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Charles Simic 1

SIETE CONSEJOS DE CHARLES SIMIC A LOS JÓVENES


POETAS

Hace unos años, Charles Simic escribió una lista de siete consejos
destinados a los jóvenes poetas. Esos consejos constituyen además una
buena definición de la poesía de Simic. El primero de los consejos decía:
“No les cuentes a los lectores lo que ya saben sobre la vida”. Para
ejemplificar este consejo con un poema de Simic, creo que se podría elegir
un poema en prosa de su libro El mundo no se acaba y otros poemas que,
en mi opinión, ejemplifica el primero de los consejos: el poeta trabaja con
escenarios y objetos cotidianos que sin embargo significan otra cosa.
“En un bosque de interrogantes no eras mayor que un asterisco.
¡Ah, la estación de las lloviznas! Alguien hizo sonar el cuerno de caza.
El diccionario decía que tú eras un signo que indicaba una omisión;
luego cambiaba de tema bruscamente y hablaba de “asterismos”,
lo cual se supone que tiene que ver con cristales que muestran
una figura luminosa semejante a una estrella. No te creíste ni una
palabra.
Los interrogantes tenían dedicatorias de amor grabadas en sus troncos,
así no mirarías hacia arriba y no te fijarías en las cuerdas.
Cuerdas grasientas con lazos corredizos para niños”.
El mundo no se acaba y otros poemas recibió en 1990 el premio Pulitzer.
Las dos terceras partes del libro son poemas en prosa. Es tal vez la obra
más libre de Simic y la más representativa de su creación poética.
“Es uno de mis libros preferidos”, me dice Simic mientras caminamos
hacia la Mezquita. “Nunca tuve intención de escribir ese libro. A lo largo
de los años fueron acumulándose en mis cuadernos de notas entradas
escritas en diferentes momentos que, en un principio, no guardaban
relación entre sí”.

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Para Simic un poema en prosa es el resultado de dos impulsos


contradictorios, la escritura en prosa y la escritura de un poema, que en
teoría no pueden conciliarse. Y, sin embargo, el poema en prosa existe y
constituye uno de los medios más significativos a disposición de un poeta
para cuadrar el círculo entre géneros. Los poemas en prosa suelen suponer
también todo un desafío para los lectores mediocres que clasifican el arte
literario según definiciones de géneros limitadas, que se relacionan entre sí
como compartimentos estancos: es decir, no relacionándose en absoluto.
En los fragmentos en prosa que forman El mundo no se acaba aparecen
muchas de las obsesiones de Simic. La principal tal vez sea nuestra
dificultad para asumir el pasado y el presente mediante un discurso lógico.
En muchos casos, las imágenes empleadas por el poeta juegan con las
ganas del lector de encontrarles una utilidad antes de desintegrarse con una
reverencia burlesca:
“Las cosas no eran tan negras como algunos las pintaban.
Había un bello niño vestido de negro y jugaba con dos manzanas
negras.
O era una chica. Fuera lo que fuera, tenía unos pequeños dientes
blancos.
El paisaje al que daba su ventana había sido oscurecido con un
brochazo de pintura pesado y tosco. Todo era muy teológico, salvo
cuando el niño sacó su lengua roja”. En un par de los poemas en
prosa, el poeta entabla un diálogo con Friedrich Nietzsche. Simic me
confiesa que cuando lee filosofía le interesa sobre todo recolectar
estados de ánimo. En ambos poemas en prosa también podría decirse
que Nietszche se convierte en un personaje más de la galería de
personajes excéntricos que habitan en los poemas de Simic:
“Querido Friedrich, el mundo todavía es falso, cruel y bello…
Antes, esta noche, observé al lavandero chino, que no lee ni escribe

