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1. PERTINENCIA DE PROPONER
UN PERFIL BÍBLICO
Cierto que no es fácil determinar los elementos constitutivos de una identidad común
a todos los jóvenes, como si se pretendiera llegar a la esencialización de la juventud
o se pudiera hablar de los jóvenes, sin adjetivos, haciendo caso omiso de las realidades
concretas que desbordan cualquier definición de juventud; no se trata, por tanto, de
hacer clasificaciones simplistas, rígidas, inflexibles: los jóvenes de tal a tal edad, de
tal lugar o de tal clase social, como si fueran una categoría homogénea, ignorando la
heterogeneidad que inevitablemente hay al interior de cualquier clasificación. De
hecho, la delimitación de los segmentos de edad cambian no sólo de una sociedad a
otra –por ejemplo, la mayoría de edad difiere–, sino incluso en una misma sociedad
en diversas épocas.
La crisis de sentido propia de esta etapa etaria, les lleva a estar en actitud de búsqueda,
pero con frecuencia, su afán se estrella contra la escasez de respuestas
convincentes y significativas, por lo que sus ideales se relantizan, se aletargan. Estos
jóvenes empoderados por el acceso al conocimiento, por el uso –y abuso– de las redes
sociales, pero empobrecidos en cuestiones axiológicas; estos jóvenes que quisieran
permanecer en una realidad disneyficada y ser eternos ciudadanos de Juvenilandia –
país cuyo himno podría titularse ¡Cómo de que no!–; estos jóvenes que ya no se miran
al espejo para ver quiénes son, sino que se miran en las pantallas para ver quiénes
deberían ser; estos jóvenes que carecen de cierto arrojo, que buscan experiencias
intensas en el amor y en la amistad, pero rehúyen la definitividad de la opción; estos
jóvenes que aparentemente aman el peligro, pero no asumen los verdaderos riesgos;
estos jóvenes de alergias contagiosas y generalizadas –a lo permanente, a lo
institucional, a lo obligatorio–; estos jóvenes son el futuro de la Iglesia, los futuros
evangelizadores, los futuros líderes cristianos, ¿los futuros biblistas?
Se trata en definitiva de rescatar para Dios a estos jóvenes que van a la deriva y que
no es que rechacen toda utopía, es que no han encontrado aquella que les
arrebate el corazón, que les llene de entusiasmo, que despierte sus potencias
adormiladas, atrapadas en las redes. La Iglesia, ya bimilenaria, debe redoblar sus
esfuerzos para evitar la narcotización del sentido religioso de los jóvenes.
Sin perder de vista esta advertencia, vamos a considerar aquí el tramo etario
denominado juventud,2 como aquel que abarca la etapa que cubre el tránsito entre la
niñez y la adultez. Cierto que la edad queda relativizada por la sociedad, la época,
el nivel social, y hasta la ocupación; no es lo mismo un estudiante de 20 años que
un campesino de esa misma edad; ni es lo mismo un joven del siglo XXI que uno del
siglo I. Más allá de las fáciles clasificaciones, hemos de hacer hincapié en que el sólo
criterio cronológico para ubicar en la línea de la vida la etapa llamada juventud, es
insuficiente, pero de alguna manera necesitamos establecer unas fronteras dentro de
las cuales movernos en este estudio, por lo que aquí consideraremos jóvenes a quienes
se encuentren entre los 15 y los 30 años, sin perder de vista que, en los primeros
tiempos bíblicos, a los 20 ya se les consideraba como sujetos responsables de sus
1
Se ha de tener en cuenta que el término joven se puede considerar como sustantivo (un joven, el
joven) y como adjetivo (un hombre joven, el más joven); ambas acepciones serán asumidas en este
estudio.
2
Tanto la ONU, en 1983, como la OMS, en el 2000 (cf. documento La salud de los jóvenes: un
desafío para la sociedad), proponen una escala de edades por lapsos de 5 años: de los 10 a los 14,
pubertad o juventud inicial; de los 15 a los 19, adolescencia o juventud media; de los 20 a los 24,
juventud plena. Podríamos decir que después de los 24 hasta los 34 o 35 se es un adulto joven.
actos, al punto de merecer ser castigados severamente (Num 14,29; 32,11) e incluso
debían pagar impuestos (Ex 30,14).
