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EL HUESPED.

La llegada.
Mis padres siempre habían sido solidarios con las demás personas, fue entonces
que le ofrecieron ayuda a una prima de mamá. Habían vendido su propiedad y
mientras encontraban un nuevo lugar en dónde vivir, tenían que quedarse en la
nuestra. No protesté ante la idea, podría sobrevivir dos meses con invitados. No era
familia numerosa, contaba con Melina (la prima de mamá), dos niños, quienes por
cierto pasarían las vacaciones en un campamento, y él.
Por un momento pensé que tener a un chico sexy en casa sería una buena historia
para contar, pero eso fue antes de que me diera cuenta de su actitud arrogante. Su
prepotencia se notó desde que llegó, y sabía que no estaba de acuerdo de
quedarse en éste lugar. La misma noche en que llegaron, le dije a mamá que me
incomodaba su presencia. Me inspiraba desconfianza. Ella claramente ignoró mis
quejas, mi padre también fue indiferente con mis comentarios.
Mis suplicas se fueron a la basura, nadie tomó en cuenta mi opinión. Esperaba
llevarme bien con él, porque si no, mi vida se volvería un desastre.

Capítulo 1.
La estadía.
Desde el momento de su llegada mi padre le asignó la habitación de la segunda
planta, y por coincidencia, junto al mío. El lugar en donde iba a hospedarse estaba
intacto debido a la frialdad y oscuridad que había dentro, por esos inconvenientes
yo no la ocupada. Sin embargo, él pareció sentirse satisfecho con la habitación.
Después de todo, tenía que aceptar las comodidades que se le fueron ofrecidas.
Durante el día, todo marchaba con aparente normalidad. Yo me levantaba muy
temprano y me lo encontraba la mayoría de las veces por el pasillo, nos mirábamos
de reojo, pero después continuábamos nuestro camino. En los primeros días,
ambos nos tratábamos con indiferencia. Cada quien hacía su vida como si el otro no
existiera, y eso no perjudicaba mi rutina cotidiana.
Mis padres trabajaban durante el día y parte de la tarde. La señora Melina ―Prima
de mi madre― continuaba con sus servicios de catálogos desde la casa. Los dos
niños fueron llevados a un campamento, que según Melina les hacía bien
entretenerse en vez de estar todo el día en casa ahora que estábamos en
temporada de vacaciones.
Así que prácticamente pasaba la mayor parte del día con el hijastro de Melina, que,
por cierto, su nombre era Frank. A pesar de que no había mantenido una
conversación duradera con él, sabía que era un chico arrogante y egocéntrico al
juzgar por las miradas prepotentes que me enviaba cada vez que lo veía.

Capítulo 2
Primera conversación.
Una noche estuve despierta hasta las dos de la mañana, se sentía un silencio
profundo, a excepción de aquél grillo que se lograba escuchar a lo lejos. Me parecía
extraño que no pudiera conciliar el sueño, comúnmente, dormía de largo sin ningún
problema. Para matar el tiempo, me entretuve con el celular. No fue hasta que llegó
un mensaje de Fernando. Con cierta emoción, me senté en la cama y leí el
contenido:
De: Fernando
Para: Alexa
"Alexa, ¿cómo estás? Hace tiempo que no hablamos".

Fernando fue mi novio por algunos meses. Lo había conocido el primer día de
universidad y me fue imposible no caer en sus encantos. Era carismático y divertido.
El problema era que mis padres, en especial papá, no estaban de acuerdo con que
tuviera un noviazgo a pesar de que tenía suficiente edad para hacerlo. Pero a papá
no le importaba que tuviera dieciocho años, él era bastante sobreprotector con
respecto a las relaciones amorosas. Pensaba que cuando salías con una persona
ibas directo a la cama con otras intenciones.
Rompí con Fernando por esas y muchas razones que nos impedían continuar como
pareja, pero no podía negar que aún seguía sintiendo algunas emociones por él.
Me quedé contemplando el mensaje, no sabía si contestar o simplemente tratar de
dormir. Estaba debatiéndome conmigo misma cuando el celular comenzó a vibrar.
Era una llamada entrante de él y de ninguna manera iba a rechazarlo. Retiré las
sábanas, encendí la lámpara y me levanté para atender la llamada.
― ¿Hola? ―el tono de mi voz era bajo y discreto.
―Alexa, ¿estás en casa? ―cuestionó con interés.
Su pregunta me confundió un poco, quería decir, ¿en dónde estaría a las dos de la
madrugada? No había hecho planes con Karina, mi mejor amiga. Además, tenía
que quedarme y atender educadamente a las dos personas que estaban viviendo
con nosotros. No me molestaba en estar pendiente de Melina, pero sí me irritaba
tener que ser amable con Frank.
―Sí, ¿por qué? ―dije, finalmente.
―Estaba paseando por ahí y se me ocurrió llegar a tu casa, tengo muchas ganas
de verte.
Sorprendida por su respuesta, salí de la habitación teniendo cuidado de que la
puerta no ocasionara ruido.
Aun manteniendo a Fernando en la línea telefónica, bajé las escaleras y me dirigí a
la sala. Observé a través de la ventana y logré ver su auto al otro lado de la calle.
También tenía tantas ganas de verlo. Había pasado varias semanas desde que lo vi
por última vez, había sido exactamente después de que comenzaron las
vacaciones.
―Si mis padres se dan cuenta de lo que voy a hacer, me castigarán ―murmuré,
poniendo en riesgo la confianza que me tenían.
Salir en medio de la noche solamente para ver mi ex-novio no sería una excusa
suficiente para salvarme de cualquier castigo, pero, aun así, me iba a arriesgar.
Me contestó con palabras que no logré entender porque una sombra detrás de mí
llamó mi atención. Me di la vuelta y mis labios se entreabrieron con asombro cuando
vi al intruso bajar por las escaleras. La poca luz que había en nuestro entorno, me
permitió observar que sólo llevaba un par de boxers negros y me fue difícil pasar
por desapercibido la calidad y firmeza de los músculos que adornaban sus bíceps,
sus pectorales y su abdomen.
Cuando nuestros ojos se encontraron, me di cuenta que me miraba con cierta
intriga y curiosidad. Rápidamente, colgué la llamada y solté el aire que estaba
conteniendo.
― ¿Se te ofrece algo? ―pregunté amablemente, ocultando el nerviosismo que
sentía.
― ¿Qué haces despierta a éstas horas? ―inquirió con autoridad, como si tuviera
todo el derecho de hacerlo.
Eso me molestó y perdí la poca paciencia que tenía hacia a él.
―Qué te importa ―lo esquivé, dispuesta a volver a mi habitación.
Desgraciadamente no vería a Fernando.
― ¿Tus padres saben que un auto te está esperando afuera? ―me giré hacia a él
con la intención de mentir, pero me percaté que estaba viendo a través de la
ventana.
―No sé de qué me hablas ―repliqué, pasando saliva.
Esperaba que no continuara con el tema, pero en ese instante el celular volvió a
vibrar. Deseaba que no se diera cuenta de ello, pero la luz de la pantalla me delató.
Sería demasiado estúpido tratar de disimular.
―El chico del auto te está llamando ―dijo con burla.
No tenía qué aclararlo. Ignorando su comentario, contesté la llamada y le di la
espalda a Frank para que no escuchara lo que diría.
―Hablamos mañana, ¿de acuerdo? ―susurré y esperé su respuesta, pero nunca
llegó. En cuestión de segundos la mano de Frank apareció en mi visión y me
arrebató el celular, haciéndose cargo él mismo mientras yo asimilaba lo que
acababa de hacer.
―Sí, por ahora no puede atender. Será mejor que no la molestes ―cortó la
llamada, y pacientemente, me entregó el celular. Mostró una satisfecha sonrisa
antes de subir por las escaleras.
― ¿Cuál es tu problema? ―reclamé manteniendo mi voz baja mientras lo seguía.
Mis palabras fueron ignoradas ya que cuando estuvimos en la segunda planta, cerró
la puerta de su habitación. Por poco y me golpeaba el rostro.
¿Qué diablos le sucedía? ¿Quién se creía para tomar decisiones por mí e
ignorarme de tal forma? Con el enojo fluyendo por mis venas, regresé a mi cuarto e
intenté de dormir, porque si me quedaba despierta, haría un alboroto para exigirle a
Frank una explicación, y hacer eso despertaría a mis padres y por lo tanto sería
descubierta.

Capítulo 3.
Odioso.
Al día siguiente, me mataban los nervios mientras desayunaba. Si a Frank se le
ocurría decir algo sobre anoche frente a mis padres, sería mi perdición y tortura. Los
castigos de papá eran estrictos y un tanto crueles, no serviría de nada revelarme
porque siempre decía que mientras viviera bajo su techo, debía obedecer y respetar
las reglas de la casa.
Despejé mis pensamientos y me dediqué a terminar el cereal mientras mis padres
mantenían una conversación de negocios. Suspiré con cansancio. Escuchar sus
pláticas era peor que estar en misa por horas. Podría dormir de nuevo con tan sólo
oírlos. Desgraciadamente, no pude ignorar las miradas que me lanzaba Frank
desde el otro lado de la mesa. Por un momento había ignorado su presencia, pero
entre más lo intentaba, más me miraba. Sabía que en cualquier momento abriría su
estúpida boca para acusarme.
El sonido del teléfono de la casa me sobresaltó cuando empezó a sonar, era la
oportunidad perfecta para salir de la cocina. Estaba a punto de levantarme y mamá
se adelantó, dirigiéndose a la sala. Resignando mi derrota, me removí en mi lugar y
pude escuchar a Frank reír entre dientes. Sabía perfectamente que estaba
buscando un pretexto para evitar sus miradas acusadoras y ahora se burlaba de mí
por no lograrlo.
Quería gritarle que era un completo imbécil, pero me contuve. No iba a darle el
gusto de hacerme enojar, no después de haber soportado la ira de anoche.
―La llamada es para ti, Alexa ―dijo mamá cuando regresó a la cocina, y así, tomó
asiento a lado de mi padre y retomó la conversación.
Con una sonrisa triunfadora, me puse de pie y miré a Frank sobre mi hombro antes
de dirigirme a la sala. Su expresión divertida fue reemplazada por un gesto serio y
en parte molesto. No podía sentirme más afortunada. Una vez en la sala, atendí la
llamada. Era Fernando y tuve que darle la razón por la cual no había contestado sus
mensajes luego de que Frank tomó mi celular como si fuera suyo. Fernando
entendió la situación y comenzó a burlarse del intruso, haciendo que me partiera de
risa. Sabía que mis carcajadas llegaban hasta la cocina, pero no me importó en
absoluto.
Después de que Fernando me invitara a una fiesta el sábado, terminamos la
conversación. Sin ganas de volver a la cocina, comencé a dirigirme a las escaleras
cuando escuché la voz de Frank llamarme. Lo encaré y veía que se acercaba. Se
detuvo frente a mí y se cruzó de brazos, mirándome con el ceño fruncido.
¿Ahora qué le pasaba?
― ¿Qué quieres? ―pregunté de mala manera.
―No irás a esa fiesta.
¡Já! Su comentario me dejó claro que había estado escuchando cada cosa que
platiqué con Fernando, pero más que eso, me impacté al asimilar que me estaba
prohibiendo la salida.
― ¿Qué? ―pregunté confundida.
―Lo que escuchaste ―dijo, manteniendo una postura firme.
―No, repítelo ―exigí, sintiendo la necesidad de confirmar lo que había dicho.
―No irás a esa fiesta ―respondió, haciendo énfasis en el "no".
Quería sentirme molesta, pero no lo único que quería hacer en ese momento, era
reír sin parar. En primer lugar, no iba a acceder a su propuesta sólo porque él lo
dijera. No tenía la autoridad para hacerlo.
―Sí, como digas ―contesté con tranquilidad y me giré, conteniendo la risa mientras
emprendía mi camino a la habitación.
Estaba lavándome los dientes cuando mi celular comenzó a sonar. Inmediatamente
pensé en Fernando, pero una vez que leí el mensaje, comencé a sentir la ira correr
por mi sistema.
Para: Alexa
De: Número desconocido
"Veamos si tus padres te dan permiso de ir a esa fiesta después que les
cuente que estabas a punto de escaparte anoche y por si no tienes registrado
mi número, soy Frank".
Abrí la boca, sin emitir ningún sonido y volví a leer el mensaje. No entendía su
comportamiento. Aventé el celular a la cama y tomé un libro con la esperanza de
distraerme. Me iba a volver loca con sus exigencias y amenazas.

Capítulo: 4
Tratos con Frank
La rabia surgía nuevamente cada vez que leía el mensaje. No lograba entender su
insistencia en hacerme la vida imposible. Maldito el día en el que mis padres les
ofrecieron hospedaje aquí. Melina no estaba incluida en mi lista negra; ella era
amigable y solidaria desde llegó a casa. Y sobre los otros dos niños, que ni siquiera
llegué a tratarlos, no podía decir mucho de ellos. El error aquí era con el intruso que
parecía disfrutar cada detalle que me hacía enojar.
Con un gruñido, eliminé el mensaje. El estómago se me revolvía al imaginarlo
escribir el texto con una sonrisa de satisfacción. ¡Agh! Tomé una respiración
profunda en un intento de guardar compostura, pero la verdad no ayudaba de nada.
Las inmensas ganas de golpear su sexy rostro se hacían cada vez más tentadoras,
pero eso conllevaría problemas con mis padres, castigos, regaños etc. Así que
descartaría esa opción por ahora.
Sin perder más tiempo caminé hasta la puerta de su habitación, que como siempre,
permanecía cerrada. Pensé en tocar, pero no creía que fuera merecedor de tal
gentileza. De manera decisiva, giré la perilla de la puerta de un movimiento y
agradecí que no tuviera el pestillo puesto. Lo menos que quería era tocar su puerta
para esperar a que se dignara a abrirme y era posible que me ignorara, sabiendo
que venía a reclamar.
Al instante en que abrí la puerta un aroma a perfume masculino se apoderó de mis
fosas nasales. Era la primera vez que entraba a su habitación. Me había dicho a mí
misma que no pondría un pie aquí, pero debido a las circunstancias, no tenía otra
opción. Ignoré la culpa y examiné discretamente el interior. Sinceramente me lo
imaginaba hecho un desastre, o por lo menos, algo cercano a un contenedor de
basura. El tipo de habitaciones que los hombres como él serían dignos de vivir.
Pero, ¿quién iba a imaginar que el lugar estaría impecable?
Las paredes eran de un color oscuro, podía darle un aspecto espeluznante y
tenebroso pero el lugar se veía cálido y en cierta parte acogedor. Las cortinas
estaban delicadamente recorridas, permitiendo la entrada de la luz natural. El
pequeño tocador estaba, para mi sorpresa, ordenado. Cada perfume y loción que
alcanzaba a ver, estaba perfectamente alineado uno con otro.
Lo que me faltaba, ahora además de idiota, era un compulsivo con el orden. Ni
siquiera había ropa tirada o algo parecido. Esperaba ver el suelo con manchas o
desastre de revistas y ese tipo de cosas, pero estaba completamente libre de
cualquier estorbo. La cama estaba perfectamente acomodada con sábanas
poliéster en azul marino.
Diablos, éste chico tenía su cuarto más limpio y ordenado que el mío. No me
juzguen, un poco de desorden no dañaba a nadie. Dicen que lo perfecto es
aburrido, ¿no?
El intruso estaba sentado en el borde de la cama. Sus manos descansaban en sus
rodillas mientras sostenía el control del videojuego. Sus dedos se movían
rápidamente sobre las teclas del control. Estaba tan concentrado en el juego que no
notó mi presencia al instante. Pasaron unos cuantos segundos y finalmente giró su
cabeza hacia mi dirección. Me miró de reojo y luego volvió su atención nuevamente
al videojuego mientras una enorme sonrisa se formaba en su rostro.
Arqueé las cejas, ridículamente. ¿En serio? A estas alturas esperaba quejas de su
parte por entrar sin permiso.
― ¿Y bien? ―inicié la conversación y traté de ocultar la ira en mi voz. Tenía que
ser amable y paciente.
― Y bien, ¿qué? ―contestó sin apartar la mirada de la pantalla.
Genial, ahora se hacía el desentendido. Sabía exactamente a qué venía, no veía el
caso tener que recordárselo.
―No te hagas el inocente, sabes bien a qué me refiero ―recalqué, esperando a
que dejara de comportarse como idiota.
―Sería bueno que me lo recordaras, tengo memoria a corto plazo ―dijo,
desinteresadamente.
Suspiré con frustración. No iba a soportar una conversación con éste estúpido que
actuaba peor que un niño en medio aprendizaje. Descaradamente, me acerqué
hasta a él y le arrebaté el maldito control, causando que nuestras manos rozaran
por un milisegundo. Un milisegundo del cual, me envió ligeros cosquilleos.
Tiré el control a otra dirección y su expresión cambió radicalmente cuando en la
pantalla salía un gran y deslumbrante Game Over. Felicidad y más felicidad. Se lo
merecía por no ponerme atención. Se levantó de su lugar y su rostro estaba
completamente diferente. Su ceño fruncido, la línea recta de sus labios y sus ojos
sorprendidos con enojo, no me daban muy buena señal.
― ¿Te diste cuenta de lo que acabas de hacer? Estaba en el nivel 85 ―espetó, aun
asimilando mi arranque inmaduro.
―No me importa ―dije y me crucé de brazos, aparentando una postura
intimidante―. Ahora, ¿quién diablos te crees que eres para tomar decisiones por
mí?
―Tendré que jugar desde el principio ―decía entre dientes mientras recogía el
control que se encontraba en un rincón.
― ¿Escuchaste lo que acabo de decir? ―juro por todos los santos que, si sigue
ignorándome, agarraré la consola y la arrojaré por la ventana.
―Creo que me debes un favor, ¿no crees? ―comentó, pasando de molesto a
divertido.
― ¿De qué hablas? ―sabía exactamente de qué estaba hablando, pero no iba
admitir que me estaba cubriendo de un posible castigo.
―No les he dicho a tus padres que estuviste a punto de escaparte; así que como
dice en el mensaje: si vas a esa fiesta, les diré.
Lo odiaba, lo odiaba tanto que iba morir a temprana edad por el remordimiento que
sentía.
― ¿Por qué haces esto? Yo no te he hecho nada para que me fastidies de esa
manera ―dije, irritada. Había sido comprensiva con respecto a su estadía, de
hecho, no decía nada cuando él llegaba a altas horas de la noche para evitar este
tipo de confrontaciones. Pero ahora, frente a mi contrincante, no iba a mostrar
debilidad. No mientras pudiera―. Iré a esa fiesta, te guste o no.
―Estás advertida, cariño. Puedes ir si así lo deseas, pero recuerda que diré lo que
sé ―aseguró, sonriendo. Sus palabras me causaron un dolor de cabeza repentino.
El tono de su voz era convincente y sin preámbulos de estar bromeando.
Diablos, ¿ahora qué? No podía dejarme vencer tan fácilmente. Estaba decidida en ir
a esa fiesta a pesar de sus amenazas, pero eso no era lo que me preocupaba. Me
desconcertaba el castigo que vendría después, podría ser de un mes, dos meses,
tres, un año. Mi padre se tomaba muy en serio la indisciplina.
― ¿Qué tengo que hacer para que te quedes callado? ―cuestioné, sintiéndome
impotente por tener que sobornarlo.
―Hagamos un trato ―dijo, tomándome por sorpresa. De ninguna manera iba
acceder si se trataba de algo desagradable. Se acercó hasta estar frente a mí y me
miró detenidamente―. Irás a esa fiesta solamente si voy contigo.
Involuntariamente, se me escapó una breve carcajada. No era una propuesta difícil
a comparación de las miles de ideas que pasaron por mi mente, pero ¿No le
bastaba estar molestándome literalmente todo el día? Unos minutos de su
presencia eran suficientes para querer asesinarlo y estar con él en el mismo lugar
durante horas, sería una tortura. Me tomé un momento en considerar las ventajas
de la situación, que más bien, parecía un chantaje.
Ventajas:
1. Frank no les diría a mis padres acerca de mi casi escape con Fernando y me
libraría de cualquier tensión, en cierto caso, estaría pagado.
2. Me encontraría con Fernando y ésta vez no me estaría escondiendo.
3. Karina, mi mejor amiga estaría allí.
4. Me divertiría.
Realmente no eran las ventajas más geniales del mundo, pero sabiendo que la
única desventaja en esto era la presencia de Frank, hizo que las cuatro opciones
que tenía eran más que suficientes.
En lo más profundo de mis pensamientos, de alguna forma, sabía que esto no
acabaría bien. Sentía que, aunque intentara de divertirme y distraerme lo más que
pudiera, Frank estaría ahí para que todo aquello se esfumara, pero sinceramente
prefería sacrificarme un poco con tal de ver a Karina y Fernando. Estaría en paz,
aunque sea por unas horas comparadas con los días que tenía que soportar al
idiota que invadió mi residencia.
― ¿Aceptas o no? ―parpadeé, y volví a la realidad enfocando el rostro impaciente
de Frank.
―Está bien, irás conmigo ―dije y asintió, sonriendo con orgullo por haber logrado
lo que quería.
Regresé a mi habitación, sintiéndome calmada y ansiosa a la vez. Faltaban dos
días para el sábado. La sensación de que llegara el día era más de nerviosismo que
de emoción. Con Frank se podía esperar lo que sea. Esperaba rotundamente que
no se le ocurriera alguna tontería, porque si no, me arrepentiría de haber aceptado.

Capítulo 5:
Sentimientos confusos.
Los días fueron pasando lentamente y para ser honesta, fueron los más relajantes.
No volví a cruzar ninguna palabra con Frank desde que acepté su misterioso trato.
De hecho, no lo veía como era de costumbre. No es que me gustara estar viéndolo
todo el día, pero su ausencia me tomó a la deriva.
Su rutina de siempre era salir a correr por las mañanas, y por las tardes se iba con
alguno de sus amigos. Regresaba a horas inapropiadas, algunas veces llegaba al
amanecer y nadie se veía consternado por eso. Me pregunté cuántos años tendría
para que tuviera esa libertad de volver a casa a la hora que se le antojara. Debía
tener veinte a lo mínimo, pero, aun así, debía tener un poco de respeto y
consideración hacia nosotros. Parecía que yo era la única que se mortificaba con
respecto a eso ya que ni mis padres, ni Melina ―que era aparentemente era la
responsable de Frank― se daban la molestia de llamarle la atención.
Sabía con certeza que, si fuera yo la que actuara así, papá ya estaría
inscribiéndome en una escuela de monjas con la finalidad de tener un
comportamiento adecuado. Me parecía totalmente injusto que tuvieran preferencias
con Frank sólo por el hecho de que era hombre.
El sábado por la mañana, inicié el día con una deliciosa ducha. Luego de terminar,
bajé felizmente por las escaleras y me dirigí a la cocina. Mi alegría se debía a la
armonía de no ser molestada por el intruso. Era como si se hubiera rendido a
fastidiarme, pero a pesar de la inmensa felicidad, se escondía una inseguridad
detrás de ello. Sabía que tenía que seguir a alerta a cualquier comentario o
movimiento, a Frank lo consideraba como un felino que en cualquier momento
podría atacar, tomando desprevenida a su presa.
El desayuno, que estaba compuesto por huevos fritos, tocino, fruta y té fueron
suficientes para que estuviera satisfecha. Después de todo no era una mala
cocinera. Aunque debería aprender un poco más sobre cocinar, no sobreviviría a
base de cereales y comidas rápidas todo el tiempo. Había que compararse con ese
adictivo juego llamado "Los Sims", los tentempiés y pizzas no era suficiente para
cubrir sus necesidades. Lo mismo pasaba en la vida real, a menos que llevaras una
dieta estricta.
Frank apareció de repente a la cocina y traté de no atragantarme. Diablos, sí que
era atractivo a pesar de que estaba vestido de manera informal. Llevaba una
camiseta de tirantes blanca, shorts negros que le llegaban por debajo de la rodilla y
tenis deportivos dignos de soportar carreras olímpicas. Su aspecto era lo que me
ponía nerviosa. Tenía que admitir que se veía sexy sin importar que su rostro
estuviera asoleado y transpirado. Me parecía una locura pensar que las gotas de
sudor que caían por su frente formaran parte de su atractivo.
Me miró de reojo mientras tomaba un vaso de agua. Sabía que lo estaba
admirando. Sonrió por encima del vaso, descubriendo la debilidad que sentía. Lo
ignoré lo más que pude, pero mi mirada parecía estar de mi contra porque viajaba
hacia a él, observando sus bíceps. Afortunadamente salió de la cocina,
permitiéndome respirar con normalidad. Tenía que acostumbrarme a verlo todos los
días y esperaba poder lograrlo porque la hormonas se despertaban cuando estaba
cerca.

***
Por la tarde, estaba descansando luego de haber limpiado mi cuarto. Creo que me
sentí un poco avergonzada por saber que la habitación de Frank estaba más
ordenada que la mía. Mientras estaba leyendo, me acordé que no había pedido
permiso acerca de la fiesta de ésta noche. ¡Mierda! Me golpeé la frente y cerré el
libro. Nada más faltaba que no me dejaran ir por no haber avisado antes.
Mis padres no se encontraban en ninguna parte, por lo que me pareció un tanto
desconcertante. Generalmente se quedaban los sábados en casa. No había
señales de ellos e incluso de Melina. La habitación de la planta baja estaba vacía.
Busqué en el jardín y en la cocina, pero no tuve éxito. Fui a la sala y me dirigí
directamente a la ventana. La camioneta de mis padres no estaba así que tenía que
esperar a que regresaran. Eran la seis de la tarde y si por alguna razón no llegaban
antes de las nueve, tenía que despedirme de las cuatro ventajas que había
contemplado. Suspiré y dejé caer mi frente contra el vidrio.
Quería ir a esa fiesta.
― ¿Buscabas a alguien? ―me giré sobresaltada, encontrándome con Frank
sentado en el sofá.
― ¿Sabes a dónde fueron mis padres? ―pregunté llevando una mano a mi pecho,
tranquilizando el susto. Comenzaba a pensar que lo había hecho a propósito, pero
debió haber estado en la sala antes de que yo apareciera. Estaba tan concentrada
en llegar a la ventana que no había volteado a mi alrededor.
―Llevaron a Melina a entregar unos catálogos pendientes ―contestó
pacíficamente.
―Oh ―esperaba que volvieran a tiempo.
― ¿Para qué los buscabas? ―preguntó, poniéndose de pie.
―Ese no es tu asunto ―dije, comenzando a caminar hacia las escaleras.
―No les has pedido permiso, ¿verdad? ―me detuve y me giré hacia él,
preguntándome cómo diablos lo sabía.
―No, aún no.
―Tuviste dos largos días para hacerlo ―arqueó las cejas.
―Olvidé decírselos ―me encogí de hombros y aparenté indiferencia, sabiendo que
por dentro estaba ansiosa.
―Oh claro, tal vez fue porque me mirabas todo el tiempo ―sonrió, apreciando mi
reacción atónita.
―No te miro todo el tiempo ―repliqué, intentando convencerme de ello.
― ¿Ah no? ¿Y qué me dices de ayer? ―frunció el ceño confundido―. Me estabas
observando desde la ventana de tu habitación mientras hacía abdominales en el
jardín.
¿Qué podía decir? Mentir no era una salida convincente. Sí, estuve mirándolo como
una obsesionada hasta que terminó. Pero fue una coincidencia. Cuando abrí las
cortinas ahí estaba recostado en el césped haciendo sus ejercicios con su torso
desnudo. No era mi culpa y tampoco iba a perderme algo como eso.
No quedó más que quedarme callada y seguir subiendo las escaleras. Alcanzaba a
escuchar su risa, y fue imposible que mis mejillas ardieran. Él sabía que lo estaba
mirando y aun así, continuó. Entré a la habitación y cerré la puerta bruscamente.
Idiota, retrasado, estúpido, demente. Las palabras aparecieron en mi mente cuando
pensé en él.
Lo que lograba escuchar desde mi habitación era los autos que transitaban en el
exterior. Tal vez de tanto reírse le dio un paro cardíaco o se ahogó en su propia
saliva y ahora estaba tirado en medio de la sala, agonizando. Bien, no tenía por qué
ser tan extremista. Al cabo de unos segundos de silencio, hubo unos golpes detrás
de la puerta. La abrí y lo encontré en perfectas condiciones, recargado en el marco
de la puerta.
―Sólo para avisarte que ayer les dije a tus padres que te invitaría a salir ésta noche
y aceptaron ―me quedé mirándolo, procesando su comentario. Era gentil de su
parte haber pedido permiso porque parecía que no volverían dentro de unas horas,
pero luego reflexioné.
―El que me invitó a salir fue Fernando ―aclaré.
―Imagino que así se llama el tipo que estaba esperándote en su auto aquella
noche ¿no? ―dijo, amargamente―. Como sea, nos vamos a las nueve.

***
Eran las ocho y media de la noche, mis padres todavía no daban señales de
regresar. Me calmé cuando recordé que tenía el permiso de salir. Le hubiera
agradecido a Frank sino fuera por su actitud despectiva. Debido a que no era un
evento formal, decidí ponerme un vestido azul cielo de tirantes que llegaba de largo
un poco arriba de las rodillas.
Me ondulé el cabello, dejándolo suelto y lo combiné con maquillaje moderado, unas
cuantas capas de rímel, un gloss rojizo y listo.
Cogí el bolso de mano y fui a la sala en donde Frank estaba esperándome. Llevaba
un pantalón de mezclilla azul fuerte y vans negros, su camisa roja se ajustaba en
sus brazos y hombros. Tenía el cabello castaño y lo llevaba despeinado
salvajemente. Nuestras miradas se conectaron y me encogí. Se tomó su tiempo
para inspeccionarme de arriba a abajo.
―Te ves muy bien, Alexa.
Agradecí orgullosa porque entendía su asombro; desde que ha estado aquí sólo me
ha visto en pijama, jeans y blusas normales. Para no extender los halagos y evitar
decir en respuesta: "Tú te ves extremadamente sexy", salimos de la casa.

***
Cuando entramos al club, ignoré su presencia al instante en que vi a Fernando y
Karina. Él lucía impecablemente masculino. El cabello rubio y sus ojos verdes me
hipnotizaban más de lo usual. Karina, por otro lado, llevaba un vestido corto en color
rojo que se ajustaba a su cuerpo. Ella tenía una personalidad atrevida y
extrovertida, admiraba su valentía en usar algo tan provocativo.
―Por Dios, ¿él es la persona que está quedándose en tu casa? ―cuestionó Karina,
señalando a Frank quien observaba a su alrededor despreocupadamente.
―Sí, es un arrogante ―respondí, arrugando la nariz.
―Es un arrogante muy sexy ―comentó asintiendo hacia a él. Sacudí la cabeza y
cambié el tema. No quería pasar la noche convenciendo a mi amiga que era un
idiota andante.
Conseguimos una mesa, y Fernando se sentó a mi lado. Karina no perdió el tiempo
y se fue con un chico que la invitó a bailar. Fernando me comentaba que estaba
ansioso en que iniciaran las clases para poder vernos como antes. Lo malo de esto
era que odiaba la universidad, ¿y quién no iba a detestarla cuando te encargaban
kilos de proyectos, sumado con tediosos exámenes? Al fin de cuentas, todo ese
sacrificio era para obtener un título y no quedar desamparada el resto de mi vida.
Cuando Karina volvió, comenzó a hacer preguntas sobre Frank. Fastidiada, le conté
un resumen sobre las últimas dos semanas de su estancia. Y como la típica amiga,
decía que era mi oportunidad de tratar algo amoroso con él, pero me negué a
pensar en eso. Mi objetivo era totalmente lo contrario.
La noche se fue prolongando. Bailé como nunca. Extrañaba la sensación de estar
riendo y gritando cuando sonaba alguna canción del momento. Una vez que la
música pasó a un ritmo lento, regresamos a nuestras respectivas mesas a
descansar. El mismo chico que había bailado con Karina, quien se presentó con el
nombre de Drake, se sentó a su lado y comenzaron a conversar.
Miraba a mi alrededor, esperando a que Fernando volviera con las bebidas, cuando
localicé a Frank en una de las mesas que se encontraban en el rincón del lugar. Un
ligero enojo se apoderó de mí al notar que estaba acompañado. Una chica rubia
estaba apegada a él con sus brazos en su cuello.
¿Qué diablos me sucedía? ¿por qué de repente sentía cómo la sangre comenzaba
a hervir? No podía estar celosa de un egocéntrico como él. No tenía que tener
envidia por ver cómo le sonreía y le susurraba a la chica. No y no. Debía ser un
estúpido truco de mis hormonas para que me confundiera. Sí, debía ser eso.
Por lo menos tenía buen gusto; la chica era bonita, pero la exageración de
maquillaje decepcionaba. Y sobre su atuendo, bueno, estaba cerca de estar
desnuda. Su diminuto vestido era aún más corto que el de Karina, así que ya se
imaginarán. Se veía tan empalagosa. Reía falsamente como una réplica de barbie
mientras jugueteaba con la camisa de Frank.
Sin previo aviso, su mirada se encontró con la mía y nos quedamos viendo uno por
unos momentos a pesar de las personas que cruzaban. Una sombra apareció frente
a mí, interrumpiendo el contacto visual. Visualicé a Fernando, dejando las bebidas
en nuestra mesa y por un momento quise hacerlo a un lado.
― ¿Quieres bailar conmigo? ―dijo él, regalándome una de sus mejores sonrisas.
Asentí y tomé su mano, sin protestar. Llegamos a la pista, parejas estaban
moviéndose de un lado a otro, siguiendo el ritmo lento y suave de la música. Mis
brazos rodearon su cuello, mientras que Fernando colocaba sus manos en los
costados de mis caderas y acortó la distancia, atrayéndome a él. Seguimos el
compás de la canción, imitando los movimientos de los demás. Miré sobre su
hombro y accidentalmente la vista se fue hacia donde estaba Frank. Fruncí
ligeramente el ceño cuando me di cuenta que la rubia estaba sola. Supuse que se
había aburrido de ella y ahora estaba con otra.
El pensamiento fue descartado cuando lo encontré en otra mesa, conversando con
varios chicos. Reconocí a uno de ellos, era el que a veces venía por Frank cuando
Melina usaba su camioneta. Recordé que ella mencionó su nombre, y ese era Joel.
Sin perder el ritmo de la melodía, noté que Joel se inclinó hacia a él, diciéndole algo
que mi percepción no logró comprender pero que fue fácil descifrarlo. Frank volteó a
mi dirección y aquella sonrisa que tenía plasmada en su rostro fue desapareciendo
mientras nos miraba.
― ¿Ése es Frank? ―aparté la vista y miré a Fernando.
―Sí ―me limité a decir, y pude observar la frialdad en sus ojos.
Alterné la vista entre ellos y me percaté que se estaban fulminando con la mirada.
Conocía a Fernando y en cualquier momento se acercaría a Frank, preguntándole si
tenía algún problema y eso no daría una buena impresión. La canción terminó y
tomé esa excusa para llevarlo de vuelta a la mesa, rompiendo las dagas asesinas
que se enviaban el uno al otro.
―No sabía que se llamaba Frank ―murmuró a sí mismo, tomando asiento a mi
lado.
― ¿Lo conoces? ―me miró, dudando y luego sonrió sin mostrar los dientes.
―Lo he visto un par de veces, eso es todo ―finalizó, encogiéndose de hombros.
Las preguntas curiosas comenzaron a invadir mi mente ¿En qué lugares lo había
visto? ¿Qué sabía de Frank? ¿Por qué su voz se tornó amargo al hablar de él?
¿Por qué ambos se miraban con tanto odio como si hubiera algo personal entre
ellos? No tenía respuestas, pero por alguna razón, quería averiguarlo.

Capítulo 6:
Traidor.
Por estar formulando demasiadas preguntas en mi cabeza comencé a marearme.
Tal vez el whisky estaba haciéndome efecto o estaba siendo demasiado paranoica.
Quería seguir interrogando a Fernando sobre Frank, pero las muecas que hizo
cuando le pregunté por él, me dio a entender no quería tocar el tema.
― ¿Me has extrañado? ―preguntó de repente.
La nostalgia se instaló en mi sistema al recordar las horas que pasábamos en su
rancho cabalgando a caballo, alimentando los pocos animales que tenía,
acompañado de las conversaciones sin sentido. Tenía que verlo a escondidas ya
que mi papá prohibió sus visitas a la casa sin darle la oportunidad de conocerlo.
―Claro que sí ―dije con una sonrisa.
Acercó su silla y me tomó de las manos.
―Todos estos meses sin verte fueron una tortura ―susurró ásperamente,
mandando un estremecimiento en mi espina dorsal.
Miré su rostro y sus ojos observaban mis labios con atención. Su mirada se
intensificó cuando los humedecí. Se inclinó hacia a mí, sentí su respiración mientras
percibía su perfume. Mi pulso se aceleró al darme cuenta que estaba por besarlo.
Cerré los ojos, sintiendo sus labios rozar con los míos, cuando fuimos interrumpidos
por alguien que carraspeó.
Karina, ahora no.
Ella siempre intervenía en momentos inoportunos.
Levanté la vista y tuve parpadeé varias veces para asegurarme de la persona que
estaba frente a nosotros. Estaba viendo visiones o lo estaba imaginando. Pasaron
unos segundos y confirmé que no me estaba volviendo loca, realmente era Frank.
Estaba cruzado de brazos, mirándonos con el ceño fruncido.
―Es hora de irnos ―dijo de mala manera.
¿Cuál era su problema? Pudo haber elegido otro momento para interrumpir, pero
obviamente estuvo esperando la situación perfecta para amargarme la noche.
― ¿No puedes esperar unos minutos? ―imploré, entre dientes. No quería
alterarme.
―No, a menos que quieras irte caminando de regreso a casa ―espetó, retándome
con la mirada.
―Puedo llevarla ―intervino Fernando, poniéndose de pie.
―De ninguna manera ―exclamó Frank, sacudiendo la cabeza.
―Si tienes mucha prisa, puedes irte ―propuse, levantándome de mi lugar―.
Fernando puede llevarme a casa.
―Viniste conmigo y te irás conmigo ―afirmó, mirando de reojo a Fernando.
Una parte de mí quería revelarse y hacer un berrinche. Pero causaría una escena
en medio del lugar y no iba a dar un espectáculo.
―Está bien ―asentí, soltando un suspiro.
―Te espero afuera ―se despidió de Fernando con una sonrisa triunfadora y salió
del club.
― ¿Estás segura de irte? ―preguntó desilusionado.
―Sí, ya es tarde.
Asintió tranquilamente y me besó en la mejilla.
―Te llamo luego ―terminó diciendo.
Después de que le pedí que no era necesario acompañarme al exterior, me despedí
de Karina y salí del lugar. Durante el trayecto a casa permanecimos en silencio. Me
miraba de reojo y no sabía si estaba molesto. Aunque no sabía por qué me
preocupaba su estado de ánimo, no tenía importancia estresarme por eso.
―No puedo creer que estabas a punto de besar a ese tipo ―lo escuché decir con
amargura.
―No es algo que te importe ―respondí irritada mientras veía por la ventanilla.
― ¿Tanta confianza le tienes que le ibas a permitir llevarte a casa? ―cuestionó,
ignorando mi ofensa.
―Sí ―contesté de la manera más cortante que pude.
―Si te hubiera dejado con él, ya estarías en su cama en éste momento.
Me volví hacia a él, frunciendo el ceño, ¿Cómo se atrevía a insultarme?
―No soy tan fácil como la chica oxigenada con la que estabas ―solté sin haber
procesado la interpretación de mi comentario.
La Suburban se detuvo detrás de la camioneta de mis padres, avisándome que
habíamos llegado. Retiré el cinturón y apagó el motor para luego mirarme
arqueando una ceja.
― ¿Estás celosa? ―sonrió con arrogancia.
Rodeé los ojos y bajé de la camioneta para dirigirme a la puerta. No estaba celosa,
no me sentía de esa manera, había confundido lo que había dicho. Mientras
buscaba las llaves de la casa en mi bolso, escuché una risita de Frank. Lo miré,
fastidiada por ver esa sonrisa que me hacía querer golpearlo.
― ¿Qué te causa gracia? ―pregunté, sacando el llavero.
―Me disculpo por adelantado ―dijo un poco dolido.
Negué con la cabeza ante su idiotez. Las disculpas se decían cuando algo malo iba
a pasar, así que, ¿qué podría suceder para que necesitara su perdón?
Al introducirnos a casa, me percaté que la luz de la sala estaba encendida y no era
buena señal. Una vez ahí, mis padres y Melina estaban sentados en el sofá. Nos
miraron como si llevaran horas esperando nuestro regreso. Bien, esto no era para
nada bueno. El ambiente se volvió tenso a nuestro alrededor. Melina se despidió
cordialmente antes de retirarse. Mi papá estaba cruzado de brazos, mirándome
acusadoramente y se levantó.
― ¿Dónde estabas? ―su pregunta me tomó totalmente por sorpresa.
Había tenido permiso en salir, Frank me lo dijo. Solamente que hubiera mentido...
Ay no.
Que no sea lo que estoy pensando.
― ¿Por qué saliste de la casa sin permiso? ―el enfado seguía presente en su voz.
―Pero... ―en ese instante, confirmé mis sospechas. Me volví y miré a Frank―. Me
habías dicho que ellos me habían dejado salir.
Se me quedó viendo por unos segundos, intentando buscar una respuesta. Respiró
profundamente y miró a papá.
―Ella dijo que ustedes le habían dado permiso.
Me congelé al escucharlo. Abrí la boca, sin articular alguna palabra ante lo
asombrada que estaba.
―No es tu culpa, Frank ―comentó mamá, ajustando la cinta de su bata―.
Terminaremos ésta conversación en horas adecuadas.
―Esto no se va a volver a repetir, Alexa ―advirtió papá, antes de que ambos
salieran de la sala.
La rabia comenzaba a fluir por mi cuerpo, tenía tantas palabras que decir, pero
seguía desconcertada. Apreté los dientes, conteniendo mi enojo. Levanté la barbilla,
evitando mostrar debilidad y caminé hacia las escaleras. Antes de subir el primer
escalón, me giré hacia a él, quién continuaba mirándome sin ninguna expresión.
―Maldito traidor ―susurré con desprecio y me dirigí a la habitación.
Capítulo 7.
Perdonado por ahora.
Desperté bruscamente al escuchar golpes llamando detrás de la puerta. Frotando
los ojos, miré el reloj de la comoda y gemí al darme cuenta que eran las siete y
media de la mañana. Estar levantada en domingo a esta hora lo consideraba
innecesario y casi un delito. Con pereza, me levanté y con la fuerza suficiente, giré
la perilla. Me encontré con Frank, vistiendo solamente un pantalón de pijama. Luego
de haberlo observado discretamente, fruncí el ceño y me crucé de brazos al
recordar que no llevaba sujetador.
― ¿Qué es lo que quieres? ―Lo menos que quería, era verlo.
―Tú mamá está esperándote en la cocina ―se mantuvo serio mientras me
observaba. Pensé que se disculparía por haberme traicionado, pero en lugar de
eso, se marchó.
Suspirando, me dirigí al cuarto de baño y lavé mi rostro, alejando cualquier residuo
del sueño. Al llegar a la cocina, mamá estaba sentada con sus brazos recargados
en la barra mientras leía una revista de recetas.
―Buenos días ―dije de manera cohibida y sentándome frente a ella.
Levantó la vista, cerró la revista y se cruzó de brazos. Seguía molesta.
―Debido a que no terminamos el conflicto de ayer, debes imaginarte el castigo que
tendrás ―sí, me lo imaginé.
―Todo es culpa de Frank ―susurré, frunciendo los labios.
―Alexa, ya estás muy grandecita como para culpar a otras personas por tus
decisiones ―me miró como si hubiera cometido un asesinato, tampoco era para
tanto.
―Pero mamá...
―No he terminado ―me interrumpió, levantando la mano y rodeé los ojos―. Tú
padre me dijo que ésta vez, yo decidiré el castigo.
La miré, sintiéndome aliviada por no escuchar los sermones de conducta de papá.
― ¿Cuál será el castigo? ―pregunté, nerviosamente.
―Harás los quehaceres de la casa, y no me refiero superficialmente ―empezó a
decir―. Comenzarás por la cocina, la sala, el baño, las recámaras y terminarás en
el jardín, que, por cierto, le hace falta una buena limpieza.
― ¿Hablas en serio? ―obviamente esto era mucho mejor que tener prohibidas las
salidas por meses.
―Ah, también harás las compras cuando termines ―se levantó de su lugar, abrió
uno de los cajones de la cocineta y colocó una hoja de papel en la mesa. Lo tomé
sigilosamente y leí la cantidad de alimentos que estaban escritos.
― ¿Eso es todo? ―pregunté, confundida. Imaginaba que iba a decir algo peor,
como cuidar a los niños de la vecina o acudir a servicios comunitarios.
― ¿No crees que sea suficiente? ―arrugó la frente, dispuesta a agregar otro
castigo.
―Sí, es suficiente ―afirmé antes de que cambiara de opinión.
―Bien, y por favor que no se vuelva a repetir, ¿de acuerdo? ―asentí, mordiéndome
el labio. Un castigo como éste era fácil en cierto punto, aunque no me parecía justo
que tuviera que responder por la mentira de Frank. Pero decidí no insistir en
acusarlo, terminaría limpiando la casa por todo un año.
― ¿Papá aún duerme? ―pregunté, cambiando el tema.
―Sí, por la desvelada de anoche es comprensible, ¿no crees? ―me miró de reojo,
mientras se preparaba un café. Pensaba que era la culpable, y bueno, lo era pero
Frank también debía ser sentenciado. Me levanté y saqué de la despensa, el último
cereal que quedaba―. En una hora iremos a casa de un amigo de tu padre a
desayunar.
Le dio un sorbo a su bebida caliente y tomó asiento, abriendo la revista de recetas.
― ¿Melina y Frank irán con ustedes? ―pregunté, esperanzada a escuchar un "Sí".
―Melina nos acompañará ―respondió, y dejé de agregar las hojuelas de maíz que
caían en el plato.
― ¿Y Frank? ―cuestioné indiferente, y la miré.
―No quiso ir ―se encogió los hombros. Sentí mi estómago revolverse. Eso
significaba que lo habían invitado y se negó a ir.
Diablos.
― ¿A qué horas estarán de vuelta?
―Sabes lo largas que pueden volverse las conversaciones de tu padre ―comentó,
con fastidio―. Luego iremos a recoger unos catálogos que Melina tiene pendientes,
y haremos una visita rápida a Helen.
Suspiré, levantando el flequillo de la frente. Nunca entables una conversación con
papá, a menos que tengas libres las próximas tres horas de tu día. Lo que era peor,
jamás visites a mi tía Helen. En vez de "Visita rápida", debería llamarse "Prepárate
para ser interrogada, mimada, aconsejada y criticada por el resto del día". No es
que la odie, de hecho, es buena dando consejos, pero las preguntas
extremadamente personales que hacía, provocaba que me estresara.
―Si tenemos suerte, regresaremos antes de la cena ―dijo, notando mi frustración.
Le lancé una mirada escéptica que expresaba "Sabes que la tía Helen no permitirá
que se vayan sin cenar"―. Bien, tal vez después de las diez.
Asentí, resignada y abrí el refrigerador. Cogí la leche y la agregué al plato de cereal.
En ese instante Frank apareció en la cocina, usando un atuendo deportivo. Evitando
que la baba corriera por mi boca, tomé asiento y lo observé por el rabillo del ojo. Se
desplazó hacia la despensa y comenzó a sacudir la caja de cereal que dejé vacía.
―Lo siento, me serví lo último ―sonreí, colocando el plato en la mesa.
Entrecerró los ojos y sonrió de lado para luego tirar la caja a la basura. Volví mi
atención al cereal, sintiéndome satisfecha por haber ganado lo que era su
desayuno.
―No te preocupes, Frank. Más tarde irán por las compras ―escuché a mamá y me
detuve con la cuchara en medio camino. Iba a ir sola, no necesitaba que él me
acompañara.
― ¿Qué?
―Frank te ayudará con la despensa ―aclaró con normalidad.
―Puedo hacerlo sola ―me quejé. No quería ni siquiera respirar el mismo aire que
Frank.
―No pensarás ir caminando hasta el centro comercial ―me volví hacia a él y me
contuve a mostrarle el dedo ofensivo.
―Puedes ir sola si quieres, Alexa ―dijo mamá―. Pero cuando termines de hacer la
limpieza en toda la casa, lo último que querrás hacer será caminar.
―Puedo hacer las compras antes ―repliqué, al instante.
―No ―sacudió la cabeza―. En las mañanas no hay descuentos.
―Como sea ―respondí con disgusto.
―Entonces, yo te llevaré ―Frank concluyó alegremente y mostró su perfecta
dentadura mientras se preparaba un sándwich.
Benditos sean los cereales y sándwiches que hacían nuestro almuerzo más fácil y
rápido.
Frank se sentó a lado de mamá, quedando frente a mí. Empecé a percibir un
cosquilleo, sintiéndome acosada por un par de ojos castaños. Levanté la vista del
cereal y lo encontré mirándome con detenimiento. Miré a mamá por un momento,
asegurándome que no se diera cuenta del juego de miradas, pero ella estaba tan
concentrada en su revista que no se percató lo que ocurría a su alrededor. Volví mi
vista hacia Frank y seguía observándome, mientras masticaba lentamente su
alimento. Mi pulso se aceleró cuando sus ojos se posaron en mis labios y se
quedaron ahí por un tiempo.
Desvíe la vista, deseando que mis mejillas no se sintieran calientes. Como la
cobarde que soy, me levanté de mi lugar y salí a paso veloz de la cocina, sintiendo
la mirada de Frank clavada en mi espalda o tal vez en mi trasero. Una vez en la
habitación, me miré al espejo. Mi cara estaba completamente roja como un tomate.
No había duda que lo había notado, estúpidas hormonas.

***
Después de leer, bajé a la sala cuando me di cuenta que mis padres y Melina ya
estaban por irse. Me encontré a papá, se detuvo al verme y me regañé
mentalmente por haber salido de la habitación.
―Ya me dijo tu mamá lo que tienes que hacer ―sabía que no estaba de acuerdo,
él hubiera elegido algo que me haría aprender la lección.
―En un rato más comenzaré a limpiar ―me miró por un momento y luego negó con
la cabeza, arrepintiéndose por no estar a cargo.
―Será la última vez que le pido a Rebecca que te castigue ―dicho esto, cogió las
llaves y salió por la puerta principal.
Luego de que se fueran, me topé con Frank, quien venía bajando de las escaleras.
― ¿Lista para comenzar a hacer la limpieza? ―preguntó, cínicamente al pasar por
mi lado. Puse los ojos en blanco y choqué su hombro con el mío mientras subía―.
Iré a correr, no me extrañes.
Lo miré sobre mi hombro y me guiñó el ojo para después marcharse.
Me dieron ganas de quitarme los zapatos que tenía puestos en ese momento y
reventarle cada uno en la cabeza, maldito cretino.

***
Llevaba dos horas limpiando y ya comenzaba a cansarme. Me faltaba poco para
acabar, había terminado con la cocina, la sala y las recámaras de mis padres y
Melina. Gruñí y limpié el sudor de mi frente con el dorso de la mano. Salí de mi
habitación y coloqué los productos de limpieza en el suelo. Suspiré y me senté,
recargando la espalda en la pared. Escuché el sonido de la puerta principal abrirse y
cerrarse. Diablos. Tenía que evitar Frank me viera de ésta manera.
No dudaría en burlarse.
Me levanté y recogí nuevamente lo que había dejado en el suelo. Maldije
internamente cuando vi a Frank, subiendo las escaleras. Se veía agotado al juzgar
por su aspecto. Una vez que estuvo completamente en la segunda planta, se
detuvo tomando bocanadas de aire. Me miró de arriba a abajo y sonrió. Me miré a
misma y bueno, estaba empapada de sudor, el trenzado desordenado, unos
cuantos cabellos pegados en mi rostro por el sudor y tenía los productos de
limpieza en ambas manos. No era un atuendo presentable.
―Linda blusa ―dijo, señalando el estampado que decía fuck you.
―Es una dedicatoria especialmente para ti ―sonreí orgullosa.
―Gracias por el detalle ―entró a la habitación, y mi sonrisa desvaneció al momento
en que cerró la puerta. Siempre cuando intentaba hacerlo sentir mal, sacaba
provecho de ello para usarlo en mi contra.
Con maldiciones y quejas, logré terminar de limpiar el baño. Luego de tomar un
descanso de cinco minutos y refrescar mi garganta con agua fría, salí al jardín. Era
lo último que me faltaba para concluir parte del castigo. Cuando crucé por la puerta
corrediza, me asusté al ver el panorama. Había millones de hojas secas y ramas
espinosas esparcidas por el césped. No entendía cómo un simple árbol podía
causar tanto desorden.
Cerré los ojos por un momento y suspiré, buscando la paciencia para limpiar todo
esto. Me lo merecía por confiar en las palabras de Frank. Ojalá y algún día, le
cayera un rayo en la cabeza por haberme traicionado. Me coloqué los enormes
guantes de jardinero y con una bolsa negra en una mano, comencé a recoger las
hojas.
Mis esfuerzos parecían no tener éxito, ya llevaba tres bolsas llenas de hojas y aún
me faltaba más de la mitad. Mi espalda comenzaba a punzar y mis piernas
hormigueaban con ardor. Me dediqué a tomar un respiro y levanté la vista hacia las
ventanas del segundo piso. Por alguna razón, mis ojos se posaron en la habitación
del intruso y ahí estaba Frank, mirándome por la ventana con una sonrisa.
Ignorando el dolor que circulaba por mi cuerpo, me levanté y alcé el brazo para
mostrarle el dedo medio con toda la intención. Sin dejar de sonreír, negó
ligeramente la cabeza y cerró la cortina.
―Estúpido ―murmuré, mientras volvía con mi labor.
Minutos después, cerré la quinta bolsa y la coloqué junto a las demás. Escuché la
puerta corrediza y vi a Frank. Estaba recién duchado, mientras yo estaba sudando y
sufriendo. Fruncí el ceño cuando observé detenidamente el estampado de su
camiseta. Era una chica anime en traje de baño y a lado decía: "You are so sexy".
Si estaba refiriéndose a él, tenía que darle la razón. Aparté la vista y continué
recogiendo las hojas que faltaban.
―No has limpiado mi habitación ―lo escuché decir, sintiendo que caminaba hacia a
mí.
―Puedes hacerlo tú mismo ―respondí concentrada en lo que estaba haciendo.
―Dámelos ―dijo bruscamente.
Lo miré, confundida. Esperaba que no estuviera proponiendo algo pervertido porque
lo golpearía.
― ¿Qué?
Suspiró y pasó los dedos por su cabello que relucía.
―Dámelos ―repitió, pero ésta vez señaló los guantes que llevaba puestos.
―Los estoy usando ―escondí las manos por detrás de la espalda. Pretendía que
recogiera las espinas sin protección y no lo iba a permitir.
―Bueno, si quieres que te ayude tengo que proteger éstas manos ―dijo
mostrándolas.
¿Iba a ayudarme?
Como sea que fuera, tenía que aprovechar su cortesía. Me quité los guantes y se
los entregué. Se los colocó y éstos quedaron justo a la medida. Tomó la bolsa negra
y comenzó a levantar las ramas espinosas en silencio.
―Gracias ―susurré, sentándome en el césped. No debía agradecer, pero la
palabra salió involuntariamente de mi boca.
―No es nada ―contestó sin mirarme―. Después de todo, yo también soy
responsable.
Me quedé viéndolo, pensando en si debía tomar ese comentario como una disculpa.

***
La siguiente hora y media me deleité observando a Frank y admiré la manera en la
que sus bíceps se contraían cada vez que ponía sus brazos en movimiento.
Tampoco pude perder de vista los músculos de sus hombros y de su espalda que
se tensaban al agacharse y se relajaban al levantarse. Era toda una escultura para
mi visión.
Los rayos del sol caían sobre su cabello castaño claro, dándole una apariencia
dorada. Por un instante me pregunté qué se sentiría enterrar los dedos a través de
su cabellera. La tentación de ir a comprobarlo y explorar cada centímetro de su
cuerpo se hacían cada vez más insistente. ¿Qué me pasaba? Sacudí la cabeza,
despejando los pensamientos depravados que comenzaban a invadir mi mente.
―Deja de mirarme ―murmuró, aún de espaldas hacia a mí e inmediatamente me
sonrojé y desvié la mirada al vacío. Decían que las personas eran capaces de sentir
las miradas intensas de otras, así que supongo que él era una de ellas.
Luego de tirar las bolsas a la basura, entramos a la casa y nos dirigimos a la cocina.
Tenía mi cabeza sobre la mesa y los brazos estirados a los lados. Estaba agotada y
bañada en sudor. Necesitaba una ducha urgente, pero tenía que esperar a que el
calor del cuerpo disminuyera.
―Voy a morir del cansancio ―me quejé, dejando salir largo suspiro.
―No seas dramática, no fue para tanto ―contestó sin verse afectado. Se acercó a
la mesa y colocó una jarra de agua junto con un par de vasos.
― ¿No fue para tanto? ―levanté mi cabeza y lo miré, arqueando las cejas―. Te
recuerdo que desde las nueve de la mañana estuve limpiando la casa.
Su sonrisa desvaneció y me miró por unos segundos. Estaba segura que quería
decir algo, ¿Disculparse correctamente, tal vez? Tenía esa esperanza, pero todo se
fue por la borda cuando bajó la mirada y agregó agua a los vasos de vidrio. Era
orgulloso o simplemente no quería decir que había tenido la culpa. Me ofreció el
vaso y sin dudar tomé su contenido. Mi garganta agradeció la sensación de el agua
refrescante. En cuestión de segundos, volví a llenar el vaso y bebí nuevamente,
sintiendo una sed incontrolable.
Después de unos minutos de silencio, miradas correspondidas y sonrisas
delatadoras, me levanté y puse la jarra de agua dentro del refrigerador casi vacío.
Lo que me recordó que tenía que ir por las compras.
―Tenemos que traer provisiones para la despensa ―dije, cerrando el refrigerador.
―Tenemos que ducharnos primero ―comentó e imaginé algo que no era apto para
mi mente. Se percató de mi expresión y sonrió, maliciosamente―. Podemos hacerlo
por separado, pero si quieres que nos duchemos juntos, te puedo asegurar que...
―Cállate ―lo interrumpí, rodando los ojos y salí de la cocina.
―Estaba bromeando ―lo escuché decir con diversión. Sacudí la cabeza y reí
mientras subía las escaleras.
Comenzaba a agradarme ese lado de Frank.

Capítulo: 8
Retiro lo dicho.
Veinte minutos después, me cambié y elegí usar unos jeans ajustados, una blusa
color perla y unas zapatillas a juego. No tenía mucha imaginación a la hora de
peinarme, así que sólo opté por dejarlo suelto. Tomé unas cuantas cosas, entre
ellas mi celular y los puse en mi bolso. Llegué a la sala y encontré a Frank sentado
en el sofá esperando impaciente. Llevaba unos vaqueros azul claro, una camiseta
de los Rollings Stones, vans negros y una gorra roja con la visera hacia atrás.
―Y luego dices que no me estás mirando ―dijo levantando una ceja.
Diablos, se dio cuenta que lo estaba observando más de la cuenta.
―Me gusta tu camiseta ―dije con suma indiferencia, ignorando a las hormonas que
gritaban sexy, sexy, sexy.
Durante el camino le platiqué sobre lo molesta que llegaba a ser la tía Helen. Estuve
contando algunas anécdotas embarazosas, y sentía calambres en mi estómago
cada vez que escuchaba el sonido profundo de su risa. Él, en cambio, me contó
sobre lo mal que lo había pasado en el verano anterior. Tuvo que hacerse cargo de
sus hermanastros y que no había sido una tarea fácil. Reí a carcajadas cuando me
dijo las travesuras que le hicieron; una de ellas fue llenarle el cabello con
pegamento, en donde permaneció horas bajo el agua intentando retirar los residuos.
―No es gracioso ―frunció el ceño, mirándome de reojo.
―Sí, lo es ―dije, controlando las carcajadas.
Se dignó a acompañarme en las risas y una oleada de felicidad se creó en nuestro
entorno. ¿Por qué nos empeñábamos en llevarnos mal si podíamos disfrutar
momentos como éste?
Una vez en el centro comercial, me ayudó a buscar todo lo necesario mientras yo
sostenía la lista de compras y él manejaba el carrito del súper. Varias chicas que
pasaban a nuestro lado, le coqueteaban lanzando miradas y risitas irritables.
Afortunadamente, él las ignoró y se concentró en elegir todo lo que necesitábamos.
Frank se fue al pasillo en busca de las sopas instantáneas y bocados caseros
mientras yo me dirigía a la zona de frutas.
Las escogí libremente y a mí gusto; manzanas, plátanos, naranjas, fresas, mangos,
etc. Estaba poniendo las bolsas cristalinas de frutas sobre el carrito cuando una
chica se acercó y al verla, recordé que era una que les coqueteaba a Frank.
―Hola, ¿podrías entregarle esto a tu amigo, por favor?
Asentí no muy convencida y tomé la nota.
―Gracias ―se fue con una sonrisa, reuniéndose con su grupo de amigas.
Sintiendo curiosidad, desdoblé el papel y me encontré con lo típico:
"Hola, este es mi número por sí te interesa (462 389 1244) Daniela".