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en nuestra lengua, pasar las páginas de un libro que se dejó un cliente


sin prisas. Me hizo sentir feliz. Yo quería que fuese un libro de
ensueños,
o un tomo de versos tontamente sentimentales, pero no lo vi de cerca.
Ahora es casi medianoche, y todavía hay luz. Tiene una hija que le
trae
la cena, que lleva faldas cortas y anda a zancadas. Ella se retrasa,
se retrasa mucho, por eso él ha dejado de planchar y mira a la calle.
Si no fuera por nosotros dos, allí sólo habría arañas tendiendo sus
redes
entre las farolas de la calle y los árboles oscuros”.
Hace un día soleado. Mientras atravesamos el puente romano sobre el río
Guadalquivir que da acceso al centro histórico de Córdoba Simic me
explica la importancia que tiene la imaginación no sólo en su obra sino
también en el modo de entender cuanto le rodea.
“Soy partidario de que la imaginación participe en la visión del mundo, y
por eso dejo que me ayude a escribir mis poemas. Puedes mirar el mundo
con los ojos abiertos. Y puedes mirar el mundo con los ojos cerrados. Esos
modos de ver el mundo te proporcionan miradas distintas, pero en mi
opinión, complementarias. La realidad es demasiado compleja para
abarcarla sólo a través de su descripción objetiva”.
En otras palabras, no sólo somos lo que hemos vivido sino también lo que
hemos imaginado –soñado o sentido- que somos. Si nos detenemos a
pensar en los momentos que han sido importantes para nosotros a lo largo
de nuestra vida, comprobaremos que los estratos geológicos de nuestras
vivencias se han sedimentado en nuestra memoria en formaciones no
homogéneas de datos objetivos y percepciones subjetivas. En El mundo no
se acaba, Simic fotografía escenas que su memoria conserva a pesar de que
tuvieron lugar. Son ejemplos de cómo trabaja la memoria en sus niveles

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más profundos, cercanos al surrealismo, cuando la subjetividad aliada con


la imaginación lo deforma todo para explicarlo todo de un modo más
preciso:
“Todos saben lo que nos sucedió a mí y el Dr. Freud”, dice mi abuelo.
“Nos gustaba el mismo par de zapatos negros en el escaparate de la misma
zapatería. La tienda, por desgracia, estaba siempre cerrada. Había un cartel:
DEFUNCIÓN DE UN FAMILIAR o VOLVEREMOS DESPUÉS DE
COMER, pero no importaba cuanto esperase, nadie venía a abrir.
“Una vez sorprendí al Dr. Freud allí admirando sin pudor los zapatos. Nos
miramos enfadados el uno al otro antes de que siguiéramos nuestros
propios caminos, para nunca más volvernos a encontrar”.
El cuarto consejo que Simic ofreció a los poetas jóvenes tiene que ver con
la construcción de un discurso poético propio que prescinda de los
discursos elaborados y se construya sobre imágenes y metáforas: “El uso de
imágenes, símiles y metáforas aporta concisión a los poemas. Cierra tus
ojos y deja que tu imaginación te diga qué hacer”. Hojeando la obra de
Simic encuentro el siguiente poema que, creo, ejemplifica lo contenido en
ese cuarto consejo:
Haciendo el cuervo
¿Estás autorizado a hablar
en nombre de los árboles desnudos?
¿Eres capaz de explicar
lo que pretende el viento
con la camisa y el camisón
abandonados en la lavandería?
¿Qué sabes tú de las nubes negras?
¿Y de los estanques repletos de hojas muertas?
¿De coches antiguos oxidándose en la entrada?
¿Quién te ha dado permiso

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para mirar la lata de cerveza en la cuneta?


