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Las primeras exploraciones de América del Norte (y Canadá) datan desde fines del s. XV,
movilizadas, tanto por franceses como ingleses, por la búsqueda de un paso hacia Asia a
través de un canal interoceánico. Fueron llevadas por exploradores de origen italiano como
Verrazzano (su exploración es posterior a la de Caboto (1524) y Caboto (quienes
respondían a los monarcas de Francia e Inglaterra, Francisco I y Enrique VIII). Caboto
exploró fundamentalmente la parte oriental (costas atlánticas) del territorio, el norte de la
Terranova, la península del Labrador, bordeó gran parte de la costa norteamericana, desde
Terranova hasta las Carolinas y la Florida. En Terranova se evidencia la abundancia del
bacalao, convirtiendo a su pesca en un recurso principal.
Además, las guerras de religión en Francia, con los enfrentamientos entre católicos y
hugonotes, impidieron la centralización del poder monárquico y dificultaron el asentamiento
de la colonización en América del Norte. El Estado no disponía de los recursos ni de
interés para emprender exploraciones marítimas.
“Cuando Francia se vio envuelta en sus guerras de religión, América cayó prácticamente
en el olvido hasta el siglo siguiente, en un fenómeno similar al ocurrido en Inglaterra,
aunque el corte no fue radical, ya que pescadores y traficantes de pieles siguieron
visitando Terranova y Canadá durante la segunda mitad del siglo XVI.” (Ídem)
“Aunque la mayoría de las compañías francesas que a finales del XVI trataron de obtener
el monopolio del comercio de pieles no cumplieron con el compromiso de llevar familias a
Canadá, contribuyeron a dar entrada en escena a la principal figura del siglo XVII, Samuel
Champlain.” (A. Gutiérrez Escudero: 1991, pág. 741)
“Champlain aprovecha la estancia para explorar varios ríos y hacer amistad con los indios.
Ni la llegada de 40 colonos, ni el comercio de pieles evitan los problemas financieros de la
compañía organizadora de la empresa. Tras resistir durante tres años en un ambiente
hostil, con falta de provisiones y sufriendo ataques de algunos indígenas, la disolución de
la Compañía de Monts y Pontgravé obliga, en 1607, al abandono de Port-Royal…” (Ídem,
pág. 742)
Al tiempo (1608) explorará también directamente el río San Lorenzo, hasta el poblado indio
de Stadacomé, estando a 650 km de la desembocadura, cerca de la confluencia con el
Saint-Charles, estableciéndose y formando la luego ciudad de Quebec. Desde Quebec se
iniciarán exploraciones que permiten conocer el territorio y las tribus indígenas.
Años después (1610), llegará aguas arriba del San Lorenzo hasta la actual Montreal,
donde se establece para realizar años más tarde (1613 – 1615) exploraciones hacia el
Suroeste, remontando el río Otawa, llegando al lago Nipissing y también la bahía
Georgiana (extensión septentrional del lago Hurón).
Luego de la muerte de Champlain (1635) las exploraciones continuarán de la mano de
civiles y religiosos (franciscanos y jesuitas, sobretodo, impulsados por la evangelización
indígena, se adentrarán por todo el territorio, fundando pueblos y centros misionales,
extendiendo la espacialidad geográfica conocida). Se unirán al descubrimiento de tierras
aventureros, “corredores de bosques”, tramperos, comerciantes de pieles, representantes
de las Compañías, y así se conocerán Sault-Sainte-Marie, la bahía de Chesapeake…
Jean Nicolet, lugarteniente de Champlain, explorará también el lago Michigan, Green Bay,
el río Fox (llegando al actual Wisconsin) hasta llegar a la divisoria de aguas entre las
cuencas del San Lorenzo y del Mississippi.
Exploraciones aguas abajo por el Mississippi, hasta la confluencia con el Arkansas, los
incidentes con indios y la proximidad al territorio español demostrará que los cursos
fluviales conducían al golfo de México y no al Pacífico, evidenciándose que no existía un
paso a través del continente que comunicase ambos océanos.
También se realizarán expediciones hacia otras direcciones: norte (bahía de James, río
Saguenay y lago Saint-Jean), oeste (barreras rocosas que separaban al lago Superior de
las grandes llanuras…).
