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Cátedra de Estudios “Edward Said”-Facultad de Filosofía y Letras (UBA)

El origen del Estado de Israel desde una perspectiva contra-hegemónica.


Gabriel Sivinian1

“Ahora sí las guerras de las Cruzadas han terminado”.


Edmund Allenby, general británico.
11 de Diciembre de 1917, primer día de la ocupación de Jerusalén.

A modo de breve introducción


El texto que se expone a su consideración tiene carácter ensayístico, con las limitaciones y
potencialidades que ello implica. Se trata de un escrito introductorio, cuyo abordaje intenta
superar las dificultades de un tema complicado debido a la manipulación de quienes detentan una
posición dominante en la producción académica y la divulgación. El artículo pretende aportar un
enfoque alternativo para la comprensión del origen del conflicto israelí-palestino, desafiando
percepciones arraigadas en el sentido común. Su prosa argumentativa se propone lidiar con
quienes nominan, clasifican, tergiversan y ocultan en torno a la disputa, e intenta esgrimir la
defensa de los oprimidos, los más débiles y olvidados en este enfrentamiento.

Los argumentos trans-históricos del sionismo


Con el objeto de legitimar la implantación del Estado de Israel en Palestina, la historiografía
sionista elabora una narración básicamente ficcional, en la cual acontecimientos veraces se
subordinan a relatos metafísicos y a consentidas falacias históricas.
La construcción de una Memoria común forma parte de los ineludibles mecanismos al que todo
Estado recurre para conformar una identidad nacional específica. El uso del pasado al servicio de
intereses del presente resulta impostergable en cualquier discurso nacionalista estatal.
Lo distintivo en este caso radica en la invención de un pueblo a partir de un heterogéneo mosaico
de grupos humanos, esparcidos en sitios tan distantes que abarcan desde la península arábiga
hasta los territorios eslavos y desde el norte de África hasta el Cáucaso; esto es, considerando
una gran diversidad de grupos lingüísticos y culturales2.

1
Licenciado y Profesor en Sociología (UBA). Coordinador de la Cátedra Libre de Estudios Palestinos “Edward
Said”. Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
2
Al respecto, el historiador israelí Shlomo Sand sostiene que “(...) el nacionalismo judío había emprendido una
misión casi imposible, forjar un único ethnos partiendo de una gran variedad de grupos lingüísticos y culturales,
cada uno con un origen diferenciado. Esto explica la adopción del Antiguo Testamento como la fuente de la
memoria nacional. Ante la urgente necesidad de establecer un origen común para el “pueblo”, los historiadores

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Mas lo impugnable del asunto consiste en que esta esforzada operación sobre la Historia tiene
por finalidad plasmar una identidad nacional beligerante, base para la construcción de un
pretendido Estado étnico excluyente. Sucede que a la vez que rediseña el pasado, el discurso del
nacionalismo judío intenta justificar el colonialismo por implantación y desplazamiento de
población y continuar promoviendo los actos criminales que configuran la Nakba palestina.
En forma esquemática, la argumentación de la historiografía sionista adquiere los siguientes
lineamientos:
“En los albores del segundo milenio antes de la Era Común, un Pueblo compuesto por grupos
nómadas, es Elegido por Dios para establecer una alianza. Por la misma es bendecido con la
concesión de una Tierra donde establecerse. De mantener fidelidad exclusiva a esa divinidad
las futuras generaciones también se verán favorecidas. De esta forma, comienza un largo
viaje antes del asentamiento definitivo. Transcurren siglos y el contrato con Dios es renovado.
Por medio de una intervención milagrosa, la Deidad libera a su gente de la esclavitud y le
otorga su Ley. Con ella, los imperativos de una Moral Universal. La promesa de posesión de
una Tierra donde forjar su desarrollo se concreta. Así, el Pueblo afianza su identidad,
construye un poderoso reino y el Primer Templo en homenaje a su Dios. Suceden luchas
internas y divisiones. El Pueblo sufre invasiones y es arrojado de sus dominios, en diferentes
etapas, por fuerzas extranjeras. Pese a regresos transitorios, en los que construye un Segundo
Templo, padece el exilio durante siglos, disperso entre los distintos continentes y demás
pueblos. Solo subsiste unificado por su fidelidad a un ideal mesiánico.
Durante el destierro, continuamente hostigado, aguarda pacientemente la redención de su
Patria histórica y el Retorno. Finalmente, tras casi dos milenios y sin verse influenciado en su
esencia por los fenómenos económicos, políticos, culturales y sociales que afectaron al
conjunto de la humanidad, se halla en condiciones de restaurar su Estado. Se produce el
paulatino regreso al territorio ancestral y se sientan las bases para recrear los reinos
antiguos. Sin embargo, las desgracias continúan.
Tras sobrevivir al abominable intento de aniquilación, el Pueblo Elegido logra instituir un
Estado, creado por la comunidad internacional organizada. Preservar su identidad y vivir en
paz en su Tierra resultan sus consuetudinarios objetivos. Sin embargo, nuevamente acecha el
peligro: incomprendido otra vez, una poderosa coalición de fuerzas enemigas se apresta a
destruirlo. Asombrosamente, la agresión es repelida aunque esto no implique que el riesgo de
exterminio haya desaparecido. En adelante, y hasta el presente, el Estado debe velar
incesantemente por la defensa de su Pueblo. Esto explica y legitima cada una y todas sus
acciones”.

nacionales abrazaron sin cuestionar la vieja idea cristiana del judío como exiliado eterno. En el proceso, borraron y
olvidaron la masiva proselitización que había desarrollado el primer judaísmo, gracias a la cual la religión de Moisés
creció enormemente, tanto demográfica como intelectualmente”. Véase Shlomo Sand, “La invención del pueblo
judío”, Ediciones Akal, Madrid, 2011, pp.274-275.

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En el ámbito de las Ciencias Sociales y el Derecho Internacional vigente, argumentos


teleológicos y trascendentales como los expuestos resultan inaceptables, si pretenden
fundamentar la soberanía territorial de cualquier Estado. Alcanzan para lograr validez como
discurso cohesionador al interior de un grupo nacional, pero nunca para realizar reclamos ante
terceros países y obtener reconocimiento ecuménico. Sin embargo, en este caso, adquieren fuerza
de Verdad Legitimadora, encubriendo políticas criminales de conquista, que segregan y expulsan
a otro pueblo de su territorio.
De esta manera, una narración supra terrenal de la historia de las comunidades judías obstaculiza
la comprensión de la génesis del Estado constituido en su nombre y del conflicto que provoca su
conformación.
Desde nuestra perspectiva, el origen del Estado de Israel remite igualmente a una historia de
larga duración, aunque impugnemos las citadas disquisiciones trans-históricas. En ese sentido,
nuestro punto de referencia inicial consiste en la expansión europea hacia el sudoeste asiático,
durante las expediciones medievales de conquista denominadas Cruzadas.
Se trata de un enfoque hermenéutico más amplio, que descentra a las comunidades judías y
resignifica su rol en la construcción estatal en Palestina. Esta propuesta interpretativa concibe al
mencionado Estado como el punto de llegada de un desarrollo histórico en el que deben
considerarse diversos factores e intereses. Situado en un contexto mayor, las comunidades judías
de Europa conforman uno de los elementos del proceso constitutivo aunque, probablemente, no
resulte el más importante. Esto se entiende porque el Estado de Israel debe considerarse como un
enclave colonial europeo-occidental, establecido tras siglos de intentos para dominar la región
intermedia de la masa continental de Afro-Eurasia3
La importancia geopolítica del sudoeste de Asia, en relación al paso al Oriente y las rutas
comerciales hacia la India, sumada luego, al valor económico de sus recursos energéticos,
sustentan la implantación y la presencia actual de esta cuña colonial e imperial. Por la misma,
bregaron los europeos desde fines del siglo XI, al inicio de sus expediciones tendientes a “liberar
los Santos Lugares”, el argumento religioso y simbólico más difundido históricamente.

