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Nelshia

Sttefanye

Sttefanye

Kyda & Cecilia


Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11 4
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Biografía del Autor
A
dorkable (ah-dor-kuh-bul): Término descriptivo que significa ser
partes iguales de tonta y adorable. Como referencia, ver Sally Spitz.
Sally Spitz de diecisiete años ha terminado con las citas. O al menos,
ha terminado con las horribles citas a ciegas, enganches y ataques escurridizos
que su celestina mejor amiga Hooker le establece sucesivamente. Hay un límite
para lo que una chica geek y seguidora de Gryffindor puede tomar.
Su solución: necesita un novio falso. Y rápido.
Introduce a Becks, fenómeno del fútbol, todo un bombón, y el mejor amigo
de Sally prácticamente desde su nacimiento. Cuando Sally le pide a Becks ser su
N.F (Novio falso), Becks está más que dispuesto a ser usado. Haría cualquier
cosa por Sal, incluso si eso significa darle lecciones de DPA en su habitación,
decirle que es ―más que bonita‖, y besarla de manera experta en las fiestas.
El problema es que Sally ha estado enamorada de Becks toda su vida, y él
no tiene idea.
Este libro presenta dos mejores amigos, una manta con mangas edición
especial de Yoda, incontables besos debajo de la oreja, y plantea la pregunta: 5
¿Quién quiere un novio real cuando fingir es mucho más divertido?
M
i madre pensaba que era lesbiana.
Grandioso.
Después que me acomodó con el sobrino de su jefe, quien por
cierto, masticaba con la boca abierta, escondía su servilleta en su camisa de
estilo babero, y robaba lo último de la cena, no había pensado que podría
ponerse peor.
Supongo que eso es lo que pasa por ser optimista.
—Nunca más —había dicho mamá después del incidente de la subasta el
verano pasado. No terminó bien—. Nunca te pondré con alguien de nuevo.
—¿Lo juras solemnemente? —le había preguntado.
Ella había asentido.
—En lo que a ti concierne, Sally Sue Spitz, terminé. Colgaré los guantes de
emparejamiento contigo a partir de hoy.
Lástima que le hubiera entregado esos guantes a alguien aún más
entrometido. 6
Daisy Wilkins llamó a la puerta, precisamente a las 17:30 mamá la dejó
entrar con una enorme sonrisa y la presentó como la hija de Stella Wilkins, la
excéntrica peluquera de mi madre, y agregó:
—Es de Nueva York. —No conocía a todos en nuestra pequeña ciudad (a
pesar que se sentía así a veces), pero hubiera sabido que Daisy no era de Chariot
con sólo mirarla. Ese mohawk gritaba que era de la gran ciudad.
—Bonito cabello —dije, mientras nos sentábamos a cenar. Las puntas
rosadas eran puro punk, pero las raíces rubias blanqueadas eran positivamente
Malfoy. No cualquiera podía lograr eso.
—Bonita sonrisa —contestó ella, lo que me pareció dulce. No todos los días
recibías un cumplido de esa manera, y menos de una completa extraña. Mi
madre parecía contenta, y había asumido que era porque había puesto una gran
cantidad de dinero en mi sonrisa con frenos y retenciones que había llevado
durante tres años.
Estábamos a punto de terminar la cena, cuando las cosas tomaron un giro
extraño.
—Entonces, Daisy —dijo mamá—. ¿Tienes una fecha para el baile? Sabes,
Sally todavía no tiene a nadie con quien ir.
Mentalmente puse los ojos en blanco. Gracias, mamá. Vamos a hacer
publicidad que diga: Sally Spitz, solitaria de su clase, presidenta del club
alemán, votada como la más probable que termine sin novio, hasta el fin del
tiempo.
—Todavía no —dijo Daisy, recogiendo sus patatas.
Ella no lo dijo, pero sospechaba que Daisy era vegetariana. No había
tocado su carne, y su bolso tenía un parche de color rosa brillante con la palabra
PETA. Además que las miradas sucias que le daba a la carne en el plato eran
pistas bastante grandes.
—¿Escuchaste eso, Sally? —Mamá alzó las cejas—. Daisy tampoco tiene
ninguna cita.
—Hmm —dije, tratando de alcanzar mi agua, mirando de nuevo el reloj.
¿Cuándo llegaría el último puto emparejamiento de Hooker? Mi mejor
amiga, Lillian Hooker, tenía sueños de convertirse en casamentera profesional,
que por desgracia significaba que era su proyecto especial. Los chicos harían
cualquier cosa por ella. Eso incluía una cena con su mejor amiga y ver a la
madre de su mejor amiga los domingos. La ―cita‖ de esta noche ya estaba una
hora retrasada. No es que quisiera encontrar a otro tipo en la larga lista de
arreglos, pero la parte meridional se rebelaba ante la idea de su rudeza. La parte
femenina sólo estaba marcada por haber sido levantada.
—¿Tal vez podrían ir juntas?
Me atraganté, con los ojos llorosos.
—¿Qué?
Mamá me lanzó una mirada severa.
—Dije, que tal vez las dos pudieran ir juntas. Es decir, si Daisy no va con
nadie, y tú no irás con nadie... —Se fue apagando, mirándome con expectación.
Cuando me quedé callada, agregó—: Oh, vamos, Sally. Ambas necesitan citas, 7
¿verdad? ¿Por qué no ir juntas? Creo que tú y Daisy harían una linda pareja.
Simplemente parpadeé. En ese momento era incapaz de cualquier otra
cosa. Ella había dicho ―pareja‖ como si quisiera decir...
—Muy lindo —estuvo de acuerdo Daisy, y cuando la miré, me guiñó. ¡Un
guiño!
Tragué. Santo cielo, eso era exactamente lo que había querido decir.
—Mamá, ¿puedo verte en la cocina? —Me levanté de mi silla y fui
rápidamente hacia la puerta antes que ella pudiera responder.
Cuando mamá entró detrás de mí, sonó desanimada.
—Eso fue muy grosero, Sally. Daisy ahora va a pensar que estamos aquí
hablando de ella. ¿Qué es tan imp…?
La encaré, con voz incrédula.
—Mamá, ¿piensas que soy lesbiana?
—Bueno, ¿no es verdad? —dijo confundida.
—¡No! —Eché un rápido vistazo a la puerta para asegurarme que seguía
cerrada. Al ver que lo estaba, repetí—: No, no lo soy. Ni siquiera un poquito.
Mamá, ¿qué... qué te hace pensar algo así?
—Lillian preguntó, y no pude descartarlo. —Se encogió de hombros,
bajando la mirada a sus manos—. No lo sé.
—Tuvo que haber algo —persistí. Necesitaba saberlo. Si Hooker y mi
propia madre tenían esa impresión, puede que otras personas la tuvieran
también. ¿Hasta dónde estaba esta concepción?
—Bueno —dijo mamá finalmente—. En primer lugar, está el hecho que
nunca has tenido novio.
—Muchas personas no tienen novio.
—Vas a cumplir dieciocho años.
—¿Y? —repliqué—. ¿Qué más?
—Hay esas etiquetas de arco iris que siempre llevas alrededor de tu bolso…
—¡Son para los niños del trabajo!
—… y luego está todo el tema de Becks.
—¿Cuál tema de Becks? —le dije.
—Sally, ese chico es materia de primera para cualquier mujer con ojos. Has
sido su mejor amiga desde la primaria, y ni una sola vez has dicho una palabra
de lo atractivo que es.
—Becks es Becks —dije diplomáticamente—. Y no creas que no voy a
decirle acerca del espeluznante comentario que acabas de hacer. Continúa, por
favor.
—Nunca sales con nadie con quien Lillian te acomoda —resopló.
Tan pronto como lo dijo, supe que era la verdadera razón.
—Eso es porque son criminales o totales idiotas —señalé.
—Eso no es cierto —argumentó mamá—. Ahí está Oliver Morgan…
—Quien constantemente hace referencia a sí mismo en tercera persona. 8
—Devon Spurrs…
—Actualmente en la ISS por intentar robar Funyuns de la máquina
expendedora de la escuela.
—Andy Archer…
—No podía recordar mi nombre, mamá. Me llamaba Sherry, incluso
después que lo corregí ocho veces.
Mamá no desistió.
—Después fue Cromwell Bates.
—Bueno, esto es todo —dije, y frunció los labios—. El nombre por sí solo lo
hace sonar como un asesino en serie. Quiero decir, ¿quién lo sabe? Tal vez sus
padres saben algo que nosotros no. Además, me escupió cuando nos conocimos.
—No lo hizo intencionalmente. —Mamá levantó las manos en un gesto de
impotencia—. Sally, el pobre chico tiene un ceceo.
Me encogí de hombros. La sensación de saliva de Cromwell en mi mejilla
todavía me daba pesadillas. En ese momento había tenido miedo de herir sus
sentimientos, por lo que acabé dejando que se quedara allí, obligando a mis
manos a no limpiar mi piel al sentir la condensación asentarse en mis poros. Lo
primero que hice cuando salí fue lavarme la cara, tres veces por si acaso.
—Sabes... no me molestaría si lo fueras —vaciló mamá, el tono débil pero
sincero—. Gay, quiero decir.
—Pero no lo soy —dije de nuevo—. El hecho que no haya salido con
ninguno de los chicos perdedores que Hooker envió en mi dirección no significa
que me gusten las chicas.
De repente, mamá se rió.
—No —dijo—. No, supongo que no. —Tomó mi mano y me miró a los
ojos—. Me importas, Sally.
Le di un apretón. Mi madre había estado diciendo eso desde mi quinto
cumpleaños cuando había pedido un sable de luz en lugar de una muñeca
Barbie.
—Y no seas demasiado dura con Lillian —agregó—. Me recuerda a mí a esa
edad, siempre tratando de reunir a la gente.
—Me gustaría que no lo hiciera —murmuré.
—Su corazón está en el lugar correcto.
—No sé por qué se siente responsable de mi vida amorosa. Mamá, sólo
tengo diecisiete años. Tengo un montón de tiempo para encontrar a la persona
correcta... y será un chico —reiteré para ser clara.
Se encogió de hombros.
—Uno de estos días, podría ser El Único, esperando ahí afuera en nuestra
puerta.
—Mamá.
—Lo sé, lo sé —dijo, rechazándome—. Gajes del oficio, supongo. Soy 9
servidora del verdadero amor; eso es lo que hago, Sally.
Había oído eso antes. Como planificadora de bodas, mamá realmente no
podía evitarlo. Era natural que quisiera emparejar compañeros de alma. Su
trabajo consistía en darles a las parejas sus felices para siempre. Ella y Hooker
eran como dos gotas de agua en forma de corazón-rosa-borrachas-de-amor.
Sólo deseaba que usaran sus talentos para el bien en vez de intentar
emparejarme todo el tiempo.
—No vas a planear mi boda por el momento, mamá.
—Oh, por favor, he planeado tu boda desde que estabas en el vientre.
No pude ocultar mi expresión de horror.
—Relájate, sólo estoy bromeando. —Se rió—. La verdad es que no quiero
que estés sola. —Sus ojos fueron de brillosos a huecos—. Créeme, se vuelve
aburrido después de un tiempo.
Era en momentos como este que recordaba lo mucho que extrañaba a mi
padre.
—Mejor que estar atada a un mentiroso, tramposo hijo de p…
—Sally —dijo mamá con una nota de advertencia.
Abrí los ojos con toda inocencia.
—¿Qué? Iba a decir perra.
—Claro que sí. —Negó mamá, mirando hacia la puerta de la cocina—.
Pobre Daisy, me siento muy mal por todo esto. Creo que realmente le gustas,
Sally. Tendrá el corazón roto cuando se entere. ¿Qué le diremos?
Daisy y yo nos habíamos llevado bien, pero no estaba tan segura de todo el
asunto desgarrador.
Le di una palmada a la mano de mamá.
—La rechazaré con gentileza —dije mientras caminábamos de regreso al
comedor.
Daisy estaba escribiendo algo en su teléfono, enviándole mensajes de texto
a alguien. Cuando entramos, levantó la vista y dijo:
—Lo siento, pero me tengo que ir. —Se puso de pie, y la seguí hasta la
puerta—. Mamá acaba de confirmar mi vuelo. Parece que ha sido adelantado a
unas pocas horas, por lo que tendré que salir muy temprano mañana. Fue bueno
conocerte, Sally.
—A ti también —dije, notando sólo ahora que mamá se las había arreglado
para desaparecer. Al parecer, me dejaría esto. Bueno, se supone que sólo había
una manera de decirlo—. Entonces Daisy, ha habido una especie de error. Por
mucho que me ha gustado hablar contigo, no soy…
Daisy puso una mano en mi hombro, dándome una mirada de simpatía.
—Escucha, sin ánimo de ofender, ¿de acuerdo? Eres linda y todo, pero eres
un poco... lenta para mi gusto. —Abrí la boca, pero continuó—. Oh, no me
malinterpretes. No estoy diciendo que sea algo malo. No es lo que estoy
buscando en este momento. Me entiendes, ¿verdad?
Después de tragar, dije:
—Por supuesto. 10
Se inclinó y me dio un beso en la mejilla.
—Si alguna vez vas a Nueva York, llámame, ¿de acuerdo? —Al abrir la
puerta, se volvió para mirar por encima del hombro—. Iremos a almorzar o algo
así.
Me quedé aturdida, mirando sus luces traseras desaparecer en la esquina,
hasta que mamá apareció detrás de mí un par de minutos más tarde.
—Entonces, ¿cómo salió?
—Me dijo que no soy su tipo.
—Oh. —Mamá se encogió de hombros—. Bueno, eso está muy mal.
Estaba indignada.
—Me llamó idiota. Me acaba de conocer. ¿Cómo iba a recibir esa llamada
después de sólo una cena?
Madre observó críticamente mi traje y luego dijo:
—Te das cuenta que estás usando tu camiseta de Gryffindor, ¿verdad? —
Abrí la boca para decirle que era un objeto de colección directamente de la línea
de ropa oficial de Harry Potter, pero mamá me cortó—. Y sabes que cuando
Daisy entró, tenías la mano derecha levantada con los dedos extendidos en señal
de ese extraño Star Trek.
Sí, pensé, pero supongo que eso fue sólo porque había asumido que sería
mi cita para caminar a través de la puerta, lo que en realidad había sido, y había
querido asustarlo. En mi experiencia, los chicos no veían dos veces a las chicas
que usaban referencias Trekkie, y mucho menos llevaban objetos coleccionables
de Potter.
—Fue el Vulcan Salute —murmuré.
—Está bien —dijo mamá—, ¿pero tenías que decir ―Larga vida y
prosperidad‖?
—No estaba segura que sabía lo que significaba. —Daisy podría haber
pensado que estaba hablando en otro idioma o algo así. Levanté la barbilla—. ¿Y
sabes qué? He conseguido bastantes cumplidos con esta camisa.
—Hace qué, ¿diez años?
Me sonrojé.
—Becks también dijo que le gustaba.
—A Becks ni siquiera le importa que seas una chica. —Sólo le tomó un
segundo a mamá darse cuenta de lo que había dicho, pero para entonces ya me
dirigía a mi habitación—. Sally, lo siento.
—Está bien —dije, haciéndole señas por encima del hombro para que no
viera lo mucho que me había lastimado—. Buenas noches, mamá. Te quiero.
—Te quiero, Sally. —Su respuesta fue solemne mientras cerraba la puerta.
Me di cuenta por su tono que ya se había arrepentido, sentido pena por hablar
sin rodeos. Pero, ¿cómo podía estar enojada? Sólo estaba diciendo la verdad, y
sabía eso tan bien como cualquiera. Sin embargo todavía no dejaba de doler.
Cayendo en mi cama, fui a mi mesita de noche y saqué mi diario. Bloguear
no era lo mío, y para el anuario, mi cita de mayor diría ―Facebook roba su alma‖.
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Twitter tampoco era mi fuerte, ya que lo consideraba un pequeño paso de
acecho legalizado, así que para mí la creación de redes sociales era bastante
difícil. Pero entonces, siempre había sido fan de los clásicos de todos modos.
La primera página era dedicada a Cita #1 Bobby Sullivan. Hooker había
conocido a Bobby en una boda la primavera pasada, donde habían ido a la
segunda base en la iglesia. Él había accedido a salir conmigo sólo después que
prometí no decirle a su abuela. Culpa católica, sigue vivo y bien hoy. Pero lo
peor aún era Cromwell ―El Escupidor‖ Bates, Cita #7. Estaba oficialmente llena
de cicatrices para toda la vida.
Moviéndome a mi última entrada, empecé una nueva página. A la cabeza
escribí, cita misteriosa #8 Daisy W. Seguí con un breve resumen de la noche,
desde la forma en que había estado completamente inconsciente del hecho que
ella era mi cita hasta la charla del baile, seguido de las razones de mamá para
pensar que era gay, y terminando con nuestra pequeña conversación junto a la
puerta. En la parte inferior, como había hecho en cada una de las entradas
anteriores, le di a la noche una calificación de éxito total con seis. Notablemente
mi más alta calificación hasta ahora. No me sorprendió que la cita que había
clasificado más alto hubiera sido con una chica que me había llamado idiota.
Los otros simplemente eran muy malos.
Mi teléfono sonó al lado de mi cama. Me balanceé hasta sentarme y miré la
pantalla. Había un nuevo texto de Becks.
Decía:
¿Te sientes como para un maratón de Scary Movie?
Envié el mío de regreso.
No esta noche.
Tardó menos de un segundo.
¿Mala cita?
No pude evitar sonreír ante eso. Becks siempre había tenido la extraña
capacidad de leerme, incluso a través del teléfono. Lo pensé y entonces envié:
No tan mala. ¿Te cuento sobre ella más tarde?
No puedo esperar;) Buenas noches, Sal.
—Listillo —murmuré y le envié:
Buenas noches.
Con suerte, Becks no me haría demasiada burla con todo el asunto de
Daisy.

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E
stá bien, sabía que habría algo de problema. Pero en serio, ¿era
realmente necesaria esa sonrisa tan amplia? Becks estaba apoyado
en mi casillero, su metro ochenta de alto relajado, el negro cabello
ondulado rozando las puntas de sus orejas, mirándome mientras caminaba
hacia él por el pasillo. No era como si sólo pudiera darme la vuelta y correr.
Tenía que ir a buscar mis libros para el próximo periodo, y él estaba en el
camino. Sus ojos, los que conocía tan bien como los míos, estaban nadando en
alegría, con una expresión expectante.
Decidida a borrar la sonrisa de su cara, dije:
—Hola, Baldwin. ¿Cómo te va?
Palideció.
—Por Dios, Sal. No tan temprano en la mañana, ¿sí?
Sonreí. Baldwin Charles Eugene Kent, también conocido como Becks,
siempre había odiado su nombre de pila. Con un nombre así incluso quería
odiarlo, y era mi mejor amigo. Por suerte, Becks había escapado de ese trago
amargo con un apodo asesino. Nacida con el apellido ―Spitz‖, no había ninguna
esperanza para mí. Desde primer grado en adelante, mis compañeros se
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negaron a llamarme de otra manera.
—Entonces, ¿qué pasó? —dijo, enderezándose al llegar junto a él. Becks se
agachó para mirarme, pero evité su mirada—. Oh, por favor, no podría haber
sido tan malo. ¿Qué tenía este tipo, dedos del pie palmeados o algo así?
Me reí.
—¿Cómo puedo saber?
—¿Te escupieron otra vez? —Negué. Se pasó una mano por el grueso
cabello, pero como de costumbre, cayó de nuevo en sus ojos—. Honestamente
Sal, no me puedo imaginar qué sea peor que eso. ¿Qué hizo? Ya sabes, voy a
seguir preguntando cada cinco segundos hasta que lo digas.
Suspiré. Bien podría acabar de una vez. Ninguna cantidad de retraso iba a
cambiar los hechos, y Becks era lo suficientemente terco para cumplir esa
amenaza.
—Ella no ha hecho nada —le dije—. Fue la situación la que fue rara.
—¿Ella? —repitió Becks y se iluminó con una amplia sonrisa—. ¿Cuál es su
nombre? ¿Es sexy? ¿La conozco?
Típico de Becks, pensé. Solo él haría esas preguntas, en ese orden, después
de haber oído algo como esto.
Cerrando mi casillero, me dirigí para mi primera clase. Con sus largas
piernas, Becks me alcanzó en un santiamén.
—Sal —persuadió, empujando mi hombro. La gente a izquierda y derecha
lo llamó, pero después de reconocerlos, Becks se volvió hacia mí—. No te enojes,
Sal. Siempre he sido muy curioso. No me puedes odiar por eso; nací de esta
manera.
Y esa era razón por la que no podía estar enojada con Becks por mucho
tiempo. Era simplemente imposible.
—Su nombre —dije en respuesta a su primera pregunta—, es Daisy. ¿Y
cómo debería saber si era sexy o no? Sin embargo tenía una linda cresta. En
cuanto a si la conoces o no, es la hija de Stella.
—¿La peluquera? —Asentí, y el aspecto de Becks se volvió reflexivo—. Creo
que podría haberla visto una o dos veces. Figura alta y decente, ¿piercing en la
nariz? Maldición, Sal. ¿Qué hizo que Lillian creyera que era tu tipo? —Se rió—.
¿Tienes un fetiche secreto de chico malo que debería saber?
—¿Quieres decir chica mala? —murmuré.
Becks negó.
—No lo entiendo. ¿Cuál es el problema?
—El gran problema es Hooker organizándome una cita con una chica.
Becks se encogió de hombros.
—Podría ser peor.
Con el ceño fruncido, lo miré.
—Lo digo en serio. 14
—Yo también. Sal, estas cosas pasan.
¿Estaba bromeando?
—Estas cosas pasan. ¿Eso es lo mejor que tienes?
—Bueno, es verdad.
—¿Wer? —Alcé las manos—. Sag es mir, Becks, sag es mir sofort, denn ich
will es wirklich wissen.
—Inglés, por favor, Sal. No tengo idea de lo que estás diciendo.
Y no tenía idea que había cambiado al alemán; que solo sucedía cuando
estaba molesta.
—¿A quién exactamente le sucede esto? —repetí.
Se encogió de hombros otra vez.
—A ti, al parecer. —Cuando fui a pellizcarlo, se rió y saltó hacia atrás.
—Esto no es divertido.
—Es bastante divertido, Sal. Yo, por ejemplo, creo…
Antes que pudiera completar ese pensamiento (y lo más probable ganarse
otro pellizco), Roxy Culpepper y Eden Vice aparecieron. La forma en que
miraban a Becks fue suficiente para oscurecer mi día, pero viendo a Roxy
levantando su cadera, casi haciendo estallar la cosa fuera de la media, era por lo
menos entretenido.
—Oye, Becks —dijo Roxy, dándole un saludo con su cabeza y girando el
cabello—. Bonita camisa.
—Sí —dijo Eden con entusiasmo—. El corte se ve muy bien en ti. Y ese es
como mi color favorito.
Becks y yo dimos una dudosa vista una vez más a su blanco Hanes.
Pero a diferencia de mí, Becks no rodó sus ojos. Oh no, eso sería
demasiada mala educación. Como el conversador tranquilo, el amante
encantador de mujeres que era, Becks simplemente metió las manos en los
bolsillos, les dedicó un guiño y dijo:
—Gracias, tengo cuatro más como ésta en casa.
Se rieron como un par de hienas, y Roxy se acercó a pasarle una mano por
la mejilla desaliñada de Becks.
—Veo que todavía mantienes la tradición. —A medida que sus dedos se
detuvieron en la mandíbula, tuve un impulso real de golpear su mano, o pegarle
goma en el cabello, pero también pensé que sonaba un poco de primaria. Mejor
pegarle un golpe. Era mucho más adulto—. ¿Crees que vamos a ganar mañana?
—Lo sabes —dijo Beck.
—Oh, Becks, es el último año. Tienes que ganar. —Eden le dio a su otra
mejilla el mismo trato—. Sólo tienes que hacerlo.
—Haré lo mejor que pueda.
—Vas a ganar —dijo Roxy con certeza, la cadera tan alta que me impactaba
ver que todavía estaba conectada a su cuerpo—. Marca un gol por mí, ¿de
acuerdo?
Observé mientras las dos se iban furtivamente, pero Becks no podría haber
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parecido más satisfecho consigo mismo.
Verlo verlas no era mi idea de un buen momento.
Moviéndome, dije:
—Becks, ¿cómo lo soportas? Ellos vienen a ti y te dan palmaditas como un
perro. Es degradante.
—¿Lo es? —Becks todavía estaba viendo a Roxy y sus sorprendentes
caderas meciéndose. Juro que esa chica nació con doble articulación.
—Sí —dije—. Lo es.
El tono de Becks era seco.
—Me siento tan usado.
Rodando mis ojos, me alejé justo cuando otra chica se acercó a acariciar su
rostro.
Debido a un rumor que comenzó el año pasado, ahora era aceptable que la
gente venga y lo acaricie de la nada. Cuando Becks me había dicho del ritual,
cómo había dejado de afeitarse tres días antes de un partido para evitar la mala
suerte; lo había leído en algunos artículos de deportes, escrito como una
superstición. Pero entonces de nuevo, el año pasado fue nuestra primera
temporada siendo 23-0, así que, ¿qué sabía yo? En lo personal, odiaba la barba.
No por la forma en que hacía que Becks se viera, Becks era una maravilla, con o
sin el vello facial, pero la gente pensaba que les daba el derecho a tocarlo. Y todo
el mundo lo hacía en algún momento u otro.
Excepto yo.
Sólo porque eso no era el tipo de cosas que los mejores amigos hacían, e
incluso si lo fuera, de todos modos no tenía las agallas para hacerlo.
—¡Espera, Sal!
Reduje la velocidad.
—¿Por fin nos alejamos de todos esos admiradores?
—No seas así —dijo Becks, acercándose—. Sólo están emocionados con el
juego.
—Sí, claro.
—¿Qué es lo que realmente te molesta? Y no me digas que son los
admiradores, te conozco demasiado bien.
Era a la vez bueno y malo.
—Es sólo que... No puedo entender qué le dio la idea —dije, abordando la
cosa menos complicada de las dos que me molestaban—. Mi mamá, quiero
decir. ¿Qué hice para hacerle creer a ella y a Hooker... bueno, ya sabes?
—Padres —dijo Becks, como si fuera un gran misterio—. Quién puede decir
lo que les hace hacer eso.
Deteniéndonos fuera de mi primer período, intenté hacer que mi voz
sonara ultra-casual.
—Tú nunca pensaste eso, ¿verdad?
—¿Pensar qué? —Becks saludó a alguien que lo llamó.
—Que fuera, ya sabes... —Tragué—. ¿Gay?
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Becks medio me sonrió, al menos viéndose completamente inconsciente de
lo mucho que su respuesta me importaba.
—Sal —dijo mientras contenía la respiración—. Gay o heterosexual,
siempre seremos mejores amigos.
Exhalé. No era exactamente la respuesta que estaba buscando, pero la
tomé.
—¿Te veré en la práctica?
—Por supuesto. —Sonreí—. Alguien tiene que escribir acerca de los
primeros años antes que te vuelvas pro. Bien podría ser yo.
Negando, Becks dijo:
—Nos vemos, Sal. —Y luego siguió por el pasillo. Mientras caminaba, las
personas, en su mayoría chicas, pero una parte justa de chicos, saludaron a
Becks con silbidos, palmadas en la espalda, y más rozamiento de mejilla. Él
tomó todo con calma, incluso cuando Trent Zuckerman le dio un golpe en el
pecho que casi lo derribó de un golpe.
—Así que Spitz, ¿vienes esta noche?
Di media vuelta y me encontré cara a cara con mi casamentera auto-
nombrada. Lillian Hooker era la única persona que tenía permiso para
llamarme con ese nombre y mi más cercana mejor amiga después de Becks. En
general, ella y yo nos parecíamos mucho: misma altura, misma talla de
pantalón, mismo cabello largo. ¿En realidad? El cabello de Hooker era chocolate
negro, el mío marrón arena. La distinguía la confianza y las curvas-en-todas-los-
lugares-correctos. La tez caramelo no la hería tampoco. Era exótica mientras yo
era común.
En otras palabras, Hooker era el Amidala para Hermione.
—No lo sé, Hooker. —Nos unimos en séptimo grado por un gran amor
hacia las películas de superhéroes y un odio profundo a los apellidos
desafortunados. Esa primera fiesta de pijama nos hicimos oficialmente mejores
amigas. Hooker y yo habíamos estado comiendo palomitas y viendo televisión
cuando encontramos un Western cursi llamado Tombstone. Obsesión
instantánea. Mientras que otras niñas se vestían como bonitas princesas,
nosotras éramos Doc. Holiday y Johnny Ringo para Halloween—. Todavía me
estoy recuperando de la noche anterior.
—Oí que fue bien.
Levanté una ceja.
—¿Debería siquiera preguntar?
Se encogió de hombros.
—Martha me envió un mensaje. Dijo que tú y Daisy se llevaron realmente
bien.
El hecho que mi madre y Hooker se estuvieran enviando mensajes de
textos como amigas... bueno... supongo que debería haberlo visto venir.
—¿También te dijo… —bajé la voz—, que no estoy bateando para el mismo
equipo?
Hooker se rió mientras entrábamos a nuestra clase.
17
—Y con eso quiero decir: me gustan los chicos.
—Sabía que era una posibilidad muy remota. Si fueras gay, no había
manera que pudieras haber resistido a todo esto. —Hizo un gesto para sí misma,
y no pude evitar sonreír—. Pero no has quedado con ninguno de mis chicos.
Stella ha estado arreglando mi cabello durante años, y cuando vi a Daisy el otro
día, me pregunté, ¿por qué no?
—Hmm, veamos... tal vez porque. no. soy. gay.
—Sí, lo siento por eso —dijo—. Lo compensaré, lo prometo. De todos
modos, vas a venir esta noche, ¿verdad?
—Tengo un poco de lectura para ponerme al día, por lo que debería pasar.
—¡Pero no puedes!
Sospeché inmediatamente.
—¿Por qué no?
Una vez sentada, agitó la mano.
—Oh, no hay razón —dijo, su rostro completamente inocente—. Aunque de
verdad esperaba que vinieras. Va a estar muy divertido esta noche. Sólo tienes
que estar allí.
Entrecerré los ojos.
—¿Por qué?
—Oh, ahora, ¿qué clase de pregunta es esa?
—Una buena —le contesté, mirándola de cerca—. Esto no es otra trampa,
¿no, Hooker? Te dije que terminé con eso. No más citas misteriosas.
En vez de responder, Hooker suspiró de sufrimiento y comenzó a raspar su
esmalte de uñas. El color de hoy era un brillante azul mar que coincidió
perfectamente con el color de sus ojos. Los mismos ojos que, por el momento,
no eran como los míos.
—Me refiero a que —insistí—, te lo dije antes: Empezaré a salir cuando lo
quiera.
—¿Y cuándo será eso? —Hooker estaba quitándose las cutículas con cortos
jalones eficientes—. ¿Antes o después del día del Juicio?
Crucé mis brazos, negándome a dejarlo pasar.
—Está bien, está bien. —Detuvo el asalto y me miró a los ojos—. Noche de
estreno de la nueva de X-Men. ¿Estás dentro o fuera, Spitz? Pensé que te
gustaría ir al espectáculo de medianoche y ver a Storm patear algunos culos
mutantes. Disculpa si me equivoqué.
Dejando escapar un suspiro, finalmente me relajé.
—Rogue tiene todo controlado en lo que respecta a Storm y lo sabes.
—Sí, claro —dijo, rodando los ojos—. Storm podría causar un huracán que
patee otra vez a Rogue a la semana pasada.
—Sí, y todo lo que Rogue tendría que hacer es tocarla, y Storm sería como
una luz, transfiriendo sus poderes a Rogue en el proceso. —Justo cuando la
señora Vega se dirigía al pizarrón, le pregunté una vez más, sólo para estar 18
segura—. Entonces, ¿no hay hombres misteriosos o… mujeres?
Hooker tendió las palmas de las manos.
—Sólo Xavier y su equipo.
—Entonces estoy dentro —dije de nuevo, y Hooker sonrió.
Siendo la chica adecuada, Hooker siempre parecía tener un chico al lado.
Durante los últimos tres meses, había sido Will Swift, un universitario recién
salido de Chariot y asistiendo a la UNC. Los chicos simplemente se sentían
atraídos por ella. Habían estado llamándola desde la secundaria, y ella no podía
entender por qué no quería sus chicos usados.
Como mi mejor amiga y aspirante a casamentera profesional, sintió que
era su deber ―ampliar mis horizontes románticos‖. Normalmente organizaba
citas con chicos que eran o sexy y/o con experiencia, la parte mala era que en
realidad nunca me lo decía de antemano. Domingo de adivina-quién-viene-a-
cenar fue sólo el comienzo. Me presentaba en algún lugar (un restaurante, el
centro comercial, un partido de fútbol) a la hora en que habíamos acordado
encontrarnos, y en vez de Hooker, encontré a Joe Piscotti, el segundo chico con
quien me había citado, quien admito era atractivo, pero también tenía veintiséis
contra mis diecisiete años. Afortunadamente, mamá nunca se había enterado de
ese fiasco. O Connor Boone, un artista autoproclamado de diecinueve años que
se había ofrecido a pintar en mi cumpleaños. Con todo respeto, lo rechacé.
No es que pensaba que era mejor que ellos (excepto, tal vez sí, en el
departamento de moralidad). De hecho, en general, habían sido los chicos
quienes habían terminado la cita temprano. No habían estado interesados, así
de simple. Honestamente no lo había estado tampoco, así que había funcionado
de maravilla para todos, excepto para Hooker, que lo había tomado como algo
personal. Ahora era su misión.
Hooker había subido la cantidad de citas este año, decidida a verme con
alguien en la graduación.
—Es el último año, Spitz —había dicho en nuestro primer día de vuelta—.
Tengo que encontrarte un chico.
—Realmente no tienes que hacerlo —fue mi respuesta.
—Sí, lo creo. —Sus ojos estaban brillantes—. Quiero ser una casamentera.
¿Qué dice esto si ni siquiera puedo encontrarle a mi mejor amiga su hombre?
Inaceptable.
—Pero…
—No hay peros, Spitz. Voy a encontrarte un chico o morir en el intento.
Tan malo que no podía decirle que ya había encontrado uno, de hecho, el
que importaba.
Pero eso era un secreto que pronto llevaría a la tumba.
Aun así, le había pedido a Hooker innumerables veces que dejara de
arreglarme citas, pero nunca escuchaba. Tenía que saber que era una causa
perdida. ¿No se daba cuenta que éramos mejores amigas del Adonis de la
escuela? ¿La única chica en Chariot que ni una sola vez habló, recogió, o había
sido manoseada por el mejor amante playboy de la ciudad? Tenía que haber algo
mal conmigo. No era lo bastante bonita, no lo suficientemente femenina, algo. 19
Lo había aceptado hace mucho tiempo, ¿por qué ella no podía hacerlo?
Mis clases pasaron rápido. Después de la escuela, la reunión del club
alemán fue un poco más larga, lo que apenas pasaba ya que había sólo otros dos
miembros, por lo que tuve que correr a las gradas para ver el final de la práctica.
Me pasé una mano por mi frente, y estaba húmeda. Al parecer mis glándulas
habían omitido la nota donde se supone que las chicas no suden, porque estaba
definitivamente más deportiva que un resplandor.
Mis ojos vagaron por la cancha de fútbol, viendo a Becks coqueteando con
otra animadora piernas-eternas, su segunda del día. El entrenador Crenshaw
gritó su nombre, su voz cortando el aire con toda la delicadeza de una sirena.
Becks ni siquiera se inmutó. Estaba sudando como un demonio, pero a la
señorita doble voltereta hacia atrás no parecía importarle.
Crenshaw llamó a Becks de nuevo, su rostro volviéndose rojo, al mismo
tiempo en que se fijó en mí. Ignorando al entrenador, Becks se acercó
enseguida.
—¿Disfrutando del espectáculo? —preguntó, jalando la parte inferior de la
camisa hasta secarse la cara.
Un ataque de gritos femeninos estalló.
—Claro —le dije, inclinando la cabeza—, pero no casi tanto como ellas.
—Ah, Sal, dame un respiro. Estoy trabajando mi trasero ahí. ¿Vas a escribir
acerca de mí o qué?
—Oh, sí, sin duda. —Asentí, tocando mi cuaderno—. No te preocupes. Será
totalmente digno de un Pulitzer.
—Oye, escucha. —Se aclaró la garganta mientras Crenshaw gritó su
nombre por tercera vez—. Si no puedes soportar el calor, sal de la cancha. —
Hizo una pausa, con una gran sonrisa—. Entonces, ¿qué piensas?
—¿De qué? —pregunté.
—Pienso que va a ser mi cita para el anuario.
—¿En serio?
Su semblante cayó.
—¿Muy obvio?
—Sí, sólo un poco. —Incapaz de soportar esa mirada, añadí—: Pero para ti,
puede que funcione.
—¿De verdad? —Se iluminó de repente—. Entonces voy a seguir.
—¡Quítatelo! —El grito trajo otra ronda de risas femeninas.
Volteando hacia la masa de chicas tontas, Becks sonrió.
—Sólo si dicen por favorcito.
—Por favorcito —respondieron al unísono, y casi quedé muda. Al ver que
no se desnudaba, las chicas empezaron un canto de—: ¡Sácatelo! ¡Sácatelo! —
Esto era por qué no debían dejar a las porristas practicar junto al campo de
fútbol. Las palabras se hicieron más y más fuertes mientras se volvían más
audaces, una turba rebelde de adolescentes hormonales con megáfonos. Era de
miedo.
—En serio no vas a escucharlas —dije rotundamente. 20
—¿Qué más puedo hacer?
—Becks, ten cuidado con el lado oscuro.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Es un Yoda-ismo —dije—, y sabes exactamente lo que significa. Becks,
¿no tienes vergüenza?
—No —dijo, levantando la camiseta en un rápido suceso, provocando una
mezcla de aplausos, gritos y suspiros de admiración.
Negué, luchando por mantener mis ojos al norte de su línea de mandíbula.
—¿Qué puedo decir, Sal? —dijo, retrocediendo—. Es como esa frase de ese
programa Oklahoma. Sólo soy un tipo que no puede decir que no. —Tirando su
camiseta a una de las animadoras, se fue en un andar sexy para el campo
central, sonriendo todo el tiempo. Le dio al ceñudo entrenador Crenshaw un
golpe violento en la espalda, y luego el equipo se puso a trabajar.
Anoté la cita de Becks, haciendo una nota al margen para incluirlo en mi
próximo artículo, mientras que la chica que había agarrado la camiseta de Becks
se la llevó a su corazón y fingió desmayarse.
Al menos, esperaba que fuera de mentira.
—¡B
ecks, no tan alto! La vas a dejar caer.
Puso los ojos en blanco.
—Relájate, Sal, hago esto cada noche.
Mirando al delantal de cocina con volantes que llevaba, levanté una ceja.
—¿Llevas seda rosa cada noche? Vaya, Becks. Después de todos estos años,
finalmente la verdad sale a la luz.
—Si eso es una indirecta a mi masculinidad, sabes que no funcionará. —
Beck lanzó la masa más alta, sonriendo mientras jadeé—. ¿Por qué me haces
llevar esto de todas formas?
Porque sólo una cosa ganaba a un Becks sin camiseta: Becks llevando un
sexy modelo rosa que decía ―Besa al cocinero‖ en el pecho, haciendo pizza para
mi madre y para mí. Después de la práctica, me había seguido a casa para que
pudiéramos pasar el rato antes que él fuera a trabajar. Mamá no estaría de
regreso hasta dentro de un par de horas por una consulta en Bixby. Becks nos
hacía la cena al menos una vez a la semana. El delantal sólo era un extra. Había
sido un regalo de mamá, incluso ella decía que le quedaba mejor a Becks. Lo que 21
me recordó…
—Mamá piensa que eres ardiente.
Esta vez casi perdió la masa de verdad, salvándola justo antes que tocara el
suelo. La mirada en su cara no tenía precio.
Recuperándose, dijo:
—Eso es bueno. —Poniendo la masa en una cazuela, empujó los bordes y
comenzó a hacer la corteza.
—¿Bueno? —repetí—. ¿No quieres decir raro? ¿Espeluznante? ¿Totalmente
erróneo?
Mirándome de reojo, dijo:
—¿Por qué te alteras tanto?
—No lo estoy —mentí. Mi madre estaba coqueteando con el único chico
que había amado en secreto desde siempre. Nada importante. ¿Quién se
enfadaría por una pequeña cosa como esa?
—Al menos sé que Martha tiene buen gusto.
—¡Becks!
Se rió mientras cruzaba mis brazos. Una vez que le añadió la salsa y
condimentó la masa con queso, pepperoni y piña, Becks la metió en el horno,
puso el temporizador, después se acercó e imitó mi misma pose. Él estaba
sonriendo, pero me negaba a ceder.
—Hablando de gustos —dijo después de un momento—, ¿qué es esa
música?
—Clásicos de los 80 —dije—. Si no te gustan, siéntete libre de cambiar de
emisora.
—No, me gusta. —Becks me empujó por el hombro—. Trae recuerdos, ¿no?
—Sí —concordé, una sonrisa apareciendo. Becks y yo habíamos pasado por
la fase de los 80 que todo niño pasa. Un ritual menos conocido.
—Creo recordar que tenías una cosa por el chico en ese musical.
—Tenía una cosa por su baile. —Aspiré—. Y no actúes como si no supieras
su nombre.
Suspirando, Becks pasó una mano por su cabello.
—No lo negaré. Quería ser Swayze.
—Mmm —dije, mirando los ojos azules de Swayze en los de Becks, las
largas y frondosas pestañas—. Creo recordar que usaste camisetas y pantalones
negros durante dos meses seguidos. Creo que eras tú el que estaba enamorado.
—Yo… —Becks se congeló mientras la canción que sonaba llegó al final y
una familiar empezó. Era como si la radio hubiera intervenido en nuestra
conversación—. ¿Quieres bailar, Sal?
—¿Estás seguro? —dije—. Sexto grado fue hace mucho.
—Sí, pero me forzaste a practicar cada día durante cuatro meses seguidos.
—Antes de poder recordarle que había sido él el que insistía en practicar tanto 22
(Becks siempre había sido un perfeccionista; una de las razones por las que
sobresalía en los deportes y los estudios), sonrió, y alargó su mano—. Creo que
me las puedo apañar.
Tomando su mano, asumí mi posición. Becks en mi espalda, puso mi mano
detrás de su cuello, sus dedos deslizándose lentamente por mi brazo, por el lado
de mis costillas, hasta mi cintura. Intenté (y fracasé) no estremecerme. Quizás
esto no había sido tan buena idea.
Aprender el baile final de Dirty Dancing había sido difícil. Habíamos
practicado largas horas en mi casa hasta que tuvimos los movimientos. La
diferencia entre el espectáculo de talento de sexto grado y ahora, era
vergonzantemente obvia. No había esperado que su toque me afectara en la
manera en que lo hizo. Quiero decir, siempre había estado enamorada de él,
pero cuando se tiene once años las cosas simplemente son diferentes. Mamá
había tenido que pasar las partes atrevidas para que por Dios pudiéramos ver la
película. La letra de ―Time of My Life‖ era tan inocente como siempre. Pero era
tan consciente de él. Su agarre en mi cadera, la manera en que me llevaba por la
cocina. Esos ojos. El baile había sido para todo público en sexto grado, pero con
el toque seguro de Becks y mi corazón martilleando, estábamos definitivamente
acercándonos a una clasificación para mayores.
Cuando me empujó contra su pecho, me alejé.
—¿Qué pasa? —dijo Becks, alcanzándome—. ¿Estás bien, Sal?
—Bien, bien. —Salté atrás de nuevo, mirando su mano caer, deseando que
mi voz no sonase tan sin aliento. Para cubrirlo, dije—: Supongo que
simplemente no estoy en forma. Quizá debería comenzar a hacer ejercicio como
tú.
—No. —Becks se apoyó contra la encimera—. Estás bien.
—Lo dice el chico con cuadritos —dije, intentando contenerme.
—No, de verdad —dijo—. Me gustan las chicas con algo de carne en ellas.
Bueno saberlo.
—Así que, ¿cuál es tu tipo?
El comentario estaba tan fuera de lugar que alcé la mirada.
—¿Qué?
—Antes, en el colegio, dijiste que no te gustaban los chicos malos… o las
chicas —añadió con un guiño—. Sólo me hizo preguntar qué te gusta.
Tú.
No bromeo, fue la primera cosa que vino a mi mente. Madre mía. No sólo
acabaría con nuestra amistad, sino que Becks correría lejos si se lo dijera.
Contrólate, Spitz.
—No lo sé —dije. Temerosa de la respuesta, pregunté de todas maneras—.
¿Cómo es tu chica ideal?
—Pecosa —dijo sin perder un segundo.
—¿Qué? —me burlé, secretamente complacida. ¡Yo tenía pecas!—. Qué
manera de acotar el campo, Baldwin. 23
—No me dejaste terminar. —Sus ojos viéndome con un foco que hizo que
contuviera el aliento, dijo—. Lindas pecas, cabello ondulado y marrón,
alrededor de uno sesenta y ocho, ojos color avellana. Belleza natural.
—Becks…
—Ella es lista —me habló directamente—, puede citar Star Wars, jura
como un marino alemán cuando se enfada. Alguien que me hace reír tan fuerte,
una chica que es ella misma y me deja ser yo mismo. Suena bastante bien,
¿verdad?
Lo miré. Un momento, dos horas, no lo sé. Sonaba sincero, pero no podía
ser. No tenía tanta suerte.
—No es gracioso.
—¿Me ves riendo?
—Becks…
—¿Sí, Sal?
—Estás bromeando… ¿verdad? —Tenía que preguntar. Incluso si la nota
deseosa en mi voz revelaba demasiado, tenía que preguntar.
Hubo un silencio raro.
Después la sonrisa de Becks apareció, sus ojos brillantes.
—Hombre, tendrías que ver tu cara ahora mismo. —Se rió mientras trataba
de recuperarme—. No tiene precio.
Bueno. Eso lo respondía todo.
—¿Quieres saber mi tipo, Sal? Mujeres.
—¿Sólo eso? —pregunté.
Becks se encogió de hombros.
—Soy un chico. Amo las mujeres —dijo y me sonrió—. Algunas más que
otras.
Sacudiéndome, le pegué, le di justo en el brazo.
—Idiota. ¿Por qué dijiste todo eso? ¿Era para avergonzarme o qué?
Se rió como si no hubiera pasado.
—Es verdad, Sal. Me has arruinado para otras mujeres.
—Sí, claro.
—¿Dónde voy a encontrar otra chica que lance unos puñetazos así?
—Ja ja, buen chiste —dije, mi garganta apretada. Lo conocía mejor. Becks
no había dicho nada, nunca hizo un movimiento en todo este tiempo. Pero
mientras me describía, sus ojos se habían suavizado, ¿o me lo había imaginado?
El temporizador acabó, y Becks sacó la pizza del horno. La corteza estaba
dorada, el queso desparramado uniformemente por encima.
—Debería irme —dijo Becks, dejando la bandeja y agarrando su bolso del
suelo—. ¿Nos vemos luego?
—Probablemente. —Tragué y forcé una sonrisa—. Que la Fuerza te
acompañe. 24
—A ti también.
Becks se despidió mientras salía, lo despedí de vuelta, tratando de ignorar
el dolor en mi pecho.

—Mamá, ¿has visto mis guantes?


