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EL PEREGRINO - AUTOBIOGRAFÍA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

Michell Stefany Gallardo Arévalo

En este relato nos encontramos con un hombre, tan común como cualquiera de
nosotros, completamente entregado a su labor en el ejército y, tal como él lo
describe, a las cosas del mundo.
San Ignacio nos habla principalmente de su proceso de conversión, pues lo
hallamos a él describiéndose a sí mismo como alguien dado a las vanidades del
mundo, completamente entregado a estas cosas superficiales que suelen invadir
nuestra vida al punto de tomar el papel central; él, en ese momento, se ve como
alguien que se deleitaba por ser un fuerte soldado. Todo da un giro inesperado
cuando durante un combate es herido en una pierna; la herida termina siendo
realmente grave, al punto de que, a pesar de las distintas intervenciones médico-
quirúrgicas realizadas, su condición no mejoraba y los médicos daban un
pronóstico pésimo a su condición de salud.
A causa de esta lesión, San Ignacio tuvo que pasar muchos dolores y muchos
días en cama; dado esto solicitó que le proporcionaran o le prestaran unos
cuantos libros de caballería, su tipo de literatura favorita para ese entonces, esos
libros “mundanos y falsos”, como los llama él; sin embargo, en la casa donde se
estaba hospedando no había ningún libro de este tipo, por lo que le dieron un Vita
Christi y libros sobre la vida de los santos, para que se entretuviera. Así, de la
forma más silenciosa posible, Dios comenzó a entrar en su vida; podríamos creer
que fue casi por una simple coincidencia, pero para este caso específico podemos
ver que solo era el plan perfecto de Dios.
Así, comienza el autor a plantear una serie de razonamientos sobre su vida
espiritual; relata los distintos pensamientos que atravesaban su mente cada vez
que tomaba y analizaba los libros que le habían prestado comparándolos con los
pensamientos y sentimientos que traía de su vida pasada. San Ignacio comienza a
hacer una serie de discernimientos espirituales y se da cuenta que cuando
pensaba en aquello del mundo se deleitaba mucho, pero, cuando lo dejaba, se
sentía de nuevo vacío y seco; en cambio, cuando se sumergía en pensamientos
dedicados a las vivencias de los santos (las cuales siempre le dejaban una
enseñanza) se sentía alegre, tanto cuando estaba en tales pensamientos como
después de dejarlos. Esto, sumado a una aparición de la Virgen María con el
santo Niño Jesús, hizo que San Ignacio renunciara completamente a lo que había
sido su vida hasta ese entonces, una vida dedicada a la carne y al mundo y
deseara realizar penitencia por esa vida que llevó.
De esta forma, comienza San Ignacio a aprender cada vez más acerca de las
vivencias de un cristiano completamente entregado a Dios y se planteó como meta
realizar todo tipo de penitencias, ayunos, etc., que habían realizado otros santos.
Igualmente decidió viajar hasta Jerusalén, emprendiendo la travesía en medio de
algunas dificultades, pero con una fe tan grande que sus problemas quedaban
reducidos a polvo con ella.
Al principio de su recorrido, San Ignacio aún sentía que debía realizar alguna
penitencia por el simple hecho de que otro santo la había realizado; sin embargo,
este pensamiento cambió progresivamente, hasta el punto en que él estaba
dispuesto a realizar cualquier cosa solo para gloria de Dios.
Hasta este punto de la lectura nos topamos con una muy interesante historia que
nos ayuda con el manejo de algunos asuntos de nuestra vida.
El primer mensaje que he recibido de esta lectura, el más evidente, es un mensaje
de perseverancia espiritual motivada por el inmenso amor a Dios; la forma en la
que San Ignacio, luego de conocer a Cristo, se esmera cada día de su vida por no
fallarle, por ser un siervo fiel, es un acto que merece total admiración. La
descripción que hace San Ignacio de todos estos acontecimientos espirituales me
llevan a aceptar aún más el hecho de que Dios nos busca siempre, está
intentando llamar nuestra atención, está hablándonos al oído constantemente para
guiarnos hacia el camino y/o plan ideal que él ha diseñado para nosotros.
Por otro lado, vemos a San Ignacio aportándonos una gran lección de fuerza y
valentía; él fue herido en combate, fue un hombre con las más mínimas
posibilidades de sobrevivir y aun así en ningún momento pensó en desistir y
dejarse llevar por las fuerzas de la muerte, estuvo en todo momento dispuesto a
sufrir lo que fuera necesario con tal de superar esa dura prueba. Así como lo fue
San Ignacio deberíamos ser también nosotros personas dispuestas a afrontar las
dificultades con todo el valor que quepa en nuestro ser, deberíamos apoderarnos
de nuestra vida, ver todo lo bello de ella, abrazar nuestros problemas y ver su cara
amable.
San Ignacio fue un hombre realmente osado, capaz de dejar todo lo que conocía,
todo lo que un día lo hizo sentir feliz, para emprender un arduo y largo viaje en
busca de aquello que saciaba su sed espiritual, aquello que llenaba el vacío
encontrado en su interior. Tal como lo hizo él, deberíamos nosotros perseguir
nuestros sueños y metas, todo lo que nos apasiona, nos llena, todo aquello que
nos motiva a seguir adelante, porque si conseguir nuestros objetivos fuera fácil,
jamás pondríamos tanto valor y empeño sobre ellos.
Por último, encuentro una gran enseñanza en el valor del servicio que comienza a
manifestarse en el actuar de San Ignacio de Loyola. Él expresa, en cada paso que
da, su disposición a servir a Dios, principalmente sirviendo al prójimo. En el ámbito
profesional de la medicina este es un punto fundamental, pues nos ayuda a
conectarnos con el fin último de esta carrera: trabajar arduamente para ayudar a
los demás, servirles, brindarles apoyo en sus momentos más vulnerables, porque
lo que deberíamos buscar ser no es alguien tratando una enfermedad, sino
alguien tratando a una persona, a un ser humano, valioso y único.
Basado en: El Peregrino, Autobiografía de San Ignacio de Loyola. Ignacio de Loyola. Introducción
notas y comentario por Josep M.ͣ Rambla Blanch, S. I. Mensajero - Sal Terrae.

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