en o r, la ocupación de Iraq p o r
los m ongoles, que destru y en B ag d ad , de d o n d e el nuevo califa cabbásí huye p ara
refugiarse en E l C airo (1258), la creación de los E stad o s m ongoles de O ipchaq
y de los íljánes, y la aparición de los reinos turco m an o s que co rren diversas su er­
tes, desde el A sia M en o r hasta A fganistán. E n este co n tex to , sólo el su ltan ato
m am eluco, a pesar de algunos incidentes in tern o s político-m ilitares, conserva un
cierto vínculo con el pasad o y se revela com o el m ás sólido, el m ejor organ izad o
y adm inistrado, disfrutan d o , m erced al con tro l de los p u erto s del M ed iterrán eo
o rien tal y del m ar R ojo, de una co n sid erab le suprem acía en los intercam bios eco ­
nóm icos: este su ltan ato ex p erim en tó u n a gran p ro sp erid ad , p a te n te , sobre to d o ,
en las espléndidas construcciones erigidas en El C airo. La situación del Próxim o
O rien te m usulm án evoluciona poco a poco a lo largo del siglo x iv , sobre to d o a
p artir de su segunda m itad , qu e es testigo del com ienzo del p oderío o to m an o ;
p ero este p o d er se ve m o m en tán eam en te co m p ro m etid o p o r la invasión d e las
tropas turco-m ongolas de T am erlán , en tan to que en E g ip to el régim en vigente
es sustituido p o r una nueva serie d e jefes m ilitares: en el m o m en to en qu e em p ie­
za el siglo x v , el m u ndo m usulm án sufre nuevas peripecias.
D u ran te to d o este p e río d o , los o ccidentales ab an d o n an todas sus posesiones
territo riales excepto la isla de C h ip re, refugio del reino de Je ru salén , y dejan de
desem p eñ ar cualquier tipo de papel político; en cam bio, sus actividades eco n ó m i­
cas p rogresan, p articu larm en te la de los venecianos y los genoveses. E n lo refe ­

* La transcripción de los térm inos árabes de este capítulo ha sido realizada por Julio
Samsó, catedrático de árabe de la Universidad de Barcelona. (N. del e.)
18 6 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

rente a los bizantinos, a p esar de la reconquista de su capital en 1261, ven d esa­


parecer poco a poco su suprem acía en el A sia M enor o ccidental, y m erm arse en
la E uropa balcánica bajo la acción de los búlgaros, los servios y, p o sterio rm en te,
de los turcos, a los que Ju a n VI C an tacuceno recurrió im p ru d en tem en te. A l final
del siglo x iv , el im perio bizantino no es m ás que un E stad o con los días contados.

M uerte d e la c r u z a d a

En la prim era m itad del siglo xm se llevaron a cabo cuatro cruzadas, con m a­
yor o m enor éxito, con objeto de reconstituir en T ierra S anta el reino de Je ru sa ­
lén: m ientras la cuarta se detuvo en el cam ino y consiguió la creación del im perio
latino de C onstantinopla, la q u in ta (1217-1219) fracasó en E gipto, al igual q u e la
séptim a, la de Luis IX (1248-1250); en cam bio, la sexta cruzada, conducida p or
el em p erad o r Federico II, fue testigo de la restitución de Jeru salén a los latinos
a raíz de un acuerdo con certad o con el sultán ayyúbí A l-K ám il (1229). P ero q u in ­
ce años m ás tard e, los m usulm anes volvieron a to m ar la ciudad: los «Estados»
francos se reducen ento n ces a algunas ciudades de la costa siria y palestina y a
su inm ediato hinterland. La expedición de Luis IX en E gipto no m ejora en ab so ­
luto su situación, que em p eo ra cuando el sultán m am eluco B aybars, v encedor de
los m ongoles en cA yn D jálút (1261), em p ren d e sistem áticam ente la reconquista
de las plazas ocupadas p o r los francos, tarea que es proseguida un poco más tard e
por el sultán Q álá’ún: en 1291 ya no q u ed a una sola ciudad de Palestina o de
Siria en m anos de los francos; la pérd id a m ás sensible es sin duda la de San Ju an
de A cre (m ayo d e 1291), que constituía p ara los genoveses una base com ercial
muy im portante.

E l fin a l del sueño palestino

La pérdida de las posesiones latinas pone fin, definitivam ente, al sueño pales­
tino y a cualquier esperanza de reconstitución de un reino de T ierra Santa. Las
causas son m últiples: siguiendo la política de reconquista y de unidad m usulm ana
llevada a cabo p o r N úr al-D in y p or S aladino, los sultanes ayyúbíes o b raro n de
m anera pacífica y hábil, p refiriendo co n certar tratad o s con los occidentales c u an ­
do eso se revelaba útil a co rto plazo, p ero atacando si las circunstancias lo p erm i­
tían; más tard e, con vistas a la consecución de su objetivo (la dom inación de
E gipto y de Siria), los sultanes m am elucos im pidieron que los latinos pudieran
recurrir a ellos; tal vez, una política m ás previsora, buscando antes la alianza de
los m ongoles, habría perm itido a los francos —com o se ha dicho, Luis IX lo h a­
ría, pero sin é x ito — m an ten er, total o p arcialm ente, sus posesiones en Siria y en
Palestina; adem ás, hay q u e te n e r en cu en ta que las rivalidades e n tre fam ilias fran ­
cas y en tre las ciudades m ercantiles italianas facilitaron las em presas de los ayyú­
bíes y, sobre to d o , de los m am elucos.
El repliegue de los latinos en la isla de C hipre, d o n d e se p erp etú a el reino de
Jeru salén , introdujo nociones nuevas: la de hacer de la isla a la vez una eventual
base de partida para la reconquista de T ierra S an ta, la de m an ten er en el M edi­
UN ISLAM TURCO O MONGOL 187

te rrán eo oriental un foco «latino» y, p o r últim o, la de utilizar la isla com o p u nto


de enlace p ara las actividades m ercantiles en el M ed iterrán eo . D e hecho, hasta
su conquista p o r los turcos en 1571, C hipre constituye un b alu arte occidental cu­
yas m anifestaciones ofensivas se inclinan m ás hacia el com ercio, sobre to d o cu an ­
do los venecianos dom inan la isla, q u e hacia las acciones m ilitares. C hipre cons­
tituyó tam bién un centro de cu ltu ra latina de la qu e se en cu en tran huellas en
o bras literarias y, sobre to d o , en la arq u itectu ra religiosa y m ilitar de la isla.
U n poco más al o este, los caballeros de San Ju an de Jerusalén en co n traro n
asilo en la isla de R odas, conquistada en 1310: hicieron de la isla, esencialm ente,
una base naval y m ilitar co n tra los m usulm anes de A sia M en o r y de Siria, o cu ­
p ando en ciertos m om entos o tras islas (C os, por ejem plo) o diversas plazas fu er­
tes en la costa asiática, com o H alicarnaso (hoy D odrum ). La tom a de la isla por
los turcos otom anos en 1522 im plica la p artid a de los caballeros hacia T rípoli en
prim er lugar y, m ás tard e , hacia M alta.
La reconquista de C o n stan tin o p la p or los bizantinos en 1261 y el estab leci­
m iento de la dinastía de los Paleólogos en la capital p or M iguel V III tuvieron
consecuencias directas p ara los latinos, adem ás de la desaparición del im perio la­
tino: la desposesión m o m en tán ea de los venecianos en beneficio de los genoveses,
que hicieron de G álata el gran c en tro de su com ercio en el M ed iterrán eo o rien tal
y en el m ar N egro; la progresiva reunificación del im perio bizantino; p ero , sobre
to d o , el hecho de q ue, d u ra n te cerca de quince años, C arlos de A n jo u , herm ano
de Luis IX y rey de N ápoles, in ten ta en vano reconquistar el tro n o de Bizancio.
Su fracaso definitivo, que ve todas sus esperanzas d estru id as p o r la revuelta sici­
liana en 1282, señala el final de la presencia latina, ex cepto en M orea d onde el
principado de A caya se m an ten d rá aún m ucho tiem po y constitu irá, com o C hi­
p re, un foco de cultura latina en un m edio griego.
Es sintom ático que en el siglo x iv las expediciones a las que se sigue llam ando
cruzadas, aunque de m anera erró n e a , no piensen ya en reconquistar los santos
lugares. C on el tiem po, a d o p tan dos nuevos aspectos: en p rim er lugar, en los dos
prim eros tercios del siglo, se tra ta de expediciones organizadas bajo form a de
coaliciones poco estru ctu rad as, que in ten tan d efen d er los intereses cristianos en
el M editerráneo o rien tal, ya sea co n tra los em iratos y los piratas turcos, com o en
1345, ya sea contra los m am elucos de E gipto, p oseedores de salidas com erciales
en las orillas sirias, palestinas y egipcias: la tom a de A lejan d ría en 1365 p o r P edro
I de C hipre, que aspira a asegurarse el control del com ercio efectuado p o r este
p u erto , es finalm ente un fracaso qu e se vuelve en co n tra de los cristianos de E gip­
to y los com erciantes occidentales. V enecianos y genoveses no fo m entaron en lo
sucesivo este tipo de expediciones. El segundo aspecto ap arece a p a rtir del m o­
m ento en que los turcos o to m an o s establecen su dom inación en la E u ro p a balcá­
nica: las expediciones em p ren d id as co n tra ellos tom an el n om bre de cruzadas a n ­
titurcas; su finalidad es p ro teg er a los cristianos de los B alcanes co n tra la p ro g re­
sión m usulm ana: las expediciones de N icópolis (1396) y, p o sterio rm en te, la de
V arna (1445), de la que se hab lará en su m o m en to , suponen crueles fracasos p ara
los occidentales, que no re e m p ren d erán la ofensiva c o n tra los turcos hasta el siglo
x v i, al sesgo de los conflictos e n tre hispano-austríacos y otom anos.
A unque el aspecto religioso no desapareció to talm en te de las expediciones lle­
vadas a cabo por los latinos en el M ed iterrán eo o rien tal, no rep resen ta ya más
188 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

que un elem en to secund ario , pues los intereses com erciales ocupan el prim er lu ­
g ar, hecho particu larm en te visible en la actitud d e las dos grandes ciudades m e r­
cantiles de la ép oca, V enecia y G énova. P or o tra p arte , ¿en qué o tro p rete x to se
podrían apoyar los occidentales p a ra justificar sus acciones en O rien te? Los E sta ­
dos latinos de T ierra S anta y del te rrito rio bizantino d esap areciero n , salvo alg u ­
nas excepciones, y con ellos to d a clase de problem as p ro p iam en te políticos. E n
cuanto a los problem as h u m an o s, son prácticam en te inexistentes en Siria y P ales­
tina, d onde los contacto s e n tre los latinos y las p o blaciones locales se red u jero n
al m ínim o y no dieron lugar a ninguna repercusión. Las excepciones conciernen
a C hipre, al principado de M o rea y a algunas islas del m ar E geo ocu p ad as p o r
los venecianos; pero h ará falta tiem po, incluso siglos, p ara qu e se establezcan
relaciones b astan te estrech as e n tre occidentales y o rien tales. Las im plantaciones
de población, que algunos cronistas del siglo x n co n sid erab an com o ad q u irid as
ap u n tan d o lo que los señores latinos habían ad o p ta d o de las costum bres y las
hablas locales, no resistieron a n te la reconquista m usulm ana; a u n q u e las ó rd en es
religiosas y algunos señores lucharon d u ra n te la m ayor p arte del siglo x m p o r
d efen d er los territorios q u e seguían estan d o aún bajo su a u to rid ad , finalm ente
debieron renunciar a hacerlo, y de su establecim iento en Siria y en Palestina q u e ­
daron las fortalezas edificadas en el lim es cristiano-m usulm án, reseñas en las c ró ­
nicas de algunos au to res árab es y, p or últim o, la presencia de algunas colonias
com erciales, esencialm ente italianas, en diversos p u erto s del litoral sirio, p alesti­
no y egipcio. P or el lado occidental, las ap o rtacio n es son igualm ente lim itadas:
au n q u e el espíritu de cruzada se m anifiesta aún e n tre algunos papas (B onifacio
V III, Ju an X X II), algunos sob eran o s (F elipe VI de V alois, P ed ro I de C h ip re)
y, sobre to d o , algunos religiosos (p rincipalm ente dom inicos: R am ó n Llull, Bur-
card o B rochard, G uillaum e A d am , R icoldo de M on te C ro ce), es significativo
que el conocim iento del Islam y de los m usulm anes apenas progresó: las ideas
falsas y la incom prensión siguieron siendo la regla g eneral.

E l interés de los italianos

A un q u e las em presas políticas y religiosas fracasaron en territo rio m usulm án


y, p arcialm ente, en territo rio bizan tin o , no ocu rrió así con las em p resas co m ercia­
les. A lo largo del siglo x n , gracias a la conquista de los puestos de la costa sirio-
palestina, algunas colonias de com erciantes italianos se estab leciero n en estos
p u erto s, pero el com ercio efectu ad o p o r los m ercad eres no llegó m ás allá d e los
intercam bios locales, a los qu e cabe añ ad ir la actividad com ercial d esarro llad a
con E gipto.
La situación cam bia en el siglo xm : d u ran te la p rim era m itad del siglo, los
venecianos dom inan el m ercad o m ed ite rrá n e o , p ero en la segunda m itad , p o r una
p a rte , el régim en m am eluco que gob iern a E gipto y Siria contro la el com ercio de
tránsito e n tre los países del océano índ ico y los del M ed iterrán eo así com o la
exportación de p roducto s locales y del Á frica o rien tal; p o r o tra p a rte , los genove-
ses supieron aprovecharse de la reconquista griega de C o n stan tin o p la y ad q u irir
algunas ventajas, au n q u e tem p o rales, sobre los venecianos: instalados en G a lata
en 1265, do n d e poco a poco se va edificando una ciudad genovesa, o b tien en el
UN ISLAM TURCO O MONGOL 189

derecho de com erciar en el m ar N egro y establecen en to n ces factorías en C rim ea,


C affa y T ana; están igu alm ente p resen tes en C hipre (en F am agusta) y, a pesar
de la caída de San Ju an de A c re , m an tien en posiciones en varios p u erto s de la
costa siria. U na vez d esposeídos, los venecianos reap arecen en C o n stan tin o p la
en 1268, un poco m ás ta rd e en el m ar N egro, y hacen de A lejan d ría una de sus
principales escalas en O rien te: com o ocupan co n stan tem en te las islas de E u b e a
y de C re ta , y diversos p u n to s de enlace en el A d riático , establecen una red de
com unicaciones, una política de dom inación y de p resencia que co rresp o n d e a la
existencia de un v erd ad ero im perio económ ico e incluso político, en cierto m o d o ,
al que se d enom inó «la R o m an ía veneciana».
Las guerras llevadas a cabo p o r M iguel V III Paleólogo co n tra C arlos de A n-
jo u y las q u e en tab laro n sus sucesores con los búlgaros, los servios y los turcos,
co ntribu yeron a d eb ilitar el im perio bizantino, víctim a, p o r o tra p a rte , de con si­
derables dificultades sociales. Los venecianos y los genoveses apro v ech aro n am ­
pliam ente estas circunstancias p ara co n tro la r la casi to talid ad del com ercio e x te ­
rior bizantino y privar al im perio de im p o rtan tes ingresos: a principios del siglo
x iv , el tráfico de G álata es casi diez veces su p erio r al de C o n stan tin o p la y el co ­
m ercio de los p roductos de ex p o rtació n m ás re m u n erad o res (trig o , m ad era, c u r­
tidos, alum bre, telas preciosas, y so b re to d o , esclavos originarios de las regiones
del C áucaso, con destin o al E gipto m am eluco) está en m anos de los italianos,
algunos de los cuales, com o el genovés B en e d e tto Z accaria, constituyen v erd a d e ­
ras potencias económ icas.
Sin d u d a, ni los venecianos ni los genoveses tuvieron éxitos con stan tes y, m ás
de una vez, d ebieron p ad ecer ya fuera la hostilidad de los d irigentes del lugar,
tan to en C onstan tin o p la com o en C rim ea, d o n d e, tras una b u en a acogida, los
ján es m ongoles de Q ipchaq m ostraro n una actitud m uy antioccidental, ya fuera
la hostilidad de las poblaciones locales qu e acusaban a los com erciantes latinos
de arruinarlos y, sobre to d o , de m enospreciarlos. A d em ás, las dificultades del
im perio co nd ujeron a los basileis a d ev alu ar rep etid as veces el hiperperio (sueldo
de o ro ) bizantino de 24 a 9 y, p o sterio rm en te, a 5 q uilates; la m o n ed a bizantina
perdió su papel de m on ed a internacional en favor de las m onedas italian as, el
g en o vin o , el florín y, finalm ente, el ducad o v eneciano q u e, bajo el no m b re de
cequí, gozó d u ran te siglos de un a total p rep o n d eran cia. E sta dom inación m o n e ta ­
ria se vio com pletada por la pu esta en m archa de una red d e b an q u ero s qu e evi­
taban las transferencias de m on ed as, y p o r la creación de seguros m arítim os que
suponían indiscutiblem ente ventajas p ara m ercad eres, negociantes y arm ad o res.
C uando la situación política del A sia a n te rio r y central desorganiza los circui­
tos com erciales de C hina y del T u rk e stán , venecianos y genoveses, sin a b a n d o n a r
to talm en te sus bases del m ar N egro y A n a to lia , vuelven su in terés hacia las sali­
das y los enlaces m ed iterrán eo s del com ercio in ternacional: la estabilidad y la se­
guridad in tern a de los países qu e están bajo la a u to rid ad m usulm ana im pulsan a
fortalecer las colonias m ercantiles de Siria, P alestina y E g ip to y, desde este p u n to
de vista, el p u erto d e A lejan d ría d esem p eñ a un papel p rim ordial. Lo m ism o o cu ­
rre en el caso de las islas de C h ip re y de C reta: la p rim era , so b re to d o , ocupa
una posición estratégica en el M ed ite rrán e o o rien tal, y la expedición del rey P e­
d ro 1 co n tra A lejandría no tiene sólo los objetivos religiosos confesados: la segun­
d a intención com ercial no está au se n te , p ero el fracaso final de este in te n to se
190 EUROPA Y EL ISLAM EN LA EDAD MEDIA

vuelve m o m en tán eam en te co n tra los com erciantes francos instalados en la ciu­
dad. M ás ta rd e , el ataq u e a A lejan d ría no ten d rá lugar y un m o d u s vivendi c o ­
m ercial se establece e n tre funcionarios y com erciantes egipcios y e n tre co m ercian ­
tes y arm adores italianos, un proceso qu e co n tin u ará hasta la conquista de Siria
y de E gipto po r los otom an o s a principios del siglo x vi.
A sí pues, el sueño de los caballeros de la época de las prim eras cruzadas de
establecer en O rien te un E stad o latino fracasó com p letam ente; en cam bio, la p re ­
sencia latina se m anifiesta bajo un aspecto que da un peculiar giro a las relaciones
en tre occidentales y orien tales, y en el que no se trata ya de dom inación te rrito ­
rial sino, so capa de intercam bios com erciales, de co ntrol de actividades eco n ó m i­
cas referen tes tan to a E u ro p a com o a A sia: aparece así en el M ed iterrán eo una
form a de capitalism o m ercantil, que se desarro llará sin cesar a lo largo de los
siglos y provocará, según la fuerza o debilidad de los E stados del Próxim o O rie n ­
te, la fortuna o la ruina de éstos.

El s a n t u a r i o e g i p c io

La segunda m itad del siglo xm es testigo de profundos cam bios en el m undo


m usulm án del Próxim o O rien te: en Siria y en E gipto los ayyübíes, k urdos arabi-
zados, habían m odificado ya las circunstancias locales; m ás al no rte y al este , los
seldjúqíes, turcos islam izados y m arcados por influencias árab es e iraníes, habían
ap o rtad o su ayuda al califa de B agdad y extendido el dom inio m usulm án en el
A sia M enor bizantina.
Pero poco antes de m ediados del siglo xm sobreviene el peligro m ongol: algu­
nos sucesores de G engis Ján p en etran en territo rio m usulm án y hacen p esar am e­
nazas sobre las dinastías instaladas en Irán , Iraq, A dharb ay d ján y A n ato lia, así
com o en el n o rte de Siria.

Un golpe de Estado m ilitar

A fin de pro teg erse, el so b eran o de E gipto, A l-M alik al-Sálih recluta jin etes
de las poblaciones del Jw árizm , e n tre el m ar C aspio y el m ar de A ra l, alejadas
po r el em puje m ongol, y los lanza a Palestina y Siria con la intención de reco n s­
tituir la unidad de los ayyúbíes, com o en tiem pos de S aladino, y de o p o n e r a los
m ongoles una defensa o rganizada. P ero los jw árizm íes se distinguen sobre todo
po r la m atanza de las poblaciones locales, p rincipalm ente en Jeru salén , do n d e
los cristianos son diezm ados (1244); p ara desem barazarse de ellos, A l-M alik al-
Sálih recurre a esclavos com prados en los p u erto s del m ar N egro, pro v en ien tes
de poblaciones turcas de la región del bajo V olga som etidas a la dom inación m o n ­
gola y que sus nuevos am os venden sin escrúpulos a com erciantes griegos e italia­
nos. E stos esclavos (m am elucos) son form ados en la carrera de las arm as y cons­
tituyen desde entonces lo esencial del ejército de A l-M alik al-Sálih: se les llam a
«sálihí-es», a p artir del no m b re de su am o. C um plen p erfectam en te su co m etid o ,
elim inando a los jw árizm íes y, p o sterio rm en te, o p o n ién d o se victoriosam ente a los
cruzados de Luis IX desem barcados en D am ieta (1249); p ero la m u erte rep en tin a
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 191

de A l-M alik al-Sálih les perm ite d esem p eñ ar un im p o rtan te papel: poco satisfe­
chos de la conducta y las intenciones respecto a ellos del nuevo so b eran o , T ú rán
Sháh, los jefes m am elucos lo suprim en y reconocen com o so b eran o a S hadjarat
al-D urr, viuda de al-Sálih, a cuyo lado colocan com o consejero a uno de los su ­
yos, el em ir A ybak. E sta situación d u ra poco, pues, finalm ente, A ybak tom a solo
el p o d e r y se hace o to rg a r el título de sultán (1250), inaug u ran d o así la serie de
los nuevos soberanos de E gipto: los m am elucos «bahríes» (de la p alab ra árab e
b a h ry ‘m ar’ referida al N ilo, en una de cuyas islas se e n co n trab a el principal cu a r­
tel de los m am elucos), que g o b ern aro n el país hasta 1382; más tard e , hasta 1517,
otro s m am elucos, sobre to d o de origen circasiano, rein aro n en E gipto y llevaron
el nom bre de «burdjíes» (de la p alab ra b u rd j, ‘to rre ’, pues estab an acu artelad o s
en las torres de la ciudad de El C airo).
La tom a del p o d er p o r los m ilitares y, so b re to d o , la consolidación del nuevo
régim en se deb iero n a d iferen tes factores: en p rim er lugar, la nueva am enaza
ffanca originada por la cruzada de Luis IX , y elim inada en el delta del N ilo; y
luego, la am enaza m ongola llegada de Iraq con el ján m ongol H úlágü q u e , en
1258, tom a B agdad, destru y e la ciudad y p en etra en Siria; la d e rro ta de los m o n ­
goles en cA yn D jálút el año 1261 supone para el sultán m am eluco B aybars (1260-
1277) un éxito sin p reced en tes, pues ap arece a los ojos de los m usulm anes com o
el salvador del Islam y del califato, com o uno de los d escendientes del califa cab-
básí refugiado en El C airo; finalm ente, la reunificación de E gipto y de Siria en
un m ism o co njunto político perm ite tam bién a los m usulm anes erigirse en suceso­
res de Saladino. D e este m odo, se en cu en tra b astan te ráp id am en te legitim ado un
régim en nacido del azar de las circunstancias y de la v oluntad de algunos jefes
m ilitares. É stos pueden aseg u rar con m ayor razón su p o d er en tan to qu e re p re ­
sentan la única protección de E gipto y de Siria co n tra los peligros de las invasio­
nes m ongolas, debido a la desaparición de los sob eran o s ayyúbíes.
L legados al p o d er fuera d e to d o concepto tradicional m usulm án, estos m ilita­
res im ponen un sistem a político fundado en su orig en , en su p erten en cia a un
m edio específico, el de los «m am elucos», que constituye el elem en to fu ndam ental
del E stad o ; el sultán es el prim er re p resen tan te de esta casta m ilitar, p ero su p o ­
d er real d ep en d e de los em ires, sus co m p añ ero s de reclu tam ien to y de función,
de los que a m enudo no es m ás qu e el p rim u s ínter pares. A los em ires se les
atribuyen iqtáfs com parab les a los iqtács seldjúqíes, es decir, rentas fiscales de tie­
rras cuya dim ensión varía en función de la im portancia del d e te n to r y de su fu n ­
ción m ilitar o adm inistrativa; los em ires d eb en m an ten er con estas rentas a los
m am elucos, e n tre 10, 40 o 100, suceptibles de ser llam ados a filas en cualq u ier
m om ento por el sultán. É ste , p o r su p a rte , dispone de cerca de la m itad de las
ren tas del E stad o , lo qu e se justifica p o r la im portancia y la dim ensión de sus
servicios: éstos rep resen tan el organism o cen tral, al q u e se añ ad en los servicios
d ep en d ien tes de la corona p ro p iam en te dicha. A u n q u e , gracias a las ren tas, el
sultán ocupa una situación considerable qu e hace de él v erd ad eram en te el jefe
del E stad o , esto no basta p ara darle un p o d er absoluto y, sobre to d o , p ara p erm i­
tirle asegurar su sucesión a través de su hijo; en efecto , sus ren tas, com o las de
los em ires, son personales, vitalicias y no transm isibles: la noción de herencia es,
en principio, inexistente y, p o r tan to , es excepcional que un hijo de sultán suceda
a su p adre; el hecho se p ro d u jo , no o b sta n te , en el siglo x iv , cuan d o M uham m ad
192 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

al-M alik al-N ásir sucedió a su p ad re, el sultán Qálá^ún (1279-1290), au n q u e no


reinó v erd ad eram en te m ás que a p a rtir de 1310, y hasta 1341. Lo m ism o o cu rre
en el caso de las iqtács de los em ires, pero el sistem a con tien e en sí sus propios
defectos: el sultán y los em ires son los rep resen tan tes de una «casta» social q u e ,
una vez confiscado el p o d er, no q u ieren re tro ced er a o tras categorías, de d o n d e
proviene la obligación de m an te n e r, e incluso de au m en tar, si es n ecesario, el
núm ero de gentes perten ecien tes a esta casta, los m am elucos; p ero resulta q u e
el sultán y los em ires sólo son los re p resen tan tes de una «tajada» de la casta y,
com o la sucesión está proh ib id a y los hijos de los m am elucos nacidos en E gipto
o en Siria no podrían ser considerados, por definición, com o m am elucos, se im ­
prim e la renovación de los dirigentes, ya sea p o r propia voluntad o p o r la fuerza,
lo que explica el núm ero de golpes de E stad o sobrevenidos en el régim en m am e­
luco, y la inexistencia de una v e rd ad era dinastía.

E l reflejo de un antiguo Islam

A pesar de las tensiones, el régim en se distinguió p o r un p o d er fu erte y una


adm inistración h ered ad a de los califatos cabbásí y fátim í. El sultán es el jefe te m ­
poral y, m erced a la presencia del califa cab b ásí en El C airo , recibe de éste, en
tan to jefe espiritual, una g aran tía de autenticidad de su p o d er. Por su p u esto , los
sultanes m am elucos confinaron co n stan tem en te a los califas en lím ites e x trem a d a­
m ente estrechos y, salvo en raras y cortas excepciones, no pu dieron ejercer un
v erd ad ero p o d er, a pesar de ser los p oseedores de la legitim idad y de la co n tin u i­
dad m usulm anas, principalm ente a los ojos de la población.
El sultán reside en El C airo; los palacios y edificios sultaníes están situados en
la ciudadela, desde dond e Saladino ejerció su p o d er. El sultán y los em ires son a
m enudo de origen turco y hab lan mal el árabe; sin em b arg o , se escogen e n tre los
em ires los titulares de las funciones áulicas que constituyen el consejo del sultán ,
llam ado a discutir y a to m ar decisiones concernientes a la política del E stado: el
consejo está form ado po r el jefe de la casa sultaní (ustádhdár), el jefe de la c an ­
cillería (<dawádár), el em ir de las arm as (am ír siláh), el co m an d an te de la g u ard ia
(rcfs n a w b a )y el em ir de las caballerizas (am ir á kh ú r), el em ir responsable d e la
seguridad del sultán (am ir djandar), etc. E n la práctica, sobre to d o al com ienzo
del régim en de los m am elucos, el sultán , cuando co nduce expediciones fuera de
El C airo, delega sus p od eres en un lu g arten ien te (n tfib ) qu e se hace cargo e n to n ­
ces de la adm inistración. É sta, com o en el caso de los fátim íes y los ayyúbíes, está
dividida en oficinas (diw án ), cada una de ellas dirigida p o r un ndzir y en carg ad o
de las ren tas del im perio, de los gastos, del ejército y de la adm inistración in tern a ;
el perso nal de los diw áns es a m en u d o , com o bajo los regím enes p reced en tes, cris­
tiano, e incluso judío; la circulación de las ó rd en es y d ecreto s está aseg u rad a p o r
la cancillería, dirigida po r el «secretario del secreto» (kátib al-sirr), y cuyo funcio­
nam iento ap arece en algunos libros de cancillería cuyo m ás célebre ejem p lar es el
de Q alqashandi (1355-1418), el S ub h al-afsháy acab ad o en 1412; la cancillería dis­
puso, so b re to d o a p artir del siglo x iv , de un c o rreo a caballo (barid), p rim e ra ­
m ente de origen m ilitar, p ero m ás tard e asignado a la adm inistración, y q u e se dis­
tinguió p o r su notable eficacia, so b re to d o en las relaciones con las provincias.
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 193

Las provincias no estab an constituidas de m an era u n iform e; en E gipto existían


dos grandes regím enes: el B ajo E gipto o D elta, y el A lto E gipto o S a^d , divididos
en veinte provincias adm in istrad as cada una p o r un g o b e rn a d o r ( wálí)\ en Siria
se con tab a con seis regencias (m a m la ka ), o lu gartenencias (niyába), cada una de
ellas dirigida po r un n tfib , es d ecir, p o r un re p rese n ta n te del su ltán , qu e disponía
de em ires, adm inistradores y g o b ern ad o res. E sta organización no im pidió la c re a ­
ción en E gipto, en la segunda m itad del siglo x iv , de inspectores (k á sh if), cuyas
funciones ejercían em ires encargados de c o n tro lar el buen funcionam iento de los
canales de irrigación, de g aran tizar la seguridad de los agentes del fisco y de cui­
d a r del buen desarrollo de las cosechas: estos káshifs o cu p aro n luego un im p o r­
tan te lugar en la vida adm inistrativa y política de las provincias.
Si el E stad o m uestra tan to in terés p o r los cam pos es p o rq u e lo esencial de sus
recursos provienen de ellos, tan to en form a de productos diversos (cereales, le­
gum bres, caña de azúcar, frutos) com o de im puestos sobre las cosechas; es, pues,
norm al que el E stad o , p articu larm en te en E gipto, vele p o r el ren d im ien to de la
agricultura, condicionada p o r las crecidas del N ilo, cuyas consecuencias sólo p u e ­
den ser benéficas si los canales de irrigación están bien conservados; adem ás, en
Siria y en el A lto E gipto , es m en ester p ro teg er a los cam pesinos con tra las tribus
beduinas, a m enudo anim adas p or el afán del pillaje. El E stad o m am eluco p ro ­
p orcionó a estas tribus un terre n o de expansión en N ubia, hasta entonces parcial­
m ente cristiano, pero que la conquista llevada a cabo p o r B aybars co ntribuyó a
islam izar progresivam en te, principalm ente p o r la instalación de tribus árab es.
E sta islam ización de N ubia es capital p ara E gipto —y p ara el régim en m am elu­
c o — pues abre a este país la ruta del Á frica central y o rien tal con todas sus riq u e­
zas, e n tre las qu e se en cu e n tra , en prim er lugar, el com ercio de los esclavos n e ­
gros.
La riqueza del im perio m am eluco está en p o d er del sultán , por una p a rte , y,
po r o tra , de los em ires, d e ten to re s de iq tffs es d ecir, ren tas fiscales vinculadas a
las tierras que se les atribuyen: estas ren tas tienen com o finalidad cu b rir sus n e ­
cesidades cotidianas (p o r lo g en eral, am p liam ente satisfechas), p ero tam bién
com prar, alim en tar, form ar y eq u ip a r sus propios m am elucos; casi todos estos
em ires residen en la capital, El C airo , o en las grandes ciudades de Siria (D am as­
co, A lep o ), y confían la gestión de sus iqtáls y la vigilancia de sus ren tas a in ten ­
d en tes, a m enudo intransigentes con respecto a los cam pesinos. Los em ires se
ro d ean , a la m anera del su ltán , de una especie de c o rte, m ás o m enos im p o rtan te
según su rango. E sto les lleva a utilizar el resto de sus rentas p ara construirse
una residencia m ás o m enos g ran d e y una tum ba de m ayor o m en o r dim ensión,
a dedicar algún d inero a construcciones religiosas (ev en tu alm en te una m ezquita,
una m adrasa) o m ilitares a fin d e aseg u rar su po rv en ir m aterial y el de su fam ilia,
y a construir o com prar casas de alq u iler, baños, tien d as, ján s (w akála), alm ace­
nes o tierras. P ara que estos bienes no sean sustraídos o confiscados son conside­
rados w a q f (fundación piad o sa), siendo destinados los ingresos al m an ten im ien to
de los edificios religiosos co nstruidos p o r el em ir y p erm itien d o a los d escen d ien ­
tes del benefactor co n tar con algunos recursos al a te n d e r la gestión de estas fun­
daciones piadosas. Indiscu tib lem en te, el sistem a de los w aqfs ex p erim en tó un
gran desarrollo bajo el régim en m am eluco, ta n to en E gipto com o en Siria: el re ­
gistro ( w aqfiyya) de estas d onaciones, cuan d o p udo ser conservado, constituye
194 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

un valioso docu m en to p ara el conocim iento de la historia económ ica y social de


las ciudades del E stado m am eluco.
É ste se caracterizó, p o r o tra p a rte , p o r la im portancia de las ciudades y de la
vida urbana: el hecho de qu e los d e te n ta d o re s del p o d er y de la riqueza residieran
en las ciudades, de que sus ingresos, esencialm ente agrícolas, fueran en su m ayor
parte gastados en la ciudad y de que la vida económ ica ex p erim en tara, b ajo los
m am elucos, una form idable expansión, to d o esto co ntribuyó a aseg u rar el d e sa­
rrollo de las ciudades, p rincipalm ente de las grandes: El C airo , D am asco, A lep o ,
e tc é te ra , a pesar de la gran peste de 1349 qu e afectó fu ertem en te a E gipto. La
población crecía y, al m ism o tiem p o , las casas, las tiendas, los talleres d estinados
al alojam iennto y al trab ajo de h ab itan tes atraídos p o r el m aná pro v en ien te de la
generosidad de los em ires: p ero esto im plica tam bién el d esarrollo o la creación
de barrios nuevos, con sus características, sus indispensables m o n u m en to s religio­
sos: m ezquitas, m adrasas, conventos, e tcé te ra , sus cen tro s com erciales, m ás o
m enos im portantes según el em plazam ien to del barrio ; en algunos casos, se ven
m ultiplicarse en el cen tro de la ciudad (rara vez en la p eriferia) alm acenes, jdns,
wakdlas, qaysariyyas y fu n d ú q s , testigos de la actividad del gran com ercio qu e se
observa en El C airo, D am asco o A lep o ; el d esarrollo de las ciudades no es u ni­
form e en todas p artes, ni en to d o tiem po, y la organización interna no es en a b ­
soluto p aralela al crecim iento de la población o al de las diversas actividades: así,
parece ser que los grem ios no tuvieron una existencia m uy sólida o, en to d o caso,
que su papel sería muy restringido; la fu tu w w a , qu e vim os desarrollarse en el m e­
dio cabbásí, sólo tiene ya, en el E gipto y la Siria m am elucos, un c arácter form al,
sin influencia política o social; p or lo d em ás, iría d esap arecien d o poco a poco.
En cam bio, una categoría social tiende a adq u irir una posición im p o rtante en las
ciudades: la de los ulem as (u l a m á plural de cá/im , sabio, h om bre versado en la
ciencia religiosa), que desem p eñ an un papel de in term ed iario s e n tre el p o d e r y
la población y ejercen funciones ya sea jurídicas o religiosas; form ados en las m a­
drasas, rep resen tan , a los ojos de la población —m ás qu e los sultanes m am elucos
y los em ires, considerados, a p esar de to d o , com o «extranjeros» — , la tradición
arábigo-m usulm ana, la o rto d o x ia religiosa y, tal vez m ás en los barrio s p opulares
y en los cam pos, los verd ad ero s guías espirituales, en conexión con las cofradías
religiosas (tariqas). A lgunos ulem as y algunos personajes piadosos fueron v e n e ra ­
dos com o santos, cuyo c arácter de san tid ad a veces incluso era reconocido p o r
los em ires, p reocupados por en ta b la r relaciones con la población y no m ostrarse
diferentes a ella.
Según p arece, la islam ización de E gipto ex p erim en tó entonces un sensible
progreso; au n q u e los cristianos y los judíos no sufriesen ni persecuciones ni p re ­
siones, es indiscutible q u e , d ebido a los propios em ires, a m en u d o m usulm anes
de fecha reciente, el Islam d eb ía ser afirm ado com o el elem en to fundam ental del
im perio m am eluco a fin de cre a r los lazos de unión m ás indispensables e n tre los
dirigentes y el pueblo. Los p rim eros sultanes m am elucos e n co n traro n en el te ó lo ­
go hanbalí Ibn Taym iyya (1263-1328) —a m enudo atac ad o p o r o tro s teólogos m u ­
su lm an es— la teoría justificativa de la unión indisoluble en tre la religión y un
E stado fu erte, encargado de hacer resp e tar la ley religiosa, d e pro m o v er el p ro ­
greso social y de d esarro llar las relaciones arm oniosas e n tre las d iferen tes cate g o ­
rías de la población. E ste carácter religioso del régim en q u ed a de m anifiesto en
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 195

la profusión de edificios piadosos construidos p or los su ltan es y los em ires m am e­


lucos en El C airo, en D am asco, en A lep o en o tras ciudades: m ezquitas, m adra-
sas, hospitales, tum bas, escuelas, fuentes (sabils), e tc é te ra , a los q u e un estilo
típico añ ad e un elem en to de o riginalidad que co n tribuye a caracterizar el su lta n a ­
to m am eluco.