Hacia 1669 y 1682, La Salle emprenderá exploración hasta finalmente llegar a la Luisiana,
entre los Montes Apalaches y las Montañas Rocosas, luego de haber atravesado los lagos
Ontario, Erie, el río Ohio, los Grandes Lagos, el curso superior del Mississippi, el golfo de
México… La Luisiana abría un gran panorama de posibilidades estratégicas y económicas
para la colonización gala (y una barrera para la expansión inglesa hacia el oeste), si bien
esta no sería “debidamente” colonizada hasta principios del s. XVIII. Esta colonización será
dificultosa en su inicio debido a la escasez de alimento y la aparición de enfermedades,
sumándose la presión provocada por ingleses y españoles, quienes buscaban impedir el
asentamiento galo.
“Nueva Francia tuvo un importante impulso desde comienzos del siglo XVII. En 1608,
Samuel de Champlain se instaló en Quebec, centro de la expansión gala en la región. Si
bien Champlain se alió con los indios hurones contra los iroqueses, constató un escaso
interés por desarrollar la colonia, de modo que hasta 1628 las iniciativas fueron escasas.
Los dos objetivos de la colonización francesa fueron la conversión de los indígenas y la
comercialización de pieles de castor, martas y otros animales. En 1629 los ingleses
ocuparon Quebec y si bien lo devolvieron tres años después, a cambio de una cantidad de
dinero, Francia comenzó a mirar la zona con un renovado interés estratégico. Desde
mediados de siglo, los enfrentamientos con Inglaterra por las posesiones canadienses y de
Nueva Inglaterra se hicieron constantes, aunque solían coincidir con las guerras europeas
que tenían en América, y también en el Caribe, otro frente de lucha. Esto ocurrió, por
ejemplo, con la llamada Guerra del Rey Guillermo, de 1688 a 1697, librada
simultáneamente a la Guerra de Ausburgo y que concluyó con la paz de Ryswick. En esta
oportunidad, los franceses con sus indios aliados atacaron las colonias inglesas. Esta
medida fue respondida con la conquista de Port Royal y Quebec en 1690, aunque no se
trató de una ocupación permanente.” (C. Malamud: 2010, pág. 234)
“Champlain será el primer europeo en llegar a los Grandes Lagos y el primero en entrever
las enormes posibilidades del territorio, pero sus esfuerzos por consolidar la colonización
no se vieron correspondidos. […] no logra ver el desarrollo de un territorio cuyos inicios de
progreso fueron lentos, con una población dispersa y sin cohesión, y una colonización que
padeció demasiados titubeos.” (A. Gutiérrez Escudero: 1991, pág. 745)
“Los franceses ocuparon un territorio extenso, mal comunicado y de población escasa, […]
pese a los esfuerzos de la Corona francesa por impulsar la emigración a Canadá.” (C.
Malamud: 2010, pág. 235)
“La búsqueda del paso hacia Asia movilizó a franceses e ingleses en América,
especialmente en la parte norte del continente.” (C. Malamud: 2010, pág. 224)
En el momento en que Canadá se convierte una provincia real (s. XVII), bajo Luis XIV, la
administración colonial funcionó disponiéndose un gobernador general para la defensa, las
relaciones con los indios y con el exterior; la justicia, la policía y las finanzas se dispusieron
a un intendente. También se dispuso un obispo (François de Laval) para dirigir la Iglesia
colonial y la primera universidad de Canadá. El gobernador general residía en Quebec
pero contaba con ayudantes en Montreal, Trois Rivières y Cap Breton. A principios del s.
XVIII será introducido el Consejo Superior, conformado por el intendente, el obispo, 4 – 12
consejeros, cuatro asesores, un procurador general y un escribano.