Rodeé los ojos, mientras lo doblaba de nuevo. Más necesitada no pudo ser ¿Qué
pasa con las chicas de hoy que daban su número como si fueran unas cualquieras?
Suspiré y me mordí la mejilla interna, viendo la nota entre mis dedos ¿Debería
dárselo? Era más que obvio que la llamaría ¿Se lo daré o no?
No estaba segura de qué hacer.
¿Qué diablos te ocurre? Entrégaselo, no es asunto tuyo si la llama o no.
Respiré hondo e Ignorando la culpa, guardé la nota y la lista de compras en mi
bolso. No se la entregaré. Él me debía una por su traición. Además, la chica
especificó que se la entregara a mi amigo, y por lo que yo sabía, Frank no lo era.
Así que, básicamente, no tenía que entregárselo a nadie.
Cuando lo vi caminando hacia aquí, me apresuré en cerrar el bolso. Me quedé
observándolo despistadamente. Su forma de andar era perfecta, como si estuviera
caminando sobre una pasarela. Ahora entendía por qué las chicas se le quedaban
viendo, desde lejos llamaba la atención. Imponía personalidad y seguridad.
―Los encontré ―dijo, colocando las sopas en el carrito.
―Bien, sólo falta los productos de limpieza ―asintió y ambos nos dirigimos a la
sección deseada. Caminamos lentamente por el largo pasillo hasta encontrar los
que buscábamos.
―Ahí está ―apunté con mi dedo el producto que se encontraba en la parte alta del
estante. Frank se estiró, intentando alcanzarlo, pero no lo lograba a pesar de su alta
estatura―. Vamos, Frank.
Lo siguiente que escuché fue un estruendo sumamente ruidoso. Frank se había
esforzado demasiado y provocó que varias botellas de plástico cayeran al suelo.
Comencé a reír y me detuve cuando me miró, con expresión ofendida.
―No te burles ―rodeé los ojos y tomé una de las muchas botellas de limpieza que
estaban esparcidas en el suelo. Comencé a caminar, llevando el carro de
despensa―. Listo, vámonos.
―Necesitamos recoger esto ―lo miré sobre mi hombro y arrugué la frente.
― ¿Necesitamos? Fuiste tú quién las tiró ―dije a la defensiva. Tenía suficiente con
haber cumplido el castigo que no me correspondía.
―No es justo ―frunció el ceño en desacuerdo. Estaba por responderle, cuando
escuchamos la voz de un señor que venía del otro extremo del pasillo. Lo miré y por
su atuendo, me di cuenta que era trabajador del lugar.
― ¡Oigan! ¡¿Qué fue lo que hicieron?! ―espetó molesto.
―Ya estaban así ―se justificó Frank y se encogió de hombros.
Me empujó, alentándome a salir huyendo y seguí. En cuestión de segundos ya
íbamos corriendo a toda velocidad, cuidando que las cosas del carrito no se
cayeran. Las personas que hacían las compras se nos quedaban viendo,
preguntándose por qué corríamos y reíamos como un par de idiotas.
―Estuvo cerca ―Frank tomó aire, cuando llegamos a la caja registradora. Mientras
Frank pagaba y tomaba las bolsas empaquetadas, mi celular sonó. Lo saqué del
bolso y leí el mensaje:
De: Fernando
Para: Alexa

“Hola, hermosa ¿Cómo estás? Tenemos un asunto pendiente que terminar,


haber cuando nos ponemos de acuerdo para vernos”.
Supuse que con asunto pendiente se refería al beso que había sido interrumpido.
― ¿Es tú mamá? ―preguntó Frank, acercándose a mí.
―No, era un mensaje de Fernando.
Su mandíbula se tensó por un momento y luego asintió mientras caminábamos por
los locales del exterior. Me detuve repentinamente cuando vi que el libro que estaba
esperando por meses ya estaba disponible.
― ¿Qué pasa? ―frunció el ceño al verme buscar con desesperación en mi bolso.
―Necesito comprar algo, espérame aquí ―saqué un par de billetes y le encargué
mi bolso.
Entré al local y tomé el libro entre mis manos como si fuera oro. Había siete
personas esperando en pagar su mercancía. Suspirando, me puse detrás de una
mujer mayor. Luego de diez minutos, por fin llegó mi turno y pagué. Salí y encontré
a Frank, platicando con dos chicas quienes sonreían tan estúpidamente que me
dieron náuseas. Me acerqué en silencio, tratando de no interrumpirlo y le quité mi
bolso. Llamé su atención, para entonces, ya estaba dirigiéndome a la salida. Llegué
a la camioneta y esperé, mirando el cielo oscuro. Minutos después, apareció y subí
a la suburban, ignorando su mirada acusadora. Pasaron los segundos y no
encendía el motor.
― ¿Qué esperas? ―volteé a verlo y me estaba mirando con seriedad.
― ¿No tienes nada qué decirme? ―preguntó, entrecerrando los ojos.
―Sí, que empieces a conducir ―contesté, malhumorada.
― ¿Qué hay sobre esto? ―me mostró algo que sujetaba entre sus dedos. Me tomó
poco tiempo reconocer que se trataba de la nota que la chica me había entregado.
Sentí la culpa, vergüenza y enojo combinarse dentro de mí.
― ¿Estuviste buscando en mi bolso? No tienes ningún derecho a buscar en mis
cosas ―reclamé, desviando el tema.
―Tomé la lista de despensa para asegurarme que lleváramos todo, pero ésta nota
estaba encima ―respondió, dejándome sin opciones. Sí, era una buena excusa,
pero, de cualquier manera.
¡Agh! A quién engaño, fue mala idea esconder la nota.
―Se me olvidó entregártelo ―dije, restándole importancia.
―Sí, claro ―respondió, sarcásticamente y comenzó a conducir, guardando la nota
en sus bolsillos.

***
Llegamos a casa, colocando las bolsas sobre la mesa y subí a mi habitación para
ponerme el pijama. Faltaban quince minutos para las once y mis padres aún no
regresaban, en éste momento debían estar soportando las preguntas
desesperantes de la tía Helen. Pobre de ellos. Dejé el bolso en la mesa de noche y
volví a la cocina, en donde Frank estaba acomodando las cosas en la despensa.
― ¿Quieres cenar? ―preguntó, al verme entrar.
―Estoy muy cansada para cocinar ―bufé, sentándome en la silla.
―Cocinaría, pero me tomará tiempo para que esté listo.
― ¿Sabes cocinar? ―pregunté asombrada. No podía competir con una persona
que era ordenada, mucho menos con alguien que supiera cocinar.
―Si a eso le llamas a la comida quemada, entonces no ―reí por su aclaración.
―Pidamos algo entonces ―propuse al no tener otras alternativas.

***
―Fue un día largo, ¿no crees? ―dijo, dando el último mordisco a la rebanada de
pizza.
―Sí, lo bueno es que mi castigo terminó ―comenté con alegría. Se quedó callado y
tomé la oportunidad para saber el porqué de su traición―. ¿Por qué me mentiste
diciendo que tenía el permiso de mis padres?
Simplemente no podía dejar de pensar la razón por la que lo hizo, debía haber una.
Me miró, quedándose así por unos segundos. Abrió la boca, dispuesto a responder,
pero fue interrumpido por el sonido de mi celular que se escuchaba desde mi
habitación.
―Esto será divertido ―dijo Frank, con una sonrisa de haber causado problemas.
Fruncí el ceño, temiendo a qué se refería y salí de la cocina. En la habitación, saqué
el celular del bolso y recordé que no había respondido el mensaje de Fernando
cuando atendí la llamada.
―Hola, Fer.
―Y bien, ¿piensas dejarme plantado? ―dijo, un poco molesto.
― ¿Cómo? ―pregunté, confundida.
―Llevo media hora esperándote en el parque de diversiones ―su respuesta me
dejó perpleja.
―Pero, no hemos quedado de vernos ―Hice un esfuerzo en concentrarme si había
contestado el mensaje, pero estaba completamente segura que no lo había hecho.
―Alexa, respondiste el mensaje diciendo que nos veríamos aquí a ésta hora ―fue
entonces que recordé en la única persona que tuvo mi celular en su poder. Sin
duda, había sido Frank cuando le dejé encargado mi bolso. No se quedó con la
duda y leyó el mensaje mientras estaba comprando el libro. Tuvo diez valiosos
minutos para planear nuestro falso encuentro. Suspiré, sintiendo el rencor creciendo
en mis venas. Por un momento, pensé que comenzábamos a llevarnos bien.

Capítulo 9:
Furia controlada.

Le conté a Fernando sobre las posibles sospechas de que Frank fuera el


responsable del falso encuentro. No tuve más que disculparme avergonzadamente.
―No te preocupes ―dijo, podía asegurar que estaba haciendo una mueca―. ¿Está
él contigo?
―Se quedó en la cocina.
― ¿Qué hay de tus padres?
―No tardan en llegar ―comenté, mirando el reloj de reojo.
― ¿Te dejaron sola con él? ―preguntó, alarmado.
―Algo así, tuve que quedarme en casa a hacer deberes y bueno, él no quiso irse
con ellos ―expliqué, rodando los ojos.
― ¿Te molestaría si voy unos minutos a tu casa? ―propuso.
No me molestaría en absoluto, pero con Frank presente volveríamos al principio, me
amenazaría con acusarme y no quería arriesgarme ahora que papá tomaría cartas
en el asunto si volvía a desobedecer.
Con total confianza, le expliqué a Fernando las consecuencias que habría sí llegaría
a aparecer―. Diablos. ― dijo maldiciendo a lo bajo.
―Es un idiota, lo sé ―me quejé, soltando un suspiro frustrado.
―Entonces, ¿no hay manera de verte esta noche? ―la desilusión en su voz era
notorio.
Suspiré y comencé a pensar en las posibles maneras, del cual, sólo había una. Esa
era que entrara por el jardín para luego escabullirse en mi habitación. Era
arriesgado, pero tenía ganas de verlo y platicar sobre lo nuestro. Sentía
sentimientos por él, pero no estaba muy convencida como para regresar de nuevo y
ese tipo de complicaciones no las podía hablar por teléfono. Podía esperarme a otro
día, pero creo que era el momento.
Raras y confusas emociones han estado habitando en mi mente desde que conocí
a Frank. No quiero decir que esté enamorada de él o algo por el estilo. A pesar de
que a veces se comportaba como un imbécil, tenía su lado simpático y aunque
tratara de negarlo, me sentía atraída por él. Tal vez sólo era algo pasajero, pero
mientras tanto, tenía que dejar las cosas claras con Fernando. No quería ilusionarlo,
diciéndole que lo seguía queriendo como antes.
― ¿Estás segura? ―cuestionó con cierto miedo y emoción cuando le dije el plan
rebelde de entrar a mi habitación.
―Sí, te esperaré a la una. La puerta del jardín se quedará abierta al igual que la de
mi habitación ―dije, antes de que pudiera retractarme.
― ¿Qué pasará con Frank? Es posible que se dé cuenta.
―No te preocupes, me las arreglaré para que no sospeche nada ―comenté, sin
tener una idea de cómo haría eso.
Luego de colgar y dejar todo aparentemente planeado, fui a la cocina. Frank me
miró sonriente, mientras le daba un mordisco a la manzana que tenía en su mano.
Me crucé de brazos, recargándome en el umbral de la puerta.
― ¿Por qué tan molesta?
― ¿Por qué lo hiciste? ―pregunté, tratando de mantener mi voz neutra.
― ¿Hacer qué? ―frunció el ceño, fingiendo no entender lo que decía.
― ¡Sabes bien a qué me refiero! ―levanté la voz, irritada.
―No me grites ―advirtió, arqueando las cejas. Se levantó de la silla y tiró la media
manzana a la basura. Caminó hasta estar frente a mí y me observó por un
momento―. Hablaremos cuando estés más tranquila.
Antes de que saliera de la cocina, tomé su brazo, que sentía tonificado debajo de mi
palma, y lo detuve.
―Quiero hablar ahora ―exclamé, tratando de ocultar el nerviosismo por sentir su
cálida piel. Su mirada pasó de mi mano deteniendo su brazo, y lentamente fue
subiendo hasta que nuestros ojos se encontraron.
Su rostro estaba tan cerca del mío que pude apreciar su belleza con detenimiento.
La estructura de su cara era perfecta. Sus cejas tupidas le daban a sus ojos, un
aspecto más masculino. Su nariz perfilada estaba hecha a medida correcta y sus
labios rellenos con forma de corazón, dificultaba las intenciones de apartar la vista.
Con la voluntad suficiente, me alejé. Si seguía observándolo así de cerca perdería
el control.
― ¿Me dirás? ―dije, una vez que recuperé el aliento.
―Lo hice para molestarlo a él, no a ti ―comentó, sin hacer contacto visual.
― ¿Por qué? Él no te hizo nada ―lo defendí y su cuerpo giró hacia a mí, con
expresión molesta.
―Intentó besarte ―contestó, con remordimiento.
― ¿Y?
― ¿Es tú novio?
―Salimos por unos meses ―murmuré, en voz baja.
―Esa respuesta no contesta mi pregunta ―decía, mientras se acercaba.
―No, no es mi novio ―contesté, retrocediendo unos pasos.
―Entonces no tenía por qué haber intentado besarte, es una falta de respeto ―dijo,
ásperamente. Evité decir que él era el menos indicado en hablar de respeto, fue por
eso que cambié el tema.
― ¿Por qué me mentiste cuando dijiste que mis padres me habían dado permiso
para salir? ―insistí, queriendo una respuesta razonable.
―Fue sólo un arranque ―se encogió de hombros.
―Pues gracias a tu estúpido arranque, tuve que hacer limpieza general en la casa.
―Por cierto, tienes pendiente pasar por mi habitación ―guiñó el ojo, dándome a
entender otras intenciones.
―Como sea ―no quería continuar con ésta incómoda conversación.
Le di la espalda, dirigiéndome al refrigerador y tomé una barra de chocolate. Giré,
con el propósito de ir a mi habitación, pero en el intento, me topé con su cuerpo. Mi
respiración se alteró y solté un pequeño grito, dejando caer el chocolate.
Me tenía acorralada entre el refrigerador, su cuerpo y sus manos sujetando mi
cintura. Levanté la mirada y me encontré con sus ojos enfocados en mis labios. El
calor que me proporcionaba su cercanía, me aprisionaba y debilitaba. Su rostro se
fue acercando al mío y pasé saliva, al sentir sus dedos en mi barbilla.
―Estás faltándome al respeto ―dije con cierto humor, recordando sus palabras.
―Si quieres que me detenga, dilo ―susurró, con voz grave.
No quería detenerlo. Cerré los ojos, y sentí sus labios rozando con los míos. Mi
pulso se aceleró y me preparé para corresponderle cuando un movimiento de llave
hizo que el momento desapareciera en cuestión de segundos. Frank se separó de
mí inmediatamente mientras escuchábamos voces familiares en la sala. Mis padres
y Melina cruzaron por la sala y se detuvieron cuando notaron nuestra presencia. Mi
padre sólo nos observó por un momento y sin decir nada, siguió su camino.
― ¿Aún están despiertos? ―escuché a mamá, adentrándose a la cocina. Ninguno
de los dos articuló una palabra en los siguientes segundos, hasta que me aclaré la
garganta y rompí el silencio.
―Hace rato que llegamos de hacer las compras ―respondí, dejando salir el aire
que estaba conteniendo y recogí la barra de chocolate. En eso, Melina entró muy
sonriente. Nos miró a ambos y luego frunció el ceño levemente. Mierda. Tal vez
comenzaba a sospechar algo.
―Se me olvidaba... ―dijo mamá, buscando en su enorme bolso―. Helen les
mandó esto ―me entregó un paquete de panqués y las tomé, sin tener mucho
apetito.
―Qué bien ―logré decir.
―Bueno, me voy a recostar; estoy agotada. Buenas noches ―se despidió,
dejándonos a Frank, Melina y a mí, en un silencio casi absoluto. Melina se sentó
sigilosamente frente a Frank, quien seguía evitando mirarme.
― ¿Está todo bien? ―preguntó, alternando la mirada entre los dos.
―Sí ―dije, forzando una sonrisa. Dejé la barra de chocolate en su lugar, el antojo
había desaparecido. Coloqué los panqués en un plato ancho y lo puse en medio de
la mesa, para luego sentarme a lado de él. Segundos después de que tomara
asiento, Frank se levantó de su lugar y salió disparado de la cocina.
― ¿Segura? ―insistió Melina, volviéndose hacia a mí.
―Sí ―repetí, nerviosamente.
―Trata de comprenderlo ―comenzó a decir. La miré, frunciendo el ceño con
confusión ¿A qué se refería? ―. Sólo dale tiempo para que se dé cuenta de lo que
realmente siente.
Asentí, meditando su comentario, pero volví a mi habitación. Estaba en la cama,
tratando de asimilar lo que hubiera pasado si mis padres no habrían llegado. Frank
estaba dispuesto a besarme y no se lo iba a impedir a pesar de los enfados que me
ha provocado. Dejé de cuestionarme y comencé a leer mientras que Fernando
llegaba.

***
Faltaban un par de minutos para que Fernando apareciera. Caminé a la ventana,
corrí las cortinas y segundos después, observé una sombra introducirse en el jardín.
Era la una de la madrugada, no era una hora adecuada. Cualquiera malinterpretaría
las cosas, pero ya no había manera de enmendar la situación. Esperé, jugueteando
con los dedos y caminé de un lado otro.
Cuando escuché unos ligeros golpes en mi puerta, suspiré tranquilamente y la abrí.
Los ojos verdes de Fernando se encontraron con los míos e inspeccioné su
atuendo. Llevaba una camisa gris, vaqueros, calzado usual y el cabello rubio
peinado hacia atrás.
―Hola ―susurró, mostrando una pequeña sonrisa.
―Pasa ―dije, mientras lo invitaba a entrar. Cuando cruzó a mi lado, percibí un
aroma a perfume y alcohol. Definitivamente había estado en otro lugar antes de
llegar.
―Gracias por venir ―dije en voz baja y cerré la puerta.
Cuando menos pensé, ya tenía sus brazos rodeando mi cintura mientras depositaba
besos en mi cuello. Oh no, esto no era parte de la conversación.
―Fernando, detente ―lo alejé, recuperando mi espacio personal.
― ¿Qué pasa?
―No quería verte para eso ―seguía siendo virgen y no tenía planes de perderla
todavía.
Asintió y se sentó desganadamente en el borde de la cama.
― ¿Entonces?
―Quería hablar sobre nosotros.
―Eso podemos arreglarlo ―se levantó, caminando hacia a mí.
―No de esa forma ―levanté las manos, evitando que se acercara demasiado.
―No entiendo, ¿qué hay de malo en nosotros? ―dijo, confundido.
―Fernando, no estoy segura de seguir con esto. Necesito tiempo para pensar si
quiero volver contigo ―entrecerró los ojos y luego negó la cabeza, mientras giraba
su cuerpo hacia la ventana, dándome la espalda.
― ¿Es por Frank? ―lo escuché decir, decepcionado. No podía mentirle, tenía que
ser honesta. Inventar excusas sería engañarlo a él y a mí misma.
―Sí ―murmuré, mordiéndome el labio. Se volvió hacia a mí y pude notar que
estaba molesto.
― ¿Cómo te puede gustar alguien que conociste hace semanas? ―reclamó, con
suavidad. Sonaba absurdo, pero había sucedido tantas cosas éstas últimas dos
semanas, que no había tenido tiempo de ordenar mi mente.
―No estoy diciendo que me gusta, es sólo que me siento confundida ―expliqué. La
bola de emociones seguía acechándome.
― ¿Confundida sobre qué? ―me encogí de hombros al no tener respuesta―.
Alexa, ese chico está jugando contigo. Él es el responsable de que te sientas así,
está intentando confundirte.
Tal vez tenía razón, tal vez todo esto lo estaba tomando muy en serio. Podría hacer
el esfuerzo de continuar mi vida, viendo a Frank como un simple huésped. Estaba
por decirle que le daría una oportunidad cuando la puerta de mi habitación se abrió
de golpe. Ambos volteamos al instante y en menos de un segundo me di cuenta que
era Frank con su rostro completamente furioso.
―Más vale que te largues en éste momento, si no quieres que te parta la cara
―advirtió, mirando fríamente a Fernando.

Capítulo 10.
Lado desconocido.
Tener la presencia de ambos en mi habitación generaría muchos problemas y la
mayoría de ellos no eran nada buenos. Estaba nerviosa, pero no iba aparentarlo, la
tensión en nuestro alrededor era suficiente como para unirme.
―Me gustaría que intentaras golpearme ―dijo Fernando, manteniéndose firme y
sin señales de temor.
― ¿Quieres comprobarlo? ―Frank lo retó, formando puños en las manos.
―Frank, es suficiente ―intervine, colocando la mano en su pecho. Una
confrontación entre ellos complicaría las cosas.
―Dile que se vaya o yo con gusto lo sacaré a patadas ―advirtió, intimidante. Sabía
que sería capaz de hacerlo sin importarle mi presencia o la de mis padres. Me giré
hacia Fernando y lo miré, casi suplicando.
― ¿Podemos hablar después? Estaré en problemas si no te vas ―dudó por un
momento, pero luego asintió.
―Lo haré por ti, no por él ―comentó, mirándome de reojo.
―Fuera de aquí ―espetó Frank, conteniéndose de darle un golpe. Lo hice a un
lado y llevé a Fernando hasta la puerta principal, teniendo precaución de no generar
mucho ruido.
―Lo siento ―hice una mueca, abriendo la puerta. Debía pensar que Frank era
algún tipo de demente que me acechaba.
―Está bien, luego terminamos la conversación ―asentí, despidiéndolo con un beso
en la mejilla. Cerré la puerta con cuidado y volví a la habitación de manera sigilosa.
Frank me miró y sacudió la cabeza, aun estando molesto.
― ¿Estás consciente de que ese idiota sólo quiere acostarse contigo? ―comencé a
enojarme. Primero intentó besarme, me ignoró después, entró a mi habitación y
ahora juzgaba a Fernando, sin tener argumentos en su acusación.
―Ni si quiera lo conoces ―contesté, molesta.
―Y no me dan ganas de conocerlo ―dijo, cruzando los brazos.
―Además ¿A qué venías a mi habitación? No puedes entrar cada vez que se te
pegue la gana ―pregunté, indignada.
― ¿Cómo que a qué? Escuché voces, recuerda que mi habitación está a lado del
tuyo y no quería oír sonidos pornos toda la noche.
―No estábamos haciendo nada malo ―repliqué, desesperada. No tenía por qué
darle explicaciones, pero por eso ocurrían los malos entendidos.
―Que sea la última vez que te encuentras a solas con él en tu habitación
―reprendió, cerrando la puerta detrás de él. Apreté los labios, absteniendo las
ganas de gritarle. Gruñí con frustración y me dejé caer en la cama. Me desesperaba
tener que soportar su actitud machista.

***
A la mañana siguiente, aún sentía la bilis correr por mis venas. Las ojeras habían
aparecido debajo de mis ojos, todo gracias al desvelo que pasé. Tomé una ducha,
haciendo un intento de despabilarme de la pereza que comenzaba a apoderarse de
mí. Fui a la cocina y me sentí ofendida al encontrar a todos, desayunando
pacíficamente. Nadie me despertó para hacer compañía, si estuviera desmayada en
la habitación, nadie se daría cuenta; una clara prueba de que mi familia me amaba.
―Buenos días ―dije, sirviéndome el desayuno y bufé cuando el único asiento libre,
estaba al lado de Frank. Mis padres y Melina me respondieron con las mismas
palabras, mientras me sentaba.
― ¿Cómo amaneciste? ―me volví hacia Frank y fruncí el ceño. La amabilidad en
su pregunta me indignó, pero recordé que mis padres estaban presentes y por lo
tanto, tenía que actuar de la misma manera.
―Bien, gracias ¿y tú? ―respondí, conteniéndome de darle una bofetada.
―Un poco desconcertado, pero bien ―habló en voz alta, con la intención de que
todos en la mesa, lograran escucharlo.
― ¿Desconcertado? ―intervino mamá, curiosa.
―Anoche escuché ruidos ―respondió, mirándome de reojo. Idiota. Ni que se le
ocurra decir lo que sucedió en mi habitación o me vería obligada a estampar el
desayuno en su cara y no quería desperdiciar mi comida.
― ¿Ruidos? Yo no escuché nada ―dijo Melina, frunciendo el ceño.
―Tal vez hay fantasmas ―dije, golpeando la rodilla de Frank por debajo de la
mesa.
―Claro, debe ser eso ―concluyó él, mirándome con una sonrisa de complicidad.
―Alexa, debo reconocer el esfuerzo que hiciste en el jardín, era un desastre ―dijo
papá y agradecí el cambio repentino de tema. Sonreí orgullosa y decidí darle crédito
a la persona que estaba a mi lado.
―Frank me ayudó ―comenté e inmediatamente, las miradas se posaron en él.
―No fue nada ―alzó un hombro y me guiñó el ojo, cuando mis padres retomaron la
conversación.

***
Al finalizar el desayuno, papá avisó que tendría un viaje de negocios y que su vuelo
saldría el día de mañana. Luego de que se fueran a trabajar, ayudé a recoger la
mesa e insistí en que yo lavaría los platos, pero Melina se ofreció a hacerlo. Así que
acepté su oferta y subí a la habitación.
Después de leer un par de capítulos, cerré el libro y lo dejé en la comoda. Me dirigí
a la ventana y recorrí las cortinas, con la idea de que la luz del sol entrara un poco
más. Por inercia, bajé la mirada al jardín y localicé a Frank, sentado en la banca que
tenía la función de columpio. Lo extraño de todo, era que estaba fumando un
cigarrillo. Era la primera vez que lo veía haciéndolo. Fruncí el ceño y salí de la
habitación, dirigiéndome al jardín.
― ¿Qué haces? ―pregunté conforme me acercaba.
―Nada interesante ―respondió con voz neutra. Sinceramente, esperaba una
respuesta cruel de su parte.
―No sabía que fumabas ―dije cautelosamente mientras me sentaba a su lado.
―No suelo hacerlo ―contestó, dejando salir el humo de su boca.
―Y, ¿Por qué lo haces? ―sentía intriga por saber la razón. Pareció que mi
pregunta lo incomodó, frunció el ceño y luego volvió su mirada al frente, dando otra
calada al cigarrillo―. ¿Puedo probarlo?
― ¿Lo has hecho antes? ―arrugó la frente, mirándome como si fuera una niña de
ocho años. En la preparatoria, unos compañeros me tentaron a fumar y cuando lo
probé, comencé a toser como una anciana a punto de morir por enfisema pulmonar
y desde ese día no lo he vuelto a hacer. Odiaba el olor a tabaco, pero no tenía algo
mejor qué hacer.
―Claro ―dije con naturalidad y entrecerró los ojos.
―Mentirosa ―dejó salir el humo directo a mi rostro y tosí, moviendo las manos en
el aire.
―No pierdo nada en probarlo ―me quejé una vez que respiré con normalidad.
―Y no ganas nada en hacerlo ―advirtió, mirando el árbol que estaba frente a
nosotros.
― ¿Entonces, por qué lo haces? ―insistí. Estaba preparándome para escuchar
algún comentario en la diferencia de edades.
―Ansiedad ―se limitó a decir, sin mirarme.
― ¿Tienes problemas de ansiedad? ―pregunté, irónicamente.
―No, exactamente ―dijo, seriamente.
―De todas maneras, no entiendo cómo puedes estar fumando con tanta
tranquilidad, Melina te puede regañar ―o al menos eso harían mis padres si me
vieran.
―Tengo la edad suficiente para hacerlo, además, Melina no es mi madre ―dijo,
con amargura.
―Podría acusarte con tus padres ―amenacé divertida. Me miró y pude notar la
tristeza en sus ojos.
―Ellos fallecieron ―apartó la mirada y me sentí la peor persona del mundo.
―Yo...yo no...lo siento ―balbuceé avergonzada.
―Fue hace tiempo, cuando tenía trece años. Murieron en un accidente
automovilístico―me congelé al escucharlo ¿Qué podía decir? Si hubiera mantenido
la boca cerrada, no estaría en esta conversación abrumadora.
―No sé qué decirte ―murmuré, en voz baja. Era pésima animando a las personas
en éstas situaciones. Sacudió la cabeza e intentó mostrar una sonrisa, pero no
logró. Suspiró, quedándose pensativo y pasó saliva.
―Los extraño... ―susurró, su voz quebrándose. Mi corazón se partió,
destrozándose por dentro. Jamás pensé verlo así, tan conmocionado y triste. No
llegué a pensar que detrás de ese chico arrogante, egocéntrico y divertido, habitaba
una persona dolida por la pérdida de sus padres. No comprendía su dolor, pero
debió haber sido difícil asimilar la noticia en una edad temprana. Pensar en la
ausencia de mis padres, causó un ardor en mis ojos.
Tiró el cigarro en el césped y permaneció con su mirada baja, tal vez avergonzado
por mostrar debilidad ante mí. No podía seguir viéndolo así y aunque quisiera saber
un poco más, no iba a presionar con el tema. Me acerqué a él, sin importarme cuál
sería su reacción y lo abracé. Era lo único que podía hacer. Sentí su cuerpo
tensarse por unos segundos, pero después se volvió y rodeó sus brazos en mi
cintura. Inclinó su cabeza en mi hombro y cerré los ojos, sujetando mis brazos
alrededor de su espalda. El calor que emanaba su cuerpo, acariciaba el mío y si
pudiera, me quedaría en ésta posición hasta lograrlo sentir mejor.
―Frank ―la voz de Melina me trajo a la realidad. Lentamente se separó de mí,
provocando que una frialdad se interpusiera en el espacio dejado. Bajé los brazos y
los dejé caer en mi regazo.
― ¿Sí? ―se aclaró la garganta.
―Necesito que me lleves a dejar unos catálogos, por favor ―pidió, amablemente.
―Claro ―se puso de pie, se sorbió la nariz, discretamente y se giró hacia a mí―.
¿Quieres acompañarnos?
Negué con la cabeza. No podía responder, sentía un nudo en la garganta y podía
asegurar que mi voz sonaría rasposa. Lo vi alejarse y Melina me sonrió levemente,
antes de irse. Ella debió imaginarse el por qué estábamos abrazados. El rostro de
Frank lo explicaba todo. Luego de sentir una sensación extraña en mi pecho, decidí
quedarme un tiempo más en el jardín, mientras procesaba el hecho de que Frank
había compartido conmigo algo sumamente personal.

Capítulo 11
Alexa, míralo a los ojos.
Volví a mi habitación e intenté seguir leyendo, pero comencé a bostezar. Mis ojos
se cerraban, con la intención de descansar. Era irónico porque aún era tarde, pero
supuse que el cansancio se debía al desvelo de anoche. Dejé el libro aún lado y me
recosté en la cama. Me fui quedando dormida, conforme escuchaba el canto de los
pájaros en el exterior.
Al despertar de la siesta, miré el reloj de la cómoda. Éste marcaba las ocho de la
noche, había recuperado las horas perdidas. Cuando tomé el celular, me di cuenta
que tenía cinco llamadas pérdidas y un mensaje. Tres llamadas eran de Fernando,
dos de Karina y un mensaje de Frank.
Para: Alexa
De:Frank
"Te traje comida china, estabas dormida cuando entré a tu habitación, así que
la guardé en la alacena"

Con una sonrisa en el rostro, me dirigí a la cocina. La cajita de comida china se


encontraba intacto en la alacena. Lo calenté en el microondas y esperé impaciente.
Luego de terminar de comer, o más bien de cenar, fui a la habitación de mis padres.
Mamá y Melina estaban empacando la maleta de papá, lo que me hizo recordar,
que mañana saldría de viaje.
―Por fin despiertas, bella durmiente ―mamá sonrió y continuó doblando camisas.
― ¿Y mi papá? ―pregunté, al no verlo en la habitación.
―Fue a jugar billar con Hugo ―él y su amigo eran los máster en el juego. Siempre
me preguntaba cómo se jugaba, pero no sentía la necesidad de aprender. Sólo
sabía que el propósito del billar, era meter las bolitas en los hoyos. Sin alterar a la
mente pervertida con respecto a eso.
― ¿Dormiste bien? ―preguntó Melina.
―Sí, gracias ―evité decir que la mejor parte fue cuando desperté y leí el mensaje
de Frank.
―Iremos a comprar algunas cosas para Benjamín ―avisó mamá, cerrando la
maleta y colocándola a un lado de la cama. Asentí y las acompañé a la puerta. Una
vez que se fueron, conversé con Karina por teléfono y me dijo que ha estado
saliendo con Drake, el chico que conoció en la fiesta. Lo que me pareció
sorprendente, ya que ella no se relacionaba con chicos con mucha frecuencia.
Evitaba los noviazgos a toda costa.
Al finalizar la llamada, pensé en hablar con Fernando, pero luego me retracté. No
quería confundirme cuando dijera lo mucho que me extrañaba y mi mente estaba
comenzando a despejarse como para llenarla de dudas con sus halagos y
comentarios sobre Frank. Hablando de él, tenía que agradecerle por haberse
tomado el tiempo de traerme comida. Un simple gracias no le haría daño a nadie.
Una vez que estuve frente su habitación, toqué la puerta un par de veces. Al no
obtener respuesta, giré la perilla y la puerta se abrió, un ligero chirrido se escuchó al
hacerlo. Estaba por segunda vez aquí, la primera había sido por obligación y ésta,
bueno, era por voluntad propia. Asomé la cabeza, esperando verlo durmiendo o
jugando al XBox, pero ni una, ni otra. La cama estaba ordenada con las sábanas en
su lugar y la consola sin usar.
Entré sigilosamente y cerré la puerta detrás de mí. Mi mirada inspeccionó el lugar
con detenimiento y se detuvo en la comoda, en donde había una fotografía en la
parte de arriba. Me acerqué y agudicé la vista, observando el retrato. Era una pareja
y un niño de cabello castaño claro, en medio de ellos mientras sonreían felizmente a
la cámara. Era triste darte cuenta que las fotografías eran recuerdos que jamás
volverían. Sentí el nudo en la garganta al imaginar el rostro del pequeño Frank
cuando se enteró de la pérdida de sus padres.
― ¿Qué estás haciendo? ―contuve la respiración y me giré, sobresaltada.
―Lo siento ―dije, sintiendo los labios secos.
Cuando lo vi saliendo del cuarto de baño, me quedé estática y pasé saliva. Por un
momento olvidé a lo que venía. Lo único que llevaba era una toalla blanca rodeando
su cintura, que cubría su enorme...bueno, no sabía si era enorme, no es que
estuviera pensando en ello ¡Dios! El punto es que estaba cubriendo su miembro.
¿Qué pasaría si la toalla se caía? O peor aún, ¿Cómo reaccionaría si se la quitaba
a propósito? Sacudí la cabeza, despejando las posibles posibilidades de desmayo y
me concentré en articular alguna oración.
―Yo vine...vine a... ―tartamudeé, terriblemente.
¡Maldición! ¿Por qué me sentía tan nerviosa? ¡Era sólo un cuerpo! Tal vez se debía
a que era la primera vez que veía un cuerpo masculino a mi merced.
― ¿A qué? ―preguntó, frunciendo el ceño. Me percaté de su pecho desnudo y no
pude evitar observar los músculos contorneados de su abdomen, al igual que los de
sus pectorales, brazos y hombros.
―A darte las gracias ―logré decir, mirando su pecho bronceado.
― ¿Por qué? ―ya que estaba siendo agradecida, gracias por la perfecta vista que
me estás dando, gracias por el esfuerzo que le estás dedicando a tus abdominales
y gracias por ser tan malditamente sexy. Gracias Jesús por este bello regalo de la
vida, no sé qué hice para merecer tan glorioso paisaje. Ten piedad de mi para que
después no me de el paro cardiaco saliendo de plena habitación, dame fuerzas.
―Por la comida ―contesté nerviosa y me mordí el labio. Asintió, buscando una
loción y comenzó a aplicarla, empezando por el cuello luego por los brazos y finalizó
en su pecho.
―De nada ―me quedé como estúpida, observando su espalda cuando se dio la
vuelta. Era un Dios griego, romano y egipcio en persona. Estaba siendo descarada
pero no podía dejar de hacerlo, era como si mi mirada se hubiera clavado en su
cuerpo. Además, no siempre veía los atributos de un chico a diario, así que tenía
que aprovechar. De repente, me encontré con la mirada de Frank desde el espejo y
se giró, mirándome extrañado―. ¿Tienes algo más qué decirme?
Tenía muchas cosas qué decirle, pero no diría ninguna de ellas. No quería
aumentar su ego, diciendo lo violable que se veía. Sería catalogada como una
pervertida sin remedio.
―No, um, me voy para que puedas vestirte ―balbuceé, señalando aquél cuerpo
que no podía tocar. Cerré los ojos por un instante, haciendo un intento de guardar
su imagen en mi memoria y caminé aturdida hacia la puerta.
―Espera ―giré sobre mis talones y lo miré, sintiendo la necesidad de salir
corriendo.
― ¿Sí?
― ¿Por qué estás tan nerviosa? ―preguntó, entrecerrando los ojos.
―Estoy bien ―respondí, alternando la mirada de su rostro a su abdomen. ¡Diablos,
míralo a los ojos!
―Alexa, estoy aquí arriba, no allá abajo ―lo miré y estaba arqueando las cejas,
expresando que le pusiera atención a él y no a los músculos de su abdomen. Un
calor infernal se apoderó en cada una de mis mejillas y deseé tener algún súper
poder para desaparecer en ese instante.
―Lo siento ―me justifiqué, colocando la palma de la mano en los ojos.
Claro, como si eso impidiera a seguir observando.
― ¿Quieres tocarlos? ―su propuesta me tomó por desapercibida y me tambaleé en
mi lugar, asimilando sus palabras. Abrí los ojos como dos grandes lunas llenas y
mis labios se entreabrieron.
― ¿Estás loco? ―mi voz salió aguda y pretendí estar molesta.
Juez, lléveme presa con sentencia de cadena perpetua. Quiero tocar sus bíceps y
abdominales, lo admito. Alexa "desesperada" Owens, se le considera culpable por
pervertida y no tener la fuerza de contenerse, se cierra la sesión *pum*.
Lo sé, me salí del contexto, pero en mi mente era más fácil enfrentarme a
situaciones embarazosas, que hacerlo en la vida real.
―Sé que quieres ―guiñó el ojo y fue acortando la distancia.
―Aléjate, Frank ―intenté salir, pero él cerró la puerta y se interpuso en mi camino.
―No te quedes con la duda ―sonrió de tal modo que logré ver unos ligeros
hoyuelos. Bajé la mirada a su abdomen y observé la V en su cadera, ¿Cómo
contenerme ante eso? Levanté el brazo, dispuesta a tocar su abdomen y sentí la
mano temblar mientras me acercaba a su piel expuesta.
Contrólate, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir después.
La curiosidad mató al orgasmeado gato.
No hagas para mañana lo que puedes hacer hoy.
No mueras en el intento.
Hazlo.
Dignidad...no te olvides de la dignidad, Alexa.
¡Bingo! Esa palabra fue clave para tener autocontrol. Mis dedos estaban a punto de
tocar su abdomen, pero dejé caer el brazo. Frunció el ceño, preguntándose por qué
me detuve. Lo empujé, abrí la puerta y salí, dirigiéndome a mi habitación con el
rostro hirviendo. ¡Diablos! Mi cerebro iba a explotar por la intensidad del momento.
Tomé varias respiraciones, controlando los latidos de mi corazón que palpitaban
frenéticamente. Me caí de espaldas en la cama y suspiré. Estúpido Frank. Pensó
que accedería a su petición, pero no contó que tenía voluntad de negarme. Y aún
con la imagen de su cuerpo estructural, me quedé dormida.

Capítulo 12.
Casi...pero no

En la mañana, me levanté temprano y bajé a la sala. Mamá y yo acompañamos a


papá a la camioneta, y nos despedimos con abrazos, deseándole suerte en su
reunión. Regresaría en una semana y a pesar de su sobreprotección, lo echaré de
menos. Mamá no soportó la tensión del momento y comenzó a sollozar.
―Tranquila, volveré pronto ―dijo, acariciando su espalda.
Ver la partida de papá fue, en cierto punto, triste. Nadie me garantizaba que
volvería. Me acerqué y lo abracé con fuerza, sintiendo el calor paternal que
proporcionaba.
―No sean dramáticas, harán que pierda mi vuelo ―lo escuché decir, mientras
mamá y yo nos acurrucábamos en su pecho. Una vez que ambas nos separamos
de él, cogió la maleta y la subió en el asiento pasajero.
―Rebecca, te llamaré cuando haya aterrizado ―avisó, dulcemente.
―Esperaré tu llamada ―contestó, mostrando una breve sonrisa. Se besaron
tiernamente por unos segundos y me aclaré la garganta, informando que estaba
presente. Mamá soltó una risita nerviosa y entró a la casa, luego de darle un beso
en la mejilla.
―Alexa, no quiero que te metas en problemas ―advirtió, duramente.
―Sí papá, también te voy a extrañar ―dije, sarcásticamente. Rió ante mi
comentario y me dio un abrazo rápido.
―Las extrañaré, pero hablo en serio, no quiero una queja de ti cuando regrese ¿de
acuerdo?
―De acuerdo ―esperaba no estar en problemas si Frank no los provocaba. Se
despidió, dándome un beso en la frente y subió a la camioneta.
Comenzó a conducir y volví a casa. Al cruzar por la cocina, vi a mamá y Melina
conversar. No quería interrumpirlas, más que nada porque mamá se pondría a llorar
por la ida de papá. Subí las escaleras y cuando llegué al pasillo, me encontré con
Frank. Evité hacer contacto visual y lo esquivé, siguiendo mi camino.
― ¿Sabías que te ves muy sexy dormida? ―me detuve justo antes de entrar a la
habitación y me giré hacia a él.
― ¿Qué? ―fruncí el ceño.
En ese instante, recordé que había entrado a mi habitación ayer por la tarde cuando
estaba tomando la siesta.
―Fue inevitable no observar tus piernas ―continuó diciendo, mirándolas de reojo.
― ¿Estuviste observándome? ―espeté, furiosa.
―Sólo por un momento, tenía que aprovechar que estabas dormida ―admitió,
encogiéndose de hombros.
Sentí la ira correr por mis venas. Tal vez otras chicas se hubieran sentido halagadas
por su comentario, pero yo no. No me consideraba ningún tipo de aparador, en el
que podías "admirar". Me acerqué y sin pensarlo dos veces, golpeé su mejilla. Su
rostro se volvió a un lado y escuché el sonido de la bofetada. Hice una mueca y
sacudí mi mano, cuando la palma comenzó a arder.
―Buen golpe ―sonrió, mirándome divertido y masajeó la zona afectada. ¡¿Acaso
era de hierro?! ¿Acababa de golpearlo brutalmente y lo único que hace es sonreír
como idiota? ―. Vaya, no entiendo por qué estás molesta, yo no protesté cuando
estabas mirándome anoche.
―Era imposible no mirar tu abdomen ―repliqué, sintiéndome estúpida por decirlo.
―Estás admitiendo que me deseas ―arqueó las cejas y me sonrojé.
―He visto mejores ―levanté un hombro, marcando indiferencia. Frunció el ceño y
se acercó, mientras yo retrocedía hasta sentir la puerta de la habitación detrás mí.
― ¿Mejor que el de Fernando? ―me retó, colocando ambos brazos a lado de mi
cabeza. No sabía por qué metía a Fernando en esto.
―Sí ―mentí, sabiendo que jamás había visto a Fernando de esa manera.
El silencio se expandió y nos quedamos mirando el uno al otro, esperando a que
alguno hablara. Mi vista bajó hasta su boca, y sin poder evitarlo, humedecí los
labios al sentir la sequedad en ellos. Se inclinó lentamente sin dejar de mirarme y
sentí su respiración combinarse con la mía. Tragué y entreabrí los labios, dispuesta
a sentir la textura de su boca.
Recargué una de las manos en la perilla de la puerta, intentando estar cómoda,
pero desgraciadamente, la perilla giró entre mi mano y la puerta se abrió de golpe.
Lo demás sucedió en cuestión de segundos. Solté un grito ahogado y caí al suelo,
con Frank encima de mí. Nuestras frentes chocaron y ambos nos quejamos al
momento del impacto. Nos miramos y comenzamos a reír mientras nos
levantábamos.
Qué suerte la mía.
―Aún no termina el día y ya recibí dos golpes ―dijo, sobándose la frente. Rodeé
los ojos y lo empujé fuera de mi habitación. Tenerlo aquí era tentador.
―Ya te puedes ir, adiós ―iba a cerrar la puerta, pero lo impidió, poniendo el pie.
―Hey, no hemos terminado nuestra conversación.
―Creí que había terminado cuando estampé mi mano en tu mejilla ―empujé la
puerta, pero la detuvo con sus brazos.
―Una última cosa.
― ¿Qué? ―suspiré, fastidiada.
―Admite que te pongo nerviosa cuando no tengo la camiseta puesta ―dijo,
mostrando una sonrisa. Aunque tuviera la camiseta puesta me ponía nerviosa, pero
no se lo iba a decir.
―Muérete ―cerré la puerta bruscamente y me recargué en la puerta, pensando en
lo idiota, divertido, estúpido, bromista que podía llegar a ser y por alguna razón, me
agradaban todas sus facetas.

Capítulo 13
Inesperado.
Después de haber recuperado la respiración a su estado normal, llamé a Karina y
nos reunimos en una cafetería, donde los batidos de chocolate y fresa eran la gloria.
El tema central de la conversación se basó en Frank. Le conté sobre su traición, la
manera en que me ayudó con el castigo, nuestro acercamiento en la cocina, la
discusión de la nota, el falso encuentro que le inventó a Fernando y la confrontación
que tuvo con él en mi habitación, también su propuesta descarada de tocar su
abdomen y lo que había sucedido ésta mañana. Quería decirle lo que sabía de sus
padres, pero no lo hice. Decidí mantenerlo como algo íntimo.
―Ese chico está muerto por ti ―dijo una vez que me escuchó.
―Claro que no, le gusta hacerme enojar.
―Y te encanta que lo haga ―dio un sorbo a su bebida y rodeé los ojos. Esperaba
un poco de compresión. ¿Era tan difícil entender que le fascinaba hacerme
enfadar? ―. Alexa, ¿te gusta Frank?
―No ―negué la cabeza y moví el popote del batido de fresa.
―No mientas ―advirtió, entrecerrando los ojos.
―Tal vez sí ―murmuré, removiéndome en el asiento.
― ¿Qué hay de Fernando?
―Hablé con él, pero no terminamos de conversar ―me encogí de hombros.
― ¿Y has hablado con Frank acerca de esto?
―No, con él no se puede mantener una conversación normal.
―Creo que él tiene derecho de saberlo ―la miré, sorprendida.
―Si le digo que me siento atraída por él, no durará en reírse en mi cara y
fastidiarme todos los días ―respondí y me imaginé soportando sus burlas por
aclarar mis sentimientos.
― ¿Y si no? ¿Y si él siente lo mismo por ti? ―dijo, esperanzada y me quedé en
silencio.
La vida de Frank giraba alrededor de él, lo que hacía era divertirse mientras viviera
con nosotros. Había estado confundida sobre las situaciones que he pasado a su
lado y no iba a permitir que me rompiera el corazón.
Karina no insistió presionar sobre ello y decidió contarme de Drake, quien parecía
tenerla en las estrellas, sus ojos brillaban de emoción cada vez que mencionaba las
diferentes actividades que hacían. La escuchaba, pero todavía sentía esa
preocupación acerca mis emociones por Frank.
Por la noche, sentí un poco de nostalgia al no sentir la presencia de papá, había
hablado con él por teléfono en la tarde, escuchando las mismas advertencias de no
meterme en problemas y de lo bien que le estaba yendo en su proyecto. Estaba en
mi habitación, mirando a través de la ventana cómo el cielo oscuro empezaba a
relampaguear; Desde el incidente de la mañana, no había cruzado palabra con
Frank. Una parte de mí, quería hacerle saber de mis posibles sentimientos hacia a
él, pero la sensación de ser rechazada e incluso juzgada, me impedía hacerlo.
Aparté la vista de la ventana cuando llamaron a mi puerta. La abrí y por un
momento pensé encontrarme con Frank, pero me sentí un poco decepcionada
cuando vi a mamá.
―Alexa, vamos a ir a casa de Helen. Ha estado deprimida y nos pidió compañía
―con respecto a la situación de la tía Helen, era comprensible que se sintiera sola.
Nunca contrajo matrimonio y tampoco tuvo la dicha de ser madre. Nunca contrajo
matrimonio y tampoco tuvo la dicha de ser madre. Antes pensaba que vivir sola por
el resto de tu vida era favorable, pero desde que me enteré que mi tía sufría
severas depresiones, decidí descartar la idea de seguir sus pasos.
―Qué mal ―dije, frunciendo los labios.
― ¿Quieres ir con nosotras? ―recordé la última vez que fui a "ayudarla" con sus
problemas de soledad. No fue agradable. Regresé a casa con su contagiosa
depresión y me puse llorar por las cosas que pude haber hecho, diciendo lo cruel
que era la vida. No iba a arriesgarme a pasar por eso de nuevo.
―No, gracias ―contesté rápidamente. Asintió suavemente y me entregó las llaves
de la casa.
―Necesito que cierres las puertas exteriores, no sé si lleguemos a dormir, todo
depende de cómo se va sintiendo Helen.
― ¿Me dejarás sola con Frank? ―tomaría provecho de nuestra soledad.
―Alexa, no te hará daño ―simplemente no lo podía creer, ahora resultaba que mi
propia madre confiaba en el intruso―. Cierra tú habitación con llave si no te sientes
cómoda.
Minutos después de que se fueran, me entretuve escuchando música. Las llamadas
de Fernando entraban constantemente, pero las rechacé. Me lavé los dientes luego
de cenar solitariamente, y cerré la puerta principal. Mamá había dicho que la cerrara
antes de ir a dormir. Salí al jardín trasero y cerré la puerta, el viento comenzaba a
cesar y los relámpagos se asomaban en el cielo oscuro.
Mi cabello comenzó a volar por los aires y lo alejé de mi cara, mientras regresaba a
la casa. Tomé la perilla de la puerta corrediza y la intenté abrir, pero ésta no cedía.
Mantuve la calma y traté nuevamente. Me desesperé y comencé a forcejear como
desquiciada, ¡La maldita puerta estaba cerrada por dentro! La golpeé ruidosamente
y esperé a que Frank abriera. La tormenta estaba a punto de caer y no iba a echar a
perder mi blusa favorita. Después del séptimo golpe, las cortinas de la ventana que
se encontraba a un lado de la puerta, se recorrieron y vi a Frank.
―Ábreme la puerta, por favor ―frunció el ceño y colocó la mano en la oreja,
dándome a entender que no me había escuchado. Estaba probando mi paciencia.
― ¡Ábreme la puerta! ―grité, a pesar del ruido que generaba el viento en las ramas
de los árboles vecinos. Levantó la vista, asomándose al cielo y luego me miró con
una sonrisa. Levantó la mano y se negó, moviendo el dedo índice de un lado a otro.
― ¡Frank, abre la puerta! ―volví a gritar, al mismo tiempo que un trueno resonó
entre las nubes. Y como si todo estuviera en mi contra, una enorme gota de agua
cayó en mi mejilla. Miré hacia a arriba y cuando menos pensé, una infinidad de
gotas comenzaron a caer con fuerza, haciendo que me empapara en segundos.
Insistí golpeando la puerta a patadas, mientras la lluvia me comía viva―. ¡Abre la
maldita puerta!
Luego de unos eternos minutos, la tormenta bajó de intensidad y logré escuchar el
clic de la puerta. Era demasiado tarde, ya estaba remojada. Tranquila Alexa. Entra,
ignóralo y sube a tú habitación a cambiarte de ropa lo antes posible. Guiándome por
mis pensamientos, entré y sin mirarlo, me dirigí hacia las escaleras. Sentí sus pasos
detrás de mí, pero seguí caminando. Al momento en que llegué a los escalones, me
tomó del brazo y me giró hacia a él.
― ¡Suéltame! ―me zafé de su agarre, pero luego sentí uno de sus brazos
rodeando mi cintura y me llevó contra la pared―. Quítate, necesito ir a cambiarme.
―Yo te puedo ayudar ―rodeé los ojos e intenté subir a las escaleras, pero bloqueó
mi intento.
― ¿Qué quieres?
―Quiero muchas cosas en éste momento, todo depende de ti ―contestó,
mirándome con deseo. ¡Diablos! Odiaba sentirme indefensa cada vez que me
miraba de esa manera.
―Eres un pervertido, ¿lo sabías? ―se alejó un poco y bajó la mirada a mi pecho,
mordiéndose el labio.
―Cómo no ser pervertido cuando te ves de esa manera ―me miré a mí misma y
noté que la blusa mojada estaba pegada a mi cuerpo como segunda piel, pero lo
peor de todo, es que, en la parte del escote, se traspasaba el sujetador negro―.
Bonitas nenas.
― ¿Por qué no te vas y fastidias a otra chica? ―pregunté, cruzándome de brazos.
―Me gusta fastidiarte ―respondió, cínicamente.
―Te odio ―dije, entre dientes.
―No, no lo haces. Apuesto a que sueñas conmigo todas las noches ―sonrió,
mostrando su perfecta dentadura. Sí, soñaba a veces con él pero ¿y qué? no era un
delito o algo parecido.
―Eres tú el que sueña conmigo ―repliqué, intentando desviar su acertación.
―No lo estoy negando.
―Eres un idiota ―dije, fulminándolo con la mirada.
―Dilo de nuevo y atente a las consecuencias ―advirtió, mirando mis labios.
―Eres un idiota, estúpido, creído, mal educado, egocén.... ―sus labios callaron mis
palabras y dejé de respirar por un momento.
¿Esto realmente estaba pasando?
Abrí los ojos con sorpresa y los cerré, correspondiendo el beso. Mi mente me decía
a gritos que lo detuviera, pero mi cuerpo no obedecía. Me estremecí al sentir sus
labios moverse lentamente, pidiendo la entrada de su lengua. Lo dejé pasar y
nuestros labios se movieron sincronizados. La textura de sus labios era suave y el
sabor de su boca era exquisito.
Una de sus manos se posicionó en mi cintura, mientras que la otra se colocaba en
mi mejilla. Mis brazos rodearon su cuello, y sin dudarlo, pasé mis dedos por su tersa
cabellera. Cuando lo hice, me atrajo hacia a él con fuerza, sin importarle que
estuviera empapada de pies a cabeza. El beso se profundizó, y seguí el ritmo de su
lengua. Gruñó, ajustando su cuerpo con el mío y solté un pequeño gemido al sentir
su dureza.
Los únicos ruidos que nos acompañaban, eran los sonidos que nuestros labios
provocaban al unirse y las ligeras gotas de lluvia que se escuchaban desde el
exterior. Estaba quedándome sin aliento y nuestros labios rozaron por última vez.
Me separé de él y lo miré, respirando con dificultad.
―Frank... ―éste era el momento adecuado para hablar sobre mis sentimientos.
―Lo siento, no debí haber hecho eso ―me interrumpió, ásperamente. Sus manos
cayeron a los costados y comenzó a alejarse, subiendo por las escaleras.
Me quedé recargada en la pared con la boca entreabierta. Estaba a punto de decirle
lo que sentía y me dejó aquí, diciendo literalmente que se sentía culpable por lo
sucedido. Mis ojos se cristalizaron a la vez que sentía un nudo formándose en mi
garganta. Una lágrima cayó por mi mejilla y la limpié, dejando salir un suspiro.
Respiré hondo, calmando la humillación. Subí las escaleras y cuando llegué al
segundo piso, vi a Frank sentado en el suelo, recargado contra la puerta de su
habitación.
―Alexa...yo... ―negué con la cabeza y aparté la vista. Entré a mi cuarto y cerré la
puerta de golpe. Me duché, de mala manera y me coloqué ropa seca al terminar.
Me recosté sobre la cama y me cubrí con las sábanas, sintiendo un frío en mi
cuerpo. Cerré los ojos, pensando en la sensación de sus labios que seguían
haciendo cosquillas en los míos.

Capítulo 14
Soy tú enfermero

Narra Frank
Luego de insultarme a mí mismo por lo idiota que fui con Alexa, pude dormir
repitiendo la escena del beso, una y otra vez. Llevaba poco tiempo de tratarla y ya
me tenía literalmente a sus pies. Desde que la conocí, me empeñé en fastidiarla por
la manera en la que me hacía sentir. Hace tiempo que no me preocupaba tener ese
tipo de sensaciones hacia alguien.
Todo afecto había desaparecido cuando perdí a mis padres. Lo que no le conté a
Alexa, fue que yo estuve presente en ese accidente. Recuerdo que iba sentado en
la parte trasera del auto jugando con los juguetes, mientras mis padres conversaban
alegremente sobre los preparativos de su aniversario.
Todo eso se esfumó en cuestión de segundos.
Lo último que recordé fue un camión de carga, dirigiéndose directamente hacia
nosotros. No supe que sucedió después, desperté en la cama de un hospital con mi
madrina a un lado. Cuando me fui recuperando de las leves fracturas, Melina me
explicó con delicadeza lo que había ocurrido con mis padres. Al principio lo tomé
con calma, pero después comencé a culparme por haber sobrevivido a ese
accidente. Si hubiera estado atento en la carretera, nada de eso hubiera sucedido.
Desde entonces, por alguna razón, comencé a evadir cualquier tipo de cariño.
Sabía que Melina hacía el esfuerzo de tomar el rol de madre, pero eso nunca
pasaría porque, aunque se portara amable, nadie llenaría el vacío que mis padres
habían dejado. Cuando se vio obligada a vender la casa, me rehusaba a
hospedarme en éste lugar. Tenía pensado quedarme en mi departamento, pero
hubo una razón muy valiosa por la que no lo hice. Melina me había mostrado un
retrato de la familia Owens, inmediatamente me interesé en la hija única que
sonreía a la cámara.
El día de nuestra llegada actué de la forma más desinteresada y fría posible. En el
momento en que vi por primera vez a Alexa en persona, noté su desacuerdo por mi
actitud. Había algo en ella que hacía querer hacerla enojar cada vez que pudiera.
¿Por qué? No lo sabía.
Creo que era para ponerle algo de diversión a la situación, pero poco a poco y sin
darme cuenta, comencé a sentir cosas por ella cuando la tenía cerca. Era por eso
que la molestaba, quería ocultar esos pequeños sentimientos que empezaban a
florecer. Los impulsos se presenciaban con frecuencia y mi descontrol se sobrellevó
cuando encontré a Fernando en su habitación. Odiaba ese idiota. Semanas atrás,
mi grupo de amigos se confrontó con el suyo por hacer comentarios estúpidos. Y
cuando me enteré que había salido con Alexa, me enfurecí aún más. A kilómetros
se notaba que la quería llevar directo a la cama, y por más absurdo que sonara, no
lo iba a permitir. Primero tendría que enfrentarse a mí, antes de intentarlo.
***
Me levanté, estirando los brazos y me dirigí al baño. Eran la diez de la mañana
cuando salí de la ducha y aún no veía señales de Alexa fuera de su habitación.
Supuse que después de lo que sucedió anoche, debía estar furiosa y no la culpaba,
tenía el derecho de estarlo. La había besado y tan sólo recordarlo me excitaba de
nuevo. Luego de desayunar, salí de la cocina y escuché sonar el teléfono de la sala.
Caminé hasta allí y tomé la llamada.
― ¿Diga?
― ¿Se encuentra Alexa? ―esa estúpida voz masculina pertenecía a la persona que
más repudiaba. Fernando.
―No ―contesté, secamente. Sabiendo que ella estaba en su habitación.
―Supongo que eres Frank ―lo escuché decir, en tono molesto.
― ¿Tienes algún problema con eso? ―pregunté, apretando la mandíbula.
―Necesito hablar con Alexa.
―Llámala a su celular.
―No me contesta ―se justificó.
―Ese no es mi problema ―colgué, y subí las escaleras, dirigiéndome a su
habitación.
Intenté entrar, pero la estúpida puerta estaba bloqueada. Toqué tres veces lo
bastante fuerte, pero no obtuve respuesta.
― ¿Alexa? ―pregunté con preocupación. Luego de unos segundos, respondió.
― ¿Qué quieres?
― ¿Estás bien? ―fruncí el ceño.
―Sólo vete ―definitivamente su voz se escuchaba distorsionada.
Fui a la cocina, tomé un cuchillo de la cocineta y volví a su habitación. Y no, no iba
a asesinarla, no era tan psicópata. Introduje el filo del cuchillo dentro de la cerradura
y la moví bruscamente, para que mi acción tuviera éxito. Después de unos
segundos, la puerta accedió.
Me deshice de la navaja y entré a la habitación. Estaba recostada en la cama y me
acerqué a ella, sigilosamente. Abrió los ojos con pesadez y me miró. Su rostro se
encontraba demacrado. Tenía la nariz roja, los labios secos y ojeras bajo sus ojos.
―Vete... ―protestó, débilmente. Me coloqué a su lado y toqué su frente.
¡Demonios!
―Estás ardiendo en fiebre ―era totalmente responsable de eso, la había dejado en
medio de la lluvia.
―Déjame en paz ―se quejó, quitando mi mano.
― ¿Quieres que llame a tu mamá? ―pregunté, sentándome en la cama.
―No, llegará hasta la noche ―hizo una mueca y suspiró.
―Cuando me dio fiebre de pequeño, Melina lo curó dándome un baño de agua fría
―no era bueno solucionando éste tipo de situaciones, pero podría funcionar. Gimió
y retirando las sábanas que tenía encima. Me levanté, intentando ayudarla a
levantarse y me empujó. Esta chica era imposible―. Maldita sea, Alexa.
―Puedo hacerlo sola ―replicó mientras se ponía de pie con torpeza. Al momento
en que sus pies tocaron el suelo, se tambaleó y me apresuré a que no cayera,
sujetándola de la cintura.
―Claro que puedes hacerlo sola ―dije irónicamente―. Tendré que ayudarte en la
ducha.
―Estás demente si piensas que me verás desnuda ―comentó, frunciendo el ceño.
Imaginar a Alexa de esa manera era tentadora. Su cuerpo curvilíneo era digno de
admirar, pero en este momento, lo que me importaba era que sintiera mejor.
―Prometo mantener los ojos cerrados ―propuse, sabiendo que no lo haría.
―De ninguna manera.
―Está bien, puedes quedarte con la ropa interior ―propuse, y lo consideró. Se
sobó las sienes, debatiendo con el dolor de cabeza y asintió. Sonreí y la llevé a la
ducha.