L a gran ruta de las Indias

Al tiem po que el E stad o m am eluco supo afirm arse en la gestión política de


E gipto y de Siria, en el plano ex te rn o se benefició de circunstancias favorables o
supo crear las condiciones de estas circunstancias. El fracaso de la cru zad a de
Luis IX y, poco después, la d e rro ta de los m ongoles en cA yn D jálút p ro p o rc io n a ­
ron a los m am elucos la seguridad en Siria, seguridad refo rzad a a finales del siglo
xm po r el despojo de los últim os cristianos latinos de O rien te con la tom a de San
Ju an de A cre en 1291 y, m ás ta rd e , p o r nuevas victorias sobre los m ongoles: la
paz firm ada con ellos en 1323 po n e p u n to final a este p roceso; asim ism o, la elim i­
nación del reino arm enio de Cilicia asegura la protección de la fro n tera siria; por
últim o, el ocaso de los E stad o s m ongoles de Irán y d e Q ip ch aq , las revueltas y
las luchas que hacen estragos en Irá n , en Iraq y en A sia M en o r d u ra n te la m ayor
p arte del siglo x iv desvían a los com ercian tes de las ru tas com erciales que pasan
po r estos países. Por el co n tra rio , la estabilidad y la paz que reinan en Siria y,
sobre to d o , en E gipto favorecen las ru tas qu e p arten de estas regiones hacia el
o céano índico. A sim ism o, se m u estra un m ayor in terés p o r Á frica central y o rie n ­
tal: N ubia pasa ya bajo el control indirecto de los m am elucos p or la instalación
de tribus árabes. A sí, E gipto, sobre to d o , ap arece en to nces com o el eje del co ­
m ercio en tre países m ed iterrán eo s y países del o céan o índico: se efectúa un im ­
p o rtan te tráfico a través del país, al sur a p artir del p u e rto de cA ydhSb, desd e
d o n d e un cam ino se dirige al valle del N ilo, a Q ús, y p o sterio rm en te, a través
del río, llega hasta El C airo y finalm ente a A lejan d ría, d o n d e tom an el relevo
los com erciantes occidentales. E ste com ercio de trán sito , consistente en especias,
p im ienta, seda, telas de lujo o p ro d u cto s preciosos com o la p o rcelan a, p ro p o rcio ­
na considerables ingresos al E stad o m am eluco, bajo la form a de derech o s de
a d u an a, tasas de e n trad a y salida, tasas sobre los navios, sobre las transacciones,
etc. E stos ingresos perm iten la im portación de m ateriales de los que se carece,
m adera y m etales especialm en te, a veces cereales, y tam bién la com pra de los
jóvenes esclavos indispensables p ara la renovación del ejército m am eluco.
El gran com ercio, al igual q u e en tiem pos de los ayyúbíes y hasta m ediados
del siglo x v , está en m anos de los m ercad eres k á rim í, cuyo p erío d o m ás so b resa­
liente se sitúa d u ran te el siglo x iv . E stos com erciantes organizados en asociacio­
nes fam iliares en las que participan h o m b res libres y esclavos com o agen tes, p ro s­
pectores de m ercados, rep re se n ta n te s en las factorías locales de la costa o riental
de Á frica, en A rab ia, en India e incluso más lejos. E s p ro b ab le que algunos co ­
m erciantes k á rim í o sus agentes estab lecieran contactos en el siglo x iv con los
h ab itan tes de S um atra o de Java —d o n d e h abría com enzado en to n ce s la islamiza-
ción, en p articular en el n o rte de S u m atra, en A tje h — y con la C hina. Los k á rim í
d ren aro n hacia E gipto los pro d u cto s de E x trem o O rie n te , en riq u eciero n al E sta ­
196 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

do m am eluco, al mism o tiem po que a sí mismos (se habla de ká rim í poseedores


de varios centen ares de miles de d iñares) y co n tribuyeron al d esarrollo económ ico
de El C airo dond e los barrios m ercantiles, con sus zocos, ex p erim en taro n una
considerable expansión, p o r la que se interesaron num erosos em ires.
El m onopolio ejercido por los k á rim í en el m ar R ojo y en la ru ta cA y d h á b -Q ü s
im plicó reacciones, po r una p arte , de las tribus beduinas del A lto E g ip to , ávidas
de sacar provecho de la riqueza que se ponía a su alcance, tribus que provocan
disturbios a los que se añ ad en los estragos causados por la gran peste; y, p o r o tra
p arte, de los piratas que surcan el sur del m ar R ojo y las costas africanas; p or lo
qu e, antes del final del siglo x iv los k á rim í ab an d o n an el p u erto de cA y dháb
com o punto de desem barco , traslad ad o entonces a las inm ediaciones de Suez.
Por el flanco m ed iterrán eo , A lejan d ría es el gran p u n to de enlace del co m e r­
cio internacional. La elim inación de los latinos de sus posiciones de Siria y P ales­
tina facilitó el establecim iento de relaciones com erciales más intensas: el a taq u e
de P edro I de L usiñán con tra A lejandría en 1365, v iolentam ente denun ciad o por
los com erciantes italianos, com prom etió m o m en tán eam en te estas relaciones
pero , desaparecida la am enaza, se volvió a la situación an terior. A lejan d ría,
com o los otros pu erto s de la costa siriopalestina d onde se en cu en tran colonias de
com erciantes euro p eo s, constituye a la sazón el p u n to ex trem o del com ercio de
estos m ercaderes: los m am elucos les p rohíben cu alquier actividad en su territo rio
y, con m ayor razón, en el m ar R ojo y más allá. Los occidentales sólo pued en
establecer algunos contactos con el m undo asiático, a través de la ru ta tu rco -m o n ­
gola. E n la m edida en que la fuerza y la riqueza de V enecia o de G énova están
lejos de p o d er rivalizar con las del E stad o m am eluco y en q u e, en cam bio, las
ciudades m ercantiles italianas, provenzales y catalanas poseen el m onopolio del
com ercio tran sm ed iterrán eo , éstas en cu en tran allí sustanciales ventajas, m ás bajo
coste, y ofrecen una im agen de O ccidente que ya no es la del g u errero conquis­
tador, sino la del com erciante propicio a las relaciones am istosas. E xcepto d u ra n ­
te el episodio de la tom a de A lejan d ría en 1365, las colonias ex tran jeras vivieron
en paz en los puertos del E stad o m am eluco, do n d e com p letaro n la red com ercial
establecida po r todas partes del M ed iterrán eo .
A p arte de los m ercaderes, o tro s occidentales, los peregrinos, recorren el te rri­
torio m am eluco; aunque algunos de ellos hallan en estos peregrinajes la ocasión
p ara recordar las cruzadas, con un cierto espíritu de d esq u ite, o tro s, por el co n ­
trario , observan O rien te con nuevos criterios: G ow er en su Confessio A m a n tis
rechaza la idea de m atar sarracenos com o co n traria a la enseñanza de C risto;
L angland escribe que la religión de los m usulm anes no es to talm en te o p u esta a
la de los cristianos; H o n o ré B o n et, en su libro A rb re de batailles, escrito hacia
1387, adm ite que el papa hace bien en p redicar la cruzada p ero , según él, esta
guerra contra los incrédulos es injusta p o r dos razones: en prim er lugar, si D ios
les dio sus creencias, ¿po r qué q u erer quitárselas p or la fuerza y no d ejarles vivir
librem ente? Y en segundo lugar, no hay qu e ir co n tra la voluntad de D ios. P or
su p arte, John W yclif escribe «las cruzadas son em presas de bandidaje y pilla­
je ...» .
E n resum en, poco an tes del final del siglo x iv , el E stad o m am eluco constituye
la potencia d om inante en el M ed iterrán eo o rien tal, aun cuan d o algunos inciden­
tes tienden a m ostrar que no está al abrigo de las dificultades com o: el agotam ien-
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 197

to de las vituallas hacia 1360, que lleva a convocar un nuevo reclutam iento e n tre
los circasianos; el ab an d o n o del p u e rto de cA ydháb; los estragos de la peste que
se m anifiesta a través de varias epidem ias tras el azo te de 1349; los disturbios en
el A lto E gipto y, a finales del siglo, una prim era co nfrontación con los o to m an o s
en la fro n tera de Cilicia. P ero ninguno de estos hechos es lo su ficientem ente im--
p o rtan te com o para hacer vacilar el im perio, que co n tin u ará d esem p eñ an d o su
papel, casi siem pre con el m ism o esp len d o r, a lo largo del siglo x v .

E l fin a l de un Egipto original

D os im p o rtan tes características ap arecen en el segundo p eríodo de la historia


de los sultanes m am elucos de E g ip to , la de los sultanes «burdjíes» o circasianos:
en prim er lugar, el hecho de que la calidad de «circasiano» es una condición casi
absoluta para form ar p arte de la jera rq u ía del p o d er; y en segundo lugar q u e,
aun cuando no se puede h ab lar p ro p iam en te de d inastía, de 1382 a 1461 y casi
sin in terrup ción, los sultanes p erten eciero n a la categoría de los m am elucos de
B arq ú q , los záhirt, de m odo qu e los reinados de B arq ú q (1382-1395), Shayj
(1412-1421), B arsbdy (1422-1438), Y akm ak (1438-1453) y A ynál (1453-1461)
constituyen una m ism a «casta»; un poco m ás tard e, es un m am eluco de M alik
al-A shraf B arsbáy, QS^itbay (1468-1496) y luego un m am eluco de é ste, Q ánsüh
al-G úri (1501-1516), quienes form an o tro linaje de sultanes. E n relación al p rim er
período del su ltan ato m am eluco, el segundo rep re sen ta , pues, una im p o rtan te
transform ación po r la sucesión de so b eran o s del m ism o origen, p ero tam bién por
la extensión de los reinad o s, lo qu e da testim onio, indiscutiblem ente, de una c ier­
ta estabilidad en el gobierno m am eluco y de la a u to rid ad que alcanzaron los sul­
tanes sobre su adm inistración m ilitar y civil o , al m enos, de qu e hicieron de los
em ires fieles co lab o rad o res, a los qu e la atribución de notables beneficios y privi­
legios les da una situación p articu larm en te envidiable y no justifica qu e haya in ­
surrecciones palaciegas: muy al co n tra rio , ellos son los defensores de este régi­
m en que les ap o rta riqueza y responsabilidades. En este co n tex to , los sultanes
aparecen no sólo com o los du eñ o s del p o d er, sino tam bién com o señores p reo cu ­
pados po r los intereses de sus sú b d ito s, sobre todo de los qu e están situados más
arriba en la je ra rq u ía , a quienes les in teresa favorecer. Se pone tam bién de m a­
nifiesto que están m ás cerca de la población egipcia, no sólo p o rq u e su rein ad o
es m ás largo, y po r tan to son conocidos m ejor, sino tam bién p o rq u e se arabizan
an tes que los sultanes del p rim er p erío d o . E n estas condiciones, a p artir del p rin ­
cipio del siglo x v , el califa cabbásí ya no rep resen ta m ás qu e un sím bolo religioso
sin fuerza política.
E n el dom inio de la ad m inistración, tam bién tienen lugar im portantes tran s­
form aciones en el siglo x v . A causa de los graves p roblem as económ icos qu e se
plantean a finales del siglo x iv , a causa igualm ente de la creciente a u to rid ad del
sultán sobre los que le ro d ean , se ad v ierte q u e, e n tre los em ires allegados al so ­
b eran o , uno de ellos adq u iere una especial relevancia: es el ustádhdár, encarg ad o
de la casa del sultán, que vela p o r la centralización de la adm inistración, la su p e r­
visa y ejerce una especie de función de gran visir, au n q u e sin su straerse p o r eso
de la d ependencia respecto al su ltán , en lo sucesivo m ás jefe político que m ilitar
198 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

y responsable del buen funcionam iento del E stado. Ju n to al ustádhdár, o tro em ir


o cupa un alto nivel en la jera rq u ía : es el em ir de los ejércitos (átábek al-casdkir)>
p ara quien se vuelve a utilizar un viejo tratam ien to seldjúqí en lugar de los tra ta ­
m ientos fátim íes o ayyúbíes; el hecho es significativo y ha de relacionarse con el
d esarro llo, en el m ism o p eríodo, del p o d er de los o to m an o s, que se proclam an
tam bién h erederos de los seldjúqíes y q u e, al igual que los sultanes m am elucos,
son turcos. Las dos grandes dinastías son vecinas en los confines de A n ato lia y
de Siria-Cilicia y reclutan en estas regiones pequeños soberanos locales en tan to
que clientes o aliados: la rivalidad e n tre m am elucos y oto m an o s se m anifiesta así
en más de un terren o .
C uando, a finales del siglo x v , surgen nuevas dificultades en la vida política
y económ ica del E stado m am eluco, o tro em ir desem peña a su vez un papel so b re­
saliente: es el dawádár (literalm ente: 'p o rta-escrib an ía'), que se hace cargo de la
adm inistración del sultan ato y suplanta al ustádhdár; tam bién a este respecto cabe
preguntarse si es lícito hacer una com paración con el E stado o to m an o , en el que
el daftardár (literalm ente: ‘conservador de registros') con tro la, aun q u e bajo la a u ­
toridad del sultán y del gran visir, la adm inistración de las finanzas y es, p or ta n ­
to, uno de los más altos responsables otom anos. La m arcada personalidad de los
sultanes circasianos, la conciencia de su p o d er y de su p apel, la presencia a su
lado de un pequeño núm ero de em ires de alto rango a quienes incum ben p rim o r­
diales tareas en el ám bito de la gestión y la protección del E stad o , hacen que se
asista en este período a una centralización del p o d er, a un refuerzo de la a u to ri­
dad de un p equeño núm ero de dirigentes sobre los em ires y los funcionaros: es
evidente que se acentúa así un fenóm eno aparecido en la p rim era m itad del siglo
x iv , la confusión en tre la casa sultaní (de d onde provienen los em ires) y el E sta ­
do, pero indiscutiblem ente en beneficio de éste; la noción de centralización y de
refuerzo del p o d er se hace tam bién p aten te por el hecho de que el sultán , d u ra n te
la m ayor p arte del siglo x v y hasta muy a principios del siglo x v i, reside en El
C airo y no em p ren d e ya expediciones para p ro teg er los territo rio s del E stado. El
sultán, que vive en su palacio situado en la ciudadela de El C airo —do n d e se
reúnen residencias, cuarteles y servicios ad m in istrativ o s—, será en lo sucesivo un
v erdadero «jefe de E stado» (algunos sultanes com o B arsbáy y, sobre to d o , Q á 3it-
báy lo dem uestran p erfectam en te), hecho que pone de m anifiesto, ap arte de las
a m enudo grandiosas apariciones en El C airo, en el ejercicio del p o d er en las
provincias por m edio de inspectores (káshif), al principio m eros co n tro lad o res de
las rentas agrícolas y del m antenim iento de las tierras, pero qu e luego, d o tad o s
de m edios m ilitares prov en ien tes de la capital o de las grandes ciudades pro v in ­
ciales, velan por el o rd en en las provincias y acaban p or su p lan tar a los g o b ern a ­
dores. Los káshifs son n om brados directam en te por los sultanes y constituyen la
representación del p o d e r cen tral, que ellos contribuyen a reforzar.

G érm enes de descom posición

Sin lugar a d udas, la peste negra, qu e hizo estragos en E gipto en 1349, signi­
ficó un d u ro golpe p ara las actividades hum anas y económ icas del país, habida
cu en ta que la epidem ia reap areció en 1374-1375 y, m ás tard e , m ás o m enos perió-
UN ISLAM T U R C O O M ON GOL 199

(ticam ente. A u n q u e la desgracia afectó a los h ab itan tes de la ciudad —y en tre


ellos a num erosos reclutas mal a d a p ta d o s—, no p e rd o n ó a los cam pesinos, hecho
que tuvo im p o rtan tes consecuencias para el E stad o m am eluco. E n efecto, éste
obtenía lo esencial de sus recursos financieros y m ateriales de los cam pos y, p o r
o tra p arte, el reem plazo de los reclutas desaparecidos se hacía p or m edio de com ­
pras a un alto precio, tan to m ás elevado en cuan to qu e el elem en to hu m an o es­
caseaba cada vez más en los países del C áucaso y en o tro s países, p or lo que se
consideraba indispensable m an ten er e incluso acen tu ar la presión fiscal y la vigi­
lancia de las regiones pro d u cto ras. En este estado de cosas, el papel del k á sh if
tendió a ser prim ordial en los cam pos: debían co n tro lar el m anten im ien to de los
canales de irrigación y de los d iques, elem en to fundam ental de una agricultura
m uy productiva, p ro teg er a los recau d ad o res de im puestos, im pedir las exaccio­
nes de los em ires y pro h ib ir las incursiones de los beduinos en los territo rio s de
los sedentarios. Al dism inuir la población ru ral, sus propias dificultades a u m e n ta ­
ron a causa del increm ento de las d em an das financieras de los agentes del E stad o ,
y a causa tam bién de las m ás num erosas acciones de los beduinos de Siria y el
A lto E gipto; éstos, pro b ab lem en te m enos afectados p o r la peste negra a causa
de su alejam iento de las zonas de fu erte epidem ia, apro v ech aro n el d eb ilitam ien ­
to de las poblaciones sed en tarias p ara efectu ar razzias a su costa. En estas cir­
cunstancias, los káshifs fueron llam ados a d esem p eñ ar un papel m ás im p o rtan te
en las provincias, con vistas a p ro teg er los recursos fundam entales del E stado: se
llevaron a cabo duras represiones co n tra los beduinos y éstos, qu e hasta entonces
constituían un elem en to p ro tec to r del com ercio de Á frica y A sia qu e tran sitab a
p o r el A lto E gipto, una protección p or la que ellos o b ten ían algunas ventajas fi­
nancieras, no pudieron asegurar en lo sucesivo esta protección. A dem ás, los co­
m erciantes, a fin de evitar esta peligrosa región ab an d o n aro n la ru ta m arítim a
que les conducía a cA ydháb para a d o p ta r un nuevo p u erto de d esem barco de sus
m ercancías en T o r, no lejos de Suez, ya en actividad antes del final del siglo xiv.
A esto se añaden otros graves acontecim ientos a principios del siglo xv: la inva­
sión turco-m ongola de T am erlán en Siria, el ham bre en E gipto, un resurgim iento
de la peste en 1405 y la g u erra de los em ires contra el sultán F aradj, que dura
hasta 1412; estos acontecim ientos contribuyen a disgregar el su ltan ato y a privarle
del p oder político y económ ico en varias regiones, una situación qu e so lam ente
m ejora con los sultanes Shayj (1412-1421) y, sobre todo, B arsbáy (1422-1438),
gracias a nuevas m edidas: refuerzo de los p o d eres de los káshifs en d e trim en to
de los em ires y refuerzo del dom inio del E stad o sobre el com ercio exterio r. E ste
últim o fue benéfico: al reservar B arsbáy, a p artir de 1425, el com ercio de especias
destinado a la venta a los occidentales, al m onopolio del E stad o , éste, que co n ­
trolaba en E gipto el p u n to de d esem b arco , T o r, y el pu n to de em b arq u e hacia
E u ro p a, A lejan dría, vio sus recursos am pliam ente increm en tad o s, en d etrim en to
de los em ires, que no podían beneficiarse ya del trán sito de estos productos por
el A lto E gipto y el valle del Nilo. E sta situación fue favorecida, adem ás, p o r el
hecho de qu e, en la m ism a época, A sia M en o r o rien tal, el A lto Iraq , Irán del
norte y A fganistán constituían lugares conflictivos p o r los que los m ercaderes
rehuían aventurarse: en consecuencia, Siria, que vivía un nuevo p eríodo de calm a
tras la invasión de T am erlán , se benefició de las agitadas circunstancias de los
países lim ítrofes y acogió tam bién una p arte del com ercio con destino a O cciden­
200 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

te. El indudable enriquecim iento que se pone de m anifiesto entonces en el su lta­


nato m am eluco y que du ra hasta el final del reinado de Q á3itbáy (1468-1496) p ro ­
duce un renacim iento en el E gipto y en la Siria m am elucos p ero ab re tam bién
con m ayor am plitud las p u ertas a las relaciones com erciales con la E u ro p a occi­
d en tal, tan to en lo concerniente a las ventas com o a las com pras, pues los p ro d u c­
tos eu ro p eo s com prados por los m am elucos son m ás num erosos en cantidad y en
especie, debido a la riqueza local, y estos productos no son solam ente m aterias
prim as indispensables para el ejército m am eluco, sino tam bién productos de lujo
y bienes «de consum o». La pen etració n europea señ ala, en efecto, un in crem ento
del p oder económ ico y financiero de los m am elucos, al tiem po que un principio
de concurrencia, una im plantación en un dom inio hasta entonces muy bien p ro te ­
gido. P or esto , d u ran te todo el tiem po que es posible p ro teg er la ru ta m arítim a
q u e, desde las Indias y E x trem o O rie n te , lleva las m ercancías de estos países a
E gipto, el E stad o m am eluco no tiene nada que tem er. Y aun cu an d o , a principios
del siglo x v i, los portugueses se instalan en diversos p untos del océano ín d ico no
constituyen todavía una fuerza suficientem ente im p o rtan te, ni disponen de bases
ni de redes bastante num erosas p ara blo q u ear o desviar el com ercio con d estino
a E gipto.
A m enudo se ha querid o ver en los aspectos económ icos la causa del h u n d i­
m iento m am eluco frente a los oto m an o s; pero, aun q u e no se pueden olvidar, lo
cierto es que no constituyen la causa principal de la caída, que d eb e buscarse en
las dificultades internas del régim en a principios del siglo x v i, tan to en E gipto
com o en Siria, y en el increm ento del p o d er de los oto m an o s, qu e poseen a la
sazón las fuerzas m ás im presionantes y m ás activas de todo el Próxim o O rien te
y del M editerráneo oriental.
El m ovim iento de d esarrollo u rb an o ya observado d u ra n te el prim er perío d o
del régim en m am eluco continúa d u ran te el segundo e incluso se am plía. A p esar
de que la peste de 1349 despobló tan to las ciudades com o los cam pos, parece ser
que las ciudades se libran m ejor y m ás ráp id am en te de las consecuencias de la
epidem ia; la existencia de un p o d er sólido perm ite en el siglo x v la constitución
de una num erosa corte en El C airo; los em ires de diversos rangos continúan vi­
viendo en la capital o en los grandes centros provinciales y o b ten ien d o de los
cam pos sus rentas, gracias a las iqtác que se les atribuyen. U tilizan este din ero
p ara m an ten er sus propios m am elucos p ero tam bién p ara construirse residencias
e incluso palacios (algunos de los cuales se han conservado, total o parcialm en te,
y han revelado m uchos aspectos de la vida u rb an a), p ara p articipar en em presas
com erciales y, finalm ente, p ara co n stru ir edificios religiosos (m ezquitas, m adra-
sas, tum bas), utilitarios (baños, fuentes) o com erciales (Jáns o wakdlas, tiendas).
Los sultanes no son los últim os que consagran una p arte de su fortuna a activida­
des urbanas y El C airo, en p articu lar, e igualm ente D am asco, ven levantarse n u ­
m erosos m onum entos que dan testim onio del esp len d o r del régim en. La gam a de
em pleos que ofrecen las riquezas de los sultanes y los em ires constituyen un n o ­
table atractivo para num erosos cam pesinos deseosos de sustraerse del rigor de
los agentes del fisco, así com o de las dificultades del trab ajo en los cam pos, que
las sucesivas epidem ias a veces d espueblan intensam ente. E stos cam pesinos d esa ­
rraigados se instalan en las d ependencias m ás o m enos m iserables de los palacios,
en los barrios periféricos donde se levantan entonces chabolas, en los patios de
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 201

los edificios de los centro s u rbanos; los hab itan tes de la ciudad, artesanos, c o m er­
ciantes, o b rero s, em pleados de la adm inistración sultaní o m am elucos ál servicio
de los em ires, que disponen de m edios financieros un poco m ás im p o rtan tes, ha­
bitaban ya sea en inm uebles colectivos de dos o tres plantas (rabJ), ya sea en
casas que les alquilan los em ires.
Las actividades de construcción en los siglos x iv y xv son intensas y, ju n to a
los sultanes y los em ires, hay que señ alar el papel de los negociantes y de los
grandes com erciantes, sucesores de los k á rim í q u e, adem ás de sus propias resi­
dencias, construyen alm acenes, lugares de venta al p o r m ayor de m ercancías (ján,
w akála, fu n d ü q )\ o tro m edio p ara hacer fructificar el d inero conseguido con las
iqtác, el com ercio, las actividades adm inistrativas o económ icas es, ap arte de la
edificación de la propia residencia, hacer construir tiendas (o co m p rarlas), edifi­
cios o baños y o b te n e r de ellos beneficios. P ero para p reservar estos bienes de
una confiscación siem pre posible, están , en el siglo x v com o lo habían estado
antes, incluidos en una fundación piadosa ( w a q f)y y p o r tanto inalienable, d o n d e,
po r lo general, se protegen los intereses de los d escendientes del fundador.
La ciudad es tam bién el dom inio de los religiosos, que son al mism o tiem po
hom bres de ciencia, los ulem as. F orm ados en las m adrasas, ejercen funciones re ­
ligiosas o jurídicas, e incluso do cen tes, y actúan com o interm ediarios en tre el p o ­
d er y la población. El indiscutible d esarrollo de la arabización y la islam ización
en ésta da a los ulem as un papel cada vez más im p o rtan te, tan to que los sultanes
de El C airo y los negociantes, al q u e re r m ostrarse com o buenos m usulm anes a
los ojos de la población, co ntribuyen a pro p o rcio n ar a los ulem as buenas condi­
ciones de vida m aterial construyendo para ellos edificios específicos.
En térm inos generales, las ciudades del sultanato m am eluco vivieron, d u ran te
la m ayor parte del siglo x v , una existencia tran q u ila, sin m ovim ientos de rebelión
o agitación, m erced a la au to rid ad de los sultanes y de su adm inistración, m erced
a los beneficios de las actividades económ icas, in tern as o externas, que rep ercu ­
tían sobre el conjunto de la población urbana.