¿Y la cruz blanca junto a la carretera?
¿El columpio en el jardín de las viudas?
Pregúntate a ti mismo si las palabras bastan
o si sería mejor agitar tus alas
de árbol en árbol
y seguir haciendo el cuervo.
Simic cree que el éxito comunicativo de las imágenes y metáforas sobre las
que el poeta construye su poema no depende completamente del autor.
“Los poetas pueden no comprender del todo sus propias imágenes y
metáforas. No considero que esto sea un problema”, me dice Simic.
Hablamos de su lectura constante del folclore serbio y de los nativos
americanos. Me explica que durante un tiempo se dedicó a anotar las
imágenes de corte surrealista más sorprendentes que encontraba en las
profecías, los sueños y los cantos de nuestros ancestros. “Poseían una gran
riqueza expresiva. Lo lógico y lo irracional formaban parte de su modo de
ver y de expresar el mundo”, comenta Simic. Menciona a uno de sus
maestros, el poeta serbio Vasko Popa, que también buceó en el folclore
serbio para enriquecer su estilo. Una adivinanza o un conjuro pueden
decirnos tanto acerca del mundo como el aforismo de un moralista francés.
Otro de los principios poéticos de Simic es la concisión. La mayoría de los
poemas de Simic no son muy largos. Simic me comenta que la concisión
expresiva, además de ser uno de sus principios, es el resultado natural del
trabajo de corrección que realiza habitualmente sobre los borradores.
“Lo más frecuente, cuando termino de corregir un poema, es que el número
de versos se reduzca. Además, suele ocurrirme que meses después de haber
publicado un poema –cuando lo releo por ejemplo con motivo de un
recital- siga detectando versos que podrían suprimirse o, al menos,
reformularse para hacerlos más concisos”, comenta Simic.

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No es de extrañar, por tanto, que el consejo número tres que les da a los
jóvenes poetas tenga que ver con la economía expresiva: “Algunos de los
más grandes poemas que se han escrito son sonetos o poemas con no
muchos más versos, así que no escribas más de lo necesario”. Mientras
hablo con Simic pienso en uno de sus poemas más breves:
La voz a las tres de la madrugada
¿Quién ha puesto risas enlatadas
en la escena de mi crucifixión?
Es uno de los poemas más perturbadores de Simic. Uno de los momentos
destacados en sus recitales. Simic no recuerda cuántos recitales ha podido
dar al cabo de su vida. Cientos. Dice que le gustan. Ha dado ya uno en
Cosmopoética y participará también en el recital de clausura. La próxima
semana viajará a Madrid donde impartirá una charla y ofrecerá una lectura
en la Residencia de Estudiantes, los últimos actos de su estancia en España,
país en el que nunca había estado.
“Como te comentaba antes, algunos poemas han sufrido correcciones tras
haber pasado la prueba de ser recitados en voz alta. Correcciones que no
tienen que ver sólo con reducir el número de versos, claro. No existe eco
mejor para comprobar la musicalidad del poema que el proporcionado por
un recital. Se escuchan los poemas en voz alta semanas o tal vez meses
después de haberlos escrito. Durante el proceso de corrección uno está
demasiado cerca y demasiado dentro del poema y algunas de las cacofonías
no le suenan tan mal”.
Simic dice que, en algunos casos, tras meses de búsqueda de un solución
rítmica y expresiva, sólo ha logrado encontrarla tras haberlo recitado el
borrador casi definitivo de un poema ante un auditorio. Obviamente, ese
trabajo de sonoridad no sólo se puede comprobar en un recital, lo
importante, como señala Simic en su quinto consejo a los jóvenes poetas,
es que esa prueba de resistencia estructural de un poema se lleve a cabo en