Palestina: localización y dominios extranjeros continuos


El conflicto israelí-palestino comienza a delinearse durante el último cuarto del siglo XIX, con la
fundación de las primeras colonias sionistas en Palestina4. Considerar el escenario geográfico en

3
Refiere a la enorme masa continental conformada por los territorios de África, Europa y Asia. Si bien esta unidad
de tierras emergidas constituye un término estrictamente geográfico, la utilización del término como identificación
del “Viejo Mundo” le otorga significación histórica. En ese sentido, destacar los milenarios intercambios
desarrollados entre diversas formaciones sociales en sus regiones de confluencia posibilita comprender una historia
no eurocéntrica del sudoeste de Asia y la región de Palestina.
4
La primera colonia sionista en Palestina data del año 1878. Se trata del asentamiento agrícola denominado Petah
Tikvá, fundada al noreste de Jaffa. Respecto a las colonias, una fuente de información destacada es la página del

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que se desarrolla permite comprender su importancia e influencia sobre las comunidades


sedentarias formadas desde tiempos neolíticos.
Palestina se encuentra en el borde sudoeste del continente asiático. Se
extiende entre el mar Mediterráneo y el valle del río Jordán, de oeste a
este; y entre el río Litani y el desierto del Néguev, de norte a sur. Sus
27.000 km2 de superficie se hayan situados en el punto de confluencia
de Asia, África y Europa. Esta ubicación signó la historia de los pueblos
residentes en su territorio.
Desde antes de la Era Común, distintas potencias extranjeras se
expandieron entre Oriente y Occidente, en ambas direcciones.
Sucesivamente, dominaron la región los imperios egipcio, asirio,
babilonio, persa, helénico, armenio, romano, bizantino, árabe, turco-
selyúcida, cruzado europeo, ayubí, mameluco, turco-otomano y
británico. Breves fueron los interregnos durante los cuales grupos
dominantes nativos lograron ejercer alguna forma de gobierno autónomo o independiente.
Más de tres milenios de dominios foráneos e invasiones explican las presencias diversas y
pluriculturales en sus comunidades y espacios físicos. Indudablemente, por su legado lingüístico,
religioso y cultural, la influencia árabe resultó la más importante, siendo decisiva en la actual
identidad palestina. Durante cuatro siglos, entre los años 661 y 1070, las dinastías omeyas,
abasidas y fatimíes controlaron Palestina, aportando el idioma árabe, la religión islámica y las
corrientes migratorias que se mestizaron con los nativos. Luego, tras una fugaz irrupción de los
turcos selyúcidas, arribaron los primeros cruzados europeos.
Sus embates iniciales fueron auspiciosos: en tan sólo una década,
las fuerzas occidentales lograron liberar a Bizancio de la presión
túrquica, restaurar el helenismo en gran parte de Anatolia y
constituir reinos en las costas de Siria y Palestina, los llamados
Estados Latinos de Oriente.
Uno de ellos fue el Reino Cristiano de Jerusalén, denominación del
señorío medieval occidental sobre la región. Fundado durante la
primera cruzada por Godofredo de Bouillón, duque de Lorena, se
desarrolló entre 1099 y 1291, año de la caída de Acre a manos de
los mamelucos egipcios, en la séptima Cruzada. Soslayando las
vicisitudes políticas, las acciones militares y el valor espiritual de
su existencia, este enclave europeo en el Levante alcanzó
significativa relevancia económica.
Esto se debió a que por el territorio de Palestina atravesaban y circundaban las principales rutas

Instituto de Estudios de Palestina: http://btd.palestine-studies.org/es

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de intercambio de bienes que recorrían tres continentes: el trayecto con epicentro en Bagdad, que
iba desde los estrechos del mar de Mármara hacia el Golfo Pérsico y un itinerario alternativo y
en competencia, que beneficiaba a El Cairo y la región de Suez, a través del Mar Rojo y se unía
también con Europa desde los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. Este comercio
interregional se encontraba, principalmente, en manos de mercaderes griegos, árabes, armenios y
persas5.
Los comerciantes de las ciudades costeras mediterráneas, por encontrarse entre los principales
beneficiarios de su existencia, brindaron un decisivo apoyo para sostener al Reino Cruzado. El
activo intercambio de productos entre negociantes de Venecia, Génova, Pisa, Marsella y
Barcelona y los residentes en barrios portuarios de las urbes conquistadas fomentó una economía
mercantil más que agraria.
Los privilegios aduaneros, las exenciones impositivas, los almacenes y cuarteles en los puertos
ocupados promovieron el comercio, con la dinámica participación de mercaderes locales; otra
vez de comunidades árabes, armenias, griegas y también judías. Circulaban entre Jerusalén,
Antioquía, Acre, Ascalón, Tiberíades, Tiro, Edesa y sus áreas de influencia, variedad de
productos, con destinos tan distantes como el norte de Europa y el sudeste de Asia. Cargamentos
de especies, algodón, sedas, azúcar y naranjas viajaban en dirección oeste, mientras que lanas
noratlánticas lo hacían en sentido contrario; situándose Palestina en el cruce de estas rutas
mercantiles.
Los tributos y las tasas recaudadas por estas actividades servían a las autoridades occidentales
para el mantenimiento de las fuerzas militares, ya que debían recurrir con frecuencia a la
contratación de mercenarios ante la falta de efectivos propios.
Cuando las fuerzas del sultán de Egipto Al-Ashraf Jalili conquistaron Acre, los cruzados
perdieron su último bastión en Tierra Santa. Durante dos siglos y medio, la aristocracia militar
mameluca extendió su dominio hacia Siria, otorgando a Palestina el status de provincia.
Vale destacar que en el plano ideológico, esta derrota militar occidental dio origen al
orientalismo como campo de estudio erudito. Así lo señala Edward Said, quien establece su
existencia formal a partir de 1312, con la decisión del Concilio de Vienne de crear cátedras de
árabe, griego, hebreo y siríaco en las principales universidades europeas6.
Que el tiempo transcurrido entre el surgimiento del orientalismo medieval, a comienzos del siglo
XIV y el orientalismo moderno, a inicios del siglo XIX, coincida enteramente con el que media
entre la expulsión de los conquistadores europeos de la región y su regreso, no es producto de
casualidad alguna.

5
Gunder Frank; André; “Re-Orientar. La economía global en la era del predominio asiático”; Valencia;
Publicaciones de la Universidad de Valencia; 2008; páginas 108-115.

6
Said, Edward; “Orientalismo”; Barcelona; Editorial Debolsillo; Tercera edición; 2009; página 81.

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El Imperio Otomano en el centro de Afro-Eurasia: su influencia en el


comercio entre el Mediterráneo y el Océano Índico
Tras las derrotas militares, los europeos promovieron tibios y fallidos intentos de reconquista en
el sudoeste asiático. Sin embargo, su ciclo expansivo se vio postergado. A partir del siglo XIII y
hasta el siglo XV, toda idea de una potencia dominante euro centrada se interrumpe; tanto por las
graves crisis padecidas en el continente como por el impulso avasallante de un nuevo imperio
islámico: el turco otomano.
Tan sólo ocho años después de la destrucción del Reino Cristiano de Jerusalén y a algo más de
mil quinientos kilómetros al norte, se iniciaba la dinastía otomana. Osmán I, su fundador, accedía
al trono de un pequeño beylik en el noroeste de la meseta de Anatolia, en 1299. En la primera
mitad del siglo entrante, sus fuerzas conquistaron Bursa y Nicea y cruzaron el estrecho del
Bósforo con destino a Tracia oriental, en apoyo de una de las facciones bizantinas enfrentadas en
disputas sucesorias. Desde allí, se desplegaron paralelamente en dos direcciones: hacia Anatolia
interior, conmocionada aún por los embates mongoles sobre los selyúcidas del Sultanato del
Rum y en sentido a los Balcanes y el centro europeo. Se estaba conformando la estructura
otomana, reemplazante del Imperio ecuménico que rigió por un milenio bajo la autoridad de
Bizancio. En esta extensión entre Asia y Europa la toma de Constantinopla (1453) constituyó un
hito central, por la importancia geoestratégica, económica y simbólica de la capital bizantina.
Tras progresar en su organización institucional y acrecentar sus conquistas, el Imperio alcanzó la
región de Siria dos siglos después de su nacimiento. Palestina sucumbió ante el poder otomano
en 1516, tomada de la autoridad mameluca. Los otomanos avanzaron hacia Egipto, paso previo a
la conquista del norte africano y el control del Hiyaz, cuna del Islam.
Esta etapa de la expansión tuvo otro jalón fundamental: los Santos Lugares islámicos de La
Meca, Medina y Jerusalén quedaron bajo autoridad otomana, devenida en sucesora de los
grandes imperios musulmanes.
Gradualmente, se configuró un Imperio multiétnico y multiconfesional que subordinó al mismo
Califa bajo el sultanato de Selim I (1512-1520) y se transformó en potencia mundial, durante el
mandato de Suleymán (1520-1566); desafiando con éxito al poder universal cristiano fundado
por el monarca hispánico y emperador del Sacro Imperio Románico Germánico, Carlos V. Entre
el siglo XVI y los albores del siglo XX, los dominios osmanlíes abarcaron el sudeste de Europa,
el norte de África y el sudoeste de Asia, esto es, la región intermedia de Afro-Eurasia7.

7
El concepto de región intermedia pertenece al historiador griego Dimitri Kitsikis. Corresponde a un modelo
geopolítico que categoriza a los territorios que se extienden entre el Mar Adriático y el río Indo como una región
central, entre Europa occidental y el Lejano Oriente. El Imperio Otomano, en tanto sucesor de los imperios persa,
helénico, romano y bizantino, dominó el centro de esta región por cuatro siglos. La injerencia y el posterior dominio
occidental no sólo provocaron el desmembramiento del poder osmanlí, sino la imposibilidad de reconstruir una
unidad política centralizada en esta estratégica región.

