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ALGUNOS TEXTOS DE LA IGLESIA ANTIGUA

SOBRE EL AYUNO

El Pastor de Hermas (Siglo II)

El ayuno que vas a practicar tienes que observarlo de la siguiente forma:


Ante todo debes cuidarte de toda mala palabra y de todo mal deseo, y debes purificar tu
corazón de todas las vanidades de este mundo. Si observas esto, tu ayuno será perfecto.
Harás el ayuno de esta forma: Una vez que hayas cumplido todo lo que está
escrito, el día del ayuno no tomarás más que pan y agua. Calcularás el precio de las
comidas que deberías haber tomado ese día, y entregarás esa cantidad a una viuda, o a
un huérfano, o a un necesitado, y así te humillarás para que el que recibe el fruto de tu
humillación se sacie y ruegue al Señor por ti.
Si cumples el ayuno como te lo he mandado, tu sacrificio será acepto ante Dios y
este ayuno quedará escrito. Esta liturgia es hermosa, alegre y aceptable ante el Señor.
Observarás estas cosas de esta forma junto con tus hijos y con toda tu familia.
Serás dichoso si lo cumples. Y los que lo cumplan así por haberlo escuchado, también
serán dichosos, y Dios les concederá todo lo que pidan.
(Comparación quinta, 3, 6-9)

Orígenes (+254)

El cristiano tiene libertad de ayunar en cualquier tiempo, pero no por superstición sino
por la virtud de la templanza… Esta es la razón del ayuno cristiano. Pero todavía hay
otra razón más religiosa, cuya alabanza se encuentra en las cartas de algunos de los
apóstoles. Porque en cierto libro escrito por los apóstoles encontramos que se dice:
Dichoso el que ayuna para ayudar al pobre (¿?). Este ayuno es grato ante Dios y es
suficiente porque imita a aquél que dio su vida por sus hermanos.
(Hom. in Lev. 10, 2; PG XII, 528)

San Cipriano de Cartago (+258)

Nuestras oraciones y ayunos pueden poco si no van ayudados por las limosnas, las
súplicas solas valen poco para alcanzar algo si no se llenan añadiéndoles hechos y
obras.
(Sobre las buenas obras y las limosnas, 5; PL IV, 606)

San Basilio Magno (+379)

Estos son aquellos que quieren cumplir los mandamientos, pero no quieren despojarse
de sus riquezas. Vi a no pocos que ayunaban, oraban, gemían y se ejercitaban en toda
clase de piedad que se puede practicar sin ningún gasto, pero que no ofrecían una sola
moneda a los pobres. ¿Qué utilidad tiene esto para el resto de la virtud? A estos no los
recibe el reino de los cielos, porque dice: “Es más fácil que un camello pase por el ojo
de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos” (Lc 18,25).
Homilía contra los ricos, 3 (PG XXXI, 285-286)
San Gregorio de Nisa (+394)

El tiempo presente nos ha traído una gran cantidad de gente desnuda y sin techo.
Hay una multitud de cautivos frente a la puerta de cada uno. Extranjeros e inmigrantes
no faltan, y por todas partes se pueden ver extendidas las manos suplicantes. Para todos
éstos la casa es el campo abierto, el hotel son los pórticos, las calles y las partes más
desiertas de las plazas; habitan en cuevas como los búhos y las lechuzas; su vestido son
harapos destrozados. Su cosecha es la benignidad de los misericordiosos. Su comida, lo
que pueden obtener de alguno que pasa. Su bebida la encuentran en las fuentes, como
los animales. Su vaso son las palmas de las manos. Su despensa son los pliegues del
propio vestido, si no es que está demasiado roto y puede contener todo lo que llevan. Su
mesa son sus rodillas. Su cama es el suelo; su baño, el que Dios dio común y natural
para todos: los ríos y las lagunas. Para ellos la vida es errante y salvaje, y no la llevan
así desde el principio, sino que les ha sobrevenido por la desgracia y la necesidad.
¡Tú, que ayunas, atiende a éstos! ¡Sé benigno con estos hermanos que están
padeciendo necesidad! ¡Lo que quitas a tu estómago, ofrécelo al pobre! ¡Que el justo
temor de Dios establezca la igualdad! ¡Que la moderación prudente cure las dos
enfermedades opuestas: tu saciedad y el hambre de tu hermano! De esta misma forma
actúan los médicos: a unos les prescriben dieta, y a otros les exigen que coman, para que
con el aumento de uno y la disminución del otro se conserve la salud de ambos.
¡Presten atención a esta buena exhortación! ¡Que la palabra que ha sido
pronunciada abra las puertas del rico! ¡Que el consejo que ha sido dado conduzca al
pobre hacia el que posee! ¡Que no sea una simple expresión la que enriquezca a los
menesterosos, sino la palabra eterna de Dios las que les dé casa, cama y mesa! ¡Por
medio de una palabra familiar, atiende con tus propios bienes a los que están en la
necesidad!
(Sermón 1 sobre el amor a los pobres; PG XLVI, 457-458)