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voz alta: “Recita las palabras que has escrito en voz alta para decidir qué
palabra será la siguiente”.
También recomienda a los jóvenes poetas en su consejo número seis que no
acepten todo lo que su “inspiración” les dicte en esos inexplicables
momentos de fluidez mental en los que puede llegar a sentirse que uno se
limita a transcribir un poema “perfecto”: “Lo que estás escribiendo es un
borrador al que necesitarás realizar pequeños ajustes, tal vez durante meses,
e incluso durante años”.
En ocasiones, esos ajustes no son tan pequeños. Simic me recuerda la
anécdota que cuenta en sus memorias, tituladas Una mosca en la sopa,
publicadas hace unos meses en España por la editorial Vaso Roto.
En el invierno de 1962, Simic se encontraba sirviendo en el Ejército
americano, destinado en un cuartel situado a las afueras de un pequeño
pueblo francés. Le había pedido a su padre que le enviara desde Estados
Unidos una carpeta donde guardaba todos sus poemas escritos hasta
entonces. La misma noche en la que le llegó la carpeta se sentó en su catre
y se puso a leer. El resto de sus compañeros de barracón sacaban brillo a
los zapatos, jugaban a las cartas o escuchaban la radio mientras él leía su
poesía completa.
“Quizá al haber permanecido tanto tiempo apartado de ellos y al
encontrarme en unas circunstancias tan distintas pude juzgarlos con
claridad. Reconocí las influencias obvias y los errores de estilo. Había unas
doscientas páginas. Las hice pedazos rápidamente y las tiré a la basura. Me
avergonzaba de esos poemas. Quería escribir poesía, pero no como esa”,
señala Simic en sus memorias.
“Sí, podríamos decir que aquella decisión implicó una seria de ajustes
bastante drásticos en mi poesía completa”, bromea Simic.
Unos días después de nuestra conversación en Córdoba, durante la charla
que mantuvo con el poeta Luis Muñoz sobre sus memorias en la Residencia

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de Estudiantes, Simic amplió el relato de esta anécdota. Al parecer, aquella


noche tras romper sus poemas y haberlos arrojado a la basura, regresó al
barracón, se metió de nuevo en su catre y trató de dormir. Pero no pudo.
Volvió a salir al patio del cuartel, se acercó al cubo de la basura y rompió
los ya rotos papeles con sus poemas en pedazos más pequeños.
“Sólo entonces pude conciliar el sueño”, confesó antes de una carcajada.
Años más tarde, un viejo amigo llamó a Simic para decirle que había
encontrado en un cajón unos viejos poemas firmados por él. Simic cuenta
que la mayor parte de esos poemas eran los mismos que había roto años
atrás, mientras realizaba el servicio militar en Europa. “Volví a leerlos y
encontré algunos versos aquí y allá. Tal vez no debería haberlos destruido
con tanta saña, pensé”, comenta Simic terminando la anécdota y riéndose
de nuevo.
En sus memorias, Simic se ocupa sobre todo de sus primeras tres décadas
de vida. Las décadas de su formación como ciudadano y como artista. Su
primera vocación fue la pintura, que abandonó cuando comprendió que no
tenía el talento suficiente, volcando todo su esfuerzo y creatividad en la
poesía. Escribe sobre sus primeros recuerdos infantiles, relacionados todos
con la Segunda Guerra Mundial. Simic nació en Belgrado en 1938. Al
terminar la guerra, su padre emigró para buscarse la vida fuera de Serbia.
La familia no se reuniría con él hasta años más tarde, cuando la madre, el
hermano Simic y el propio Charles viajaron a los Estados Unidos para
reunirse con el cabeza de familia tras haber pasado unos cuantos meses
refugiados en París.
A pesar de todas las dificultades, Simic no recuerda su infancia con acritud.
Al contrario, trata muchos de sus episodios biográficos con bastante sentido
del humor. Como cuando afirma –al recordar, la guerra, el exilio en Francia
y su posterior llegada como emigrante a los Estados Unidos- que en aquella
época Hitler y Stalin fueron sus agentes de viajes.

