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LAS PEQUEÑAS VIRTUDES (MARCELINO CHAMPAGNAT).

         San Marcelino da por supuesto que todos sabemos que hay en todos los


hombres pequeñas miserias y que aún los hombres más virtuosos tienen
defectos. Por eso es que se generan siempre pequeñas diferencias y
encontronazos aún entre personas buenas.

         Aclara que se puede ser virtuoso y tener un mal genio, dice: “el carácter
difícil de un solo hermano basta para perturbar la casa y hacer padecer a todos.
Se puede ser observante, piadoso, celoso de la propia santificación y amar a
Dios, sin tener la perfección de la caridad, es decir, las pequeñas virtudes,
que son los frutos, los adornos más delicados y la corona de la caridad.
         Y advierte con mucha fuerza: “sin la práctica diaria y habitual de las
pequeñas virtudes no puede haber unión perfecta entre los miembros de una
casa” y sentencia que esta falta de virtud, es la única causa de las divisiones y
disensiones.
 1- La indulgencia: que excusa y disminuye las faltas del prójimo y las
perdona también más fácilmente. Cita a San Bernardo: “Queridos hermanos,
haced conmigo lo que queráis, estoy resuelto a amaros siempre, aunque
vosotros no me améis. Mi amor me tendrá unido a vosotros, aun a pesar
vuestro. Si me insultáis, tendré paciencia, inclinare la cabeza a las injurias;
venceré vuestro mal proceder con beneficios; iré delante de los que rechacen
mis servicios, haré el bien a los ingratos; honraré a los que me desprecien,
porque somos miembros los unos de los otros.”
2- La simulación caritativa: que parece no darse cuenta de los defectos,
sinrazones, faltas y palabras poco atentas del prójimo, y que todo lo soporta
sin decir nada y sin quejarse. “Disimulad, sufrid los defectos de vuestros
hermanos” (Col III, 13) Y nos podemos preguntar: ¿Por qué no dice el
Apóstol: reprended, corregid, castigad, sino sufrid? Porque ordinariamente no
tenemos la misión de corregir; este oficio pertenece a los superiores: nuestro
deber es tener paciencia. Sta. Teresita (¿qué tengo que me amas tanto?)
3- La compasión: que se apropia de las penas de los que padecen para
suavizarlas, que lloran con los que lloran, que toma parte en los trabajos de
todos e interviene para aliviarlos y sobrellevarlos él mismo. “Me he hecho
todo para todos. Lloro con los que lloran, me alegro con los que están alegres;
nadie enferma que no enferme yo con él, nadie se ha escandalizado sin que yo
no me abrase; en una palabra, he tomado todas las formas a fin de serviros y
ganarnos a todos para Jesucristo.” Lo que quiere resaltar San Marcelino es esa
disposición del alma en la cual se sienten las cosas ajenas como propias.
4 - La Santa Alegría: es un complemento de la anterior, es esa virtud que se
apropia también los gozos de los dichosos para acrecentarlos y para procurar a
sus hermanos el consuelo y la felicidad de la virtud y de la vida comunitaria.
No solo las alegrías sino también las angustias y los dolores, pero siempre con
espíritu sobrenatural. Toma con alegría ya sea los gozos como las penas. Estos
hacen la vida más fácil y llevadera.
5 – La flexibilidad de ánimo: que sin motivos poderosos jamás impone a
nadie sus opiniones, sino que admite sin resistencia lo bueno y racional que
hay en las ideas de los hermanos, y aplaude sin envidia las invenciones
y  pareceres de los demás, para conservar la unión y caridad fraterna. Es la
renuncia voluntaria de sus intentos personales, y la antítesis de la
obstinación (terquedad) e intransigencia (testarudez) en las propias ideas.
No disputes, huye de las contiendas de palabras, era el consejo del Apóstol. Y
San Roberto Belarmino decía: “Más vale una onza de caridad que cien libras
de razón”. Habla de cómo es mejor proponer un tema de conversación o una
idea y dejar que los demás la combatan sin defenderse, mejor es ceder y
conformarse con lo que dicen los otros. Esta conducta hace vencedor al que
cede, porque se hace superior a los demás en virtud. Por eso decía San José de
Calasanz: “Quien quiera paz a nadie contradiga”.
6 – La solicitud caritativa: virtud que previene las necesidades de los demás
para evitarles las pena de sentirlas y la humillación de pedir asistencia; la
bondad de corazón que nada sabe negar, que está siempre al asecho para poder
servir, para dar gusto y obsequiar a todo el mundo. Narra aquí el ejemplo de
San Hugo, Obispo de Grenoble, quien se retiraba a la Gran Cartuja para vivir
como simple religioso bajo la dirección de San Bruno. En aquel tiempo los
cartujos vivían de a dos por celda y le dieron por compañero a un monje
llamado Guillermo, quien se quejó a San Bruno del santo obispo. ¿En qué
consistía su queja? De que a pesar suyo, el obispo cumplía los oficios más
bajos y más pesados, de que no se portaba como un compañero sino como un
sirviente, prestándole los servicios más humildes. Guillermo le rogó a San
Bruno que le ordenase que moderara su humildad y su caridad. Pero San