Por otra parte, se puede ver la juventud como una cultura dentro de la cultura,5 que se
asocia a modos de pensar, sentir, percibir y actuar que caracterizan las actividades de
un grupo, que crea sus propios signos y símbolos y lo distinguen de otros, aunque
sigue determinada en gran parte por la cultura mayor donde se alberga.
3
Cf. Jorge BAEZA CORREA. «Culturas juveniles, acercamiento bibliográfico» en Medellín. Vol.
XXIX. No. 113 (2003) 10.
4
EDITORIAL. «¿Una nueva juventud?» en Ecclesia. Vol. XV. No. 3 (2001) 363.
5
Se entiende por cultura juvenil el conjunto de expresiones culturales propias de la juventud que la
separa de otras edades, por lo que se puede hablar de diferencias generacionales; es una subcultura,
dentro de una cultura mayor y hegemónica.
Por el contrario, se ha de ver al joven como actor social, como miembro de pleno
derecho de la sociedad, reconociendo, sobre todo hoy, su irrupción en la escena
pública; que sea una etapa de maduración no justifica que se le vea sólo como
alguien que vive en espera de lo que sigue, aguardando el paso a la adultez que,
como anotamos, se retarda cada vez más, desdibujándose paulatinamente el momento
de dicha transición. No se trata de ignorar la responsabilidad de otros actores
implicados en la formación de la juventud (familia, escuela, sociedad, redes sociales,
Estado, Iglesia), sino de darle a ésta el rol protagónico en su propia película.
Cabría, por otra parte, preguntarse: ¿La actual postergación del rol de adulto siempre
es con el fin de obtener una mejor preparación? ¿O tal vez con el de no tener que
asumir las responsabilidades propias del adulto? Si fuera esto último, estaríamos ante
el Síndrome de Peter Pan: negarse a crecer.7
6
«De entre todas las etapas vitales que recorre el ser humano, la juventud es el constructo más frágil
e inestable. Describe ese estado intermedio en el que la persona posee ya la plenitud de sus fuerzas
y, sin embargo, no posee los recursos económicos y sociales para participar plenamente de la
sociedad de la que forma parte, a pesar de haber recorrido ya varias décadas preparándose para
ello». Andrés CASTILLO SANZ. «Ser jóvenes en la era de la globalización» 365.
7
El término Síndrome de Peter Pan ha sido aceptado en la psicología popular desde la publicación
de un libro, en 1983, titulado The Peter Pan Syndrome: Men who have never grown up («El
síndrome de Peter Pan, el hombre que nunca crece»), escrito por el Dr. Dan Kiley. Quien lo
padece, exhibe un desfase patológico entre su edad cronológica y su madurez afectiva, por la
resistencia a crecer; pretenden gozar de los privilegios del adulto, como autonomía y
autosuficiencia económica, pero sin dejar de portarse como un joven, con todo lo que esto implica
de provisionalidad, irresponsabilidad, no compromiso…
8
Hay quienes piensan que la eterna juventud es lo mismo que del don de la inmortalidad, pero no
son en absoluto lo mismo. La mitología griega distingue bien entre lo uno y lo otro. Eos, la diosa
de la aurora se enamoró de Titón, un joven mortal, por lo que le pidió a Zeus que le concediera
que su amado no muriera nunca. Pero la diosa no especificó que fuera eternamente joven, por lo
que Titón vivió en un continuo envejecimiento, hasta el punto que la vida se convirtió para él en
una maldición; la decrepitud a la que llegó era tal, que clamaba por poder renunciar al don de la
inmortalidad. Por otra parte, como dice G. Weigel: «Deberíamos considerar el proyecto de
inmortalidad con serio escepticismo; y no porque pueda no funcionar en sentido técnico, sino
porque podría ser letal para la humanidad, si realmente funcionara.» George WEIGEL. Cartas a un
joven católico. Cristiandad. Madrid 2007. 199.
9
Y para conservar la juventud, o al menos la apariencia de juventud, habrá que invertir tiempo y
dinero (spa, gimnasio, cremas, cosméticos, vitaminas…); envejecer resulta casi ofensivo, primero
para sí mismo, y luego, frente a los demás. ¿Tendremos que pedir disculpas al respecto?