Había mirado por toda mi habitación, debajo de la cama, en la mesita de
noche, incluso en la estantería. La búsqueda había empezado hacía una hora
después de haber acabado mis deberes. Las preguntas de cálculo eran siempre
pan comido, pero la lectura me había tomado más tiempo del usual,
principalmente porque no paraba de repetir la charla con Becks. Mi cabello me
tomó más tiempo esta noche. A pesar de lo que había dicho Becks, no era
ondulado. Era menos que manejable la mayoría de los días. Desperdigadas por
mis mejillas y en el puente de mi nariz, había hecho las paces con mis pecas a lo
largo de los años. Pero no eran lindas; simplemente estaban ahí. Recordando,
tendría que haber sabido que era una broma desde el principio. No tendría que
haber pasado tanto tiempo pensando en ello. Quizás entonces no llegaría tarde.
—¿Mamá? —dije de nuevo, entrando en la cocina.
—¿Qué guantes? —preguntó, la cabeza agachada, mirando las facturas
mientras comparaba muestras de tela. La novia debía haber escogido naranja y
verde brillante como colores para su boda. Me estremecí. Mis ojos dolían sólo de
mirar la mezcla.
—Uh, los únicos guantes que tengo. —Traté de no sonar demasiado
sarcástica. No era su culpa que las estúpidas cosas no aparecieran—. Los que
son amarillos y pequeños. Brillantes, flexibles, parecen baratos.
—Oh, esos —dijo mamá, descartando el ámbar por el bermellón—. ¿Has
mirado en el canasto de la ropa sucia?
Corriendo al cuarto de la lavadora, miré en el canasto de la ropa sucia.
—Tampoco están aquí. —Sabía que era improbable. No los había llevado
desde hacía tiempo, no desde mi cumpleaños número once con la temática de
los X-Men, además, sospeché que el material mal hecho no se mantendría firme
al lavarlo. Regresando, murmuré—. Podría jurar que los había dejado ayer por la
noche en mi vestidor.
—¿Has mirado para asegurarte que no estaban en el suelo en algún sitio?
Asentí.
—Sí, incluso miré detrás de la cabecera. —Suspirando, me deslicé en el
asiento delante de ella—. Supongo que tendré que salir sin ellos. Hooker va a
estar decepcionada. Sabes que le encantan estas cosas.
—No te preocupes —dijo mamá mientras ponía unos cuantos cuadros
juntos. Parecía que iba a juntar un verde trébol con un naranja acentuando en
un dorado profundo. No estaba mal, considerando lo que tenía para trabajar—.
Lillian no… 25
—¿No qué? —farfullé, tocando la mesa mientras esperaba que mamá
respondiera. Cuando no lo hizo, levanté la mirada para encontrarla
mirándome—. ¿Qué está mal?
Negó.
—Nada. Sally… ¿qué pasó con tu cabello?
—Oh. —Instintivamente levanté una mano a mis rizos marrones—.
Simplemente me puse unos rulos y los ricé un poco. Puse un poco de talco en el
mechón de adelante para parecerme más a Rogue. Rogue de los dibujos
animados de los 90 no el Rogue de la película. ¿Te gusta?
—No estoy segura —dijo mamá con un pequeño ceño—. Te hace ver…
mayor, de alguna manera.
—Muchas gracias —dije, sin molestarme en esconder el sarcasmo. Subimos
la colina a los diecisiete. Mi vida simplemente continuaba poniéndose mejor y
mejor. Levantándome, sacudí las arrugas que quedaban en mi camiseta negra
de los X-Men. Los guantes hubieran completado el atuendo, pero oh bueno.
Esto tendría que servir—. De acuerdo, mamá, me voy ya.
Mamá miró su reloj.
—Pero ni siquiera son las once.
—Hooker quería que nos encontráramos antes para tomar buenos sitios.
—¿Pero qué pasa con los guantes? —dijo mamá, siguiéndome a la puerta—.
¿No quieres volver a buscar?
—No, está bien. —Le di un beso en la mejilla—. Hooker tendrá que
soportarlo. Te quiero, mamá.
—Per Sally, no puedes esperar sólo…
Antes que pudiera decir más, abrí la puerta… y vi al chico con el Scion azul
cielo viniendo hacia mi casa.
A través de mis dientes, siseé:
—Mamá, dime que no lo hiciste.
—No lo hice —dijo, pero no me lo creía. Su sonrisa era demasiado brillante,
su mirada demasiado contenta para ser una inocente espectadora. Después la
verdad—. Lillian lo hizo.
—Le dije que no más citas.
—Está sólo tratando de ser una buena amiga, Sally. ¿Quién sabe? Podría
ser tu alma gemela.
—Si los primeros ocho no eran mi alma gemela, las probabilidades no
están a su favor —dije—. Además, no quiero que Hooker se sienta como una
aguanta velas.
La mirada de mamá era astuta.
—¿Y desde cuándo Lillian va a ningún lado sin un chico de su brazo?
Tenía un punto, pero…
—No voy a hacer esto. —Negué—. No esta noche.
—Oh sí, lo vas a hacer —dijo mamá, empujándome hacia el porche
26
mientras trataba de alejarme—. Su nombre es Austin Harris. Es un buen chico,
según Lillian, y te prometo que me aseguraré que se vayan juntos. Ahora —puso
algo en mi mano—, sal y diviértete.
La puerta se cerró. Increíble. Mi madre me había echado literalmente de
casa. Mientras oía el pestillo cerrarse, miré lo que me había dado.
Los guantes amarillos. Los tuvo que haber sacado de mi habitación en
algún momento de la tarde mientras estaba en el colegio.
Mi madre, el cerebro calculador.
El pensamiento casi me hizo sonreír, pero para entonces Austin había
llegado a la puerta.
—Hola —dijo sonriendo, alargando su mano—. Soy Austin, me encontré
con Lillian en la librería, y supongo que pensó… Bueno, sí.
—Sally —dije, sacudiendo su mano. Austin tenía el cuerpo de un modelo de
surf o natación con una cara que concordaba. No podía entender por qué estaba
siendo tan amable. Los chicos que se veían como Austin raramente lo eran. Pero
después de verlo más de cerca, me di cuenta… ¿Era eso un protector de bolsillo?
Pensé que esos eran un mito. Y su corbata azul oscuro, que llevaba suelta por
encima de una camisa blanca por fuera tenía el logo de Hogwarts—. ¿Te gusta
Harry Potter? —pregunté, señalándola.
—Demonios, sí —dijo entusiasta. Después, como si se hubiera atrapado a sí
mismo, dijo—: Quiero decir, sí. Harry Potter está bastante bien. Si te gustan ese
tipo de cosas.
Sonreí.
—Llevo mi jersey de Gryffindor al menos una vez a la semana.
—¿De verdad?
—De verdad.
—Oh. Eso es bueno. —Pareció aliviado—. Pensé que la había cagado en los
primeros cinco minutos.
—No, lo estás haciendo bien —dije, después miré mi teléfono. Si no estaba
allí en diez minutos, Hooker estaría disparando rayos de sus ojos—. Escucha,
Austin, no sé lo que te dijo mi amiga, pero hemos quedado con ella en el cine. Si
no estoy allí en unos diez minutos, probablemente lo vendan todo.
—X-Men, ¿verdad? —Austin sacó dos tickets de su bolsillo—. Ya los tengo.
Lillian me envió un mensaje hace un par de hora.
—Vaya. —Estaba honestamente impresionada. La tortuosidad de Hooker
de repente había alcanzado un máximo histórico—. Así que, ¿no te importará
salir con nosotras dos?
—No si ella es tan genial como tú. —Se sonrojó un poco pero señaló en mi
dirección—. Me gusta tu cabello, por cierto.
—Gracias —dije.
Y así es como acabé yendo a ver una película con Austin Harris, un chico
que casi no conocía, que ya me había dicho más piropos que cualquiera de mis
desastrosas citas previas combinadas, y era un conductor sorprendentemente
cauto.
27
Demasiado cauto. Conducía como un hombre de noventa con cataratas. Si
se detenía una vez más en un semáforo en amarillo, no me haría responsable de
mis acciones.
Cuando entramos, Hooker estaba apoyada en el puesto de comida, dando
golpecitos impacientemente con su pie, vestida por completo con utilería de
Storm. Las botas altas blancas que llevaba parecían pintadas, pero eso no era
nada en comparación con el body de lycra blanco y la capa. Mi toque favorito era
la escarchada peluca corte bob que se puso para la ocasión. Clásica Hooker. Ella
nunca hacía nada a medias.
Detectándome, se apartó.
—Oye, Spitz —llamó, agitando sus manos violentamente—. ¡Sally Sue
Spitz, por aquí!
Le hice un pequeño saludo con mi mano y traté de no estar avergonzada
cuando todas las cabezas se giraron.
El de las entradas se detuvo a medio cortar.
—¿Spitz? —dijo y luego sonrió—. Gran Dios Todopoderoso, tú debes ser la
hija de Nick.
Contuve una mueca y asentí.
—Bueno, ¿qué te parece eso? —La tarjeta de identificación del tipo decía
Eddie, y estaba en un traje. Supuse que era el gerente—. Luces igualita a él,
sabes.
En realidad, pensé que me parecía a mi madre, pero lo que sea.
—Tu padre es un gran hombre. Él realmente nos ayudó a tomar medidas
enérgicas contra la actividad ilegal aquí en Cines Regal.
—Hmm —dije y traté de no rodar mis ojos. Si vender palomitas y dulces a
precios tan altos no era un crimen, no sabía lo que era.
—Asegúrate de decirle que Ed le manda saludos la próxima vez que lo veas.
—Seguro. —Mientras me alejaba, añadí—: Pero es probable que veas al
idiota antes que yo.
Aunque vivimos en la misma ciudad, no veía mucho a mi papá. Él era
como una de esas espinillas que te salían cuando menos te la esperabas. Una
desagradable sorpresa que hizo la vida un infierno hasta que se aclaró. Para la
mayoría de la gente, él era Nick Spitz, el policía favorito de Chariot. Lo conocía
como el tipo que había sido atrapado follando a la niñera, mientras yo estaba en
la otra habitación viendo dibujos animados. Mamá pidió el divorcio al día
siguiente.
—Finalmente. —Hooker estaba con sus manos en las caderas cuando la
alcancé, la eterna pose de superhéroe. Ni siquiera creo que se haya dado cuenta
que la estaba haciendo. Después de la charla de mi padre, la vista me hizo
sonreír—. Estaba empezando a pensar que no te ibas a presentar. Will está ahí
arriba guardando nuestros asientos. ¿Qué te tomó tanto...? Oh, hola, Austin.
Ofreciendo su mano, Austin dijo:
—Hola de nuevo, Lillian, y gracias. Sally es grandiosa.
—Y no lo olvides, muchacho. —Arrastrándome, Hooker inclinó su cabeza 28
dijo—: Entonces, ¿qué piensas?
—Él es muy agradable —dije—. No aprecio que estés reclutando la ayuda
de mi mamá y lanzándomelo cuando salía de la casa. Pero él parece bien.
Arrugó su nariz.
—¿Sólo bien? ¿Eso es todo?
—Sí, en realidad no está tan mal.
—Spitz, el chico lleva pantalón, y trató de estrechar mi mano. —Tironeó de
un extremo de su melena—. Lo encontré inclinado sobre un libro más grande
que mi cabeza en la sección de ciencia ficción/fantasía en Barnes and Noble.
Eso sonaba sospechoso.
—¿Y qué estabas haciendo tú en Barnes and Noble? —pregunté.
—¿No es obvio? —Se rió—. Estaba buscando la versión masculina de ti.
Me reí a mi pesar.
—Me alegro que pienses que es divertido —dijo—. Siempre digo que es a
los más corteses a los que tienes que tener en cuenta. Por favor no me mates.
—¿Matarte por qué? —dije.
—Oye, Lil, veo que encontraste a mi cita. —Girando mi cabeza, atrapé a
Chaz Neely mirando mi culo.
Hooker fulminó con la mirada a Chaz mientras yo la fulminaba a ella. Esto
no puede estar pasando.
—Te dije que no la llames así —dijo ella.
Chaz levantó sus dos manos.
—Lo siento, hombre, se me olvidó. —A mí me dijo—: Me encanta el cabello
por cierto. Realmente te da algo, casi te hace ver sexy.
Fulminé más con la mirada mientras Hooker golpeó una palma contra su
frente.
—Ella es en realidad mi cita y ya es sexy —dijo Austin, su rostro un poco
roja—. No lo escuches, Sally. Definitivamente eres más sexy que las demás, sino
una de las chicas más sexy.
Por mucho que me gustó oír a Austin defender mi nivel de sensualidad,
estaba lista para terminar esta conversación e ir a ver la película. No pensé que
Hooker podría superar el fracaso de Daisy, pero no había rival. Esta era
oficialmente mi cita más incómoda.
—¿Vamos? Es casi medianoche. —Sin esperar una respuesta, arrastré a
Hooker a la segunda sala de la derecha, mis dos citas siguiéndonos—. Dime que
no lo hiciste.
—Quería que tuvieras una selección más amplia —explicó—. Dos chicos,
una cita, el doble de posibilidades de éxito. ¿No es genial? De esta manera
puedes elegir: inteligente y ñoño, de nuevo, básicamente tú en forma de chico, o
sexy y... bueno ardiente.
—Me debes tanto por esto.
—Lo sé, lo sé —dijo, sus ojos brillantes—. Pero definitivamente te dará algo
que poner en tu diario. Y oye, felicitaciones por el sensual cabello. Estoy tan 29
celosa. El mío nunca haría eso.
Casi me tropecé.
—¿Qué?
Hooker asintió.
—Ese es un look genial para ti. Ahora todo lo que tenemos que hacer es
encontrar un mejor brasier para dar a las niñas un poco de levante, y estás libre
para ir a casa.
Rodando mis ojos, caminé por el pasillo, sintiendo nauseas. Brasier era el
menor de mis problemas. Eso era evidente incluso antes que comenzaran los
avances.
Terminé sentada entre Austin y Chaz. El primero me ofreció el
reposabrazos, preguntó si mi asiento era lo suficientemente cómodo, quiso
saber si necesitaba algo del puesto de comida. Por la décima pregunta:
—¿Por qué a la gente le gusta X-Men, de todos modos? La Liga de la
Justicia es mucho más genial. —Había tenido suficiente. Las películas eran
tiempo de no hablar, y las incesantes preguntas tenían que detenerse. Además,
todo el mundo sabía que no había comparación. Los miembros de la Liga de la
Justicia eran sólo imitadores de X-Men, así de sencillo. Con él susurrando en mi
oído cada cinco segundos, apenas podía escuchar la película.
Chaz, aunque no tan locuaz, era tan exasperante, pero por diferentes
razones. Seguía tratando de poner su mano en mi muslo, no importó cuántas
veces le di un manotazo. Sus constantes intentos por tratar de mirar bajo mi
camisa, resultó que me apoyara tan cerca de Austin, que en un momento dado,
habíamos terminamos chocando cabezas. Frustrado, Chaz se dejó caer en su
asiento y me dijo que fuera a comprarle una Coca grande y palomitas de maíz
con mantequilla extra. Al oírlo, Austin se molestó, lo llamó un idiota, y los dos
comenzaron a discutir de ida y vuelta conmigo atrapada en el medio.
La pelea no se detuvo hasta que uno de los chicos de seguridad llegó y
amenazó con sacarnos. Después de eso fue, por suerte, tranquilo. Pero para
entonces la película estaba a punto de terminar.
Mientras los créditos pasaban, Chaz se estiró y luego dijo:
—Así que, supongo que es cierto lo que dicen, Spitz. Realmente eres
mojigata.
Me di media vuelta.
—Disculpa, ¿qué?
—Mojigata —dijo de nuevo—. Tú sabes, frígida.
—¿Quién dice eso? —pregunté con incredulidad. Me alegré que Austin
estuviera en algún lugar de la fila buscando su teléfono. Se le cayó durante la
película. No quería a nadie más escuchando esto.
—Personas. —Chaz se encogió de hombros—. Lillian dijo que estabas
bastante desesperada.
Hooker tenía serias explicaciones que dar.
—Ich bin nicht das, was Du gerade über mich gesagt has —siseé—. Und
Du bist ein Idiot. —A juzgar por la mirada confusa en su rostro, pude o no haber
dicho todo esto en alemán. Más o menos, algunas malas palabras.
30
—Lo que sea.
Y luego se fue. Qué bueno, también porque estaba cerca de dos segundos
de usar ese gancho de izquierda que Becks me había enseñado.
—Entonces —dijo Hooker, acercándose—. ¿Cómo estuvo?
Con las cejas levantadas, me giré.
—¿Le dijiste que estaba desesperada?
Sus ojos se agrandaron.
—No se suponía que te dijera eso.
—Hooker —gruñí.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo—. Lo siento. Chaz era una especie de
último recurso. Buen cabello, trasero apretado, pero no hay mucho pasando en
el piso de arriba. ¿Qué hay de Austin?
Negué. ¿Cómo era ésta mi vida?
—Tampoco él, ¿eh? —dijo—. Está bien, no hay problema. El próximo será
mejor, lo prometo.
—No va a haber un siguiente. Ya he terminado. —Mientras ella se alejaba,
uniendo los brazos con el aspecto similar a Wolverine parada al final del pasillo,
hice un último esfuerzo—. ¿Me escuchas, Hooker? Terminé. Estoy hablando en
serio esta vez.
—Sí, está bien —respondió—. Nos vemos, Spitz.
—¿Sally? —Austin estaba esperando pacientemente cerca de la puerta,
teléfono en mano—. ¿Estás lista para irnos?
—Sí —respondí, sintiéndome un poco mal. Ni siquiera me había acordado
que él estaba allí—. Lo siento por todo esto. No tenía idea que Hooker me iba a
traer otra cita.
—Está bien —dijo.
—Gracias por comprender. —Alcanzándolo, negué—. Austin Harris, eres
demasiado bueno para tu propio bien.
Austin estaba en silencio a mi lado, luciendo absorto en sus pensamientos,
y tenía miedo que hubiera dicho algo malo. Los dos ya habíamos tenido que
sufrir unas dos horas enteras de Chaz Neely. Eso era suficiente para poner a
cualquiera de mal humor.
A medida que salimos, me detuvo con una mano en mi brazo.
—Sally —dijo vacilante—, hay... algo que quiero decir... pero no quiero
molestarte.
Tan educado, pensé.
—Está bien, estoy escuchando. —Fuera lo que fuese, no podía ser tan malo.
Respiró profundo y dijo:
—Creo que estoy enamorado de ti.
Mi aliento me dejó en un silbido.
—Sé que es repentino —dijo Austin, tomando mi mano—. Sé que acabamos 31
de conocernos, pero... también sé lo que siento. Nunca he conocido a una chica
con la que podría hablar con tanta facilidad. Sally, sólo puedo sentirlo. Tú eres
la indicada para mí.
Me tomó un latido. Mi conmoción fue tan grande que estaba sorprendida
que no me había tragado mi lengua.
—Austin —dije, tratando de mantener la calma. La situación requería
delicadeza.
—¿Sí, amor?
Oh, eso fue todo.
—¡¿Estás loco?!
—Pero…
—No —dije, dando un paso atrás—. No puedes estar hablando en serio.
—Pero Sally, ¡te amo!
Su expresión era tan sincera, se veía tan seguro. Además de estar
totalmente asustada por su confesión, de verdad me sentí mal por el chico.
Austin Harris era claramente un lunático, pero un lunático con corazón.
—No, Austin. —Negué y puse mi voz lo más suave posible—. No lo haces.
Apenas me conoces.
—Sé lo que siento —dijo, su tono firme—. Te amo, Sally Spitz, y no hay más
que decir. —Se detuvo para mirarme a los ojos—. ¿Tú… sientes algo por mí?
—Sí, amistad —dije—. Me encantaría llamarte mi amigo, Austin, pero eso
es todo lo que va a pasar. Lo siento.
Mirando la esperanza en su expresión desaparecer fue como una bofetada
en el rostro.
—Lo entiendo —dijo, raspando la punta de su zapato contra el suelo,
mirando a cualquier lugar excepto mi cara—. Realmente quedé como un
imbécil, ¿verdad?
—De ninguna manera —dije—. Eres un buen tipo, Austin. Hay alguien por
ahí para ti. Sólo que no soy yo. —Extendí mi mano—. Así que… ¿amigos?
—Amigos. —Estuvo de acuerdo, y sacudimos—. ¿Estás lista para irte?
Recordando su más que segura conducción, pensé rápidamente.
—Tú sigue. Creo que voy a pasar por Paula por una porción. Permanecen
abiertos hasta tarde cada vez que hay una emisión de medianoche.
—Pero, ¿cómo llegarás a casa?
—Tomaré un aventón. —Lo ahuyenté hacia su auto—. Adelántate, estaré
bien.
—De acuerdo, si estás segura. —Austin tomó mi mano de nuevo y la besó—.
Fue un placer conocerte, Sally.
—Igualmente —dije sorprendida.
En mi camino hacia la Pizzería Paula, examiné los acontecimientos de la
noche. Chaz había sido un fracaso total, pero Austin estaba bien. ¿Por qué no 32
podía salir con alguien dulce como él? Es decir, claro, estaba un poquito loco,
diciéndome que me amaba después de sólo una cita, pero había cosas peores.
Sin embargo, mientras lo observaba aun caminando oh tan lentamente a través
del estacionamiento casi vacío, sabía que nunca hubiera funcionado.
Me gustaba conducir rápido, ocho km por encima del límite de velocidad
por lo menos, y Austin era el tipo de chico que seguía las reglas. Si alguna vez
consiguiera estar detrás del volante, estaba segura que él tendría un infarto. Y
no estaba segura de poder salir con alguien que prefiere La Liga de la Justicia
por encima de Rogue y su tripulación. Eso justo ahí era la definición de
incompatibilidad.
Paula me recibió en la puerta.
—Oye, Sally. Oh ese cabello debería venir con una advertencia: Grande y
cargado y demasiado sexy para manejar. Adelante chica, nunca supe que lo
tenías en ti. ¿Qué va a ser?
—Agua y una rebanada de pepperoni con piña, por favor. —Sonreí
mientras me llevaba a mi mesa de siempre—. Gracias, Paula.
—Seguro, cariño.
Unos momentos después, Becks salió con mi agua y plato, los apoyó y se
sentó frente a mí. Lo primero que dijo fue:
—¿Qué pasa con el cabello?
—Sólo probando algo diferente —contesté—. ¿Te gusta?
Se encogió de hombros.
—Es genial. Entonces, ¿cómo estuvo la película? ¿Era tan alucinantemente
impresionante como se veía en el tráiler?
Imaginé que Becks sería el único en anular mi tan llamado cabello sensual.
—No sé. —Metí un pedazo de pepperoni en mi boca—. Fue un poco difícil
prestar atención.
Becks sonrió.
—Bueno, esto suena interesante.
—¿No tienes que volver a trabajar?
—No. —Se desató el delantal y lo colocó en la mesa—. Estoy oficialmente
fuera de turno. Suéltalo, Sal.
Para el momento en que terminé, Becks se reía tan fuerte que tenía
lágrimas en los ojos.
—¿Chaz Neely? —dijo, sin aliento—. ¿En qué estaba pensando Lillian? Ese
tipo es un tremendo tarado.
—Sí, lo sé. —En mi nueva versión, había dejado fuera la parte frígida. En
parte porque era embarazosa y en parte porque no creía que a Becks le
resultaría divertido. En lo absoluto. Levantándome, le pregunté—: ¿Me podrías
llevar? No quería ir con Austin, pensé que sería un poco raro.
Todavía sonriendo, Becks se levantó también.
—Sí, como el viaje en auto más incómodo alguna vez. ¿De verdad le gusta
La liga de la Justicia en vez de X-Men? 33
Me encogí de hombros.
—El chico es o bien ingenuo o sencillamente loco —dijo—. Mi voto va para
loco. ¿En serio te dijo que te amaba? Eso es simplemente ridículo.
—Dios, Becks —dije, ocultando mi dolor con sarcasmo—. Estoy tan feliz
que te conté.
—Ah, Sal, sabes lo que quiero decir.
—Realmente sabes cómo hacer que una chica se sienta especial.
—Nunca he tenido ninguna queja antes.
Fui a acecharlo, pero en cambio me resbalé en una mancha de humedad,
haciendo una mueca cuando mi tobillo se dobló. Con reflejos felinos, los brazos
de Becks se dispararon para atraparme. Si él no hubiera estado tan cerca,
definitivamente hubiera aterrizado de cara. Que se me cayeran unos dientes
frontales hubiera sido un final perfecto para esta impredecible noche.
—¿Estás bien? —dijo Becks.
—Sí —murmuré en su pecho. Sus brazos estaban alrededor de mi cintura,
los míos descansando en sus antebrazos. Después de una noche tan dura, su
olor familiar, la comodidad que encontré en su cercanía casi me deshizo. Estaba
tan cansada de sorpresas. Si tuviera que encontrarme con una cita a ciegas más,
literalmente me volvería loca.
—Jesús, Sal. —Se rió, apoyando su barbilla en mi cabeza—. Si querías un
abrazo, todo lo que tenías que hacer era pedirlo.
Le di una palmada a su hombro.
—Imbécil.
—Sólo digo.
A pesar de mis protestas, me quedé allí, abrazándolo más tiempo del
necesario. Había sido una noche dura, y ni siquiera tuve la oportunidad de ver
realmente la película. Por suerte, Becks da los mejores abrazos en el planeta.
Incluso el beso de Austin, dulce como lo fue, no tenía nada en comparación con
la sensación de los brazos de Becks. Era exactamente lo que necesitaba para
despejar mi cabeza.
Estas citas sorpresas tenían que terminar.
Sólo tenían. Dado que las demandas y ruegos no habían funcionado,
tendría que intentar un enfoque diferente. Lo que necesitaba era un plan, algo a
prueba de fallos, algo para que mi mamá y especialmente Hooker me dejaran en
paz. Una forma segura de acabar con el emparejamiento para siempre. La
respuesta no llegó hasta mucho más tarde, pero cuando lo hizo, la solución
parecía tan simple, tan perfecta.
Ahora todo lo que tenía que hacer era encontrar el hombre perfecto.
¿Qué tan difícil puede ser?

34
—¿C
ómo va ese artículo, Spitz?
Mentalmente conté hasta diez.
—Hola —dijo Priscilla, tocando la tabla dos veces con
sus nudillos―. ¿Tierra a Spitz? Es octubre, mitad de
temporada por el amor de Dios. Necesito un tiempo estimado de llegada para
ese artículo deportivo de ayer.
Respirando profundo, me di por vencida contando. Los números no
entumecerían el dolor. La molesta voz de Priscilla Updike era como escuchar las
uñas raspar una pizarra, lo suficiente como para que mis oídos sangraran y mis
vellos se erizaran.
Levantando la mirada, forcé una sonrisa.
—Está progresando, debe estar listo para el sábado.
—Sólo asegúrate que lo esté. —Se arregló el cabello que ya estaba por
encima del límite de la escala de esponjosidad. Rubia, tetona y una gran fan de
Mary Kay, Priscilla era la imagen que venía a la mente cuando la mayoría de la
gente imaginaba el bombón del sur—. Y no escatimes en la cantidad de palabras. 35
Todo el mundo sabe que sólo leen nuestro boletín de noticias para comprobar
los resultados y ver lo más destacado. Asegúrate de incluirlos esta vez, en lugar
de ir con una de tus tontas inclinaciones de interés humano.
Sin embargo, la actitud mandona fue la razón por la que la llamé Pisszilla;
sólo en mi cabeza, por supuesto.
Cuando Pisszilla se trasladó a su próxima víctima, bajé la vista a la lista
que había empezado al inicio del período. El periodismo era la única clase de
escritura que brindaba Chariot High, y por lo general prestaba mucha atención
extra. Pero desde que nuestro editor era el único que hablaba, no sentía la
necesidad. Ni siquiera se daría cuenta si salía de la habitación. Ahora que estaba
ocupada mordiendo la cabeza de otra persona (al parecer cada uno de los
horóscopos de la semana pasada había terminado en muerte espantosa, un
detalle por el que Pisszilla no estaba muy feliz), podía volver la mente a asuntos
más importantes.
Parecía tan obvio. No sabía por qué no lo había pensado antes. Ayer por la
noche a las 3:42, cuando había estado medio dormida, medio delirante, me
gustó haber llegado a la solución perfecta para mi emparejamiento.
Un novio falso.
Hooker no me podría emparejar, si ya estaba emparejada, por así decirlo.
Todo lo que necesitaba era alguien que fingiera ser mi novio por un tiempo, y
sería feliz. La clave del éxito era encontrar a la persona correcta.
En la hoja de papel que había escondido sigilosamente debajo del hueco de
mi brazo, en caso que alguien decidiese dar un tirón real y arrebatarlo, esbocé
mis criterios bajo el título:
EL NOVIO FALSO IDEAL.
1) Debe ser capaz de guardar un secreto.
2) No debe tener miedo de Hooker.
3) Debe ser MASCULINO (no más malentendidos)
4) Debe estar dispuesto a trabajar barato y de acuerdo con el valor de un
mes de servicio
5) Debe ser capaz de mantener las manos para sí mismo y la obligación de
separar novio falso con la realidad.
Números uno, dos, tres y cinco eran los más importantes, pero el cuatro no
era negociable. El plazo de un mes lo haría más creíble, sobre todo para mamá.
Luego, cuando el chico lo diese por terminado, no sería cuestionada con citas de
nuevo. Me hallaría demasiado desolada, demasiado devastada por la pérdida de
mi llamado primer amor. El plan era tan malditamente perfecto. Apenas me
detuve de reventar en risa maníaca cuando sonó la campana. Hooker no era la
única autora intelectual e intrigante en esta escuela.
Ahora, si tan sólo pudiera encontrar a alguien que cumpliera con todos los
requisitos, no tendría que ir a otra cita a ciegas por el resto de mi vida.
La idea me tenía sonriendo con tanta fuerza, que mis mejillas dolían.
—Spitz.
Me volví y encontré a Ash Stryker, estrella de fútbol y compañero del
equipo de noticias, mirándome con el ceño fruncido.
36
—¿Algo va mal con tu cara?
Ash arruinó mi buen humor. Dejando caer la sonrisa maníaca, el rostro sin
expresión.
—No. ¿Algo va mal con la tuya?
Él negó, sin dejar de mirarme como si fuera la cosa más extraña.
—Escucha, quería darte un mensaje. El equipo no aprecia que centres
todos tus artículos en un solo jugador. Hay otros diez chicos por ahí, además de
tu novio. No te mataría citar a alguno de ellos en algún momento.
—Espera… —no podía creer esto—, no puedes estar diciendo lo que creo
que estás diciendo. ¿Has leído realmente cualquiera de mis artículos?
Una ceja levantada era todo lo que conseguí del número cuarenta y tres.
—Ash, ¿sabes que fui la que te dio tu apodo? —Le bauticé El Azote el año
pasado, describiendo su rápido movimiento y el sonido de su pie cuando
conectaba con el balón. Eso fue cuando era un estudiante de segundo año
prometedor-y-capaz. Ahora, como junior, El Azote era titular en el equipo
universitario, no tan bueno como Becks pero definitivamente talentoso, y
arrogante—. Quiero decir, en serio, ¿El azote? La gente no llega a eso por su
propia cuenta.
—Mi mamá me llamaba de esa manera antes que escribieses tu pequeño
artículo.
¿Y mencioné engreído? Majestuoso cabello rubio, cuerpo delgado, sonrisa
fácil. El tipo tenía a la mayoría de las chicas cayendo a sus pies; suerte para mí,
no era la mayoría de las chicas.
—Sí, lo que sea —dije, caminando junto a él y dándole palmaditas en el
hombro—. Buena charla.
—Eres extraña, Spitz.
—Eso es lo que dicen. —Deteniéndome en el pasillo, me di la vuelta—. Y
por cierto, Becks y yo sólo somos amigos.
Ash gruñó y pasó junto a mí, la parte posterior de su brillante camiseta
blanca y verde, disolviéndose en la masa de los estudiantes, en su camino al
primer período. Encogiéndome de hombros, fui a mi casillero.
Di unos diez pasos antes que una chica que no conocía me agarrara.
—¿Tú y Becks? —Se rió, mirándome de arriba abajo—. El asunto más
hilarante que he escuchado durante todo el día.
—¿Eh? —le dije, confundida.
A medida que se reunió con su sonriente grupo de amigas, otra chica
(Shelia, Shelly... algo así) se acercó cuando llegué a mi casillero.
—Ignórala. Está celosa. —Rodó sus ojos―. Personalmente, lo supe todo el
tiempo. Son la pareja más linda que he visto en mi vida.
—Está bien…
Shelia/Shelly/ esto-o-lo otro sonrió con complicidad.
—¿Es bueno?
—¿Quién? —pregunté.
—Bueno, duh. —Se rió—. Tu chico Becks.
37
Ah, pensé, fútbol. Por fin captando su corriente, dije:
—Oh, sí, él es fenomenal.
—Apostaría a que lo es. —Guiñó—. El cuerpo y la cara de esa manera, cómo
podrían no serlo, ¿verdad?
No veía cómo la cara de Becks tenía que ver con lo bueno que es en los
deportes; pero tampoco quería avergonzarla, así que sólo asentí.
—Debería llevarlo a una buena universidad.
Con la boca abierta.
—¿Dan becas por ese tipo de cosas?
—Oh, sí, claro —le dije—. Un montón.
—Bien —murmuró ella, dándose la vuelta—. Se aprende algo nuevo cada
día. Adiós, Spitz.
—Adiós. —Bueno, eso fue raro, pensé, poniendo mi combinación
rápidamente. La campana había sonado en algún momento mientras
Shelia/Shelly estaba hablando, y no quería llegar tarde. Abriendo mi casillero,
me encontré con una caja de cacahuetes con una pequeña nota adjunta. Decía:
Lo siento por lo de anoche. Espero que aceptes mi ofrenda de paz, Hooker. Y
justo debajo de su nombre, había una P.D. He oído algo, realmente necesito
hablar contigo. La última parte fue garabateada, casi ilegible, pareciendo como
si hubiera sido añadida a toda prisa en el final.
Recogiendo mis libros y los cacahuetes, me apresuré al primer periodo y
sentándome en mi asiento, segundos antes de tocar la campana final. Al otro
lado de la sala de clase, Hooker intentó llamarme, pero después de una mirada
penetrante de la señora Vega, se asentó. Sus ojos estaban tensos mientras
intercambiaba miradas conmigo a través del salón.
No sabía por qué estaba tomando esto tan en serio. Los cacahuetes eran
mis favoritos, pero tenía que saber que la perdono. Chaz Neely no estaba a
punto de terminar nuestra amistad. No había ninguna razón para que se viese
tan ansiosa.
Le sonreí, haciendo un gran espectáculo de los dulces que abrazaba a mi
pecho, pero su expresión no cambió. Toda la lección se mantuvo disparándome
miradas inquietantes. Y eso fue extraño porque Hooker nunca se inquietaba por
ninguna cosa.
Saltó de su asiento cuando la clase terminó y estaba junto a mí antes que
pudiera cerrar mi libro de texto.
—Dime que no es verdad —exigió—. Dime que toda esta maldita escuela se
ha vuelto completamente loca, ingiriendo demasiadas-píldoras-de-la-felicidad
porque estoy a punto de tener un ataque de corazón por aquí.
—¿De qué estás hablando? —le dije.
Hooker me miró como si estuviese actuando como una loca.
—Estoy hablando de…
—Sally, puedo hablar contigo por un segundo. 38
En realidad no era una pregunta. El tono de la señora Vega dijo que
esperaba que hiciera lo que pidió, en ese momento, a su plena satisfacción, no
hay peros que valga. Mi profesora de alemán era autoritaria, era el tipo de mujer
que tomaba el control y mi favorita por eso. Era su mejor alumna; nos habíamos
convertido en amigas a través de los años.
Hooker parecía afligida, pero dijo:
—Hablaremos más tarde. No me evitarás. —Luego salió.
Rodé los ojos. ¿Evitarla? ¿Qué estaba pasando con todo el mundo hoy?
La señora Vega estaba sentada en su escritorio, la cabeza gacha,
blandiendo su bolígrafo rojo como una espada antes que los ensayos ante ella
fueran ensangrentados y magullados. Sinceramente esperaba que el mío no
fuera uno de los caídos. Rozando la pila, noté mi cubierta de página
sobresaliendo cerca del fondo y dejé escapar un gran suspiro de alivio.
—¿Sí, señora Vega?
Dejó una nota final, subrayando una oración tres veces, y me miró, con los
ojos agrandados por los cristales de botellas de coque, el cabello gris plata
reflejando la luz.
—¿Cómo estás, Sally?
—Bien —dije—. ¿Y usted?
Se echó hacia atrás en su silla, puso el bolígrafo rojo entre sus dedos.
—He estado escuchando algunas cosas.
Con su acento único, una mezcla de español, francés y alemán; las tres
materias que impartía, las ―cosas‖ sonaban más como ―zosas‖.
—¿Cómo qué? —pregunté, esperando que no fuera algo malo.
—Tienes un nuevo novio.
Desconcertada, tomé un segundo para responder.
—¿Oh en serio? ¿Quién le dijo eso?
—He oído cosas. —Se encogió de hombros, pero su mirada era
penetrante—. Muchas veces oigo los nuevos rumores, los rumores que vuelan
alrededor. No eres por lo general el tema de tales conversaciones. Hoy fue
diferente.
No estaba segura de cómo sentirme acerca de eso. Por un lado, la gente
normalmente no hablaba mal de mí a mis espaldas. Esto era una buena cosa.
Por otro lado, podría haber sido recientemente. No tan emocionada por eso.
Levantándose, la señora Vega rodeó su escritorio y puso una mano en mi
hombro.
—Eres una buena chica, Sally. Nunca llegas tarde a clase, siempre haces tu
tarea, entregas a tiempo las asignaciones. —Me llevó a la puerta cuando sonó la
primera campana y la clase comenzó a llenarse—. Sólo asegúrate que este
muchacho sea digno de ti.
La conversación era peculiar en varios niveles, pero apreciaba sus
comentarios, aunque en realidad no tenía novio. Me recordó empezar a pensar
sobre quién podía desempeñar mi Novio Falso. 39
—Gracias, señora Vega —dije—. Pero…
—Y asegúrate que esta persona, Becks, sepa que eres su novia y nadie más.
—Frunció los labios mientras estaba allí sin habla―. Los hombres parecen tener
problemas con este concepto, sólo hay que preguntarles a mis dos primeros
maridos.
Apartándose, la señora Vega empezó a murmurar para sí misma, acerca de
los muchos nombres raros de hoy en día, pero yo todavía estaba sorprendida.
¿Acaba justo de presuponer que Becks, Becks de todas las personas, y yo,
estamos saliendo? Qué ridículo. ¿Por qué alguien creería una historia tan
obviamente inventada?
La sorpresa duró hasta el momento en que Hannah Thackeray, una muy
buena amiga mía, empujó mi hombro.
—Oye Spitz, me alegro que finalmente conseguiste a tu chico.
—¿Qué? —le dije obtusamente.
—Tú y Becks —dijo, sonriendo—. Estoy feliz por ti. Era inevitable, de
verdad.
¿Acaso todos estaban locos acá?
—Hannah, eso es absurdo. ¿Quién te dijo eso?
—¿Absurdo? —repitió, su sonrisa desapareciendo—. Pero los vi a los dos...
en Paula anoche.
—¿Y?
Hannah se sonrojó.
—Bueno, ustedes parecían estar bastante cómodos. Becks te estaba
abrazando como si nunca más te fuera a volver a ver.
Recordé a Becks abrazándome, pero la opinión de Hannah era
completamente diferente de la mía.
—Sólo me atrapó cuando me caí —le expliqué—. Me resbalé en el agua, y él
me agarró para que no me lastimara.
No parecía muy convencida.
—Parecía bastante serio para mí.
—Bueno, no lo era. —Cuando frunció el ceño, inmediatamente me
arrepentí de mi tono—. Hannah, lo siento. Pero de verdad, lo que viste no era
más que Becks salvándome de partirme el labio. Hemos sido mejores amigos
desde la primaria por amor de Dios. Becks ni siquiera me vería de esa manera, y
mucho menos me diría de salir.
—Como digas —murmuró y caminó a mi lado por el pasillo.
—Nunca serás capaz de mantenerlo, sabes.
Quinn Howell, la abeja reina y capitana de porristas de Varsity apareció de
repente, con su cabello largo y rubio atado en una trenza floja, su maquillaje
perfecto. Becks me había dicho que se habían besado el viernes pasado, pero no
había ninguna ―química‖. Sonaba como si ella no estuviera de acuerdo.
—Ya se dará cuenta tarde o temprano —dijo, frunciendo los labios—.
Quiero decir, ¿cómo podría Becks pasar de mí a alguien como tú? Simplemente
40
no tiene... sentido.
—No tengo idea de lo que estás hablando —dije.
Quinn se encogió de hombros.
—Sólo recuerda que yo lo dije primero, Spitz. ¿Becks y tú? Nunca va a
durar.
—Está bieeen —dije. Esa había sido la interacción más extraña que he
tenido. Quinn era la típica chica mala, pero no era estúpida. No podía realmente
pensar que Becks y yo estábamos juntos.
Mientras se iba, vi a otras personas, casi todo el mundo, mirándome, o
susurrándole a alguien y luego mirándome. Es una sensación extraña tener
tantos ojos en ti a la vez. Me hizo preguntar si así es como se sentía Becks cada
vez que estaba jugando.
¿Becks, mi novio? Ahora, eso me hacía reír.
Como si alguien fuera a creerlo.
Y sin embargo, pensé mientras Quinn y su equipo seguían mirándome, la
gente lo había creído. Había creído esa mentira, se lo habían dicho a los amigos
de sus amigos, repetido tantas veces que hasta había logrado llegar a los oídos
de la señora Vega.
El efecto de un pequeño e inocente abrazo era extraordinario.
Y no voy a mentir y decir que me tomó mucho tiempo tomar una decisión.
No. Se me encendió la bombilla unos treinta segundos más tarde, cuando
Becks gritó:
—Sal. —Y vi a Hooker acercándose desde la dirección opuesta, con el rostro
contraído.
No lo pensé. Actué por impulso, agarré a Becks por la parte delantera de su
camiseta, lo arrastré hasta el almacén que estaba cerca y lo empujé dentro, lo
que nos valió un par de silbidos.
—Sal —dijo de nuevo, riéndose, pero no había tiempo.
Hooker había acelerado el paso y ya casi estaba sobre nosotros.
Sin pensarlo, me tiré sobre Becks y cerré la puerta, el corazón palpitando
cuando oí la última campanada.
—Lillian, ¿vienes a clase?
La voz era del señor Caroll, el profesor de Ciencias Políticas, y nunca había
estado tan feliz de escucharla en mi vida.
Hooker murmuró algo que no pude descifrar. A través de la pequeña
ventana de la puerta, los vi discutiendo, Hooker apuntando nuestro escondite, el
ceño del señor Caroll cada vez frunciéndose más y más. Con una mirada final,
en la que los ojos de Hooker y los míos se encontraron solo un momento, se
enderezó y se dirigió a la clase.
Exhalé.
—Entonces, ¿quieres contarme por qué estás huyendo de Lillian, por no
hablar que me metiste en un viejo almacén? ¿Qué pasa, Sal?
41
—Lo que pasa —dije, recostada contra la puerta—, es que necesito un
novio. Y todo el mundo piensa que tú lo eres.
—Oh, sí, algo escuché. —Becks se acercó a un balde, le dio vuelta y se
sentó—. No te preocupes, les dije que no era verdad.
—¡No!
Becks me miró.
Tomando un momento para ordenar mis pensamientos, coloqué mis libros
en un escritorio cerca, asegurándome que estuvieran perfectamente alineados,
agarré los cacahuetes bañados en chocolate para tener un poco de apoyo moral,
y luego regresé a mi lugar junto a la puerta.
—Lo que quiero decir es que no tienes que hacer eso. No hay necesidad.
—Sal, están diciendo que estamos juntos. —Hizo una pausa para
asegurarse que lo entendiera—. Como juntos, juntos.
—Lo sé —dije.
—Corrígeme si me equivoco, ¿pero no acabas de decir que necesitas un
novio? Esto no va a ayudarte exactamente en esa causa.
—De hecho, ayudará muchísimo.
Se cruzó de brazos.
—¿Cómo?
Ah, ¿y no era esa la pregunta del día? Abriendo los cacahuates, tomé un
puñado, los metí en mi boca y los mastiqué lentamente. Becks cumplía con
todas mis condiciones, de hecho las superaba. Con este nuevo rumor, era casi
como el destino. Tenía que ser él, definitivamente.
Respira hondo, pensé. Luego tiré los dados.
—Becks, necesito que seas mi novio falso durante un mes.
Su risa semi-histérica no era alentadora.
—Estoy hablando en serio —le dije—. No puedo soportar otra cita
misteriosa, y Hooker se niega a darse por vencida. Ayúdame, Obi-Wan Kenobi.
Tú eres mi única esperanza. Esta es la única manera que se me ocurre para
detener la locura.
Después de tener todo bajo control, dijo:
—Sí, está bien. Un novio falso, gran plan, Sal. Estoy seguro que eso va a
resolver todos tus problemas.
—No lo entiendes. —Me desplomé—. No puedo aguantar más. Estoy harta.
Está llegando el punto en que no puedo ir a ninguna parte sin tener miedo. A
donde quiera que vaya, ella está tratando de emparejarme. Hooker les está
diciendo a todos que estoy desesperada. —Negando, me obligué a seguir—. Estas
citas tienen que terminar, y tienen que terminar ahora.
—¿Por qué no te buscas un novio de verdad?
—Por supuesto —dije sarcásticamente—. ¿Por qué no se me ocurrió antes?
Gracias a Hooker, tengo una lista de chicos que: a) terminan la cita cuando se 42
dan cuenta que no me parezco en nada a Hooker, sino que soy, como hemos
establecido, una tonta; o b) comienzan decentemente, pero terminan siendo los
típicos ―te amo aunque no te conozca‖ al estilo Austin. Vamos, Becks, en serio.
Tienes que ayudarme. —Tomando una última oportunidad, sin preocuparme
que se riera en mi cara, simplemente dije la verdad—: Becks, eres todo lo que
tengo.
En vez de reírse, frunció el ceño.
—Sal, podrías tener novio si quisieras. Eres una gran chica, la mejor.
¿Quién no querría eso?
—Sí —dije—, porque hay tantos chicos en fila muriéndose por salir con una
chica a la que todos llaman Spitz.
Negando, dijo:
—Un novio falso, ¿eh?
La esperanza se encendió en mi pecho.
—Sí —dije—, un novio falso.
—Entonces, ¿qué tendría que hacer?
No pude evitar sorprenderme ante eso.
—¿Hacer? —repetí—. Harías lo que siempre haces. Fingir que soy tu última
conquista.
La frente de Becks se frunció.
—¿Quieres que te bese con lengua y te toqueteé en el armario del conserje?
Tal vez, susurró una parte de mi traicionero cerebro, pero tragué el
impulso, tenía miedo que lo fuera a ahuyentar.
—No. Sólo tendríamos que fingir delante de las multitudes, los padres, los
amigos, etc. En privado, seríamos igual que siempre.
—Sólo amigos —preguntó.
Asentí. Sólo amigos.
—¿Dijiste por un mes?
—Sí. —Volví a tragar. Dios, incluso con Becks, especialmente con Becks,
esto era embarazoso—. Al final, sólo tendremos que decirles que nos hemos
separado por tener diferencias irreconciliables. Fingiré estar destruida. Las citas
terminarían; serías libre. No habría ningún daño. Entonces... —Traté de no
mostrarme nerviosa, esperaba que mi voz no flaqueara—. ¿Qué piensas?
Contuve la respiración todo el tiempo que se tomó Becks para pensarlo.
Finalmente, dijo:
—Está bien, acepto.
Parpadeé.
—¿Aceptas?
—Sí, lo haré.
—¿Lo harás?
Becks me miró y sonrió. 43
—Por supuesto. No creíste que fuera a decir que no, ¿verdad?
—No —contesté, pero salió más como una pregunta.
Se rió.
—Sal, sólo quiero ayudar. Eres mi mejor amiga. ¿Cómo podría negarme?
—Entonces, ¿ya está?
—Bueno, sí —dijo, y comenzó a respirar un poco más tranquilo.
El bueno de Becks. Un chico que cualquier chica querría en su rincón.
Todo mi cuerpo estaba flotando en una nube de alivio. El mejor amigo que
jamás podría pedir...
—Ahora, en cuanto a lo que voy a pedir a cambio.
Eso puso fin a toda la luz y confusión.
—Pensé que habías dicho que sólo querías ayudar —le dije, sin poder
creerlo.
Se encogió de hombros.
—Ya sabes lo que dicen: no puedes obtener algo sin dar algo a cambio, Sal.
Eso no era lo que todos decían, pero entiendo el punto.
Interrumpiéndolo antes que pudiera ponerse en marcha, dije:
—Está bien, Becks. Ahora tienes diez segundos para decirme tus
demandas.
Saltó del balde, protestando.
—Pero, Sal, no puedes…
—Ocho segundos —dije, mirando el reloj.
—Pero…
—Cinco, cua…
—Todo un mes de tareas de cálculo y que me des los cacahuates —dijo
rápidamente.
Lo miré boquiabierta, olvidando el conteo por completo.
—Pero eres muy bueno en cálculo, casi tanto como yo.
—¿Y? —dijo—. Fue lo primero que se me vino a la cabeza.
—Becks, eso no es ético.
—Sal, voy a comprobar el trabajo. Sólo quiero que lo hagas primero.
—¿Por qué? —pregunté, realmente sin tener palabras.
—Como dije —repitió—, hay que dar algo a cambio. Es lo justo.
—Está bien —dije, agarrando mis libros, y yendo rápidamente a la puerta.
No podía creer que habíamos faltado a la mitad del segundo período. Nunca
había faltado a una clase en toda mi vida. Aún más increíble era que acababa de
conseguir mi primer novio, todo a cambio de un mes de tareas de cálculo y una
caja de cacahuetes. Todo el asunto parecía irreal. El hecho que el novio, real o
falso, era Becks era demasiado imposible de asimilar.
—Oye, Sal. 44
Cuando me di la vuelta, Becks sostenía su mano con la palma hacia arriba.
—¿Los cacahuates? —dijo.
Recuperándome aún, se los entregué, observando mientras vaciaba la caja
entera en su boca de una sola vez. Estaba considerando seriamente la
posibilidad que esto era un sueño cuando abrí la puerta y vi a Hooker con cara
de pocos amigos al otro lado, con un permiso para ir al baño colgando de su
mano.
—Spitz, no puede ser en serio —dijo rotundamente—. Es Becks de quien
estamos hablando.
Y fue entonces cuando supe que era real.
¿E
stá situación podría ser más incómoda?
Respuesta: Sí.
Alejándome de Hooker, le di a Becks justo en la barbilla. Él
gruño y tropezó, cayéndose de la cubeta en la que había estado sentado,
llevándose unos trapos en el camino. Afortunadamente, el conserje Gibbens
apareció, atraído por todo el ruido, y nos dijo que nos fuéramos a clase.
—Esto no ha terminado —advirtió Hooker. Pero había esquivado esa bala.
Al menos por ahora.
Becks estaba esperándome al final del segundo periodo.
—¿Qué pasa? —pregunté mientras se acercaba.
—¿Quieres que lleve tus libros?
—¿Eh?
Agarrando mi carpeta y libros, sonrió.
—Soy tu novio ahora. ¿Recuerdas?
—Oh. —Dijo eso tan fácilmente. 45
—Las chicas dejan que sus novios lleven sus libros —dijo lentamente como
si necesitara explicarlo.
—Seguro —dije—. Bien, entonces. Tómalos.
Hooker sabía mis horarios, pero también sabía el de ella, así que lo llevé
por el largo camino a mi clase. La ventaja era que no nos chocamos con Hooker.
¿La parte mala? Nos encontramos justo con Eden Vice, o mejor dicho, ella casi
me tumbó en su intento por llegar a Becks. Agarrando el frente de su camiseta,
los ojos abiertos ampliamente, la chica estaba en un estado.
—Becks, no puede ser cierto —dijo Eden—. Esto es solo un patético rumor,
¿verdad? No estás de verdad saliendo con la chica Spitz.
—Su nombre es Sally —dijo Becks. Salté cuando una de sus manos aterrizó
en mi cintura acercándome a su lado. Cruzándose de brazos, Eden hizo un
puchero mientras yo intentaba ignorar la calidez de esa mano—. Y sí, es verdad.
—¿Pero por qué? No lo entiendo.
—No tienes que entenderlo.
—Pero Becks —se quejó—. No entiendo. ¿Por qué ella?
—La verdad no hay nada que entender —dijo, sonriéndome—. Sal es mi
chica. Siempre lo ha sido.
Mientras apretaba mi cadera, juro que dejé de respirar. Eden se hundió,
pero se alejó ante el claro rechazo. Estaba teniendo problemas para que mis
pulmones funcionaran. Y Becks sólo estaba de pie ahí, sonriendo como si todo
estuviera bien en el mundo, como si esto fuera normal.
—Hombre, te dije que era una mentira. Becks no desperdiciaría su tiempo.
Estaba tan cerca que de hecho sentí el cuerpo de Becks tensarse. Fuerte y
desagradable, la voz trajo malos recuerdos de las manos errantes de anoche.
Sabía que debí haber golpeado a Chaz Neely cuando tuve la oportunidad.
—Spitz es una princesa del hielo —continuó Chaz, hablando con dos chicos
junto a su casillero. Estaban a un par de pasos por el pasillo, de espaldas a
nosotros, pero sus voces viajaban.
—No lo sé —habló Rick Smythe, portero para la CHS—. Han sido amigos
por mucho tiempo.
—Sí, amigos con derechos. —Se rió J.B. Biggs—. Debe de haber algo ahí
para él.
—Salimos anoche —dijo Chaz—. La cita más patética que haya tenido. Ni
siquiera me dejó llegar a segunda base. Como lo veo, Spitz es una mojigata.
Me sonrojé furiosamente mientras caminábamos detrás de ellos. No podía
creer que Becks había oído eso.
—O es eso o no le gustan los chicos.
—Tal vez simplemente tú no le gustas –dijo Becks.
—¿Quién demonios…? —La gran boca de Chaz se cerró de golpe cuando
quedó frente a frente a la mirada fulminante de Becks.
—Eres un depravado —gruñí.
—¿Qué fue lo que dijiste de mi novia? 46
La forma en que Becks me llamó casualmente su novia me distrajo.
—Discúlpate —dijo Becks.
—¿Qué? —Chaz trató de hacerse el tonto—. Becks, escuchaste mal,
hombre. Lo que quise decir fue…
—Discúlpate —repitió Beck, acercándose—, o te voy a hacer tragar los
dientes. Tú eliges.
—Lo siento, Spitz —dijo, todavía mirando a Becks.
—Sally —dijo Becks lentamente.
—Sally —chilló Chaz—. Lo siento, Sally. Dios, lo siento.
—Mejor. —Asintió Becks. Salté cuando una de sus manos agarró la mía—.
Sal es mi novia. Si te metes con ella, te metes conmigo. ¿Entiendes, Neely?
Ahí estaba. Esa palabra de nuevo. Mientras Chaz se escabullía y el timbre
de la clase sonaba, el pasillo se vacío rápidamente. Todo lo que había acabado de
pasar me golpeó con fuerza.
—¿Cómo haces eso? —pregunté después de poner algo de espacio entre
nosotros. Era imposible pensar con él tan cerca.
—¿Hacer qué?
—Eso. —Apuntando a su cara, me reí de forma intranquila—. Todas esas
cosas sobre yo siendo tu chica, estas exagerando todo un poco, ¿no crees?
—Sal —dijo—, eres mi chica.
Esperé a que explicara, pero no lo hizo. En cambio, se estiró para tomar mi
mano de nuevo, y (por supuesto) salté como un metro.
—Entonces, ¿qué pasa con todo el asunto de los saltos?
—¿Qué cosa de los saltos? —Arqueó una ceja, y me sonrojé—. No lo sé. Sólo
no estoy acostumbrada a que me toques de la nada, supongo.
—Tendremos que trabajar en eso.
—¿Cómo? —pregunté miserablemente. Si estaba así de incomoda cuando
Becks me tomaba de la mano, ¿qué posibilidades teníamos de hacer creer a la
gente que estábamos saliendo?
—Tendré que pensar en eso. —Cuando alcé mi cabeza, los ojos de Becks
estaban iluminados—. Hay muchas posibilidades.
No sabía qué quería decir, no estaba segura que quisiera saberlo. Su rostro
estaba lleno de malicia, y, por alguna razón, su comentario se repitió en mi
cabeza: Soy un chico. Amo a las mujeres. Ugh.