E l peiigro turco

Sin em bargo, el perío d o circasiano de los m am elucos conoció en sus principios


m om entos difíciles: a finales del siglo x iv , T am erlán y sus tropas habían invadido
Siria, ocupado y devastado A lep o y D am asco, y am enazado a E gipto. P ero d ad o
el interés de T am erlán p o r A n ato lia, el peligro d esapareció; esto no im pidió que
en el espíritu de los m am elucos perm an eciera el tem o r por el siem pre posible
reto rn o de las tropas m ongolas: este re to rn o no llegaría a m aterializarse.
La decadencia del im perio bizantino y la del já n a to del Q ipchaq d u ran te todo
el siglo xiv privaron a los m am elucos, si no de aliados, al m enos de interlocutores
que les habían p ro porcio n ad o m uchas satisfacciones. Sobre las ruinas del im perio
bizantino se consolidaba poco a poco el p o d er o to m an o , p ero al h aber sufrido
éste un severo frenazo en 1402 a causa de T am erlán , los sultanes de El C airo
pudieron pensar que los oto m an o s no constituían un peligro real, pues, incluso
después de haberse recu p erad o del revés, parecía que sus m iras, en relación al
este, no estaban puestas m ás allá de la A natolia cen tral y que se dirigían p re fe­
202 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

rentem ente hacia la E uro p a balcánica. E n el M ed iterrán eo o rien tal, el inesp erad o
ataq ue de P edro I de L usiñán co n tra A lejandría, en 1365, había dejad o un mal
recuerdo; por eso, cuando el sultán B arsbáy hubo consolidado bien su p o d er, no
dudó en lanzar una expedición contra la isla de C h ip re, que en 1425 d evastaría
el pu erto de Lim assol; al año siguiente invadió la isla e hizo prisionero al rey
Janus, cuyo hijo Juan II (1432-1458) se declaró vasallo del sultán: la dom inación
m am eluca se establecía así en el sector del M editerrán eo . G aran tizad a la seguri­
dad del E stado en el m ar, era m en ester hacer lo propio en las fro n teras del n o rte ,
en los confines sirios. Los territo rio s lindantes con éstos habían pasado en gran
parte bajo la dom inación de los soberanos de las tribus tu rcom anas de los C a rn e ­
ros N egros ( Qara Q oyunlu) en la segunda m itad del siglo x iv; vencidos p o r Ta-
m erlán, no volvieron a ten er una im portancia política hasta m ediados del siglo
x v , pero más lejos, hacia el este, en A dharbSydján y en Irán o rien tal, y no cons­
tituyeron entonces una am enaza p ara los m am elucos; el E stad o de los C arn ero s
N egros fue anexionado en 1467 por el de los C arn ero s B lancos (A q Q o yu n lu )
q u e, ap arecido tam bién en la segunda m itad del siglo x iv , ex p erim en tó su apogeo
bajo U zun H asan (1466-1478): establecidos prim ero en A sia M enor oriental y lu e ­
go en el Y arbeki, su influencia rivalizó en estas regiones con la de los m am elucos,
tanto los unos com o los otros tratan d o de a traerse, en perjuicio de los o to m an o s,
la clientela de príncipes establecidos en las zonas topes de Cilicia y A n ato lia ce n ­
tral y o riental; p o r o tra p arte , los C arn ero s Blancos hab rían de volver sus m iradas
más hacia el este, donde establecieron finalm ente su dom inación, d ejan d o en
A natolia vía libre a los otom anos.
A partir de entonces, éstos se convirtieron en los principales rivales de los
m am elucos en toda esta región del Próxim o O rien te. A la m uerte del sultán o to ­
m ano M ehm et II, el conquistador de C onstan tin o p la, uno de sus hijos, D jem , se
rebeló contra su herm an o Báyazíd II (B ayaceto) e in ten tó conseguir ayuda del
sultán m am eluco Q á3itbáy, el cual evitó com p ro m eterse. P ero algunos conflictos
estallaron esporádicam en te en relación a los principados de Cilicia (D h ü l-Q ad r y
R am adán) en tre 1485 y 1488; no o b sta n te , el siglo acabó sin que la situación h u ­
biera evolucionado m ucho, y el siglo xvi com enzó del mism o m odo. Sin em b arg o ,
la llegada al poder sobre el tro n o o to m an o del sultán Selím I debía cam biar la
fisionom ía política de todo el Próxim o O rien te; después de h ab er aplastado al
soberano safawi de Irán y ocu p ad o toda la A natolia oriental y el Irán occidental
en 1514, se volvió, tras una breve treg u a, contra el E stad o m am eluco: la su p erio ­
ridad de su ejército, y especialm ente de su artillería, le p roporcionó la victoria,
en prim er lugar, sobre las fuerzas del sultán m am eluco Q ánsüh al-G úrt en M ardj-
D ábiq, Siria del n o rte, en 1516, que le entreg ó toda Siria y Palestina; sin m ediar
esfuerzo alguno, invadió E gipto y venció al joven sultán T úm án Báy; en 1517
acabó la conquista que dio al sultán o to m an o el dom inio absoluto del M ed ite rrá­
neo oriental y de los países ribereños.
El h undim iento del régim en m am eluco no p uede explicarse ú nicam ente, com o
hem os dicho, p o r causas económ icas. Es cierto que E gipto y Siria padecieron
agudam ente la peste negra de 1349 y sus periódicos resurgim ientos a lo largo del
siglo x v , lo que contribuyó a im pedir el crecim iento dem ográfico; adem ás, la ayu­
da proporcionada por Q ipchaq a los m am elucos d esapareció y no fue com pensada
por el relevo de los países del C áucaso; el ejército de los sultanes m am elucos fue,
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 20 3

sin d u d a, m enos fuerte en el siglo x v que en el x iv ; au n q u e se p udo tem er un


eventual regreso de los m ongoles, la m u erte de T am erlán , el d esm em bram iento
de su im perio y las luchas en tre C arn ero s N egros y C arn ero s B lancos hizo pensar
a los m am elucos que el peligro o rien tal se alejaba; en cu an to al peligro o to m an o ,
sólo se m aterializó con la llegada al tro n o de Selím I en 1512, y el ataq u e co n tra
Siria en 1516 no fue, de h echo, claram ente previsto, pues Selim hizo creer que
iba a atacar el A lto Iraq.
Por o tro lado, aunqu e los sultanes del siglo x v fu ero n , p or lo g eneral, buenos
soberanos y buenos m usulm anes, no p o r eso dejaban de ser de origen ex tran jero
a los ojos de la población árab e de E gipto y de Siria, a n te la que sólo aparecían
bajo aspectos fastuosos; según p arece, la población árab e n o contribuyó m ucho
a d efender el su ltan ato m am eluco en el m om ento del a taq u e turco, y hay que
añadir que algunos g obern an tes m am elucos de Siria habían tom ado ya co ntacto
con los otom anos.
Por últim o, hay que p en sar tam bién que el brillante reinado de Q á’itbáy, que
trajo paz y b ienestar, tuvo com o resu ltad o un relajam iento del rigor m ilitar y de
la preocupación p or la protección. A dem ás, el deseo de aprovechar los placeres
m ateriales se desarrolló especialm ente en el últim o perío d o y las fuerzas de resis­
tencia dism inuyeron: el d esp e rtar, en 1516-1517, sería especialm ente d u ro y la
d e rro ta , absoluta.
Pero no todo lo que había caracterizad o el su ltan ato m am eluco en E gipto d e ­
sapareció: los otom anos volverían a hacerse cargo de una gran p arte de la ad m i­
nistración del país y no alterarían las instituciones sociales. El propio térm in o de
m am eluco no dejó de ser utilizado hasta principios del siglo xix, au n q u e sin la
connotación de im portancia y gloria qu e lo caracterizaron a lo largo de dos siglos
y m edio.

Jóvenes turcos

A la m uerte de G engis Ján en 1227, el im perio que había cread o fue dividido
en cuatro E stados o jan a to s, C hina-M ongolia, T u rk están -A sia C en tral, Afganis-
tán -lrá n y T urkestán occidental-R usia del sur, asignados cada uno de ellos a uno
de sus descendientes directos. E n el m om ento de las expediciones llevadas a cabo
a raíz de este re p a rto , y a p artir de A fganistán, los m ongoles se p onen d ire cta ­
m ente en contacto con los E stad o s del M edio, y m ás tard e del Próxim o O rien te.
A sí, el soberano del Jw árizm , D jalál al-D in M ankubirnt, es vencido en 1230 y
m ás tard e elim inado p o r el no yo n (príncipe) C horm ogun (1232), lo qu e le p erm i­
tió a éste el acceso a la ruta del Irán o ccidental, de A dharbáydjdn (1233), de
G eorgia (1236) y de la G ran A rm en ia (1239); los m ongoles están entonces en la
fro n tera del su ltanato seldjüqí de A sia M en o r, que es invadido poco después, y
cuyo sultán, Kay Jusraw II, es vencido en 1243 en K ósé D ag, d e rro ta que p erm ite
al noyon B aydju in stau rar el p ro tec to ra d o m ongol en la A n ato lia oriental.
M ás al n o rte, el avance m ongol prosigue a través de R usia hasta P olonia y
H ungría (1236-1241), p e ro la m u erte del gran ján Ü gódey y las disputas p o r la
sucesión que provoca detien en la ofensiva en E u ro p a: esta ofensiva no se volverá
a em p ren d er y el territo rio m ongol del já n a to de Q ipchaq no so b rep asará U cra-
2 04 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

nía. En virtud de sus conquistas, los m ongoles con tro lan las riberas se p te n trio n a ­
les y orientales del m ar N egro y, de ese m odo, las ru tas com erciales hacia Irán ,
A sia C entral y C hina, países q u e , p or o tra p arte, están bajo su dom inio. U n poco
más tard e, el herm ano del gran ján M óngké, H úlágú, invade Iraq , saquea y d es­
truye B agdad (1258), y su lu g arten ien te K itbuga prosigue la m archa hasta Siria;
éste es vencido y m atad o en la batalla de cA yn D jálú t p or el sultán m am eluco
B aybars: Siria, Palestina y E gipto q u ed aro n fuera de la depen d en cia feudal de
los m ongoles y, m ás aún , un h ere d e ro del califa cabbásí m atad o en B agdad halla­
rá refugio en El C airo y con v ertirá entonces esta ciudad en el cen tro del Islam .

E l fin de los seldjüqíes

El avance m ongol hacia el o este, a p artir de la A sia alta y cen tral, tuvo com o
consecuencia inm ediata el desp lazam ien to , tam bién hacia el o este, de tribus tu r­
com anas (turkm enas) poco in teresad as en p erm an ecer bajo la dom inación m o n ­
gola y q u e, en sucesivas eta p a s, se esfuerzan p o r alcanzar el A sia M en o r do n d e
o tro s turcos habían logrado ya su im plantación y podían ofrecerles una h ospitali­
dad fratern a. E fectivam ente, en los años trein ta y principio de los cu a re n ta del
siglo x i i i , algunas tribus turco m an as p en etran en el territo rio de los seldjúqíes.
E stos no desean especialm ente verles instalarse en cualq u ier sitio, ni e rra r a tra ­
vés de su E stad o , y m ás ten ien d o en cu en ta que estas tribus no son p recisam ente
de las m ás pacíficas, que no so p o rtan sin reacciones la tutela adm inistrativa seld-
jü q í y que m anifiestan una cierta preocupación p o r m an ten er sus tradiciones cul­
turales y religiosas: aunq u e convertidos al Islam , su conversión no bastó p ara h a ­
cer d esap arecer sus prácticas religiosas an terio res y su concepto del Islam se rev e­
laba b astan te hetero d o x o . T o d o s estos elem entos co ntribuyen a qu e los recién
llegados no se sientan acogidos com o deserían y, an te las reticencias e incluso las
coacciones de los seldjúqíes, algunos de ellos se subleven inducidos p or sus guías
religiosos, los bdbás. U no de ellos, B ábá Ishdq, desen cad en a una v erd ad era re b e ­
lión de carácter social y religioso, apro v ech an d o algunas dificultades al fren te del
E stad o seldjúqí; pero su acción es reprim ida con rigor y él m ism o es d eten id o y
ah o rcad o (1241). Poco p reo cu p ad o p o r ver a p arecer de nuevo tales m ovim ientos,
Kay Jusraw II (1241-1246) se p ro p o n e entonces enviar poco a poco a estas tribus
a las fronteras do n d e su E stad o está en con tacto con el E stad o b izantino, conce­
diéndoles tierras y algunas ventajas fiscales a condición de que dirijan sus e sfu er­
zos, en prim er lugar, hacia la im plantación local y luego, si se p resen tara la o ca­
sión, co ntra el territo rio b izantino. Las tribus constituyen entonces u d j, una e sp e ­
cie de p equeños puestos fronterizos; p ero , en este m o m en to , el im perio bizantino
de N icea está sólidam ente establecido en A sia M enor occidental y no p erm ite
ninguna incursión, ningún ata q u e co n tra su dom inio asiático.
La llegada de las tribus tiene adem ás com o consecuencia el sensible in crem en ­
to de la propo rción de la población turca en A sia M en o r, al m enos en la m eseta
cen tral, en d etrim en to de la población griega, hasta en to n ces pro b ab lem en te ma-
yoritaria. E stas m odificaciones hum anas van acom pañadas de m odificaciones ec o ­
nóm icas, sin d uda m enos pro fu n d as, pues au n q u e las tribus tu rcom anas practican
el nom adism o (p o r fuerza, en cierta m ed id a), se ad ap ta n muy ráp id am en te al se-
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 205

m inom adism o y llegan a ser incluso sed en tarias en gran p arte. E sta adap tació n
es, no o b stan te, lenta y p roseguirá a todo lo largo del siglo x m , ap ro v ech an d o
las dificultades del E stad o bizan tin o bajo el m an d ato de A nd ró n ico II (1282-1328)
y, sobre todo, de las del E sta d o seldjúqí.
E n efecto, la irrupción de los m ongoles en A sia M enor o rien tal, y p o ste rio r­
m ente la cen tral, está m arcada p o r la grave d e rro ta del sultán seldjúqí en K óse
D ag (26 de junio de 1243) q u e p rovoca, un poco m ás tard e, tras una experiencia
de cosob eranía, la partición del su ltan ato en dos E stados: uno al o este, con Q o ­
nya com o capital, y o tro al este, cuyo cen tro es Sivas: esta últim a está som etida
a un control .m ongol b astan te suave, del que trata de aprovecharse el visir M ucin
al-D in P arvdna, un turco caracterizad o p o r su am bición, con vistas a reconstituir
la unidad del E stad o seldjúqí, cosa qu e consigue en 1261 cuando el sultán del
oeste se ve obligado a huir y buscar refugio en C o n stan tin o pla. La unidad se m an ­
tiene hasta 1277, aunqu e no sin algunas dificultades con los ján es m ongoles de
Irán; la relativa retirad a de éstos anim a a los em ires turcos y a M ucín al-D in Par-
vána a rebelarse ab ierta m e n te co n tra ellos y a ap ela r al sultán m am eluco Bay-
bars; éste, inquieto po r la presencia m ongola en las fro n teras de su provincia de
Siria y poco interesad o en ver la reanudación de las incursiones en dirección a
A lepo y D am asco, ofrece su ayuda a los rebeldes; su ejército vence al m ongol
en E lbistán y, m ás tard e , avanza hasta Q aysayiyya (K ayseri, C esarea de C apado-
cia); p ero no insiste m ás y se co n ten ta con p o n er bajo su control directo C ilicia,
que se convierte en una zona de protección avanzada del E stad o m am eluco. En
A sia M enor, la reacción m ongola se ejerce co n tra M u^n al-D in P arv án a, qu e es
ejecu tad o (agosto de 1277), y se distingue p o r un refuerzo de la au to rid ad m o n ­
gola sobre la p arte orien tal del país, que llega a ser prácticam en te una especie
de p ro tecto rad o . H asta los prim eros años del siglo x iv , la A sia M enor seldjúqí
está m arcada p o r luchas e n tre so b eran o s o p reten d ien tes qu e tratan de ganarse
los favores de los m ongoles, unas luchas que ocasionan la disgregación del p o d er
central. En 1303 m uere M ascúd III, q u e puede ser considerado com o el últim o
sultán seldjúqí. Al este, los m ongoles m antienen su au to rid ad p or m ediación de
un gob ern ad o r; al o este, las tribus turcom anas se sienten liberadas de cu alq u ier
tipo de tutela y com ienzan a actu ar p o r su cu en ta. Al iniciarse el siglo x iv , la
unidad del A sia M enor turca ha d esap arecid o .
U na últim a consecuencia de la invasión m ongola radica en las tran sfo rm acio ­
nes económ icas que sufrió el A sia M enor. Y a vim os las m odificaciones deb id as
a la llegada de las tribus o to m an as, qu e p ro b ab lem en te influyó m ucho en los cam ­
bios en m ateria de agricultura y de g an ad ería y, tal vez tam b ién , en m ateria de
intercam bios locales, al no te n e r quizá las prim eras tribus qu e llegaron las m ism as
necesidades y al no ofrecer los m ism os pro d u cto s qu e los h ab itan tes p reced en tes.
D e estas circunstancias p u dieron derivarse dificultades en tre las antiguas p o b la­
ciones y los recién llegados, cuyás relaciones hu m an as y económ icas fueron m ás
o m enos trasto rn ad as y pu d iero n d a r lugar, en algunos sitios, a choques y conflic­
tos, una de cuyas consecuencias pud o h ab er sido, localm ente, el exilio de grupos
griegos, de im portancia b astan te lim itada, no o b stan te , hacia el territo rio b izan ­
tino.
M ás grave es el desconcierto sobrev en id o en los intercam bios económ icos «in­
ternacionales» y el com ercio de paso a través del A sia M enor: las g u erras, la d e ­
2 06 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

saparición de la au to rid ad seldjúqí y, com o consecuencia, la seguridad, diero n


com o resultado el aban d o n o p o r p a rte de los m ercaderes de esta ruta poco segura
en favor de la ruta siria o , m ás aú n , de la ru ta egipcia, lo que beneficiaba a los
m am elucos, o incluso en favor de la ru ta C on stan tin o p la-m ar N egro-C rim ea en
poder de los griegos, los genoveses (a p a rtir del últim o cu arto del siglo x m ) y de
los m ongoles de Q ipchaq , y qu e fran q u eab a la ru ta de C hina a los m ercad eres y
los m isioneros. Los sultanes seldjúqíes, hasta d o n d e pued en aún p rete n d e r a este
título, privados de las ren tas de este tráfico, a lred ed o r de 1240-1245, y privados
tam bién de una gran parte de las ren tas de un territo rio m erm ado y salpicado de
disturbios, no poseen ya los m edios suficientes p ara im poner su p o d er so b re su
su ltanato, y aún m enos p ara en fren tarse a las presiones o a los prim eros pasos
de las tribus turcom anas hacia la independencia. El su ltan ato seldjúqí de A sia
M enor no será p ro n to m ás qu e un recuerdo.

La eclosión de nuevos em iratos turcos

Las tribus turcom anas establecidas p o r los seldjúqíes en sus fro n teras co n stitu ­
yeron, com o vim os, u d j, puestos fronterizos de carácter m ilitar, colocados bajo
la auto rid ad de sus jefes y d e p en d ie n tes del sultán seldjúqí. E stos udj están situ a­
dos, gen eralm en te, en co n tacto con el territo rio bizantino. A n te la disgregación
del su ltan ato de Q onya y d u ra n te la m ayor p a rte de la segunda m itad del siglo
x m , p erm anecieron, la m ayoría de las veces, en una posición de esp era, co m en ­
zando a sedentarizarse sin, no o b sta n te , a b an d o n ar sus actividades n ó m ad as y
ofensivas con respecto a los bizantinos. Los principales udj se en cu en tran en las
partes sep ten trio n al y occidental de la m eseta anato lia. A l n o rte llegan incluso al
m ar N egro: tal es el caso de los Isfendiyár (o Y an d ar) en K astam onu y de los
P arvána en Sinope. Al o este, antes del final del siglo x m , no sob rep asan las lla­
nuras egeas, ya se tra te , de n o rte a sur, de las tribus de E rtu g h ru l, de Q arasi, de
S aruján, de A ydin o de M enteshe.
La disgregación del p o d er seldjúqí da a estas tribus una co m pleta libertad de
acción y, conducidas por sus jefes o beys, se constituyen en principados in d ep e n ­
dientes o b eyliks; estos beyliks no ap arecen solam ente en los m árgenes del a n ti­
guo sultanato: incluso en su in terio r, algunos beys se apro p ian de territo rio s m ás
o m enos vastos, com o son los beyliks de los Sáhib cA t á \ de los G erm iyán, de los
H am id, de los Q aram án y, m ás al este, en el T au ro de C ilicia, de los D h ú -l-Q ad r
y de los R am ad án .
La instauración de estos beyliks lleva ap arejad a disturbios y au n q u e, h ab lan d o
con p ro p ied ad , no se puede h ab lar de an arq u ía, los beys turcom anos se las inge­
nian p o r co n tro lar una extensión m ás g rande de te rre n o , ya sea en d etrim en to
de los bizantinos, ya sea en el de sus propios h erm anos de raza y vecinos. P ero
los bizantinos se ven afectados hasta tal p u n to p o r esta actividad q u e , al suprim ir
el em p erad o r A ndrónico 11 las ventajas fiscales de las que se beneficiaban los
cam pesinos-soldados de los enclaves fronterizos (los ak ritas), éstos o bien no
ofrecen ninguna resistencia a lbs ataq u es turco m an o s, o bien ab an d o n an sus tie ­
rras y van a buscar refugio en las ciudades. A causa de la presión ejercida p o r
los beys, a los griegos les es cada vez m ás difícil d e fen d er la llanura egea y se
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 20 7

acantonan en algunas ciudades del in terio r y en los puertos: H eraclea del P u e n te ,


N icom edia, N icea, B ursa, S ardes, F ocea, M agnesia, N infea, E sm irna y Filadelfia.
U n ejército griego al m ando de M iguel IX , hijo de A n d ró n ico , fracasa to talm en te
(1301) y el e m p erad o r in ten ta un poco m ás tard e una nueva reconquista: recu rre
a las com pañías catalanas de R o g er de F lor q u e, en 1304, se asientan en A sia
M enor occidental y arro llan a los turcos en su paso hasta las P u ertas de C ilicia,
aunque en absoluto de m an era decisiva. C u an d o vuelven a m archar hacia Cons-
tantinopla, los turcos vuelven a o cu p ar sin dificultad el te rren o ab an d o n a d o y
continú an avanzando, incluso b astan te m ás allá de sus antiguos lím ites. E n los
dos decenios siguientes, casi p o r todas p artes en el o este, los beys turcom anos
alcanzan la costa egea y ex p erim en tan la tentación m arítim a: éste es el caso del
baylik de Q arasi, qu e contro la las orillas asiáticas del estrech o de los D ard an elo s
y se entrega a la p iratería; del beylik de S aru ján , qu e ad o p ta com o capital M ag­
nesia de Sipyle (M anisa) y participa en algunas incursiones m arítim as con su v e­
cino m eridional; y del beylik de A ydin qu e, tras a p o d erarse de Pyrgion (B irgi),
de E feso, de K oloé (K eles) y de la acrópolis de E sm irna antes de 1326, desplegó
una m ayor actividad a p artir del m o m en to en que el bey U m ur se convierte en
jefe y ocupa el p u erto de E sm irna (1327): este p u e rto llega a ser una base de
ataq u e contra los bizantinos, en el m ar E geo y hasta el Peloponeso; m ás tard e ,
a causa de la lucha que le en fren ta a Ju an V Paleólogo p or la posesión del tro n o
de B izancio, Ju an C an tacu cen o recu rre a U m u r p ara que le ayude en su em presa
y le pide que envíe contingentes turcos a T racia (1341). P ero , poco an tes (1332),
se había aco rd ad o una «unión» e n tre V enecia, los hospitalarios de R o d as, A n d ró ­
nico II y los señores del A rchipiélago co n tra los corsarios turcos, a la que se su ­
m aron el rey de F rancia Felipe VI y el papa (m arzo de 1334): esta unión no o b ­
tuvo prácticam ente ningún resultado.
La m eseta anatolia se vio so m etid a a la au to rid ad de diversos beyliks, e n tre los
qu e sobresalen G erm iyán y Q aram án : el prim ero p o rq u e ocupa una zona de paso
hacia el ex terio r, una zona relativ am en te p ró sp era; el segundo p o rq u e dom ina
toda la zona m eridional de la m eseta y, prin cip alm en te, la ciudad de Q o n y a, g ra­
cias a lo cual se erige en sucesor de los sultanes seldjúqíes. Al h a b er au m en tad o
su territo rio m erced a victorias sobre sus vecinos turcom anos y algunos g o b ern a­
dores m ongoles constituye, desde el final del prim er cu arto del siglo x iv , el p rin ­
cipal E stado de A natolia central y le m anifiesta a Q onya y, sobre to d o , a Q a ra ­
m án, po r una vía artística e intelectual q u e, efectiv am en te, tom a el relevo del p e ­
ríodo seldjúqí. M ás al n o rte , A n q a ra y su región son g o b ern ad as, no p or un bey
turcom ano, sino por un g rupo de hom bres q u e rep resen tan las corp o racio n es aso ­
ciadas a la herm andad de los ajts, lo q u e constituye un elem en to co m p letam en te
original y rep resen ta, muy p ro b ab lem en te, una evolución de la fu tu w w a existente
ya el siglo a n terio r, en la qu e los d irigentes de las corporaciones y h erm an d ad es
religiosas habían tom ado la d e la n te ra a elem en to s m ás fácilm ente influibles. P or
últim o, el p ro tecto rad o m ongol en A n ato lia o rien tal está rep resen tad o p o r un go­
b ern ad o r qu e, después de 1327, se llam a E rte n a , lo qu e hace de su gob iern o un
E stad o in dependiente cuya capital es p rim era m en te Sivas, y luego K ayseri.
Los beyliks del n o rte vivieron una existencia m ás tranquila d u ra n te la m ayor
p arte del siglo x iv , au n q u e a veces se e n treg aro n a luchas fratricidas o atacaron
el E stado griego de T reb iso n d a.
208 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

1 J1 5
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 209

□ Terrtono bizantino hacá 1340

Terrüoho twarÉno hacia 13C0

Territorio bizantino hacia 1402

Conqustas de DuSan
después da 1340

l'l'l h l Conqualas b ü ^ a s en 1344

Temtono luco hacia 1350

[H 7 H 1 Co«juislas lurcas 1354-1402

m
|% ^ | Feudo*

ro m m o n m gonovots

Posesorias de loe angevinos

Posesunes catalanas

Poseswnes del ducado de Maxos

Feudos de Naxoe
(Amorgo*. Terme)
Posesiones de los Hosp*alano6
(Conoto 1400*1404)

Etapas del avance turco en el siglo X IV


210 EU RO PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

En el conjunto del A sia M enor se observa, pues, una considerable división


del poder; la m ultiplicación de los beyliks, el sentim iento que cada uno de ellos
conserva de una independencia en la que reconoce m ás o m enos lo qu e ha perdí*
do en A sia C entral, las rivalidades en tre beyliks, el dinam ism o religioso y p o líti­
co, debido a la actividad de las herm an d ad es, que les llevó a atac ar los países del
D ar al-Harb p or excelencia, es decir, el im perio bizantino (q u e, p o r o tra p a rte ,
m uestra cada -vez más su d ebilidad), la invasión de las regiones de población g rie­
ga, que conducirá a m odificaciones étnicas, todo esto contribuyó a hacer del A sia
M enor, en los prim eros cu aren ta años del siglo x iv , un país v io lentam ente ag ita ­
do, que ofrecía un profundo contraste con lo que había sido un siglo antes. D ad o
qu e, sim ultáneam ente, el su ltan ato m am eluco aparecía a la sazón com o una zona
m ucho más tranquila, bien gob ern ad a p o r un p o d er y una adm inistración únicas,
las corrientes com erciales del M ed iterrán eo al A sia M enor y o riental a b a n d o n a ­
ron A sia M enor en favor de Siria y, sobre tod o , de E gipto, o incluso de C onstan-
tinopla (dom inada en el plano com ercial por V enecia y G énova) y de C rim ea. El
m undo turco de A sia M en o r ex p erim en tab a, desde este punto de vista, un decli­
ve, una retracción qu e fue aprovechada p o r d eterm in ad o s beyliks, e n tre los que
se contaban algunos otom anos.

A dvenim ien to de los otom anos

El beylik que dio origen a lo que se llam ará el E stad o o tom an o tuvo tam bién
com o germ en una tribu turcom ana cuyos com ienzos en A sia M enor son m al co ­
nocidos y cuya historia, d u ran te su p rim er siglo de establecim iento, ha sido a d o r­
nada p o r historiógrafos y cronistas posteriores. E sta tribu fue tam bién, p ro b a b le ­
m ente, alejada hacia el o este p or el avance m ongol, un poco antes de m ediados
del siglo xin. U no de sus jefes, G ü ndüz A lp, tuvo com o d escendiente a E rtu g ru l,
que recibió com o udj del sultán seldjúqí, hacia 1270 (?), la región de Sógüt, en
el curso m edio del río S akarya (Sangarios), al n o rte de K utahya, en la fro n tera
oriental de la provincia bizantina de B itinia y, tal vez, condujera algunas breves
expediciones contra los bizantinos. A su m u erte, acaecida hacia 1290, le sucedió
su hijo O sm án (cU th m án , de do n d e p rocede el n om bre de la dinastía que descien­
de de él, O sm anli, cU thm ánli en turco, oto m an a en las lenguas occidentales); O s­
m án p ro b ablem ente form ó p arte de la herm an d ad de los gázis y las crónicas info r­
m an que su ab uelo, E debali, era un shayj cuya influencia sobre él habría sido
poderosa: al igual que en el resto de beyliks, el papel d esem peñado p o r la fe
m usulm ana com o uno de los incitadores de la expansión m usulm ana es in d u d a ­
ble. Por o tra p arte, aun q u e se posee poca inform ación sobre el p eríodo d u ran te
el que O sm án estuvo al frente de su trib u , se p uede pensar que este m ando se
ejerció de la m ism a m anera que en tre los seldjúqíes y los o tros beyliks, es decir,
que el poder era fam iliar y uno de e n tre los cabezas de familia adquiría el d erech o
de dirigir la fam ilia, a condición de que concediera al resto de m iem bros princi­
pales funciones, tareas o ventajas de im portancia.
O sm án lanza sus expediciones con tra el territo rio bizantino de B itinia tal vez
desde 1291. La cronología de estas expediciones y conquistas está mal fijada, pero
parece ser q u e, en torno a 1320, su ejército ocupa tod a B itinia oriental y am enaza
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 211

las im portantes ciudades de B rusa (B ursa) y N icea (Izniq). T am poco se sabe


exactam ente la fecha de su m u erte, que se sitúa e n tre 1317 y 1326; a p a rtir de
1317 (?) habría confiado el m ando del ejército a su hijo O rján y, de h echo, es él
quien se ap o d era de B ursa en 1326 y de N icea en 1330, e instala su «capital» en
la prim era de estas ciudades, d o n d e se construyen dos m ezquitas en 1337-1338 y
en 1339-1340, y donde fue e n te rra d o O sm án , actos qu e dan testim onio del interés
que O rján m ostró po r B ursa. E ste interés q ueda igualm ente de m anifiesto p o r el
hecho de que O rján construyó —o re n o v ó — en 1340 un b arrio com ercial con un
bezzisíán (edificio especial p ara el com ercio de las m ercancías de m ucho valor):
de este hecho se hizo eco el célebre viajero árab e Ibn B attú ta, que recorrió el
A sia M enor occidental hacia 1330-1335 y vio B itinia y Bursa en 1333. E sta ciudad
fue tam bién el cen tro urb an o m ás im p o rtan te de la rica provincia, y fue escenario
de activos intercam bios.
* La política de expansión es proseguida por O rján , que se a p o d era, e n tre o tras
ciudades, de N iconiedia (Izm id) en 1337, alcanzando así la orilla del m ar de M ár­
m ara, que co ntrola m ás am p liam en te, un poco después, al o cu p ar el beylik de
Q arasi (1340-1345), hasta los D ard an elo s. Según p arece, podría h ab er sido secun­
dado en sus acciones po r su herm an o cA lá ’ al-D ín, encarg ad o de los asuntos civi­
les, pero a veces tam bién de expediciones m ilitares; cA lá’ al-D in habría m u erto
en 1333. O rján m antuvo buenas relaciones, un poco m ás tard e, con Juan C anta-
cuceno, con cuya hija, T e o d o ra, se casó en 1346. C an tacu cen o , en su lucha contra
Ju an P aleólogo, necesitó aliados y, tras la m u erte de U m ur de A ydin, recu rrió a
O rján; las tropas de este últim o, al m ando de su hijo, Sulaym án (S olim án), p asa­
ron a T racia en 1348 y p o sterio rm en te co m b atiero n , p rincipalm ente, contra los
servios. A lgunos años más tard e, una nueva incursión perm ite a los oto m an o s
ocupar Tzym pe (1352) y, sobre to d o , G allípolis, lo q u e les proporciona una cab e­
za de p uente en la orilla e u ro p ea de los D ard an elo s. Al cabo de algunos años,
aprovechando la creciente debilidad del im perio bizantino, los oto m an o s co n tro ­
lan toda la T racia oriental: la fecha de la tom a de A ndrinópolis (E d irn e) es m o­
tivo de controversias: ¿1362-1363, 1369, 1372? Lo m ism o ocurre respecto a la p re ­
sencia turca en T racia: según algunos histo riad o res, la reconquista —tem p o ral —
de G allípolis po r A m ad eo de Saboya en 1366 obligó a los o tom anos a ab an d o n a r
T racia, donde sólo p erm anecieron algunas bandas indep en d ien tes que llevaron a
cabo incursiones co n tra cen tro s bizantinos, búlgaros e incluso servios; estas b an ­
das son las que habrían tom ad o A ndrinópolis. C osa poco pro b ab le, pues A n d ri­
nópolis era una plaza im p o rtan te qu e exigía p ara ser conquistada unos m edios
que únicam ente los o tom an o s poseían entonces.
La acción ofensiva de O rján p u d o ser llevada a cabo m erced a un ejército com ­
puesto, por una p arte, p o r las tro p as p ersonales y regulares del rey y por m iem bros
de su trib u , yaya o soldados de infan tería; p o r o tra , p o r tropas irregulares o cazab>
reclutadas ocasionalm ente; y finalm ente, p o r tro p as reclutadas en tre antiguos p ri­
sioneros de g uerra y que constituyen la «nueva tropa» (yerti cheri)y lps jenízaros;
en lo referen te a la caballería, se com pone de caballeros regulares (sipáhis) y de
caballeros irregulares o de incursión (aqindjs)\ ad em ás, los éxitos logrados p o r O r­
ján le valieron el apoyo de h erm an d ad es religiosas (él mism o era g ázi y o ste n ta b a ,
ju n to a su título de bey, el de «sultán de los co n q u istad o res, com b atien te p o r la
fe») y de turcom anos dispersos, deseosos de p articip ar en el rep a rto del botín.
212 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

A la m uerte de O rján (hacia 1362 o 1363), la am enaza o to m an a em pieza ya


a cernerse seriam ente sobre lo qu e queda del im perio bizantino en la p arte m eri­
dional de los B alcanes. A u n q u e el joven E stado o to m an o pudo actu ar así en E u ­
ropa, no presta excesiva atención a A sia M enor, m ientras que los principales
beyliks anatolios, G erm iyán y, sobre to d o , Q ara m á n , se preo cu p an p o r el in cre­
m ento de su po d er local y de sus luchas recíprocas.
M urád I (1362-1389) co n tin ú a la o b ra de su p ad re en la E u ro p a balcánica,
ocupando la m ayor p arte de Bulgaria y Servia; no o b sta n te, al ser d e rro ta d o en
1387 por una coalición búlgaro-servia, se d esquita en K ossovo, el año 1389, en
el curso de cuya batalla es asesinado p o r un servio; p ero , no p o r eso, B ulgaria
deja de ser totalm ente anexionada al E stad o o to m a n o , pasando Servia bajo la
tutela o to m an a aunque conservando su propio so b eran o . E n A sia M en o r, una
política de m atrim onios o de presiones perm ite a los o to m an o s anexionarse el
em irato de G erm iyán y una p arte del e m irato de H am id , en la fro n tera del beylik
de Q aram án . T odas estas regiones son tran sfo rm ad as en provincias y co m p ren d en
un cierto n úm ero de dom inios de dim ensiones variables, o tlm árs, concedidos a
título personal —even tu a lm en te re v o cab le— a m ilitares o a funcionarios civiles o
religiosos, a condición de qu e los hagan fructificar y de percibir im puestos, cuya
m ayor p arte debe co rresp o n d er al E stad o . El sistem a del tim á r, que recu erd a la
iqtác seldjúqí, adquiere una considerable im portancia p o sterio rm en te, a p a rtir del
siglo xv.
La acción expansionista de los prim eros o to m an o s fue secundada en gran m e­
d ida p o r la acción religiosa de las h erm an d ad es m usulm anas, que facilitaron, en
la E u ro p a balcánica especialm en te, el establecim iento d e «colonias» turcas en to r­
no a centros de im plantación m usulm ana: m ezquitas, lugares de oración de las
h erm andades (zaviyé) o fundaciones piadosas (vaqif)\ el m ovim iento religioso al­
canzó una gran extensión en los trein ta últim os años del siglo xiv.
La expansión o tom an a co ntinúa con Báyazíd I (B ay aceto ), ap o d ad o Y ildirim
(el rayo); pero, en prim er lugar, a fin de aseg u rar la unicidad del p o d er y ev itar
cualquier oposición in tern a, el nuevo sultán hace m a ta r, desde su llegada al tro ­
no, a su herm ano Y acqú b , inaug u ran d o así una práctica que tom ó el n om bre de
«ley del fratricidio». B áyazíd p uede ento n ces lanzarse a una serie de expediciones
en los Balcanes y en A sia M enor. A p a rtir del m es de abril de 1390, interviene
en los asuntos bizantinos, facilitando a Ju an V II Paleólogo el acceso al p o d er,
que luego d ejaría en m anos de M anuel, el futuro M anuel II. A cen tú a co n stan te ­
m ente su presión sobre C on stan tin o p la e, incluso, ocupa una gran p arte de la
orilla asiática del B ósforo, sobre la que construye una fortaleza, el castillo de
A natolia (A nadolu H isári), lo que le perm ite vigilar la navegación en el estrech o
(1395).
E n los B alcanes, en tre 1391 y 1395, T e o d o ro , d ésp o ta de M o rea, se declara
vasallo de B áyazíd y lo m ism o ocurre con el h o sp o d ar de B osnia. El príncipe de
A caya cede diversas ciudades a cam bio de la ayuda o to m an a; V alaquia pasa a
dom inio o to m an o ; B ulgaria ve co n cretad o su e sta tu to d e provincia, y el tro n o de
Servia le cae en su erte a E steb an L azarevité m erced a la intervención de Báyazíd.
A finales de 1395, los turcos ocupan la casi totalidad de la E u ro p a balcánica y
están en las fronteras de H u n g ría, cuyo rey, S egism undo, p ide a los o ccidentales
la organización de una cruzada d estin ad a a alejar de E u ro p a la am enaza turca.
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 213

E sta cruzada se en fren ta con los turcos cerca de N icópolis, el 25 de setiem b re de


1396; la h etero g en eid ad de los «cruzados» fren te a un ejército turco p articu la r­
m ente hom ogéneo y bien m an d ad o , les llevó a sufrir una vergonzosa d e rro ta , de
d onde provino la reputació n de fuerza e invencibilidad de los turcos, in crem en ta­
da posterio rm en te.
B áyaztd em p ren d ió luego un b reve sitio de C o n stan tin o p la (1397), del q u e no
sacó suficiente p artid o , m ientras que ocupa en G recia las ciudades de L arissa,
P atras y A tenas.
En A sia M enor o cup a, desde 1390, los beyliks de la costa egea (S aru ján , Ay-
din, M enteshe), una p arte del beylik de Isfendiyár, a lo largo del m ar N egro y,
un poco m ás ta rd e , el cen tro y el este de A n ato lia, pues el q aram án í cA láJ al-D in
deb e cederle las principales ciudades de su beylik; tam bién el antiguo territo rio
m ongol de Sivas y de K ayseri cae en sus m anos. En 1400, Báyazid alcanza el
E ufrates. A excepción de C o n stan tin o p la, tiene bajo su dom inio un E stad o ya
considerable, qu e se extien d e de B osnia a las fro n teras del su ltan ato m am eluco
y de los principados de A n ato lia o rien tal. E 1 d estin o de todo el antiguo Im perio
de O rien te aparece ya definido.