***
―Deja de mirarme y dame la toalla ―dijo molesta, sus mejillas sonrojándose.
Me retiré de la pared y le entregué la toalla. Seguía en ropa interior y ¡Demonios!
dejaba poco a la imaginación. Evité decir algún comentario perverso, lo había hecho
cuando comenzó a quitarse la ropa y terminó arrojándome agua. La camiseta y los
vaqueros que estaba usando se mojaron y decidí dejarla en paz.
Después de ponerme ropa seca, volví al cuarto de baño exactamente cuándo Alexa
terminaba de ponerse el pijama. Enredó la toalla alrededor de su cuerpo y me
incliné, ayudándola a salir de la ducha y regresamos a su habitación. Se recostó en
la cama, cogí las sábanas y la cubrí a la altura de su pecho. A regañadientes, se
colocó el termómetro entre los labios y esperó. Pasaron unos instantes y revisé la
temperatura. Había disminuido considerablemente, pero aún se quejaba del dolor
de cabeza, y recordé que aún no comía desde la mañana.
―Te prepararé algo de comer ―me levanté de la cama y caminé a la puerta.
―No tengo hambre ―la escuché decir, pero seguí mi camino a la cocina. Tenía qué
comer algo. Al cabo de unos minutos, volví a la habitación. Me miró y se incorporó,
sentándose en la cama―. ¿Qué es?
―Caldo de pollo, es lo único que sé hacer ―sonreí y me senté a su lado.
― ¿Melina te enseñó a prepararlo? ―me tensé y bajé el plato en mi regazo.
―No, fue mi mamá ―desvíe la mirada, sintiendo una ligera punzada en el pecho.
―Lo siento ―no me gustaba hacerla sentir avergonzada. Forcé una sonrisa y tomé
la cuchara, levantándola hacia a ella.
―Bien, es hora de alimentarte ―cambié el tema y frunció el ceño.
―No es necesario que me ayudes.
―Quiero hacerlo ―llevé la cuchara a sus labios y luego rodó los ojos, mientras
abría la boca.
―Está delicioso ―dijo, masticando la comida con una sonrisa.
―Lo sé ―sonreí, refiriéndome a la textura de sus labios.

***
Pasé la tarde en la habitación de Alexa, parecía sentirse cada vez mejor. Me platicó
acerca de algunos de los libros que leía. Mi mente se llenó de historias sobre
ángeles caídos, nephilim, runas, vampiros y alienígenas. Me sorprendió su
capacidad de leer libros que tenían más de cuatrocientas páginas. Yo con leer un
anuncio me aburría, así que mis respetos para ella.
Rebecca y Melina llegaron a casa por la noche. Tuve que ir a mi habitación cuando
ambas se quedaron con ella. Me recosté en la cama, poniendo los brazos detrás de
la cabeza. La imagen de Alexa aparecía al cerrar los ojos. Me gustaba la manera en
la que sonreía, los gestos que hacía cuando se enojaba, e incluso me gustaba los
insultos que me decía. Parecía como si se estuviera apoderando de mis sentidos. El
sonido del teléfono me sacó de mi trance y estiré el brazo, tomándolo de la mesita
de noche.
De: Alexa
Para: Frank
“Gracias por haber cuidado de mí, fue un detalle muy lindo”.

Respondí el mensaje y me volví sobre mi costado, con una sonrisa en mi rostro.


Cuidaría de ella cada vez que lo pidiera, de eso no había duda.

Capítulo 15
¿Error olvidado?
Una parte de mí no quería admitirlo, pero gracias a los cuidados de Frank me sentía
mucho mejor. Ayer había sido uno de mis peores días, jamás me había sentido tan
enferma en toda mi vida. No me consideraba una persona enfermiza, pero está vez
mis defensas me traicionaron. Seguía sorprendida, preguntándome de dónde había
sacado las agallas al decir que necesitaba su ayuda a la hora de ducharme.
Supongo que la valentía salió a la luz gracias a la fiebre. Fue un momento
embarazoso, pero no me quedaba otra opción. Mi cabeza iba a explotar si la
temperatura no bajaba. Los nervios se presenciaban cuando sus brazos me
rodeaban, ayudándome a mantener el equilibrio.
Antes de dormir, pensé en ir hasta su habitación y agradecerle su atención, pero
dos cosas me lo impedían: Una, estaba agotada como para levantarme y dos, no
quería estar en una situación en donde pudiera encontrarme con su abdomen
desnudo de nuevo, por lo que opté por mandarle un mensaje. No esperaba a que
respondiera, sin embargo, cuando leí el contenido de su mensaje, me sonroje. Éste
decía "Soy tú enfermero". Después de todo no era tan malo enfermarte teniendo un
Frank que te atendiera.

***
Ésta mañana el sol no decidió salir, el cielo quedó completamente nublado
impidiendo que el ambiente fuera azulado y con vida. Aún sentía una pequeña
punzada en mi cabeza por el dolor, pero no era nada comparado con la jaqueca de
ayer. Bajé las escaleras, dirigiéndome a la cocina y me preparé un sándwich. Mamá
ya estaba en el trabajo, había pasado a mi habitación antes de irse, checando que
estuviera bien. Estaba dando de mordiscos a mi aperitivo cuando Melina entró a la
cocina.
―Hola ―mostré una sonrisa de boca cerrada.
―Hola, ¿Cómo seguiste? ―preguntó mientras abría las puertas de la despensa.
―Mucho mejor, gracias por preguntar―dije, dando un sorbo a la bebida.
―Así que, ¿Frank cuidó de ti? ―sonreí, recordando el caldo de pollo que me había
hecho. ¿Quién iba a pensar que él sabía preparar algo más que un simple
sándwich?
―Sí, fue muy atento ―me encogí de hombros, aparentando indiferencia. Melina no
necesitaba saber que me duché con Frank presente.
― ¿Qué fue lo que te causó la fiebre? ―preguntó de repente. Había logrado
convencer a mamá que era por las bajas defensas. Omití decir que Frank me había
dejado bajo la lluvia por toda una eternidad. Melina se giró hacia a mí y arqueó la
cejas―. ¿Frank tiene algo que ver en esto?
―No ―mentí, negando con la cabeza―. Tal vez me cayó mal algo que comí.
Dejó de preparar el desayuno y suspiró.
― ¿Qué fue lo que hizo él ahora? ―cuestionó, ignorando mis falsas excusas.
Podía decírselo, de cualquier manera, ya lo sospechaba. Le conté lo que había
hecho, saltándome la parte del beso y la humillación. No tenía por qué entrar en
detalles sobre ello. Se sentó frente a mí, con su desayuno y me miró sin una pizca
de asombro.
― ¿No se ha disculpado? ―realmente no esperaba una disculpa formal de su
parte. La posibilidad de escuchar un lo siento de su boca era casi nula. Él se
inclinaba a arreglar los errores con acciones, y creo que eso era aceptable. Negué
con la cabeza y tomé una manzana del frutero, dándole una pequeña mordida―.
Me disculpo por él.
―Oh no, no es culpa que él sea un estúpido idiota ―me detuve en seco y la miré,
haciendo una mueca―. Lo siento, no quise decir que...
―Tranquila, esa es tú opinión sobre él ―no, esa no era la opción final que tenía,
pero fue lo primero que se me había ocurrido decir―. Sólo necesitas comprenderlo.
Aquí vamos de nuevo. Ese era el caso, no lo comprendía. En momentos se
comportaba arrogante y egocéntrico, y en un parpadeo se comportaba amable e
incluso amigable.
―Simplemente no lo entiendo ―susurré, viendo la manzana entre mis manos.
―Sé que te ha fastidiado desde que llegamos, pero lo hace para ocultar lo que
siente. No puedo hablar por él, pero estoy casi segura que... ―se detuvo, mirando
sobre mi hombro.
Me volví y Frank venía entrando. Alternó la mirada entre nosotras y frunció el ceño.
― ¿Estaban hablando de mí? ―se sentó a mi lado y me quitó la manzana que me
pertenecía. Protesté y sonrió, dándole un mordisco. Rodeé los ojos.
―Le estaba platicando a Alexa sobre los productos que tengo que preparar
―Melina me lanzó una mirada de complicidad.
―Sí, de hecho, me ofrecí a ayudarla ―asentí, queriendo parecer más convincente.
―Ah, ¿Cómo seguiste? ―me preguntó.
Por alguna razón, sentí un ligero rubor en mis mejillas al recordar la manera en la
cuidó de mí.
―Bien, gracias ―dije, mostrando una leve sonrisa.
―Hace un rato llamaron por teléfono ―comentó Melina, poniéndose de pie.
― ¿Quién era? ―la miré curiosa.
―Un tal Fernando ―se encogió de hombros, secando el plato que había lavado y
salió de la cocina.
Miré a Frank de reojo y lo noté un poco tenso. Suspiré y me levanté de mi lugar,
dispuesta a dirigirme a la habitación.
―Alexa... ―me detuve antes de llegar al umbral.
― ¿Sí? ―dije, dándole la espalda.
― ¿Quieres ir al parque de diversiones hoy? ―me giré, lentamente hasta
encontrarme con su mirada.
¿Debería?
Oh vamos Alexa, es sólo una salida. No es que vaya llevarte a un hotel a tener una
noche de pasión. No si tú lo permites, claro está.
―Sólo si yo pido permiso ―no iba a arriesgarme de nuevo. Que se haya portado
amable, no significaba que tuviera que confiar en él.
―Hecho, a las siete nos vamos ―asentí, y salí de la cocina.
Una vez en la habitación, cogí el celular y llamé a mamá, diciéndole que estaría en
el parque de diversiones por la noche. Su respuesta fue positiva, no sin antes haber
escuchado sus advertencias de llegar temprano.
Las llamadas pérdidas de Fernando seguían al acecho, sinceramente comenzaba a
molestarme que no me diera un poco de espacio. Sabía que necesitaba una
respuesta, pero no podía dársela si seguía sofocándome.

***
Faltaba poco para la siete de la noche. Luego de ducharme, entré en una pequeña
crisis con el armario. Al final, opté por usar unos jeans ajustados, una blusa negra,
acompañada con una chaqueta color marrón y unas botas de piso. Inspeccioné mi
rostro y el peinado, asegurándome que todo combinara. Guardé el celular en los
bolsillos delanteros y salí de la habitación. Al llegar a sala, me encontré con Melina.
Estaba sentada en el sofá, mirando los catálogos y escribiendo en ellos. Cuando se
percató de mi presencia, levantó la vista y sonrió.
― ¿Vas a salir? ―preguntó, con interés.
―Sí, voy a un parque de atracciones ―comenté de forma tranquila, disimulando la
emoción.
― ¿Con Frank? ―se quitó los lentes de aumento y los colocó en su regazo. Asentí,
mordiéndome el labio. No estábamos en algo serio, me había besado, pero sólo
intentábamos llevarnos bien―. Me lo imaginé, él está esperándote afuera.
Cerré la puerta de la casa detrás de mí y localicé a Frank, recargado en el exterior
de la camioneta, con un cigarrillo entre sus dedos. Esa manera en que vestía ¡Dios!
Era tan...ni siquiera tenía las palabras para describirlo. Sexy y atractivo no
alcanzaban a definir su aspecto. Me acerqué a él, ignorando la fachada de chico
malo y lo observé, discretamente.
― ¿Problemas de ansiedad? ―pregunté, refiriéndome al cigarrillo.
―Ésta vez no, se me antojaba uno ―encogió los hombros, y expulsó el humo. Sin
pedir su opinión, le quité el cigarro de la boca y lo tiré al suelo, apagándolo con el
pie. Frunció el ceño y me miró, perplejo―. ¿Se puede saber por qué hiciste eso?
―Odio el olor ―protesté, arrugando la nariz.
―El otro día querías probarlo ―arqueó las cejas y abrió la puerta de la camioneta,
permitiéndome entrar.
―Realmente no iba hacerlo ―dije, deslizándome en el asiento pasajero.
―No dejas de sorprenderme ―comentó con una sonrisa y cerró la puerta, para
luego rodear la suburban.
― ¿Por qué lo dices? ―pregunté, una vez que encendió el motor. Me examinó de
arriba a abajo y luego me miró.
―Te ves hermosa ―se volvió hacia al frente y comenzó a conducir. Mis mejillas
ardieron con intensidad y giré la cabeza, hacia la ventanilla.
―Lo mismo digo ―susurré, pensando que no me escucharía, pero luego escuché
una ligera risa de su parte.

Capítulo 16.
Todo bien, hasta que...
Durante el trayecto, me dispuse a contar los árboles que veía a través de la
ventana. Tener a Frank mirándome de reojo me ponía nerviosa y luchaba conmigo
misma para no mirarlo.
―Esperemos que no llueva ―rompió el silencio.
―Si eso pasa me daré cuenta que eres pésimo eligiendo días para invitarme a salir
―dije, arrepintiéndome después. Siempre tenía que estar a la defensiva.
―Si no quieres ir, podemos regresar a casa ―comentó, deteniendo la camioneta
ante la señal del semáforo.
Miré su perfil, intentando descifrar su expresión, pero no pude saberlo, aunque
sabía que podía estar molesto.
―No, está bien ―dije, acomodándome en mi asiento.
― ¿Estás segura? No quiero que te arrepientas después ―contestó con voz neutra.
―Sí, estoy segura. Además, tengo ganas de pasar tiempo contigo ―las palabras
salieron de mi boca, sin haberlas procesado con anticipación.
Sus ojos se encontraron con los míos, provocando calambres en mi estómago. Su
mirada descendió a mis labios y pasó saliva. Estaba por inclinar su cuerpo hacia a
mí, cuando la bocina del auto que estaba detrás, comenzó a sonar de forma ruidosa
y repetitiva. Se incorporó rápidamente y miró por el retrovisor con el ceño fruncido.
― ¿Qué diablos le pasa? ―cuestionó furioso.
―Tienes que conducir ―respondí, señalando la luz verde.
Afortunadamente, no llovió mientras estábamos en la feria. Hubo unos pequeños
relámpagos, pero nada más. Había pasado más de una hora desde que llegamos al
parque de diversiones y ya habíamos disfrutado de la adrenalina de los juegos que
te dejaban prácticamente en el aire.
Esperaba por lo menos que Frank demostrara algo de miedo cuando el juego subía
a una altura peligrosa, pero no, ni un grito aterrador salió de su boca. Lo único que
escuchaba era su risa cada vez que yo gritaba como una loca.
Luego de un recorrido, encontramos un local en donde podías ganar un peluche si
la pelota caía dentro de la canasta de red. Como era de esperarse, Frank me retó,
diciendo que yo no era capaz de ganar. Para contradecirlo, participé en el juego y
empecé a aventar las tres pelotas que nos proporcionaron. Las primeras dos
cayeron en el lugar indicado. Me concentré en el último tiro e ignorando las palabras
de Frank diciendo "No lo lograrás", lancé la pelota. La fuerza que apliqué pareció
haber sido la ideal, encesté y gané. Lo miré con una sonrisa triunfadora, mientras
recibía un adorable unicornio. Perfecto para mí. No se quiso quedar atrás y decidió
jugar.
―Aléjate un poco para no tener mala suerte ―hizo un ademán, expresando que me
alejara.
Rodeé los ojos y me moví un poco. Lanzó las dos pelotas y ambas cayeron
perfectamente en la canasta. Tomó la tercera y última pelota, iba a ganar, de eso
estaba segura. Cuando se volvió hacia a mí y me miró, sabía que estaba planeando
algo.
―Te apuesto un beso a que la pelota caerá en la red ―aseguró, sin darme la
libertad de estar de acuerdo. Se me ocurrió una idea para que no lograra su objetivo
y asentí.
―Está bien ―entrecerró los ojos, preguntándose por qué había accedido
fácilmente. Sonrió de lado y sujetó la pelota.
―No te podrás retractar ―se volvió hacia al frente, manteniendo concentración.
Sus definidos brazos se estiraron a la canasta y lo demás se sintió en cámara lenta.
Antes de que la pelota cayera a la red, atravesé la mano, evitando que encestara.
La pelota cayó al suelo y él encargado avisó que había perdido.
―Hiciste trampa ―dijo, frunciendo el ceño.
―No había reglas ―reí y me alejé, mientras veía que Frank se quejaba que yo lo
había arruinado, pero el encargado no hizo nada al respecto. Dándose por vencido,
caminó hacia a mí hasta estar a mi lado.
―Eso no fue justo ―protestó, escondiendo las manos en los bolsillos.
―Frank, es sólo un juego, supéralo ―dije, mientras esquivábamos a otras
personas.
―Estuve a punto de recibir mi premio ―continuó diciendo. Suspiré con fastidio. Era
realmente exasperante y fastidioso. Era un maldito juego, ¡Por Dios! Estaba
actuando como un niño latoso por no haber obtenido lo que quería.
―Toma y ya deja de quejarte ―le mostré el unicornio, dispuesta a dárselo. Alternó
la mirada del peluche a mí y sacudió la cabeza.
―No me gustan los unicornios ―puse ojos en blanco.
―Entonces, vamos a cambiar el peluche por otro que te guste ―propuse,
sintiéndome un chico tratando de complacer a su novia.
―No estoy hablando del estúpido premio del juego, estoy hablando del beso ―me
recordó y sonreí.
―Suerte para la próxima ―me limité a decir, dando por terminada la discusión.
En la casa de terror, estuve pegada a Frank como un ancla en el trayecto. Era una
miedosa y cobarde a pesar de saber que se trata de personas disfrazadas, pero el
susto nadie me lo quitaba. A él pareció incomodarle mi cobardía de no caminar por
mi cuenta, ya que permaneció cerca de mí, rodeando su brazo en mi cintura.
Al final de la noche, concordamos a subir a la montaña rusa. Frank se ofreció a ir a
comprar los boletos, mientras yo lo esperaba. Luego de que pasaran unos minutos,
un par de chicos se acercaron. Volteé a los costados, pensando que se dirigían a
otra parte. Cuando me volví hacia a ellos, me percaté que venían directamente
hacia a mí.
―Hola ―dijo uno de ellos. Tenía el cabello oscuro y rizado.
―Hola ―respondí, amablemente.
―Me llamo Eric ―estrechó su mano.
―Alexa ―dije, sintiéndome un poco extraña ante su gesto formal.
―Él es mi amigo Paúl ―giró la cabeza, señalando al chico que lo acompañaba.
Miré al chico y me di cuenta que me estaba sonriendo maliciosamente.
―Es un placer ―se inclinó, tomando mi mano y forcé una sonrisa. No me daban
buena espina.
― ¿Vienes sola? ―preguntó Eric con curiosidad.
―No, estoy esperando a una persona ―miré sobre mi hombro, buscando a Frank.
―Puedes venir con nosotros, si quieres ―me volví hacia a Paúl y me estaba
observando con perversión. Iba a declinar su invitación, cuando una voz intervino.
― ¿Se les perdió algo? ―supe que era Frank y lo confirmé cuando lo miré.
―Sólo estábamos conversando ―Erick respondió, encogiéndose de hombros.
―Fin de la conversación ―concluyó Frank y me tomó suavemente del brazo. Nos
dimos la vuelta y comenzamos a caminar.
―Lindo trasero ―reconocí la voz de Paúl. Frank se detuvo y frunció el ceño, su
mandíbula apretándose. En cuestión de segundos, se giró hacia a él y lo sujetó de
la parte superior de la camiseta.
― ¿Qué fue lo que dijiste? ―exigió, fulminándolo con la mirada. Las personas que
pasaban por nuestro lado se quedaban viendo disimuladamente antes de continuar
su camino.
―Vámonos, Paúl ―Eric palmeó su hombro, pero su amigo lo ignoró.
―Dije que ella tiene un lindo trasero ―aclaró, sínicamente. En un simple parpadeo,
el puño de Frank se estampó con fuerza contra el rostro de Paúl, quien cayó
rápidamente al suelo. Eric se inclinó hacia su amigo, ayudándolo a levantarse y noté
que su nariz estaba sangrando.
―Frank, es suficiente ―protesté, poniéndome a su lado.
―Si te vuelvo a ver, te partiré la cara ―advirtió y nos alejamos de ellos. La montaña
rusa dejó de ser nuestra prioridad. Frank seguía respirando con pesadez,
conteniendo la ira.
Me miró y sus ojos estaban llenos de furia. Respiró pesadamente, intentando
calmarse, mientras asentía. Cerró sus ojos por un instante y volvió a abrir,
poniéndose furioso. Nos sentamos en una banca y me quedé en silencio. Tenía que
calmarse. Se restregaba la cara y se despeinaba el cabello con desesperación.
Mientras se recomponía, estuve mirando a mi alrededor. No sabía qué hacer o qué
decir. No había sido una situación agradable y no me atrevía a darle las gracias por
haberme defendido, pero tampoco podía reclamarle.
― ¿Tienes hambre? ―preguntó, con tranquilidad y lo miré. Parecía hacer un intento
de distraerse porque sonrió. Asentí y nos levantamos. No iba a decir nada sobre el
tema.
Caminamos hasta encontrar un local donde vendían hotdogs. No estaba segura de
que fuera suficiente para mi estómago, pero por ahora lo era. Mientras comíamos,
hablamos de cosas que raramente hablaría con él. Me contó de las muchas veces
en la que se metía en problemas en la universidad, debido a las bromas que él y
sus amigos planeaban.
En eso, mi celular comenzó a vibrar. Lo saqué de mis bolsillos disimuladamente,
mientras Frank estaba enfocado en su comida y lo revisé. Como era de esperarse,
tenía varias llamadas y mensajes. Todas eran de Fernando. Eliminé los mensajes
sin leer, al igual que las llamadas y lo guardé. Luego de que pagó la cena,
estuvimos caminando alrededor de la feria hasta que se llegó la hora de irnos.
Faltaba poco para las doce y conociendo a mamá, si volvía a llegar tarde, se
encargaría de llamar a papá y ésta vez tendría que hacer algo mucho peor que
limpieza general. La camioneta se puso en movimiento, desplazándose sobre la
carretera y alejándose de aquel lugar lleno de luces y personas.
―Gracias por haberme traído aquí, la pasé muy bien ―agradecí, con sinceridad.
― ¿En serio? ¿A pesar de lo que sucedió con ese par de idiotas? ―dijo,
mirándome de reojo.
―Realmente, eso no importó ―alcé un hombro.
―Que bien, pensé que estabas enfadada ―respondió, mirándome aliviado. ¿Cómo
iba a estarlo? Quiero decir, una actitud de sobreprotección no estaba del todo mal,
al contrario, te hacía sentir bien. Sí ya sé, que alguien agarre a golpes a otra
persona estaba mal, pero no era tan desagradable si lo hacía por defenderte.
―Deberíamos salir más seguido ―lo escuché decir, una vez que se estacionó
frente a la casa.
―Deberíamos ―concordé, volviéndome hacia él. Ambos sonreímos y una vez más,
me quedé hipnotizada en sus ojos que me miraban con intensidad. Era unos
hermosos ojos y una hermosa mirada. El ruido de un motor nos sacó de nuestro
ensueño.
Frank miró por encima de mí y me giré hacia la ventanilla. Un auto se detuvo al otro
lado de la acera, pero no era cualquier auto, era un Mustang blanco. La puerta del
conductor se abrió y me tensé por un momento, era Fernando.
Capítulo 17.
F vs F
Oh, oh.
― ¿Qué hace aquí? ―susurró Frank, saliendo de la camioneta. Antes de que yo
bajara, él ya estaba al otro lado de la calle. Llegó hasta a él y mantuvo una postura
intimidante. Todo a nuestro alrededor estaba en silencio, por lo que sus voces se
lograban escuchar correctamente―. ¿Qué quieres?
―Vengo a hablar con Alexa ―respondió Fernando, cerrando la puerta detrás de él.
―No quiere hablar contigo ―afirmó con amargura.
―Me gustaría escucharlo de ella.
Rápidamente me quité el cinturón de seguridad, bajé de la camioneta y caminé
hacia a ellos, poniéndome a un lado de Frank.
― ¿Qué haces aquí? ―pregunté sorprendida.
―No contestabas las llamadas y los mensajes, no tuve otra opción que venir
personalmente ―protestó, y Frank soltó una risita. Me volví a él y apretó los labios.
― ¿Nos podrías dar unos minutos? ―había estado ignorando por completo a
Fernando estos últimos días, y para no tener que seguir soportando su insistencia
por teléfono, hablaré con él; me quitaría un peso de encima.
―Claro ―se cruzó de brazos, quedándose callado.
―A solas ―aclaré, y frunció el ceño, mirando a Fernando por un momento.
Asintió y se alejó de nosotros. Pensé que entraría a la casa, pero en vez de eso,
caminó hasta la camioneta y se recargó en la parte delantera, observándonos.
Suspiré y me giré hacia Fernando.
―Entremos al auto ―susurró, lo más bajo posible.
―Si quieres hablar con ella, será aquí afuera ―interrumpió Frank, desde el otro
extremo. Lo miré rápidamente y negó la cabeza. De cualquier manera, no iba a
aceptar por más que me gustaría contradecirlo. Mamá podría salir en cualquier
momento, y si me encontraba dentro de un auto con un chico, ella no se creería el
cuento de que estamos "hablando", aunque fuera verdad.
― ¿De qué quieres hablar? ―pregunté, con apuro.
―Sobre nosotros.
―Fernando, ya hemos hablado sobre eso ―respondí, fastidiada.
― ¿Solucionaste tu confusión? ―preguntó, refiriéndose a Frank, quien seguía
mirándonos.
―Aún no ―contesté, haciendo una mueca.
― ¿Por qué no salimos el sábado? ―propuso, esperanzado.
―No creo que pueda ―me excusé, fatalmente.
―Saliste hoy con Frank, no veo por qué no puedas conmigo ―dijo un poco dolido y
sentí algo de culpa. Tenía razón, podía salir con él y aclarar las cosas con respecto
a lo nuestro.
―Está bien ―dije, mordiéndome el labio y sonrió, satisfecho.
―Perfecto, pasaré por ti a las ocho ―asentí, dando por terminada la conversación.
Se inclinó para despedirse, pero Frank llegó, impidiendo su acto.
―Si ya terminaste, puedes irte ―advirtió, señalando su Mustang.
―No entiendo cómo logras soportarlo ―comentó, sonriendo divertido.
― ¿Tienes algún problema con eso? ―lo enfrentó.
―Sólo digo ―se justificó, levantando las manos.
―Deja de decir estupideces y lárgate ―espetó, furioso.
―Frank... ―él comenzaba a crear una confrontación por la nada.
―Entra a la casa, Alexa ―exigió, mirándome por un momento.
―Ya me iba de todas maneras ―dijo Fernando y Frank lo empujó bruscamente
hacia el auto.
―Tenemos un asunto pendiente ―ahora estaba segura de algo: se conocían desde
antes.
―Estás loco ―reprendió Fernando, confundido.
―No te hagas idiota, sabes bien de qué estoy hablando ―presionó, imponiendo
carácter frente a él.
―Frank, basta ―dije, alejándolo un poco.
―No te preocupes, Alexa. Es comprensible que esté así ―Fernando se zafó de su
agarre y se puso a mi lado, rodeando su brazo en mi cadera.
―No…La...Toques ―exigió Frank, apretando la mandíbula.
― ¿Que harás al respecto? ―lo retó.
―Fernando, es mejor que te vayas ―quité su brazo y asintió, tomando sus llaves.
―Ten cuidado con éste psicópata ―advirtió, burlonamente. Los puños de Frank
comenzaron a formarse en sus manos. Ese había sido un golpe bajo. Frank gruñó y
fue acortando la distancia, dispuesto a golpearlo.
― ¡Frank! ―una voz femenina que no era la mía, intervino. Los tres nos giramos,
encontrando a Melina en el umbral de la casa―. Es suficiente, ve a tú habitación
―ordenó, molesta. Frank dudó por unos segundos, mirando a Fernando con
desprecio y luego, caminó hasta llegar a Melina.
―Nos vemos el sábado ―se despidió, subiéndose finalmente al auto. Luego de que
Melina discutiera con Frank sobre su comportamiento, entró a la casa. Cuando me
acerqué, Frank me miró y pude descifrar que seguía inconforme.
― ¿En serio? ¿Saldrás con él? ―cuestionó con ironía.
―Puedo salir con quién yo quiera ―actuaba como si estuviéramos en una relación,
siendo que ni siquiera manteníamos una amistad. No tenía por qué reprocharme
nada. Se quedó en silencio por unos momentos y luego asintió, conteniéndose a
replicar.
―Cierto, tienes todo el derecho del mundo en salir con quien se te pegue la gana
―respondió, y entró a la casa. Dejé salir un suspiro y lo imité. Me frustraba que algo
saliera mal cuando estábamos pasándola bien.
Subí a la habitación y me puse el pijama. Estaba agotada tanto física como
mentalmente. Estuve por dormir, cuando vibró el celular. Lo tomé de la mesita,
pensando que sería Fernando. Abrí el mensaje y fruncí el ceño.
De: Frank
*emoji de carita feliz*
Eso era lo único que me había enviado.
No sabía cómo interpretar lo qué quería decir el emoticono. Frank había terminado
molesto, después de que Fernando se fuera y, por lo tanto, no entendía su grado de
bipolaridad. Lo peor de todo, es que esa estúpida carita feliz, comenzaba a
ponerme nerviosa. Era posible que estaba tramando algo, pero, ¿Qué podría
hacer?
Capítulo 18.
Sabor amargo

"¡Buenos días! Son las nueve de la mañana con siete minutos, seguimos con la
transmisión musical..."
Una canción desconocida comenzó a sonar, me levanté de la silla y apagué el
aparto, dejando el desayuno a medias. Era viernes, día soleado y con una
temperatura ambiente. Bonito clima para ir a la playa, salir a correr o hacer algo
productivo, y bueno, no tenía ganas de hacer ninguna de esas cosas; la flojera se
apoderaba de mí cada vez que trataba de despabilarme. Melina y mamá habían
salido desde hace rato a visitar a los hijos de Melina al campamento como cada
viernes. Antes de que se fueran, le pedí permiso a mamá sobre mi salida de
mañana, pero dijo que me daría la respuesta cuando regresara.
Mis fuerzas estaban por los suelos, lo único que quería era tirarme en la cama y
dormir durante todo el día, pero el cesto de ropa estaba al borde y si dejaba pasar
un día más sin lavar, todas las prendas saldrían volando por la habitación. Salí de la
cocina y luego de subir las escaleras, me encontré a Frank. Llevaba un par de
vaqueros desgastados, vans negros y una camiseta de Guns N' Roses. Nuestras
miradas se encontraron por un momento, antes de que saliera de la casa y recordé
la incógnita que tenía con respecto al último mensaje.
Después de unas horas, escuché movimiento en la planta baja. Bajé a la cocina,
encontrándome con mamá y Melina con un paquete de comida.
―Comida china ―avisó, alegremente. Sonreí, sentándome en el taburete y
empezamos a comer. Frank todavía no llegaba, ya eran casi las dos de la tarde y
ridículamente estaba extrañando su presencia.

Narra Frank
Les había pedido a unos de mis amigos, Joel, que pasara por mí para ir a tomar un
par de tragos. La conversación que tuve ayer por la noche con Alexa pareció
afectarme y diablos, claro que me afectó. Había aceptado salir con Fernando y eso
me hacía sentir impotente.
¿Acaso no se daba cuenta que ese tipo quería follarla contra la pared, para
después deshacerse de ella?
Tenía que encontrar la manera de abrirle los ojos y que se diera cuenta la clase de
imbécil que era. Maldición, mi conexión con ella parecía estabilizarse después de
haber ido al parque de atracciones, hasta que llegó Fernando a arruinarlo todo.
Mi conciencia me reclamaba constantemente, ¿Qué diablos me importaba que se la
follaran o que le gritaran obscenidades? No lo sabía, pero el impulso siempre
aparecía sin previo aviso, cuando Fernando le dirigía la palabra o cuando algún
estúpido le faltaba al respeto. Imaginar a Alexa subirse al asqueroso Mustang del
depravado, me enfermaba. No podía hacer nada para evitar que saliera con él, pero
sí podía hacer algo al respecto. Eso ya lo tenía totalmente calculado.
Luego de conversaciones absurdas y divertidas que tuve con Joel, le conté sobre
Alexa. No me puse sentimental ni nada de esas cursilerías. Al terminar la
conversación, me señaló, diciendo: "Acepta que te gusta la chica". Me reí por su
comentario, no me gustaba, nos llevábamos mal y la mayoría de las veces me
sacaba de quicio, era sólo que... ¡A la mierda! No me gustaba, me encantaba.
Salimos del bar, subimos a su Camaro y me llevó de vuelta a casa. Durante el
trayecto, hice una llamada al papá de Alexa. Él era el único que me permitiría estar
cerca de su hija, teniendo el pretexto perfecto para que estuviera al pendiente de
ella.

Narra Alexa
Cuando estábamos en medio de una conversación, logré escuchar el motor de un
auto en el exterior. A los pocos segundos, oí la puerta principal y luego apareció
Frank.
―Frank, llegaste justo a tiempo ―dijo Melina, mostrando la comida china.
―Qué bien, porque tengo mucha hambre ―se sentó a mi lado y percibí su aroma a
perfume conminado con tequila.
― ¿Estás ebrio? ―susurré mientras mamá y Melina hablaban entre ellas.
―No, ¿por qué? ―frunció el ceño.
―Apestas a alcohol ―murmuré, arrugando la nariz. Negó con la cabeza y sonrió,
volviendo su atención a su plato.
Lo miré de reojo mientras comía, su perfil era realmente cautivador. Tenía una
mandíbula fuerte y estructurada. Podía observarlo todo el día y no me cansaría. Se
giró y me miró, dándose cuenta que lo estaba mirando descaradamente. Mostró una
sonrisa arrogante y aparté la vista, con el rostro ardiendo. Cuando sonó el teléfono
de la sala, mamá se levantó y fue a atender la llamada. Una risita juguetona salió de
los labios de Frank y fruncí el ceño. Éste tipo de conductas me ponían nerviosa. Al
cabo de unos momentos, mamá regresó.
―Era tu padre, dijo que tenías permiso para salir éste fin de semana ―dijo, dando
la respuesta que estaba esperando. Sonreí agradecida y seguí terminando el
aperitivo―. Pero Frank tendrá que ir contigo ―la miré, asimilando su comentario y
mi sonrisa desvaneció.
―Estás bromeando, ¿cierto? ―él no tenía por qué a todas partes. Era lo suficiente
responsable y madura para ir a dónde quisiera. Tal vez no era tan madura como lo
suponía, pero la cuestión era que Frank iba a echar todo a perder.
―No, tu papá puso esa condición ―aclaró, confundida por mi reacción.
―Mamá, voy a salir con un chico, Frank estará de mal tercio ―repliqué y sentí la
mirada de Frank sobre mí.
― ¿Qué quieres decir con mal tercio? ―interrumpió, frunciendo el ceño.
―Creo que lo dejé claro ―respondí, fastidiada.
―Frank, no es necesario que vayas. ―sugirió mamá―. Ben dice esas cosas
porque es un padre sobre protector.
―No se preocupe Sra. Owens, no tengo ningún problema en acompañar a Alexa,
de todas maneras, yo también voy a salir mañana ―explicó, con indiferencia.
Rodeé los ojos y reí. Sabía perfectamente que no tenía planes y aun así, decía que
los tenía―. ¿Qué pasa, Alexa?
― ¿Con quién vas a salir, según tú? ―cuestioné, queriendo humillarlo―. ¿Tus
amigos imaginarios?
―Alexa... ―advirtió mamá avergonzada.
―Prefiero tener amigos imaginarios, que soñar con personajes de libros ―atacó
con una sonrisa.
Oh, eso había sido cruel.
―A ellos no los incluyas ―protesté, girándome hacia a él.
―Ellos no existen ―respondió, haciendo énfasis en el no.
Abrí la boca, asombrada. Ah no, que no se meta con Patch, Jace, Travis o Christian
porque lo castro vivo.
―Frank, es suficiente ―intervino Melina.
―Idiota ―susurré de modo que lograra oírme.
―Alexa, compórtate ―escuché decir a mamá. Gruñí y me removí en la silla. Estaba
insultando a lo más preciado que tenía y no lo iba a permitir.
―Y bien, no has dicho con quién vas a salir, Frank ―comentó Melina, luego de
unos segundos de silencio.
―Con una chica ―contestó, alzando un hombro.
―Oh, ¿en serio? ―reí, irónicamente―. Pensé que sería con algún extraterrestre.
―Alexa... ―mamá volvió a advertir, y suspiré.
― ¿Cómo se llama? ―preguntó Melina, y lo miré esperando su respuesta. Tenía
intriga en saber qué nombre iba a inventar.
―Se llama Daniela.
Sentí como si lentamente un balde de agua congelada caía sobre mi cabeza,
dejándome en una especie de shock.
― ¿La chica del centro comercial? ―pregunté, cautelosamente.
―Ella misma ―asintió, admirando mi reacción. Una sensación extraña se instaló en
mi estómago y un ardor profundo recorrió mi cuerpo, haciendo que me enfureciera
aún más.
Hubiera destrozado la nota.
Debí haber ignorado a la chica.
Le hubiera dicho que era su novia o que estaba embarazada de él para forzarla a
que desapareciera.
Sacudí la cabeza, ¿Por qué estaba pensando como una celosa compulsiva? No lo
estaba. Querer desaparecer a Daniela del mapa para evitar que saliera con él no
eran celos ¿cierto?
―Entonces, mañana vamos a salir los cuatro ―finalizó Frank, satisfecho.
―No tengo otra opción ―me levanté de mi lugar y salí de la cocina, dirigiéndome a
la habitación. Mañana sería un desastre y no lo decía por Frank, sino por mí. No
creía poder soportar ver a la chica a lado de él. Esperaba no meterme en problemas
por él ahora que papá aún no regresaba de viaje, pero más que nada, esperaba que
la chica no hiciera o dijera algo que me hiciera ponerla en su lugar.

Capítulo 19.
Cita doble, mala idea, Parte 1
Eran las tres de la tarde del sábado y Karina estaba sentada sobre la cama
mientras leía una revista. La había llamado para que viniera a casa ya que mamá y
Melina habían salido desde temprano con la tía Helen, además de que Frank
también se había marchado desde hace rato.
Le conté a mi amiga sobre la salida que tendría con Fernando hoy y pareció estar
en desacuerdo con eso. Me regañó por no haber seguido su consejo de hablar con
Frank.
―No lo entiendo ―Cerró la revista y la dejó a un lado de la cama―. ¿Por qué salir
con Fernando cuando tienes a Frank a tu disposición?
―No empieces, Karina ―me quejé, sentándome en el pequeño sofá que estaba a
lado de la ventana.
―Hablo en serio, no estoy diciendo que Frank sea el chico más dulce o romántico,
pero...
―Es un idiota ―interrumpí.
―Él te ha dado demasiadas señales que le gustas ―afirmó, fijando su mirada en
mí―, y tú no lo has captado.
―Me castigaron y sufrí de fiebre por su culpa, ¿esas son sus señales? ―cuestioné
molesta―. Además, su humor es bastante impredecible.
―Supéralo, Alexa ―Se levantó de la cama para ir frente al armario y luego me
miró, colocando las manos en sus caderas―. ¿Quieres comprobar que le gustas?
― ¿Qué tienes en mente? ―pregunté entrecerrando los ojos.
―Tienes que ponerlo celoso ―respondió abriendo las puertas del armario.
Y antes de que pudiera responder, se concentró en buscar ropa. Algunas las miraba
con repugnancia y otras las ignoraba, hasta que después de unos minutos, sus
manos sostenían un short corto color negro y una blusa holgada color salmón.
―Te pondrás esto ―dijo, extendiendo las prendas sobre la cama.
Me levanté de mi lugar y examiné el atuendo. El short negro me quedaba
demasiado corto, por esas razones no lo usaba y la blusa era linda, pero la parte del
escote estaba demasiado expuesto para mi busto regular.
― ¿Estás loca? Con eso voy a parecer una necesitada ―comenté cruzándome de
brazos y Karina puso los ojos en blanco.
―Arriésgate por una vez en tu vida, no tiene nada de malo que muestres un poco
de piel.
Fruncí el ceño y miré de nuevo la ropa.
― ¿Por qué no uso unos jeans en vez del short? ―realmente mi problema se
basaba en eso, no me avergonzaba de mis piernas, pero no me gustaba andar por
ahí con ellas prácticamente desnudas.
―Alexa, no seas una aburrida. Frank te ve todos los días con jeans, muéstrale de lo
que se pierde cuando esté con Daniela.
Tenía un punto.
― ¿Qué hay de Fernando? Se le caerá la baba cuando me vea.
―Olvida a Fernando, queremos poner celoso a Frank, no a él ―dijo, tomando unos
tacones negros de aguja.
― ¿Que estás...?
―Éste será tu calzado ―contestó colocándolas en el piso.
―Ni loca usaré esas cosas, están demasiado altas.
Recordé que ese par de tacones me las había regalado la tía Martha en mi
cumpleaños número dieciocho. En navidad las había usado y mi forma de andar era
parecida a un elefante recién nacido, tratando de caminar. Esa noche terminé con
los pies hinchados y adoloridos. Desde ese día, no los volví a usar.
―¡Agh! Cómo te quejas de todo ―dijo soltando una carcajada.
Bien, no iba a negarlo.
― ¿Esto hará que Frank se ponga celoso? ―pregunté, cambiando el tema.
―Claro que sí, sabes identificar a una persona cuando está celosa, ¿verdad?
―Eso creo ―contesté, encogiéndome de hombros.
―Cuando lo descubras sabrás que le gustas a Frank ―concluyó satisfecha.
― ¿Y si hace algún comentario estúpido sobre cómo me veo?
―Será por celos.
―O porque le gusta molestarme.
Negó la cabeza con desdén.
―No lo entiendes, es su forma de darte a entender que le importas.

***
Luego de unas horas, la acompañé a la entrada de la casa y nos despedimos.
Antes de cerrar la puerta, un camaro amarillo llegó y Frank bajó del lado del
copiloto. El chico que conducía el auto era moreno, usaba lentes oscuros y su
peinado era tipo militar con sus brazos tapizados de tatuajes. Si papá lo viera, no
dudaría en llamarlo criminal o un vago.
El chico se percató que estaba presente y me vio desde lejos. Frank rodeó el auto,
se detuvo cuando su amigo lo llamó y se acercó a la ventanilla. Algo le dijo
haciendo que Frank me mirara mientras el otro chico sonreía.
―Admítelo ―gritó el moreno antes de ponerse en marcha.
Ignoré ese pequeño detalle y me alejé de la puerta. Emprendí el camino justo
cuando el teléfono de la sala sonó. Alcancé a llegar antes que Frank, quien me
miraba atento, pero disimulando acomodar el florero de la mesita de centro.
―Hola, Fer, ¿cómo estás? ―dije cuando atendí la llamada.
―Ansioso, ya quiero verte.
―Faltan unas horas.
― ¿A dónde querrás ir? ―preguntó con cierta picardía en sus palabras.
―Escucha, se me olvidó decirte que Frank saldrá con nosotros ―comenté
cautelosamente, sabiendo que él estaba prestando atención a cada una de mis
palabras.
― ¿Hablas en serio? ―dijo después de unos segundos de silencio.
―Papá puso esa condición.
―Pero me habías dicho que tu papá estaba de viaje ―comentó confundido.
―Lo está, pero la distancia no le impidió ponerme reglas.
―Podemos deshacernos de Frank para estar solos ―aseguró.
―No te preocupes por eso, él saldrá con una chica ―dije ocultando los celos.
―Entonces, ¿será algo así como una cita doble? ―la palabra "cita" me revolvió el
estómago y la palabra "doble" lo hacía aún más.
―Supongo ―dije torciendo los labios.
Miré a Frank de reojo, pero me guiñó el ojo antes de salir de la sala.
En media hora Fernando llegaría a la casa, había terminado de maquillarme de la
forma que me había aconsejado Karina. No era muy llamativo, pero suficiente para
que mi rostro se viera diferente de los demás días. Con el delineador dibujé una
línea no muy gruesa en la parte superior de las pestañas que estaban bañadas en
rímel. Agregué unas sombras tenues en los párpados para levantar la mirada. En
ésta ocasión, utilicé un pintalabios rojo y apliqué una cantidad apropiada, sin
exagerar.
Mi atuendo ya estaba listo en mi cuerpo. Como lo había imaginado, el short negro
quedaba ajustado, dejando mi trasero apretado. Lo que me preocupaba era que el
largo del short llegaba a los muslos, era demasiado corto para mi percepción. La
blusa, por otro lado, era cómoda y ajustable. La parte del escote estaba en su
mayor parte descubierto. Mi pecho no era del todo plano, pero tampoco me
consideraba una Miss Universo como para mostrarlos al mundo.
Una pequeña línea se formó en el valle de mis pechos, dándome a conocer que
efectivamente estaba mostrando una parte de ellos. Miré los tacones que se
encontraban en el suelo. Usarlas sería la cosa más incómoda en este momento. ¿Y
sí por mala suerte llegaba a tropezar? Mi escote saldría a la luz y no me arriesgaría
a pasar por una situación tan embarazosa.
Tomé los tacones y los guardé en la comoda, donde siempre habían estado. En su
lugar, cogí unos zapatos negros de piso, eran bastante cómodos y me sentía
segura al andar. Salí de la habitación con mi pequeño bolso de mano y bajé las
escaleras, dirigiéndome a la recámara de mamá donde se encontraba en compañía
de Melina.
― ¿Ya vinieron por ti? ―preguntó Melina con una sonrisa.
―Aún no ―contesté, recargándome en el umbral de la puerta.
―Te ves...linda ―comentó mamá dudosa.
― ¿En serio?
―Bueno, no sueles usar ese tipo de prendas, pero te queda bien.
―Karina me convenció ―la culpé.
―Eso pensé. Sea lo que sea que vaya a pasar, cuídate ―sabía a lo qué se refería,
pero no tenía de qué preocuparse.
―No haré cosas insanas ―dije tranquilizándola.
― ¿Tienes las píldoras del día siguiente?
Rodeé los ojos. Iba divertirme sanamente no iría a pasar una luna de miel con
Christian Grey, aunque eso sería factible si estuviera en otra situación.
―Mamá... ―suspiré, frustrada.
―O dile al chico que use protección.
Mis mejillas se tornaron rojizas al escucharla. Melina estaba escuchando la
abrumadora conversación de cuidados íntimos y eso me avergonzaba. Luego de
despedirme de ambas, llegué a la cocina y tomé un vaso de agua para despejar la
mente por un momento. Dejé el vaso en el fregador y levanté la vista hacia la
ventana que se encontraba enfrente.
La bilis se atascó en mi garganta cuando observé a Frank recargado en la parte
delantera, su larga pierna estaba flexionada hacia atrás haciendo que su pie
descansara en la llanta de la suburban con sus brazos cruzados y con una
expresión aburrida. Vestía unos vaqueros oscuros ajustados a sus caderas, un par
de vans y una camisa color vino con las mangas recorridas hasta sus codos.
Se veía demasiado bien, tanto que ya me sentía acalorada.
Frente a él se encontraba Daniela, dándome la espalda. Llevaba un vestido informal
con estampado de animal print. Su prenda terminaba un poco debajo de su trasero,
sí es que tenía uno. La mirada de Frank se deslizó hacia a mí y contuve la
respiración. Entrecerró los ojos y sonrió al darse cuenta que lo miraba. Me alejé de
la ventana bruscamente, me dirigí a la sala y me senté en el sofá.
Odiaba sentir esta clase de amor/odio por él.

***
Narra Frank

Negué con una sonrisa cuando Alexa desapareció de la ventana y volví mi vista a
Daniela. Hablaba sobre algún tema que en realidad no captó mi atención. Su voz
retumbaba en mis oídos, por lo que asentía en los momentos requeridos. Miré de
reojo el reloj de mi muñeca, faltaban veinticinco minutos para las ocho. Había
pasado a la casa de ella para traerla aquí antes de que Fernando se fuera con
Alexa.
Cuando Daniela se quedó en silencio, la miré y me veía confundida.
―Perdón, ¿qué dijiste?
― ¿Te gusta mi vestido? ―preguntó coquetamente.
Bajé la mirada a su vestido y su escote se asomaba de una manera provocadora, al
igual que sus piernas delgadas. No iba a negar que era linda pero no encontraba
algo interesante en ella. Su mirada no me atrapaba de la manera que Alexa lo
hacía; no reacción, no erección.
―Es lindo ―concluí, forzando una sonrisa.
― ¿Tienes novia? ―preguntó repentinamente.
―No ―fruncí el ceño al notar sus intenciones.
― ¿Por qué no?
Hubiera respondido con un "que te importa" pero en vez de eso me encogí de
hombros, evitando decir "porque la chica que me gusta no se ha dado cuenta que
me tiene comiendo de su mano".
― ¿Me disculpas un momento? necesito entrar a la casa por... ―mi mente buscó
alguna excusa―. El celular, lo olvidé.
―Claro ―respondió amablemente.
Entré a la casa y levanté la vista cuando cerré la puerta detrás de mí. Alexa se
encontraba sentada en el sofá, concentrada en su celular y mi mirada descendió
hasta sus piernas que se encontraban cruzadas.
Entré a la casa y levanté la vista cuando cerré la puerta detrás de mí. Alexa se
encontraba sentada en el sofá, concentrada en su celular y mi mirada descendió
hasta sus piernas que se encontraban cruzadas.
¡Maldita sea! Esas sí eran piernas y ahora mis favoritas.
Sentí mis manos sudar al pensar en tocarlas y sentirlas. Mis ojos ascendieron
lentamente hasta llegar a su escote y tragué saliva. Detengan todo, ¿Alexa estaba
mostrando su pecho? Mierda, era demasiado tanto para mí como para mi amigo de
abajo.
Mi erección comenzó a crecer y punzar, ¡Diablos! ¿Por qué me hacía esto?
Levantó la mirada encontrándose con la mía. Estaba más hermosa de lo usual. Sus
ojos oscuros brillaban en contraste y sus labios me hacía querer morderlos.
― ¿Qué quieres? ―preguntó alzando las cejas.
―No ha llegado tu acompañante ―me burle, mirando su escote de reojo.
―No tardará en llegar ―respondió poniéndose de pie.
― ¿No está eso muy corto? ―pregunté amargamente, señalando su short.
― ¿Y?
―Casi estás mostrando tu trasero.
―No eres mi asistente de moda, así que evita hacer comentarios machistas.
― ¿Y qué me dices de eso? ―señalé su perfecto escote.
―No le veo nada de malo, la mayoría de las chicas lo muestran.
―Sólo las que quieren llamar la atención de los hombres.
― ¡Ay, por favor!
En eso, Melina y Rebecca entraron a la sala.
― ¿Todo bien? ―preguntó Melina.
―Sí ―dijo Alexa
―No ―dije.
―Frank, ¿dónde está la chica con la que vas a salir? ―cuestionó Rebecca.
―Allá fuera ―respondí desganadamente.
― ¿Qué hace allá afuera? Invítala a pasar para conocerla ―sugirió Rebecca y miré
a Alexa, quien frunció el ceño.
―Con gusto ―dije sonriendo mientras salía por la puerta.
***

Narra Alexa
Daniela entró tímidamente a la casa a lado de Frank y como era de esperarse, su
escote estaba casi cayéndose. El mío era discreto y misterioso mientras que el de
ella se asomaba descaradamente.
―Ella es Melina, mi madrina; ella es Rebeca, prima de mi madrina y... ―Frank se
dudó por unos segundos para continuar―. Ella es Alexa, hija de Rebecca.
―Hola, mi nombre es Daniela ―se presentó con una sonrisa más falsa que sus
pestañas.
Tanto mi mamá y Melina le dieron la bienvenida de forma amable mientras yo me
limitaba a sonreír forzadamente.
―Frank, vamos a salir y necesito que nos lleves a la casa de Helen ―comentó
Melina, sosteniendo su bolso.
―Claro ―contestó, sacando las llaves de su bolsillo.
―Alexa, iremos a un baby shower de una amiga de tu tía Helen ―explicó mamá―
nos quedaremos al final de la reunión para ayudar, así que regresaremos por la
mañana. Por favor, no quiero que llegues tarde, me daré cuenta si me
desobedeces.
― ¿Quieres acompañarnos? ―escuché a Frank preguntarle a Daniela.
―Aquí te espero ―respondió con su voz chillona.
Cuando salieron por la puerta un silencio incómodo se apoderó en nuestro entorno.
Ambas nos miramos y sonreímos, aparentando amabilidad aun cuando los gestos
fueron forzados. Esperaba que nos quedáramos sin articular ninguna palabra la una
a la otra. Era mejor de esa manera. No estaba interesada en entablar una
conversación, pero para mi desgracia, ella comenzó a hablar y me preparé
mentalmente en pretender ser amigable.

***

Capítulo 19.
Cita doble, mala idea, Parte 2

—Pensé que eras hermana de Frank —comentó cruzando las piernas.


La miré y fruncí el ceño, asimilando sus palabras. Quería explicarle dos cosas: Uno,
sí fuera la hermana de Frank ya estaría cometiendo el pecado de sentirme atraída
por él y dos, no había manera de que mi hermano fuera tan estúpido.
—Pensaste mal —respondí, mostrando una sonrisa "amigable".
—¿Eres hija única? —preguntó curiosa.
—Sí —me limité a contestar.
—Eso debe ser triste —contestó, mirándome con compasión.
¿Triste? Agradecía ser hija única porque no tenía las típicas discusiones que había
entre hermanos, además, desde pequeña me consentían, y todos los regalos de
navidad eran solo para mí.
—¿Qué opinas de Frank? —cambió el tema de repente.
—¿Qué quieres decir? —pregunté confusa.
—Bueno, él está básicamente aquí todos los días, ¿no han dormido juntos? —soltó
como si nada.
—Uh, no —murmuré, preguntándome por qué estaba continuando la conversación.
—¿No lo han hecho? Y yo que quería preguntarte cómo lo hacía.
Abrí los labios mientras parpadeaba en un intento de descifrar si realmente había
dicho eso.
—Uh... —las palabras no salían de mi boca.
—Espero que tengamos relaciones ésta noche —comentó, enrollando un mecho de
cabello entre sus dedos.
¿Ok? El punto de todo esto era, ¿a mí que diablos me importaba los planes que ella
tenía con Frank? La bilis fluyó por mi garganta, sintiendo un ardor que me indignaba
con tan sólo pensar en la escena de él y Daniela juntos.
Los pensamientos se dividieron al escuchar el ruido de un motor familiar desde el
exterior, caminé a la ventana y recorrí levemente la cortina. Fernando venía
saliendo del Mustang blanco con mucha seguridad mientras Frank bajaba de la
camioneta.

***

Narra Frank:
Mientras me aproximaba a la acera de la casa, me percaté que Fernando recién
había llegado. Me estacioné detrás de su vehículo, conteniéndome de rayar su
repugnante Mustang.
—¿Dónde está la chica con la que ibas a venir? —preguntó cuando caminaba hacia
la puerta de la casa.
—Qué te importa —lo esquivé, golpeando su hombro con el mío.
Alexa abrió la puerta para fijar su mirada en Fernando, ignorándome por completo.
—Hola —dijo con una dulce sonrisa.
—Te ves hermosa —tartamudeó, mirándola con deseo.
Intenté contenerme, pero no pude.
—Ya deja de mirarla.
Daniela apareció y su mirada rápidamente se deslizó hacia Fernando, quien
también la veía con gesto de asombro.
—¿Daniela? —expresó Fernando sorprendido.
—¿Se conocen? —preguntó Alexa, alternando la mirada.
—Es una conocida —contestó Fernando mientras Daniela escondía una sonrisa.
¡Ajá! Estaba que seguro que era más que una conocida.
—¿Nos vamos? —rompió el silencio.
—¿A dónde vamos a ir? —pregunté, mirando como el brazo de Fernando rodeaba
la cintura de Alexa.
—Teníamos planeado ir a cenar tacos —dijo Alexa.
—Si quieres, ustedes pueden irse a otro lugar —propuso los ojos de moco.
—Iremos a donde ustedes vayan —lo dejé sin opciones mientras Fernando
apretaba la mandíbula.
—Bien, vámonos —bufó Alexa, caminando hacia el auto del idiota y gruñí cuando
empecé a conducir con Daniela a mi lado, sintiéndome impotente por permitir que
ella se fuera con él.

Capítulo 19.
Cita doble, mala idea, Parte 3.

