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LA DAMA DE LAS CARACOLAS MARINAS.

Esta historia… como todas las historias… transcurre en cualquier lugar… donde tu corazón
encuentra el refugio para dejar libres los hilos de satén y seda que tejen los sueños…

En aquel pequeño pueblo nació Agar. Una menuda muchacha, tan delgada que su madre tuvo
que sujetarle los pantalones con un cordón. A Agar le gustaba aquel cordón trenzado con los
colores del arcoíris. Imaginaba que era el legado que las hadas marinas, además de su nombre,
le habían dejado para recordarle que era hija del sol y una sirena.

Como cada tarde Agar salió de casa de puntillas para no despertar a su madre que tras las
duras jornadas de trabajo llegaba agotada.

Una bocanada de aroma marino la empujó a la playa. ¡Ah! Ahí estaba la dama de las caracolas
en el pelo. Le encantaba acercarse a ella. Agar seguía sus pasos por la costa, y absorbía cada
una de las enseñanzas de la dama.

Pasaban las horas recogiendo utensilios, envases, bolsas, cristales, que los bañistas dejaban en
la arena. El viento los arrojaba contra las rocas, donde podía dañar los diminutos seres vivos
que habitaban en ellas. Pero también los lanzaba hasta el mar. Agar no olvidaría nunca el día
en el que encontraron una gaviota ahogada por la soga de plástico que rodeaba su cuello.
Amorosamente la Dama de las caracolas en el pelo la había cogido en su regazo y con lágrimas
en los ojos, entonó un canto de despedida, la llevó a una esquina de la playa y la enterró. Allí
seguían las rocas cubiertas de algas que señalaban el lugar sagrado.

Agar, pensaba que todo lo que aprendía eran mensajes de los rincones escondidos del mar.
Estar con la mujer de las caracolas se convirtió para ella en un momento mágico, por eso
esperaba ansiosa cada tarde a que llegara la hora de salir al encuentro.

Beber de sus sabias palabras, de sus silencios sonoros, de su mirada abierta y libre. De mayor,
soñaba ser como ella.

Así, Agar, poco a poco aprendió a danzar con el mar, con el viento y con el sol, con la luna y
con las estrellas. La melodía profunda que entonaban las caracolas arrullaba su danza.

Una tarde, al ocaso… sentadas en la arena, la mujer de las caracolas en el pelo, le habló a Agar
del misterio de la despedida… El mar la llamaba a otro lugar… a otras playas… Le contó que
cada atardecer, cuando el sol cubriera de tonos dorados el cielo, ella se acercaría en la brisa
suave y le haría sentir que estaba a su lado.

Agar creció. Los años pasaron y se convirtió en una mujer de mirada serena y profunda. Su
madre ya no estaba con ella. Y sus niños corrían descalzos por la arena.

(Mercedes Álvarez Padilla . 26.5.2013)

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