Una dom inación flexible e invasor a

La expansión turco -o to m an a no ap o rtó , p or el m o m en to , m uchas m odificacio­


nes en las regiones egeas del A sia M enor, d o n d e los beyliks se habían in stalado
ya en el prim er tercio del siglo x iv , excep to la in troducción, en tre 1390 y 1400,
de la noción de un gobiern o único, un a noción que d ebió ser vaga d u ra n te este
período. Por o tra p arte, los cam bios h um anos son lim itados, pues la acción de
los beyliks tam bién se pudo e jercer allí a lo largo de la m ayor p arte del siglo x iv ,
so brepo niéndose a la población griega la tu rca, p re p o n d e ra n te , si no en n ú m ero ,
sí en fuerza, y po n ien d o en fu n cionam iento instituciones, aún en em b rió n , d esti­
nadas a favorecer el estab lecim ien to de la población turca. Es p ro b ab le que alg u ­
nos bienes raíces, tom ad o s a sus antiguos p o seed o res griegos, fueran atribuidos
a m iem bros de la fam ilia de los beys o a sus allegados; es posible igualm ente que
algunos dom inios perm an ecieran en m anos de p ro p ietario s griegos a cam bio de
su adhesión a los nuevos dirigentes; fin alm en te, o tras tierras serían conferidas a
fundaciones piadosas ( vaqif\ plural evqáf) p ara facilitar la im plantación y el d e sa­
rrollo del Islam . T od as estas tierra s son co n sid erad as en to n ces com o bienes p e r­
sonales (m ü lk) transm isibles e inalienables.
C on el paso de los beyliks bajo el con tro l o to m a n o , los bienes m ü lk co n tin u a ­
ron existiendo, rep artid o s e n tre m iem bros de la fam ilia o to m an a, visires y altos
funcionarios civiles y m ilitares, m iem bros de las fam ilias de antiguos beys y p e r­
sonalidades religiosas y jurídico-religiosas. A d em ás de estos bienes, m uchos de
sus p o seedores disfrutab an tam b ién de tim árs, que se les concedían en razón a
su cargo. D e este m odo, a finales del siglo x iv , se p u ed e o b serv ar la aparición,
en A sia M enor, de una categoría social d o m in an te, p e rten ecien te a los m edios
dirigentes del E stad o o to m a n o , q u e tiene en sus m anos la m ayor p arte de la ri­
queza agraria de esta región: en g ran m edida se recu p era allí una h erencia b izan ­
tina. Los bienes p restado s son afectados p o r los im puestos regulares m usulm anes
214 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

(za ká t, diezm o), en tan to qu e los timárs p ueden cam biar y pertenecen a niveles
sociales d iferentes, ven sus rentas y sus contribuciones (bajo todas sus form as)
fijadas con precisión.
En la E u ro p a balcánica, la conquista o to m an a se efectuó d irectam en te sin la
m ediación de los beyliks previos. E ste hecho fue la causa de que los o to m an o s
tuvieran in m ediatam ente bajo su control grandes extensiones de tierra : una p arte
q uedó en m anos de los antiguos p ro p ietario s búlgaros, servios o griegos; o tra p a r­
te fue atribuida bajo form a de timárs a m ilitares de todo rango y a funcionarios
civiles, lo que constituye lo esencial de su rem u n eració n , a cam bio de aseg u rar
la gestión de su tim ár y de en tre g a r al E stad o los im puestos en m etálico y en esp e ­
cie definidos a p artir del registro del tim á r, y de p ro p o rcio n ar al ejército o to m a ­
no, en caso de necesidad, un cierto nú m ero de h om bres de arm as, n ú m ero d e te r­
m inado por la dim ensión y las rentas del timár. La últim a p arte c o rresp o n d e, en
total p ropiedad bajo form a de bienes m iilk y a los m iem bros d e la fam ilia del sul­
tán , a los principales dirigentes del E stad o y a las h erm an d ad es religiosas. E stos
bienes son definidos «territo rialm en te» , pero no «financieram ente», com o los ti­
m á rs; en consecuencia, sus p ro p ietario s tienen ab so lu ta lib ertad de acción sobre
estas tierras, principalm ente en lo qu e concierne a la m ano de obra y las m o d ali­
dades de explotación.
Al dividir así las tierras conquistadas, el gobierno o to m an o tra tab a de aseg u ­
rarse las m ejores condiciones posibles de dom inación política y de ren d im ien to
económ ico: las dos prim eras categorías estab an som etidas a un riguroso co ntrol
de la adm inistración provincial (puesta de nuevo en funcionam iento) y c en tral, y
los d e ten to res corren el riesgo, en caso de no-ejecución de sus com etidos o de
insuficiente cum plim iento de sus obligaciones, de verse p u ra y sim plem ente priv a­
dos de sus bienes o de sus timárs y de las ventajas vinculadas a ellos. P or o tra
p a rte , es difícil ver agentes del gobierno que no presten to d a su atención a estos
bienes, que constituyen su rem uneración y, a m enudo tam b ién , su beneficio p e r­
sonal, de d o n d e su interés en que las tierras, g randes o p eq u eñ as, qu e les son
atribuid as proporcionen la m ejor producción posible. A sim ism o, los poseed o res
cristianos m uestran un co m p o rtam ien to sim ilar, qu e les a p o rta , adem ás de b e n e ­
ficios m ateriales, la contin u id ad de su a u to rid ad sobre sus cam pesinos y, com o
n ovedad, relaciones, en cierto m odo privilegiadas, con el p o d er o to m an o , que
en cu en tra en ellos interm ed iario s inm ediatos a quienes puede m ostrar su a u to ri­
dad y p resen tar sus exigencias. M ás tard e , en el siglo x v , cuando los o to m an o s
acen tu aro n su presencia adm inistrativa, económ ica y h u m an a, un cierto n ú m ero
de estos poseedores cristianos de timárs se convirtieron al Islam y se «otom aniza-
ron».
Los p ro p ietario s de bienes m ü lk tra ta b a n tam bién de sacar el m ejor p artid o
de sus tierras; éstas, que h abían padecido en un pasad o recien te las consecuencias
de las desavenencias y g u erras e n tre bizantinos, servios y búlgaros, y de las gu e­
rras de conquista, ex p erim en taro n a veces un cierto desp o b lam ien to y, com o co n ­
secuencia, un em pobrecim ien to . El gobierno o to m an o favoreció en to n ces algunos
traslados de población de una a o tra región en beneficio de algunos p ro p ietario s
de m ü ik s y o bien la im plantación, en estos bienes, d e prisioneros y esclavos q u e,
llegado el caso, eran liberados. E sta acción del g o b iern o a m en u d o fue pu esta en
práctica, d irectam en te, p o r los p ro p ietario s de m ü lk ya que podían sacar p ro v e ­
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 215

cho de ella. M ás tard e, los traslados de población afectaro n a los turcos de A sia
M enor establecidos en los B alcanes en el lugar de los griegos o b ú lg aro s enviados
a A sia M enor. E ste sistem a favoreció la progresiva turquización de una p arte de
los Balcanes. E n cu an to a la islam ización, fue o b ra de las h erm an d ad es religiosas
a las que se les atribuyó bienes, en los qu e instalaron za viyés, lugares de culto y
de reunión de los m usulm anes, un cierto n úm ero de los cuales venían v o lu n taria­
m ente de A sia M en o r p ara p articip ar en la expansión del Islam , ya fuera p o r
m edio de la g u erra, ya fuera con la esperan za de o b te n e r una p arte del m aná que
caía sobre los o tom anos.
Según p arece, desde el final del siglo x iv , algunos de los bienes m ü lk habían
sido ya transform ados en v a q if (en á ra b e, w a q f, fundación piadosa o bien de m a­
nos m u ertas), es decir, en bienes religiosos, en principio inalienables, b ajo dos
form as: una llam ada h a y rt, que indica que las ren tas del v a q if se d estinan ú n ica­
m ente a obras pías, y la o tra llam ada e h lty cuyos beneficios se em plean p ara el
m antenim iento de una o varias personas designadas p o r el p resta d o r, que podían
ser sus propios descendien tes; no o b sta n te , este proceso no está aún m uy g e n e ra ­
lizado a finales del siglo x iv.
A través de estos d iferen tes m edios, el joven E stad o o to m an o ejerce un c o n ­
trol, directo o indirecto, so b re los territo rio s que ha conquistado. E l co ntrol se
ejerce tam bién por m edio de su ejército y su ad m inistración, am bos reforzados o
desarrollados a causa de la extensión del dom inio turco. La adm inistración o to ­
m ana no a d o p tó v erd ad e ra m e n te un a form a am plia y e stru ctu rad a hasta el re in a ­
do de M urdd I, que no se c o n ten ta con el títu lo de bey, e incluye en su titu larid ad
el apelativo de su ltá n , sin referencia alguna a cu alq u ier califa. El segundo lugar
de la jerarq u ía lo o cupa el gran visir, el p rim ero de los cuales fue CAIÍ P áchá,
hijo de Q ara Jalil D jandarli q u e, bajo el m an d ato de O rjá n , había definido los
prim eros elem entos fundam entales del E stad o o to m an o . El gran visir (sadr-i
acza m ), nom b rad o por el sultán y responsable an te él, es el p ersonaje m ás im p o r­
tan te del E stad o después del sultán y tiene a su cargo todos los asuntos civiles y
m ilitares, au n q u e, respecto a estos últim os, el sultán tenga siem pre iniciativa y
prioridad. C on el increm en to del territo rio y de las cargas, al final del rein ad o
de M urád I, fueron nom b rad o s o tro s visires p ara asistir al gran visir; éste y los
visires son escogidos e n tre los m iem bros de la fam ilia o to m an a o en tre los de las
grandes fam ilias allegadas a los o to m an o s y, m ás ta rd e , e n tre funcionarios de alto
rango. P articipan en las sesiones co tidianas del d tw á n , presidido p o r el su ltán , y
al que asisten igualm ente el q ádi l-casker (o k a za sker, ju ez del ejército , qu e tiene
au to rid ad sobre to d o el p ersonal religioso y ju rídico p ro ced en te de la clase de los
ulem as, form ada en las m ad rasas), el nishán djt (jefe de los funcionarios civiles
y, al principio, encargad o de p o n e r el sello —nishán o tugra— del sultán en los
docum entos que em anan del sultán o del consejo del diw án), y el m usterfi (llam a­
do p o sterio rm en te defterdár, co n serv ad o r de los registros en los que se inscriben
los ingresos del E stad o : im puestos, tasas, ren tas diversas, im puestos legales, ja-
rádj o im puesto territo rial, za ká t o lim osna legal, ceshur o diezm o, im puestos ex­
trao rd in ario s —aún escasos en el siglo x iv —, p e n d ijk resmi o d erech o del q u in to
sobre los prisioneros, tasas de ad u an as, tasas com erciales, etcé tera).
A dem ás, d u ran te to d o el tiem po qu e el beylik o to m an o no ocupó m ás que
algunos territorios de A sia M en o r, so lam en te tuvo, b ajo la au to rid ad del bey, un
216 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

único responsable m ilitar de las tierras conquistadas, de su extensión y, p o r lo


general, de los asuntos m ilitares, con el título de sandjaq bey¡, co rresp o n d ien d o
el sandjaq a una unidad adm inistrativa puesta b ajo la au to rid ad de un jefe m ilitar
que, frecu en tem en te, es uno de los hijos del so b eran o o to m an o . E n A sia M en o r
debió h ab er m uchos sandjaqs antes de la expansión p or E u ro p a; esta expansión
dio lugar a la creación de sandjaqs en tierra eu ro p e a (o R um elia), y el au m en to
de su núm ero condujo a M urád 1 a crear un nivel su p erio r de la adm inistración
provincial, el beylerbeylik (g o b ern o rad o ) puesto bajo la dirección de un bcylerbey
(gob ern ad o r) d o tad o de p o d eres m ilitares y civiles. El prim er g o b ern o rad o fue
cread o en la provincia (eyálet) de R um elia en to rn o a 1362-1365; el segundo lo
fue en la provincia de A sia M en o r, o A n ato lia, en 1393. C ada provincia fue divi­
dida en sandjaqs, gobern ad o s cada uno por un sandjaq beyi\ a continuación e sta ­
ban los kazas (qadá3), circunscripciones en las qu e las tareas y funciones e ran
repartidas e n tre el qádi (ju ez), el alay beyi (responsable de los asuntos m ilitares)
y el subashi (responsable de los asuntos adm inistrativos y financieros); los d iv er­
sos funcionarios se beneficiaban de timárs, p ero d ebían organizar tam b ién , de
acuerdo con los agentes de la adm inistración cen tral, el re p a rto y la atribución
de los restantes tim árs, especialm ente a los m ilitares y, sobre to d o , a los cab alle­
ros del ejército o tom ano .
Esta situación experim en tó tam bién transform aciones bajo el rein ad o de M u ­
rád 1, transform aciones acen tu ad as, sobre to d o , p o r el in crem ento del nú m ero
de m ilitares o tom anos necesarios para la expansión, p ara la defensa de las tierras
conquistadas. Ju n to al sistem a de reclu tam ien to de una p arte de los prisioneros,
del ejército del sultán y de los beys, hacia 1380 ap arece una nueva m o dalidad.
Se establece en esta época da devshirm e (recogida), o peración p or la q u e, en un
d eterm in ad o n úm ero de p ueblos.y ciudades de los B alcanes y por tu rn o , son re ­
cogidos niños cristianos, con ed ad es com p ren d id as en tre los 8 y 15 años. Su n ú ­
m ero, fijado en cada ocasión, parece ser que no so b rep asó algunas cen ten as, y
los devshirm es no se llevaron a cabo todos los años. Los niños eran enviados lu e­
go a A n ato lia, donde vivían en am biente turco, se a d ap ta b an a las costum bres
turcas y eran islam izados; p o sterio rm en te eran recogidos en G allípolis y fo rm a­
ban el cuerpo de los cadjam ioghlán (los niños ex tran jero s); allí recibían una e d u ­
cación especializada £egún sus capacidades in telectuales o físicas: unos llegaban
a ser ichogian (‘niños del in terio r’, o pajes) y p asaban después al servicio de la
casa del sultán o del g o b ern ad o r, d o n d e podían subir los peldaños de la je rarq u ía
y conseguir altas funciones adm inistrativas; o tro s engrosaban las filas de los je n í­
zaros (soldados de infan tería, arm ero s, artilleros). C on stitu ían , ju n to con los ca ­
balleros (sü va ri)%los «esclavos de la pu erta» (qapi qullari) o, más e x actam en te,
los servidores exclusivos del sultán. U n elem en to a ten e r en cu en ta en lo co n cer­
niente a los jenízaros es el hecho de que su cu erp o estuvo, desde este p erío d o de
su d esarrollo, hacia 1380-1390, en estrecha relación con la h erm an d ad de los bek-
táshíes, h erm andad cread a sesenta años antes p o r HSdjdj? B ektásh W all, y q u e,
p au latin am en te, se juzgó qu e estaba en los lím ites de la hetero d o x ia m usulm ana.
E n efecto, su ritual inco rp o rab a prácticas p ro p iam en te m usulm anas, tradiciones
proced en tes del A sia orien tal o central y, después de la segunda m itad del siglo
x iv , elem entos tom ados del cristianism o. ¿Im pulsó a los jen ízaro s su reclu tam ien ­
to original a seguir el cam ino del bektáshism o an tes q u e el del Islam «regular»?
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 217

Es posible y, en todo caso, el b ektáshism o e n co n tró un terren o favorable en Ru-


m elia.
O tra parte de la caballería, la de los sipáhis, se desarro lló tam bién y co n stitu ­
yó uno de los elem en to s decisivos de la dom inación o to m an a; cada sipdht recibía
tierras para su sustento y, llegado el caso, para el de los soldados que d ebía p ro ­
porcion ar; estas tierras, de una extensión variable según el grado del sipáhi, e ran
llam adas ttm árs, de do n d e p roviene el no m b re frecu en tem en te utilizado de «tima-
riota» dado a su beneficiario. E stos m ilitares están bajo la a u to rid ad del sub a sh i,
que a su vez d ep en d e del alay b e y i%y éste del sandjaq beyi. Existe tam bién una
caballería «sultaní» d ep en d ie n te d irectam en te del sultán y p ro v en ien te, p o r una
p a rte , de los cadjam ioglán y, p or o tra , de antiguos prisioneros convertidos y de
m usulm anes o tom anos.
E n el plano económ ico, el joven E stado o to m an o tra ta de no trasto car las
estructuras vigentes, siem pre qu e es posible. E n las tierras cuyos antiguos p o se e ­
dores habían huido, se instalaron nuevos pro p ietario s (m u lk sahibi) o , p o r el co n ­
trario , tim ariotas: los cam pesinos sólo cam biaron de am o y no p arece ser que los
im puestos pagados a los g o b ern an tes o to m an o s fueran superiores a los de los bi­
zantinos. E n R um elia, después de la conquista, tuvo lugar el m ism o proceso,
pero , aunque falten docu m en to s so b re este perío d o del final del siglo x iv , se p u e ­
de pensar, al leer docum en to s m ás tard ío s, qu e se to m aro n algunas decisiones
con o bjeto de m an ten er la vida económ ica de las regiones conquistadas, de ev itar
todo trasto rn o p ro fu n d o , lo qu e p u ed e explicar el m an ten im ien to en su lugar de
señores locales. E ste proceso se d esarro lló m ás tard e y dio origen a los qdnúnná-
m es, reglam entos orgánicos ad ecu ad o s a cada provincia, que definían los d e re ­
chos y deb eres de los h ab itan tes y constituían una especie de d erech o co n su etu d i­
nario yuxtapuesto al derech o coránico.
E n lo concerniente al com ercio con las potencias ex tran jeras, y en particu lar
con las ciudades m ercantiles italianas, no parece que tuviera, hasta el final del
siglo x iv , una gran im portancia p ara los o to m an o s, a p a rte de las relaciones q u e
pudieran m an ten er con Q uíos, en m anos de los genoveses, y, en cierto s puntos
de la E u ro p a balcánica, con los venecianos, sobre to d o en relación al com ercio
del trigo. No o b stan te, es m en ester a p u n ta r q u e en A sia M en o r, hasta el final
del siglo x iv , los o tom an o s co n tro lan los principales p u erto s y ciudades del oeste
anatolio: B ursa, E sm irna, A n q a ra , Q o n y a, A lanya y A n taly a; una p a rte del co ­
m ercio de A sia central y de Irá n , con d estin o a O ccid en te, y q u e no pasa p o r
Siria o E gipto, utiliza la ru ta an ato lia y, p o r ta n to , beneficia a las bases o to m an as,
sobre todo B ursa q u e, ya en to n ces, es un gran cen tro del com ercio de la seda.
A unque el E stad o o to m an o no constituye aún un gran E stad o , rep resen ta una
fuerza im portante po r su situación geográfica, sus estru ctu ras adm inistrativas y
m ilitares bien organizadas, su dinam ism o político y religioso y su concepción de
un p o d er fuerte y cen tralizad o , qu e m u estra, sin em b arg o , una gran tolerancia
con respecto a los elem en to s hum anos qu e lo co m p o n en . E n sunia, to d o lo que
p erm itirá el u lterio r esp len d o r y prestigio del im perio o to m an o está ya p resen te,
au n q u e un incidente aislado venga a d e te n e r m o m en tán eam en te el im pulso.
218 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

L a «p a z m ongola*

A ntes de su m uerte (acaecida en 1227), G engis Ján había p rocedido al re p a rto


de su im perio e n tre sus cu atro hijos, recibiendo cada uno de ellos una p a rte del
territo rio (ulus). A lo largo de los siguientes dos d ecenios, se llevan a cabo nuevas
ofensivas m ongolas, una en dirección a la R usia m eridional y la o tra en dirección
al Próxim o O rien te m usulm án. La p rim era, después de hacer incursiones en P o ­
lonia, M oravia y H ungría, al m ando del ján B átú , se establece en las tierra s o cu ­
padas hasta entonces p o r tribus turcas Q ip ch aq , de d o n d e proviene el n om bre
dad o a m enudo a este ulus, já n a to de Q ipchaq; a u n q u e se le conoce tam bién bajo
el nom bre de ulus o já n a to de la H o rd a de O ro , según su d enom inación en las
crónicas rusas. E ste já n a to se extien d e desde las bocas del D an u b io al lago B al­
jash y ab arca, e n tre o tra s, la m ayor p arte de U cran ia, C rim ea, las regiones sep ­
tentrionales del C áucaso y las estep as situadas e n tre el m ar C aspio y el lago B al­
jash; a p rio ri, no está en con tacto d irecto con el m undo m usulm án p e ro , no o b s­
ta n te, d esem p eñ ará un papel político qu e influirá en éste.
El segundo avance m ongol, conducido prim ero p o r C h orm ogun, luego p or
B aidju y, finalm ente, po r H úlágú, lleva a los m ongoles de A sia cen tral a A sia
M enor o rien tal, y pone bajo su dom inio A fganistán, Irán e Iraq , países esencial­
m ente m usulm anes: la evolución de este já n a to , conocido p or el no m b re de já n a ­
to de los íljánes es, po r m uchos conceptos, d iferen te de la evolución del já n a to
de Q ipchaq.

I m H orda de O ro

La creación del já n a to de Q ipchaq (según el nom bre del pueblo turco que
sucedió a los cum anos y a los polovtsi y fue vencido p o r los m ongoles de B átú )
o de la H orda de O ro (A ltin O rdu) fue el resu ltad o de las expediciones llevadas
a cabo po r el ján B átú. É ste se afirm ó, en 1227 y 1255, no solam en te com o ins­
tigador de la expansión y de la im plantación de los m ongoles en E u ro p a o rien tal,
y el cread o r de un E stad o m ongol qu e se extendía del D an u b io al lago B aljash,
sino tam bién com o la personalidad m ás im p o rtan te del m u ndo m ongol, a m ed ia­
dos del siglo x m . Su p o d e r so b rep asab a con m ucho los lím ites de su p ro p io já n a ­
to, y los soberanos de cierto núm ero de principados rusos (R iazán , T v e r, Suzdal,
Kiev y G alitzia) se reconocían com o sus vasallos; éste es tam bién el caso del gran
príncipe de V ladim ir, A lejan d ro Nevski (1252-1263). A u n q u e B átú se confirm ó
com o un tem ible señ o r, so b re todo en m ateria de percepción de im puestos, supo,
no o b stan te, caracterizar su rein ad o , por una p a rte , favoreciendo las actividades
económ icas y com erciales y, p o r o tra , a p esar de ser cham anista, m o strándose
particu larm en te to leran te con respecto a las diversas religiones practicadas en su
ján ato : cristianism o nesto rian o , cristianism o o rto d o x o , islam ism o y judaism o. Su
propio hijo, S artaq , e ra n esto rian o y m an ten ía m uy b u en as relaciones con A le jan ­
dro N evski. La brutal m u erte de S artaq , sucesor de B átú , en 1256, tal vez im pidió
al já n a to de Q ipchaq alinearse e n tre los E stad o s cristianos.
T ras el breve reinado de Ulagchi (1256-1257), el p o d er pasó a m anos del h e r­
m ano d e B átú , B erke (1257-1266), q u e puso en práctica una política pro-islám ica:
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 219

él m isnio se convirtió al Islam sin a b a n d o n a r, no o b sta n te, el espíritu d e to le ra n ­


cia respecto a otras religiones. A n te la am enaza que suponían p ara el Q ipchaq
los progresos del ján H ú lág ú , en A d h arb áy d ján , B erk e buscó la alianza del sultán
m am eluco B aybars: se in tercam b iaro n algunas em b ajad as (1261) y se pactó una
alianza co n tra H úlágú en 1263; ad em ás, B aybars podía reclu tar en el já n a to de
Q ipchaq m ercenarios d estin ad o s al ejército m am eluco. U na expedición conducida
po r H úlágú al C áucaso acabó en fracaso: se vengó h aciendo m atar a los m ercad e­
res de Q ipchaq que se en c o n tra b a n en P ersia, acción a la q u e B erke respondió
haciendo lo m ism o con los m ercad eres persas p resen tes en Q ipchaq. U n a ex p ed i­
ción conducida p o r N ogai, sobrino de B erk e, fracasó tam bién: el envite de la ri­
validad de los dos ján ato s era de hecho el control de la totalid ad del A d h a rb á y d ­
já n , a la sazón dividido en dos; p e ro ninguno de los contrin can tes consiguió su
objetivo.
, B erke fundó una ciudad, Saráy, en el bajo V olga, qu e convirtió en su capital
y que debió seguir siendo la capital del já n a to hasta 1395, fecha en la qu e fue
destru id a p or T am erlán.
A B erke le sucedió M engu (M óngké) T im ú r, nieto de B átú (1266-1280), que
intervino repetidas veces en las disputas de los ján es m ongoles de A sia cen tral y
m antuvo b uenas relaciones con los sultan es m am elucos de E gipto y con el basi-
leus de C onstantinopla M iguel V IH Paleólogo. M engu e ra cham anista y se m o stró
m uy to leran te con todas las religiones, o to rg ó privilegios de inm unidad a los sa ­
cerd o tes de la Iglesia o rto d o x a establecidos en el já n a to y concedió a los genove-
ses un terren o en C affa, C rim ea, p ara el establecim iento de un consulado y de
un alm acén. Su herm an o y sucesor, T u d á M engu (1280-1287), y el sucesor de
éste, T udá B uga (1287-1290) sólo fuero n sob eran o s nom inales, pues la realidad
del p o d er estuvo, de hecho, en m anos de N ogai, h asta su asesinato en 1300. N o ­
gai se m ostró m uy favorable al cristianism o, incluido el cristianism o latino, ya
qu e algunos m onjes franciscanos p u d iero n estab lecerse en Saráy. E n ta n to que
aliado de los bizantinos, intervino en B ulgaria, d o n d e instaló un nuevo so b eran o ,
Jorge I T e rte r, q ue fue un v erd ad e ro vasallo de los m ongoles. P ero el au to rita ris­
m o de Nogai era mal so p o rtad o y, fin alm en te, el ján T o k tag a (1290-1312) le a ta ­
có; vencido, N ogai fue asesinado poco después.
Al principio del siglo x iv , la situación del já n a to de Q ipchaq (o de la H o rd a
de O ro ) es muy sólida: saca provecho de las luchas intestinas qu e tienen lugar
en el im perio bizantino, los príncipes rusos y búlgaros están bajo su a u to rid a d ,
se m antienen b uenas relaciones con los m am elucos de E gipto y de Siria e incluso
con los ján es fljáníes de P ersia. La presencia d e m ercad eres genoveses y venecia­
nos dio lugar a una actividad com ercial im p o rtan te a p artir de las bases de C ri­
m ea, aunque los co m erciantes italianos de C affa y de S udak tuvieran qu e sufrir,
so b re todo en 1307, la hostilidad del ján .
La llegada al poder de Ó zbek (1312-1340) dio al Q ipchaq una nueva línea
d irectriz, pues el nuevo ján se convirtió al Islam y, en lo sucesivo, la religión
m usulm ana sería la de los so b eran o s sin q u e, no o b sta n te , las restan tes religiones,
so b re to d o el cristianism o, pad ecieran rep resió n alguna. Las relaciones co n los
m am elucos ex p erim en taro n algunas dificultades tem p o rales p e ro , en cam bio, g e­
noveses y venecianos fueron bien trata d o s, cosa qu e no fue así al principio del
rein ad o de D jánibeg (1340-1357), un rein ad o caracterizad o p o r una cierta acen ­
220 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

tuación de la islam ización y p o r dos im portantes acontecim ientos: p or un lado,


la aparición de la gran p este, hacia 1346 (?), qu e diezm ó la población y em p o b re ­
ció sensiblem ente el já n a to , especialm ente C rim ea; p o r o tro , la lucha c o n tra los
iljáníes de Irán: el A dh arb áy d ján co nquistado en 1355, es vuelto a p e rd e r tres
años m ás tarde. En los últim os años de su rein ad o , D jánibeg fue el blanco d e la
oposición de los señores m ongoles, lo que incluso dio lugar a conflictos, en tan to
qu e, por su p arte, los señores vasallos rusos tendían a dism inuir sus vínculos con
los m ongoles.
Este reinado ap arece, pues, com o un m om ento crucial en la historia del já n a to
de Q ipchaq. Sin d uda, el recu erd o del gran im perio gengisjaní no b astab a ya p ara
reunir a los señores m ongoles en to rn o al ján: los m ongoles, establecidos en m e­
dios étnicos y religiosos en los que no eran m ás que una m inoría, e x p erim en ta­
ron, en m ayor o m enor m edida, la influencia de estos m edios; y sus vasallos, p o r
últim o, com enzaron a tra ta r de liberarse de su sujeción. Sin em b arg o , los m o ngo­
les de Q ipchaq dom inan aún las orillas sep ten trio n ales del m ar N egro, lo que
constituye p ara ellos un hecho esencial.
D espués de D jánibeg, el p o d er ya no está en m anos del ján sino en las del
«m ayordom o de palacio» M am ay (1361-1380), que se esfuerza p or restab le cer la
unidad del já n a to , echada a p e rd er por varios em ires, sobre todo en la p arte
orien tal; adem ás, a p artir de 1370 los príncipes rusos rehúsan p restar ju ra m e n to
al ján ; un poco m ás tard e (1378, y luego en 1380), se niegan a pagar el trib u to .
lx>s m ongoles son d erro ta d o s en la batalla de K ulikovo Polje (8 de setiem b re de
1380) y, adem ás, deben reconocer a los genoveses la posesión de una p arte de
C rim ea.
Es entonces cuando el ján de la H o rd a B lanca (p a rte oriental del Q ip ch aq ),
T ojtam ish, que se había im puesto en esta región con la ayuda del so b eran o de
T ransoxiana, T ím ür Lang (T am e rlán ), vencedor en M am ay, se convierte en ján
de la H orda de O ro y rehace la unidad del conjunto del Q ipchaq. A co ntinuación,
invade los principados rusos y destruye diversas ciudades (V ladim ir, Suzdal, M os­
cú, en agosto de 1382) y restablece la soberanía m ongola. T ojtam ish, fortalecido
por sus victorias, trata ento n ces de reconstruir el im perio de G engis Já n , p e ro se
en cu en tra en su cam ino a T am erlán , que se h abía con v ertid o , en tre tan to , en
señor de la T ransoxiana, de A fganistán y de Persia. La g u erra, que d u ró de 1387
a 1395, acabó con la d e rro ta de T ojtam ish y la destrucción del já n ato de Q ipchaq
y, especialm ente, de las principales ciudades. Sin em b arg o , en 1399, el ján T im ú r
Q utlug (1398-1400), ad h eren te a T am erlán , y puesto p o r éste a la cabeza de lo
que q u ed ab a del já n a to en su p arte occidental, estableció la dom inación m ongola
en los principados rusos, dom inación que d u raría aún un siglo, m ientras q u e , un
poco m ás tard e, aproxim ad am en te a m ediados del siglo x v , el Q ipchaq se dividió
en tres p equeños ján ato s: C rim ea, K azán y A strak án .