Nectario de Constantinopla (+397)

Así como nuestro cuerpo es inútil e ineficaz cuando falta la respiración, de la misma
forma es vano nuestro ayuno cuando falta la limosna. ¿De dónde se saca esto? Lo
mostraré evidentemente por medio de la Escritura, que dice: “Que nunca te falten las
limosnas y la fe” (Prov 3,3), y también: “La misericordia y la verdad irán delante” (Sal
89,15); y en otro lugar: “Yo quiero la misericordia y no el sacrificio” (Os 6,6); y “El
que tiene misericordia del pobre, le presta a Dios” (Prov 19,17)…
Si mañana vinieras con el rostro demacrado, postrado completamente en tierra y
mostrando los signos evidentes de tu ayuno, y al mismo tiempo se encontrara en tu
presencia un pobre, consumido por el hambre y la sed, congelado por el frío y
suplicándote con infinitos gritos que te compadezcas, y sin embargo se fuera con las
manos vacías sin recibir de ti una sola ayuda para su pobreza ¿para qué servirá tu
ayuno? ¿no será acaso un debilitamiento de tu cuerpo que no ayuda de ninguna manera
al que lo hace?
(Sermón para la fiesta de san Teodoro, 16; PG XXXIX, 1833)

San Juan Crisóstomo (+407)

Si ayunas sin dar limosna, tu acción no se considera ayuno, sino que eres peor que un
glotón o un borracho. Y eres peor que éstos porque la crueldad es un pecado peor y más
grave que la gula. ¿Y qué digo el ayuno? Aunque vivas castamente, aunque conserves la
virginidad, quedarás fuera de la cámara nupcial si no practicas la limosna. ¿Qué hay
comparable a la virginidad, que por su excelencia no cae bajo la Ley ni aun en el Nuevo
Testamento? Sin embargo, se la rechaza si no viene acompañada por la limosna.
(In Matth., Hom. LXXVII, 6; PG LVIII, 710)

Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los
otros (...) Así, pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre
el duro suelo, y comas cenizas, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no
haces nada grande».
(Homilía Sobre la Primera Carta a los Corintios, 25, 3; PG LXI, 208)

San Agustín (+430)

En estos días (de Cuaresma) nuestras oraciones han de ser más fervorosas; y para que
sean auxiliadas con los apoyos pertinentes, demos también limosnas con mayor fervor.
A lo que ya dábamos, añadámosle lo que ahorramos con el ayuno y la abstinencia de los
alimentos acostumbrados. Siendo así que las limosnas deben ser más generosas, si por
una necesidad corporal alguien no pudiera abstenerse de nada para añadir a lo que suele
dar a los pobres lo que se ha quitado a sí mismo, por el hecho de que él no se priva de
nada, muestre su piedad dando al pobre; si no puede ayudar a sus oraciones con la
mortificación corporal, introduzca en el corazón del pobre una limosna más generosa
que pueda rogar por él. En las Escrituras sagradas se encuentra este excelente consejo,
digno de ser seguido: “Introduce en el corazón del pobre la limosna, y ésta orará por
ti” (Sir 29,15 Vg).
Amonestamos también a quienes se abstienen de las carnes que no se alejen de las ollas
en que fueron cocidas como si fueran inmundas. Así dice el Apóstol: “Todas las cosas
son puras para los puros” (Tit 1,15). Lo que, según la sana doctrina, se hace en esta
observancia no es para evitar la impureza, sino para domar la concupiscencia. De aquí
que caen en un grave error los que se abstienen de carne para buscar otros manjares de
más delicada preparación y de mayor precio. Eso no es abrazar la abstinencia, sino
cambiar el objeto de placer. A quienes se desprenden del manjar ordinario, pero
aumentan sus gastos en comprar otros ¿cómo podremos decirles que den al pobre
aquello de lo que ellos mismos se privan? Así, pues, durante estos días, ayunen más
frecuentemente y, viviendo ustedes con más parquedad, repartan con mayor generosidad
a los necesitados.
(Sermón 209, 2-3; PL XXXVIII, 1046-1047)