Palabra de Dios. Por ello, cada joven, ante la responsabilidad de gerenciar su propia
vida, debe decidir si frente al camino quiere avanzar, detenerse, retroceder,
desviarse… Aquí les estamos ofreciendo algunos elementos ante los cuales han de
ejercer su capacidad de decisión; que, hurgando en sus más recónditos deseos,
descubran su sed de ser personas dignas, valiosas y, que además, estén dispuestos
a pagar el precio, que incluye, entre otras cosas, superar la ingenuidad de que esto
podrán hacerlo prescindiendo de toda aportación social, o socio – religiosa, si se nos
permite el acento. La identidad personal es la integración, a partir de la conciencia
reflexiva, de los diversos rasgos con los que una persona desea ser caracterizada.
Por otra parte, también se puede objetar: ¿acaso todos los jóvenes responden al mismo
perfil? Y frente al panorama actual, cada vez más laberíntico, ¿no sería mejor dejar a
los jóvenes a su aire? Sin embargo, la permanencia y pertinencia de la propuesta
bíblica radica en que los parámetros de conducta que presenta son susceptibles de ser
traducidos a las diferentes coordenadas espacio – temporales de todos los tiempos; los
formadores cristianos tienen aquí el reto de convertir esa dificultad en un desafío
estimulante.
Para los jóvenes, asumir una conducta que realce y enaltezca su personalidad como
ser creado a imagen de Dios, supone conocer, valorar e internalizar el aporte que al
respecto pueda ofrecer la visión bíblica; supone asimismo que estos jóvenes se han
de enfrentar a la lucha contra el endiosamiento de ídolos que las ideologías
imperantes les proponen y/o imponen, ideologías que, enarboladas por la
postmodernidad, pueden ser vistas no tanto como una amenaza, cuanto como una
oportunidad para entablar un fecundo diálogo con la juventud.
Si la sociedad hoy apenas tiene propuestas auténticamente valorales para los jóvenes,
a la Sagrada Escritura le sobra qué decirles. Si como anota C. Precht, «los jóvenes
a quienes servimos son hijos de esta sociedad con sus bienes y sus males, sus dones y
carencias, y no podemos pretender que sean diferentes, salvo por reacción a ella…»,11
pues entonces no sólo conviene, sino que urge facilitarles, desde la Palabra de Dios,
elementos para reaccionar frente a las deficiencias de esta nueva época, y sacudir a
los amantes de la mediocridad.
10
El término disoñar, es una combinación de dos verbos; diseñar y soñar; significa, aquí, hacer un
diseño del propio yo tal como hemos soñado que fuese.
11
Cristián PRECHT BAÑADOS. «Espiritualidad cristiana juvenil en los comienzos del siglo XXI, una
invitación a la experiencia mística, a la comunión y a la misión», en Medellín, Vol. XXIX, No.
113 (2003) 148.
ante los propios ojos. Ha de mantener con elegancia el puesto privilegiado que
ocupa en la escala de los seres.12
12
J. DE SAHAGÚN LUCAS, El hombre, ¿Quién es? 185.
13
El hombre es libre, pero ¿cómo ejercer la libertad sin que se convierta en un peligro? El hombre
ha de poder darse a sí mismo un destino, pero ¿cómo hacerlo acertadamente? El hombre ha de
vivir en la alteridad, pero ¿cómo lograrlo gozosamente? El hombre ha de optar por el bien, pero
¿cómo evitar elegir el mal?
No se trata de trabajar afanosamente para las evidencias, sino para que los jóvenes
sean capaces de salir de su micrópolis juvenil –donde no pocas veces se tiene una
imagen distorsionada de la realidad que acaba por engullirlos–, para comprometerse
con la sociedad de la que son deudores, y que tiene puestas en ellos sus esperanzas.
Estos chicos de la generación @, o millennials,15 o formato XXI o posmo, o como sea
que se les quiera llamar, requieren una propuesta rica, sólida, bien fundamentada, que
lejos de llevarlos a ser cristianos invisibles, les lleve a ser profetas cristianos muy
visibles, que se atrevan a anunciar lo que hemos extraviado. Obviamente, desde la
Sagrada Escritura, la propuesta que Dios mismo les hace, satisfaría la necesidad de
sentido que acucia el corazón de estos jóvenes.