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Durante la etapa conocida como Modernidad europea, el


Imperio Otomano desarrolló un importante papel en la
economía mundial, al controlar la estratégica región. En
palabras del economista y sociólogo André Gunder Frank:
“Los otomanos ocupaban en efecto un lugar de cruce de
caminos económicos entre Europa y Asia y trataban de
sacarle el máximo provecho. El comercio de especias y
seda entre el este y el oeste se adentraba por tierra y por barco atravesando todo el
territorio otomano. Constantinopla se había desarrollado y seguía viviendo de su función
como principal punto de conexión entre el norte y el sur y el este y el oeste desde su
fundación por los bizantinos un milenio atrás (...) Con una población de entre 600.000 y
750.000 habitantes, era con creces la ciudad más poblada de Europa y del Asia occidental
y prácticamente la ciudad más poblada del mundo. En total, el Imperio Otomano estaba
más urbanizado que Europa8”.
Las ambiciones comerciales europeas, persistentes desde la derrota en las Cruzadas, se vieron
contenidas por la competencia de los actores económicos imperiales. Alianzas tácticas y
maniobras diplomáticas, políticas y militares fueron herramientas utilizadas por occidentales
cristianos y orientales islámicos, desmintiendo el mito de frentes comunes e intereses
civilizatorios compartidos.
Por entonces, las principales Casas Comerciales de Venecia y Génova, además de los mercaderes
franceses, portugueses, neerlandeses, ingleses y hasta suecos debieron subordinarse y negociar
con el poder osmanlí. La importancia adquirida por esta potencia, actor central en la política
europea de la época, se manifiesta en las Capitulaciones que firmaron distintos reinos, desde el
siglo XVI en adelante9.
Durante el siglo XVI, dos acontecimientos demoraron
el avance otomano: el fallido primer sitio de Viena
(1529), en el continente y la derrota en la batalla de
Lepanto (1571), en el Mar Mediterráneo. Sin embargo,
aún con ritmo más pausado, el Imperio continuó
incrementando su extensión territorial, en progresivo
despliegue, ahora en su región oriental y norafricana.

8
Gunder Frank; André; Op. Cit. página 109.
9
El primer pacto de este tipo se estableció con Francia, en 1535. Inicialmente, se trató de acuerdos comerciales
privilegiados en el marco de una relación bilateral. Los mismos expresaban la decisión de participar de la política
mercantil y se ampliaban con alianzas militares y diplomáticas. A partir del siglo siguiente, la firma de
capitulaciones se extendió a otras potencias europeas.

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De la amenaza al corazón de Europa a las alertas de disolución imperial.


Las últimas dos décadas del siglo XVII marcaron el inicio de la retracción otomana en Europa,
tras el fracaso del segundo sitio de Viena y la pérdida de los territorios húngaros, plasmada en el
Tratado de Karlowitz10.
Indudablemente, las continuas guerras europeas sucedidas entre la Paz de Westfalia (1648) y la
derrota napoleónica en Waterloo (1815) sirvieron para retrasar la caída otomana. En el siglo
siguiente, las potencias occidentales avanzaron en el desmembramiento del Imperio de la región
intermedia. El proceso de contracción se aceleró tras el Congreso de Viena (1814-1815) y
culminó un siglo después, con la disolución imperial osmanlí, tras la derrota en la Primera
Guerra Mundial (1914-1918).
Resulta muy importante señalar que en la transición hacia el siglo XVIII, se delineó en la
frontera noreste otomana un enemigo que se tornaría recurrente: el Imperio Zarista Ruso.
Durante las dos centurias transcurridas entre 1676 y 1878, estos contendientes se enfrentaron
militarmente en diez oportunidades: las denominadas “guerras ruso-turcas”10. La mayoría de
estas confrontaciones fueron bilaterales, aunque también sucedieron en el marco de coaliciones
mayores. Los resultados fueron sistemáticamente adversos para las fuerzas otomanas; con la
excepción de la Guerra de Crimea (1853-1856), en la cual integraron una alianza mayor con
británicos, franceses y sardos. Ostensiblemente, Rusia se erigió como el principal peligro para la
integridad del Imperio Otomano, durante este período histórico.
El objetivo fundamental de Rusia consistía en el acceso a los mares de “aguas calientes”, es decir
el Mar Mediterráneo. Este le permitiría el control del centro de la región intermedia y su avance
hacia las costas europeas y africanas, algo que las potencias occidentales se encargaron de evitar
sistemáticamente.
Una de las vías de acceso a esta zona era a través de los Balcanes, donde residían pueblos
eslavos, de los cuales la potencia zarista pretendía constituirse en protectora. Las ambiciones
rusas en la región chocaban con las intenciones de la Casa de los Habsburgo. Esta influyente
dinastía europea también mantuvo recurrentes conflictos con los otomanos, expresados en las
llamadas “guerras austro-turcas11.
Tomando en cuenta las guerras acontecidas en el siglo XVI y el enfrentamiento durante la

10
Este tratado puso fin a las guerras desarrolladas entre 1683-1697 y tuvo como contendientes a los integrantes de la
Liga Santa y el Imperio Otomano. La coalición fue impulsada por el Papa Inocencio XI y contó con la participación
de la dinastía austríaca de los Habsburgo, la Confederación Polaco-Lituana, la República de Venecia y el Principado
de Moscú. Uno de los resultados más importantes del Acuerdo fue la expulsión de los turcos otomanos del Reino de
Hungría.
11
Se denominan guerras “austro-turcas” o “Habsburgo-otomanas” a los ocho enfrentamientos militares directos
acontecidos desde comienzos de la llamada Edad Moderna (la primera guerra transcurrió entre 1526-1552) hasta
inicios de la llamada Edad Contemporánea (la última contienda se desarrolló entre 1787-1791). Las mismas
sucedieron en escenarios terrestres, básicamente en los Balcanes, y en ámbitos navales, esto es, en el mar
Mediterráneo.

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Primera Guerra Mundial, trece fueron las disputas bélicas entre rusos y turcos, durante tres siglos
y medio que transcurren entre 1568 y 1917.
En otro escenario geográfico de la disputa, Rusia ambicionaba el dominio de la región del
Cáucaso, borde oriental del Imperio Otomano y el control pleno del mar Negro, como entrada
hacia los estrechos del mar de Mármara.
Durante dos siglos, la lucha en el frente del sudoeste asiático se ciñe al objetivo ruso de acceder a
este mar interior y a la meseta armenia y anatólica desde el Cáucaso, mientras que el propósito
de los otomanos residió en proteger su cohesión territorial y en expandir su influencia hacia las
regiones turco-musulmanas al norte y el este del Mar Negro.
A los factores externos descriptos se sumaron los problemas de gobernabilidad dentro del
Imperio, motivados por liderazgos provinciales y regionales con progresiva autonomía 12. Esta
conjunción de elementos hizo que, a inicios del siglo XVIII, alcanzara centralidad la cuestión de
las reformas de las estructuras imperiales. Gradualmente, la élite otomana adquirió conciencia
del desafío que implicaba gobernar una potencia que había detenido su proceso expansivo y
empezaba a padecer el riesgo de pérdidas territoriales13
Durante todo el siglo XVIII, las reformas fueron graduales y superestructurales. Se concentraron
en cuestiones diplomáticas, como la apertura de las primeras embajadas en Europa (Viena, París,
Moscú y Varsovia; capitales con las cuales tenían mayor relación); arquitectónicas, como la
construcción de palacios y edificios públicos, que imitaban modelos europeos; militares, como la
contratación de asesores occidentales y la modificación de las fuerzas de artillería y caballería;
culturales, con la creación de Bibliotecas públicas e imprentas, para la difusión de obras de
geografía e historia en turco y en árabe. Marcadamente, el reino de Francia a través de sus
diplomáticos, arquitectos, asesores militares, científicos y literatos adquirió primacía en esta
etapa aperturista del Imperio.
Sin embargo, las reformas no alcanzaron a detener la decadencia imperial, que hubiera devenido
en la disolución temprana del poder otomano, de haber prosperado el plan austro-ruso conocido
como el “Esquema Griego” ”.
En el tránsito del siglo XVIII al XIX, los peligros para la cohesión imperial se percibieron con

12
De acuerdo con el historiador francés Eugene Rogan, el pragmatismo fue un principio central del Imperio
Otomano con el objeto de garantizar el orden político y la recaudación de impuestos en las regiones dominadas. La
velocidad de expansión y la imposibilidad de generar burocracias gubernamentales llevó al mantenimiento en el
poder de élites de pueblos sometidos, hecho que se verificó a medida que la distancia de la meseta anatólica se
incrementaba. En tiempos de crisis institucionales, este mecanismo reforzaba a los movimientos insurgentes frente
al poder central. Ver: Rogan, Eugene; “Los árabes. Del Imperio Otomano a la actualidad”; Barcelona, Editorial
Crítica; 2012; Capítulo I: “De El Cairo a Estambul”.
13
Al respecto, ver: Georgeon, François; “El Imperio Otomano y Europa en el siglo XIX. De la cuestión de Oriente a
la cuestión de Occidente”; http://www.cuentayrazon.org/revista/pdf/139/Num139_003.pdf. En particular destacamos
el debate presentado en el apartado titulado “Un deseo de civilización”, en el que se aborda el tema del retraso
otomano frente a los europeos occidentales y las formas de superarlo

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mayor agudeza. Dos acontecimientos, uno protagonizado por fuerzas militares externas y otro por
actores internos, desestabilizaron la estructura otomana. Nos referimos a la invasión napoleónica
a Egipto y Siria (1798-1801) y a la primera insurrección de los serbios (1804-1813). Ambos
sucesos culminaron con la restauración del orden imperial en las provincias convulsionadas,
reparación transitoria que, años más tarde, sería
cuestionada exitosamente.

