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EL PROCESO DE TRABAJO COMO INSTITUCIÓN ORIENTADA A VALORES

Si todos los jueces están obligados a llevar acabo esa labor de adecuación a los
valores constitucionales en el momento aplicativo del derecho, mucho más
fuertemente lo están los jueces de lo social, por la sencilla razón de que tienen en
su mano la dirección de un proceso especialmente orientado a dar satisfacción a
los principios rectores de la política social y económica y el resto de los derechos
fundamentales sociales, al principio de igualdad, en definitiva. A este fin sirve en
nuestro país el esquema jurisdiccional social emanado, tras la Constitución, de la
Ley Orgánica del Poder Judicial y de la pareja Ley de Demarcación y Planta, así
como la formalización del proceso laboral y sus avatares que el texto refundido de
la Ley de Procedimiento Laboral actualmente vigente regula. Se han creado unos
órganos jurisdiccionales específicos, los que componen la jurisdicción social,
adaptados a servir a un procedimiento lleno de especialidades frente al común, al
proceso laboral, cuya historia, “ es la historia de la invención y del descubrimiento
de garantías jurisdiccionales efectivas para los derechos de los trabajadores”. Es
este un punto esencial en el camino de superación de la aporía de la ilegitimidad
de los poderes públicos, de que se ha hablado antes, porque la formación del
sistema de garantías en que consiste el Derecho del trabajo es un elemento
central del estado social de derecho, “uno de los pocos progresos incuestionables
de la cultura jurídica de nuestro siglo”, y de ahí lo especial del papel del juez
social.
La Ley regula un proceso, entendido, siguiendo las ideas de GUASP, como una
sucesión de actos destinada a la satisfacción de pretensiones fundadas en la rama
social de derecho, que por tanto está especialmente llamado a satisfacer la
finalidad de consecución efectiva, y no meramente formal, de la igualdad de las
partes en el proceso, lo que significa, por contra de como alguna doctrina lo
entiende, inadmitir la “inmunización” del derecho procesal respecto a la cláusula
constitucional de Estado Social. Un proceso especialmente llamado a la
realización de objetivos de justicia social, o desde otra perspectiva, la superación
de la ciudadanía “formal” en camino hacia la ciudadanía “social”. En el proceso de
trabajo es donde especialmente se debe realizar el esfuerzo de reequilibrio entre
unas partes enfrentadas que son, en alusión genérica, sustancialmente desiguales
como contratantes del intercambio desequilibrado de trabajo por salario y de la
incardinación en el ámbito de la empresa que de ellos se deriva. El complejo
normativo procesal tiene como finalidad “compensar la desigualdad sustancial en
que el trabajador se encuentra social y económicamente”, tal y como recuerda la
STC 222/25 de enero de 1983. Por lo tanto, debe realizarse una lectura matizada
y restrictiva del principio dispositivo como eje sobre el que deba girar el proceso
laboral, aunque tenga efectivamente un carácter esencial en el desarrollo del
mismo, que, sin embargo , se quiebra de modo ineludible como consecuencia de
los procesos de oficio, de particular aplicación en este ámbito. Como ya se dijo
hace tiempo, incluso bajo otra visión normativa radicalmente distinta, los principios
prevalentes de carácter constitucional en vigor obligan a la intervención
reequilibradora tanto por parte de la norma procesal como del propio órgano
judicial actuante, en atención al mandato derivado del artículo 9,2 del texto
constitucional. Lo que no implica vulneración alguna de derechos de la otra parte
imbricada en el proceso, sino solamente adecuado cumplimiento de aquel
mandato. El juez laboral debe así ser imparcial, pero no neutral. Debe intervenir
activamente en el desarrollo del proceso, en cuanto sujeto que está implicado de
modo efectivo tanto en el facilitamiento del acceso a una decisión motivada sobre
el fondo de la pretensión ejercitada, como al mismo tiempo, obligado a la
obtención final de la verdad material que sirva de substrato a la decisión final
motivada, al proceso subsuntivo que la resolución judicial comporta, y a lo que la
propia intervención del poder normativo estatal, plasmada en la elaboración del
conducto procesal, debe ir dirigida. Y no representa ello una situación excepcional
ni un correctivo en espera de una vuelta a la normalidad, sino el reflejo del
carácter inmediatamente social (y no por tanto solo individual) del conflicto, al
mismo tiempo que elemento primordial en la consecuencia de la paz social.