Sobresaltos en el m u n d o persa

U na vez confiada po r el gran ján M óngke a su herm an o H úlágú, en 1255, la


tarea de unificar bajo la au to rid ad m ongola todos los territo rio s co m prendidos
en tre A fganistán y Siria, H úlágú elim inó sistem áticam ente a sus adversarios: los
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 221

ism ácilíes de Persia en 1256 y el califa de B agdad en 1258, siendo la ciudad d es­
tru ida en gran parte. El avance m ongol en Siria es finalm ente d eten id o p o r los
m am elucos en setiem bre de 1261 en cA yn D jálüt. E sta batalla fijó, a p a rtir de
entonces, los lím ites de los territo rio s m am elucos y m ongoles, los p rim eros de los
cuales se extendían ento n ces hasta la Siria del n o rte y la orilla occidental del E u ­
frates m edio. El fracaso m ongol se explica en p arte p or la am enaza ejercida sobre
el A dharbáydján por el já n de Q ip ch aq , B erk e, que en 1261 acordó una alianza
con el sultán m am eluco B aybars. A l este, el já n a to de C hagatáy constituye ta m ­
bién un peligro para los m ongoles de Persia q u e, finalm ente, se c o n ten taro n con
asegurar su dom inación en las regiones que se ex tendían de A sia M en o r o rien tal
a A fganistán occidental. P or o tra p a rte , H úlágú era budista y estab a casado con
una cristiana (n esto rian a); lo m ism o o currió con sus sucesores A b áq á y A rgün y,
hasta el advenim iento de este últim o, los m usulm anes no fueron bien co n sid era­
dos, q u ed an d o de m anifiesto la hostilidad en relación a los E stados m usulm anes
sunníes.
H úlágú había establecido su capital en M arága, A d h arb áy d ján ; A b áq á (1265-
1282) la fijó en T abriz. B ajo su m an d ato , la iglesia nestorian a d esem peñó un im ­
p o rta n te papel y, en m arzo de 1281, el p atriarca nesto rian o electo , M ar Y ahba-
llahá 111, era de origen uiguro, si no mongol,, lo que facilitó aún niás las relaciones
en tre la Iglesia y el gobierno.
E n el ex terio r, A báq á elim inó la am enaza Q ipchaq sobre el A d h arb áy d ján
(1266), y la del C hagatáy en 1270 y en 1273; m enos su erte tuvo en sus acciones
contra el sultán m am eluco B aybars, v encedor de los m ongoles en E lbistán (1277),
y co n tra el que había solicitado en vano la ayuda del p ap a, del rey de Francia y
del rey de Inglaterra (1274-1277); o tro ejército m ongol, a las ó rd en es de M óngke
TimOr, herm ano de A b á q á , fue vencido en o ctu b re de 1282 cerca de H om s p o r
el m am eluco Q alá3ún.
La m uerte de A b áq á , el 1 de abril de 1282, fue la causa de una grave crisis
en tre los iljánes. En efecto , su sucesor, T a k ú d á r, se convirtió al Islam , tom ó el
nom bre de A h m ad , com enzó una cam paña de islam ización de los m ongoles, hos­
tigó a los dirigentes de la Iglesia n esto rian a y se reconcilió con los m am elucos.
La oposición, que agrup ab a a los tradicionalistas m ongoles, los nestorianos y los
budistas, así com o a vasallos arm enios y francos, acabó po r im ponerse y p erm itió
a A rgún, o tro hijo de A b áq á , to m ar el p o d er (agosto de 1284).
El nuevo já n , de religión b údica, m ostró una gran tolerancia hacia todas las
religiones, com prendido el Islam , lo qu e perm itió , sobre todo a los m usulm anes,
ser juzgados según la ley coránica; su m inistro de F inanzas, Sacd al-D aw la, e ra
un ju d ío que restableció el o rd en en las finanzas y la adm inistración del E stad o
iljání, o b ran d o severam en te co n tra los abusos y los pillajes de los señores y jefes
m ilitares m ongoles. No o b sta n te , A rgún se m ostró tam bién hostil a los m am elu ­
cos: en 1285 dirigió una carta al papa H o n o rio IV p ro p o n ién d o le la organización
de una cruzada contra los sultanes de E gipto y, más ta rd e , en 1287, envió a E u ­
ropa con una misión al m onje n esto rian o R ab b an S aum a, de origen turco, que
se dirigió a R om a, Francia e In g laterra, p ero , ap a rte de un excelente recibim ien­
to, no obtuvo m ás que b u en as palabras. A rgún envió adem ás a dos em b ajad o res
a O ccidente que no tuvieron m ejor éxito , y el proyecto fue ab an d o n ad o .
La m uerte de A rgún en 1291 provocó la rebelión de los señores m ongoles
222 EU R O PA Y E L ISLAM EN L A ED A D M ED IA

contra su adm inistración y condujo al acceso al po d er de su h erm ano G ayjátú,


personaje de poco fuste qu e, p ara tra ta r de atajar una grave crisis financiera, in­
trodujo en Persia en 1294, tal com o se hacía en C hina, el sistem a del papel-m o­
neda (íchao). E ste sistem a tuvo com o consecuencia la detención de to d a actividad
com ercial y fue rápidam en te ab andonado. G ayjátü fue d errocado en abril de
1295, p ero su sucesor Baydu (abril-noviem bre de 1295) se m ostró incapaz de res­
tablecer el orden en las tierras y la au toridad del ján. G ázán (1295-1304) fue el
artífice de una profunda m odificación en el E stad o iljání: convertido al Islam sun-
ní y llevado al poder por el p artid o m usulm án con el em ir N oruz, inauguró su
reinado con violentas reacciones con tra cualquier o tra religión que no fuera la
del Islam , violencias cuyo instigador y ejecu to r era N oruz; los excesos de éste y
de sus partidarios indujeron a G ázán a reaccionar: en 1297 les hizo a rre sta r y
ejecutar. A p artir de entonces, G ázán procedió a un restablecim iento del o rden
en la adm inistración y en la econom ía del país y contó, sobre todo, a este respec­
to, con la ayuda de su visir R ashíd al-D ín Fadl A lláh, que fue tam bién el gran
h istoriador de los m ongoles. N o sólo supo restablecer la au toridad del ján y de
la adm inistración central, especialm ente de cara a los em ires m ongoles, sino que
tam bién favoreció en gran m edida a los agricultores en detrim en to de los n ó m a­
das y volvió a d ar vida al com ercio. Fue tam bién el p rim er iljání que em prendió
construcciones, todas religiosas, especialm ente en T abríz, su capital; por últim o,
m ostró una cierta benevolencia respecto a los m usulm anes shN es. E n política ex­
terior, continuó la política de los grandes jánes del siglo x m , atacando en dos
ocasiones el sultanato m am eluco en E gipto, sin resultados positivos, y se opuso
a la expansión de los ján es del C hagatáy hacia el o este.
Su herm ano y sucesor ó ld je y tíi (1304-1316) había sido cristiano; convertido
al Islam , siguió p rim eram en te la doctrina sh ff (1310): cristianos, m azdeístas e in­
cluso m usulm anes sunníes sufrieron vejaciones, discrim inaciones y h asta, a veces,
persecuciones, lo que provocó un clima de gu erra civil en el ján ato . En el e x te­
rior, Ó ldjeytíi trató en vano de p edir ayuda a los occidentales para luchar con tra
los m am elucos y condujo algunas expediciones contra ellos: intervino tam bién en
A sia M enor central, d onde el bey de Q aram án debió reconocerse su vasallo: al
este, le tom ó el A fganistán orien tal al ján de C hagatáy (1313), lo que acarreó
varios años de conflictos en los confines de los dos ján ato s. Ó ldjeytíi estableció
su capital en Sultániyya (1305), ciudad en la que hizo lev an tar construcciones sin,
por esto, olvidar T abríz, do n d e R ashíd al-D ín actuó d e igual m odo.
A bú S a'id (1316-1334), convertido en ján a los doce años, fue privado del eje r­
cicio del poder por el em ir C hú b án , que se deshizo de R ashíd al-D ín, ejecutado
en 1318, y debió luchar sin cesar contra facciones, algunas de las cuales eran di­
rigidas por sus propios hijos, com o fue el caso de T ím urtash en A sia M enor. Su
m uerte en 1327 acentuó las rivalidades internas que la m uerte de AbQ Sa'nd en
1334 no hizo m ás que am pliar; los em ires se d isputaron el p o d er sobre la to tali­
dad o partes del territo rio iljání, que no tuvo ya ján a su frente: el E stado de
los íljánes de Persia desaparecía sin gloria, p arcelado, desm em brado, y no volve­
ría a reco b rar una apariencia de unidad hasta el final del siglo, bajo la dom inación
de T am erlán. D e las dinastías locales que surgieron en to rn o a m ediados del siglo
xiv , algunas sobresalen m ás, com o las de los djaláyríes en Iraq y en A dharbáyd-
ján m eridional, los q ara qoyunlu en A sia M enor oriental y en Iraq sep ten trio n al,
UN ISLAM T U R C O O M ON GOL 22 3

los sarbedáríes en el M ázan d arán , los m uzaffaríes en el Fars y el K irm án, y los
kart en A fganistán: turcos, turcom anos, árabes y m ongoles se rep artiero n los res­
tos de un E stad o que no estuvo lejos de realizar la unidad de toda la región com ­
prendida en tre A sia M enor y A sia C entral.

Un m undo profundam ente dividido

La llegada de los m ongoles al oeste de A sia y al sur de Rusia pudo ser consi­
d erad a com o un fenóm eno histórico que ap o rtab a profundas p erturbaciones en
estas regiones. D e hecho, d u ran te este período de la Baja E dad M edia se o b se r­
va, en prim er lugar, la im plantación de un nuevo pueblo que produjo nuevos se­
ñores; adem ás, m ientras que el Islam había sido dom inante desde los siglos vn-
miii , el cham anism o, el budism o y diversas variantes del cristianism o (n esto rian o ,
o rto d o x o , latino) se im plantaron y, a veces, parece ser que p redom inaron sobre
el Islam ; p ero esta im plantación no fue muy p rofunda; la m ayoría de las poblacio­
nes som etidas perm aneció fiel a la religión m usulm ana y los jánes se convertían
ya fuera por convicción o por oportunism o político. No o b stan te, d u ran te un cier­
to tiem po, el espíritu de tolerancia prevaleció y las com unidades no m usulm anas
pudieron vivir seguras hasta las prim eras décadas del siglo xiv.
C onviene, sin em bargo, m atizar esta visión. Al principio de la expansión m o n ­
gola, los conquistadores son llevados por un entusiasm o que tiene su origen en
el hecho de que creen ser llam ados a realizar estas conquistas por una voluntad
celestial: ésta les habría escogido p ara ser sus instrum entos; las victorias logradas
serían un testim onio de esta voluntad. P ero, en realidad, los m ongoles no tienen
arraigada en su interior la religión o , en todo caso, m enos que algunos pueblos
a los que son incapaces de inculcar sus propias convicciones religiosas. D e hecho,
se produce el fenóm eno inverso, y ad o p tan , según las circunstancias, las influen­
cias externas o las influencias fam iliares (las m ujeres de los jánes desem p eñ aro n
un cierto papel a este resp ecto ), la religión «am biente». Los prim eros ján es de
Persia son budistas, en tan to que los de Q ipchaq son cham anistas, aun q u e sus
esposas son, en su m ayoría, nestorianas. La religión cristiana nestoriana, am plia­
m ente difundida por A sia central e incluso A sia o rien tal, fue la de varias tribus
m ongolas y turcas, y el llján Ó ldjeytü tan to com o el ján de Q ipchaq, S artaq, son
nestorianos (el prim ero se convertirá po sterio rm en te al Islam ). El budism o p rev a­
leció tam bién al com ienzo de la dinastía de los iljánes, ya que H úlágú, A b áq á y
A rgün eran adeptos de esta religión qu e parece h ab er p erdido su im portancia e
influencia desde el final del siglo x m . El cristianism o o rto d o x o y el cristianism o
latino tuvieron tam bién su período de gloria: d u ran te el m andato de los ján es de
Q ipchaq, una gran p arte de la población de R usia es o rto d o x a, y la Iglesia rusa
recibe bajo el reinado de M óngke T im úr privilegios que hicieron de ella casi una
v erdadera potencia, ém ula del p o d e r de los príncipes; los cristianos de O ccidente,
por su p arte, enviaron m isiones (casi siem pre de franciscanos), no sólo a C rim ea,
sino tam bién a las regiones del bajo V olta y, p rincipalm ente, a la capital, Saray.
C uando el Q ipchaq se islam izó, bajo el m an d ato de Ó zb ek , el espíritu de to le ra n ­
cia continuó vigente.
E n tre los íljánes, los nestorianos están igualm ente bien vistos, y el patriarca
224 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

M ar Y ahballahá 111 fue un testim onio de ello hasta el final de su vida; por su
p arte, los latinos d esem p eñ aro n un papel m ás político que religioso, y su p resen ­
cia en Persia quedó de m anifiesto, sobre todo, por un obispo en Sultaniyga.
A ntes de im ponerse en los dos ján ato s, el Islam conoció vicisitudes, sobre
todo e n tre los ¡Ijánes en la época de HQlágú: en efecto, esta religión sim bolizaba
para ellos el adversario esencial, el califa, y se sabe q u e, cuando invadió Iraq y
Siria, num erosas ciudades m usulm anas fueron, no solam ente saqu ead as, sino
tam bién destruidas, y su población m usulm ana, a m en u d c, exterm inada. Con
todo, allí tam bién triunfó la tolerancia, tal vez bajo la presión de las necesidades,
pues los m ongoles se vieron obligados a recurrir a los go b ern ad o res y los adm inis­
tradores m usulm anes en las regiones de población islám ica. P ero , poco a poco,
el Islam recupera el terren o perd id o e incluso m ás ya q u e, tan to en el Q ipchaq
com o en Persia, los ján es se convierten al Islam , sin ab an d o n ar p or esto su espí­
ritu de tolerancia la m ayoría de las veces, pues, a lo largo del siglo x iv , sólo tu ­
vieron lugar algunas persecuciones o algunos m ovim ientos de represión co n tra
los cristianos, los budistas y los m azdeístas. La disgregación del já n a to de Q ip ­
chaq tuvo com o consecuencia la casi total desaparición de cualquier religión que
no fuera la del Islam en toda la extensión de su territo rio : solam ente se co nserva­
ron algunos núcleos cristianos de ritos diversos, p ero no desem p eñ aro n ya más
que un reducido papel.
Los problem as religiosos son un aspecto de las relaciones establecidas e n tre
dirigentes m ongoles, príncipes o em ires locales y elem entos diversos de la p o b la­
ción. Los ján ato s son conjuntos h eterogéneos tanto desde el p u nto de vista étnico
com o desde el punto de vista social; d u ran te algún tiem po después de su invasión,
los m ongoles continúan com portándose com o nóm adas, pero la posesión de tie­
rras, el control de las ciudades y la fundación de capitales hizo de ellos sem i-nó-
m adas y, en algunos casos, sedentarios. A u n q u e al principio de su expansión los
m ongoles transform aron regiones de cultivos en regiones de estepas, m ás a d a p ta ­
das a su tipo de vida, m ás tard e los ján es advirtieron el e rro r de esta concepción
y, por el co n trario , fom entaron la agricultura, sobre todo en Rusia del sur. E ste
fom ento benefició a los príncipes rusos, vasallos de los ján es, pero tam bién a los
notables y m iem bros de la fam ilia de los soberanos, poseedores de tierras; éstos,
todopod erosos sobre las tierras y sus hab itan tes, se con tab an igualm ente e n tre
los jefes m ás im portantes del ejército. La preem inencia otorg ad a a los begs feu d a­
les y, po sterio rm en te, las rivalidades en tre los begs, fueron algunas d e las causas
determ in an tes de la disolución del p o d er de los ján es y del debilitam iento o la
desaparición de los ján ato s m ongoles.

¿Un m u n d o abierto de Crimea a C h inal

Los conflictos con los m am elucos de E gipto y con el já n a to de Q ipchaq, la


progresiva desaparición de los E stados latinos de P alestina y Siria y, al m enos
hasta el prim er tercio del siglo x iv la prim acía de los elem entos nóm adas o sem i-
nóm adas sobre los cam pesinos o sed en tario s, im pidieron sin du d a cualquier d esa­
rrollo económ ico y casi todas las relaciones con los occidentales: solam ente se
m antuvieron las relaciones con el já n a to del C hagatáy, en la m edida en q u e, ep i­
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 225

sódicam ente, no surgen conflictos con él. A u n q u e hasta el principio del siglo, x iv
los cristianos estuvieron en la co rte y los m ercaderes genoveses pudieron estab le­
cerse en la Persia del n o rte , au n q u e G ázán fo m en tara en érgicam ente el ren aci­
m iento de la agricultura, desde su m u erte y, más aú n , después de Ó ldjey tü , la
disgregación del E stad o de los iljánes tuvo com o consecuencia una interrupción
casi total de las relaciones económ icas con los italianos, así com o de la utilización
de la ruta com ercial hacia el A sia central que pasaba p o r Asia M en o r, Iraq del
n orte y Persia. La desaparición del sultan ato seldjúqí en A sia M enor y la co n sti­
tución en esta región de beyliks in d ep en d ien tes y, a m en u d o , rivales, consagra el
ab andono de las rutas qu e la atrav esab an en el siglo x m , en favor de la qu e p a­
saba por el sultanato m am eluco, m ucho m ás estable y segura, o de la que pasaba
po r C onstantinopla, C rim ea y el já n a to de Q ipchaq.
E ste últim o parece ser que se benefició muy p ro n to de condiciones favorables:
en prim er lugar, no tuvo que com b atir, de m anera tan violenta com o los iljánes,
a las poblaciones m usulm anas qu e residían en su territo rio ; los elem en to s rusos
no constituían una fuerza su ficientem ente organizada p ara op o n erse a las decisio­
nes políticas o económ icas de los ján es, y lo mism o ocu rría en el caso de los tu r­
cos o de los búlgaros del V olga. Las estru ctu ras sociales tradicionales de los m o n ­
goles en co n traro n un te rre n o ap ro p iad o en las estepas de la R usia del sur o del
D echt-i Q ipchaq. A u n q u e, no o b sta n te , la agricultura acabó por ser fom entada
(el hecho de la utilización de esclavos tom ados de todas p artes, hizo pensar en
una sociedad de tipo feudal, au n q u e evitando cualquier com paración con E u ro ­
p a), las producciones de esta agricultura no son solam ente indispensables en la
vida cotidiana de los habitantes: constituyen tam bién una parte im p o rtan te de los
productos de im portación buscados p o r los com erciantes italianos de C rim ea.
H ay que hacer constar tam bién que lo esencial de los im puestos cobrados a los
habitantes proviene de los cam pesinos, m ucho más controlables que las o tras ca­
tegorías sociales.
C onviene tam bién evidenciar o tro aspecto de la econom ía de Q ipchaq: el
poco interés por las ciudades m o strad o d u ran te m ucho tiem po por los ján es q u e,
al m enos hasta el siglo x iv , no ad q u iriero n la noción de una residencia estable y
no conocían, en este asp ecto , más qu e las ciudades de M ongolia o de C hina, h a­
cia las que no d u d aron en enviar a los artesanos rusos de los que se enorgullecían
Kiev y otras ciudades rusas. Se pro d u jo así una degradación de las instituciones
urbanas y una influencia de las leyes consuetudinarias m ongolas en los p rincipa­
dos rusos.
P ero es en el ám bito de las relaciones com erciales con el im perio de C o n stan ­
tinopla y con las ciudades m ercantiles italianas d onde el já n a to de Q ipchaq o b tu ­
vo m ejores resultados. C onstan tin o p la es p ara los griegos y para los italianos (p ri­
m ero los genoveses y luego los venecianos) el p u erto d o n d e hacen escala los n a­
vios que se dirigen a C rim ea o T reb iso n d a, constituyendo este últim o p u erto el
p u n to de partida de la ru ta qu e, a través de E rzu rü m , la antes llam ada T eodosió-
polis, conduce a T abriz. H asta el final del siglo x m , los genoveses y, en m enor
m edida, los venecianos utilizaron este p u erto y esta ru ta , aprovechando la a p e r­
tu ra del m ar N egro que les fue concedida en 1261 a los genoveses p or M iguel
V III P aleólogo. Según p arece, este tráfico no perjudicó m ucho al com ercio que
los genoveses efectuaban en dirección a Persia y A rm en ia a p artir del p u erto de
226 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

Lajazzo, en el golfo de A leja n d reta , y a través del A sia M en o r o rien tal. P e ro , a


principios del siglo x iv , la disgregación del su ltan ato seldjOqí y el d eso rd en polí­
tico y m ilitar que provocó en to rp eciero n co n sid erab lem en te la utilización d e esta
segunda ruta. E n cuand o a la p rim era, la evolución del já n a to de los íljanes le
produce un im p o rtan te perjuicio.
A p artir de ento n ces, griegos e italianos dirigen sus esfuerzos hacia C rim ea.
E n otro s tiem pos, ya muy rem o to s, los bizantinos p rácticam en te se habían rese r­
vado el m onopolio del com ercio del m ar N egro, so b re to d o en lo co n cern ien te
al com ercio de trigo, d e gran im portancia p ara el aprovisionam iento de C o n stan ­
tinopla. C on la llegada de los genoveses y los italianos, el m onopolio d esap arece.
Y a en la época de la ocupación latina de C o n stan tin o p la, los m ercad eres italianos
habían tratad o de traficar con el sur de R usia, que vivía, a la sazón, bajo la d o ­
m inación m ongola: en 1247, el m isionero Ju an d e P lano C arpino e n co n tró m erca­
deres italianos en Kiev. P ero tal vez estos m ercaderes estab an entonces m ás in te­
resados p o r el tráfico de m ercancías pro v en ien tes de los países del m ar B áltico.
En 1253, o tro m isionero, G u illerm o de R u b ru ck , hace m ención de qu e Soldaia
(o S u d ak ), en C rim ea, es lugar de e n cu en tro de los com erciantes de R usia y de
T u rq u ía; en 1260, N iccoló y M atteo P olo, tíos del viajero qu e se hará ilustre m ás
tard e, M arco Polo, en cu en tran en Sudak m uchos m ercad eres «latinos» q u e hicie­
ron de este p u erto el c en tro de su negocio. La ciudad de S u d ak , ad m in istrad a
po r un sebaste griego, au n q u e som etido al já n m ongol, conservaba una cierta au ­
tonom ía; sus relaciones políticas, religiosas y com erciales con la capital del im p e­
rio griego y los pu erto s del litoral de A sia M en o r hacían de esta ciudad el m ás
im p o rtan te m ercado de las costas de C rim ea. R ubruck com enta qu e se iba a Su­
dak a cam biar las telas de seda y de algodón, así com o las especias llegadas de
T u rq u ía y de otras p artes, p o r las pieles de R usia.
La fundación d e la colonia genovesa de C affa se rem o n ta a 1266, fecha de la
concesión a los genoveses de un te rren o p ara estab lecer en él un consulado y un
alm acén. La instalación genovesa fue facilitada por el tra tad o de N infea, ac o rd a ­
do con M iguel V III, que Ies ab re el paso del B ósforo hacia el m ar N egro, y por
el tratad o de 1263 firm ado p o r M iguel Paleólogo con el sultán m am eluco B aybars
y el ján m ongol de Q ipch aq , trata d o que tenía p or o bjetivo principal el com ercio
de los esclavos de R usia, G eo rg ia y el C áucaso con destin o a E gipto: los gen o v e­
ses desem p eñ aro n un im p o rtan te papel en este co m ercio, en el q u e actu aro n a
m enudo de interm ediario s. La ciudad de C affa, au n q u e d estru id a dos veces, en
1296 y en 1308, fue reco n stru id a en 1316 y e x p erim en tó entonces una gran ex p a n ­
sión; adem ás de los genoveses, los m ás n um erosos, se en co n trab an allí m ercad e­
res de todas las procedencias, eu ro p e a , griega, á ra b e , tu rca, persa y m ongola.
D e esta época d ata el C odex com a n icu s, diccionario cum ano (n o m b re de un a tri­
bu tu rca)-p ersa-latin o , que p ro b ab lem en te iba dirigido a los m ercaderes y los m i­
sioneros.
L os principales rivales de los genoveses, los venecianos, p resentes en Sudak
en to rn o a 1285, están im plicados tam bién en el com ercio de los esclavos y en
todo el tráfico com ercial q u e, desde C rim ea, llegaba a Saray y, desde allí, al A sia
C en tral y a la C hina. A principio del siglo x iv , Ju an de M ontecorvino, enviado
de R om a a Pekín com o arzobispo, consideraba qu e la ru ta de C affa, a través de
Saray y A lm alig a Jánbalig (P ek ín ), era la m ás p ráctica «cuando no era dem asía-
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 22 7

do p ertu rb ad a po r las guerras». P eg o lo tti, p o r su p a rte , p ro p o rcio n ó un itin erario


detallado de C rim ea a C hin a, con indicaciones prácticas: co stu m b res, m edios de
trasp o rte, m onedas a utilizar, etc é te ra . E n 1333, en ján Ó zbek p erm itió a los ve­
necianos establecerse en T a n a , en la d esem b o cad u ra del D on: desde ese m o m en ­
to estuvieron en igualdad de condiciones con G én o v a en el m ar N egro; los v e n e ­
cianos prevalecieron, fin alm en te, en el curso del siglo xiv . P ero el com ercio ita­
liano sería echado a p e rd e r p o r el ján T ojtam ish q u e devastó Saray y A stracán y
se ap o d eró de T an a, do n d e ex term in ó a la población italiana. El com ercio de
seda de C hina, q ue los italianos hacían pasar p o r C rim ea, se vio in terru m p id o
p o r la desaparición de los p u n to s de enlace. Sin e m b arg o , C affa con tin u ó d esem ­
p eñ an d o un pap el, especialm en te p o r la ex portación de los p roductos de las tie­
rras del in terio r de R usia: trigo, m ad era , sal, pieles y, so b re to d o , p o r el com ercio
de esclavos, del qu e E gipto era siem pre cliente.
, D e hecho, d u ran te to d o el tiem po qu e la p a x m ongolica reinó en el Q ip ch aq ,
el já n a to ex p erim en tó una c ierta p ro sp erid ad y fue un lugar de in tercam bios h u ­
m anos, religiosos y com erciales. Los m ongoles su p iero n , d u ran te m ás de un siglo,
m erced a su fuerza y a su to leran cia, afianzar su d om inio so b re pueblos m uy d i­
versos. Su adhesión al Islam , q u e h ab ría p odido m ejo rar las relaciones con sus
vecinos y p ro p o rcio n ar la unidad religiosa, no les trajo la solución a todos los
problem as q ue se les p lan te a ro n a lo largo del siglo x iv . A l ser tan d iferen tes de
los pueblos que habían so m etid o , a la p o stre fueron ellos los asim ilados y no los
asim iladores, y los elem en to s de civilización que in tro d u jero n en el Próxim o
O rien te fueron desap arecien d o poco a poco. C u an d o , a p artir del final del siglo
x v y en el siglo x v i, el E stad o o to m an o establece su po d er en la totalidad del
A sia M en o r, la Persia occidental, Iraq y las orillas del m ar N egro, lo qu e q u ed a
del E stad o m ongol está co m p letam en te sep arad o del m undo occidental: p ero la
ofensiva de T am erlán , a finales del siglo x iv , había puesto ya p u nto final a lo
que había sido la dom inación m ongola.

Los B a lca n es turco s

U no de los m otivos de orgullo del nuevo su ltán , M ehm et 11, e ra el d e h a b er


conquistado la capital bizantina (29 de m ayo de 1453); p ero , en realid ad , el im p e­
rio griego no rep resen ta b a ya gran cosa en el plano territo rial y constituía m ás
bien un sím bolo po r su gran d eza pasada y su papel político; adem ás, C o n stan tin o ­
pla e ra p ara los turcos un p u n to de paso e n tre E u ro p a y A sia, un cen tro e c o n ó ­
m ico in teresa n te, y sobre to d o , significaba el final de la unidad del E sta d o o to m a ­
no. E s en to n ces, en efecto , c u an d o v erd ad e ra m e n te se p u ed e h ab lar de un «im ­
perio» o to m an o , au n q u e los turcos no utilizaran nunca esta p alab ra. Igualm ente
es preciso o bserv ar qu e el p o d er turco aparecía com o el m ás tem ible de E u ro p a ,
tan to p o r sus tro p as (y su artillería) com o p o r su organización in tern a.
H asta su m u erte en 1481, M eh m et II prosiguió sus expediciones, g e n eralm en ­
te victoriosas. E n lo sucesivo ya no h ab ría en el sen o del E stad o o to m an o
22 8 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

príncipes o territorios más o m enos d ep endientes: existe un v erd ad ero E stad o


unitario, cuyo único so b eran o es el sultán o to m an o , secundado p o r una adm inis­
tración centralizada cuyos responsables son el gran visir y los g o b ern ad o res de
las provincias de R um elia y de A natolia.

¿Hacia un nuevo im perio de O riente?

A unque el reinado de B ayaceto II (1481-1512) supone una relativa pausa en


el m ovim iento de expansión, los de Selím I (1515-1520) y Solim án el M agnífico
(1520-1566) constituyen, en cam bio, el apogeo del im perio o to m an o , de su ex te n ­
sión y de su prestigio.
A la m uerte de M ehm et II el C onq u istad o r, la rivalidad e n tre sus hijos, B aya­
ceto y D jem , trajo consigo algunos disturbios, aun q u e poco im po rtan tes, pues B a­
yaceto contaba con el apoyo de los jenízaros; sin em bargo, D jem , que buscó la
ayuda de los m am elucos y m ás tarde la de los caballeros de R odas, fue traslad ad o
por éstos a Francia y luego a Italia, donde m urió en 1495: en un m om ento d ado
se tem ió que llegara a ser un p retex to p ara una intervención eu ro p ea. E n lo que
se refiere a H ungría, la paz fue m antenida casi siem pre, a p esar de que los o to ­
m anos in ten taro n , sin éxito, ap o d erarse de B elgrado. En cam bio, se pro d u jero n
conflictos con V enecia, que perdió sus bases en el Peloponeso, y con los m am e­
lucos, que ocupaban Cilicia y tem ían ya la am enaza de los oto m an o s, convertidos
en sus vecinos m ás cercanos: tuvieron lugar algunos incidentes, sin consecuencias
definitivas, a propósito de la soberanía de dos p equeños principados lim ítrofes,
los de R am adán y D hú-I-Q adr, d ependientes a la sazón de los m am elucos. El
reinado de B ayaceto II fue sobre todo un período de estabilización y de o rg an i­
zación del E stado.
C on Selím I y Solim án el M agnífico, la expansión o to m an a experim en tó un
considerable desarrollo, cuyas causas son m últiples. D esde antes de la llegada al
p oder (que había usurpado) de Selím I, se habían producido algunos incidentes
de carácter religioso y político en A n atolia oriental: algunas tribus turcóm anas,
de rito m usulm án calaw í, es d ecir, próxim as al sh ffsm o y, p o r tan to , hetero d o x as,
habían resistido a toda asim ilación o conquista p o r p arte d e los o to m an o s y se
habían ag rupado bajo la dirección de uno de los jefes de tribu, Shdh Ism á^l q u e,
tras la desaparición de la dinastía de los A q Q oy u n lu , se había independizado y
había constituido un E stad o que englobaba A n ato lia o rien tal y el Irán occidental.
Sháh Ism á^l supo utilizar los sentim ientos anti-o to m an o s y anti-sunníes de los tu r­
com anos y hacerse considerar com o una reencarnación de cA li, el yerno y prim o
del P rofeta; aprovechándose de las disputas dinásticas que en tab lab an los hijos
de B ayaceto, p en etró en A nato lia e incluso intervino en estas querellas p o n ién d o ­
se de p arte del príncipe A h m ad , herm ano m ayor de Selím , que recibió tam bién
ayuda de tribus heterodo x as establecidas en A sia M enor. E stas revueltas llegaron
a su fin con la m uerte de A h m ad , y Selím d esen cad en ó entonces una violenta
ofensiva religiosa o rtodo x a y m ilitar co n tra Sháh Ismá°íl, que fue vencido, en
agosto de 1524, en C hald irán , cerca del lago V an: gracias a este éxito, deb id o en
parte a la superioridad de la m osquetería o to m an a, Selím pudo ocu p ar el A d h a r­
báydján y su capital, T abriz; p ero no intentó avanzar m ás, consciente de los p ro ­
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 229

blem as que se planteaban en A n ato lia y del peligro qu e supondría que Sháh Is-
m á^l pidiera ayuda a los sultanes m am elucos. T am bién en 1515 decidió o cu p ar
el principado de D hti-l-Q adr, vasallo de los egipcios, qu e se abstenían de in terv e­
nir en el conflicto en tre o to m an o s y safawíes. Sin em b arg o , el sultán m am eluco
Q ánsúh al-G úri, inquieto , envió un ejército al n o rte de Siria: p ero , una vez que
hubo im pedido a Selim el paso del ejército o to m an o a través de sus territo rio s
del sur anatolio, Selim , ap ro v ech an d o para acusarlo de colusión con los sh H es,
le atacó y d erro tó co m p letam en te en M ardj D ábiq, cerca de A lepo (24 de agosto
de 1516), batalla en cuyo curso el sultán m am eluco pereció y su ejército fue diez­
m ado. Siria y Palestina cayeron ráp id am en te; en diciem bre de 1516, una nueva
victoria en G azza abría el cam ino de E gipto y en en e ro de 1517 el nuevo sultán
m am eluco era vencido cerca de El C airo; poco tiem po después, la casi to talidad
de E gipto estaba en p oder de los o to m an o s, que ex p erim en tab an adem ás la a d h e ­
sión del jerife de La M eca, m ientras que el califa cabbásí era hecho prisionero y
enviado a Istam bul; pero Selim no o sten tó el título de califa y se d enom inó «pro­
tector y servidor de las ciudades santas».
T ras h ab er organizado el go b iern o de E gipto y Siria, convertidas en provincias
otom anas, en tró en Istam bul; tenía en perspectiva una nueva expedición co n tra
Sháh Ism á0!! y o tra con tra los caballeros de R odas, cuando m urió bruscam ente
en setiem bre de 1520.
Su reinado, au nque breve, fue im p o rtan te pues aseguró las fronteras o rie n ta ­
les del E stado e instauró la dom inación o to m an a en algunas de las provincias m ás
ricas del m undo árab e; adem ás, pro p o rcio n ó a los o to m an o s el control absoluto
del com ercio en tre el M ed iterrán eo y el o céano índico. Su hijo Sulaym án (Soli­
m án) le sucedió sin querella dinástica, y prosiguió la política de expansión de Se-
lím 1, aunque de m anera d iferente: así, desde su llegada al tro n o , levantó el b lo ­
q ueo de la frontera safawí, lo que le perm itió la reanudación del com ercio con
Irán y los países orientales; poco después de su advenim iento, tom ó B elgrado a
los húngaros (1521) y conquistó a continuación la isla de R odas, lo que g arantizó
la seguridad de la navegación en el M ed iterrán eo o rien tal (1522). A lo largo de
su reinado, condujo trece expediciones, diez a E u ro p a y tres a A sia, que dieron
com o resultado la m áxim a extensión del dom inio o to m an o ; H ungría fue p articu ­
larm ente el blanco de sus ataq u e s, uno de los cuales llegó hasta las m urallas de
V iena, sitiada d u ran te dos sem anas (setiem b re-o ctu b re de 1529).

