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Licenciado y Profesor en Sociología (UBA). Coordinador de la Cátedra Libre de Estudios Palestinos “Edward
Said”. Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
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Al respecto, el historiador israelí Shlomo Sand sostiene que “(...) el nacionalismo judío había emprendido una
misión casi imposible, forjar un único ethnos partiendo de una gran variedad de grupos lingüísticos y culturales,
cada uno con un origen diferenciado. Esto explica la adopción del Antiguo Testamento como la fuente de la
memoria nacional. Ante la urgente necesidad de establecer un origen común para el “pueblo”, los historiadores
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Cátedra de Estudios “Edward Said”-Facultad de Filosofía y Letras (UBA)
Mas lo impugnable del asunto consiste en que esta esforzada operación sobre la Historia tiene
por finalidad plasmar una identidad nacional beligerante, base para la construcción de un
pretendido Estado étnico excluyente. Sucede que a la vez que rediseña el pasado, el discurso del
nacionalismo judío intenta justificar el colonialismo por implantación y desplazamiento de
población y continuar promoviendo los actos criminales que configuran la Nakba palestina.
En forma esquemática, la argumentación de la historiografía sionista adquiere los siguientes
lineamientos:
“En los albores del segundo milenio antes de la Era Común, un Pueblo compuesto por grupos
nómadas, es Elegido por Dios para establecer una alianza. Por la misma es bendecido con la
concesión de una Tierra donde establecerse. De mantener fidelidad exclusiva a esa divinidad
las futuras generaciones también se verán favorecidas. De esta forma, comienza un largo
viaje antes del asentamiento definitivo. Transcurren siglos y el contrato con Dios es renovado.
Por medio de una intervención milagrosa, la Deidad libera a su gente de la esclavitud y le
otorga su Ley. Con ella, los imperativos de una Moral Universal. La promesa de posesión de
una Tierra donde forjar su desarrollo se concreta. Así, el Pueblo afianza su identidad,
construye un poderoso reino y el Primer Templo en homenaje a su Dios. Suceden luchas
internas y divisiones. El Pueblo sufre invasiones y es arrojado de sus dominios, en diferentes
etapas, por fuerzas extranjeras. Pese a regresos transitorios, en los que construye un Segundo
Templo, padece el exilio durante siglos, disperso entre los distintos continentes y demás
pueblos. Solo subsiste unificado por su fidelidad a un ideal mesiánico.
Durante el destierro, continuamente hostigado, aguarda pacientemente la redención de su
Patria histórica y el Retorno. Finalmente, tras casi dos milenios y sin verse influenciado en su
esencia por los fenómenos económicos, políticos, culturales y sociales que afectaron al
conjunto de la humanidad, se halla en condiciones de restaurar su Estado. Se produce el
paulatino regreso al territorio ancestral y se sientan las bases para recrear los reinos
antiguos. Sin embargo, las desgracias continúan.
Tras sobrevivir al abominable intento de aniquilación, el Pueblo Elegido logra instituir un
Estado, creado por la comunidad internacional organizada. Preservar su identidad y vivir en
paz en su Tierra resultan sus consuetudinarios objetivos. Sin embargo, nuevamente acecha el
peligro: incomprendido otra vez, una poderosa coalición de fuerzas enemigas se apresta a
destruirlo. Asombrosamente, la agresión es repelida aunque esto no implique que el riesgo de
exterminio haya desaparecido. En adelante, y hasta el presente, el Estado debe velar
incesantemente por la defensa de su Pueblo. Esto explica y legitima cada una y todas sus
acciones”.
nacionales abrazaron sin cuestionar la vieja idea cristiana del judío como exiliado eterno. En el proceso, borraron y
olvidaron la masiva proselitización que había desarrollado el primer judaísmo, gracias a la cual la religión de Moisés
creció enormemente, tanto demográfica como intelectualmente”. Véase Shlomo Sand, “La invención del pueblo
judío”, Ediciones Akal, Madrid, 2011, pp.274-275.
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Refiere a la enorme masa continental conformada por los territorios de África, Europa y Asia. Si bien esta unidad
de tierras emergidas constituye un término estrictamente geográfico, la utilización del término como identificación
del “Viejo Mundo” le otorga significación histórica. En ese sentido, destacar los milenarios intercambios
desarrollados entre diversas formaciones sociales en sus regiones de confluencia posibilita comprender una historia
no eurocéntrica del sudoeste de Asia y la región de Palestina.
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La primera colonia sionista en Palestina data del año 1878. Se trata del asentamiento agrícola denominado Petah
Tikvá, fundada al noreste de Jaffa. Respecto a las colonias, una fuente de información destacada es la página del
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de intercambio de bienes que recorrían tres continentes: el trayecto con epicentro en Bagdad, que
iba desde los estrechos del mar de Mármara hacia el Golfo Pérsico y un itinerario alternativo y
en competencia, que beneficiaba a El Cairo y la región de Suez, a través del Mar Rojo y se unía
también con Europa desde los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. Este comercio
interregional se encontraba, principalmente, en manos de mercaderes griegos, árabes, armenios y
persas5.