Siglo XIX: la era de las Reformas y del


progresivo desmembramiento imperial
La historia de la relación entre las potencias
occidentales y el Imperio Otomano puede abordarse
desde la hegemónica perspectiva eurocéntrica o desde
un enfoque globocéntrico 14.
Con independencia del debate sobre el rol de la civilización europea-occidental en la
conformación del sistema mundial, desde ambos enfoques se arriba a la misma conclusión:
fue durante el siglo XIX cuando los europeos desplegaron las estrategias definitivas de
penetración y erosión del poder turco-otomano, como paso previo al reparto de áreas de
influencia y territorios.
Las señaladas campañas de conquista francesa y el levantamiento serbio anunciaron lo que sería
una constante en el transcurso del siglo naciente: las amenazas y prácticas de invasión territorial
y la intervención en asuntos internos, por parte de potencias extranjeras.
En particular, para nuestro tema de estudio, la campaña napoleónica en Egipto y Siria tiene mayor
relevancia, ya que corrobora la importancia del espacio de confluencia de Afro Eurasia, donde se
encuentra Palestina15.
A partir del siglo XVIII, británicos y franceses se enfrentaron en diversos escenarios
internacionales Las luchas independentistas en Norteamérica y las propias guerras napoleónicas
en Europa, con sus efectos sobre la situación rioplatense, por entonces colonial, nos resultan
episodios más próximos de esa rivalidad. En una geografía más distante, el avance sobre
posesiones otomanas al que referimos, se inscribe en un área regional mayor que abarca el norte

14
En el primer caso, se considera a la Europa atlántica como diseñadora del mercado mundial a partir de la invasión
de América y la posterior incorporación de África, Asia y Oceanía. Desde el segundo punto de vista, durante la
llamada Modernidad, los europeos sólo conformaban una economía intermediaria que usufructúo los beneficios
obtenidos con la conquista americana, tras incesantes intentos de posicionarse en las rutas convergentes hacia el
sudeste asiático.
15
En el marco de la campaña napoleónica en Egipto y Siria (1798-1801), las tropas francesas se desplegaron por
Palestina, tomando ciudades importantes como Jaffa, Haifa y Nazaret. Sin embargo, el fracaso en el sitio a la ciudad
de San Juan de Acre puso fin a la expedición en Siria y marcó el comienzo de la retracción hacia Egipto. El confeso
objetivo de cerrar el paso a la India al enemigo británico se frustró con la expedición derrotada.

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de África, el “Oriente Próximo” (Asia sudoccidental) y Asia central y del sudeste, con la India
como centro productivo y comercial a disputar.
El enfrentamiento directo en territorio indio se desarrolló durante los años 1744-1748 y
nuevamente entre 1753 y 1763, hasta que finalmente Gran Bretaña tomó el control político y
económico del subcontinente, centro mercantil y geográfico del Océano Índico. La invasión
francesa a Egipto tuvo como objetivo acosar al novel imperio oriental británico a la vez que
abrirse camino, vía Siria, hacia la India y debe interpretarse como un capítulo específico de esta
disputa.
En lo relativo a la primera insurrección serbia, el antecedente de la derrota otomana en su
territorio, a manos de los Habsburgo del Sacro Imperio Románico Germánico (1788-1791) y una
nueva guerra ruso-turca (1806-1812), con escenarios destacados en Valaquia, Moldavia y
Armenia, conforman su contexto.
Se evidencia así que, a inicios del siglo XIX, franceses y británicos se enfrentaban en la parte
africana y asiática del Imperio, mientras que rusos y austríacos persistían como amenazas desde
el sector europeo. Lo que estaba en juego era la toma del control total del Mediterráneo oriental y
su ruta hacia la India: en esto consistía la llamada Cuestión Oriental.
Cuando las alertas sobre se materializaron resultó imperioso actuar en consecuencia. Los
nombres de los sultanes Selim III y Mahmud II están asociados al reformismo y al despotismo
ilustrado. Asesores europeos, nuevamente franceses en su mayoría, y funcionarios y estudiantes
otomanos, residentes en las capitales occidentales, se encargaron de promover los cambios que la
nueva etapa demandaba. El ciclo se retomó en el ámbito de las fuerzas armadas: el armamento y
la tecnología militar resultaron prioritarios. Luego se extendieron a distintas áreas
administrativas del Estado, aunque la indefinición de la puja entre modernistas y tradicionalistas,
sumado al equilibrio de fuerzas en Europa, perpetuó el statu quo.
No obstante ello, en las primeras décadas del nuevo siglo, se conforman y acentúan dos
novedosos procesos sociales que significaron un desafío, no ya para la integridad imperial, si no
para el poder turco osmanlí en el mismo. Se trata del proyecto emancipador de los fanariotas
griegos y de la experiencia modernizadora de Muhammad Ali en Egipto.
En el primer caso, el Programa de Rigas expresó los intereses de la fracción griega de la
burguesía otomana, interesada en llevar a cabo una Revolución política y social al interior del
Imperio. Este proyecto no intentaba desarticular la estructura imperial, sino desplazar a los
sectores estamentales, principalmente turcos (terratenientes, militares y legistas) de la dirección
de la sociedad. La derrota de este programa maximalista devino en el proceso revolucionario
griego, con exclusivas connotaciones nacionales y separatistas16.
En el caso egipcio, tras el triunfo sobre las fuerzas napoleónicas, Muhammad Alí tomó el poder

16
Para un análisis del Programa de Rigas en el contexto del Imperio Otomano, ver: Kitsikis, Dimitri; “El Imperio
Otomano”; Fondo de Cultura Económica; México; 1980; capítulo V, “El Imperio colonizado: de la agonía a la
muerte, 1774-1924”, apartados I, II y III.

11
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en representación de clase dirigente de origen extranjero (compuesta por turcos, albaneses y


circasianos). Basado en el excedente extraído al campesinado, el proyecto de modernización de
Egipto desarrolló la industrialización a partir de políticas estatales proteccionistas e
intervencionistas y la ejecución de obras públicas. Las reformas agraria, administrativa, militar y
educativa complementaron esta etapa autonomista, que llegó a desafiar al poder otomano en la
misma meseta anatólica. La intromisión militar de potencias extranjeras, lideradas por Gran
Bretaña y Austria puso fin a la experiencia emancipadora, reintegrando plenamente este territorio
al Imperio Otomano, en el marco de relaciones económicas dependientes del mercado mundial.
Tras el sofocamiento del modelo egipcio, el ciclo de reformas cobró mayor impulso con las
Tanzimat (1839-1876), durante los sultanatos de Abdulmecit y Abdulaziz. Las modificaciones
incluyeron ámbitos burocráticos del Estado; nuevamente, el adiestramiento y equipamiento
militar, el desarrollo de un sistema educativo laico, cambios en la administración local del poder
y nuevos Códigos en lo Civil, Comercial y Agrícola, entre otras esferas. Guiados por el ideario
Iluminista de la Revolución Francesa, los sectores de la élite reformista lograron imponer en la
letra más que en la práctica, una organización jurídico-política liberal hacia mediados del siglo
XIX. La Constitución Otomana (1876) constituyó el punto cúlmine de esta tendencia, aunque
tuvo efímera vigencia.
En la etapa final del Imperio se destacó la figura del sultán Abdul Hamid II (1876-1909), quien
pese a gobernar en forma autocrática y ferozmente represiva, no logró evitar el
desmembramiento y la occidentalización, exhibida como modernización. Cierto es que estas
políticas fueron tenaz y, en parte, exitosamente resistidas por sectores del conservadurismo
religioso.
Con el advenimiento de los Jóvenes Turcos, el programa de reformas cobró nuevo impulso.
Claro que derivó hacia un reaccionario turquismo xenófobo, exacerbado por incesantes pérdidas
territoriales, que resultó letal para las minorías no turcas y/o no musulmanas del Imperio.