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“No supongas que eres el único que sufre en el mundo”, escribe Simic en
su segundo consejo a los jóvenes poetas.
En algunos de sus poemas se puede entrever todo el horror que se vivió en
Europa durante los años de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra.
Pero siempre con ese tono, entre resignado y lúcido, con el que Simic
parece contemplar las cosas negativas de esta vida.
Guerra
El dedo tembloroso de una mujer
recorre la lista de bajas
en la tarde de la primera nevada.
La casa es fría y la lista es larga.
Todos nuestros nombres están incluidos.
“A estas alturas de siglo la historia de mi vida”, escribe Simic en el primer
párrafo de sus memorias, “no parece tener nada de particular. Son tantas las
personas desplazadas, tan dispares los destinos individuales y colectivos
que han tenido que afrontar que sinceramente resulta imposible, para mí o
para cualquier otro, afirmar que alguien posee un estatus especial en virtud
de su condición de víctima. Sobre todo, si se tiene en cuenta que lo que me
sucedió a mí hace cincuenta años sigue ocurriendo en la actualidad en
Ruanda, en Bosnia, en Afganistán, en Kosovo, entre los kurdos, humillados
hasta la saciedad, y en muchos otros lugares. Cincuenta años atrás eran el
fascismo y el comunismo los que amargaban la vida a la gente. Ahora son
el nacionalismo y el fundamentalismo”
En otro de sus libros, Simic ha escrito: “Una de las ventajas de haber
crecido en un lugar donde uno podía ver hombres ahorcados en los postes
de las farolas mientras iba camino de la escuela es que procuras quejarte lo
menos posible de la vida conforme te vas haciendo mayor”.
En relación con lo anterior, le pregunto a Simic si el sentido del humor es
una de las alternativas con las que contamos a la hora de observar cuanto

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nos rodea, y para observarnos a nosotros mismos, para evitar caer en la


auto compasión.
“El sentido del humor es muy importante para mí, así que me parece lógico
que esta preferencia se muestre en mis poemas. En varias ocasiones he
escuchado que en Estados Unidos no hay buenos poetas con sentido del
humor. No es cierto. Tenemos por ejemplo a James Tate, un espléndido
poeta y un buen amigo. Gran parte de su poesía es de carácter
humorístico”, afirma Simic. Añadiendo que muchos lectores, incluidos
aquellos que suelen leer poesía, consideran el sentido del humor como algo
incompatible no ya con la buena poesía, sino incluso con la poesía como
género.
“Recuerdo una anécdota que puede ejemplificar este prejuicio. Acudí a un
recital de James Tate y pude comprobar cómo la gente reía a mandíbula
batiente. Al salir del recital, escuché una conversación entre un hombre y
una mujer. ‘Ha sido estupendo’, le dijo ella. ‘Oh, sí, muy bueno’, dijo él.
‘Aunque, supongo que sabes que eso no es poesía, ¿no?’, cuenta Simic sin
poder evitar una sonrisa. “Es una lástima que haya gente que crea que sólo
se encuentra ante buena poesía cuando lee poemas en los que el autor
lamenta lo desgraciado que es, qué fuerte es su amor no correspondido,
etcétera. Cuando pienso en ese tipo de lectores, siempre me viene a la
mente una cita de Tate que me gusta repetir: ‘Es una historia trágica, y por
eso es tan divertida’”.
Cuando salimos de uno de los patios cordobeses que hemos visitado, Simic
y su mujer deciden regresar al hotel. Faltan aún un par de horas para la hora
de comer y quieren descansar un rato.
Los Simic se orientan ya con bastante soltura a través de la red de
callejuelas del centro histórico de Córdoba. Dicen que han recorrido la
ciudad en varias ocasiones durante los últimos días disfrutando de su
belleza y del clima soleado. Cuando abandonaron su casa de New

