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El libro
Una primera lectura del libro de Josué puede dar la impresión de que la conquista de
Canaán consistió en un rápido movimiento estratégico; que los israelitas, dirigidos por
Josué, penetraron con facilidad en el país, y que una serie de acciones militares de
prodigiosa eficacia les permitió apoderarse en poco tiempo y por completo del territorio
que de antemano tenían por suyo. En realidad, el asunto no fue tan simple, pues ni
ellos lograron conquistar rápidamente los territorios cananeos, ni los anteriores
habitantes del país fueron del todo exterminados. De hecho, muchos de ellos se
mantuvieron firmes en sus posiciones (15.63; 17.12–13); e incluso establecieron a
veces alianzas con los invasores, y entonces unos y otros tuvieron que aprender a
convivir en paz (9.1–27; 16.10). La conquista de Canaán no fue, pues, el resultado de
una guerra relámpago de exterminio, sino un avance lento y sostenido en medio de no
escasas dificultades, entre las que tuvo probablemente gran importancia la inexistencia
en Israel de una estructura política de índole nacional, que solo llegó más tarde, con la
instauración del reino de David. En la época de Josué, puesto que las tribus no tenían
unidad de gobierno, se desempeñaban cada una por su propia cuenta, tanto en la paz
como en la guerra.
Josué se divide en dos grandes secciones, formadas respectivamente por los cap. 1–
12 y 13–22, y una menor que incluye los cap. 23–24 a modo de conclusión.
Tras la muerte de Moisés, Josué toma la dirección del pueblo (1.1–2; cf. Dt 31.7–8),
cuya entrada y asentamiento en Canaán relata la primera sección del libro. Los
israelitas, que se encontraban reunidos en las llanuras de Moab, atraviesan el Jordán y
acampan en su ribera occidental, puestos ya los pies en Canaán. A partir de aquel
momento, Josué organiza diversas campañas militares destinadas a adueñarse de la
totalidad del país. Primero ataca localidades del centro de Palestina, y más tarde se
extiende hacia los territorios del norte y del sur. Estas acciones aparecen en el libro
precedidas de un discurso introductorio del propio Josué, que sitúa la narración
histórica en su contexto teológico: «Yo os he entregado, tal como lo dije a Moisés,
todos los lugares que pisen las plantas de vuestros pies» (1.3). Esta manifestación
ratifica la idea de que el establecimiento en Canaán no es una mera conquista humana,
sino un don que Israel recibe del Señor. La sección concluye en 12.24, con la relación
de los reyes que fueron vencidos en batallas a ambos lados del Jordán.
La segunda sección (cap. 13–22) se ocupa de las varias incidencias relacionadas con
la asignación de tierras a las tribus de Israel. La lectura de estos capítulos, con sus
estadísticas y sus largas listas de ciudades importantes y de pequeñas poblaciones,
resulta en general árida y poco gratificadora. Pero también es cierto que aquí ocurren
datos de un interés histórico evidente, gracias a los cuales han podido conocerse los
límites territoriales de las tribus y se ha logrado la identificación de diversos puntos
geográficos citados aquí y allá en el AT. Por otro lado, la descripción que
hace Josué del reparto del país invadido revela la atención que los israelitas prestaron
a la justicia distributiva, a fin de que cada una de las tribus dispusiera de un espacio
donde establecerse: «Dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus
padres. Tomaron posesión de ella, y la habitaron» (21.43). También la tribu sacerdotal
de Leví —a la cual no se le había asignado propiedad territorial (13.14;
véase Introducción a Levítico y cf. Nm 18.20; Dt 18.1–2)— había de contar con lugares
de residencia.
Los dos últimos capítulos del libro (23–24) recogen el discurso de despedida de Josué
(cap. 23), la renovación del Pacto y, finalmente, la muerte y sepultura de aquel fiel
servidor de Dios que supo acaudillar al pueblo después de Moisés, y guiarlo hasta su
anhelado destino (cap. 24).
Libro de Josué
“Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre
vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en
Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién
sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro
lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa
serviremos a Jehová.” (Josué 24:14-15).
Dios estableció ciudades de refugio para que aquellos que hubieran matado
accidentalmente a alguien, pudieran vivir ahí sin temor a la retribución. Cristo es
nuestro refugio a quien “hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante
de nosotros” (Hebreos 6:18).
El Libro de Josué contiene un predominante tema teológico del reposo. Los israelitas,
después de vagar por el desierto 40 años, finalmente entraron al reposo que Dios había
preparado para ellos en la tierra de Canaán. El escritor de Hebreos utiliza este
incidente como una advertencia para que nosotros no permitamos que la incredulidad
nos impida entrar en el reposo de Dios en Cristo (Hebreos 3:7-12).
Aplicación Práctica:Uno de los versos clave del Libro de Josué es el 1:8 - “Nunca se
apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él,
para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito.” El Antiguo
Testamento está repleto con historias de cómo la gente “se olvidó” de Dios y Su
Palabra y sufrió terribles consecuencias. Para el cristiano, la Palabra de Dios es vital. Si
la descuidamos, nuestra vida sufrirá las consecuencias. Pero si adoptamos de corazón
el principio expresado en el capítulo 1 verso 8, estaremos completos y preparados para
ser usados en el reino de Dios (2 Timoteo 3:16-17), y encontraremos que las promesas
de Dios enJosué 1:8-9serán también nuestras.
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