¿O hacia un nuevo im perio cabbásP.

La historia de los países del O rien te Próxim o y M edio en la últim a p arte


de la E dad M edia y al principio de los tiem pos m odernos estuvo caracterizada
solam ente po r los m am elucos y los oto m an o s. C erca de éstos aparecen tam bién,
an tes y después de la invasión de T am erlán , algunas dinastías turcom anas que
desem peñan un im portan te papel en esta región; al igual que el ján a to de Q ip ­
chaq o el de la H orda de O ro , el E sta d o m ongol, establecido en las orillas sep ­
ten trio n ales del m ar N egro, ex p erim en ta una evolución que le h ará pasar p ro ­
gresivam ente de una situación de potencia d o m in ad o ra a una situación de va­
sallo de los otom anos: esto s últim os ap arecen , a lo largo del siglo x v i, com o
230 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

los d ueños indiscutibles de to d o el Próxim o O rien te y de algunas de las regiones


vecinas.
La tribu turcom ana de los C arn ero s N egros (Q a ra Q oyunlu) ap areció en A na-
tolia oriental a principio del siglo x iv —pero sólo a m ediados de este siglo se
m anifestó ostensiblem en te e n tre M osul y E rzu rú m bajo la dirección del em ir Ba-
yrám Jw ádja (hacia 1350-1380), y parece ser qu e vivió en ese tiem po m uchas
aventuras en tre los uyrat, los artu q íes y los djalá3iríes del este an ato lio y del alto
Irán. Su sucesor, Q ara M uham m ad (1380-1389), se liberó de la tu tela djalá3irí,
se en fren tó a los artuqíes y a los C arn ero s B lancos (A q Q o y u n lu), defen d ió sus
territorios contra T am erlán e incluso se ap o d eró de T abriz; m urió luchando co n ­
tra uno de sus em ires sublevados. T ras algunos años tu rb u len to s, Q a ra YQsuf
(1391-1420) se convirtió en jefe de la d inastía, que conoció entonces un destin o
glorioso; pero antes sufrió las consecuencias de la invasión de T am erlán , en co n tró
refugio ju n to al sultán o to m a n o , más tard e en Iraq , y finalm ente en D am asco
d onde fue tem p o ralm en te en carcelad o p o r el sultán m am eluco, au n q u e p u d o li­
b rarse de la co ndena a m u erte que se le im puso gracias al g o b ern ad o r de D am as­
co, Shayj. U na vez lib erad o , recu peró sus territo rio s anatolios (1404) y a p artir
de entonces los increm entó sistem áticam ente o cu p an d o A d h arb áy d ján , el Irán oc­
cidental e Iraq. E stas victorias in q u ietaro n al sultán m am eluco Shayj, que final­
m en te no hizo gran cosa, y sobre to d o al sultán del C hagataj, Sháh Ruj: éste
im pulsó a o tras tribus turcom anas (e n tre las qu e se e n co n trab an los A q Q o yunlu)
a atacar a Q ara Y úsuf, a quien acom etió él m ism o sin éxito. Q a ra Y üsuf m urió
y dejó a su hijo Isk an d ar un inm enso dom inio q u e éste defendió fren te a los A q
Q oyunlu y frente a Sháh Ruj con éxito , au n q u e tuvo serios conflictos con sus
herm anos: uno de ellos, D jihán Sháh, recabó la ayuda de Sháh R uj y acabó ven ­
ciendo en 1438 a Isk an d ar, que fue asesinado (1438), tras h ab er esp erad o en vano
la ayuda del ejército egipcio. D jihán Sháh (1438-1467) llevó a su apogeo el p res­
tigio del territo rio de los C arn ero s N egros, ex ten d ien d o su im perio fu n d am en tal­
m ente en Irán , en d etrim en to de los C hagatay, y pactando un tra ta d o de am istad
con el tim urí A bü S a^d. A dem ás fue un so b eran o ilustrado que atrajo a su co rte
de T abriz a literatos y sabios, y fue un gran co n stru cto r. Sin em b arg o , una ex p e­
dición que condujo en 1467 co n tra el so b eran o aq qoyunlu U zun H asan B eg aca­
bó trágicam ente y m arcó el final de la dinastía de los C arn ero s N egros, cuyos
territo rio s pasaron en su totalidad a m anos de los C arn ero s B lancos en 1469, una
vez que todos los hijos de D jihán Sháh e n co n traro n la m u erte.
La dinastía turcom an a de los C arn ero s B lancos (A q Q oyunlu) ap arece en la
región del D iyár B akr en el curso del siglo x iv y se m antiene allí h asta 1502. El
prim er gran personaje de esta dinastía fue Q ara Y ülüq cU th m án q u e, tras algunos
conflictos con Q ara M uham m ad (C arn ero s N egros) y B urhán al-D ín de Sivas, se
unió a T am erlán , que le confirm ó la posesión del D iyár B akr; más tard e, fueron
confinados en este territo rio p or el p o d er de los Q ara Q oyunlu y so lam en te con
U zun H asan Beg (1466-1478) los A q Q oyu n lu , lim itados al oeste p o r los p ro g re­
sos d e los o to m an o s, se volvieron hacia el e ste, triu n faro n sobre D jihán Sháh y
el tim urí A bü Sa°id y exten d iero n su dom inio p o r to d o el Iraq , Irán y A fganistán
occidental. Su hijo Y acküb (1478-1490) tuvo un rein ad o fácil; p e ro , tras él, las
distensiones internas y, so b re to d o , la in contenible pujanza de los sefevíes de
A natolia o rien tal y de Irán occidental —q u e, ad em ás, se esforzaban p o r in co rp o ­
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 231

rar al Islam sh N a las tribus turco m an as de esta re g ió n — condu jero n a una g u erra
cuyo resultado fue la d e rro ta total de los A q Q oyunlu en A rm en ia, en 1502. U n
hijo de Y acküb, M urad, e n co n tró refugio p o sterio rm en te ju n to a los o to m an o s y
p articipó en la expedición del sultán Selim I co n tra el safaw í Sháh Ism á^l (1514);
p ero m urió poco después.
D u ran te el gran p erío d o de los reinados de U zun H asan y de Y ack ú b , los A q
Q oyunlu aparecieron a los ojos de algunos o ccidentales (el p ap a d o , V enecia)
com o un posible aliado en una coalición co n tra los o to m an o s, a u n q u e sin éxito.
U zun H asan fue con sid erad o , p o r o tra p arte , com o u no de los grandes so b eran o s
de esta época, tan to por su p o d e r com o p o r sus cualidades de legislador y ad m i­
n istrador, su interés po r las actividades com erciales, cuyo cen tro era P ersia, y su
afición a las artes y las letras. Al igual qu e los Q a ra Q o y u n lu, hizo de T ab riz una
capital brillante do n d e convivían las cu ltu ras á ra b e , turca y persa.
E stas dos dinastías turco m an as, qu e supieron sobrevivir a las expediciones de
T am erlán , tuvieron por vecinos a p o tencias ev en tu a lm en te peligrosas, los m am e­
lucos y los oto m an o s, p ero finalm ente supieron ev itar la confrontación y dirigie­
ron sus actividades conq u istad o ras hacia el este, d o n d e contrib u y ero n so b re todo
los A q Q oyunlu, a p o n e r p u n to final a lo qu e q u ed ab a del p o d er m ongol en tre
el T urkestán y el Próxim o O rie n te . Sus luchas intestinas, y m ás tard e la de los
A q Q oyunlu con los sefevíes, acab aro n a la p o stre p o r aseg u rar la victoria de los
otom anos.
E sta o jeada a las etap as esenciales de la expansión turca, que co m p letarán
m ás ad elan te las observaciones necesarias sobre la organización progresiva de la
conquista, no p uede exim ir de una m irada m ás a te n ta a estos «nuevos B alcanes»
que los turcos d o m in aro n , así com o lo hicieron en E gipto, a lo largo de tres si­
glos.

La caída de la fortaleza albanesa

La designación de los albaneses por su nom bre étnico se revela com o una a b ­
soluta necesidad m ás qu e p ara cualq u ier o tro pueblo de la península balcánica,
a causa de la ausencia d e una organización estatal que p u d iera fijar su especifici­
dad. A sí pues, la historia m edieval de los albaneses

...al no coincidir con la historia de una formación étnica balcánica unitaria ... es la
historia de una nacionalidad form ada por un elem ento étnico balcánico muy anti­
guo, a partir de la comunidad de lengua y habitus espiritual expresados en su civili­
zación, y del territorio com ún, la historia, pues, de una nacionalidad perfectam ente
delim itada desde hacía tiem po entre las demás fuerzas form adas durante el mismo
período en nuestra península.

N o cabe duda qu e la configuración geográfica del país, con sus costas ab iertas
hacia Italia, favoreció la intersección de diversos facto res, qu e fueron desd e las
reivindicaciones de la S anta Sede so b re el Illiricum eclesiástico hasta las p re te n ­
siones de ocupación territo rial de los no rm an d o s de Italia y de los angevinos de
N ápoles —que lograron fu n d ar en 1272 un efím ero «reino de A lbania», g o b e rn a ­
232 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

do por C arlos de A njou —, pasando p o r la introducción de los venecianos, los


am alfitanos, los ragusinos, los griegos y los judíos en la vida económ ica y, sobre
todo, en el ejercicio del com ercio.
Es así com o las ciudades costeras de D irraquio (D urazzo, la antigua E pidam -
nos, la D urres actual) y A vión (V alo n a), im portantes bases navales y p u erto s de
una gran actividad, así com o K anina (K an in é), considerada com o la acrópolis de
A vión, p resentaban un carácter cosm opolita, frecuentadas e incluso h ab itad as por
un pueblo abigarrado de orígenes étnicos diversos. Si bien es v erd ad , no o b stan ­
te, q ue, a causa de la larga acción del d esp o tad o de E gipto y del interés que estos
lugares revistieron para las defensas occidentales de Bizancio con la restauración
de los P aleólogos, la influencia bizantina fue p rep o n d eran te del siglo x m al x iv ,
por no decir desde el siglo xi. A polonia, la antigua colonia de K erkyra (C o rfú ),
reem plazada por el burgo m edieval de Polina, así com o la ciudad de tierras a d e n ­
tro , B elegrada (la antigua Pulqueriópolis, la actual B erat), calificada de « fortale­
za de R om ania», guardab an hasta una época reciente vivos recuerdos del helenis­
mo. El im pacto griego fue acusado incluso en la región de A lbanon (o A rb a n o n ),
con su centro de C roya, el h ábitat prim itivo de los albaneses, qu e co m prendía el
país altam ente m ontañoso situado en tre los ríos M ati e Isam o, y que en el siglo
x v había alcanzado, al n o rte, la línea A ntivari-P odgorica-P rizren.
D e todos los pueblos de la península balcánica, los albaneses fueron los ú lti­
mos en form ar parte de la historia. E n efecto, las fuentes bizantinas no em piezan
a m encionar a este antiguo y conocido pueblo más que en relación con los aco n ­
tecim ientos del siglo xi, y es tam bién a través de estas mismas fuentes, p rincipal­
m ente, com o hem os tenido conocim iento de la gran aventura del siglo x iv , es
decir, la expansión de los albaneses hacia el sur de G recia, lo que constituyó el
fenóm eno crucial de su historia considerada en su conjunto. Según C an tacu cen o ,
bajo el reinado de A ndrónico III los albaneses habían ocupado ya la p arte m o n ­
tañosa de Tesalia y vivían lejos de las ciudades, en aldeas inaccesibles, p ad ecien ­
do los rigores del invierno y los ataques bizantinos. N o estab an constituidos en
E stado y tom aban su nom bre de los jefes de las tribus (phylarhoi, según C an tacu ­
ceno), en este caso m alakasioi, m bnioi y mésaritai. Sin du d a, sus m últiples co n ­
tactos con los griegos del desp o tad o de E p iro y con los occidentales qu e d esem ­
barcaban en sus costas con la intención de esparcirse hacia el in terio r del país,
les había sugerido la ruta a seguir, p ero , sobre to d o , fue en calidad de invitados
com o pudieron avanzar hacia el sur, anim ados p or los señores griegos y latinos,
que tenían necesidad de m ano de o b ra para los trabajos de los cam pos y de sol­
dados para hacer la guerra. Sin em bargo, su espíritu rebelde no tard aría en resu r­
gir, com o en el caso de las tribus albanesas de la región de B elegrada y de K anina
así com o las de T esalia, sobre las que A n d rónico III sólo consiguió la victoria
con la ayuda de las trop as turcas de U m ur (1337).
El hundim iento del E stado servio de D usán y, poco después, la d e rro ta que
los albaneses inflingieron a su d ésp o ta, N icéforo II, en la batalla de A queldos
(1358), en la que el déspota enco n tró la m u erte, abrieron el cam ino al d esarrollo
de diversos principados albaneses o de o tro s q u e, al m ando de príncipes no a lb a­
neses, englobaban territo rio s con una gran proporción de población albanesa: en
la prim era categoría en tran los principados erigidos en E p iro y en E tolia-A carna-
nia, uno g obernado por P jeter Ljosha en A rta y R ogoi, y el o tro p o r G hin Búa
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 233

Spata en A chelóos y A ngelocastron, abolidos en 1418 p or C ario I T occo, duque


de Leucade y conde palatin o de C efalonia, así com o el de K arolo T h o p ia, el p rin ­
ceps A lb a n ie, con su cen tro en D u rres; form ando p arte de la segunda categoría
puede considerarse el p eq u eñ o principado de los C om nenos, en V lore, y el esen­
cialm ente servio de los herm anos Balsid, de Z eta , en que habían conseguido ex­
ten d er su dom inio sobre una gran p arte de A lbania hasta H im ara y B elegrada al
sur, antes de la pérdida de su capital, S k ad ar (S h k o d ér en albanés, S cutari), que
acabó po r caer en m anos de los venecianos a la m uerte del últim o Balsié (1421).
E n lo referente a la colonización de los albaneses en el Peloponeso, tuvo lugar
en dos principales etapas: p rim era m en te, bajo el g o bierno del d ésp o ta M anuel
C antacuceno (1348-1380) y, m ás ta rd e, bajo el m an d ato de T eo d o ro 1 Paleólogo
(1383-1407), que perm itió , p or las razones ya expuestas, la instalación de 10.000
albaneses, con sus fam ilias y su ganado. A pro p ó sito de estos últim os, M anuel II
JPaleólogo escribe que

...los recién llegados se instalaban en cantones desiertos; se talaban los árboles y se


hacía el país habitable y cultivado. Muchas de las regiones salvajes no tenían otra
utilidad que la de ofrecer refugios a los salteadores; por obra de cultivadores exper­
tos, se sem braron y plantaron en ellas diversas especies.

Las poblaciones albanesas de M orea com b atiero n en diversas ocasiones ju n to


a la población griega co n tra las continuas oleadas de los invasores turcos, en Ta-
via, en H exam ilion y en o tras partes. No o b stan te, la caída de C onstan tin o p la,
en 1453, fue el d eto n an te para una rebelión general de los albaneses, a fin de
im poner su hegem onía en la península, al m ando del g o b ern ad o r de M agno, M a­
nuel C antacuceno, prim ogénito del em p e ra d o r M ateo , a quien ofrecieron el d e ­
sem peño del p oder. E sta rebelión, que a T u rak h an -b ey le costó m ucho trabajo
sofocar co m p letam ente, prestan d o su ayuda a los d éspotas T om ás y D em etrio Pa­
leólogo, ponía aún m ás a las claras la singular situación en la que se e n c o n tra b a n
los albaneses de M orea q u e, a p esar de los privilegios de los que habían disfru ta­
do am pliam en te, estaban al m argen de las poblaciones indígenas, form ando g ru ­
pos totalm ente aislados en tre ellos. P or o tra p arte , la designación a la cabeza de
los rebeldes no de un jefe de tribu albanés sino, p o r ex traño que parezca, de un
príncipe griego, hay que relacionarla con el antagonism o siem pre existente en tre
los Paleólogos y los C antacucenos que au n q u e no ofrecieran una causa a la suble­
vación de los albaneses, al m enos la sirvieron.
Al m ism o tiem po, en la A lbania p ro p iam en te d icha, la población seguía h a ­
ciendo frente a los o tom an o s, m andados p o r Jorge C astrio ta S kanderbeg (1405-
1468), el capitaneus generalis de la «Liga de los señores albaneses», creada en
Lesh com o un organism o que tenía p o r objetivo co o rd in ar las fuerzas m ilitares
de sus m iem bros. A l igual que los em p erad o res bizantinos, S k anderbeg in ten tó
en prim er lugar m an ten er relaciones con H un g ría, el reino de N ápoles o V enecia,
pero p ro n to fue obligado a co n tin u ar solo, a la cabeza de su pueb lo , un co m bate
sin esp eranza, y p ro n to legendario. El «atleta de C risto», sacando p artid o a las
mil m aravillas del relieve y de las m on tañ as albanesas, no hizo caso d u ra n te m u ­
cho tiem po de los esfuerzos o tom anos: un ataq u e p or sorpresa le p erm itió en
1457, en A lesio, destru ir un ejército turco; este hecho conm ovió a O cciden­
234 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

te y le dio un p retex to p ara actu a r. P ero el apoyo pro m etid o p or M atías C orvin
de H ungría acabó en agua de b o rrajas, com o en el caso de los vagos com prom isos
del rey de Francia o de A lfonso de A rag ó n , en 1461, 1464 y 1465. E n tre treguas
y em boscadas, S kanderb eg fue retro ced ien d o poco a poco ante el enem igo. E n
1466, b lo q ueado en K roja, sin víveres y sin esp eran za, renunció a la lucha y m u­
rió dos años m ás tarde: en R o m a se decidió co nstruirle una estatu a. D u ra n te diez
años todavía, algunos sobresaltos dieron pru eb a de la vitalidad alb an esa, qu e lu e­
go se sum ergió en el silencio.

L a elim inación de los servios

T ras la derro ta de K osovo, Servia se convirtió definitivam ente en trib u taria


de los o tom anos; el hijo y sucesor de L ázaro, E steb an Lazarevié (1389-1427), p a r­
ticipó en todas las grandes expediciones al lado de los sultanes, en V alaquia
(1395), en N icópolis (1396) y en la b atalla de A n k ara (1402). N o o b stan te , h ubo
por p arte de los servios breves in ten to n as p ara librarse de estas hum illantes o bli­
gaciones, sobre tod o después de A n k ara y en relación con el d esarro llo de las
relaciones e n tre Servia y H u n g ría, a la que L azarevié prefirió so m eterse. E s en
esta época cuando recup eró B elgrado, que convirtió en su capital, y p restó ayuda
al rey S egism undo contra B osnia, acción p or la q u e recibió en recom pensa de
parte del rey húngaro la ciudad m inera de S rebnica, que constituyó d esp u és la
m anzana de la discordia e n tre Servia y B osnia hasta su ocupación final p o r los
otom anos.
P or o tra p a rte , la guerra civil o to m an a qu e siguió a la batalla de A n k ara p e r­
m itió a Servia ex ten d e r su influencia sobre Z e ta , ab rien d o así el cam ino hacia el
m ar. Sin em bargo, no p u d o , al actu a r así, o p o n erse eficazm ente a los venecianos,
cuyas m iras estaban puestas desde siem pre en las costas adriáticas o rien tales y
que consiguieron conqu istar a los servios las ciudades de S k ad ar y D ulcigno, y
más tarde B ar y B udva.
El sucesor de E steban Lazarevié, Jorge B rankovié (1427-1456), qu e devolvió
B elgrado a los húngaros según lo pactad o en un tra ta d o que h abían llevado a
cabo con su pred eceso r, fue obligado a acep tar una vez m ás el señorío feudal de
los o to m an o s, qu e no cesaban de p ro g resar hacia el in terio r de Servia a p o d e rá n ­
dose de las ciudades de N is, K rusevac y G olubac. La últim a capital del E stad o
servio fue, a la sazón, S m ederevo (S em en dria), situ ad a en las orillas del D an u b io
y en la fro n tera h úngara, d o n d e fue construida una nueva fortaleza con la a u to ­
rización de M urád 11. P ero sería p o r poco tiem po el últim o bastión de la in d ep e n ­
dencia, incluso condicional, de Servia: al rendirse a M urád tras un sitio d e tres
m eses (1439), fue cedida de nuevo a B rankovié en recom pensa p o r su actitud
d u ran te la cruzada cristiana de 1444, p ara ser definitivam ente con q u istad a (1459)
por M ehm et II, tras la caída de C o n stan tin o p la. E n tre ta n to , to d a Servia, con
las ciudades de N ovo-B rdo, T rep ca, P rístina, P rizren , Peé, G olu b ac, R esav a, e t­
c éte ra, caía en m anos de los o to m an o s, al m an d o del últim o p ríncipe, L azar
B rankovié (1456-1458). S olam ente las regiones m ontañosas de Z e ta pu d iero n
prolongar d u ran te un cierto tiem po su indep en d en cia bajo el peso de la fam ilia
de C ernojevié, que incluso fundó una cap ital, C etin je, d o n d e se puso en m archa
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 235

la prim era im prenta servia. Los C ernojevié sucum bieron d efinitivam ente a n te el
sultán en 1499.
E n lo referen te a B elgrado, llam ada en O ccidente «la m uralla de la cristian ­
dad», tras h ab er resistido h ero icam en te dos d u ro s sitios (1440 y 1456), prosiguió
su existencia d u ran te casi un siglo bajo la so b eran ía de H ungría com o « b anato
de B elgrado», a la q ue p erten ecían igualm ente las plazas fuertes de Z em ú n y de
Slankam en; tras violentos co m bates y b o m b ard eo s de artillería, cayó en m anos
de Solim án II el 29 de agosto de 1521.
Sólo la república aristocrática de R agusa en D alm acia, en tre todos los E stados
balcánicos, consiguió escap ar de la dom inación o to m an a, som etiéndose en p rim er
lugar a los venecianos (1205-1358) y p o sterio rm en te a los húngaros (1358-1526),
aun que pagando a los o to m an o s un im puesto anual m ínim o, lo qu e le perm itió
prolongar su existencia, con la en o rm e actividad qu e conocem os en el cam po de
lqs intercam bios y del com ercio, hasta principios del siglo xix.
Bosnia no ofreció tam poco resistencia. Su últim o rey, E steb an T om asevié
(1461-1463), q ue había reh u sad o convertirse en trib u ta rio del su ltán , tra tó a la
m anera de los em p erad o re s bizantinos de o b te n e r la ayuda occidental so m etién ­
dose al papa. N o tuvo éxito, y el rey, a b a n d o n ad o p o r los feudales que se rin d ie ­
ron a M ehm et sin por eso p o d e r ev itar la pena cap ital, fue hecho prisio n ero y
asesinado tam bién po r el co n q u istad o r, en tan to que su reino y su sed e, Jajce,
eran incorporados al E stad o o to m an o .

L o s turcos, m ás allá del D anubio

La elim inación del E stad o búlgaro a finales del siglo x iv y la instalación de


los o tom anos en la fro n te ra del D an u b io puso a estos últim os en co n tacto con
dos jóv enes E stados rum anos qu e casi acababan de ser creados. E n 1330 V ala-
quia pudo liberarse del dom inio h ú n g aro bajo el m an d o de su voivoda B assarad
q u e, una vez hubo sucedido al fu n d ad o r de V alaq u ia, R adu N egru, logró al cab o
de una larga lucha b atir en los C árp ato s al rey hún g aro C arlos R o b e rto , co m en ­
zando así la consolidación de las bases d e su E stad o . El joven E stad o m oldavo,
de creación aún m ás tard ía (1365), d eb ió tam bién afirm arse luchando co n tra el
yugo húngaro al m ando de su voivoda B ogdau q u e, al igual que B assarad, a p ro ­
vechó las invasiones m ongolas q u e am en azab an H ungría p a ra d eclararse in d e­
p en d ien te.
La unión de los valacos y los m oldavos, adictos a la orto d o x ia y, p o r ta n to ,
diferenciados de los húngaros católicos, al p atriarcad o de C o n stan tin o p la q u e les
concedió la creación de una sede m etro p o litan a , en 1359 y 1401 resp ectiv am en te,
contribuyó a solidificar la identidad de las form aciones estatales rum anas. Las
m etrópolis de C u rtea de A rgos (valaca) y de S uceava, ya capital de M oldavia,
fueron llam adas a d esem p eñ ar un gran papel ta n to en la vida espiritual com o en
la confirm ación política de los dos principados. P o r o tra p a rte , la institución del
eslavo com o lengua oficial de la ad m inistración, tan to civil com o eclesiástica, fa­
cilitó el acercam iento de R u m an ia y los países eslavos del su r, en especial B ulga­
ria y, p o r tan to , la penetració n d e la influencia b izantina.
E n cuanto a T ransilvania, una provincia qu e c o n tab a con una am plia p o b la ­
2 36 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

ción ru m an a, los principios de una organización política tard aro n en estab lecerse
a causa de su anexión a la co ro n a d e san E steb an .
La posición geográfica de los principados de V alaquia y M oldavia, y una serie
de razones d e o rd en económ ico, e n tre las que ocup ab an un im p o rtan te lugar el
d esarrollo de la producción agrícola y artesan al así com o el de los intercam b io s,
contribuyeron a la expansión de estos E stados in d ep en d ien tes d u ra n te los dos p ri­
m eros siglos de su existencia. La creación de ru tas com erciales q u e atrav esab an
los territorios rum anos favoreció la intensificación de las relaciones económ icas
en tre ellos, al tiem po qu e la ciudad de B rasov constituía un im p o rtante n udo en
la red de relaciones que vinculaban a V alaquia con M oldavia y T ransilvania. Por
o tra p a rte , los países ru m an o s particip aro n en el com ercio intern acio n al, g ara n ti­
zando el m ovim iento p o r vía te rre stre , de E u ro p a central a los B alcanes y el m ar
N egro y, p o r tan to , a las colonias de las ciudades m arítim as italianas, en p articu ­
lar G énova.
A vanzando en el cam ino de su estabilización, a u n q u e bajo la contin u a presión
de H ungría e incluso de Polonia (en lo que concierne a M oldavia), los dos jó v e ­
nes E stados se en co n traro n p ro n to a n te una situación aún m ás grave, que fue la
expansión o to m an a en el sudeste eu ro p eo . A ta ja r esta expansión al n o rte del D a ­
nubio fue a p artir de en to n ces su p rim ordial preo cu p ació n , a la que se en treg ó
en cuerpo y alm a M ircea el V iejo (1386-1418), el ven ced o r de la batalla de Rovi-
na (1395), que incluso consiguió, d u ra n te un breve perío d o , e x ten d e r sus te rrito ­
rios al sur del D an u b io , en las tierras de la D o b ru d za que p erten eciero n a n tañ o
al príncipe búlgaro Ivanko. V encido en la b atalla de N icópolis (1396), ju n to a su
aliado en ese m om ento, el rey húngaro Segism undo, M ircea no dejó sin em b arg o
de com batir a los oto m an o s y de inm iscuirse en sus disensiones civiles, tra ta n d o
de o b te n e r el m áxim o provecho. No o b sta n te , tras el restablecim iento del im perio
oto m an o bajo el reinado de M ehm et I, el voivoda valaco fue obligado un poco
antes de su m uerte a convertirse en trib u tario del sultán (1417).
T ranscurrido un perío d o in term ed io d u ran te el qu e Ju an H unyadi (lan cu de
H u n ed o ara), voivoda de T ransilvania, co n v ertid o m ás tard e en reg en te d e H u n ­
g ría, tom ó el relevo de M ircea a la cabeza de las fuerzas rum anas qu e luchaban
co n tra los o to m an o s, y d u ra n te el qu e tuvieron lugar las im presionantes victorias
sobre M ehm et II del príncipe valaco V lad D rácu la, el E m p alad o r, en 1461-1462,
la pesada tarea de la resistencia le corresp o n d ió al príncipe de M oldavia, E steb an
el G ran d e (1457-1504). É ste se p reo cu p ó en p rim er lugar de asegurar sus posicio­
nes p restan d o ju ram en to de fidelidad al rey C asim iro de P olonia y rechazando
los esfuerzos del rey de H u n g ría, M atías C orvino, p ara volver a p o n e r V alaquia
bajo su soberanía; p o sterio rm en te, com enzó una larga g u erra de desgaste co n tra
el sultán p ara alejar a los o to m an o s de V alaquia y hacer inviolable la fro n tera
dan u b ian a. N o o b stan te, a pesar de algunos éxitos m ilitares y de la victoria co n ­
seguida sobre el enem igo en R acova (1475), qu e le valió los elogios del p ap a Six­
to IV y la adm iración de O ccid en te, E steb an no p udo a lte ra r la situación, q u e se
hizo particu larm en te opresiva tras la consolidación en el tro n o o to m an o de Baya-
ceto II.
P or m ás que el príncipe m oldavo d efendió las ciudades m ercantiles de K ilia,
en el d elta del D an u b io , y de C etatea-A lb a (A k k erm a n , M onocastro, A sprokas-
tro ), en el d elta del D n iéster, en el v erano de 1484, estos im p o rtantes puestos
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 237

avanzados cayeron en m anos o to m an as, tras lo cual la capital, S uceava, fue q u e ­


m ada p o r segunda vez (la p rim era vez qu e corrió la m ism a su erte lo fue p o r o b ra
de M ehm et II, el año 1476). E steb an el G ran d e se vio obligado a p ag ar el trib u to ,
aunque muy a su pesar, p o r lo qu e hasta después de su m u erte M oldavia no se
convirtió definitivam ente en trib u taria del sultán.
D e este m odo, iban d esap arecien d o uno tras o tro los b astiones cristianos, es­
lavos o no, qu e form aban una especie de anillo p ro tec to r de la E u ro p a cen tral.
El p o d er o to m an o no fue la única causa; p ro n to lo d em o strarían la resistencia
h úngara y la del m undo germ ánico; en realid ad , fueron las insuficiencias del a r­
m azón social de estos jóvenes E stados las que p rovocaron su ru in a, tras una m e ­
diocre resistencia.
E n lo referen te a los eslavos en p articu lar, es cierto q u e, d u ra n te el perío d o
de su existencia com o E stad o s ind ep en d ien tes, se habían hallado casi siem pre en
conflicto con el im perio bizantino: veían con m alos ojos las influencias cu lturales
bizantinas que no dejaba n de incidir so b re ellos y a las qu e a m en u d o e ra n p ro ­
pensos a ceder. P ero esta actitu d se m odificará sen siblem ente con la p érd id a de
la independencia política, y los pueblos eslavos de los B alcanes no ta rd aro n en
reconocerse en el fondo cultural b izantino q u e , e n tre ta n to , habían asim ilado p e r­
fectam ente.

El fuerte sentim iento de hostilidad existente antes entre los bizantinos y los esla­
vos de los Balcanes había desaparecido en gran m edida desde la prim era m itad del
siglo xiv, incluso antes del comienzo de las conquistas turcas, creándose así en diver­
sos centros de las tierras de la península balcánica una cierta comunidad cultural
bizantino-eslava ... De este m odo, el patriarcado de Constantinopla ganó, en rela­
ción a la m ayor parte de los pueblos balcánicos cristianos, todo lo que el imperio
había perdido desde hacía mucho tiem po en lo referente a la vida religiosa y a la
Iglesia. T anto para los búlgaros como para los servios, Bizancio seguía existiendo
después de 1453 m erced a una de sus más im portantes instituciones, el patriarcado
ortodoxo.