Los comerciantes de las ciudades costeras mediterráneas, por encontrarse entre los principales
beneficiarios de su existencia, brindaron un decisivo apoyo para sostener al Reino Cruzado. El
activo intercambio de productos entre negociantes de Venecia, Génova, Pisa, Marsella y
Barcelona y los residentes en barrios portuarios de las urbes conquistadas fomentó una economía
mercantil más que agraria.
Los privilegios aduaneros, las exenciones impositivas, los almacenes y cuarteles en los puertos
ocupados promovieron el comercio, con la dinámica participación de mercaderes locales; otra
vez de comunidades árabes, armenias, griegas y también judías. Circulaban entre Jerusalén,
Antioquía, Acre, Ascalón, Tiberíades, Tiro, Edesa y sus áreas de influencia, variedad de
productos, con destinos tan distantes como el norte de Europa y el sudeste de Asia. Cargamentos
de especies, algodón, sedas, azúcar y naranjas viajaban en dirección oeste, mientras que lanas
noratlánticas lo hacían en sentido contrario; situándose Palestina en el cruce de estas rutas
mercantiles.
Los tributos y las tasas recaudadas por estas actividades servían a las autoridades occidentales
para el mantenimiento de las fuerzas militares, ya que debían recurrir con frecuencia a la
contratación de mercenarios ante la falta de efectivos propios.
Cuando las fuerzas del sultán de Egipto Al-Ashraf Jalili conquistaron Acre, los cruzados
perdieron su último bastión en Tierra Santa. Durante dos siglos y medio, la aristocracia militar
mameluca extendió su dominio hacia Siria, otorgando a Palestina el status de provincia.
Vale destacar que en el plano ideológico, esta derrota militar occidental dio origen al
orientalismo como campo de estudio erudito. Así lo señala Edward Said, quien establece su
existencia formal a partir de 1312, con la decisión del Concilio de Vienne de crear cátedras de
árabe, griego, hebreo y siríaco en las principales universidades europeas6.
Que el tiempo transcurrido entre el surgimiento del orientalismo medieval, a comienzos del siglo
XIV y el orientalismo moderno, a inicios del siglo XIX, coincida enteramente con el que media
entre la expulsión de los conquistadores europeos de la región y su regreso, no es producto de
casualidad alguna.
5
Gunder Frank; André; “Re-Orientar. La economía global en la era del predominio asiático”; Valencia;
Publicaciones de la Universidad de Valencia; 2008; páginas 108-115.
6
Said, Edward; “Orientalismo”; Barcelona; Editorial Debolsillo; Tercera edición; 2009; página 81.
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El concepto de región intermedia pertenece al historiador griego Dimitri Kitsikis. Corresponde a un modelo
geopolítico que categoriza a los territorios que se extienden entre el Mar Adriático y el río Indo como una región
central, entre Europa occidental y el Lejano Oriente. El Imperio Otomano, en tanto sucesor de los imperios persa,
helénico, romano y bizantino, dominó el centro de esta región por cuatro siglos. La injerencia y el posterior dominio
occidental no sólo provocaron el desmembramiento del poder osmanlí, sino la imposibilidad de reconstruir una
unidad política centralizada en esta estratégica región.
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Gunder Frank; André; Op. Cit. página 109.
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El primer pacto de este tipo se estableció con Francia, en 1535. Inicialmente, se trató de acuerdos comerciales
privilegiados en el marco de una relación bilateral. Los mismos expresaban la decisión de participar de la política
mercantil y se ampliaban con alianzas militares y diplomáticas. A partir del siglo siguiente, la firma de
capitulaciones se extendió a otras potencias europeas.
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Este tratado puso fin a las guerras desarrolladas entre 1683-1697 y tuvo como contendientes a los integrantes de la
Liga Santa y el Imperio Otomano. La coalición fue impulsada por el Papa Inocencio XI y contó con la participación
de la dinastía austríaca de los Habsburgo, la Confederación Polaco-Lituana, la República de Venecia y el Principado
de Moscú. Uno de los resultados más importantes del Acuerdo fue la expulsión de los turcos otomanos del Reino de
Hungría.
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Se denominan guerras “austro-turcas” o “Habsburgo-otomanas” a los ocho enfrentamientos militares directos
acontecidos desde comienzos de la llamada Edad Moderna (la primera guerra transcurrió entre 1526-1552) hasta
inicios de la llamada Edad Contemporánea (la última contienda se desarrolló entre 1787-1791). Las mismas
sucedieron en escenarios terrestres, básicamente en los Balcanes, y en ámbitos navales, esto es, en el mar
Mediterráneo.
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Primera Guerra Mundial, trece fueron las disputas bélicas entre rusos y turcos, durante tres siglos
y medio que transcurren entre 1568 y 1917.
En otro escenario geográfico de la disputa, Rusia ambicionaba el dominio de la región del
Cáucaso, borde oriental del Imperio Otomano y el control pleno del mar Negro, como entrada
hacia los estrechos del mar de Mármara.