14
Hoy se da mayor importancia a la libertad individual, entendida como ausencia de límites, como
liberación de todo lo que pueda obligar al hombre a actuar de determinada manera y que le impida
ser feliz –según su peculiar concepción de felicidad–.
15
Características más notables de los chicos llamados millennials (o ¿pandemials?): son nativos
digitales; poseen mayor capacidad de multitareas; mayor nivel de preparación académica; son
ciudadanos del mundo; presentan un mayor nivel de exigencia; buscan un trabajo que los defina.
Este elenco nos invita a tomar todas las precauciones que el caso amerita para que, en
nuestro intento de aproximación al perfil de los jóvenes que nos presenta la Sagrada
Escritura, superemos el riesgo de caer en alguno de estos reduccionismos.
16
Cfr. J. BAEZA CORREA. «Culturas juveniles, acercamiento bibliográfico» 29 – 30.
que la Sagrada Escritura los califique de jóvenes (en hebreo, naar, r[;n:; en
griego, neaniskos, neani.skoj)
que sean representativos de las principales etapas por las que fue pasando el
pueblo de Israel
que puedan ser considerados como modelos a seguir al menos en algunos
aspectos de su vida en su etapa juvenil.
La Sagrada Escritura califica como jóvenes a un amplio elenco de personajes que, por
su conducta y/o por sus proezas, se pueden considerar como emblemáticos para los
jóvenes de todos los tiempos. Cabe, sin embargo, la posibilidad de que sólo algunos
rasgos de su perfil sean dignos de consideración, pues suele suceder que no todos
los aspectos de su conducta o todas las épocas de su vida, son loables, ya que hay
quienes de jóvenes actuaron de una manera apropiada, constituyéndose en modelos
de virtud o de conductas morales dignas de reconocimiento, pero más tarde, por
circunstancias diversas, su conducta está muy lejos de ser emblemática; las luces y las
sombras, aunque en diferente proporción, se mezclan en el corazón del hombre.
Por otra parte, hay personajes en la Sagrada Escritura, que son sin duda emblemáticos,
como Abraham, el padre de la fe; Moisés, el profeta por antonomasia, Elías, Eliseo;
no se diga profetas escriturarios como Isaías, Ezequiel, Oseas; reyes como Ezequías;
líderes como los Macabeos... pero no van a ser enlistados en este estudio porque en
ninguna cita bíblica son calificados como joven (en hebreo r[;n: naar; en griego
neani.skoj neaniskos, o algunos otro vocablos hebreos equivalentes, como ry[ic'
zair, menor, pequeño; !joq' catón, pequeño; o griegos, como ne,oj neos; paida,rion
paidarion, joven), términos que son el objeto de nuestro estudio.17
Así pues, la selección que proponemos, recae en los siguientes personajes que, según
su contexto bíblico – literario, están asociados con determinadas épocas:
17
Esto sin perder de vista que algunos de estos personajes emblemáticos no son personajes históricos,
sino caracterizaciones literarias, por ejemplo, Judit, Tobías, Ester, como veremos en su momento.
Establecer una relación personal y amorosa con Dios. Los personajes propuestos
son un claro testimonio de cómo su vida gira en torno de la presencia de Dios; Él es
el que da sentido a su existencia y a su historia personal, tejida de la libre búsqueda
de Dios; la conciencia de ser vocacionado y responder, con el alma en vilo, a la misión
encomendada; la vida de oración que eso supone, el culto que nace de una vida recta.
Así, frente a la situación que los jóvenes18 viven hoy, aspiramos a proponer un
conjunto de rasgos, de cuño bíblico, que inspire y dé sentido a su identidad de jóvenes
postmodernos, retomando textos que, en general, han sido leídos con otras claves, y
que aquí pretendemos leer en clave de ejemplaridad para los jóvenes de este siglo.
18
Reiteramos que, si bien el tema de este curso es acerca de los jóvenes, el destinatario son los
formadores de estos jóvenes, que han de visibilizar ante ellos los cinco rasgos en los que
pretendemos formarlos ̶ o al menos intentarlo ¿no? ̶