Palestina durante la última etapa del dominio otomano


Al contrario de lo propagado por el movimiento sionista hacia fines del siglo XIX, Palestina no
era una “tierra sin gente”. A comienzos de la década de 1890 residían en su territorio 564.000
personas, mayoritariamente de confesión islámica. Los palestinos cristianos componían un 10%
de la población y una proporción menor representaban los palestinos judíos, que conformaban el
2% de los habitantes17.

17
Los datos demográficos surgen de una mínima elaboración y aproximación, a partir de la información brindada
por Nazim Qumsiyeh en su libro “Compartir la tierra de Canaán”. Allí, el autor confecciona un cuadro en el que se
expresa que los palestinos musulmanes y cristianos son 553.000 personas, hacia 1890; y que en 1893, la población
judía representaba el 2% de la población de Palestina. Cifras concordantes presenta Elías Sanbar en su obra “Figuras
del palestino”, referidos a un Censo otomano de hogares fiscales de 1872. En el mismo, las familias musulmanas son
56.996 (85%), las cristianas 7379 (11%) y las judías 2.455 (3.5%). Vale destacar que en este caso se registran
hogares y no personas, lo que explicaría las diferencias existentes, ya que la población palestina cristiana y judía es

12
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Tampoco Palestina era una “tierra desértica”. Bajo el sistema de vilayetos y sanjaks otomanos,
conformados durante la segunda mitad del siglo XIX, tuvieron gran importancia política y
religiosa ciudades como Jerusalén, Acre, Nablús y Hebrón. Además, desde el punto de vista
comercial, se destacaban las urbes portuarias de Jaffa, Haifa y Gaza, ligadas al intercambio
regional e internacional.
Cierto es que el paisaje de la época era predominantemente rural, pero
eso no puede reducirse a la idea de un extendido ambiente inhóspito. El
ochenta por ciento de la población se encontraba emplazada en aldeas
campesinas situadas en los valles y llevaba a cabo una vida agro-
pastoril. La gradual integración del espacio palestino al mercado
mundial se tradujo en la compra de tierras y bienes raíces, entre otras
inversiones extranjeras. La coexistencia de explotaciones agrícolas de
exportación, con aquellas destinadas al mercado interno y a la
autosubsistencia explica los diferentes destinos de los productos
primarios, entre los que se destacaban el algodón, el olivo, el trigo, el
maíz, el sésamo, la cebada y los cítricos. Claro que también esta
convivencia de unidades productivas contenía la conflictividad social
propia de la transición del comunitarismo agrario a la agricultura capitalista.
La Palestina urbana estaba gobernada por los notables, legitimados desde Constantinopla y por
su propia sociedad. Este estamento reivindicaba su lugar de privilegio por pertenecer a un linaje
emparentado con el origen del Islam. También los religiosos formaban parte del aparato
burocrático estatal, en el marco de una sociedad escasamente politizada.
La modernización impulsada por los distintos ciclos de reformas en el Imperio Otomano
modificó la composición de la élite dirigente urbana, con el acceso de sectores enriquecidos por
el desarrollo comercial y manufacturero, la apropiación privada de tierras y el reposicionamiento
de sectores tradicionales a través de nuevos roles burocráticos, judiciales y educativos. También
alteró los poderes en las comunidades rurales y pequeñas urbes, afectando a los jeques clánicos,
a los notables de rangos menores y jefes de los seminómades beduinos.
Las transformaciones más dinámicas, como en todos los dominios otomanos, estuvieron ligadas
a la inversión extranjera directa en la infraestructura agroexportadora y en los servicios públicos.
Asimismo, se vincularon con la mayor apertura y contacto con las sociedades europeas y
estadounidenses, principalmente a partir de la llegada de sucesivas misiones asistenciales,
educativas y religiosas, que influyeron en la autopercepción de los palestinos.
La primera etapa del arribo de los colonos sionistas se produjo en este contexto histórico, por lo

mayoritariamente urbana y en el caso musulmán, tiene mayor peso la población rural y aún beduina, más dificultosa
de censar en estos términos. Al respecto, ver: Qumsiyeh, Mazin; “Compartir la tierra de Canaán”; Buenos Aire,
Editorial Canaán; 2007; páginas 79-80 y Sanbar, Elías; “Figuras del palestino”; Buenos Aires; Editorial Canaán;
2013; página 62.

13
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que no despertó mayor desconfianza. Pero hacia 1896, el líder de la Organización Sionista
Theodor Herzl viajó a Constantinopla, donde fue recibido por el Sultán Abdul Hamid II, lo que
alertó sobre sus propósitos. Herzl pretendía lograr la cesión de Palestina, a cambio de ofrecer
apoyo financiero al endeudado Imperio. Si bien la gestión resultó infructuosa, el líder sionista
logró viabilizar la compra de tierras y el asentamiento de migrantes, inicialmente en la
Mesopotamia y Siria, más luego en Palestina. La relación entre el movimiento sionista y el
Sultán fue heredada por el gobierno de los Jóvenes Turcos, entre quienes el nacionalismo judío
contaba con miembros fundadores, protectores y simpatizantes que actuaron como grupos de
presión, en función de sus objetivos18.
La percepción del peligro que significaban los planes sionistas coincidió con una compleja
redefinición identitaria de los palestinos, que reconocía causas en procesos más generales,
remitentes al heterogéneo Imperio dominante; regionales, vinculadas a los movimientos de
emancipación/autonomistas arabistas y específicas, relacionadas a los cambios en la propia
sociedad urbana y rural.

Las características de la penetración imperialista europea en el Imperio


Otomano
A fines del siglo XIX, el Imperio Otomano se encontraba en claro proceso de repliegue, luego de
resignar posiciones en el sudeste europeo y el norte africano.
Por entonces, las principales alternativas que las potencias occidentales llevaban a cabo para
ampliar su influencia en diferentes partes del planeta eran: a) el colonialismo, consistente en el
ejercicio de la dominación directa a través de la conquista militar y el gobierno de territorios y
poblaciones; b) el neocolonialismo, esto es, la dominación indirecta, a través de la alianza con
clases/fracciones de clases locales en las que las burguesías imperiales subordinaban a sus socias
autóctonas, en el marco de la inserción dependiente en el mercado mundial.
El principio subyacente consistía en consolidar “el dominio no formal cuando esto fuera
posible y el mando formal sólo cuando fuera necesario”19.

18
Una obra de consulta obligatoria para profundizar en los vínculos establecidos entre el movimiento sionista y las
autoridades otomanas fue escrita por historiador armenio soviético John Sahakí Kirakosyan. Específicamente, en su
cuarto capítulo detalla las gestiones y servicios prestados por Theodor Herzl al Sultanato, que le valieron se
condecorado con la Orden Medjidie y, principalmente, el vínculo de prominentes figuras del Comité Unión y
Progreso y el nacionalismo judío. Ver: Kirakosyan; John Sahakí; “Jóvenes Turcos. Antecedentes históricos y
geopolíticos del Genocidio Armenio”; Buenos Aires; Ediciones Ciccus; 2015.
19
En torno al estudio de las estrategias imperiales para dominar territorios y poblaciones no europeas, la
controversia Gallagher- Robinson ofrece categorías adecuadas para abordar nuestro objeto. Los citados profesores
debaten sobre el principio británico, consistente en consolidar el dominio no formal cuando esto fuera posible y el
mando formal sólo cuando fuera necesario. Si bien las herramientas analíticas fueron diseñadas para aplicarse a la
política anglosajona en el siglo XIX, también pueden utilizarse para comprender los planes contemporáneos de
Francia y Alemania y observarse así, el avance de las tres potencias sobre los dominios osmanlíes. Nos interesa,
particularmente, el intento de los autores por superar el debate centrado en las diferencias políticas de liberales y

14
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Para el caso del Imperio Otomano, una combinación de estos dispositivos se constata en las
acciones de las potencias occidentales durante el siglo referido.
a) Las estrategias imperialistas para el dominio no formal de las posesiones otomanas.
Una de las formas de injerencia occidental en el Imperio Otomano ya ha sido descripta. Nos
referimos al asesoramiento a sus élites gobernantes, en el marco de las reformas modernizadoras.
Un segundo mecanismo de penetración residió en la protección diplomática del Imperio. Desde
el establecimiento de relaciones permanentes con los reinos europeos, en numerosas ocasiones la
intervención de las potencias sirvió para mantener la integridad territorial otomana. Cierto es que
en tensión continua con la promoción de la fuerzas desestabilizadoras que esos mismos Estados
impulsaban. La paradoja se explica porque ninguna de las potencias colonialistas se decidió a
avanzar a fondo en la desintegración imperial. Esto se debe a que carecían de garantías en cuanto
a que la ruptura del equilibrio pos-napoleónico redundaría en beneficios propios y no en el de sus
rivales, principalmente del Imperio Zarista Ruso.
En este sentido, con el objeto de mantener al Imperio bajo un “invernadero protector”20, se
comprenden los distintos Tratados multilaterales y Acuerdos bilaterales firmados desde
principios del siglo XIX, entre mismas potencias y entre éstas y los otomanos21.
Una tercera vía de intromisión radicó en la subordinación económica y “tercermundización” del
Imperio. La herramienta principal al respecto fue la exportación de capital, esto es, la inversión
directa en unidades productoras de bienes y servicios en las economías periféricas, destinados al
mercado mundial. Las principales inversiones y los préstamos para el financiamiento de obras en
ferrocarriles, puertos, telégrafos, red caminera, acueductos y servicios en general correspondieron
a las burguesías francesa, británica y alemana, en el marco de la nueva división internacional del

conservadores (anti y pro imperiales, respectivamente) o en las etapas del desarrollo capitalista, que se
corresponderían con la autoridad directa o indirecta sobre el espacio extranjero y sus nativos. De acuerdo a los
profesores, la decisión imperial acerca del modo de dominación a ejercer, se relaciona con una serie de factores
locales, como ser: el valor estratégico del territorio, la estructura política vigente, la colaboración de las élites
originarias, la estructura social existente, la infraestructura de la región para ser articulada con el mercado mundial y
las características de la puja inter imperialista. De esta manera, los historiadores incorporan las situaciones no
europeas del imperialismo, componentes de las sociedades autóctonas que influyeron sobre la configuración del
despliegue occidental. Para más información, ver: https://en.wikipedia.org/wiki/The_Imperialism_of_Free_Trade