P ero los eslavos del su r, satélites de un E stad o situ ad o a su vez al m argen de


un O ccidente en p lena expan sió n , dejarían de existir por un perío d o de m ás de
cu atro siglos.

E l é x it o o t o m a n o

D e hecho, en el m o m en to en que se llega a la m itad del siglo x iv , el im perio


o to m an o es una potencia de p rim er o rd e n que hace valer su au to rid ad desde las
fronteras de M arruecos al golfo P érsico, del D an u b io a los lím ites del S ah ara, de
las orillas del m ar N egro a A rab ia: un vasto im perio, pues, cuya fuerza se adm ira
y se tem e, que aparece com o un coloso casi in q u e b ra n tab le, y co n tra el qu e los
eu ro p eo s sólo consiguen victorias p u ra m e n te defensivas, cuand o no han de ced er
terren o .
U na vez unificada la casi to talid ad del m undo árab e-m u su lm án , el sultán es
tam bién el em ir de los crey en tes, el jefe espiritual (au n q u e no o ste n ta b a entonces
el título de califa) y el jefe tem p o ral.
238 EU R O PA Y E L ISLAM EN L A ED A D M ED IA

D e cara al m undo cristiano, m ostró el p o d er del Islam , lo que no significa que


tratara de ap lastar a los cristianos, y m enos aún a los de su im perio. A u n q u e
E uropa a final del siglo x v y principios del x iv está dispuesta a co nquistar el m u n ­
do, en lo que constituye una p a rte del V iejo C o n tin en te, el m undo m ed ite rrán e o ,
la E u ro p a oriental y el Próxim o O rie n te , en cu en tra un adversario que constituye
entonces un obstáculo infran q u eab le: los españoles, los austríacos, los h ú ngaros,
e incluso los venecianos tom an conciencia de la situación y su d e rro ta no hace
m ás q ue increm en tar el prestigio o to m an o , qu e alcanzará su p u n to culm in an te al
final del rein ad o de Solim án el M agnífico.

La Sublim e Puerta

El régim en o to m an o es e n carn ad o fu n d am en talm en te p o r el su ltán , d e te n ta ­


do r de un p o d er absolu to , so b eran o tem p o ral, jefe de todos los m usulm anes y
p ro tecto r de los no-m usulm anes, cristianos y judíos. El sultán n om bra al gran vi­
sir, los altos funcionarios del diván (diw án), los g o b ern ad o res de las provincias y
los dignatarios de la corte; es el jefe del ejército y n o m b ra a las grandes p e rso n a ­
lidades religiosas (shayj al-lslám grandes m uftíes de las principales ciudades).
A un q u e no d eb e infringir la ley que em an a del C o rán (la sharFa), p uede añ ad irle
elem entos del derech o «consuetudinario» (q á n ú m ), específicos para cada pro v in ­
cia, a condición de que no estén en contradicción con la sharFa, y que sean a p ro ­
bados p o r el shayj al-lslám . El sultán delega la gestión de la adm inistración civil
y, llegado el caso, el m ando del ejército (en su to talid ad o parcialidad) en el gran
visir. É ste no dispone de p o d e r más qu e en la m edida en qu e disfruta de la co n ­
fianza del sultán que le n o m b ra, p ero qu e tam bién le p uede d estitu ir cuan d o lo
desee. Preside el diván, d o n d e celebran sus reuniones los visires «de la cúpula»,
especie de adjuntos al gran visir y altos funcionarios del im perio: el n ishándjt,
jefe de la cancillería o to m an a , los dos kad i-a sker, jueces del ejército, qu e re p re ­
sentan la jerarq u ía religiosa (a excepción del shayj al-lslám ), el defterdary resp o n ­
sable de las finanzas, el kapudan pacha o gran a lm iran te, y el g o b ern ad o r (beyler-
bey) de R um elia. El diván es el organism o central del g o b iern o , p ero p u ed e cons­
tituir, llegado el caso, una corte de justicia.
La adm inistración está en m anos de «funcionarios» salidos de las escuelas ju-
rídico-religiosas (m adrasa), o de una selección en el seno del cuerpo de los «pa­
jes» q ue provienen a su vez d e la devchirm e (recogida efectuada en las ciudades
cristianas de los B alcanes) y del paso p o r diferentes categorías. E stos funcionarios
son m usulm anes, aun los de origen cristian o , y d esp u és de M ehm et II la casi to ­
talidad de los grandes visires, p o r ejem plo, p ro ced e d e las filas de las gentes de
palacio: éstos fueron tam bién fieles servidores de los sultanes.
Las provincias están al cuidado de los g o b ern ad o res (beylerbey), de rango y
estatu to variable según la im portancia de las provincias: tienen la plena resp o n sa­
bilidad civil y m ilitar de su provincia y d esem p eñ an , p or esta razó n , un gran papel
en la política o to m an a; bajo sus ó rd en es se e n c u en tran los sanyak-beys y los su-
bachis que adm inistran cada un a de las subdivisiones m ás p eq u eñ as d e la pro v in ­
cia. Las provincias de A rgel, T ú n ez y T rípoli tienen un esta tu to un poco p artic u ­
lar, m ás m ilitar qu e civil.
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 239

La m ayoría de las gentes de la adm inistración (kalem iye) perciben un salario


cuando poseen un rango m od esto en ella; en cam bio, los funcionarios de un cier­
to rango disfrutan, adem ás de una p aga, de las ren tas de un tim ar, o arpalik (li­
teralm en te ‘d in ero de c e b a d a ’), m ás o m enos im p o rtan te según su situación en
la jerarq u ía.
C om o en los siglos p reced en tes, el ejército d esem p eñ a un papel p red o m in an te
en la pujanza del im perio: es el artífice de las conquistas y, si es n ecesario, g a ra n ­
tiza la defensa; pero tam b ién p u ed e ser un in stru m en to en m anos del p o d er o de
un candidato al trono: éste fue el caso de B ayaceto II y de Selim 1 q u e recibieron
ayuda de los jenízaros. La clase m ilitar (askeriye) co m p ren d e en p rim er lugar los
kapi kullari (‘esclavos de la P u e rta ’), reclutados a través de la devchirm e. Su e le ­
m ento esencial es siem pre el cu erp o de los jen ízaro s, que form an la infan tería,
desde ahora provistos de arm as de fuego adem ás de las arm as tradicionales; ju n to
a ellos se en cu en tran cuerpos especializados de cañ o n ero s (topsu), soldados de
escolta (top arabaci), arm ero s (cebeci), zap ad o res (lagimci) y b o m b ard ero s (hum -
baraci)\ todos estos cuerp o s, m ás los caballeros, constituyen el ejército p erm a n e n ­
te retribuido.
O tra p arte del ejército es la form ada por los sipahi de las provincias, co m b a­
tientes a caballo libres, d o tad o s d e un tim a r, con ren tas más o m enos im p o rtan tes
y que deben ser acom pañados por un nú m ero de soldados p roporcional a sus re n ­
tas. Los jenízaros son unos 15.000 en tiem pos de Solim án, y los sipahis a lred ed o r
de 25 a 30.000. P or últim o, existen grupos de soldados, b astan te regulares o liga­
dos a tareas m uy específicas. E n lo refe re n te a la m arin a, desem p eñ a a p artir de
B ayaceto II un im p o rtan te pap el, gracias a los corsarios, p ero Solim án y, más
tard e, Selím II constituirán una v erd ad era flota q u e co m p ren d erá m ás de 200 n a ­
ves de todas las dim ensiones: el ka pudan pacha percibe sus ingresos de la pro v in ­
cia m arítim a del m ar E geo; los galeotes son reclutados e n tre los prisioneros de
g u erra, los condenados o los m ercenarios; algunos soldados (levend) tam bién
pueden ser em barcados en esto s navios.
Finalm ente, el ejército o to m an o dispone de un excelente servicio de in ten d e n ­
cia, y de servicios de m an ten im ien to de ru tas, de p u erto s, de fortalezas y de e n ­
laces. Los arsenales están con stru id o s en E stam bul (m arina y artillería) y existen
o tro s en diferentes p u erto s del m ar E geo y del m ar N egro.
El gobierno o to m an o , p o r in term ed io de la ad m inistración, garantiza la ges­
tión del im perio, gestión qu e se ejerce sobre las p ersonas (reaya): cam pesinos,
artesanos o com erciantes. E stos d eb en p ro p o rcio n ar, según el caso, ya sea al E s­
tad o , ya sea a su tim ario ta, co ntribuciones en m etálico o en especie. Bien es cier­
to q u e, a m enudo, los tim ariotas o los agentes de la adm inistración utilizan su
p o d er para im poner exacciones, en su provecho. Sin em b arg o , en teo ría, las re n ­
tas de los timars están definidas y, p o r o tra p a rte , las tasas o contribuciones a las
que se ven obligados los reaya son indicadas en los registros o m encionadas ex­
presam ente en los reglam entos (ka n u n n a m e ). E stos reglam entos, que tal vez exis­
tieron desde el siglo x iv , se m ultiplican bajo el rein ad o de M ehm et II, bajo el
de B ayaceto II y, sobre to d o , bajo el de Solim án. C onstituyen la legislación pco-
pia de cada provincia y son textos escritos a los qu e la adm inistración o las p e r­
sonas pueden h acer referencia. F u ero n instituidos inm ed iatam en te después de las
conquistas, para m an ten er en el país conq u istad o una continuidad económ ica
240 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

y una continuidad social, a fin de no alterarlo. Los perceptores de cánones son


o bien los propios tim ariotas (o su rep resen tan te en el lugar cuando no son resi­
dentes) o los agentes financieros de las provincias; los kadis o sus adjuntos (n a ’ib)
pueden ser requeridos eventu alin en te a intervenir contra los recalcitrantes o co n ­
tra los funcionarios que com etían excesos. Las ren tas se centralizan en la capital
de la provincia y, desde allí, la p arte que corresponde al T esoro del sultán es
enviada a E stam bul: en cada etap a tienen lugar verificaciones, en función de las
indicaciones de los registros y en conform idad con los kanunnam e.
Los súbditos del sultán se clasifican en dos principales categorías: los m usul­
m anes, que disfrutan de todos los derechos especificados p or la ley coránica y
que no están obligados al pago de d eterm inados im puestos, y los no-m usulm anes,
esencialm ente cristianos y judíos, que dep en d en de sus propios jefes religiosos
(patriarcas, m etropolitas, grandes rabinos) y form an el sector social d enom inado
de los «protegidos» (zym m i). C ada gran grupo religioso cristiano (griegos o rto d o ­
xos, arm enios de diversos ritos, etcé tera) o judío constituye una m illet (nación).
A cam bio de la libertad de religión y de la protección que les concede el sultán,
pagan un canon específico, la yiziyé (que a m enudo se confunde con el kjaray).
E sta protección no es una p alabra vacía; aunque se pudieran producir exacciones,
lo cierto es que fueron escasas y lim itadas, y no se tienen noticias de persecucio­
nes religiosas; las diferentes Iglesias d ebían, por su p a rte , satisfacer los im puestos
al T esoro, pero esto no e ra m ás que un mal m enor. La tolerancia de los otom anos
fue bien conocida en el M ed iterrán eo , y cuando una gran cantidad de judíos fue­
ron expulsados de E spaña en el siglo x v i, en co n traro n un refugio seguro en Saló­
nica y en C onstantinopla. E n los países árabes, los hab itan tes perm anecieron bajo
la autoridad de sus jefes habituales, y sólo una alta adm inistración o to m an a, a p o ­
yada por algunos destacam entos de jenízaros, llegó a sobreponerse a las estru ctu ­
ras tradicionales.

De los privilegios a las «Capitulaciones»

A ntes de la conquista de C onstantinopla, los otom anos m antuvieron muy


poco contacto con las potencias occidentales, a excepción de los venecianos en
el Peloponeso; y, aun así, estos contactos no fueron, p o r lo general, pacíficos.
La conquista de C onstantinopla puso a los o to m an o s en relación m ucho más
estrecha, en el plano económ ico, con las ciudades m ercantiles italianas, G énova,
V enecia, Florencia, y con R agusa. P ero la expansión qu e exp erim en taro n en el
siglo xvi alteró los térm inos de estas relaciones: se en fren taro n m ilitarm ente a
diferentes potencias, y fueron requeridos p o r o tras en vistas a co n certar alianzas
políticas, pero tam bién a favorecer intercam bios económ icos. El im perio o to m a ­
no, a través de sus conquistas, llegó a ser rico m erced al botín y a las rentas pro-
porcionadas por sus nuevas provincias; m antuvo los enlaces esenciales de las rutas
com erciales hacia O rien te, y gracias a ello pudo influir, siem pre que sus dirigen­
tes lo quisieron, en la vida económ ica de las naciones occidentales. P ero , p or o tra
p arte, esta riqueza creó necesidades en la clase d irigente; la preocupación cons­
tante de los sultanes fue hacer de su capital una ciudad sin igual p or sus m onu­
m entos y su esplendor, de d onde provino el considerable increm ento de la pob la­
UN ISLAM T U R C O O M ONGOL 241

ción de esta capital; y todo esto im plicó una acuciante necesidad de productos,
de bienes que o bien O rien te no producía o cuya calidad era superior en O cciden­
te. Al hacerse obligado, en cierta m edida, abrir el m ercado oto m an o a los p ro ­
ductos extranjeros, a las naciones occidentales les fue útil aprovechar esta a p e rtu ­
ra, incluirse en este proceso de intercam bios y vender cada una de sus p roduccio­
nes. El arranque fue sin du d a lento, pero V enecia, en prim er lugar, a p esar de
m om entos a veces difíciles, llegó a asegurarse una sólida posición, m erced a su
experiencia an terio r, a su hábito de tra to con O rie n te , a sus enlaces y a sus re la ­
ciones con los m edios locales de com erciantes o de fabricantes; G énova, que fue
la prim era en gozar dp las particulares condiciones del com ercio y el estableci­
m iento, no disponía de una red tan im p o rtan te, pero hizo un buen papel.
C uando, al principio del reinado de Solim án el M agnífico, Francisco 1 solicita
aliarse con él y la instauración de un régim en preferencial para los com erciantes
franceses, el sultán apenas puso inconvenientes: ¿qué rep resen tó Francia en el
com ercio otom ano? Poca cosa, razón p o r la que casi no hubo inconvenientes para
conceder a los franceses las condiciones de establecim iento y de com ercio que se
conocieron con el nom bre de C apitulaciones (1535). Es m enester ver aquí un ges­
to de generosidad del sultán , surgido de su buena v oluntad, y por el que no pide
nada en com pensación. La única m anifestación tangible, p ero lim itada, en el pla­
no m ilitar, será el sitio y la tom a de Niza por las flotas oto m an a y francesa en
1543; esta seudo-alianza servía, p or o tra p arte, m ucho más a los franceses, alivia­
dos de la presión hispano-austriaca, que a los oto m an o s, que no podían esp erar
nada de ella. La consecuencia más d estacada fue, no o b stan te, la instancia dip lo ­
m ática y, sobre todo, la instalación de cónsules franceses en un d eterm in ad o n ú ­
m ero de «escalas com erciales» del im perio: es significativo que entonces, y hasta
m ediados del siglo x v n , estos cónsules (y a veces incluso el em bajador) fueran
nom brados por los com erciantes franceses, lo que pone en evidencia la o rie n ta ­
ción de la institución. P ero, al mism o tiem po, estos rep resen tan tes franceses in­
tervienen com o protecto res de sus paisanos de cara a la adm inistración turca, y
las relaciones tom an a partir de entonces un nuevo curso, al m enos en el plano
local, com prendidas las relaciones e n tre los em b ajad o res y los principales digna­
tarios del im perio, hasta el gran visir. E ste nuevo aspecto se am plificará con el
tiem po, y lo que podría llam arse el aislam iento diplom ático —q u e rid o — de los
o tom anos, y el desprecio de los turcos (p ero no de sus súbditos griegos, arm enios
o judíos) por el com ercio internacional se tran sfo rm arán , el prim ero en búsqueda
de alianzas y el segundo en colaboraciones individuales con los extranjeros, a u n ­
que con intenciones bien concretas de rentabilidad de recursos o de fortuna p e r­
sonal: ésta será la situación a p artir de la segunda m itad del siglo x v n . E n tre
tan to , los cónsules y m ercaderes franceses, holandeses e ingleses se van im plan­
tan d o poco a poco en las d iferentes escalas com erciales y algunas ciudades del
interior, practicando el com ercio p ero tam bién e n tab lan d o relaciones, en p articu ­
lar con los «m inoritarios», de los que se sienten m ás próxim os, y de los que tienen
necesidad com o interm ediarios con los pro d u cto res y negociantes indígenas. A
m ás largo plazo, esto conducirá a la intervención en los asuntos del im perio o to ­
m ano.
242 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

Un nuevo equilibrio

La econom ía del im perio o to m an o se basa en la im portancia y v ariedad de


su producción, y en la existencia de un m ercado consum idor rep resen tad o p o r
las grandes ciudades y, so b re todo, p or el palacio y el ejército. Por su p u esto , la
producción rural es la m ás im p o rtan te, ya que los cam pesinos cristianos o m u ­
sulm anes entreg an a aquel de quien d ep en d en (tim ario ta, agente de la adm inis­
tración, geren te de fundaciones piadosas, in ten d en te de las pro p ied ad es sulta-
níes, etcé tera) un canon en m etálico que p uede oscilar e n tre la octava y la te r­
cera parte de lo que pro d u cen ; esta producción es, por o tra p arte , tradicional,
y consiste, según las regiones, en cereales o en diversas variedades de g an ad ería,
siendo el carn ero el anim al m ás com ún; pero se com pone tam bién de frutos, oli­
vares, especias, arroz, caña de azúcar y m iel, y, en lo que se refiere a los an i­
m ales, caballos, búfalos, cam ellos, cabras y cerdos; las plantas textiles están re­
presentadas p o r el lino, el cáñam o, el algodón y la seda; los m inerales p o r el
h ierro, el plom o, la plata y el cobre. A u n q u e existe un cierto a rtesan ad o y co­
m ercio en los cam pos, no pued en com pararse con los de las ciudades, d o n d e el
b azar ocupa un im portan te lugar, y d o n d e las corporaciones están al cuidado de
estas actividades. C ontro lad as por el cadí y p o r el m uhtasib (jefe de la policía
de los m ercado s), form an un m arco muy ap rem ian te, de d o n d e están excluidas
la com petencia y la iniciativa. La producción artesan al está destin ad a g en eral­
m ente al consum o local. P ero hay productos apreciados por los extran jero s: la­
nas, pieles, cueros, alfom bras, sed a, cam elotes y o tro s qu e tran sitab an p or el im ­
perio o to m an o , proven ien tes de países situados m ás al este, tales com o p erfu ­
m es, especias, indianas y pieles. El gran com ercio, llevado a cabo a través de
navios y de caravanas, está en m anos de los negociantes (tuyyar), m anipuladores
de capitales de muy distintas procedencias, y en él, los altos dignatarios del ré ­
gim en no están ausentes.
La riqueza de los sultanes, poseed o res del T eso ro del im perio, co n tribuye a
la actividad económ ica del im perio, en la que se incluye el m an ten im ien to de un
palacio donde viven cen te n ares, si no m iles, de p ersonas; el m an ten im ien to de
un ejército, a m enudo exigente; y una propensión n atu ral a em bellecer la capital
construyendo grandes y m agníficas m ezquitas: el final del siglo x v y to d o el siglo
xiv son, desde este p u nto de vista, rep resen tativ o s de un ex trao rd in ario im pulso
constructor, que hace gala de un brillante estilo, en p articu lar en las g rand es ciu­
dades del im perio, no so lam ente en E stam bul, sino en todas las provincias. H asta
transcurridos al m enos dos tercios del siglo x v i, esta riqueza no padece a causa
de la explotación progresiva de la ru ta del C abo p or los occidentales, pues no
bastan unos pocos años o algunos decenios p ara ab a n d o n a r las cen te n arias co­
rrientes com erciales que dem asiada gente está in teresa d a en ver co n tin u ar; igual­
m ente, no conviene exag erar la p arte del com ercio in ternacional en la econom ía
prop iam en te o to m an a, que es una gran consum idora de productos y m ercancías
de todo tipo. Los prim eros signos característicos d e una crisis financiera sólo a p a ­
recieron hacia el final del siglo, d ebido al aflujo de d in ero am ericano, lo qu e co n ­
dujo a una devaluación de la m oneda básica o to m a n a , el aspro. D e este hecho
se derivó el com ienzo de una crisis económ ica y, sobre to d o , de una crisis social
que ve estallar las prim eras revueltas e n tre las poblaciones an atolias, las m ás afee-
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 243

tadas po r las presiones fiscales y las exigencias del E stad o . P ero se e n tra entonces
en o tro p eríodo de la historia del im perio oto m an o .
Los sultanes y gran d es personajes no tuvieron com o único pen sam ien to la
guerra y la expansión territo rial del im perio: sin d u d a, su g randeza y prestigio
proceden en una buena p arte de su fuerza m ilitar, de sus dim ensiones y de sus
riquezas, pero los o tom an o s no fu ero n , sin em b arg o , ajenos a la actividad in telec­
tual y artística.
M ehm et II el C o nqu istad o r e ra un ho m b re muy cultivado que h ab lab a varias
lenguas y escribía poesías; hizo ir a C onstan tin o p la a artistas italianos, com o fue
el caso de G entile Bellini que p intó su re tra to , y a escritores griegos e italianos
com o A m irutcés de T reb iso n d a, C ritóbulos de Im bros o C iríaco de A nco n a; So­
lim án el M agnífico fue tam bién un h om bre ilustrado, y de su época proceden al­
gunos de los m ás grandes escritores turcos, com o Fuzulí (1480-1556) y los redac­
tores de las prim eras crónicas o to m an as de carácter v erd ad eram en te histórico, e
incluso, crítico, así com o navegantes au to res de relaciones y m apas com o Piri
R e’is y Seydi Ali Re^is; el estu d io de las ciencias, de la m edicina, no fue en a b ­
soluto olvidado y, por su p u esto , la ciencia p o r excelencia, es decir, la religiosa,
fue am pliam ente practicada en las m adrasas de la capital y en las g randes ciuda­
des del im perio.
E ste período adquirió celeb rid ad , so b re to d o , en el dom inio de la a rq u ite c tu ­
ra: las grandes m ezquitas edificadas en tiem pos de B ayaceto II, Solim án el M ag­
nífico y Selim II, en Istam bul y en E d irn é (A n d rin ó p o lis), se cu en tan e n tre las
o b ras m aestras de este arte; un gran n ú m ero de ellas se debiero n a un arq u itecto
q ue se puede calificar de genial, M im ar Sinan (1489-1578), que supo e x tra er del
m odelo de la basílica de Santa Sofía un tipo específico de m ezquita o to m an a que
se difundió luego po r to d o el im perio. A este arte hay que añ ad ir el de la d eco ­
ración, que se caracterizó p o r la utilización de azulejos, casi siem pre p ro ced en tes
de N icea, con ad o rn o s de flores y hojarascas, de líneas sencillas y colores m atiza­
dos, a los que el «rojo tom ate» (que sólo se e n cu en tra en esta ép o ca) dio su sin­
gularidad.
El reinado de Solim án el M agnífico p udo ser calificado con toda justicia com o
«la edad de oro» del im perio o to m an o y ser o b jeto de adm iración p ara los viaje­
ros occidentales que lo reco rriero n .
A pesar de la p ropag an d a que p u d o surgir en el siglo x v i, las naciones cristia­
nas de O ccidente parecían aún incapaces de c o m p ren d er en su real dim ensión la
situación o to m an a en el p lano m ilitar o diplom ático. Incluso en el p lano eco n ó m i­
co, las relaciones no alcanzaron nunca un nivel excepcional y sólo ap arecen e n ­
tonces com o una «penetración»; sin d u d a , la d em an d a procede de O ccid en te y
no de O rien te: las C apitulaciones así lo d em u estra n .
E n el p eríodo que va de la batalla de A n k a ra (1402) a la tom a de T ú n ez
(1574) se va form ando poco a poco un p o d er, d o ta d o de m edios cada vez m ás
considerables y q ue inspira resp eto a las naciones de O ccidente. É sta es tal vez
una de las razones p o r las que los o ccidentales buscaron en o tra p arte del m undo
una derivación a su necesidad de expansión política y económ ica y elu d iero n esa
roca entonces infranqueab le que constituía el im perio o to m an o .
244 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

L a E u r o p a c e n t r a l d o m e s t ic a d a

Al norte del D anub io , al este del E lba, o tro m undo, esencialm ente eslavo
tam bién, espera que se defina su destino; ¿se convertirá en un satélite de la E u ­
ropa occidental conquistad o ra , con la esperanza de una p o sterio r in d ep en d en cia?,
¿o bien será el hered ero del m ensaje griego, el sucesor del ab atid o Bizancio? D e
este m undo hem os hablado poco hasta ah o ra ya que antes del principio del siglo
x iv , y de algún respland o r que su propia civilización pudiera d arle, com o a testi­
guan hoy tantos asom brosos descubrim ientos arqueológicos, vivía al m argen del
m undo cristiano. Al m argen o , m ejor dicho, com o un anexo, com o un vecino
más: algunos m isioneros p ro ced en tes de A lem ania, los m onjes soldados qu e son
los caballeros teutónicos o los p o rta-esp ad a, y los com erciantes, n a tu ralm en te,
habían p en etrad o profu n d am en te en Polonia, B ohem ia y los países bálticos; d es­
de el siglo x, aunque a este respecto aún no se ha dicho la últim a p alab ra, a tra ­
viesan las llanuras de Polonia desde la costa a C racovia y luego, a través de la
p u erta m orava, se dirigen a B izancio; en el siglo x i, los ingleses, los flam encos y
los teutones han alcanzado ya N ovgorod, al sur del L adoga; G dansk y R iga son
activos puertos francos, com o en el in terio r P raga, C racovia o B uda. U nas cu ltu ­
ras tan antiguas y sólidas com o la eslava o la h úngara se establecen allí; p e ro , en
conjunto, esta franja de la E u ro p a del oeste vive ap arte: en el mism o m om ento
en que se hu n d e, m ás al sur, el bastión griego, es bruscam ente integrada en O c­
cidente.

Un nuevo «Drang nach Osten»

Al lanzar a sus cam pesinos y sus com erciantes al asalto de Silesia, de B ran-
d enburgo o de la G ran P olonia, la A lem ania de los siglos xn y xm había esb o za­
do ya e incluso practicado am p liam ente ese «em puje hacia el Este» qu e fue siem ­
pre la respuesta germ ánica a su necesidad de expansión dem ográfica o eco n ó m i­
ca; pasado el año 1300, esta pen etració n m ás allá del O d er o en las m arism as de
Prusia o de M asuria parece m ás lenta, e incluso d eten id a: no tan to por la resisten ­
cia local com o p o r el ahogo natural de una presión dem ográfica desde en to n ces
debilitada. Se p roduce, pues, o tra form a de p en etració n , m ás sutil, m ás peligrosa
y m ás eficaz, una infiltración de la cu ltu ra, las leyes y el p o d er alem anes. A este
respecto, el caso de B ohem ia es el m ás evidente; hacía m ucho tiem po q u e los
príncipes checos de Praga habían sido adm itidos, con cierta condescendencia, e n ­
tre las potencias del Im perio; incluso se les había dejad o utilizar el título de
«rey», que fueron los únicos en o ste n tar, ju n to con el de G erm an ia, en el in terio r
del Sacro Im perio, lo que subrayaba su especificidad. Especificidad q u e se difu-
m ina a p aren tem en te a todo lo largo del siglo xm : se extiende el em pleo de la
lengua alem ana; cuando se funda una universidad en P raga, es esta lengua ja m ás
utilizada por los estud ian tes; las leyes de los príncipes vacilan e n tre ella y el latín,
m ientras el em pleo de las lenguas com unes se refugia en la literatu ra p o p u lar; un
signo im portante pues da testim onio de la p erm anencia de un sentim ien to real
de la originalidad checa o m orava. Sin em b arg o , según p arece, se ve sin especial
preocupación la instalación en el trono de B ohem ia de hom bres que no tienen
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 245

ningún vínculo de sangre o espiritual con los eslavos: la fam ilia de L uxem burgo,
que dará incluso un em p e ra d o r a A lem ania en la persona de C arlos IV , es la más
célebre pues a ella se le d eb e el desarro llo de los muy sólidos vínculos q u e se
establecen, en el plano religioso fu n d am en talm en te, e n tre Praga y A lem ania;
pero estos príncipes se interesan poco por los asuntos locales: sin d u d a, al p ro ­
m ulgar en tierras de B ohem ia la célebre bula de o ro de E gra que establece la
lista de los electores de la dignidad im perial, en la q u e se incluye al rey de B o h e­
m ia, C arlos IV legaliza, en cierto m odo, la en trad a de B ohem ia en el m undo
alem án; pero lo hace a fin de sofocar m ejor el sen tim ien to «nacional», si es que
se le puede llam ar así, que com ienza a d e sp u n tar en B ohem ia; com o se sabe,
Juan de B ohem ia, el rey ciego, estab a tan p reo cu p ad o por los asuntos de su país
que se dejó m atar en Crécy fo rm ando p arte del ejército de su p a rien te y aliado,
el rey de Francia, com p ro m etid o en una g u erra en la que los intereses de B o h e­
m ia parecen m ás bien débiles. El m ovim iento de adhesión había ex p erim en tad o
incluso, un poco an tes, una fase ab so lu tam en te so rp re n d en te ya qu e los angevi-
nos, instalados a la sazón en H u n g ría, hicieron p e n e tra r en el país checo una p a r­
te de la influencia, esencialm ente artística y literaria p o r o tra p a rte , de las cortes
italianas. N atu ralm en te, esta co n stan te presión ejercida por el O este, y especial­
m ente por el alem án invasor, pud o conllevar el d e sp erta r de una cierta d esco n ­
fianza y hostilidad; pero , al principio, es solam ente un asunto de intelectuales:
se com en tó en su m om en to el episodio husita; la rebelión de Jan H us es religiosa,
no cabe d uda, pero checa tam b ién , y el m ovim iento extrem ista de los tab o ritas
que resistirá hasta el final a la conquista alem ana tiene una evidente dim ensión
regional. No nos dejem os llevar, sin em b arg o , p or lo que sabem os que pasó lue­
go: sin d u d a, el reconocim iento p or R o m a, en el m o m en to del hund im ien to de
su au toridad dogm ática, de una p arte de las reclam aciones de los insurrectos es,
com o la propia rebelión , una victoria checa; las g entes de B ohem ia, en tiem pos
del rey Jorge P odiebrad , un h om bre de la tierra esta vez, continúan criticando a
R om a; incluso rom pen decididam ente con P ablo II; p ero estam os aún lejos de la
rebelión del siglo x v u y de la M ontaña B lanca. En realid ad , la B ohem ia de fina­
les del siglo x v no es m ás que un envite: un envite co n tra el Im perio, provisional­
m ente fuera de co m b ate, p ero q u e , al p asar a m anos de los H ab sb u rg o , pone
cerco a B ohem ia, y a la vecina P olonia, voraz y am biciosa, q u e, en efecto , c o n ­
sigue d u ran te un cierto tiem po instalarse allí.
La situación de H ungría es m ucho más com pleja: en prim er lugar, por qu e se
trata de poblaciones no eslavas, de instalación m ás recien te, con una cultura más
«exótica», y a las que el recu erd o de los «ogros», incluso después del definitivo
aplastam iento de las incursiones m agiares en el siglo x y la conversión de los p rin ­
cipales jefes, inspira una sana reserva fren te a los alem anes del O stm ark , de A u s­
tria. T am bién H ungría vive, pues, con un vecino del q u e se cuida, au n q u e la p e ­
n etración alem ana es nula d u ra n te m ucho tiem po; p o r o tra p a rte , la adhesión de
los húngaros a las costum bres occidentales se hace esp erar: aún a m ediados del
siglo x i i , los ejércitos de C o n rad o III de cam ino a T ierra S anta sufren d u ro s to ­
ques de atención p o r p arte de una población qu e no conoce m ás rey qu e el des­
d én ; los m agnates, dueñ o s de en o rm es extensiones de p u szta , son jin etes y sa­
q u ead o res m uy peligrosos. Sólo tran scu rrid o m ucho tiem po se establecen co n tac­
tos: después de to d o , la vía com ercial del D an u b io es frecu en tad a, m enos activa­
246 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