El rugby era una religión en el sur, pero en Chariot, Carolina del Norte, el
fútbol reinaba. Olvídate de los cascos y todo el relleno; nuestros chicos jugaban
copas sencillas, prefiriendo las menos restrictivas, menos protección. Mayor
riesgo de herirse, pero no estaban dispuestos a sacrificar la amplitud de sus 47
movimientos. Siempre había pensado que era un poco miope, pero cuando le
pregunté a Becks sobre eso, dijo:
—Siempre y cuando sepas lo que haces, no hay necesidad. —Cuando lo
había mirado con escepticismo, había seguido adelante, en su infinita
sabiduría—. Los protectores son para mariquitas. —Y le puso un final a eso.
Protectores o no, Chariot High era conocida por su fútbol. Nos habíamos
llevado el título estatal a casa dos años consecutivos. Cazadores de talento de
universidades asistían a casi cada juego; las porristas animaban; padres,
maestros, estudiantes, todo el mundo asistía para ver a los Troyanos diezmar a
sus oponentes.
Pero la verdad es que estaban ahí para ver a Becks.
Solo un Troyano aparecía constantemente en los titulares. Solo uno tenía
los records oficiales a la mayor cantidad de goles de la temporada, más minutos
jugados, más penales cobrados y anotados. Y solo a uno ya le habían ofrecido
becas para los diez mejores programas de fútbol en la nación.
Todo el mundo llamaba a Becks ―el segundo advenimiento‖, obviamente en
referencia a su predecesor británico, David Beckham, uno de los mayores
nombres en la historia del fútbol. Pero Becks jamás cayó en el bombo
publicitario. Sabía que era brillante en el campo, era lo suficientemente confiado
para no compararse con nadie más, y lo suficientemente abierto para decirle a
otros que no, pero ellos continuaban haciéndolo de todos modos.
Becks era de hecho la razón por la que le había seguido el ritmo a los
deportes en primer lugar. Se negó a hablar con nadie, no le daba ninguna frase a
ninguno de los diarios locales o medios, hasta que habló conmigo primero. Por
mucho que lo adorara por eso, sabía que no estaba exactamente calificada para
el puesto. Después de cuatro años, todavía llevaba mi hoja con jerga del fútbol
metida en el bolsillo delantero de mis jeans por si acaso.
—¿Se supone que de verdad me crea eso?
Suspiré. Aquí vamos de nuevo.
—Créelo o no, es verdad —dije, mirando cuidadosamente a los jugadores
corriendo a toda velocidad por el campo, haciendo un gran esfuerzo por no
mirarla.
—¿Entonces, qué? —dijo Hooker—. Estás diciéndome que te despertaste
esta mañana y te diste cuenta que te gusta Becks, ¿un chico del que has sido
amiga desde el segundo grado? ¿Un chico que por coincidencia se dio cuenta
que también le gustas al mismo tiempo? ¿Un chico al que tú y yo personalmente
vimos comerse una lombriz en el cumpleaños número trece de Tobey Steinman?
No uno de los mejores momentos de Becks.
—Sé que es difícil de creer, pero sí.
Atrapando mi mirada, entrecerró la suya.
–¿O esta reciente evolución no es tan reciente? ¿Has estado
ocultándomelo, albergando un amor secreto todos estos años, con miedo de
contar tus sentimientos por miedo al rechazo?
Tragué cuando la multitud gritó. El otro equipo había anotado, pero
todavía íbamos ganando por uno. Apartando la mirada de Hooker, hice un gran 48
espectáculo de enderezar la manta de cuadros que teníamos en nuestras
piernas. La brisa nocturna era fría, pero no hacía nada para enfría la sangre que
corría por mi cara.
—¿Cuál es el problema? —murmuré—. Becks y yo estamos saliendo. Es mi
novio ahora. No es tan complicado.
Hooker me miró por un momento, se echó hacia atrás y se cruzó de brazos.
—Dilo todas las veces que quieras, Spitz. No me lo creo.
Terca, pensé, y demasiado perceptiva.
Desde el principio, vio a través de mí y del plan. No sabía cómo, pero sabía
que Becks y yo no estábamos de verdad juntos. Hooker no era como todo el
mundo, dejándose llevar por un par de rumores ruidosos. Era demasiado lista
para eso; y me conocía demasiado bien. Por mucho que hubiera intentando
mentir y mentir bien, desde esa escena en el depósito, se había negado
tercamente a caer en la montaña rusa del novio.
—Oye, Zane.
Suspiré. Aquí vamos de nuevo.
—Eh, ese no es mi nombre —dijo una profunda y acentuada voz.
—Genial —dijo Hooker y mientras abrí mis ojos la vi atrapar a No-Zane.
Siempre comenzaba así—. Entonces, ¿cuál es?
—Julian.
Y pasó la prueba número uno. Hooker odiaba a los chicos llamados Zane,
Blaine o Buddy desde el principio. Le sonrió de mega watts.
—¿Tienes novia, Julian?
Negó. Prueba número dos, pensé. Si no tenía una chica, para Hooker, eso
significaba que era un juego justo.
—Excelente, soy Lillian, y esta es mi amiga Sally —dijo, dándole una
palmadita al asiento entre nosotras, en el cual se sentó con una sonrisa
atontada—. Sally estaba justo diciéndome lo sexy que cree que eres.
—Hooker —siseé, pero se encogió de hombros.
—A Sally siempre le han gustado los chicos extranjeros.
Julian ni siquiera me miró.
—¿Y a ti que te gusta, Lillian?
Ella lo despidió.
—¿A mí? ¿A quién le importa eso? Como estaba diciendo, mi amiga Sally,
aquí, habla perfectamente un segundo idioma. Apuesto a que hablas español,
¿verdad, Julian?
—Si tú lo pides… —Se llevó su mano a sus labios, colocando un beso en sus
nudillos—… hablaría español cada noche para ti, mi amor.
Hooker miró por encima de su hombro con los ojos abiertos ampliamente,
y negué. ¿Qué esperaba? Siempre había salido de esta forma: 1) Hooker
atrapaba chicos. 2) Trataba de emparejarme al chico. 3) El chico, ya
completamente embelesado por Hooker, ni siquiera notaba que existía.
—No vas a Chariot, ¿verdad? —Se rió Hooker, apartando su mano. 49
—Me gradué de Southside el año pasado con honores.
Hooker murmuró en aprobación.
—Prefiero a mis hombres tontos. Mientras más tontos mejor, es lo que
siempre digo. Pero Sally es la Salutatorian1 del último grado.
—¿En serio? —Por primera vez, Julian me miró.
—Tiene algo por lo chicos listos.
La miré con el ceño fruncido. La chica de verdad era imposible.
—También tengo una cosa por las chicas listas —dijo Julian, estudiándome
con sus profundos ojos marrones. Sí, bueno, el chico era sexy. Su acento lo hacía
aún más interesante, pero a Hooker era a quien le gustaban los extranjeros no a
mí—. Muy sexy.
—Bien —chillé, levantándome cuando Julian presionó su muslo con el mío.
Dios—. Voy a hablar con Becks… mi novio.
—¿Novio? —repitió Julian, pero para ese momento ya estaba bajando las
gradas. Tenía que concedérselo. Hooker era talentosa. No había dicho ni una
palabra, y aun así había convencido a Julian que estaba interesado en mí. Mi
mejor amiga era aterradora algunas veces.
¿Cuál era el caso, me pregunté ahora, en tener un novio falso si Hooker no
me creía? Miré por encima de mi hombro. Su expresión testaruda, la mirada
determinada en sus ojos era inconfundible. Julian todavía estaba ahí, tratando

1 Salutatorian: Es la estudiante de décimo grado que da la bienvenida a la graduación.


de hablar con ella, pero no le estaba prestando atención. Podía casi ver pasando
un catálogo de sus rechazados en su cabeza, comparando lo que me gustaba y
disgustaba con los suyos, casi como una versión alterada de eHarmony. Era
inaceptable. Tenía que encontrar una forma de convencerla, pero hasta ahora
las cosas no se veían muy bien.
En el medio tiempo, fui hasta las líneas laterales, esperando que Becks
tuviera algunas ideas.
Estaba ocupado hablando con Rick Smythe y el entrenador Crenshaw
cuando llegué ahí, así que me quedé a un lado y esperé.
—¿Sally Spitz, eres tú? Demonios, chica, has crecido. Te digo que si fuera
unos años más joven…
—¿Tú qué? —dije, girándome para ver a Clayton Kent, el asistente del
entrenador y el hermano mayor de Becks.
—Debería decirte lo destruido que estuve cuando escuché que mi hermano
te consiguió primero. —Fingió estar dolido, pero el brillo en sus ojos
permanecía—. ¿Cómo pudiste, Sally? En un par de años cuando sea un viejo de
veintiocho años, todavía serás una cosita muy joven, y seríamos perfectos el uno
para el otro. Contaba contigo para mantenerme lleno de vida.
Traté de no sonreír, pero fallé.
—Te ves muy lleno de vida para mí, anciano.
—Muchas gracias, señorita Spitz. —Acercándose, Clayton tenía toda la
confianza de su hermano menor además de una dosis segura de encanto sureño 50
que no lo había dejado, incluso después que regresara con un grado en Gestión
Deportiva de la Universidad de Massachusetts. Él era mi favorito de los
hermanos de Becks, más que nada porque cuando era niña siempre solía
comprarme billetes de raspa y gana y me dejaba conducir su Jeep alrededor del
callejón cuando nadie miraba—. Entonces, ¿cuál es la historia?
Alcé la mirada cuando se detuvo a mi lado.
—¿Qué quieres decir?
—Tú y Becks. —Se rió, mirándome a los ojos—. Después de todo este
tiempo, ¿simplemente se juntaron? De verdad no creíste que me creería eso.
—¿Por qué no? —dije a la defensiva. Esos eran demasiados incrédulos para
digerir—. ¿Por qué es tan difícil de creer? ¿No soy lo suficientemente buena o
algo?
—Detente ahí un minuto —dijo, acercándome con un solo brazo—. No es
eso, y lo sabes. Si alguien es demasiado buena, eres tú, Sally. ¿Becks y tú, tú y
Becks? Simplemente es un poco repentino, eso es todo.
Dios, ahora sonaba como Hooker.
Becks se acercó y colocó sus manos en las caderas.
Con un asentimiento al brazo sobre mis hombros, dijo:
—¿Haciendo movidas con mi novia ahora? ¿Te mueves demasiado rápido,
no hermano?
Quise reírme, pero me contuve.
—Celoso. —Becks era demasiado entretenido.
Clayton dio un paso atrás, con las manos en alto como si hubiera cometido
un crimen.
—Lo siento, Becks, no pensé que te importaría.
—Bueno, pues sí. —Sonrió Becks, deslizándose a mi lado—. Sal no se iría
contigo de todos modos.
—¿Por qué no? —dijo Clayton secamente—. Soy mayor, más sabio.
—Sí, así de cerca de un geriátrico.
—Además, soy como diez veces más sexy que tú, Baldwin Eugene.
Podría haber discutido eso, pero era mucho más divertido escucharlos
pelear.
—Clayton. —Suspiró Becks—. Si pensara que vas en serio, tendríamos un
problema. Tendría que ponerme todo Hulk contigo, ¿y entonces qué? Estaría
verde, no me quedarían más que un par de shorts para el fútbol, y Sal
enloquecería.
Clayton fingió un bostezo.
—Y como sea —apuntó Becks—, la tratas como a una hermana pequeña.
—Sí, pero eso era antes que se viera tan bien. Muy bien, muy bien, lo
entiendo. Los veo después, tortolitos. —Riéndose, dijo unas palabras de
despedida por encima de su hombro—. Y si mamá hubiera visto esa mirada que
me lanzaste, te despellejaría el culo, Becks. La gente posesiva jamás prospera.
No dejes que te mande, Sally.
51
Becks esperó hasta que Clayton estuviera lejos del alcance del oído y se
giró.
—¿Cómo estuvo eso? —preguntó, su rostro estaba lleno de malicia.
Honestamente, aparte de estar momentáneamente sin habla, estaba
asombrada. De verdad había sonado celoso, en especial al final.
—Genial —dije, mirando un momento hacia las gradas. Hooker estaba
mirándonos como un halcón, echada hacia atrás en el mismo espacio donde la
dejé. Mirándome a los ojos, levantó una ceja en desafío. Ese pequeño
movimiento lo dijo todo—. Pero no estoy segura que haya sido suficiente.
—¿Qué?
—Becks, parece que tenemos un problema. —Viendo su confusión, le
expliqué—. Hooker no cree que tú y yo seamos de verdad una pareja. No se lo
está creyendo, y tampoco Clayton hasta hace cinco segundos. Todavía no estoy
segura que se lo crea por completo.
—Entonces, ¿qué deberíamos hacer?
—No lo sé —dije derrotada—. No es como si hubiera pensado en esto de
antemano. La situación simplemente cayó frente a mí, perfectamente envuelta
con un pequeño moño arriba. —Los labios de Becks se levantaron en una media
sonrisa, y puse los ojos en blanco—. Oh, sabes lo que quiero decir. La mayoría de
los que escucharon ese rumor aceptaron el hecho que estábamos juntos, fin de
la historia. Hannah Thackeray incluso dijo que era inevitable. Pero son las
personas que nos han conocido de toda la vida que están cuestionándolo, y esos
son exactamente a los que debemos convencer de…
—Sal…
—… No puede ser tan difícil. Sólo tengo que pensar en una forma…
—Sal —dijo Becks con más fuerza, deteniéndome en medio de la diatriba—.
Sólo déjamelo a mí.
Fruncí el ceño.
—Pero Becks, debemos hablar de…
—No más charla —dijo, inclinándose más cerca—. ¿Lillian todavía está
mirando?
Tragando, miré alrededor de él.
—Sí.
—Bien.
Mi corazón latió al triple de velocidad mientras Becks se inclinaba más
cerca, con los ojos en los míos. Me sobresalté ligeramente por la sensación de su
mano en mi mandíbula, luchando por respirar cuando se deslizó a mi mejilla,
los dedos finalmente descansaron en mi nuca. Agachándose, dejó un beso largo
en el punto bajo mi oreja. El movimiento hizo que mi mano se disparara a su
camiseta. Becks se rió en silencio, pequeños suspiros en mi cuello, mientras me
estremecía.
Pude escuchar una sonrisa en su voz cuando dijo:
—Sabes, Sal, no puedes saltar cada vez que te toque. ¿Qué pensará la
gente? 52
Me tomó dos intentos, pero finalmente me las arreglé para decir sin
aliento.
—L-lo siento.
—Práctica en mi casa mañana. A las diez en punto —dijo cuándo el silbato
sonó.
—¿Práctica? —dije todavía aturdida—. ¿Qué…?
—Becks —gritó Crenshaw desde el otro lado del banco—, deja de hacerle
ojitos a tu novia, y lleva tu trasero al juego.
—Diez —dijo Becks de nuevo, corriendo de espaldas—. No llegues tarde.
Traté de despejarme, sacudiendo mi cabeza. Todo lo que hizo fue
desordenar aún más mis pensamientos. Cuando miré a Hooker, soltó un
exagerado suspiro, como si el beso no hubiera sido nada. Para nada
impresionada, decían sus ojos, y cuando volví a mi asiento, sus palabras
hicieron eco al sentimiento.
—Vas a necesitar más que un beso en seco para convencerme —se quejó.
La miré boquiabierta. ¿Beso en seco? ¿De qué estaba hablando?
Obviamente, no era una experta; ese beso había sido la extensión de mi
experiencia romántica, pero había convertido mis entrañas en papilla. Mi piel
todavía se sentía extrañamente caliente donde la boca de Becks había estado. No
podía olvidar la sensación de su aliento contra mi piel. Hooker tenía mucha más
experiencia que yo, pero eso no quería decir que estuviera ciega. ¿No podía ver
lo afectada que estaba?
Mirándome, se encogió de hombros.
—Bien, bien. Fue un poco caliente, pero Spitz, ¿cómo puede serlo con
Becks? Han sido amigos desde siempre. Es casi como si tú y yo comenzáramos a
salir.
—Hooker, no te ofendas ni nada —dije—, pero no eres mi tipo.
—No me ofendo –dijo en respuesta—. Pero en serio, sabes todo sobre él. Él
sabe todo sobre ti. No hay misterio.
Me sonrojé.
—No sabe todo sobre mí.
—¿Oh, sí? Nombra una cosa que no sepa sobre ti.
Lo mismo que tú no sabes, pensé, pero mantuve la boca firmemente
cerrada.
—Exactamente —dijo como si hubiera probado un punto, y nos sentamos
para ver el segundo tiempo.
Traté de tomar buenas notas, grabar las jugadas como mejor podía,
cruzando las referencias con mi lista de términos, pero fue inútil. Las mariposas
en mi estómago estaban agitadas. Sin importar lo mucho que intenté
aplastarlas, las malditas cosas no se morían. En lugar de mirar el juego, seguí
repasando el beso una y otra vez. Mi mano vagaba al punto bajo mi oreja cuando
no estaba mirando, y tenía que apartarla rápidamente antes que Hooker viera lo
perdedora que era. Los Troyanos terminaron ganando cinco a dos, con Becks
anotando tres de los cinco goles y ayudando a Ash Stryker con el último gol, y de 53
cabezazo. Ni siquiera necesité mi hoja de trampa para eso.
Mientras el equipo iba a los casilleros, los seguí, intentando no sentirme
extraña.
Becks y yo jamás habíamos estado incómodos con el otro. Ni siquiera
después que le hubiera contado acerca de mi enamoramiento de toda la vida por
Lucius Malfoy de la serie de Harry Potter. Ese cabello, esa voz, toda esa tensión
malvada aristocrática… Eso fue vergonzoso, pero el tipo simplemente era
delicioso. Esto no podía ser más grande que eso, ¿verdad?
Sí, correcto, pensé, quedándome atrás. Esto era mucho más grande que mi
confesión con Lucius. Esto no era una fantasía, era la vida real. Las mariposas
volando fuera de control en mis entrañas eran prueba de ese hecho.
—¿Atrapaste ese último, Spitz, o estabas muy ocupada mirando al señor
Maravilloso?
Agradecida por la distracción, saqué mi interna belleza sureña.
—Bueno, por el amor del Dios bueno. ¿Es Ash Stryker, mejor conocido
como El Azote, hablándome?
—Graciosa —dijo Ash—. ¿Entonces lo viste o qué?
—Sí, lo vi. Siempre supe que tenías una cabeza dura, Ash. Gracias por la
prueba.
Resopló.
Estábamos acercándonos más y más a Becks, así que decidí dejar de
bromear.
—¿Puedo tener un comentario? Ese fue un juego bastante dulce.
Se detuvo de repente.
—¿Bastante dulce?
—Muy bien —dije, girándome—, fue asombroso, tremendo, de verdad
magistral. ¿Mejor?
—Mucho. —Los labios de Ash se curvaron en un casi sonrisa—. Aquí hay
un comentario para ti, Spitz. Becks necesita mantener su cabeza en el juego. Esa
es la única forma en la que ganaremos los estatales otra vez este año. Todo el
mundo está apostando por nosotros.
—Mi cabeza siempre está en el juego, Stryker.
Salté ante el sonido de la voz de Becks y luego me sentí como una tonta.
—No pareció de esa forma en el medio tiempo —dijo Ash.
—Lo que sea, hombre. —Becks se acercó—. ¿Por qué no te vas a las duchas?
Sal y yo debemos hablar.
Ash se encogió de hombros y se alejó.
—De verdad no me cae bien ese tipo —dijo Becks, mirándolo a la espalda.
—Está bien —dije. Becks me miró como si hubiera enloquecido, lo que
trajo de regreso el aleteo. Genial, ahora ni siquiera podía mirarlo a los ojos. Me
aclaré la garganta—. ¿Qué pasa con lo del sábado? No puedo ir a la diez. Sabes
que tengo que trabajar hasta el mediodía.
—Oh —dijo Becks, inclinándose hacia atrás—. Entonces a la una. Pensé que 54
podríamos trabajar en un par de cosas. Quiero decir, si queremos que la gente se
tome en serio lo del novio, necesitamos que sea tan autentico como sea posible,
¿verdad?
—¿Qué cosas?
Sonrió por mi nerviosismo.
—Ya verás.
Su misteriosa respuesta me molestó lo suficiente para matar a un par de
los molestos insectos, pero la sonrisa las trajo de nuevo a la vida por completo.
Para el momento en que las controlé y me encontré con Hooker en el auto, se
veía bastante molesta.
—¿Te tomó todo ese tiempo conseguir un par de ridículas frases? —Fue la
primera cosa que dijo cuando entré en el auto.
—Estaba hablando con Becks —respondí.
—Becks —repitió como si nunca hubiera escuchado el nombre—. ¿Becks, tu
novio?
Apreté los dientes. Su completa negativa a creer mi mentira perfectamente
buena estaba comenzando a molestarme.
—Ese mismo.
—Sabes qué Spitz, está este chico llamado Alex. Hace tatuajes. Creo que
ustedes de verdad conectarían.
—Gracias, pero estoy bien.
—O si te gustan los atletas, está John Poole. Va a la escuela con Will, es el
lanzador de los Tarheels. Un tipo genial, muy listo. Podría presentarte…
—Hooker —interrumpí—. Apreció la oferta, pero tengo un novio. Becks es
bastante relajado, pero no estoy segura que estuviera muy feliz si saliera con
otros chicos.
Hooker resopló y estiró la mano entre nosotras para encender la radio.
Lo que sea que Becks hubiera planeado más vale que fuera bueno, pensé.
Era claro que Hooker no iba a dejar sus guantes de emparejamiento sin una
pelea. Cuando estacionamos frente a su casa, se movió para enfrentarme en
lugar de bajarse inmediatamente.
Apagué el motor. A juzgar por su expresión pensativa, íbamos a estar aquí
por un rato.
—Pero es sólo tan raro —dijo finalmente.
—¿Qué? —pregunté.
—Tú y Becks.
—¿Y por qué es raro? Pasamos juntos todo el tiempo. Hemos sido amigos
toda la vida. No hay nadie en quien confíe más, excepto tal vez tú y mamá.
—Ese es el punto. —Hizo una mueca—. Es casi incestuoso, como si fuera tu
hermano o algo.
Resoplé.
—Becks no es para nada mi hermano. 55
—Sí, pero actúa como tal. —El tono de Hooker se volvió filosófico—. Esto
es lo que pasa por ver demasiados episodios de Star Trek. Simplemente no es
saludable. Lo próximo será que comenzarás a usar donas en tus orejas y
comenzarás a llamarte la princesa Spitz.
—En primer lugar —dije—, eso es Star Wars, no Star Trek. —Hooker no
era una gran fanática de La Fuerza—. Y en segundo lugar, Leia y Luke nunca
estuvieron románticamente involucrados. Es un error común. Skywalker no era
su chico. Para Leia, siempre fue Han Solo, nadie más.
Negó, con el labio curvado de disgusto.
—Ves demasiadas películas, ¿sabes?
—Y tú no ves las suficientes para hacer esa clase de comparaciones —
respondí.
—Muy bien —dijo—. Te concederé eso. Pero… ¿Becks? ¿En serio?
Asentí.
—¿No de la forma ―me gusta‖… en la forma de ―enamorada‖? —Estaba
estudiando mi cara un poco demasiado de cerca, y comencé a sudar—. Eso es lo
que estás diciendo, ¿verdad Spitz? ¿Estás enamorada del chico? ¿Becks es tu
Han Solo?
Mi garganta se cerró, conteniendo las palabras, pero sabía que ésta podría
ser la única cosa que haría creer a Hooker.
—Sí —dije, con la voz ronca, mirándola a la cara—. Lo es.
Un momento pasó en el cual Hooker siguió mirándome, presumiblemente
sopesando mis palabras, y continué sudando. Entonces, de la nada, se rió.
—Dios, Spitz —dijo—. Eres una mentirosa. —Saliendo del auto, se despidió
con la mano—. Te llamaré después.
Me despedí de regreso, casi abrumada por el alivio. Por supuesto, quería
que Hooker se creyera mis mentiras. Detener la epidemia de las citas a ciegas
era el punto de este plan y engañarla era necesario para su éxito. Pero cuando
me inventé la idea de salir con mi amigo, no había estado pensando claramente.
Todo había sucedido tan rápido que no había tenía un momento para considerar
la trampa, el gran inconveniente que no había visto cuando tan
despreocupadamente le pedí a Becks que fuera mi novio falso. No había cruzado
por mi mente que estaría revelando algunos de mis secretos.
Hooker me había llamado mentirosa, y había dicho tantas mentiras en las
últimas horas que eso era básicamente cierto. Lo gracioso era que no había
mentido esta vez. Era mi más profundo, mi mejor guardado, mi moriría-si-
alguna-vez-se-sabe secreto. Uno que no le había revelado ni a una sola alma.
Becks era completamente mi Han Solo.
Incluso si él no lo sabía.
Había estado enamorada de él desde que éramos niños, y apenas estaba
dándome cuenta ahora de todas las formas en que este plan podría ser
contraproducente. Sólo podía esperar que mi mamá se lo creyera más fácil.

56
E
lla se aclaró la garganta, entonces lanzó su primera bomba.
Casualmente, muy casualmente, dijo:
—¿Cómo?
—¿A qué te refieres? —mascullé, aunque pensé que sabía.
—¿Te lo preguntó él o tú le preguntaste? ¿Cuándo pasó? ¿Lillian sabe?
¿Qué piensa ella?
Demasiado para una salida fácil.
Vertiendo la leche poco a poco, con cuidado de no derramar una gota, me
acerqué, reemplacé el cartón y me senté frente a la interrogadora. Estaba
usando una de esas tiaras de novia que trajo a casa con un velo blanco adjunto
en la parte de atrás. Sus dedos marcaban un ritmo perezoso en la mesa de
madera, pero los malvados ojos continuaron.
—Yo le pregunté, mamá —dije, estirándome para agarrar una manzana,
diciendo las palabras como si fueran la cosa más fácil del mundo—. En el
depósito después del primer periodo.
57
—¿En serio? —Mamá alzó una ceja, reproduciendo una constante cuenta a
cinco, del dedo meñique al pulgar, del dedo meñique al pulgar.
El sonido era desconcertante.
—Sí. —Bebí un gran sorbo de leche, limpiando rápidamente el exceso de mi
labio superior—. Y sí, Hooker sabe… pero no me cree.
—¿Por qué no? —preguntó.
—No lo sé —dije, recordando—. Dijo que era raro, que Becks y yo nos
conocemos demasiado bien y no hay misterio. —Me reí—. En realidad dijo que
éramos como hermanos. Lo que en verdad pienso es que no puede creer que
Becks saldría con alguien como yo. Quiero decir, él es mi mejor amigo, es
todavía Becks.
El golpe de los dedos se detuvo abruptamente.
—Eso es ridículo.
Me encogí de hombros. En esto al menos, estaba segura de lo que decía.
—Eso es lo que dije. En serio, mamá, ¿Becks y yo saliendo? Maldita sea, él
es demasiado lindo para eso. —Pero mientras lo dije, me di cuenta de lo
hermosa que mi mamá lucía ahora, incluso mientras fruncía el sueño. Supongo
que los buenos genes a veces se saltaban una generación.
—Eso no es lo que quise decir en absoluto. —Sus ojos eran unas rendijas,
nunca una buena señal. Antes que pudiera comprenderlo, continuó—: ¿Y
cuándo sucedió esto?
—Ayer.
Los segundos pasaron, cada uno marcado por ella una vez que reanudó el
golpeteo de sus dedos y el ritmo errático de mi corazón. Sólo acabo de decirle
sobre Becks y yo, y ésta era su respuesta; una sesión de preguntas y respuestas
segura para atraparme si no mantengo mi guardia arriba. Con suerte, después
de Hooker, lo había estado esperando.
Después de un tiempo, suspiró.
—¿Por qué no sólo me lo dijiste? —Levanté la mirada, impresionada de ver
lágrimas en sus ojos—. Habría estado bien contigo saliendo con Becks siempre y
cuando te trate bien, lo que no tengo duda que hace. ¿Ayer? ¿En realidad
pensaste que me tragaría eso?
Me dejó pasmada. En realidad estaba diciendo…
—No tienes que mentir —continuó—. Obviamente esto había está pasando
desde hace algún tiempo. Pero no tenías que mantenerlo en secreto, Sally. Lo
habría entendido.
No podía creerlo. Su rápida aceptación no era en nada parecida a la
completa negación de Hooker, que pasé un mal momento formulando una
respuesta.
—Lo siento —dije después de un latido—. No estaba segura de cómo lo
tomarías.
—Oh, Dios —dijo de pronto, levantando una mano a sus labios—. Ahora me
siento tan estúpida por ayudar a Lillian con todas esas citas a ciegas.
Esto iba mucho mejor de lo que esperaba. 58
—Ah, no te sientas tan mal, mamá.
Resopló.
—Simplemente no puedo creer que nunca me lo dijeras. Quiero decir,
siempre he pensado que era una mamá genial. Sabes, una mamá así como una
amiga, acorde a las formas de la juventud.
Me incliné para colocar una mano en su hombro.
—Eres, por mucho, la mamá más liberal que he conocido alguna vez —dije,
mirándola a los ojos.
—Sí, claro.
—Mamá, es verdad.
—Sólo lo estás diciendo para hacerme sentir mejor, pero te amo por eso. —
Tomó mi mano con una sonrisa tocando sus labios—. Así que, ¿por qué no
simplemente esperaste a que Becks te preguntara? ¿Realmente estaba tardando
tanto?
Negué ante la idea. ¿Becks pedirme una cita? Qué risa.
—Becks nunca me habría preguntado primero.
Parecía confundida.
—¿Por qué no?
Porque, me contesté mentalmente, incluso si Becks fuera el que necesitara
una novia falsa, no tendría qué preguntarme. Las chicas harían fila por una
oportunidad, falso o no. Simplemente había demasiadas opciones y además,
estaba completamente fuera de su radar.
Lo que dije fue:
—Porque simplemente no preguntaría. —Encogiéndome de hombros, me
levanté, me estiré y fui a agarrar mi varita y mi capa del mostrador—. Los chicos
llegarán en aproximadamente veinte minutos. Debería irme.
—¿Por qué no, Sally? —Mamá se paró frente a mí, con los brazos cruzados,
su tiara destellando, y me di cuenta que había cometido un error.
Tratando de desestimarlo con una broma, coloqué la capa alrededor de mis
hombros y dije:
—Bueno porque a pesar de todas sus fortalezas, Becks nunca ha apreciado
mi instinto para el dramatismo. —El golpeteo del meñique al pulgar comenzó de
nuevo, sin sonido esta vez, porque era en su brazo. Olvidando el acto, decidí
ponerme seria—. Vamos, mamá. En serio no estás preguntándome esto. Con
todas las chicas rivalizando por su atención, ¿por qué demonios notaría a un
ratón de biblioteca como yo?
Y luego me detuve, de repente dándome cuenta que estaba equivocada.
Becks me había notado. De entre todos los demás, me había escogido, a Sally
Spitz, como su mejor amiga. Por una vez, estaba feliz de estar equivocada.
—Sally, eres preciosa —dijo mamá, sus brazos cayendo a sus costados.
—Sí, bien —dije, rodeándola. Una pizca de sarcasmo se filtró a pesar de
mis mejores esfuerzos. Cuando llegué a la puerta, me detuvo de nuevo, 59
deteniéndose enfrente de manera que no podía salir—. Mamá, en serio necesito
irme. No pueden empezar sin mí.
—De acuerdo, de acuerdo. —Bajando la barbilla, entrecerró los ojos—. Pero
en serio, Sally Sue Spitz. Eres mi hija, mi nena, y nadie llama a mi bebé fea.
Nadie. Ni siquiera tú.
No pude evitar rodar los ojos.
—Ahora, mamá, preciosa es un poco exagerado ¿no lo crees?
—Preciosa —repitió con firmeza, abrochando el botón de mi capa—. Ahora,
ve antes que llegues tarde. Esos chicos probablemente están destrozando el
lugar. ¿A qué hora llegarás a casa?
—No estoy segura —dije y luego añadí la cereza al pastel—. Voy a casa de
Becks después.
Una luz brilló en sus ojos.
—Oh, de acuerdo. Bien. Diviértete.
Girando, sonreí, sabiendo que se lo había creído totalmente. Una abajo,
pensé, y una más por venir. Cuídate, Hooker, voy por ti.
—Ah, ¿y Sally?
Mientras llegaba a mi auto, miré hacia atrás.
—No demasiada diversión ¿está bien? Becks es un buen chico, pero… es un
chico. Dile que dije que mantenga su pantalón puesto, ¿de acuerdo? Nada de
bebés para mi nena ¿me entiendes?
No pude alejarme lo suficientemente rápido.
—Te amo —gritó mientras conducía lejos—. Dile hola a Becks de mi parte.
A pesar de la vergüenza, sentí un dulce zumbido de triunfo endurecer mi
columna vertebral. El tren del N.F. estaba rodando ya. Sólo había dos asientos
del tren que necesitaba llenar, y el trasero de Hooker estaba a punto de ser
plantado en uno de esos asientos, ya sea que le gustara o no.
Podía sonar extraño, pero mi trabajo siempre me ponía de buen humor. Lo
sé, lo sé, se supone que los adolescentes deben ser el ―odio mi trabajo. El sueldo
apesta, el horario apesta, los clientes apestan, mi jefe está en mi contra‖.
Ninguna de esas cosas aplicaba para mí. Debía haber tenido suerte porque mi
trabajo en la librería era completamente increíble.
Leerles a los niños, ver sus rostros cautivados con atención, ansiosos de oír
lo que sucede a continuación, oírlos reír con libertad o jadear por la sorpresa, en
realidad hacía al salario mínimo sonar bien. En serio. Yo debería estar
pagándoles. Los niños eran tan divertidos, más geniales que mis llamados
compañeros, e incluso si sólo eran los fines de semana, amaba compartir mis
libros de la infancia con ellos. Además, algunas veces me daban regalos.
Como hoy, recibí mi propio sombrero de pirata, completamente cubierto
con diamantes de imitación, una calavera y cruzados huesos rosas. La cosa
apenas cabía en mi cabeza pero eso era probablemente por las trenzas. El regalo
y el peinado al estilo Pippi Calzas Largas eran regalos de Gwendolyn Glick, una
de mis favoritos. Usaba lentes rojos más grandes que su cara, hablaba con un
ligero tartamudeo y siempre tenía la misma camiseta en el tiempo de la historia,
un número negro desteñido con la nave Enterprise y el dicho ―Soy Trek. ¿Y tú?‖.
¿Qué podía decir? La niña y yo éramos espíritus afines.
60
Incluso si me sentía como una idiota, me puse el sombrero en la cabeza y
lo usé todo el día con mi larga capa negra. Esos chicos amaban la capa, los que
conocían la serie dijeron que les recordaba a los profesores de Hogwarts. Debí
haberme visto muy tonta, una mezcla entre Severus Snape y Jack Sparrow, pero
la expresión de felicidad de Gwen, lo hizo funcionar.
Fue justo después que había llegado a casa de Becks que deseé haber
recordado quitármelo.
Clayton abrió y casi tuvo un ataque. Estaba gritando y riendo y se veía
como si estuviera a punto de desmayarse por la falta de oxígeno.
—Ooh —dijo, jadeando, con la cara más roja que su camisa.
Tenía los tres botones de la parte superior desabrochados y la vista me hizo
sonrojar. Al parecer Becks no era el único tonificado de la familia.
—Oh Sally… —se limpió las lágrimas de risa de sus ojos—… chica, sigue
viniendo vestida de esa manera y uno de estos días voy a morir de risa.
—Espera, ¿qué? —pregunté con dulzura.
Becks llegó en ese momento, su boca extendiéndose en una amplia sonrisa
mientras me veía.
Lo miré con advertencia, pero no lo detuvo de decir:
—Oye, Sal. ¿Ese es un nuevo sombrero? —Lo que por supuesto, puso en
marcha a Clayton de nuevo.
—Gracioso —le dije, aventándole su regalo—. Aquí tienes, Gwen hizo uno
para ti también.
—Bueno, que lindo de su parte —dijo, colocando la cosa en su cabeza—.
Pero, ¿por qué?
Fruncí el ceño, dándome cuenta cómo el sombrero de pirata no se veía ni
la mitad de ridículo en Becks como estaba segura se veía en mí. Maldición, en
realidad se veía casi lindo. No pude evitar pensar que con ese sombrero, con la
sombra de barba, Becks le daba a Johnny Deep una carrera por su dinero.
—Creo que está enamorada de ti.
—Chica lista —dijo, levantando el sombrero con facilidad—. ¿Por qué no
vamos a mi cuarto?
—De… acuerdo. —La palabra salió inestable. Teniendo en cuenta que había
estado en la habitación de Becks un montón de veces, pasaba casi tanto tiempo
allí como lo hacía en la mía con el paso de los años, no debería haber estado
nerviosa. Pero mientras Clayton se fue haciendo ruidos de besos y Becks puso su
mano en mi espalda baja, salté más que una liebre acelerada. Mi corazón era un
animal salvaje en mi pecho. Latía con tanta fuerza y tan rápido que en el
momento en que llegamos a la parte superior de las escaleras me sentí como si
hubiera corrido un maratón.
Cuando entré al cuarto de Becks y oí la puerta cerrarse detrás de nosotros,
respiré profundo antes de enfrentarlo.
—Así que —dije, retrocediendo, quitándome el sombrero y la capa, mi voz
más alta de lo usual. Dándome cuenta que no tenía nada más que decir, como 61
una idiota, repetí—: Así que…
Becks negó.
—De acuerdo, Sal ¿qué pasa?
—¿Qué quieres decir? —pregunté, tratando de parecer casual.
—Exactamente lo que dije. —Cruzó sus brazos—. ¿Qué pasa contigo? Y no
trates de decir que nada. Desde ayer, parece que vas a tener un infarto cada vez
que te pongo la mano encima.
—No lo hago.
—Sí, Sal. Lo haces.
Mi corazón, tan vivo antes, pareció congelarse en mi pecho.
—Sal, no estoy… —Se sonrojó. Becks, imperturbable, siempre tan seguro de
sí mismo, en realidad se sonrojó, mientras lo miraba fijamente sorprendida—.
Nunca trataría nada contigo. Lo sabes ¿cierto?
Eso está muy mal, pensé, e incluso mi voz mental sonaba decepcionada.
—No es eso.
—Entonces ¿qué es?
Me quedé en silencio. Si esta conversación iba a donde creía que iba,
estaba en grandes problemas.
—Sé que pasa algo —dijo, mirándome a los ojos—, y creo que sé lo que es.
Tragué.
—¿Sí?
No podría saberlo... ¿o sí?
—Sí —dijo—, pero en realidad sólo desearía que me lo dijeras. No me voy a
enojar, lo sabes.
Me alegraba oírlo, pero Becks enojado conmigo por amarlo no era
necesariamente mi mayor miedo. Estaba más asustada que se riera o me odiara
por arruinar nuestra amistad. No estaba segura que pudiera sobrevivir el perder
a Becks como amigo. De hecho, estaba bastante segura que no podía.
—Todavía seremos amigos y todo eso. —Era como si me leyera la mente.
Oh, Dios, en realidad no lo sabía ¿o sí?—. Vamos, Sal. Sólo dime la verdad
acerca de toda esta cosa del novio falso.
—La verdad —balbuceé.
Sus siguientes palabras confirmaron, incuestionablemente, que no
estábamos hablando de lo mismo.
—Sólo dime quién es —insistió Becks.
—¿Quién es quién? —pregunté, perpleja.
Becks estaba empezando a verse molesto.
—El tipo.
—¿Qué tipo?
—Santo Dios, Sal. —Se pasó una mano por el cabello con rudeza—. El tipo
del que estás tan enamorada que tienes que alquilar un novio falso para darle 62
celos.
Estaba sorprendida por no decir más. Aquí estaba, pensando que Becks
finalmente lo había entendido, me había entendido, cuando realmente estaba
más despistado de lo que había estado nunca. Eso estuvo cerca. Después de toda
la preocupación, mi secreto, mi corazón, estaba seguro por ahora. Gracias al
cielo por los pequeños favores.
Siguiendo el juego, respondí:
—Bueno, ¿por qué quieres saberlo?
—Lo sabía —exclamó, señalándome con un dedo—. Lo sabía. Esto nunca
fue simplemente por los planes de Lillian. Estás haciendo esto por algún tipo
que te pone cachonda.
—Me atrapaste. —Me encogí de hombros. Tenerlo creyendo esta mentira
era mucho mejor que decirle la verdad cambia vida y posiblemente destruye
amistad—. ¿Cómo lo adivinaste?
—Netflix —respondió Becks—. Así que ¿quién es?
—¿Por qué debería decírtelo?
La mirada que me dio fue mitad crítica y mitad impresionada.
—Creo que merezco saberlo, viendo cómo me estás usando. ¿Eso es todo lo
que soy para ti, Sal, un trofeo?
—Oh, no. —Esta vez fui yo la que se cruzó de brazos. Lo conocía demasiado
bien para creer que realmente estaba ofendido—. No finjas, Becks. No actúes
como si no estuvieses disfrutando todo esto.
Lentamente empezó a mostrar una sonrisa.
—Bueno, definitivamente no lo estoy odiando.
Negué.
—Eso está muy mal
Becks puso los ojos en blanco.
—Entonces, ¿quién es este tipo de todos modos? —Se sentó en la silla de su
escritorio y me hizo gestos para que hiciese lo mismo—. Debe ser algo para que
vayas por todos este problema.
Dejando el sombrero y la capa en el suelo, sentándome lentamente en la
cama, con la espalda recta muy en el borde, me obligué a no apartar la mirada.
—Lo es —aseguré.
Becks hizo un sonido extraño con la parte de atrás de su garganta.
—Al menos puedes decirme el nombre del imbécil.
—No.
—Ah, vamos.
—No, Becks.
—¿Por qué no?
Porque tú eres ese imbécil, pensé, pero simplemente negué.
Becks frunció el ceño, ensimismado. Finalmente, comentó:
63
—Entonces ¿puedes simplemente hablarme de él? ¿Es atleta?
Sin querer hacerlo, eché un vistazo a todos los trofeos de fútbol alineados
en las estanterías de Becks.
—Sí —contesté—. Mucho.
Becks asintió.
—Entonces un deportista. Debe ser bastante estúpido, ¿eh?
Pensando en todas las veces que había estado en el cuadro de honor,
negué.
—Realmente es muy inteligente. Suena como un paquete genial, ¿no?
Volvió a hacer ese sonido, luego mencionó:
—Es espantoso, ¿no? Tiene un rostro que solo le puede gustar a una
madre, un rostro que hace llorar a los niños con solo verlo. Orejas raras, dientes
torcidos, única ceja.
Imaginé a Becks con una única ceja, me reí en alto, relajándome por
primera vez desde que había entrado en esta habitación.
—De ningún modo, es totalmente hermoso.
—¿Hermoso? —repitió Becks de forma dudosa—. Espera, ¿este tipo es uno
de esos metrosexuales o algo? No es Beau LaFontaine de física, ¿no? Ah, Sal,
pensé que tenías mejor gusto que ese.
Aun sonriendo, me permití reclinarme un poco en la cama. Esto era un
poco divertido.
—No, ese no es realmente mi tipo. Además, no creo que a Beau le interesen
los deportes.
Becks pareció combarse en alivio.
—¿Por qué estás tan interesado?
De repente, se enderezó, sonriendo, volviendo a ser el Becks lleno de
confianza que siempre había conocido.
—Ninguna razón —respondió—. Simplemente quería saber con qué
estamos tratando. Así que, ¿estás preparada para empezar la primera lección?
—¿Lección?
—Sí, Sal. —El brillo en sus ojos me hizo sentir nerviosa y excitada, asustada
y esperanzada, todo a la vez—. Como dije antes, si vamos a hacer esto creíble,
vas a tener que acostumbrarte a nosotros teniendo más contacto físico.
¿Contacto físico? Eso no auguraba nada bueno.
Se rió.
—No querrás que futuras novias se lleven la impresión equivocada,
¿cierto? Tus reacciones asustadizas pueden poner una nota de tristeza en mi
reputación. Necesitamos practicar aquí antes de hacerlo en público.
—Hagámoslo —indiqué suavemente.
Levantándose, se acercó y se sentó a mi lado en la cama. Curvando su
cuerpo, dijo:
—Pensé que podríamos empezar fácil, sólo con un ejercicio de toque, ya 64
que pareces muy nerviosa.
Ignorando mi corazón galopante, repliqué:
—No estoy nerviosa.
—Sí, lo estás.
—No, no lo estoy.
—Lo estás.
—No...
Becks suspiró, sus manos de repente en mi muslo. El movimiento me
sobresaltó tanto que casi me caí de la cama.
—¿Ves? —declaró, y podía decir que estaba tratando de no reír.
Falló.
Alejando su mano, completamente indignada, me levanté de un salto.
—¡Eso no es justo! No estaba preparada.
Becks me jaló para sentarme, mirándome directamente a los ojos.
—Ese es el punto —afirmó—. Cuando estemos caminando por el pasillo, en
clase, donde sea, no siempre sabrás cuándo voy a tocarte, abrazarte, besarte. —
Ante el pensamiento de besar a Becks, mi corazón bailó en mi pecho, pero Becks
no había acabado—: Tienes que estar preparada, Sal. Si quieres poner a ese tipo
celoso, tiene que creer que somos una pareja. No lo hará si sigues reaccionando
así. Tampoco lo hará Hooker.
Tenía razón.
Poniendo mi gesto más serio, me giré hacia él.
—De acuerdo, señor Miyagi, estoy preparada para aprender. Enséñame
todas tus habilidades.
Becks rió.
—Bien, Sally-san —guiñó—, pero hoy sólo nos centraremos en el toque. No
querría abrumarte demasiado rápido.
Me sonrojé, dándome cuenta de cómo debía haber sonado eso. Pero estaría
mintiendo si dijese que no había una parte que le gustaría que me abrumase, tan
rápido como quisiese.
Afortunadamente, lo dejó pasar.
Se acercó más, alzando una mano.
—Voy a tocarte ahora, ¿de acuerdo? —preguntó como si saberlo de
antemano me hiciese tensarme menos.
Asentí de golpe. El saberlo no ayudaba, en realidad lo hacía un poco peor.
Ahora que sabía lo que iba a pasar, Becks, mi Becks, tocando mi piel con la suya,
mis terminaciones nerviosas se pusieron en alerta máxima.
Suavemente, Becks puso su mano sobre la mía.
Esta vez no me sobresalté, pero mi cuerpo era como un fuego viviente,
ardiendo desde el interior.
—Santo Dios —murmuró Becks, pasando la punta de sus dedos arriba 65
abajo por mi brazo—. Estás temblando, Sal.
Mortificada, bajé la mirada para observar que tenía razón. Cada vez que
sus dedos pasaban por determinados sitios de mi piel, primero aparecía la piel
de gallina seguida de un pequeño estremecimiento.
—Lo siento —me disculpé completamente perdida.
Por mucho que lo intenté, no podía obligarme a no reaccionar. ¿Por qué
me estaba traicionando mi cuerpo de este modo? ¿No se daba cuenta que si
Becks veía lo mucho que me gustaba su toque, lo mucho que me emocionaba, él
lo sabría?
Justo cuando temía que fuese demasiado tarde, manifestó:
—Esto no está funcionando. —Apartando la mano, se volvió a sentar,
negando—. No sé por qué te asusto tanto, pero necesitamos intentar algo
diferente.
Sentía muchas cosas, pero ―asustada‖, definitivamente no era una de ellas.
—Aquí —mencionó, acercándose un poco—. Házmelo tú a mí.
—¿Qué?
—Bueno, si no puedo tocarte, vas a tener que tocarme tú. Vamos, Sal. —
Giró el cuello, para soltar tensión como hacía a veces antes de un partido—.
Prometo que no moveré un músculo.
Sonreí. Como si necesitase otro recordatorio de lo poco atractiva que me
encontraba Becks. Aquí estaba, temblando como una hoja por su culpa y aquí
estaba él, frío como un pepino. Por supuesto, no se movería. Becks no era el que
estaba sufriendo un caso grave de Síndrome de Amor No Correspondido. Por
mucho que desease que así fuese, la única idiota perdidamente enamorada era
yo.
Determinada a hacerle sentir algo, me incliné.
—Cierra los ojos —pedí.
Lo hizo.
Me tomé un segundo para estudiarlo, abriéndose, tan vulnerable y
entonces, me incliné como él había hecho.
Apoyando la mano sobre la suya, busqué una reacción, cualquiera, pero
permaneció quieto, justo como había prometido. Deslicé la mano por el
contorno de su brazo, sintiendo los hundimientos y curvas de cada músculo, a lo
largo de la parte de atrás de su antebrazo.
Se rió silenciosamente.
—Eso hace cosquillas, Sal.
—Shhh —reprendí—, sin hablar.
Becks asintió, luego volvió a quedarse quieto.
Dudé solo un momento antes de poner ambas manos sobre sus hombros.
Moviendo los dedos hacia su nuca, sentí los músculos de allí tensarse. Usé los
pulgares para liberar la tensión y entonces me acerqué aún más. En este
momento, estaba prácticamente en su regazo, pero llevaba muchísimo tiempo
queriendo hacer esto. Ahora que finalmente había conseguido la oportunidad,
no lo arruinaría.
66
Llevando la mano derecha hacia atrás, pasé los dedos por su mandíbula
hacia su mejilla, sintiendo la aspereza de su barba incipiente contra la punta de
mis dedos.
—Oh —jadeé—, no es tan malo.
—¿Hmmm?
—Pensé que se sentiría extraño —respondí con sinceridad—. Ya sabes, te
prefiero sin vello facial.
La voz de Becks fue baja, más baja que hace un momento. Su respiración
también se había acelerado, lo noté.
—Ah, sabes que te encanta. Todo el mundo lo hace, Sal.
Sintiéndome atrevida, hablé suavemente en su oreja.
—Yo no.
Sus brazos estuvieron alrededor de mi cintura inmediatamente, pero no
me moví.
—Siempre la he odiado.
—¿Pero por qué? —preguntó, aún con los ojos cerrados—. Es la razón por
la que tengo tanto éxito.
Negué.
—No, Becks. —El ceño en su rostro se veía muy adorable. Tenía la increíble
urgencia de tocarlo, así que lo hice. Abrió los ojos ante el contacto—. Tú eres la
razón de tu gran éxito.
De repente, la puerta se abrió y escuché la voz de la señora Kent decir:
—Oye, cariño, ¿está Sally ahí? Creo que vi su auto afuera.
Sin pensarlo, estiré la mano y le arranqué a Becks una, o cuatro pestañas,
haciéndolo maldecir.
Me puse de pie sonriendo.
—Una pestaña —expliqué, sosteniéndola para que la señora Kent la
inspeccionase, rezando para que no adivinase la artimaña improvisada. Era
como una segunda madre, pero si supiese que estaba aquí para trabajar en
―ejercicios de contacto‖ con su hijo pequeño, no creo que se lo tomase
demasiado bien.
—Es muy bueno verte, Sally —dijo, abrazándome. No había ninguna
acusación en su tono. Naturalmente, no sospechaba nada. Becks y yo éramos
simplemente amigos después de todo, siempre lo había sido, siempre lo sería—.
¿Qué están haciendo aquí arriba?
Entonces Clayton metió la cabeza
—Sí, Sally. ¿Qué están haciendo Becks y tú aquí arriba, solos,
completamente sin supervisión?
—Cálculo —respondió Becks, enseñando el libro antes que pudiese decir
una palabra—. Sal sólo me estaba ayudando con algunas de las preguntas más 67
difíciles, ¿cierto? —Me miró.
Asentí un poco enérgicamente.
—Sí.
—Bueno, no trabajen demasiado duro —dijo la señora Kent, mostrándole
una sonrisa a Clayton en la puerta—. Y tú —le indicó—, deja de intentar causar
problemas. Simplemente son amigos, lo sabes.
La puerta se cerró después de eso, Becks y yo nos quedamos solos una vez
más.
—Entonces —mencionó, sonriendo—, creo que la lección uno fue un éxito.
¿Qué dices, hacemos unos ejercicios de cálculo?
Sonreí, actuando como si nada hubiese pasado. Parecía muy fácil para
Becks, ¿por qué no podía hacerlo yo también?
—No traje mi libro.
—Oh, puedes usar el mío —aseguró con una sonrisa—. No lo necesitaré.
Cuando me entregó el grueso libro, recordé las dos demandas que había
hecho cuando había accedido a ser mi novio falso: Cacahuates y un mes de
cálculo.
—¿Va en serio?
—Lo sabes.
La hora que me llevó hacer nuestros deberes fue una de las más largas de
mi vida. Tener a Becks aquí, observando, sobre mi hombro, señalando los
errores de vez en cuando, no fue muy divertido. Aun así, no pude quitar la
sonrisa de mi rostro.
En la puerta Becks se detuvo y preguntó:
—Así que, ¿cuál es el plan para el lunes?
—Supongo que simplemente actuar como novio y novia. —Me encogí de
hombros—. Después de hoy, no debería ser muy duro, ¿no?
Asintió.
—Bien, Sal, eso puede funcionar para tu tipo y eso. Pero sabes que Hooker
no va a estar impresionada con sólo tomarnos de las manos. Sólo prepárate.
Concordé como si fuese un hecho. Hooker era dura, pero la primera
lección me había llenado con mucha confianza, fui capaz de convencerme que
sería fácil. Finalmente reuniría el coraje para pasar la mano por el afortunado
cuello de Becks. ¿Convencer a Hooker? Algo muy fácil comparado con eso.
Nunca pensé que tendría las agallas. Hoy, era Súper Mujer, invencible. Nadie, ni
siquiera Hooker, podría tocarme.
Aun así, si hubiese sabido lo que estaba planeando, probablemente el lunes
me habría quedado en casa.