“En 1653, el Canadá francés tenía 2.000 colonos, que a fines del siglo XVII eran 20.000,
una cifra bastante menor que las 250.000 que había en las Trece Colonias. En 1763,
cuando fue cedida a Inglaterra, la colonia tenía 65.0000 habitantes, repartidos en el medio
rural y las tres ciudades Quebec (15.000 habitantes), Montreal (4.000) y Trois Rivières. Los
franceses ocuparon un territorio extenso, mal comunicado y de población escasa, lo
contrario que ocurría en las Trece Colonias. […] la evangelización de los indios fue
importante, lo que le valió a la Iglesia católica poder y prestigio, como evidencia el hecho
de que casi la cuarta parte de las tierras de Canadá le pertenecían. El territorio se regía
con organismos metropolitanos, siendo muy escaso el margen de maniobra de las
autoridades sobre el terreno. La economía colonial francesa giró sobre el comercio de
pieles, lo que permitió la presencia de numerosos hombres solos en Canadá. El mestizaje,
fundamentalmente con los indios algonquinos, fue una realidad más perceptible que en el
mundo anglosajón. Pese al intento metropolitano de construir una sociedad señorial, esto
no fue posible por el tipo de actividad económica, que dio lugar a una sociedad bastante
igualitaria y libre, pese a que no fue posible erradicar las actitudes nobiliarias.
Mientras los ingleses se centraban en las explotaciones agrarias y pesqueras […] los
franceses se ocupan de la caza y la pesca, lo que tornó a las colonias muy dependientes
de la metrópoli, desde donde le llegaban buenas parte de los abastecimientos. En
resumen, se podría decir que la economía no cubrió las expectativas metropolitanas de
sacar un buen rendimiento de sus colonias, pero también porque ni el comercio de pieles ni
la pesca produjeron las sinergias suficientes para arrastrar al conjunto de la economía, y
porque la falta de mano de obra limitó la producción agropecuaria,…” (C. Malamud: 2010,
pág. 234)
En los primeros años del s. XVII (1608 – 1630) comenzaron a establecerse, luego de la
desaparición de la hegemonía marítima ibérica en el Atlántico, varios asientos en
Jamestown, Quebec, Albany, Nueva Ámsterdam, Nueva Plymouth, Massachusetts Bay…
tanto por compañías francesas como por inglesas y holandesas.
“Entre estos establecimientos, Quebec y Nueva Amsterdam desempeñarían un papel
central en el crecimiento del comercio. Estas dos poblaciones estaban situadas sobre una
ruta principal a las riquezas de tierra adentro de la región de las pieles. Quebec controlaba
el curso del río San Lorenzo, que llevaba a la cadena de los Grandes Lagos y a sus
sucesivos escalones. Nueva Amsterdam controlaba el río Hudson hasta Albany y la ruta
occidental a Oswego sobre el lago Ontario. Así pues, la ruta septentrional estuvo
controlada largo tiempo por los franceses, y los accesos meridionales estuvieron primero
en poder de los holandeses y luego, después de 1644, pasaron a mano de los ingleses.
Desde el principio, por tanto, el comercio de pieles se realizó en el contexto de una
competencia entre dos Estados, la cual afectó no solamente a los comerciantes europeos,
sino también a las poblaciones americanas nativas que les daban las pieles.” (Ídem, pág.
199)
“La mayor parte de las personas que se movían por el territorio no dejaban de ser
tramperos, comerciantes de pieles y coureurs des bois (corredores de bosques), que no se
preocupaban en demasía por asentarse en la tierra. Si se quería que la colonización
prosperara era necesario fomentar el núcleo familiar y la llegada de agricultores.” (A.
Gutiérrez Escudero: 1991, pág. 752)
“Para los europeos que buscaban riquezas, las pieles no eran bienes de alta prioridad; más
deseables para ellos eran oro, plata, azúcar, especias y esclavos pues dejaban más
provecho. Así y todo, la búsqueda de pieles tendría una repercusión profunda en los
pueblos nativos de la América del Norte y en sus modos de vida, y constituiría uno de los
episodios más espectaculares en la historia de la expansión mercantil europea.