Durante dos siglos, la lucha en el frente del sudoeste asiático se ciñe al objetivo ruso de acceder a
este mar interior y a la meseta armenia y anatólica desde el Cáucaso, mientras que el propósito
de los otomanos residió en proteger su cohesión territorial y en expandir su influencia hacia las
regiones turco-musulmanas al norte y el este del Mar Negro.
A los factores externos descriptos se sumaron los problemas de gobernabilidad dentro del
Imperio, motivados por liderazgos provinciales y regionales con progresiva autonomía 12. Esta
conjunción de elementos hizo que, a inicios del siglo XVIII, alcanzara centralidad la cuestión de
las reformas de las estructuras imperiales. Gradualmente, la élite otomana adquirió conciencia
del desafío que implicaba gobernar una potencia que había detenido su proceso expansivo y
empezaba a padecer el riesgo de pérdidas territoriales13
Durante todo el siglo XVIII, las reformas fueron graduales y superestructurales. Se concentraron
en cuestiones diplomáticas, como la apertura de las primeras embajadas en Europa (Viena, París,
Moscú y Varsovia; capitales con las cuales tenían mayor relación); arquitectónicas, como la
construcción de palacios y edificios públicos, que imitaban modelos europeos; militares, como la
contratación de asesores occidentales y la modificación de las fuerzas de artillería y caballería;
culturales, con la creación de Bibliotecas públicas e imprentas, para la difusión de obras de
geografía e historia en turco y en árabe. Marcadamente, el reino de Francia a través de sus
diplomáticos, arquitectos, asesores militares, científicos y literatos adquirió primacía en esta
etapa aperturista del Imperio.
Sin embargo, las reformas no alcanzaron a detener la decadencia imperial, que hubiera devenido
en la disolución temprana del poder otomano, de haber prosperado el plan austro-ruso conocido
como el “Esquema Griego” ”.
En el tránsito del siglo XVIII al XIX, los peligros para la cohesión imperial se percibieron con
12
De acuerdo con el historiador francés Eugene Rogan, el pragmatismo fue un principio central del Imperio
Otomano con el objeto de garantizar el orden político y la recaudación de impuestos en las regiones dominadas. La
velocidad de expansión y la imposibilidad de generar burocracias gubernamentales llevó al mantenimiento en el
poder de élites de pueblos sometidos, hecho que se verificó a medida que la distancia de la meseta anatólica se
incrementaba. En tiempos de crisis institucionales, este mecanismo reforzaba a los movimientos insurgentes frente
al poder central. Ver: Rogan, Eugene; “Los árabes. Del Imperio Otomano a la actualidad”; Barcelona, Editorial
Crítica; 2012; Capítulo I: “De El Cairo a Estambul”.
13
Al respecto, ver: Georgeon, François; “El Imperio Otomano y Europa en el siglo XIX. De la cuestión de Oriente a
la cuestión de Occidente”; http://www.cuentayrazon.org/revista/pdf/139/Num139_003.pdf. En particular destacamos
el debate presentado en el apartado titulado “Un deseo de civilización”, en el que se aborda el tema del retraso
otomano frente a los europeos occidentales y las formas de superarlo
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mayor agudeza. Dos acontecimientos, uno protagonizado por fuerzas militares externas y otro por
actores internos, desestabilizaron la estructura otomana. Nos referimos a la invasión napoleónica
a Egipto y Siria (1798-1801) y a la primera insurrección de los serbios (1804-1813). Ambos
sucesos culminaron con la restauración del orden imperial en las provincias convulsionadas,
reparación transitoria que, años más tarde, sería
cuestionada exitosamente.
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En el primer caso, se considera a la Europa atlántica como diseñadora del mercado mundial a partir de la invasión
de América y la posterior incorporación de África, Asia y Oceanía. Desde el segundo punto de vista, durante la
llamada Modernidad, los europeos sólo conformaban una economía intermediaria que usufructúo los beneficios
obtenidos con la conquista americana, tras incesantes intentos de posicionarse en las rutas convergentes hacia el
sudeste asiático.
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En el marco de la campaña napoleónica en Egipto y Siria (1798-1801), las tropas francesas se desplegaron por
Palestina, tomando ciudades importantes como Jaffa, Haifa y Nazaret. Sin embargo, el fracaso en el sitio a la ciudad
de San Juan de Acre puso fin a la expedición en Siria y marcó el comienzo de la retracción hacia Egipto. El confeso
objetivo de cerrar el paso a la India al enemigo británico se frustró con la expedición derrotada.
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de África, el “Oriente Próximo” (Asia sudoccidental) y Asia central y del sudeste, con la India
como centro productivo y comercial a disputar.
El enfrentamiento directo en territorio indio se desarrolló durante los años 1744-1748 y
nuevamente entre 1753 y 1763, hasta que finalmente Gran Bretaña tomó el control político y
económico del subcontinente, centro mercantil y geográfico del Océano Índico. La invasión
francesa a Egipto tuvo como objetivo acosar al novel imperio oriental británico a la vez que
abrirse camino, vía Siria, hacia la India y debe interpretarse como un capítulo específico de esta
disputa.