68
M
e las arreglé para evitar a Hooker durante el fin de semana, pero la
verdadera prueba no empezó por otros siete minutos. El
segundero era como una cuenta regresiva a la detonación. Estaba
observándolo con intensa concentración que ni siquiera vi acercarse a Pisszilla.
De la nada, la falsa francesa se inclinó saltando a un centímetro de mi
nariz.
—¿Y cómo le llamas a esto? —dijo ella, empujándome una copia del boletín
de la semana.
Lo miré antes de volverme hacia el reloj.
—Los deportes golpean.
Pisszilla estaba en buena forma este lunes por la mañana. Estampó el
periódico en la mesa y gruñó:
—Doce errores tipográficos, Spitz. Doce. Son solo quinientas palabras.
¿Qué has hecho, escribirlo a ciegas?
—No —murmuré. Mis pensamientos estaban simplemente pre-ocupados.
Mientras había estado escribiendo, cada vez que me encontraba con el nombre 69
de Becks en mis notas, tenía un recuerdo del tiempo que pasamos en su
habitación y me distraía. Sin embargo no era mi culpa. Pensar en Becks ya era
una distracción. Añade una lección a la mezcla, y era casi malditamente
imposible concentrarse en otra cosa—. No es tan malo, ¿verdad?
—¿No está tan malo? —espetó—. ¿Te das cuenta que te referiste al
entrenador Moorehouse de Southside en masculino, ocho veces en toda la cosa?
Estaba confundida. ¿Agregué una ―o‖ extra o algo así?
—¿No es ese su nombre?
—El nombre de ella, Spitz. El entrenador Moorehouse es una mujer.
—Oh —dije—, no tenía idea. —Con ese corte de cabello, la voz profunda, y
esos hombros, ¿quién lo habría pensado?
Pisszilla no había terminado.
—No importa —dijo—. Deberías haberlo comprobado. Spitz, si crees que
un trabajo mal hecho como este va a meterte en Duke, tienes que buscar otra
cosa.
Golpe directo, pensé, retrocediendo como si hubiera sido abofeteada. Duke
era lo máximo, lo inalcanzable. Era mi sueño. A juzgar por la sonrisa de
satisfacción en el rostro de Pisszilla, me dio la sensación que ella lo sabía.
—¿Cuál es el problema? Hombre o mujer, nadie de Southside va a leer ese
artículo de todos modos. Ni siquiera sabía que el entrenador Moorehouse tenía
partes femeninas.
Miré a Ash en agradecimiento mientras Pisszilla volvió su mirada a él.
—Tu estupidez no es la cuestión aquí, Ash. —Me apuntó con una de sus
garras—. Spitz es la que nos hizo quedar como idiotas. Era su responsabilidad
comprobarlo.
Ash puso los ojos en blanco.
—Sí, como si tú nunca has cometido un error.
Sus fosas nasales se dilataron.
—Nunca he cambiado de sexo a alguien en uno de mis artículos, si eso es lo
que estás diciendo.
Había tenido suficiente.
—Está bien, está bien, Piss… uh, Priscilla, cálmate. —Miró fijamente, pero
no dejé que eso me detuviera—. Voy a tratar más duro la próxima vez. ¿Está
bien?
Dejó escapar unos cuantos insultos pero luego me dejó en paz.
Por desgracia, la campana sonó justo a tiempo. Sabía que Hooker estaría
esperándome, al acecho después de la gran ignorada de este fin de semana, así
que me quedé atrás. Me había sentido preparada hace unos días, pero ¿ahora?
Ahora, me daba cuenta que no había manera real de prepararse para Hooker.
Ella no se iría sin pelear. De eso estaba segura.
—Priscilla parecía bastante enojada —dijo Ash.
Sorprendida, alcé la mirada.
—Sí, me di cuenta. 70
—No te preocupes por eso. No es tan escalofriante como ella piensa.
Caminé con él hasta la puerta.
—¿No? —pregunté—. Esas uñas parecían bastante afiladas para mí.
Se rió.
—Tienes razón, es aterradora.
Asentí.
—Especialmente las garras.
Ash sonrió y luego miró por encima de mi cabeza.
—Oh oh, parece que alguien está celoso.
Esa fue toda la advertencia que tuve. Un segundo más tarde, Becks estaba
junto a mí, con el brazo envuelto alrededor de mi cintura como si fuera la cosa
más natural, como si perteneciera allí.
—Te afeitaste —dije asombrada, viéndolo.
Cuadró sus hombros, y sentí el movimiento.
—Por supuesto que lo hice —dijo, sonriéndome—. El próximo partido no es
hasta dentro de unos pocos días.
Todavía estaba mirándolo como una idiota, inspeccionando la suave línea
de su mandíbula sin vello como si fuera la octava maravilla del mundo. No lo
había visto nunca de esta manera, tan cerca: Limpia, fuerte, angular. No era
broma, esta era la mejor mandíbula en la que alguna vez había puesto los ojos.
—Oye, Sal —dijo, capturando mi atención—. Te extrañé en tu casillero, así
que traje tus libros. ¿Estaba pensando que tal vez podría acompañarte?
Tragué.
—Claro, Becks.
Su mirada se deslizó hacia Ash.
—Stryker.
—Becks —dijo Ash en respuesta. A mí me dijo—: Te veré por ahí, Spitz.
—Adiós —dije.
Becks se volvió tan pronto como Ash dio vuelta en la esquina.
—Así que, ¿qué pasa contigo y Ass Stryker2?
—¿Qué? —dije, sorprendida. El apodo no era una sorpresa. Becks lo había
inventado hace unos años, prácticamente al instante en que conoció a Ash. Lo
que me sorprendió fue su tono. Becks nunca sonaba tan serio acerca de nada,
excepto tal vez de fútbol.
Debe haberse dado cuenta porque sus siguientes palabras eran
bromeando.
—Es la segunda vez que te he atrapado con él —dijo—. ¿Me estás
engañando, Sal? ¿Consiguiendo otro novio falso?
—Becks —le advertí.
—¿Y por qué siempre está mirándote así? Si el chico me mirara de esa
forma, patearía su culo.
71
Sonreí.
—Si Ash te mirara de esa manera, sería gay.
—Lo que sea —dijo Becks, pero parecía tenso—. Sólo por favor dime que no
es él. No lo es, ¿verdad?
—¿Qué no es él?
—Tu enamorado.
—¿Mi qué?
Becks respiró profundo. Parecía estar contando hasta diez.
—El tipo al que quieres poner celoso.
Oh, pensé. Eso. Realmente necesitaba empezar a llevar un registro de
todas mis mentiras.
—No —respondí—, no es él.
—¿Estás segura? —dijo, entrecerrando los ojos—. Porque tanto como
quiero ayudarte, Sal, no me agrada demasiado la idea que seas la señora Ass
Stryker.
—¿Por qué no? —pregunté mientras nos deteníamos en el salón de clases
de la señora Vega.

2 El personaje hace un juego de palabras con el nombre del otro personaje, en vez de Ash
Stryker le dice Ass Stryker.
—Simplemente no lo estoy —dijo, entregándome mis libros—. Él no es el
adecuado para ti, Sal.
—¿Oh, en serio? ¿Y quién es?
Mi respiración se aceleró cuando colocó una mano en mi mejilla,
inclinándose para dejar un beso en el mismo lugar donde lo había hecho antes,
en la piel debajo de mi oreja izquierda. El temblor llegó justo como lo había
hecho la primera vez.
—No lo sé —respondió en voz baja—. Pero Lillian está observando, así que
sería mejor hacer que esto se vea bien.
Sin darme la vuelta, sabía que tenía razón. Podía sentir sus ojos en mi
espalda mientras estábamos allí en la puerta.
Cedí al impulso y le di un suave beso a la mandíbula de Becks. Era la única
cosa que podía alcanzar ya que él se había enderezado, y además, había querido
hacerlo desde el momento en que lo vi. Se puso rígido ante el contacto.
—Gracias —le dije—. Te debo una.
Becks negó lentamente.
—No, no me debes. Tenemos un trato, ¿recuerdas?
—Eso sí.
Mirando por encima de mi hombro, llamé la atención de Hooker. Saludé
con la mano, y ella inclinó la cabeza antes de volver a mirar al frente, sonriendo
mientras Becks y yo decíamos adiós. Se veía muy complacida por algo. Me
preguntaba si podía leer los labios, o si tenía un súper poder del que no sabía,
72
como audición supersónica. Cuando entré a clase y enterré mi cabeza en las
traducciones de alemán, tuve la extraña sensación como que debería estar
preocupada, más preocupada de lo que ya estaba. El brillo que había visto en
esos ojos significaba problemas.
El primer ataque se produjo a mitad de la hora de clase.
—Sally, te necesitan en la oficina.
Ante el sonido de la voz de la señora Vega, levanté la mirada y vi a Holden
Wasserman, uno de los otros dos miembros del club de alemán, además de mí,
de pie en la parte delantera del salón, mirándome con expectación. Había estado
tan concentrada tratando de ignorar la expresión de Hooker; ni siquiera había
oído entrar a nadie.
—Está bien —le dije.
Holden sostuvo la puerta mientras lo seguía fuera. Mientras ésta se
cerraba, miré hacia atrás, captando la sonrisa pretenciosa de Hooker. En todo el
camino no pude evitar la sensación que estaba caminando hacia una trampa.
—Entonces, ¿de qué se trata? —pregunté cuando llegamos a la oficina.
—Tu hermano está en la línea uno —dijo y se acercó al mostrador,
haciendo un gesto hacia el teléfono de la oficina—. Dice que es urgente.
—¿Hermano? —No tenía un hermano. Levantando mis manos, dije—: Creo
que ha habido un error.
—Él preguntó específicamente por ti, dice que es una emergencia familiar.
—Holden levantó el receptor—. Por supuesto espero que no sea tu padre. Eso
sería trágico para todo el mundo.
Considerando que la llamada telefónica era o bien una broma o destinada a
otra persona, no estaba demasiado preocupada por mi querido y viejo papá.
Perfecto, pensé, un caso de identidad equivocada. Sólo esperaba que este tipo,
quienquiera que fuese, encontrara a su verdadera hermana pronto.
Tomando el teléfono inalámbrico, dije:
—¿Hola?
—Hola —contestó una voz masculina—, ¿eres Sally Spitz?
Fruncí el ceño. Si estaba buscando a su hermana, ¿cómo había conseguido
mi nombre?
—Sí, lo es. Pero creo que tienes a la persona equivocada.
—No, si es la Sally Spitz —dijo, sonando demasiado alegre para alguien en
una situación de emergencia—. Soy John Poole. He estado escuchando
bastantes cosas geniales acerca de ti.
—Lo siento, ¿quién? —Reconocí el nombre pero no podía ubicarlo.
—Voy a la universidad de carolina del norte con Will. Lillian me pagó
veinte dólares para llamar y decir que era tu hermano. Dijo que probablemente
no hablarías conmigo de lo contrario.
—Lo hizo, ¿no? —Cuando el recuerdo me golpeó, estaba pensando en el
esfuerzo que esto debió haber tomado. Sacándome del primer período,
73
pagándole a este pobre chico para mentir, los métodos de Hooker eran
positivamente maquiavélicos.
—Sí, lo hizo —dijo—. También dijo que odias ser llamada Spitz y las citas a
ciegas. Calculo que sólo tengo unos treinta segundos antes que cuelgues, así que
aquí va. Soy un géminis de veinte años de edad, con un amor por todas las cosas
de béisbol. Mi promedio es de 3,8. Tengo un pit bull en casa llamado Bruiser, y
no tengo problema en salir con una chica de secundaria, siempre y cuando no
sea fan de los Mets y no sea una de esas de tipo europeo que no se afeitan las
axilas. ¿Quieres salir alguna vez?
Ahogué una risa. ¿Este chico era de verdad? Parecía agradable y todo, pero
esto era demasiado extraño. Cuando colgara el teléfono, Hooker iba a deberme
un suministro de cacahuetes de por vida.
—¿Hooker también mencionó que tengo novio? —pregunté.
Se aclaró la garganta.
—Supongo que se olvidó de eso. ¿Entonces creo que es un no?
—Sí, lo siento, John. Fue bueno hablar contigo. Pareces genial, pero ahora
tengo que ir a estrangular a Hooker.
Él rió.
—Fue bueno hablar contigo también, Sally. No seas demasiado dura con
ella, ¿de acuerdo? Realmente pensó que nos llevaríamos bien.
Oh, apuesto a que sí.
La clase ya había terminado cuando llegué a alemán, pero Hooker estaba
allí, observándome.
—¿Y…? —dijo mientras yo agarraba mis libros.
—Y ¿qué? —murmuré.
—Entonces, ¿has tenido alguna buena compañía últimamente, conocido a
alguien interesante? Oh, no me hagas rogar, Spitz. ¿Te involucraste con John o
qué? ¿Fue totalmente inadecuado? Le dije que no lo fuera.
Escucharla confirmar lo que ya sabía y que disminuyera mi molestia era un
buen negocio. Una gran cantidad de planificación había entrado en esa llamada
telefónica. Hooker se veía tan excitada, como si esperara una estrella dorada o
una palmada en la espalda. Parecía tan orgullosa de sí misma; era casi una pena
estallar su burbuja.
—John era… el tipo menos inadecuado con quien has tratado de
emparejarme —admití—. De hecho, era agradable, pero…
—¿Pero qué? —Hooker hizo una pausa en su baile de la victoria, los brazos
cayendo a los costados—. Si no es inadecuado, y piensas que es ―agradable‖,
¿cuál es el problema?
—Hooker, tengo un novio.
—Oh, sí, se me olvidó —dijo—. Becks, tu buen amigo que se convirtió en
novio, ¿cómo está funcionando?
No apreciaba el sarcasmo.
—Está funcionando bien, gracias.
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—Sabes, John era el mejor que tenía —comentó Hooker—. Él es guapo,
inteligente, buena voz. Pensé que sería un buen partido.
—Y gracias por pensar en mí, pero…
—No. —Hooker levantó una mano—. No creo que entiendas, Spitz. —Me
miró directamente a los ojos—. Sé que realmente no estás con Becks.
Luché por mantener mi expresión neutral, no estaba segura de si lo logré.
—Si lo estuvieras, me lo habrías dicho antes. Además, no serías una ruina
nerviosa a su alrededor.
Eso muestra lo que ella sabía.
Hooker levantó una ceja.
—Entonces ¿estás lista para confesar? Di la verdad, y te dejaré fuera del
asunto. Ya no volveremos a hablar de esto otra vez.
Sí, y ¿volver a las citas a ciegas todas las noches? No hay trato, meine
Freudin.
Me encontré con su mirada y respondí de manera constante:
—En las palabras inmortales de Darth Vader; encuentro tu falta de fe
inquietante. No hay nada que confesar. Estoy con Becks. Fin de la historia.
Suspiró.
—Está bien, pero va a empeorar antes de mejorar. No digas que no te lo
advertí.
Y eso lo hacía peor.
En el almuerzo, Hooker lanzó su segundo intento.
Llegó en la forma de Buddy McCorkle, un estudiante de segundo año con
una camiseta de Mighty Mouse y la mirada lánguida de un drogadicto. También
tenía una cosa por las manos.
—Vaya, tus manos son tan fuertes. Son como manos de hombre —dijo, y
fueron las primeras palabras. Hooker se aseguró que no pudiera escapar,
interrumpiendo cualquier momento en que traté de detener la conversación,
bloqueando mi salida con su cuerpo. Becks tenía un período de almuerzo
diferente, y ella conocía la mayor parte de este. A diez minutos del almuerzo
Buddy ya había medido, exprimido e incluso olido cada uno de mis dedos,
remarcando la longitud y la redondez de cada uno.
Pero Buddy y su fetiche por los dedos era de oro en comparación con la
fascinación de Terrell Feinberg consigo mismo. El tipo tenía un precioso y
sedoso cabello marrón, dientes perfectos, cuerpo increíble, y también lo sabía.
Terrell no dejó de hablar de sí mismo, nunca me hizo ni una sola pregunta,
durante veinte minutos completos. Hooker estaba de guardia de nuevo, por lo
que tuve que sentarme y soportar la discusión reflexiva de Terrell sobre los
productos de cuidado del cabello estadounidense frente a los europeos. Su voto
fue para los segundos. Sabía que su apellido significaba ―buena ciudad‖ en
alemán, pero, en cualquier idioma, Terrell Feinberg debería haberse traducido
como: ―cabeza grande‖.
Ambos chicos se echaron para atrás cuando dije que Becks y yo éramos
pareja, pero estaba empezando a sentirme molesta. ¿Por qué no sabían de
75
nosotros ya? Cuando les di una buena mirada, lo entendí: un universitario, un
drogadicto, y un tipo que no podía ver más allá de su propio reflejo.
Bien jugado, Hooker. Bien jugado.
En los pasillos, Becks me acompañó a cada una de mis clases sosteniendo
mi mano, ¡mi mano!, pero no pasó mucho tiempo para ver que Hooker, como
predijo, no estaba impresionada. Nos miró, siguió nuestros movimientos como
un ave de presa. A veces veía su cabeza salir de un aula sólo para rodar sus ojos.
Otras veces Becks y yo estábamos pasando, y ella negaba o suspiraba alto y
claro, asegurándose que oyéramos.
Estaba esperando a Becks en el casillero, tratando de pensar qué otra cosa
podía hacer, cuando Hooker salió de la línea de casilleros a unas puertas. Fruncí
el ceño mientras ella se encogía de hombros, pero toda su postura decía: ―Te lo
advertí, ¿verdad?‖.
Becks sonaba divertido cuando se me unió.
—¿Qué fue esa mirada?
—No mucho —dije—. Hooker acaba de lanzarme tres chicos en un esfuerzo
por refutar nuestra falsa relación.
—¿Alguien interesante? —preguntó Becks.
—Muy divertido —murmuré, exprimiendo mi cerebro.
Recordando a Hooker, tomé la mano de Becks. No estaba lo
suficientemente cerca como para decirlo, pero parecía como si ella se burlara.
Becks había tenido razón. Va a tomar más que tomarse de las manos. La
inclinación desafiante de la cabeza de Hooker dejaba eso perfectamente claro. Si
Becks y yo no la convencíamos para el final del día, se acabaría mi suerte. Era el
momento de subir la apuesta.
—Becks —dije, enfrentándolo. La locura llevó a mi mente al único lugar
que nunca había permitido que fuera, que no podía permitir que fuera—.
¿Podrías venir aquí? Creo que esto exige medidas drásticas.
—Claro que sí, Sal. —Se apartó de los casilleros y se paró delante de mí—.
¿Qué tenías en mente?
Valor o estupidez, iba por todas. Eso es si mi corazón latiendo fuertemente
podía aguantarse sólo un poco más de tiempo. ¿Siempre había tantas personas
en el pasillo entre clases? No podía creer que en realidad estaba haciendo esto.
Encontrando su mirada, forcé a salir las palabras:
—¿Listo para hacerlo oficial?
Becks sonrió, y la visión de esa expresión familiar, la mirada de aquellos
ojos que había amado siempre, era suficiente para fortalecer mi resolución.
Acercándome, no me dio tiempo para reconsiderarlo.
Mis labios estaban en los suyos al instante siguiente, encontrándose,
sintiéndose, regocijándose en este momento que nunca había pensado pero
siempre esperaba que sucediera. Sabía que Becks estaba sorprendido, podía
sentirlo en la rigidez de sus hombros, el tenso ajuste de su boca. Pero no
importaba. Estaba besando a Becks, mi mejor amigo, mi Han Solo, mi único.
Este era el mejor momento de mi vida. Estaba segura que no podía ponerse 76
mejor.
Pero entonces Becks comenzó a besarme.
Sus brazos se envolvieron alrededor de mi cintura, sus labios guiaron los
míos, mientras pasaba de pasajero pasivo en el viaje a conductor completo.
Jadeé mientras me inclinaba hacia atrás sobre su brazo, y lo sentí sonreír en el
beso. Mis dedos de los pies apenas rozaban el suelo, apoyada casi en su totalidad
por la fuerza de Becks, estaba feliz de dejarlo liderar. Becks no era sólo un gran
besador. Era un maestro. En la medida en que los primeros besos funcionan,
este era uno sensacional.
Lo que más recordaría, sin embargo, no era cómo el subdirector Matlock
hizo sonar su silbato y nos apartó, dándonos a Becks y a mí una detención
después de clases, para ser ejecutada por separado, por supuesto. Ni siquiera
cuando Hooker vino después que Becks se había ido, puso una mano en mi
hombro, y dijo:
—Supongo que no estabas bromeando. Voy a concedértelo, Spitz. Ese beso
incluso dobló mis dedos de los pies.
Incluso si él todavía me veía como Sal, su amiga, quien era una gran chica,
pero no material de novia, habría tomado la sensación que embotellaría y
guardaría en mi bolsillo si pudiera, era esta: Becks me besó como si lo quisiera.
A
brazos.
Manos.
Besos.
Es en lo que pienso ahora como ―el punto de Becks‖.
Los siguientes días fueron un torbellino. Para el viernes, sólo estaba
tratando de no perder la cabeza. La idea que Becks tenía de un no-oficial
―punto‖ en mi cuerpo era suficiente para hacer girar mi cabeza. Su barbita
estaba de vuelta, y había un partido esta noche, por lo que Becks estaba volando
alto. ¿Pero yo? Cada vez que me tocaba, Señor, cada vez que me miraba, me
sentía disparada. La forma en que me había estado mirando últimamente
debería haber sido criminal. Era demasiado fácil para Becks fingir cómo se
sentía. Miradas íntimas, suaves caricias, sonrisas secretas, si su carrera en el
fútbol se estancaba, siempre estaría la actuación.
Cuanto más tiempo pasaba con mi nuevo novio falso, más difícil era notar
la realidad de la ficción.
Como ahora mismo. 77
Él está caminando conmigo hacia alemán, mi mano agarrada en la suya
como si hubiésemos caminado de esta manera durante años. Como la imbécil
que era, no podía dejar de pensar que nuestras manos encajaban a la perfección.
Actualmente todos, incluso Hooker, nos reconocían como pareja. Todavía
era Spitz la chica tonta que maldecía en alemán cuando se enojaba o molestaba.
Y él todavía era Becks el fenómeno de fútbol que fingía no ver a las chicas que lo
miraban de manera incitadora que pensaban que no veía (lo cual hacía). Pero
incluso esas repulsivas zorras pensaban que Becks y yo éramos la cosa real. A
ellas simplemente no les gustaba. Era como que estaba bien coquetear con él
porque, a sus ojos, yo era reemplazable. Cualquier día de estos Becks se daría
cuenta de su error y me dejaría. Pensaban que podían separarnos con una falda
corta, una mirada coqueta, una sacudida de cabello bien hecha. Era frustrante.
En primer lugar, ¿podía conseguir un poco de solidaridad fraternal, por
favor? Y en segundo lugar, ¿qué diablos estaba mal con todo el mundo? El
objetivo de este plan había sido convencer a la gente, pero no había esperado
que fuera tan bien. ¿Nadie lo entendía? Nada de esto era real. Becks sólo iba con
los movimientos de ser un novio; todo era sólo un juego.
Más importante aún: ¿Yo no lo entendía?
Mientras él me enfrentaba, levantaba mi mano y me daba un beso de
infarto en mis nudillos, la respuesta era tan embarazosa como estaba diciendo.
Dios, era una tremenda idiota.
—Nos vemos en la asamblea —dijo, su mirada cada vez más preocupada—.
No te preocupes, ¿está bien? Si dice cualquier cosa ofensiva, poli o no, le daré
cinco en la cara.
El hormigueo que se disparó por mi brazo momentáneamente robó mi
audición, así que lo que dijo no se hundió hasta que entré en clase (temprano
por fin), tomé asiento y encontré a Hooker con la misma preocupación escrita
en su cara.
—Habrá terminado antes que lo sepas —dijo—. Puede que ni siquiera
tengan que hablar. Él va a estar demasiado ocupado mientras todos los demás le
besan el trasero.
Antes que pudiera preguntar lo que quería decir escuché una voz por el
intercomunicador.
—Los de último año por favor repórtense en el auditorio para la asamblea
de hoy Combatir el Delito. Vamos a estar llamando a los de tercer año en los
próximos minutos, y después los de segundo año y posteriormente primer año.
Cerré mis ojos.
—¿Qué? —dijo Hooker—. ¿No me digas que lo olvidaste? Spitz, te da miedo
este día.
Tenía razón. Por lo general planeaba con anterioridad, me las arreglaba
para estar ―enferma‖ en el día de CeD. Mi inoportuna falta de memoria
mostraba cómo Becks y el plan de novio falso me estaban distrayendo.
Consideré decirle a la señora Vega que estaba enferma, mi estómago revuelto
era un fenómeno reciente, pero era lo suficientemente real. Probablemente me 78
dejaría salir de la asamblea, ir a la enfermería.
Pero entonces dejaría que él me asustara.
Eso era algo que no podía, no dejaría que pasara. Tomarme un día de
descanso mental era una cosa, pero ocultarme en la enfermería mientras él se
pavoneaba delante de mis compañeros era claramente una cobardía.
Sólo había una cosa que hacer.
—Scheisse —maldije.
—Scheisse —estuvo de acuerdo Hooker—. Tu papá es una cabeza de
scheisse llena de scheisse. No es más que un gran pedazo de scheisse con una
insignia.
Forcé una sonrisa, pero no podía hacer que se quedara.
Era hora de ir a ver al papá oficial jugar a ser el héroe para una multitud
de ingenuos, pensé.
Papá era un buen hombre del espectáculo; le daría eso. Para los niños y la
mayor parte de los profesores, era amor a primera vista. Él, el uniforme negro
brillante, sus historias de crimen y captura, se lo compraban todo. Treinta
minutos en ello, una chica de mi clase se inclinó y dijo:
—Hombre, Spitz, tu papá es impresionante. —Eso fue cuando él estaba
demostrando las diferentes formas de derribar a un asaltante en una corrida. El
ataque fue impresionante, supuse, pero no inesperado. El tipo era la mitad de su
tamaño, y papá, un ex apoyador, lo había atacado por la espalda. Apenas justo,
si me preguntas.
Al oír esto, el maestro de estadísticas, el señor Woodruff se dio la vuelta en
su silla una fila delante de nosotros, estrellas en sus ojos.
—¿Me estás diciendo que es tu padre el de allá arriba? —El señor Woodruff
estaba obviamente bajo el hechizo de Nick Spitz.
—Es correcto —dije, tratando de no sonar amarga.
—Eres una chica con suerte —remarcó, luego se dio la vuelta.
Hice una mueca.
Papá y los demás oficiales habían avanzado a la parte de la presentación.
Había varias diapositivas, una mostrando un gráfico de sectores del número de
víctimas de la ciudad, otra con las definiciones de los diferentes tipos de
crímenes y tiempo de sentencia de prisión para cada uno, un anuncio para el
departamento, incluyendo rasgos que buscaban en los candidatos potenciales, y
la última delineando las formas en que los ciudadanos podrían ayudar a
mantener la ley y combatiendo el delito contra la delincuencia en sus barrios.
Terminó con mi papá parloteando algunas tonterías de cómo los jóvenes eran
nuestro futuro y podían cambiar el mundo.
Cuando el interminable anuncio finalizó, todos aplaudieron. Hooker y yo
dejamos nuestras manos plantadas en nuestros regazos. Estaba segura que ella
lo hizo más que nada para apoyarme, pero aprecié el gesto.
Los de último año tuvieron que quedarse y hacer preguntas mientras que
los policías se dirigían a la audiencia. Papá no me miró ni una vez. Ni siquiera
cuando Everett Ponce a mi derecha preguntó directamente, un total adulador.
Era como si yo fuera invisible, lo que estaba bien conmigo, siempre y cuando 79
saliera de allí sin tener que intercambiar palabras con el idiota.
Los cursos comenzaron a salir. Pensé que estaba a salvo cuando una
familiar voz dijo:
—Ni siquiera me vas a decir hola, ¿eh?
Respiré profundo y luego me volteé.
—Hola, papá.
Mi voz sonó dura, pero no pude evitarlo. Allí estaba, el oficial Nick Spitz,
luchador contra el crimen, poli venerado, oficial premiado y el padre
mierdástico de la década. El último fue mi propio premio personal. Era un héroe
para todos menos para mí y por una buena razón.
—Hola, chica Sally —dijo como si charláramos todos los días—. ¿Cómo está
tu madre?
—Mamá está fantástica. —Odiaba cuando me llamaba así.
—¿Todavía trabajando en ese sitio de bodas?
—Sí —dije, feliz por primera vez desde que lo había visto—. De hecho, tuvo
un gran ascenso hace dos meses.
Su sonrisa se amplió.
—Bueno, eso es genial. No muy lejos puede ir en ese lugar, pero eso es
simplemente estupendo. Me alegra saber que está progresando en el mundo.
Así es, pensé. Progresando y haciéndolo muy bien sin ninguna ayuda.
Le tomó mucho valor a mamá dejar al gran Nick Spitz cuando yo tenía sólo
cinco, pero consiguió salir de una mala relación, me crió sola, y estaba
prosperando en un trabajo que amaba. A pesar de los insultos de papá y sus
constantes humillaciones, ella era una luchadora. Tenía que estar
carcomiéndolo el éxito que mamá estaba teniendo en su trabajo. Espero que lo
hiciera.
—Veo que sigues con esa rara ropa. —Hizo un gesto hacia mi camiseta
verde ―Yoda sabe mejor‖ y negó—. No sé cómo alguna vez vas a atraer a un
hombre usando todas esas tonterías.
Y de repente Becks estaba allí.
—Sal —dijo, apoyando una amable mano en mi codo—. ¿Estás bien?
—Bien —dije. Esta vez, su tacto pareció darme fuerzas.
Hooker murmuró:
—¿Quieres que le de cinco en la cara?
Negué, preguntándome cuándo esa expresión se había vuelto tan popular.
—Tal vez me equivoqué —dijo papá, dándole a Becks una larga mirada—.
¿Estás saliendo con mi hija? Parece un poquito extraño si me preguntas.
—Sí, lo estoy —dijo Becks en un tono duro—. Y nadie te lo preguntó.
Papá levantó las manos.
—Tranquilo ahí, hijo, sólo estaba declarando hechos.
Becks no se lo creyó. 80
—No soy su hijo.
—Está bien, está bien —dijo papá, su sonrisa una línea apretada—. No hay
necesidad de enojarse. Sólo digo que Sally no es la típica belleza del sur. Tiene
demasiado de su mamá.
De acuerdo, ahora incluso yo quería darle cinco en la cara, pero antes que
pudiera levantar una mano, antes que pudiera formar un puño, el sheriff
intervino.
—¿Cómo va todo por aquí, Nick? —Sus viejos ojos pasaron de una cara a la
otra y se detuvo en la mía—. Pero ¿qué? —dijo, mirando de mí a mi papá y
viceversa—. No sabía que tenías una hija.
—Sí, señor. —Papá sonrió como si simplemente no le hubiera dicho a mi
falso novio que era fea—. Esta es mi chica, Sally, la única que tengo.
Qué suerte la mía, pensé.
El sherriff, con las manos en sus caderas, hinchó su ancho pecho.
—Debes estar bastante orgulloso. Simplemente no puedo creer esto. Nick
aquí es propenso a las bromas. Así que dime, jovencita, ¿eres realmente la hija
del oficial Spitz?
—No.
La palabra estaba fuera de mi boca antes que pudiera pensar. No sé qué se
apoderó de mí... pero se sentía muy bien.
—Sally —siseó papá, pero lo ignoré.
—No —repetí—. Soy la hija de Martha Nicholls.
Sus cejas contraídas, el sheriff preguntó:
—¿Pero no es Nick tu padre?
Tenía un verdadero momento Star Wars. Las ganas de gritar ―¡Nooooo!‖ a
todo pulmón, al igual que Luke hizo cuando Darth Vader le reveló su
paternidad, era tentador. La posibilidad de ver la cara de papá era casi
demasiado para resistir. En su lugar, decidí hacer lo correcto.
—Supongo. —Me encogí de hombros y luego miré a mis amigos. Los dos
estaban sonriendo—. Debemos volver a clase.
—Eres igual que tu madre —dijo papá a mi espalda.
Deteniéndome, me di vuelta.
—Será mejor que lo creas.
Hooker estaba tan orgullosa que me llamó Súper Spitz el resto del día;
Becks no podía dejar de sonreír; y yo estaba caminando en el aire. Enfrentarme
a él, por mi mamá, por mí misma, me envió en el mejor tipo de viaje de poder.
Era libre, liberada. Por un segundo incluso consideré quemar mi sujetador.
Horas después la adrenalina todavía corría por mis venas. Tenía que haber
algunas importantes endorfinas ocurriendo allí también porque estaba
demasiado aturdida para que no lo hubiera. Lo que pasó entre el quinto y sexto
período fue resultado de este sentimiento, o al menos, eso es lo que me dije.
No pudo haber sido celos. De ninguna manera, yo estaba por encima de
todo eso, una roca de fortaleza y convicción. Mi sentido de la justicia se puso a 81
prueba cuando vi a Twyla Cornish pegada a Becks en el pasillo, sus manos
aferrándose a su brazo derecho, su cuerpo presionado a su costado. Caliente ira
estalló en mi estómago. Había tenido suficiente de mujeres lanzándose a mi
novio, corrección novio falso... pero la parte falsa no era de conocimiento
común. Esto no era sobre el monstruo de ojos verdes, me aseguré mientras me
dirigía directamente a Becks y la álter rompe-hogares, arranqué sus manos y
empujé a Becks en el almacén donde habíamos empezado esto hace más de una
semana. Se trataba de auto-respeto.
Al sonar la campana, lo fulminé con la mirada. Me estaba perdiendo la
primer parte de Literatura Británica, mi clase favorita.
—¿Pasa algo? —preguntó Becks.
Sí, como si él no supiera.
—¿Por qué estás mirándome de esa manera, Sal?
—Baldwin Charles Eugene Kent, ich kann es nicht fassen —jadeé, dejando
que mi ira me llevase lejos—. Wir hatten Eine Abmachung, kannst Du Dich
daran noch erinnern?
Becks lucía confundido.
—¿Qué?
—Oh, hör auf, por lo tun zu. Du Weisst genau, era meine ich.
—No, Sal, de verdad —dijo—. Yo no hablar alemán. ¿Recuerdas?
El acto de inocente no me engañaba. Llena de indignación, lo señalé con
un dedo, asegurándome de decirlo en inglés así él lo entendía esta vez.
—Ahora, sólo voy a decirlo esta vez, así que mejor escucha bien —enuncié
cada palabra, pronunciando claro como el agua—. No seré engañada, Becks,
ciertamente no seré engañada por alguien como Twyla Cornish.
Aturdido, dijo:
—¿Cómo podría engañarte? Ni siquiera estamos realmente saliendo.
Inhalé.
—Aun así. No seré la tonta de Becks. Ni por ti, ni por nadie.
—Jesús, Sal, de acuerdo. —Se frotó la nuca—. Ya déjalo ir.
—No, quiero tu palabra.
—¿Mi qué?
—Tu palabra que no verás a nadie más por la duración de nuestro acuerdo.
—Hombre, esta cosa del poder era adictivo. Sabía que era mucho pedir, y
también sabía que era difícil para Becks decirle que no a los miembros de la
persuasión femenina. Pero ver a Twyla pegada a la cadera de Becks,
observándola batir sus pestañas, fruncir sus labios, había provocado que algo se
rompiera.
Había un brillo en los ojos de Becks. Casi parecía contento.
—Eso no era parte del trato. Un mes es mucho tiempo para estar atado.
Hay chicas que quieren salir conmigo de verdad, ya sabes.
Lo sabía. Era una de ellas.
Cruzando los brazos, esperé. No había nada que pudiera hacer si él no 82
estaba de acuerdo, pero no lo dejaría ver lo nerviosa que estaba, o lo
desesperada.
—Está bien, Sal —dijo finalmente, y exhalé—, pero quiero algo a cambio.
Estaba inmediatamente en guardia.
—¿Qué puede ser?
Becks se encogió de hombros.
—Sólo un favor.
—¿Quieres ser un poco más específico?
—No puedo —dijo, sonriendo—. Un día voy a pedir algo. No sabrás cuándo
o dónde o lo que ese algo va a ser, pero vas a tener que dármelo sin ninguna
pregunta.
—¿Has estado viendo El Padrino recientemente? —dije.
Becks no sería desviado.
—Tómalo o déjalo.
—Lo tomo —contesté, extendiendo una mano—. Pero si esto implica
desnudez de cualquier manera, le diré a tu madre.
Estrechamos, y la risa de Becks era contagiosa. Mientras los dos
caminábamos por el pasillo, estábamos sonriendo como idiotas.
—Tienes que estar bromeando.
La femenina voz aguda pertenecía a Roxy Culpepper. Estaba allí de pie,
cadera inclinada hacia su máxima capacidad, falda corta montada en sus
muslos, y una mirada de puro desdén en su rostro.
—Esto tiene que ser una broma, ¿verdad? —dijo de nuevo—. Becks, ¿qué
está pasando aquí?
Becks ya no estaba sonriendo.
—¿Qué quieres decir?
—Estoy fuera por unos días con Mono y vuelvo para descubrir que tú y
Spitz están revolcándose. No lo creo. —Roxy hizo un gesto en mi dirección—. No
puedes hablar en serio, Becks. Mírala. Ni siquiera es bonita.
Era sorprendente cómo afirmaciones como esas, dichas por chicas bellas
como Roxy podían minimizar a una persona. Ni siquiera me caía bien la chica, y
todavía me sentí destrozada.
—Tienes razón —dijo Beck, llevando una mano a mi mejilla. Mi cabeza se
levantó en reflejo—. Ella no es bonita.
Estaba hablándole a ella, pero me miraba a mí. Aunque sus palabras eran
insultantes, el calor en sus ojos me hizo ruborizar y no de humillación. ¿Cómo
podía mirarme así delante de alguien como Roxy? Desafiaba la lógica.
—Es mucho más que bonita. —Respiró, pasando su pulgar a lo largo de mi
mejilla antes de darme otro beso debajo de la oreja.
Era vagamente consciente de Roxy alejándose pisando fuerte, pero no
estaba segura de nada por el momento. Becks lo había hecho otra vez. Sus 83
palabras estaban grabadas en mi mente. Nunca olvidaré lo que dijo.
Él sólo estaba actuando, me recordé.
Pero había sonado sincero, mi corazón insistió. Y ese beso...
Sí, mi cerebro respondió, pero no fue real.
Pero se sintió real.
Sí, pero no lo era.
Este ida y vuelta entre el corazón y la mente era tan irritante; me sentí
completamente derrumbada.
—¿Por qué haces eso? —Mi voz era poco más que un susurro.
Pareció comprender que me refería al beso.
—Porque puedo notar que te gusta. —Hizo una pausa, una extraña mirada
en su cara, mientras contuve mi respiración—. Y tienes una marca de
nacimiento —acarició el lugar con su dedo—, aquí.
Ojos muy abiertos, mi mano voló sin que se lo pidiera.
—¿En serio?
Asintió.
—¿No lo sabías?
Negué.
Mi corazón estaba a punto de estallar cuando sonrió y añadió:
—Además, las chicas me han dicho que es uno de sus lugares favoritos para
ser besada.
Dejé escapar un suspiro tembloroso. Por supuesto, Becks había besado a
otras chicas de esa manera. Era una estúpida por haber pensado que era algo
especial, algo que hizo sólo para mí.
Dando un paso atrás para poner un poco de espacio entre nosotros, dije:
—Bueno, es muy eficaz.
—¿Estás bien, Sal?
Me obligué a mirarlo a los ojos, enterrando mis emociones en el fondo.
—Por supuesto que lo estoy.
Me estudió un momento.
—Bien —dijo—. ¿Te veré a la misma hora este sábado?
—¿Para qué? —pregunté.
—Lección dos. —Sonrió.
Tragué saliva.
—¿Cuál es la lección dos?
—Es el siguiente paso en tu entrenamiento, Sally-san. —Becks se rió—.
Sólo estate allí, ¿está bien?
Quería decirle que no era necesario. Ya nos habíamos ganado a todos, pero
en cambio asentí incapaz de hablar. Oh Señor, no estaba segura de estar 84
preparada para la lección dos. De hecho, sabía que no lo estaba, pero mientras
Becks se paseaba por el pasillo, también sabía que haría cualquier cosa por otro
de esos besos.
Era una imbécil total.
—¿C
ómo le llamaste a esto? —jadeé.
Beck levantó la cabeza de mi cuello solo un instante
para murmurar.
—Besuquearse. —Y entonces estaba de nuevo al ataque.
—Oh.
Si la lección uno era caliente, la dos era malditamente explosiva. De este
día en adelante tendría que poner besuquearse como uno de mis pasatiempos
favoritos. Estaba lista para arder mientras Becks estaba encima. Sus labios
estaban tocando todos los puntos correctos, y cuando encontraba una parte de
piel particularmente sensible, daba un ataque a toda escala, besando, chupando
y frotando hasta que era una maraña enredada de carne a su merced.
Creo que él también lo sabía, porque cada vez que jadeaba o amortiguaba
un gemido, duplicaba sus esfuerzos para que pasase de nuevo.
Esto era una locura. Estaba loca por dar la idea del novio falso, y Becks
estaba loco por estar de acuerdo. Era imposible separar mis verdaderas
emociones de la situación actual. Con cada pasada de su boca, era un poco más 85
suya. Becks ya era parte de mí, pero la realidad era más de lo que había
esperado. Cuando el mes hubiera terminado, no estaba segura de poder volver a
ser su amiga. Lo amaba tan ferozmente, lo había amado antes de esto, lo amaría
después. Y todo lo que él alguna vez sentiría por mí sería amistad.
Esto, pensé con tristeza mientras Becks sacaba otro gemido de mis labios.
Esto sólo podía terminar mal, y cuando lo hiciera, iba a doler.
Mucho.
—¿Qué tal está…? ¡Oh, Dios!
Becks se congeló como una piedra, sus brazos anclados a mi cintura y
espalda, labios pegados a mi garganta, mientras yo trataba (y fallaba) de
hacerme invisible.
Cuando finalmente conseguí el valor para levantar la mirada, la señora
Kent estaba inmóvil, parada en la puerta de la habitación de Becks, un pie
adentro y uno afuera, mirándonos fijamente en la cama de su hijo, con su boca
abierta en pura conmoción sin adulterar.
Éramos piezas en un tablero de ajedrez, cada uno esperando a que el otro
hiciera el primer movimiento.
Clayton entró, nos vio, vio a su mamá, y sonrió.
—Supongo que la fiesta terminó, Bally.
La señora Kent levantó una ceja por eso.
—Bueno —explicó Clayton—. Podría haber ido por ―Secks3‖, pero
considerando la situación actual…
—Todos abajo —ordenó la señora Kent—. Es momento de una charla.
Resultó que ―todos‖ quería decir la señora Kent, Becks y yo. Clayton tuvo
que volver al CHS para el juego de JV, pero nos aseguró que hubiera preferido
quedarse a ver la verdadera acción. Su listillo humor no hizo nada para animar
el ambiente. La señora Kent parecía haber tomado una hoja del libro de
estrategia de mi mamá. Estaba con la mirada fija, inclinada hacia adelante en su
sillón mientras Becks y yo nos sentábamos lado a lado en el sofá, pero en lugar
de golpetear con los dedos, se mordió los labios. No sabía qué era peor.
—Así que tú y Sally ahora son una pareja —dijo después de una
particularmente larga inhalación entre dientes, y me alegró que le hubiera
preguntado a él, no a mí.
Ya le había mentido a mi padre, pero eso había sido por instinto de
conservación. No estaba segura de poder hacerlo de nuevo, especialmente con la
posición comprometedora en que nos había encontrado la señora Kent. Parte
quería negarlo hasta quedar azul. De ninguna manera señora Kent. Su hijo es
un imán para las chicas equipado para dar lecciones de acariciarse. Él nunca
estaría interesado en alguien como yo. Otra parte quería que cualquier negativa
fuera una mentira, pero era demasiado inteligente para eso.
—Sí —dijo Becks.
—¿Por cuánto tiempo? —respondió su mamá.
—Poco más de una semana. 86
No debería haber estado sorprendida. Él había demostrado sus habilidades
de actuación desde el día uno, pero nunca había visto a Becks mentirle a su
mamá. Lo hizo con facilidad y confianza, como todo lo demás. Casi le creí.
—Y Sally… —Me miró, y traté de no lucir demasiado culpable—. ¿Qué
estaban haciendo en la habitación de Becks?
—Bueno —dudé, insegura de cómo explicar nuestras lecciones—. Bueno,
señora Kent, verá… sólo estábamos…
—Haciendo lo que las parejas normales hacen —dijo Becks fluidamente.
—Cuidado, señor —advirtió la señora Kent—. Sabes que no tienes
permitido tener chicas en tu habitación.
—Mamá, Sal ha estado en mi habitación desde que teníamos siete.
—Sí, pero eso era antes… —dudó, buscando la palabra correcta—... bueno,
antes.
—No veo la diferencia.
Le hice señas. Oh, chico, estaba pidiéndolo.
—Estás pidiéndolo —dijo la señora Kent haciendo eco de mis
pensamientos—. Baldwin Eugene Charles Kent, ¿qué tienes que decir a tu favor?
En la cara de su madre y ante su tono acusador, Becks se encogió de
hombros.