20
Este concepto es utilizado por Francisco Veiga para referir a la política impulsada por Gran Bretaña, tendiente a
recuperar para los otomanos la costa libanesa y Damasco del poder egipcio. En el marco de un acuerdo que incluyó
a rusos, austríacos y prusianos, además de británicos y otomanos, las fuerzas de Muhammmad Alí fueron derrotadas
en 1838. Este ejercicio imperial anglosajón permitiría a los osmanlíes recuperarse mediante reformas modernizantes,
mientras su integridad era sostenida por poderes externos. Ver: Veiga, Francisco; op.cit; páginas 328-329.
21
Los Acuerdos referidos son los siguientes: Convención de Akkerman (1826); Tratado de Adrianópolis (1828-
1829); Tratado de Unkar Skelessi (1833); Tratado de Balta Liman (1838 y 1849); Tratado de París (1856); Tratado
de San Stéfano (1877-1878); Tratado de Berlín (1878); Conferencia de Berlín (1884-1885); Convención de
Constantinopla (1888).

15
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trabajo.
En este dispositivo de intrusión, especial atención para nuestro objeto de estudio requiere la
construcción del Canal de Suez 22, debido a las notables evidencias que expone. Se trata de una
valiosa vía de comunicación para el comercio entre Europa y la India. Fue realizada por una
empresa francesa con apoyo oficial de su Imperio, aunque usufructuada luego por el Reino Unido.
El endeudamiento otomano y egipcio posibilitó la intervención de la banca Rothschild en favor de
los intereses británicos. Décadas más tarde un integrante de esa familia de banqueros fue el
destinatario de la Declaración que comprometía a ese Reino con la realización de un hogar nacional
judío en Palestina. Este sitio fue definido como estratégico por la Corona británica. Volveremos
en detalle sobre este punto.
Los desequilibrios financieros del Imperio también posibilitaron
imponer la denominada Administración de la Deuda Pública
Otomana. Creada por el Decreto de Muharram (1881), durante el
sultanato de Abdul Hamid II grafica el grado más alto de
injerencia en las políticas osmanlíes. Controlada por las potencias
europeas, su objetivo era recaudar, vía impuestos, los pagos que
el Imperio Otomano adeudaba a diversas compañías de Europa.
Un cuarto formato de intervención fue viabilizado a través de las misiones humanitarias. Desde
una concepción orientalista, europeos y estadounidenses enarbolaron la “ficción de las
poblaciones sufrientes”, oprimidas en un contexto islámico remitente al atraso y la barbarie.
De esta forma, dichas minorías se transformaron en la justificación ideal para la expansión de los
“colores protectores” que acompañaron la voracidad imperialista occidental. Escuelas,
hospitales, orfanatos, misiones religiosas, sociedades de beneficencia, centros superiores de
enseñanza, entre otras instituciones se desplegaron territorialmente y entraron en contacto con
dichos pueblos, desarrollando asistencia humanitaria valiosamente considerada por sus
destinatarios.
Vale destacar que estas instituciones formaron parte de la red de “empresas de conocimiento”
que desarrollaron el discurso orientalista moderno, catalizador necesario para presentar la
avanzada colonial en las sociedades centrales y para fomentar las rebeliones anti otomanas en las
sociedades periféricas.
En lo atinente a nuestro objeto de análisis resulta muy significativo destacar que, de manera
temprana, Lord Palmerston manifestó la idea de transformar a Gran Bretaña en “protectora de los

22
El proyecto fue presentado al Pachá de Egipto por el empresario y diplomático francés Ferdinand de Lesseps,
quien contaba con el apoyo del emperador Napoleón III, interesado en esta estratégica obra. La misma permitiría la
conexión entre el mar Mediterráneo y el Mar Rojo, acortando considerablemente la ruta marítima entre Europa y el
sur de Asia, al evitar la circunnavegación de África. Con el aval del sultán Abdulmecit, fue realizado por la
Compañía Universal del Canal Marítimo de Suez e inaugurado en 1869. Tan solo seis años después, la Corona
británica compró las acciones vendidas por el Pachá de Egipto, acosado financieramente, con un préstamo de la
banca Rothschild. De esta manera, el Reino Unido se aseguró el control de esta vía de interoceánica de navegación.

16
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judíos”. Quien fuera dos veces Primer Ministro del Reino Unido propuso, ya en el año 1838, que
así como Francia protegía a los católicos y Rusia a los ortodoxos que vivían bajo autoridad
otomana; y siendo que su país no tenía protestantes por los que debía velar, los judíos deberían
ser la minoría amparada23.
b) Las estrategias imperialistas para el dominio formal de las posesiones otomanas.
Los cuatro mecanismos detallados refieren “al dominio no formal cuando fuera posible”, en
términos de Gallagher-Robinson. Además, las potencias imperiales desplegaron el “mando
formal cuando fue necesario”. Esto ocurrió específicamente, en el norte de África, con el
adelanto de la ocupación de Argelia (1830) y Túnez (1831), por parte de Francia; la posterior
apropiación de Egipto (1882) y Sudán (1887), a cargo de Gran Bretaña; y la invasión italiana de
Eritrea (1890) y Libia (1912).
Estas conquistas territoriales, sumadas a los procesos autonomistas e independentistas y las
guerras en el sector europeo produjeron que, a comienzos de la Primera Guerra Mundial, el
Imperio Otomano se hallara prácticamente reducido al área del sudoeste asiático. Ya sin
compostura alguna, al encontrarse en alianzas enfrentadas en el campo militar, las potencias de la
Triple Entente promovieron diez Acuerdos para el reparto de este espacio geográfico 24.
Gran Bretaña estuvo decididamente implicada en lo concerniente al destino de Palestina.
Simultáneamente, impulsó tres compromisos ante distintos interlocutores, que adelantaban un
futuro incierto para la región y sus habitantes.
Por el Acuerdo Sykes-Picot (1916) se definían áreas de
control directo y territorios de influencia en el “Oriente
Próximo” a cargo de Gran Bretaña y Francia y se
asignaba a Palestina el status de zona bajo control
internacional. En el Pacto se contemplaban los intereses
geopolíticos y económicos de las potencias y sus
monopolios capitalistas, como se explicita en el
intercambio epistolar entre el embajador francés en
Londres, Paul Cambón y el Ministro de Relaciones
Exteriores británico, Edward Grey25.

23
Elías Sanbar cita este antecedente como una primicia histórica que desembocará en la Declaración Balfour, ocho
décadas después. El autor aclara que la protección no benefició a los sefaradíes, súbditos otomanos, sino a los
askenazíes, que regularmente llegaron a Palestina, expulsados de Europa Oriental, desde la década de 1830. Al
respecto, ver: Sanbar, Elías; op.cit; páginas 129-131.
24
Los Acuerdos referidos son los Tratados de Estambul, Londres y Maurienne, los Catorce Puntos, la Declaración
de los Siete, los Cuatro Principios y el Mensaje Hogarth; además de los tres citados. Para más información ver:
Ackam, Taner; “Un acto vergonzoso. El Genocidio Armenio y la cuestión de la responsabilidad turca”; Colihue;
Buenos Aires; 2010.
25
Sykes-Picot no fue un Acuerdo de reparto territorial, exclusivamente. En el mismo se trataron asuntos como la
libertad de empresa, las inversiones financieras, el usufructo de puertos, el abastecimiento de mercancías, las

17
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Al mismo tiempo, a través de la correspondencia mantenida entre el jerife de La Meca, Hussein


Ibn Alí y el Alto Comisionado británico en El Cairo, Henry Mac Mahon, se establecía que el
Reino Unido apoyaría la creación de un reino árabe independiente. Tal entidad soberana se
emplazaría, imprecisamente, en los territorios ubicados desde Siria a Yemen, incluyendo a
Palestina. Esto se cumpliría tras la victoria aliada, como retribución al apoyo árabe hachemita en
la guerra contra los otomanos.
Finalmente, como producto del lobby ejercido por un influyente grupo de figuras públicas
impulsadas por el barón Edmund Rothschild, la Corona británica promovió la Declaración
Balfour (1917). A través de ese texto el gobierno del Reino se comprometía ante la Federación
Sionista, en el objetivo de crear un hogar nacional judío en Palestina 26.
Observamos que hacia fines de la Primera Guerra Mundial, el destino de Palestina se hallaba
indeterminado. Pese a ello, podía apreciarse una certeza: fuera bajo la jurisdicción internacional,
fuera como parte integrante de un novel Estado árabe independiente o fuera conformando el
sustento territorial de un hogar para los judíos, su futuro quedaba nuevamente en manos de una
potencia europea.

