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A veces está bien defender tu reputación ante los que te han calumniado,
especialmente si estás en un papel de liderazgo y la difamación causa daños al
ministerio. Pero en mi observación, a menudo es mejor permanecer en silencio, tener
confianza en el Señor, y dejar que la verdad sea tu máximo defensor a largo plazo.
Como mi padre dice, “Cuando (no ‘si’) tu reputación sufre una lesión inmerecida, tu
integridad con el tiempo va a decir todo lo que hay que decir”.
La tendencia es pensar que tienes que arreglar todo, y sobre todo “recuperar” a
los que han oído la calumnia y compartir tu versión de los hechos. Pero a menudo es el
miedo de la gente, no el temor de Dios, lo que produce este instinto. Y en mi
experiencia, los receptores de la difamación a menudo pueden decir que lo que están
escuchando es erróneo, y a veces solo empeoramos las cosas cuando tratamos de
defendernos. Me encanta la metáfora de Spurgeon: “Una gran mentira, si es
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desapercibida, es como un gran pez fuera del agua: se precipita y cae y se golpea a sí
mismo hasta morir en poco tiempo”.
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Partiendo de compartir tu corazón y no de la acusación puede tranquilizar la
situación y producir un resultado pacífico.
Dejen que el nombre de Whitefield se pierda, pero que Cristo sea glorificado. Dejen que
mi nombre muera por todas partes, permitan incluso que mis amigos me olviden, si por
ese medio la causa del Buen Jesús puede ser promovida… Estoy contento de esperar
hasta el día del juicio para el esclarecimiento de mi reputación; y después de mi muerte
deseo ningún otro epitafio que este: “Aquí yace G. W. ¿Qué clase de hombre era? En el
gran día lo descubrirá”.
Amén. Que el Señor que lo ve y lo juzga todo nos de tal espíritu. (Garvin
Ortlund)
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