En lo relativo a la primera insurrección serbia, el antecedente de la derrota otomana en su
territorio, a manos de los Habsburgo del Sacro Imperio Románico Germánico (1788-1791) y una
nueva guerra ruso-turca (1806-1812), con escenarios destacados en Valaquia, Moldavia y
Armenia, conforman su contexto.
Se evidencia así que, a inicios del siglo XIX, franceses y británicos se enfrentaban en la parte
africana y asiática del Imperio, mientras que rusos y austríacos persistían como amenazas desde
el sector europeo. Lo que estaba en juego era la toma del control total del Mediterráneo oriental y
su ruta hacia la India: en esto consistía la llamada Cuestión Oriental.
Cuando las alertas sobre se materializaron resultó imperioso actuar en consecuencia. Los
nombres de los sultanes Selim III y Mahmud II están asociados al reformismo y al despotismo
ilustrado. Asesores europeos, nuevamente franceses en su mayoría, y funcionarios y estudiantes
otomanos, residentes en las capitales occidentales, se encargaron de promover los cambios que la
nueva etapa demandaba. El ciclo se retomó en el ámbito de las fuerzas armadas: el armamento y
la tecnología militar resultaron prioritarios. Luego se extendieron a distintas áreas
administrativas del Estado, aunque la indefinición de la puja entre modernistas y tradicionalistas,
sumado al equilibrio de fuerzas en Europa, perpetuó el statu quo.
No obstante ello, en las primeras décadas del nuevo siglo, se conforman y acentúan dos
novedosos procesos sociales que significaron un desafío, no ya para la integridad imperial, si no
para el poder turco osmanlí en el mismo. Se trata del proyecto emancipador de los fanariotas
griegos y de la experiencia modernizadora de Muhammad Ali en Egipto.
En el primer caso, el Programa de Rigas expresó los intereses de la fracción griega de la
burguesía otomana, interesada en llevar a cabo una Revolución política y social al interior del
Imperio. Este proyecto no intentaba desarticular la estructura imperial, sino desplazar a los
sectores estamentales, principalmente turcos (terratenientes, militares y legistas) de la dirección
de la sociedad. La derrota de este programa maximalista devino en el proceso revolucionario
griego, con exclusivas connotaciones nacionales y separatistas16.
En el caso egipcio, tras el triunfo sobre las fuerzas napoleónicas, Muhammad Alí tomó el poder
16
Para un análisis del Programa de Rigas en el contexto del Imperio Otomano, ver: Kitsikis, Dimitri; “El Imperio
Otomano”; Fondo de Cultura Económica; México; 1980; capítulo V, “El Imperio colonizado: de la agonía a la
muerte, 1774-1924”, apartados I, II y III.
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Los datos demográficos surgen de una mínima elaboración y aproximación, a partir de la información brindada
por Nazim Qumsiyeh en su libro “Compartir la tierra de Canaán”. Allí, el autor confecciona un cuadro en el que se
expresa que los palestinos musulmanes y cristianos son 553.000 personas, hacia 1890; y que en 1893, la población
judía representaba el 2% de la población de Palestina. Cifras concordantes presenta Elías Sanbar en su obra “Figuras
del palestino”, referidos a un Censo otomano de hogares fiscales de 1872. En el mismo, las familias musulmanas son
56.996 (85%), las cristianas 7379 (11%) y las judías 2.455 (3.5%). Vale destacar que en este caso se registran
hogares y no personas, lo que explicaría las diferencias existentes, ya que la población palestina cristiana y judía es
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Tampoco Palestina era una “tierra desértica”. Bajo el sistema de vilayetos y sanjaks otomanos,
conformados durante la segunda mitad del siglo XIX, tuvieron gran importancia política y
religiosa ciudades como Jerusalén, Acre, Nablús y Hebrón. Además, desde el punto de vista
comercial, se destacaban las urbes portuarias de Jaffa, Haifa y Gaza, ligadas al intercambio
regional e internacional.
Cierto es que el paisaje de la época era predominantemente rural, pero
eso no puede reducirse a la idea de un extendido ambiente inhóspito. El
ochenta por ciento de la población se encontraba emplazada en aldeas
campesinas situadas en los valles y llevaba a cabo una vida agro-
pastoril. La gradual integración del espacio palestino al mercado
mundial se tradujo en la compra de tierras y bienes raíces, entre otras
inversiones extranjeras. La coexistencia de explotaciones agrícolas de
exportación, con aquellas destinadas al mercado interno y a la
autosubsistencia explica los diferentes destinos de los productos
primarios, entre los que se destacaban el algodón, el olivo, el trigo, el
maíz, el sésamo, la cebada y los cítricos. Claro que también esta
convivencia de unidades productivas contenía la conflictividad social
propia de la transición del comunitarismo agrario a la agricultura capitalista.