Luego de haber tenido una cena aparentemente normal, decidimos ir a un lugar en


donde había diferentes cosas de entretenimiento. Eran cerca de las once de la
noche y por muy extraño que pareciera, Frank no había hecho comentarios
imprudentes o estúpidos.
Eso era un gran record.
Al llegar, me percaté que el lugar estaba repleto de chicos y chicas de nuestra edad,
la música resonaba en mis oídos junto con los ruidos de las personas. Nos
deslizamos en la mesa y pedimos unas botanas de entrada. Frank y Daniela
estaban sentados al otro lado de la mesa, quedando Frank frente a mí. Fernando
tomó asiento a mi lado y se colocó tan cerca, que su hombro chocaba con el mío.
Daniela intentó entablar una conversación conmigo, acerca de las diferentes tiendas
extravagantes que concurría, pero no estuve muy interesada en su propuesta de
acompañarla un día de éstos. No solía ser muy simpática con chicas como ella, de
hecho, me había caído mal desde el día que se acercó en el centro comercial.
No me juzguen, así como existía el "amor a primera vista", también existía el "odio a
primera vista".
—¿Quieres ir a jugar videojuegos? —propuso Fernando después de tomarnos
nuestras bebidas.
Asentí y me levanté de mi lugar. Era eso o tener que soportar como Daniela
restregaba su escote en la cara de Frank.
—Tranquilo, Frank. Vamos a la máquina de juegos —comentó Fernando cuando
nos miró.
Elegí la máquina en donde tenías que atrapar unas estúpidas ardillas, pegándoles
con un martillo de plástico que venía integrado. El resultado era de dar pena ya que
fracasé tres veces seguidas.
—No es lo tuyo asesinar ardillas —se burló Fernando cuando el juego terminó.
—No nací para esto —comenté, irónicamente.
—Veamos sí eres buena en el golf —dijo, llevándome más allá de las máquinas y el
boliche.
Llegamos a la parte de atrás del lugar. Un enorme jardín apareció a mi visión,
dejándome impactada por la cantidad de césped artificial que nos rodeaba.
—¿Lo has jugado? —preguntó, tomando un saco lleno de palos de acero.
—No, realmente —respondí avergonzada.
—Déjame enseñarte —propuso.
¿Enseñarme qué?
¡Concéntrate pervertida!
¡A jugar golf!
—Ven —me llamó mientras caminaba hasta al césped, colocando la bolsa de cuero
en el suelo.
—Me imagino que el objetivo es meter la bolita en el hoyo, ¿no? —dije intentando
que las palabras no se malinterpretaran.
—Lo importante es la fuerza que pongas para que logré entrar —respondió,
mostrando una sonrisa maliciosa y sujetando el palo de acero en sus manos—.
Vamos, acércate.
Miré a mí alrededor percatándome que estábamos solos. Vaya, tanta gente que
había en el lugar y a nadie se le ocurrió jugar golf en éste momento. Lo incómodo
pasó después como tenía previsto. Fernando se colocó detrás de mí, sintiendo
como su torso se recargaba en mi espalda. Rodeó sus brazos, tomando el palo de
acero que yo también sostenía.
—¿Alcanzas a ver el punto en donde debe caer la bola? —susurró, provocando
unas ligeras cosquillas en mi oreja.
Concentrándome, alcé mi vista al frente y a unos metros de nosotros, un agujero
estaba en el césped.
—Sí.
El calor de su cuerpo invadió mi espacio al instante en que sus brazos se tensaron.
—Bien, ahora tienes que inclinarte un poco.
—Uh... —entendía su propuesta, pero no lo sentía apropiado.
Se rió por lo bajo y sus brazos cayeron a los costados por un momento haciéndome
sentir más liberada, pero luego sus manos sujetaron mis caderas, inclinándome
hacia atrás sintiendo su bulto en la parte baja de mi espalda.
—Se acabó el tiempo.
Me giré y vi Frank cruzado de brazos, observándonos furioso.
—¿Qué quieres ahora? —preguntó Fernando alejándose de mí.
—Eso diles a tus estúpidos amigos que están preguntando por ti —respondió
secamente.
—En un momento regreso —Me miró, mostrándome una sonrisa para luego entrar
al lugar.
—¿Qué estaban haciendo? —preguntó Frank, acercándose a mí.
—Jugando golf —contesté―. ¿No es obvio?
—Parecía que estaban practicando alguna posición del Kamasutra —dijo,
frunciendo el ceño.
—Eso solamente lo piensan las personas que tienen la mente perturbada.
—Su pene casi salía de sus vaqueros —comentó con rabia y reí.
—Frank, no sabía que te gustaba ver las partes masculinas de los demás.
—Su erección era lo primero que se le notaba, ¿no me digas qué no lo viste?
―sonrió con sorna―. O mejor dicho, ¿qué no lo sentiste?
—Cállate —contesté irritada.
—No sabía que te gustaba hacer ese tipo de cosas al aire libre.
Conteniendo el enojo, me dirigí a la puerta y en cuestión de segundos Frank
obstruyó mi paso, bloqueando la puerta con su esbelto cuerpo.
—Déjame pasar —dije molesta.
—Elegiste a la peor persona para que te enseñara cómo jugar golf.
—Ese es mi problema —contesté con mis manos en las caderas.
—Es un depravado y lo sabes —dijo, entrecerrando los ojos.
—El depravado aquí eres tú, ahora muévete.
—¿Quieres que te enseñe? —preguntó, mostrando una sonrisa.
—No estoy interesada en que me enseñes a jugar golf —repliqué, cruzándome de
brazos.
—No me refería a eso —respondió tentativo.
—Y luego dices que el depravado es Fernando —dije, tratando de ocultar mi rubor
en mis mejillas.
—No te sonrojes —desvié la mirada, ignorando su comentario.
—Deberías estar con tu "cita" —cambié el tema.
—No tienes por qué estar celosa —respondió, arrugando la frente.
—No estoy celosa —No lo estaba, bueno, tal vez sólo un poco.
Fernando apareció de nuevo y sonrió, dispuesto a retomar lo que había sido
interrumpido.
—Tú, necesitamos hablar —dijo Frank, dirigiéndose a él y luego se volvió hacia a mí
—. Espéranos adentro.
—Si van a golpearse, echarán a perder la noche —dije, sintiendo el ambiente tenso.
—Se echó a perder desde el principio —comentó Frank.
—No te preocupes Alexa, hablaremos como personas decentes —las palabras de
Fernando calmaron mis nervios.
—Eso espero —luego de mirarlos a ambos rápidamente, entré de nuevo al lugar.
Regresé esperando ver a Daniela, pero la mesa se encontraba vacía. Agradecí
haber dejado mi bolso en el auto de Fernando, porque sí no, ahorita estaría como
loca buscándolo.
Me senté tomando un trago de mi bebida y observé a mí alrededor, percatándome
que el lugar comenzaba a vaciarse. Mi vista se detuvo al ver a Daniela, cerca de la
mesa, con dos chicas que eran las mismas que la acompañaban en el centro
comercial.
Bufé y continué bebiendo mi bebida tranquilamente, hasta que unas risitas
femeninas alteraron mis tímpanos. No me fue difícil saber que pertenecían a
Daniela y sus amigas. Las estaba ignorando, pero mi oído se afinó cuando logré
escuchar que mencionaban mi nombre:
"—No se ha acostado con él, ¿Pueden creerlo?".
"—Alexa te mintió, Daniela. Apuesto que todas las noches lo hacen de diferentes
maneras".
"—Es cierto, aparenta que es una santa cuando en realidad se acuesta con Frank y
se besuquea con Fernando".
"—Es una puta aparentando ser una virgen".
Tomé una respiración profunda, calmando la rabia que circulaba por mi cuerpo.
Estaba por lograrlo, cuando comenzaron a reírse. La ira corrió a través de mi
sistema. Odiaba que se burlaran de mí.
Me levanté de mi lugar con la bebida en mano y caminé hasta ellas, quienes se
quedaron calladas cuando se percataron de mi presencia.
—Hola, Alexa —dijo la hipócrita de Daniela con la misma sonrisa falsa de siempre.
Esperé unos segundos, y luego arrojé el contenido de mi bebida en su rostro, y éste
se deslizó por su vestido. Sonreí con satisfacción mientras Daniela sacudía los
brazos y sus amigas se mantenían pasmadas.
—Eso te pasa por hablar a mis espaldas —girando sobre mis talones comencé a
caminar, hasta que sentí un dolor en mi cabeza y me tomó unos segundos saber
que Daniela me había sujetado del cabello.
Ignorando el dolor, flexioné mi brazo hacia atrás, haciendo que el codo golpeara su
rostro. Se quejó, llevándose su mano a su nariz y sin darle tiempo, la agarré de sus
cabellos, bajándola hasta el suelo mientras chillaba de dolor.
Una de sus amigas se colocó a su lado cuando la solté y la otra intentó arañarme
con sus uñas postizas, pero siendo más rápida que ella, estampé mi puño en su ojo,
haciendo que se tambaleara. Daniela se levantó del suelo y en un movimiento, me
dio una bofetada, sintiendo el ardor recorrer en la mejilla y se causó un alboroto.
Las pocas personas que estaban, comenzaron a gritar, unos diciendo que nos
detuviéramos y otros apoyando el espectáculo. Me abalancé cayendo encima de
ella, y arañé su cuerpo como fiera, desgarrando su vestido.
—¡Yo no soy una puta como tú! —grité, enviando puños en su cara.
Luego de unos minutos de ataques, sentí unos brazos sujetarme de la cintura,
apartándome de Daniela. Pataleé en el aire, tratando zafarme.
—Es suficiente, Alexa —escuché a Frank, apretando su agarre.
—¡Suéltame! ¡Esa perra se merece más! —exclamé mientras me llevaba lejos de
ella.
Una vez que estábamos fuera del lugar, me soltó.
—Cálmate —dijo preocupado.
—Necesito regresar —contesté dispuesta a volver, pero me detuvo.
—No sé qué diablos pasó, pero no volverás a entrar —advirtió.
Suspiré con frustración y me senté en el borde de la acera. Sentí a Frank sentarse a
mi lado y pensé que comenzaría a burlarse o algo parecido, pero permaneció en
silencio.
—Quiero ir a casa —dije sintiendo la bilis en la garganta.
Tenía unas inmensas ganas de llorar, no de tristeza, sino de frustración y
desesperación.
—¿Estás bien? —preguntó mirándome.
—Sí —murmuré, mirando las manos en mi regazo.
Lo siguiente que sentí, fue los brazos de Frank rodeándome y me acurruqué en su
pecho, aspirando su perfume.
—Vamos a casa —susurró con amabilidad.
Asentí y me puse de pie, limpiando las lágrimas silenciosas que habían caído. En el
momento en que nos giramos, Fernando venía saliendo con Daniela y suspiré
cansada.

Capítulo 20.
Descubriendo la decepción

Narra Frank

Había terminado de advertirle a Fernando que dejara de intentar manosear a Alexa


cuando escuché un escándalo que provenía dentro del lugar. Sintiendo los pasos de
Fernando detrás de mí, entramos. Lo primero que hizo mi vista fue enfocarse en
nuestra mesa, esperando ver a Alexa, pero no estaba. La gente se encontraba
rodeada en la parte del bar apoyando el espectáculo. Sin pensarlo fui hasta allí.
Me sorprendí al ver a Alexa encima de Daniela arañándola como bestia. Me hubiera
quedado a ver como terminaba si ella no estuviera involucrada. Además, su
pequeño escote seguía a la vista y con los demás degenerados viendo, fue
suficiente para ir a detenerla.
Aparté a unos cuantos idiotas de mi camino para llegar hasta a ella y tomarla de la
cintura. Daniela estaba echa un desastre. Vaya, sí que Alexa sabía defenderse.
Estaba seguro que algo fuerte le había dicho para que ella reaccionara de esa
manera.
Ignorando a los demás, me llevé a Alexa contra su voluntad hasta afuera. Se
empeñaba en volver a entrar, pero ni loco dejaría que lo hiciera. Lo siguiente
sucedió de forma rápida. Cuando menos pensé ya tenía su cuerpo acurrucado en el
mío. Una sensación de tranquilidad se mantuvo por cada segundo que permanecía
a mi lado.
Congelaría el tiempo para estar en esta posición. Pero tenía que llevarla a casa, ya
pasaban de las doce y no quería meterla en problemas por no llegar a una hora
adecuada. Su mamá y Melina no estarían en casa, pero aun así no quería
arriesgarme.
La puerta de la entrada se abrió. Giré mi cabeza viendo como Fernando venía con
Daniela. Se detuvieron a unos metros de nosotros cuando los fulminé con la mirada.
No era buen momento. Alexa se separó de mí limpiándose las lágrimas que habían
sido derramadas y me levanté junto con ella.
―Tenemos que irnos ―dijo Fernando.
La imagen de él detrás de Alexa en el campo de golf no se había borrado aún. Me
arrepentía de no haber tomado el palo de acero y golpearlo en la cabeza.
Todo a su tiempo, Frank, ya encontrarás el momento para golpearlo.
―Yo la llevo a casa ―respondí decidido.
―No, yo la llevo ―protestó.
A ver hijo de puta, Alexa no es un paquete de comida rápida a la que puedes llevar
y traer cuando quieras.
―La voy a llevar a la casa y punto ―exigí mirándolo con desprecio.
Percibiendo mi enojo asintió con una mueca y se fue hasta su Mustang junto con
Daniela. Ni que se queje, lo más seguro era que se la llevaría a su casa para follar.
Sin despedirme de ellos acompañé a Alexa hasta la camioneta y entró en ella con
cansancio. Me subí del lado contrario y comencé a conducir. El silencio apareció
durante el trayecto. Volteé a verla de reojo percatándome que sus ojos estaban
cerrados. Verla así, tan tranquila y recostada en el asiento despertó unas cursis
emociones que siempre había querido evitar.
Deteniéndome en la señal del semáforo la observé detenidamente. Mi vista viajo
desde su frente hasta sus piernas. Suspiré y luché contra mí mismo para no intentar
acariciarla. Regresé mi atención al volante y continué mi camino.

***

Narra Alexa

Estaba comenzando a hundirme en un sueño profundo cuando deje de sentir el


movimiento de la camioneta.
―Alexa despierta, llegamos a casa ―escuché una voz ronca.
Abrí mis ojos lentamente mientras me acomodaba en mi asiento. Frank salió del
vehículo llegando hasta mi lado abriendo la puerta.
― ¿Quieres que te cargue hasta tu habitación? ―preguntó ofreciéndome sus
brazos.
Una opción muy tentadora de su parte. Tendría la dicha de sentir sus musculosos
brazos rodeando mi cuerpo. No estaré capacitada para lo que pueda pasar una vez
que estemos en mi recámara.
―Puedo caminar Frank ―contesté bajando de la camioneta.
―Te ves cansada ―comentó.
Realmente lo estaba. Las energías que tenía como reserva las malgaste al
enfrentarme a la momia de Daniela.
―Estoy bien ―respondí con una leve sonrisa. Caminamos juntos hasta la entrada
de la casa cuando me detuve bruscamente―. Mierda.
― ¿Qué pasa? ―preguntó Frank frunciendo el ceño.
―Olvidé mi bolso en el auto de Fernando ―mi preocupación no era exactamente el
bolso sino mi celular. No es que tuviera algo que esconder, pero yo no puedo vivir
sin mi celular. Es mi mundo de entretenimiento.
― ¿Qué estamos esperando? Vayamos a recuperarlo ―propuso sacando sus
llaves del bolsillo.
Su propuesta me pareció a una misión de un superhéroe. En este caso la víctima
era el celular. No dormiría tranquila si no tenía el aparato conmigo. Nos
introducimos de nuevo a la camioneta. Le di la dirección de su casa y aceleró por la
carretera.

***
Luego de un rato llegamos al departamento de Fernando. Se encontraba en medio
de la ciudad. El lugar era silencioso. Unos cuantos edificios se encontraban
alrededor y las calles permanecían vacías. Muy tranquilo para ser un sábado por la
madrugada.
Localizamos de forma rápida el Mustang blanco estacionado en la acera. Bajamos
de la camioneta, cruzamos la estrecha calle llegando hasta el vehículo. Me acerqué
al vidrió viendo a través de ella. Efectivamente mi bolso estaba en el asiento de
atrás. Raro. Lo había dejado en el asiento del copiloto.
―Ahí esta ―murmuré.
Frank se puso a mi lado e intentó abrir la puerta del Mustang. Gruñó cuando se
percató que estaba cerrada.
―Diablos, no creo que haya problema si destruyo el vidrio de un golpe ―dijo
preparándose para derribarlo.
―No seas imprudente ―exclamé―. Iré a decirle que me lo entregue.
―Voy contigo.
Sin protestar subimos el ascensor hasta llegar al tercer piso. Estaba muy agotada
como para subir escaleras. Los pasillos del edifico estaban solitarios. Los ruidos de
música del piso de arriba comenzaban a molestarme. El estruendo fue
disminuyendo conforme avanzábamos.
Nos detuvimos al estar frente a la puerta de su departamento. Golpeé la puerta
suavemente. Frank se recargó en la pared a un lado de la puerta. Volví a tocar y me
crucé de brazos para esperar. Unos pequeños ruidos se escucharon dentro. Miré a
Frank y se encogió de hombros al verme.
La puerta se abrió y Fernando salió mirándome con sorpresa. Su torso estaba al
descubierto y lo único que lo acompañaba eran sus vaqueros. Logré ver que su
cabello estaba desordenado, no como la manera de Frank, sino de una forma
brusca.
―Alexa, ¿qué haces aquí? ―pregunto respirando pesadamente.
―Venía por mi bolso, se me olvidó en tu auto ―dije y Fernando salió al pasillo
cerrando la puerta detrás de él.
―Puedo llevártelo mañana ―propuso nervioso.
―Lo quiere ahora ―comentó Frank mirándolo con odio.
―Está bien, voy por las llaves ―entró rápidamente al departamento.
Su actitud me pareció extraña. Se veía más nervioso que yo antes de contestar un
examen.
―Está un poco raro ―murmuré.
―Me imagino por qué ―contestó sin despegar su espalda de la pared.
― ¿Qué quieres decir? ―pregunté confundida.
―Eres demasiado inocente Alexa ―negó la cabeza, desviando la mirada.
― ¿De qué hablas? ―insistí irritada.
En eso apareció Fernando abotonándose la camisa y con las llaves sujetados en
sus dedos.
―Dile a Daniela que salga ―exigió Frank retirándose de la pared.
El rostro de Fernando se congeló.
― ¿Daniela? ―dije frunciendo el ceño.
―Ella está aquí, ¿verdad? ―comentó Frank mirando a Fernando con una sonrisa.
Su silencio me hizo dudar. Él no me haría esto. No se atrevería.
―Fernando responde ―exigí.
―No está aquí... la... la llevé a su casa...
―No mientas ―interrumpió Frank.
Fernando comenzó a mover nerviosamente sus llaves. Mi ceño se profundizaba al
ver que no se defendía contra Frank. Si fuera mentira él ya estaría gritándole e
incluso nos llevaría hasta adentro para comprobar. Pero en vez de eso se quedó
callado mirando a otra parte que no fuera a mí.
Frank lo empujó a un lado y abrió la puerta de su departamento. Logré observar un
desastre, pero más allá estaba su cama totalmente desordenada. Una chica se
sentó de golpe al escuchar la puerta abrirse. Era Daniela. Su cabello estaba
desordenado y cubrió su pecho desnudo con las sábanas. Sobre el suelo estaba
tanto su vestido como sus zapatillas.
Un nudo se formó en mi garganta y mi cara comenzó a arder de coraje. ¿Cómo
pudo hacer esto? Miré a Fernando esperando una explicación.
―No es lo que crees ―dijo preocupado.
¿No es lo que creo? El muy estúpido todavía se atrevía a justificarse. ¡A la mierda
mi bolso y mi celular! Quería desaparecer de este lugar. Esto era mucho peor de lo
que había imaginado. Este tipo de humillación no tenía nombre. ¿Cómo había sido
tan estúpida en preocuparme por darle explicaciones cuando él hacia esto a mis
espaldas? Cada recuerdo, cada llamada, cada mensaje podía metérselo por el culo.
Con la ira suficiente golpee su mejilla tan fuerte que el sonido de mi roce hizo eco
por el pasillo. Mientras me alejaba lo escuché quejarse. Mirando sobre mi hombro vi
como Frank le regaló un golpe en su abdomen.
―Idiota ―murmuró al golpearlo.
Me volví continuando mi camino llegando hasta el ascensor. Frank me alcanzó
colocándose a mi lado y nos mantuvimos en silencio. No quería abrazos, ni lágrimas
ni comentarios sobre eso. Una vez afuera subí a la camioneta cerrando la puerta
bruscamente. Frank se deslizó del lado del conductor mirándome con comprensión.
―Él no te merece ―dijo. Respiré de forma profunda para evitar que las lágrimas
cayeran. No tuve éxito. Cayeron nuevamente y Frank se inclinó a mi lado. Coloqué
mi cabeza sobre su hombro escondiendo mi rostro en su pecho―. Lo sabes,
¿verdad?
― ¿Qué hice mal?
―No es tu culpa. Y no llores, tus lágrimas son valiosas ―susurró mientras
acariciaba mi espalda―. No las desperdicies por tipos como él que no valen la
pena.
Lo abracé con fuerza. Tenía razón. No merezco sufrir por su culpa. Tener la
presencia de Frank en estos momentos es sagrado. Me sentiría sola y débil si él no
hubiera a mi lado.

Capítulo 21.
Intercambiando palabras

El reflejo que veía a través del espejo era horrible. Mi aspecto daba miedo. El rímel
estaba corrido y el delineado perfecto que tenía se convirtió en una mancha negra.
Había llorado dos veces en una noche. Demasiado para mi estado de ánimo.
Permanecí en silencio cuando llegamos, Frank no comentó nada al respecto desde
que entramos a la casa. Sin esperar a que me hablara subí a mi habitación. Luego
de haberme puesto el pijama me lavé la cara para mejorar un poco mi rostro
demacrado. Con un suspiro me senté en el borde de la cama.
Tantas emociones encontradas. Diferentes tipos de sensaciones. Me sentía
decepcionada y enojada conmigo misma. Siempre solía en confiar demasiado en
las personas. Mi padre me advirtió mil veces que Fernando no era lo que
aparentaba. Y tenía razón. Era triste darse cuenta que las personas en las que
pensabas confiar te apuñalarían por la espalda.
Me sentía cansada por lo que me recosté en la cama para tratar de dormir. No lo
logré. El sueño se me había espantado ante la asquerosa escena que tuve que
presenciar. No hubo necesidad de tomar litros de café para estar despierta a estas
horas. Decidí bajar hasta el patio trasero para despejar mi mente. Me senté en una
de las sillas de jardín mirando a la nada. Me dejé llevar por la brisa y el leve viento
de la noche. El sonido de los grillos parecía relajar mis músculos y calmar mi mente.
Cerré los ojos respirando el olor a hojas y pasto húmedo. Coloqué mis brazos hacia
atrás inclinando mi cabeza en la misma dirección para percibir mejor el aroma floral.
Por un momento me sentía en paz y satisfecha.
Dejé de disfrutar el encanto cuando unos cálidos dedos golpearon suavemente mi
hombro. Abrí mis ojos encontrándome con Frank de pie en un pantalón de franela y
sin nada que cubriera la parte superior de su cuerpo.
Abdominales y bíceps a la vista.
― ¿Qué haces aquí? ―preguntó, sentándose sobre el césped frente a mí.
―Distrayendo a mi mente.
Y a mí vista, gracias a ti.
―No te encontré en tu habitación y comencé a pensar que te habías marchado a
hacer una locura ―comentó aliviado.
Miles de cosas pude haber hecho para vengarme o algo parecido. Pero como dije,
no tenía las fuerzas suficientes para ponerlo en práctica.
―No tengo planeado nada por ahora ―respondí, fijando mi vista al suelo.
― ¿Te sientes mejor? ―preguntó con cautela.
Le lancé una mirada de "¿Estás hablando en serio?".
―Ya entendí ―levantó los brazos, aceptando que no lo estaba―. Pero si quieres
que lo golpee hasta que pierda la memoria, puedo hacerlo.
―No es necesario que te involucres en esto Frank ―expresé seriamente.
Sé que, si se lo pido, lo hará. Fernando se merecía más que una paliza por lo que
hizo. Pero no quiero volver este problema en un conflicto más grande y rebajarme a
su nivel.
―De todas maneras, algún día lo golpearé, me las debe ―dijo, enmarcando sus
oscuras cejas.
Olvidé el detalle de que algo personal hay entre ellos. Y como no tuve la
oportunidad de preguntárselo a Fernando no queda más que intentarlo con Frank.
Sigilosamente me levanté de la silla y me senté sobre el pasto a un lado de él.
― ¿Qué problemas hay entre ustedes? ―pregunté con intriga.
Se acomodó en su lugar apoyando el codo sobre el césped y estirando sus largas
piernas para luego mirarme.
Santa mierda, acostado de esa forma con su torso tonificado y su abdomen al
descubierto ¿Cómo quiere que me concentre?
―No quieres saberlo ―contestó.
―Por algo estoy preguntando ―respondí frunciendo el ceño.
―Realmente no es de mucha importancia ―dijo mientras que sus dedos
jugueteaban con las pequeñas ramas que sobresalían del suelo.
―Entonces, si no es de importancia, ¿por qué no me lo dices? ―insistí.
―Eres muy terca, ¿lo sabías? ―dijo, arqueando las cejas.
―Sí ―respondí con orgullo.
Soltó una risita embriagante.
― ¿Por qué quieres saberlo? ―preguntó con una sonrisa.
Intenta evadir el tema y estoy comenzando a irritarme. No creo que mi paciencia
esté preparada para soportar este tipo de espera.
―Curiosidad ―contesté firme.
Me miró por unos segundos mientras se sentaba. Cuando se acomodó frente a mí,
suspiró y comenzó a hablar.
―Hace unos meses mi amigo y yo fuimos a beber unos tragos al bar que esta al
medio de la ciudad. Estábamos tranquilos en nuestra mesa cuando él y su grupito
de idiotas comenzaron a fastidiarnos. Decían cosas estúpidas, ya sabes, cosas sin
sentido. Uno de ellos iba a la misma clase que yo y por ende se enteró lo que le
había sucedido a mis padres... ―hizo una pausa pasando sus manos por su cabello
castaño haciendo que se alborotara más de lo que ya estaba―. Comenzó a
burlarse de mí por ello. Que era un huérfano sin escrúpulos. Que fue mi culpa que
ellos estuvieran muertos. Ahí fue cuando empecé a enfurecerme como un loco.
Fernando fue uno de los que se burló de esa forma tan ruin, él al igual que los
demás se reían sin parar. Esa fue la gota que derramó el vaso. Me abalancé sobre
ellos. Mi grupo de amigos llegó en el momento perfecto y comenzamos a
golpearlos. Mi ira fue tan grande que dejé a uno de ellos inconsciente.
Fernando seguía burlándose como idiota. Iba a darle una paliza cuando llegaron
otros tipos deteniéndonos y nos obligaron a salir. Desde entonces no los volví a ver
a excepción de Fernando.
Estuve atenta a su relato. Creo que puse más atención en sus palabras que en mi
profesor de historia un lunes por la mañana.
Ahora que lo pienso, si Frank me hubiera platicado eso antes de haber descubierto
lo imbécil que es Fernando, no se lo hubiera creído. Pero sabiendo de lo que fue
capaz de hacerme no dudo que se haya burlado de esa manera tan cruel. Un
silencio apareció después de que terminó. No sabía si apoyarlo o estar en contra.
Lo que sé es que la violencia no se soluciona con violencia.
Ja, ni cara tienes de decir eso Alexa. La conciencia te recuerda que golpeaste a
Daniela como loca. Eso está dentro de lo que violencia se refiere ¿no?
―No sé qué decirte ―dije desviando la mirada.
―No tienes que hacerlo ―se puso de pie, sacudiendo sus rodillas―. ¿Cómo le
harás para tener tu bolso de vuelta?
―No tengo ni idea ―dije mientras me levantaba.
―Si quieres mañana te llevo para que lo recuperes.
―Lo último que quiero es verle la cara ―respondí con amargura.
Ir de nuevo a su departamento es muy mala idea, me atacará con excusas y
disculpas. Pondrá cara de cachorrito tierno y no quiero ver ese tipo de gestos de su
parte.
―Entonces, iré yo ―propuso decidido.
Es extraño que Frank se comporte tan servicial. Tal vez sea un error aceptar su
propuesta, pero necesito mi celular.
―Está bien, pero trata de no crear otro problema.
―Trataré ―dijo, su voz no me convencía.
―Frank, hablo en serio, prométeme que no lo agarrarás a golpes ―le advertí
mientras caminábamos hacia la casa.
Nos detuvimos antes de entrar. Me giré esperando su respuesta y me miró dudando
por unos segundos.
―Si no me provoca ten por seguro que no haré nada ―dijo encogiéndose de
hombros―. Pero lo que te prometo es que tendrás tu bolso sano y salvo.
El alivio se hizo presente en mi cuerpo al escuchar sus últimas palabras. Tendré mi
celular de vuelta. Bien, me calmo. Festejaré cuando lo tenga en mis manos.
Lo siguiente que hice no lo tenía previsto. Sólo mi cuerpo respondió de manera
involuntaria impidiéndome pensar antes de hacerlo. Cerrando la distancia que había
entre nosotros, lo abracé. Y no fue por hacerme el favor de ir por mi celular. Sino
por haber estado ahí en los eventos que sucedieron esta noche. Odio decir esto,
pero su compañía y sus palabras para alentarme ayudaron en mi moral.
Mis brazos rodearon su estrecha cintura. Cuando mis manos se encontraron una
con la otra, mis dedos se entrelazaron para cerrar el abrazo. Su cuerpo se tensó por
un momento. No se imaginó que haría algo como esto. Luego de unos segundos se
relajó. Recargué mi mejilla izquierda en su torso desnudo. Lograba sentir sus latidos
palpitar a través de mi sien.
Nuestros cuerpos se convirtieron en uno. Sentí como su barbilla descansaba en la
parte superior de mi cabeza. Sus brazos me rodearon por los hombros quedando
escondida entre su pecho y su aroma varonil. Estar encarcelada en sus brazos de
esta manera es embriagante y adictivo.
―Gracias ―susurré cerrando los ojos y perdiéndome en la calidez de su piel que
atravesaba mi cuerpo.
Mis dedos presionaron su espalda baja percibiendo su tacto junto con sus músculos
firmes. Luego de unos minutos, su cuerpo se separó suavemente para que nuestras
miradas se encontraran.
―No entiendo por qué das las gracias, pero aprecio tu agradecimiento ―murmuró
con humor.
Sonreí levemente mientras que mis dedos se alejaban entre sí hasta que mis
brazos cayeron a mis costados. Sin decir nada, entramos a la casa y subimos por
las escaleras en silencio. Cuando llegamos al segundo piso nos miramos para
despedirnos.
Sintiendo raras descargas en ni estómago entré a mi habitación soltando un largo
suspiro.
¿Qué diablos fue eso?
Alejé esas emociones negando la cabeza. Estaba a punto de llegar a mi cama
cuando tocaron la puerta. Mis sentidos se detuvieron. Respirando de manera
irregular abrí la puerta. Frank levantó su vista al percatarse de mi presencia.
― ¿Sí? ―pregunté nerviosa.
―Debido a que esta noche no fue como esperabas bueno ―dudó―. Supongo que
mereces una salida más agradable.
― ¿A qué te refieres? ―dije confundida.
― ¿Podemos salir mañana? ―preguntó mojándose los labios y mirándome
fijamente―. ¿Solo tú y yo?

Capítulo 22.
Juguetón y misterioso

Narra Frank
Al mediodía me encontraba conduciendo hacia el departamento del idiota de
Fernando, aún mi mente estaba perdida en el "Sí" de Alexa.
Anoche no estaba seguro de invitarla a salir. Caminaba de un lado a otro en mi
habitación para decidirme. Luego de luchar con la cobardía fui hasta su puerta y
tratando de no parecer nervioso le propuse que saliéramos. Su rostro demostró un
poco de sorpresa al principio. Por un momento pensé que iba a rechazarme. Ya
tenía planeado qué contestar si se negaba, pero el alivio apareció en mi cuerpo
cuando aceptó mi propuesta.
Me controlé en no sujetarla de la cintura y atraerla hacia a mí con fuerza. Así que
solo me despedí volviendo a mi habitación y dormir pensando en ella. Se merecía
una salida agradable y sin conflictos. La idea de invitarla a salir surgió cuando
sollozaba a mi lado después de haber descubierto a Fernando revolcándose con
Daniela.
Ahora que lo pienso, mi plan de demostrarle a Alexa que Fernando es un imbécil no
requirió de mucho esfuerzo. Él solo lo provocó. Después de todo elegir a Daniela
como mi "cita" ayudó.
Por otra parte, no pensé en que esto afectaría a Alexa. Cuando trataba de contener
las lágrimas me di cuenta que realmente no se lo esperaba. Me sentí un poco
culpable, pero a la vez tranquilo. Era mejor que se enterara antes de él se acostara
con ella y después la votara. Su dolor hubiera sido mucho peor.

Aparqué la camioneta detrás del asqueroso Mustang. Retirando los lentes oscuros
de mi rostro bajé del auto y me desplacé hasta el edificio. Luego de subir el
ascensor llegué a su puerta y toqué fuertemente en ella. Más valía que abriera la
puerta sino me vería obligado a tirarla de una patada.
Después de unos segundos de espera, abrió con aspecto soñoliento.
― ¿Qué quieres? ―dijo frotándose los ojos―. Daniela ya se fue.
¿Daniela? ¿Pensaba que venía por Daniela? ¡Ja! No quería ser cruel, pero ni
siquiera me acordaba de ella.
―Vengo por el bolso de Alexa ―informé secamente.
―Yo iré a entregárselo por la tarde ―frunció el ceño.
Suspiré tratando de mantener mi paciencia. El tipo no estaba cooperando y eso
comenzaba a frustrarme.
― ¿No me escuchaste? Estoy aquí por su bolso y no me iré hasta tenerlo en mis
manos ―lo amenacé mirándolo fijamente.
―Y yo te estoy diciendo que se lo regresaré personalmente ―Dicho esto, cerró la
puerta.
Respira Frank. Respira. Respira.
¿Acababa de cerrar la puerta en mi cara?
Bien, él se lo buscó. Que no se quejé después. Nadie me deja con la palabra en la
boca. Estuve a punto de perder los estribos e ir a desfigurarle la cara. Pero una idea
mejor se cruzó por mi mente.
Cerrando mis manos en puños caminé por el pasillo respirando pesadamente.
Llegando al exterior, solté el aire que estaba conteniendo. Me dirigí hasta la
camioneta sacando de la guantera un pedazo de tela que tenía para cualquier
imprevisto. No soy tan idiota como para dañarme a mí mismo.
Enrollándomela en mis nudillos caminé hasta el Mustang. Me coloqué enfrente de la
puerta de copiloto. Juntando la ira y la impotencia golpeé con fuerza el vidrio
imaginando que era la cara de Fernando. Mi puño se tensó al entrar en contacto
con el vidrio. El ruido que provocó se escuchó levemente haciendo que los restos
de la ventana se esparcieran por el suelo y en el asiento.
La alarma escandalosa comenzó a sonar de forma ruidosa. Sin perder más el
tiempo estiré mi brazo y cogí el bolso del asiento trasero. Entré en mi camioneta y
me puse en marcha a toda velocidad con un orgullo inmenso. La alarma seguía
sonando hasta que mi oído dejó de percibirlo mientras me alejaba del lugar.

***

Narra Alexa
―No puedo creer que golpearas a la cita de Frank ―comentó Karina con sorpresa.
Dado que aún no tenía mi preciado celular. Había llamado a Karina con el teléfono
de la sala para pedirle que viniera a mi casa. Cuando llegó nos sentamos en el sofá
y me dispuse a platicarle todo lo ocurrido. No le sorprendió cuando le conté lo de
Fernando. Solo se dignó a contestarme un "tarde o temprano te ibas a dar cuenta la
clase de patán que es".
En lo que si se quedó desconcertada fue cuando le dije de mi ataque hacia Daniela.
Me felicitó por haberla callado a golpes, pero ella sabe más que nadie que no soy
una persona agresiva. Suelo hacer algunos comentarios hirientes cuando es
necesario, pero llegar a los golpes no era lo mío. No hasta ahora.
―Bueno, es comprensible que aborrezca a Fernando siendo que se burló del
fallecimiento de sus padres ―dijo después.
Sobre eso, le conté sobre la conversación que tuve con él en el jardín. Obviamente
no mencioné la parte del cálido abrazo. En este momento estaría gritándome que
nos gustamos, que por qué no lo besé o algo por el estilo.
Y en este instante aún sigo abrumada por la salida que tendré hoy con él como para
soportar ese tipo de comentarios.
―Y para todo esto, ¿dónde está Frank?
―Fue al departamento de Fernando por mi bolso ―respondí ansiosa.
Hace media hora que se había ido y ya comenzaba a sospechar lo peor. Sólo
espero que haya tomado mis advertencias en serio.
― ¿Lo ves? Otra pista de que le gustas ―dijo señalándome.
―Solo está siendo amable.
―Sí claro, ¿No me digas que invitarte a salir de nuevo es ser amable? ―dijo
alzando de forma dramática sus cejas.
Buen punto. Tal vez lo hizo para no sentirse tan culpable de haber aceptado salir
con nosotros desde el inicio. Pero, ¿a quién engaño? Si no fuera por Daniela y por
mi bolso que se quedó olvidado yo aún estaría como estúpida considerando
regresar con él. Así que básicamente gracias a la decisión de Frank pude darme
cuenta antes de haber cometido un error.
―Lo que sé es que Fernando es un idiota.
― ¿Apenas te estás dando cuenta? La palabra idiota es poco para él.
Dejando a un lado todo lo de anoche, la conversación dio por terminada. Se
despidió deseándome suerte sobre la salida con Frank.
Para distraerme tomé una barra de granola de la despensa y me senté en la silla.
Pasaron unos cuantos minutos cuando vi a través de la ventana de la cocina como
la suburban roja se estacionaba en la acera. Me levanté de mi lugar depositando el
paquete de granola vacía en la basura.
Me acerqué a la ventana para asegurarme que Frank trajera mi bolso. Las malditas
persianas semi abiertas impedían que viera con claridad. Cuando menos pensé
escuché la puerta de la entrada abrirse. Me incorporé en mi asiento rápidamente
tratando de estar entretenida con el frutero que estaba en medio de la mesa. Frank
al percatarse que me encontraba en la cocina, entró en ella con expresión seria y
ambas manos detrás de su espalda.
― ¿Lo recuperaste? ―pregunté emocionada.
― ¿Tú que crees? ―dijo mostrando una ligera sonrisa.
―Frank, no tengo tiempo para juegos mentales, ¿lo traes o no? ―dije
levantándome de la silla poniéndome frente a él.
―Sí, lo tengo ―sonrió maliciosamente.
― ¿Y qué esperas? Dámelo ―estiré mi brazo.
― ¿Exactamente qué quieres que te dé?
Como siempre, decía las cosas en doble sentido.
―No seas un pervertido, devuélveme el bolso ―me quejé ignorando mi rubor en
mis mejillas.
―Con una condición ―propuso y rodeé los ojos.
―Frank, no empieces... ―dije amargamente.
―Será fácil y rápido ―comentó sonriendo.
― ¿Qué? ―pregunté, cruzándome de brazos.
Giró su cabeza a la derecha dejándome ver su perfecto perfil. Seguí su mirada y
estaba viendo, ¿la estufa?
―No entiendo ―dije confundida.
―Un beso en la mejilla ―respondió.
Mis ojos hicieron un gesto de sorpresa. No era una condición tan difícil y aterradora,
pero, ¿un beso en la mejilla? ¿Y si vuelve su cabeza hacia a mí y beso sus labios?
Oh no. Una parte de mí brincaba por hacerlo mientras que la otra me decía que no.
― ¿Y bien? ―habló, despejando mis pensamientos.
― ¿Qué si no lo hago? ―lo reté.
Me miró nuevamente con el ceño fruncido.
―No te lo regresaré y sabes bien que no estoy bromeando ―contestó con voz
ronca.
Después de todo no es un servicial como había pensado. Siempre tiene que
encontrar la manera de cobrarme los favores. Pero todo sea por tener el celular en
mi poder.
―Está bien ―dije con nerviosismo.
Sonriendo puso su cabeza de lado dejándome a la vista parte de su contorneada
mandíbula y su tersa mejilla. Su perfil es malditamente perfecto.
―Estoy esperando ―avisó cuando notó que no me movía.
Pasando saliva y suspirando profundamente me incliné hacia a él. De la forma más
rápida que pude, besé su mejilla. Realmente mis labios muy apenas rozaron con su
piel. No pasó ni dos segundos cuando me alejé.
―Eso no fue un beso apropiado en la mejilla. Ni siquiera sentí tus labios ―se quejó.
―Sí, lo hice. Fue rápido como habías dicho ―me defendí―. Ahora regrésame mi
bolso.
―No, hasta que lo hagas bien. Deja pasar por lo menos cinco segundos ―replicó
molesto. Cuando volvió su cabeza a la derecha supe que tenía que terminar con
esto de una vez. Luego de dudar un poco y morder mi labio interior me incliné
nuevamente y presioné mis labios en su mejilla.
Al principio mi cuerpo se tensó al pensar que podría volverse hacia a mí para que
nuestros labios chocaran. Pero no sucedió. La textura que transmitía su mejilla a
mis labios fue extraña. Calambres aparecieron en mi estómago cuando sentí el
tacto.
Contando los segundos miré por el rabillo del ojo y vi que los ojos de Frank estaban
cerrados. Sus largas pestañas oscuras se movían ligeramente. Su rostro se suavizo
como si se estuviera relajando. Cuando me alejé dejó salir un suspiró a la vez que
sus parpados se abrían dejando a la vista sus hermosos ojos brillantes color
chocolate.
― ¿Contento? ―dije recuperando el aliento.
―Satisfecho ―respondió mirándome con una cálida sonrisa.
Una de sus manos que se encontraban detrás de su espalda apareció al frente de
mí. La palma de su mano sujetaba mi diminuto bolso. En ese instante sentí como si
una canción de aleluya sonara en el momento. Lo tomé buscando
desesperadamente mi celular. Y ahí estaba, mi preciado y gran tesoro.
Lo sujeté con las dos manos y lo presioné en mi pecho. Muy dramática, lo sé. Mi
vista bajo a la mano de Frank. Sus nudillos estaban de color rojizo y un poco de
sangre en ellos.
― ¿Qué te pasó? ―pregunté asustada señalando su mano.
Cerrándolo en un puño, bajó su mano a su costado.
―Nada interesante ―contestó encogiéndose de hombros.
Mi mente rápidamente imaginó su puño golpeando la mandíbula de Fernando. Eso
era lo que no quería que pasara. Por lo que veo Frank no es una persona paciente.
― ¿Lo golpeaste?
― ¿A Fernando? Ganas no me faltaron, pero no. No lo golpeé ―contestó
mirándose sus nudillos.
―Entonces, ¿qué te paso? ―insistí con preocupación.
Luego de dudar un momento me miró.
―Rompí el vidrio de su auto ―dijo sonriendo de una forma sexy.
Me contuve a no soltarme a carcajadas. ¿Qué clase de persona hace ese tipo de
locura? Oh sí, Frank.
― ¿Estás loco? Te dije que trataras de ser amable no que fueras directamente a
dañar su Mustang.
―Fui amable, no quería devolverlo y me cerró la puerta en la cara ―aclaró
mientras fruncía el ceño.
Imaginarme la cara de Frank en ese momento hizo que una risita se escapara de mi
boca.
―No es gracioso ―dijo alzando las cejas.
Apreté mis labios para controlar la risa. Ahora ya tengo la idea perfecta para hacerlo
enojar algún día, cerrándole la puerta en la cara.
―Te va a matar cuando se dé cuenta lo que hiciste ―lo asusté negando la cabeza.
Lo que siempre supe es que Fernando es demasiado protector con su auto. Lo trata
como si fuera su bebé. Me atrevo a decir que no puede vivir sin su Mustang.
―Es probable que ya se haya dado cuenta y para que te quedes tranquila, no me
asusta ―comentó muy seguro de sí mismo.
―Suerte con eso ―dije golpeando suavemente su hombro. Esquivándolo caminé
hasta la puerta de la cocina y me giré.
―Uhm gracias ―agradecí levantando el celular.
―De nada...oye ―me detuve cuando estaba a punto de salir y me volví hacia a
él―. Nos vamos a las siete.
― ¿A dónde iremos? ―pregunté.
―Ya lo verás y si fuera tú llevaría traje de baño debajo de lo que te vayas a poner
―avisó sonriendo de lado.
Sintiendo mis mejillas ruborizarse subí hasta a mi habitación. ¿Traje de baño? Ni
loca pienso andar por ahí en bikini frente a él. Es más que seguro que vayamos a
alguna playa.
Imaginarme con poca ropa y a Frank con solo un short mostrando su torso a todo
mundo hace que me ponga nerviosa.
¿Cómo voy a poder controlarme? Sólo espero que mi mente no se distraiga
mirando su abdomen. Cualquier cosa puede ocurrir después.

Capítulo 23.
¿Sólo tú y yo?
Durante la tarde mi mamá y Melina por fin aparecieron en la casa. Mientras los
cuatro comíamos platicó sobre lo bien que se estaba recuperando la tía Helen de su
depresión y tratando de no recaer. La conversación se fue extendiendo hasta que
me preguntó sobre cómo me había ido en la salida de ayer, me limité en decirle que
estuvo bien.
Frank me miraba de reojo, sabía que no la habíamos pasado nada bien. Pero no
interrumpió diciendo tonterías o contradiciéndome. De hecho, él también fue
interrogado por Melina. Logró decir que era la última vez que salía con Daniela. Y
por alguna inexplicable razón me alegró su comentario.
Antes de haber terminado nuestra merienda le avisé a mi mamá que saldría dentro
de unas horas con Frank. No protestó ni se quejó, al contrario, dijo que era buena
idea de que fuéramos a la playa. Su forma de actuar me pareció un poco extraña.
Es como si guardara algún secreto. Melina a su vez, no comentó nada al respecto.
Pero si noté como le mandaba miradas de advertencia a Frank.
Luego de haberme dado una ducha y haber depilado las zonas elementales,
busqué entre los cajones algún traje de baño adecuado. Rara vez íbamos a la playa
por lo que no tenía muchas opciones en elegir, sólo tenía dos cambios. Uno de ellos
me quedaba chico así que dadas las circunstancias tuve que ponerme el otro color
azul cielo. Era realmente sencillo. La parte de arriba no estaba tan expuesto. Los
tirantes se sujetaban por el cuello con firmeza. La parte del bikini estaba para mi
sorpresa, cómodo. No era una de esas prendas que hace que se te vea todo el
trasero.
Mientras me vestía no estaba segura si usarlo. No es que tenga miedo de mostrar
mi abdomen ya que realmente no estaba tan mal, pero andar por ahí en traje de
baño es como estar prácticamente en ropa interior.
Dejando de autocriticarme terminé de ponerme un mini short de mezclilla junto con
una blusa holgada del mismo color del traje de baño. Luego de que me maquillé lo
más poco posible y con solo una capa de rímel en mis pestañas arreglé mi cabello
con una trenza común. En mi bolso guardé mi celular, las llaves de la casa y unas
cuantas cosas innecesarias. Poniéndomela en mi hombro fui hasta el baño para
tomar la toalla de baño. Terminé de arreglarme deslizando mis pies en unas
sandalias blancas.
Justo antes de salir de mi habitación mi celular sonó una vez. Viendo la pantalla me
percaté que era una llamada perdida de Frank. Rodando los ojos guardé
nuevamente el celular. ¿Qué necesidad de llamarme si estamos en la misma casa?
Al abrir la puerta de mi habitación solté un grito al ver a Frank a unos centímetros de
mi cara esperándome.
― ¿Tan feo estoy? ―preguntó, arqueando las cejas.
―Me asustaste ―respondí, llevando mi mano a mi pecho.
De la forma más rápida lo observé disimuladamente. De arriba hacia abajo.
Comenzamos con su cabello castaño totalmente alborotado dándole un aspecto
rebelde y sexy. Una playera blanca con una leyenda desconocida en el centro. Un
short negro que le llegaba un poco debajo de las rodillas y unos vans negros.
Esos brazos santo dios. Esas piernas tupidas de vellos hacen que se vean salvajes,
grr.
Volví a subir mi vista hacia sus ojos y estaba mirándome.
― ¿Quieres que me dé la vuelta para que observes mejor? ―se burló sonriendo.
Diablos, disimulaste muy mal Alexa.
Estúpida
Ignorando el calor esparciéndose por mis mejillas salí de la habitación cerrando la
puerta detrás de mí.
― ¿Ya nos vamos? ―pregunté nerviosa.
Me observó una vez más entrecerrando sus ojos.
―Bien, vámonos ―sacó las llaves de su bolsillo y comenzamos a bajar las
escaleras.
En la sala se encontraba Melina organizando unos papeles mientras que mi mamá
hablaba por teléfono.
―Es tu papá ―dijo Melina cuando le pregunté con quién hablaba.
La semana había pasado tan rápido. Mañana lunes papá estará de regreso de su
viaje. Estoy feliz de volverlo a ver, pero otra parte de mí esta consiente de que
estaré limitada en las próximas salidas. Gracias al cielo que no estaba presente el
día en el que Frank casi golpeaba a Fernando afuera de mi casa.
Despidiéndome de ambas con señas salimos de la casa y nos adentramos en la
camioneta. La playa se encontraba a la orilla de la ciudad. Pero con Frank
conduciendo a toda velocidad llegaremos en menos de media hora.

Mirando a través de la ventana divisé la gran playa. La gente paseaba por la arena
y otros disfrutaban del mar. Familias, parejas, amigos y uno que otro solitario se
encontraba en el lugar. Mi vista dejó de ver cuando la camioneta seguía su camino
lineal.
― ¿A dónde vas? Allá está la playa ―dije señalando hacia atrás.
―Lo sé ―contestó sin dejar de ver al frente.
El miedo recorrió mi sistema. Me imaginé mi cuerpo tirado en algún terreno baldío.
―Frank, ¿a dónde me llevas? ―pregunté con pánico.
Giró su cabeza hacia a mí estudiándome por unos momentos para después reír.
―Alexa, no voy a secuestrarte o asesinarte ―expresó despreocupado.
Bien, tal vez estoy siendo demasiado extremosa y paranoica. Estaba por volver a
insistir cuando la camioneta se adentró a un camino rocoso.
Al detenerse bajé de la suburban sin protestar. Caminé unos metros abrazándome a
mí misma. Mi mandíbula casi cae al suelo al ver el paisaje que estaba
presenciando. Estábamos en una playa, vacía. Totalmente desierta. Pero no fue
eso lo que me impresionó sino el hermoso atardecer que estaba formándose. El
sonido de las gaviotas completaba el panorama. Una fresca y limpia brisa recorría
mi cuerpo.
Giré sobre mis talones viendo a Frank recargado en la parte delantera de la
camioneta cruzado de brazos observándome con intensa seriedad.
―Te dije que solo estaríamos tú y yo.

Capítulo 24.
Mariposas en el estómago
Nos encontrábamos sentados sobre la arena observando el hermoso ocaso. El
paisaje era realmente hermoso. Como si una fotografía irreal hubiera sido plasmada
en este lugar.
―Y para todo esto, ¿por qué golpeaste a Daniela? ―preguntó sin dejar de mirar el
océano.
―Estaba hablando de mí con sus amigas ―expresé con amargura.
Recordar lo que dijo hacía que se me revolviera el estómago.
― ¿Sobre qué? ―giró su cabeza y me miró.
―Dijo que era una puta que aparentaba ser virgen ―comenté.
―Esa chica está loca, la puta es ella ―gruñó.
―Lo sé, ¿cómo se atrevió hablar así de mí siendo que ella terminó acostándose
con Fernando? ―expliqué furiosa―. Lo único cierto que dijo es que aún soy virgen.
Las últimas palabras salieron de golpe y me puse la mano en la boca tratando de no
decir más cosas que son innecesarias. Vi a Frank y sus cejas estaban alzadas. Mis
mejillas comenzaron a arder cuando las comisuras de sus labios mostraban una
sonrisa. Ese dato personal no debió haberlo escuchado.
No es que sea un pecado ser virgen a los dieciocho. Pero tampoco es un gran
orgullo. Das a entender que eres una solitaria de la cual nadie a tocado. Es algo
vergonzoso.
―Es bueno saberlo ―comentó estudiándome de arriba a abajo rápidamente.
Para romper esta pequeña situación embarazosa me levanté caminando hasta la
orilla. Retiré mis sandalias y coloqué mis pies a la altura en donde el agua llegaba y
se iba. La brisa golpeaba suavemente mi cuerpo. El ligero viento provocaba que
algunos mechones de mi trenza salieran de su lugar.
Sentí a Frank a mi lado, pero mi mirada estaba perdiéndose en la bella vista que
tenía enfrente.
―No tiene nada de malo, ¿sabes? ―dijo mientras escondía sus manos en los
bolsillos delanteros de su short.
― ¿El qué? ―pregunté con nerviosismo.
―Que seas virgen ―lo miré y estaba observándome con seriedad.
―Puedes burlarte si quieres ―dije volviendo la vista al océano.
―No lo haré ―se acercó hasta que su estrecho hombro chocó con el mío.
Luego de habernos quedado en silencio mientras veíamos el atardecer, Frank se
alejó un poco.
― ¿Llevas traje de baño? ―preguntó señalando mi atuendo.
―Sí, pero no creo que vaya a meterme al agua. Está empezando a anochecer
―dije abrazándome a mí misma.
No escuché su respuesta. Volví mi cabeza hacia donde se encontraba. Vi como
tomaba la parte en donde terminaba su camiseta y comenzó a deslizarla hacia
arriba hasta que la retiró por completo.
Santa maría, José y todos los ángeles. Necesito agua fría AHORA antes de que mi
cara arda en llamas. Su abdomen dios santo. Sus formados y contorneados
cuadritos. Su torso debería ser ilegal por ser tan perfecto.
Oh dios...Esas ligeras líneas que forman un camino hasta su aparato reproductor
masculino.
Sin esperarme se adentró al mar. Me sentía una estúpida de pie sin hacer nada. Mi
mente estaba procesando lo que estaba viendo.
Luego de unos segundos salió a la superficie. El agua le llegaba a la altura de sus
hombros impidiéndome la vista de su pecho desnudo.
― ¿Piensas quedarte ahí? ―preguntó mientras se pasaba la mano por su cabello
mojado.
Tenía dos opciones. Una, quedarme ahí como tonta y dos, quitarme la ropa hasta
quedar en bikini y entrar al mar.
Tratando de mantenerme segura de mi misma y sin nervios comencé a quitarme la
blusa. Solté mi cabello hasta que cayó libremente por mis hombros. Creyendo que
era suficiente caminé hasta el agua azulada.
―Te falta algo ―avisó Frank señalando el short.
Genial. Por un momento pensé que no se daría cuenta. De forma rápida deslicé mi
short hacia abajo hasta que estuvo fuera de mis pies. Me sentía desnuda y cohibida
por la mirada que Frank mantenía.
Entré al océano, y me estremecí un poco cuando comencé a mojarme. Hundí la
cabeza para completar el proceso. Una vez en el exterior peiné con mis dedos mi
cabello húmedo mientras Frank nadaba ágilmente hacia mi dirección.
Las próximas horas fueron relajantes. Frank me retó una carrera de natación de un
punto a otro. Obviamente yo ganaba. O tal vez él me dejaba ganar. Lo importante
es que me divertí como nunca. Nadamos, exploramos el interior del mar, nos
aventábamos agua el uno al otro sin parar.
Cuando menos pensé había anochecido. Me encontraba sentaba encima de la parte
delantera de la suburban con mi toalla cubriendo mi cuerpo. Frank estaba a mi lado
de pie con su toalla rodeando su espalda.
― ¿Quieres ir a cenar?
―Si no es mucho pedir ―dije sonriendo.
Rió volviendo su vista al frente. Suspiré al ver el cielo oscuro adornado con estrellas
brillantes. La única luz que nos acompañaba era la de la luna. Este día fue genial a
comparación de la de ayer. Aquí Frank y yo olvidamos nuestras diferencias. Solo
nos divertimos de una manera sana. Sin alcohol o sustancias extrañas que dan en
las fiestas. Momentos como este son sagrados. No me sentía triste o deprimida por
Fernando, me sentía libre y cómoda a lado de Frank.
―Gracias ―susurré―. Por todo.
Me miró recorriendo mi rostro.
―No te he dado todo ―comentó divertido.
―Sabes a lo que me refiero ―protesté mientras me acurrucaba en mi toalla.
― ¿Tienes frío? ―se puso delante de mí colocando sus manos sobre mis hombros.
―Sólo un poco ―expresé con una mueca.
Observé como se quitaba su toalla y la colocó a mí alrededor de una manera
delicada. Acercándose terminó de rodear la toalla. Levanté mi vista para
encontrarme con su mirada. Sus ojos cafés brillaban de una manera hermosa y
única. Por unos momentos nos quedamos viendo el uno al otro.
Su mirada viajó hasta mis labios y comenzó a acercarse. Olvidando todo a mí
alrededor. Cerré la distancia de nuestros rostros. Nuestras respiraciones se
combinaron al momento que su nariz tocó la mía. Su mano sujetó mi barbilla y me
besó. Mis labios se abrieron lentamente para él. El beso fue dulce y tierno. El frío
desapareció cuando sentí su cuerpo cerca del mío derrochando un calor exquisito.
Mis manos soltaron la toalla haciendo que esta cayera a la arena. Mis brazos
rodearon su cuello a la vez que lo atraía hacia a mí con fuerza. Una de sus manos
viajó hasta mi espalda baja haciendo que mis hormonas despertaran por su tacto.
Mis piernas de manera involuntaria se cerraron en su cintura para evitar que se
alejara. Sensaciones cruzaron por mi piel al sentir la textura de sus labios.
Succionaba mis labios con un toque de desesperación y deseo. Mi corazón
comenzaba a latir con fuerza cada vez que su mano recorría mi espalda de una
manera suave.
Conforme avanzaba el momento, el beso se profundizó. Un gruñido ronco y sexy
salía de su garganta cada vez que su lengua se adentraba en mi boca.
Sus labios viajaron hasta mi cuello depositando besos suaves y húmedos. Solté un
leve gemido cuando sus labios subieron hasta mi oreja mordiendo el lóbulo de esta.
―Me gustas ―susurró en mi oído.
Capítulo 25.
Juntos
Una corriente eléctrica traspasó mis sentidos llegando hasta los huesos. Sentí como
mi respiración se detenía la vez que mi mente absorbía sus palabras como una
esponja. ¿Es esto real? ¿Estaba escuchando correctamente? Frank me miró
fijamente examinando mi reacción. Y aunque no podía verme a mí misma estoy
segura que me veía sorprendida.
― ¿En qué piensas? ―preguntó mientras su acariciaba mi mejilla con sus nudillos.
No sabía exactamente en qué pensar. Sé que me gusta Frank y me atrae de una
manera inexplicable. Pero no sabía cómo actuar en ese momento.
― ¿Qué fue lo que me dijiste? ―dije nerviosa.
Tenía que asegurarme que no había escuchado mal. Sonrió cálidamente mientras
levantaba mi barbilla para que mis ojos estuvieran a su altura.
―Me gustas mucho, Alexa ―volvió a decir.
Entonces no era mi imaginación. Realmente está admitiendo que le gusto. Una
sensación de felicidad se expandió dentro de mí al ver su rostro relajado. Sus
palabras salieron de su boca con sinceridad haciendo que se me acelerara el
corazón.
―También me gustas, Frank ―dije, ignorando cualquier nervio que se presentaba
en mi mente.
Un alivio inmenso se cruzó en sus ojos al escucharme. Sonriendo satisfecho me
volvió a besar. La misma calidez y ternura se sintió al probar sus labios de nuevo.
Creo que no es necesario tener que explicar demasiado. El beso fue la forma más
apta para demostrar lo que sentimos el uno por el otro.
Cuando nuestras miradas se encontraron todo lo que se encontraba alrededor no
importaba. En este momento sólo éramos él y yo. Tendría que estar preocupada
para lo que podría ocurrir después. Pero estando a su lado es como si cualquier
cosa ya sea buena o mala, valdría la pena siempre y cuando él estuviera presente.
Luego que ambos nos secamos y nos pusimos la ropa, nos quedamos un rato más
observando el mar acompañado del cielo oscuro y escuchando el movimiento de las
suaves olas.
Frank se encontraba detrás de mí con sus brazos rodeando mi cintura y su barbilla
recargada en mi hombro izquierdo. Tanto sus manos como las mías se encontraban
entrelazadas descansando en mi estómago.
No hay cosa más maravillosa y bella que sentir su cuerpo recargado en mi espalda.
La calidez de su cuerpo me relajaba. Me sentía segura y protegida.
―Es hermoso, ¿no crees? ―comenté mientras las olas chocaban entre sí
formando ondas perfectas.
―Más hermosa eres tú ―susurró a la vez que me besaba dulcemente debajo de mi
oído haciendo que mi cabeza se inclinara.
El movimiento de sus brazos hizo que me girara hasta quedar frente a él. Coloqué
mis manos en su pecho mientras que sus manos rodeaban mi espalda baja.
Nuestros cuerpos, desde la parte del ombligo hasta los pies estaban conectados.
Sentía mi vientre tensarse por su tacto.
―Siempre esperé este momento ―dijo mientras sus pulgares formaban círculos en
mi cintura.
Y para ser honesta, yo también. Por más que tratáramos de evadirnos y aparentar
que no me importara siempre quise estar tan cerca de él como lo estoy en este
momento.
―Imagino que ya lo tenías planeado ―expresé a la vez que mis dedos jugueteaban
con su playera.
―No del todo, simplemente pensé que era necesario que lo supieras ―sus ojos
avellana atravesaban mis pupilas intensamente.
― ¿Qué pasará con nosotros? ―pregunté en voz baja.
Todo estaba bien hasta este punto. Pero no podíamos solo dejarnos llevar por la
situación calmada y romántica. Están mis padres, Melina, la universidad. Varios
factores que de lejos no parecen de mucha importancia. Mi padre, él llega mañana
a casa y si decidimos decirle sobre lo "nuestro" las cosas se pondrían mal o tal vez
no. Todo es cuestión de arriesgarse.
―No soy bueno para esto ―replicó haciendo a un lado un mechón de mi cara―.
Para ser sincero, no he tenido una relación seria desde hace tiempo.
Claro, lo que imaginé. Intenté alejarme para prepararme a su rechazo, pero él me
sujetó trayéndome de vuelta hacia su cuerpo.
―Pero quiero intentarlo ―su mirada mostraba compromiso a cambiar respecto a
eso.
― ¿De verdad? ―en mis adentros me sentía emocionada por comenzar una
relación con él.
―Quiero que me enseñes a ser mejor persona.
Dicho esto, me abrazó con una ternura enorme. Aspiré su aroma masculino
mientras escondía mi cara en su cuello. Este era un Frank completamente sensible
y dulce. Sé que su actitud estúpida y burlona sigue en su personalidad. Pero es lo
que lo hace perfecto para mí.
―Te ayudaré en eso si dejas de ser un idiota y pervertido ―advertí cuando nos
encontrábamos frente a frente.
Me miró por unos segundos luego sonrió dejando salir un risa profunda y ronca.
―No cambiaré respecto a eso ―respondió alzando sus tupidas cejas.
Asintiendo nos abrazamos de nuevo. Los siguientes minutos fueron de suaves
besos, comentarios estúpidos, risas y mimos.
―Necesitamos irnos ―dije casi adivinando que era la hora de regresar a casa.
― ¿A dónde quieres ir exactamente? ―propuso con voz sexy.
―Frank ―exclamé golpeando su hombro recibiendo a cambio un beso en mi mejilla
Tomados de las manos me acompañó a mi lado de la camioneta.
Ya que era tarde, decidimos saltear la parte de la cena e ir directo a casa.
En cuestión de segundos la suburban se deslizaba por la carretera. Una de sus
manos se mantuvo entrelazada con la mía durante todo el camino. Nos mirábamos
de reojo y reíamos. No era incomodo, más bien extraño. Pero de buena manera.
Nos fuimos de casa como personas normales y regresábamos como pareja.
Llegando a la casa verifiqué la hora de mi celular. Las doce y media de la
madrugada. Vaya el tiempo se va volando cuando no prestas atención. Como
siempre, Frank abrió mi puerta amablemente y caminamos juntos al interior de la
casa. En el trayecto hacia aquí, ambos decidimos no contar nada hasta tener claro
si realmente esto es lo que queremos. Es un gran riesgo, pero para eso es la vida.
La casa estaba silenciosa, a estas horas mi madre como Melina deben estar
dormidas. Subimos las escaleras en silencio llegando al pasillo en donde se
encontraban nuestras recámaras. Frank me siguió y nos detuvimos en mi puerta.
Justo después de darle las gracias por la salida me besó. No fue un
beso apresurado o de lujuria. Fue tierno y suave, como el que me dio al principio.
Tuve que colocar mi mano en su pecho para alejarlo levemente.
―Nos vemos mañana ―dije acariciando su mejilla.
―Descansa ―sonriendo me dio un beso rápido y se dirigió a su habitación.
Con mis mejillas acaloradas entré a la mía. Cuando cerré la puerta un largo suspiro
salió de mi garganta. Ese momento fue mágico. Si pudiera lo repetiría siempre que
quisiera. Cosquilleos en mi estómago aparecieron al recordar sus besos y caricias.
Luego de ponerme el pijama me dejé caer sobre la cama con una sonrisa estúpida
en mis labios. Recostándome de lado me puse a pensar en él. El celular comenzó a
vibrar cuando estaba por cerrar los ojos. Lo tomé de la mesita abriendo el mensaje:
De: Fernando
Para: Alexa
"Necesitamos hablar"

Sin pensarlo eliminé su mensaje y su número. Él no merece segundas


oportunidades. Los recuerdos de nuestra corta relación comenzaron a surgir. Negué
con la cabeza para despejarlo y borrarlos de mente.
Ahora formaba parte del pasado y no hay que dar vuelta atrás.
Tomando una respiración profunda me recosté de nuevo.
No pasó mucho cuando el celular vibró por segunda ocasión, otro mensaje. Estuve
a punto de eliminarlo, pero me detuve que no era de Fernando

"Gracias por aceptar ser mi novia. Buenas noches."