Palestina: colonialismo por implantación y desplazamiento de población


Seis siglos después de que el mariscal templario Pierre de Severy pactara la retirada de Acre
(1291) con el sultán mameluco y algo más de un siglo luego de la efímera incursión de Napoleón
Bonaparte (1799), el comandante británico Edmund Allenby invadió militarmente Palestina
(1917). En el epílogo de la Gran Guerra, los europeos retomaron el control de facto del territorio
a través de un gobierno británico que, posteriormente, intentó legitimarse por Mandato de la
Sociedad de las Naciones.
¿Qué ocurrió en Palestina con el principio británico, extensivo a las potencias europeas, referido
“al dominio no formal cuando fuera posible y el mando formal sólo cuando fuera necesario”?
Tras dos años de gobierno militar, el Mandato Británico designó como primer Alto Comisionado
a Herbert Samuel, un inglés liberal, judeo-sionista, que había expuesto la idea del protectorado

políticas aduaneras y el tendido de ferrocarriles; temática esta también relacionada con los intereses militares de las
potencias, junto con el establecimiento de bases navales. El Pacto incluía la consulta y la atención de los intereses de
distintos aliados en la Gran Guerra: el liderazgo árabe regional, comprometido en la insurrección ante el común
enemigo turco-otomano, y los Estados que acompañaban la cruzada bélica en los distintos frentes, como Rusia, Italia
y Japón. Sin embargo, el peso específico de los Imperios británico y francés definió las bases del entendimiento.

26
La Declaración Balfour se encuentra citada como fuente de legitimación en lo que eufemísticamente se denomina
“Declaración de Independencia del Estado de Israel”. Allí adquiere status de antecedente jurídico y simbólico
fundamental, un texto que no es más que una confesión de parte del carácter colonial del proyecto anglo-sionista. A
través de ese documento del Foreign Office británico, comprometía los esfuerzos de su Gobierno para crear, en un
territorio sobre el cual no le asistía derecho alguno, un hogar nacional para un colectivo humano extranjero, sin
mediar consulta alguna a los nativos

18
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británico en Palestina y la colonización europeo-judía en su “Memorándum sobre Palestina” 27.


Claramente, como Samuel lo proyectó en ese documento, un Estado Judío creció bajo la
soberanía de Gran Bretaña.
Durante las tres décadas que duró el Mandato, el sionismo sentó las bases para la conformación
del Estado de Israel. Adquisición de tierras a propietarios
absentistas, acompañada de la expulsión de los campesinos
palestinos que las trabajaban como arrendatarios; expropiación
y cesión de tierras fiscales por parte de la autoridad británica;
fundación de asentamientos agrícolas; renombramiento oficial
de sitios geográficos en aras de la nativización de los colonos y
la desaparición simbólica de los nativos; reconocimiento de
instituciones para el autogobierno; organización de una fuerza
militar y centros de inteligencia propios; construcción de
centrales eléctricas y obras de infraestructura y saneamiento;
instauración de un sistema educativo autónomo, que incluía el nivel universitario; realización de
un catastro detallado de todo el territorio con la indicación de las aldeas a ser tomadas y
desocupadas son solo algunos de los avances más importantes que alcanzó el sionismo en este
período. En simultáneo, se produjo la sistemática represión a la sociedad política palestina y la
degradación de su sociedad civil.
Indudablemente, el factor decisivo de esta etapa fue la implantación poblacional, que adquirió
notable intensidad. La comunidad europeo judía en Palestina pasó de representar algo menos de
un décimo de la población en el inicio del Mandato a constituir un tercio, hacia el final28.
Paralelamente, los planes de transferencia de los palestinos, expresados en forma sigilosa desde
el origen del proyecto segregacionista, tomaron consistencia al ser elaborados con conocimiento
real del territorio y sus comunidades. La expulsión de los palestinos, con la que se fantaseaba
hacia fines del siglo XIX y que empezó a debatirse abiertamente en reuniones partidarias,
congresos y conferencias sionistas en las primeras décadas del siglo XX, comenzó a concretarse.
El Plan Dalet, ejecutado ya en las últimas semanas del poder colonial británico inició un proceso
que culminó en la emigración forzada de la mitad de la población palestina. Esas setecientas
cincuenta mil personas desterradas conformaron la primera diáspora de refugiados palestinos,
que continúa incrementándose hasta el presente.

27
El texto del Memorándum puede leerse en https://translate.google.com.ar/translate?hl=es-
419&sl=en&u=https://en.wikisource.org/wiki/The_Future_of_Palestine&prev=search
28
Vale señalar que al comienzo del Mandato vivían en Palestina 60.000 mil judíos, incluyendo los veteranos
integrantes del millet otomano, sobre una población total de 800.000 habitantes. Al realizarse el Plan de Partición de
Palestina, a fines del Mandato, la comunidad judía se componía de 660.000 personas, estos es, se había multiplicado
once veces; frente a la población palestina originaria, que había pasado de 740.000 a 1.300.000 habitantes, esto es,
no llegó a duplicarse. Más allá de la comparación entre estos valores absolutos, se evidencia el significativo cambio
en la importancia relativa de ambas comunidades.

19
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Claro está que los intereses del movimiento sionista se vieron favorecidos en el marco de la
alianza estratégica establecida con el Imperio Británico. Como prístinamente lo expresara el
periodista inglés Herbert Sidebotham:
“La visión general del futuro Estado Judío bajo la Corona británica se halla ahora
completa. El argumento comenzó con la consideración acerca de que era necesario a los
intereses de Egipto, y llegó a la conclusión de que ninguna alarma al sistema de defensa
para nuestras comunicaciones con el Este debe ser hallado en la línea del Canal. La
prudencia militar hizo necesario avanzar más allá de esa línea y formar un bastión frente
al desierto en defensa del más vital y vulnerable punto en todo nuestro sistema imperial.
Análogamente a nuestra experiencia en la India, pareció igualmente importante que
nosotros hiciéramos de este bastión un Estado-tapón, y la única raza capaz de crear
semejante Estado eran los judíos”29.
Las comunidades judías del centro y, principalmente, del Este de Europa, estigmatizadas,
hostigadas, violentadas legal y físicamente hasta el extremo de ser masacradas en los pogromos,
fueron instrumentadas por el poder colonial británico, en anuencia con el movimiento sionista.
Conformaron la argamasa demográfica del Estado-tapón en el sudoeste asiático, protector del
punto más “vital y vulnerable del sistema imperial”: el Canal de Suez.
Una vez más en la Historia, la importancia geopolítica del sudoeste de Asia, en relación al
paso desde el Mediterráneo al Oriente y las rutas hacia la India fue el motivo para la
invasión de Palestina.