Para cuando los primeros comerciantes europeos en pieles iniciaron sus actividades en el
continente norteamericano, el comercio de pieles ya tenía una historia larga y remunerativa
en Europa y Asia.” (E.R. Wolf: 1993, pág. 196)
El tráfico peletero abarca una historia de muchos siglos (al menos desde el IX), este no era
un fenómeno norteamericano sino mundial. Además, no solo Francia se encontraba
implicada en el negocio, “El eslabón unidor entre el Viejo y el Nuevo Mundo fue la
Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Hasta que Inglaterra conquistó Canadá,
Amsterdam se quedó con un porcentaje elevado de las pieles obtenidas en la América del
Norte; además reexportaba pieles de castor a Rusia para un procesamiento posterior que
era parte de su comercio de exportación en el Báltico.” (Ídem)
“El comercio de pieles en América del Norte nació cuando estos pescadores empezaron a
cambalachear su mercancía por pieles que les daban los algonquinos. La posibilidad de
explotar “las tierras novas” con el comercio de pieles no pasó inadvertida a los agentes y
colonizadores reales que exploraron los litorales de la América del Norte.” (Ídem, pág. 199)
“El objetivo principal del comercio norteamericano fue el castor, especialmente después de
las postrimerías del siglo XVI, en que el animal menguó mucho en Europa. Se le buscó no
por la piel sino por la lana de piel, una capa de pelo suave y rizado que crece junto a la
piel, la cual debía ser separada del pellejo y de la capa de pelos más largos y tiesos. A
esta lanilla de la piel se la procesaba y se convertía en fieltros propios para telas o
sombreros. Cobró gran importancia la lana de la piel de castor para hacer sombreros. Así,
en Inglaterra, inmigrantes españoles y holandeses popularizaron en el siglo XVI la moda de
los sombreros en vez de las cachuchas de lana. En lo sucesivo, la legislación suntuaria no
pudo evitar, pese a ser muy copiosa, la declinación de la fabricación de cachuchas; la
cachucha pasó a ser una marca distintiva de las clases bajas. Para los miembros de las
capas superiores, la forma y el tipo del sombrero se convirtieron en indicadores de las
inclinaciones políticas. Los Estuardo y sus partidarios se inclinaron por el “castor español”
de copa alta, alas anchas y tendiendo a lo cuadrado. Los Puritanos introdujeron el
sombrero sencillo y cónico, de fieltro o de castor. La Restauración ideó el sombrero de ala
ancha, achatado y un tanto desmañado, al que adornaba una pluma. La Revolución
Gloriosa impuso el sombrero “clerical de teja” de copa baja y ala ancha que cedió el
terreno al sombrero de tres picos.
Este estilo se sostuvo hasta la Revolución Francesa, que trajo consigo la “chistera”. El
sombrero de castor siguió de moda hasta principios del siglo XIX en que fue sustituido por
sombreros hechos de seda o de otros materiales.” (Ídem, págs. 197 y 198)
“Una de las características del comercio fue su rápido desplazamiento hacia el oeste a
medida que una población tras otra de castores se agotaba, por cuya razón los cazadores
tenían que internarse más y más en busca de tierras de castores no tocadas. Esto
significó, inevitablemente, que la gente que había sentido el primer impacto del comercio
de pieles quedara rezagada, a la vez que nuevos grupos buscaban entrar a este comercio.
Por doquier, la presencia del comercio tuvo consecuencias ramificantes en las vidas de los
participantes. Trastornó relaciones sociales y hábitos culturales e indujo la formación de
nuevas reacciones, tano internas, en la vida diaria de las diversas poblaciones humanas,
como externas, en las relaciones entre ellas. Los comerciantes pedían pieles a un grupo
tras otro y pagaban en artefactos europeos, lo que hizo que los grupos remodelaran sus
formas de vida alrededor de los manufactureros. Al mismo tiempo, las demandas de los
europeos de más pieles acrecentó la competencia entre grupos americanos nativos,
competencia por nuevos terrenos de caza para satisfacer la creciente demanda europea, y
competencia para el acceso a las mercancías europeas […] El comercio de pieles cambió
el carácter de la guerra entre las poblaciones amerindias (en cuanto tecnología) y aumentó
su intensidad y alcance. […] El comercio creciente exigía también abastecimientos, de
modo que al marchar hacia Occidente el comercio de pieles alteraba e intensificaba las
pautas conforme a las cuales se producían alimentos para cazadores y comerciantes por
igual.” (Ídem, págs. 199 y 201)
“Hacia el último tercio del siglo XVII, las pieles norteamericanas llegaban a Europa
principalmente a través de dos rutas fluviales, una del San Lorenzo y otra del Hudson.”