De: Frank
Recordé que no me propuso directamente que fuera su novia, pero su mensaje
confirmó mis dudas. Es oficial. Frank es mi novio.

Capítulo
26. Reunión matutina
Narra Frank

Tal vez sea un cursi, pero la palabra feliz no logra acercarse a mi estado de ánimo.
Alexa es mi novia. Diablos, es extraño para mí llamarla exactamente "novia". Esa
palabra no se encontraba en mi vocabulario hasta ahora.
La última relación aparentemente seria la tuve en la secundaria. Una relación de
niñatos sin sentido. El tipo de relaciones que mantenía mientras estaba en la
universidad era por necesidad.
Ya saben, acostarme con una que otra chica loca solo para satisfacer mi apetito
sexual, pero hasta ahí. Placer sin compromiso y sin sentimiento alguno.
Ahora que mi mente se encuentra enfocada en ella, todo aquello que disfruté en ese
momento de lujuria se ha esfumado. Quiero ser todo para ella como ella lo es todo
para mí. Cada vez me sorprendo por la forma en la que pienso. Pero con solo
pensar en Alexa provoca que mi cerebro se renueve e intente sacar lo mejor de mí
a pesar de las estupideces que suelo decir.
Por otra parte, una cosa circulaba por mi cabeza. Aun no comprendo como una
chica tan hermosa e inteligente como Alexa sea virgen. Es difícil encontrar a alguien
como ella en estos tiempos.
Ahora más que nunca me siento agradecido de tener un poco más de derecho con
respecto a protegerla. Si tan solo ella le hubiera seguido el juego a Fernando, ya
estaría lamentándose por haber perdido su inocencia con alguien que no vale ni un
centavo. Todos esos pensamientos pasaban por mi mente mientras terminaba de
ducharme. Por extraño que parezca aún sentía la textura de sus labios en los míos.
Como si la huella del beso estuviera sellada en mi boca para jamás borrarse. Algo
estúpido y cursi pero así me sentía, maldita sea.
Y como olvidar la imagen de Alexa en ese traje de baño color azul como el cielo.
Las ganas de recorrer cada centímetro de su cuerpo invadieron mi mente. Pero el
deseo se fue cuando comenzamos a divertirnos sanamente. Hasta que la besé.
Perdí el control en ese instante, cada vez que me adentraba a su boca sabía que
era el momento justo para decirle que me atraía y estaría dispuesto a tener un
noviazgo formal siempre y cuando ella estuviera de acuerdo. Ya imaginaran mi
alivio y alegría cuando aceptó intentarlo.
Aún era temprano, cerca de las nueve de la mañana. Unos ruidos en la cocina se
lograban escuchar. Me detuve mientras me colocaba la camiseta. La dulce voz de
Alexa resonaba en mis oídos haciendo que mi respiración se agitara sin permiso.
Ella se encontraba despierta preparando lo que sea que fuera en la cocina.
Sonreí en el momento en el que escuché su risa. Continué de terminar de vestirme
diciéndome a mí mismo que calmara mis sentidos.
El Sr. Owens no tarda en llegar de su viaje y dado que no íbamos a decirle nada a
nadie sobre nuestro pequeño romance tengo que mantenerme tranquilo y seguro.
Así que mientras estemos desayunando tendré que evitar mirar demasiado a Alexa
e intentar hacer alguna tontería que ponga en descubierto nuestro piadoso secreto.

Narra Alexa.
Me encontraba en la cocina junto con mi mamá y Melina mientras terminábamos de
preparar hotcakes. Estaba feliz por varias cosas. El regreso de mi padre y el hecho
de que Frank era mi novio. Las mariposas en mi estómago han estado
constantemente al acecho desde el día de ayer.
Me sentía tranquila y desestresada. Melina nos platicaba sobre una confusión de
nombres que tuvo con una de sus clientas. Y por más que trataba de guardar
compostura no pude contenerme. Su situación que me pareció graciosa causó que
me partiera de risa al igual que a mi mamá. Y aunque las tres reíamos al mismo
tiempo, mi carcajada era demasiado fuerte que sobresalía del compás.
No dudaba que se escuchara por toda la casa. Los vecinos estarían pensando que
soy una loca por reír constantemente tan temprano. Luego de que las
conversaciones se volvieron tranquilas pude enfocarme en terminar de preparar el
desayuno. Mi mamá me había avisado que mi papá estaría antes de las diez de la
mañana en casa por lo que decidimos darle la bienvenida con un rico desayuno.
Me había duchado y vestido decentemente para la ocasión. Unos jeans negros
ajustados, converse blancas y una blusa a juego. Dejé mi cabello húmedo suelto,
pero cuando comenzó a secarse noté como se esponjaba como si me hubiera
explotado algo en la cara, así al final opté hacerme una coleta alta con una trenza
francesa.
Y aquí me tienen, colocando los últimos hotcakes junto con los demás en el enorme
plato que se encontraba en la mesa.
―Muy bien, iré a quitarme estos tubos de la cabeza ―avisó mi mamá saliendo
rápidamente de la cocina.
Sí, mamá todavía arreglaba su cabello a la antigua.
―Se nota que Rebecca está feliz por el regreso de tu papá ―comentó Melina a la
vez que acomodaba varios platos con sus cubiertos en la mesa.
―Lo está. Ha estado acostumbrada con su presencia todo el tiempo y estar sin él
por una semana debió haber sido una eternidad.
Mis padres siempre han sido muy unidos. Y como ambos trabajan en la misma
compañía, pero con oficios diferentes se acostumbraron a verse todos los días tanto
en la casa como en la oficina. Así que logro comprender su emoción de su llegada.
Yo en cambio no estoy tan entusiasmada, digo, obviamente estoy feliz de volverlo a
ver, pero sinceramente me adapté en que la mayoría de las veces se iba de viaje
por varios días. Así que su ausencia no era una gran sorpresa para mí.
― ¿Cómo te fue con Frank anoche? ―preguntó curiosa.
Mi mente se trasladó hasta ayer recordando todo lo sucedido. Una sonrisa se
plasmó en mis labios al recordar que somos más que amigos.
― ¿Tan bien te fue? ―insistió con sorpresa al verme sonreír como estúpida.
―Me la pasé genial ―respondí mientras colocaba vasos de vidrio sobre la mesa.
― ¿Ya te dijo lo que siente por ti?
La miré boquiabierta ¿Cómo lo sabía? Oh esperen... ¿Todo este tiempo supo que
Frank quería decirme que le gustaba? Claro, recuerdo que hubo varias veces en
que Melina trató de hacérmelo saber.
― ¿Cómo lo sabe? ―pregunté guardando mi nerviosismo.
―Vamos, Alexa, sé que ya soy mayor pero todavía me acuerdo en cómo actúan
dos personas que se gustan ―sonrió guiñándome un ojo.
Bien, por lo menos ya sospecha lo que pasó. Espero que no se los cuente a mis
padres. No quisiera tener que convencerlos que lo nuestro sucedió de manera
imprevista.
―No diré nada ―terminó diciendo cuando notó mi preocupación.
Respondí con una sonrisa nerviosa justo antes que mi mamá regresara con su
cabello arreglado en ligeras ondas y maquillada de forma elegante.
―Me mandó un mensaje diciendo que le falta unas calles para llegar ―dijo
moviéndose por la cocina, checando que todo estuviera en su lugar.
En menos de treinta minutos mi padre ya se encontraba en casa. Mi mamá
obviamente fue la primera en recibirlo con un intenso abrazo y un beso tierno. La
siguiente fui yo abrazándolo como la vez que me despedí de él.
―Me alegro que no te hayas metido en problemas ―me dijo apretando suavemente
mi mejilla.
Melina se dispuso a recibirlo cordialmente con un saludo de mano y palabras de
bienvenida.
Mientras veía a mi papá platicar con mi mama di un paso hacia atrás por inercia.
Cuando siento que mi cuerpo choco con el de alguien. Miró sobre mi hombro y
Frank me alienta con una sonrisa dulce a la vez que sus manos se colocan sobre
mis hombros.
―Cuidado, no te vayas a caer ―me dice mientras se pone a mi lado.
Imaginaba encontrármelo en pijama, pero su cabello castaño húmedo brillaba con
destello. Llevaba una camiseta negra con la leyenda de The Beatles en el centro.
Unos vaqueros desgastados y unos converse negros. Un enorme reloj a juego
adornaba su muñeca hecho a la medida.
¿Qué hice para merecer a alguien tan atractivo?
Se acercó a mi padre para estrecharle la mano junto con un abrazo de hombres.
Luego de haberlo felicitado por los comentarios positivos acerca de su proyecto,
entramos a la cocina. Cada quién tomó su respectivo asiento para después
comenzar a desayunar en familia los deliciosos hotcakes acompañados con leche
que las tres damas preparamos.
Mientras mi padre mantenía una conversación con Melina y mi mamá. Frank, que
se encontraba enfrente de mí se dispuso a enviarme miradas juguetonas.
Y como siempre, el resultado era que mis mejillas enrojecieran. Pero esta vez no
me sentía incomoda o fuera de lugar, al contrario, me sentía halagada. Melina nos
llegó a mirar de reojo, pero no decía nada. Nos dedicaba una media sonrisa y
continuaba su atención a la conversación de mis padres.

***
Mis padres salieron de casa luego de haber terminado de desayunar. Y aunque mi
papá ya se encontraba de vuelta no significaba que era para descansar. Uno de sus
amigos de trabajo lo llamó para terminar unos trámites de papeleo de la oficina. Y
como mi mamá iba hacia la misma dirección, se fueron juntos.

Melina se encontraba en alguna parte de la casa, probablemente en su recámara


organizando los catálogos que tiene que entregar. Cuando acabó el desayuno,
todos se dispersaron. Me había quedado a recoger la mesa y para mi desgracia no
pude entablar una conversación con Frank.
Me sequé las manos una vez que terminé de lavar los platos. Limpié la mesa
rápidamente y guardé los trastes limpios en la cocineta. Mientras colocaba los
vasos en su lugar Frank entró a la cocina con ambas manos metidas en los bolsillos
mirándome con cautela.
― ¿Necesitas ayuda? ―preguntó mientras caminaba a paso lento.
―Vienes exactamente cuando terminé ―me quejé a la vez que me giraba para
mirarlo.
Me sonrió de forma maliciosa mientras se asomaba por la ventana.
―Tus padres ya se fueron ―comentó.
―Sí ―se giró mirándome de una forma tierna y a la vez sexy. Comencé a sentir
que mi cuerpo se derretía cada paso que daba hasta quedar a unos centímetros de
mí.
Nada cambiaba. La misma sensación de debilidad llegaba a mi sistema por su
cercanía.
En cuestión de segundos nuestros labios se encontraban conectados chocando
suavemente. Sus manos rodearon mi cintura mientras que las mía permanecieron
en su pecho. El beso se fue haciendo cada vez más intenso e irresistible. Nos
devorábamos con delicadeza. Ambos caminamos hacia atrás sin que nuestras
bocas se separen. Mi trasero chocó con la encimera de la cocineta impidiéndome
retroceder.
El sabor de su boca sabía a menta combinado con pasta de dientes. Mis dedos
recorrieron los músculos de sus hombros subiendo hasta su cuello finalizando entre
sus cabellos alborotados.
Una de las manos de Frank subió por mi espalda hasta llegar a mi nuca
quedándose en ese lugar para evitar que nuestros labios dejaran de hacer lo suyo
mientras que la otra recorría mi cintura y mi cadera. Jadee cuando me atrajo hacia a
él. Mi vientre se prendió al sentir su erección y su abdomen tensarse junto al mío.
―Frank, ¿Podrías llevarme a...? Oh ―ambos nos alejamos bruscamente al ver a
Melina en el umbral de la puerta con sus cejas levantadas mirándonos con
sorpresa.
Nuestras respiraciones entrecortadas nos delataban aún más provocando que me
sintiera avergonzada y tímida.
― ¿Qué necesitas, Madrina? ―preguntó Frank mirando al suelo mientras se
pasaba su pulgar por el labio inferior.
―Necesito que me lleves a entregar estos catálogos por favor ―agitó las revistas
que llevaba en la mano.
―Claro ―respondió sacando las llaves de bolsillo.
Nos miró para luego mostrar una pequeña sonrisa a la vez que salía de la cocina.
Estiré mi blusa hacia abajo al notarla un poco levantada. Fui por los platos y
comencé a colocarlos en el estante de madera mientras trataba de calmar mi pulso
cardiaco.
―Ahorita regreso ―lo escuché decir.
Asentí sin voltearlo a ver. Una de las cosas que me ponen nerviosa es que alguien
más me vea besando. No soy como las parejas que se besuquean en medio de la
calle como devoradores sin pena alguna.
―Alexa...
Inhalando profundamente lo voltee a ver encontrándomelo a la altura de la puerta
con el llavero entre sus dedos.
―Estuvo delicioso ―comentó sonriente.
―Uhm, Melina y mi mamá me ayudaron a preparar los hotcakes ―dije dando
crédito.
Sin la ayuda de ellas, el desayuno hubiera sido un desastre y al final hubiéramos
ordenado algo preparado.
Pero el ardor en mi rostro apareció al escuchar su respuesta.
―Me refería al beso ―guiñó el ojo sensualmente y salió de la cocina.

Capítulo 27.
Consecuencias

Luego de haberme quedado como idiota en la cocina por minutos, despabilé y me


dirigí a mi habitación. Mi mente se encontraba estancada en el beso de hace unos
momentos. Sonreí al recordar las raras y placenteras sensaciones cuando su boca
exploraba la mía. Esto era diferente. Con tan solo escuchar su voz o sentir sus
caricias me estremece de una manera profunda y positiva. Con cada toque me
eleva a una altura que ni yo misma puedo descifrar.
Una vez en mi recámara, tomé el celular de la comoda. Me senté en el borde de la
cama y llamé a Karina. Los siguientes minutos parecieron eternos. Luego de
haberle contado absolutamente todo, se puso a gritar de alegría y me hablaba
demasiado rápido a través del teléfono. No dejaba de felicitarme y chillar como una
fan obsesiva y diciéndome que ya era hora de que Frank admitiera su interés en mí
y que yo lo reconociera.
Le conté sobre la decisión que tomamos acerca de no contarles a mis padres sobre
lo nuestro. Aunque Melina ya confirmó su duda en el momento en que nos vio en la
cocina. Pero sinceramente no tengo problema con que lo sepa. En el fondo ella
sabe que es necesario que esperemos antes de dar a conocer nuestro noviazgo.
Terminando la conversación con Karina y quedar aturdida por sus palabras de
afecto me dispuse a escuchar música. Salí de mi habitación con los audífonos
puestos y comencé a caminar por el pasillo. Tarareaba y mis pies se movían al
ritmo de la canción mientras me dirigía a bajar las escaleras.
Cuando crucé por la habitación de Frank, mis fosas nasales aspiraron el suave
aroma de su perfume. Y a pesar de que no se encontraba en casa. El aroma
masculino estaba impregnado. El mismo perfume embriagante que percibí cuando
lo estaba besando. No me había dado cuenta que su puerta estaba abierta hasta en
este momento que me encuentro de pie a un paso de entrar a su recámara.
Como no tenía nada interesante que hacer, me adentré en su cuarto para que mi
olfato se invadiera completamente con su aroma. Todo permanecía en su lugar.
Excepto de unas cuantas carátulas de videojuegos que se encontraban regadas
disimuladamente sobre el suelo.
Mi vista recorrió cada punto de su habitación hasta que se fijó en la cama.
¿En serio Alexa? ¿De todos los muebles y objetos que se encuentran tenías que
enfocarte en la cama? Sucia y pervertida.
Me imaginé su cuerpo recostado mirándome con esa intensidad que hace que mi
sangre deje de circular por mis venas. Me imaginé estar acurrucada en su pecho
hablando por horas. Su fuerte brazo rodeando mi cintura mientras duerme.
Deja de pensar relatos de libros y sal de la habitación, ahora. ¡No tienes nada que
hacer aquí!
La música resonaba en mis oídos, pero aun así mi subconsciente me decía a gritos
que dejara de actuar como una tonta enamorada. Alejando esos pensamientos
cursis, giré sobre mis talones para regresar al pasillo. Me detuve en medio camino
al ver un peluche junto a la cama. No era un objeto sexual o algo por el estilo.
Acercándome con cautela me di cuenta que era mi peluche. El unicornio que había
ganado en el parque de diversiones. Recordé que esa noche fue interrumpida
cuando Fernando se encontraba afuera de mi casa.
Había olvidado por completo mi premio desde ese día. Pero él lo conservó. Me sentí
un poco ofendida porque no se dignó a regresarlo, pero dejando atrás mi lado
infantil, sé que en su momento lo hizo como venganza por haberle dicho que se
ganaría un beso y simplemente me encargué de que fallara su último tiro.
Mis manos sujetaban el peluche mientras recordaba esa escena. Parecía un poco
cursi ver un unicornio en la habitación de un chico. Pero eso me hizo pensar que lo
conservó como recuerdo de nuestra salida. Y ahora que me pongo a reflexionar,
ese fue el día en el que Frank me invitó a salir por primera vez. Salí de mi ensueño
cuando escuché un ruido que provenía de la puerta principal.
Con mis manos temblando de nervios coloqué el peluche sobre el suelo donde
anteriormente se encontraba. Caminé a paso rápido hacia la puerta. Estaba cien por
ciento segura que lograría llegar a mi cuarto aparentando haber estado allí.
Toda satisfacción desapareció cuando mi pie dio un paso en falso al tropezar con el
otro causando que cayera hacia el frente. El celular salió disparado al piso junto con
los auriculares y mi cara no fue golpeada directamente por el suelo gracias a que
las palmas de mis manos tocaron el piso al momento de la caída.
Mierda. Que me caiga un rayo en este instante y me desaparezca en un abrir y
cerrar de ojos.
Sí, como si eso fuera posible.
Escuché los pasos por el pasillo y suspiré como señal de derrota.
― ¿Qué haces ahí tirada? ―escuché su voz.
Levanté lentamente la cabeza con mis mejillas ardiendo. Frank se encontraba en el
umbral de la habitación cruzado de brazos, mirándome divertido.
―Quise saludar al suelo ―me justifiqué sarcásticamente.
― ¿Y por qué no lo hiciste con el de tu habitación? ―preguntó, siguiéndome la
corriente.
Pensé que estaba molesto, pero cuando lo volví a ver mantenía una sonrisa
arrogante. Rodando los ojos me giré hasta quedar recostada sobre mi espalda con
mi vista al techo.
―El tuyo parece más cómodo ―dije poniendo mis manos sobre mi estómago.
Estaba actuando como una gran inmadura hablando del suelo. Pero eso podría
ayudar en disminuir el embarazoso momento, ¿no?
Frank se agachó para recoger mi celular y se sentó a mi lado.
― ¿Estabas esperándome? ―preguntó seductoramente.
Lo miré observando su hermoso rostro. Diablos, sí. Estaba esperando a que llegara.
Fuimos interrumpidos en la cocina y eso me tiene muy inquieta.
―Sí ―contesté perdiéndome en sus ojos marrones.
Su respuesta fue una risa amigable y tentadora. Se puso de pie estirando su brazo
con la palma de su mano abierta.
―Vamos, levántate ―dijo sonriendo.
Mi mano se unió a la suya a la vez que me entregaba en celular. Me levanté hasta
quedar frente a él con nuestros dedos conectados. Me miró intensamente mientras
su mano libre acariciaba mi mejilla.
―Tenemos algo pendiente ―expresó divertido.
― ¿Sobre qué? ―dije alzando las cejas.
Sonrió coquetamente y luego me besó. Mi mano dejó caer el celular de nuevo para
que mis brazos pudieran rodear su cuello y atraerlo hacia a mí. Sus manos
rodearon mi cintura al momento en que nuestras bocas se unieron.
La temperatura comenzó a subir a nuestro alrededor mientras el beso se
profundizaba. Caminamos hacia la cama lentamente sin dejar de besarnos. Dejé de
retroceder cuando mis piernas se toparon con la base de ésta.
Frank comenzó a dejarme caer suavemente y poniéndose encima de mí. Nuestras
caricias y besos se pusieron intensos hasta que el sonido de un celular empezó a
sonar. Estábamos dispuestos a ignorar el ruido y seguir con lo nuestro. Pero el
celular no dejaba de sonar. Cansada de tener que soportar ese sonidito molesto
dejé de besarlo. Frank maldecía a en voz baja mientras tomaba su celular del
bolsillo aún sin moverse de su lugar.
― ¿Qué pasa Joel? Estoy ocupado.... ¿No puedes esperar?... ―frunció el ceño―.
Bien... ¿Estás seguro que fue él? voy para allá.
Guardó de nuevo su celular y se puso de pie.
―Tengo que salir ―se disculpó de forma molesta.
―Está bien ―dije con decepción.
En cuanto me puse de pie me dio un beso rápido. Quería preguntar a donde iba,
pero no quise parecer una entrometida. No sé si fue la expresión de mi cara o el
suspiro que dejé salir que causó que Frank explicara su salida.
―Iré a al bar con Joel, mi amigo, tiene algo urgente que decirme ―dijo, arrepentido.
Asintiendo con una media sonrisa, recogí el celular del suelo y salimos juntos de su
habitación acompañándome a la mía.
―Te veo luego ―depositó un beso en mi mejilla y se dirigió a bajar las escaleras.
Una vez que escuché la puerta de la entrada cerrarse. Entré a mi habitación y me
dispuse a seguir escuchando música.

***
Me encontraba en la sala junto con Melina viendo un programa de televisión sobre
un debate acerca del aborto. Melina estaba atenta en cada cosa que decían.
Mis dedos jugueteaban con mi celular que tenía sobre mi regazo. Estaba
preocupada como una madre esperando a su hijo en la madrugada. Eran las nueve
y media de la noche y Frank aún no llegaba desde la tarde. Intenté llamarlo varias
veces, pero me mandaba a buzón de voz lo que me ponía más nerviosa.
Mis padres se encontraban en la cocina terminando de cenar. Melina y yo
terminamos antes y decidimos matar el tiempo viendo televisión. Me preguntó por
Frank y me limité a decir que había salido con Joel. A ella no le pareció extraño. Me
dijo que él es su amigo desde la secundaria y que no tenía de que preocuparme.
Sus palabras me calmaron por un momento, pero entre más transcurrían las horas,
más inquieta estaba. Exactamente cuando el reloj marcaba cinco minutos para las
diez escuché el motor inconfundible de la suburban. Sentí un alivio inmenso al ver
que ya estaba de regreso. Esperé pacientemente hasta que la puerta se abrió.
Al instante que apareció en la sala escuché un grito ahogado por parte de Melina.
Giré mi cabeza hacia la entrada de la sala. Joel estaba al lado de Frank ayudándolo
a ponerse de pie. Llevé una mano en mi boca al ver su rostro. Estaba hecho un
desastre. Un ojo morado, su ceja sangrando, una herida pronunciada en su labio
inferior y sus mejillas raspadas. Sangre seca se encontraba en su cuello dándole un
aspecto irreconocible y espeluznante.
Frank rodeaba su estómago con su brazo a la vez que hacía una mueca
controlando el dolor.
―Hola, Alexa ―dijo mostrando una sonrisa torcida.
Es bastante obvio que Frank fue golpeado de una manera brutal. Y por su aspecto,
me atrevo a afirmar que más de una persona le hizo esto.

Capítulo 28.
Venganza

Narra Frank
Estaba dispuesto a mandar a la mierda a Joel cuando llamó. Estaba disfrutando mis
segundos con Alexa hasta que se le ocurrió llamarme exactamente en este
momento. Cuando me dijo que lo habían amenazado tuve que abstenerme a
sentirme sorprendido. Pero lo peor sucedió cuando me hizo saber que Fernando era
parte de ello. Fue ahí cuando mi enojo hacia Joel desapareciera rápidamente.
Me sentía molesto por dejar a Alexa en este preciso instante. Pero la intriga y la
rabia me ganaron. Cuando menos pensé ya me encontraba a toda velocidad por la
carretera. Más vale que Joel me diga algo en concreto sino lo golpearé por haberme
interrumpido.
Entré al bar y en la misma mesa de siempre se encontraba mi viejo amigo bebiendo
y fumando como de costumbre. Llego hasta a la mesa y me siento frente a él.
― ¿Qué diablos pasó? ―pregunté sin rodeos.
―No sé qué mierda hiciste, pero me dijeron que por tu culpa iban a cobrárselas
conmigo ―protestó a la vez que le daba una calada a su cigarrillo.
― ¿Quienes?
―El estúpido grupo de amigos del idiota del Fernando ese. No sé cómo le hicieron,
pero esta mañana aparecieron en mi casa para advertirme ―explicó molesto
― ¿Cómo sabes que era Fernando?
―Él mismo se presentó. Si quieres más detalles puedo decirte que era rubio y con
ojos color hierba.
Ese maldito.
― ¿Qué hiciste? ―me preguntó cuándo me quedé callado.
―Rompí el vidrio de su auto ―comenté con una sonrisa.
―Frank, estás loco ―rió―. Imagino que tu Alexa tiene algo que ver.
―El muy miserable jugó con ella ―expliqué con rabia.
―Pobre chica, tener que haberse acostado con él para después darse cuenta que...
―lo interrumpí.
― ¿De qué diablos hablas? Ella no se acostó con él ―repliqué furioso.
Joel me miró entrecerrando los ojos para luego encogerse de hombros.
―Eso fue lo que él me dijo.
Mi mente comenzó a imaginar a Alexa con él y... mierda, no. Eso no pasó. El idiota
estaba mintiendo.
―Es falso, nunca lo hicieron ―dije.
―No quiero enfurecerte más, pero la forma en la que él habló de ella con sus
amigos enfrente de mí fue asquerosa ―gruñó negando la cabeza.
Bien. Eso no ayudó de mucho. Imaginar eso me enfermaba. No puedo más con
este coraje que siento correr por mis venas. Tengo hacer algo al respecto. Y qué
mejor que arreglarlo con unos cuantos golpes.
Me levanté de mi lugar con la rabia carcomiéndome por dentro y salí del bar. No
duró mucho para que Joel me alcanzara.
― ¿Ahora qué diablos piensas hacer? ―preguntó molesto.
― ¿Qué iré a hacer? Iré a partirle la cara a ese hijo de puta ―dije entrando a la
camioneta.
Joel intentó detenerme, pero sin escuchar lo que decía encendí el motor y salí como
rayo por la carretera hacia el departamento del idiota.

***
Llevaba más de dos horas esperando en mi camioneta afuera de su departamento.
Mi celular no dejaba de sonar, Joel seguía llamando como loco así que para evitar
su insistencia de saber dónde estaba, apagué el celular.
El asqueroso Mustang no se encontraba en la acera. Mi paciencia cada vez
disminuía por cada segundo que me encontraba estático en este lugar. Pero no me
iba a ir, no sin antes haberle dado su merecido. Y si tengo que quedarme toda la
noche para verlo, lo haré. Mi rabia no baja de nivel. Casi escuchaba su maldita voz
hablando de Alexa como si fuera un objeto.
Luego recordaba la vez que estuvo a punto de besarla en la discoteca. Cuando
estuvo en su habitación. Cuando la invitó a salir. Cuando lo vi aprovechándose de
sus "clases de lecciones" sobre el golf. Todo eso provocó que mi remordimiento
aumentara con frecuencia.
Las horas fueron surgiendo hasta que se llegó las ocho de la noche. Y yo aún
seguía adentro de la suburban esperando su regreso para advertirle que se aleje de
Alexa y de mi mejor amigo. Y si tiene algún problema con eso, que se las arregle
conmigo.
Cambié la estación de radio por milésima vez para calmar mi ansiedad. No daba
resultado, pero por lo menos me distraía. Luego de unos minutos divisé el Mustang
blanco aparcando al otro lado de la calle. Sin pensarlo dos veces bajé de la
camioneta. Mientras me acercaba con mis puños listos para golpear la puerta del
conductor se abrió.
No venía solo.
Tres chicos bajaron de su auto. Uno de ellos me miró y se inclinó a decirle algo a
Fernando para que volteara a verme. Lo fulminé con la mirada cuando nuestros ojos
se encontraron.
―Imagino que vienes a pedir disculpas por haber hecho mierda el vidrio de mi auto
―protestó molesto.
Sonreí orgulloso al ver su estúpida cara de remordimiento.
―Imaginas mal ―expresé, posicionándome frente a él.
―Entonces vienes a pagarme los daños.
Reí sin humor.
―No.
―Si no vienes a ninguna de esas opciones, entonces no tienes nada que hacer
aquí ―frunció el ceño a la vez que se cruzaba de brazos.
Los otros tres idiotas estaban detrás de él como esclavos esperando órdenes.
―Solo vine para advertirte que dejes en paz a mi amigo y dejes de hablar de Alexa
con tus estúpidos buitres ―señalé con la barbilla a los otros que me miraban con
desprecio.
― ¿Me estás amenazando? ―preguntó levantando las cejas.
―Puedes tomarlo como quieras.
Dudó por un momento para luego mirarme.
―Podemos dejar en paz a tu amiguito, pero no te prometo nada con respecto a lo
otro.
Espero que no esté hablando en serio porque si no me veré obligado a actuar.
―Yo puedo de hablar de Alexa las veces que quiera y como se me antoje ―me
retó.
Con la sangre hirviendo lo sujeté con fuerza de la parte superior su camisa.
―No lo harás ―dije entre dientes.
Miró mis manos que lo sujetaban y luego me observó.
―Suéltame ―advirtió.
Tenerlo tan cerca me revolvía el estómago. La imagen de él y Alexa en la misma
cama me hacía perder los estribos.
―Ella no se acostó contigo ―mi comentario pareció afectarle. Sacudió mis manos
para soltar el agarre.
―Fernando dijo que gritaba como fiera ―comentó uno de sus amigos.
―Tal vez deberíamos comprobarlo ―otro de ellos habló a la vez que reían.
―Cállense ―escupí con rabia.
―Podemos llegar a hacer un trío con ella ―escuché decir a Fernando.
La ira fluyó a través de mí y de mis movimientos. Gruñendo de coraje lancé mi puño
a la mandíbula de Fernando. Mi golpe lo movió hacia atrás. Sin perder más tiempo
volví a dar un segundo golpe, luego el tercero, el cuarto hasta que sentí que me
empujaban alejándome de él.
Uno de ellos me golpeó cerca del ojo haciéndome retroceder. Recuperando el
aliento flexioné mi rodilla hacia su abdomen provocando que el tipo cayera al suelo.
Otro intentó hacer lo mismo, pero logré esquivarlo. Vino hacia a mí y ataqué con
puñetazos y patadas. Cuando menos pensé dos de ellos se encontraban en el piso
retorciéndose del dolor. El último se aseguró que se encontraran bien.
Ignorando la punzada en mi ojo y la sangre que escurría de la nariz me abalancé
sobre Fernando. Ambos nos golpeábamos con rabia y desesperación. Alguno de
sus ataques lograba bloquearlos mientras que en otros fallaba.
Mis puños no se dejaban de lanzarse sobre él. La violencia crecía dentro de mí y sin
control alguno para detenerlo. Nos mantuvimos peleando por minutos hasta que
sentí un dolor inmenso en mis costillas causando que me sofocara.
Caí al suelo tratando de recuperar el aliento. Uno de cabello oscuro sujetaba un
tubo de acero entre sus manos. Ahora entiendo porque el dolor en mi estómago era
insoportable. El muy imbécil me había golpeado con esa cosa.
Estaba por levantarme cuando un golpe en la zona afectada me lanzó de nuevo al
suelo. En cuestión de segundos varias patadas atacaban mis costillas. Todos al
mismo tiempo. Escuchaba risas de su parte mientras me golpeaban.
La frustración de no poder levantarme me repugnaba. Trataba de ignorar el dolor,
pero me era imposible. Mis fuerzas se sentían cada vez más débiles. Luego de
unos minutos se detuvieron. Intenté moverme, pero un espasmo de dolor invadía mi
cuerpo. Fernando se agachó a un lado de mí mirándome con una sonrisa. Él no
estaba del todo limpio. Moretones y heridas se encontraban en su cara.
Le dediqué una sonrisa torcida al ver que lo que mis puños le hicieron. Cuando se
percató que me estaba burlando estampó sus nudillos en mi boca. Mi labio inferior
comenzó a sangrar debido al ataque.
―No te vas a salir con la tuya, Frank ―decía mientras se ponía de pie―. Buscaré
la forma de llegar a ella, aunque sea a la fuerza.
Si no tuviera este dolor en mi abdomen me levantaría y lo golpearía sin piedad
hasta verlo noqueado. Me miró con odio a la vez que le arrebataba a su amigo el
tubo de acero para tenerlo a su poder.
―Si no hubieras aparecido, Alexa ya hubiera sido mía ―levantó los brazos,
preparándose para a atacarme con el objeto que tenía en sus manos.
El dolor iba a ser aún peor. Me destrozaría la cara de un golpe con esa cosa. El
nivel de su cobardía me sorprende.
Estaba a punto de golpearme con el tubo en la cara cuando un auto llegó hasta
nosotros. Mi visión no era del todo clara debido a la golpiza y a la oscuridad, pero
logré ver varios tipos salir del vehículo. Se enfrentaron a los tres que me rodeaban.
Otro de ellos atacó a Fernando tirándolo al suelo mientras ambos se golpeaban.
Una sombra apareció enfrente de mí.

―Si hubieras sido un poco más inteligente nos habrías llamado primero ―dijo Joel
ayudándome a levantarme.
―Les di su merecido ―contesté con una mueca.
―Estuvieron a punto de destrozarte ―se quejó mientras llegábamos a la suburban.
Sin responder me adentré en el asiento del copiloto. El dolor no desaparecía, pero
me mantuve al margen.
―Te dejaron peor que a un boxeador noqueado ―dicho esto comenzó a conducir
en dirección a la casa.
Ahora lo que me espera. Alexa se va a volver loca cuando me vea en este estado. Y
Melina comenzará preguntarme una y otra vez como terminé así.
Pero no es lo que realmente me preocupa. Sino el hecho de que Fernando no se
quedará tranquilo después de esto. Tengo que hacerle saber a Alexa que este
precavida. Él tratará de convencerla con alguna excusa. El maldito tiene dos facetas
muy distintas. Una de chico comprensivo y otra de depravación.
Y aunque tenga que someterme en una situación como esta, no permitiré que la
engañe de nuevo solo para lograr follar con ella. Eso jamás.

Capítulo 29.
Dulces heridas
― ¿Quién te hizo esto? ―la voz preocupada de Melina se escuchaba por toda la
casa.
Yo aún estaba paralizada al ver a Frank tan golpeado y débil. No podía razonar en
como terminó de esta manera. Mis padres se reunieron en la sala con la misma
expresión de sorpresa. Frank decía que no era para tanto, pero las muecas de dolor
lo delataban.
No sé qué diablos me pasa por la mente. Pero hasta haciendo gestos de dolor no
deja de verse sexy. Lo sé, es demasiado cruel de mi parte pensar cosas como esas.
No me juzguen por encontrarlo atractivo a pesar de los golpes.
Regresando a la realidad Melina caminó hasta Frank para revisarle de cerca pero el
muy orgulloso se alejó diciendo que se encontraba bien. Mis padres insistían en ir al
hospital para estar seguros que ninguna costilla estuviera rota. Pero como dije,
Frank es tan terco que no hay manera que alguien lo haga cambiar de parecer,
incluso yo que soy su novia.
Quería saber cada detalle de lo ocurrido. Las ganas de gritarle en ese momento se
convertían en una opción. Tenía tantas cosas que preguntarle. Cosas como: ¿Por
qué no contestaba mis llamadas? ¿Qué fue lo que le dijo Joel? ¿Quién lo había
golpeado de esa manera y por qué? Aunque tenía mis sospechas.
Pero decidí esperar a que se calmaran las cosas. Melina ya estaba muy alterada
como para que yo también me pusiera igual que ella. Otra cosa que me impidió
actuar como una novia histérica fue la presencia de mis padres. Si suelto las
preguntas de golpe comenzaran a sospechar sobre nosotros. Y lo menos que
necesitamos en este momento es que las cosas se pongan peor de lo que ya están.
Joel subió las escaleras con Frank a su lado. Al parecer su amigo tatuado tenía la
fuerza y la paciencia suficiente para llevarlo a su habitación.
―Tranquila, lo importante es que ya está en casa ―las palabras suaves de mi
mamá lograban calmar a Melina.
― ¿Quién tuvo la cobardía de golpearlo de esa forma tan brutal? ―se seguía
preguntando Melina mientras se sentaba en el sofá.
Por otro lado, mi padre que estaba a mi lado, no dejaba de ver hacia las escaleras.
Estoy más que segura que el aspecto de Joel no le brindó mucha confianza. ¿Y a
quién le inspiraría confianza un chico alto, moreno, tatuado, musculoso y con una
cara digna de meterse en problemas?
Me sentía como un adorno en medio de la sala. Quería correr hasta la recámara de
Frank para asegurarme que realmente estuviera bien, pero con la fuerza de
voluntad requerida, pude contenerme.
Minutos después Joel apareció bajando las escaleras mientras se retiraba el celular
de su oreja.
― ¿Qué fue lo qué pasó? ―le pregunté en voz baja.
―Es mejor que él te lo diga.
Joel no se veía tan golpeado como Frank. De hecho, no tenía ni un solo rasguño o
señas de enfrentamiento con otra persona. Lo que me pone a pensar que él no
estaba con Frank en el momento del ataque.
―Gracias por traerlo ―susurré mientras lo acompañaba a la puerta de la casa.
―No hay problema ―sonrió entregándome las llaves del auto.
― ¿En qué te irás a casa? ―quise saber.
―Acabo de llamar a uno de mis amigos para que venga por mí ―comentó
despreocupado.
―Bien, gracias de nuevo.
―De nada, nos vemos, Alexa ―dicho esto cerré la puerta y caminé hacia la sala.
Luego de que mis padres se despidieran y se fueran a su recámara, me senté a
lado de Melina para terminar de tranquilizarla.
― ¿Quién crees que lo golpeó? ―preguntó con sus ojos llenos de preocupación y
coraje.
El primero en mi lista era Fernando. Él tenía una razón para hacerlo. Si más no
recuerdo Frank rompió el vidrio de su adorado Mustang. Pero, aun así, los golpes
en su rostro eran demasiados como para que solo una persona lo hiciera. Lo que
aumenta la probabilidad que los amigos de Fernando estuvieran involucrados.
No iba a comentarle nada a Melina sobre mis posibles ideas. Sería demasiado para
ella saber que la pelea fue algo personal. Así que para que no se preocupara más
de lo ya estaba dejaré que piense que pasó por alguna tontería. Ella estaba
dispuesta en ir a curarle las heridas con su botiquín de emergencias. Pero me dejó
a cargo de hacerlo. Por supuesto que no me negué, al contrario, la apoyé diciéndole
que fuera a descansar.
Y aquí estoy, frente a la puerta de Frank con el botiquín de primeros auxilios en mis
manos. Giré la perilla de la puerta y sin pedir permiso entré a su habitación. No se
encontraba a mi vista, pero después de escuchar unos ruidos del baño me dispuse
a sentarme sobre la cama colocando el pequeño maletín blanco en mi regazo.
Luego de unos segundos, Frank sale del cuarto de baño con el mismo rostro lleno
de golpes, heridas y moretones que hacen que el corazón se me parta en
pedacitos. Verlo en este estado simplemente me hace sentir culpable y más aún si
Fernando tuvo que ver en esto.
Los vaqueros todavía se encontraban en su cuerpo. Había sustituido su playera por
una camiseta blanca de tirantes y sus converse desaparecieron dejando sus pies
totalmente descalzos.
― ¿Qué haces aquí? ―preguntó a la vez que se limpiaba la sangre de su ceja con
una toalla.
¿En serio? Creo que es la pregunta más absurda que he escuchado. ¿Qué
pensaba? ¿Qué me iría a dormir tranquilamente sabiendo que se encuentra así?
Pues está muy equivocado.
― ¿Tu qué crees? No estoy aquí para burlarme de ti, vine a curarte ―agité la cajita
blanca. Trató de sonreír, pero rápidamente hizo una mueca al intentarlo―. Ven
siéntate ―ordené golpeando con la palma de mi mano el espacio libre de la cama
que estaba a mi lado.
Sin protestar se sentó quedando frente a mí. De cerca las heridas se veían abiertas
y con colores vivos. Divisé que su ojo derecho comenzaba a hincharse y su labio
inferior sangraba levemente. Y yo que pensaba que ese tipo de golpes solo las veía
en las películas de Rocky Balboa.
De manera involuntaria hice una mueca de disgusto al recorrer su rostro. Con tan
solo verlo siento como si yo hubiera recibido los golpes. No me imagino la
intensidad del dolor que debe estar sintiendo Frank en estos momentos a pesar de
que trate de hacerse el fuerte.
―Iré por una bolsa de hielo para tu ojo ―me levanté de la cama dirigiéndome a la
puerta.
― ¿Alexa? ―cuando escuché su voz me giré para encararlo.
― ¿Dime?
― ¿Puedes traerme también helado de vainilla? ―preguntó con una ligera sonrisa.
Rodando los ojos salí de la habitación y me desplacé hasta la cocina. De forma
rápida tomé la bolsa de hielo y el bote de helado de la nevera para luego regresar a
su cuarto.

***
Después de haber recibido quejas de Frank mientras le colocaba alcohol en las
heridas logré terminar de poner pequeñas curitas blancas en su rostro.
Tomamos cinco minutos de descanso para alimentarnos del helado de vainilla para
tranquilizar el ambiente. Y como siempre cada vez que introducía un bocado de
nieve a mi boca, Frank miraba fijamente mis labios como si quisiera probar el
helado con su boca, pero con las condiciones en la que estaba no se veía muy
animado.
Una vez que el bote de helado quedó vacío me concentré en sanar tanto la herida
de su ceja como su labio inferior dando ligeros toques con el algodón.
―Frank, deja de moverte ―me quejé.
― ¡Auch!... esa cosa me arde ―protestó mientras el algodón llegaba a la herida.
―Obviamente tiene que arder ―dije a la vez que agregaba alcohol.
―Que se joda la medicina. Deberían crear métodos para que esa cosa no ardiera
como el infierno.
―En vez de estar quejándote como niño, mejor ponte la bolsa de hielo en el ojo
antes de que solo puedas ver con uno -contesté dándole la compresa fría.
― ¡Ay! esta fría ―dijo cuándo la colocó en su párpado.
Mi paciencia está disminuyendo.
― ¡Como te quejas! ―imité sus palabras con voz grave―. Esa cosa arde... ¡ay!,
esa cosa está fría.
― ¿A poco así se me escucha la voz cuando hablo? ―pregunta divertido.
―Mejor cállate.
―No me provoques, Alexa ―cuando continuó hablando su voz se volvió chillona
imitando la mía―. ¡Cómo te quejas! Pareces un niño, bla bla bla... Oh sí, bésame y
hazme tuya, Frank...
―Oye, lo último no lo dije ―lo interrumpí.
―Aún no ―presioné el algodón en su labio herido―. ¡Auch!
―Deja de hablar entonces ―dije, intentando ocultar una sonrisa.
Luego de haber terminado completamente con su rostro, coloque las cosas en el
botiquín.
― ¿Cómo te sientes? ―pregunté, sentándome más cerca de él.
―Ya no duele como al principio ―dijo con una media sonrisa.
―Eso es bueno ―contesté.
Cuando nuestros ojos se encontraron no pude apartar mi vista de su mirada. Su
mano apareció en mi mejilla para luego retirar un mechón de cabello detrás de mi
oreja.
Mi pulso comenzó a acelerarse al sentir su tacto y el calor de su mano en mi piel.
Cuando mi lengua mojó mis labios los ojos de Frank bajaron hasta mi boca
provocando que miles de chispas se encendieran en mi estómago como fuegos
artificiales. Cada vez que sus ojos se posicionan en mis labios hace que raras y
placenteras descargas se apoderen de mi cuerpo. Su vista no dejaba de mirarlos
con deseo y hambre.
Sintiendo la presión de la lujuria acerqué mi rostro hacia la de él para cerrar la
distancia. Su mano que se encontraba descansando en mi mejilla se deslizó hasta
mi barbilla y me fue acercando hasta que nuestros labios se conectaron.
Y lentamente se fueron uniendo hasta que se completó el proceso de fricción. Sus
labios se abrieron despacio dejando que los míos entraran en acción. Con suaves y
ligeros movimientos nuestras bocas encajaron entre sí. Los sonidos que nuestros
labios creaban al chocarse provocaban que un calor radiante invadiera mi sistema.
En momentos siento que hace una mueca de dolor cada vez que mi boca roza con
su labio inferior herido. Pero aun así él no se detiene. Se contiene y comienza
profundizar el beso a pesar del disgusto que este puede causar.
Sus fuertes manos sujetan los lados de mi cara para tener más control en nuestros
besos. Mis manos viajan hasta su cuello y se quedan allí por unos segundos. Luego
se van deslizando hacia abajo sintiendo su tenso pecho. Después mis dedos van
bajando hasta su abdomen definido a través de la camiseta.
Mis manos recorren la parte de su abdomen con delicadeza disfrutando como sus
músculos se tensan y se estremecen. Cuando mis dedos se mueven a un costado
de su estómago Frank rompe el beso con una mueca de dolor.
― ¿Estás bien? ―pregunté con preocupación.
―Sí, lo siento. Es solo que me duele ―se quejó con la respiración agitada.
―Déjame ver ―digo colocando mis manos en mis caderas.
―No es para tanto, Alexa, el dolor se irá con los días.
―Frank... ―dije con tono de advertencia.
Poniendo sus hermosos ojos avellana en blanco, se acuesta boca arriba sobre la
cama con sus brazos detrás de su cabeza y mirándome de forma tentadora.
Ignorando sus gestos pervertidos levanto su camiseta hasta la altura de su pecho.
La luz que genera la lámpara de su habitación no es de mucha ayuda, pero aun así
se logra observar un gran círculo morado casi negro a un lado de su abdomen. No
quiero ser dramática, pero era un espeluznante moretón.
―Es enorme ―murmuré.
―Y eso que no lo has visto.
―Estúpido, deja de jugar ―respondo negando la cabeza―. ¿Con qué te pegaron?
―En esta parte, ―señala el círculo morado― con un tubo de acero.
Mi mandíbula se abre más de normal al escucharlo. Ahora más que enfadada me
siento preocupada. Un golpe en la cara con una de esas cosas y te distorsionan el
rostro.
―Tal vez tienes alguna costilla rota. Iré por papá para que nos lleve al hospital...
―Alexa, no es necesario ―me interrumpe―. Si fuera alguna costilla en este
momento no hubiera podido ni moverme.
―Pero te duele ―protesté con amargura.
―Es solo por el golpe, con alguna pomada se me quita.
Buena idea. Por lo menos eso ayudará a contrarrestar la molestia. Sin dudarlo abro
de nuevo el botiquín y tomo la pomada ideal para ese tipo de golpes.
Mis manos se llenan del producto espeso y lentamente voy masajeando la zona
afectada. Veo como Frank cierra los ojos y suspira con fuerza. Sé que le duele, pero
esto hará que desaparezca el horrible color de su herida.
Cuando mis dedos tocan su piel una oleada de calor se apodera de mis mejillas. Su
abdomen contorneado no deja de ponerme nerviosa. La calidez de su piel
atravesando mis dedos me pone a pensar cosas que no son adecuadas en este
momento. Luego de haber terminado, enrollo la parte abdominal con una venda
blanca. Con la ayuda de Frank logro colocarla a su alrededor.
― ¿En dónde aprendiste primeros auxilios? ―preguntó a la vez que se ponía de
pie.
―En la televisión, el canal de homeandhealth ayudaron de mucho ―dije orgullosa.
En cuanto guardó las cosas y me giró para verlo me envuelve en sus brazos. Los
míos rodean su cintura y con cuidado coloco mi mejilla en su pecho aspirando su
aroma.
Siento sus labios besar la parte alta de mi cabeza y me aprieta con fuerza.
―Gracias ―susurró, agradecido.
Capítulo 30.
Sin previo aviso
En cuanto la luz del día se asomó por la ventana, decidí levantarme y tomar una
ducha rápida. Luego de haber terminado, me cambié usando unos jeans, converse
blancos y una blusa holgada color azul. Peiné mi cabello dejándolo caer hacia un
lado sobre mi hombro. Un poco de maquillaje, mascara de pestañas, gloss y listo.
Salí de la habitación luego de ordenar la cama y bajé a la cocina. Mis padres y
Melina se encontraba desayunando tranquilamente. Les doy los buenos días y
camino directo a la despensa para tomar la caja de cereal. Con mi desayuno listo,
me senté a lado de Melina.
La conversación que inicio mi padre comenzó a fluir. Habló sobre cosas de la
oficina. Entre ellas, una reunión-fiesta que habría el sábado, en tres días. Al parecer
sus compañeros de trabajo decidieron festejar que el proyecto de mi padre fue
aceptado satisfactoriamente en las otras empresas.
Y obviamente nosotros, su familia, debíamos asistir a dicho evento. Mi mamá se
alegró al saberlo. La sonrisa de oreja a oreja que apareció en su rostro fue más que
suficiente para saber que se sentía orgullosa de mi padre.
Al principio, Melina se rehusó a ir. Comenzó a decir que no era necesario que tanto
ella como Frank asistieran. Pero las palabras alentadoras de mis padres lograron
convencerla. Después de que surgieran otras conversaciones no muy interesantes,
terminamos de desayunar.
Frank no se presentó causando un ligero vacío, pero estoy segura que se encuentra
descansando. Mis padres se despidieron, ambos depositando un beso en mi frente
para luego retirarse a la oficina. Melina se levantó de su lugar y comenzó a lavar los
platos mientras que yo limpiaba la mesa.
― ¿Cuándo piensas decirles? ―preguntó con voz suave.
Dudé por un momento. Sabía a lo que se refería. Pero la verdad no tenía una
respuesta definitiva en estos instantes.
― ¿Crees que debería decírselos antes del sábado? ―pedí su opinión.
Se gira y me mira con una sonrisa materna.
―No quiero entrometerme, pero ambos deben hablar sobre eso y decidir si
realmente quieren o no seguir ocultándolo ―me explicó con suavidad.
Tenía un punto. Pero si mi padre llega a saberlo, se encargará de mantener alejado
a Frank de mí. No es lo mismo tenerlo como huésped que como novio.
Y si llega a aceptar mi noviazgo, no dudará en aplicar normas estrictas. Como, por
ejemplo, no permanecer mucho tiempo a solas con él o tener prohibido entrar a su
habitación. Y no creo poder soportar ese tipo de reglas.
―No quiero meterlo en problemas ―dije recordando lo de anoche.
―Lo sé. No quiero presionarte, me gustas como novia de Frank ―sonríe―. Pero
los días están transcurriendo y se llegará el momento en el que regresaremos a
casa y tú estarás de vuelta en la universidad.
¿Has pensado en eso? Frank no asiste a la misma escuela que tú. ¿Qué pasará
entonces? ¿Estarán dispuestos a mantener su relación viéndose solo los fines de
semana?
La escuché atentamente mientras procesaba sus palabras en mi mente. Todo lo
que decía era cierto. Una vez que regresemos a la universidad, será muy poca la
probabilidad de vernos tan seguido como lo hacemos aquí.
Sé perfectamente que el tiempo libre que tendré será para estudiar y dedicarme a
terminar la carrera. ¿Y luego qué? A pesar de que faltaba menos de dos semanas
para que empiecen las clases, es necesario hablar con él de forma seria sobre esto.
Luego de que me aconsejara, salió de la cocina diciéndome que pensara en sus
palabras. Recargué mi espalda en la pared hundiéndome en mis pensamientos. No
es como si me fuera a casar con él o algo por el estilo. Pero, aun así, es importante
tomar una decisión. Frank fue sincero conmigo al decirme que no estaba
acostumbrado a tener relaciones serias y duraderas.
Tal vez yo podría ser la primera en hacerlo cambiar de opinión. Si lo intento
obtendría como resultado dos cosas: Una, lograr mantener nuestro noviazgo sin
problemas o terminar con el corazón roto y ser solo una más.
Dejé de cuestionarme cuando una sombra apareció en la cocina. Visualicé a Frank
en el umbral de la puerta. Se encontraba sin camisa dejándome a la vista tanto su
torso desnudo como la venda que le había colocado anoche. Al ver su cabello
alborotado junto con sus ojos adormilados me di cuenta que estaba recién
levantado. Me sonrió y caminó hacia a mí.
¿Cómo no arriesgar mi corazón cuando me sonríe de esa manera irresistible y
única? Sin querer, mis pensamientos se trasladaron al futuro. ¿Y sí lo nuestro no
funcionaba? ¿Y sí se aburre de mí? Lo único que tendré de él serán solo los
recuerdos que se irán borrando con el tiempo. No sé si estoy preparada
psicológicamente para acostumbrarme a su ausencia si es que tomamos caminos
diferentes.
Imaginar la posibilidad de que se convierta en un "chico que conocí" me entristece y
me asusta a la vez. No quisiera pensar que lo nuestro puede llegar a ser pasajero o
solo por diversión. Pero cada vez que lo veo, la adrenalina de arriesgarme se
enciende sin importar las consecuencias. Todo el estrés y presión desaparece
cuando estoy a su lado, cada vez que siento sus caricias o sus besos.
Pero no tengo que preocuparme por lo que vendrá todavía. Él está aquí y lo que
debo hacer es disfrutar cada minuto de su presencia porque nadie me asegura que
dentro de unos meses podríamos convertirnos en extraños.
No sé por qué me siento así, tan estúpida y sentimental.
― ¿Estás bien, Alexa? ―la voz de Frank me regresa al presente.
Cuando levanto la vista, lo encuentro frente a mí mirándome con preocupación.
―Estoy bien ―asiento seguido de una media sonrisa.
― ¿Por qué lloras? ―susurra limpiando unas cuantas lágrimas que caían por mi
mejilla con su pulgar.
―No es nada ―aseguré dejando salir un suspiro para calmar mi ansiedad.
― ¿Segura? ―insistió sin apartar la mirada.
Devuelve el mismo gesto y me besa con suavidad. Antes de alejarse me muerde el
labio inferior y luego me mira divertido. Me ruborizo al sentir su mirada clavada en la
mía como si mis ojos fueran lo único a su alrededor.
― ¿Cómo seguiste? ―pregunté, rodeando su cuello con mis brazos y él al instante
me sujeta de la cintura.
―Mucho mejor ―respondió con una sonrisa mostrando su hermosa dentadura.
Examino su rostro de manera rápida. Su ojo no se encuentra tan inflamado como
antes, ahora solo un ligero círculo morado rodea su párpado. La herida de la ceja
pareció haber sanado con éxito. Sus mejillas se encontraban algo pálidas, pero eso
no impidió que su belleza se viera afectada. En la esquina de su labio inferior se
encuentra un corte rojizo. Por lo menos su rostro tenía mejor aspecto que el de
anoche.
― ¿Y la parte de tu estómago? ―pregunté alejándome.
―Al parecer bien, de hecho, te estaba buscando para que me ayudaras a cambiar
la venda ―dijo con cierta picardía en su voz.
No me da tiempo de responder cuando comienza a quitarse la gasa que rodea su
abdomen. Me mira alzando las cejas mientras la retira completamente. Por un
momento me sentía en una despedida de soltera con Frank como stripper. Solo
faltaba la música tentadora y chicas gritando con desesperación.
Sonreí al imaginar esa escena. Él se percata de mi gesto y se aprovecha de ello.
Me atrae hacia a él y comienza a besar tiernamente mi cuello provocando que me
ponga nerviosa y con calor.
Cuando se aleja, bajo mi mirada a su abdomen definido. El moretón sigue con la
misma coloración con la única diferencia que el tamaño del círculo disminuyó
ligeramente.
― ¿Te duele? ―pregunté haciendo una mueca.
―Sólo un poco ―contestó levantando un hombro.
Mi mano toca la parte superior de su pecho y se va bajando lentamente.
No sé por qué lo hago, el instinto actúa por sí solo. Mi mano sigue deslizándose
hasta que llega a la parte abdominal. Mis dedos dibujan el contorno de sus
músculos duros y firmes que se encuentran en su abdomen.
Encuentro su ombligo y no me detengo. Sigo bajando hasta llegar a la parte
superior de su pantalón de franela. Por algún motivo me congelo al llegar allí. ¿Qué
me pasa?
Levanto mi vista y se encuentra mirando mi mano que sigue sin moverse de su
lugar. Cuando su mirada se conecta con la mía, un brillo intenso lleno de deseo se
apodera de sus ojos almendrados. Abanica sus tupidas pestañas y posa su vista en
mis labios.
No entiendo que está sucediendo y no quisiera saberlo. Se va acercando con
lentitud causando que mi respiración se dificulte. Las hormonas que se encontraban
descansando, se despertaron bailando con sensualidad. Quiero, deseo y exijo
besarlo inapropiadamente. Y por lo que veo, mi apetito carnal no disminuye a pesar
de que sean las nueve de la mañana. La perversión no es lo mío, pero, aun así,
aparece en mi mente sin pedir permiso.
Nuestras respiraciones se combinaron cuando sus labios rozaron los míos. Estaba
a un segundo de darle entrada a mi boca cuando el timbre me sobresaltó. Frank se
alejó maldiciendo a lo bajo. Recuperando la compostura inicial camino hacia la
ventana de la cocina. No me sorprendía que alguien o algo nos interrumpieran.
Asomé mi vista hacia afuera. No lograba ver a la persona que nos interrumpió. Pero
no fue necesario adivinar. Con tal solo ver el Mustang blanco estacionado frente a la
casa pude saber de quien se trataba.
Lo que no entiendo es, ¿Cómo se atreve Fernando a dar la cara después de lo que
hizo?