3 Al igual que Bally; Secks es una combinación entre el nombre de Sally Becks.
—Sal y yo hemos sido amigos por mucho tiempo. Era natural para nosotros
querer llevarlo al siguiente nivel. Pensé que estarías feliz por nosotros, mamá.
Sal es como una hija para ti, y aquí estás avergonzándola, tratando de hacerla
sentir mal. Para ser totalmente honesto, estoy un poco decepcionado de ti.
Ella parpadeó.
Esperé.
Becks se acomodó y miró a su madre absorber todo, una tenue mirada de
desaprobación en su cara.
El chico era increíble. La señora Kent nunca lo compraría.
—No quise decirlo así —dijo ella. Su cara cayó mientras me miraba—. Te
adoro, Sally, lo hago. Es sólo que encontrarlos a ti y a Becks en su habitación…
me tomó por sorpresa.
—Totalmente entendible —le dije.
—Pero estoy tan feliz —dijo, una sonrisa formándose—. Encima de la luna,
en serio, que tú y Becks finalmente estén juntos. No quería avergonzarte,
querida. Estaba tratando de avergonzar a mi hijo, pero aparentemente heredó lo
sin vergüenza de su padre.
—¿Hablando de nuevo de mí, cariño? —El señor Kent entró a la habitación
y dejó un beso en la cabeza de su esposa. Clayton tenía más de su papá que de su
mamá, pero Becks era una mezcla perfecta de los dos. Mientras el señor Kent
nos miraba, lo vi haciendo contacto visual con Becks para luego mirarme—.
Hola, Sally. ¿Me perdí algo bueno? 87
—Sólo a Becks y su nueva novia llegando a conocerse mejor en su
habitación —dijo la señora Kent, lo cual finalmente, finalmente hizo ruborizar a
Becks. Había estado tan roja como podía desde antes que nos descubriera, así
que su comentario en realidad no tuvo efecto en mi color.
—¿En serio? —El señor Kent era puras sonrisas—. Bueno, no es para tanto.
—La señora Kent le dio una mirada, y rápidamente se corrigió—. Quiero decir,
Becks cómo te atreves a llevar a nuestra inocente Sally a tu habitación,
¿necesitamos hablar de la forma correcta de tratar a una dama?
La señora Kent asintió con aprobación, pero dijo:
—Eso no será necesario. Los tres ya hablamos, y no habrá más pasar el rato
en la habitación de Becks con la puerta cerrada. ¿No es verdad?
Becks y yo asentimos.
Supongo que este sería el final de nuestras lecciones. Muy mal, estaba
ansiando lo que sería la lección tres.
Mientras me iba, la señora Kent se aseguró de invitarnos a mí y a mi mamá
al día de campo de la familia Kent. Era finales de octubre; el último juego de
temporada regular sería esta semana antes que anunciaran a los calificados del
área. Chariot seguro llegaba a las seccionales, y era la oportunidad perfecta de
reunir a la familia, dos pájaros de un tiro. Todos conseguían comida y veían
jugar a Becks (y muy probablemente ganar).
Dije que iría. ¿Qué más podía hacer? Teniendo a tres Kent, dos con los ojos
persuasivos de Becks mirándome no podía decir que no, no quería.
Pero cuando el lunes llegó, estaba repensando mi respuesta.
De nuevo.
Había cambiado de idea demasiadas veces para contar. Lo inteligente sería
no ir. Habría demasiadas personas, mi mamá, los Kent, los hermanos de Becks.
Ellos me conocían y a Becks mejor que nadie. El día de campo era un día
minado. Un desliz, es todo lo que tomaría. Mamá aún tenía que vernos juntos
después del gran anuncio, y a pesar que los padres de Becks estaban a bordo
ahora, ninguno de ellos nos había visto juntos por cualquier cantidad de tiempo.
Las probabilidades de ser descubiertos nunca habían sido más grandes.
No había escuela hoy por una conferencia estatal de maestros, así que no
podía usar el club de alemán o tener que quedarme hasta tarde como excusa
para evitar el día de campo. La biblioteca estaba cerrada por reparaciones
eléctricas. Mis opciones no lucían bien.
Limpiar las canaletas se suponía que ayudara a aclarar mi mente. Había
capas y capas que quitar. No creía que hubieran sido limpiadas en los veinte
años que hemos estado en el lugar. Mamá no lo había hecho. No habíamos
contratado a nadie. Seguro como el infierno no había subido mi trasero hasta
acá. Pero hoy, con el día de campo aproximándose rápidamente y sin forma de
desaparecer, había necesitado algo. La escalera que estaba usando estaba vieja y
venía con la casa. Había estado en ello casi dos horas; mi mente se suponía que
estuviera a un millón de kilómetros de distancia. La mugre y suciedad, las hojas
muertas, lo asqueroso de la tarea debió de haber capturado mi atención… pero
no.
—Mierda —dije, repentinamente despegando un montón de basura—. No
hay nada que pueda hacer. 88
—¡Oye!
La exclamación me tomó por sorpresa, y perdí mi equilibrio. Mis brazos
fueron los que me salvaron. Se levantaron totalmente por reflejo, se sujetaron
de una cornisa y no se soltaron. La escalera ya se había caído, tirada en el pasto.
Los enormes guantes de trabajo no ayudaban ahora. Era casi imposible
agarrarme bien.
—Una pequeña advertencia la próxima vez estaría bien, Sal.
Sin ver conocía esa voz.
—Becks —dije con tanta calma como pude, que era ninguna. Mis manos ya
se estaban resbalando—. ¿Puedes traer la escalera?
—¿Así tú puedes qué —se burló—… sacar tus habilidades de gato y saltar a
la cosa? Sal, sólo déjate caer, yo te atrapo.
Negué vigorosamente.
—Sólo trae la escalera, por favor.
—Sal, estoy justo debajo de ti. Voy a atraparte.
—No, no lo harás.
—Sí, yo… Dios Sal, deja de ser tan terca y déjate caer.
Me quejé, mis dedos deslizándose otros centímetros.
—Te voy a atrapar, te lo prometo.
—Más te vale —le dije, entonces me solté.
No pude controlar mi gritito femenino, pero Becks no hizo ninguno
mientras caía sin gracia en sus brazos. Me atrapó como si lo hiciera cada día,
como si chicas colgando de canaletas fueran su especialidad. ¿Quién sabe? Tal
vez lo eran.
Enderezando mi cabeza, pregunté:
—¿Habías hecho esto antes?
—Nunca —dijo, sus ojos sonriendo.
—¿Estás seguro?
—Seguro. —Me miró mordaz—. Pero sabes, contrario a algunas personas,
cuando digo que voy a atrapar a alguien, en verdad lo hago.
Suspiré. Por supuesto que sacaría a colación eso.
—Nunca vas a olvidarlo, ¿verdad?
—No —dijo mientras reajustaba su agarre. Sorprendida, me agarré de su
cuello con ambas manos—. Algunas cosas son difíciles de olvidar.
—Dije que lo sentía un millón de veces.
—Lo sé.
—Y fui la que se lastimó, no tú.
—Lo sé, Sal.
—¿Entonces por qué siempre lo mencionas? —murmuré.
—El mejor día de mi vida. —Becks se encogió de hombros, moviéndome de 89
nuevo, y estreché los ojos. De todas las veces que le había hecho esa misma
pregunta, nunca daba una respuesta concreta.
Mamá salió de la casa con cinco bandejas de comida y sonrió cuando nos
vio.
—Hola, Becks —dijo, mientras me bajaba con las mejillas llameando—.
¿Debería preguntar?
—Hola ahí, señora Nicholls. —Sonrió—. Entré y vi a Sal, colgando de una
de las canaletas. Naturalmente, salvé el día.
Lo detuve con una mirada. Lindo cómo olvidó mencionar que él era la
razón por la que había estado atorada en primer lugar.
—Suena como una historia repitiéndose —dijo mamá.
—Sí —respondió él—. Excepto que nadie salió herido esta vez.
Puse los ojos en blanco.
—Era segundo grado. Eras más grande que yo. ¿Qué esperabas?
Becks levantó una ceja.
—Tú dijiste que ibas a atraparme.
—Como sea, no vi a nadie más ofreciéndose. —Yo también había tratado de
salvarlo. Simplemente no había tenido éxito—. Si no me hubiera acercado a
convencerte que bajaras, podrías haber estado atrapado en esas barras por
horas.
—Tú dijiste…
—Y —agregué—, terminé con un brazo roto después que casi me aplastaras.
—Sabes que siempre me he sentido mal por eso —murmuró Becks.
—Bueno, ahí está. —Asentí—. Siempre me he sentido mal por dejarte caer
en lugar de atraparte como dije. Estamos a mano.
—A mano —estuvo de acuerdo Becks, metiendo las manos en sus bolsillos.
Mamá, que había estado observando el intercambio, suspiró.
Becks y yo la miramos.
—¿Qué? Es una gran historia —dijo mamá, una expresión soñadora—. Se
conocieron cuando eran pequeños, se hicieron mejores amigos ¿y después se
enamoraron? Les digo que no se pone mejor que eso. Espero que cuides de mi
niña, Becks.
—Mamá —murmuré avergonzada.
—No se preocupe, señora Nicholls. —Becks se estiró por mi mano, y se la di
sin pensar. Mirando con amor a mis ojos, dijo—: Lo haré.
Hombre, él era bueno.
Le habría aplaudido su actuación merecedora del Oscar, pero en lugar de
eso sonreí mientras me guiñaba. Atravesaríamos el día de campo sin incidentes
siempre que Becks siguiera así.
Mamá había llamado a la señora Kent para que Becks nos recogiera (lo
juro, debe ser de ella de quien obtuve todos mis movimientos). Todo el clan
Kent estaba ahí cuando llegamos, y los tres chicos mayores nos encontraron en 90
la puerta.
Que comiencen los juegos, pensé, apretando la mano de Becks.
Apretó la mía en respuesta.
—Martha—exclamó soñadoramente Clayton mientras veía a mi madre. Se
estiró para tomar una de las bandejas, levantó la cubierta y llevó una mano a su
corazón—. Nuez de macadamia, mi favorito. Dime, ¿considerarías alguna vez
salir con alguien más joven?
Leonard Kent, el mayor, se atravesó.
—Deja de acosarla —dijo, dándole una sonrisa ganadora—. Oye, Martha,
¿cómo te va?
Mamá se rió.
—Muy bien. Oh y Leo, aquí hay algo para ti, Ollie y Thad también.
Ante el sonido de su nombre, Oliver asomó la cabeza, le sonrió a mamá y
tomó su charola de galletas de mantequilla.
—Gracias, Martha, eres la mejor.
Cada uno de los hermanos Kent estaba enamorado de mi madre.
Eso debería molestarme, pero no.
—Sally Spitz —dijo Leo, entrecerrando los ojos—. Creo que estás incluso
más guapa que la última vez que te vi. ¿Qué demonios haces saliendo con este
chico?
Becks gruñó.
Ollie habló a través de un bocado de galleta.
—Sí, Sally, ¿cuál es el asunto? Pensé que tú y el pequeño Baldwin eran sólo
amigos. ¿Cuándo decidieron volverse compañeros de besuqueo?
Y eso fue sólo el comienzo.
Las bromas siguieron llegando.
Los hermanos nos rodearon mientras nos sentábamos en la sala. Becks
tenía una sonrisa de labios apretados, y me tocó responder las preguntas. Para
ese punto mi madre había ido a la cocina con la señora Kent, por lo cual estaba
agradecida. Había algunas cosas que simplemente no quería que ella escuchara,
como la pregunta uno.
Leo:
—Escuché que tú y Becks fueron atrapados besuqueándose en su cuarto.
¿Tiene buena técnica?
Yo (ruborizada):
—Él es magnífico.
Ollie:
—¿Oh sí? Así que ¿cuándo será la luna de miel?
Yo:
—Indeciso.
Clayton: 91
—Van a nombrar a uno de sus hijos en mi honor, ¿verdad?
Yo:
—Ya quisieras.
Clayton:
—Ah vamos, Sally.
Yo:
—No.
Thad:
—¿Qué pasa conmigo? Thaddeus el quinto suena malditamente bien.
Yo:
—Nunca en tu vida.
De ninguna manera le iba a poner a mi hijo Thaddeus. Todos los Kent
fueron nombrados en honor a sus tíos; era una tradición, y ambos, el señor y la
señora Kent tenían una larga línea de primos de la que escoger. Así es como
Becks acabó con su trabalenguas. Ellos sabían que sería el último, así que cada
nombre que no habían asignado previamente recayó en él.
Becks lucía cada vez más tenso, endureciéndose con cada burla, cada
mirada escéptica, hasta que finalmente saltó y dijo:
—¿Quién se apunta a un juego?
Nada podía distraer a los hermanos Kent como un desafío.
Jugábamos cada año, y para hacerlo más justo, era americano. Todos
sabían que si Becks conseguía un balón de fútbol, no había concurso. Los
hermanos lo habían aprendido de la manera difícil, y la testosterona estaba bien
alta en la casa Kent. Odiaban perder, especialmente con el otro.
Era una competencia seria.
—Casi puedo saborear la victoria —dijo Clayton, haciendo un par de saltos
para calentar—. ¿Puedes saborearla, Sally? ¿El dulce sabor de la V-I-C-T-O-R-I-
A?
—Sí. —Sonreí—. Sabe bien.
Jugué para completar los equipos, y una vez que todo estuvo acomodado
éstas fueron las alineaciones: Ollie, Clayton y yo contra Becks, Leo y Thad.
Puede que no tenga la mayor fuerza física, pero tenía la rapidez para competir
con los chicos. Además, había crecido con estos chicos en particular, así que
conocía sus debilidades.
—Tenemos esto —dijo Ollie, calentando—. Lo tenemos.
—No tienes nada. —Leo golpeó a Ollie en el hombro, riéndose mientras
pasaba.
—No estarás sonriendo cuando te aniquilemos —dijo Ollie, mirando la
espalda de Leo como un blanco. Tenían un poco de rivalidad fraternal entre
ellos, siendo los dos mayores. Leo era más grande, pero Ollie tenía un mejor
brazo lanzador. Usualmente se enfocaban uno en el otro, así que no tendría que
preocuparme mucho por Leo—. ¿Lista para conseguir ese troll, Sally?
92
Mis ojos se estrecharon en competencia.
—Demonios, sí.
El troll dorado, un premio sin igual, adorado, muy buscado, muy amado y
una pieza total de mierda. Era horrible. La muñeca tenía locos ojos rojos, había
perdido la mayoría de su cabello y había sido pintada de dorado para después
montarla en una base de madera, completando la aterradora apariencia. Sin
embargo, el aspecto no era importante. Si tu equipo tomaba el troll, ganabas el
derecho a un año de regodeos. Era todo acerca de ganar.
Sacando a Leo de la ecuación, me concentré en Becks y Thad. Becks era
difícil de derribar. Tenía debilidades estaba segura, pero ninguna que pudiera
detectar fácilmente. Usualmente me mantenía alejada de él. Sabía que no estaba
hecha de cristal, y sabía que él me derribaría si pudiera. El año pasado, en el
lodo, sudor y calor, no había sido bonito.
Thad era la línea débil, mi objetivo principal. Tenía una debilidad por las
chicas, todas las chicas, así que incluso si corría directo a él, apenas haría un
esfuerzo, asustado de empujarme demasiado y que me lastimara. Nuestra
estrategia era simple. Tener a Thad de nuestro lado, efectivamente sacándolo
del juego y dejando el equipo de Becks con dos jugadores.
En el equipo, Ollie explicó el plan de juego y dijo:
—¿Todos entendieron?
Clayton y yo asentimos.
Ollie me miró.
—¿Estás lista? Todo esto depende de ti, Sally, así que tienes que estar
dispuesta a mentir, engañar, robar, lo que sea que tome para conseguir el troll.
—Lo que sea —le dije.
Clayton levantó una ceja.
—¿Incluso si significa derrotar a tu novio?
Antes que pudiera decir una palabra, Becks gritó desde el otro lado del
patio.
—Oye, Sal, ¿quieres apurarte? El equipo Becks se está poniendo
impaciente por acá, esperando reclamar nuestro premio.
—Ese troll es nuestro —contestó Clayton.
—No este año —dijo Leo presumido—. Ni el pasado.
—Eso fue suerte —retó Ollie—. Nada más que suerte.
—Sí —dije yo—. El sol me daba en los ojos.
—Lo siento, Sal —Becks negó—… pero novia o no, tu equipo va a perder.
No te preocupes, corazón, voy a tratarte bien.
Fue el ―corazón‖ lo que lo hizo.
Dándome la vuelta, apretando los dientes dije:
—Nunca lo verá venir. Vamos a hacerlo.
Y eso hicimos. Toda la cosa salió sin problemas. En la tercera jugada, vi mi
apertura y la tomé. Ollie acababa de lanzar una espiral perfecta, entregando el 93
balón en mis manos sin el más ligero rebote. Lo había acunado en mi pecho
como a un recién nacido y fui a la línea de meta, pero Becks estaba ahí para
interceptarme a menos de cuatro metros. Me tocó con dos manos al costado, un
toque gentil, el más ligero, pero hice lo mejor de ello, lanzando mi cuerpo de
lado, dando un clavado en el pasto, gruñendo de dolor mientras caía.
Becks estaba a mi lado en un instante, arrodillado, revisándome por
heridas.
—¿Sal? —dijo, su cara seria. Enterré mi cara aún más en mi hombro,
tratando de no reírme—. ¿Sal, estás lastimada? No quería… quería. Apenas…
Sal, dime algo, me estás asustando.
Ante eso, levanté la mirada, con ojos brillantes.
—Aww, no te asustes, Baldwin, estoy bien. —Mirando más allá de él, le
dije—: Pero mejor cuidas tu espalda. Thad no parece feliz.
—¿Eh? —Fue todo lo que dijo, y entonces fue jalado.
Thad estaba en un estado.
—¿Cuál demonios es tu problema, Becks? Ella es una chica por el amor de
Dios. —Gruñí de nuevo para el espectáculo, dejándolo levantarme. Gentilmente,
Thad dijo—: ¿Sally, estás bien? ¿Te lastimó?
—No, estoy bien —dije, sonriéndole a Becks cuando nadie miraba—.
Supongo que Becks no conoce su propia fuerza.
La boca de Becks cayó abierta.
Thad los miro a él y a Leo y dijo:
—No es genial, chicos. No está bien.
Después de eso el juego fue un paseo por el parque. Nuestra estrategia
funcionó mejor de lo que esperábamos, no sólo con Thad de nuestro lado sino
Leo también. Con su corazón dividido mostrándose, Becks prácticamente estaba
jugando solo. Para el final del juego, Clayton y Ollie estaban disfrutando su
victoria, molestando a los otros por su mediocre demostración, y yo estaba en
posesión del troll dorado. Becks se acercó mientras pretendía pulirlo.
—Ese fue un truco sucio —remarcó—. Fingir así, haciéndonos pensar que
en verdad estabas lastimada, no sabía que lo tenías en ti.
—Sólo estás enojado por no haberlo pensado primero —dije, abrazando al
troll contra mi pecho—. Además fue idea de Ollie, no mía.
Sus ojos se estrecharon.
—En verdad me tuviste por un minuto ahí.
—Becks, apenas me tocaste.
—Sí, pero igual me asusté.
Estudié su rostro, viendo que hablaba en serio.
—Lo siento, no quería preocuparte.
—No.
—¿No qué?
—Lo siento no va a funcionar, Sal. —Becks se paró con las manos en su
cadera, negando—. Casi morí de culpa. Mis nervios aún están alterados. Va a 94
tomar algo más, algo valioso, algo… dorado.
—De ningún modo —dije, caminando hacia atrás.
—Me engañaste —dijo, siguiéndome paso a paso.
—Ganamos justamente.
—Creo que estarás de acuerdo en que eso es exagerar.
Lo hacía pero me quedé callada.
—Dame el troll, Sal.
—Nunca. —Me tenía atrapada, presionada contra un árbol en el patio de
los Kent pero aun así tenía el trofeo bien agarrado—. Goldie es mía este año. No
puedes tenerla, Becks. No te dejaré.
Los ojos de Becks se ampliaron.
—¿Lo nombraste?
—Sí —dije—. Hace un par de años ¿y qué? —Me imaginé que si era tan
importante, feo o no, ¿por qué no darle un nombre? Goldie no era una gran
recompensa, pero este año iba a casa conmigo. Solo era la segunda vez que mi
equipo ganaba. No la tendría sin una pelea—. No voy a entregarla, Becks. No hay
nada que puedas decir o hacer para que cambie de opinión.
Él sonrió.
—Creo que me debes un favor.
Excepto eso, pensé.
—Entrégala —dijo, extendiendo la mano.
Frunciendo el ceño, le di una última mirada a Goldie, acaricié su ralo
cabello, entonces la lancé en su pecho.
—Eres un mal perdedor, Baldwin Eugene. ¿Alguien te lo ha dicho?
Se rió hasta quedarse sin aliento. Me alegraba ver que lo divertía.
—Juegan sucio, pero yo juego más sucio. Los tramposos nunca ganan,
deberías saber eso.
—Como sea. —Lo empujé para pasarlo.
—Sal —llamó, pero seguí caminando. Incluso aunque lo amaba, algunas
veces Becks realmente me enojaba.
Becks estaba solo segundos detrás de mí cuando me senté en la mesa y ¿a
qué no sabías? Nos guardaron dos asientos juntos. Lado a lado. Genial.
—No te enojes —dijo Becks, tomando mi mano, poniendo a Goldie en el
piso entre nosotros. Lo miré a los ojos y me volteé—. Aw, vamos, Sal.
—Oye —dijo Clayton, apuntándolo—. ¿Qué haces con eso? Le dimos el troll
a Sally por su trabajo bien hecho. Se lo ganó.
Becks suspiró, rindiéndose. Estaba enojada por el troll, y sólo tendría que
superarlo.
—Me lo dio porque se sintió mal por engañarnos.
—¿Es verdad, Sally? —preguntó Ollie, tomando un sorbo de Coca—. Pensé
que podría haber sido porque están tan enamorados. 95
Bufé, ignorando la mirada herida de Becks.
—¿Quién está enamorado? —Leo salió de la cocina, con su plato muy
lleno—. Oh —dijo, sus ojos aterrizando en nuestras manos—. Tú sabes, ya sabía
de Becks, pero nunca sospeché de ti, Sally. El enamoramiento que él tenía
seguro que era uno grande.
Sentí mi ceño arrugarse. ¿De qué estaba hablando Leo?
—Sí. —Se rió Ollie—. Lo perdimos prácticamente desde el día uno.
—Cállate —dijo Becks a nadie en particular.
—¿Alguna vez te leyó aquel poema? —preguntó Clayton, sonriendo.
—Sí —dijo Ollie—. Clásico.
—¿Qué poema? —pregunté curiosa. No tenía idea qué tramaban, pero
definitivamente sonaba interesante. Además, estaba haciendo que Becks se
ruborizara y, enojada con él, no estaba por encima de algo de venganza.
La respuesta vino, pero no de Becks.
Mientras los padres y Thad se unían a nosotros, acomodándose en la mesa,
la señora Kent se sentó a mi otro lado y puso un libro enfrente de mí. Era grueso
con una cubierta floral, y Becks se recargó quitando su mano de la mía, para
pasarlas por su cabello.
—Jesús, mamá —dijo él—. ¿Es realmente necesario?
La señora Kent le disparó una mirada pero me sonrió.
—Sólo quería mostrarle a Martha y Sally algunas fotos. —A mi madre que
estaba inclinada hacia nosotras, le dijo—: He estado manteniendo esto desde
que se conocieron.
—Oh —dijo mamá felizmente—. Tenemos unas cuantas fotos en casa pero
no un álbum completo. Me encantaría conseguir copias.
—Te haré algunas —prometió la señora Kent mientras abría la portada.
Fue como viajar en el tiempo. Fotografías de Becks y yo en nuestro primer
día de preparatoria, ambos disfrazados para Halloween, príncipe y princesa un
año, elfos el siguiente, completos con orejas puntiagudas y cejas pobladas. La
siguiente página nos mostraba en un baile de san Valentín en la secundaria, yo
animando en las gradas en uno de los juegos de Becks, una muy tierna de Becks
dándome un coscorrón. Becks empujándome en los columpios. Yo abrazando a
Becks en la feria donde nos enfermamos por comer perros calientes malos. Los
dos en el acuario, un parque, el cine. Había suficientes recuerdos en este
pequeño libro para hacer que quisiera olvidarme de Goldie y perdonar a Becks
por ser un idiota. Pero no fue hasta la última página que mi furia se transformó
en algo completamente diferente.
—Oh —dije, tocando la última fotografía.
—Sí —dijo la señora Kent—. También es mi favorita.
Ahí estábamos, Becks de siete años, yo los acababa de cumplir. Fue tomada
en el parque cerca del trepador donde Becks había quedado atrapado y yo lo
había convencido de bajar. Mi brazo ya estaba en una férula rosa brillante, así
que debió haber sido al menos una semana o dos después, pero Becks lucía 96
como el primer día. Arenoso cabello negro colgando en sus ojos, misma sonrisa
de niño que sigue luciendo. Ambos nos mirábamos el uno al otro, pero yo estaba
riendo, lágrimas en mis ojos mientras miraba a Becks.
Lo amaba incluso entonces.
—Oh, tengo que tener esa, Carole —dijo mamá—. Sólo mira cómo ella está
viéndolo.
La señora Kent asintió en acuerdo, pero no podía notar que Becks me viera
de una manera particular. Seguro, sus ojos estaban sonriendo como lo hacían
algunas veces. Pero él siempre me miraba así.
—Y aquí está la mejor parte. —La señora Kent sonrió, deslizando algo de
detrás de la foto y levantándolo—. Es para Sally, de Becks, pero él nunca tuvo el
valor de dárselo.
—Mamá —exclamó Becks. Trató de alcanzar el papel pero fue demasiado
lento. Clayton lo tenía en sus manos, lo desenvolvió, y estaba aclarando su
garganta para leer en voz alta mientras Becks se dejaba caer en su silla, su cara
roja. Nunca lo había visto lucir tan avergonzado.
—Para Sal de Becks —leyó Clayton en voz alta—. Escucha, Sally, no vas a
querer perderte esto.
Becks cerró los ojos.
Está bien, así que ahora estaba realmente curiosa y confundida. ¿Qué
posiblemente podría hacer a Becks actuar de esta forma?
Clayton aclaró su garganta una segunda vez y entonces repitió:
—Para Sal de Becks. Hay una chica que me gusta. Monta una bicicleta
amarilla. Su cabello es largo. Sus ojos son redondos. Su voz es linda. Me gusta el
sonido.
Thad se acercó a Becks y dijo:
—Es bueno hombre, realmente bueno.
Vi a Becks alejarlo con la mano por un lado pero no podía alejar la mirada
de Clayton.
—Rompí su brazo cuando nos conocimos. Ella era linda; firme con su yeso.
—Clayton tomó un descanso para decir—: Pudiste hacerlo mejor que eso,
―conocimos‖ y ―yeso‖ no riman, pero supongo que eras joven.
—Aquí es donde se pone bueno —me dijo Leo.
Con eso Clayton leyó las últimas tres líneas.
—Ella es mi amiga. Su nombre es Sal. Espero que algún día sea mi chica. —
Un montón de ooh y aah siguieron. Clayton dobló el papel y se lo devolvió a su
madre—. Supongo que lo conseguiste ¿no hermano?
Era sólo un poema, pero significaba muchísimo más. No estaba sola. En
algún momento, incluso si sólo éramos niños, Becks me había amado.
Volviéndome hacia él, pude sentir lágrimas llenando mis ojos.
—¿Tú escribiste eso? —pregunté.
Becks no me miraba.
—Sí. 97
—¿Para mí?
Asintió, pero aún no me miraba.
Agachándome, besé su mejilla.
—Gracias —murmuré.
Becks me miró entonces, sorprendido.
—¿Por qué fue eso?
—Es lo más dulce que he escuchado. —Conteniéndome, bajé mi voz así solo
él podía escuchar—. Además, nuestros padres están viendo ¿recuerdas?
—Seguro —dijo él, levantando mi mano por un beso, pero había algo
extraño en su tono—. ¿Vas a venir al juego? Es el último de las seccionales.
—Por supuesto. —Sonreí—. Quiero verte patear el trasero de Boulder High
tanto como todos. —Levantando la voz de nuevo, agregué—. Además, ¿qué clase
de novia sería si no lo hiciera?
Su rostro pareció cerrarse, pero le atribuí eso a la vergüenza. Antes de
irme, aparté a la señora Kent y le pedí el poema. Dijo que era mío de cualquier
forma y lo entregó sin preguntas. Para el momento en que fui a dormir esa
noche, lo había leído trece veces.
Espero que un día sea mi chica.
Ah Becks, pensé a la deriva del sueño. Siempre lo he sido.
C
ulpa. Me estaba comiendo desde adentro, y todo lo que podía hacer
era sentarme aquí y pensar mientras Becks metía su tercer gol de la
noche. La multitud animó, él festejo con su puño al aire, los
fanáticos de Boulder gimieron. El chico estaba en llamas. Las chicas le estaban
echando el ojo, chiflidos sonando de izquierda a derecha, los más ruidosos de
una linda morena dos gradas más abajo, sosteniendo un cartel que decía;
―Becks, ¿te casas conmigo?‖ enmarcadas en un enorme corazón de brillantina
rosa.
—¿Vas a dejarla salirse con la suya? —preguntó Hooker a mi lado.
—¿Qué puedo hacer? —murmuré—. No está lastimando a nadie.
Hooker me frunció el ceño.
—Te diré lo que yo haría. Si Becks fuera mi hombre, le arrancaría ese cartel
y se lo lanzaría en la cara, enseñarle quién es quién.
—No puedo hacer eso.
—Lo tendría bien merecido.
Era una mala persona, una hipócrita total, porque eso era lo que ansiaba 98
hacer desde que vi el cartel. La urgencia se volvió extra fuerte cuando la chica
trató de llamar la atención de Becks cuando él se dio la vuelta en el medio
tiempo, escaneando las gradas.
—Oye, Becks —gritó Ollie—. No creo que los chicos de Penn vieran esa.
¿Quieres hacer un cuarto?
—Sí —dijo Thad—. Sin embargo UCLA estaba mirando. Tal vez te quieran
más.
—Mi voto es para Michigan —gritó Clayton desde la banca.
—UNC —gritó alguien y fue recibido por una ronda de gritos.
—¡Indiana!
—¡Sera Louisville!
—¡De ningún modo, Ohio!
—Así que, ¿cuál va a ser, hijo?
Becks se encogió de hombros mientras la multitud gritaba más escuelas, y
los reclutadores trataban de lucir impasibles. Estaban haciendo un mal trabajo.
Cada uno de ellos estaba al borde de su asiento, espaldas derechas, tensos,
esperando escuchar la respuesta de Becks. Tendría que ser cualquier día de
estos. Habían estado esperando por meses. Aparte de marcar tres, Becks ya
había hecho cinco robos, dos asistencias y había bloqueado un par de goles. Era
una de las principales razones por las que lo querían. Era tan fuerte en la
defensa como en ofensiva.
—¡Becks eres tan sexy! —La voz de la morena era alta y chillona como una
sirena. El sonido hizo que los vellos de mi cuello se erizaran—. ¿Vienes a mi
fiesta este sábado?
—No, ven a casa conmigo. —Esto lo dijo una feroz pelirroja algunos
asientos más allá—. Tendremos un buen momento.
Decidí en ese momento que no me gustaba el color rojo.
—Oye —se quejó la morena—. ¡Él es mío!
La roja se acomodó el cabello.
—Sigue soñando, querida.
—Oye. —Hooker se levantó, mirándolas hasta que voltearon—. Becks es
propiedad de Sally Sue Spitz, esta chica… —Me apuntó y me encogí—. Él es su
novio, ¿entienden? Déjenlo en paz.
—Sí, dispérsense —agregó Leo. Un par de ―sí‖ más vinieron del área
cercana, personas que ni siquiera conocía. Me encogí más en mi asiento.
Las chicas bufaron, pero dejaron de discutir.
—Bien. —Hooker volvió a sentarse, satisfecha.
Encontrando mi mirada, Becks sonrió y levantó las manos como diciendo
―me aman. ¿Qué le vamos a hacer?‖ antes que Crenshaw lo arrastrara de regreso
al grupo.
—Está bien. —Leo palmeó mi hombro—. Becks nunca iría por ellas de
todos modos. 99
—Tienes razón —agregó Thad—. Él es todo tuyo, Sally.
—Incluso si la pelirroja era ardiente —agregó Ollie, lo que le ganó un golpe
en la cabeza de parte del señor Kent—. Santa vaca, sólo estaba diciendo que es
leal. Eso es todo.
Eso pareció satisfacer a sus padres, y la señora Kent volvió a hablar con mi
mamá, que me guiñó y le dio un asentimiento aprobador a Hooker.
Mi sonrisa en respuesta era en parte mueca.
Sentada aquí con mi camiseta de Gryffindor, me sentí lo peor de lo peor,
un fraude, una rata.
Una Slytherin.
Después de todo, solo un Slytherin diría mentiras en su beneficio. Solo un
Slytherin tomaría ventaja de un amigo y le pediría hacer algo deshonesto. Y
nadie más que un Slytherin mantendría esta cosa en marcha simplemente
porque estaba demasiado asustado, era demasiado cobarde, para terminarlo.
Incluso cuando significaba evitar que su amigo hiciera lo que quería, viera a
quien quisiera.
Como la sexy pelirroja que le acababa de dar una invitación abierta.
No estaba segura de porqué esto me golpeaba ahora. Becks y yo habíamos
estado mintiendo por semanas. Habíamos convencido a todos que éramos
pareja, almas gemelas, el uno para el otro. Con Becks haciendo un trabajo tan
espectacular de novio falso y conmigo cayendo por él más cada día, no había
sido difícil. Pero aquí en las gradas, viendo a Becks ganar la competencia,
escuchando un incansable suministro de chicas gritar su nombre, escuchando a
Hooker reclamarlo como mío, no podía soportarme.
Fue el poema, tenía que ser. Las palabras, hermosas y sinceras, también
inducían culpa. Si realmente amaba a Becks, ¿cómo podía hacerle esto? ¿No
sería lo correcto dejarlo ir?
El ataque a mi conciencia fue tan grande que me hizo querer confesar todo.
Podía hacerlo. Enojaría a mucha gente, y probablemente me estaría condenando
a un infierno en vida, pero podía hacerlo. Becks estaría enojado al principio,
pero lo superaría. Como dijo, había chicas que en verdad querían salir con él.
Estaba reteniéndolo. Probablemente era mejor que terminara limpio antes que
me resintiera, o peor, antes que hiciera algo tan estúpido como rendirme. No
quería que se sintiera mal por mí. Becks era mi mejor amigo y lo amaba, pero
me tiraría de un puente antes de dejarlo atarse por lástima.
Tengo que hacerlo, pensé. Confesar todo, por el bien de Becks. Por el mío.
Era lo que cualquier buen Gryffindor haría.
Respirando profundo, abrí la boca y…
—¿Sally?
La interrupción me sorprendió, las palabras atrapadas en mi garganta.
—Creo que ese chico te está hablando —dijo la señora Kent.
Oh por Dios.
Un silbato sonó. El juego comenzó.
100
Mi garganta se cerró. La sensatez volvió con venganza, perforando mi
delgado escudo de coraje y reemplazándolo con miedo. Todas las razones por las
que no debería confesar me golpearon en la cara, una tras otra, dejándome
aturdida. Señor, ¿en qué estaba pensando?
—¿Sally Spitz?
—Slytherin —murmuré bajo mi aliento.
—¿Qué fue eso? —preguntó Hooker, pero me quedé callada.
Olvídate de Gryffindor. Mi segundo nombre no era Sue, era gallina. Mi
color favorito no era azul sino verde. No era nada más que una vieja y gorda
serpiente. Suspiré. ¿Cuándo me había vuelto tan cobarde?
—¿Sally? —La voz estaba mucho más cerca ahora.
—Uh oh —dijo Hooker—. Es el sexy surfista con sus chinos. ¿Quieres que
me deshaga de él?
Seguí su mirada y vi a Austin Harris, el sexy surfista como lo llamó
Hooker, parado al final de nuestra fila, sonriéndome. Nuestra primera (y única)
cita había sido corta pero memorable. No todos los días ves a un chico declararle
amor eterno a una chica. Especialmente cuando tú eres la chica. Y solo has
conocido al chico por tres horas. Con cariño recuerdo a Austin como un loco con
corazón. Esa noche parecía que había pasado hace años, a alguien más.
—Oye —dijo—. Pensé que eras tú. Me encanta la camiseta por cierto.
—Gracias —dije, acercándome. Traté de no sentirme como impostora.
Cuando llegué a él, señalé su pecho—. ¿Dónde está tu corbata?
—La dejé en casa —dijo—. Así que ¿cómo estás?
¿Era una pregunta con trampa?
—Bien ¿y tú?
—Oh, genial, de hecho yo…
Justo entonces la multitud hizo erupción.
Thad se levantó de un salto, señalando el campo con la mano.
—¿Estás ciego? Fue flagrante. ¡Marca algo, árbitro!
—Haz tu maldito trabajo —gritó Ollie.
Esta vez la señora Kent le jaló duro la oreja. A juzgar por los sonidos que
hizo, debió doler.
Austin inclinó la cabeza hacia el juego.
—¿Es ese tu novio? Nos está matando.
—Quieres decir Becks. —Tragué, sintiendo la bilis atorarse en mi
garganta—. Sí, eso creo.
—Hombre. —Austin negó mientras el juego se reiniciaba y Becks hacia un
escape—. Es probablemente algo bueno que nada pasara entre nosotros. —
Suspiró dramáticamente—. Nunca podría haber competido con eso.
Me reí. Nadie podía competir con Becks, al menos desde mi punto de vista.
—¿No eres un gran fan del fútbol?
Sonrió. 101
—No, estoy más en los juegos de roles. Final fantasy, world of warcraft, ese
tipo de cosas. De hecho ahí conocí a mi novia. Está allá abajo, primera fila, en
medio.
Vi a donde estaba apuntando e hice una doble toma. Esa chica era
hermosa, casi tanto como Austin, y eso era decir algo. Sonriéndonos, le lanzó a
él un beso que pretendió atrapar y guardar en su bolsillo.
—¿No es genial? —dijo él.
—Genial —repetí, entonces me puse seria—. ¿Pero pensé que dijiste que
me amabas?
Se ruborizó, parándose en sus talones.
—Bueno… acerca de eso, yo…
—Sólo bromeo —dije, golpeándolo en el hombro—. Me alegra que
encontraras a alguien. Es muy bonita.
—Oh, bien —dijo, capturando mi mano. El brillo en sus ojos era
inconfundible mientras se agachaba—. Pero sabes que siempre serás mi
primera, Sally. —Inclinándose, dejó un beso en mi mano y me miró a través de
sus pestañas, causando que ambos nos riéramos.
Alguien se aclaró la garganta. Ruidosamente.
Levantando la mirada, vi a Hooker, su novio Will, mi mamá, los padres de
Becks y todos sus hermanos mirándonos. De hecho, los chicos le estaban dando
a Austin miradas que iban desde sucias a amenazantes. Supongo que habíamos
alejado su atención del juego. Yupi.
Me ruboricé mientras Austin liberaba mi mano y se paraba derecho.
—Creo que te veré por ahí —dijo, lanzando miradas nerviosas a los Kent.
Sentí sus miradas en mí.
—Está bien, voy a…
Cientos de jadeos parecieron atravesar el estadio al mismo tiempo.
Volví la cabeza, escuché a la señora Kent gritar mientras los otros corrían a
mi lado para llegar a las escaleras, pero yo no podía moverme. No podía
respirar.
—¿Sally?
—¿Spitz, estás bien?
Austin y Hooker me estaban llamando, pero no podía concentrarme. Toda
mi atención estaba en la desgarradora escena de abajo.
Becks estaba sobre su espalda, apretando la pierna derecha contra su
pecho, su rostro contorsionado en agonía, mientras Clayton trataba que se
levantara.
—No, no, no…
¿Era esa mi voz?
Tropezando en mis propios pies, apenas estaba consciente de las manos
ayudándome a bajar las escaleras.
—Él va a estar bien. —La voz de Hooker en mi oído—. No te preocupes,
Spitz. Estará bien.
102
Apenas la escuché mientras dos médicos corrían al campo y se ponían a
trabajar. Cada uno de los gemidos de Becks eran amplificados al sonido de una
bomba en mis oídos, altos, derrotados.
Esto no podía estar pasando, pensé, finalmente llegando al nivel de la
cancha. Becks no podía estar lastimado. Simplemente no. El fútbol era su
pasión, para lo que estaba hecho. Dios no le alejaría eso, no ahora ni nunca.
Sería demasiado cruel.
Por favor, no le quites esto, rogué silenciosamente.
Ojos ardiendo, los vi llevar a Becks fuera del campo en una camilla. Era
una de esas cosas con las que tendría pesadillas durante mucho tiempo.
—Spitz. —Miré a un lado y vi a Hooker. Supongo que había estado aquí
todo el tiempo—. Va a estar bien —dijo con certeza. ¿Pero cómo podía saberlo?
—Sally, voy a llevar a la señora Kent y a los chicos a casa —dijo mamá,
sosteniendo la mano de la señora Kent, el resto de los chicos siguiéndolos.
Lucían destrozados—. ¿Pueden Hooker o Clayton llevarte a casa?
—Sin problemas —dijo Hooker y me llevó a los vestidores.
Mi corazón se hundió más cuando vi a mi papá, bloqueando la puerta. El
teniente Spitz debió haber sido llamado a trabajar en seguridad para el juego.
Estaba en uniforme y lucía impasible mientras nos acercábamos.
—¿Podemos entrar? —preguntó Hooker.
Papá negó.
—Solo familia y miembros del equipo.
Pero Becks es mi familia, quería gritar, pero mi voz se había ido al minuto
en que vi a Becks tirado en la camilla.
Hooker no parecía tener ese problema.
—Estás bromeando ¿verdad? —dijo, con los ojos estrechos—. No puedes en
verdad ser así de desgraciado con tu propia hija. ¿No puedes ver que está
asustada?
Asustada ni siquiera empezaba a describirlo. Honestamente, era como si
me estuviera sofocando, muriendo un poco más con cada segundo que estaba
lejos de Becks. Pero me alegraba que Hooker estuviera aquí. Necesitaría su
fuerza si iba a atravesar la siguiente parte.
Tragando fuerte, hice la única cosa que me había prometido no hacer
jamás. Algo que había jurado hace más de una década.
Le pedí a mi padre un favor.
—Por favor —dije, mi voz temblando, de decepción o disgusto no sabía—.
Déjame entrar. Yo… necesito verlo, papá. Asegurarme que está bien, ver si Becks
me necesita. Necesito saber que está bien, así que sólo… por favor.
Sus ojos se movieron lentamente por mi rostro, su expresión ilegible. No
estaba segura qué vio, pero sentí que iba a caer de cara en el concreto. Nunca le
había pedido nada después que engañó a mamá. Ni una vez. No había visitas
semanales. Ni tarjetas de cumpleaños cada año con dinero en ellas. Si ignoraba
el hecho que vivíamos en el mismo pueblo, podía pretender que él no existía. 103
Nunca me había importado que no estuviera alrededor, lo prefería así. Pero
necesitaba ver a Becks, como el aire en mis pulmones.
Si mi padre era la llave para llegar a él, haría lo que sea.
Papá encontró mis ojos un momento después, y supe incluso antes que
hablara cuál sería su respuesta.
—Lo siento, chica Sally —dijo encogiéndose de hombros—. Es la política.
No hay nada que pueda hacer.
La boca de Hooker colgó abierta como si no pudiera creerlo, pero yo podía.
Me había dado por vencida con él hace mucho tiempo. De algún modo, aun
así, se las arreglaba para decepcionarme.
Hooker negó y dijo:
—Realmente eres un bastardo, ¿verdad?
—Cuida lo que dices. —Papá frunció el ceño, tirando de su cinturón y
colocando su mano cerca de mí—. Ella sólo está exagerando como su madre
siempre lo hacía. Lo superará
—No —dije, y voltearon a verme—. Está bien, Hooker, voy a esperar.
—Pero…
Negué.
—No —repetí. No, no lo superaría. Y no, no preguntaría de nuevo—.
Esperaré.
Alrededor de una hora más tarde cuando el juego terminó, envié a Hooker
a casa con Will. No podía dejar de pasearme por el lugar, pero no podía evitarlo.
Hice como que mi padre no estaba allí, y él hizo lo mismo. No hablamos de
nuevo. Los aficionados pasaban sin prisa, algunos me miraban con compasión.
Uno incluso me dijo que Boulder regresó más fuerte en la segunda mitad, pero
que gracias a Becks aún los superamos por un gol, y ¿no estaba feliz que mi
novio los había llevado invictos a la primera ronda de clasificación?
Esa persona tuvo suerte que estuviera tan concentrada en Becks. De lo
contrario, lo habría golpeado y mi próxima ronda de pasos sería por encima de
su estúpido y demasiado feliz rostro.
¿Qué les tomaba tanto tiempo? ¿Becks estaba tan mal? No sabía lo que
haría sin él.
Vi cómo jugador tras jugador salió del vestidor hasta el último que
quedaba.
Todavía nada de Becks. Tampoco Clayton, me di cuenta.
Dios, ¿qué estaban haciendo ahí?
—¿Esperando a tu novio? —Me detuve cuando Ash se acercó—. Él y su
padre se fueron hace unos treinta minutos.
—¿Qué? —dije, confundida.
—Becks —dijo, levantando una bolsa de lona grande a su hombro—. Se fue.
¿No lo estabas esperando?
Eso no tenía ningún sentido. 104
—Pero he estado aquí todo el tiempo —dije—. No lo he visto irse.
—Salieron por la puerta lateral. —Ash señaló mi rostro—. No hay necesidad
de eso. Fue sólo un esguince, ni siquiera habría ocurrido si no lo hubieras
distraído. Él va a estar bien.
—¿Qué? —Me extendió la mano. Él estaba en lo correcto; mis mejillas
estaban húmedas. Debo de haber estado llorando todo el tiempo, pero no me di
cuenta—. ¿Dijiste que fue un esguince? ¿Sólo eso?
Ash asintió, y suspiré de alivio. Un esguince era nada. Becks había tenido
tantos de esos que probablemente estaría de vuelta en el campo en una semana.
Entonces algo más me llamó la atención.
—Espera ¿qué quieres decir con que yo lo distraje? —Becks iba a estar
bien. Él estaba bien, ¿entonces qué estaba diciendo Ash?—. ¿Cómo podría hacer
eso? Estábamos en la fila superior; apenas podía verme.
—Confía en mí, te veía —dijo Ash—. Te vio a ti y ese chico rubio siendo
muy amables, y se le metió en la cabeza. Yo estaba de pie justo allí cuando el
jugador del otro equipo lo cegó. Ni siquiera estaba prestando atención.
—Quieres decir, ¿Austin? —me burlé—. No es más que un amigo.
—Sí, no se veía de esa manera.
Lo miré fijamente pero me distraje cuando Clayton salió del vestidor. No
se veía nada mejor de como yo me sentía. Supongo que también había estado
preocupado por su hermano menor.
—Bueno, Sally —dijo, deteniéndose frente a mí—. Creo que nuestro chico
saldrá bien de esto, ¿pero crees que podrías disminuir el flirteo? Becks será
inútil para nosotros si se distrae de esa manera en la final.
No podía creer lo que estaba escuchando.
—Te lo dije —dijo Ash.
Abrí y cerré mi boca varias veces, sin emitir ningún sonido.
—¿Estás lista para irte? —preguntó Clayton—. Tu mamá llamó para
asegurarse que tenías quien te llevara a casa.
Respiré profundo, tratando de sonar firme y no insolente, le dije:
—Claro, Clayton, estoy lista. Y por cierto, están equivocados. —Los miré
con frialdad—. Becks no se distrae, y menos por algo así.
Ash y Clayton se miraron, y aunque no lo dijeron, sabía que se estaban
burlando de mí. Llegué a la camioneta de Clayton y en una rabieta me negué a
hablar todo el camino a casa, lo cual parecía estar bien con él. Los dos teníamos
mucho en que pensar.
Más tarde, le marqué a Becks para darle un pedazo de mi mente. Había
estado esperando y esperando que llamara, pero nunca lo hizo. Un esguince de
tobillo no quería decir que no podía agarrar el teléfono.
Al cuarto timbre respondió.
—Oye, Sal.
¿Oye, Sal? Había llegado a mi límite. 105
—Oye, Sal —repetí—. ¿Eso es todo lo que tienes que decir? No, ―lo siento
por no llamar. Me siento horrible al respecto. Soy un completo idiota por
preocuparte‖.
—¿Estabas preocupada? —Sonaba demasiado alegre.
—Solo un poco —mentí.
—Sabes, sé cuándo estás mintiendo, Sal.
Exploté.
—Bueno, no debí estarlo —dije—. Pareces estar completamente bien. Tan
bien como para burlarte de mí, lo suficientemente bien como para no llamar.
Supongo que no debería haber esperado fuera del vestidor con mi asqueroso
padre durante horas. Creo que no debería haber estado preocupada en absoluto.
Becks hizo una pausa y luego dijo:
—¿Tu padre estaba allí?
—Sí, no me dejó entrar al vestidor para verte.
—Es un verdadero imbécil.
—Lo sé —dije—. Parece que hay una gran cantidad de eso por aquí
últimamente.
Suspiró.
—Estás loca.
—Y tu eres un genio —repliqué, cambiando canales en el televisor. Tal vez
un poco de entretenimiento sin sentido desviaría mi atención. ¿Por qué no había
llamado?
—Lo siento —dijo finalmente.
—¿Por qué?
—Por ser un idiota.
—¿Y?
—Por no llamar, sólo supuse que alguien te había dicho.
—Bueno, no lo hicieron.
—Lo siento —dijo de nuevo.
—Deja de decir eso —dije, sintiendo desaparecer un poco de mi ira—. Por
cierto ¿cómo estás? Oí que era sólo un esguince.
—Bueno, me duele el pie como la madre y Clayton no está muy feliz por mi
falta de concentración. Aparte de eso estoy simplemente genial.
Me recosté de nuevo en las almohadas.
—Sí, ¿qué fue lo que pasó ahí? Me lo perdí. ¿Te sentarás en los juegos?
Escuché un ruido al otro lado de la línea, y me imaginé a Becks ponerse
más cómodo.
Saltándose la primera pregunta, Becks dijo:
—Sí, solo el siguiente. Debería estar mejor si lo hacemos para la tercera 106
ronda.
—Cuando —dije—. Cuando lo hagas.
—Cuando —estuvo de acuerdo. Hubo un silencio por un instante y luego—.
Entonces, ¿quién es el clon de Ken? ¿Es en quien tienes la mirada puesta?
Me tomó un segundo entender.
Vacilante, pregunté:
—¿Estás hablando de Austin Harris?
—Si Austin Harris es el chico que te mueve, entonces sí.
—No me mueve.
—Te estaba besando —dijo Becks rotundamente.
—Sí, en la mano —dije. ¿Podrían estar Clayton y Ash en lo cierto? ¿Becks
realmente se distrajo al verme hablar con otro chico? ¿Estaba celoso? Sabía la
respuesta y mentalmente me reí de mí misma. Sí, claro. Como si eso llegara a
pasar.
—Por lo tanto, ¿es él? ¿Austin Harris es el tipo que tiene tu corazón
latiendo? ¿El que tratas de impresionar con un novio falso?
Su tono era ligero, sus palabras burlonas, pero parecía esperar una
respuesta.
—No —dije—. No es Austin.
—Oh —dijo Becks, y en mi mente, lo vi sonreír.
—El chico que me gusta es mucho más sexy. —Escuché a Becks
tartamudear y quebrarse un poco—. Demasiado sexy para su propio bien.
—Nadie es tan sexy —dijo Becks entre dientes.
Si supieras, pensé.
—Pero Austin se sorprendió —añadí.
—¿Con qué?
—Contigo.
—¿Quién no lo estaría?
Me reí de su arrogante tono, miré hacia el televisor y reí un poco más.
—No vas a creer esto —dije.
—¿Qué? —preguntó.
—Estás en la tv, en el canal seis.
—¿Qué? —dijo, entonces exclamó—. Oh Dios, esto es tan embarazoso.
—No, no lo es, Becks. Eres una estrella de cine.
Becks maldijo, pero no le presté atención. Estaba escuchando la entrevista.
El tema principal era en cuál universidad jugaría Becks. Había estado esperando
esa respuesta.
Erica Pinkerton, la ex Miss Carolina del Norte, presentadora actual, sonrió.
—Bienvenido, Becks Kent a nuestro programa. Es muy bueno tenerte aquí.
107
—Es genial estar aquí —dijo el Becks de la tv.
—Awww —canturreé—. ¿No es simplemente la cosa más linda?
Becks masculló algo que apenas pude escuchar, pero la presentadora
parecía estar de acuerdo.
—Eres dulce —dijo ella, con una amplia sonrisa—. Y con talento. Has
llevado a tu equipo a una temporada invicta, y los Chariot Trojans parecen ir en
camino a otra. Nunca ha pasado, Becks. ¿Cómo se siente entrar en la fase de
clasificación? ¿Confiado? ¿Nervioso?
—Un poco de ambas en realidad. —Se rió—. Estamos confiados, pero sólo
vamos a tener que esperar y ver cómo se desarrolla todo. Nuestro equipo está
preparado. Tenemos todos los recursos y un entrenamiento sólido. Espero que
lo logremos hasta la final.
—Y también el resto de los Chariot. —Ella guiñó hacia la cámara y luego
volvió a mirar a Becks—. Entonces, Becks, ¿a dónde irás? Hemos escuchado
informes de todas las ciudades. Todas las escuelas superiores te han ofrecido
oportunidades. Por supuesto, la mayoría de nosotros queremos que te quedes
aquí en Carolina del Norte, pero para un atleta exitoso como tú, las opciones son
ilimitadas.
Sostuvo el micrófono hacia él y se lamió los labios, asegurándose de rozar
su brazo con él. Muy sutil.
—Bueno, no sé —dijo Becks, dándole una de sus sonrisas asesinas—. Hay
un montón de grandes escuelas por ahí.
—Eres todo un amor —dijo Pinkerton—. Cualquiera de esas escuelas sería
afortunado de tenerte, por supuesto. Pero lo que nuestros televidentes quieren
saber es ¿cómo vas a elegir? Con tantas ofertas en la mesa, ¿cómo harás para
decidir cuál será la elegida?
Una vez más ella le rozó con su brazo, y de nuevo apreté los dientes. La
mujer tiene que tener por lo menos cuarenta años. El puma está fuera de su
jaula y se aprovecha de mi Becks. Es simplemente incorrecto.
—Tendremos que esperar y ver —dijo Becks con misterio.
—Ah, vamos, Becks. —A la mujer no se le puede decir que no—. Los dos
favoritos parecen ser Penn State y Ohio. ¿No podrías al menos decirnos a cuál te
inclinas más?
La idea que Becks se vaya tan lejos me hizo sentir enferma, y luego loca por
sentirme así. Incluso si Becks decide ir a Penn, que es a una gran distancia de
Duke, no importa cómo me sienta, como su amiga, como su mejor amiga,
debería apoyarlo, ¿verdad? ¿Verdad?
El Becks en la televisión negó.
—Ambos tienen grandes equipos y entrenamiento. Cada escuela que he
escuchado. Todo lo que puedo decir es esto: estoy buscando algo extraordinario.
Que tenga una chispa especial que ninguna otra tenga. Eso será lo que haga que
tome mi decisión.
—Bueno, ahí lo tienen, damas y caballeros. —Pinkerton tomó el balón y
corrió, al ver que no le daría más detalles—. Será la que tenga la chispa que
tendrá a Becks Kent pasando a través de las puertas. Tendremos la respuesta 108
qué escuela lo tiene en un par de semanas.
A medida que se fueron a comerciales, la apagué.
Tratando de parecer despreocupada, sintiendo otra cosa, repetí las
palabras de Pinkerton.
—Entonces, Becks —dije al silencio en el otro extremo—. ¿Dónde será?
—Hablamos de esto, Sal. —No podía verlo, pero sabía que estaba negando.
—Pero Becks…
—Lo sabrás cuando todo el mundo lo sepa.
—Pero soy tu mejor amiga —protesté.
—Sí —dijo Becks—. Y prometiste que no me preguntarías más sobre esto.
—Simplemente no veo por qué tengo que esperar —dije—. Al menos dime
algo. ¿Has decidido cuál?
—Tengo una idea —dijo Becks, lo que me decía nada—. ¿Aún no has
recibido tu carta de Duke?
—Qué manera de cambiar el tema, y no. No he oído.
—Entrarás.
Forcé una risa.
—No estés tan seguro. —Se necesitaría un milagro. Mamá estaba sola con
ingresos medios, e iba a necesitar una beca. Había trabajado en mis muestras de
escritura con mucha antelación, editándolo, perfeccionándolo, hasta que todo
brillaba. El problema era que no era la única aplicando a la especialización de
escritura creativa con nada más que un par de clubes, buenas calificaciones y un
sueño a su nombre.
—Lo lograrás —dijo Becks—. Sé que lo harás. Entrarás y escribirás tu
primer éxito en ventas.
He jugado a lo largo.
—Y tú estarás en un campo de fútbol en algún lugar, ganando tu tercera
copa del mundo.
—Y seguiremos siendo amigos —añadió Becks—. A pesar de todo, no
importa dónde estemos, no importa lo que pase, siempre seremos amigos,
¿cierto Sal?
Pensé en cómo lo había besado, la forma en cómo me devolvió el beso.
Pensé en cómo sostuvo mi mano, cómo ha estado allí siempre que lo necesito, el
poema que escribió del cual no supe nada hasta hace tan sólo unos días.
—¿Cierto? —insistió Becks.
—Sí. —Me ahogué—. Becks, me tengo que ir, ¿está bien?
—Bien, buenas noches, Sal.
—Buenas noches.
Colgué, completamente derrotada. Había pasado menos de tres semanas,
pero no podía seguir haciendo esto. El plan del novio falso ideal era bueno en
teoría, pero en la práctica era más problemas de los que podía manejar. Los
estragos que estaba causando en mi corazón eran demasiado. Tenía que hacer
109
algo y rápido. Becks lo entendería. Probablemente estaría aliviado, incluso
podría darme las gracias por ello.
Mañana, decidí. Slytherin o no, lo haría mañana. Lo que tenía que
averiguar era la mejor manera de hacerlo.
B
ecks no estaba feliz.
—¿Qué mierda, Sal?
Corrección, Becks estaba enojado.
Mientras me acercaba, él estaba recostado contra mi casillero, las piernas
rígidas, su rostro fruncido en un ceño desconocido. Solo vi eso en raras
ocasiones cuando no pasó una prueba (casi nunca) o cuando perdía un juego.
Esa expresión había sido resguardada por más de un año, pero era claramente
exhibida hoy.
Decidí jugar a la tonta.
—¿Cómo está todo, Becks? —pregunté—. ¿Tu tobillo está mejor?
—Mi tobillo está bien —dice severamente—, y yo también lo estaba hasta
hace unos diez minutos.
—¿En serio? —Miré al suelo, dando cada vez escasa atención a mi
combinación. Con Becks respirando en mi cuello, ya me había equivocado dos
veces.
110
—Uh, ¿sabes por qué?
La tercera vez abrió, y revolví para conseguir mis libros y salir lo más
rápido que pudiera.
—Ni idea, ¿eh? —Becks se me acercó, su voz en susurro—. Bueno, déjame
ver. Mi novia terminó conmigo, y ¿sabes qué? Ni siquiera tuvo el valor de
hacerlo en mi cara. Bastante mal, ¿no crees?
—Fingiendo —dije, antes de cerrar mi casillero. Con voz tranquila, volteé y
le dije—: Fingiendo ser tu novia, Becks. Íbamos a terminar esto en un par de
semanas. ¿Cuál es el problema?
Me mira fijamente, y levanta su teléfono.
—¿Un mensaje de texto, Sal?
Me estremezco.
—―Novio falso, el plan no está funcionando. Quiero romper antes. Soy yo
no tú‖ —me recita Becks el mensaje como si pudiera haberlo olvidado.
Si como no.
Miré mis manos. Ellas temblaron por un minuto después pulsé enviar.
—¿Entonces? —Su tono y sus ojos demandaban una explicación.
No tenía ninguna, o al menos no una que quisiera decirle, así que en su
lugar dije:
—No quiero detenerte.
—¿Qué?
—Como dijiste, hay suficientes chicas aquí. —Me encogí de hombros y
comencé a caminar—. En el juego, me di cuenta de cuántas. La escuela ya va a
terminar. No está bien tomar ventaja así de ti.
—Pero sabías eso desde el principio —dijo, tratando de mantenerme el
paso. Ajusté mi paso, tomando en cuenta su tobillo, pero todo lo que realmente
quería era correr—. Y yo te permití tomar ventaja. ¿Qué cambió?
Hmm, déjame ver: me di cuenta que era una mala amiga, una
manipuladora y una Slytherin. Les mentimos a nuestros padres. Escribiste ese
poema. Nos besamos. Muchas cosas han cambiado, pero no podía decirle nada
de ello a Becks.
—Oye, Bally —dice Rick Smythe, dándole los cinco a Becks cuando
pasamos—. Voy por UCLA, amigo. ¡Vamos Bruins!
Becks asintió, pero su mirada estaba en mí.
—Bally —grita alguien—. ¡Ohio es el camino a ir, hombre!
—¿Qué hay, Bally? —Trent Zuckerman le da a las mejillas de Becks un
apretón con las dos manos, sonriéndome y luego siguiendo su camino.
—¿Cómo te están llamando? —murmuré. Estamos casi en la puerta de la
señora Vega. Si tan sólo pudiera mantenerlo alejado, tal vez desista.
—Nosotros —dice—. No yo, nosotros. ¿No recuerdas los nombres de
parejas de Clayton?
—No me digas —gemí.
—Al parecer Bally se está imponiendo. —Me jaló del brazo cuando
111
llegamos a la puerta—. Sal, necesito que me digas qué está pasando. ¿Hay algo
mal?
La preocupación en su rostro me hundió.
Lo empujé un poco fuera del pasillo, respirando profundo, sin saber qué
iba a decir, pero antes que pudiera hablar, Becks me hizo la pregunta más
ridícula.
—¿Es algo que hice? —preguntó—. ¿Algo que dije?
—Qué, no. —Me sorprendió—. No has hecho nada. Era sólo cuestión de
tiempo.
—¿Es por él? ¿Tu chico por fin abrió los ojos?
—No te entiendo.
—Jesús, ¿tengo que decirlo? ¿Sal, me estás dejando por la competencia o
qué?
Ah, pensé con una claridad repentina. Mi inventado flechazo.
Podría haberme reído de su hosca expresión si no me sintiera como una
idiota por ponerlo en esta situación. Bueno, eso explica su amargura, aunque es
realmente irónica porque la competencia de Becks es él mismo.
—Escúchame. —Tomé su rostro entre mis manos, mucho más amable que
cuando vi a Zuckerman hacerlo, y lo miré a los ojos. Le debo tanto—. No es nada
de eso. No es una competencia, Becks. Ni siquiera creo que le guste más.
Mentirosa, Mentirosa, me la quieres meter entera. Mi mente me lo dice
una y otra vez, pero ¿desde cuándo la escucho? Estos días he sentido que he
nacido para mentir.
—Me he sentido culpable últimamente —continué—. Eso es todo. —Por lo
menos la mayor parte.
—Pero, Sal —dijo, usando el mismo tono razonable—, el trato fue un mes.
Tú misma lo dijiste, no va a ser tan creíble de lo contrario. Además, ¿de verdad
la gente nos va a creer? ¿Si nos separamos, así por así, sin una buena razón?
Porque no lo creo. Hemos hecho nuestro trabajo demasiado bien. Las personas
nos adoran juntos.
Para reforzar sus palabras, la morena bonita del partido del martes caminó
hacia nosotros y le entregó un sobre rosado a Becks.
Con una brillante sonrisa, me dijo:
—No hay resentimientos, ¿cierto? Hombre, estás de suerte.
La sonrisa que le di debió haberla impresionado porque la chica dio un
paso atrás. Bien, pensé. Igual que Hooker dijo, trayendo su primera proposición
a Becks luego de tratar de llamar su atención en medio del juego. Quiero decir,
¿quién hace eso?
—Sí, lo estoy. —Dejé caer mis manos, pero me mantuve cerca. No quería
darle mucho espacio. Podría tratar de quitarse la camisa por su cabeza, con la
esperanza que Becks me dejara por sus bonitos dientes y excesivo busto. Sí, no
hoy, corazón—. Y no soy un hombre.
112
—Oh, sé eso. —Rió nerviosamente—. Sólo quería asegurarme que tuvieran
su invitación. La fiesta del próximo sábado es en mi casa, celebraremos después
de la victoria. Hasta luego, Bally. Espero que lo puedan lograr.
Con eso, giró en sus talones y se escabulló. Era una buena jugada, añadir el
nombre de nuestra pareja, pero no había duda en la invitación y la mirada
coqueta que lanzaba por encima de su hombro cuando se iba.
—Eres realmente buena en ello.
Con un sobresalto, regresé mi mirada a Becks.
—¿Buena en qué?
—Jugando a la novia celosa —dijo, con los ojos entrecerrados—. Si no te
conociera, diría que estás realmente celosa.
Forcé una sonrisa.
—Bueno, técnicamente, sigues siendo mi novio hasta donde ella sabe.
Estudió mi rostro, y tuve miedo de haber llegado muy lejos.
Traté de no inquietarme.
Finalmente, Becks pasó su mano por su cabello y dijo:
—Sal, esto no va a funcionar.
—¿Qué cosa? —pregunté.
—No veo por qué deberíamos detenernos. Sólo sería un par de semanas
más antes de terminar. Si Mercedes nos está invitando a su fiesta, eso es…
—Espera —dije—, ¿su nombre es Mercedes? ¿Igual que el auto?
Becks asintió.
—Sí, es de último año, también acaba de ser transferida este año. Está
comprometida a celebrar una fiesta cada vez que ganamos en las regionales.
—Qué generosa. —Me molestó lo mucho que Becks sabía de ella.
La campana sonó.
—Escucha, Sal —dijo Becks—. Tenemos que hacer algo más grande y
público. Esa es la única forma que alguien nos crea una ruptura. Vamos a
mantenerlo en marcha hasta la fiesta de Mercedes.
—Pero…
Tocó mi mano, y lo vi negar.
—Va a ser el lugar perfecto. Créeme. Además, esto nos dará más tiempo
para hacerlo más fácil a la gente involucrada.
—Pero qué si tú quieres…
—Vamos hablar de ello más tarde, ¿está bien? —Bajó su cabeza y me miró a
los ojos—. No más terminar por medio de mensajes de texto, ¿de acuerdo?
Renuente, asentí. Supongo que Becks no le gustaba que rompieran por
teléfono, ni siquiera una novia falsa.
—Está bien, pero vamos a hablar. Como dije, Becks, no quiero contenerte.
—No lo haces. —Me sonrió, apretó mi mano y luego siguió trotando.
Tal vez tenía razón, pensé, caminando a la primera clase. Soltar esto así
como así tal vez no sea la mejor idea. Aunque el mensaje de texto
113
definitivamente fue un error, pude haber salido rápido y sin lastimarme.
—¿Problemas en el paraíso?
Hooker me estaba esperando en la puerta.
—No —dije, caminando junto a ella, y me siguió—. Becks acaba de ser
invitado a una fiesta.
—Oh. —Hooker sostuvo su propio sobre color rosa—. Quieres decir, ¿esto?
Mercedes era la única con las invitaciones, ¿cierto?
—Sí —murmuré, recordando la mirada que le dio a Becks. Eso hacía que al
menos una chica disfrutara nuestra ruptura. Probablemente lo abordaría antes
que se fuera de la fiesta.
—¿Sabes lo que significa?
Suspiré y negué.
La sonrisa de Hooker se amplió.
—Ha pasado un tiempo desde que nos presentamos, Spitz. Creo que esta
podría ser la oportunidad perfecta de llamar al antiguo Stetson.
Mi estado de ánimo mejoró.
—¿Eso crees?
—Es la tradición. —Había un extraño brillo en su mirada—. Además, es
nuestro último año. Tenemos que hacerlo.
Podía sentir mis ojos brillar también.
—¿Qué escena?
—Sabes cuál escena.
Lo sabía.
—¿Recuerdas tus líneas? —pregunté, sonriendo.
Puso sus ojos en blanco.
—¿Tú sí?
—Sí —dije justo cuando sonó la campana por última vez y la señora Vega
llamó a Hooker.
—Genial —dijo Hooker, enderezándose—. Es mejor que te prepares, Spitz.
La última vez antes de la graduación, necesitamos hacerlo bien.
El pensamiento me hizo sonreír hasta Alemania.
A medida que los días pasaban, incluso pensando en la idea de arruinar la
fiesta de Mercedes mi ánimo no podía mantenerse. Los profesores mantenían
ocupado a Becks, diciéndole qué escuela escoger, dónde debería ir. La mayoría
quedaba tan lejos; que me daban ganas de llorar o golpear alguien. Cuando el
señor Pulaski le sugirió a Becks jugar en el extranjero, consideré seriamente
darle un puñetazo en la cara.
Si nuestro plan era facilitar a la gente la idea de no estar juntos, él estaba
haciéndolo difícil. Realmente difícil. No podía entenderlo. Siempre que
empezaba el tema de nuestra ruptura, sólo lo cambiaba y me decía:
—Como dije, en grande y en público. Podemos hablar de ello más tarde. 114
Pero nunca lo hicimos.
Lo peor es que después de hablar, Becks subió su juego de novio falso a la
enésima potencia, me tomaba más de la mano, más besos en la oreja. Me llevó a
ver una película, me invitó a pasar el rato en su casa, vino a ver televisión a la
mía. Nada de esto era nuevo. Habíamos hecho todas estas cosas durante años,
pero había una gran diferencia.
Siempre me estaba tocando de alguna forma, mi mano, mi cintura, mi
rostro. No era que no me gustara. No había un solo nervio en mi cuerpo que no
le respondiera. Él no tenía idea de lo que esos pequeños toques me hacían, y ese
era el problema. Eso no tenía que significar lo mismo para Becks. Él siempre
jugaba una parte, y él lo disfrutaba demasiado. Una persona solo podría
soportar unos cuantos toques de Becks antes que su mente se fuera al lado
oscuro. La idea de mantener a Becks como mi novio falso por siempre me había
pasado por la cabeza. Necesitábamos terminar esto. Ya.
Hooker me llamó el sábado para refrescarme las ideas.
—¿Practicaste?
—No necesito hacerlo —dije, rizando el último rulo de mi cabello. Me había
hecho el cabello sexy otra vez. Si iba a romper con Becks, por lo menos debería
lucir bien mientras lo hacía.
Resopló.
—Tampoco yo. Cícero debe recogerme en pocos minutos, y luego le vamos
a pasar encima. Mercedes no va a saber qué la golpeó.
Envolví mi cartera alrededor de mi cintura y metí mi polvera negra.
—Bueno, te veré ahí.
—Estate lista —me advirtió Hooker—. No quiero que nos veamos estúpidas
ni nada por el estilo.
Agarrando mi Stetson, no pude evitar sonreír ante eso.
—No te preocupes. Estaré lista.
—¿Vas a llevar el bigote?
—No, ¿y tú?
—Por supuesto. ¿Tienes miedo que Becks te deje si ve algún vello crecer en
la parte superior de tu labio?
—No —dije, respirando profundo. Nuestro acto no era el único de esta
noche—. Nos vemos luego, Hooker.
—Te estaré esperando. Y no olvides tu pistola.
En eso tomé nota, y colgó.
Mamá me detiene en la cocina.
—¿Qué es ese atuendo? ¿Tú y Hooker...?
—Sí —dije—. Es la última vez antes de la graduación.
—Ustedes dos se divertirán. —Negó, mirando por encima—. ¿Becks
también va ir?
Tragué.
—Sí. 115
—¿Sabe lo que están planeando?
—Aún no.
—Bueno, dile que dije hola.
—Bien, mamá. —Todavía me miraba con diversión. Dios, sabía que no debí
aplicarme esa capa extra de máscara de pestañas—. ¿Luce mal o algo por el
estilo?
—No. —Mamá niega, una pequeña sonrisa en sus labios—. Luces genial.
Sólo que estoy segura que Becks no podrá mantener las manos quietas. No
importa la edad que tengas y cómo tu cabello luzca. Sigues siendo mi bebé.
Mamá obviamente no era fan del cabello sexy.
—No estoy lista para ser abuela —añadió—. Aunque Becks sea un buen
chico.
—Te amo, mamá. —Me despedí con las manos mientras fui hacia la puerta,
sintiendo culpa. Esperanzada que ella todavía pudiera pensar en Becks como un
gran chico después que termináramos.
Habíamos decidido encontrarnos en casa de Becks para ir juntos a la
fiesta. Cuando llegué a su entrada, me senté en el auto unos segundos después
de apagar el motor. No sabía cómo iba a romper con Becks, si tenía un plan o
no. Pero hoy era el día. Después de esta fiesta, Becks y yo ya no seríamos novio y
novia falsos. Sólo volveríamos a ser amigos. Considerando todo el estrés que
había estado sintiendo, el pensamiento debería hacerme sentir feliz, pero no lo
hacía.
Clayton me abrió la puerta.
—Oh, Dios mío —jadeó, sonriéndome, su mano en el pecho. Su mirada
estaba concentrada en mi Stetson, la sonrisa en su rostro de oreja a oreja—.
Creo… creo… que tengo… un ataque al corazón.
Levanté mis cejas, y rió un poco más.
—Sally, debes dejar de venir aquí con esos atuendos. —El rostro de Clayton
estaba rojo como una remolacha mientras trataba de contenerse—. Sin
embargo, me encanta tu cabello.
Becks rodeó a Clayton. Me dio una buena mirada y suspiró.
—Eso es porque es hermosa y tú un pervertido. Vámonos, Sal.
Dejé que me llevara hacia el auto, apenas escuchando las protestas de
Clayton. ¿Becks realmente me había llamado hermosa? Tengo que comenzar
arreglarme así el cabello más a menudo.
No hablamos mucho de camino a la casa de Mercedes. Becks se quedó
mirando mi atuendo y negaba, pero yo seguía desconectada debido al último
comentario. Cuando finalmente llegamos a la calle, la casa era inconfundible. La
había decorado con serpentinas verdes y blancas, y la fila de autos estacionados
alrededor de la manzana. CHS había ganado, por supuesto. Aun con Becks
afuera, habían jugado bien, y Ash los había llevado a la victoria tres a uno.
—Pura suerte —dijo Becks, y subí las gigantes escaleras de dos pisos. La
puerta estaba abierta, por lo que pude escuchar la música hasta aquí—. Si
Stryker hubiera estado prestando atención, ellos nunca hubieran anotado en 116
primer lugar.
—Creí que habías dicho que lo hizo bien.
—Bien —repitió—. No es bueno. Ahora, ¿tú y Hooker realmente van hacer
esto? ¿Otra vez?
Me detuve, y me enfrenté a él.
—No lo hemos hecho al menos en dos años.
—Lo sé, pero ¿por qué?
—¿Por qué no? —repliqué. Dando un paso atrás, alzando mis brazos—.
¿Cómo me veo?
Sonriendo, alzó la mano y presionó mi Stetson asegurándolo más en mi
cabeza.
—Te ves bien y lo sabes, Sal.
Cumplido número dos. Esta noche está yendo mucho mejor de lo que
había predicho.
Cuando entramos, Becks fue recibido de forma habitual. Todo el mundo
quería decirle hola y darle palmadas en su espalda. A pesar que tuvo que estar
en la banca, todo el mundo sabía que el equipo no habría llegado donde estaba
sin Becks, y que estaría devuelta para el siguiente juego.
—¡Oh Dios mío! —Mercedes apareció, con su largo cabello ondeando ante
una brisa invisible, llevando un vestido verde que parecía pintado—. Estoy tan
contenta que pudieran venir. Teniendo a Bally aquí esto va hacer más que épico.
Dejando de ser llamados Bally, me corregí mentalmente.
Antes que pudiera recobrarme, la música se cortó bruscamente y oí una
voz detrás de mí.
—Bueno —arrastró las palabras, llamando la atención de todos en la
habitación—. No pensé que te tenía.
Poco a poco, me di la vuelta, diciendo la línea que he dicho todos los días.
—Soy tu Huckleberry.
Hooker hizo una mueca, abriendo sus ojos cómicamente.
Sonreí.
Su reacción fue perfecta. El polvoriento saco negro, el cincho rojo de la
pistola en su cadera, el bigote, su acento, todo estaba impecable. Estábamos en
el papel, ambas queríamos hacer este último en el estacionamiento. Mercedes
estaba equivocada. Bally no haría épica esta fiesta. Doc Holliday y Johnny Ringo
para tener un duelo a muerte, ellos se robarían aquí el espectáculo.