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Hampshire hace apenas menos de una semana, aún se veían restos de nieve
en los campos.
La mujer de Simic, Helen, me dice que en New Hampshire llevan una vida
tranquila. Tal vez demasiado, aunque tiene sus ventajas. Fue el lugar
perfecto para criar a sus hijos y ahora ya se han acostumbrado a contemplar
el paso de las estaciones desde su casa de campo situada a la orilla de un
lago. Helen reconoce, sin embargo, que no termina de acostumbrarse a
tener que depender del coche para todo. Nada que ver con Nueva York, la
ciudad favorita de ambos, en la que poseen una casa y que visitan siempre
que pueden.
Incluso antes de llegar al país siendo un niño, los Estados Unidos en
general y Nueva York en concreto eran para Simic la patria del cine más
notable y de la música blues y jazz, que aún escucha con pasión. Hablamos
de Armstrong, de las grandes big bands, como de la Count Basie o Duke
Ellington. También de blues men primitivos como Robert Johnson o
Charlie Patton. Muchas noches de su juventud, cuando era un pintor
bohemio escaso de efectivo, transcurrieron en los clubes neoyorkinos
donde tocaban las grandes figuras del bebop, como Thelonious Monk.
Algunos poemas de Simic parecen compuestos como canciones bop,
reinterpretaciones de viejas tonadas estándares con un lenguaje
completamente nuevo que, sin embargo, no olvida de dónde viene y qué
pretende expresar. Le pregunto hasta qué punto cree que el jazz ha influido
en su escritura. Simic me dice que seguramente le haya influido, aunque no
sabría decir hasta qué punto y en qué modo.
En su séptimo consejo a los jóvenes poetas, Simic escribió: “Recuerda que
al escribir un poema estás construyendo una máquina del tiempo, un
vehículo que permitirá a otros viajar por su propia mente, así que no te
sorprendas si no te resulta fácil lograr que todas las piezas de ese
mecanismo funcionen correctamente”.

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En sus memorias recuerda las dificultades que tuvo que afrontar cuando
era joven mientras intentaba encontrar una voz propia: “Mis poemas se
publicaban a un ritmo muy lento. Todos los días encontraba en el buzón
una nota de rechazo. Recuerdo que en una de ellas el editor me envió una
nota personal que decía así: ‘Querido señor Simic, es obvio que es usted un
joven inteligente. ¿Por qué pierde el tiempo escribiendo sobre cerdos y
cucarachas?’”.
“El poema que me gustaría escribir es un imposible. Una piedra que flote
en el agua”, ha escrito Simic. Le pregunto al poeta norteamericano si tras
varias décadas de oficio se siente más seguro a la hora de escribir un
poema, si cree que los años de práctica le permiten controlar los resortes
que permiten lograr un buen resultado. “No creo que en este sentido sea
muy distinto a otros creadores, el oficio puede ayudar a sentirse menos
inseguro, pero es una especie de engaño que creemos para no reconocer
que nada de lo que hayas escrito antes te puede ayudar a escribir un
siguiente poema que sea tan bueno como pretendes”, comenta Simic. Le
digo a Simic que recuerdo haber leído una frase suya en la que decía que
cuando escribe pretende crear algo que aún no existe pero que tras su
creación parezca haber existido siempre. “¿He escrito yo eso?”, pregunta
Simic y suelta una carcajada. “Bueno, si escribí eso, tal vez se podría
considerar de mal gusto si me contradijera, ¿no?”, concluye con una
sonrisa.

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ALGUNAS COSAS A TENER EN MENTE CUANDO


TE SIENTAS A ESCRIBIR UN POEMA

No le digas a los lectores lo que ya saben de la vida.


No asumas que eres el único que sufre de este mundo.
Algunos de los más grandes poemas son sonetos y poemas no mucho
mayores,
así que no escribas de más.
El uso de imágenes, símiles, y metáforas hace poemas concisos.
Cierra tus ojos, y deja que tu imaginación te dicte qué hacer.
Recita tus palabras en voz alta y deja que tu oído decida qué palabra sigue.
Lo que estás escribiendo es un borrador que necesitará reflexión adicional,
quizás
durante muchos meses, e incluso años de reflexión.
Recuerda, un poema es una máquina del tiempo que estás construyendo, un
vehículo
que permitirá a alguien viajar en su propia mente, así que no te sorprendas
si tarda
un tiempo que todas las partes de su motor funcionen apropiadamente.

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