Capítulo 31.
Imprevisto
― ¿Qué haces aquí? ―pregunté al ver a Fernando en el umbral de la puerta con
sus manos escondidas en su espalda y mirándome con inocencia.
Había convencido a Frank que me dejara manejar esto. Él no estuvo muy satisfecho
con la idea. Cuando supo que era Fernando quien interrumpió, inmediatamente
quiso ir a partirle la cara sin importarle en las condiciones en las que se encontraba.
Le imploré que no causara más problemas. Y a pesar de que dudó una eternidad,
terminó aceptando sin dejar de maldecir. Sin embargo, me dijo que se quedaría en
la sala para escuchar la conversación. Pero la verdad, no estaba de humor como
para mantener una charla amigable con él. Y bueno, así fue como logré
enfrentándome a Fernando sin que Frank se interpusiera. Cuando observé los
golpes en su cara, confirmé mis sospechas. Es obvio que estaba involucrado.
―Necesitamos hablar ―dijo mirándome con tristeza.
―No tengo nada de qué hablar contigo ―respondí decidida.
Y era la verdad. ¿Qué caso tenía hablar con alguien que te mintió? Sería
demasiado estúpida si lo perdonaba.
―Vamos, Alexa, dame una segunda oportunidad ―suplicó.
―Las personas como tú no merecen segundas ni terceras oportunidades, lo que
hiciste no tiene justificación ―expresé molesta.
―Sólo déjame explicarte...
―No tienes que darme explicaciones ―lo interrumpí, descaradamente―. Ya las
diste el día en que te encontré con Daniela.
Pasó sus dedos sobre su cabello rubio con frustración y soltó un suspiro.
―Fue un estúpido error. Estaba ebrio, no sabía lo que hacía ―se justificó.
Las inmensas ganas de estamparle la puerta en la cara no me faltaban, pero no
quiero recurrir a la violencia... todavía. Así que solo me contuve manteniendo una
postura firme.
― ¿Ebrio? ¿Estabas tan ebrio que lograste llegar a tu casa, bajar del auto, subir al
ascensor y entrar a tu departamento para luego desgarrar el vestido de Daniela?
Que patético eres ―solté las palabras sin titubear.
Juro que trataba de contenerme, pero recordar esa escena fue decepcionante. El
hecho de que me engañara de esa manera tan cobarde me seguía doliendo. No es
como si de un día para otro olvidara lo sucedido. Pero de lo que estoy segura es
que nunca volveré a creer en sus palabras ni mucho menos volver a su lado. El
tiempo cura las heridas, y sé que lo superaré.
Ahora lo que siento por Frank es aún más fuerte que esto y no permitiré que unas
cuantas palabras de arrepentimiento de Fernando intenten confundirme. Porque ya
no hay nada que pensar, lo quiero a él y punto.
―No lo entiendes, ella se me insinuó ―replicó desesperado.
Estaba por responderle cuando Frank se posicionó a mi lado fulminando con la
mirada a Fernando.
―No vengas aquí con mierdas como esas. Mejor lárgate y déjala en paz ―dijo
furioso mientras su brazo rodeó mi cintura atrayéndome hacia a él.
Fernando lo observó de arriba a abajo. Recordé que Frank estaba vestido
únicamente con un pantalón de franela. Lo que hizo que la mandíbula de Fernando
se tensara al verlo con su pecho desnudo.
Muere de envidia, su cuerpo es más sexy que el tuyo, JÁ.
―No me digas que ya duermen juntos ―me preguntó levantando una ceja.
―Si dormimos juntos o no, no es tu puto problema ―contestó Frank bruscamente.
Y las ganas de dormir con él no me faltaban, pero ese no es el caso. Repito, dormir
con él, no otra cosa.
Aparte, no puedo permitir que Fernando haga preguntas como esas. Si sigue así,
Frank se encargará de golpearlo de nuevo. Apoyaría eso, de hecho, lo ayudaría,
pero recién se está recuperando de sus antiguas heridas como para dejar que
vuelva a recaer por alguien que no vale la pena.
―Fernando, es mejor que te vayas y no vuelvas a buscarme... Ah y evítate la pena
de llamar o mandarme mensajes porque no los voy a contestar.
No espere a que protestara. Y por eso fue porque cerré la puerta sin importar que
pensara que era una maleducada. No quería seguir viendo su irritante cara. Cuando
lo hice, escuché una risita burlona de Frank. Lo miré con expresión seria. No sé qué
tiene eso de divertido.
―Vaya, lo que acabas de hacer fue valiente y... sexy ―dijo sonriendo.
Le devolví el gesto y lo besé. Después de unos segundos nuestros labios se
separaron y en eso, tocan la puerta. Ash!
―Ahora sí lo mato ―murmuró Frank entre dientes.
Aparté su mano de la perilla y me miró con ceño fruncido. Lo empujé suavemente a
un lado y volví a abrir la puerta. Fernando se encontraba en la misma posición, pero
esta vez sus manos se encontraban a la vista sujetando un ramo de rosas en ellas.
Más que sorprendida, estaba enfadada. ¿Piensa que con un par de flores arreglará
su error? Dios, esto es tan ridículo y estúpido de su parte.
―No me dejaste entregártelo ―estiró su brazo para darme su "obsequio".
De ninguna manera iba a aceptarlo. Iba a declinar su regalo cuando otras manos
que no eran las mías tomaron las rosas con fuerza. Frank le arrebató el ramo y se
las lanzó en la cara provocando que algunas de ellas se quedaran en su cabello y
parte su camisa mientras que otras cayeron esparcidas en el suelo.
―Si te atreves a traerle ese tipo de estupideces te las meteré por el culo,
¿entendiste? ―lo amenazó.
Mis manos tocaron el abdomen desnudo de Frank para evitar que se acercara a
Fernando.
―Es suficiente ―Intenté calmarlo. Las cosas están comenzando a subir de tono y
eso me pone nerviosa y de malas.
― ¿Qué derecho tienes de prohibirme hacer eso? ―preguntó Fernando sacudiendo
las rosas de su cabeza.
―Soy su novio ―afirmó Frank con orgullo.
Escuchar esas tres palabras de sus labios me llenaron de felicidad y satisfacción.
Esa simple e indefensa oración me hizo sentir protegida y segura de mí misma.
Fernando soltó una carcajada y me miró. Cuando se percató que no contradecía su
comentario, su sonrisa fue desvaneciendo.
― ¿Es cierto? ―cuestionó con seriedad.
―Sí ―respondí levantando la barbilla.
Esta vez fue Frank quien se rió al ver el rostro perplejo y confundido de Fernando.
Iba a reclamarme cuando la voz de Melina lo interrumpió.
― ¿Qué pasa? ¿Está todo bien?
Se fue adentrando a la sala y observó a Fernando con ceño fruncido.
―Sí, madrina, él ya se iba ―concluyó Frank.
Los ojos de Melina se abrieron como platos y logré ver su rostro enfadado. Sabía lo
que pasaba por su mente, ver a Fernando con golpes parecidos a los de Frank fue
suficiente para que descubriera que fue él con quien se enfrentó.
Mientras se acercaba me di cuenta que quería reclamarle a Fernando el haber
atacado a su hijastro. Y conociendo a Fernando, no dudará en burlarse después de
Frank por eso.
―Adiós ―le dije, antes de cerrar la puerta.
No quería seguir perdiendo mi tiempo con gente que no lo merece. Me senté en el
sofá y tranquilicé mi enojo sobando mis sienes. Si volvía a insistir, juro que esta vez
no tendré paciencia y dejaré que los impulsos salvajes actúen.
Pero no fue necesario. El motor del Mustang se escuchó y a través de la ventana
observé como arrancaba a toda velocidad por la acera como si estuviera en una
carrera de autos.
Frank se sentó a mi lado colocando su mano sobre mi rodilla dando un ligero
apretón. Lo miré y me sonrió con complicidad.
―Él te golpeó, ¿verdad? ―aseguró Melina cruzando los brazos.
―Y sus amigos ―se limitó a contestar.
― ¿Por qué fue? Tiene que haber una importante explicación para que te golpearan
de esa manera ―exigió.
El lado furioso de Melina me impactó un poco. Estaba acostumbrada a verla como
una persona pacífica y serena. Pero sé que todos tenemos nuestro lado agresivo, si
lo sabré yo, que perdí la paciencia aquella noche cuando golpeé a Daniela como
una loca.
Y, por otro lado, me sentía curiosa. No dudo que se hayan peleado por lo que Frank
le había hecho a su Mustang. Pero, aun así, no creo que solo esa fuera la razón por
la que recurrieron a los golpes con tanta violencia.
―No tiene caso ―contestó Frank.
Melina lo estudió por unos segundos y luego dejó salir un suspiro de derrota.
―No quiero que se vuelva a repetir ―le advirtió antes de retirarse de la sala.
―Odio que me trate como un niño ―expresó molesto.
―Se preocupa por ti que es diferente ―comenté mientras acariciaba su cabello.
Asintió y me incliné hacia a él recargando mi barbilla en su hombro.
―Necesitas desayunar ―murmuré observando su perfil.
Se giró y los rasgos de su rostro se suavizaron.
― ¿Qué me cocinarás? ―preguntó sonriendo de lado causando que un ligero
hoyuelo apareciera en su mejilla.
― ¿Un cereal? ―propuse divertida.
Rodó los ojos y negó con la cabeza sin dejar de sonreír.
―Pero antes quisiera probar el postre ―comentó mirándome con un brillo intenso.
― ¿El postre? ―dije confundida.
Asintió mientras su mirada bajo a mis labios. Se acercó cerrando la distancia de
nuestras bocas y me besó con una profundidad deliciosa.
Desde hoy, este será mi postre favorito.

Capítulo 32.
Niñeros.
Ese mismo día, después de que Frank desayunara, decidimos no hablar sobre
Fernando. En vez de eso, nos pusimos a jugar videojuegos. Empezamos jugando
en su habitación muy tranquilamente. Estuvimos discutiendo por un momento
cuando Frank hizo trampa en llegar a la meta. Pero eso pasó a segundo
plano cuando se disculpó dándome un beso sin importarle que su jugador perdiera.
No fue hasta que Melina llegó a la habitación y nos descubrió en medio del
romance. Fue entonces cuando me dijo que alguien me buscaba en la puerta.
Ambos nos levantamos del suelo con rapidez pensando que sería Fernando. Pero si
hubiera sido, Melina se hubiera encargado de él. Así que esa opción queda
descartada.
En la puerta se encontraba mi vecina. No fue muy amigable con nosotros al
principio. A decir verdad, no era amable con nadie. Es ese tipo de vecina amargada
que te odia con tan solo mirarla. Es por eso que me sorprendió su presencia.
―Hola, Alexa, ¿estás ocupada? ―preguntó con una sonrisa forzada.
Si estar con Frank dándonos besos por cada vez que hace trampa me hace estar
ocupada, bueno, lo estoy.
―Un poco, ¿por qué? ―dije sin rodeos.
Dudó por unos momentos como si no estuviera del todo feliz pedir un favor. Ella no
le gusta pedir la ayuda de los demás.
―Es que tengo que asistir a una reunión de último minuto y dado que estamos de
vacaciones, no tengo donde dejar a mis niños ―hizo una pausa y continuó―. Me
preguntaba si pudieras hacerme el favor de cuidarlos solo hasta la siete.
Y por primera vez, vi su rostro suplicándome que aceptara. No soy buena haciendo
de niñera, pero no pierdo nada con intentarlo. Además, recibiré dinero a cambio. Es
una buena oferta. Cuando acepté se alegró como nunca antes la había visto. Ahora
me sentía halagada por haber recurrido a mí en vez de las otras chicas que viven
más adelante. Soy la mejor.
Cuando la Sra. Russell se fue diciendo que en media hora traería a sus
encantadores hijos, Frank apareció con una mirada interrogante.
― ¿Quién era? ―se acercó hasta la ventana para ver a través de ella.
― ¿No estuviste espiando? ―pregunté divertida.
―Lo hubiera hecho, pero me quedé arriba escuchando los regaños de Melina.
― ¿Por qué te regañó?
―Dijo que tuviera más respeto y que no hiciera cosas inapropiadas en una casa
que no es mía ―se encogió de hombros.
― ¿Fue porque nos encontró besándonos? ―dije como afirmación más que una
pregunta.
―Por eso y por las veces en las que nos ha visto ―señaló la cocina con la cabeza.
Sentí el calor subir por mis mejillas. Olvidé aquel día en el que nos encontró casi
devorándonos como si no hubiera mañana.
Asentí avergonzada sentándome en el sofá. Si fuera otra persona no me importaría,
pero estamos hablando de Melina, la casi mamá de Frank y es algo incómodo que
te haya encontrado varias ocasiones en situaciones no muy favorecedoras. Frank
se movió y se agachó enfrente de mí colocando sus manos en mis rodillas.
―Pero cuando te lleve a mi departamento, podremos hacer lo que quieras ―guiñó
el ojo y sonrió.
Le di una falsa bofetada en su mejilla. Olvidaba que Frank es un pervertido en carne
y hueso. Cuando nuestras miradas se encontraron se quedaron conectadas por
unos segundos. Apoyando sus manos en mis rodillas, se inclinó hacia a mí para
besarme. Nuestros labios rozaron y luego chocaron con movimientos suaves y
lentos. Rompimos el beso cuando Melina apareció aclarando su garganta. Nos
alejamos y nos giramos hacia a ella.
―Voy a visitar a Helen ―avisó esperando a que Frank le diera las llaves de la
camioneta.
Él se levantó buscando en sus bolsillos y se las entregó.
―Vendré lo antes posible y si deciden hacer algo interesante mientras no estoy,
saben con qué cuidarse ―advirtió con la mirada puesta en Frank.
Cuando salió por la puerta me cubrí la cara con las manos. Eso fue demasiado
embarazoso.
Fue como tener una mini conversación con mi mamá acerca de los embarazos no
planeados.
―Genial, tenemos permiso ―se burló Frank.
―Cállate ―dije levantándome de mi lugar.
― ¿Qué tal si empezamos de una vez? ―sonrió con picardía y se fue acercando a
mi espacio.
Rodeé la mesa de centro al ver sus intenciones.
―No es divertido ―expresé esquivando la mesa de un lado a otro.
―Sí, lo es ―respondió y luego saltó por encima de la mesa dejándome sin
opciones.

Me hice a un lado y corrí hacia las escaleras, pero mi intento fue en vano. Me sujetó
de la cintura y de un movimiento a otro, mi estómago descansaba en su hombro con
mi vista al piso.
―Frank, bájame o te juro que te golpearé hasta que no puedas caminar ―dije
mientras pataleaba y golpeaba su espalda.
―La que no podrá caminar serás tú cuando salgas de mi habitación ―con su mano
libre palmeó mi trasero.
¿Me acaba de pegar en mi trasero? Bien, eso no ayuda a mis hormonas.
Iba subiendo el tercer escalón cuando el timbre sonó.
―Tengo que abrir, bájame ―exigí cuando el ding dong se escuchó de nuevo.
―Te salvó la campana.
Dicho esto, aflojó su agarre y logré bajar de su hombro. Le lancé una mirada
burlona antes de abrir la puerta.
La Sra. Russell estaba acompañada con un niño y una niña. Ambos estaban cerca
de los ocho años. Me sonrieron como si estuvieran obligados a hacerlo.
―No tendrán hambre hasta que yo llegué ―dijo despidiéndose de ellos―. Estaré
antes de la siete de la noche.
Se fue y los niños entraron con su bolsa de juguetes. Cerré la puerta y me presenté
mostrando mi lado amable.
Frank bajó los escalones y se acercó con el ceño fruncido. Señaló a los dos niños y
me miró pidiendo una razón.
―Los cuidaré ―sonreí acariciando el cabello rubio de la niña que se encontraba a
mi lado.
Asintió y se inclinó hacia el niño de cabello rizado.
― ¿Cómo te llamas, niño?
―Kevin, ¿y tú? ―preguntó con confianza.
―Frank, un gusto conocerte, Kevin ―respondió estrechando su grande mano con
la del pequeño. Rodeé los ojos ante su actitud educada.
― ¿Te llamas Frankenstein? ―dijo Kevin sorprendido.
Me reí con fuerza, Frank me miró con advertencia y luego volvió su atención al niño.
―Si vuelves a llamarme así romperé todos tus juguetes ―expresó molestó.
―Frank, es solo un niño, déjalo en paz ―dije con fastidio calmando mi risa.
―Estás advertido, mocoso ―Frank alzó su ceja y se puso de pie. Kevin le sacó la
lengua cuando se dio la vuelta.
Negando la cabeza, me agaché hasta estar a la altura de la niña.
― ¿Y tú cómo te llamas, linda? ―pregunté con una sonrisa.
―Angélica ―contestó con voz aguda mientras abrazaba su muñeca a su pecho.
―Es un bonito nombre.
―El tuyo es feo ―comentó haciendo una mueca.
Me levanté e ignoré su comentario. No iba a ponerme discutir por eso. Era solo una
niña. Propuse jugar a sus muñecas para cambiar de tema. Ella asintió alegremente
y Frank se acomidió a jugar con Kevin a los carritos.
No comenzamos tan mal. Creo que puedo soportarlos el resto de la tarde.

***

― ¡Deja eso en su lugar! ¡Angélica, eso no se come! ¡Frank, quítale el florero a


Kevin! ―grité desesperada.
Esto era un caos, un desastre, Apocalipsis. Estuvieron tranquilos las primeras dos
horas. Los entretuve poniéndolos a dibujar, jugar, ver televisión e incluso contarles
historias. Pero mis tácticas de supervivencia infantil fueron desapareciendo
dejándome sin opciones. Ahora se ponían a correr por toda la casa y tomando todo
lo que se encontraban.
Angélica que, por cierto, ¡No tiene nada de angelical en su sangre! Logró entrar a mi
habitación y pintó con sus crayones algunas hojas de mi libro favorito. Ya se
imaginarán como reaccioné. Pero logré controlar mis impulsos. No quería terminar
en prisión por haber atacado a una niña.
Por otro lado, Kevin se burlaba del nombre de Frank una y otra vez provocando que
perdiera la paciencia y ahora lo estaba correteándolo para atraparlo.
Eran unos demonios en miniatura. Tenían unas energías impresionantes. No
dejaron de correr en ningún minuto.
Después de tanto esmero para mantenerlos en paz, logramos tranquilizarlos con las
palomitas que Frank preparó. Los niños se sentaron en el sofá viendo la tele, cada
uno con su plato de palomitas. Entre Frank y yo cambiamos miradas de "por fin se
están quietos".
Y para calmar nuestra ansiedad de no estrangularlos, nos unimos a ellos. Ver la
caricatura de Bob Esponja no fue tan malo después de todo.
Casi gritamos de alegría cuando se llegó la siete y la Sra. Russell llegó por sus
"angelitos". Me agradeció y me pagó lo justo. Cerré la puerta y me tiré sobre el sofá,
Frank hizo lo mismo.
Nos quedamos en silencio por un momento disfrutando la armonía de la casa.
Conté el dinero y le di la mitad a Frank. Si él no hubiera ayudado mi cabeza hubiera
explotado en mil pedacitos, además él tuvo que soportar a Kevin más que yo.
―No lo aceptaría, pero me lo merezco ―dijo introduciendo el dinero en su billetera.
Estaba agotada, cansada. Preferiría correr todo el día que cuidar a niños de esa
edad tan irritante.
―La próxima vez que vuelva aceptar ser niñera, recuérdame por todo lo que
pasamos hoy ―expresé dejando caer mi cabeza hacia atrás.
―No habrá próxima vez ―aseguró estirando sus piernas.
El sonido de dos camionetas llegó a nuestra percepción. Me giré hacia la ventana
viendo como Melina y mis padres llegaban al mismo tiempo.
Cuando entraron, mi mamá fue la primera en vernos y nos miró con preocupación.
― ¿Qué les pasa? ¿Por qué esa cara? ―preguntó.
―Cuidamos los niños de la vecina ―respondí haciendo una mueca.
―Me imagino que fue todo un reto, ¿eh? ―comentó papá.
―El más difícil ―dijo Frank con fastidio.
Ambos nos dieron su compasión y luego siguieron su camino hacia la recámara.
Melina entró pocos segundos después con una bolsa de despensa.
― ¿Se divirtieron? ―preguntó con duda.
―No ―contestamos en unísono.
Asintió y se adentró a la cocina. Luego de cenar, ambos nos dirigimos a las
escaleras. Cuando salimos de la cocina, escuché la voz de Melina.
― ¿Quién se acabó las tres bolsas de palomitas?
Frank y yo nos reímos mientras subíamos los escalones. Ella no tenía idea de que
estuvimos cuidando a dos niños que resultaron ser unos crueles diablillos
hambrientos.

Capítulo 33.
Tentación interrumpida

Era sábado por la tarde. Desde la mañana estuve como loca buscando un vestido
apropiado para la noche de hoy. Me había levantado temprano con la esperanza de
encontrar uno en mi clóset.
Lo único que tenía eran dos vestidos que parecían atuendos para algún funeral.
Luego de entrar en una mini depresión por no tener que ponerme, llamé a Karina.
No pasó ni la hora cuando ya se encontraba frente a mi puerta. Le pedí que me
acompañara a ir de compras. No soy experta en todo eso de la moda y para elegir
un vestido necesito una segunda voz. Y qué mejor que la de mi mejor amiga.
Mucho antes de irme, había ido a la habitación de Frank para ver cómo seguía de
sus heridas. Pero para mi sorpresa, estaba dormido. Al verlo recostado sobre la
cama con las sábanas enredadas en sus pies y con su pecho desnudo, me dieron
ganas de olvidar todo y quedarme sentada como idiota para admirarlo mientras
dormía.
Pero luego pensé en que parecería una psicópata si Frank se despierta y me
encontrara observándolo como una novia en celo. Fue por eso que no decidí
hacerlo, solo me limité a darle un pequeño beso en la mejilla.
Cuando llegamos a la tienda de ropa, me estresé. Karina comenzó a buscar varias
opciones. En su mayoría no eran de mi gusto. Me mostró diferentes vestidos, de
diferentes colores y medidas. Utilicé el vestidor varias veces que ya comenzaba a
odiarlo. Ninguno me era suficiente. Buscaba algo sencillo, pero a la vez elegante y
atractivo sin la necesidad de mostrar demasiada piel.
Pero al parecer, en este lugar solo tenían vestidos idénticos al que Daniela usó
aquella vez, que, por cierto, no le duró mucho ya que tuve la dicha de destrozárselo
con las manos. Y lo menos que quería era parecerme a ella con respecto a su
forma de vestir.
―Alexa, ya te mostré la mitad de los vestidos que venden en este lugar y no te
decides por alguno ―dijo eufórica lanzando sus brazos al aire.
―Éste está horrible ―señalé el horrible vestido azul chillante que llevaba puesto.
―Se te ve bien ―expresó rodando los ojos.
― ¡Claro que no! No me cubre nada ―argumenté haciendo una mueca.
Karina soltó un suspiro llevándose las manos a la cara para calmar su ansiedad.
Después se levantó del pequeño sofá de piel y se dirigió a la última sección de
vestidos que faltaban. Me sentía estresada, enojada y patética. ¡Es sólo un vestido
Alexa! No actúes como si fuera el fin del mundo.
Esa estúpida vocecita me ponía de mal humor cada vez que se cruzaba por mi
mente. Yo nunca fui ese tipo de chicas que se preocupan por su aspecto, si
estuviera en otra situación elegiría uno sin siquiera medírmelo. Y aunque no quería
admitirlo, quería impresionar a Frank. Es por él por lo que estoy así tan frustrada por
no encontrar algo adecuado para la ocasión.
Ahora entiendo a las chicas que están a punto de casarse cuando no encuentran su
vestido de novia ideal. Es como tener una crisis cerebral al triple. Ya ni sé por qué
me estoy comparando con una novia a punto de contraer matrimonio. Gruñendo de
desesperación, entré de nuevo al estúpido vestidor.
¡Sólo a ti se te ocurre comprar un vestido el mismo día del festejo!
Me quité el asqueroso vestido (si es que se le puede llamar así a una prenda que
solo cubre un 20% de tu cuerpo) y lo dejé en la silla que se encontraba en el rincón.
―Estos tres son los últimos, si no te gusta ninguno tendremos que ir a otra tienda
―escuché la voz de Karina mientras me lanzaba los vestidos por encima de la
puerta.
Los tomé y fui examinándolos uno por uno. El primero era gris con lentejuelas,
descartado. El segundo era color amarillo mata pupilas, descartado. El tercero era
un color turqués, lo sujeté bien y lo puse frente a mí para observarlo con
detenimiento.
El color era hermoso, en la parte del escote tenía forma de corazón. El vestido
terminaba unos seis dedos por arriba de la rodilla, la medida perfecta. A simple vista
me encantó. Con la esperanza en mis venas me puse el vestido rápidamente. Me
miré al espejo y perfecto. Más que perfecto. Me sentía cómoda y la apariencia que
tenía era elegante y a la vez sexy.
Me giré para ver la parte de atrás y más feliz no pude estar. La espalda estaba al
descubierto de una manera sencilla y provocativa. No queda duda que el último es
el mejor. Cuando se le dije a Karina que me había decidido por uno, alzó sus manos
al techo y dijo "¡Por fin!".
Luego de hablar unas cuantas cosas, me llevó de vuelta a casa y como siempre, me
pidió que le diera detalles una vez que terminara el evento. Y ahora me encontraba
en mi habitación colocando el vestido como si estuviera hecho de cristal y lo guardé
en el armario.
Mi estómago comenzó a rugir, lo único que había calmado mi apetito fueron unos
cocteles de fruta que Karina y yo compramos antes de que me trajera. Me quité los
jeans ajustados que comenzaban a matarme y me puse un short negro.
Salí de la habitación y con mis pies descalzos comencé a caminar por el pasillo
para bajar las escaleras.
En eso, Frank aparece cuando abrió su puerta. Estaba duchado e informal. Un short
largo de mezclilla y una camiseta con un logo extraño en el centro.
―Hey, ¿dónde estuviste toda la mañana? ―preguntó con cierta preocupación a la
vez que cerraba la puerta detrás de él.
―Salí con Karina ―dije tranquila.
Si le cuento que fui a comprarme un vestido para esta noche, no dudará en entrar a
mi habitación y buscarlo solo para hacerme enojar. Asintiendo, caminó hacia a mí y
bajamos juntos hasta la cocina. Se sentó sobre la silla y comenzó a teclear su
celular.
Me dirigí a la nevera y saqué el pastel de chocolate que Melina había comprado
ayer. Más vale que no te excedas en calorías, no ayudará a la hora de ponerte el
vestido. Ignorando mi vanidad corporal, corté un buen pedazo y me tomé asiento
frente a él.
― ¿Fernando no te ha molestado? ―preguntó dejando a un lado el celular.
―No ―contesté llevándome a la boca un trozo del exquisito pastel.
Al diablo las calorías, tengo hambre y esto está condenadamente delicioso.
Frank levantó la mirada y se me quedó viendo mientras yo continuaba comiendo.
Comencé a sentirme nerviosa y lo miré con fastidio.
― ¿Tengo monos en la cara? ―dije sin humor.
Esperaba a que se enojara y se fuera a su habitación, pero en vez de eso, me
sonrió. Lo que aumentó mi deseo. Sus ojos se llenaron de un brillo irresistible y sin
decir nada fue levantándose de su lugar y rodeó la mesa hasta estar a mi lado.
Girando mi cabeza, lo miré confundida. Sin dejar de quitar esa maldita y sensual
sonrisa de su cara se inclinó hacia a mí. Su pulgar hizo contacto con la textura de
mi labio inferior y retiró una pequeña porción de chocolate. En silencio y sin apartar
su mirada de la mía, se llevó el dedo a su boca lamiendo el chocolate que hace
unos segundos se encontraba en mis labios. Pasé saliva con dificultad tratando de
calmarme.
¡Eso ha sido lo más sexy que he visto hasta ahora! No puedo contenerme. Lo
quiero a él de todas las maneras posibles. Lo sé, soy una desesperada, pero eso es
lo que Frank me causa cuando hace cosas como esas.
―Así está mejor ―dijo una vez que retiró su pulgar de su boca.
Sentía como un calor insaciable recorría mi rostro estancándose en mis mejillas.
―Deja de hacer eso ―susurré volviendo mi vista al plato.
Tenía hambre, pero no exactamente de pastel.
― ¿Hacer qué? ―cuestionó divertido.
―Mis padres o Melina pueden llegar en cualquier momento ―advertí en voz baja.
―Mi madrina no se sorprendería.
―Pero mis padres sí ―dije levantándome de la silla.
― ¿A qué horas es el evento de tu padre? ―cambió el tema.
―A las nueve, ¿Ya tienes que ponerte? ―pregunté con indiferencia.
Aunque por dentro me moría de ganas de verlo vestido de traje.
―No exactamente. Joel me habló sobre un lugar donde rentan esmoquins, más
tarde iré a buscar uno ―contestó a la vez que tomaba mi mano y la entrelazaba con
la suya.
―Espero que encuentres uno que te guste.
― ¿Y tú? ¿Ya sabes qué ponerte? ―preguntó con intriga.
―Sí ―sonreí satisfecha al recordar el vestido.
―Realmente no importa lo que te pongas. Para mi seguirás siendo hermosa, lo
sabes, ¿verdad? ¿lo sabes, ¿verdad? ―su mano libre llegó a mi rostro y con su
pulgar acarició mi mejilla con suavidad.
Sonreí ante su cumplido. Me devolvió la sonrisa y sin resistirse me acercó a él. En
cuanto nuestros labios rozaron entre sí, se pusieron en acción.
Entre movimientos y choques de nuestras bocas, su lengua se fue adentrando
hasta encontrar la mía. Una sensación de descarga fue invadiendo mi cuerpo
causando que el beso se fuera profundizando con rapidez.
Sin duda, esta cocina tiene algo especial. Siempre terminamos juntando nuestras
bocas en este lugar.
Sus manos bajaron a mi cintura manteniéndome sujeta a su cuerpo. Las mías
rodearon su cuello a la vez que jugaba con los cabellos que caían de su nuca.
Comenzaba a sentir calor cuando escuché a alguien aclarar su garganta. En ese
instante, Melina apareció en mi mente.
Con la respiración acelerada alejé mis labios. Sentí el cuerpo de Frank tensarse a
medida que parpadeaba. Recibiendo su sospecha, miré sobre mi hombro.
Mi mamá se encontraba en el umbral de la puerta de la cocina mirándonos sin
ninguna expresión en su rostro.
Mierda.

Capítulo 34.
Complicidad maternal
No sabía si sonreír inocentemente, desaparecer o tener el poder de Daemon Black
para congelar el momento y salir huyendo. De todas las maneras que tenía pensado
decirle a mi mamá sobre Frank, esta era la menos indicada. Haberme encontrado
en pleno romance en su cocina no es muy bien visto. Intenté descifrar su estado de
ánimo por medio de su mirada, pero su rostro estaba en blanco. Como si se hubiera
quedado sin emociones.
Hubo un silencio prolongado cuando llegó. Frank estaba tan sorprendido como yo
que se congeló en su lugar. Tenía pensado hablar antes que ella, hasta que
escuché su voz.
―Frank, ¿puedes dejarme a solas con Alexa, por favor? ―exigió.
Él apretó mi mano como señal de apoyo.
―Señora Owens, yo quisiera decirle que...
―Necesito hablar con ella, por favor, retírate ―lo interrumpió con autoridad.
Soltó mi mano y me rodeó para salir de la cocina. Cuando cruzó a lado de mi
mamá, ella no se tomó la molestia de verlo. Sus ojos estaban enfocados en mí lo
que me ponían muy nerviosa. Miré sobre su hombro y Frank se encontraba a unos
pasos detrás de ella lanzándome una mirada de "lo siento". Asentí con discreción y
se fue un poco molesto.
El ambiente comenzó a sentirse pesado a mí alrededor. Hasta el aire que respiraba
lo sentía tenso. Mi mamá entró completamente a la cocina, recargó su espalda en la
cocineta y se cruzó de brazos. Mantuve mi distancia para evitar que me agarrara de
los cabellos y me arrastrara por el piso o que me lanzara en la cabeza los platos
que se encontraban detrás.
Estábamos cara a cara, pero con la mesa entre nosotras. Así tendré tiempo de
correr si se convierte en hulk o algo parecido.
― ¿Y bien? ¿Tienes algo qué decirme? ―rompió el silencio.
La neutralidad de su voz me confundió. Sé que mi mamá no es tan estricta como lo
es mi papá, pero aun así tiene su carácter de miedo. Secando mis manos
sudorosas en mi short, tomé una respiración profunda.
―Desde hace unos días estoy saliendo con Frank ―contesté sin balbucear.
Este era el momento de decírselo. No podía justificarme con una mentira. Solo
complicaría las cosas. Es mejor que sepa la verdad. Frunció el ceño y me miró
furiosa. Es el fin, se pondrá a gritar y me dará unas buenas bofetadas hasta
dejarme rojas las mejillas. Se acercó al otro extremo de la mesa colocando sus
manos sobre ella tratando de calmar su enojo.
― ¿Desde cuándo? ―cuestionó luego de haber dejado salir un suspiro.
Comencé a contar en mi mente. El domingo fue cuando nos declaramos el uno al
otro. Y contando hasta el día de hoy, llevamos seis días de noviazgo. Pero me he
sentido atraída por él desde que llegó a pesar de que al principio lo detestaba.
―Hace casi una semana ―murmuré apenada.
― ¿Y cuándo pensabas decirme?
Sus preguntas eran cada vez más capciosas. Me sentía en la comisaría siendo
interrogada por un detective a causa de un delito grave. No sé si este caso se
considere exactamente grave. Pero desde los ojos de mi mamá, lo era.
―No quería que te enteraras de esta forma ―dije en mi defensa.
Desviando la mirada, cerró los ojos y con sus dedos apretó el puente de la nariz.
― ¿Es la primera vez que hacen esto? ―preguntó refiriéndose a la escena en la
que nos encontró.
Mierda. ¿Ahora qué? Mi mamá no es estúpida. Si le digo que no, la haré enfurecer
más. La manera en la que nos descubrió besándonos con tanta confianza era
suficiente para que cualquiera creyera que no era la primera vez.
―No ―susurré, bajando la mirada para que no notara mis mejillas sonrojadas de
vergüenza.
―Si tú papá hubiera entrado a la cocina en ese momento, ¿Sabes cómo
reaccionaría? ―me regañó.
Levanté mi vista y la miré. Si fuera él quien nos hubiera descubierto, ahorita estaría
viviendo debajo de un puente o algo peor, me enviaría a vivir con mi tía Helen.
―Lo siento ―logré decir.
Asintió y rodeó la mesa. Cuando llegó a mi lado cerré los ojos esperando que la
palma de su mano hiciera contacto con mi mejilla.
―Alexa, abre los ojos, no voy a golpearte ―la escuché decir.
Alcé mis párpados y la miré. Tenía ganas de abrazarla y darle las gracias por ser
tan comprensiva pero el enojo seguía en su rostro.
―Escucha, yo no puedo ocultarle a tú padre lo que vi hace unos momentos.
No, no. Todo se irá abajo si se lo dice. Y empezará con correr a Frank de la casa
junto con Melina. Bueno, no sé si es capaz de hacer eso, pero conociendo como se
enoja, es posible que lo haga. Comencé a preocuparme, esta sensación era peor
que cuando el profesor está a punto de entregarte la calificación de un examen en
donde sabes que lo reprobarás.
―Mamá... ―supliqué con temor.
―No se lo diré ―me interrumpió―. No quiero echarle a perder la noche de hoy.
Suspiré con alivió sintiendo como mis hombros se relajaban.
―Pero... ―comenzó, oh no―. Cuando la fiesta termine, le dirás sobre lo que tienes
con Frank, ¿de acuerdo?
Su propuesta no me ponía muy feliz. Pero por lo menos podré pasármela bien esta
noche. Y mi mamá tenía razón, la fiesta de hoy era por el esfuerzo de mi padre en
su trabajo. Así que será mejor que acepte.
―De acuerdo ―asentí.
―Y también necesito hablar con Frank.
―No es necesario ―comenté nerviosamente. No iba a permitir que mi mamá lo
invadiera de preguntas raras y vergonzosas.
―Está bien... y estarás castigada por haber mentido ―alzó sus cejas y caminó
hacia la despensa.
―Pero no mentí solo lo oculté la verdad ―me justifiqué.
Me miró en modo de advertencia, mientras se preparaba un té.
―Aun así te mereces un castigo ―replicó agregando azúcar y disolviéndola con la
cuchara que se encontraba dentro del vaso.
― ¿Limpiaré la casa por todo un año? ―pregunté haciendo una mueca.
―Eso y cuidarás a los hijos de la Señora Russell cuando lo necesite ―avisó
sentándose en la silla.
Bufé a la vez que masajeaba mis sienes. Podré hacer la limpieza, pero no creo
poder soportar ser niñera de nuevo. Esos niños deben ser cuidados por expertos
como militares o algún psicólogo.
Sinceramente esperaba algo peor, pero me conformo con eso. Aparentaré que es el
peor castigo del mundo. Que no se haya transformado en un ogro me sorprendió un
poco. Ni siquiera me gritó. Tal vez está entendiendo que tengo la edad "adecuada"
para ser responsable mis acciones.
― ¿Qué piensas sobre mi noviazgo con Frank? ―quise saber cuándo nos
quedamos calladas.
Levantó la vista y me miró frunciendo el ceño. No es buena señal. Dudó por unos
segundos y luego su rostro se suavizó.
―Frank es un buen chico, pero tal vez necesitan convivir un poco más antes de
llegar a la etapa de una relación amorosa.
Las palabras de Melina llegaron a mi mente. ¿Por qué pensaban que era necesario
esperar? Estoy consciente que un mes es muy poco tiempo para conocer a alguien.
Pero eso realmente no importa. Nunca terminas de conocer a las personas, aunque
lleves años conviviendo.
Llevaba más de un año conociendo a Fernando, ¿y qué pasó? Resultó ser un
completo imbécil. Tal vez Frank sea diferente a él y no lo sabré si no me arriesgo a
comprobarlo.
―Lo quiero, mamá ―dije orgullosa de mi sentimiento.
Levantó sus cejas con sorpresa al escucharme. Dejó salir un suspiro y me mostró
una media sonrisa.
―Respeto eso, es solo que no quiero que salgas lastimada. Pero si es lo que
quieres, lo entiendo ―expresó con preocupación.
Acercándome a ella, levanté mi brazo y la coloqué alrededor de sus hombros.
―Gracias ―me incliné para completar el abrazo.
Una de sus manos palmeó mi brazo con suavidad.
― ¿Se están cuidando? ―preguntó con intriga.
Ay no, ya va a comenzar con eso.
―Mamá... ―murmuré a la vez que me alejaba.
―No estoy lista para ser abuela ―dijo con seriedad.
Y yo no estoy lista para ser mamá. Para eso faltan muchos años. Muy apenas
puedo cuidar a los niños por unas horas no me imagino si tengo que cuidar a mi
propio hijo todo el día. Aún no tengo esa paciencia. Negando con la cabeza guardé
en el refrigerador el pedazo de pastel que se había quedado olvidado en la mesa.
―Alexa, no respondiste mi pregunta ―insistió luego de darle un sorbo a su bebida.
Me giré ofendida. No era necesario hablar sobre eso. No hemos ido más allá de los
besos y caricias...todavía―. Porque si no, tendré que hablar seriamente con Frank
para exigirle que use protección.
―Mamá... ―gruñí pasándome las manos por la cara ocultando mi frustración.
Esto se está volviendo incómodo.
―Deben cuidarse. Alexa, él ya está en la edad en la que debe saber cómo ponerse
un cond... ―la interrumpí inmediatamente.
― ¡Soy virgen! ¿contenta? ―lo dije tan fuerte que no dudo que Frank lo haya
escuchado.
Se tranquilizó y me miró aliviada.
―Gracias a Dios ―murmuró levantando las manos al aire.
Me reí. Tal vez se imaginaba que era una de esas chicas que se acuestan con el
primero que ven. No soy tan fácil como ella cree.
―No lo seré por mucho tiempo ―comenté divertida.
―Debes esperar hasta el matrimonio ―advirtió―. Yo me entregué a tu padre el día
que...
―No necesito detalles ―dije mientras me dirigía a la puerta de la cocina.
Justo cuando iba a salir, Melina apareció.
― ¿Ya se lo dijiste? ―me preguntó al ver a mi mamá sentada con su té en la mano.
―No pudiste decírmelo a mí, pero si se lo contaste a Melina ―dijo mi mamá con
celos.
Nada más falta que las dos se enojen por mi culpa.
―No lo hizo ―comentó Melina―. Me enteré por mí misma cuando los encontré un
día muy cariñosos aquí en la cocina.
Mierda. Esto es demasiado embarazoso. Mi cara va a explotar de ardor si sigue
dando detalles innecesarios.
―Que coincidencia, hace un momento tuve que enterarme de la misma forma
―comentó mi mamá un poco divertida.
Melina se acercó a la mesa y se sentó a lado de mi mamá. No iba a seguir
escuchando como hablan sobre mí sobre cómo me descubrieron con Frank. Me
despedí de ellas entre dientes y subí las escaleras. Me dirigí a la habitación de
Frank y cuando di el primer golpe a su puerta, abrió.
― ¿Qué pasó? ―preguntó preocupado.
Su cabello estaba más alborotado de lo usual. Estaba segura que había pasado sus
dedos varias veces a través de su cabellera intentando pensar en las posibles
maneras en las que mi mamá pudo reaccionar cuando se fue.
Le conté lo importante. Al parecer mi mamá no se impactó como esperaba, pero era
preferible que escucharla gritar como loca. Decidí omitir la conversación en donde
tuve que hacerle saber que mi virginidad seguía intacta. Frank ya lo sabía, pero no
quiero volver a repetirlo.
―Esperemos que tu padre sea igual de comprensivo que tu mamá, eso facilitaría
las cosas ―comentó con una mueca.
―Eso lo sabremos cuando se lo diga.
―Tal vez si yo hablo con él podría aceptar ―sugirió mientras se recargaba en el
umbral de la puerta.
Definitivamente no. La noticia de que su única hija le ocultó por una semana que
nuestro "huésped" es su novio, no lo tomara muy a la ligera y menos cuando mi
mamá le haga saber que nos encontró en una situación muy comprometedora. Lo
último que querrá ver es la cara de Frank. Así que esa opción queda fuera de la
lista.
―A mi corresponde primero hablar con él ―contesté y dejó salir un suspiro.
―Pero yo soy el que está saliendo contigo y hasta donde yo sé, los chicos son los
que hablan con los padres de la novia para pedir permiso ―comentó a la defensiva.
―Sí, pero estamos hablando de mi papá. Una persona sobre protectora que tiene
cambios de humor repentinos. Y no quiero que insistas, yo hablaré con él ―dije
decidida.
Pasó sus dedos sobre su cabello y asintió. Luego de un momento se acercó a mi
espacio personal y rodeó sus brazos alrededor de mi cintura. Levantó la vista
mostrándome una sonrisa coqueta que hipnotizaría a cualquiera.
―Así que... ¿Cómo está eso de que no serás virgen por mucho tiempo? ―preguntó
arqueando las cejas y mirándome con picardía.
Eso me confirmó que había escuchado esa parte de la conversación.
Capítulo 35.
¿Ahora qué?

No contesté la pregunta de Frank. Yo lo había dicho solo para molestar a mi mamá.


Pero él se lo tomó muy en serio. Lo único que hice fue negar con la cabeza. No
insistió sobre eso. Y fue porque en ese momento su celular comenzó a sonar.
Cuando colgó se despidió de mí con un rápido e intenso beso.
Joel había venido por él para ayudarlo a escoger un esmoquin adecuado ya que,
según Frank, no está acostumbrado a usar ropa elegante. Si por él fuera iría a la
fiesta en vaqueros desgastados, una camiseta con alguna leyenda de su banda
favorita y sus vans.
Aun así, se vería sexy. Pero al final cedió en rentar un traje.
Cuando se fue, entré a mi habitación. Está noche tenía que salir bien. La disfrutaré
lo más que pueda antes de decirle a mi papá sobre mi relación con Frank. No será
para nada fácil. Solo espero no tartamudear o quedarme sin palabras al momento
de hablar. Pero bueno, no tengo por qué preocuparme por eso aún.
Las siguientes horas fueron transcurriendo hasta que se llegó la noche. La tarde se
fue rápidamente gracias a que mi mamá y yo ayudamos a Melina a elegir unos de
los vestidos que tenía en su clóset. Al final se decidió por uno largo de color negro.
Era lindo. Hecho para una mujer madura como ella.
La animé diciéndole que hasta podría conocer a alguien en el evento. Ella frunció el
ceño y negó con la cabeza como si darse la oportunidad de rehacer su vida no fuera
justo. Pero mi mamá me apoyó con mis ideas a lo que Melina no le quedó de otra
que sonrojarse.
Cuando volví a mi habitación, me duché. Al salir fui por el vestido y me lo puse. Aún
no estaba maquillada ni peinada y ya me sentía con una confianza brutal. Amaba
este vestido. Alrededor de las ocho y media terminé de maquillarme. Nada
exagerado ni algo simple. Pero mi rostro se veía diferente a causa del delineado y
las pestañas empapadas de rímel. Mis ojos lucían más expresivos y con brillo. En
sí, mi rostro estaba con vida.
Tal vez el maquillaje no era lo que me hacía ver distinta. Si no la forma en la que
sentía. Estaba feliz y nerviosa.
Puedes tener un maquillador profesional que te haga lucir mejor que una princesa,
pero si tu estado de ánimo está por los suelos, todo aquello se esfuma. Es tú actitud
la que define tu belleza.
Luego de unos minutos logré terminar de ondular mi cabello. Con mis dedos peiné
los rulos que estaban formados para que no se notaran tan definidos y darles un
aspecto natural y suave.
Me puse los tacones a juego completando mi atuendo. Me miré al espejo de cuerpo
completo y suspiré. Estaba lista.
En eso, unos golpes en mi puerta me hicieron apartar la vista de mi reflejo. ¿Y si era
Frank? No estoy preparada para que él me vea.
― ¿Quién? ―dije con nerviosismo.
― ¿Estás lista? ―escuché la voz de mi mamá al otro lado.
Abrí la puerta y se veía más bella que nunca. Llevaba un vestido largo color dorado
con su cabello recogido dándole un aspecto elegante. Al percatarse de mi cambio
radical en mi forma de vestir, me miró con gesto de sorpresa.
―Estás preciosa ―expresó con una gran sonrisa.
―Gracias, tu igual. Papá se volverá loco ―hizo un ademán con la mano como si su
vestimenta no fuera gran cosa.
―Es hora de irnos. ¿Y Frank? ―preguntó.
Me encogí de hombros. Hace dos horas que se había ido y no ha dado señales
hasta este momento.
― ¿Eres su novia y no sabes dónde está? ―Negó con la cabeza haciéndome sentir
culpable.
―Ustedes adelántense, yo me voy con él ―propuse.
―De ninguna manera, tu padre al igual que Melina nos están esperando abajo. Y si
te dejo ir con Frank comenzará a sospechar ―replicó molesta.

Tiene razón. No quiero que se entere antes de su celebración. Sin contradecirla,


asentí.
―Solo déjame hacer una llamada ―dije mientras buscaba mi celular en mi bolso.
―Tienes tres minutos ―bufó y se fue.
Cogí el celular y llamé a Frank. Ya me está preocupando. Luego de esperar unos
segundos, atendió.
― ¿Dónde estás? ―pregunté un poco desesperada.
―Tranquila, estoy en el bar con Joel ―respondió con una risita.
― ¿En el bar? Frank, solo ibas por un esmoquin.
―Hace rato que logré decidirme por uno y para aliviar un poco la tensión decidimos
venir a tomar un par de tragos ―dijo en su defensa.
Nada más falta que Frank se presente en el evento cayéndose de borracho y
ocasionando problemas.
―Nosotros ya nos vamos ―le avisé con amargura.
―No te enojes, no voy a excederme con la bebida si eso te preocupa ―Me quedé
callada por unos segundos y lo escuché suspirar―. Alexa, lo prometo. No estaré en
problemas de nuevo. Dame la dirección del lugar de la fiesta. Te veré allí.
De mala manera se la dije. Se despidió diciendo que ya venía en camino y que no
me preocupara. ¿Cómo no me voy a preocupar sabiendo que está en un bar donde
posiblemente se encuentre a Fernando y se enfrenten de nuevo?
Dejando salir un suspiro frustrado, salí de la habitación y después de escuchar los
cumplidos mis padres y Melina nos dirigimos a la reunión. No ha pasado ni media
hora de haber escuchado la voz de Frank y ya comenzaba a extrañarlo como si no
lo hubiera visto por días.

Narra Frank

Alexa estaba enojada. Demonios, se supone que estaría allí para verla, pero el
maldito de Joel no dejaba de joder por ir al bar. Y dado que íbamos en su auto no
pude retractarme. No fue hasta que escuché la voz molesta y enojada de Alexa.
Luego de colgar le exigí a Joel que me llevara a casa. Él no se quejó.
Al llegar, la camioneta de su padre ya no estaba. Por un momento pensé que
llegaría a tiempo para lograr ver que llevaba puesto. Estaba con la intriga. En mi
mente había formulado las posibles maneras en las que se veía está noche. En
todas mis opciones se veía perfecta. Pero necesitaba comprobarlo.
De la forma más rápida posible tomé una ducha de diez minutos. Al salir del cuarto
de baño me dirigí hasta la cama en donde mi esmoquin negro se encontraba
encima. Retiré bruscamente la bolsa transparente que cubría el traje y me lo
coloqué. Nada mal. Aunque me sentía raro. Al verme al espejo me sentía como uno
de esos estúpidos niños millonarios.
Ni hablar. Solo lo usaré por hoy. Puedo soportarlo.
Con mis dedos peiné mi cabello de forma desordenada. Luego de rociar perfume a
mí alrededor, cogí las llaves. La billetera la introduje en los bolsillos traseros y mi
celular en el delantero. Salí de la habitación y justo cuando estaba bajando las
escaleras se escuchó el timbre de la casa.
Frunciendo el ceño llegué hasta la puerta y abrí. Mi entrecejo se profundizó aún
más cuando vi a Daniela. Pensé que me había librado de ella.
― ¿Qué necesitas? ―pregunté fríamente.
Me escaneó de arriba a abajo y luego me miró lamiéndose los labios.
Qué asco.
― ¿A dónde vas a salir que no invitas? ―dijo coquetamente.
Rodé los ojos y la miré con fastidio.
― ¿Qué quieres? ―insistí dejando salir un suspiro de rabia.
―Oye, no me trates así ―expresó mientras se llevaba una mano al pecho
sintiéndose ofendida.
Ignorando su patético comentario, salí de la casa cerrando la puerta detrás de mí
con llave. La esquivé y caminé hasta la suburban. Quité los seguros de la
camioneta y abrí la puerta del conductor cerrándola de un portazo.
No sé cómo diablos le hizo, pero cuando estuve a punto de encender el motor,
Daniela apareció deslizándose por el asiento del copiloto.
¿Qué diablos...?
Me giré hacia a ella mirándola poco amable.
―Fuera de mi camioneta ―espeté tratando de calmar mi coraje.
¿Quién se creía está chica?
―Me gustaría ir contigo a donde quiera que vayas ―la escuché decir cínicamente.
¿Está loca o le falta oxígeno en el cerebro? Estoy seguro que son las dos cosas.
―Por supuesto que no, fuera ―expresé furioso.
― ¿Por qué no intentas bajarme? ―propuso divertida.
No fue necesario que me lo dijera dos veces. Bajando de la camioneta, caminé
alrededor de la suburban hasta llegar a lado contrario. Abrí la puerta del copiloto y
estiré mi brazo hacia afuera.
―Sal de mi auto ―avisé sin hacer contacto visual.
No contesto y no se movió para nada. Y por más que no quisiera, tuve que mirarla.
Santa mierda.
La diminuta blusa estaba ceñido a su cuerpo provocando que sus pechos
sobresalieran. Pero no fue eso lo que me sorprendió. Si no que la muy fácil sostenía
su sostén en sus manos. Se lo quitó sin retirar su blusa.
Desvié la mirada al instante. A esta chica le falta un par de tornillos.
―Estoy siendo paciente, Daniela, no lo diré una vez más. Bájate de la camioneta
―dije entre dientes escondiendo la rabia en mi voz.
―Oh, vamos, Frank, hagámoslo rápido.
Mierda. Hará que pierda la paciencia. Y no quiero recurrir a la violencia. Menos con
una mujer, o, mejor dicho, con una mujerzuela. Sin mirarla la tomé del brazo
bruscamente y bajé de la suburban. Se quejó cuando sus pies tocaron el suelo. Ni
drogado permitiría que se que quedara.
De repente mi celular comenzó a sonar. La llamada de Alexa me aterró. Más vale
que Daniela no grite o diga algo imprudente porque si no me veré obligado a
atacarla verbalmente. Caminé a una distancia en la que Daniela no se diera cuenta
que era Alexa quien llamaba. Si lo hace intentará llamar su atención diciendo
mentiras.
―Voy en camino ―
dije rápidamente antes de escucharla hablar.
―Dime que no sigues en el bar...
―No, ya estoy listo. En cinco minutos estaré allí, te quiero ―colgué y me giré hacia
donde estaba Daniela.
Para mi suerte, no volvió a entrar a la camioneta. En vez de eso, me mandó un
beso desde lejos y se alejó hasta su auto que estaba aparcado enfrente. Menos mal
que entró en razón. Cerrando la puerta del copiloto, volví al volante poniendo en
marcha el motor.
Si una chica hubiera intentado hacer lo mismo que hizo Daniela hace unos
momentos en años anteriores, no dudaría en darle entrada. Pero todo eso cambió.
La única que me importa ahora es Alexa. La necesito a ella, a nadie más.

Capítulo 36.
Noche casi perfecta.
El lugar en donde estábamos era hermoso y elegante. Empresarios sofisticados y
meseros por todos lados era lo que veía alrededor. Cuando llegamos mi papá fue
recibido como si fuera el rey del mundo. Tampoco era para tanto.
Conocí a varios amigos de mi padre. No es que tuviera opción. Él nos presentaba a
cada persona que se acercaba. Lo que me gustaba de esta fiesta es que era al aire
libre. El aspecto contemporáneo de las mesas, el buffet, la música y los meseros
me hicieron sentir fuera de lugar. No estoy familiarizada para este tipo de eventos.
Nos proporcionaron una de las mejores mesas. Melina y yo tomamos asiento. Mis
padres continuaron saludando al resto de los invitados. Habían pasado más o
menos veinte minutos desde que Frank me dijo que ya estaba en camino.
La ansiedad se apoderaba de mi sistema. Comenzaba a morderme las uñas y ver el
celular a cada minuto. Melina se dio cuenta de mi frustración y me calmó diciendo
que no tardará en llegar. Asentí ante sus palabras, pero aún me sentía incomoda.
Me levanté de mi lugar y sin avisarle caminé alrededor de la fiesta para despejar un
poco mi mente.
Paseaba observando a personas bailando en la pista de baile. Otros estrechándose
de manos, abrazarse y manteniendo una conversación. Divisé a mis padres con
otra pareja mayor. Los dos sonreían alegremente. Mi padre miraba a mi mamá con
orgullo. Sabía que estaba hermosa y se sentía satisfecho de tenerla como esposa.
Lo mismo pasaba con mi madre. Admiro su relación. A pesar de la edad, en sus
miradas puedes notar que se siguen amando como si fueran unos adolescentes.
Sonreí al verlos tan unidos.
Continué mi camino por el campestre. Uno que otro chico me miraba y sonreía.
Pero rápidamente desviaba la vista para que no me vieran interesada. Cada paso
que daba me sorprendía más. Las decoraciones eran hermosas. Un poco más allá
logré ver una enorme fuente. Me acerqué hasta quedar frente ella. Era de más o
menos cuatro metros de altura. En el fondo tenía luces de colores que le daban un
aspecto hermoso cada vez que el agua caía hacia los lados.
Estaba contemplándola cuando siento vibrar mi celular a través del bolso. Lo
encuentro de forma desesperada y abro el mensaje:

De Frank:
Para Alexa:
“¿Dónde estás?"

Siento un extraño hormigueo en mi cuerpo al leer. Estaba aquí, respirando el mismo


aire que yo. No estoy preparada mentalmente para verlo. No sé cómo voy a
reaccionar.

Para Frank:
De Alexa:
“Al otro lado del buffet, en la fuente de colores, ¿y tú?"

Esperé unos segundos y recibí su respuesta.

De Frank:
Para Alexa:
“Encontré a Melina. Me dijo que te habías ido sin decir nada. Espérame ahí,
voy para allá".

Qué mala suerte. Exactamente cuando me voy, llega Frank. Genial. Si me hubiera
quedado con Melina unos minutos más, hubiera logrado ver a Frank primero y no
estaría tan nerviosa como en este momento.
No sé por qué diablos me sentía así. Era Frank. Mi novio. No es como si estuviera a
punto de conocer a una cita a ciegas. Pero aun así las sensaciones que aparecen
cuando estoy con él son nuevas. Como si mis emociones fueran primerizas cada
vez que está cerca.
Guardé el celular en mi bolso y esperé pacientemente. Lo importante es que ya se
encontraba aquí. Me volví observando la fuente. El agua que caía serenamente a su
destino me relajaba. Me giré y me dispuse a mirar a las personas que caminaban y
bailaban alegremente.
Mis ojos se congelaron al verlo más allá de la pista de baile. Su mirada recorrió el
lugar hasta que acabó sobre mí. La expresión de rostro fue inexplicable. Sus cejas
se levantaron completamente y con sus ojos como platos. No sabía si tomar su
gesto de sorpresa como un cumplido. Mis ojos se congelaron al verlo más allá de la
pista de baile. Su mirada recorrió el lugar hasta que acabó sobre mí. La expresión
de rostro fue inexplicable. Sus cejas se levantaron completamente y con sus ojos
como platos. No sabía si tomar su gesto de sorpresa como un cumplido.
Dios. La manera en que caminaba con ese traje tan elegante y sexy lo hacían ver
deseable para cualquier mujer. El esmoquin negro se ajustaba a las líneas duras de
su cuerpo. Pero su rostro era lo más perfecto que había visto en mi vida. Su cabello,
diablos. El mismo peinado salvaje que hace que mis hormonas se despierten.
Las centelleantes luces lo iluminaron con totalidad dejándome tener una mejor
perspectiva de cuerpo completo. La manera en la que sus músculos de sus brazos
y hombros se contraían mientras caminaba me ponía mal de una forma excitante.
Era la primera vez que un chico me cortaba la respiración de la forma en la que
Frank lo hacía. Este tipo de emociones no las llegué a tener con Fernando. Esto era
diferente. Estas sensaciones se sentían increíblemente bien. No dejaba de mirarme
mientras esquivaba a las personas que se interponían en su camino. Como si todo
lo que estaba a su alrededor no pareciera importarle.
Cuando por fin se encontró unos pasos de mí, nuestros ojos se conectaron. Sus
labios se abrieron lentamente mientras su mirada me recorría entera. Comenzaba a
sentir mis piernas débiles. Su mirada me estremecía y me gustaba a la vez. Luego
que guardara mi imagen en su memoria, me miró. Parpadeó asimilando si
realmente era yo, Alexa Owens. La chica que siempre vestía de una forma relajada
con jeans, blusas holgadas y peinados sencillos.
Si estuviera en su lugar, igual me sorprendería al verme con un vestido ajustado y
elegante. Por un momento me sentí como si hubiera sido transformada. Se acercó
un poco más hasta que logré sentir su respiración. Tomó mi mano y la levantó a la
altura de sus labios. Sin aparta la vista de la mía, besó mis nudillos suavemente.
—Luces hermosa, Alexa —susurró con voz ronca.
Una descarga eléctrica se instaló en mi cuerpo causando que me ruborizara.
—Tú te ves perfecto —murmuré con una sonrisa.
Negó con la cabeza y se incorporó.
—La perfecta aquí eres tú, ese vestido te queda jodidamente bien.
Iba a entrelazar su mano con la mía, pero se detuvo. Suspiré frustrada. Recordé
que mi padre estaba presente en esta fiesta y, por lo tanto, no podemos mostrarnos
como pareja en su presencia. Gruñó por lo bajo y caminamos juntos hasta llegar a
nuestra mesa en donde se encontraban mis padres y Melina.
—Por fin llegas, Frank, Alexa estaba un poco inquieta —dijo mamá lanzándome una
mirada cómplice.
—Tuve un percance, me disculpo por ello —respondió Frank a la vez que me
invitaba a sentarme.
El resto de la noche fue relajante y tranquila. Un par de personas se unieron en
nuestra mesa para felicitar y admirar el proyecto que mi papá había realizado. Todo
continúo con normalidad hasta que un chico llegó a mi lado pidiendo mi nombre.
Frank lo fulminaba con la mirada a la vez que los músculos de su mandíbula se
contraían. Melina le advirtió con los ojos que no hiciera algo estúpido. Eso llamaría
la atención de los demás y principalmente la de mi padre. Y esta sería una de las
peores ideas de que se entere sobre lo nuestro, haciendo una escena en su evento.

Una vez que le hice saber mi nombre, me invitó a bailar, pero lo decliné. Si
aceptaba, Frank perdería la paciencia y todo se volvería un caos. Cuando el chico
de cabello oscuro se retiró un poco decepcionado, el ambiente volvió a sentirse
ligero y cómodo de nuevo. Mi papá se fue de la mesa para hablar con sus
compañeros de trabajo.
Melina y mi mamá mantenían una conversación entre ellas mientras que Frank y yo
nos mirábamos de reojo. Él no dejaba de inspeccionar mi atuendo aun estando
sentada. En eso, una canción lenta y romántica comenzó a sonar. Frank se puso de
pie y se inclinó hacia a mí haciendo una reverencia como en las películas antiguas y
extendió su brazo.
—¿Quieres bailar conmigo? —propuso con un brillo en sus ojos.
¿Cómo podía negarme ante su gentileza?
Melina y mi mamá nos observaban. Esperaba que mi mamá me lo impidiera cuando
la miré. Pero asintió diciendo que ella se encargaría de mi papá. Le respondí con
una sonrisa y enlacé mi mano con la de Frank antes de levantarme de mi lugar y
dirigirnos a la pista de baile.
Una vez allí, me llevó hasta al centro de la multitud para perdernos entre las demás
parejas que se encontraban en movimiento. Sus manos llegaron a la parte baja de
mi espalda y atrajo mi cuerpo hacia el suyo. Mis brazos subieron hasta que
rodearon su cuello. Comenzamos a deslizarnos de un lado a otro con lentitud al
ritmo de la música.

