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Las cicatrices se producen como resultado de lesiones profundas en la piel. Mientras que
los traumatismos superficiales debidos a la abrasión, incisión o laceración suelen curarse
sin cicatrices, el insulto a la dermis profunda provoca la formación de cicatrices visibles.
La formación de cicatrices se basa en un proceso de cicatrización de heridas fásicas y
bien estructuradas, que involucra varias citoquinas, mediadores, células y moléculas de
matriz.
La fase inicial exudativa o inflamatoria se caracteriza principalmente por la coagulación
sanguínea, la vasoconstricción y la formación de un andamio de fi brina. Los macrófagos
y los granulocitos se atraen de manera quimiotáctica y extraen el tejido necrótico para
crear un lecho de herida limpio. La subsiguiente secreción de varios mediadores
inflamatorios conducentes a la estimulación de fibroblastos y queratinocitos, lo que indica
una transición a la fase de proliferación. La estimulación por diversos factores de
crecimiento como el TGF-β (factor de crecimiento transformante β), EGF (factor de
crecimiento epidérmico), PDGF (factor de crecimiento derivado de las plaquetas) e IGF
(factor de crecimiento similar a la insulina) desencadena la neosíntesis de un número de
matriz extracelular proteínas como el colágeno, y restauración de la barrera epidérmica.
La subsiguiente fase de maduración (regeneración) se caracteriza por la transformación
de los fibroblastos en mio fi broblastos. Este último inicia la contracción de la herida y, al
remodelar la matriz inmadura, contribuye a la formación de una cicatriz mecánicamente
robusta.
La clave para la formación controlada de cicatrices es el equilibrio entre los procesos
proliferativos en la fase de exudación y proliferación y los procesos de degradación y
remodelación en la fase de maduración (regeneración).