La Palestina urbana estaba gobernada por los notables, legitimados desde Constantinopla y por
su propia sociedad. Este estamento reivindicaba su lugar de privilegio por pertenecer a un linaje
emparentado con el origen del Islam. También los religiosos formaban parte del aparato
burocrático estatal, en el marco de una sociedad escasamente politizada.
La modernización impulsada por los distintos ciclos de reformas en el Imperio Otomano
modificó la composición de la élite dirigente urbana, con el acceso de sectores enriquecidos por
el desarrollo comercial y manufacturero, la apropiación privada de tierras y el reposicionamiento
de sectores tradicionales a través de nuevos roles burocráticos, judiciales y educativos. También
alteró los poderes en las comunidades rurales y pequeñas urbes, afectando a los jeques clánicos,
a los notables de rangos menores y jefes de los seminómades beduinos.
Las transformaciones más dinámicas, como en todos los dominios otomanos, estuvieron ligadas
a la inversión extranjera directa en la infraestructura agroexportadora y en los servicios públicos.
Asimismo, se vincularon con la mayor apertura y contacto con las sociedades europeas y
estadounidenses, principalmente a partir de la llegada de sucesivas misiones asistenciales,
educativas y religiosas, que influyeron en la autopercepción de los palestinos.
La primera etapa del arribo de los colonos sionistas se produjo en este contexto histórico, por lo
mayoritariamente urbana y en el caso musulmán, tiene mayor peso la población rural y aún beduina, más dificultosa
de censar en estos términos. Al respecto, ver: Qumsiyeh, Mazin; “Compartir la tierra de Canaán”; Buenos Aire,
Editorial Canaán; 2007; páginas 79-80 y Sanbar, Elías; “Figuras del palestino”; Buenos Aires; Editorial Canaán;
2013; página 62.
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que no despertó mayor desconfianza. Pero hacia 1896, el líder de la Organización Sionista
Theodor Herzl viajó a Constantinopla, donde fue recibido por el Sultán Abdul Hamid II, lo que
alertó sobre sus propósitos. Herzl pretendía lograr la cesión de Palestina, a cambio de ofrecer
apoyo financiero al endeudado Imperio. Si bien la gestión resultó infructuosa, el líder sionista
logró viabilizar la compra de tierras y el asentamiento de migrantes, inicialmente en la
Mesopotamia y Siria, más luego en Palestina. La relación entre el movimiento sionista y el
Sultán fue heredada por el gobierno de los Jóvenes Turcos, entre quienes el nacionalismo judío
contaba con miembros fundadores, protectores y simpatizantes que actuaron como grupos de
presión, en función de sus objetivos18.
La percepción del peligro que significaban los planes sionistas coincidió con una compleja
redefinición identitaria de los palestinos, que reconocía causas en procesos más generales,
remitentes al heterogéneo Imperio dominante; regionales, vinculadas a los movimientos de
emancipación/autonomistas arabistas y específicas, relacionadas a los cambios en la propia
sociedad urbana y rural.
18
Una obra de consulta obligatoria para profundizar en los vínculos establecidos entre el movimiento sionista y las
autoridades otomanas fue escrita por historiador armenio soviético John Sahakí Kirakosyan. Específicamente, en su
cuarto capítulo detalla las gestiones y servicios prestados por Theodor Herzl al Sultanato, que le valieron se
condecorado con la Orden Medjidie y, principalmente, el vínculo de prominentes figuras del Comité Unión y
Progreso y el nacionalismo judío. Ver: Kirakosyan; John Sahakí; “Jóvenes Turcos. Antecedentes históricos y
geopolíticos del Genocidio Armenio”; Buenos Aires; Ediciones Ciccus; 2015.
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En torno al estudio de las estrategias imperiales para dominar territorios y poblaciones no europeas, la
controversia Gallagher- Robinson ofrece categorías adecuadas para abordar nuestro objeto. Los citados profesores
debaten sobre el principio británico, consistente en consolidar el dominio no formal cuando esto fuera posible y el
mando formal sólo cuando fuera necesario. Si bien las herramientas analíticas fueron diseñadas para aplicarse a la
política anglosajona en el siglo XIX, también pueden utilizarse para comprender los planes contemporáneos de
Francia y Alemania y observarse así, el avance de las tres potencias sobre los dominios osmanlíes. Nos interesa,
particularmente, el intento de los autores por superar el debate centrado en las diferencias políticas de liberales y
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Para el caso del Imperio Otomano, una combinación de estos dispositivos se constata en las
acciones de las potencias occidentales durante el siglo referido.
a) Las estrategias imperialistas para el dominio no formal de las posesiones otomanas.
Una de las formas de injerencia occidental en el Imperio Otomano ya ha sido descripta. Nos
referimos al asesoramiento a sus élites gobernantes, en el marco de las reformas modernizadoras.