Frank se acercó a un lado de mi mejilla y me susurró al oído de una manera


provocadora.
—No quiero ser grosero, pero tengo unas inmensas ganas de quitarte ese vestido.
El timbre de su voz me estremeció de un modo excitante y delicioso. Estaba segura
que mis mejillas se tornaron en rojo por sus palabras.
—No estás siendo grosero, estás siendo pervertido —afirmé, ignorando el
hormigueo en mi vientre.
Mi comentario pareció no afectarle ya que fijo su mirada en mí de una manera
lujuriosa. Podía sentir la forma en la que me deseaba a través de su mirada.
En lugar de contestarme, me apretó contra él y continuamos bailando, me sentía
feliz y cómoda en sus brazos aspirando su aroma a perfume varonil. Está vez yo no
pude resistirme y me incliné mordiendo discretamente el lóbulo de su oreja. Lo sentí
tensarse por un momento a la vez que respiraba profundamente intentando calmar
los impulsos de besarme enfrente de todos.
No fue hasta que la canción dio por terminada. Fui separando mi cuerpo del suyo,
miró a su alrededor ansioso y colocó su mano en mi cintura llevándome fuera de la
pista. Cuando menos pensé ya nos encontrábamos apartados de la fiesta y de los
demás. Llegamos al otro lado de la fuente en donde varios arboles nos rodeaban.

—No puedo controlarme. Dime que puedo besarte —propuso mientras se pasaba
los dedos sobre su cabello.
—Bésame —contesté segura y sin balbucear.
Ni siquiera me dio tiempo de respirar con anticipación cuando sus labios se
instalaron en los míos. Recargando mi espalda sobre el tronco del árbol más
cercano, me concentré en la sensación de su lengua rozando con la mía. Dejé una
mano sobre su pecho y la otra envuelta en su cuello mientras que él tiraba de mi
cadera hacia adelante provocando que sintiera su erección a través de la tela de mi
vestido.
Jadeé en sus labios. Gruñó con fiereza cuando me escuchó y continuó besándome
hambriento. Después de unos minutos rompimos el beso. Ambos respirábamos con
dificultad. Me sorprendía el hecho que aún no perdíamos la cordura al juzgar por la
intensidad de calor que se había integrado en nuestros cuerpos.

Descansó su frente con la mía sujetando mi rostro con sus firmes manos.
—En serio necesito quitarte ese vestido. Pero no lo haré por dos razones —hizo
una pausa para tomar aire—. La primera porque no te desnudaré en este lugar y la
segunda que es la más importante, porque te ves increíblemente sexy en él.
Me dio un beso rápido y nos quedamos en esa posición hasta que nuestros ritmos
cardiacos volvieran a sus estados normales.
Volvimos a nuestra mesa. Tanto mi mamá como Melina no sospecharon nada de
nuestra inapropiada escapatoria. Estaban tan concentradas en su conversación que
ni cuenta se dieron cuando tomamos asiento. Al poco tiempo, mi padre volvió. Los
meseros llegaron a la mesa con apetitosos alimentos en sus platos.
Al terminar de cenar, las parejas que se unieron a nosotros comenzaron a hablar
con fluidez. Yo sonreía con cada comentario que los demás decían. Pero no era por
eso lo que causaban que las comisuras de mis labios se estiraran, sino el hecho
que la mano de Frank se encontraba entrelazada con la mía por debajo de la mesa
sin que nadie se diera cuenta.

***

Lo primero que hice cuando llegué a casa, fue quitarme los tacones. Me estaban
matando. Un minuto más con ellos puestos y mis pies explotarían.
Cuando mi padre agradeció a todos por haber asistido, regresamos a casa. Estuve
a punto de irme con Frank en su camioneta, pero mi mamá me lanzó una mirada de
"es una mala idea". Es por ello que tuve que irme con mis padres y Melina.
La mirada que mantuvo mi mamá cuando estábamos en la sala me ponía nerviosa.
Era la hora de decírselo. Luego que Frank felicitara a mi padre. Me decidí a hablar.
—Papá hay algo que necesitas saber —sentí como Frank me miraba cauteloso al
igual que mi mamá y Melina.
Mi padre soltó un bostezo y me sonrió cálidamente.
—Mañana me dices Alexa, estoy agotado. Me voy a dormir, buenas noches —se
despidió depositando un beso en mi frente para luego desaparecer de la sala.
Suspiré aliviada. Mi mamá me observaba con molestia. Me encogí de hombros y me
senté en el sofá junto a Frank. Yo tenía la intención de decirle. Así que ya no
depende de mí que mi papá haya dicho que hasta mañana.
—En el desayuno se lo dirás, sin excusas —me señaló mi mamá mientras se
levantaba del sofá.
Asentí y miré a Frank. Me sonreía tranquilo sin soltar mi mano. Nos pusimos de pie
para dirigirnos a nuestras respectivas habitaciones cuando sonó el timbre de la
casa. Melina se adelantó y abrió la puerta. Desde las escaleras, la vi.
Eran pasadas de la una de la madrugada, ¿qué diablos hacía Daniela en mi casa?

Capítulo 37.
Sobre todas las cosas

Toda esa alegría y paz que había absorbido durante la noche ya no estaba. Fue
sustituido por enojo e intriga. Me pregunté una y otra vez, ¿qué diablos hacía ella
aquí a estas horas? Más vale que tenga una buena razón porque si no tendré que
volver a recurrir a la violencia para que se vaya.
Bajando los escalones, llegué hasta Melina y abrí la puerta completamente.
—No tienes absolutamente nada qué hacer en mi casa —expresé con amargura.
Ella sonrió como si le diera gracia lo que acaba de decir.
—Necesito hablar con Frank —pidió fácilmente mientras retiraba su asqueroso
cabello por detrás de su hombro.
—Nosotras nos vamos —escuché decir a mi mamá.
Asintiendo, Melina se alejó de la puerta y caminó en dirección a su recámara. Logré
sentir la mano de mi mamá en mi brazo.
—Vamos, Alexa —tiró suavemente de mí.
¿En serio? Está muy equivocada si piensa que me iré a mi habitación dejando a
Frank con esta chica. Solté bruscamente mi brazo de su agarre y la encaré.
—Me quedaré aquí —dije con seguridad.
—Quiere hablar con Frank, no contigo —alzó sus cejas tratando de mantener una
apariencia amable.
—Alexa puede quedarse, Sra. Owens —intervino Frank mientras caminaba hacia
nosotras.
Mi mamá lo observó por un momento y luego se volvió hacia a mí.
—No quiero un escándalo, ¿de acuerdo?
Dicho esto, desapareció de la sala no sin antes lanzarme una mirada de
advertencia. Frank llegó a mi lado y miró a Daniela con el ceño fruncido.
—¿Qué es lo que quieres?
—Sabes perfectamente porqué estoy aquí —dijo observando sus uñas postizas.
—¿De qué diablos estás hablando? —preguntó Frank confundido.
Daniela apartó la vista de su manicura y me miró.
—¿Quieres que lo diga enfrente de Alexa?
Estoy perdiendo la paciencia. Aquí nadie vino a pedir sus servicios.
—Dilo de una vez —espeté molesta.
Se rió por lo bajo y se cruzó se brazos. Intento guardar compostura. Pero ver a
Daniela mirándome con compasión me hace querer vomitar en su cara.
—Olvidé mi sujetador —soltó las palabras con toda normalidad.
Me reí cínicamente.
—¿Qué te hace pensar que está aquí? Tal vez se quedó en el apartamento de
Fernando o en alguna otra casa —argumenté con la intención de hacerla sentir mal.
—Dejé mi sujetador en tú camioneta —repitió dirigiéndose a Frank.
En ese momento sentí una inmensa rabia de ahorcarla para que reaccionara. Pero
después, en mi mente se fueron uniendo piezas acerca de ese tiempo en el que
Frank tardó en llegar al evento. Pasando la enorme duda que sentía en mi garganta,
me giré lentamente hacia a él.
El rostro de Frank permanecía inmóvil. Su ceño se iba profundizando tratando de
procesar su comentario. La misma sensación que había experimentado el día en el
que encontré a Fernando con ella, se instalaron en mi piel.
—No sé de qué hablas —dijo Frank entre dientes.
—¿No me digas que ya no recuerdas cuando estuve dentro de tú camioneta hace
unas horas? —la voz de Daniela resonaba en mis oídos, pero no podía mirarla. Mi
atención estaba enfocada en la reacción de Frank.
—¿Hace unas horas? —logré decir. Entonces, me di cuenta—. Frank, habla.
Negando con la cabeza, cerró sus ojos. Cuando los volvió a abrir, miró a Daniela
con desprecio.
—¿Por qué haces esto? —espetó con furia mientras que su mandíbula se contaría
con fuerza.
—Solo vengo por mi sujetador, eso es todo —se encogió de hombros sin tener
dignidad.
—¿Frank? —lo llamé esperando su explicación.
Respiró profundamente y me miró. En sus ojos podía ver desesperación e
impotencia. Una parte de mí estaba convencida que ella mentía, hasta que Frank
habló.
—Cuando estaba por irme a la fiesta, ella llegó —señaló a Daniela con la barbilla—.
La ignoré y cuando menos pensé ya estaba dentro de la camioneta.
No estaba preparada para escuchar la conclusión de todo esto. Pero aun así me
aferré a ello.
—¿Y le quitaste el sujetador? —afirmé más que una pregunta.
Frank negó con la cabeza repetidamente mientras que gruñido de ira salía de su
boca.
—Ni siquiera la toqué —expresó con los puños cerrados.
La risita burlona de Daniela me recordó que aún seguía esperando. Quería
convencerme que esto no era real. Que ella estaba mintiendo. Con la intriga en mis
venas me giré hacia la mesita de la sala. Encima de ella se encontraban las llaves
de la suburban. Cuando las tomé, salí de la casa esquivando a Frank y empujando
a Daniela.
—Acabemos con esto —murmuré mientras caminaba.
Al estar frente a la puerta del copiloto, respiré hondo para prepararme a lo que
fuera. Abrí la puerta examinando con detenimiento. Justo cuando Frank llegó a mi
lado, mi vista encontró la prenda que Daniela exigía. Se encontraba debajo del
asiento pasajero.
Todo pareció nublarse en ese momento. Las náuseas revolotearon en mi estómago
como volcanes en erupción. Parpadee como estúpida para engañar a mi mente de
que solo eran imaginaciones mías. Pero el asqueroso sujetador blanco seguía en mi
visión.
—Alexa, tienes que confiar en mí —dijo Frank pasándose los dedos a través de su
cabello.
Daniela se acercó con una mirada triunfadora y una sonrisa satisfecha. No sabía en
qué pensar. Confiaba en Frank, pero no en Daniela. Ella pudo haberlo seducido con
facilidad. Los hombres son débiles cuando se trata de seducción. ¿Por qué Frank
sería la excepción? Pero la otra mitad de mi cuerpo sabía que él no me haría algo
como eso. No lo soportaría.
—Alexa, mírame —las manos de Frank sujetaron mi rostro con suavidad,
obligándome a levantar la vista. Mis ojos ardían.
Intentaba retener las lágrimas, pero la imagen de él acariciando a Daniela se
formulaba en mi mente impidiéndome pensar con claridad—. No pasó nada entre
ella y yo, por favor, dime que me crees.
Quería decirle que confiaba plenamente en él. Pero ver ese sujetador en su
camioneta causó que las palabras se quedaran atrapadas en mi boca. Cuando me
quedé en silencio, sus manos soltaron mi rostro y las pasó por su cara tratando de
calmar su frustración. Pero no ayudó. Su puño golpeó el material de cerámica de la
suburban. Gruñó con enojo y desesperación. Luego se inclinó hacia dentro de la
camioneta. Cuando se incorporó, observé como sus dedos sujetaban el sostén de
Daniela como si fuera algo tóxico y repugnante.
Su acción me ayudó a convencerme que él no se lo había quitado. Pero esa
pequeña duda de que algo había sucedido seguía viva. Lo siguiente que sucedió
me tomó por sorpresa. Sin amabilidad alguna, le aventó la prenda a Daniela. Ella se
sobresaltó tanto que no alcanzó a tomarlo. Molesta, se agachó y cogió su
asqueroso sostén.
—Me imagino que debes estar contenta con lo que lograste —dijo Frank con voz
áspera y furiosa—, que Alexa creyera en tus mentiras.
—¡No son mentiras, tú y yo tuvimos sexo en tu camio...
—¡Lárgate! —gritó él mientras su pecho subía y bajaba aceleradamente a través de
su esmoquin.
Daniela no siguió contradiciéndolo. Se dignó en subir en su auto e irse sin decir
nada. Aunque no había necesidad de decir algo más. Logró el propósito de que mi
noche se convirtiera en un nudo de emociones.

***
Narra Frank

Tenía que golpear a alguien. Tenía que descargar esta ira de mi sistema antes de
que me consumiera. No podía creer el nivel de mentiras en la que una persona
puede llegar. Maldito sea el día en que la llamé para salir con ella. Me arrepiento
demasiado de eso.
No escuchar las palabras de Alexa diciendo que confiaba en mí, me mataba.
Poniéndome en su lugar, sé que es difícil creer que no ocurrió nada. Pero era la
verdad. Jamás tocaría a Daniela o a otra chica ahora que estoy con ella. Tal vez no
le he dado demasiadas razones para que crea en mí, pero maldita sea, la amo
demasiado que me cuesta mucho darme cuenta de ello.
¿Cómo pude ser tan estúpido en no darme cuenta que Daniela había dejado su
estúpido sujetador en mi camioneta?
Pero ya no tiene caso pensar en un "si hubiera...". Las cosas sucedieron y no pude
nada para evitarlo. Al mirar el rostro decepcionado de Alexa, me hizo sentir en la
peor persona de este mundo. Lo que menos quería en esta vida era lastimarla. Y
aunque ella trate de ocultar las lágrimas, sé que le duele y sé que está confundida.
Una vez que Daniela se fue, Alexa me miró por un momento antes de entrar a la
casa.
Gruñendo de rabia cerré la puerta de la camioneta y entré a la casa. Al momento en
que llegué al segundo piso, escuché la puerta de Alexa cerrarse con fuerza. Quiero
ir hasta ella y explicarle el malentendido. Pero le doy su espacio. No quiero
presionarla. Dejaré que se calme para que decida si realmente cree en las palabras
de Daniela o en las mías.

Luego de quitarme el esmoquin y lavarme los dientes, me recosté en la cama.


Intentaba dormir, pero no lo logré. No podía conciliar el sueño sabiendo está
probablemente llorando en este momento. Y lo peor de todo, saber que yo causé
ese dolor.
Al pasar la media hora de estar moviéndome de un lado a otro, me levanté de la
cama y me dirigí a la habitación se Alexa. Cuando estoy frente a su puerta, coloqué
la mano en la perilla. Luego de dudar por unos segundos, la giré rogando que ésta
no estuviera con llave.
Una pequeña sonrisa se formó en mi rostro al percatarme que no tiene seguro. Y
sin importarme estar vestido solo unos boxers negros, entré a su habitación
sigilosamente.
Se encontraba en la cama dándome la espalda. Cerrando la puerta detrás de mí,
me acerqué a ella dando pasos silenciosos. El vestido había sido retirado de su
cuerpo siendo remplazado por un short que le llegaba a la altura de los muslos y
una blusa de tirantes. Las ganas de acariciar sus piernas con mis dedos me
invadían. Pero logré contenerme.
¿Qué fue lo que hizo para que me enamorara de ella de esta manera? Jamás había
sentido sentimientos tan fuertes por alguien desde hace mucho tiempo.
Actuando de manera cautelosa, me senté en el espacio sobrante de la cama. Al ver
que no hace ningún movimiento, me recosté junto a ella. Sintiendo su espalda en mi
pecho, levanté mi brazo con lentitud y rodeé su cintura. Luego de unos segundos,
sentí como su cuerpo se tensaba.
Se giró lentamente hasta que quedó completamente frente a mí. Abrió los ojos y me
miró. No sabía si hablar o simplemente quedarme callado. No quería arruinar este
momento. Cuando abrió sus labios, me estaba preparando mentalmente para
escuchar su rechazo.
—Confío en ti, Frank —susurró mientras su mano subía hasta mi mejilla.
Cerré los ojos disfrutando de su tacto y de sus palabras. Solté un suspiro de alivio.
Me sentía feliz y completo. Nada importaba ahora más que ella y sus palabras.
Cuando abrí los ojos, la encontré mirándome con una sonrisa. Devolviéndole el
gesto, me incliné hacia a ella y la besé con suavidad. Quería darle entender por
medio del beso que solo ella es la que me interesa.
El beso se fue profundizando y las caricias fueron subiendo de tono. Su piel caliente
me excitaba y no quería parar. Pero estábamos en su casa con sus padres
durmiendo en la planta baja. Por más que quiera hacerla mía tengo que detenerme.
Por el bien de los dos.
—Alexa, tengo que regresar a mi habitación —murmuré entre sus labios antes de
separarme.
Estaba comenzando a levantarme cuando su mano me detuvo. Miré sobre mi
hombro y la observé. Sus labios se encontraban hinchados y sus mejillas
sonrojadas.
—Quédate —sugirió con ternura en voz.
No tuvo que pedírmelo dos veces. Volví a la cama dejando caer mi brazo
nuevamente en su cintura. Me acerqué y ella acurrucó su rostro en mi pecho con su
brazo rodeando mi cadera. Cuando se percató que solo llevaba unos bóxers,
inmediatamente se ruborizó. Sonriendo, deposité un beso en la parte superior de su
cabeza y aspirando el rico aroma a frambuesa de su cabello.
—Buenas noches, Alexa.
—Descansa, Frank.
Tenerla entre mis brazos era la mejor manera de dormir.

Capítulo 38.
Hermoso despertar

Cuando desperté al día siguiente, logré sentir un agradable calor humano detrás de
mí. Fue entonces cuando recordé el episodio de anoche. Luego de haber
reconsiderado las palabras de Frank, pude convencerme que lo que había sucedido
realmente fue obra de Daniela y me atrevo a decir que Fernando estuvo
involucrado.
Me sentía un poco culpable al no creer de inmediato en él. Pero en las
circunstancias en las que estaba me era muy difícil pensar con lucidez. Después de
pensar una y otra vez, la claridad fue apareciendo en mi mente. Confiaba en Frank
a pesar de todo.
Lo mejor de la noche fue cuando sentí su cuerpo acurrucándose junto al mío. Y
aquel beso fue suficiente para hacerle saber que nadie podría separarnos. La noche
concluyó de la manera más perfecta que fue dormir en sus brazos. Y aunque no
llegamos más allá de las caricias, sé que eso no importa si realmente estás con la
persona que quieres. Pero algún día querré entregarme a él completamente y ese
momento será el más magnifico de todos.
Volviendo al ahora, parpadeé lentamente adaptando mi vista. Miré sobre mi hombro
y allí se encontraba el chico que me hacía enojar con sus comentarios estúpidos y
pervertidos, pero que también me enamoraba con sus acciones y sus palabras
llenas de sentimientos.
El brazo de Frank seguía sobre mi cintura. Me rodeaba de una manera posesiva y
cálida. A pesar de que se encontraba en un profundo sueño, su agarre era fuerte y
preciso. Como asegurándose de que no me alejara. Sus largas y peludas piernas
estaban conectadas con las mías. Logré percibir su respiración estable resoplando
en mi oído.
Me giré lentamente hacia a él. Se veía tan sereno y pacífico. Peiné ligeramente su
cabello con mis dedos hasta alborotarlo más de lo que ya estaba. Acaricié su rostro
con lentitud dándole a mi vista la dicha de disfrutar de su belleza masculina. Con mi
pulgar, recorrí el contorno de sus labios que se encontraban entre abiertos.
Era tan perfecto. Es tan hermoso por dentro y por fuera.
Mis dedos viajaron por su barbilla sintiendo el ligero picor de los vellos que no
habían sido afeitados hace días. Luego de contornear su mandíbula continué
descendiendo hasta llegar a su cuello.
Entonces me di cuenta que las sábanas se habían desplazado a la parte inferior de
su abdomen. Fue cuando recordé que sólo llevaba unos bóxers de color negro.
Recorriendo el costado desnudo de su cuerpo, llegué hasta el elástico del bóxer.
Sonreí al leer la marca Calvin Klein en ellos.
Quería continuar mi viaje, pero no podía tenerlo en mi habitación por mucho tiempo.
En cualquier momento mi mamá, Melina o lo que es peor, mi padre puede entrar y
esta no es la manera para dar una explicación. No quiero que haya otro
malentendido.
Miré el reloj que colgaba de la pared. Éste marcaba las 10:26am. A estas horas mi
mamá ya debe de estar levantada. A ella no le importa si es domingo, siempre se
despertará temprano sin importar que se haya desvelado la noche anterior. Tal vez
tiene ancestro zombi o algo.
Comencé a moverme hacia atrás para intentar zafarme del agarre de Frank. Tenía
que levantarme a poner el seguro de la puerta. Eso aminorará las posibilidades de
que me manden a un convento si es que me descubren de esta forma.
Estaba por lograr apartarme cuando su brazo se tensó alrededor se mi cintura.
Intenté de nuevo, pero esta vez sigilosamente. Fue peor. Escuché un gruñido por
parte de Frank a la vez que atraía mi cuerpo al suyo con fuerza. Estoy comenzando
a sofocarme y la sensación de su erección en mi vientre no ayuda de mucho.
—Frank... Frank, despierta —susurré lo más bajo posible.
—¿Hmm? —murmuró ajustando su agarre.
—Frank... tienes que despertarte... ¡Frank! —lo sacudí su hombro con suavidad.
Volvió a gruñir aflojando su brazo de mi cintura. Sus gruesas pestañas revolotearon
por un momento y luego abrió un ojo. Sonrió de lado y luego parpadeó antes de
abrir sus ojos por completo.
Después de que su mirada estudiara con atención mi rostro, volvió a sonreír. Lo sé,
debo verme horripilante recién levantada. Pero ni modo, es imposible despertar
maquillada y peinada.
—Buenos días —dije mientras frotaba mis ojos, alejando cualquier residuo del
sueño.
—Muy buenos días —susurró con voz extremadamente grave.
Sentí como mi corazón dejaba de latir por un par de segundos. Su voz matutina
sobrepasaba los límites de sensualidad. Podría vivir escuchando su voz ronca y
profunda por toda una eternidad. Sería un placer exquisito.
Sin dejar de mirarme, se inclinó hacia a mí depositando un tierno beso en mi cuello.
Cuando volvió a recostarse boca a arriba, cerró los ojos y dejó salir un suspiro
mientras las comisuras de sus labios mostraban una linda sonrisa acompañado de
unos hoyuelos tenues en sus mejillas.
Saliendo de mi ensoñación, me levanté de la cama hacia la puerta. Giré el seguro
de la cerradura lentamente hasta escuchar el clic. Cuando me volví, pude observar
a cuerpo completo al hombre yaciendo en mi cama.
Desde este ángulo, logré ver que la cama le quedaba pequeña. Sus pies
sobresalían del borde del colchón. Lo examiné con detenimiento y mi vista se
congeló en el bulto que se notaba a través de las sábanas. Solté una risita y levanté
mi vista. Frank me miraba fijamente con sus brazos flexionados detrás de su
cabeza.
Volví a bajar mi vista, encontrándome nuevamente con Mr. Bulto burlándose de mí.
Apreté mis labios para evitar reír. No sé por qué, pero lo encontraba gracioso.
—¿Qué pasa? —murmuró Frank levantando sus cejas.
Negué con la cabeza y me dirigí al cuarto de baño de mi habitación. Luego de hacer
mis necesidades, lavarme las manos y la cara, proseguí a mejorar mi aspecto bucal
dando una limpieza con la pasta y el cepillo de dientes. Cuando salí del baño, Frank
seguía en la misma postura... y la montaña también.
—Ya sé por qué te reías de mí —dijo divertido.
Cogiendo el cepillo del tocador, me giré hacia a él mientras desenredaba mi cabello.
—¿Por qué me reía, según tú? —pregunté a pesar de que sabía la respuesta.
No hubo necesidad de contestarme con palabras. Su mirada de posó en su
erección que estaba cubierto por mis sábanas.
—Adivinaste —dije, sonriendo.
—A todos los hombres les sucede —comentó con simpleza.
Dejé el peine en su lugar y caminé hacia la cama.
—¿Siempre se despiertan con eso levantado? —señalé el bulto que comenzaba a
bajar de altura.
—Es parte de la naturaleza masculina —expresó orgulloso.
—Debe ser incomodo —dije mientras me recostaba a su lado.
—Sólo a veces —se inclinó a un costado
Decidí no continuar la conversación. Es un poco embarazosa e innecesaria tener
que hablar sobre ello. Un silencio armónico se apoderó de la habitación. Durante los
próximos minutos permanecí envuelta en sus brazos como si fuera un escudo de
protección. Y hasta cierto punto, lo era.

Hablamos de cosas triviales, una de ellas fue sobre nuestro futuro una vez que
comiencen las clases. Prometió venir a visitarme a la universidad cada vez que
quisiera. Que vendría a mi casa a cualquier hora que lo necesite.
Pensar que en algún momento su habitación quedará vacío me entra una nostalgia
enorme en mi cuerpo. Espero poder acostumbrarme a su ausencia una vez que
regrese a su casa. Luego de pasar a temas más alegres, tratamos de tener una
guerra de pulgares. Pero su fuerza era mayor por lo que su enorme pulgar siempre
derrotaba el mío. Fue entretenido, hasta que comenzó a besarme tan intensamente
que tuve que alejarlo para que se detuviera.

***
Habían pasado quince minutos desde que Frank se había escabullido como un
ladrón por el pasillo para llegar a su habitación. Gracias a Dios, nadie se percató de
donde pasó la noche, excepto yo. Me había duchado y cambiado con mi atuendo
particular. Unos jeans ajustados, blusa holgada, converse blancos y una trenza
francesa.
Cuando salí de la habitación para ir a desayunar, Frank me alcanzó en las
escaleras vestido con unos vaqueros desgastados, una playera blanca de cuello V
junto con sus vans negros y con su cabello castaño húmedo totalmente
desordenado.
Amé como le quedaba el esmoquin de anoche, pero prefiero mil veces su atuendo
relajado y tranquilo. Refleja su personalidad divertida y sexy. Cuando ambos
llegamos a la cocina. Mis padres y Melina ya se encontraban desayunando. Mi
mamá fue la primera en lanzarme una mirada de recordatorio.
Miré a Frank y asintió mientras sonreía un poco nervioso. Era la hora y el momento
indicado para decirle a mi padre sobre mi noviazgo. Respirando profundamente,
tomé la mano de Frank. Se tensó un poco pero luego accedió. Y con nuestras
manos entrelazadas, nos acercamos a la mesa.
Eso podía salir bien o convertirse en un gran problema.

Capítulo 39.
Al descubierto
Podía sentir el nerviosismo y el miedo correr por mis venas cada vez que daba un
paso hacia la mesa. Me sentía en medio de una zona de guerra en donde te
encuentras con una bomba en medio del camino. No sabes si se detendrá a tiempo
o simplemente explotará. En este caso, mi papá era la bomba.
Melina y mi mamá miraron nuestras manos unidas por un momento. Estaba segura
de que ellas también sentían como el ambiente ligero de la cocina se convertía en
un aire pesado y tenso. Mi padre me daba la espalda. Podía sacar provecho de su
postura para soltar la mano de Frank y actuar como si no hubiera nada qué decir.
Pero no lo hice. Seguir ocultando nuestro noviazgo provocará que esté en
problemas más intensos. No sería por haber mentido, sino por el tiempo que me
tomé en decirlo.
Así que, pase lo que pase, lo diré.
Cuando mi papá se percató de las miradas de Melina y mi mamá sobre su hombro.
Se giró hacia nosotros. Tuve que pasar saliva repetidamente para que mi garganta
no estuviera seca al momento de hablar. Nos sonrió a ambos, luego bajó su mirada
a nuestras manos conectadas y su sonrisa fue desvaneciendo hasta que su rostro
quedó completamente en blanco. Sin ninguna señal de su estado de ánimo. La
misma expresión interrogante que tuvo mamá cuando nos encontró.
Pero no por eso tenía que sentirme tranquila. El carácter de mi papá es mil veces
diferente al de mi mamá. Frunciendo el ceño, levantó la vista. Su mirada pasó de mí
a Frank con confusión.
—¿De qué me estoy perdiendo? —preguntó en tono molesto.
Diablos.
Le dio un sorbo a su café y se puso de pie, quedando frente a nosotros. Frank iba a
comenzar a hablar cuando lo interrumpí. Habíamos quedado que yo le diría.
—Estoy saliendo con Frank —dije lentamente mientras observaba su reacción.
Su ceño se profundizó y volvió a mirar nuestras manos. Juro que su mirada hacía
que la palma de mi mano comenzara a sudar. Intenté alejarla, pero Frank la apretó.
Respiró hondo y se volvió hacia mi mamá.
—¿Ya lo sabías? —cuestionó al ver que no decía nada al respecto.
Asintió y lo miró.
—Apenas ayer por la tarde me enteré —hizo una pausa—. Melina lo sabe desde
hace unos días.
Mi papá apartó la vista y se volvió hacia a mí. Estaba furioso. Se cruzó de brazos y
me miró con enojo. La noticia de saber que estamos en una relación desde hace
días causó que enfureciera.
—¿Desde cuándo lo estás ocultando? —exigió con firmeza.
Pasé saliva una vez más, lista para decirle, pero Frank se anticipó.
—Sr. Owens, su hija y yo comenzamos a salir...
—Tú no hables —Lo interrumpió haciendo una seña con su mano.
En ese momento, podía sentir como la mano de Frank se tensaba bajo la mía.
Discretamente, dibujé círculos en su piel con mi pulgar para tranquilizarlo.
—¿Desde cuándo, Alexa? —insistió todavía con su rostro lleno de decepción e ira.
—Hace una semana —contesté desviando la vista.
Asintió no muy convencido. Obviamente pensó que los días de su ausencia fue
cuando comenzamos a tener roces con frecuencia. Y lo peor de todo, es que era
verdad.
Cuando mi padre estuvo de viaje, pudimos llevarnos un poco mejor.
Salimos al parque de diversiones, el día de la "Cita doble" y el momento en el que
fuimos a la playa. Todo eso sucedió antes de que regresara. Pero tampoco podía
decírselo el mismo día en que regresó. Era demasiado rápido para hacerlo.
Ahora que tengo más claro mis sentimientos hacia a Frank, puedo estar segura de
comenzar un noviazgo con seriedad. Se quedó en silencio por unos minutos.
Estaba a unos centímetros de nosotros. Con toda facilidad podría golpear a Frank,
pero decidió no hacerlo. Tal vez por respeto a Melina o a mi mamá.
—Necesitamos hablar —habló autoridad mientras nos esquivaba para posicionarse
en el umbral de la cocina. Asentí y me solté de Frank. Comencé caminar cuando su
voz me detuvo—. Con Frank.
Me volví hacia a él. No se veía muy afectado, pero sabía que estaba nervioso.
Cuando toqué su brazo, me miró. Sonrió intentando tranquilizarme y luego me dio
un beso en la mejilla para después seguir a mi padre.
La intriga de escuchar su conversación me invadía. Pero no podía hacer nada para
contradecirlo. Es entendible que tenga que hablar con Frank. Sólo espero que no lo
intimide con sus preguntas o con sus comentarios directos.
—No lo tomó muy bien —escuché la voz de mi mamá.
Apartando la vista del umbral, me giré hacia a ella.
—¿Crees que lo golpeé? —quise saber mientras me abrazaba a mí misma.
Melina hizo una mueca y se levantó de su lugar.
—Benjamín no es tan agresivo —comentó mi mamá a la vez que recogía los platos
de la mesa.
—Estoy nerviosa —comencé a caminar de un lado a otro.
—Tranquila, Alexa, todo saldrá bien —expresó Melina con una suave sonrisa.
Sus palabras me tranquilizaron por unos segundos, pero luego pensé en las
diferentes maneras en las que mi papá podría estar atacando verbalmente a Frank
causó que la ansiedad volviera a mi cuerpo.
—Esperemos que no tome decisiones drásticas —añadió mi mamá.
Cuando Melina salió de la cocina, mi mamá la acompañó no sin antes decirme que
lavara los platos. Lo que me recordó que estaba castigada.
Luego de entretener a mi mente enjabonando y secando platos, salí de la cocina
con el mismo nerviosismo de antes.
Llegué a mi habitación intentando mantenerme ocupada. Pero ni mi libro favorito ni
la música lograban calmarme. Acercándome a la ventana, abrí las cortinas para
relajarme viendo las nubes, pero mi vista se enfocó inmediatamente hacia abajo.
Frank se encontraba sentado en la silla del jardín. Él escuchaba con atención las
palabras de mi papá. No sabía que le decía, pero estaba segura que no era algo
bueno.
Frank a cada minuto fruncía el ceño y negaba con la cabeza como si no estuviera
de acuerdo con mi padre. Me pasé los siguientes minutos observando los gestos de
Frank y las palabras de mi padre que no podría escuchar.
Hubo una expresión en particular por parte de Frank que me puso alerta. Mi papá
se quedó callado y Frank seguía dudando en responder. Alcancé a notar que sus
ojos estaban un poco vidriosos. Pero luego asintió, como si lo estuvieran obligando.
Se levantó de su lugar y comenzó a caminar hasta desaparecer de mi visión.
Me quedé observando a mi papá por un momento, pero dejé de hacerlo cuando
llegó mi mamá y algo que dijo mi padre pareció molestarla. Esto estaba mal.
Estaban discutiendo. ¿Qué decisión drástica eligió?
Escuché los pasos sólidos de Frank subiendo los escalones. Sin pensarlo salí de la
habitación. Cuando llegó al segundo piso, se detuvo y levantó la vista. Su
mandíbula estaba contraída y sus manos se habían formado en puños.
—¿Qué pasó? ¿Qué fue lo que te dijo? —me acerqué a él a paso lento.
Sus brazos me rodearon y me abrazó con fuerza. Cuando me miró, coloqué la
palma de mi mano en su mejilla.
¿Qué sucedía? Cerrando los ojos, beso mi mano con ternura. Abrió sus párpados y
su mirada me entristeció.
—Me voy —susurró.
En ese instante un dolor inexplicable explotó en mi pecho. Todo a mí alrededor se
desplomó. No hizo falta tener que auto criticarme. Simplemente, no salió como
esperaba.

Capítulo 40.
Enfrentando el dolor
No sabía cómo describir el dolor que se atravesó en mi cuerpo. Tuve que ignorar
todo a mi alrededor para poder procesar sus palabras y el significado de estas. ¿Se
iba? ¿Para siempre o sólo temporalmente?
Sorprendida y confundida, di un paso hacia atrás. El aire que respiraba no me era
suficiente para que el oxígeno viajara hasta mis pulmones.
—No puedes irte —susurré abrazándome a mí misma intentando desaparecer el
vacío que me rodeaba.
Escuché a Frank suspirar. Lo miré y su rostro estaba lleno de frustración y tristeza.
Pasó sus manos sobre su cara y luego se acercó a mí. Me abrazó cubriéndome con
sus fuertes brazos. Cuando recargué mi mejilla en su pecho, las lágrimas
comenzaron a brotar en mis ojos.
Parpadeé y estas cayeron por mi rostro. No podía irse, tardamos tanto en darnos
cuenta lo que sentíamos el uno por el otro y ahora sucede esto. Es totalmente
injusto.
La mano de Frank que subía y bajaba por mi espalda lograba tranquilizar mis
sollozos, pero sus palabras aún seguían clavadas en mi mente como espinas. Tenía
que hablar con mi papá, hacerle entender que estoy enamorada de Frank y que no
permitiré que lo aleje de mi lado, no después de todo por lo que hemos pasado.
Tuve suficiente con tener que haber lidiado con los problemas que Daniela y
Fernando causaron para separarnos como para que mi papá se vuelva en una
nueva amenaza.
Cerrando mis ojos, me concentré en el calor que me proporcionaba su cuerpo. La
calidez y la dulzura que me regalaba con su tacto. Estar a su lado es lo único que
necesitaba.
—No puedo hacer esto —la voz de Frank despertó mis sentidos.
Retiré mi mejilla de su pecho y lo miré alarmada. Las seguridades de sus palabras
punzaron en lo más fondo de mi alma. No podía darse por vencido. ¿Se alejaría tan
fácilmente y me dejaría con este dolor sin intentar luchar por lo nuestro?
Él se percató de mi preocupación y rápidamente sujetó mi cara con suavidad,
mirándome como si fuera su todo.
—Le dije a tu padre que me iría —hizo una pausa para dejar salir un suspiro—.
Pero no puedo, no puedo separarme de ti.
Un inmenso alivio apareció en mi sistema dejándome claro que no me había
equivocado. Frank me quería más o igual que yo a él. Comprobé que no era igual a
los demás que he conocido. Estos fuertes sentimientos pueden enfrentarse a
cualquier persona que intente interponerse entre nosotros. Sin importar que esa
persona sea mi familia.
—Y si tengo que secuestrarte para estar juntos, lo haré —añadió muy seguro de sí
mismo.
Sonreí levemente. No me importaría en absoluto que me raptara y nos fuéramos
lejos, siempre y cuando estemos juntos. Lo abracé con fuerza demostrándole que
nada ni nadie nos podrán separar. Sentí como colocaba su barbilla en mi cabeza
mientras me apretaba a su cuerpo.
Mamá apareció subiendo por las escaleras. Con una suave sonrisa, llegó hasta
nosotros.
—No tienes por qué irte Frank. Benjamín está muy molesto, pero sólo hay que darle
tiempo para que asimile la situación.
Sus palabras llenas de comprensión ayudaron para sentirme con esperanzas.
Pensé que ella estaría a lado de mi papá dado que siempre ha permitido que fuera
tan sobre protector. Creo que ha entendido que tengo la edad para tomar mis
propias decisiones.
—Si mi papá insiste en que Frank se vaya, me iré con él —comenté sin alejarme de
sus brazos.
Mi mamá frunció el ceño y se quedó pensativa. No quiero llegar a esos extremos,
pero me veré obligada a ello si mi papá no acepta mi relación.
Soltó un suspiro y asintió.
—Heredaste mi carácter, Alexa —sonrió y se fue.
Frank depositó un beso en la coronilla y lentamente me apartó.
—Vamos a la cocina, no has desayunado —dijo, limpiando con su pulgar los
residuos de lágrimas y posiblemente de rímel debajo de mis ojos.
Asentí y rodeando mi hombro con su brazo, bajamos las escaleras. Cuando me
senté en la silla, Frank comenzó a desplazarse por la cocina abriendo y cerrando
las puertas de la despensa. Por un lado, me sentía un poco más animada, mi mamá
estaba de acuerdo con nuestro noviazgo y eso aminoraba mi tensión. Por lo menos
tendré su ayuda a la hora de enfrentarme con mi papá.
Cuando quiera hablar conmigo podré decirle todo lo que tengo que decir. Tiene que
entender que él no puede elegir las cosas por mí y más aún si se trata de algo tan
íntimo como lo es una relación amorosa. Ser mi padre no le da el derecho de decidir
lo que a mí me corresponde. Aunque sé que quiere lo mejor para mí, pero tiene que
darse cuenta que ya no soy aquella niña que podía manipular.
Estaba tan hundida en mis pensamientos que me sobresalté cuando Frank puso un
plato sobre la mesa.
—El desayuno está servido —sonrió y se volvió hacia la cocineta terminando de
preparar un par de bebidas.
Encontraba divertido y tierno ver a Frank haciéndose cargo de la cocina. Es muy
atento cuando se lo propone.
—Té para la dama —lo escuché decir mientras colocaba en vaso a un lado del
plato.
—Gracias —dije con una sonrisa.
—No agradezcas —contestó, sentándose frente a mí.
Estas pequeñas e insignificantes acciones, valen más que millones de rosas o
regalos caros.
Suena cursi, pero es la verdad. No cabe duda que las pequeñas cosas son las más
valiosas. Pensando en la posibilidad de que este sea el último desayuno que
comparta con Frank provoca que las lágrimas quieran volver.
¿Desde cuándo se volvió tan indispensable en mi vida? Una vez más, imaginar no
volverlo a ver los próximos días hace que se me forme un nudo en la garganta. No
lo soportaría.
—Alexa —levanté la vista al escuchar su voz—. No me iré de tu lado.
Sus palabras cubrían la enorme preocupación en mi pecho. Estaba consciente de
las consecuencias que puede haber si mi papá no acepta mi relación. Pero vale la
pena arriesgarse.
Le sonreí y su rostro se suavizó. Me mostró una de sus hermosas sonrisas y
comenzamos a desayunar. El silencio se apoderó a nuestro alrededor acompañado
de unas cuantas miradas que Frank me enviaba y que yo recibía con gusto.
No fue hasta que mi papá apareció en la cocina, lo supe al ver como la mandíbula
de Frank se tensó al ver sobre mi hombro.
—¿Cuándo piensas irte? —preguntó mi papá dirigiéndose a Frank.
Al instante, dejé de saborear lo último de mis huevos revueltos y me giré,
encarándolo.
—Él no se irá —aclaré uniendo toda la seguridad en mi voz.
—Tiene que irse —dijo firme y sin signos de retractarse.
—¡Él no se irá! —volví a repetir, levantándome de mi lugar.
La ira e impotencia fluyó en mí haciendo a un lado la tristeza. Frank inmediatamente
se puso de pie y se colocó a mi lado para tranquilizarme, pero en este momento no
tenía ganas de calmarme. Mi padre frunció el ceño y se cruzó de brazos.
—Soy el dueño de esta casa y por lo tanto decido quién se va y quién se queda. Y
él tiene que marcharse.
—Me iré con él, entonces —susurré entre dientes.
Sus ojos se abrieron tanto que pensé que iban a salirse de sus órbitas. Dejó salir un
suspiro frustrado y negó con la cabeza.
—No permitiré que te vayas con un desconocido.
—¡Para mí no es ningún desconocido! —exploté con furia y desesperación.
Frank se puso delante de mí, enfrentándose a mi papá.
—Señor Owens, amo a su hija y jamás le haría daño —replicó.
Me amaba y eso es lo único que importaba. Quería abrazarlo y besarlo hasta el
cansancio, pero me contuve. Primero tenemos que arreglar esto de una vez.
En el rostro de mi padre se formó una mueca de disgusto y lo miró.
—No puedes amarla en tan sólo dos meses —argumentó como si eso fuera
imposible.
Yo antes pensaba lo mismo. Me parecía ilógico que en poco tiempo puedas
enamorarte de una persona de una forma tan intensa. Pero ninguno de los dos lo
vio venir el día en que se mudó.
—Para el amor no existe el tiempo. Simplemente llega cuando menos lo esperas. Y
yo esperé demasiado, pero por fin lo encontré —me miró sobre su hombro y me
mostró una sonrisa de agradecimiento.
Me estaba derritiendo. Si continuaba diciendo cosas como esas, no tardaré en
desmayarme. Sé que la perfección no existe, pero para mí él era perfecto en todos
los sentidos.
Mi papá estaba por decir algo cuando mi mamá entró a la cocina con la
preocupación marcada en su rostro. Melina debe estar en la sala o en alguna otra
parte de la casa para evitar estar presente en este conflicto familiar.
—¿Qué sucede? —quiso saber a pesar de que ya sabía lo que sucedía.
—Tiene que irse —contestó mi papá sin quitarnos la mirada de encima.
Mi mamá nos miró de forma rápida y luego se volvió hacia a él.
—Benjamín, tienes que calmarte. Alexa ya tiene la edad para comenzar una
relación —me defendió con voz firme y segura.
Finalmente, alguien que lo entiende.
Mi papá la miró frunciendo el ceño, sorprendido por su comentario a mi favor.
—Nos mintió Rebecca, ¿no te das cuenta? No quiero ni imaginarme las cosas que
hacían cada vez que se encontraban a solas —espetó molesto.
Pido y rezo que no comience con las preguntas embarazosas. No seré capaz de
mentir. Espero que no pregunte si he estado en su habitación o viceversa porque no
encontraré la manera para negarlo. Y eso no ayudaría en nada para arreglar la
situación. Mi mamá es la persona que podía hacerlo entrar en razón. Dependía de
sus palabras para disminuir la tensión que se encontraba en nuestro alrededor.
—Sé que nos ocultó sobre eso y sigo molesta por ello, pero aún es una adolescente
y tiene todo el derecho en cometer errores, además, confío en ella. Sé que ambos
no han tenido mucho respeto a la hora de demostrarse afecto... —Me miró
levantando las cejas e inmediatamente me ruboricé y por el rabillo del ojo, observé
que Frank apretaba sus labios mientras bajaba la cabeza avergonzado. Mi mamá se
volvió hacia mi papa quien lo miraba atento y prosiguió hablando—. Pero es normal
que actúen de esa manera, son dos jóvenes enamorados con las hormonas un
poco alborotadas. Tú y yo sabemos perfectamente sobre ese tipo de cosas,
pasamos por eso.
Las comisuras de los labios de mi padre se levantaron discretamente dejando
asomar una ligera sonrisa. Como si hubiera recordado alguna experiencia durante
su noviazgo en la adolescencia. Cuando ambos lograron titularse, se dignaron a
iniciar una familia. Comenzaron con lo básico, procrear una criatura hermosa, esa
era yo. Los primeros años de mi crecimiento siempre estuvieron enfocados en mi
bienestar. Y cuando los dos comenzaron a trabajar, decidieron apartar la idea de
tener otro hijo. Pasaron los años y esa opción fue desapareciendo. Me criaron con
amor y cuidado a pesar de que se mantenían ocupados la mayor parte del tiempo,
pero siempre me procuraron.
No sabía si tomar el gesto de mi papá como una esperanza para hacerlo cambiar
de opinión. Pero por ahora no quiero presionarlo. Mi mamá se está desempeñando
muy bien como para interrumpir. Escuché como Frank aspiró aire para empezar a
hablar, pero le di un suave apretón en su brazo para que no lo hiciera. Captó mi
mensaje y asintió no muy convencido.
El silencio se fue prolongando con los segundos. Se encontraba pensativo mientras
miraba hacia el suelo. Sabía que estaba debatiendo el aceptarlo. Pero no era tan
difícil. Sólo tiene que comprender. Los padres pueden ser tan dramáticos más que
los adolescentes.
Luego de un momento, alzó su vista y nos miró a ambos. Su mirada no me decía
nada negativo, pero tampoco positivo.
—Lo pensaré —murmuró con tono más tranquilo mientras salía de la cocina.
Me puse a lado de Frank y dejé salir un suspiro cuando recargué mi cabeza sobre
su hombro.
—Lo tengo bajo control. Lo convenceré —dijo mi mamá como si se tratara de un
reto.
—Puedo ir a hablar con él de nuevo —propuso Frank, metiendo sus dedos en los
bolsillos preparándose para salir.
—No, se está calmando. Si hablas con él comenzará imaginarse esas "cosas" que
hacían a sus espaldas. Así que será mejor que esperen a que asimile esto —lo
interrumpió con un comentario muy sabio.
—Gracias —contestamos al mismo tiempo.
Sonriendo, asintió y salió por la puerta siguiendo a mi papá. Frank se volvió hacia a
mí, rodeando sus brazos en mi espalda baja.
—No hubo necesidad de secuestrarte —dijo divertido.
—No cantemos victoria, aún no ha dado una respuesta —respondí colocando mis
manos en su pecho.
Me atrajo más hacia a su cuerpo y se inclinó hasta mi oído.
—Entonces tienes que preparar una maleta por si tenemos que recurrir a mi idea —
susurró provocadoramente.
Si por mí fuera, me iría en este instante con él pero no hay por qué precipitarnos
todavía.
Recordando las palabras de mi madre cuando dijo que no teníamos respeto al
demostrar afecto, nos pusimos a terminar el desayuno para después recoger la
mesa. Lavé los platos con la ayuda de Frank. Y como siempre, sacaba provecho de
la situación. Sacudía sus dedos con agua hacia a mí y así comenzamos una
pequeña guerra. No fue hasta que apareció mi mamá.
Había pasado media hora desde entonces. La expresión de su rostro era neutra y
por lo tanto no pude descifrar con exactitud en la conclusión de este lío.
—Les tengo una buena y una mala noticia —dijo con una pizca de intriga.
Miré a Frank y frunció el ceño. Espero que la buena noticia sea la respuesta que he
estado esperando. Y si es así, ruego que la mala no sea tan estricta.

Capítulo 41.

Olvidando las reglas


Me encontraba en la sala enviando mensajes de texto con Karina. Cuando le
platiqué sobre lo que sucedió ésta mañana, reaccionó con demasiados signos de
admiración y letras en mayúsculas. Ella propuso ir a golpear a mi papá con todo
gusto para hacerlo entrar en razón, pero la calmé diciendo que no era necesario en
este momento.
Luego de que mi mamá nos dijera las noticias, no tuve más que aceptar. La buena
fue que se quedaría hasta que comiencen las clases. Lo que me hace recordar que
la próxima semana empiezo la universidad. Y la mala fue que teníamos que
mantener una distancia considerable con respecto a la demostración de cariño. Con
esto me refiero a disminuir el nivel de caricias, abrazos, comentarios dulces y besos
inapropiados en la cocina o en algún otro lugar de la casa.
Está claro que eso no se tomará en cuenta si estamos solos.
Una de las condiciones que quería mi papá, era que Frank durmiera en el sofá para
mantenerme lejos de él ya que su habitación estaba a un lado de la mía. Casi me
da un infarto cuando mi mamá lo mencionó. Eso sería muy cruel. Pero gracias a las
palabras de mi madre, logró convencerlo a que eso no sucediera.
Aun así, mi papá concluyó diciendo que vigilaría con frecuencia nuestras
habitaciones para asegurarse que no estuviéramos en el mismo lugar por mucho
tiempo.
A ese grado de sobreprotección puede llegar mi padre. Tomar el rol de vigilante.
Según él, quiere evitar que salga embarazada. Si supiera que ni siquiera he
pensado sobre eso. Me gustaría decirle que hoy en día existen diferentes maneras
de cuidarse, pero no creo que eso lo ayude a tranquilizarse.
A simple vista, sus condiciones no suenan tan severas pero una vez que se pongan
en práctica será difícil.
—¿Qué tanto piensas? —la voz de Frank despejó mis pensamientos.
Levanté la vista y lo miré. Se encontraba al otro lado del sofá viendo televisión. Me
sentía aliviada y feliz. A pesar de las reglas de mi padre, estaba satisfecha. Lo
importante era que Frank no se iría de la casa. Tengo toda una semana para
disfrutar de su presencia.
—En ti —susurré dejando el celular a un lado.
Sonriendo, se levantó y caminó hacia a mí.
—Espero que sean cosas buenas —guiñó el ojo y se sentó a mi lado.
—Lo son —contesté con una sonrisa.
Nuestras miradas se conectaron y en ese momento quise desaparecer lo que se
encontraba a mi alrededor. Quería besarlo y sabía que él intentaba contenerse.
Respiró profundamente cuando bajó la vista a mí boca. Humedecí mis labios e
inmediatamente hizo lo mismo mientras se acercaba. Sus labios comenzaron a
rozar con los míos y me preparé para darle entrada.
—Ustedes no entienden, ¿verdad? —la voz de Melina rompió la conexión del casi
beso.
Frank se separó maldiciendo en voz baja mientras se inclinaba hacia atrás.
Definitivamente iba a ser difícil dejar de ser afectuosos el uno con el otro. Hice una
mueca y tomé mi celular para aparentar estar ocupada. Vi como Melina negaba con
la cabeza con una sonrisa a la vez que entraba a la cocina.
Frank se volvió hacia a mí, mirándome divertido.
—Intentaré controlarme a menos que quiera terminar durmiendo en el jardín —reí y
le mandé un beso imaginario lo que provocó que un gruñido saliera de su garganta
por no poder recibirlo como debería ser.
Ahora más que nunca, tenía la necesidad de besarlo.
***
La cena fue realmente incómoda. El único ruido que se escuchaba era el sonido de
los utensilios que cada integrante de la mesa provocaba al moverlo. Melina estaba
sentada a mí lado y Frank junto a ella. Enfrente de mí se encontraban mis padres,
sus miradas, en especial la de mi padre me ponía nerviosa y de mal humor. Aún no
se veía muy contento con Frank ni conmigo, pero creo que intenta aceptarlo a pesar
de que no ha aclarado estar de acuerdo con nuestra relación.
Melina intentó aligerar la tensión hablando sobre los catálogos que tenía
pendientes. Mi madre se unió a la conversación, pero mi papá no comentó nada,
permaneció en silencio la mayor parte del tiempo. Luego de unos minutos, Frank
terminó su comida y se despidió educadamente antes de desaparecer de la cocina.
En ese pequeño lapso, mi papá se aclaró la garganta para iniciar un nuevo tema de
qué hablar.
—¿Cuándo comienzan las clases?
Era una pregunta muy tonta de su parte. Él más que nadie sabía la fecha exacta.
Puedo asegurar que hasta lo tiene escrito en su calendario. No lo dijo sólo para
recordarme que pronto estaré en la universidad soportando el estrés escolar sino
también lo hizo con la intención de hacerme sentir vulnerable debido a que faltan
muy pocos días para que tanto Melina como Frank regresen a su propia casa.
Así que, para no mostrarle debilidad, lo miré directamente a los ojos para que
notara mi seguridad.
—El próximo lunes.
Asintió y luego se volvió hacia Melina.
—¿Frank cuándo comienza? Bueno, si es que está estudiando —expresó
indiferente.
Fruncí el ceño. Obviamente está estudiando. ¿Qué pensaba? ¿Qué Frank era un
vago irresponsable?
—También el lunes —respondió ella amablemente.
—¿Qué carrera eligió? —se interesó mi padre, colocando los codos sobre la mesa a
la vez que entrelazaba sus dedos.
Sabía que estaba investigando profundamente los intereses de Frank, pero no
entendía por qué lo hacía. Nada más falta que pregunte sobre sus gustos
personales.
Melina dudó por un momento. Estaba segura que a ella también le parecía un poco
extraño que se interesara en él.
—Administración de empresas, de hecho, el siguiente año va a titularse —comentó
tranquilamente.
Bajé el tenedor que estaba por llegar a mi boca y me giré hacia a ella. ¿Se titulará el
próximo año? Pero, es muy rápido... diablos ahora que recuerdo no le he
preguntado a Frank su edad. Pensé que tenía la misma edad que yo.

—¿Cuántos años tiene? —susurré para que solo Melina me escuchara, pero no lo
logré.
Ella me miró y sonrió. Tal vez encontraba divertido que no supiera su edad. Pero la
verdad nunca se me ocurrió saberlo.
—Veintiuno.
Tres años de diferencia no son muchos, ¿verdad? Me sentí tonta por creer que
Frank tendría dieciocho. Pero no aparentaba la edad que tiene a pesar del cuerpo
maduro y su rostro definido.
—Demasiado mayor para ti ¿no crees? —me dijo mi papá, uniendo sus cejas.
Rodé los ojos y continúe terminando mi alimento.
—Ben, tu eres mayor que yo por cinco años así que no te quejes —interrumpió mi
mamá.
Sonreí en mi interior. Mi mamá siempre encontraba la manera de defenderme.La
amo.
En vez de contradecirla, optó por no seguir con la conversación. Cuando recogí los
platos, mis padres y Melina empezaron a hablar sobre otras cosas. Salí de la cocina
no sin antes escuchar a mi padre decir que cerrara con llave la puerta de mi
recámara.
Al estar en la segunda planta, logré escuchar un sonido que provenía de la
habitación de Frank. Cuando me acerqué disimuladamente a su puerta, me percaté
que era una canción de los Guns N' Roses. Su banda favorita. Por lo menos
escuchando música podrá auto controlarse.
Una vez en mi habitación, aseguré la puerta percibiendo el típico clic del cerrojo. Fui
al baño y me lavé los dientes. Salí y me dirigí al armario para desvestirme. Retiré mi
blusa quedando en sujetador, estaba por bajar mis jeans cuando una voz grave me
detuvo.
—No te detengas —me giré y Frank se encontraba sentado en mi cama vestido solo
con su pantalón de franela.
Inmediatamente me cubrí el pecho con los brazos. Sabía que tenía el sujetador,
pero aun así me sentía descubierta.
—Cuando entré no estabas ahí, ¿acaso eres un fantasma o algo así? —murmuré
un poco nerviosa.
Se rió y negó con la cabeza.
—Estaba escondido en ese rincón y cuando comenzaste a desvestirte no pude
quedarme quieto y me senté para estar más cómodo —explicó muy quitado de la
pena.
—Lamento decirte que la función terminó —dije mientras me ponía una camiseta
encima.
—Debí haber esperado a que terminaras —hizo un puchero y se recostó en la
cama.
Caminé hacia la pared y apagué la luz para quitarme los jeans y ponerme el short
de manera rápida.
—No sabía que tu edad era veintiuno —comenté volviendo a encender la luz.
Se sentó, provocando que los músculos de su abdomen se contrajeran en el acto.
—Nunca me preguntaste —se justificó mostrando su sonrisa.
No me considero una entrevistadora como para interrogarlo. Aunque no estaría mal
interpretar ese papel.
—Debes irte —estaba tan embobada con su presencia que olvidé por completo las
condiciones que tenemos que cumplir.
Se puso de pie y dio pasos lentos hacia a mí.
—No quiero —alzó sus cejas y sonrió con picardía.
Su actitud no está ayudando. La puerta se encuentra cerrada pero aún así no debo
bajar la guardia. Lo esquivé y me crucé de brazos.
—Estaremos en problemas —dije recargándome en la pared.
—Cerré mi habitación y puse música para evitar sospechas. No pensarán que estoy
aquí —se giró y se acercó a mi espacio.
Fue astuto, pero no podemos estar en mismo lugar por mucho tiempo. Me vuelvo
débil a lo que tenga que ver con Frank.
Sus encantos son difíciles de ignorar.
—Debes sentirte afortunado por ser inteligente —dije divertida.
Se puso frente a mí y se inclinó hasta que sus labios tocaron la parte sensible de mi
oreja.
—Soy afortunado de tenerte —susurró dando un pequeño mordisco al lóbulo de mí
oreja.
Me estremecí al sentir como sus cálidos labios viajaban por mi cuello y ascendía
hasta mi mandíbula. Lentamente fue subiendo hasta llegar a mis labios y me besó.
Cerré los ojos disfrutando de la textura dulce y suave que sus labios me regalaban.
Mis brazos rodearon su cuello mientras que una de sus manos acariciaba mi mejilla.
En ese momento, me perdí y me olvidé de lo demás. No pensaba y no quería nada
más que sus labios en los míos.
Sus manos se apoderaron de mi cintura y de un movimiento, me levantó haciendo
que mis piernas rodearan sus caderas. El beso se profundizó y mi mente cada vez
se desvanecía con cada toque de su lengua. Pasé mis dedos en sobre su cabello
mientras que él gruñía hambriento de más. Rompimos el beso cuando un golpe
detrás de la puerta nos interrumpió.
Abrí los ojos de golpe y Frank me soltó suavemente hasta que mis pies tocaron el
suelo. Con la respiración agitada, lo empujé al cuarto de baño. Sin protestar, se
escondió mientras yo me incorporaba, intentando mantener mi respiración estable
simulando que Frank no estaba por ahí.
Abrí la puerta y me encontré con mi mamá.
—Se me olvidó avisarte que la tía Helen nos visitará mañana y quiero que la recibas
mientras tu padre y yo llegamos de trabajar, ¿de acuerdo?
Abrumada y nerviosa por la interrupción, me limité a asentir. Se despidió y dejé salir
un suspiro cuando cerré la puerta. Segundos después, Frank apareció con una
sonrisa triunfadora en su rostro.
—Tienes que irte —dije sentándome en la cama.
Negando con la cabeza, remojó sus labios y se sentó a mi lado.
—¿Puedo quedarme un rato más? —preguntó mirándome con inocencia.
¿Cómo puedo negarme a eso?