Los argumentos naturalizados del sionismo (o al servicio de su naturalización)


Un enfoque tendiente a minimizar y/o relativizar las responsabilidades y las consecuencias de la
implantación del Estado de Israel en Palestina refiere a la asincronía del proyecto sionista, en
comparación con el de otros nacionalismos exitosos en Europa y América. En definitiva, se
afirma, en la conformación de todos los Estados Nacionales pueden verificarse procesos de
violencia política, religiosa, étnica, etc. Con diferente nivel de gravedad, estas prácticas sociales
incluyen desde la represión a minorías hasta genocidios. En este caso, lo distintivo solo radica en
que los hechos “ocurren a destiempo”, “a la vista de todo el mundo”, y en momentos en que estas
políticas son condenadas moral y jurídicamente por la comunidad internacional.
En lo fundamental, este argumento resulta éticamente repudiable, al pretender naturalizar los
crímenes que desde hace décadas padece el pueblo palestino. Además, se basa en la aceptación
de una premisa falaz: que la nación judía logra erigir su proyecto estatal soberano confrontando
con la nación palestina en un territorio históricamente compartido. La particularidad consistiría

29
El párrafo pertenece al Capítulo X, “Intereses Británicos en Palestina” del libro “Inglaterra y Palestina” del
periodista y escritor inglés mencionado. Se encuentra citado en: Ibarlucía, Miguel; “Israel, Estado de conquista”;
Editorial Canaán; Buenos Aires; 2017; segunda edición ampliada; apartado VI, Apéndice, parte III “El sionismo
como herramienta de la estrategia colonial británica”; páginas 128-129

20
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en que la disputa comienza en el marco de dominios coloniales extranjeros, primero el Imperio


Otomano y luego el Mandato británico, y se continúa en la etapa de descolonización.
Ocurre que no existía tal nación judía en Palestina. No la había cuando los mismos historiadores
sionistas sitúan el inicio de la colonización (con la fundación del asentamiento de Petah Tikvá,
en 1878). Tampoco la había años más tarde, cuando el proyecto sionista se presenta en forma
documentada (nos referimos a la publicación del libro “El Estado Judío”, escrito por Theodor
Herzl, en 1896) y se evaluaba incluso, la posibilidad de que la República Argentina fuera el sitio
de radicación definitiva.
Sí existía una pequeña comunidad de palestinos judíos, que no conformaban una nación
enfrentada al resto de sus hermanos, si no que integraban la comunidad mayor de la
“Gente de Tierra Santa”30 y se opuso al proyecto segregacionista del sionismo.
Más aún, retomando la cita inicial del historiador Shlomo Sand, el sionismo transformó una rica
civilización religiosa, compuesta por diversos grupos lingüísticos y culturales, en un pueblo/raza
desarraigado de su tierra. De acuerdo con el investigador, partiendo de comunidades
antiguamente proselitizadas los historiadores proto sionistas y luego definidamente sionistas
(Heinrich Graetz, Simón Dubnow, Zeev Yavetz, Yitzhak Baer, Dinur, Moshe Dayan, etc)
produjeron la invención del pueblo judío, desde la segunda mitad del siglo XIX. Las
comunidades dispersas fueron concebidas como un “cuerpo nacional único”; más aún, como un
pueblo que debía reunificarse y religarse con su tierra ancestral. Con ese sustento ideológico
cohesionador el movimiento sionista, todavía en constitución, comenzó a promover la
emigración a Palestina.
Por ende, no sucede en Palestina la disputa entre dos movimientos nacionales autóctonos
azuzados por un poder colonialista, en función de sus intereses hegemónicos. Por el
contrario, es este poder extranjero el que viabiliza el asentamiento de grupos humanos
foráneos, procedentes en su mayoría de Europa oriental, para afianzar su dominio.
Conformada su base demográfica, el movimiento de migrantes consolida su posición en la
etapa colonial (británica) y arrebata la mayor parte del territorio a los nativos durante los
últimos meses del Mandato y en los dos años siguientes a su finalización.
Se trató de una premeditada guerra de conquista, pese a que se la intente presentar como la
defensa ante “una agresión al naciente Estado Judío” por parte de una coalición de países
árabes31. Los planes de ocupación de territorios y expulsión de palestinos preexistían a la
conflagración bélica y fueron el motivo principal del enfrentamiento. El hecho de que estos
procedimientos comenzarán antes de la guerra de 1948 y se continúen hasta el presente pone en

30
Así denomina Elías Sanbar a la figura del palestino correspondiente a la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de
la imagen identitaria inicial de su libro, descripta a lo largo del primer capítulo. Ver: Sanbar, Elías; op.cit, cap.I.
31
La conceptualización y demostración a partir de la descripción de los hechos históricos que permite comprender la
guerra de conquista desarrollada por el Estado de Israel en 1948 se encuentra en: Ibarlucía, Miguel; op.cit.
Especialmente, leer el capítulo III: “Israel es un Estado de conquista”.

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Cátedra de Estudios “Edward Said”-Facultad de Filosofía y Letras (UBA)

evidencia esos objetivos.


Con independencia de la fuerza relativa que el movimiento sionista pudiera tener en las
comunidades judías de Europa, los intereses estratégicos y el impulso del Reino Unido resultaron
fundamentales en la concreción del proyecto. Cierto es que el incremento de las persecuciones
sufridas por los europeos judíos en el período de entreguerras provocó una mayor influencia del
sionismo y el consiguiente aumento de la migración hacia Palestina. Pero atribuir el éxito de este
programa, cuando no su concepción misma, a las políticas criminales del nazismo y sus aliados
implica desconocer los orígenes del proyecto y su avanzada ejecución para el momento de
ascenso de los regímenes totalitarios en Europa.
Concebir al Estado de Israel como producto del genocidio ejecutado por el Tercer Reich y sus
socios sobre las comunidades judías del continente evidencia un análisis eurocéntrico, y por lo
tanto, limitado, de su genealogía. Desde esta perspectiva, el Estado Judío en Palestina
posibilitaría la “normalización de la judeidad” y resolvería la llamada “cuestión judía”, un factor
disruptivo para los Estados Nacionales europeos. En definitiva, la implantación del Estado de
Israel en Palestina solo se entendería estudiando la historia de las comunidades judías en Europa
y los efectos perniciosos que sobre su existencia causaron los procesos de transición del
feudalismo al capitalismo.
Descentrando a esas comunidades judías y aún a las propias naciones europeas de la Historia,
acordamos con el historiador Dimitri Kitsikis cuando sostiene que la intervención euro-
occidental en la región intermedia desde el siglo XVIII buscó la destrucción y desmembramiento
del imperio ecuménico (otomano, por entonces) y su sometimiento a la hegemonía de occidente.
El Estado de Israel, como lo anticipara el Informe que lleva el nombre del primer ministro
británico Henry Campbell-Bannerman32, conforma una pieza central en esa estrategia.

A modo de cierre
La contextualización de la colonización sionista de Palestina en el marco de procesos
históricos de larga duración permite comprender el origen y desarrollo del conflicto israelí-
palestino.
Consideramos que desde el enfoque presentado se refutan las explicaciones esgrimidas por el
sionismo, plagadas de falacias que intentan validarse entreveradas con hechos certeros y
enunciados trascendentales. El considerable capital simbólico (económico y cultural) a
disposición de la propagación de la narrativa sionista del conflicto dificulta el debate racional. La

32
Nos referimos al Informe solicitado por el primer ministro británico Cambell-Bannerman en 1907. En el mismo,
una comisión de expertos de distintos países de Europa occidental recomendaba a Gran Bretaña evitar la unificación
de los pueblos árabes en un Estado, una vez alcanzada la emancipación del Impero Otomano. Para ello, deberían
crear una barrera extranjera en el territorio que conecta el Asia árabe con el África árabe, cercana al Canal de Suez.
De esta manera, se verían garantizados los intereses coloniales británicos. El informe completo se encuentra
publicado en: Chedid, Saad y otros; “Antisemitismo. El intolerable chantaje”; Editorial Canaán; Buenos Aires; 2009.

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Cátedra de Estudios “Edward Said”-Facultad de Filosofía y Letras (UBA)

utilización de factores emocionales que azuzan la desconfianza y el temor resulta tributaria de


ese objetivo.
Desde nuestra perspectiva, el Estado de Israel es un hecho colonial euro-occidental, emplazado
en Palestina tras largos siglos de intentos por dominar y desarticular la región intermedia de
Afro- Eurasia.
El proyecto de colonialismo por implantación y desplazamiento de población que el sionismo
desarrolla en Palestina surgió en colusión con el Imperio británico, en tiempos de inminente
disolución del Imperio Otomano.
Concebido en función de defensa del estratégico Canal de Suez, en el borde occidental del
imperio oriental británico, el devenir histórico lo ha resignificado. Sin embargo, nunca ha
perdido su razón de ser: constituir una cuña colonial e imperial en la región, en alianza con las
potencias occidentales que le dieron origen, sustento y protección hasta la actualidad.
En pos de establecer un Estado étnico excluyente, a partir de una identidad nacional beligerante,
el proyecto sionista pretende que la comunidad nativa de Palestina desaparezca Esta colonización
intenta conformar una sociedad básicamente europea (aunque luego haya ampliado su base
demográfica) sostenida en el imaginario “del retorno del pueblo autóctono”, a partir de los
relatos trans-históricos descriptos.
De esta forma, el pueblo palestino no se encuentra en resistencia ante un proyecto colonial
clásico, que busca la apropiación de sus recursos naturales, la explotación de su fuerza de
trabajo, el endeudamiento de su economía, la subordinación de su desarrollo, la limitación de la
soberanía, etc.
La colonización sionista, desde sus inicios debió enfrentar la realidad demográfica de Palestina.
Por lo tanto, tempranamente, fue concebida para promover el desplazamiento y aún la
eliminación física y simbólica del pueblo autóctono, si esto fuera necesario para lograr la
“Redención de la Tierra Prometida y el regreso Pueblo de Israel”.
Lamentablemente, el riesgo de exterminio se cierne sobre el pueblo de Palestina, como nunca
antes en su historia; pese a los miles de años y las distintas invasiones padecidas, al habitar en el
corazón de Afro-Eurasia.

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