117
H
ooker nunca podría haber muerto mejor.
A medida que caía gimiendo y asfixiada, se aseguró de caer a los
pies de Mercedes, casi tirándola en el proceso. Nuestra anfitriona
parecía a punto de desmayarse. Cuando terminó, después que Johnny Ringo
(Hooker) había tomado su último aliento y Doc Holliday (yo) soltando la última
línea que no era ningún tipo de margarita, hubo un momento de silencio.
Hooker y yo no le prestamos atención. Hicimos una reverencia, y la mitad de la
sala estalló en aplausos, la otra mitad seguía luciendo como ―¿qué diablos?‖.
Tombstone estuvo en la televisión todo el tiempo, pero la mayoría no lo había
visto.
—Hombre, me encanta Tombstone. —Trent Zuckerman fue uno de los
pocos que lo notó—. Fue como la mejor película de la historia. Lo has hecho muy
bien, Lillian.
—Gracias —dijo Hooker, quitándose el bigote.
—Me refiero a realmente bien. —Luego trató de hacer un acento sureño—.
Soy tu Huckleberry. Hombre, eso fue impresionante. Ustedes dos son como
leyendas. 118
Hooker y yo nos miramos. Sonó más como un chico de Cali, y él ni siquiera
consiguió decir la línea bien.
—Tengo que ir a buscar a Cícero. —Hooker rió, dando la vuelta para irse—.
Buen trabajo, Doc.
Sonreí. Cícero era el último chico de juguete de Hooker, un estudiante
griego de transferencia.
—Tú también, Ringo.
Trent se movió para seguirla, llamándola.
—Oye, Lil, ¡espera!
Parece que Zuckerman tenía un flechazo. Me preguntaba si era el vello
facial o el acento de Hooker.
—¿Qué pasa con esa película? —Cuando miré hacia atrás, Becks negaba,
mirando hacia Trent con el ceño fruncido—. No lo entiendo.
Le di unas palmaditas en el hombro.
—Está bien. No es nada contra ti.
—Sal, sé que tienes una cosa por ese tipo Kilmer, pero esa película apesta.
Es por eso que nadie la ha visto.
—No es así —discutí, retirando mi mano—. Y la gente no la ha visto porque
esa es la definición de un clásico. Val estuvo impresionante como Doc Holliday,
y las líneas en la película eran increíbles.
—Pero él es viejo —se quejó Becks.
—Es un gran actor.
—Sí, pero tiene como tres veces tu edad.
Me encogí de hombros. Val era Val.
—¿Qué pasa contigo y los mayores? —Sonrió—. En primer lugar ese tipo
Lucius, ¿luego Kilmer? Estoy viendo un patrón aquí, Sal.
Mis mejillas se calentaron. Sabía que nunca debí haber hablado de mi
enamoramiento por Lucius.
—No es su edad.
—Entonces ¿qué? —preguntó.
Dejé a un lado mi vergüenza y levanté la barbilla.
—Quizá sólo es una cosa por los chicos con acentos. Nadie hace un acento
sureño tan sexy como Val.
—Así que es la voz, ¿eh? —Becks levantó las cejas y sonrió. En una perfecta
imitación de Doc, dijo—: Soy tu Huckleberry.
Lo miré boquiabierta.
—¿Cómo estuvo? —Cuando no dije nada, inclinó su cabeza—. Sal, ¿estás
bien? No fue tan malo ¿verdad?
Estaba perdida. Él no podía saberlo. Era una de las pocas cosas que no le
había contado a nadie, ni siquiera a él. Mi voz desapareció en el momento que
pronunció las palabras. Era mi línea favorita de toda la película, y lo había
hecho tan bien, demasiado bien. A pesar que no se utilizó en una película 119
romántica, el sentimiento siempre sonó como una promesa a mis oídos. Soy tu
Huckleberry. Soy lo que estás buscando. Yo. Soy. Para. Ti. Siempre soñé con
que alguien me lo dijera. Si no hubiera estado enamorada, esas palabras
viniendo de sus labios me habrían hecho estarlo.
—¿Sal?
Forzando una risa, el corazón en la garganta, le dije:
—Perfecto. Eso fue… sí, perfecto.
—Me alegro que lo apruebes.
Tenía miedo que si me quedaba vería lo mucho que lo aprobaba. El brillo
en sus ojos decía que ya lo hacía.
—Necesito una bebida. ¿Quieres una? —No esperé una respuesta.
Caminando en línea recta hacia la mesa de comida, agarré una botella de
agua y bebí. Becks superó a cualquier otro chico que había conocido, y ahora
incluso superaba a Val en su propio juego. Era triste, pero Doc Holliday no
podía con él. Ahora cada vez que viera la película, sería la voz de Becks la que
escuchara, no la de Kilmer. Tomé otro trago de agua.
Cuando Priscilla se puso detrás de mí, casi me ahogué.
—¿Te ha dicho? —Me di la vuelta para enfrentarme a ella, lagrimeo en sus
ojos—. Necesitamos la historia, Spitz. Si no podemos conseguirla en exclusiva,
pondrán nuestros papeles en el mapa.
—¿Qué?
Puso los ojos en blancos.
—¿Becks a qué universidad irá? Eres su novia, por lo que te debe haber
contado, ¿verdad?
Negué.
—No, le pregunté, pero se negó a decirme.
—Bueno, haz que te diga.
—¿Cómo?
—Buen Dios, Spitz, ¿eres lenta o algo? —Me dio un golpe en el pecho con
sus afiladas garras—. Utiliza tus armas femeninas para conseguir que te lo diga.
Parpadeé.
—¿Femeninas qué?
—Dile que no tendrán sexo a menos que te diga.
—Nosotros no… quiero decir, Becks y yo nunca he… —farfullé.
—Ahora bien, eso no parece justo. —Ash alcanzó a meterse entre nosotras y
agarró una botella. Mirándome al rostro, agregó—. Spitz no es el tipo de chica
que hace eso sólo para meterse en la mente de un hombre.
—No hay nada que hacer —le dije con los dientes apretados.
—En ese caso... —Se volteó hacia nuestra editora del mal—. Priscilla, creo
que vas a tener que pensar en un nuevo plan. Suena como que ella y Becks
todavía tienen que pasar a la acción. 120
Mejillas calientes, los miré a los dos.
—Eso no es asunto tuyo.
—No me importa cómo lo hagas —se burló Priscilla—. Obtén la
información. La quiero antes que nadie, ¿entendido?
Pasó su melena rubia por encima de su hombro y se pavoneó a medida que
se alejaba, taconeando fuertemente contra el suelo de madera.
—Suena como que realmente quiere la historia —dijo Ash.
Lo miré.
—Bueno, yo también. Becks simplemente no me lo dirá.
—Tampoco le ha dicho a ninguno del equipo. Creo que Crenshaw podría
inclinarse por Penn.
—Hmm —dije, sin comprometerme.
—¿Sabes a qué escuela irás?
—No, aún no. ¿Tú?
Ash sonrió.
—Todavía tengo un año más para pensar en ello.
—Oh, sí, se me olvidaba —dije, sonriendo—. Todavía eres un junior.
Disfruta de estos momentos mientras puedas, chico. Serás una persona mayor
muy pronto.
Negó, sus ojos fijos en los míos.
—No soy tan joven.
—Sí, claro —bromeé—. En comparación a mí, eres prácticamente un bebé.
—Ya sabes, siempre he tenido debilidad por las mujeres mayores.
No fue lo que dijo, pero la mirada que me dio me hizo sonrojar.
Ash se limitó a sonreír.
—Eres tan fácil, Spitz.
Me reí de mí misma. Por supuesto, no era más que una broma. Los chicos
no me ven de esa manera, y al único que quería actualmente está al otro lado de
la habitación, sentado en el sofá, consiguiendo que sus mejillas sean frotadas
por una fila de personas que se habían formado en algún momento después que
me fui. Era como si estuviera en un zoológico de mascotas, y Becks fuera la
atracción principal.
Ash siguió mi mirada.
—¿Realmente piensa que eso funciona? ¿La cosa de no afeitarse?
—Supongo que sí. —Me encogí de hombros cuando un chico dio un paso
más y le plantó un beso apasionado en la mejilla. Si Becks se volviera de esa
manera, podría estar preocupada. Era un tipo muy bonito. Como era, sonreí
cuando Becks trató de no parecer demasiado incómodo—. Es un gran jugador,
pero también es supersticioso. Tres días antes de un partido significa sin
afeitarse.
—Eso es una estupidez.
121
Lo miré fijamente.
—Ganaron ayer, ¿verdad?
—Sí —dijo Ash—. Porque somos buenos, no por una estúpida barba.
—Traté de decirle eso.
—Adivino que tú y yo somos los únicos que pensamos de esa manera. —
Hizo un gesto hacia donde estaba sentado Becks—. Todo el mundo parece
creerlo.
Miré y vi a Mercedes sentada en el regazo de Becks. Estaba pasando su
mano por el cabello y mirándolo fijamente a los ojos, apretándose contra su
pecho en su vestido demasiado ajustado. La vista me hizo enfurecer. ¿Qué se
creía esa cualquiera?
—Parece que alguien está tratando de robarte a tu hombre, Spitz. Mejor ve
allá y reclama lo que es tuyo.
La ira en mi pecho se desvaneció, estableciéndose en mi estómago como
un peso muerto. Becks no era mío, no realmente, sólo para fingir. En algún
momento de esta noche, después de nuestra ruptura, ni siquiera sería eso.
—Él no es mi hombre —le dije con tristeza.
Ash no parecía muy convencido.
—¿No lo es?
Negué.
—Bueno, te mira como si lo fuera.
Mirando con atención, vi que Ash tenía razón. Becks me estaba mirando
desde el otro lado de la habitación, con un rostro ilegible. A medida que se puso
de pie, Mercedes se agarró de su cuello y decidí tomarme un descanso.
—Hasta más tarde, Ash —dije, y caminé rápidamente a través de la gente y
entré en la primera puerta que vi.
Era un baño, el escondite perfecto.
Coloqué el seguro, y miré alrededor.
Parecía uno de esos lujosos baños que encontrarías en un restaurante de
alto precio. En serio, había una pequeña tumbona, dos sillas, baño, ducha,
bañera de hidromasaje, pastillas de menta, perfumes, jabones de tocador, geles
y lociones, cualquier cosa que necesitabas. Una persona podría vivir en el baño
de Mercedes, y haré justo eso, al menos por un tiempo.
Ya me había lavado la cara, utilicé un poco de loción suave y sedosa, y comí
cinco pastillas de menta cuando llamaron a la puerta.
—Está ocupado —dije, metiendo otra menta en mi boca.
—Sal, soy yo. ¿Puedo entrar?
Con los ojos muy abiertos, escupí la menta cayendo en la basura. Cuando
abrí la puerta, Becks estaba de allí de pie, apoyado en el marco de la puerta.
—¿Sí? –dije.
—¿Qué estabas haciendo allí dentro? —Mirando más allá de mí, los ojos de
Becks se abrieron—. Vaya, es un muy lindo baño.
122
Crucé los brazos.
—¿Quieres algo? ¿Toalla, desinfectante de manos, mentas?
Me miró.
—Sólo quería asegurarme que estabas bien. Viniste aquí muy rápido.
—Estoy bien —dije—. ¿Dónde está Mercedes? Parece que podría querer
algo contigo luego que hayamos roto.
—Sí, no es broma —dijo—. Esa chica es implacable, Sal.
—Esa es una buena manera de decirlo —murmuré.
—Implacable —repitió—. ¿Estás enojada conmigo o algo así?
—¿Qué te hace decir eso?
—Estás mirándome como si quisieras atravesar mi pecho y dejar un gran
agujero.
—¿Sí?
—Sí —dijo Becks, levantando la barbilla—. Lo estás.
Traté de mirarlo diferente, pero creo que no lo logré. La imagen de
Mercedes sentada en su regazo estaba todavía allí, ardiendo claramente en mi
cabeza. No podía dejar de estar enojada con ella por lo que había hecho y con
Becks por lo que no hizo.
—Sabes, no es mi culpa que Mercedes se sentara en mi regazo.
—Sí, pero la podrías haber quitado de encima.
—Lo hice. Sólo que te fuiste muy rápido para verlo.
—Sin embargo no de inmediato.
Becks negó, pasándose una mano por la mandíbula sin afeitar.
—Simplemente no quería herir sus sentimientos, Sal. ¿Qué puedo hacer
para que estés feliz?
No dije nada. Probablemente era cierto, pero era una mala excusa.
—Tiene que haber algo que quieras —engatusó—. Haré lo que sea.
Lo observé con los ojos entrecerrados.
—Esa es una gran oferta.
—Me refiero, Sal, lo que quieras. —Levantó las manos—. Sólo por favor,
deja de mirarme así.
—Oigan, chicos, ¿ya casi terminan? Realmente necesito ir al baño.
Rick Smythe estaba haciendo lo que me gustaba llamar la danza pipi,
piernas apretadas de pie detrás de Becks, saltando de un pie al otro. Supe en ese
momento lo que quería. Volviendo, agarré una toalla y un par de cosas del
mostrador y luego salí del baño.
—Es todo tuyo —dije.
Rick dijo:
—Gracias, Bally. —Palmeó una mejilla de Becks y se contoneó en el
interior, cerrando la puerta tras él. 123
—¿Ya decidiste lo que quieres? —preguntó Becks.
Asentí, sonriendo ampliamente.
—Sígueme a la cocina, por favor.
—¿Estás segura que no quieres pensarlo un rato más?
—No.
—Eso fue rápido —murmuró Becks—. ¿Para qué es esa cuchilla? ¿Debería
estar nervioso?
—Un poco de miedo no le hace mal a nadie —le contesté, haciéndolo sufrir.
La gente entraba y salía, pero la cocina estaba casi vacía. Toda la comida
para la fiesta, la música, el baile, estaba en la sala, así que nadie se quedaba acá
por mucho tiempo. La casa era como todo lo demás en la casa: Enorme,
espaciosa y un poco detestable.
Buscando donde sentarme, había solo dos opciones, la mesa o la mesada.
Supongo que Mercedes había sacado todas las sillas antes de la fiesta. Dado que
estaría al lado del lavabo, me senté en la mesada. Becks era mucho más alto, así
que también ayudaba con la diferencia de altura.
—Sal, ¿qué estás haciendo? —Becks me miraba mientras intentaba
subirme. Era ya mi tercer intento.
—¿Qué parece que estoy haciendo? —bufé, saltando y volviendo a caer.
Pensándolo dos veces, esto no era tan buena idea. Estúpidos ricos y sus muebles
altos.
Suspiró, se acercó y me agarró de la cintura. Jadeé cuando me levantó y me
sentó de un solo intento, como si no pesara nada.
Había tenido razón. La altura ya no era un problema. De hecho, con las
manos de Becks todavía en mi cintura, estaba a solo centímetros de sus
hermosos ojos, mirándolo directamente, atrayéndome. Me encontré
acercándome, así que me alejé.
—Gracias —dije, mirando a otro lado y agarrando la crema de afeitar—.
Dijiste cualquier cosa, ¿no?
Becks asintió.
—Sí.
—Muy bien, quiero afeitarte.
—¿Qué? ―Bajó las manos, luciendo asustado.
Asentí, mirándolo a la cara.
—Tu rostro.
—¡Dios! —dijo, bajando los hombros—. No me asustes así, Sal.
—¿Qué pensaste? —Me reí—. ¿Tu cabeza?
Asintió.
—Estabas muy enojada.
—No, me gusta demasiado tu cabello. —Becks me miró fijamente, y me
reí—. ¿Vas a dejarme hacerlo? ¿Vas a dejarme afeitarte la barba? 124
—De verdad no te gusta, ¿no?
Esperé.
—Seguro. —Se encogió de hombros—. ¿Por qué no? Falta una semana
hasta el próximo juego. La suerte seguirá si no me vuelvo a afeitar después del
miércoles.
Poniéndome un poco de crema en las manos, le puse una buena capa en las
mejillas.
—No tiene nada que ver con la suerte, Becks. Ganarías incluso sin esto.
—¿Pero por qué arriesgarse?
Negué, y me enjuagué las manos en un bol lleno de agua a mi lado.
—Es que odio que no veas cuán talentoso eres. ¿Por qué no me crees?
—Quiero creerte, Sal. De verdad. Es sólo que no quiero correr el riesgo con
algo tan importante y perder. —Intentó mirarme a los ojos—. Si estuviera
equivocado las consecuencias serían demasiado dolorosas. ¿Entiendes?
Entendía. Así me sentía por mi amor por Becks. Realmente quería que él
sintiera lo mismo que yo, pero nunca correría el riesgo de perderlo como amigo.
Sería demasiado doloroso, casi que me mataría. ¿Cómo podría vivir sin Becks a
mi lado, para hablar o reír? Había demasiado en juego.
—Entiendo. —La luz se reflejaba en la navaja cuando la agarré, metiendo la
pierna derecha debajo de mí para ponerme más cómoda—. Sin embargo, sigo en
desacuerdo. Tú y yo sabemos que ganarías sin la barba, pero entiendo lo que
dices. ¿Estás listo?
—Sí —contestó.
—Vas a tener que acercarte un poco.
—¿Así? —Becks se acercó, a solo un cabello de distancia.
Se me secó la garganta.
—Así está bien.
Podía ver que sonreía a través de la espuma
—Escucha, nunca he hecho esto, así que vas a tener que quedarte muy
quieto.
—Sin moverse, entiendo. —Justo cuando iba a poner la cuchilla en su
mejilla, sonrió—. Qué buena canción.
—Becks —advertí.
Dejó de hablar.
Mientras llevaba la navaja a su piel, me di cuenta que tenía razón. La
canción era excelente, sintiendo el estado de humor perfecto, lento y vaga, llena
de emociones reprimidas. La voz tan grave del cantante, la cercanía de Becks,
toda la situación me dejaba expuesta. Nunca me había dado cuenta cuán intimo
era afeitar.
Mi mano tembló después de la primera pasada, dejado una larga línea
desprolija de piel desnuda. La tracé con la punta de mi dedo, mirando a Becks
cerrar los ojos. Era suave como la seda.
Su reacción me satisfizo de manera que no podía explicar. 125
La segunda pasada reveló más piel, y la siguiente incluso más. Un poco de
su pómulo, de su mandíbula. Traté de respirar estable, pero Becks no lo hacía
fácil. A pesar que lo prometió, se movió. Apenas, menos de un centímetro, pero
lo suficiente. Becks se acercaba cada vez que me inclinaba. Como si no pudiera
evitarlo.
Al igual que yo no podía evitar tocar cada parte nueva que descubría.
Estaba lo suficientemente cerca como para contar sus pestañas, para ver la
pequeña cicatriz en su ceja que se había hecho cuando se cayó de la bicicleta en
sexto grado. Había algo poderoso en el modo en que sus ojos seguían cada
movimiento que hacía. Después de esta noche, no podría volver a tocarlo así, así
que me estaba tomando mi tiempo. Extrañaría que fuera mi mejor amigo.
—Entonces —dije—, ¿ya elegiste la facultad?
Becks me miró.
—Bueno, bueno. Valía la pena intentarlo. —Pisszilla no iba a estar feliz,
pero tenía problemas más importantes—. ¿Cómo lo vamos a hacer? La
separación. Sé que dijiste que lo ibas a hacer en grande y en público. Queremos
hacerlo delante de la mayor cantidad de gente, ¿no?
Becks no podía decir nada. Estaba muy cerca de sus labios.
Dejando la cuchilla en el bol, le saqué el exceso de espuma y volví a
trabajar… y a divagar.
—¿Vas a romper conmigo? ¿O yo contigo? ¿Se supone que nos vamos a
pelear? Nunca lo hablamos bien, Becks.
—Sal —murmuró.
Dándome cuenta que me había olvidado de una parte, incliné su cabeza
hacia atrás y pasé la cuchilla por su mandíbula.
—Sal, no creo que debamos romper.
Me sorprendió tanto que se me resbaló la mano, e hizo una mueca.
—Oh, Dios —dije, agarrando la toalla, secando su corte. Era pequeño, pero
esos siempre eran los que más dolía—. Lo siento tanto, Becks. ¿Estás bien?
—Estoy bien. —Cubrió mi mano con la suya—. Me vivo cortando cuando
me afeito.
—Lo siento. —Saqué mi mano y lo dejé limpiarse la espuma que le quedó.
No lo pude haber oído bien—. ¿Qué dijiste? Becks, tú eres el que dijo que sería el
plan perfecto.
—Lo sé. —Dejó el paño al costado.
—Tenemos que dejar que la gente se entere. Esas fueron tus palabras.
—Lo recuerdo.
—¿Y bien? ¿Qué cambió?
Becks me miró a los ojos.
—¿De verdad te gusta mi cabello?
La pregunta me desorientó.
—No es horrible. 126
—Eres una malísima mentirosa. —Becks negó, acariciándome la mejilla—.
No creo que debamos romper.
—¿No?
—No.
Mi voz era súper chillona.
—¿Por qué?
—Bueno, hasta ahora la cosa del novio falso ha venido funcionando muy
bien. ¿No crees?
No podía hablar mientras se acercaba.
—Y hay ventajas.
Antes que pudiera preguntarle cuales, presionó sus labios sobre los míos.
Sus dedos en mi cabello, y la otra mano en mi cintura. Su boca era una cálida
caricia. Podía sentir su beso hasta los huesos. Su pasión me tomó por completo,
y mi amor por él se alzó para encontrarlo. Como olas rompiendo, nos
mezclamos, fundiéndonos uno en el otro. Era la primera vez que Becks me había
besado, de verdad, y por un par de segundos, no pude hablar. Me había quitado
el aliento.
—Becks —jadeé con los ojos cerrados, su frente contra la mía. Estaba tan
feliz que mi voz era inestable.
—¿Hmm?
—No puedo creer que hayas hecho eso.
Se rió.
—Yo tampoco.
Cuando abrí los ojos, los suyos todavía estaban cerrados y una sonrisa en
sus labios mientras jugaba con mi cabello. Giré la cabeza y vi el flash de una
cámara en la puerta.
—Oh. —Me alejé, mi corazón hundiéndose—. Ahora entiendo.
—¿Qué cosa? —preguntó.
—Fue por ella. —Cuando Becks siguió mi mirada, la chica saltó y salió
corriendo. Con cada ruido de sus tacones, sentía otra punzada—. Muy bien,
Becks. Fuiste muy convincente.
—Sí —respondió—, convincente.
—Fue por eso, ¿no? Lo que dijiste, el beso, sólo eras tú siendo un excelente
novio falso. —En mi mente, le estaba rogando que lo negara. Que me dijera que
estaba equivocada. Por favor, por favor qué esté equivocada—. Era sólo parte del
plan para convencerla.
Becks me estudió. Había un fruncido raro en su boca, pero desapareció
cuando sonrió.
—Claro que sí. Dios, Sal, no te preocupes tanto. ¿Estuvo mirando todo el
tiempo?
—No estoy segura —dije, mi sonrisa vacilante. Mis ojos se sentían
húmedos, pero no dejaría caer las lágrimas—. ¿Sabes? No me di cuenta que
teníamos audiencia.
127
Becks se encogió de hombros, sus ojos mirándome cuidadosamente.
—¿Si no por qué te besaría?
Eso dolió.
Bajando de un salto de la mesada, corrí hacia la puerta. Escuché a Becks
llamándome, pero no me detuve. Salir era la única opción. De lo contrario, me
vería llorar, y eso no iba a pasar, no por esto. No era estúpida. Ya sabía que
Becks no me amaba, pero que me lo confirmara, que me lo dijera tan
directamente después de ese increíble beso, no lo podía soportar.
Becks me agarró del brazo en el último escalón.
—Sal, ¿qué pasa?
No sabía si era su toque o la estúpida pregunta, pero algo me prendió fuego
por dentro.
Dándome la vuelta, dije todo. Mi frustración, mi rabia, mi amor, la verdad,
las palabras salían de mis labios como una cascada. Le dije cuán enojada estaba
que me besara sólo porque Mercedes estaba mirando, cómo quería que fuera mi
novio real, no falso, como lo había amado durante toda mi vida y cuán idiota era
por no darse cuenta. Le dije todo lo que había tenido miedo de decirle por tantos
años.
Y por supuesto, se lo dije todo en alemán.
Siempre que me enojaba, hablaba en mi lengua nativa. Había algo
liberador en decirle todo en voz alta, sin miedo y restricción, y saber que ni
Becks ni nadie alrededor entendían lo que decía. Y había mucha gente. Media
fiesta parece habernos seguido, mirando cómo despotricaba contra Becks como
una loca.
Cuando terminé. Apenas podía respirar, y Becks estaba más sorprendido
de lo que alguna vez lo había visto.
—Sal… —Se me acercó de nuevo, pero me alejé.
—No, Becks. —Volví a hablar en inglés. Quería que esta vez me
entendiera—. Ya no puedo seguir haciendo esto. Basta, ¿está bien?
—Pero, Sal, yo...
—Se terminó. —Negué. Él quería algo grande y público, y la multitud
seguía cada palabra, el silencio era tal que se podían oír los grillos. Supongo que
su cumplió su deseo—. Sólo... se terminó.
Me volteé para alejarme y me choqué contra Ash Stryker. Me estaba
mirando fijamente, con una cara rara. Supongo que debería empezar a
acostumbrarme a que la gente me mire así.
—Lo siento —murmuré, rodeándolo, yendo hacia Hooker. Estaba
boquiabierta, casi tan devastada como yo—. ¿Puedes llevarme a casa?
Inmediatamente me prestó atención. Mirando a Becks, cruzó su brazo con
el mío y dijo:
—Claro, Spitz.
Hooker me alejó de la multitud y fui feliz. En ese punto, su brazo era lo
único que me mantenía en pie.
128
El plan del novio falso quedó oficialmente nulo. De hecho le había dicho la
verdad a Becks, en una lengua que no podía entender, pero se lo dije. El lunes
todo volvería a la normalidad, ya sin Bally, sin mentiras, sólo Becks y yo como
siempre: mejores amigos. Era algo bueno, excelente, un alivio.
Entonces ¿por qué me sentía como si me hubieran dado un golpe en el
pecho?
H
ubo un suave golpe en la puerta.
Me quejé, enterrándome más en las sábanas. Mi cama era un lugar
seguro, mi capullo, y no iba a dejarlo hasta que alguien me
obligara.
Escuché la puerta abrirse lentamente, pasos en la alfombra, sentí mi peso
moverse cuando alguien se sentó a mi lado.
—Sally, ¿estás bien? —La voz era suave—. ¿Qué pasa, cariño?
Oh nada, mamá. Mi corazón es como un gran cardenal, pero aparte de
eso todo está perfecto.
—Sólo cansada —murmuré.
—¿Algo sucedió anoche?
—Mmmm. —Me giré en mi costado, dándole la espalda. El recordatorio de
anoche era como poner un cincel contra ese cardenal y presionarlo, con fuerza.
No quería que me viera romperme bajo la presión.
—¿Sally? —dijo, colocando una mano en mi espalda. Un par de lágrimas se 129
escaparon por la preocupación que escuché ahí—. Sally, Becks está abajo.
—¿Qué? —Aparté el cobertor de mi cabeza con pánico, girándome para
mirarla. ¿Por qué estaba aquí? No podía dejar que me viera así. Arruinaría
todo—. No puedes dejarlo subir, mamá.
—¿Por qué no? —Su dolorosa expresión era conocedora. Demasiado tarde
recordé cómo debía verme, con los ojos rojos e hinchados de llorar, las mejillas
manchadas de lágrimas.
—No… —Mi voz se rompió, luego volvió a salir en voz baja, con la garganta
cargada de lágrimas—. No quiero verlo.
—Oh, cariño. —Me abrazó con fuerza—. Está bien. Lo que sea que haya
pasado lo superarán. Siempre lo hacen.
Negué, envolviendo mis brazos a su alrededor.
—Lo que sea que haya hecho —continuó—, no puede ser tan malo,
¿verdad? Tú y Becks siempre están bien juntos.
Qué amable de su parte que asumiera que era culpa de él, pero lo único
que Becks hizo fue decirme la verdad.
¿Por qué más te besaría? Cerrando los ojos, mi corazón dio otra dolorosa
patada. Nunca olvidaría lo que dijo. Por mucho que me matara, necesitaba dejar
de pretender y comenzar a enfrentar los hechos.
—Estamos mejor como amigos. —Odié las palabras tan pronto como
salieron de mi boca.
—¿Estás segura? —Mamá se inclinó hacia atrás, dejando las manos en mis
hombros—. Sally, tal vez…
—Estoy segura. —Traté de darle fuerza a las palabras—. Becks y yo
terminamos, mamá. Será mejor de esa forma.
Peinó mi cabello.
—Pero Sally, era tu primer novio, tu primer amor.
Una de dos no estaba tan mal. Ella no sabía que mi primer novio de hecho
no era ningún novio, sólo un chico ayudando a su desesperada y torpe mejor
amiga. Mi pecho se apretó.
—Lo superaré.
—Eso es cierto —añadió mamá con entusiasmo, cambiando tácticas—.
Habrá otros chicos. Estarán haciendo fila, sólo espera.
Eso me sobresaltó. Había terminado las cosas del novio falso hace menos
de veinticuatro horas, y ella ya estaba de nuevo en el modo emparejamiento. La
idea de salir con alguien más aparte de Becks, novio falso o no, me daba
nauseas.
—Creo que voy a tomármelo con calma con los chicos, mamá. Mi corazón
está un poco frágil ahora mismo. —Más como destrozado—. Necesito tiempo
para recuperarme, ¿sabes?
—Bien —dijo de mala gana mientras se paraba de la cama. En la puerta, se
detuvo y miró por encima de su hombro—. ¿Qué debería decirle a Becks?
Me encogí de hombros, tensa.
130
—Muy bien, me encargaré. —Justo antes de cerrar la puerta, con los ojos
suavizados, mamá añadió—. Lo que dije lo dije en serio, cariño. Habrá otros
chicos. No rompas tu corazón para siempre por este primero, ¿bien?
Tragué.
—Intentaré no hacerlo.
Una vez que se fue, me volví a tirar a la cama, mirando el techo. Mamá de
verdad no entendía. Becks no era sólo el primero. Era el primero, el último y
todo el resto en medio. No quería a nadie más. Becks era todo para mí. Por
mucho que doliera ahora, esa era la forma en que siempre había sido y siempre
sería. Aun así no importaba cómo me sentía, estábamos destinados a ser nada
más o menos que amigos. Había hecho las paces con eso antes, y lo haría de
nuevo. Tendría que hacerlo de nuevo. Era la única forma de tener a Becks en mi
vida, eso era.
Salté cuando mi teléfono sonó en la mesa de noche.
Alcanzándolo, lo abrí y leí un mensaje de Becks.
¿Estás bien? Decía.
Respiré profundo y escribí.
Claro que sí :D
Incluso con un emoticón, Becks no se lo creyó.
Mentira. Sal, ¿por qué no me recibiste?
Cerrando los ojos, decidí: sólo hay una forma de hacer esto. Esta vez dejé
que mis dedos mintieran por mí.
Sólo una actuación para mamá. Tenía que hacer que la ruptura
se viera real, ¿no?
Unos momentos después, llegó un mensaje de Becks.
Claro… ¿te veo en la escuela mañana?
Suspiré, feliz de que dejara el tema.
Claro. Adiós, Becks.
Adiós, Sal…
Cerré el teléfono, pasándolo de una mano a otra, esperando ser tan
convincente en persona.
Al día siguiente me bañé, me puse ropas nuevas y limpias, y llegué a
tiempo a la escuela antes de clases. Mis entrañas eran un desastre, pero pensé
que me las arreglaría para ocultarlo muy bien.
—Entonces —dijo Pisszilla, dándole golpecitos a su teléfono frente a ella—,
¿lo conseguiste, Spitz?
—¿Conseguir qué? —pregunté.
Alzó una ceja.
—La universidad. Conseguiste el nombre antes de esa vergonzosa escena
en el patio de Mercedes, ¿o Becks echó tu pobre trasero antes que tuvieras
oportunidad? 131
Me sonrojé. Por supuesto Pisszilla sacaría algo así, justo enfrente de todos
en el diario, donde provocaría más humillación.
—¿Estás sorda? —dijo Ash, y sus ojos se dispararon hacia él—. ¿No
escuchaste lo que sucedió? Ella rompió con él, no fue al contrario.
—Por supuesto que escuché. Todo el mundo lo sabe. —Pisszilla me apuntó,
sus ojos cuidadosamente maquillados con un brillo malicioso—. Estaba
hablando en idiomas, portándose como una tonta con esa ruptura justo ahí en la
fiesta.
—Alemán —murmuré.
—¿Qué? —siseó.
La miré seriamente a los ojos, harta de su mierda.
—Estaba hablando alemán. Y no, no conseguí el nombre de la universidad.
Supongo que tendrás que conseguirlo tú misma.
—Bien, lo haré.
—Sí, buena suerte con eso.
Me fulminó con la mirada.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Becks y yo somos… —Dios, ¿qué somos ahora? Me fui por la única cosa
que jamás había cambiado—… mejores amigos. Y si no me lo dijo a mí, estoy
segura que no se lo dirá a una rubia oxigenada de corazón frío, venenosa, y que
usa demasiado maquillaje como tú.
Jadeó, con las manos alzándolas al aire.
—¡Perra! Todo esto es natural.
Alcé una ceja.
—Las raíces no mienten, Prissy.
Gruñó, gritando mientras las risas aumentaron en la habitación.
Antes que Pisszilla pudiera decir una palabra, el timbre sonó, y salí,
sintiéndome más ligera.
—Oye, Spitz.
Me giré cuando Ash se paró a mi lado.
—¿Qué pasa, Ash?
—Necesito hablar contigo —dijo—. Es algo que dijiste en la fiesta…
Apenas y estaba escuchando. Becks estaba a un par de metros por el
pasillo, con Mercedes a su lado, casi derramando su escote, Roxy en el otro lado,
con la cadera inclinada en un par de shorts muy cortos. Era imposible decir
quién mostraba más piel. Ambas estaban hablando con él, hablando entre ellas,
pero él estaba mirando el pasillo. Cuando fijó sus ojos en los míos, Becks las
despidió en un rápido movimiento, dirigiéndose en mi dirección con una mirada
determinada.
Eso no podía significar nada bueno.
—¿Ash, podemos hablar después? —dije, yendo el baño.
—Bien —dijo—, pero Spitz…
132
—Muy bien, adiós. —Me apresuré por el pasillo y logré entrar cuando el
timbre sonó. Atrapé un vistazo de Ash y Becks, ambos con las mismas miradas
de sorpresa, pero no me importó. Mi corazón había saltado un poco cuando vi a
Becks. En lo único en que podía pensar era en ese beso en la encimera de
Mercedes. Un poco más de tiempo, decidí. Eso era todo lo que necesitaba, un
poco más de tiempo. Entonces estaría lista para enfrentarlo.
Esperando a que sonara el timbre, me lavé las manos, me tomé mi tiempo
para examinar la máquina de jabón. Iba a llegar tarde para la primera clase,
pero la señora Vega me amaba, y alemán era mi mejor materia. No quería
encontrarme con nadie en mi salida.
El timbre sonó, y exhalé. Agarrando mis libros, abrí la puerta y salí al
pasillo vacío.
—Es la segunda vez que has hecho eso.
Jadeé, girándome para encontrar a Becks inclinado contra el pequeño
pedazo de pared directamente al lado del baño.
—Becks, me asustaste —dije, tratando de calmar mis frenéticos nervios.
—Lo siento. —Se enderezó y se acercó, sin detenerse hasta que estuvimos
cara a cara—. ¿Qué pasa con todas estas carreras al baño cada vez que me ves?
Ante la duda, ve por el factor bruto de escape.
—Bueno, me comí un pescado malo anoche y…
Alzó una mano, con la nariz arrugada.
—Sí, bien. No quiero saber.
—Bien.
Bajando la mirada, metió las manos en sus bolsillos.
—Escucha, Sal… sobre lo que sucedió en la fiesta, yo…
—Estuvo genial, ¿no? —Me reí, justo como había practicado en casa,
mientras su cabeza se levantaba de sorpresa—. Eso fue algo de mi mejor trabajo.
—¿De qué estás hablando?
—No creo que nadie tenga dudas después de esa actuación. Bally está
oficialmente terminado. Es un alivio, ¿no?
—¿Estás diciendo que todo fue actuación? —Sus ojos se entrecerraron con
sorpresa—. No sabía que podías llora a tu antojo, Sal.
Ondeé la mano quitándole importancia.
—Las lágrimas fueron un gran toque, ¿verdad? Creo que añadió la cantidad
justa de drama.
—Entonces, cuando dijiste todas esas cosas… ¿qué dijiste exactamente?
—Básicamente, un montón de mierda sobre cómo no podía seguir
haciendo esto… —Cierto—… cómo habías roto mi corazón… —Cierto—… y cómo
jamás te perdonaría… —Mentira—… Esa clase de cosas.
—Y lo hiciste en alemán porque… —Su voz se apagó, esperando a que
llenara el espacio.
—Bueno, porque nadie lo entendería, por supuesto. De nuevo, todo era
133
para aumentar el drama. —Abrí mis ojos, estirando la mano para agarrar su
brazo—. ¿No estás molesto verdad? Oh Becks, hice mi mejor esfuerzo por
hacerlo bien. ¿Fue demasiado? ¿Crees que la gente no me creyó?
—Seguro que sí —murmuró, pasándose una mano por el pelo. ¿Por qué se
veía tan… molesto?—. ¿Entonces estamos bien?
—Claro. —Sonreí tan fuerte que me dolieron las mejillas—. ¿Por qué no lo
estaríamos?
—Sal, quiero saber… —Se detuvo de repente, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué, Becks?
—Nada. —Se aclaró la garganta y luego hizo una mueca—. Gracias por
dejarme ser tu novio falso, Sal. Me alegra que me lo pidieras. Fue divertido.
—Sí —dije—. También me alegra. Ahora que no estás encadenado, puedes
salir con quien quieras. Estoy segura que todas las chicas están felices de tenerte
de regreso.
—Mmmm —estuvo de acuerdo—, y puedes darte una oportunidad con ese
enamorado secreto que tienes.
El sonido que escapó de mis labios fue muy ahogado para ser una risa. Sólo
esperaba que Becks no lo notara.
—Tengo que irme —dijo, dándose vuelta—, pero te veré en la práctica
después de la escuela, ¿bien?
—Claro.
Tan pronto como se fue, me desplomé, la sonrisa se fue de mi cara. Sin
embargo al menos me había creído. Y ahora no había nada más reteniéndolo.
Becks podía conseguir a cualquier chica que quisiera. Desearía poder haber
estado más feliz por él, pero con mis propios sentimientos tan mezclados, no
había forma. La culpa se había ido; eso era algo, pero en su lugar estaban todas
estas nuevas emociones.
Como cuando lo viera con otra chica.
—Oye, Becks. —Una caricia en la mejilla—. Te ves bien.
—¿Quieres salir esta noche, Becks?
—Dios, Becks, tus brazos son tan fuertes. ¿Quieres venir a mi casa más
tarde?
El coqueteo era algo viejo, pero la forma en que me hizo sentir era lo que
había cambiado. La rabia vino primero, caliente y densa, seguida por celos y
luego la rápida punzada de auto desprecio cuando me daba cuenta que no tenía
derecho ninguno de esos sentimientos.
Cuando Mercedes besó su mejilla, finalmente exploté.
—¿Simplemente vas a dejarla hacer eso? —dije, enojada, aunque había sido
culpa de ella, no de él.
—¿Qué? —dijo Becks—. La chica se abalanzó. ¿Qué supone que hiciera,
golpearla?
Negué con disgusto.
—¿No tienes nada de auto respeto?
134
—Cálmate, Sal. Sólo fue…
—Ahórratelo. —No le había hablado por el resto del día.
Después de eso, aprendí a apagar mis emociones. No quería ser esa chica.
Era mejor ser un cascaron, vacío. Ir a la escuela, volver a casa. Repetir. Durante
los siguientes días, estuve muy inconsciente de todo.
Cuando mamá dejó que Hooker entrara, ni siquiera alcé la cabeza del libro.
Gilbert estaba por pedirle a Anne que se casara con él, y como una idiota, ella le
pisoteó todo su corazón. Pasando la página, suspiré. La gente buena siempre era
pisoteada por la gente que amaba.
—Spitz, ¿qué estás usando?
—Oh, hola —dije, sobresaltada. Con cuidado, coloqué mi separador en su
sitio—. ¿Cómo estas, Hooker?
—Entonces todavía puedes formar frases completas. Estaba comenzando a
preocuparme. —Tomó asiento en el sofá, y tiró de mi frazada de lana—. En serio
no pagaste dinero por esto.
—¿Qué? —Me miré—. ¿Estás hablando de snuggie?
—¿Tu snu… qué?
—Snuggie —repetí—. Es como un gran y suave manta que puedes usar
como bata.
—Spitz… —su labio se curvó mientras sostenía una punta—… tiene a ese
tipo verde raro encima.
Tiré del material lejos, frunciendo el ceño.
—Ese es Yoda.
—Sé quién es.
—Es una Snuggie de Star Wars. Edición especial.
Hooker suspiró.
—¿Spitz, estás jodiéndome con esto?
—¿Qué?
—Esto. —Alzó una mano, apuntándome—. ¿En serio vas a dejar que Becks
te haga esto?
—Esto no es por Becks —dije, con los dientes apretados.
Hooker puso los ojos en blanco.
—Sí, bueno.
—No lo es.
—No estás engañando a nadie, Spitz. —Negó—. Tu mamá está preocupada.
Yo lo estoy. Sabes, incluso creo que Becks lo está. Esto no es saludable.
Cruzando mis brazos sobre el pecho, resoplé.
—No tengo idea de qué hablas.
—Esta es una intervención. Levántate —exigió, tirando de mi brazo—.
Vamos a tener una noche de chicas.
135
Parpadeé.
—¿Qué?
—Ya sabes, noche de chicas, maquillaje, ropa, helado, palomitas y una
película, lo de siempre.
—¿Qué película?
Sintiendo que no iba a ningún lado, soltó mi brazo y dijo:
—Estaba pensando que podríamos ver uno de sus episodios que tanto te
gustan.
—Quieres decir…
—Sí, sí, me refiero a uno de esos con Yoda y Skytalker y esos raros.
Sonreí.
—Skywalker.
—Como sea.
—Pero nunca aceptaste verlos antes… y sabes lo mucho que odio el
maquillaje.
—Esto es una emergencia —dijo Hooker, mirándome—. Todo se trata de
dar y recibir, Spitz. Dios, sólo mira ese cabello. Voy a tener que pasar toda una
hora con ese cabello rizado.
De hecho, tomó más como treinta minutos.
Una vez que me bañé, dejé que Hooker hiciera sus cosas. Primero fue el
cabello, atacando lo que llamaba ―la zona de peligro‖, luego el maquillaje, lo que
tomó otros treinta. Se pasó un poco con el delineador si me preguntas, pero no
estaba discutiendo. Hooker nunca había visto uno de los episodios antes.
—Los superhéroes son una cosa —dijo—. Robots parlantes y un hombre
adulto con un disfraz de pie grande es otra historia. —Le había dicho como mil
veces que Chewie no estaba relacionado con Pie Grande, sólo un esclavo Wookie
convertido en un traficante, pero se había negado a escuchar. Para el final de la
noche, lo entendió.
Encontrar la ropa correcta tomó otra hora y media ya que Hooker dijo que
las opciones eran escasas. ―Horrible‖, fue la palabra que usó, pero Hooker era
una de esas personas que no tenía filtro, así que lo ignoré.
—Uf —dijo Hooker, pasándose una mano por la frente—. De hecho te ves
humana de nuevo. Sólo mírate, Spitz. Ahora eres una chica sexy.
Mirándome en el espejo, pensé que la falda era demasiado corta, la blusa
muy ajustada, los tacones ridículos y el maquillaje tonto, pero no dije nada.
Hooker había trabajado duro para hacerme ver así de zorra.
—Gracias, Hooker —dije en cambio—. Lo hiciste bien.
—Sí, lo sé. —Descansó su barbilla en mi hombro, sonriendo a nuestro
reflejo—. Soy una hacedora de milagros. Bajemos y enseñémosle a Martha.
Mamá casi dejó caer las galletas que estaba sacando del horno cuando nos
vio.
—Sally, ¿dónde conseguiste esa ropa? —A mí, me corregí mentalmente.
Cuando me vio a mí—. Esa falda es… es… 136
—Es sexy, ¿verdad? —dijo Hooker, asintiendo.
—Es… algo —dijo mamá finalmente.
—¿Gracias? —Negué y me volví hacia Hooker—. Entonces ¿por dónde
quieres empezar? Técnicamente, el episodio uno: La amenaza fantasma es el
comienzo, pero del uno al tercero era más que nada pura mierda en
comparación del cuarto al sexto. Digo que empecemos por el episodio cuatro:
Una nueva esperanza. Es el mejor, reparto original, el primero en llegar al cine.
¿Qué dices?
—Yo, ah… —Hooker miró a mamá.
—Oh sí —dije—. Mamá, también puedes ver, si quieres. Hooker tuvo toda
esta idea de la noche de chicas, y vamos a ver Star Wars.
—Bueno… —dijo mamá, colocando las últimas galletas en la repisa para
que se enfriaran. Se negó a mirarme a los ojos—. Tengo algo…
—¿Qué? —pregunté cuando el timbre sonó.
—Yo voy —dijeron Hooker y mamá a la misma vez.
Lentamente, las seguí a la puerta, la sospecha me llenaba.
Mientras mamá abría la puerta, mis miedos se confirmaron.
—Hola —dijo mamá, estirando la mano—. ¿Debes de ser Ash?
—Sí, señora —dijo Ash mientras estrechaban mano—. Y usted debe ser la
mamá de Sally. Mi papá me dijo que usted era hermosa. —Mirando por encima
de su hombro, me saludó—. Hola, Spitz.
Mi mamá se sonrojó y se rió entre dientes, mientras yo me llevaba a
Hooker a un lado.
Se veía tan honestamente complacida consigo misma, que quise
abofetearla.
—Hooker —gruñí—. ¿Qué es esto?
—Te lo dije —dijo tranquilamente—, es una intervención. Martha está de
acuerdo conmigo. Tienes que volver a subirte al caballo.
—Nunca he montado un solo día de mi vida.
Eso hizo que pusiera los ojos en blanco.
—Quiero decir citas. Tenemos que hacer que superes a Becks, y la única
forma que eso suceda es que encuentres a alguien nuevo.
—Pero sólo han pasado unos días —discutí.
—Y eso es un montón de tiempo para revolcarse en la autocompasión.
Tenemos que sacarte de ese mal —declaró Hooker, y luego dijo de nuevo—. Tu
mamá está de acuerdo.
—¿Mamá? —repetí, viéndola a ella y a Ash de reojo. Se veía como si fueran
viejos amigos.
—Conoce a los padres de Ash desde la secundaria. —Hooker se encogió de
hombros—. Cuando me preguntó por él, dije que estaba bien, buen jugador de
fútbol, buena apariencia, un auto decente. Decidimos que hacían una buena
pareja.
137
La miré con horror. Había tenido mis sospechas, pero esta era la primera
vez que las veía en acción. Hooker y mi madre, dos casamenteras en una misión.
Mis peores miedos confirmados.
—No lo haré —dije, cruzándome de brazos, o al menos lo intenté. Esta
blusa era demasiado ajustada que ni siquiera podía hacer eso sin romper la
costura. En cambio, me decanté por los puños en las caderas.
—Sí, lo harás —respondió Hooker—. Si no lo haces, lastimarás los
sentimientos de Ash, y sólo mira lo bueno que es con Martha.
Cuando miré, mamá tenía la cabeza echada hacia atrás, riéndose por algo
que Ash dijo como si fuera la cosa más graciosa del mundo.
—Bien —dije, tomando mi manta del perchero para abrigos—. Pero me voy
a poner mi snuggie.
Hooker palideció, abrió su boca, pero mamá dijo:
—Vamos, Lillian. Dejemos a Sally y a Ash para su cita. —Cuando me guiñó
uno ojo, me pasé el snuggie por mis hombros en desafío. Mamá simplemente se
encogió de hombros, saliendo al porche con Hooker cerrando la puerta.
Después que se fueron, Ash dio un paso adelante y asintió por mi atuendo.
—Yoda. Genial.
Puse los ojos en blanco y lo llevé a la sala de estar.
Estar sola con Ash de verdad no era tan malo. Para nada malo, de hecho.
Me dijo que había visto todas las películas, no se enojó cuando cité las líneas y ni
siquiera comentó que cantara con los créditos. Él estuvo bastante callado
durante todo eso, que era como me gustaba. De esa forma podríamos prestar
atención a la película. Hablamos un poco después, pero parecía un poco
ocupado. Saqué todos mis trucos, hablando de las cosas más nerds, los chismes
más molestos en los que pude pensar (¿Sabías que Luke Skywalker solía ser
Luke Starkiller? ¿Sabías que la apariencia de Chewie está inspirada en el
malamute de Alaska? ¿Sabes que John Williams también compuso la música
para las tres primeras películas de Harry Potter? Mi favorito era el tema de
Hedwig. Suena así…), pero nada parecía molestarle.
Mientras lo llevaba a la salida, mamá y Hooker estacionaron en la entrada.
No salieron del auto, y sabía que estaban mirándonos. Ash también pareció
saberlo.
—Entonces —dijo, mirando por encima de su hombro y de nuevo a mí—,
¿qué crees que esperan?
—No lo sé. —Me encogí de hombros—. ¿Por qué aceptaste esto de todos
modos?
—Como dije, Spitz, me gustan las mujeres mayores.
Justo como antes, me sonrojé, y él sonrió.
—Pero aparte de eso —continuó Ash—. Tenía algo que decirte.
—¿Por qué no me hablaste en la escuela? —pregunté.
—Lo intenté, pero parecía que simplemente no estabas del todo ahí.
—Oh.
—Lamento lo que sucedió con Becks.
138
—Eso es amable de tu parte —dije, forzando una sonrisa.
—Sí, bueno… —Una pequeña brisa movió las puntas de su rubio cabello
tierra mientras asentía—. Un beso debería satisfacerlas, creo.
—¿Qué…?
Antes que pudiera terminar, Ash se inclinó contra mi mejilla, colocando un
suave beso al lado de mi sien y deslizando algo de su bolsillo a mi mano.
—Gracias por esta noche, Spitz. —Entonces en una voz apenas audible,
añadió—: Si quieres hacer algo con respecto a Becks, házmelo saber.
Con eso, se alejó y se fue.
Estaba congelada en mi sitio.
—Ohhh, eso fue tan lindo —dijo Hooker, acercándose—. El beso en la sien,
comportamiento clásico de un caballero. Un punto, Ash. ¿Qué te dio?
Con los dedos tensos, abrí la nota, mirándola mientras me daba cuenta que
no me había imaginado lo que escuché.
Hooker frunció el ceño.
—¿Qué dice, Spitz? Sabes que no sé alemán.
Mi voz sonaba como si viniera de la distancia.
—Dice, ―encuéntrame afuera del laboratorio de química, mañana a las
seis‖.
—Exigente —dijo con un asentimiento—. Me gusta. —Cuando no respondí,
miró mi rostro—. ¿Estás bien, Spitz?
Honestamente no lo sabía.
Lo que había escuchado a Ash decir antes, lo que él había dicho, no era
exactamente, ―si quieres hacer algo con respecto a Becks, házmelo saber.‖ Esa
era la traducción en español.
Lo que había dicho era: ―Wenn ich mich um Becks kümmern soll, sag
Bescheid4‖.