Un segundo mecanismo de penetración residió en la protección diplomática del Imperio. Desde
el establecimiento de relaciones permanentes con los reinos europeos, en numerosas ocasiones la
intervención de las potencias sirvió para mantener la integridad territorial otomana. Cierto es que
en tensión continua con la promoción de la fuerzas desestabilizadoras que esos mismos Estados
impulsaban. La paradoja se explica porque ninguna de las potencias colonialistas se decidió a
avanzar a fondo en la desintegración imperial. Esto se debe a que carecían de garantías en cuanto
a que la ruptura del equilibrio pos-napoleónico redundaría en beneficios propios y no en el de sus
rivales, principalmente del Imperio Zarista Ruso.
En este sentido, con el objeto de mantener al Imperio bajo un “invernadero protector”20, se
comprenden los distintos Tratados multilaterales y Acuerdos bilaterales firmados desde
principios del siglo XIX, entre mismas potencias y entre éstas y los otomanos21.
Una tercera vía de intromisión radicó en la subordinación económica y “tercermundización” del
Imperio. La herramienta principal al respecto fue la exportación de capital, esto es, la inversión
directa en unidades productoras de bienes y servicios en las economías periféricas, destinados al
mercado mundial. Las principales inversiones y los préstamos para el financiamiento de obras en
ferrocarriles, puertos, telégrafos, red caminera, acueductos y servicios en general correspondieron
a las burguesías francesa, británica y alemana, en el marco de la nueva división internacional del
conservadores (anti y pro imperiales, respectivamente) o en las etapas del desarrollo capitalista, que se
corresponderían con la autoridad directa o indirecta sobre el espacio extranjero y sus nativos. De acuerdo a los
profesores, la decisión imperial acerca del modo de dominación a ejercer, se relaciona con una serie de factores
locales, como ser: el valor estratégico del territorio, la estructura política vigente, la colaboración de las élites
originarias, la estructura social existente, la infraestructura de la región para ser articulada con el mercado mundial y
las características de la puja inter imperialista. De esta manera, los historiadores incorporan las situaciones no
europeas del imperialismo, componentes de las sociedades autóctonas que influyeron sobre la configuración del
despliegue occidental. Para más información, ver: https://en.wikipedia.org/wiki/The_Imperialism_of_Free_Trade
20
Este concepto es utilizado por Francisco Veiga para referir a la política impulsada por Gran Bretaña, tendiente a
recuperar para los otomanos la costa libanesa y Damasco del poder egipcio. En el marco de un acuerdo que incluyó
a rusos, austríacos y prusianos, además de británicos y otomanos, las fuerzas de Muhammmad Alí fueron derrotadas
en 1838. Este ejercicio imperial anglosajón permitiría a los osmanlíes recuperarse mediante reformas modernizantes,
mientras su integridad era sostenida por poderes externos. Ver: Veiga, Francisco; op.cit; páginas 328-329.
21
Los Acuerdos referidos son los siguientes: Convención de Akkerman (1826); Tratado de Adrianópolis (1828-
1829); Tratado de Unkar Skelessi (1833); Tratado de Balta Liman (1838 y 1849); Tratado de París (1856); Tratado
de San Stéfano (1877-1878); Tratado de Berlín (1878); Conferencia de Berlín (1884-1885); Convención de
Constantinopla (1888).
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trabajo.
En este dispositivo de intrusión, especial atención para nuestro objeto de estudio requiere la
construcción del Canal de Suez 22, debido a las notables evidencias que expone. Se trata de una
valiosa vía de comunicación para el comercio entre Europa y la India. Fue realizada por una
empresa francesa con apoyo oficial de su Imperio, aunque usufructuada luego por el Reino Unido.
El endeudamiento otomano y egipcio posibilitó la intervención de la banca Rothschild en favor de
los intereses británicos. Décadas más tarde un integrante de esa familia de banqueros fue el
destinatario de la Declaración que comprometía a ese Reino con la realización de un hogar nacional
judío en Palestina. Este sitio fue definido como estratégico por la Corona británica. Volveremos
en detalle sobre este punto.
Los desequilibrios financieros del Imperio también posibilitaron
imponer la denominada Administración de la Deuda Pública
Otomana. Creada por el Decreto de Muharram (1881), durante el
sultanato de Abdul Hamid II grafica el grado más alto de
injerencia en las políticas osmanlíes. Controlada por las potencias
europeas, su objetivo era recaudar, vía impuestos, los pagos que
el Imperio Otomano adeudaba a diversas compañías de Europa.
Un cuarto formato de intervención fue viabilizado a través de las misiones humanitarias. Desde
una concepción orientalista, europeos y estadounidenses enarbolaron la “ficción de las
poblaciones sufrientes”, oprimidas en un contexto islámico remitente al atraso y la barbarie.
De esta forma, dichas minorías se transformaron en la justificación ideal para la expansión de los
“colores protectores” que acompañaron la voracidad imperialista occidental. Escuelas,
hospitales, orfanatos, misiones religiosas, sociedades de beneficencia, centros superiores de
enseñanza, entre otras instituciones se desplegaron territorialmente y entraron en contacto con
dichos pueblos, desarrollando asistencia humanitaria valiosamente considerada por sus
destinatarios.