Ante todo, acuérdense de los pobres; de esta forma depositen en el tesoro celestial
aquello de que se privan viviendo más sobriamente. Reciba Cristo hambriento lo que al
ayunar recibe de menos el cristiano. La mortificación voluntaria sirve de sustento para
quien no tiene nada. La escasez voluntaria del rico sea abundancia necesaria para el
pobre.
(Sermón 210, 12; PL XXXVIII, 1053)

Has oído lo que dijo Isaías: “Comparte tu pan con quien tiene hambre” (Is 58,7): no
pienses que basta con ayunar. El ayuno te castiga, pero no alimenta al otro. Tus
privaciones serán fructuosas si dan alivio al otro. Pero mira que has engañado a tu alma:
¿A quién le darás aquello de lo que te has privado? ¿Dónde pondrás aquello que te
negaste? ¡Cuántos pobres se pueden alimentar con el almuerzo que hoy no tuvimos!
Ayuna de tal modo que por haber comido otro, tú te alegres por haber comido por la
oración para que puedas ser oído. Allí dice acerca de esto: “Tú todavía estarás
hablando y yo te diré: ‘Aquí estoy, si alegremente compartes tu pan con el que tiene
hambre’” (Is 58,9-10), porque con frecuencia lo hacen con tristeza y protestando más
para liberarse del fastidio de los que piden que para aliviar el hambre de los pobres.
“Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,7). Si te produce tristeza dar el pan, pierdes
el pan y la recompensa. Dalo entonces de buena gana, para que Aquel que ve en tu
interior ‘cuando todavía estás hablando’, te diga: “Aquí estoy”. ¡Qué rápidamente se
reciben las oraciones de los que obran bien! Y esta es la justicia del hombre en esta
vida: el ayuno, la limosna y la oración. ¿Quieres que tu oración vuele hacia Dios?
Colócale dos alas: el ayuno y la limosna.
(Enarrationes in Psalmos, 42,8; PL XXXVI, 482)

San Pedro Crisólogo (+450)

El ayuno sin misericordia es hipocresía… Quien no ayuna para el pobre engaña a Dios.
El que ayuna y no distribuye su alimento, sino que lo guarda, demuestra que ayuna por
codicia, no por Cristo. Así, pues, hermanos, cuando ayunemos coloquemos nuestro
sustento en manos del pobre.
(Sermón 8; PL LII, 210).

El ayuno no germina si no es regado con la misericordia. El ayuno se seca con la sequía


de la misericordia. Aunque purifique su corazón, limpie su carne, arranque los vicios y
plante la virtud, si no lo riega con la misericordia, el que ayuna no recogerá ningún
fruto. Tú que ayunas, tu campo ayuna si ayuna de misericordia. Lo que tú, que ayunas,
inviertes en misericordia lo recogerás en tus graneros.
(Sermón 43; PL LII, 320)

San León Magno (+461)

La abstinencia del que ayuna conviértase en refección del pobre. Procuremos la defensa
de las viudas, el auxilio de los huérfanos, el consuelo de los que lloran, la paz de los que
están enemistados. Recibamos a los peregrinos, ayudemos a los oprimidos, vistamos al
desnudo, favorezcamos al enfermo, de modo que cualquiera de nosotros que ofrezca a
Dios con sus obras de caridad el sacrificio de esta beneficencia, merezca recibir del
mismo el premio del reino celestial.
(Sermón 13 – II sobre el ayuno del mes de Diciembre; PL LIV, 172)

El ayuno sin la limosna aflige al cuerpo pero no purifica el alma; se ha de atribuir más a
la avaricia que a la abstinencia.
(Sermón 15 - IV sobre el ayuno del mes de Diciembre; PL LIV, 175)

Hágase de la abstinencia de los fieles el alimento de los pobres, y aproveche al


necesitado lo que cada uno sustrae de su alimentación. Porque aunque mucho aprovecha
al alma y al cuerpo el remedio de la abstinencia, poca utilidad reportarían esos mismos
ayunos si no fuesen santificados con las obras de misericordia.
(Sermón 20 – IX sobre el ayuno del mes de Diciembre; PL LIV, 190)