139

4 Si quieres que yo haga algo con respecto a Becks, házmelo saber.


E
n la fiesta, nunca me detuve a considerarlo. Mis emociones me
habían arrasado en un viento de decepción, ira y finalmente de
agotamiento. Las otras diez personas que tomaban alemán tenían
problemas enlazando dos oraciones juntas, y además, no estaban ni siquiera ahí
(aparte de Hooker). Había sido un alivio decir mi secreto, y no decirlo al mismo
tiempo.
Sólo había un problema, alguien en la fiesta había entendido cada palabra.
Y no tenía ninguna razón en absoluto para quedarse callado.
¿Dónde estaba él?
Caminando por la anchura del pasillo, miré a izquierda y derecha. La nota
de Ash había dicho que estuviera aquí a las seis, una hora infame, especialmente
desde que no había dormido casi nada anoche. Mis nervios me habían
mantenido despierta retorciéndome, hasta que me rendí. Lo malo era que me
dio mucho tiempo para pensar en todas las formas en que esta reunión podía ir
mal. Cuando llegué a cien, dejé de contar.
Revisé de nuevo la nota luego miré mi teléfono. 140
Genial. Ya estaba cinco minutos tarde.
Mis pasos hicieron eco en las baldosas del espacio vacío. Nunca había
estado dentro de Chariot High cuando estaba así de desierto. Era un poco
escalofriante. Cuando estacioné, en serio había sólo tres autos en el
estacionamiento. Probablemente del personal de limpieza.
Revisé la hora otra vez. 6:07 a.m.
Fantástico. Ash iba a plantarme. Probablemente había decidido que no
valía la pena sacar su trasero de la cama, aunque fue él quien acordó la hora. Me
lo merezco por poner mi fe en un chico cuyo nombre está a una letra de ass5.
En ese momento, una mano se extendió para agarrar mi camiseta,
jalándome hacia atrás.
El sitio era oscuro y pequeño. No podía ver tres centímetros delante de mí
pero supe que no estaba sola. Estaba a punto de empezar a gritar al alto cielo,
había tomado aire, cuando la luz se encendió.
—Buen día, Spitz —dijo Ash con una sonrisa—. ¿Dormiste bien anoche?
Fruncí el ceño observando mis alrededores. Mi mente privada del sueño le
tomó un segundo reconocer dónde estaba, pero una vez que lo hice, casi dejé
escapar una histérica risa. Era el mismo depósito al que había arrastrado a
Becks, donde le había pedido que accediera a ser mi novio falso. Ahora Ash
estaba mirándome con el poder de exponerme, sus ojos evaluándome. No podía
ser más irónico que eso.

5 En inglés: imbécil.
—Así que —dije, inclinándome hacia atrás, jugando a lo casual—, hablas
alemán.
—Ja6 —dijo, tomando la misma posición en la pared opuesta—. Mi abuela
y mi abuelo son de la vieja patria, pasé cada verano ahí desde que tenía dos
años. ―Stryker‖ es alemán, sabes.
Mentalmente maldije. Habíamos repasado los apellidos alemanes el año
pasado. ¿Por qué no había prestado atención? Podría haberme salvado de esta
difícil situación.
Lo mire directamente a los ojos, cambiando fácilmente a otro lenguaje.
—Du hast also7...
—… alles verstanden8 —respondió—. Jedes einzelne Wort9. Honestamente,
hablo mejor el alemán que el inglés.
Mi corazón se hundió. Yo era buena, pero Ash ni siquiera tenía que
detenerse. Articuló con dicción y certera pronunciación, apenas tomando un
segundo para cambiar de uno al otro. Sabía que entendía, pero oírlo decirlo así
era como ser tomada por sorpresa por segunda vez.
—Sé que tú y Becks nunca estuvieron saliendo de verdad —continuó con
ligereza—. Sé que ustedes tuvieron algún tipo de relación extraña que se suponía
era falsa, pero no lo era para ti. ¿Cómo podía haberlo sido? Estás enamorada del
chico.
Lentamente crucé los brazos, usando el tiempo para recuperar la voz. La
verdad era una píldora agridulce para tragar. 141
—¿Y qué planeas hacer con la información? —dije.
—Eso depende. —Ash tenía un brillo en los ojos.
—¿De qué?
—De ti. —Levantó una ceja—. Escucha, Spitz. Incluso si Becks no tuvo las
agallas para pedirte salir de verdad, yo las tengo. Sé que no lo has superado
todavía, pero no tengo miedo del desafío.
Estaba totalmente confundida. ¿De qué estaba hablando?
—No lo entiendo.
—¿No? —Ash estaba negando, como si fuera obvio—. Te estoy diciendo que
estoy interesado. Lo he estado por un tiempo.
—¿Qué?
—¿Siempre fuiste tan densa, o es algo de reciente desarrollo? —Ash se
separó de la pared, pasando una mano por su cabello con frustración.
Lo miré fijamente ante eso.
—Estoy diciendo que quiero ser tu novio. —Sus ojos se ampliaron de
manera cómica.

6 En alemán: Sí.
7 Por lo que has…
8 Comprendido todo.
9 Cada palabra.
Las palabras colgaron, suspendidas mientras mi mandíbula golpeaba el
suelo. No estaba segura quién se veía más sorprendido, Ash o yo.
Se aclaró la garganta.
—Eres un poco loca, pero me gusta eso.
Le miré cuestionándolo. No podía querer decir lo que pensé que
significaba.
Ash suspiró, pasando una mano por su cabello otra vez.
—Me gustas —dijo sin rodeos—. Sé que todavía estás interesada en Becks,
pero estoy dispuesto a darle una oportunidad si tú lo estás. Incluso si no
funciona, al menos podemos mostrarle a Becks lo que se está perdiendo
¿correcto?
—No funcionará —dije automáticamente.
—¿Por qué no?
Con un intenso suspiro, dejé caer mis brazos. Ash Stryker pidiéndome salir
era increíble, pero incluso más alucinante era su oferta de ayudarme con Becks.
Desafortunadamente, incluso si lo hacía, no haría ningún bien.
—A Becks no le gusto de esa manera. —Me encogí de hombros—. Creo que
te perdiste esa parte. Sólo me ha visto como Sal, no un chico pero en realidad
tampoco una chica. Él no me quiere.
—¿Lo dices en serio? —Alcé la mirada ante su tono de incredulidad—.
Spitz, él te desea. Créeme. ¿Qué hombre en sus cabales no lo haría?
142
—Gracias —balbuceé—. Pero estás equivocado.
Cruzó el espacio entre nosotros y tomó mis manos, obligándome a mirarlo.
—No lo entiendes. No entiendes cómo operan los chicos como Becks. Spitz,
tienes que mostrarle que eres deseable, que no lo esperarás por siempre.
Ash lo hizo sonar tan fácil. Como que todo lo que tengo que hacer es pasear
a algún tipo enfrente de Becks, y ¡kabumm! Taran, se daría cuenta que me ama
y viviríamos felices para siempre.
—¿Quién sabe? Tal vez yo te guste más.
Sonreí. Eso sonaba más como el Ash que conocía.
—Vamos, Spitz —dijo Ash—. Di que sí. Sabes que quieres hacerlo, puedo
verlo en tus ojos. Sal conmigo. ¿Qué tienes que perder?
Nada, pensé. Becks no estaba ni cerca de ser mi novio ahora de lo que
estaba antes del desastre del novio falso. ¿Por qué no darle a Ash una
oportunidad? Sólo había una cosa que no entendía.
Con el ceño fruncido, pregunté:
—¿Por qué yo? Si sabes que todavía estoy enamorada de Becks, ¿por qué
querrías salir conmigo?
—Quieres decir, ¿además de la curiosidad morbosa?
Esperé.
—Bueno, aparte del hecho que en realidad llegaré a conocerte mejor… —
usó una sonrisa estúpida—… tú has estelarizado básicamente cada sueño erótico
que he tenido desde primer año.
—Asco. —Mi nariz se retorció. Definitivamente demasiada información—.
Y pensé que eras buen chico —farfullé. ¿Podía realmente hacer esto? ¿Por qué
siquiera estaba considerándolo?
—Soy un buen chico —dijo Ash, acercándose más—. El más agradable.
Poniendo mis ojos en blanco, lo empujé hacia atrás.
—De acuerdo —dije de repente, pensando ¿qué es lo peor que podía pasar?
¿Por qué no salir con un chico que estaba interesado en mí? En mi corazón, la
respuesta a esa pregunta era simple, porque estaba enamorada de alguien más,
pero no quería lastimar los sentimientos de Ash. Realmente se había expuesto
aquí, lo que yo todavía no me las arreglaba para hacer después de todos estos
años.
—Genial. —Sonrió Ash—. Esto debería ser divertido.
Sonreí de vuelta.
Ash sostuvo la puerta y me siguió. Había un montón de personas en el
pasillo ahora, casilleros siendo azotados, gente hablando mientras caminaban a
clase. El periodo cero fue cancelado por hoy, lo que fue bueno ya que esta
―reunión‖ había llevado más tiempo del que pensé. Ash y yo permanecimos lado
a lado, observando a todos apresurarse.
—¿Seguro que quieres hacer esto? 143
Mirándome, dijo:
—Por supuesto. ¿Tú?
—Seguro —dije, tratando de no sonrojarme—. Gracias, Ash.
—Cualquier cosa por ti, Spitz. —Sus ojos se ampliaron, una esquina de sus
labios se curvó mientras miró por encima de mi cabeza—. Y aquí empieza.
Antes que pudiera imaginarme qué quería decir, una voz familiar llamó:
—Sal.
Becks sonaba molesto, y cuando lo alcanzamos su expresión igualaba su
tono.
—Becks —dijo Ash con facilidad, pasando un brazo alrededor de mis
hombros. Casi jadeé con sorpresa pero me las arreglé para contenerlo—. ¿Qué
pasa, hombre? ¿Listo para vencer a Myers Park hoy?
—Siempre estoy listo. —Su voz era fría, pero sus ojos ardían, rastreando el
movimiento de ese brazo con una mueca en su rostro—. Sal, ¿qué está pasando?
—Nada —dije.
—Oh, no le mientas, Spitz. —Esta vez sí jadeé mientras Ash acariciaba mi
cabello. ¿Qué estaba haciendo?—. Es un chico grande. Puede soportarlo.
—¿Soportar qué? —dijo Becks, mirándome directamente.
—Bueno, nosotros… quiero decir, nosotros estamos… —No era muy buena
mintiéndole a Becks, y ahora con él mirándome tan intensamente, tan directo,
era casi imposible. No sabía por qué, pero no quería admitir que Ash y yo
íbamos a salir.
Afortunadamente, Ash no tuvo ese problema.
—Spitz acaba de acceder a salir conmigo —dijo.
Lo miré fijamente horrorizada. Ash lo había dicho como si nada.
Si los ojos de Becks pudieran disparar fuego, Ash hubiera sido ceniza. Sin
mirarme, dijo entre dientes:
—Sal, ¿puedo hablar contigo un segundo?
No esperó una respuesta, simplemente me arrastró algunos pasos y
empezó su alegato.
—¿Qué fue eso? —dijo, con la cabeza baja y su voz enojada—. Te pregunté
antes qué pasaba entre el imbécil Stryker y tú, y dijiste que nada. ¿No estás en
serio interesada en ese idiota?
—Bueno, yo…
—Sólo está jugando contigo, Sal. —Becks negó, mirándome con lástima—.
Y estás dejando que lo haga. Pensé que eras más inteligente.
Cuadré mi barbilla, recordando cómo Ash acababa de admitir sus
sentimientos. Sin miedo, sin vacilación. Tenía que admirar eso.
—Me gusta —dije.
—¿Y honestamente crees que tú le gustas? —Becks se rió, pero no era un
sonido agradable—. ¿Cómo podría, Sal? Apenas te conoce. 144
—Sí, pero quiere —repliqué.
—Sí, él quiere algo —farfulló Becks.
—¿Qué?
—Ya me oíste.
—¿Por qué te estás enojando? —pregunté, mirando los duros planos de su
rostro—. No es como si no hubieras salido con toneladas de chicas.
—Eso es diferente. —Su tono era suplicante—. No conoces a Ash. Yo sí.
Hemos jugado en el mismo equipo por años. Es un completo imbécil.
Di un paso atrás.
—Bueno, ¿y qué si quiero conocerlo mejor? Siempre ha sido amable
conmigo, Becks.
Becks buscó en mi rostro.
—Es él ¿no? Estaba en lo correcto.
—¿Correcto sobre qué?
—Dios, por qué no lo vi antes —dijo, alzando las manos—. Tu
enamoramiento, atlético, inteligente, bien parecido. Sal, estás bromeando
conmigo ¿verdad? ¿Imbécil Stryker? ¿En verdad piensas que él es atractivo?
Mirando por encima, Ash guiñó, asintiendo, animándome. Nuestra
relación ya estaba al descubierto y en marcha, y apenas había tenido tiempo de
pestañear, mucho menos de acostumbrarme a la idea.
Con ganas de ver cómo reaccionaría Becks, probé las aguas.
—Seguro —dije, repasando a Ash con una sonrisa—. Él es divertido, amable
y tiene un gran cuerpo. No tan bueno como el tuyo, por supuesto, Becks, pero él
es un año más joven.
Becks retrocedió como si lo hubiera golpeado.
—Sal…
—¿Hmmm? —Traté con fuerza de no notar la mirada de dolor que destelló
en su rostro.
—Él no te quiere. No de verdad.
El hecho que Becks no pensara que cualquier chico pudiera quererme no
fue una sorpresa. Las palabras aun así cortaban hasta el hueso.
—¿Por qué no, Becks? —Me negué a llorar—. ¿Porque tú no?
—Eso no es…
—Basta de charla —dijo Ash, deslizando su brazo una vez más—. ¿Quieres
que te acompañe a clase?
Alejando la mirada de Becks, tratando de sonreír, dije:
—No, está bien. Creo que puedo arreglármelas.
Ash suspiró ruidosamente.
—Bueno, está bien, si vas a jugar a la difícil de conseguir. —Entonces le
dijo a Becks—: Me alegra que la dejaras ir, hombre. De otra forma, podría haber
sufrido en silencio, enterrando mis sentimientos profundamente por siempre.
145
Es una locura lo mucho que ya la amo.
Él era tan come mierda, que me hizo sonreír de verdad.
—Adiós, Spitz —dijo, su voz baja e íntima—. Te veré más tarde.
Sonriéndole a Becks, Ash bajó su cabeza e hizo lo impensable. Me dio un
beso, el roce más breve de los labios en la piel, justo debajo de mi oreja. El punto
de Becks. Él simplemente puso su boca directamente en el punto de Becks.
Estaba con los ojos abiertos ampliamente mientras él se enderezaba,
pareciendo tan despreocupado como una almeja. Becks tenía una expresión
similar a la mía. Completamente atónita.
—Gracias de nuevo, hombre. —Ash levantó su barbilla—. Sal es una
grandiosa chica.
No estaba segura si fue por el beso o el ―Sal‖ lo que lo hizo, pero entre un
parpadeo y el siguiente Ash y Becks estaban en el piso, rodando como un par de
enojados gatos. Becks tenía la mano ganadora. Eso era decir mucho. Ash no era
más pequeño que él, pero Becks parecía tener la mayor furia. El entrenador
Crenshaw fue en realidad uno de los que los separó. Mientras los jalaba a su
oficina, lo escuché decir:
—¿Qué pasa con ustedes, idiotas? ¿No saben que tenemos un juego?
Guarden esa agresividad para el campo.
No sabía qué sentir. Dos chicos peleando por la insignificante de mí. Era el
sueño de cada chica ¿correcto? Quería que esa chispa de felicidad me
sobrecogiera, pero había demasiada preocupación para eso. Estaba nerviosa por
Becks y Ash; estaba bastante segura que Crenshaw no los dejaría en la banca,
eran los mejores que tenía. Pero no quería que ninguno se metiera en
problemas, más que nada por mi culpa.
Hooker me encontró en el almuerzo, casi zumbando de emoción. Estaba
caminando tan rápido como podía, balanceándose más de lo usual, haciendo
que la población masculina en la cafetería mirara.
—¿Es verdad? —preguntó, sin aliento mientras colapsaba en la silla junto a
mí—. ¿En serio Becks trató de apuñalar a Ash? ¿Stryker lo pateó en las bolas?
Dime, Spitz. Apúrate, me estoy muriendo aquí.
Por un segundo, no podía hablar. Lo que dijo estaba circulando por ahí.
—Spitz, dime.
—Hooker, nada de eso es verdad —No pude evitar reír ante su
decepcionada expresión—. Sólo tuvieron un desacuerdo. Eso es todo.
—¿Un desacuerdo? —profundizó.
—Sí.
—¿Uno que terminó con ellos peleando a golpes en el piso? —No
contesté—. De todas maneras, ¿por qué estaban peleando?
—Bueno… —Me sonrojé, perdiéndome un poco. No hay manera que pueda
decirle lo que Ash había hecho, o cómo Becks había reaccionado a eso. Ninguna.
Manera.
—No —dijo Hooker, con los ojos bien abiertos y una sonrisa torcida en su
rostro—. De ninguna maldita manera.
146
¿Leía mentes o algo? Me moví incómodamente en mi asiento.
—¿Qué?
—¡Spitz! —Me dio una palmada en mi brazo, con fuerza y sin disculpa—
Ahora estás con Ash ¿o no? No puedo creer que estés tratando de mantenerlo en
secreto. ¿Te olvidaste que Martha y yo fuimos las que pusimos todo esto en
movimiento?
—Sí, felicidades —murmuré, frotando mi abusado bíceps. Si esta cosa con
Ash estallaba, al menos tenía a otras dos personas a quienes culpar. Además de
mi estúpido ser.
—Ah, no seas así. —Hooker todavía sonreía—. Así que… ¿quién besa
mejor?
—Hooker.
—¿Qué? —preguntó, toda inocente—. No puedo decirlo sólo observando.
Ash tiene mejores labios, pero Becks se ve que tiene habilidades. —Su mirada
era pensativa mientras apoyó su barbilla en su mano—. En realidad, ambos se
ven que podrían hacer a una chica feliz. Muy feliz.
—Cielos —dije, con una mano sobre mis ojos—. Detente, Hooker. Por
favor, me estás enloqueciendo.
—Uh, ¿por qué? Es perfectamente natural comparar besos.
Sí, bueno. No podía hacer exactamente eso porque sólo había besado a
Becks. Pero lo que me enloqueció más era lo mucho que Hooker obviamente
había dedicado ese pensamiento a lo bueno que sería Becks besando. Estaba
simplemente mal. Y no hay manera en que Ash tuviera mejores labios que
Becks.
—Bueno, entonces ¿quién fue tu mejor beso? —pregunté.
Ni siquiera vaciló.
—Wade Weathersbee, en séptimo grado, detrás del gimnasio. Weathersbee
tenía mucho entusiasmo y podía hacer esta cosa realmente genial y giratoria con
su lengua. Naturalmente dotado. —Hooker movió las cejas—. Si sabes lo que
quiero decir.
No lo sabía, pero sonaba realmente interesante.
Mientras trabajaba en mis nervios para preguntarle sobre ello, alguien
dijo:
—Sally, ¿estás ocupada?
Levanté la mirada, directo a los ojos de Clayton Kent. Estaba usando su
acostumbrado uniforme de entrenador asistente, pero la seriedad en su
expresión estaba tan fuera de lugar que me puso incómoda.
—Oh, hola Clayton —dije, tratando de actuar normal.
—¿Te importaría venir por aquí para que podamos hablar?
—¿Tiene algo que no pueda decir delante de mí, entrenador Kent? —
Hooker hizo un puchero—. Y yo que pensé que era un caballero sureño.
Le ofreció una sonrisa condescendiente y me enfrentó.
—¿Sally? 147
—Claro. —Siguiéndolo a la siguiente mesa vacía en un extremo, la más
cerca a la nuestra, me armé de valor.
Clayton no se fue entre las ramas.
—Sally, ¿de verdad terminaste con Becks?
Tragué. Dios, parecía enojado.
—Sí, supongo.
—¿Qué hizo?
—¿Uh? —dije.
—¿Qué dijo? ¿Fue un imbécil? —Sus ojos destellaron, y no pensé que
pudiera verlo tan hostil—. ¿Te lastimó? Lo mataré si lo hizo, Sally. Simplemente
dímelo ahora, y me ocuparé de ello.
La amenaza era buena, pero la mirada en sus ojos era mejor. No pude
contenerme. La risa empezó en la parte baja de mi pecho y burbujeó de mi boca,
larga y ruidosa.
—Oh —resollé—. Clayton, no puedo creer lo que acabas de decir. —
Limpiando las lágrimas de mis ojos. Apoyé una mano en su brazo—. Becks
nunca me lastimaría. No lastimaría a ninguna chica, y lo sabes.
—Sí —accedió Clayton, de mala gana—. Sólo estaba esperando una razón.
Sabes, él conseguiría una paliza de cada uno de nosotros. Leo, Thad, Ollie y yo
no soportaríamos que te hiciera llorar. No lo hizo ¿o sí?
—No —dije rápidamente. Sus ojos se pusieron recelosos, pero sonrió—. Sin
embargo es dulce de tu parte ofrecerlo. Sabes que eres mi favorito, ¿verdad
Clayton?
—Por supuesto —dijo, jalándome a un abrazo con un solo brazo—. ¿Así que
tú y el Látigo están saliendo ahora?
Me encogí de hombros.
—Eso es lo que dicen.
Clayton me alejó de él, su mano descansando en mi hombro.
—¿Estás haciendo tu camino por mi banca o qué? Primero Becks, ahora
Ash. Después irás tras Rick Smythe. Él tiene un bloqueo genial. Agradables par
de pantorrillas.
—Por favor. —Puse mis ojos en blanco—. ¿Cómo sabe sobre Ash y yo?
—Lo oí directamente de la boca del caballo mientras él y Becks eran
amonestados por Crenshaw. El entrenador no parecía muy feliz.
Eso no sonaba bien.
—No se meterán en problemas ¿o sí?
—No —lo desestimó Clayton—. Estarán bien. Un poco golpeados, pero
bien. Así que… mi Sally y Ash Stryker, ¿eh? ―Sash‖ —dijo para él—. No está mal.
—Sí —dije, bajando la cabeza. Era extraño cómo pareció aceptarnos a Ash y
a mí más fácil que a Becks y a mí. Le había tomado menos de una hora enlazar
nuestros nombres juntos. 148
Sash. Santo Dios.
—Oye. —Clayton esperó hasta que encontré su mirada, luego dijo—: Hazlo
sufrir.
—¿Qué? —pregunté.
—Becks. —Sonrió. Sus ojos cristalinos parecían ver demasiado—. Mi
hermano necesita ser golpeado en la cabeza algunas veces. No te atrevas a
dejarlo salirse con la suya fácilmente, Sally. Simplemente asegúrate de hacerlo
trabajar antes de rendirte.
—Pero, Clayton… —tartamudeé mientras se alejaba.
—Hazlo sufrir, Sally —dijo por encima de su hombro, dejándome perpleja.
Clayton era un terrible hermano mayor por decir eso, pero era un buen
amigo y apreciaba el apoyo. No quería herir a Becks, pero sería dulce ponerlo un
poco celoso, saber que podía ponerse celoso por mi culpa, como un chico se
pone por una chica, un hombre por una mujer. El tiempo lo diría, pero mientras
tanto, tenía que regresar con Hooker y descubrir más sobre esa cosa de la lengua
giratoria.
G
anaron (por supuesto). Pasaron tranquilamente a la segunda ronda
de los seccionales y a los cuartos de final también. Becks estaba
jugando mejor que nunca. Como había oído a Crenshaw decir, era
como si alguien hubiera puesto gasolina en su fuego encendido. Era imparable
en el campo, un devastar ejercito de fútbol de un solo hombre. El entrenador
sacó el máximo provecho de la nueva disputa entre Becks y Ash, siempre
colocándolos juntos, nunca dejando a uno fuera cuando el otro estaba en acción.
No es como si ellos lo dejarían.
Los dos parecían estar en una batalla sin cuartel para ver quién podía
hacerlo mejor, anotar la mayor cantidad. Era increíble ver a Ash tratar y
elevarse al nivel de Becks. El Látigo ya había sido una fuerza a ser reconocida,
pero esto era algo más. Becks terminó superándolo en la segunda ronda pero no
en la tercera, lo que podía decir lo molestaba enormemente.
El día después que pasó, Becks se acercó y me dijo:
—¿Fuiste al cine con imbécil Stryker?
Cerré mi casillero, poniendo mis ojos en blanco mentalmente. 149
—Sí, ¿cómo lo supiste?
—El imbécil lo tuiteó —dijo con disgusto.
—¿Sí? —No pude ocultar mi sorpresa—. ¿Qué dijo?
Becks sostuvo su teléfono en alto para mí y revisé la pantalla.
La cuenta era de @AshElLatigo24/7, y decía ―Scream Deluxe, palomitas y
una mujer mayor sexy a mi lado. No puede ser mejor que eso‖.
Me reí. Ash era tan bobo.
—Sal, se supone que íbamos juntos a verla.
Era verdad. Becks era un gran fanático del horror, pero Ash me había
preguntado primero, y como él dijo, no podía esperarlo por siempre. No lo
haría. Los ojos de cachorro de Becks siempre habían funcionado conmigo en el
pasado, pero ahora era una roca. Una roca fría, dura, impasible. Sólo deseaba
que no pareciera tan decepcionado de mí.
Me encogí de hombros.
—Podemos ir a verla de nuevo si quieres, pero puede que tenga que revisar
si voy a hacer algo con Ash.
—¿Qué pasa con eso? —dijo exasperado—. ¿Ahora es tu niñero? Sal, odias
twitter. Sólo el año pasado llamaste a la gente que lo hace ―buscadores de
atención en línea que no tienen una vida‖. ¿Qué pasó?
Tú, pensé. Tú pasaste, y ahora estoy en esta estúpida misión de hacerme
ver como una chica y de darle a alguien a quien realmente le gusto una
oportunidad, y probablemente no llegará a nada, pero voy a intentarlo con
todas mis fuerzas. Llámame como quieras, pero Sally Spitz no renunciaba.
—Así que Ash tuitea —dije—. No es gran cosa. Lo acepto por quien es, y él
me acepta por quien soy.
—Ummm —dijo Becks y luego se marchó dando pisotones sin mirar atrás.
Más tarde, el entrenador estaba entrenándolos con fuerza. Ésta sería la
última práctica antes de las semifinales, y quería a su equipo mental y
físicamente preparado. Habían estado en ello por cuatro horas y media antes
que les permitiera el primer descanso.
Ash se acercó trotando, su cabello aplastado en su cabeza por el sudor, sus
músculos ondulando debajo de su piel, sin camisa hace tiempo.
—Oye —dijo, jalándome en un muy cálido y muy mojado abrazo.
—Ahh. —Me reí, entonces suspiré—. Cuando accedí a salir contigo, no
pensé que los abrazos sudorosos eran parte del trato.
—Totalmente lo son. —Me liberó con un jaloncito de mi cola de caballo—.
Buena impresión, Spitz. Nunca olvides leerlo. Estarás arrepentida si lo haces.
—Oí de tu tuit.
—¿De quién lo oíste, me pregunto? —Ash parecía complacido—. Dime,
¿estaba llorando cuando te lo dijo? ¿Se arrodilló en ese momento, te levantó en
sus brazos, y te preguntó si lo perdonabas por ser tan perdedor?
—Oye —dije—. No llames a Becks perdedor. Hablamos de esto.
150
—Bien, bien —dijo—. Estoy trabajando en ello.
—Es mi mejor amigo, Ash. Y si vamos a ser amigos, necesitas trabajar más.
—Dije que estaba bien. —Ash cruzó sus brazos—. Así que asumo que esto
significa que todavía estas enamorada de…
—¡Shhh! —siseé, aferrando una mano en su boca—. Puede que te escuche.
Ash me miró fijamente de manera amenazante hasta que retiré mi mano.
—Tomaré eso como un sí —balbuceó.
Un segundo después Becks estaba a mi lado, arrastrándome a mi segundo
abrazo pegajoso del día. A pesar del sudor, cerré los ojos, sin poder apartarme,
hundiéndome en él como el hogar. Ha pasado un tiempo desde que Becks me
tocó.
—Hola, Sal —murmuró Becks, apretando su abrazo.
—Becks. —Suspiré. En realidad daba los mejores abrazos.
Quién sabía cuánto tiempo pude haberme quedado ahí (probablemente
para siempre) si Ash no hubiera escogido ese momento para gruñir, un fuerte y
taladrante sonido que cortó mi bruma de Becks.
Deshaciéndome de su abrazo, traté de detener el sonrojo de mis mejillas.
Por la sonrisa de Becks y la mirada de desaprobación de Ash, puedo decir que
no funcionó.
—Mount Tabor no tiene oportunidad —dije para llenar el incómodo
silencio—. Ustedes se ven muy bien ahí afuera.
—Vaya, gracias Spitz. —Sonrío Ash—. Tú también te ves muy bien.
—No yo…
—No hay necesidad de tartamudear. —Bajando su mirada, flexionó sus
músculos lo que trajo aún más sonrojo a mi rostro—. Muchas mujeres han
admirado mi físico.
Becks resopló, cruzando los brazos, sus propios músculos contrayéndose
con el movimiento.
Las porristas silbaron en nuestra dirección, un par casi se desmayó y no
podía siquiera culparlas. Estaba a punto de desmayarme. Seguí mirando de
Becks a Ash, de Ash a Becks, pecho a pecho, pero no importa a donde mirara
había más piel. Con tanta excelente piel masculina en exposición, ¿qué hacía
una chica?
Ash estaba sonriéndome, y Becks no parecía muy emocionado por eso.
Mirando entre nosotros, con una ceja levantada, Becks dijo:
—Entonces ustedes son muy cercanos, ¿eh?
Dirigió la pregunta hacia mí, así que contesté:
—Sí, estamos llegando ahí.
—Muy cercanos —estuvo de acuerdo Ash. Llegando a mi lado y colocando
una mano en mi espalda. Dejó un rápido beso en mi cabello y Becks hizo una
mueca.
—¿Cómo va eso? —Fue la siguiente pregunta de Becks. 151
—Genial. —Tragué. No había necesidad de decirle a Becks que no había
chispa. No como la que sentí con él.
—Genial —repitió, mirándome fijamente—. Es extraño ¿no lo crees? ¿Lo
rápido que llegaron a estar juntos?
—Algunas veces sólo lo sabes —dijo Ash.
Becks gruñó.
Todavía estaba teniendo alucinaciones por la falta de ropa, así que me
alegraba que Ash estuviera al corriente de las cosas.
—Spitz tiene todo lo estoy buscando —continuó Ash—. Es demasiado
inteligente para mí, pero me encanta su peculiar sentido del humor. No hace
daño que sea hermosa.
Estúpidamente, me sentí halagada, Seguro, era un montón de tonterías,
pero tonterías o no, Ash era bueno con los elogios.
—Así que, ¿asumo que ella te mostró su AWC?
—Becks —siseé. Nada me habría devuelto a la realidad de golpe más rápido
que eso.
—¿Su qué? —Becks sonrió por la expresión confundida de Ash—. Spitz
¿qué es un AWC?
—Continúa —instó Becks—. Muéstrale, Sal.
Oh, él estaba tan muerto. Estaba bastante segura que vapor salía de mis
orejas, y no tenía nada que ver con el calor de mediodía.
—¿Qué pasa, Sal? Dijiste que eran cercanos. —Se encogió de hombros,
dándome esa misma irritante sonrisa—. Sólo pensé que le gustaría ver algo de
tus talentos ocultos.
—¿Talentos ocultos? —preguntó Ash—. ¿Es AWC una abreviación de
algo…? —pasó sus dedos por mi columna y salté sorprendida—… porque si lo es,
estaría feliz de ver lo que sea que tienes que mostrarme.
—Me das asco —gruñó Becks.
—Y tú me molestas como el infierno —respondió Ash—. Estamos a mano.
Por cierto, esas barbita de la suerte es estúpida.
—Y tú también. Supongo que estamos a mano con eso también.
—Un verdadero jugador de fútbol no necesitaría depender de trucos para
ganar un juego. Algunos de nosotros lo conseguimos con talento natural.
—Cállate, Stryker. —Los ojos de Becks destellaron—. No sabes nada sobre
eso.
—Sé que no necesitamos algún tonto cuento de hadas para ayudarnos a
ganar la estatal —dijo y antes que Becks pudiera decir algo más—. ¿Spitz? ¿Me
vas a mostrar o qué?
Ambos me miraban expectantes.
—Vamos —dijo Becks, su ceño disolviéndose en una perezosa sonrisa—.
Trabajamos en ello por semanas en quinto grado, ¿recuerdas?
—¿Qué? —dijo Ash sorprendido—. ¿Quinto grado? Eso es bastante joven
¿no?
152
—Bien. —Suspiré.
Sería mejor acabar con esto de una vez, y alguien tenía que sacar la mente
de Ash de la alcantarilla. Respirando profundo y poniendo los ojos en blanco
por la sonrisa de Becks, incliné mi cabeza hacia arriba y solté un sonido, una
mezcla entre el sonido de apareamiento de un ave y un perro moribundo. Duró
al menos diez segundos antes que me quedara sin aire.
—Vaya —dijo Becks, pareciendo decirlo—. Fue genial, Sal.
—Lo sé ¿verdad? —Sonreí. En lugar de sentir la vergüenza que esperaba,
estaba orgullosa de mí. Ese fue uno de los mejores avisos Wookiee que había
hecho.
—¿Qué piensas Ash? —Al ver su expresión perpleja, dije—: AWC es por
Aviso Wookie de Chewbacca. Becks y yo aprendimos cómo hacerlo en un
tutorial en línea. —Le sonreí a Becks—. Pero él no pudo siquiera conseguir la
primera nota bien.
—Oye —dijo Becks indignado—. Podría superar a tu Vader cualquier día. —
Y procedió a demostrar el hecho, sonriendo después mientras daba una ronda
silenciosa de aplausos. Era un buen Darth, con la voz rasposa, baja y
amenazante, pero no podía hacer a Chewie ni para salvar su vida.
—Pensé que era ―¡Luke, yo soy tu padre!‖ —dijo Ash.
—Amateur. —Becks cambió su enfoque a Ash, con un desafío en los ojos—.
¿Qué puedes hacer, Stryker?
Si no me gustara más que nada, habría dicho que Becks estaba siendo un
real imbécil con Ash. Pero el Látigo se negó a ser intimidado. Ash frunció los
labios mirando alrededor por un momento. Caminando algunos pasos, agarró
un palo de lacrosse y esperó hasta que tuvo nuestra total atención.
Lanzando el palo alto por el aire, frunció el ceño de la nada, luego lo agarró
entre ambas manos y gritó ―¡Ustedes no pasarán!‖. Condujo el palo al suelo con
toda su fuerza, sus brazos estremeciéndose por la fuerza del impacto.
Después de un momento, dije:
—No sabía que hacías a Gandalf. Ese es uno de mis favoritos.
Ash lanzó el palo, paseándose cerca con una sonrisa.
—No es nada.
—No, eso fue impresionante. ¿O no Becks? —Me giré hacia Becks pero ya
no estaba ahí. Se había unido a su equipo en el campo. El silbato sonó y el
entrenador llamó a los rezagados de vuelta a la práctica.
—No te preocupes por ello —dijo Ash, pero lo hice. No pude evitarlo.
Mount Tabor cayó peleando, pero entre Becks y Ash, no hubo
competencia. Esperé hasta después de la escuela para acercarme a Becks y
felicitarlo. Había estado rodeado todo el día. Era el último año de Becks y estaba
en buen camino para conseguir ser el jugador del año a nivel estatal y ganar otro
campeonato. Algunos atletas sucumbían ante la presión pero no mi Becks.
Estaba tan orgullosa de él. Apenas podía ver bien.
Después que Roxy finalmente se fue (había estaba hablando hasta el 153
cansancio con él, viendo su clavícula por cerca de quince minutos) me acerqué a
Becks, encontrándolo en uno de esos raros momentos en que estaba solo.
Cerró su bolsa y abrí mi boca, usando una sonrisa sólo para él, cuando
dijo:
—Si esto es por Stryker, no quiero oírlo.
Retrocedí.
—Sólo vine a decir buen trabajo —dije—. Lo lograste, Becks. CHS tiene una
oportunidad para el estatal, tercer año consecutivo.
—Gracias, lo sé —dijo—. ¿Algo más?
—No. —Retrocedí de nuevo. ¿Quién era esta persona fría y qué había hecho
con mi Becks?—. Estoy… estoy orgullosa de ti. Eso es todo.
Becks me miró por un largo momento.
—Ash dijo que ustedes probablemente ganarían si pued…
—Si vas a hablar de Ash, no lo hables conmigo.
—Becks…
—Nos vemos —dijo, dándome la espalda. Nada de Sal, ninguna sonrisa,
nada.
Ash se acercó detrás de mí y puso una mano en mi hombro.
—Oye, Spitz, ¿quieres ir a una fiesta esta noche?
Estaba demasiado entumecida para hablar, en su lugar escuché a Ash
mientras me invitaba a otra de las fiestas de Mercedes. Se suponía que era más
grande y mejor que cualquiera de las anteriores hasta ahora, una celebración en
verdad ya que Chariot había logrado llegar a la ronda final. Dijo que todos iban a
ir. Debí de haber aceptado, aunque definitivamente no recuerdo hacerlo.
Hooker había venido a mi casa a arreglar mi cabello y maquillaje, y Ash
nos llevó a la casa de Mercedes. Llegamos tarde, la fiesta ya casi terminaba
cuando llegamos. Eso fue sobre todo obra mía. Había tardado mucho en
alistarme de manera que no tuviera que estar mucho tiempo. A Ash no le había
importado.
—Sólo una aparición —había dicho—. Sólo haremos una aparición y nos
vamos. —Todavía estaba preocupada. Mi última visita a la casa de Mercedes
había terminado en un corazón roto, lágrimas y muchas maldiciones en alemán.
Estaba determinada a no dejar que pasara de nuevo.
Pero la primera cosa que vi cuando entramos fue a Becks sentado de forma
descuidada entre dos chicas que nunca había conocido. Ambas estaban
sonriendo, felices como todas de estar cerca del hombre que iba a liderar a
Chariot a su próxima victoria.
La vista hizo elevar a mi cólera, no hacia ellas, sino hacia mí.
Becks se veía horrible. Sus ojos estaban abatidos, su barba se veía un poco
más descuidada de lo normal, y su cabeza caída sobre sus hombros. ¿Era esto lo
que significaba tener novio? ¿Dejar a todos mis otros amigos atrás? Ni siquiera
sabía lo que estaba molestándolo. Verlo en ese estado me hizo odiarme un poco. 154
—Voy a conseguirme algo de beber —dijo Ash en mi oreja—, ¿quieres algo?
Negué.
—Regreso enseguida. —Desapareció sin otra palabra.
Como si estuviera esperando que Ash se fuera, Becks levantó la cabeza, sus
ojos mirando directamente a los míos. ¿Qué puso esa tristeza ahí?, me pregunté
mientras se levantó y se me acercó.
—Sal —dijo con voz suave.
—Becks.
—¿Quieres bailar?
—Claro —dije, tomando su mano. El contacto aún me mandaba un
hormigueo.
Fuimos al centro de la sala donde otras parejas estaban ya bailando.
Apenas me di cuenta. Después que Becks puso su mano en mi cintura, mis
brazos extendiéndose para enlazarse alrededor de su cuello, estuve perdida.
Éramos sólo él y yo. Nada más importaba.
—Lo siento por lo de antes —dijo.
—Está bien. —Descansé mi mejilla contra su pecho y sentí el fuerte latido
de su corazón, firme, seguro—. Siento que estés triste —dije en voz baja.
Becks suspiró, acercándome.
—No estoy triste, Sal.
—¿No lo estás?
Después de un momento, Becks susurró:
—Te extraño.
Tragué con pesadez mientras él descansaba su mejilla en mi cabello.
—Yo también.
No dijimos nada más, no teníamos que hacerlo. Mercedes debió haber
tenido una lista de reproducción o algo porque la canción que estábamos
bailando ahora era la misma que habíamos estado escuchando cuando rasuré a
Becks. La pista de sonido del primer (y único) beso que alguna vez me había
dado. Nunca olvidaré esa canción.
Mientras las notas finales se desvanecieron, Becks y yo nos separamos.
—¿Puedo interrumpir? —dijo Ash.
Becks lo miró, luego a mí, luego se dio la vuelta y camino de vuelta a su
asiento.
Otra balada empezó, y Ash y yo asumimos la posición, sus brazos
sosteniéndome más cerca de lo necesario. Inclinándose, habló en voz baja de
manera que sólo yo pude oír.
—¿Qué le pasa?
—No lo sé —contesté mientras unía más nuestros cuerpos. No había
espacio entre Ash y yo, y esos ojos tristes, esos que amaba, estaban fijos en
nosotros, pareciendo cansados.
—Olvídate de ello, Spitz —dijo Ash, acariciando mi cuello con su nariz—. 155
Lo superará.
No, pensé. Se veía miserable. Becks se veía completa y absolutamente
miserable. Necesitaba a su mejor amiga. Me necesitaba. Si tener un novio estaba
tomando tanto de mi tiempo, solo había una cosa por hacer.
—¿Q
uieres romper? —repitió Ash.
Asentí.
—Pienso que es lo mejor.
Estábamos sentados afuera, en uno de los bancos frente a la biblioteca. Le
había forzado a encontrarse aquí conmigo muy temprano, a la seis y media de la
mañana de un sábado, como venganza. Oye, si él podía fijar un encuentro al
amanecer también podía hacerlo yo. Aunque realmente lo había hecho porque
de todos modos tenía que estar aquí para mis chicos. Reading Corner no
empezaba hasta dentro de una hora o así, pero me gustaba llegar temprano
siempre que podía.
Mi capa se agitó alrededor de mis tobillos. Hoy había una agradable brisa.
—Hablas en serio —comentó y luego me señaló—. ¿Y vas a romper
conmigo vistiendo eso?
—¿Tienes algo en contra de la vestimenta de mago?
Ash negó.
156
—Spitz, esto es muy vergonzoso. ¿No podemos entrar, donde nadie pueda
vernos? No puedo creer que estés en público así vestida.
—No podemos entrar. Oficialmente aún no está abierto. —Observé su
rostro—. ¿Realmente te molesta?
—No —aseguró—. Lo que me molesta es el rayo en tu frente. ¿Y qué quieres
decir, quieres romper conmigo?
Suspiré. Sabía que esto no iría bien.
—Ash, cuando comenzamos esto, honestamente pensé que te cansarías de
mí después de una cita.
Ash se burló, pasando el brazo por el respaldo del banco, haciendo un
gesto de ―continúa‖ con la otra mano.
—Luego pensé, que tal vez podrías ayudarme a olvidar a Becks como
ofreciste —continué—. Terminaste gustándome, como dijiste. Ha sido genial
salir contigo la pasada semana.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —Se sentó recto—. Te gusta salir
conmigo. Me gusta salir contigo. Incluso si me estás usando para poner celoso a
Becks, no me importaría. Su rostro cuando bailamos fue...
—Eso no fueron celos —interrumpí—. Eso fue tristeza.
Ash se encogió de hombros.
—Es lo mismo.
—No, realmente no lo es. —Estirando la mano, la puse sobre la suya. Me
había tratado muy bien y realmente me gustaba hablar con él. Al menos, me
había ganado un amigo—. No quiero hacer infeliz a Becks. Eso nunca fue lo que
quise.
—Bueno...
—Lo sé. Sé que no te gusta Becks... —negué, alcé los hombros con un gesto
de impotencia—... pero a mí sí. Incluso si no siente lo mismo por mí, aún soy su
amiga. No puedo soportar verlo tan triste.
—Spitz, el tipo te pone triste siempre que está alrededor de otra chica.
¿Qué ha hecho él para no herir tus sentimientos?
Me sonrojé. Tenía razón, pero no cambiaba nada.
—Eres increíble —indicó Ash, mirando mi expresión—. Becks es un ciego
por no ver lo que tiene delante, pero tú, Spitz. Nunca antes he conocido a nadie
como tú.
—¿Qué significa eso?
—Significa que eres una anomalía de la naturaleza. —Intenté apartarme,
pero Ash no me lo permitió. Tomó mis dedos con su otra mano, uniéndose a la
primera—. Después de todo lo que te ha hecho pasar, la mayoría de chicas
habría querido arrancarles la garganta a Becks, pero tú no.
Sentí la necesidad de aclarar las cosas.
—No quería hacerlo. Becks no tiene idea de mis sentimientos, así que
realmente no es su culpa.
Ash me señaló.
157
—Eso es. Eso es de lo que estoy hablando.
—¿Qué?
—¿Te acabas de escuchar? Lo defendiste. Fue él quien puso tu corazón en
un triturador y aquí estás, defendiéndolo. —Ash frunció el ceño, y con una
extraña voz dijo—: Realmente amas al tipo, ¿no?
—Sí —respondí. Extraño lo fácil que fue decírselo a Ash. Nunca había
pensado que podía admitírselo a otra persona, mucho menos al Látigo, pero ahí
estaba.
Alejó la mirada, soltándome la mano lentamente, pasándose los dedos por
el cabello.
—Supongo que no puedo competir con eso —murmuró.
—Gracias por todo, Ash. —Sonreí, diciéndoselo en serio—. Ahora que te
conozco, al verdadero tú, honestamente puedo decir que eres uno de los chicos
más amables que he conocido.
Ash rió.
—Eres tan mala como Becks, ¿lo sabes?
Fruncí el ceño. ¿A qué venía eso?
—Spitz, no soy un tipo amable —explicó inexpresivamente—. No quiero ser
tu amigo.
—¿Eh?
Puso los ojos en blanco y se levantó.
—Las chicas listas siempre son las últimas en descifrar estas cosas. ¿Por
qué un tipo como yo te pediría salir si todo lo que quiere es una amistad? Puede
que seas linda, pero no eres muy observadora.
—¿Eh? —repetí. Entendía las palabras que salían de su boca, pero el
significado detrás de ellas era un misterio. Era como si tratase de confundirme
intencionadamente.
Inclinándose, atrapándome entre sus brazos, puso una mano en el banco,
al otro lado de mi cabeza.
Tragué saliva mientras estudiaba mi rostro. Su hermosa sonrisa era
completamente de chico malo, no había nada de chico bueno ahí.
—Te lo dije antes, me gustas, Spitz —afirmó, yo jadeé—. Me gustas mucho.
Mientras me sentaba allí conmocionada, él delicadamente acortaba el
espacio entre nosotros, colocando sus labios sobre los míos en un beso ardiente
como una cerilla. El calor se alzó entre nosotros. Quemó por unos segundos y no
se enfrió inmediatamente cuando se apartó.
Hooker había tenido razón. Ash era un gran besador. Fue descarado e
inesperado, casi como el propio hombre, pero no pasó más de eso. Tan bueno
como él era, tan caliente como había sido el beso... y había sido caliente créeme,
no había sentido nada como lo que sentí con Becks. Cuando Becks me besó,
había sido correcto, tan completamente perfecto que lo supe al instante. Que era
donde pertenecía
—Ash, también me gustas... —Me quedé sin voz, no queriendo
avergonzarlo. No era que no me hubiese gustado besar a Ash. A cualquiera chica 158
le hubiese gustado besarle, pero había un problema: no era Becks. ¿Cómo se
suponía que iba a defraudarlo?
El Látigo se encogió de hombros, como si pudiese leerme el pensamiento.
—Sólo quería hacerte saber que tienes opciones. Tal vez es lo mejor, ya que
ninguno de los dos estará en Chariot el año que viene.
—¿No estarás? —pregunté sorprendida—. ¿Por qué?
—Papá tiene puesta la mira en un asiento del Senado —comentó
sarcásticamente—. Así que supongo que eso significa que iré a una escuela
privada para el último año. Divertido, divertido.
Ambos sabíamos que no lo sería. Para un alumno de último año con
aspiraciones futbolísticas, Chariot High era el lugar correcto. Era una auténtica
vergüenza que sus padres lo fuesen a sacar antes que pudiese ser reclutado.
—Lo siento mucho, Ash. —Estirando el brazo puse una mano en su brazo
con compasión—. Eso apesta.
—Sí. —Me sujetó la mano, con una mirada juguetona, mientras pasaba el
pulgar por mis nudillos—. Te echaré de menos, Sally Spitz.
Me reí.
—Yo también te echaré de menos, Stryker.
—Si las cosas no funcionan con Becks, házmelo saber.
Con una última sonrisa y un suave beso en la sien, se alejó.
Me quedé mirándolo más tiempo del que debería. Ash bien podría
haberme dicho que era un alíen del planeta Vulcano. Me habría sorprendido
menos si lo hiciese. A un chico, no simplemente un chico sino Ash ―El Látigo‖
Stryker, le gustaba, Sally Spitz, una idiota de primera con un título de nerd. No
sólo le gustaba, sino que le gustaba. La noticia era tan increíble como la ciencia
ficción, pero lo había dicho en serio. Y el beso definitivamente había sido real.
Mis labios aún estaban ardiendo.
Negando, entré. Además de lanzarme a una espiral de confusión y, seamos
realistas, subiéndome la confianza como mujer, la charla con Ash me hizo dar
cuenta de un hecho indispensable: los chicos eran extraños.
Tuve una mayor confirmación un poco después mientras estaba en medio
de la lectura de Harry Potter. Diez de los doce niños registrados aparecieron
hoy. Estábamos en una parte buena, en la que Hagrid encuentra a Harry y los
Dursley escondidos en una choza rodeados por el mar. A los chicos les estaba
encantando. Había estado haciendo todas las voces y ninguno de ellos pudo
resistir el tirón de la escritura de Jo Rowling.
Bajando la voz, les di a los chicos un guiño conspiratorio y luego dije, en un
conmovedor profundo acento de cockney de Hagrid:
—Ah, voy a hervirles las cabezas, a ambos.
Rieron mientras la jefa me hizo callar, la señora Carranza, la bibliotecaria.
A mi alrededor, lo jóvenes tenían los ojos abiertos como platos, inclinados
hacia adelante mientras el anuncio se acercaba.
—Harry... eres un... 159
Me detuve a mitad de frase, captando un vistazo de Becks, de pie al borde
de nuestro círculo, mirándome con ojos alegres.
—¿Un qué? ¿Un qué? —exigió Gwen Glick, tirando de mi brazo.
—Cállate, Gwen. Déjala acabar. —Vince Splotts le apartó el brazo de un
empujón.
Lo miré con severidad, intentando olvidar a Becks.
—Bien, Vince, ya sabes que no hablamos de ese modo durante el Corner.
—Lo sé, pero...
—Discúlpate, por favor —pedí.
—Pero señorita, Sally, estaba siendo molesta. Sólo estaba diciendo...
—Escuché lo que dijiste. —Me crucé de brazos e incliné la cabeza hacia
Gwen, cuyos labios ahora estaban temblando—. Dile a Gwen que lo sientes, por
favor.
Vince puso los ojos en blanco y murmuró:
—Lo siento.
Miré a la chica con la camiseta descolorida de Star Trek.
—¿Y qué tienes que decir Gwen?
—Disculpas aceptadas —murmuró, girándose para mirar a Vince—. Y no
soy molesta.
—Gwen.
—Lo siento señorita, Sally —contestó ella—. ¿Ahora podemos escuchar el
resto? ¿Qué le dice Hagrid a Harry?
—Que es un mago —respondió Becks.
Cuando Gwen lo vio, sonrió y saludó con la mano como una mujer loca. Él
le devolvió la sonrisa.
—Eso es cierto —comenté, cerrando el libro—, y creo que es hora de
dibujar.
Los niños gimieron y Vince dijo en una voz lastimosa:
—Pero señorita Sally, ni siquiera llegamos al final del capítulo.
—Podemos acabarlo la semana que viene. —Por lo general intentaba
leerles dos capítulos por sesión, pero Becks estaba aquí, mirándome como si
tuviese algo que decir. No estaba segura de si quería escucharlo, pero mi
concentración salió volando—. Vayan al mostrador de la entrada y pídanle a la
señora Carranza algo de papel y pinturas. Iré en seguida.
Los niños se levantaron, farfullando mientras se dirigían al mostrador de
información y Vince se encogió de hombros, diciendo:
—Veré la película de todos modos.
Se fue corriendo, y solo Gwen se quedó detrás.
Becks se acercó.
—Hola, Sal, señorita Gwen. ¿Cómo está yendo todo hoy?
—Hola, Becks —saludó Gwen, saltando de puntillas—. Todo está bien. La 160
señorita Sally hizo un gran trabajo leyendo, y obtuve sobresalientes en mi
boletín de notas. Excepto gimnasia —murmuró—, lo que realmente no es una
clase.
—Bueno, perdóname —intervino Becks—, pero gimnasia era mi mejor
materia en el colegio.
—¿De verdad? —Gwen lo miró con sospecha.
—Claro que lo era.
—Oh, bueno, no me esforcé mucho. Tal vez lo haré mejor la próxima vez.
—Estoy seguro que lo harás. —Le dio una de sus devastadoras sonrisas y la
niña de diez años parecía como si estuviese locamente enamorada. Becks
simplemente tenía ese efecto en las mujeres.
Di un paso, tratando de salvarla de sí misma.
—Eso es genial, Gwen. ¿Vas a hacerme otro hermoso dibujo o qué?
—Pero estoy hablando con Becks —protestó.
—Ve —dijo Becks—. Hay algo que necesito decirle a la señorita Sally.
Hablaremos un poco más en otro momento.
—Está bien. —Gwen se alejó enfurruñada, mirándonos por encima del
hombro.
—Realmente me gusta esa pequeña pelirroja —comentó Becks—. Me
recuerda a ti, Sal.
Asentí.
—Tenemos muchas cosas en común. —Como el amor por Trek y, oh sí, el
chico frente a mí—. ¿Qué pasa?
—Aquí no —dijo—. No quiero que nadie lo escuche. Es un poco personal.
Intenté alejar el miedo mientras nos movíamos entre las hileras.
En cuanto ya no pude escuchar los susurros de los niños me detuve, me
giré hacia él. Parecía como si estuviese nervioso, pensativo. Lo primero era una
novedad. Becks difícilmente se ponía nervioso y cuando lo hacía, normalmente
significaba que estaba a punto de pasar algo malo.
—¿Qué es? —pregunté antes de perder todo el coraje que tenía. Realmente
nadie usaba esta parte de la biblioteca. Estábamos completamente solos. Estaba
tratando de decidir si era algo bueno o no.
—Quiero que rompas con Ash —declaró.
Lo que fuese que estaba esperando, no era esto.
—¿Qué? —cuestioné.
—Quiero que rompas con él, Sal. —Becks parecía incómodo, pero no vaciló.
—¿Por qué?
Beck apartó la mirada con nerviosismo, mirando los libros a nuestro
alrededor, como si pudiesen tener la respuesta.
—Simplemente no se siente correcto —respondió finalmente—. Tú y
Stryker son muy diferentes, Sal. No es el correcto para ti.
Mentalmente, coincidí pero decidí escuchar y ver de qué iba esto. 161
—Quiero decir, es un completo imbécil —continuó—. Y tú eres...
—¿Soy qué?
—Tú eres... tú. —Fruncí el ceño e intentó arreglarlo—. No, no, no quería
decir eso. Es algo bueno, Sal. Algo muy bueno.
—¿Cómo de bueno, Becks?
Me frunció el ceño, como si fuese yo la que no tenía sentido.
—La cosa es, los dos juntos... simplemente está mal. ¿No lo sientes así? No
puedo concentrarme en la escuela. Lo estoy haciendo genial en el campo, pero
no puedo entusiasmarme demasiado porque entonces recuerdo que estás con él.
Ya nunca estás cerca. Te echo mucho de menos, me está volviendo loco y...
—¿Y? —Contuve la respiración. Hoy ya había pasado algo imposible, ¿era
demasiado esperar otra? ¿Becks se sentía del mismo modo que yo? Claro,
sonaba que así era, pero estaba asustada de tener esperanza.
—Aquí está la verdad, Sal. —Becks me mantuvo la mirada mientras estaba
en vilo—. Ash no es bueno para ti. Sé que no has estado mucho con él, pero creo
que hay una forma más fácil. Puedes decirle que te diste cuenta que aún tienes
sentimientos por mí. Suavizará las cosas y es una mentira creíble. Entonces,
hasta la graduación en un par de semanas, volveré a fingir ser tu novio. Fingirlo
debería ser más fácil esta vez. Ya lo hemos hecho una vez.
Se me tensó el pecho, liberando el aire de mis pulmones con un largo
suspiro. ¿Esto era lo que tenía que decirme?
—¿Qué piensas, Sal?
Pensé que estaba teniendo un ataque al corazón, eso es lo que pensé.
Seguro que se sentía como si estuviese muriendo.
—Buena idea, ¿cierto?
Estúpida, así fue como me sentí justo entonces. Como la mayor tonta del
planeta y era todo culpa mía por pensar, incluso por un segundo, que Becks me
habría podido amar de ese modo.
Calientes lágrimas bajaron por mi rostro, pero no podía devolverlas. No
ahora.
—Esa es una idea horrible —aseguré, mi risa sonando como un sollozo—.
Es la peor idea que he escuchado jamás.
En sus ojos creció la confusión y se acercó un paso, pero no le dejé
acercarse más. No podía dejar que Becks se acercase más o me podía
desmoronar.
—Porque sigues queriendo fingir cuando yo todo lo que quiero es hacerlo
real.
Se congeló.
—¿Por qué...?
—Te amo, Becks —expliqué, las palabras sonando verdaderas incluso con
mis llantos—. Siempre te he amado.
Becks se echó hacia atrás, como si mi confesión le hubiese quitado
físicamente el equilibrio. La mirada de conmoción en su rostro no ayudaba.
162
—Sabía que nunca me mirarías de ese modo, pero debías haber tenido
alguna idea —comenté—. El modo en que siempre te he seguido, cómo quería
estar a tu lado, contigo más que nada en el mundo. Becks, nuestra amistad
siempre ha sido irrefutable, pero te he amado desde el principio y nunca he
parado. Incluso después que me di cuenta que nunca podrías amarme así —
susurré.
Con un hombro apoyado contra la estantería, buscando mi mirada con la
suya. Becks negó, hablando más para sí mismo:
—Lo habría sabido. Tendrías que habérmelo dicho.
Se me escapó otra risa sollozada.
—Te lo estoy diciendo ahora, Becks. A veces, Slytherin puede ser valiente,
¿sabes?
—Sal, yo... yo también te amo.
Alcé la cabeza de golpe, olvidándome de las lágrimas.
—¿Qué has dicho?
Becks me miró a los ojos y repitió:
—Te amo, Sal. Siempre lo he hecho.
—No —exigí, dando un paso atrás cuando se acercó—. Por favor, no hagas
esto, Becks.
—¿Hacer qué? —cuestionó y siguió caminando hasta que mi espalda
golpeó la pared. Intenté apartar la mirada, pero estaba cerca, muy cerca—. Estoy
diciendo que te amo, Sal. Sólo que nunca hubo un buen momento para
decírtelo. Pensé que lo arruinaría todo si te lo contaba y no sentías lo mismo. Me
he sentido así desde el momento en que posé los ojos en ti. Simplemente...
nunca tuve el coraje para decirlo en alto.
—Becks, por favor.
—Te estoy diciendo la verdad. —Beck negó mientras pasaba sus dedos por
mi mejilla—. ¿Por qué no puedes creerme?
La pregunta era demasiado parecida a la que le hice en el pasado. Aunque
esa había sido sobre su suertudo pescuezo, la respuesta que dio funcionó bien.
—Quiero, Becks. Realmente lo hago. —Se me escaparon las palabras de los
labios—. Es sólo que no estoy dispuesta a darle una oportunidad a algo tan
importante y perder.
Se burló, apartando la mano, reconocimiento en su mirada.
—Jesús, Sal, eso no es...
—Si estuviese equivocada —dije con voz entrecortada, volviendo a llorar—,
la caída sería demasiado dolorosa.
—Sal —dijo después de un momento—, no lo entiendo.
Puse la mano en su rostro, sintiendo el escozor de su barba en mi piel.
Sonriendo con acuosidad, aseguré:
—Sé que no lo haces, Becks. Es como tú y esta barba. A veces quieres creer
en ideas tan malas que te convences que son verdad.
Becks iba a responder pero negué. 163
—Pero no lo son, Becks. No te mientas a ti mismo. —Me alejé—. Soy lo
suficientemente tonta por los dos.
Cuando le comenté a la señora Carranza que necesitaba marcharme
temprano, no me cuestionó. Debía tener un aspecto horrible porque
normalmente la mujer quería una explicación para todo. En el auto, puse la
radio en la emisora local, donde con el tiempo empezaron a hablar de Becks.
Penn o UCLA, dijeron. Lo redujeron a esas dos mejores opciones después del
resultado de esa semana. Sus voces me golpearon en el estómago, era como
cubrir un arañazo con una herida de cuchillo.
Mientras atravesaba la puerta, mamá dijo:
—Sally, tengo algo para ti.
Su voz había venido de la cocina, así que me dirigí por ese camino, apenas
consciente de mis piernas moviéndose.
—Mamá, no... —Me detuve, viendo su rostro.
Tenía los ojos brillantes, la mandíbula temblándole con la fuerza de su
sonrisa. Mamá estaba muy radiante, era como si se hubiese tragado el sol. En la
mano tenía un gran sobre blanco con el sello de Duke al frente.
—Gran sobre —indicó, asintiendo, levantando en alto el paquete—. Lo
hiciste, cariño. Entraste.
Cuando se acercó deprisa, rodeándome con los brazos en un gran abrazo,
le devolví el abrazo, sin saber qué más hacer. Mamá seguía diciendo lo bien que
lo había hecho, cómo siempre había sabido que me aceptarían, lo afortunado
que eran en Duke de tenerme.
Pero la noticia no me afectó del modo en que pensé que lo haría.
Mi confesión había sacudido el equilibrio de mi mundo construido
cuidadosamente. Becks lo sabía... y no había venido detrás de mí. El recuerdo de
él mintiendo, a ambos pero sobre todo a sí mismo, era... trágico. Era algo bueno
que me hubiese desahogado. Había entrado en Duke, un sueño hecho realidad,
pero el gran sueño me había explotado en el rostro. Sin importar dónde eligiese,
Becks se iba. Se sentía como esa escena de Star Trek donde Nero destruye el
planeta Vulcano y no queda nada más que un gran agujero negro humeante. Mi
alma era el agujero negro e incluso el pensamiento de Duke no podía llenarlo.
¿Quién sabía que era posible estar tan feliz y tan triste al mismo tiempo?