Vale destacar que estas instituciones formaron parte de la red de “empresas de conocimiento”
que desarrollaron el discurso orientalista moderno, catalizador necesario para presentar la
avanzada colonial en las sociedades centrales y para fomentar las rebeliones anti otomanas en las
sociedades periféricas.
En lo atinente a nuestro objeto de análisis resulta muy significativo destacar que, de manera
temprana, Lord Palmerston manifestó la idea de transformar a Gran Bretaña en “protectora de los
22
El proyecto fue presentado al Pachá de Egipto por el empresario y diplomático francés Ferdinand de Lesseps,
quien contaba con el apoyo del emperador Napoleón III, interesado en esta estratégica obra. La misma permitiría la
conexión entre el mar Mediterráneo y el Mar Rojo, acortando considerablemente la ruta marítima entre Europa y el
sur de Asia, al evitar la circunnavegación de África. Con el aval del sultán Abdulmecit, fue realizado por la
Compañía Universal del Canal Marítimo de Suez e inaugurado en 1869. Tan solo seis años después, la Corona
británica compró las acciones vendidas por el Pachá de Egipto, acosado financieramente, con un préstamo de la
banca Rothschild. De esta manera, el Reino Unido se aseguró el control de esta vía de interoceánica de navegación.
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judíos”. Quien fuera dos veces Primer Ministro del Reino Unido propuso, ya en el año 1838, que
así como Francia protegía a los católicos y Rusia a los ortodoxos que vivían bajo autoridad
otomana; y siendo que su país no tenía protestantes por los que debía velar, los judíos deberían
ser la minoría amparada23.
b) Las estrategias imperialistas para el dominio formal de las posesiones otomanas.
Los cuatro mecanismos detallados refieren “al dominio no formal cuando fuera posible”, en
términos de Gallagher-Robinson. Además, las potencias imperiales desplegaron el “mando
formal cuando fue necesario”. Esto ocurrió específicamente, en el norte de África, con el
adelanto de la ocupación de Argelia (1830) y Túnez (1831), por parte de Francia; la posterior
apropiación de Egipto (1882) y Sudán (1887), a cargo de Gran Bretaña; y la invasión italiana de
Eritrea (1890) y Libia (1912).
Estas conquistas territoriales, sumadas a los procesos autonomistas e independentistas y las
guerras en el sector europeo produjeron que, a comienzos de la Primera Guerra Mundial, el
Imperio Otomano se hallara prácticamente reducido al área del sudoeste asiático. Ya sin
compostura alguna, al encontrarse en alianzas enfrentadas en el campo militar, las potencias de la
Triple Entente promovieron diez Acuerdos para el reparto de este espacio geográfico 24.
Gran Bretaña estuvo decididamente implicada en lo concerniente al destino de Palestina.
Simultáneamente, impulsó tres compromisos ante distintos interlocutores, que adelantaban un
futuro incierto para la región y sus habitantes.
Por el Acuerdo Sykes-Picot (1916) se definían áreas de
control directo y territorios de influencia en el “Oriente
Próximo” a cargo de Gran Bretaña y Francia y se
asignaba a Palestina el status de zona bajo control
internacional. En el Pacto se contemplaban los intereses
geopolíticos y económicos de las potencias y sus
monopolios capitalistas, como se explicita en el
intercambio epistolar entre el embajador francés en
Londres, Paul Cambón y el Ministro de Relaciones
Exteriores británico, Edward Grey25.
23
Elías Sanbar cita este antecedente como una primicia histórica que desembocará en la Declaración Balfour, ocho
décadas después. El autor aclara que la protección no benefició a los sefaradíes, súbditos otomanos, sino a los
askenazíes, que regularmente llegaron a Palestina, expulsados de Europa Oriental, desde la década de 1830. Al
respecto, ver: Sanbar, Elías; op.cit; páginas 129-131.
24
Los Acuerdos referidos son los Tratados de Estambul, Londres y Maurienne, los Catorce Puntos, la Declaración
de los Siete, los Cuatro Principios y el Mensaje Hogarth; además de los tres citados. Para más información ver:
Ackam, Taner; “Un acto vergonzoso. El Genocidio Armenio y la cuestión de la responsabilidad turca”; Colihue;
Buenos Aires; 2010.
25
Sykes-Picot no fue un Acuerdo de reparto territorial, exclusivamente. En el mismo se trataron asuntos como la
libertad de empresa, las inversiones financieras, el usufructo de puertos, el abastecimiento de mercancías, las
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políticas aduaneras y el tendido de ferrocarriles; temática esta también relacionada con los intereses militares de las
potencias, junto con el establecimiento de bases navales. El Pacto incluía la consulta y la atención de los intereses de
distintos aliados en la Gran Guerra: el liderazgo árabe regional, comprometido en la insurrección ante el común
enemigo turco-otomano, y los Estados que acompañaban la cruzada bélica en los distintos frentes, como Rusia, Italia
y Japón. Sin embargo, el peso específico de los Imperios británico y francés definió las bases del entendimiento.