(Ídem, pág. 213)
“En el siglo XIX, los castores perdieron importancia; su lugar lo ocuparon las nutrias y las
focas marinas…” (Ídem, pág. 197)
“El gran conflicto internacional conocido entre los colonos como guerra Francesa e India, y
entre los europeos como guerra de los Siete Años, fue una lucha por la hegemonía global
entre Gran Bretaña y Francia. En esa disputa, en la cual la España de los Borbones se vio
directamente involucrada en sus fases finales, se decidió la suerte de Norteamérica. No
sólo cambiarían para siempre, a causa del conflicto y sus secuelas, las vidas y las
perspectivas de futuro de millones de norteamericanos (iroqueses y otros pueblos indios,
canadienses franceses, británicos de las colonias, plantadores antillanos y sus esclavos),
sino que además su impacto se haría sentir por todo el hemisferio, incluso en territorios tan
lejanos como Perú y Chile. La guerra, fuera a poca o mucha distancia, iba a ser el
catalizador del cambio tanto en la América británica como en la española.” (J. Elliott: 2006,
pág. 431)
El conflicto sobre suelo norteamericano ya había tenido sus inicios en 1754, a causa de
expediciones y encuentros entre británicos quienes en algunas oportunidades ya habían
sido detorrados por franceses y sus indios aliados Inglaterra declarará la guerra a Francia
en 1756. La superioridad naval británica en el Atlántico y el convertir Norteamérica en el
principal foco de los esfuerzos militares británicos lograron orientar el rumbo de la guerra.
Para 1760 la conquista de Canadá se había completado y para 1761 y 1762 cayeron las
Antillas francesas.
“Por el Tratado de París de 1763, Francia perdió Canadá, Tobago y Dominica, aunque
consiguió la devolución de Guadalupe y Martinica. De este modo concluyó la aventura
francesa en América del Norte, si bien algunos años más tarde intentarían devolverle el
golpe a Inglaterra apoyando a los rebeldes de las Trece Colonias en su proyecto
independentista.
La conquista de Canadá planteó una serie de problemas y de desafíos a la administración
colonial inglesa, que había incorporado unos vastos territorios habitados por católicos
franco parlantes sin tener el aparato administrativo para gestionarlos. Las opciones eran
muchas, pero su aplicación podía conducir a pésimos resultados. Implantar la religión y la
lengua de Inglaterra de forma generalizada hubiera generado una situación de protesta
entre los colonos. Otra opción era integrar a Canadá en las Trece Colonias, pero en vez de
beneficiar a la Corona sólo habría servido a los intereses de los colonos, al mejorar su
posición contra la política real de reforzar el vínculo colonial y habría incrementado la
conflictividad.
[…] En esta línea se sancionó en 1763 la Royal Proclamation, que nombraba un
gobernador general para administrar la colonia, acompañado posteriormente de un consejo
o asamblea en la que participaban ingleses y franceses. Mientras los franceses se
quedaron en su sitio, muy pocos pobladores de las Trece Colonias quisieron mudarse. En
1774 se definió el perfil de la colonia con la sanción del Acta de Quebec, por la cual los
franceses mantenían su lengua, que sería oficial, su cultura y su derecho civil en tanto no
colisionara con el derecho penal inglés, mientras que Quebec, el nombre dado a Nueva
Francia, podía expandirse hacia Ohio y el Mississippi. El Acta fue bien recibida por los
canadienses pero mal en las Trece Colonias, cuyo dirigentes esperaban anexionarse
Canadá. Cuando las Trece Colonias se independizaron, el norte, que apoyó la monarquía
se distanció del sur. Para colmo, numerosos monárquicos de las Trece Colonias se
refugiaron en Canadá y entonces se formaron las dos comunidades, de ingleses y
franceses, legitimadas por el Acta Constitucional de 1791 que reconoció la existencia del
Alto y del Bajo Canadá.” (C. Malamud: 2010, págs. 236 y 237)
“La conquista de Canadá añadió más complicaciones a los problemas prácticos y logísticos
de la defensa del imperio británico en América. Se había anexionado una inmensa área de
territorio a los dominios del rey […] Podía descartarse de momento una amenaza por parte
de Francia, aunque ciertamente intentaría vengarse más adelante.” (J. Elliott: 2006, pág.
439)
Bibliografía:
Antonio Gutiérrez Escudero en Luis Navarro García: “Historia de las Américas II” (1991)
Carlos Malamoud: “Historia de América” (2010)
Eric R. Wolf: “Europa y la gente sin historia” (1993)
John Elliott: “Imperios del Mundo Atlántico” (2006)
John H. Parry: “Europa y la expansión del mundo 1415 – 1715” (1986)