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Érase una vez en un lugar muy lejano, existía un pueblito cuya belleza
era inigualable, tenía bellas flores, gigantescos y frondosos árboles, la gente muy
generosa, sus costumbres y tradiciones. Todo ello hacía un lugar admirable para
los pueblos vecinos.
“Eres cada flor del campo, eres cada animal, eres todo mi majestuosidad, por ti
cae la lluvia en tiempo invernal, por ti el árbol, las flores, la naturaleza ¡No pares
jamás!
—¿Esposo mío te vas? —Dijo la mujer— sí, nos vamos los cuatro amigos a
danzar. ¡Alcánzame mi mascará! Anda preparando esos frijolitos con sal que
tanto me gustan.
—Papá, ¿en serio te vas a ir?
—Hija mía, tengo que ir, me invitaron y tú sabes que me gusta bailar los
diablicos, y me quedaré unos días.
Cuando despertó, les contó a sus amigos lo que había soñado y, entonces,
juntos hicieron un show artístico donde entonaron canciones con letras sobre los
nombres de los productos de su zona, el cuidado del ambiente, sobre las
siembras y cosechas, el dolor y el duelo de los difuntos, los triunfos, el
agradecimiento a nuestro creador por darnos los talentos y la vida. Domingo, el
bailarín con su carisma danzaba como nunca e hizo bailar a todo el mundo desde
el más pequeño hasta el más anciano.
¡VALOREMOS LA VIDA!