26
La Declaración Balfour se encuentra citada como fuente de legitimación en lo que eufemísticamente se denomina
“Declaración de Independencia del Estado de Israel”. Allí adquiere status de antecedente jurídico y simbólico
fundamental, un texto que no es más que una confesión de parte del carácter colonial del proyecto anglo-sionista. A
través de ese documento del Foreign Office británico, comprometía los esfuerzos de su Gobierno para crear, en un
territorio sobre el cual no le asistía derecho alguno, un hogar nacional para un colectivo humano extranjero, sin
mediar consulta alguna a los nativos
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27
El texto del Memorándum puede leerse en https://translate.google.com.ar/translate?hl=es-
419&sl=en&u=https://en.wikisource.org/wiki/The_Future_of_Palestine&prev=search
28
Vale señalar que al comienzo del Mandato vivían en Palestina 60.000 mil judíos, incluyendo los veteranos
integrantes del millet otomano, sobre una población total de 800.000 habitantes. Al realizarse el Plan de Partición de
Palestina, a fines del Mandato, la comunidad judía se componía de 660.000 personas, estos es, se había multiplicado
once veces; frente a la población palestina originaria, que había pasado de 740.000 a 1.300.000 habitantes, esto es,
no llegó a duplicarse. Más allá de la comparación entre estos valores absolutos, se evidencia el significativo cambio
en la importancia relativa de ambas comunidades.
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Claro está que los intereses del movimiento sionista se vieron favorecidos en el marco de la
alianza estratégica establecida con el Imperio Británico. Como prístinamente lo expresara el
periodista inglés Herbert Sidebotham:
“La visión general del futuro Estado Judío bajo la Corona británica se halla ahora
completa. El argumento comenzó con la consideración acerca de que era necesario a los
intereses de Egipto, y llegó a la conclusión de que ninguna alarma al sistema de defensa
para nuestras comunicaciones con el Este debe ser hallado en la línea del Canal. La
prudencia militar hizo necesario avanzar más allá de esa línea y formar un bastión frente
al desierto en defensa del más vital y vulnerable punto en todo nuestro sistema imperial.
Análogamente a nuestra experiencia en la India, pareció igualmente importante que
nosotros hiciéramos de este bastión un Estado-tapón, y la única raza capaz de crear
semejante Estado eran los judíos”29.
Las comunidades judías del centro y, principalmente, del Este de Europa, estigmatizadas,
hostigadas, violentadas legal y físicamente hasta el extremo de ser masacradas en los pogromos,
fueron instrumentadas por el poder colonial británico, en anuencia con el movimiento sionista.
Conformaron la argamasa demográfica del Estado-tapón en el sudoeste asiático, protector del
punto más “vital y vulnerable del sistema imperial”: el Canal de Suez.
Una vez más en la Historia, la importancia geopolítica del sudoeste de Asia, en relación al
paso desde el Mediterráneo al Oriente y las rutas hacia la India fue el motivo para la
invasión de Palestina.
29
El párrafo pertenece al Capítulo X, “Intereses Británicos en Palestina” del libro “Inglaterra y Palestina” del
periodista y escritor inglés mencionado. Se encuentra citado en: Ibarlucía, Miguel; “Israel, Estado de conquista”;
Editorial Canaán; Buenos Aires; 2017; segunda edición ampliada; apartado VI, Apéndice, parte III “El sionismo
como herramienta de la estrategia colonial británica”; páginas 128-129
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Así denomina Elías Sanbar a la figura del palestino correspondiente a la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de
la imagen identitaria inicial de su libro, descripta a lo largo del primer capítulo. Ver: Sanbar, Elías; op.cit, cap.I.
31
La conceptualización y demostración a partir de la descripción de los hechos históricos que permite comprender la
guerra de conquista desarrollada por el Estado de Israel en 1948 se encuentra en: Ibarlucía, Miguel; op.cit.
Especialmente, leer el capítulo III: “Israel es un Estado de conquista”.
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A modo de cierre
La contextualización de la colonización sionista de Palestina en el marco de procesos
históricos de larga duración permite comprender el origen y desarrollo del conflicto israelí-
palestino.
Consideramos que desde el enfoque presentado se refutan las explicaciones esgrimidas por el
sionismo, plagadas de falacias que intentan validarse entreveradas con hechos certeros y
enunciados trascendentales. El considerable capital simbólico (económico y cultural) a
disposición de la propagación de la narrativa sionista del conflicto dificulta el debate racional. La
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Nos referimos al Informe solicitado por el primer ministro británico Cambell-Bannerman en 1907. En el mismo,
una comisión de expertos de distintos países de Europa occidental recomendaba a Gran Bretaña evitar la unificación
de los pueblos árabes en un Estado, una vez alcanzada la emancipación del Impero Otomano. Para ello, deberían
crear una barrera extranjera en el territorio que conecta el Asia árabe con el África árabe, cercana al Canal de Suez.
De esta manera, se verían garantizados los intereses coloniales británicos. El informe completo se encuentra
publicado en: Chedid, Saad y otros; “Antisemitismo. El intolerable chantaje”; Editorial Canaán; Buenos Aires; 2009.
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