m ente sin d uda que en el siglo x o an tes de esta fecha, pero existen p ru eb as de
ello y B uda es un cen tro de intercam bios cuya reputación justifica q u e se hallen
allí im plantados com erciantes alem anes de B aviera e incluso de R en an ia. P uede
verse cóm o un rey de H ungría participa en una cruzada en E gipto; o com o o tro ,
A ndrés II, reco rre E u ro p a en busca de ayudas cuando se siente am enazado o,
peo r aú n , aplastado p o r la invasión m ongola de m ediados del siglo xm : se le re ­
cibe com o un solicitante in o p o rtu n o , p ero no com o a un salvaje. El paso decisivo
se da después de 1290, es decir, una vez q u e, com o hem os visto, se definió el
destino de los E stados latinos de O rien te y de las tierras bizantinas; el ev entual
papel de H ungría com o eslabón en la cadena de la solidaridad respecto al O rien te
latino desaparece: al térm ino de una serie de luchas, cuyos d etalles no nos in te ­
resan aquí, ¡los angevinos del sur de Italia se convierten en reyes de H ungría!
C uriosa ironía de los intereses dinásticos: d u ran te cincuenta años, precisam en te
aquellos d u ran te los que el peligro o to m an o tom a cu erp o , H ungría, bajo el m a n ­
d ato de sus príncipes franco-italianos, le da d elib erad am en te la espalda a los B al­
canes: las preocupaciones de los angevinos respecto a B ohem ia, P olonia, Servia
y el A driático son p uram en te fam iliares; se en m arañ an en una red de com plicadas
alianzas dinásticas, en la qu e se buscaría en vano el lugar de H ungría. E sta fase,
que acaba en 1387, no es en absoluto un paréntesis: p or el co n trario , provocó
una doble y capital evolución; p or una p a rte , com o en el caso de los L uxem burgo
en B ohem ia, hay un m om en to en que la influencia de O ccidente acom paña a Luis
el G ran d e d u ran te su reinado: la co rte de B uda im ita a la de los V alois o la de
N ápoles; acuden allí no ya alem anes, sino franceses e italianos; la arq u itectu ra
de los palacios y de las iglesias evoluciona del «gótico» al estilo penin su lar, y co­
m ienza la mezcla cultural. In v ersam en te, en el te rren o político, al in te n ta r Luis,
com o un buen príncipe francés, restab lecer la obediencia de los m agnates, p ro ­
m ulgando estatu to s destinados a reducir el escalonam iento de la jerarq u ía a risto ­
crática en favor de un único nivel, el o rd en «ecuestre» o «caballeresco» (¿n o hay
aquí una vacilación en tre R om a y P arís?), y más tard e im poniendo el pago de
una especie de capitación a la nobleza, provocó un sobresalto de hostilidad n o b i­
liaria co n tra su p o d er; sin em b arg o , su caída o la de su dinastía no sobrevino
inm ediatam ente: com o los reyes angevinos no se p reo cu p ab an dem asiado d e los
asuntos húngaros, bastaba con no o b ed ecer, pues no había que tem er represalias:
esto es lo que hicieron los boyardos, una acción q u e, al final, vio in crem en tad o
su carácter autónom o.
C uando el yerno de Luis de A n jo u , Segism undo, h ered ó la coro n a h ú n g ara,
se dio un nuevo paso; au n q u e se tom ó m ás interés p o r los asuntos húngaros y
balcánicos que sus predeceso res, S egism undo, de nacionalidad alem an a, pasó la
m ayor p arte de su reinad o en el Im p erio , del que llegó a ser titu lar en 1411 hasta
su m uerte en 1437; su papel en el cism a pontificio, en el asu n to husita y en las
expediciones llevadas a cabo en 1385-138Ó co n tra el sultán o to m an o M urad y q u e
condujeron al desastre de N icópolis, han sido ya o b jeto de observaciones q u e no
es preciso reco rd ar. E ste vínculo personal de la co ro n a hún g ara con O ccidente
transform aba poco a poco la llanura p an o n ian a en una especie de «lugar de paso»
que el avance turco hacía cada vez m ás v u lnerable. Es posible qu e el sen tim ien to
de estar a p artir de ah o ra situada en la p rim era línea de la cristiandad am enazada
fuera lo que suscitara en H un g ría, incluso en la p arte co rresp o n d ien te a una aris­
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 247

tocracia que o b ten ía indiscutibles ventajas del absentism o real, una reacción de
defensa y de autonom ía. La cada vez m ás vigorosa acción de los polacos en las
regiones danubianas no fue tam poco ajena a esta tom a de conciencia; los h ú n g a­
ros participaron, au n q u e con una cierta reticencia, en la «cruzada» puesta en pie
en 1443-1444 po r L adislao Jagellon c o n tra los o to m an o s, y acabó con el d esastre
de V arna en el D an u b io . Al m enos, la aristocracia h úngara se rehacía b astan te
pro n to para que uno de sus jefes, pro clam ad o «regente» en el lugar de un hijo,
m enor de ed ad , de Segism undo, Ju an de H u n e d o a ra o Ju a n H unyadi com o se le
conoce en O ccidente, pud iera fren ar el avance turco an te B elgrado en 1456 y
más allá de las P uertas de H ierro ; designado com o segundo reg en te tras la súbita
m uerte de H unyadi, M atías, a p o d ad o el C uervo, C orvino, constituyó una sólida
barrera de principados o de fo rtines, uno ju n to a o tro , de B osnia a M oravia, e n ­
tre 1458 y 1463, im pidiendo p o r un tiem po el paso a las tro p as del sultán. D esg ra­
c ia d a m e n te , C orvino —y esta actitud m u estra bien el pro fu n d o grad o de occiden-
talización de los húngaros de nacim iento en este m o m e n to — estableció en V iena
el centro de su p o d er, se en tre g ó , co n tra los polacos, a la constitución de una
dom inación que iba del A d riático a la p u erta de M oravia, e incluso se p resen tó
com o candidato al Im perio. Su m u e rte , acaecida en 1490, acabó con las e sp e ra n ­
zas de autonom ía de H ungría; los m agnates prefiriero n d ejar la co ro n a al polaco
L adislao, ya rey en B ohem ia. P uede observarse el esbozo de elem en to s unitarios
qu e, al e n tra r poco tiem po desp u és en el patrim o n io de los H ab sb u rg o , uniero n
definitivam ente H ungría y B ohem ia al m undo germ ánico; a los boyardos ya no
les qued ab a m ás que d a r p ru eb a en el siglo x vi de su heroísm o m ilitar c o n tra el
infiel, y de su responsabilidad com o soldados de C risto en los lím ites de una cris­
tiandad som etida a los asaltos turcos; ex trañ o giro del destino para un p u eblo de
origen turco-m ongol, cuyas prim eras acciones fueron las de invasores asiáticos en
A lem ania, y las últim as, en la E dad M edia, las de defensores de los alem anes
contra unos asiáticos qu e llevaban su mism a sangre.

N acim iento de Polonia

Un título p rovocador, que p u ed e m olestar a un p u eblo orgulloso de la an ti­


güedad de su cultura y de los indiscutibles testim onios de su historia pasad a; y
por añ ad id u ra, un títylo excesivo, no sólo en el cam po del reag ru p am ien to o de
la originalidad política de su h istoria, sino en el sim ple plano de la econom ía:
¿no es en P olonia, e incluso en M oravia, d o n d e se e n co n traro n las m ás antiguas
rejas de ara d o , los horno s perfeccionados m ás rem o to s, en los siglos m edievales?
¿N o se han d escubierto estru ctu ras edificadas de m ad era, urbanas o no, de una
calidad y una im portancia n o tab les, en B iskupin, G niezno, C racovia, O p o le u
o tras partes? Y , po r últim o, ¿n o fueron recorridas y explotadas estas vastas llanu­
ras p o r com erciantes de todas las p rocedencias a p artir del siglo IX, si no antes
(los viajeros m usulm anes lo atestiguan así)? N o o b sta n te , si esta expresión nos
parece o p o rtu n a , es p orq u e esta vez tam b ién , com o en el caso de los rum anos,
los húngaros o incluso los checos, estos agrupam ientos de pueblos vivieron al
m argen del m undo cristiano del O este y p o rq u e la línea general q u e sigue n u estro
relato consiste en m o strar la integración progresiva en el área del dom inio de la
248 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

E uropa occidental de zonas qu e estuvieron hasta un cierto m om ento fuera de su


ó rbita. É ste es precisam ente el caso de Polonia: d u ran te un breve espacio de
tiem po, en tre el 990 y el 1050, ap ro x im ad am en te, dio la im presión de que los
pueblos eslavos que vivían en las llanuras de la p eq u eñ a y gran P olonia, incluso
en P o m erania, y que acababan de fed erar los M iesko y los B oleslao, se inclina­
rían, rápida y definitivam en te, hacia el O este: en el añ o 1000, en G n iezn o , el
em p erad o r O tón III había ceñido la frente de B oleslao con una co ro n a real; la
cristianización llegaba del O e ste , a p esar de algunos esfuerzos bizantinos, y las
llanuras cerealistas parecían la continuación natural de las de A lem an ia, los P aí­
ses B ajos y Francia. D esg raciad am en te, este destino esbozado se in terru m p ió d es­
pués de 1100, y Polonia se recogió en sí m ism a, alejándose del co ncierto eu ro p e o .
Los m otivos de esta fase de contracción en su historia no parecen dudosos: p o r
una p arte, la brutal germ anización de las regiones m ás occidentales, acom p añ ad a
de expulsiones y d e incautaciones de tierra s, y qu e m arca todo el perío d o qu e va
de 1130 a 1230, provocó ciertam en te una reacción de defensa, al m ism o tiem p o
que hacía nacer e n tre polacos y alem anes una d esconfianza, por no decir m ás,
cuyas consecuencias serán siem pre visibles. La cristianización, no m enos brutal a
veces, qu e acom pañó a esta presión, agravó las cosas: p or un lado, los teutó n ico s
se ap o d eraro n de Prusia y los p o rta-esp ad a de las regiones de E stonia y L eto n ia,
pero adem ás, las incesantes y d esv en tu rad as g uerras llevadas a cabo por los m o n ­
jes soldados contra los príncipes rusos de N ovgorod o de otras p artes, ad h erid o s
a la fe cristiana po r los bizantinos, o co n tra los lituanos ten azm en te paganos, hi­
cieron que pesara sobre el cam pesinado polaco un yugo in soportable. F in alm en ­
te, el desarrollo de los p u erto s hanseáticos y el riguroso control ejercido p o r los
com erciantes alem anes, de L übeck y o tras p artes, que absorbían las riquezas del
in terio r, llevó poco a poco a Polonia hacia el e sta tu to de país colonial.
Los efectos sobre la e stru ctu ra social o económ ica de P olonia fueron muy cla­
ros: en la m edida en que la m ayor p arte de los pro d u cto s com prados y revendidos
por los alem anes, el trigo, la m ad era p ara los barcos, el lino, la pez y las pieles,
procedían esencialm ente de las regiones forestales o cerealistas del n o rte , el c e n ­
tro de gravedad de Polonia ab an d o n ó la zona m eridional de C racovia en favor
de la de Posnania o del curso inferior del V ístula: V arsovia fue cread a a m ediados
del siglo xm . P ero com o los príncipes co n tin u ab an frecu en tan d o m ás bien las re ­
giones del sur, los agolp am ien to s aristocráticos del c en tro y del n o rte ad q u iriero n
un espíritu de independen cia, o en todo caso de indisciplina, qu e paralizó cu al­
qu ier nuevo in ten to de refo rzam ien to de una a u to rid ad pública. Los a g o lp a m ien ­
tos nobles, los llam ados szlachta, pro b ab le deform ación del alem án Geschlecht,
pudieron m an ten er en un estad o de fuerte dep en d en cia a un cam pesinado de a r­
tesanos y lab rad o res, qu e según los d ato s que poseem os referen tes al siglo xi te ­
nía, tan to com o su co n tem p o rán eo del O este, muy im p o rtan tes bazas p ara e m a n ­
ciparse: un indiscutible retraso en el d esarrollo social de un país p articu larm en te
bien d o tad o de en tra d a se asen tó pues en éste m o m en to en la ru ta de O ccidente.
La servidum bre se refuerza: los km éíes son casi esclavos; la fiscalidad señorial se
sobrecarga hasta más allá de lo so p o rtab le; los reyes son incapaces de h acer a d ­
m itir su legislación.
E sta desastrosa situación, tan poco digna de sus brillantes com ienzos, inició
un proceso de recuperación a principios del siglo x iv , cuan d o cedió la presión
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 249

germ ánica. El rey C asim iro I (1333-1370) consiguió devolver un cierto esp len d o r
a la función real p rocedien d o a un am plio m ovim iento de enno b lecim ien to dirigi­
do a los hom bres de las ciudades o a una p arte m enos tem ible de la aristocracia;
esta «nueva nobleza» se convierte desde en to n ces en el apoyo n atu ral del rey: los
«estatutos» de 1372, 1374 y 1379, concedidos a esta aristocracia, qu e lo e ra a la
vez por su d inero y su función, d o taro n a C asim iro de unos ad ep to s sobre los
que pudo establecer su ad m inistración; p o r o tra p a rte , la fundación de la univer­
sidad de C racovia en 1364 y, p o sterio rm en te, el celo o rto d o x o m o strad o p or los
polacos en los asuntos referen tes al cism a, hicieron que Polonia ap areciera poco
a poco com o un m iem bro de pleno d erech o en el co ncierto eu ro p eo . N o o b sta n te,
este «nacim iento» carecía de dos elem entos: el inm enso te rrito rio de L ituania que
cubría la zona que iba del B áltico a los confines del m ar N egro, to d a o casi toda
la R usia blanca, y una p arte de U cran ia, que sin ser en te ra m e n te paganas, q u e ­
daban al m argen tan to del m undo polaco com o del m undo ruso; allí, la au to rid ad
m ongola se disolvía poco a poco, m ientras qu e la fam ilia de los Jag ello n , que
o sten tab a el título d ucal, se asem ejó a los reyes polacos a p artir de 1377; al acce­
d er al tro n o de C racovia, L adislao Jagellon realizó una unión qu e, sin d u d a, exi­
gió num erosos cam bios a causa de la m ala v oluntad de los grandes: en 1410, la
unión p erp etu a de R adom consagró esta fusión que hacía te rrito rialm en te de P o ­
lonia, in m ed iatam ente después del Im p erio , la segunda potencia e u ro p e a , al m e­
nos en extensión. El o tro obstáculo aparece en el m ism o m om ento: el co ntrol de
la costa báltica; los caballeros teutónicos in tercep tab an el acceso; L adislao p ro p u ­
so en vano a los m onjes instalarse en Podolia para co n te n e r la dom inación m on­
gola; aprovechando su rechazo y el d esconcierto qu e provocaba su actitud o p re ­
siva, rom pió con los alem anes: en 1410, en T a n n en b erg , los caballeros teutónicos
fueron aplastados y desposeídos. P or desgracia p ara L adislao, este suceso anim ó
a su fam ilia a lanzarse a em presas qu e estab an fuera de su alcance; L adislao 111,
p ro m o to r y actor de la cruzada llevada a cabo co n tra los oto m an o s en 1444, fue
aplastado a su vez e incluso m atad o en V arna.
El reinado de C asim iro IV Jagellon señala el apogeo de este segundo naci­
m iento polaco. El acercam ien to qu e la expedición de V arna había p rovocado e n ­
tre el príncipe polaco y sus vecinos d e E u ro p a central es el com ienzo de una vasta
em presa de unificación de los territo rio s eslavos y húngaros de esta p arte de la
cristiandad bajo el control de P olonia. En p rim er lugar, C asim iro zanjó el p ro b le ­
ma de la influencia alem an a; p or un lado, devolviendo a m anera de feudo una
p arte de los territo rio s de la o rd en teu tó n ica, al tiem po que les qu itab a definitiva­
m ente los accesos indispensables al B áltico, so b re to d o en P o m erania (1466); m ás
ta rd e , trató de estab lecer una apariencia de o rd en en las relaciones en tre la aris­
tocracia polaca y el p o d er real: en p rim er térm in o , in crem en tan d o este últim o a
base de abundantes secularizaciones de bienes de la Iglesia, y luego o rganizando
el sistem a de «dietinas», reuniones regulares p ero relevantes de la aristocracia
local, destinadas a ratificar, a través de p equeñas asam bleas, reunidas unas d es­
pués de las otras localm ente, las decisiones reales. E n el m om ento de la dieta
general de N ieszaw a en 1454, había confirm ado ya el apoyo de la realeza a la
pequ eñ a aristocracia, com o lo habían hecho los angevinos, no hacía m ucho tiem ­
po, en H ungría. P or últim o, a través de los acu erd o s con los alem anes de la H an-
sa, in ten tó volver a hacerse cargo de una p arte del com ercio in terio r de Polonia:
250 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

la producción de trigo y la explotación d e la m adera pasó p arcialm ente bajo su


control, y este im pulso d ad o a la econom ía co ntribuyó al origen de una no tab le
elevación del nivel de vida, al m enos de las clases m ercantiles y nobiliarias de
Polonia: el lujo del todo excepcional del que se ro d ean entonces los nobles p o la­
cos sorprendió a los viajeros occidentales de paso p ara C racovia u o tro s lugares.
Fue sobre todo C asim iro quien creyó que había llegado el m om ento, tras el fra­
caso de las experiencias hú n g aras, de constituirse en d efen so r de la cristiandad
en el E ste: una política invasora y to rtu o sa, e n tre 1479 y 1492, le condujó a llevar
al trono de B ohem ia y, más tard e , al de H ungría, a la m uerte de M atías C orvino,
a su hijo L adislao, a quien en principio se le debía reserv ar luego el tro n o de
Polonia: una vez realizada esta concentración territo rial, se establecería en E u ro ­
pa central una eno rm e p o tencia que iría del Báltico al A driático y del O d e r a
Kiev. P reocupado, adem ás, p or d a r a estos grandiosos proyectos una dim ensión
cultural de la que carecían de una m anera muy ev id ente, C asim iro d esarrolló ce­
losam ente la universidad de C racovia, do n d e afluyeron estudiantes de todas las
regiones, en tan to que él m ism o fom entaba los estudios de los escolares polacos
en París o en Italia; la form ación de un h om bre com o C opérnico no podría co m ­
p renderse sin la o b ra realizada p or C asim iro.
Tal vez esta am bición so b rep asab a las posibilidades m ateriales de la realeza
polaca; en todo caso, le era ajena a la aristocracia hacen d ad a, deseosa sobre todo
de asen tar sólidam ente sus beneficios en el com ercio con A lem ania. D e m odo
q ue, a la m uerte de C asim iro, P olonia, que había estad o a p u n to de rein ar sobre
una buena tercera p arte de E u ro p a , com enzó el declive que, con algunos so b re ­
saltos a veces notables, debía conducirla al papel de presa p ara sus vecinos. En
prim er lugar, fracasaron los proyectos políticos: desde 1496 e ra evidente la frag­
m entación de la construcción «im perial» de C asim iro, sin ten er en cu en ta la re b e ­
lión de L ituania q ue se libró del yugo de C racovia, al m enos d u ra n te un tiem po;
en el plano de la autorid ad real, los szlachtas no pudieron ser m antenidos en la
obediencia: en vano, los num erosos italianos llegados a Polonia en el m om ento
de la aparición de la nueva potencia eslava, y fun d am en talm en te el florentino
B uonacorsi, aconsejaron al nuevo rey, Ju an A lb erto , una política digna de la p e­
nínsula, una especie de tiranía principesca; la nobleza, qu e se había ap o d erad o
de la m ayoría de las dignidades eclesiásticas o de los gobiernos provinciales, se
opuso a los procedim ientos despóticos del rey; en 1505, en R adom , le arran cab a
el acta de anulación que m arcaría to d a la historia p o sterio r de Polonia: ninguna
decisión real podría ser tom ada sin la convocatoria y aprobación de la D ieta; era
éste, sin d u d a, un avata r del régim en «parlam entario» al q u e , después de to d o ,
se podían acom odar bien las m onarquías; p ero , p ara so p o rtarlo , habría sido p re ­
ciso que la realeza polaca estuviera provista de una organización adm inistrativa
q u e, a pesar de los esfuerzos de C asim iro, no poseía en absoluto. P or últim o,
aunque no m enos im p o rtan te, económ icam ente h ab lan d o, los alem anes y los in­
gleses consiguieron hacerse con ced er privilegios de explotación, en G dansk desde
1490 y un poco después en o tro s lugares, que tenían p or o b jeto aligerar en su
provecho la legislación ad u an era im aginada p or C asim iro: el d ren aje de m ad era,
de trigo y de pez se reem p ren d ió a m ayor escala que p reced en tem en te, lo q u e,
con toda seguridad, perm itía el enriquecim iento de la aristocracia en las tierras
donde eran recolectados estos productos, p ero arru in ab a el T eso ro real y co n d u ­
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 251

cía a Polonia a desem p eñ ar el papel de tierra colonizada p o r el com ercio in te rn a­


cional y d ep en d ien te de la b uena v oluntad de los com erciantes de L übeck o de
L ondres. A sí pues, com o un poco an tes H ungría, P olonia, que d u ra n te un breve
período había llegado al um bral del p o d e r e u ro p e o , volvía a b ajar al rango de
satélite del O este. A u n q u e su lejanía no le hub iera p erm itido esp erar d esem p eñ ar
el papel de h ered era de B izancio, de todas form as ya no sería posible ni im aginar­
lo, pasado 1500, y en el siglo x v n la figura de Sobieski salvando a la cristiandad
no es más que la de un p o ten tad o m arginal trab ajan d o p ara los B orb o n es y los
H absburgo. Sin em barg o , en el curso de esta disgregación de algunos decenios,
p or ejem plo en el m om ento de la sublevación de L ituania, en el ám bito de este
juego tradicional y pesad o , una nueva m ano surge de la som bra, la de R usia.

La som bra de Rusia

M ás allá de R iga, de B rest-L itovsk o de Lvov, el paisaje cam bia, sin las fro n ­
teras que hoy existen: los ríos se en san ch an , el h o rizonte se aleja, el espacio se
hace inm enso, el relieve p ierde sus rasgos nítidos: estam os en las llanuras d e R u ­
sia y de U crania, o tro m un d o , o tra cu ltu ra, o tras lenguas tam bién. M enos aún
que cualquier o tra , la historia de las llanuras rusas no form aba p arte de nuestra
exposición antes del siglo x v . E s cierto qu e los escandinavos, en los siglo x y xi,
les habían sacado, po r así decirlo, de la nada tribal en que vegetaban; tam bién
es verdad que en varias ocasiones algunas dinastas de Kiev o de V ladim ir habían
m anifestado su agresividad respecto a sus vecinos griegos del sur; es un d a to cier­
to, por últim o, q ue los m onjes bizantinos habían llevado a esos lugares la fe cris­
tiana y acercado, en cierto m o d o , esa cristiandad salvaje al m undo helénico; p ero ,
¿los principados rusos que nacen aquí y allí a lo largo del final del siglo xn y del
xm pueden considerarse com o p artes del m undo eu ro p eo ? Las actividades que
se llevan a cabo desorgan izad am en te son el tráfico de pieles y de esclavos, y el
alistam iento de m ercenarios al servicio del basileus o , ev en tu alm en te, de algún
príncipe m usulm án; p o r o tra p a rte , la cu ltu ra e incluso algunos rasgos originales
de la sociedad rusa m erecen sin d u d a interés; p ero , com o en el caso de o tras
poblaciones citadas m ás a rrib a, se tra ta de m undos ajenos a la form ación del p o ­
derío eu ro p eo . A dem ás, la invasión y la ocupación m ongolas de m ediados del
siglo xm aíslan aún m ás los principados rivales; a u n q u e una victoria conseguida
p or A lejandro Nevski so b re los teutónicos haya p odido ser exp lo tad a com o un
acontecim iento casi «popular», la v erd ad es qu e este episodio no cam bió en ab so ­
luto la fisionom ía de la historia de E u ro p a.
U na vez m ás, es el siglo x v el qu e introduce un factor de n ovedad, y no se
le com prende m ás que al cabo del q u e le precedió; el fracaso de las am biciones
polacas, o tal vez, al principio, el peligro q u e hacían c o rrer a los príncipes nisos
fue com o la chispa que d esp ertó la conciencia de los príncipes, en lugar de la de
las poblaciones. P or o tra p a rte , la dom inación m usulm ana de las zonas m erid io ­
nales se debilita y la obsesión de p o d e r ser ased iad a, signo con stan te del alm a
rusa, dism inuye un poco. A la cabeza de este d e sp e rta r está el príncipe de M oscú,
Iván III (1462-1505): es él el prim ero q u e tom a conciencia del peligro polaco,
lim ita en L ituania las preten sio n es de C asim iro Jagellon e, incluso, suscita a su
2 52 EU R O PA Y E L ISLAM EN LA ED A D M ED IA

m uerte una rebelión en las zonas lim ítrofes; es tam bién él quien em p ren d e el d e s­
censo hacia el sur, esta vez hacia E stam b u l, qu e m arca toda la historia rusa. P ero
d etengám onos aquí por un m om ento.
T ras su d e rro ta ante T am erlán y su destrucción casi to tal, el já n a to de Q ip-
chaq u H o rd a de O ro , en 1395, no desapareció to talm en te, pues T am erlán confió
lo que q u ed ab a de él al ján T im ú r Q utlu g (1398-1400), cuyo m inistro y general
Y édigéi consiguió frenar una ofensiva del gran d u q u e de L ituania, V itold (1399),
y hacer reconocer la sob eran ía del ján a los príncipes m oscovitas. T ras la m u erte
de Y édigéi (1419), V itold reem p ren d ió sus ataq u es y llegó a alcanzar el m ar N e­
gro, cuya región com pren did a en tre el D n iép er y el D n iéster fue in teg rad a a su
E stad o , al m enos hasta su desaparición en 1430; tra tó de in tervenir en los asuntos
del já n a to de la H orda de O ro (n o m b re que los rusos ad o p taro n ), p ero los d ife­
rentes clanes que lo com ponían lograron p reserv ar su in d ependencia y su unidad
hasta 1438. En esta fecha, un funesto can d id ato al já n a to , U lugh M eh m et, se re ­
tiró a K azán, en el V olga, que convirtió en la capital de un nuevo E sta d o , el
já n a to de K azán, m ientras qu e al sur se extendía el já n a to de la «G ran H o rd a» ,
dirigida por K utchk M ehm et. F in alm en te, en 1441 apareció un tercer já n a to , el
de C rim ea, bajo la au to rid ad del ján H ayi G h irai, fu n d ad o r de una dinastía qu e
d u raría hasta el siglo x v m , en ta n to que m ás al este se creab a el já n a to de A stra ­
cán, en la desem bocadura del Volga.
D e este m odo, el gran já n a to de Q ipchaq era d esm em b ra d o y sus residuos
conocían fortunas diversas, al tiem po que la am enaza que había hecho p esar so ­
b re E u ro p a d esaparecía; esta situación era favorable al desarro llo del E stad o
m oscovita y del E stad o polaco-lituano: la G ran H o rd a pasó m uy ráp id am en te a
d e p en d er de los grandes-príncipes de M oscú, y lo m ism o ocu rrió un poco m ás
tard e con los ján ato s de K azán; los m oscovitas trata ro n de so m eter tam bién el
já n a to de C rim ea, pero Hayi G h irai, aliado del rey de P olonia, resistió esta p re ­
sión hasta su m u erte (1466). Su hijo y sucesor, M engli G hirai dio un giro total a
la situación al aliarse con el príncipe de Moscú Iván III, en tan to qu e el rey de
Polonia C asim iro IV se aliaba con el ján de la G ran H o rd a. P ero , de hecho, cada
so b eran o actuaba en su pro p io beneficio; Iván III tra ta b a de consolidar su posi­
ción en R usia e increm en tar sus territo rio s, cosa qu e hizo al co n q u istar N ovgorod
en 1478, al vencer al ján de la G ran H o rd a el añ o 1480, y al obligar a diversos
príncipes rusos a pagar su trib u to no ya a los ján es tá rta ro s sino a él.
Por su p a rte , M engli G hirai tenía en m en te la idea de elim inar de C rim ea a
los genoveses que estab an só lidam ente instalados en la costa y, sobre to d o , en
C affa; pero su actividad económ ica había dism inuido en este secto r desde qu e los
polaco-lituanos ocupaban una p arte de la costa del m ar N egro y co n tro lab an las
rutas de M oldavia y de P odolia, y tam bién desde qu e los o to m an o s con q uistaro n
C onstantinopla au n q u e, poco después de la conquista de la ciudad, fue firm ado
un acu erd o com ercial favorable a los genoveses. El acercam ien to en tre genoveses
y polacos decidió a M engli G hirai a atacar: tras h a b e r to m ad o una a una to d as
las bases genovesas, alcanzó finalm ente, en 1475, C affa, qu e cayó en sus m anos,
lo que ponía fin a la presencia latina en C rim ea, de d o n d e los venecianos hab ían
desaparecido desde hacía m ucho tiem po. N o o b sta n te , M engli G hirai recibió el
refuerzo de trop as o tom an as p ara ap o d erarse de Caffa: a cam bio, reconocía la
soberanía del sultán M ehm et 11, p ero la consecuencia inm ediata de esta acción
UN ISLAM T U R C O O M O N GO L 253

fue el reforzam iento de su prestigio y a u to rid ad en to d a la región. A m ás largo


plazo, los ján es de C rim ea se conv irtiero n en vasallos de los o to m an o s h asta el
siglo x v in (1783) y co ntrib u y ero n así a aseg u rar la dom inación de los sultan es de
C o nstantinopla en el m ar N egro, d o n d e h abían to m ad o en 1484 los territo rio s
d eten tad o s por los polacos. E n 1497 fracasó un in ten to polaco en M oldavia, y el
ján de la G ran H o rd a, Seyyid A h m ed , q u e h abía ap o y ad o a los polacos, fue luego
com pletam ente vencido p o r M engli G hirai en 1502 y su já n a to dejó de existir.
En lo referen te al já n a to de K azán, fue cada vez m ás som etido a la dom inación
rusa, antes de que en 1552 Iván IV el T errib le se a p o d erara de él.
E n el interior del m u n d o ruso p ro p iam en te dicho, Iván III pone térm in o a la
autonom ía del principado de T v er (1485) y ocupa to d a una p arte de L eto n ia y
Pskov, cuyos h ab itan tes traslad a a M oscú (1490). P ero ap a rte de estas acciones
bélicas y de intim idación, hay algo m ás: hostil a las preten sio n es de los com er-
ciantes alem anes de la H an sa, h ab itu ad o s a d isp o n er de N ovgorod o d e R iga a
su voluntad, les pone un im puesto o los expulsa, una política de desconfianza y
de xenofobia tam bién m uy tradicional: al m enos, los rusos se sen tirán ah o ra e n tre
los suyos; el papa Sixto IV y el e m p e rad o r S egism undo están asom brados: sus
em bajadas dan testim onio de la e n tra d a teórica de R usia en el co ncierto eu ro p e o ;
p ero se rechaza a sus rep rese n ta n te s sin m ed iar explicación alguna. En realid ad ,
el príncipe de M oscú se siente m ucho m ás cerca qu e ningún o tro del m undo
oriental y, en p articu lar, del d ifunto m u n d o bizantino: en 1472 se casa con Z o é
P aleólogo, una de las últim as rep rese n tan tes de esta ram a fam iliar instalada en
M orea; una vez que la d esaparición de B ulgaria deja el título sin d e te n to r, tom a
por su cuenta el de C esar, «zsar», qu e M ehm et II, m ás p reo cu p ad o p o r el islam is­
m o que por la continuid ad , d esd eñ ó ; su p atriarca se con sid era, m ás que el de
C onstantinopla (caído bajo la d ep en d en cia del Islam ), el au tén tico c o n tin u ad o r
de la Iglesia cristiana de O rie n te ; ¿q u é haría con un O ccidente tan ex tra ñ o el
h ered ero de C onstantin o p la? P ero esto no es todo: Moscú será la « tercera
R om a»; de 1485 a 1508, ab an d o n an d o sus palacios de m ad era y ad o b e, Iván hace
co n stru ir p o r arq u itecto s italianos (p o rq u e es m en ester, a p esar de to d o , dirigirse
a los que tienen en sus m anos la an to rch a del a rte principesco) un palacio fortifi­
cad o , un krem l, ceñido de alm enas al estilo güelfo, qu e tom a la form a del castillo
de los Sforza en M ilán; au n q u e , en el c en tro de esta fortaleza, los palacios y las
iglesias se dispersan en p abellones y en viviendas aisladas a la m anera del Sacro-
P alacio, m ientras la iglesia p rincipal, q u e edifica el b o loñés F ierav en te, la c a te ­
dral del T rán sito de la V irgen, es de p lan ta b izantina.
El nacim iento del K rem lin, en el m o m en to en q u e sucum ben las dom inaciones
eslavas de E u ro p a c e n tra l, co m p ren d id a P olonia, y en qu e B izancio se d e rru m b a
a n te el tu rco, es un acon tecim ien to capital de la historia de E u ro p a ; a p a rtir de
ento n ces, esta últim a se d etien e en el D u n a y en el D n iép er: m ás allá crece poco
a poco un m undo nuevo, y este m undo se califica y se considera el h e re d e ro de
C o nstantinopla; m ira hacia el m ar N egro y los estrech o s, de los qu e le sep aran
aún m uchos años de esfuerzos; p ero p u ed e d ecirse, sin ju g ar con fáciles profecías,
que de este lado y d u ran te m ucho tiem p o la E u ro p a occidental deja de pro g resar;
no supo recoger de la herencia griega m ás que un recu erd o o un reflejo; ab an d o ­
nó al Islam , la tierra y los ho m b res; sin em b arg o , un h ered e ro se perfila en el
h o rizonte, cristiano, o rien tal y c o n q u istad o r. N o hem os llegado aún a P ed ro el
254 EU R O PA Y E L ISLAM EN L A E D A D M ED IA

G ran d e ni al tratad o de San S tefano; p o r el m o m en to , Iván incita a los tram p ero s


rusos a p asar el U ral y ta n te a r la Siberia inviolada; p o r este lado, hay suficiente
trab ajo que hacer p ara o cu p ar a los soldados y los pioneros; luego h ab rá q u e re ­
conquistar los accesos a los m ares, rech azar a los polacos y los alem anes, v en cer
a los turcos, acceder al m ar la tin o ..., p ero esto es ya o tra historia.
p
JLyáta -es la historia del nacimiento y el ascenso -del islam, desde
la predicación de Mahoma hasta el apogeo -del Imperio otomano
y la-conquista deConstantinopla. Una historia del Islam medieval
-escrita por tresgrandes especialistas -los profesores Rresc, Guichard
y Mantran-,que nos muestra-su expansión primera, su fragmen­
tación posterior -que -coi ncidirácon-el momento de esplendor de
al-Andalus-, la-catástrofe que representará para-él la oleada mon­
gola y la recuperación por obra de los turcos. Pero este libro nos
-cuenta también una parte importante de nuestra propia historia:
nos muestra la forma -en que Europa nace en estos siglos -de con­
frontación -con el mundo islámico -del-choque de reconquistas v
-cruzadas- y nos habla de los intercambios -del -comercio y la cul­
tura en unos tiempos en -que-el Mediterráneo era un mar sarraceno.
I le n r i Brescas profesor de la Universidad de París-Nanterre,
Pierre Guichard es profesor de la Universidad-de Lyon-II y Roben
Mantran-es profesor de la Universidad de Aix-en-Provence.

Crítpcsa . Jbros d Historia ~

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