El ofrecimiento así de esa intervención de mediación judicial implica,
ineluctablemente, la constitución de unos órganos judiciales independientes,
solamente sometidos a la ley y a las propias exigencias de su responsabilidad, a
su vez exigibles también judicialmente desde una perspectiva civil (artículos 411 a
413 LOPJ) o penal, así como disciplinaria. Necesidad constitucional de
independencia que se debe manifestar, no solo respecto a las partes privadas de
un concreto conflicto, sino también y muy especialmente, en relación con la
administración en sus diversas manifestaciones, parte creciente de númerosos
litigios laborales.
Esto puede dar lugar a situaciones controvertidas en atención a que la propia
“carrera” profesional del juez no es, en nuestro actual sistema, lo suficientemente
independiente del poder político, más en concreto de su órgano de autogobierno;
pues si bien no puede este último alterar su inamovilidad (articulo 117, LCE), del
mismo dependen los nombramientos de los puestos judiciales más estratégicos;
como lo son en este ámbito concreto los de los magistrados que unifican
finalmente la doctrina jurisprudencial. Esto puede da a lugar a que nazca una
sensación de recelo en los distintos ámbitos de intereses en juego en el conflicto
laboral, en especial cuando la controversia enfrenta a particulares con la
administración, bien como dispensadora prestacional, bien como mera
empleadora, y que puede llegar a plasmarse en la representación de una imagen
de tácita interferencia “externa”. No debe ser ajena a este cuestionamiento la
intensa búsqueda de diversas formas extrajudiciales de solución de los conflictos
entre los interlocutores sociales. Es, además, con cierta administración con quien
se ha batallado tradicionalmente en la delimitación de competencias entre una y
otra, dentro del propio ámbito de intervención laboral, coexistiendo, en tendencia
judicialmente ascendente, una compartida atribución de funciones de los órganos
judiciales y administrativos en la aplicación del derecho de trabajo. Pero ha de
tenerse en cuenta que se puede poner así en cuestión aquella función asignada
constitucionalmente que tienen los jueces del orden social (como cualesquiera
otros, pero de modo más intenso) de control de la propia actividad interventora de
la administración laboral. Es una vieja cuestión, como se ha dicho, nunca bien
resuelta, pero que tras la promulgación de la Constitución se decanta por el
control último, como ya se ha dicho, por la jurisdicción en orden a la realización de
los valores constitucionales.
En todo caso, procede resaltar la apreciación de que, en general, la intervención
judicial, tanto en la solución de conflictos individuales como de alcance colectivo,
puede calificarse de excesiva. Lo que puede ser una herencia recibida de una,
quizás sobreestimada, valoración realizada en los momentos históricos de
carencia de libertades colectivas, y en los que el propio acudimiento ante la
jurisdicción era en si mismo una motivación movilizadora y un acto de
reivindicación.
En la actualidad podría pensarse, además, que la actividad de mediación judicial
en el ámbito del conflicto social está sobredimensionada, como ineludible
consecuencia del tremendo cúmulo normativo (legal y reglamentario), y la escasa
vida media de las normas, lo que conduce a que la función interpretadora del juez
conlleve en realidad implícita una cierta “ transferencia del poder político del
legislador al juez“, bien sea del legislador ordinario o del convencional, función
adherida que, aunque resulte indudablemente gravosa para los intereses
enfrentados, se da con frecuencia por sabida durante el propio proceso de
elaboración de la norma, e incluso se acude a su eventual ulterior intervención
como elemento pacificador de la discordia emergente en el proceso de
elaboración de la misma.
No es desdeñable tampoco la intervención del Tribunal Constitucional, en su doble
perspectiva funcional de solucionador de controversias de colisión de la normativa
ordinaria con el texto constitucional, a través básicamente de la cuestión de
inconstitucionalidad o del recurso de tal característica, así como muy
especialmente, mediante el recurso de amparo, que hace viable el reforzamiento
de la fuerza vinculante de los derechos fundamentales en las relaciones entre
particulares. El Tribunal Constitucional ejerce así una función de vigilancia de su
vulneración, bien directamente en tal tipo de relaciones, bien indirectamente en las
decisiones judiciales que confirman tan desaforada actividad, permitiendo el
acceso directo de los particulares a la dispensación de dicha tutela.

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