Recibamos este ayuno solemne con una devoción diligente y una fe alerta, y
celebrémoslo no con una dieta estéril, tal como lo prescriben frecuentemente la
debilidad del cuerpo y la maldad de la avaricia, sino con una gran generosidad, para ser
de los que ha dicho la misma Verdad: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque serán saciados (Mt 5,6). Sean nuestras delicias las obras de
misericordia y llenémonos de estos alimentos que nutren con vistas a la eternidad.
Pongamos nuestro gozo en las refecciones de los pobres a los que sació nuestra limosna.
Regocijémonos en el vestido de aquellos cuya desnudez cubrimos con la ropa necesaria.
Sienta nuestra humanidad a los enfermos en sus enfermedades, a los desterrados en sus
pruebas, a los huérfanos en su abandono, a las viudas desoladas en sus tristezas.
(Sermón 40 – II de Cuaresma; PL LIV, 270)

Sustraigamos algo de la abundancia de los bienes terrenos, de modo que aproveche a las
limosnas lo que no se pone sobre la mesa. Porque la medicina del ayuno ayuda a sanar
el alma si la abstinencia del que ayuna quita el hambre del necesitado.
(Sermón 80 – III sobre el ayuno de Pentecostés; PL LIV, 420)

San Cesáreo de Arlés (+543)

El ayuno sin limosna no es ningún bien, a no ser que se trate de un pobre que no tiene
nada para dar. El ayuno sin limosna es como una lámpara sin aceite. Una lámpara que se
enciende sin aceite sólo da humo, pero no puede dar luz; de la misma manera el ayuno
sin limosna puede hacer sufrir el cuerpo pero no ilumina el alma con la caridad. Por lo
que se refiere a este tiempo, hermanos, ayunemos de tal manera que nuestros banquetes
sean entregados a los pobres; de modo que lo que estamos por comer no se destine a
nuestras bolsas sino al estómago de los pobres. Porque la mano del pobre es la caja en la
que se depositan las limosnas para Cristo, y lo que recibe lo coloca en el cielo para que
no se pierda en la tierra. Y aunque el alimento que recibe el pobre se consuma, el mérito
de la buena acción se conserva en el cielo.
(Homilía III de Cuaresma, 6; PL XVII, 676-678)

San Gregorio Magno (+604)

Nadie crea que pueda bastarle la sola abstinencia, ya que el Señor dice por el Profeta:
“¿Acaso el ayuno que me es grato no consiste más bien en esto: en que partas tu pan
con el hambriento, en que recibas en tu casa al pobre y al que no tiene techo, que
cuando veas al desnudo lo cubras y no desprecies a tu semejante?” (Is 58,6-7).
El ayuno que Dios aprueba es el que le ofrece una mano misericordiosa, el que se hace
por amor al prójimo, el que se condimenta con la piedad.
Da al prójimo aquello de que tú te privas de modo que de donde tu carne se mortifica se
alivie la carne del prójimo necesitado. Por eso dice el Señor por el Profeta: “Cuando
ustedes ayunaban y llorabas...¿acaso lo hicieron por respeto mío? Y cuando comían y
bebían ¿acaso lo hacían mirando por ustedes mismos?” (Zac 7,5-6). Come y bebe para
sí quien toma para sí, sin atender a los pobres, los alimentos corporales que son dones
que el Creador hace a todos. Ayuna para sí quien no da a los pobres aquello de que se
priva por algún tiempo, sino que lo reserva para ofrecerlo después a su vientre.
De ahí lo que dice Joel: “Santifiquen el ayuno” (Jl 1,14), porque santificar el ayuno es
ofrecer a Dios una digna abstinencia corporal junto con otras obras buenas. Cese la ira,
apláquense las disensiones, pues en vano se mortifica el cuerpo si el alma no refrena sus
malos deseos desatendiendo lo que dice el Señor por el Profeta: “En el día de su ayuno
ustedes hacen cuanto se les antoja, y ayunan para seguir con sus pleitos y contiendas, y
golpear con el puño sin piedad, y apremiar a todos sus deudores” (Is 58,3-4).
Quien reclama de su deudor lo que le dio, no hace nada injusto. Pero es conveniente que
quien se mortifica con la penitencia se prive también de lo que justamente le
corresponde. Si por amor a Dios perdonamos lo que justamente nos corresponde,
cuando nos aflijamos y hagamos penitencia Él también nos perdonará lo que
injustamente hemos hecho.
(Homilía 16 (libro I) 6; PL LXXVI, 1137-1138)

A los que se abstienen se les debe exhortar para que sepan que recién ofrecen una
abstinencia agradable a Dios, cuando entregan a los pobres todos aquellos alimentos de
los que se han privado [...] De donde se sigue que no ayuna para Dios sino para sí
mismo, aquél que no da ahora a los pobres lo que le quita a su estómago, sino que lo
reserva para darlo más tarde al estómago.
(Regla Pastoral, III, 19; PL LXXVII, 82-83)

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