Capítulo 42.
Recuerdos, aclaraciones y felicidad
A eso de la una de la madrugada, obligué a Frank para que saliera de mi habitación.
Él insistía en querer pasar la noche conmigo, pero le borré esa ilusión. Todavía se
escuchaba la música desde su cuarto y a esas horas no es muy conveniente tener
canciones de su banda favorita. Alguien podía llamarle la atención y ahí se
descubriría nuestra desobediencia ante las condiciones de mi papá.
Al día siguiente, me desperté pasadas de las diez de la mañana. Tuve que
recuperar las horas que consumí la noche anterior al quedarme platicando con
Frank en mi habitación. Pero a pesar de eso, no me arrepiento de haberme
desvelado. Valió la pena ya que recibí muchos besos y caricias tiernas de su parte.
—Es muy tarde para estar desayunando —levanté la vista y Melina venía entrando
con una sonrisa divertida.
—Nunca es tarde para alimentarse —le sonreí y continué terminando mi comida.
Luego de prepararse un café, tomó asiento frente a mí y dejó caer encima de la
mesa uno de sus catálogos.
—¿Te desvelaste leyendo un libro? —preguntó mientras hojeaba la revista.
Si leyendo el libro era devorando a Frank con los ojos toda la noche, a parte de
desgastar mis labios con los suyos hasta el cansancio entonces, prácticamente se
puede decir que sí.
La miré y sentí como me congelaba momentáneamente en mi sitio. No me
inquietaron exactamente sus palabras, sino en la manera sarcástica en la que
formuló la pregunta.
—Más o menos —logré decir con nerviosismo.
—Imagino que Frank estuvo involucrado en eso ¿verdad? —añadió dándole un
pequeño sorbo al café caliente.
Me removí incómoda, intentando buscar alguna justificación. Melina no era
estúpida. Detrás de esa persona amable y dócil, había una mujer inteligente y
astuta.
Percatándose de mi silencio, apartó la vista del catálogo y me sonrió dulcemente.
—No te preocupes Alexa, sabes que no diré nada —me miró con complicidad y se
volvió a lo que estaba haciendo.
Estaba segura que no diría nada. Ella fue la primera en descubrir la conexión
amorosa que Frank y yo estábamos ocultando. Así que sinceramente no me
preocupaba por ello. Pero sus acertaciones me sorprendían, a veces me
preguntaba si tenía alguna especie de súper poder en donde puede leer la mente o
algo por estilo.
—¿Cómo lo supo? —susurré sintiendo mis mejillas arder.
Yo que recuerde, Melina estaba en la cocina cuando me fui a mi recámara.
Cerró la revista y alzó la vista, aún con esa sonrisa de tranquilidad.
—Conozco a Frank. De pequeño cuando le prohibía salir a jugar por no haber
terminado la tarea, se encerraba en su habitación, subía el volumen de la televisión
y se escapaba por la ventana para ir con sus amiguitos —Se quedó pensativa,
recordando el pasado—. Al principio no lo sabía, pero una vez me di cuenta cuando
lo vi entrar por la ventana como un pequeño ladrón.
Se rió a la vez que negaba con la cabeza. Imaginar a Frank de pequeño actuando
con rebeldía en una edad tan temprana, causó que me uniera a Melina. Por lo que
veo esa costumbre la tiene desde mucho antes. Dejamos de reír cuando Frank
entró a la cocina, frunció el ceño preguntándose la causa de nuestras risas mientras
se recargaba en la pared.
El ambiente risueño desapareció en cuanto mi mirada se enfocó en su pecho
desnudo. Los músculos de su abdomen se veían cada vez más firmes y notorios.
Sigo pensando que hace algún tipo de ejercicio en su habitación para mantenerlos
en forma. Me mordí el labio involuntariamente.
Me convencí que su cuerpo maduro estaba apto para un chico de veintiún años.
—Frank, debes acostumbrarte a usar una camisa cuando te despiertas. Helen no
tardará en llegar —lo regañó Melina mientras se ponía de pie.
Oh. La tía Helen vendría a visitarnos. No lo retuve en mi memoria cuando mi mamá
me lo hizo saber, por todo eso de la interrupción de anoche y ya saben.
Haciendo una mueca, Frank flexionó sus brazos detrás de su cabeza para luego
estirarse. Y dios santo, tanto sus bíceps como sus músculos abdominales se
tensaron al momento que los puso en movimiento. No pude apartar la vista cuando
su pantalón de franela, bajó unas pulgadas dejándome observar como una parte de
la línea V quedaba cubierta por el elástico de su pijama. Aquellos golpes y
moretones habían desaparecido por completo. Ahora su piel se veía tersa y suave.
Cuando menos pensé, Melina ya se había ido de la cocina. Tal vez lo hizo a
propósito para dejarnos solos. Ella sabe cuándo ser oportuna. Frank dejó salir un
suspiro profundo y se incorporó. Sentí su mirada, pero yo aún seguía hipnotizada,
apreciando su esfuerzo y dedicación de su cuerpo.
—¿Te gusta lo que ves? —mi vista fue ascendiendo hasta llegar a sus ojos
almendrados que me observaban con intensidad, acompañado de una sonrisa
arrogante.
—No mucho que digamos —mentí descaradamente. No quería subirle el ego más
de lo que ya estaba.
Sus cejas oscuras se levantaron con asombro.
—¿Ah? ¿no?
Me levanté de la silla y cogí el plato.
—No —lavé el traste sucio y lo dejé en su lugar.
Me giré y me topé con el cuerpo de Frank. Me observó por unos segundos y luego
volvió a sonreír.
—¿Te acuerdas que un día entraste a mi habitación y yo venía saliendo de la
ducha?
¿Cómo olvidar ese día? Mi cara ardía en llamas y fue un milagro que no explotara
por la intensidad del asunto.
—SÍ, una toalla blanca rodeaba tu cintura —argumenté al recordar su postura.
—¿Te acuerdas que te pusiste nerviosa cuando te di permiso de tocar mis
abdominales? —su voz ronca fue despertando esas hormonas que siempre me
delataban.
—No estaba nerviosa —repliqué, mirando sobre su hombro desnudo para evitar ver
al culpable de mi estremecimiento.
Sus dedos se instalaron en mi barbilla y la enfocó para que mis ojos se encontraran
con los suyos.
—Si lo estabas, y lo estás en este momento —susurró mientras tomaba mi mano.
No emití ningún sonido. No hasta que sujetó mi muñeca, dirigiéndola a su cuello.
Fue descendiendo y con la palma de mi mano, sentí su piel caliente. No soltaba su
agarre, en cambio, continuó bajando hasta que me encontré con sus contorneados
abdominales. Pasé saliva lentamente. Estaban como lo imaginaba, firmes y duros.
Seguí mi camino y me detuve cuando llegué al elástico de su pantalón de franela.
Su pecho se elevó y lo escuché exhalar desesperación. Lo miré y sus ojos se
oscurecieron. Conocía esa mirada, era una llena de lujuria y deseo.
—Quiero que seas mía —su voz áspera y sus palabras fueron suficientes para que
una sensación placentera se instalara en mi estómago.
—Soy tuya —murmuré, manteniendo la unión de nuestras miradas.
Sonrió con ternura y me acarició la mejilla con suavidad.
—Lo eres, pero quiero pertenecerte físicamente.
Fue entonces cuando me di cuenta que yo también quería que fuera mío. Me
pertenecía emocionalmente y el siguiente paso seguía en nuestra espera. Pero todo
a su tiempo. Las mejoras cosas suceden cuando no están planeadas y será mejor
esperar hasta que se presente el momento adecuado.
—No quiero presionarte, sólo quería que lo supieras —dijo cuándo me quedé en
silencio.
Asentí con una sonrisa. Sabía que estaba ansioso para que ese momento llegara y
para no negarlo, yo también. Se acercó a mí y sus labios chocaron con los míos con
suavidad. El beso no fue hambriento o feroz, el ritmo de nuestras bocas era lenta y
con pausas. Estábamos disfrutando y saboreando con delicadeza la textura de
nuestras bocas. Es increíble como una persona puede hacerte sentir única y
especial con tan sólo un beso.
Este tipo de demostraciones era lo que quería evitar mi padre, pero él y mi mamá se
encontraban en el trabajo, así que no podrán saber con exactitud lo que estábamos
haciendo. Además, Melina se encargaría de decirles que estuvimos cumpliendo a
sus condiciones.
Frank permaneció bastante tiempo antes de separarse. Lo abracé y me envolvió en
sus brazos con fuerza, logrando sentir como los latidos de su corazón palpitaban
con rapidez en mi mejilla. En eso, sonó el timbre y no tuve más que alejarme de él.
Mi tía Helen había llegado.
—Ve a ponerte algo decente —dije al notar que se encontraba semidesnudo.
Esto es demasiado para mí por el momento, me dan ganas de secuestrarlo en mi
habitación y amarrarlo en mi cama todas las noches hasta el final de los tiempos.
Okey no es el momento de pensar en estas cosas, tengo que controlar mis
hormonas alborotadas.
Rió y caminó hacia la puerta.
—Lo haré, no quiero que se desmayé al ver mis atributos —comentó orgulloso.
—Presumido —respondí, negando con la cabeza.
—Recuerda, todo esto es tuyo —se señaló a sí mismo y se fue dejándome con una
sonrisa en mi rostro.

***
Helen estaba mejor que nunca. Su rostro no estaba demacrado ni triste. Al
momento en que llegó, la recibimos con los brazos abiertos. Incluso Frank, quien se
duchó y se vistió, se presentó ante Helen como mi novio. Y eso fue suficiente para
que mi tía me atacara con preguntas y consejos incómodos. Melina se encargó de
decirle acerca de la pequeña bomba que explotó cuando mi papá se enteró.
Obviamente como buena jueza, Helen se puso de mi lado. Realmente estaba feliz
por ella. Mi mamá y Melina lograron que su depresión desapareciera, tal vez no por
completo, pero estoy segura que poco a poco se irá recuperando.
—Sí que le dedicas tiempo a tus brazos, ¿puedo? —le dijo Helen a Frank.
Él asintió, dándole permiso para que mi tía tocara los músculos de sus bíceps.
Negué con la cabeza y me cubrí el rostro. Parecerá absurdo, pero me sentí un poco
celosa. Lo sé, no debería solo porque una mujer mayor lo está admirando pero que
no toque demasiado a mi hombre.
—Elegiste a un chico fuerte, así podrá defenderte y protegerte —terminó Helen
diciendo cuando se alejó de sus brazos.
Frank sonrió satisfecho por su comentario y me miró con diversión. No era
necesario que lo halagara.
Todos sabemos que tiene un cuerpo escultural pero no hay que decírselo tantas
veces o sino terminará con el ego en las nubes. Aunque me encargaría de traerlo
de nuevo a la tierra.
Nos quedamos en la sala y nos platicó sobre su progreso de combatir la soledad.
Se fue la mañana hablándonos sobre ello y aprendí que hay que mantener a tu
mente ocupada para que esas vocecitas malignas no aparecieran. A mi lado se
encontraba Frank y su mano descansaba en mi rodilla mientras escuchaba con
atención los consejos de la tía Helen. Después de todo, su visita no fue tan
abrumadora como esperaba.
Cuando mis padres llegaron, se quedaron conversando por un rato. Frank y yo nos
quedamos en el sofá viendo televisión. Mi papá se asomaba de vez en cuando para
asegurarse que no estábamos siendo afectuosos. Rodeaba los ojos cada vez que
aparecía. Se está comportando demasiado dramático y sobre protector. Pero sé
que algún día aceptará por completo los sentimientos que nos tenemos el uno al
otro.
Despedimos a la tía Helen con palabras alentadoras para que siguiera
superándose. Al poco rato, mientras seguíamos viendo televisión, sonó el timbre.
Frank estaba listo para levantarse, pero me adelanté y abrí la puerta.
Un chico demasiado atractivo, se encontraba al otro lado. La belleza de Frank era
aún mejor pero no soy ciega, el tipo estaba de buen verse.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté al notar su silencio.
Parpadeó y sonrió.
—¿Aquí vive el señor Benjamín Owens?
—Sí, es mi padre, ¿qué se te ofrece? —cuestioné confundida.
En eso, sentí como Frank llegaba hasta nosotros. Lo miré, pero su vista estaba
enfocada en el chico de cabello rizado y ojos mieles.
—¿Quién eres tú? —dijo frunciendo el ceño.
Logré ver como el chico se sentía intimidado por la mirada asesina que Frank le
enviaba. Se volvió hacia mí y me mostró una carta.
—Mi padre es amigo del tuyo y me pidió que le entregara esto —Tomé el sobre
blanco y asentí.
—Existen los correos electrónicos, ¿sabes? —escuché decir a Frank con burla.
—Lo sé, es sólo que mi papá se quedó en la época antigua —se defendió el chico
con tranquilidad.
—Deberías enseñarle usar una computadora para que no tengas que venir a dar
recados —la voz de Frank era brusca y profunda.
—Frank... —advertí para que se quedara callado.
Me miró aún con el ceño fruncido y dejó salir un suspiro frustrado.
—Gracias, yo le entregaré esto —le dije al chico antes de que se despidiera con
una amable sonrisa.
Cerrando la puerta, me volví hacia Frank.
—Qué pesado eres, asustaste al pobre chico.
—¿Asustarlo? Sólo le dije la verdad —se encogió de hombros y se sentó en sofá.

Negué con la cabeza y fui a entregarle el sobre a mi papá. Al llegar a la habitación


de mis padres, me di cuenta que estaban discutiendo.
No iba a entrometerme, pero cuando escuché mi nombre, fue allí cuando supe que
estaban hablando de mi noviazgo con Frank.
—Ben, Alexa ya no es una bebé. Ella puede diferenciar lo que está bien y lo que
está mal —decía mi mamá.
—Eso lo sé, no quiero que salga lastimada —la voz de mi padre era tranquila y
serena.
En ese momento, respiré profundo y abrí la puerta. Ambos se giraron hacia mí.
—Llegó esto para ti —le entregué la carta a mi padre y miré a mi mamá.
Ella me sonrió y se sentó en la cama.
—¿Qué es? —cuestionó mi mamá, volviendo su atención a mi papá.
—Hugo organizó una cena el día de mañana... ¿Quién vino a entregarlo? —me
miró.
—Un chico, dijo que era su hijo.
—Oh, ese era Nathan —concordó dejando la carta en la mesita.
Asentí y me giré para salir de la habitación. Pero en eso, escuché como la garganta
de mi mamá se aclaraba.
—Ben... —le dijo en tono de advertencia.
—¿Alexa? —me volví sobre mis talones y me enfoqué en mi papá.
—¿Si?
Se quedó mirando el suelo mientras dudaba con seriedad. Luego levantó la vista y
por la expresión de su rostro, supe que sería algo bueno.
—Tienes mi permiso para salir con Frank.
Abrí los ojos con sorpresa y me congelé. ¿Estaba escuchando bien? Miré a mi
mamá y ella mantenía una sonrisa de oreja a oreja. No sé cómo le hizo, pero logró
convencerlo. La sensación de felicidad llegó a mi sistema y dando brinquitos de
alegría, me acerqué a él y lo abracé.
Me correspondió después de unos segundos.
—Gracias, gracias, gracias —dije sin despegar mi mejilla de su hombro.
Me dio unas suaves palmaditas en la espalda y se fue alejando lentamente.
—Sólo no se coman entre ustedes —sonreí y me dirigí a mi mamá. Le agradecí
dándole besos en la mejilla.
No quiero ni imaginarme la reacción de Frank.

Capítulo 43.
Caja de sorpresas
La semana fue transcurriendo con lentitud. Y agradecía que fuera a ese ritmo.
Durante esos días, Frank y yo pudimos hacer salidas como cualquier pareja. Me
llevó a diferentes lugares cada día. De hecho, me contacté con Karina y
compartimos una cena muy agradable en compañía de su novio.
Disfruté la semana como nunca. Mi padre seguía con la abstinencia de decir
comentarios negativos cada vez que Frank me besa, me abraza o toma de mi
mano. Mi mamá siempre está ahí para recordarle que todo nuestro afecto es parte
de una relación amorosa. Y poco a poco, el carácter de mi papá fue equilibrándose
hasta que logró llevarse bien con Frank.
Su progreso fue sorprendiéndome conforme pasaban los días. Me sentí satisfecha
cuando los encontré en el sofá conversando y opinando sobre el partido de fútbol
que veían por la televisión. La tensión entre ellos iba disminuyendo y eso me ponía
feliz. Aunque su rol de papá sobre protector no estaba abandonado del todo ya que
tenía que dejar la puerta de mi habitación abierta cada vez que Frank estaba dentro.
La cena que había organizado el amigo de mi padre, fue demasiado tranquila. Pude
conocer un poco más a Nathan. Era un chico amigable y extrovertido. Frank no se
veía muy contento esa noche, permaneció cerca de mí todo el tiempo para que se
diera cuenta que era suya. Pero Nathan me agradaba y aunque Frank no estuvo de
acuerdo al principio, se fue doblegando cuando se dio cuenta que las intenciones de
Nathan era solo de amistad. Desde entonces, se convirtió en mi amigo y ahora era
también de Frank.
Los hijos de Melina regresaron del campamento esta mañana. Eran dos niños de
diez años y noté que eran peor que los niños de la Sra. Russell ya que se
mantenían peleando la mayor parte del tiempo.
Era sábado por la tarde y me encontraba en la recámara de Melina. Noah y Billy nos
contaban sobre las diferentes actividades y aventuras que realizaron en el
campamento. Ambos eran unos niños muy energéticos, no han parado de hablar
desde que llegaron. Comenzaba a marearme de tanto escuchar sus voces
chillonas. Si no fuera por Frank que me sacó que ahí, en este momento estaría
convulsionando en el suelo.
Sin pensarlo, tomé su mano y salí de la habitación dejando a Melina en compañía
de sus irritables hijos, ahora entiendo por qué fueron llevados a ese lugar en estos
dos meses. No los habría soportado si se hubieran quedado en mi casa todo este
tiempo.
Al llegar a la sala, Frank rodeó sus brazos en mi cintura y hundió su cabeza en mi
cuello.
—Te extrañé —dijo depositando besos cortos y suaves en la piel sensible de mi
garganta.
Me reí. Hace dos horas salió al bar con Joel y Nathan, estábamos en pleno
romance cuando Joel le habló por teléfono. Frank aventó el celular y continúo
besándome ignorando por completo la invitación de su amigo. Al final, lo convencí
de que se distrajera un poco, gracias a eso accedió a tomar unos tragos.
—Después de comer te llevaré a un lugar —avisó antes darme un beso rápido.
—¿A dónde me llevarás? —pregunté frunciendo el ceño.
Una sonrisa misteriosa apareció en el rostro de Frank. Sé que estaba planeando
algo y no saber qué era comenzaba a intrigarme.
—Te lo diré cuando estemos allá —guiñó el ojo y me llevó a la cocina.
Mi mamá estaba tomando una rebanada de pizza mientras que mi papá estaba
devorando la suya. Nos sentamos frente a ellos y Frank, como todo un caballero
sexy, me sirvió un pedazo de pizza con la respectiva bebida de té de durazno.
Le sonreí y se sentó a mi lado para comenzar a comer. Mi padre inició la
conversación hablando sobre su posible salida de viaje el lunes, para ese entonces,
yo ya estaré en la universidad extrañando a Frank.
La nostalgia invadió mi cuerpo al recordar que este era el último fin de semana en el
que Frank y Melina estén con nosotros. No quiero que se vaya, pero tampoco
puede quedarse. Él también tiene que volver a clases y terminar el semestre. Lo
peor de todo es que su universidad queda a kilómetros de la mía. Espero que
podamos vernos lo suficiente para que nuestra relación perdure.
—¿Qué planes tienen hoy? —preguntó mi mamá mirándonos a ambos.
—No mucho —respondí antes de morder la rebanada de pizza.
—De hecho, tenemos muchos planes ésta noche —Frank me miró y arqueó la ceja.
—¿Esta noche? —la voz de mi padre intervino.
Miré a Frank con confusión.
—Mi mejor amigo organizó una fiesta y quisiera que Alexa me acompañara —me
sonrió de lado y se volvió hacia mi papá quien lo miraba con el ceño fruncido.
—Claro que sí, ¿a qué hora estarían de regreso? —quiso saber mi mamá.
Abrí la boca, pero la cerré cuando supe que no tenía una respuesta. Solo me quedé
estática en mi asiento con mi mirada enfocada en Frank.
—Las fiestas de Joel terminan hasta el amanecer —Frank soltó las palabras
lentamente para que mis padres entendieran la indirecta.
Alcé las cejas y me giré hacia mis padres. Mi mamá lo captó enseguida mientras
que mi papá seguía con su rostro pensativo.
—Oh entiendo, quieres decir que no vendrán a dormir —mi mamá se volvió hacia mi
padre esperando a que dijera algo al respecto.
Suspiró y nos miró a ambos.
—Está bien, pero los quiero aquí mañana temprano, ¿de acuerdo? —advirtió con
dureza.
No tuve más que asentir. Aún seguía asimilando dos cosas, una, que Frank no
habló de esa fiesta hasta este momento y dos, que mi padre haya aceptado tal
cosa. Por lo que veo está aprendiendo a darme más libertad.
Cuando terminamos de comer, le pedí a Frank una explicación de lo que se
tramaba, pero se limitó a decir que me arreglara porque en un rato más me llevaría
a ese dichoso lugar desconocido. Negué con la cabeza y me fui a mi habitación
para darme una ducha. Me cambié usando unos shorts de mezclilla acompañado de
una blusa holgada color lavanda y las converse blancas. Recogí mi cabello en un
moño y me maquillé de forma simple y sencilla.
Cuando cogí el celular, escuché un golpe que provenía de mi puerta. Frank se
encontraba esperándome con esa sonrisa irresistible y vestido de una manera sexy
y salvaje. Camisa negra, vaqueros desgastados y sus vans oscuras.
—Es hora de irnos —dijo sacudiendo las llaves de su camioneta.
Entrecerrando los ojos, cerré la puerta de la habitación detrás de mí. Cuando menos
pensé ya me encontraba sentada en el asiento del copiloto.
—¿A dónde iremos? —pregunté mientras que Frank me colocaba el cinturón.
Su respuesta fue un guiño y cerró mi puerta para después rodear la camioneta.
Empezó a conducir en silencio y eso comenzó a ponerme nerviosa.
Y ésta muy equivocado si piensa que me quedaré hasta el amanecer en la fiesta de
Joel. No quiero parecer zombi al día siguiente y menos cuando estoy a punto de
entrar de nuevo a la escuela.
Me digné viendo a través de la ventanilla. Pasaron varios minutos para cuando sentí
el motor se apagó. Me giré hacia Frank y su mirada seguía al frente sin hacer
ningún movimiento.
—Llegamos —murmuró sin mirarme.
Fruncí el ceño y bajé de la camioneta.
Lo que me rodeaba era solo un montón de edificios en buen estado. Frank bajó y se
posicionó frente a mí con una expresión divertida al percatarse de mi intriga. Me
crucé de brazos y esperé. Luego de unos segundos de silencio total, se rindió
soltando una risita ronca y profunda.
—Este es mi apartamento —dijo señalando uno de los edificios que se encontraba
detrás de él.
En ese instante, comencé a sospechar sus intenciones. Y estaba dispuesta a
acatarlas.

Capítulo 44.
Momento inolvidable
Aún seguía asombrada cuando crucé por la puerta y me adentré a lo que era el
apartamento de Frank. El lugar se sentía un poco frío y desolado, pero en sí, era un
lugar espacioso y cómodo. Lo primero que encontré fue una estrecha sala de estar,
estaba compuesta por un par de sillones de piel color marfil con su respectiva
mesita de centro. También logré observar una modesta cocina, era pequeña pero
muy linda y acogedora.
Cerrando la puerta de la entrada, Frank se giró hacia a mí y me miró
cautelosamente, esperando que articulara alguna palabra ya que desde que me dijo
que éste era su apartamento, prácticamente entré en una especie de shock. No me
sorprendía el hecho que tuviera un lugar en dónde vivir, sino que mi mente
rápidamente comenzó a juntar los hechos y confirmé que todo el cuento de la fiesta
de Joel era una total y gran mentira. Pero fue una mentira muy convincente debido
a que mi padre aceptó dejarme ir y ahora que lo pienso, tengo permiso para llegar a
la casa hasta el día siguiente.
Oh por dios, creo que voy a híper ventilar, esto es nuevo y sumamente
sorprendente. ¿Saben lo que significa? ¡Exacto! Pasaré la noche aquí y para
sumarle más adrenalina al asunto, pasaré la noche aquí con Frank.
No sé si estoy lista para enfrentarme a ese capítulo de la vida en donde permites
que la cosa de alguien más entre en tu cuerpo. Oh diablos, debí haber puesto más
atención a los consejos de la Tía Helen sobre eso, pero no pensé que sucedería en
este momento. No realmente. No es como si estuviera contando los segundos para
saber cuándo será, en dónde y con quién.
Respira Alexa, no es necesario que te agobies con eso todavía. Aún son las seis de
la tarde y no creo que Frank vaya a querer hacerlo a estas horas. Bueno,
pensándolo bien, si es capaz de hacerlo. Para él, el tiempo no importa cuando a eso
se refiere. Lo digo por las veces que hemos estado de cariñosos a plena luz del día.
La tensión que me abrumaba se rompió cuando nos sentamos en el sofá y
comenzamos a conversar diferentes cosas. En su mayoría, sobre nosotros.
También planeamos pasar el día de mañana juntos ya que el lunes, cada quién
estaría ocupado con las cosas de la universidad. Se nos fue la hora platicando
hasta que anocheció. Aproveché el silencio que se presenció para quitarme la duda
que vagaba en mis pensamientos.
—Frank, si ya tenías un departamento, ¿por qué te mudaste con nosotros? —
pregunté con intriga.
No le veía el caso haberse quedado en mi casa cuando tenía su propio espacio con
lo cual podría haber disfrutado con libertad. Pero si hubiera hecho eso, no lo habría
conocido. Así que por ese lado me sentía agradecida y con suerte.
Dudo por unos instantes y luego suspiró.
—Mi madrina me invitó, pero estaba convencido que era mejor quedarme aquí y
organizar fiestas todos los días durante las vacaciones. De hecho, Joel y yo ya
teníamos preparado las diferentes actividades que íbamos a hacer.
—¿Por qué no te quedaste aquí?
Me miró con determinación y sonrió.
—Porque te vi.
Reí ligeramente.
—En ese entonces no me conocías —dije frunciendo el ceño.
Si hubiera visto a Frank en alguna otra parte, no lo olvidaría. Además, no recuerdo
haberme emborrachado o algo parecido para que me haya visto sin que yo me diera
cuenta.
—Melina me mostró una foto de tu familia y allí estabas tú —dijo mientras su mirada
recorría cada rasgo de mi rostro.
Mi pulso comenzó a latir más de lo normal. Necesitaba ver esa foto. Debí salir de lo
más horripilante y más aún, si es una foto familiar. La última foto que me tome a
lado de mis padres fue hace varios meses, en año nuevo. Debe ser esa porque
recuerdo que mi papá casi me obligó a salir en ella. ¿Qué llevaba puesto? Piensa
Alexa...Ah, un vestido rojo con los tacones negros que sólo esa vez los usé. Por lo
menos, en esa foto estaba arreglada. Si Melina le hubiera mostrado otra, Frank se
habría quedado en aquí y jamás nos hubiéramos conocido. O tal vez si, pero en
situaciones diferentes.
—¿Qué fue lo que viste en mí a través de un retrato para que te hiciera cambiar de
opinión? —cuestioné divertida.
Dio un trago a su bebida y se encogió de hombros.
—No lo sé, pero cuando Melina me platicó un poco sobre ti me hizo pensar, ¿por
qué quedarme en este lugar viendo las mismas caras de mis amigos cuando tenía
la oportunidad de conocerte?
Sus palabras eran azúcar para mi sangre y si seguía diciendo cosas tan adorables
como esas, terminaría muriendo por una sobredosis de ternura.
—Eres muy cursi —arrugué la nariz y rodó los ojos.
¿Quién lo diría? Básicamente el día que odié tomarme esa foto, fue la que hizo que
Frank llegara a mi vida. Qué ironía.
—Si mi papá te hubiera corrido de la casa, habrías llegado aquí —argumenté
cuando recordé mi preocupación acerca de dónde recurriría si se hubiera ido.
—De hecho, en este lugar te iba a traer luego de secuestrarte.
—Prácticamente me tienes secuestrada en este momento, nadie sabe que estoy
aquí contigo.
Se quedó pensando, con sus dedos sosteniendo su barbilla y asintió.
—Cierto, vas a necesitar algo más que una recompensa para que puedas salir de
aquí —dijo, sonriendo con picardía.
—Haré lo que sea necesario —respondí con seriedad.
Su sonrisa fue opacada por un brillo intenso en sus pupilas mientras me miraba.
Esos hermosos ojos era lo único que me bastaba para sentirme conectada a él. Sin
apartar la vista, dejó el vaso que sujetaba sobre la mesita y cerró la poca distancia
que se encontraba en nuestros cuerpos.
Acercó su rostro hasta que la punta de su nariz chocaba con la mía. Seguíamos
mirándonos y no había nada mejor que esto. Y eso que sólo era el inicio de una
larga noche. Sentía como nuestras respiraciones comenzaban a acelerarse sin la
necesidad de estarnos acariciando. Aunque lo necesitaba.
Su mano se instaló a un lado de mi rostro y rápidamente comencé a estremecerme
por su tacto. Su pulgar recorrió mi mejilla y fue descendiendo hasta llegar al labio
inferior. Cuando mis labios se entreabrieron, tiró del inferior y respiró profundo. Se
alejó unos centímetros y me miró antes de fijarse en mis labios y besarme. No lo
dudé ni dos segundos. Le correspondí y rápidamente su lengua buscó la mía. Su
toqué era cálido y excitante. En ese momento, no pensaba en otra cosa. Todos mis
sentidos seguían el ritmo desenfrenado que nuestros labios hacían al chocar entre
sí una y otra vez.
Su brazo rodeó mi cintura y en menos de un segundo, me colocó en su regazo sin
separar nuestras bocas. Posicioné mis brazos alrededor de su cuello y sujetando la
base de su cabello, me aferré a él mientras sus manos viajaban hasta mis caderas y
me presionaba hacia abajo causando que soltara un gemido al sentir su erección a
través de sus vaqueros y la tela de mi short. Un gruñido se quedó atrapado en su
garganta y sus calientes manos ascendieron por mi espalda, llevando consigo la
blusa. Sentí diferentes sensaciones cuando sus dedos tocaron mi piel.
Mi mente no estaba despejada, lo único que pensaba era en este momento. En este
ideal y preciado momento. Pensé que quitaría mi blusa, pero en vez de eso, bajó
hasta que sujetó mi trasero con sus manos abiertas. Se levantó y rodeé mis piernas
en su cintura para evitar caerme. Lo que menos necesitaba era alguna embarazosa
caída. Y más vale que no se le ocurra a nadie interrumpirnos porque me encargaré
de que no viva para contarlo.
Pero gracias a todos los santos, eso no sucedió mientras Frank me llevaba a su
habitación. Ya había anochecido y eso era algo bueno porque no hay nada mejor
que la oscuridad para incrementar la intensidad de la situación. Mis fosas nasales
respiraron el aroma de su perfume que invadía su habitación. Cerró la puerta de un
golpe con su pie y se dirigió a la cama.
¿Estaba sucediendo? Si ¿Estaba nerviosa? Si ¿Estaba excitada? Definitivamente
sí. ¿Me entregaría a Frank en este momento? Diablos sí, y no me retractaré. No me
importa si soy primeriza en esto, me entregaré por completo y me perderé en él
hasta quedar exhausta.
Me dejó caer con suavidad hasta que mi espalda cayó sobre la cama. Rompió el
beso para retirarse la camisa por encima de la cabeza y se puso encima de mí. Al
momento en que volvió a unir sus labios, mis dedos exploraron su torso con
detenimiento. Sus manos llegaron al borde mi blusa y fue subiéndola con cautela
como si estuviera pidiendo mi permiso. No protesté. Levanté mis brazos y la quitó,
dejándola caer en donde se encontraba su camisa.
Nuestras respiraciones eran agitadas y con suspiros repetitivos. Sus labios se
desplazaron hacia mi cuello y comenzó a besarme desde mi mandíbula hasta mi
hombro. Me mordí el labio con fuerza mientras sujetaba su cabello.
—Te deseo, Alexa. Quiero estar dentro de ti —susurró con voz áspera y ronca.
Gemí. Empezaba a sentir como los músculos de mi vientre se tensaban ante sus
palabras.
Continuamos besándonos y tocándonos con lentitud, disfrutando de calidez que
nuestros cuerpos emanaban. Fue entonces cuando retiramos las prendas que
impedían la examinación de las caricias. Me encontraba desnuda y no me sentía
avergonzada o con miedo. No apresuró el momento, permaneció paciente y sin
prisas.
La frustración apareció cuando sentí su enorme miembro en mi entrada. Dejó un
beso suave en mis labios y levantó la cabeza, mirándome interrogante.
—Hazlo, Frank —dije preparándome mentalmente para lo siguiente.
Hizo un movimiento rápido y tomó del bolsillo de sus vaqueros una diminuta
envoltura. Sí que venía preparado. Cuando volvió a ponerse sobre mí, sus ojos se
oscurecieron y me observó por unos segundos.
—Será un honor ser el primero —susurró, inclinándose para besarme.
Quería responder, pero me olvidé de todo cuando sentí como se hundía en mí
lentamente. Cerré los ojos. Un dolor pasajero se instaló en mi feminidad, pero en
segundos desapareció. Lo escuché gemir y lo imité. Lo tomé de los hombros y clavé
mis uñas en su piel cuando volvió presionar con profundidad. No sabía cómo
describir esta sensación exquisita. Simplemente superó mis expectativas. Me sentía
completa y llena. Lo sentí recargar su frente en la mía y abrí los ojos. Me miraba
con una intensidad impresionante. Apenas estábamos empezando y ya me sentía
en el paraíso. Me sonrió con ternura y comenzó a moverse a una velocidad óptima.
Moví mis caderas y lo escuché gruñir. Exploró y besó cada centímetro de mi piel
mientras salía y entraba. Mis dedos recorrieron su cuerpo, sintiendo el calor que
expulsaba su piel.
Sentí una sensación indescriptible cuando aceleró sus embestidas. Cada vez que
se deslizaba dentro de mí, unas descargas fantásticas recorrían mi cuerpo
causando que perdiera la noción del tiempo. Di un grito ahogado y seguí su ritmo.
La oleada de placer parecía no tener fin. Mi vista se volvió borrosa por un instante y
juro que vi estrellas, unicornios y fuegos artificiales rondando por mi mente. Mis
músculos se cerraron alrededor de su miembro y no pude evitar soltar un grito
agudo cuando sentía la explosión que se aproximaba. Llegamos al éxtasis del
placer y lo escuché gemir mi nombre cuando se desplomó.
Esta experiencia fue sin duda la más deliciosa que haya experimentado.
—Te amo —murmuró, respirando con pesadez.
—Te amo —dije, mordiendo su labio.
Se quedó encima de mí con su frente en la mía mientras nuestras respiraciones se
volvían estables.
Se quedó encima de mí con su frente en la mía mientras nuestras respiraciones se
volvían estables.
Luego de unos instantes se recostó a mi lado y me llevó con él. Utilicé su pecho
como almohada y lo abracé, entrelazando nuestras piernas. Uno de sus brazos
acariciaba mi espalda desnuda y el otro se encontraba en mi cintura, formando
círculos con su pulgar.
—¿Cómo te sientes? —preguntó colocando su mejilla en mi cabeza.
No creo que exista una palabra que describa en la manera en que me siento. Pensé
que mi primera vez sería doloroso e incluso vergonzoso. Y no lo fue. Fue perfecto e
inolvidable. Me sentía relajada, en paz y tranquila.
—Satisfecha —dije la palabra más cercana.
Riendo, besó mi coronilla y luego dejó salir un largo suspiro.
—Fue el mejor regalo de cumpleaños —lo escuché decir con orgullo.
Inmediatamente levanté mi vista hacia a él, esperando a que me dijera que estaba
de broma, pero en vez de eso, me dedicó una sonrisa juguetona. Si me lo hubiera
dicho antes, en este momento no estaría tan sorprendida.
Recién me acabo de enterar que tiene veintiuno y ahora tengo que asimilar que
acaba de cumplir los veintidós. Pero a pesar de eso, me hizo suya y yo fui de él. Y
estoy segura que no me arrepentiré de haberlo hecho.

Capítulo 45.
Melancolía
El calor que rodeaba mi cuerpo era exquisito y adictivo. Sería una dicha quedarme
así hasta la eternidad. No había otra manera magnifica que despertar con los
brazos de Frank alrededor de tu cintura y sentir su respiración estable sobre la piel
de mi cuello. Crucé esa etapa y no me sentía rara o transformada. Solo me sentía
extraña en el buen sentido. Perdí mi virginidad y no me arrepentía de ello.
Frotando mis ojos, me senté y me di cuenta que estaba desnuda al igual que Frank.
Sonreí. Fue un momento mágico y especial. Tardaré en superar las sensaciones
placenteras que experimenté. Y esperaba volver a sentirlas.
Me senté, estirando mis brazos al aire y dejé salir un bostezo. Uno de esos que te
indican que descansaste por completo. Miré la hora, 8:12.a.m. ¿Qué diablos...? Es
domingo y yo levantada tan temprano. Volviéndome hacia la cama, vi como el
pecho de Frank subía y bajaba de una manera relajada y tranquila. Suspiré. La
forma en la que se veía su cuerpo en donde solo las sábanas lo cubrían de la
cintura hacia abajo era digna de una fotografía para conservarla y vivir de ella por el
resto de mi vida. Era hermoso y condenadamente sexy.
Me despejé de mis pensamientos y me levanté de la cama. Tomando la ropa interior
del suelo y una camisa del armario de Frank, me dirigí al baño que se encontraba a
un lado de su habitación. Minutos después, volví a la habitación mientras me
secaba el cabello con una toalla de baño. Imaginé que Frank ya estaría despierto,
pero aún seguía durmiendo como un bebé. No encontraba las palabras para
describir la felicidad que invernaba en mi interior. Haberme entregado a él fue una
de las decisiones más significativas e importantes de mi vida. Será el recuerdo más
íntimo que guardaré en mi memoria.
Ahora que me acuerdo, el día de ayer fue su cumpleaños y el muy idiota no decidió
decírmelo. ¿Cómo no pude darme cuenta que era su cumpleaños? Melina no se
comportó extraña durante todo el día. No me dio señales de que cumplía veintidós.
Tal vez lo felicitó sin que yo me diera cuenta. Si hubiera sabido, le habría comprado
un pastel o algún obsequio. ¿Que podría hacer? Bien, sin duda le regalaré algo.
Buscaré un espacio para hacerlo, pero por mientras, le prepararé el desayuno. No
era muy buena en la cocina, pero podía intentarlo. Tenía que aprender a preparar
comida lo más rápido posible. Es probable que le pida a mi mamá ese libro de
recetas que se mantenía leyendo.
Al llegar a la diminuta cocina, busqué en el refrigerador y en la despensa
ingredientes que pudieran ayudarme a elaborar algo rápido y no muy laborioso. No
estaba muy surtido que digamos. De hecho, las pocas cosas que había ya estaban
pasadas de caducidad. Punto menos para Frank. Entendía que este lugar ha estado
deshabitado por dos largos meses, pero por lo menos podría haberse pasado por
aquí por un momento para comprar lo necesario por si acaso. No tenía otra opción
que ir al centro comercial.
Me coloqué los shorts y tomé mi celular de la mesita que estaba al lado de la cama.
Al ver en la pantalla, me di cuenta que tenía tres mensajes de Karina preguntando
sobre mi existencia. Le contaré después, por ahora quiero enfocarme en preparar el
desayuno.
Cuando comencé a buscar las llaves de la suburban, observé como Frank
comenzaba a moverse. Diablos, se estaba despertando.
Yo que quería darle una pequeña sorpresa. Lo vi mover su brazo sobre el espacio
vacío que dejé e inmediatamente abrió los ojos. Soltó un gruñido y levantó a la
cabeza, mirando a su alrededor. Cuando me encontró cerca de la puerta, sonrió.
—¿Qué haces despierta? Ven a la cama —esa voz rasposa y ronca que salía de su
garganta, me estremecía en mi interior.
—¿Dónde están las llaves de la camioneta? Necesito ir a comprar algo para hacer
el desayuno —dije tomando sus vaqueros y buscando en sus bolsillos.
—En la mesita que está en la sala, me daré una ducha rápida y te acompaño —dijo,
ahogando un bostezo.
—No, tú quédate aquí
Frunció el ceño y se sentó.
—¿Me vas a abandonar?
Solté una carcajada.
—¡Claro que no!
—¿Por qué no quieres que vaya?
Rodeé los ojos.
—Frank, yo ya estoy vestida. Aún sigues medio dormido y tienes marcada la
almohada en tu cara.
Sonrió y masajeó su mejilla como si eso la hiciera desaparecer.
—¿Sabes conducir?
Claro que sabía conducir. No me consideraba una experta aún, pero podía manejar
un auto con precaución.
Las constantes lecciones que recibí de mi papá cuando tenía dieciséis sirvieron de
mucho. Varias veces he manejado sola cuando asistía a la universidad y he llegado
sana y salva en compañía de Karina, quien se la pasaba regañándome por no
obedecer a las señales de alto. Pero cómo detenerme cuando sabía que la calle
estaba desierta. Y la verdad no creo que haya perdido la práctica, no es como si
fuera demasiado difícil para acostumbrarme.
La camioneta de Frank era de manejo automático, así que básicamente solo tengo
que acelerar y frenar. No era tan complicado.
Dudó por unos segundos, pero al final cedió diciendo que si no regresaba en veinte
minutos iría por la policía, los bomberos y la ambulancia para asegurarse de que no
me haya sucedido un accidente. Estaba exagerando.
No estoy diciendo que estaba exenta en tener un accidente, pero no soy tan
estúpida como para conducir por la carretera como si estuviera en alguna carrera.
Tomaría mis medidas y cuidados como cualquier conductor normal hacía a diario.
Cuando menos pensé ya me encontraba en el centro comercial, eligiendo las cosas
necesarias que hacían falta y los ingredientes primordiales para preparar waffles.
No tardé mucho para cuando ya me encontraba en la caja, pagando las compras
con el dinero que Frank me obligó a aceptar.
Antes de salir, en unos de los locales vi el videojuego de la saga que le faltaba a
Frank. No me enfoqué realmente en el precio, necesitaba comprárselo. No traía mi
dinero conmigo. Maldecí mentalmente. Siempre cargaba mi dinero a cualquier lugar
que iba, pero la salida fue repentina e inesperada que la intriga hizo que me olvidara
de eso. En cuanto llegue a casa, tomaré la cantidad de dinero que viene escrito en
la etiqueta y vendré a comprarlo. Sí, eso haré.
Luego de sentirme orgullosa por rebasar autos y acelerar a una velocidad
moderada, regresé al departamento. Dejando las bolsas sobre la encimera, me
dirigí a la habitación en donde Frank ya se encontraba vestido y recién duchado.
Levantó la vista de su teléfono y me derritió con esa sonrisa encantadora.
—Estaba a punto de llamar a la fuerza armada para que te escoltara —se puso de
pie de la cama y caminó hacia a mí.
—Eres el rey del drama —dije dejando las llaves a un lado de la cómoda.
Riendo, me atrajo hacia a él y sujetó mis caderas. Comenzó depositando besos por
mi cuello para luego terminar con un mordisco en el lóbulo de mi oreja.
—Anoche fue el segundo mejor día de mi vida —susurró.
—¿Cuál fue el primero?
Me miró y me besó apasionadamente.
—Cuando te conocí —sentía como mis mejillas se ruborizaban y lo abracé.

***

Después de preparar el desayuno, que, por cierto, Frank me felicitó por ello, nos
preparamos para regresar a casa. Llegamos cerca de las diez de la mañana. No
sería una hora adecuada desde el punto de vista de mi papá ya que había dicho
que llegáramos temprano, pero tiene que comprender que tuvimos que desayunar
primero y mimarnos un poco.
Melina estaba en la sala con Noah y Billy. No me sorprendió cuando los escuché
hablar una y otra vez sobre sus actividades en el campamento. Hice una mueca y
me compadecí de ella, quien nos sonrió. Frank se acercó, dándole un beso en la
mejilla y saludando a sus hermanastros. Fue mala idea. Billy obligó a Frank para
que sentara y comenzó a hablar.
Melina aprovechó el momento y se levantó del sofá para irse a la cocina. Yo
tampoco me iba a quedar a contraer un dolor de cabeza, así que seguí a Melina.
Miré sobre mi hombro antes de entrar a la cocina y vi como Frank me fulminaba con
la mirada por dejarlo solo en esa situación tan abrumadora.
—Tu papá llamó hace media hora preguntando si ya habían llegado —escuché
decir a Melina mientras se servía un vaso de agua.
Bufé. Pensé que no seguiría con sus especulaciones. Aunque ahora era diferente.
Si supiera que lo de la fiesta era una excusa para que Frank pudiera llevarme a su
departamento, se volvería loco. Peor aún, si se enteraba de lo que sucedió anoche
le daría un paro cardíaco.
Cuando terminé de hablar con Melina sobre sus planes acerca de su regreso a
casa, subí a mi habitación. Llamé a Karina para decirle que me acompañara a
comprar el regalo que compraría para Frank. Tomé el dinero de mi escondite y fui a
la sala.
—Bien, cállense de una vez. Ya escuché suficiente —dijo Frank levantándose del
sofá.
Noah y Billy se quejaron haciendo pucheros. Me miraron y sonrieron. Ni hablar. No
seré su próxima víctima.
—Ni lo piensen —advertí cuando comenzaban a acecharme.
Uno de ellos suspiró con decepción. Me sentiría mal por ellos, pero preferiría estar
encerrada en mi habitación por el resto del día que escuchar sus eternas historias.
—Solo te contaremos lo que pasó cuando fuimos a surfear —dijo Noah mirándome
con un brillo en sus ojos.
—Había muchas chicas con bikini, ¿tú has usado? —agregó Billy.
—Uhm, sí —respondí, recordando el día que fui a la playa con Frank. Se sentía
como si hubiera sido ayer. Fue el día en que me dijo que le gustaba. Sonreí al
recordar el momento.
—Estoy seguro que te veías bien —comentó Noah escaneándome de arriba a
abajo.
Dios. Apenas tenían diez años y ya estaban actuando de manera coqueta.
—¿Gracias? —murmuré indecisa.
—¿Por qué no lo usas para que podamos verte en traje de baño? —preguntó Billy
observando mi cuerpo.
Bien. Estos niños estaban comenzando a intimidarme y asustarme.
—Hey, aún no llegan a la pubertad y ya están alborotando a sus hormonas. Fuera
de aquí y dejen a mi chica en paz —intervino Frank, empujándolos fuera de la sala.
Una vez que Noah y Billy salieron quejándose de mi visión, miré mi celular. Karina
no tardaba en llegar.
—¿Esperas alguna llamada? —preguntó Frank mirando mi celular con recelo.
—Karina va a venir por mí, necesita mi ayuda para comprar algo —dije ocultando el
nerviosismo de ser descubierta.
Frunció el ceño.
—Pensé que pasaríamos el día juntos —comentó decepcionado.
—No tardaré —le dediqué una sonrisa y asintió no muy convencido.
En ese instante, la pantalla de mi celular se iluminó. No hubo necesidad de atender
la llamada. El auto de Karina ya se encontraba en la acera. Me despedí de Frank
dándole un beso rápido y salí de la casa.
—Tienes mucho que contarme —dijo Karina cuando subí a su auto.
Una sonrisa se me dibujó en los labios y rodeé los ojos. Intentaré darle un resumen
sobre lo que sucedió.

***
Una hora después, ya estábamos de regreso a casa. No me tomó mucho tiempo en
comprar el videojuego que tenía contemplado. Era el último que quedaba. Me sentí
con suerte cuando por fin lo tuve en mis manos. Una chica intentó quitármelo, pero
me aferré a él y fui directamente a la caja registradora. Luego, fuimos a un local en
donde decoraban regalos. No le veía la necesidad de envolverlo, pero Karina me
convenció diciendo que se vería más presentable y tierno.
Cuando quedó envuelto en papel dorado y con un moño azul brillante, fuimos a
comer helado y platiqué sobre mi maravillosa noche del día de ayer. Ella suspiraba
y decía que había sido muy romántico. Y lo había sido. Pasamos a otros temas,
como lo de la universidad. El día de mañana estaría ya de vuelta. Iba a extrañar a
Frank.
Demasiado. Aminoraría mi tristeza si estuviera en la misma universidad que yo.
Tendré con conformarme en verlo por las tardes y los días en los que tenga libre de
proyectos.
Me despedí de Karina y bajé de su auto. Al entrar a la casa, presencié un profundo
silencio. No se escuchaban las voces chillonas de Noah o Billy. No me preocupó, de
hecho, disfruté de la armonía. Subí las escaleras y no pude contenerme en tocar la
puerta de la habitación de Frank.
Sujetando el disco del videojuego en mis manos, escondí los brazos detrás de mi
espalda.
Abrió la puerta y sonrió.
—¿Cómo te fue? —preguntó con intriga.
No respondí su pregunta. En silencio, le mostré el regalo. Miró hacia mis manos y
se volvió hacia a mí frunciendo el ceño.
—Nunca es tarde para desearte feliz cumpleaños —sonreí inocentemente.
Sigilosamente, cogió el obsequio y lo desenvolvió. Me mantuve atenta a su
reacción. Sus ojos se abrieron con sorpresa y levantó la vista.
—Compraste el original —susurró asombrado, como si no pudiera creerlo.
Pasó la yema de sus dedos por el plástico del videojuego y las comisuras de sus
labios se estiraron. Pero luego esa sonrisa desapareció.
—Debió costarte una fortuna —volvió a fruncir el ceño y negó con la cabeza—. No,
no lo aceptaré.
—Frank, no pasa nada...
—No debiste regalarme nada. Déjame pagarlo —se giró y se adentró en su
habitación. Tomó su cartera y sacó unos billetes. Oh no—. Toma.
—Estás siendo orgulloso —me crucé de brazos.
Dudó por lo que me pareció una eternidad.
—Bien, tú ganas—dejó a un lado el regalo junto con los billetes y me abrazó.
—Gracias —dijo en mi oído.
—De nada —sonreí.
Se alejó unos pocos centímetros y me besó. Seguí el movimiento de sus labios e
inmediatamente me llevó contra la pared. Mis brazos rodearon su cuello y lo aferré
a mí. El beso se profundizo y me perdí en la textura de sus labios.
—Te extrañaré —murmuró sin despegar su boca de la mía.
Sabía a lo que se refería. Mañana se iba y no quería que eso sucediera. Rompí el
beso y lo miré con tristeza, queriendo guardar en mi memoria cada parte de su
rostro. Extrañaré el tenerlo en mi casa, caminando sin camiseta, escuchar la música
de su banda favorita que sonaba en su habitación y sus miradas coquetas cada vez
que estábamos comiendo.
Todo eso lo recordaré, pero me sentía impotente por no revivir todo ese momento
una vez más.
Frank se percató de mi silencio y levantó mi barbilla.
—Quiero que vivas conmigo —susurró mirándome directamente a los ojos.

Capítulo 46.
Final de un nuevo comienzo

Mi vida dio un cambio radical desde el momento en que Frank propuso que viviera
en su apartamento. Al principio dudé en aceptar. Era una decisión precipitada si te
ponías a pensar con seriedad, pero, aun así, terminé cediendo.
Quería compartir cada uno de mis días con él y disfrutar cada segundo de su
compañía. Quería despertar a su lado, sentir el calor de su cuerpo junto al mío y
complacer el amor que nos teníamos el uno por el otro.
Al instante en que hizo su propuesta, inmediatamente mi cerebro se congeló y mis
ojos se abrieron al estilo de un búho. Sus palabras me habían tomado por sorpresa.
Estábamos pasando a otra etapa sumamente importante.
Generalmente, las personas decidían vivir juntos después de varios años de
noviazgo. Llevaba casi el mes saliendo con Frank y ese "casi mes", fue suficiente
para darme cuenta que nuestro romance era lo bastante fuerte e intensa como para
enfrentar el siguiente paso.
No hubo necesidad de convivir más de la que ya lo hacíamos. Además, no creo que
sea estrictamente obligatorio tener que pasar años y años con una persona, para
empezar a convivir en un mismo lugar todos los días. Mientras la conexión
permaneciera al rojo vivo, no le veía ningún problema.
Otra cosa que me sorprendió luego de haber aceptado, fue su reacción. Sus ojos
color avellana brillaron de felicidad y su sonrisa se llenó de satisfacción. Cuando
menos pensé, me levantó en sus brazos y comenzó a dar vueltas con rapidez. Me
contagió su alegría y empecé a reír mientras estaba en el aire. Podría calificar el
momento en la categoría cliché, sólo faltaban que rosas rojas cayeran encima de
nosotros mientras dábamos vueltas en cámara lenta.
Sería asquerosamente romántico si lo veía de otra perspectiva, pero siendo yo la
protagonista de nuestra pequeña burbuja, lo tomaba como el acto más preciado y
tierno del mundo.
La tensión fluyó a través de mi cuerpo cuando pensé en mis padres. Principalmente
en una persona llamada Benjamín Owens, mi padre. Últimamente había sido
razonable y comprensivo en lo que a mi relación se refiere, pero no estaba muy
segura que estuviera de acuerdo con la noticia que le daría.
A eso de la seis de la tarde, llegaron mis padres y Frank fue el que los reunió en la
sala. Fue el primero en iniciar la conversación, diciendo sin rodeos ni indirectas, que
me iría a vivir con él. No estaba pidiendo permiso, estaba avisando. Contuve la
respiración, preparándome en escuchar para la negación de papá. De hecho,
esperaba que me regañara por decidir tal cosa, pero no sucedió. Se limitó a
intercambiar miradas con mi mamá que no podía descifrar.
El silencio se volvió incómodo y preocupante, sintiéndome vulnerable. Sí me
quedaba en casa, sufriría la ausencia de Frank y nuestra relación se convertiría en
una carga, y no quería que eso pasara. El nudo que comenzaba a formarse en mi
pecho, fue desenredado por las palabras de mi mamá. Rompió el silencio con un
"¿Están seguros?". No dudé ni un segundo en responder positivamente a su
pregunta, explicando brevemente mis sentimientos hacia a él.
Mi papá puso mala cara y negó con la cabeza, pero no dijo nada en ese instante.
Cuando se levantó del sofá, yo hice lo mismo. Sí se le ocurría comentar algo
desfavorable, me enfrentaría a su negación, pero en vez de discutir, se acercó a mí
y me abrazó. Mis brazos se quedaron en los costados por unos segundos antes de
reaccionar.
—Eres mi única hija, Alexa —murmuró en voz baja—. Te sostuve en mis brazos
cuando eras pequeña y te vi crecer.
—Entonces, ¿estás de acuerdo? —pregunté, escondida en su pecho.
Lentamente, se fue alejando hasta que me miró.
—Algún día tenía que dejarte ir y si ésta es la manera en la que tienes que ser
independiente, entonces, no te detendré —sonrió.
Soltando un suspiro, lo abracé de nuevo, observando a mamá reteniendo las
lágrimas. La situación empezaba a ponerse nostálgica y triste, odiaba ese tipo de
momentos. Diría que estaban exagerando, pero en cierto punto, los comprendía.
Extrañaría mi habitación y a mis padres principalmente. De cualquier forma, u otra,
echaría de menos éste lugar. Las diferentes cosas que pasé éstas vacaciones, se
quedarían grabados en mi memoria y continuaría creando nuevos recuerdos a partir
de mañana, y lo mejor de todo, es que Frank estaría involucrado en ellos.
Los abrazos se volvieron primordiales durante las siguientes horas. Melina, Noah y
Billy ya estaban listos para partir. Frank había terminado de empacar y ahora se
encontraba en mi habitación, ayudándome con las pequeñas maletas que se
encontraban llenas. Decidí llevar lo básico como ropa y pertenencias personales.
Una vez que coloqué todo en su lugar, bajamos las escaleras y llegamos a la sala.
Frank se apresuró a dejar mi maleta y la de sus hermanastros en la suburban.
Cuando mis padres se despidieron de Melina y los niños, se volvieron hacia a mí. Mi
mamá comenzó a sollozar y me acerqué para animarla con un abrazo.
—Te extrañaremos —dijo sorbiéndose la nariz.
—Mamá, no es para tanto. Vendré a visitarlos y ustedes podrán ir a verme cada vez
que quieran —me quedé pensando sobre lo último—. Bueno, tienen que avisarme
primero.
No sería factible que llegaran al departamento en medio dio de la sesión de cariños
y besos que posiblemente llegaría a tener con Frank, sería demasiado incómodo y
vergonzoso.
Mis sugerencias parecieron tranquilizarla ya que se alejó, asintiendo, con una ligera
sonrisa.
—No quiero que tus calificaciones se vean afectadas, ¿entendido? —dijo mi papá,
en un tono firme y divertido.
Rodando los ojos, me incliné a darle un beso en la mejilla. En eso, Frank apareció
en la puerta de la entrada, era hora de irnos.
—¿Lista? Melina, Noah y Billy ya están en la camioneta —me ofreció su mano y la
tomé, enlazando sus dedos con los míos.
Estábamos por salir cuando mi padre llamó a Frank, pidiendo hablar con él por unos
momentos. Asentí y besó mi frente, antes de dirigirme a la camioneta. Ya había
anochecido y la pereza llegó a mi sistema, cuando recordé que mañana tendría que
levantarme temprano para la universidad.
Volvería la rutina de antes, pero ésta vez no lo haría sola. Frank me hizo saber que
se transferiría a la misma universidad que yo, de hecho, mañana hablaría con el
director. Genial.
Luego de sentarme en la parte de atrás, Melina se giró hacia a mí desde el asiento
pasajero.
—Gracias —dijo sonriendo cálidamente.
—¿Por qué?
—Por conquistar el corazón de Frank —me guiñó el ojo y se incorporó.
Sonreí y suspiré. Él fue el primero que conquistó el mío y sucedió sin que me diera
cuenta. Creo que de eso se trataba, cuando menos pensé ya sentía esos
sentimientos hacia a él. Pensaba que era causado por la atracción que sentía, pero
al final, logré detectar que estaba orgullosamente enamorada de él, descubriendo
que el sentimiento era mutuo.
—¿Vivirás con Frank? —la voz de Noah me volvió a la realidad.
—Qué tonto eres, qué no ves que sus maletas están aquí —intervino Billy, que se
encontraba sentado en la orilla del asiento.
—Yo pensé que te irías con nosotros —dijo Noah, haciendo un puchero.
—Algún día iré a verlos, ¿está bien?
Con una enorme sonrisa, asintieron satisfechos. Giré mi cabeza y miré a través de
la ventana, esperando impaciente. Luego de unos segundos, Frank venía saliendo
de la casa y mis padres se quedaron en el umbral de la puerta. Llegó hasta el lado
del conductor y encendió el motor de la suburban. Observando a mis padres, me di
cuenta que los extrañaría demasiado.
Cuando ambos hicieron un gesto de despedida con su mano, sentí como unas
inesperadas lágrimas comenzaban a aparecer en mis ojos. Les devolví el gesto y la
camioneta fue poniéndose en movimiento, perdiéndolos de vista. Limpiando la
lágrima que cayó por mi mejilla, me volví hacia al frente. Por el retrovisor, Frank me
miraba de reojo. Sonrió suavemente, cuando nuestros ojos se encontraron.
Durante el trayecto, Noah y Billy permanecieron en silencio gracias al iPad que
Frank les había prestado. Luego de unos cuantos minutos, llegamos a lo que era la
casa de Melina. Los niños bajaron rápidamente y comenzaron a pelear por quién
seguiría el juego de carreras. Me despedí de Melina y cogió sus maletas. Frank la
ayudó, acompañándola hasta la puerta.
Bajé de la camioneta y me trasladé al asiento de copiloto, riendo cuando Melina
abrazó a Frank y él hizo una mueca. Se despidió de sus hermanastros, sacudiendo
sus cabellos y volvió al volante.
—¿Qué te dijo mi papá? —pregunté una vez que nos encontrábamos en la
carretera.
—Las cosas que ya sé —contestó con su vista enfocada al frente. Cuando no
respondí, me miró de reojo y sonrió de lado al notar que lo observaba escéptica—.
Dijo que te protegiera, te cuidara y que no te rompiera el corazón.
—¿Piensas cumplir sus palabras?
—Las cumpliré y las mantendré por un largo tiempo —me miró fijamente por un
momento y luego se volvió a la carretera—. También dijo que durmiéramos en
camas separadas, pero sabes que eso será imposible.
Ruborizada, me giré hacia la ventanilla. Claro que sería imposible dormir separados,
más aún cuando pasamos la noche juntos el día de ayer. Comencé a pensar en lo
que pasaría una vez que estuviéramos viviendo en mismo lugar, solos sin la
presencia de mis padres o Melina. Ahora nadie podría interrumpirnos, podríamos
demostrarnos el afecto que queramos el cualquier sitio de la casa.
Alexa, estás empezando a mostrar el lado pervertido de tu personalidad. Por favor,
guarda compostura.
Mis pensamientos se despejaron cuando la camioneta se detuvo frente al
apartamento. Frank inmediatamente rodeó el vehículo y me abrió la puerta.
Sonriendo, bajé y sentí la brisa fresca del viento nocturno. Sujetó mis dos maletas
con una sola mano y las suyas en la otra.
Caminando detrás de él, miré a mi alrededor. Tendría que acostumbrarme al
panorama exterior a partir de ahora. Lo vería todos los días. Cuando vaya y regrese
de la universidad, me encontraré con los edificios de al lado y el césped que los
rodeaba.
Luego de que Frank girara la llave de la cerradura, le quité una de mis maletas y me
adentré a la estancia. Los recuerdos de anoche vagaron en mi mente y mis latidos
comenzaron a acelerarse.
Mis ojos viajaron por la acogedora sala, la pequeña cocina, la puerta del baño y
luego a la habitación de Frank, o más bien, a nuestra habitación.
Suspirando, me giré hacia él. Prendió la luz y dejó caer las maletas en el suelo. Una
sonrisa sincera y llena de orgullo se hizo presente en su rostro. Luego de cerrar la
puerta detrás de él, se acercó a mí. Escondió un mechón de cabello detrás de mi
oreja y su mirada se fijó en la mía de una manera intensa.
—Bienvenida a tu nuevo hogar —susurró antes de besarme apasionadamente.

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