Hugo, insistía para que le permitiera satisfacer su devoción y dedicarse al
servicio de su hermano. Estas son las disputas de los santos, sumamente
eficaces para conservar la paz.
7 – La Afabilidad: esta virtud es la que nos permite atender a los importunos
sin mostrar la más leve impaciencia, que siempre está pronta para acudir en
ayuda de los que piden su auxilio, que instruye a los ignorantes sin cansarse y
con toda paciencia. Porque muchas veces ayudamos, y soportamos, pero lo
tenemos que hacer notar. Santa Teresita (ruidito en la oración).
San Marcelino menciona aquí el ejemplo en esta virtud de San Vicente de
Paúl. Se cuenta de que se le vio interrumpir la conversación que tenía con
personas de categoría, para repetir cinco veces la misma cosa a alguien que no
la entendía bien, diciéndola la última vez con igual tranquilidad que la
primera. Se le vio escuchar sin sombra de impaciencia a pobres personas que
hablaban mal y largamente; se le vio, estando sumamente atareado, dejarse
interrumpir 30 veces en un día por personas escrupulosas que no hacían más
que repetir lo mismo con diferentes términos, oírlas hasta el fin con invencible
paciencia, escribirles de su puño y letra lo que les había dicho y explicárselo
más detenidamente cuando no lo habían entendido bien. Finalmente
interrumpir el oficio y el sueño para servir al prójimo.
8 – La Urbanidad y Cortesía: es la virtud que nos hace ceder siempre el
primer lugar en obsequio de otros, que nos hace tener siempre esa deferencia y
atenciones hacia los demás. Decía San Pablo: “Anticipaos unos a otros en las
señales de honor” (Ron 12,10). Las demostraciones de estima y veneración
manifestadas con sinceridad fomentan el amor mutuo, por el contrario, sin
esto no hay unión posible ni caridad fraterna.
Todos los hombres naturalmente, experimentan satisfacción en verse honrados
por razón de la propia excelencia, que nos hace muy sensibles al desprecio y a
la deshonra; de ahí que cada uno ama al que le trata con respeto y se siente
obligado a corresponder con la misma atención. “Amad y seréis amados, dice
San Juan Crisóstomo, alabad a los otros y seréis alabado; respetadlos y os
respetarán; dadles de buena gana la preferencia, y os tendrán toda suerte de
atenciones”. Esto nos tiene que hacer ver que si por ahí no nos tratan bien,
debemos ver cuál es el trato que tenemos con los demás, no sea que, sea yo la
causa, y cosecho lo que siembro. En los demás lo vemos fácilmente, pero en
nosotros nos cuesta ver los defectos.
9 – La Condescendencia: es la virtud que nos permite prestarnos con
facilidad a los deseos de los demás, que nos inclina a complacer a los
inferiores, escucha las observaciones y muestra apreciarlas aunque no sean
perfectamente fundadas.
“Ser condescendientes, dice San Francisco de Sales, es acomodarse a todo el
mundo en cuanto lo permite la ley de Dios y la recta razón. Es como ser una
bola blanda de cera, susceptible a todas las formas, supuesto que sean buenas,
es no buscar el propio interés, sino el del prójimo y la gloria de Dios. La
condescendencia es hija de la caridad, y no hay que confundirla con cierta
debilidad de carácter que impide el reprender las faltas de los otros cuando a
ello se está obligado; esto no sería un acto de caridad, sino, al revés, cooperar
al pecado del otro”.
Y agrega San Marcelino que la condescendencia en los gustos de los otros y
en el soportar al prójimo, eran las virtudes predilectas de San Francisco de
Sales, y las aconsejaba a todos los que se ponían bajo su dirección. Se
consigue mucho más rápido doblegarse al deseo de los demás que
dominar a todos a nuestros deseos y gustos.
10 – El interés por el bien común: que hace preferir el provecho de la
comunidad, y aún de los particulares, antes que el propio, y que se sacrifica
por el bien de los hermanos y la prosperidad de la casa.
11 – La Paciencia: que sufre, soporta y tolera siempre, y no se cansa jamás de
hacer el bien, aún a los ingratos. Un santo Abad, tenía tanta paciencia que
llegaba a agradecer a los que le hacían padecer. Y aconseja San Marcelino,
guardaos de impacientaros ni perturbaros ante las faltas de los demás.
Soportad con paciencia los defectos y faltas, las imperfecciones e
importunidades del prójimo, tal es el verdadero camino para tener paz y
conservar la unión con todos.
12 – La Igualdad de ánimo y carácter: por la cual uno es siempre el mismo,
y no se deja llevar de una alegría loca, ni de la cólera, del fastidio, de la
melancolía, del mal humor; sino que siempre permanece bondadoso, alegre,
afable y contento de todo.
 
Estas virtudes de las que hablamos son virtudes sociales, es decir, en gran
manera útiles a todo el que viva en sociedad. Sin ellas no puede ser gobernado
este pequeño mundo en que nos hallamos. Sin la práctica de ellas no es
posible la paz doméstica, ni siquiera la paz en el mundo.

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