164
M
e moví hacia adelante y hacia atrás, de un pie a otro, hasta que no
pude soportarlo ni un segundo más. Mirando hacia atrás al reloj,
viendo la hora, mi pulso se elevó a otro nivel.
—Mamá, ¿ya estás lista? —llamé.
—Cinco minutos más —dijo.
—No quiero perderme nada.
—No lo haremos.
Ella había dicho cinco minutos hace diez minutos, y nosotras estábamos
bastante cerca de lograrlo. El juego comenzaría a las siete en punto. Ya
estábamos a treinta minutos.
—Cielos —dijo mamá, entrando en la habitación, con aspecto fresco como
una rosa—. ¿Por qué tienes tanta prisa?
—Mamá, el estacionamiento va a llenarse rápido. El lugar siempre está
atestado por el campeonato.
—Tendremos un espacio, Sally. 165
Sí, pensé, probablemente en algún lugar en el siguiente condado. Tomó su
tiempo aplicándose lápiz de labios mientras trataba de no dejar que la ansiedad
me afectara. Broughton estaba bien este año. Su equipo no iba a entregar el
título estatal. Chariot tendría que estar esta noche en su juego.
—Bien, lista —dijo mamá, balanceando su bolso en su hombro.
—Por fin —dije, agarrando las llaves, prácticamente corriendo hacia la
puerta.
Una vez que estábamos en el auto, aceleré el encendido, poniendo los ojos
en blanco cuando mamá dijo:
—Cinturón de seguridad. —Por supuesto, me lo puse; siempre usaba el
cinturón de seguridad, pero ella estaba cambiando las estaciones de radio como
si nosotras tuviéramos siquiera tiempo para escuchar. Tal vez habría tardado
sus veinte minutos llegar al estadio, pero no yo. A cinco kilómetros por encima
del límite de velocidad no era realmente exceso de velocidad.
—Sally. —El tono severo de mamá me dijo lo contrario.
Me alivié de nuevo sobre las siete. Pero en serio, este era el campeonato.
—Parece que Becks hizo su elección —dijo mamá casualmente—. Creo que
nadie esperaba que fuera a la Universidad de Carolina del Norte. Todos
pensaban que se iría fuera del estado.
—Lo sé, hablé sobre ello, sin embargo los Tarheels son el número uno.
—¿Es por eso que los eligió?
—No lo sé, mamá. También está cerca de su familia.
—Cerca de ti también –señaló—. Duke está a qué, ¿cinco kilómetros de
distancia de la UCN?
Le lancé un ¡no vayas allí!
—Estoy segura que eso ni siquiera pasó por su cabeza.
Mamá no daría marcha atrás.
—Y estoy segura que lo hizo.
¿Cómo podría hacerlo?, pensé. Becks ni siquiera sabía que había sido
aceptada. Él había estado evitándome desde aquella escena embarazosa en la
biblioteca, lo que estaba bien porque también lo estaba evitando. Extendiendo la
mano, me detuve en una estación con un montón de guitarra y bastantes bajos.
Becks en realidad había hecho el anuncio ayer, y como todos los demás,
había sintonizado para verlo. Él no había llamado después. A pesar que había
contestado mi teléfono una docena de veces, no lo tenía tampoco. Era como si
fuéramos extraños. Nosotros apenas habíamos hablado, y cada vez que lo
hicimos, siempre se trataba de nada importante. Lo extrañaba más que nunca.
No teníamos mucho tiempo antes de la graduación, y si yo no hubiera dicho
nada, si nunca se me hubiera ocurrido esa estúpida idea del novio falso, en
primer lugar, estaríamos juntos pasando cada minuto del día.
O al menos me imaginaba que lo tendríamos. Las cosas estaban tan
jodidas. Casi no podía recordar los viejos tiempos cuando Becks y yo éramos
sólo Becks y yo. Ahora con todo el asunto del amor pendiendo sobre nuestras
cabezas, él se había vuelto mudo, y yo sólo estaba tratando de mantenerme a
flote. Sin duda, las universidades estaban cerca, pero ¿qué más daba si ni 166
siquiera nos hablábamos?
Como era de esperar, cuando mamá y yo llegamos, tuvimos que estacionar
como a medio kilómetro distancia. No había lugares de estacionamiento
disponibles en el lote, por lo que había tenido que estacionar al lado de la acera
algunas calles abajo. Tomaron nuestras entradas mientras trataba de recuperar
el aliento. Hombre, esa fue una larga caminata.
—Llegaste —dijo Hooker mientras me unía a ella y Cícero en nuestros
asientos.
—Apenas —dije, buscando alrededor por mamá.
Su agudo silbido me llamó la atención, y finalmente vi que había dejado de
hablar. Los Kent, todos además de Becks y Clayton, por supuesto, todos me
miraron, saludando con entusiasmo. Les devolví el saludo, tragando mi
amargura. Becks no parecía tan feliz de verme en días.
—¿Puedes creerlo? —dijo Hooker cuando me di la vuelta hacia ella.
—¿Creer qué? —pregunté.
Debo de haber estado distraída o algo mientras estaba hablando porque
parecía un poco molesta.
—Becks —afirmó como si eso dijera todo.
—¿Qué hay de él?
Hooker se me quedó mirando como si me hubiera brotado un globo ocular
en el medio de la frente.
—Spitz, tienes que estar bromeando. ¿No viste las noticias de anoche? ¿O
esta mañana?
—Oh. Sí.
—Bueno, ¿por qué no estás más emocionada? —Levanta su cabeza—. Tú y
Becks estarán a unos minutos lejos el uno del otro. Es decir claro, sus
universidades son totales rivales, pero con toda la preocupación que has estado
teniendo, pensé que estarías loca de felicidad.
—Sí —le dije con tristeza—. Yo también.
—Oh, vamos –resopló—. Es tan obvio que está haciendo eso por ti. ¿Cómo
no puedes ver eso?
Puse una mano sobre sus labios.
—No vamos a hablar de eso, ¿de acuerdo?
Hooker frunció el ceño.
—Estás siendo una verdadera idiota. Lo sabes, ¿verdad?
Me encogí de hombros. Mientras no habláramos de ello, no recordaría que
Becks no me había dicho la noticia él mismo. Podría olvidar que no hablábamos,
pretender que podíamos seguir como siempre fue.
Los jugadores salieron a la cancha, y mis ojos al instante fueron hacia
Becks. Su camiseta verde y blanca brillaba bajo las luces del estadio, con el
rostro decidido, mandíbula fuertemente espolvoreada con la sombra de su
barba, dando grandes saltos para calentar sus piernas junto con los otros
jugadores.
167
Él lucía fantástico. Se había ido la débil y miserable sombra de la persona
que había sido hace poco menos de una semana. Este era Becks en su elemento,
gritando órdenes a su equipo, encendiendo a la multitud. Chariot estaba aquí, y
estaban aquí para ganar. La voz de Becks resonó de nuevo, fuerte y poderosa.
Traté de no pensar en el hecho que, hasta hace poco, no había pasado un
día sin escuchar esa voz. No desde que nos conocimos.
Los primeros cuarenta y cinco minutos fueron insoportables. Chariot
terminó un punto por encima, pero la ventaja había costado mucho. Becks y Ash
no estaban jugando peor de lo que lo habían hecho en cualquier otro momento
durante el torneo, pero el equipo Broughton no cedía. Cada vez que hacíamos un
gran juego, ellos respondían con uno de los suyos. Los teníamos en la ofensiva,
pero su defensa nos estaba matando. Corriendo la pelota por el campo, la meta
era casi imposible. Sus chicos estaban por todas partes. Cualquiera que fuera el
equipo que ganara, al final, habrían ganado sin duda.
En el medio tiempo, estaban tres a dos, y yo estaba casi ronca de tanto
gritar. Becks había anotado dos de esos goles, Ash el otro. Mamá estaba de
nuevo allí con los Kent, los hermanos agitando sus brazos expresivamente,
probablemente reviviendo los mejores momentos de Chariot. Con toda certeza
había mucho de donde elegir.
—Dang, Spitz. —Hooker me dio un codazo en el costado—. Él es como un
hombre poseído.
Sonreí con orgullo. Poseído no era la palabra. En la última jugada, Becks
había hecho el trabajo de Rick Smythe, bloqueando el gol con su cuerpo, la
pelota rebotando en su pecho. Fenómeno habría sido más exacto.
—Becks es el mejor —dije, sonriendo—. No hay nadie mejor.
—Uf, ahórrame los detalles. —Hizo una mueca, apoyándose de nuevo
contra Cícero. Él envolvió un brazo alrededor de ella, discutiendo el último
bloqueo con el tipo sentado detrás de él—. Si lo amas tanto ¿qué fue todo eso en
casa de Mercedes? Me pareció que todo se había acabado entre ustedes dos.
—Lo está —murmuré, deseando no haber dicho nada. Hooker me estaba
observando atentamente, su mirada directa. Estaba preocupada que si me
miraba lo suficientemente cerca iba a ver el dolor que tanto me había esforzado
por mantener oculto.
—No suenas tan segura, Spitz —respondió ella—. Si las cosas no hubieran
terminado, tendría algunas cosas que decir. Número uno sería sin duda que
Becks y tú están actuando como un par de idiotas de primera clase. ¿Por qué no
puedes decirle…?
Poniéndome de pie, decidí que podría ser el momento para ir al baño. Era
evidente que estaba a punto de decirme todas las razones por las que debería
confesarme a Becks. Estando allí, hacer eso. Mi corazón todavía no se había
recuperado de la primera vez. La fila para el baño de mujeres sería larga, y un
bien recibido escape de las miradas indiscretas de Hooker
Habían dicho que iba a haber algo especial en el medio tiempo, pero no
tenía ningún deseo de verlo. Eso fue hasta que Becks salió al campo, llevando un 168
micrófono, Ash sobre sus talones, Clayton cargando una silla detrás de él. La
vista del trío fue tan inesperada, que bajé lentamente a mi asiento, ignorando la
exclamación de Hooker:
—¿Eso es todo? Qué excusa tan tonta para entretenerse.
No lo sabía en ese momento, pero ella no podía estar más equivocada.
—Hola a todos —dijo Beck, su voz repitiéndose por los altavoces—.
¿Disfrutando del juego hasta el momento?
Las palabras fueron recibidas con un fuerte rugido de aplausos y un par de
abucheos. Por supuesto, esos llegaron desde los Broughton.
—Sí, yo también. —Becks exageró secándose el sudor de su frente y la falta
de aire, como si realmente hubiera estado trabajando con más fuerza de la que
él tenía. La multitud rió—. Todos probablemente se preguntan qué es lo que
estoy haciendo aquí.
—Sí —gritó Ollie—. ¿Qué demonios estás haciendo, Becks?
Eso provocó algunas risitas. Observé cómo Leo lo empujó, golpeándolo en
la cabeza, luego trasladé mi mirada de nuevo a Becks. ¿Qué diablos estaba
haciendo?, me pregunté. Debería estar usando este tiempo para descansar y
recuperarse. En su lugar, estaba aquí alardeándoles a los aficionados.
—Buena pregunta, Ollie, y estoy a punto de decírselo. —Becks sonrió
mientras la multitud se quedó en silencio, esperando escuchar lo que iba a decir
a continuación—. Todos saben que soy un poco supersticioso. La prueba está
aquí —dijo, señalándose—, en mi rostro. Pero a veces tienes que arriesgar algo si
deseas conseguir más beneficios.
Los murmullos aumentaron cuando Becks se sentó en la silla, y Ash sacó
una navaja de su bolsillo, sosteniéndola en alto para que todos la pudieran ver.
Mis manos fueron a mis labios, al darme cuenta exactamente de lo que él
pretendía hacer.
—¿Qué es esto? —dijo Hooker, poniendo una mano en mi hombro—.
¿Spitz, estás bien?
Apenas lo sabía. Él no lo haría... ¿verdad?
—¡No lo hagas, Becks! ¡No lo hagas! —exclamó un aficionado.
Buscando por las filas, Becks encontró mis ojos, nuestras miradas
entrelazadas, la mía sorprendida, la suya decidida. Su micrófono captó las
palabras y las gritó para que todos las escucharan, pero las palabras eran
realmente para mis oídos.
—Esto es por ti, Sal.
Alguien jadeó, o un montón de alguien en realidad. Podría haber sido uno
de ellos. Lo siguiente que supe, fue que Clayton había enjabonado las mejillas y
la barbilla de Becks, asegurándose de cubrir toda la zona inferior de su rostro.
Ash se movió detrás de él, inclinándose para hacer los honores.
Antes de hacer el primer corte, Ash habló por el micrófono.
—Y al idiota dejándome hacerlo sólo para probar cuán serio es. No caigas
en la trampa, Spitz. Llámame en cambio.
La invitación de Ash entró por un oído y salió por el otro. Estaba
demasiado concentrada en el llamado idiota que amaba.
169
Becks consiguió afeitarse allí mismo, cualquier suerte que podría haber
estado en esa barba desapareció con cada roce de la cuchilla sobre la piel. Eso
tomó menos de cinco minutos, pero todo el tiempo la multitud pareció contener
colectivamente la respiración. Cuando terminó, Becks se puso de pie y golpeó a
Ash en la espalda como los chicos hacen a veces, y el Látigo le devolvió el gesto.
Como he dicho antes, chicos = extraños. Punto.
—Gracias a todos —dijo Becks, mirándome directamente, antes que
Clayton robara el micrófono para su propio anuncio especial.
—Sally Spitz —dijo Clayton, escaneando la audiencia mientras mi rostro se
puso caliente. Me hundí más en mi asiento, pero él todavía me veía, no era muy
difícil ya que algunos otros me miraban también—. Ahí lo tienes, chica. Sólo
quería que lo supieras, si perdemos esto, es culpa tuya.
Vaya, gracias Clayton. Si las personas no sabían quién era antes, seguro
que lo sabían ahora. No podía mirar a ningún lado sin encontrar la mirada por
uno de los muchos fanáticos de Chariot. Tomé nota de las salidas por si las cosas
comenzaban a ir mal.
—No entiendo —dijo Hooker, su rostro interrogante—. ¿Por qué dice que
fue por ti? Todo lo que hizo fue afeitar su estúpida barba.
—No sé —mentí, sonriendo mientras daba la vuelta, mirando directamente
a los ojos de otra evidente fan. Se me cayó la sonrisa, no quería provocar a la
mujer, pero yo estaba radiante en el interior. Hooker no tenía que entender.
Como dijo Becks, esta presentación era para mí, y yo sabía exactamente lo que
significaba. Mi roto corazón en mosaicos (SAT una gran palabra, que significa,
reparar), y no importaba si la mitad del estadio atacaba. La confesión de Becks
me había dado alas. Podía volar hasta allí si tuviera que hacerlo.
La segunda mitad fue incluso más brutal que la primera. Broughton se
adelantó, cuatro a tres, con apenas minutos para el final. Las miradas
amenazantes empeoraron, y Hooker se movió unos cuantos asientos más abajo,
temiendo por su seguridad. Tomó un esfuerzo del equipo, pero con la asistencia
de Becks, Ash empató. En una carrera de nervios, especialmente para mí, el
enemigo público número uno en la sección CHS, Becks pateó el gol final,
haciendo un tiro imposible, que solo él podría haber hecho.
Tras el pitido, todos se levantaron, ovacionando, gritando. Las gradas
temblaron cuando cientos de personas corrieron por las escaleras. Se sentía y
sonaba como un terremoto. Traté de encontrar a Becks inmediatamente
después, pero parecía que cada persona de Chariot iba con prisa al campo. Era
imposible superar la pared de cuerpos mientras el estadio se vaciaba. Equipos
de televisión y reporteros, miembros de familias, fanáticos, era una locura. Para
el momento en que llegué a la baranda de la tribuna, ni siquiera podía ver a
Becks en el mar de personas.
Hasta que fue levantado en el aire sobre los hombros de su equipo.
Mírame, pensé. Por favor, mírame, sólo una vez, entonces sabré que
estamos bien.
Y entonces lo hizo.
Fue solo por un momento, pero nuestras miradas se encontraron por
encima de la multitud de personas celebrando. Todo lo demás se derritió. 170
Éramos sólo Becks y yo. Un segundo después fue llevado rápidamente cuando
parte del público pasaba hacia los vestuarios mientras yo todavía estaba
atrapada en la tribuna, pero no importaba. Justo antes que él fuera llevado,
Becks me había dado la más desesperada mirada, como si él no quisiera dejarme
tanto como yo no quería que se fuera.
Sabía que estaba sonriendo como una idiota, pero no podía parar. No
quería. No estaba más nerviosa. Sabía que íbamos a estar bien. Mejor que
nunca. Y también sabía, con certeza, que no podía estar perturbada, que Becks
llamaría, y nosotros hablaríamos, y las cosas estarían bien otra vez.
Poniendo el volumen en alto, puse el teléfono en mi bolsillo y traté de no
revisarlo cada cinco segundos.

Cuando finalmente Becks llamó, eran las 4:27 a.m.


Me había quedado dormida en mi habitación, pero fui condenadamente
despierta por el tema de Star Wars llenando mis oídos.
—¿Becks? —le dije, de repente de pie—. ¿Estás bien? ¿Qué pasa?
—Estoy en la puerta.
—¿Qué?
—Estoy en tu puerta —repitió, más fuerte, pero todavía susurrando—,
afuera de tu casa. No podía esperar hasta mañana.
—Está bien —le dije—. Estaré abajo en un segundo. —Poniéndome mi
sudadera de Yoda, fui de puntillas a la puerta tan rápido como pude, para no
despertar a mamá. Cuando la abrí, Becks dijo:
—Gracias. —Luego pasó junto a mí a la sala, apenas encontrando mis ojos.
Cerré la puerta con cuidado, dando la vuelta a la cerradura, preguntándome qué
era todo esto.
Supongo que lo iba a averiguar aquí en un momento.
Encendí una lámpara y luego me senté a su lado en el sofá. Becks estaba
allí sentado, sonriendo directamente a mis ojos, como si no fueran dos horas
antes del amanecer.
—Lo siento, se me hizo muy tarde. Recién logré escapar de Clayton y los
chicos. ¿No vas a felicitarme, Sal?
—¿Eh? —le dije
—Por el partido. —Se echó hacia atrás, poniéndose cómodo—. Nunca
dijiste nada del juego. Todos los demás y tu madre me hablaron sobre ello, pero
quería que me dieras tu opinión.
—A las cuatro y media de la mañana —dije sin expresión.
—Si eso significa escuchar tu voz, entonces sí —dijo—. Las cuatro y media
suena bien para mí.
Me guardé el vértigo contenido, la cara con la máscara de desaprobación.
171
—¿Qué estabas pensando? —dije, empujándolo en el pecho. Becks parecía
sorprendido, pero yo acababa de empezar—. ¿Cómo pudiste arriesgar el
campeonato, el campeonato, Becks, sólo para hacer un truco como ese? ¿Por
qué lo harías?
—Ah, Sal, tú lo amaste.
—No lo hice. —Crucé los brazos—. Esa fue la cosa más tonta que he visto en
mi vida.
—¿No quieres decir lo más dulce? —Sus brazos me rodearon, y cuando
permití eso, Becks sonrió—. Vamos, Sal, no te molestes. Sabes que lo hice todo
por ti.
—Lo hiciste para impresionar a la gente —corregí.
—No —dijo—, lo hice para impresionarte. ¿Funcionó?
Me ablandé, coloqué una mano en la suave piel de su rostro. No había
nada que me gustara más que un bien afeitado Becks, pero esta vez significaba
algo diferente, algo más.
—¿Por qué? —pregunté de nuevo.
Él entrelazó sus manos detrás de mi espalda y me acercó más.
—Estaba bastante seguro que no me creerías a menos que hiciera algo
drástico. Tú no escuchabas, así que decidí mostrarte cuánto te amo.
—Un campeonato es mucho para apostar —dije, mi corazón elevándose. Él
lo había dicho otra vez, y esta vez yo estaba escuchando. Estaba escuchándolo en
voz alta y clara, y desesperadamente quería escucharlo decir esas dulces
palabras una y otra vez.
—No si te saco del trato. —Becks se quedó mirándome, su expresión seria,
sus ojos en los míos—. Te amo, Sal. Nunca dije nada porque pensé que lo sabías
y no sentías lo mismo. No podía arriesgarme a perder nuestra amistad. Supuse
que siempre seríamos ―sólo amigos‖. Cuando me pediste ser tu novio falso, juro
que mi corazón se detuvo. Esta es, pensé. Mi única oportunidad. Incluso si no
estábamos realmente juntos, decidí aprovecharlo al máximo. —Hizo una pausa
para asegurarse que estuviera escuchando—. Pero tienes que saber. Que cada
palabra que dije, era todo verdad. Cada palabra. Tú eres mi chica, Sal. Me
encanta que seas tan inteligente, pero todavía un poco loca. Amo tus pecas. —
Me quedé sin aliento cuando sus dedos rozaron mi nariz—. Amo que tu película
favorita sea posiblemente la peor película del planeta. Dios, me encanta cuando
hablas alemán. No tengo idea de lo que estás diciendo, pero me gusta. Cuando
dijiste que también me amabas... —Negó, con una expresión de asombro en su
rostro—. He sido realmente muy estúpido, pero voy a ponerle fin a eso ahora
mismo.
Mis ojos se llenaron ante su confesión. Parpadeé con furia, no queriendo
arruinar este hermoso momento por lloriquear. ¡Becks me amaba! Era tan
increíble, pero la verdad me golpeó con fuerza cuando vi la mirada en sus ojos.
—Sal, no llores. —Usando su dedo pulgar, suavemente apartó la primera
lágrima cayendo—. Sólo hay una cosa que sé, que siempre he sabido que quería
de la vida. Y eres tú.
El llanto realmente comenzó entonces, y Becks maldijo, jalándome hacia 172
él. Ignoré el crujido delator de la escalera y el suspiro a continuación, que me
dijo que mamá estaba definitivamente arriba y escuchando. De los discretos
lloriqueos, no míos, pensé que ella podía estar llorando también. Después de un
momento, durante el cual continuó frotando mi espalda, dijo:
—¿Estás bien, Sal?
—Sí. —Sorbiendo mis mocos, me aparté, pero Becks no me dejó ir muy
lejos. Con todas las palabras bonitas de Becks corriendo salvajemente por mi
cabeza, casi olvido su gran anuncio universitario—. Así que... ¿Universidad de
Carolina del Norte?
—Escuché que ibas a Duke. —Becks se encogió de hombros—. La UCN me
ofreció una beca completa.
Le miré.
—¿No lo hicieron todos?
Sólo se rió.
—¿Qué te puedo decir? El entrenador dijo que me necesitaba. —Becks bajó
la mirada y luego me miró—. Y yo te necesito.
Me fundí en él. ¿Cómo siempre sabe qué decir?
—Te amo tanto.
—Lo sé. —Se inclinó más cerca, dejó caer su voz a un susurro y dijo—: Soy
tu Huckleberry.
Y lo era, pensé, mientras me besaba dejándome sin respiración. Él era mi
Huckleberry, mi Han Solo, mi único, pero sobre todo él era mi Becks y yo era su
Sal. Esa era la verdad.
No hay nada mejor que eso.

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Cookie O’Gorman escribe historias llenas de humor y corazón para el nerd
en todos nosotros. Primeros besos intensos, diálogos ágiles, mujeres listas,
hombres dignos de un desmayo y amistades inquebrantables se ofrecen en cada
uno de sus libros.
Cookie es una romántica sin remedio, una aficionada a Harry Potter y una
defensora de cosas tontas. El chocolate, la comida china y los dramas asiáticos
son su kriptonita. Por encima de todo, cree que en la vida real hay demasiada
tristeza y desesperación, que es por lo cual siempre intenta de dar a sus
personajes un final feliz. Adorkable es su novela debut.
¡Ya sea por sus libros o simplemente para platicar, a Cookie le encantaría
saber de ti!
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